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Carlos Alemany (Ed.

APRENDIZAJES
14VITALES
–13ª Edición–
Carlos Alemany (Ed.)

14 APRENDIZAJES VITALES

Colaboradores:

Carlos Alemany
Jose A. García-Monge
Carlos R. Cabarrús
Luis Cencillo
José M. Díez-Alegría
Olga Castanyer
Antonio García Rubio
Iosu Cabodevilla
Juan Masiá
Dolores Aleixandre
Miguel de Guzmán
Jesús Burgaleta
Mª. José Carrasco
Ana Gimeno-Bayón
Ángel Rz. Idígoras
Carlos Alemany (Ed.)

14 APRENDIZAJES
VITALES
–13ª Edición–

Desclée De Brouwer
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ción de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo
excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–),
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

1ª edición: enero 1998


13ª edición: abril 2010

Diseño de colección: Luis Alonso

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 1998


Henao, 6 - 48009 Bilbao
www.edesclee.com
info@edesclee.com

© Ilustraciones de Ángel Rz. Idígoras

Impreso en España - Printed in Spain


ISBN: 978-84-330-1276-0
Depósito Legal:
Impresión: Publidisa, S.A. - Sevilla
Índice

Presentación
Carlos Alemany . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1. Aprender a desaprender
José A. García-Monge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

2. Aprender a discernir para elegir bien


Carlos R. Cabarrús . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

3. Aprender a fracasar
Luis Cencillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

4. Aprender a escuchar bien


Carlos Alemany . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

5. Aprender a vivir con humor trascendente


José M. Díez-Alegría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

6. Aprender a decir “no”


Olga Castanyer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

7. Aprender a cultivar la interioridad


Antonio García Rubio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

8. Aprender a llorar
Iosu Cabodevilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145

9. Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar


Juan Masiá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
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10. Aprender a contactar con Dios


Dolores Aleixandre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185

11. Aprender a ser creativo


Miguel de Guzmán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201

12. Aprender a vivir con el propio dolor


Jesús Burgaleta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215

13. Aprender a convivir en pareja


Mª. José Carrasco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 257

14. Aprender a despedirse


Ana Gimeno-Bayón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275

Colaboradores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295

8 MAIOR
Presentación
Carlos Alemany

“Hay demasiadas cosas con las que convivimos –y aun


de las que vivimos– cuyos mecanismos, fines y posibilida-
des desconocemos. La vida, por ejemplo”.

Antonio Gala

La vida es un continuo y realmente complejo proceso de aprender y desa-


prender. Y también un cúmulo de ocasiones perdidas en las que “decidimos”
no querer aprender ni tampoco querer desaprender.
Gran parte de los aprendizajes los recibimos de una manera estructurada:
en la familia aprendemos muchas cosas (a no agredir a nuestros hermanos,
aunque nos molesten, a comer bien, a ser hijos más o menos obedientes, etc.).
En el jardín de infancia, escuela o colegio nos facilitan también una serie de
aprendizajes formales: nos imparten conocimientos, nos potencian habilida-
des artísticas o deportivas, nos preparan para la vida profesional, etc. Y la
vida social también nos enseña a luchar por un puesto de trabajo y saberlo
mantener, nos enseña a ser competitivos, nos señala la importancia de la per-
tenencia a grupos sociales, etc.
Sin embargo el fluir vital y el desarrollo del ciclo personal de cada uno está
lleno también –y mucho– de aprendizajes que uno ha tenido que hacer sin
que nadie se los enseñe de una manera formal. Aprendemos por imitación de
modelos, por pura necesidad de supervivencia, por intuición natural, etc.
Algunos de estos aprendizajes son dolorosos, otros son gozosos y el pro-
fundizar en todos ellos y dar con la clave motivadora de ese “aprender a
aprender” es de gran ayuda para la propia evolución personal. Porque como
dice Gala, hay demasiadas cosas en la vida cuyos mecanismos seguimos des-
conociendo. Por ello, todos estos aprendizajes representan una gran ayuda

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para el desarrollo de nuestras potencialidades y para no pasar por la vida


como sobreviviendo (“el mar en invierno tan solo sobrevive” dirá también
acertadamente A. Gala en otro de sus artículos) sino para vivirla a fondo, en
toda la profundidad de su dimensión humana.
Este libro, hecho en colaboración, lo hemos escrito para favorecer esta
reflexión y para facilitar estos otros aprendizajes. Los temas los hemos elegi-
dos entre los que nos parecen más vitales y necesarios en la sociedad de hoy.
La lista, indudablemente, era más larga, pero estos que aquí aparecen son ya
de por sí un muestrario amplio y variado de necesidades vitales y de destre-
zas, que podemos empezar a ejercitar ya.
El libro empieza invitando a “aprender a desaprender”, porque ése es el
punto de partida del que no siempre somos conscientes, y termina invitando
a “aprender a despedirse”, aspecto que tampoco resulta nada fácil en ese
hacer camino al andar y también al final del camino. Entre medias, surgen
una serie de aprendizajes de los que uno no suele encontrar pistas en ense-
ñanzas regladas, sino sólo sugerencias en la vida misma.
Todos los autores son especialistas de aquello que escriben. Y no sólo por-
que conocen el tema, sino porque también han tenido una experiencia perso-
nal que les hace escribir desde sí mismos y desde el valor que para ellos posee
ese aprendizaje. Y, por otra parte todos ellos han hecho –hemos hecho– un
esfuerzo por comunicarlo de forma narrativa, pedagógica, sugerente y seren-
dípica.
Como pórtico a los temas. las excelentes ilustraciones de Ángel Idígoras,
psicólogo, dibujante e ilustrador, contribuyen a dar el tono de invitación
gozosamente humana a leer y a poner en práctica estos nuevos aprendizajes
vitales sin ningún miedo (por ej., en cómo aprender a llorar o a fracasar, como
expresión más cabal de la plasticidad de la vida). Albert Ellis define muy bien
al hombre como “ser humano falible” y Juan Masiá como “animal vulnera-
ble”. Si ese es nuestro punto de partida, como creemos que lo es, somos unos
privilegiados al tener apoyos, lecturas y herramientas que nos ayuden a
expandir cada día más los aprendizajes con que la misma vida –y no nuestros
planes–, nos sale al encuentro.
Por ello, y una vez más, la invitación es a la lectura sosegada –ojalá en la
mecedora–, en un sillón o en nuestro rincón preferido, alejados –en lo posi-
ble– del mundanal ruido. Ahí podremos dar paso a la reflexión serena, a pase-
ar por el cuerpo el tema en su globalidad o algunos detalles en particular, a
detenernos en una cita especialmente oportuna para nuestro momento vital y
a la práctica tranquila, pero disciplinada y repetida de las sugerencias para el
trabajo personal que proponemos los diversos autores.

10 MAIOR
P r e s e n t a c i ó n

A conducir se aprende conduciendo, a escribir bien se aprende escribien-


do mucho... En la misma línea, a decir “no” se aprende practicándolo una y
otra vez; a cultivar la interioridad se aprende tomándolo como objetivo y
poniendo los medios que aquí se sugieren; o a sacar fruto del propio fracaso
y a convivir con el propio dolor se aprende cuando la vida nos pone en situa-
ción fáctica de tener que lidiar con estas situaciones.

Si quisiéramos resumir en unos pocos principios los presupuestos subya-


centes al objetivo de este libro podríamos destacar los siguientes:

a) La vida está llena de maestros que nos enseñan, sin que ellos se enteren
de han sido nuestros maestros: personas significativas unas veces, pero otras,
gentes con las que sólo nos hemos rozado tangencialmente en un momento
dado. De ambas hemos aprendido de muchas maneras.

b) Aprendemos de las cosas que nos pasan, sin buscarlas. A veces son
agradables y otras desagradables, pero muchas veces son el resultado de
encuentros fortuitos.

c) Aprendemos también –y mucho–, de lo que rechazamos. De la alterna-


tiva que dejamos, de lo que no supimos elegir a tiempo, etc. Progoff en su
Diario intensivo trabaja muy bonitamente este tema en un ejercicio titulado
“Diálogo con mis encrucijadas”: los caminos que pude seguir y que sin
embargo escogí el opuesto, el contrario o el paralelo: ¿cómo habría cambiado
mi vida si hubiera seguido ése en lugar del que seguí? Escribe sobre ello...

d) Hay tiempos óptimos para aprender y tiempos apropiados también


para desaprender. Los especialistas siempre hablaron de que en la evolución
del niño había momentos óptimos donde se daban las mejores condiciones
para aprender a moverse, para adquirir el lenguaje, etc., y cualquier disfun-
ción o lesión harían ese aprendizaje más problemático. Podríamos hacer una
transposición a la vida adulta en estos mismos términos.

e) Para los que estamos en la educación más formal, es importante recor-


dar que la vida no está dividida en asignaturas ni en áreas troncales.
“Cualquier contenido, cualquier situación –afirma insistentemente Pedro
Morales Vallejo en su último libro– transciende el acto de transmisión de
conocimientos. Y si no buscamos el que lo transcienda, entonces, como edu-
cadores, padres, maestros, etc, ésa es nuestra gran ocasión perdida”.

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f) La única condición para no aprender no es tanto ser sordos a nuestros


profesores formales (padres, maestros etc.) cuanto ser sordos a la vida. El que
trabaja por tener la sensibilidad despierta, los ojos abiertos, la mente lúcida y
el corazón oxigenado, ése aprende –y con gran asombro– del día a día.

De todo esto se desprende que cada persona se encuentra ante su propio


reto, que siéndolo social, es en gran parte personal. Bien es verdad que
muchas cosas están cambiando: jubilación anticipada, mayor longevidad,
tiempo de ocio, comunicación digital, etc. Hay que rehacer los esquemas del
vivir y esto se concreta sobre todo en las herramientas para adquirir nuevos
aprendizajes.
Saber decir que “sí” y también que “no”; saber hablar pero también saber
escuchar; saber relacionarse extrovertidamente, pero también saber cultivar
la propia interioridad; saber triunfar y también saber fracasar; saber llorar
pero también vivir la vida toda con humor transcendente; sabe comunicarse
en intimidad y al mismo tiempo manejar el conflicto; saber ser rutinarios pero
también creativos; saber disfrutar de la salud pero también saber convivir con
el dolor de la vida y de la enfermedad; saber autoperdonarse y también saber
conectar, en medio de nuestras diarias ocupaciones y preocupaciones, con el
Misterio y la Transcendencia...
Ojalá que cada uno encuentre en unos u otros de estos aprendizajes vita-
les las pistas, las sugerencias y la metodología que se ajusten más y mejor a
su propio momento vital.

Carlos Alemany (Ed.)


Universidad de Comillas
Madrid

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Aprender a desaprender
José A. García-Monge

1
“... El camino al niño...
Después de vivir tanto...
sobre tan poco...”

J.L. Hassen

“Del mismo modo que iniciamos el camino hacia el equívoco...


¡Con el mismo ímpetu!, ¡Con la misma inocencia!...
Deberíamos afrontar la sabiduría de desandarlo...”.

J.L. Hassen

Vivimos en una época de acelerados cambios. A. Toffler ya lo analizaba en


su célebre libro El “shock” del futuro. El cambio, en la dimensión que se reali-
ce, no consiste, sin más, en la adición de nuevos conocimientos, información
o ideas, sino en la sustitución del aprendizaje hecho desde experiencias, cog-
nitivas, afectivas o vitales, ahora ya inservibles, a dimensiones personales
ajustadas a la nueva, y más adecuada percepción de la realidad.
Esta dinámica del cambio origina conflictos entre lo antiguo y lo nuevo, lo
de “siempre” y lo actual. Este conflicto no lo genera solamente la moda, (sería
banal, frívolo y hasta desechable), sino la adaptación, eficacia, sobrevivencia,
liberación y justicia con la realidad.
Paul R. Lawrence en Harvard Business Review, (enero-febrero 1969) escribía
al investigar la resistencia al cambio, que “el problema real no es el cambio
tecnológico, sino los cambios humanos que a menudo acompañan a las inno-
vaciones tecnológicas”. En la actualidad los problemas humanos que genera
el cambio son prácticamente similares.

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

En su Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein, desde un riguroso aná-


lisis lógico del raciocinio y del lenguaje, escribía, con autoridad y humildad
a la vez, cómo incluso “cuando todas las posibles cuestiones científicas han
sido respondidas, nuestros problemas vitales aún no han sido tocados en
absoluto”. La realidad analizada, el sentido común y la estructura psicoló-
gica humana, nos invitan a considerar un aspecto del cambio a través de esta
breve proposición: es necesario aprender a desaprender, si queremos adap-
tarnos, evolucionar, crecer y abrirnos adecuadamente a la realidad.
Como escribo en mi reciente libro (García-Monge, J.A. (1997), Treinta pala-
bras para la madurez, Desclée De Brouwer, Bilbao) hay verdades provisionales
útiles para un tramo de nuestra vida, verdades enlatadas (se nos olvida mirar
la fecha de caducidad), y, para preservar el dinamismo de la verdad, tenemos
que aprender a decir adiós si queremos seguir siendo profundamente fieles a
la realidad en todas sus dimensiones. Decir adiós equivale a despedirnos, a
desaprender, a des-aprehender.
Esta actitud abierta es costosa y no debe llevarnos nunca a una relativiza-
ción universal. Antes aprendíamos para toda la vida, ahora vivimos para
aprender, mientras lo aprendido nos da vida.
Esto no significa caer en un superficial pragmatismo: es verdad lo que
sirve; sino lo que hace justicia a la vocación de lo humano.
La postmodernidad nos contamina fácilmente de conductas escépticas,
indiferentes o desinterasadas por el presente y futuro del hombre. El dina-
mismo temporal resitúa nuestros aprendizajes en una perspectiva evolutiva,
contextualizándolos situacionalmente en una seria, abierta y responsable
construcción de la realidad humana pluridimensional.

DIFICULTAD DE ECHAR APRENDIZAJES AL CUBO DE LA BASURA O


COLOCARLOS EN EL MUSEO ANTROPOLÓGICO

Hay personas que guardan todo; les cuesta enormemente desprenderse


de algo que no van a usar jamás. No sólo por neurosis compulsivo obsesiva,
sino por cariño a las cosas, a su propia historia, por inseguridad ante el futu-
ro o por poder acariciar sus recuerdos. Otras se desprenden rápidamente de
casi todo: usar y tirar. Los armarios de las primeras se llenan, sin espacio
para tantos objetos, los de las segundas siempre tienen sitio para acoger nue-
vas cosas. No quiero censurar estas conductas sino constatarlas. Tal vez un
razonable equilibrio sería la justa dirección. Lo que quiero señalar es que esto
mismo ocurre con nuestros aprendizajes: ideas, conductas, emociones, infor-

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A p r e n d e r a d e s a p r e n d e r

maciones, interpretaciones, etc. En ocasiones es muy difícil tirar al cubo de


la basura. “Y si después...”. “Era un recuerdo de...”. Y es frecuentemente
inmaduro, dar por inservible algo porque lo deciden la moda o las prisas. Lo
importante es saber, evaluar y decidir lo que ya no es válido y dejar sitio para
el fluir de la vida responsablemente vivida.
Hay ideas, emociones o aprendizajes tempranos que se nos han que-
dado pequeños y sería ridículo presentarnos ante nosotros mismos o ante
los demás vestidos con ellos. La dificultad de regalar y relegar esas hue-
llas de nuestro paso por la vida a un museo antropológico radica en cinco
puntos:
· El peso significativo de las personas que nos los legaron.
· Los beneficios primarios o secundarios (menos conscientes) experien-
ciados en el ejercicio, frecuentemente manipulativo, de esas conductas
aprendidas.
· Las emociones que se estructuraron en nosotros con su aprehensión.
· Los refuerzos que permitieron su consistencia y constancia.
· La pertenencia que obtuvimos, por integración, en grupos o culturas
que nos permitían identificarnos y tener seguridades básicas.
El trabajo de desaprender tiene que pulsar todos esos registros si quiere
ser liberador y eficaz. Nos asiremos desesperadamente a aprendizajes obso-
letos si ponen en peligro nuestro autoconcepto, o nos marginan de personas
“poderosas” en nuestro universo afectivo.

LA DIFÍCIL LIBERTAD DE DESAPRENDER

Desaprender es una decisión de nuestra libertad modesta y real. Supone


no el cambio por el cambio, sino el cambio por el maduro intercambio con
la realidad de dentro y fuera de nuestra persona. Conlleva un diálogo serio,
escuchador, analítico que pondere, reflexione, sienta y consienta. Supone un
aprendizaje continuo, una “formación permanente” a la que se resistiría el
carácter dogmático de Rokeach o el miedo de perder poder. La flexibilidad
versus el dogmatismo, nos recuerda aquella recomendación de Pablo en la
sabiduría cristiana: “Examinad todo, quedaros con lo bueno”.
Las escuelas, universidades u otras instituciones de aprendizajes aunque
no lleven a rajatabla aquella afirmación del filósofo: “Sólo sé que no sé nada”,
podrían, más matizadamente, saber y transmitir que sus conocimientos aca-
démicos son, en gran parte, seriamente provisionales y enseñar una distancia
crítica del alumno ante el profesor, que debe ponerse en cuestión con humil-

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dad y valor, a la vez que se esfuerza por seguir aprendiendo con sus alumnos
y, frecuentemente, de sus alumnos.
Toffler (1974), en la obra que citaba al comienzo de estas líneas (breves para
que no cueste mucho desaprenderlas), escribiendo acerca de las instituciones
de enseñanza señala: “nada debería incluirse en los programas sin estar ple-
namente justificado con vistas al futuro. Si esto significa expurgar una parte
sustancial de la programación formal, debe hacerse igualmente” (p. 428).
Galileo tuvo mucho que desaprender de nuestro sistema solar arriesgan-
do mucho por acoger en su mente y en sus labios lo aprendido.

EL EJEMPLO DE CIENTÍFICOS, MATEMÁTICOS...

Como cita y explica el gran matemático Miguel De Guzmán ahondando


en la historia de la ciencia y, en concreto, de las matemáticas, Bertrand
Russell afirmaba en 1901 que “el edificio de las verdades matemáticas se
mantiene inconmovible e inexpugnable ante todos los proyectiles de la duda
cínica”. En 1924 ya había cambiado considerablemente de opinión. Para él, la
lógica y la matemática, al igual que, por ejemplo, las ecuaciones de Maxwell
“son aceptadas debido a la verdad observada de algunas de sus consecuen-
cias lógicas”. En 1959, en la descripción de su itinerario filosófico, afirma: “La
espléndida certeza que siempre había esperado encontrar en la matemática se
perdió en un laberinto desconcertante”.
La imposibilidad de la certeza absoluta que señalo, eligiendo como “más
difícil todavía” el ejemplo de las matemáticas, se agranda considerablemen-
te, en proporciones gigantescas, en otras ramas humanas del saber. La Psico-
logía que se enseña en nuestras universidades, la que manejamos los psicote-
rapeutas se debería asombrar, casi diariamente, y aprender a aprender, lo cual
supone necesariamente aprender a des-aprender, con humilde realismo.
Por recordar un ejemplo ya clásico, la afirmación de Watson que recomen-
daba, por el bien educacional, una limitada relación afectiva con los niños,
sobre todo en besos y contactos, y que fue seguida por innumerables padres
y educadores, tuvo que ser reconocida como errónea, por el mismo Watson,
cuando años más tarde, reconoció que al escribir aquella afirmación no cono-
cía bastante sobre el tema. Maslow, que comenzó su tesis doctoral sobre
Watson, reconoció que bastaba tener un hijo para saber que, sobre el aspecto
estudiado por él, Watson no tenía razón.
Johnn von Neumann afirma su itinerario mental cambiante: “Yo mismo
reconozco con qué humillante facilidad cambiaron mis puntos de vista res-

16 MAIOR
A p r e n d e r a d e s a p r e n d e r

pecto a la verdad absoluta matemática... y cómo cambiaron tres veces sucesi-


vas”. Hermann Weyl, uno de los matemáticos más profundos de nuestro
siglo, se dio cuenta de que la matemática era “irremisiblemente falible” invi-
tando, en la interpretación teorética del universo real, a una actitud sobria y
cautelosa.
Reflexionando sobre mi propio y largo camino universitario y cultural, re-
conozco lo mucho que me ha costado desaprender (tal vez más que aprender),
sobre todo en aquellas áreas en las que, al estar implicado un valor, (y si pre-
tendía ser trascendente mucho más), no se producía un simple cambio de opi-
nión o de interpretación de unos hechos o de incorporación de nuevos datos o
descubrimientos, sino un riesgo existencial. Campos como la moral, la reli-
gión, la teología y la misma psicología humanista, la valoración de los siste-
mas políticos agarrotaban cognitivo-emocionalmente mi capacidad de cambio
desaprendiente. En ocasiones era como si me jugase la vida, cuando, en reali-
dad, era la vida la que me había jugado la mala partida, con probable buena
intención, de darme por cierto y para siempre consistente lo que no resistiría
una desmitologización o simplemente una apertura más honda y complexiva
a la realidad y a lo verdaderamente humano. Esta dificultad no es algo mera-
mente personal sino constatable, a gran escala, en lo institucional.
Ser libre para desaprender no es ejercicio de adolescente rebeldía u oposi-
ción contradependiente, es sabiduría, bloqueada frecuentemente por el mie-
do a la libertad y, porqué no decirlo, por el temor a los “castigos” que el poder
institucional prodiga a los profetas del cambio o a los que, coherentes con su
conciencia, o su telescopio, ven las cosas de distinta manera por sustitución
de sumisos aprendizajes antiguos, por adecuaciones a la realidad más hon-
das, humanizantes, científicas y, por supuesto, más libres y liberadoras.

INTERNALIZACIÓN E INTROYECCIÓN

Los múltiples mensajes que recibimos y hasta nos bombardean desde


que nacemos, los procesamos de dos manera muy distintas dependiendo de
que los internalicemos o simplemente permanezcan, dentro de la mente o
el corazón, como introyectos. En la internalización, por la necesidad de
conocer la verdad o de aprender, integramos el mensaje en nuestro sistema
personal de saberes, de valores o de creencias. Se verifica un cambio que
acrecienta nuestro acerbo de conocimientos y que nos enriquece. El mensa-
je basado en la credibilidad del comunicante considerado como experto y
digno de confianza permanece firmemente adherido a nuestra columna ver-

MAIOR 17
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

tebral humana. Desaprender algo que hemos internalizado es muy difícil.


Tendríamos que abrirnos con honestidad y libertad responsable a nuevas
evidencias o a inéditos campos de la certeza libre para arriesgarnos a desa-
prender lo internalizado.
En el caso de los introyectos: mensajes, información, interpretaciones o
valoraciones que hemos ingerido sin crítica discernidora, la dificultad de
desaprender radica en que no los identifiquemos realmente como lo que son:
introyectos; cuerpos extraños en nuestros sistemas personales o en nuestros
circuitos de aprendizaje. Frecuentemente estamos llenos de introyectos y no
nos damos cuenta. Más que hablar desde nosotros mismos y nuestras propias
convicciones, somos hablados por boca de otros. Es urgente la tarea de desa-
prender lo introyectado. La presión de los medios de comunicación, el peso
del prestigio enseñante, nuestra propia inseguridad o nuestra baja autoesti-
ma, nos llena de introyectos.
Desaprenderlos es iniciar el camino hacia nosotros mismos, hacia el riesgo
de vivir auténticamente y de decirnos al decir. Exige interrogarse y hacerse
preguntas abiertas. Precisa la sabiduría de dudar y de saber escucharse y
escuchar. De ser y aparecer sanamente inseguros y de no buscar consistencias
perennes donde no las hay ni las puede haber.
No es fácil decirnos y decir: estaba equivocado; o, más exactamente: con-
fundí un momentáneo apeadero con la estación término. Sabiendo que allí
donde llegan los trenes también parten y que, en ocasiones, hay que apearse
del tren para seguir andando hacia rumbos desconocidos. Esto nos habla de
soledad, de esa soledad que experimentamos cuando abandonamos una
“verdad” confortable y acompañada y nos vemos a solas con nuestra desnu-
da existencia. La luz incipiente del amanecer puede ser la única esperanza del
que abandonó el sueño y la luz de “saberes” artificiales de consumo. Desha-
cerse de introyectos cuando están pegados fuertemente a nuestra piel nos
deja en carne viva. Y esto duele, pero sana. Los introyectos conllevan cuestio-
nar las fuentes de nuestro saber que, remontadas río arriba, nos llevan a la
autoridad de nuestros padres. Es desigual la pelea del niño contra el gigante.
Pero no olvidemos la hazaña de David y Goliat. Podemos desaprender intro-
yectos y ayudar a otros a desaprenderlos. No para sustituir un amo por otro
sino para ofrecer la verdad que nos hace libres.
Desaprender cuando la sumisión sustituye a la razón, a la lógica, es difícil.
El poder nos suplanta y nos mantiene encadenados a su “verdad”, que no es
más que la de la fuerza. Podemos, si no hay más remedio, seguir aprehendi-
dos por fuera, desaprendiendo por dentro. Ya llegará el momento de decir
nuestra palabra.

18 MAIOR
A p r e n d e r a d e s a p r e n d e r

Me han podido enseñar que la meteorología es un ciencia prácticamente


exacta. Según ella, hoy, en mi ciudad el ambiente es soleado y cálido, pero yo
tengo frío y no estoy enfermo. Lo importante no es lo que diga el hombre del
tiempo sino lo que a mí me pasa.

AFECTIVIDAD Y DESAPRENDIZAJE

Todos los seres humanos, unos más que otros, necesitamos una identifica-
ción afectiva. Necesitamos psicológicamente, ser queridos y querer. El peso
motivador de una relación afectiva en un aprendizaje puede ser decisivo.
Como lo importante es la experiencia subjetiva emocional, mis saberes, cono-
cimientos, interpretación y valoración de datos, dependerán de la necesidad
afectivo relacional que los sustenta. Desaprenderé cuando la persona necesi-
tada por mi cambie de opinión o valoración. Mantendré lo aprendido si me
asegura la persistencia satisfecha de mi afectividad. Este fenómeno personal
y grupal (partidos políticos, comunidades, asociaciones, etc.) impide el desa-
prendizaje mientras la emocionalidad se alimente de las fuentes de identifi-
cación y gratificación.
Desaprender supone, entonces, una libertad afectiva que más que un
apoyo ambiental, se afiance en un autoapoyo. La autonomía afectivo relacio-
nal decidirá la posibilidad de mis desaprendizajes.

CONTACTO CON LA EXPERIENCIA

El secreto posibilitador del desaprendizaje es la autenticidad del contacto


con la propia experiencia. Escucharse a uno mismo a niveles experienciales y
contrastarlos, en la medida de lo posible en el plano experimental, es básico
en el arte y el riesgo de desaprender. La experiencia como madre de la cien-
cia, iluminada con rigor y verdad, va a sugerirnos muchos desaprendizajes.
Volviendo al ejemplo de las matemáticas por considerarlo más elocuente
por la pretensión de objetividad científica, lo expresa Bourbaki en un famoso
artículo sobre La Arquitectura de las Matemáticas: “Creemos que la matemá-
tica está destinada a sobrevivir y que jamás tendrá lugar el derrumbamiento
de este edificio majestuoso por el hecho de una contradicción puesta de mani-
fiesto repentinamente, pero no pretendemos que esta opinión se base sobre
otra cosa que la experiencia” (el subrayado es mío).

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

La experiencia, por modesta que sea, nos habla de lo concreto y real


renunciando a la omnipotencia de dominar los procesos infinitos del pen-
samiento. El ser en su infinitud es el horizonte, condición de posibilidad del
conocimiento concreto. Esta consideración metafísica nos devuelve a nues-
tra condición humana dignificándola y dimensionándola y, a la vez, nos
argumenta poderosamente sobre la necesidad de desaprender, dando a la
experiencia toda su posibilidad de aprendizaje creciente sin pretensiones de
absolutez que suplantaría el horizonte con el conocimiento concreto. El
árbol nos impediría ver el bosque y el bosque la lejanísima “línea” del hori-
zonte. La limitación de lo aprendido (es decir la invitación a interrogarse y,
tal vez, desaprender) la pone de manifiesto la apertura del conocimiento a
este horizonte.

Luria y el caso de Shereshevski


Alan Baddeley (1989), en su libro: Su memoria: cómo conocerla y dominarla.
Debate. Madrid, narra y estudia el caso del célebre mnemonista ruso
Shereshevski, estudiado durante varios años por el psicólogo ruso A.R.
Luria. Shereshevski era un periodista que nunca tomaba notas por complejo
que fuera el artículo que debía publicar. Luria le administró una serie de
pruebas de memoria cada vez más exigentes. No parecía haber límite en la
cantidad de material susceptible de ser recordado puntualmente por él: lis-
tas de más de cien dígitos, largas series de sílabas sin sentido, poesía en idio-
mas desconocidos... Repetía perfectamente todo este material, incluso en
orden inverso y años más tarde. El secreto de su asombrosa memoria radi-
caba en la capacidad de formar imágenes visuales con una enorme rapidez.
Un caso de sinestesia, fenómeno por el cual un estímulo que actúa sobre un
sentido evoca una imagen en otro. Esta capacidad, que poseemos en un
modesto grado, a Shereshevski le llevó a ser un mnemonista profesional.
Esta capacidad de recordar llegó a plantearle problemas: dificultades en la
lectura por sobreabundancia de imágenes, etc. El problema, que me lleva a
recordar este interesante caso psicológico, surgió cuando Shereshevski llegó
a sentir su memoria abarrotada por informaciones de todo tipo que no dese-
aba recordar. Al fin encontró una solución muy sencilla: imaginar que la
información que no deseaba recordar estaba escrita en una pizarra e imagi-
narse a si mismo borrándola. Esta solución, por extraño que parezca funcio-
nó perfectamente.
Aquí se trata de la memoria, una forma cotizadísima de almacenamiento
de saberes, pero el abarrotamiento del disco duro es susceptible de producir-
se en otras dimensiones psicológicas. Luria enseñó a Shereshevski a desa-

20 MAIOR
A p r e n d e r a d e s a p r e n d e r

prender. Frecuentemente nuestra capacidad psicológica está llena de saberes


que más que fecundarse relacionándose y originando nuevos conocimientos,
se estorban unos a otros: impiden el crecimiento armónico en la persona
suplantándose, peleándose, interfiriéndose, a menudo emocionalmente, y
bloqueando, al fin, nuevos y adecuados aprendizajes.

ERES MAYOR QUE LO QUE SABES

La biografía humana esta hilvanada de experiencias, estructurada por la


dimensión cognitiva y zarandeada por las emociones fundantes y conse-
cuentes en el proceso vital. De todo eso y de lo que nos rodea aprendemos
a ser lo que somos a desear y a negociar la satisfacción de nuestras necesi-
dades acuñando valores o contravalores. Estos aprendizajes quedan impre-
sos en circuitos de placer y displacer, de armonía o ruptura, de adaptación
o marginación en el entorno social. El proceso de convertirnos en personas
adultas y maduras queda interrumpido por muchos de estos aprendizajes
cuando, por fijaciones o regresiones, reactualizamos conductas antiguas que
tal sirvieron en la infancia pero que, ahora, se verifican como inadecuadas
para responder a estímulos adultos. ¿Porqué se produce todo eso? Las res-
puestas dependen de los modelos psicológicos que sirven de referente al
investigarlas. Lo cierto es que muchos de esos circuitos impresos no nos
valen o han dejado de valernos para nuestra vida actual. Si queremos ser
adultos y maduros es necesario desaprender.
No será fácil si esos aprendizajes produjeron beneficios en la manipula-
ción del entorno humano. Decir adiós a lo que ahora no da razón de nues-
tra estatura personal y social no es tarea fácil. Seleccionar los conocimientos
significativos, más acontecidos que aprendidos, de lo que sólo son “saberes
intercambiables”, es importante y necesario como señalaba acertadamente
C. Rogers.
Puede ayudarnos sabernos mayores que nosotros mismos; con posibili-
dades de crecimiento integrador, sin dejarnos aherrojar por saberes o expe-
riencias que tuvieron su momento y que, repetidas, harían un mal servicio
psicológico, social y personal a nuestra vocación humanizante, científica,
creativa de llegar a ser lo que profundamente somos en un desarrollo cohe-
rente y armónico.
Desaprender equivale a darnos capacidad de maniobra en el horizonte
dimesionador que nos provoca y convoca. ¿Qué he aprendido hoy? Buena
pregunta que implica esta otra: ¿He sido valiente, capaz y lúcido para desa-

MAIOR 21
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

prender, en contacto sano con mi propia experiencia, y, en diálogo abierto


con la realidad y su horizonte provocativo, utópico y, a la vez, dimensiona-
dor de nuestros conocimientos en la construcción humana de la historia y
de esa misma realidad?

SUGERENCIAS PARA UNA REFLEXIÓN PERSONAL:

1. Escriba:
Hace algunos años yo pensaba... Ahora pienso...
Hace algunos años yo sentía... Ahora siento...
Hace algunos años yo hacía... Ahora hago...
Hace algunos años yo creía... Ahora creo...

Nota: No elija espacios de tiempo demasiado amplios y fíjese en


el como realizó el cambio y si hubo un proceso de desaprendizaje.

2. Reconozca ideas o emociones que sustentaban su vida y vea


cómo y porqué han cambiado, si valorado este cambio, ha supuesto
de verdad, un crecimiento personal.

3. Aprecie algún cambio en otra persona que haya supuesto un


humilde desaprendizaje, y un coraje de reconocer una nueva posi-
ción vital.

22 MAIOR
Aprender a discernir para
elegir bien
Carlos R. Cabarrús

2
OPORTUNIDAD DEL DISCERNIMIENTO Y LA BUENA ELECCIÓN

Con frecuencia creemos que tomar decisiones correctas es fruto simplemen-


te de comparar situaciones y que esto está al margen de los procesos persona-
les, de las cosas que vivo, de mis miedos, de lo que siento, de lo que no conoz-
co de mí. Creemos, tal vez ingenuamente, que lo que hay que tomar en cuenta
en una elección dada, son, únicamente, los riesgos que se asumirían al elegir
algo en una situación concreta o las ventajas que traería escoger lo contrario. El
supuesto es falso. Muchas veces tomamos decisiones erradas porque no cono-
cemos los verdaderos móviles que nos hacen actuar; porque confundimos
nuestras razones y aun nuestros “ideales”, con las impresiones que perviven en
nuestras entrañas aunque aún no les hayamos puesto nombre. Es decir, en ese
caso, no hemos discernido realmente lo que nos toca hacer, no podremos elegir
bien. Discernir y elegir son palabras complementarias. Discierno aclarando mi
mente, examinando mis motivaciones; elijo a la luz de lo que he visto por
medio del discernimiento. Son procesos profundamente relacionados entre sí.
Discernir humanamente es algo necesario, especialmente en situaciones donde
las normas o las leyes no han tomado en cuenta lo que nosotros tenemos por
delante; donde se ponen en juego muchas circunstancias que podrían afectar a
los demás. Por ello tenemos que saber discernir a nivel humano, no sólo a un
nivel espiritual. Aprender a elegir es un proceso con su propia dinámica.
La necesidad de discernir está relacionada con la falta de directrices, de
normas, de leyes con las que uno se encuentra en muchas encrucijadas de la
vida. En esas ocasiones se tiene que discernir, es decir, poder tomar una deci-
sión correcta, poder elegir entre dos cosas que se presentan, con la mayor luci-
dez posible. Esto implica una actitud básica como también una técnica. Dis-
cernir es siempre optar. Al lograr las actitudes básicas del discernimiento es-
tamos integrando propiamente discernimiento y elección.

MAIOR 25
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Para poder discernir, decíamos, además de tener ciertas técnicas –que más
adelante explicaremos– es preciso tener actitudes humanas de discernimien-
to. Es tener la actitud de poder escoger lo positivo, la felicidad, la vida, por
principio. Esto suena fácil. Nos parece que siempre escogemos lo que nos da
vida, que nos dejamos guiar por lo positivo. Nada más ajeno a lo que en rea-
lidad pasa, donde por lo menos a nivel de las vivencias interiores, nos rego-
deamos con lo que nos culpabiliza, nos disminuye, o nos preocupa. Hay
“voces” internas que nos condenan. Junto a esas voces –sin embargo– está la
“voz” de nuestra conciencia. Discernir es dejar que la “conciencia” tome el
control de nuestro interior y el papel de parámetro de nuestras decisiones1.

LA CONCIENCIA

En el fondo, todas las personas, por perversas que sean sus actuaciones, tie-
nen la “felicidad” como meta de su actuación; como su “valor”. Sólo que una
felicidad mal entendida, muchas veces. Una felicidad que se interpreta como
lo que dé más placer, de manera más rápida y sin complicaciones. Pero lo que
persigue, por ejemplo, tanto el muchacho que se enrola en una “banda” o
“pandilla”, la que se droga o busca una carrera, es ser feliz de alguna manera.
La conciencia es la “voz” de nuestro ser que se expresa. Es lo más profundo
de nosotros mismos que toma la forma de una palabra de indicación. Es lo típi-
co del ser humano. La persona tiene siempre esa voz en lo más profundo suyo.
Es esa voz la que le va indicando cuándo algo de lo que realiza se acerca o no a
su verdadera felicidad. La conciencia es el gran patrón para discernir. Coloca lo
que está en cuestión frente a esa voz. Esa voz, con todo, necesita de criterios para
poder actuar. Esos criterios son los valores. Ahora bien, una conciencia se forma,
no se adquiere de una vez por todas; y se alimenta de valores. Pero también se
“informa”; con datos científicos, con conocimiento de situaciones y relaciones.
Dentro de nuestro interior, con todo, hay muchas más voces, muchas de ellas de
corte negativo. De ahí que haya que saber distinguir la voz de la conciencia de

1. Propiamente el discernimiento es un término utilizado en el ambiente espiritual. Ignacio


de Loyola es uno de los grandes maestros del discernimiento espiritual (Cfr. Ignacio de
Loyola, Ejercicios Espirituales (184-187). Obras completas, BAC, Madrid). La línea carmelitana,
especialmente con Sta. Teresa es otra veta riquísima para discernir cristianamente. Este dis-
cernimiento espiritual toma en cuenta de manera definitiva no sólo el papel personal, sino la
intervención de Dios y del espíritu del mundo en los procesos humanos. Discernir es optar por
lo que contribuye a que el Reino de Dios (un proyecto de paz, justicia, solidaridad y amor para
la humanidad) acaezca en este mundo presente y culmine en un futuro en Dios.

26 MAIOR
A p r e n d e r a d i s c e r n i r p a r a e l e g i r b i e n

las “voces” negativas o compulsivas. Así se da un primer material de discerni-


miento: la voz de la conciencia reconoce –a diferencia de las otras– la propia
valía y sabe aceptar las responsabilidades e integrar la culpabilidad sana.

LOS VALORES

A veces tenemos confundida la noción de felicidad. Lo que está al fondo de


la búsqueda de la felicidad es la “vida”. Ahora bien, para poder percibir la vida
tenemos que traducir esa vida en “valores”. Valores son cosas positivas, son
elementos que tienen bondad y que son reconocidos como tales, primero por
una colectividad o un grupo, y en un segundo momento –en la mayoría de los
casos– por la propia persona. Se discierne y se elige siempre frente a valores.
Entrar en el problema de los valores es entrar en la diversidad de culturas
y de significaciones. Lo que para una cultura es positivo para otra será algo
negativo. En ciertas comunidades indígenas de Panamá, por ejemplo, es un
valor que el hombre tenga a dos hermanas por mujeres legítimas, cosa que en
la mayoría de nuestros pueblos sería considerado inadmisible. Con todo, lo
que hace al Ngobe (indígena panameño del cual hablábamos) feliz es realizar
su casamiento desde ese esquema presentado. Eso es un valor y su concien-
cia se forma frente a ello, pero es algo circunscrito a un grupo humano espe-
cífico. Los valores con los que se construye el discernimiento humano deben
ser aquellos que tocan lo central de la humanidad.
Respecto a los valores habría que decir, por tanto, que hay unos más fun-
damentales –por ser más universales– que otros. Hay muchas cosas que clara-
mente son diferencias culturales, pero hay otras que pertenecerían, por decir-
lo así, a la esencia de lo que es la persona humana tal y como la vamos descu-
briendo hoy. Estos elementos positivos mínimos estarían descritos en La Carta
de los Derechos de la Humanidad. Esos derechos y deberes que la humanidad,
en sus instancias más universales, ha ido reconociendo como los derechos
mínimos que constituyen a la persona humana; aquello por lo que hay que
luchar desde las diversas instancias internacionales. Allí estaría, por ejemplo,
el derecho a la vida, la igualdad del hombre y de la mujer, el derecho a la edu-
cación, el derecho al trabajo, etc. Todos esta serie de “rasgos” constituirían,
entonces, los valores humanos universales. Valores que tienen que ver con la
vida y la vida colectiva, es decir la vida de los demás. Ellos configuran la con-
ciencia lúcida y se vuelven criterio para el discernimiento humano.
Hace un par de décadas habría sido más difícil percatarse de que para que
yo tenga vida en plenitud, que para que yo tenga felicidad, es necesario res-

MAIOR 27
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

petar la felicidad de los demás. Por un hecho lamentable, como es el desastre


ecológico que estamos produciendo las mujeres y los hombres en nuestro pla-
neta, cada vez es más evidente la interconexión de nuestras actuaciones. Cada
vez es más fácil percatarse de que no puedo obtener yo a solas, mi felicidad
completa, al margen de lo que está sucediendo a los demás, al margen de lo
que le pasa a la tierra. Esto es una sana toma de conciencia que puede contri-
buir a que el valor de la vida, ahora más que nunca, tenga conexión con la
vida de las demás personas y con las del planeta. El caso de la clonación de la
oveja Dolly ha llevado a la persuasión, en mucha gente, que el ser humano
tampoco es dueño definitivo de la creación; no es el señor absoluto del uni-
verso. Tiene el deber de cuidarlo, de conservarlo para las generaciones futu-
ras como fiel custodio de la vida. Es necesario garantizar el mantenimiento de
los necesarios balances ecológicos y de la diversidad genética de las especies2.
Allí se impone toda una educación en la ecología y en las verdaderas teclas
de lo que es la persona humana. Tener mi felicidad y mi “vida” prescindien-
do de la de los demás, es cada vez menos defendible. Por esa razón, actuar
como ser humano implica oír la voz de mi conciencia –que me impele a ser
cada vez más yo mismo– frente a unos valores, que me hacen tomar más y
más en cuenta la vida de los demás y la vida del planeta, con responsabilidad.
Hasta ahora hemos hecho énfasis en los procesos que clarifican la razón y la
mente: hemos establecido parámetros en el discernimiento. Ahora veremos que
la voluntad juega un papel muy importante en todo el proceso de la elección,
sobre todo porque ésta se deja llevar, con facilidad, por el mal que la circunda.

LA EXPERIENCIA DEL MAL

Lo que sucede es que frente a la conciencia y frente a los valores tenemos


otro elemento crucial de la persona, que atañe especialmente a la voluntad. Es
la inclinación constitucional al mal. Percatarse de esto no es difícil; basta con
ser testigo de la existencia humana. Esto es lo que a nivel de experiencia reli-
giosa llamamos “el pecado”. Esta inclinación al mal se ve fecundada, por una
parte, por todo lo que ha sido herido o vulnerado en nuestro pasado. No es
lo mismo la herida recibida que el mal realizado, pero ciertamente los trau-
mas provocan una decantación hacia la realización del mal. Pero, por otra

2. Cf. Jorge J. Ferrer S.J. “Reflexiones éticas a propósito de la Clonación”. En Gregorianum,


Roma. 1997. Es en esta opción por la vida donde se enraíza el discernimiento cristiano. Los no-
creyentes no verán en este dinamismo sino sus propias fuerzas psicológicas. Para el creyente,
con todo, ahí está ya el Espíritu de Dios actuante porque la Vida es lo más “íntimo de mi inti-
midad” (Agustín) donde está Dios aunque no se conozca su nombre.

28 MAIOR
A p r e n d e r a d i s c e r n i r p a r a e l e g i r b i e n

parte, la experiencia del mal, es fruto también de nuestra libertad. No somos


robots que actuamos por programaciones positivas o negativas. Somos seres
libres. Pero es un misterio que los hombres y mujeres podamos escoger lo que
mata en vez de lo que vivifica. Ese pecado, o esa inclinación al mal, lleva a
optar por los “contravalores”, es decir, a negarme la vida y negársela a los
demás. La conciencia tiene que elegir, tiene que optar por lo que en verdad da
vida, frente a lo que trae la muerte, personal o de la sociedad.
La formación humana consiste, por tanto, en formar para discernir lúcida-
mente y para escoger la vida, frente a los impulsos de muerte en nuestro inte-
rior y en la sociedad.

LA OPCIÓN POR LA VIDA REQUISITO DEL DISCERNIMIENTO Y ELECCIÓN

Desde esta perspectiva, la vida no se puede entender como algo individua-


lizante o marginante de la vida de los otros. El que está en capacidad de optar
por la vida, se interesa por la vida de los demás, y de los que son la mayoría
en la humanidad, es decir “los desheredados de la tierra” (personas necesita-
das en todos los niveles). Esta opción por la vida, como talante, junta en sí
misma el discernimiento y la capacidad de la voluntad que elige en ella, acer-
tadamente, su elección primordial. Esto significa que la principal elección que
debe realizarse es la opción por la vida y hacer de ello el objetivo de todo pro-
yecto personal. Este proyecto tomará en cuenta diversas aspectos de la vida.
Ahora bien, ese poder optar por la vida se puede traducir en cinco actitu-
des básicas: 1) Saber trabajar equilibradamente, sabiendo descansar. 2) Poder
“construir amor”. 3) No ser “moscas” sino “colibrí” o mejor aún “abejas”. 4)
La capacidad de diálogo y perdón. 5) Por último, la sana autoestima, que es
la base de todo lo demás. Las dos primeras de estas actitudes pertenecen a la
inspiración de Freud, eran para él, criterio de “salud mental”3.
1) Trabajar equilibradamente sabiendo descansar
El trabajo constituye al ser humano, al homo faber. Pero esta primera acti-
tud, la de saber trabajar, no implica únicamente el desempeñar un trabajo aun
con mucho esmero. Vivimos en una sociedad que nos hace hasta adictos al
trabajo y a la actividad cronometrada. Todo en nuestra sociedad evalúa el tra-

3. La capacidad de trabajar y la capacidad de hacer bien el amor ya los señaló Freud como
signo de una salud psíquica. Aquí hacemos algunas variaciones y adaptaciones de la intuición
freudiana. Aunque también hay que discernir lo de la “abeja”, puesto que existe el “zángano”,
la “reina” y también el ataque maligno de las “africanas”. Como se puede ver el discerni-
miento no es un “deus ex machina”, no es algo conseguido sin dificultad. Es más bien una
ayuda en el proceso que nos orienta la ruta.

MAIOR 29
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

bajo y la actuación humana. Pero trabajar equilibradamente es la capacidad


de poder reponer esa fuerza de trabajo, es decir, de darnos el descanso y los
nutrientes necesarios a nivel físico, psíquico y espiritual. Si no me doy este
nutriente no sé trabajar porque no estoy reponiendo mi fuerza de trabajo, que
es distintivo del ser humano. Esta actitud tiene mucho que ver con una sana
autoestima, como veremos.
*Indicadores de saber trabajar: ¿Hago evaluación de mi trabajo,
tengo un proyecto personal que reviso con frecuencia? ¿Vivo con es-
trés? ¿Cómo me doy alimento y descanso a nivel corporal, psicológico
y espiritual? ¿En que cosas puedo verificar si me alimento en cada una
de esas dimensiones? ¿Cómo me doy cuenta de que lo hago? ¿Me per-
cato de que reparar mis fuerzas es un indicador de que capto vital-
mente el amor por la vida y que estoy capacitado para otras elecciones?

2) Construir el amor
La segunda actitud la ponía Freud en poder hacer en plenitud el amor.
Hacer el amor no es igual, ni mucho menos, a realizar fácticamente el acto
sexual. Hacer el amor implica entrega, donación, buscar el placer de la pare-
ja, para sólo así experimentarlo en sí mismo. Una dosis grande de confianza,
una base de autoestima alta. “Hacer” el amor, sin embargo, se puede traducir
mejor como “construir” el amor. Al hablar de construirlo se amplía el hori-
zonte de aplicaciones. Pero hay que construirlo y defenderlo porque siempre
está en riesgo, ya que es una denuncia frente a las leyes funestas del mundo.
Por eso hay que poner todo lo que está de nuestra parte para que el amor aca-
ezca en nuestro entorno y protegerlo. Un amor que debe irradiar hacia todo
lo que es vida, hacia la vida misma.
Ahora bien, este construir el amor no se puede hacer –como veíamos desde
la perspectiva de lo ecológico– al margen de los demás. Sólo si se está en sin-
tonía consigo mismo, sólo si se está en solidaridad profunda con los demás,
con los necesitados de todo género se puede evaluar esta opción por la vida.
*Indicadores: ¿Soy capaz de “hacer el amor”, de construirlo?
¿Tengo amistades profundas y duraderas? ¿Tengo amistades entre
gente pobre y necesitada; tengo experiencia de convivir alguna vez
con los problemas urgentes de las mayorías? ¿Cómo está mi capaci-
dad de reír, de generar buen ambiente, de ser como un oasis para los
demás?... ¿Cómo me doy cuenta de que lo hago? ¿Me doy cuenta que
es la vida y el cariño lo que debe estar siempre en juego, en última
instancia, en toda decisión?

30 MAIOR
A p r e n d e r a d i s c e r n i r p a r a e l e g i r b i e n

3) Ser abejas
La tercera actitud, que nos prepara a optar por la vida, es quizás algo a
nivel más metafórico, es como un talante fundamental: no ser “moscas”, que
sólo se paran en el estiércol y que, además, lo llevan de una parte a la otra,
sino colibríes, que captan el mejor néctar de las flores; o más aún, abejas tra-
bajadoras que extraen lo mejor de las flores y producen la miel que es un ali-
mento nutritivo y un remedio fundamental.

*Indicadores: ¿Ante una situación me inclino, por principio, a ver


lo negativo? ¿Me juzgo, por principio, por las cosas “malas” que
hago? ¿Cuánto me culpabilizo? ¿Cómo le saco ventaja a las cosas
negativas que suceden? ¿Cómo hago que las personas saquen lo
mejor de sí mismas? ¿Cómo me doy cuenta de que lo hago? ¿Me per-
cato de que sólo si saco lo mejor de las personas y las situaciones
estoy en una actitud de elegir y hacerlo bien?

4) Capacidad de dialogar y perdonar


La cuarta actitud emana de las anteriores. Es la capacidad de dialogar y
perdonar. Si alguien tiene actitud humana para dialogar puede discernir.
Dialogar no es lo mismo que proponer ideas, discutirlas e imponerlas. Es una
situación completamente diferente. Es ponerse en los zapatos del otro, en su
óptica, más aún, en la “piel” del otro para ver desde su perspectiva y sentir lo
que el otro siente. Esta actitud de diálogo es lo que se llama la “escucha empá-
tica”. Sólo así, se puede llegar no a mi verdad o a la tuya, sino, como decía
Machado a “nuestra verdad”.

*Indicadores: ¿Cuánto aprendo de los demás? ¿Cómo me ha


reportado este aprendizaje, posturas nuevas en mi vida? ¿Me sé
poner en los zapatos de los demás, en su propia piel? ¿Cómo me doy
cuenta de que lo hago? ¿Me percato de que esta actitud es básica
para cualquier discernimiento en cuanto implica realmente conside-
rar todas las situaciones?

Dentro de esta capacidad de diálogo está la capacidad de perdonar. Ahora


bien, hay que tener en cuenta las falsas ideas que se nos imponen sobre lo que
es el perdón. Se dice que perdonar es “olvidar”; se nos ha enseñado que per-
donar es un acto de voluntad, se dice que perdonar es volver a estar en la
situación en que me encontraba al comienzo, antes de que pasara el conflicto;
se dice que perdonar es renunciar a que se haga la justicia, se dice, finalmen-

MAIOR 31
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

te, que sólo Dios es quien verdaderamente perdona. Todas estas son falsas
concepciones del perdón. Si se colocan como los indicativos de si he perdo-
nado o no, me equivocaré rotundamente.
Los verdaderos indicadores de que se ha comenzado un proceso de per-
dón son, por el contrario: haber podido expresar la cólera que ha provocado
la situación en mí, haber sacado un balance de lo que verdaderamente se ha
dañado en mí, haber establecido el aspecto positivo que el suceso puede ofre-
cerme –a riesgo de que si esto no se diera no pueda integrarlo nunca–. Con
esto así trabajado cesará el deseo de venganza y podré comenzar a ver a ese
“enemigo” con ojos nuevos. Podré considerar que él también puede cambiar.
Finalmente, cuando el proceso se ha completado desde la experiencia de fe,
entonces perdonar es aprender a ver y a querer a esa persona desde la pers-
pectiva del cariño que Dios también le tiene. En el fondo, si sé perdonar tengo
la actitud de estar en el otro y de abrir mi horizonte. Eso me prepara para
poder discernir y elegir. Me hace disponible y dócil a la verdad4.
*Indicadores: ¿Tengo falsas concepciones sobre lo que es el per-
dón y por eso, tal vez me culpabilizo más? ¿Cuál es la señal personal
más característica de que no he perdonado todavía? ¿Cuál mi señal
para saber que he comenzado el proceso de perdonar? ¿Cómo me
percato de que si no perdono, hay algo que no he integrado en mi
vida y me bloquea una libre elección?

5) Un buen nivel de autoestima


La quinta actitud básica es un buen nivel de autoestima, y es, por decirlo
así, el fundamento de todas las anteriores y del poder optar por la vida: por-
que la aprecio en mí. Ahora bien, la autoestima es algo que es auditivo. Son
voces que nos hablan de nuestra aceptación personal –o falta de ella–. Es la
voz interna que me da la capacidad de reconocer los elementos positivos per-
sonales y saber integrar lo negativo que tenemos. Esto indefectiblemente nos
hace capaces de reconocer lo bueno en los demás y saber perdonar los erro-
res de los otros. La autoestima constituye la conciencia, es una de sus notas
constitutivas5.

4. Material abundante sobre este tema puede encontrarse en el libro de Jean Monburquette,
Cómo perdonar. Sal Terrae, Santander, 1996. Sobre el propio perdón puede verse J. Masiá.
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar, en este mismo libro. Lo mismo de Luis
Zabalegui, ¿Por qué me culpabilizo tanto? (2ª edición), Serendipity Nº 13, Desclée De Brouwer,
Bilbao, 1997.
5. Cf. Bonet, José Vicente. Se amigo de ti mismo, Sal Terrae, Santander, 1994. Pág. 30.

32 MAIOR
A p r e n d e r a d i s c e r n i r p a r a e l e g i r b i e n

*Indicadores de baja estima: La autocrítica rigurosa: ¿Me siento


siempre mal conmigo mismo? Hipersensibilidad a la crítica: ¿Me
siento siempre atacado y tengo resentimiento? Indecisión crónica:
¿Tengo miedo exagerado a equivocarme? Deseo excesivo de com-
placer: ¿Puedo decir que no? Culpabilidad neurótica: ¿Me condeno
por conductas no siempre malas objetivamente? Hostilidad flotante:
¿Me sienten de ordinario agresivo? Actitud supercrítica: ¿Me sienta
mal, me disgusta, me decepciona, casi todo? Tendencias depresivas:
¿Me siento muchas veces deprimido?

Quizás donde más se nota el bajo nivel de la estima es en la capacidad de


culpabilización personal y en la incapacidad de perdonarnos a nosotros mis-
mos6. Esto implica un trabajo de curación de heridas muy profundo. Como se
puede observar, una baja estima, es algo que debe trabajarse concienzuda-
mente. Hay modos de hacerlo. En un nivel superficial, si se quiere, habría que
detectar la proveniencia de esas “voces” que pululan en nuestro interior. De
ordinario, los lugares de formación de esas funestas voces son: los primeros
años en la familia, la escuela, los amigos, la iglesia y las ideas –falsas muchas
veces– sobre la imagen de Dios. Diremos una palabra sobre esto último que
tiene mucha influencia en la culpabilización malsana que es tremendamente
letal para nuestra vida psíquica. A un nivel más profundo, esto nos aboca a
un trabajo de curación de heridas de la infancia, que es el origen de una esti-
ma deprimida.
Los ídolos y fetiches que minan la autoestima
Aquí es donde lo de Dios toma un papel negativo importante. Muchas
veces imágenes excesivamente manipulables de Dios o antihumanas suyas
son fuente de culpabilizaciones malsanas y de vivir en la negatividad de la
vida. La cultura, la familia, la escuela, nos pueden haber trasmitido, sin pre-
tenderlo, sin expresarlo siquiera, una imagen velada inadecuada de Dios.
Todas ellas cargadas de figuras masculinas que apuntalan el machismo impe-
rante. Son imágenes fetichistas suyas las que lo presentan como el dios de la
perfección y que exige perfección. Es un fetiche el dios que exige sacrificios,
que tiene obsesión por la sangre. Este dios es como Huitzilopochitl –dios azte-
ca de la guerra que exigía sacrificios humanos–. Es un fetiche el dios que nos
mide por las obras y por los logros que hacemos. Es un fetiche un dios que es
“mi dios” y que me excluye del común de los mortales, que me deja en una
falta de compromiso o, al menos, de solidaridad. Es un fetiche el dios mágico

6. Véase Zabalegui, Luis Por qué me culpabilizo tanto. Op. Cit.

MAIOR 33
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

o manipulable. Es un fetiche el dios de la ley y de la norma, que por lo tanto


se erige en juez implacable. Es un fetiche el dios que no me hace integrar el
dolor humano. Es un fetiche el dios del poder y del dinero. Es un fetiche el
dios de la paz que desproblematiza, de la paz sin justicia. Es un fetiche el dios
obsesivo sexual cuyo preocupación es “mi pureza genital”.
Es verdad que en la actualidad, con la orientación secularista post-moder-
na no asistimos a predicaciones de Dios. Pero lo que sucede es que esos feti-
ches se encarnan en movimientos y subculturas que sí atañen a la humani-
dad. Por ejemplo, el fetiche perfeccionista (a diferencia del Dios de la miseri-
cordia) lo experimentamos en toda una cultura de la eficacia, y en todos los
movimientos integristas por los que pasa actualmente la historia. El fetiche de
los sacrificios (a diferencia del Dios del amor incondicional) ha generado,
sobre todo en el pasado, espiritualidades nocivas y maniqueas que todavía
tienen su influjo. El fetiche de las acciones (a diferencia del Dios de la gratui-
dad) es el que ha desprovisto a la humanidad de los momentos de interiori-
dad y gratuidad que se necesitan para que la persona crezca, postulando úni-
camente la orientación hacia los logros. El fetiche del puro subjetivismo (a
diferencia del Dios del compromiso) está minando nuestras sociedades des-
preocupándose olímpicamente de los demás y de los que necesitan. Aquí
cabría ubicar a un sin número de sectas despolitizadoras. El fetiche del cono-
cimiento y del manejo religioso de lo divino –típico del new age– se olvida que
la vida es misterio e inmanipulabilidad. El dios falso de la ley y de la norma
(a diferencia del Dios de la libertad), genera movimientos que engendran per-
sonas sin criterio personal y con un sesgo claramente integrista. El fetiche de
la felicidad y de lo “atractivo” –a toda costa– llena las pantallas de placer y
dinero fácil, y también las iglesias de corte pseudo-carismático (a diferencia
del Dios solidario en el sufrimiento). El fetiche del poder ha minado la expe-
riencia fundamental religiosa que es encarnación, llegando a experimentar en
la religión la sacralización de lo social, como diría Durkheim. El fetiche del
dios de la paz sin justicia ha engendrado el dios del pacifismo no comprome-
tido que es impermeable frente al mal del mundo. El fetiche del dios obsesi-
vo sexual ha provocado que en estos momentos se viva el punto del péndulo
contrario: la erotización de la sociedad.
Todos estos fetichismos tienden a provocar un tipo de acciones individua-
les y políticas. Pero al interno de las personas minan la propia estima y esta-
blece baremos de culpabilización dañina. Ya sabemos que no toda culpa nece-
sariamente es nociva. La culpa que mata es la que se fija, lastimeramente, en
mi propia imagen y me obstaculiza el caminar porque me hace sentirme
estiércol. La culpa que redime, es la que considera lo nocivo que generó en los

34 MAIOR
A p r e n d e r a d i s c e r n i r p a r a e l e g i r b i e n

demás y quiere poner remedio al mal que hizo; por eso es reparadora. Con
una situación patológica de culpabilización no puede haber una posibilidad
para discernir ni para elegir bien, en ningún caso.
Ahora bien, una vez detectadas esas voces hay que intentar desarmar su
estructura. Ayuda mucho para ello, percatarse de cómo, cuándo y por qué se
originan. Un trabajo paralelo consiste en reemplazar esas voces por otras de
corte positivo. Esto sólo no cura, pero aligera el proceso. No podemos vivir
sin voces internas. A la experiencia personal de todos me remito. Lo que sí
puedo hacer es elegir otro tipo de frases positivas, de corte más racional
(Ellis) que contrarresten el lastre nocivo. Esta decisión es en sí misma un paso
de discernimiento y de elección fundamental.
Una baja estima necesita un conocimiento personal serio y por supuesto,
de trabajo de saneamiento y curación de heridas que hayan podido fomentar
la baja estima. Podríamos decir que toda herida, además de producir reaccio-
nes desproporcionadas genera una estima por los suelos, que no se levanta, a
no ser que se trabaje a niveles profundos, con un proceso de terapia.
De allí que la opción por la vida, que la capacidad para poder discernir y
elegir bien implique un trabajo personal a fondo.
Optar por la vida pasa por un proceso psicológico personalizado, ser cre-
adores de “patrones personales” como bien dice Gendlin. Implica curación y
valores concretos. Hay que elegir la vida, no en abstracto, sino la vida que es
para mi un caminar por donde mi misma estructura psicológica me lo indica,
como camino de crecimiento, de sanación e integración. Eso que hemos lla-
mado en otros momentos la “consigna psicológica”.

CONSIGNA PSICOLÓGICA7

Llamo consigna psicológica al camino personal de integración, sanación y


crecimiento al que me convoca mi misma estructura psíquica. La consigna psi-
cológica se puede descubrir en cualquier proceso profundo de conocimiento.
En el Eneagrama, por ejemplo, son las líneas de integración y crecimiento de
los diversos tipos. Los sueños, por otra parte, no sólo nos aportan un mensaje

7. La denomino “consigna psicológica” dadas las características comparables que tiene con
las consignas políticas: se reciben, tienen en cuenta la situación concreta, dan identidad al
grupo, se traducen en un programa de acción positiva y se orientan a la práctica. La justicia de
este nombre podría ser discutible. En palabras de Ira Progoff, la consigna sería lo que él llama
“semillas de plenitud” (Cf. Depth Psychology and Modern Man. New York. Julian Press. 1969,
pag. 53).

MAIOR 35
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

o una comunicación, sino también van haciendo evidente el camino típico de


cada persona por donde se integra, sana y avanza8. Con esta consigna psicoló-
gica podré realmente diseñar mi proyecto personal, que es la concretización de
esos dinamismos vitales incorporados para realizarlos en la historia.
Esto implicará que lo que verdaderamente me da vida es lo que va acorde
con lo que me integra, me sana y me hace avanzar. Por eso, frente a cualquier
decisión seria que yo quiera tomar tendré que tener en cuenta esta consigna
psicológica para que ella se vuelva el quicio de elección.
Con todo, lo que me integra o me cura no es de ninguna manera aquello
que vivo con compulsividad. La compulsión muchas veces se me presenta
como un bien disfrazado, siempre con parte de verdad, pero no es la verdad
profunda sobre mí. Las compulsiones –esas respuestas mecánicas, repetitivas
e inconscientes– se expresan en el perfeccionismo, el servicio desmesurado, la
búsqueda de los logros antes que cualquier cosa, el “ser muy yo mismo”, el
conocer incansable, la fidelidad a lo establecido, la felicidad sin más, la justi-
cia a costa de lo que sea o la paz sin problemas. Sin embargo, como bien lo
tiene demostrado el Eneagrama9, todas esas compulsiones muestran un temor
fundamental. Todas las compulsividades son una “crónica de una muerte
anunciada”. Mientras no se trascienda ese temor básico se cae irresistible-
mente en lo que se quiere evitar. De ahí que la integración supone la supera-
ción de los temores básicos y de las compulsividades10.
En este sentido, lo que integra, sana y hace avanzar –es decir la consigna
psicológica– va más allá de los mecanismos de defensa que precisamente me
impiden integrar, sanar y caminar. Me han defendido, sí, pero no me dejan
crecer positivamente.
8. Véase, para esto nuestro libro Orar tu propio sueño, Ed. Publicaciones Universidad de
Comillas, Madrid, 1996, en donde hablamos más abundantemente de ello. Ahí subrayamos
que los sueños nos presentan líneas de integración, de expresión de lo reprimido o enmasca-
rado, pero que en definitiva su comprensión facilita el proceso curativo de la persona. Sobre
la interpretación de los sueños puede verse el libro de Gendlin, Let your body interpret your dre-
ams, también el libro de Ramiro Álvarez, Encontrarse en el soñar. Ed. PPC.
9. Sobre el Eneagrama hay material muy abundante. Están los libros de Helen Palmer, El
Eneagrama. Ed. Los libros de la liebre de marzo, Barcelona, 1996, de Don Riso Comprendiendo el
Eneagrama, Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1994. En la misma colección Serendipity Nº 12
hay un libro muy interesante de Gallen y Neidhardt, El eneagrama de nuestras relaciones (2ª edi-
ción), Desclée De Brouwer, 1997, así como el Nº 18 de D. Riso, Descubre tu perfil de personalidad
en el Eneagrama (2ª edición), Desclée De Brouwer, 1997
10. A nivel de la psicopatología concreta, la compulsión es el “proceso incoercible y de ori-
gen inconsciente, en virtud del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repi-
tiendo así experiencias antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la
impresión muy viva de que se trata de algo plenamente motivado en lo actual” Laplanche y
Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis. Ed. Labor. Zaragoza. 1993, pag. 68.

36 MAIOR
A p r e n d e r a d i s c e r n i r p a r a e l e g i r b i e n

Ahora bien, establecer este cotejamiento con mi consigna psicológica se


puede realizar haciendo pasar lo que quiero elegir por las diversas instancias
personales11. Estas instancias son las diversas dimensiones de mi vida. Algo
que me da vida, será bien comprendido por mi inteligencia, será querido por
mi voluntad, sin caer en voluntarismo; será aceptado por mi sensibilidad a
pesar de que le pueda costar. Se tomará en cuenta, por otro lado, al cuerpo
–compañero de camino inseparable– para saber si puede aguantar con la
decisión tomada. Se tomará en cuenta, finalmente, la conciencia, para ver si
esto me da o no paz. En definitiva, lo confronto con mi mismo ser. Mi ser es
lo que más me identifica, me hace ser más yo mismo.
La consigna se constituye así como en el trayecto personal que ilumina
todo discernimiento y toda elección. La voz de la conciencia se ha expresado
ya en la consigna personal. Con ella puedo establecer el proyecto vital e ir
haciendo las elecciones correctas durante el camino de la existencia.

EL PROCESO PARA DISCERNIR Y ELEGIR CORRECTAMENTE

Con todos estos elementos aquí descritos al lector le quedará la idea de lo


difícil que es discernir; más aún, tal vez hayamos conseguido lo que no que-
ríamos, que se abstenga de complicarse la vida tratando de discernir sus deci-
siones. Con todo, lo que hemos querido indicar es que discernir es un arte y
también una técnica. Decimos que es arte porque hay personas que tienen
más capacidad innata para esto, y ello ayuda. Pero también decimos que es
una técnica que supone una metodología. En definitiva lo que está en juego
es lo correcto de nuestras decisiones. Ahora bien, aunque discernir es optar
por la vida, no siempre se tiene que aplicar la metodología de discernimien-
to sino cuando está en juego una elección. Se discierne, además, cuando no
hay caminos conocidos que puedan aplicarse a situaciones difíciles e inespe-
radas, y se requiera una respuesta inédita.

Metodología de la elección:

Establecimiento de las alternativas


Si se trata de hacer una elección, lo primero que tendría que estar claro son
las alternativas en juego. Estas alternativas deben ser viables, esto es, que
existen los recursos y las posibilidades reales de establecer esta alternativa. Y,

11. PRH (Personalité et relations humaines) ha desarrollado ampliamente este aspecto (cfr.
Reglas para un discernimiento. Nota de observaciones. Madrid.)

MAIOR 37
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

por otra parte, las alternativas deben ser contrarias entre sí, lo cual significa
que no puedo realizarlas simultáneamente. En el caso de que hubieran más
de dos alternativas habría que reducirlas a las dos primeras básicas y conti-
nuar con las nuevamente excluyentes.

Análisis de los pros y contras


Una vez puestas las alternativas hay que establecer cuatro columnas para
ir colocando los pros y los contras de cada una de las dos alternativas.

Alternativa A Alternativa B
Pros / Contras Pros / Contras

Búsqueda de lo que tiene más peso racional


En la elaboración de estos pros y contras me dejo llevar por la razón: busco
donde lo racional tenga mayor peso. Coloco todas las razones a favor y en
contra de cada alternativa.
Seguidamente le doy una nota o un valor a cada cosa expuesta y establez-
co un balance racional determinando qué es lo que pesa más.

La pre-elección
Con esto tendría una pre-elección que debe someterse a una confirmación
con mi yo profundo, con alguien que me pueda confrontar lealmente y con
la realidad.

Confirmación con mi propio ser

¿Qué experimento?
Todo discernimiento humano debe poder dar cuenta de qué es lo que se
está experimentando frente a esta pre-elección. Es saber hacer un alto en el
camino. Hay muchas técnicas que ayudan a esto. El Focusing12 es muy ade-
cuado para vivir este momento. Puede ser de gran ayuda realizar un ejercicio
proyectivo imaginándome en el momento de la muerte, eligiendo desde ya,
lo que me daría más paz haber escogido entonces.
Una vez enfocado lo que me pasa, es oportuno distinguir en qué canal se
está experimentando lo que me acontece: en lo auditivo, en lo kinestético o en
lo visual. También es muy oportuno ver qué efectos produce lo que experi-

12. Cf. Gendlin. E. Focusing. Proceso y técnica del Enfoque corporal. Ed. Mensajero, Bilbao, 1991.

38 MAIOR
A p r e n d e r a d i s c e r n i r p a r a e l e g i r b i e n

mento: es decir, que siento con esa imagen, con esa palabra o sonido, con esa
idea. También pertenece a este momento considerar que lo que me acontece
puede ser positivo, negativo o ambas cosas. Me puede gustar o disgustar. Me
quedo simplemente allí con lo que me sucede, observándome.
La vinculación psicológica
Una vez detectado lo que me pasa y cómo se ha originado esta sensación,
tengo que analizar cuál es la relación de la pre-elección con mi parte herida y
vulnerada, por una parte, o con mis compulsividades o mecanismos de defen-
sa, por otra. De no hacerlo así estaré confundiendo básicamente mis decisio-
nes con todo ese mundo inconsciente que me hace actuar. La decisión correc-
ta debe estar afincada en lo más profundo mío, en el pozo de mis cualidades.
El derrotero
Detectadas las relaciones con mi mundo psíquico, lo más importante es
verificar a dónde me lleva todo lo que estoy analizando. Aquí todo lo dicho
al principio del artículo es importante: si me lleva a mi autoestima –que como
la hemos comprendido es la base de todo– si me lleva a mi consigna psicoló-
gica –que muestra el camino de redención, integración y crecimiento– si me
lleva a generar vida en los demás –las actitudes de las que hemos hablado–
eso es algo que va a construirme y a construir a los demás.
Verificación de ese derrotero: Aquí es oportuno verificar la pre-elección
confrontada con mis diversas instancias:
· En el nivel de mi sensibilidad: ¿Cuánto me gusta? ¿Cuánto me cuesta?
¿Cuánto soporto los inconvenientes de esa decisión?
· En el nivel de mi cuerpo: ¿cuánto puedo? ¿Cuánto me sobrecargo?
¿Tengo las cualidades para realizar esa decisión?
· En el nivel de la voluntad: ¿Lo quiero? ¿Lo quiero sin presiones, sin
voluntarismos? ¿Me siento libre? ¿va todo esto con las actitudes básicas
frente a la vida?
· En el nivel de mi ser: ¿Me identifica con lo más hondo mío? ¿Cómo esto
se apoya en el pozo de mis cualidades? ¿Cómo se relaciona con mi con-
signa psicológica?
· En el nivel de la conciencia: ¿Me da paz profunda esta decisión? ¿Me
deja intranquilo? ¿A la hora de mi muerte me hubiera gustado elegir
esta alternativa? ¿Es decir esto me trae vida, tal como la hemos enten-
dido hasta acá?
· En el nivel de la vida de los demás: ¿Esto les trae vida a las demás per-
sonas? ¿Les provoca más bien muerte?

MAIOR 39
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Confrontación de lo elegido
Mientras más repercusión sociopolítica tenga una decisión personal, más
tendré que cotejar y confrontar lo que estoy decidiendo, con las personas o ins-
tancias en donde repercuta mi acción. También lo hago con alguien que me
conozca y me respete –en primer lugar– y que represente el núcleo donde me
muevo y al que pertenezco. Para una persona casada, su pareja y sus hijos
serán los cotejadores por excelencia. En algunas ocasiones se tratará de un psi-
cólogo o un psiquiatra, o de algún otro tipo de consejero o consejera expertos.
Me percato, asimismo de las implicaciones prácticas que todo ello va a
traer: ¿Cuáles son las exigencias, las frustraciones, las mortificaciones que
provendrán de la decisión? ¿Qué retribuciones me brindará, a todos los nive-
les, lo que he elegido?
El que algo discernido y elegido concienzudamente llegue a realizarse en
la historia, –dando vida, en un sentido amplio, es decir, no dándomela sólo a
mí sino también generándola a mi alrededor– es el signo inequívoco de la jus-
ticia con que lo hemos hecho.

PARA TERMINAR

Sólo si lo discernido se realiza en la historia tenemos una confirmación rea-


lista; se da la gran evaluación de todo discernimiento. Igualmente sólo si esto
que hemos compartido con nuestros lectores ayuda a hacer mejores decisio-
nes, se estaría avalando el método. La conclusión de esta presentación perte-
nece, por tanto, al campo de la experiencia. Lo que hemos presentado tenía,
decíamos, mucho de arte y de técnica. Ambas cosas no se logran si no se
ponen en práctica y se vuelven un hábito. Será la efectividad de estas suge-
rencias y su aplicación a la realidad, lo que establecerá, por tanto, una con-
clusión. ¿Sirve esta metodología para tomar mejor las decisiones correctas?
Toca a nuestros lectores verificarlo. En todo caso, creo que de cualquier mane-
ra, hemos abordado temas que son capitales en nuestro quehacer humano y
que el solo hecho de proponerlas nos abre a que podamos experimentar lo
que, en verdad, implica “Serendipity”, toparse con novedades inesperadas
que nos ayuden a modificar nuestra existencia y la vida de la humanidad.

40 MAIOR
Aprender a fracasar
Luis Cencillo

3
Hay cosas que no se comprenden hasta que
no se está definitivamente derrotado

Ch. Peguy

La noción misma de “fracaso” y de “fracasar” es ya ideológica y supone


determinados estilos de enfocar, criterios de valoración, y modos típicos de
vivenciar el propio existir. No hay nada más subjetivo que la sensación de fra-
caso (y en su tanto, la de “triunfo” y casi tanto como éstas lo son las de
“ganancia” y “pérdida”).
Algunos a leer esto pensarán que lo dicho es negación de realidad; pero
salvo tres casos de evidente fracaso involuntario, es un reduccionismo subjeti-
vo y emocionalmente cargado de negatividad sobreañadida el agobiante senti-
miento de “haber fracasado” o todavía peor: de “ser un fracasado”, como si
quedase el sujeto encasillado en una nueva taxonomía social, cuasi zoológica:
la de los “fracasados” (y, según la injustificada y desinformativa tendencia
actual, la de los genéticamente fracasados, o portadores del “gen” del fracaso).
Y no es eso: la existencia tiene tantas dimensiones y posibles enfoques de
valor, que totalizar el conjunto de lo sucedido bajo una calificación única encie-
rra ya un inevitable coeficiente de error.
Muchos dicen “he fracasado en esto o en lo otro”, y todavía se puede
entender que se refieran a no haber conseguido una meta, un determinado fin
propuesto más o menos tácitamente en un determinado proceso y por una
determinada intención particular. Alguien puede lucrarse mucho con una
composición musical o literaria, pero sentirse fracasado porque artísticamen-
te no ha dado la medida que se había propuesto. Verdaderamente si uno no
obtiene una plaza para la que se ha preparado por no haber superado las

MAIOR 43
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

pruebas que daban el acceso a ella, puede decir que “ha fracasado” en este
intento. Esto es evidente y trivial. Pero si alguien dice “he fracasado en la vida”,
“he fracasado como padre/madre”, o “soy uno de esos fracasados(as)” (pen-
sando en lo que estadísticamente ha de producirse en toda sociedad –y por
estadístico se suele entender lo “fatal” y cuasi predeterminado por la fuerza
de los procesos), ya empieza a emitir enunciados de los que los analíticos del
lenguaje dirían que contenían términos sin sentido.
Los analíticos del lenguaje considerarían el término “vida” como sin sig-
nificado designable, pero al término complejo de fracasar-en-la-vida, o como-
padre, ciertamente ya no es en ningún caso posible asignarle fácilmente un
referente cierto y unívoco. Su sentido no sólo es multívoco, sino irreal: No es
posible hallar en la realidad de la praxis algo determinado que sea “fracasar
en la vida” o “como padre/madre”, o “ser uno de esos fracasados”, definible
e inteligible sin más.
No queremos decir, como lo haría un neopositivista, que “no tenga senti-
do” simplemente (pues es completamente cierto que cualquier interlocutor lo
entiende y esto es tener semánticamente sentido); queremos significar que el
referente o referentes de estos términos no son ni unívoca ni fácilmente desig-
nables y que si le preguntamos al interesado, o a otro interlocutor presente,
acerca de lo que ha dicho, nos contestarían que no lo acaba de ver claro, que
ha querido decir “muchas cosas”, o que “a la vista está”, etc. Sólo habría una
cosa cierta y es que el hablante siente que no ha “triunfado” (ante lo cual
habría que seguir preguntando –o preguntándose– qué entiende(o) por
“triunfar”, pues hay famosos que también se lamentan de “haber fracasado” o
de no haberse realizado aún..., en el supuesto más frívolo de “triunfo”).
Mas en este caso habrían de tenerse por “fracasados” todos aquellos ciu-
dadanos que trabajan y procrean, luchan por y con sus hijos, pero su ocupa-
ción no es llamativa, ni ilustre, ni les conceden premios ni entrevistas, ni los
massmedia les pagan por contar sus intimidades, ni se habla de ellos para
nada. ¿Sería esto justo? ¿Sería objetivo siquiera considerar que la inmensa
masa de la población del mundo consta exclusivamente de “fracasados”? Y
por añadidura, cuando los “no fracasados” se han librado de ello por mani-
pulaciones, montajes publicitarios e intereses comerciales: ¿Sería justo y
objetivo que sólo la ficción publicitaria salvase de un destino universal de
“fracaso” que afecta a toda la masa humana? Pues “triunfar” o “no-haber-
fracasado” depende de la común estima de una opinión pública que así lo percibe
(y no pocas veces de una opinión pública manipulada). ¿Puede un escritor o
un pensador tenerse por “fracasado” porque no arrastre públicos ni haya un
editor o un sector de la prensa que jaleen sus proyectos y sus últimas ocu-

44 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

rrencias? Si así fuera realmente tendrían muy poco valor el “prestigio” y el


“no-fracasar”1.
Evidentemente en todo este juego hay dados trucados, las medidas no
miden lo que hay que medir y se ha establecido una escala de valor conven-
cional e incluso falsa. Pero también es muy cierto que hay situaciones de fra-
caso plenamente objetivas, a saber:
1. Fracaso de la pareja (matrimonio, familia),
2. Fracaso profesional,
3. Fracaso de la conducta (generalizado en su estilo de existir: torpe, inhá-
bil, falsa y malévola, que no acierta a ser constructiva, sino que conta-
mina y corroe su entorno2.
En estos tres casos de fracaso cierto y a veces irreparable juega inequívoca-
mente la motivación, que también presenta sus riesgos:
A. El ser humano suele engañarse a sí mismo al motivarse,
B. Le sugestionan o se sugestiona,
C. Por una ley del menor esfuerzo, prefiere dar un paso irreparable y com-
prometerse con algo o alguien, aunque en el fondo lo viviencie como
rechazable para él, a afrontar la situación mal planteada y anularla, tras-
formarla o superarla (caso muy frecuente en los compromisos y enlaces
matrimoniales: se ve que no convence nada, pero han ido ya tan ade-
lante los preparativos que el sujeto no es capaz de plantear las cosas cla-
ramente y cede y cede hasta que se ve definitivamente atrapado).
No se puede negar que hay situaciones de fracaso necesarias –el mismo
existir implica ir fracasando en algunas circunstancias y líneas de actuación–,
y aun forzosas (aunque remediables siempre que no se dejen correr las cosas
demasiado lejos): son las situaciones ya mencionadas, que siempre se han
debido por una parte a presiones ajenas, permitidas y toleradas por caracteres
menos fuertes al entrar a convivir– por lo general mediante el matrimonio–
1. Un humorista sí depende de su público, pues el humor implica esencialmente “hacer
gracia a alguien”, pero un pensador no puede depender de su público, pues si todos le enten-
diesen fácilmente podría asegurarse que ya no era pionero ni creativo. Las ideas han de darse
digeridas y regurgitadas para que el gran público las admita como ilustrativas y geniales.
2. Los desastres puramente orgánicos, como las enfermedades o las malformaciones, propias
o de hijos y allegados no pueden calificarse de “fracaso”, pertenecen a otra área, accidental y
objetiva. La noción de “fracaso” (término metafórico que viene de la marina, tanto en romance
como en alemán y en griego: quassare: “reventar” un recipiente, <ital. pref peyorat. fra-: fracassa-
re, frastagliare; alem. scheitern (en 1450: “partirse un vehículo”< skît: “astilla” < gr skhidso: “escin-
dir”); gr. naugô (“naufragar”) y en el mismo castellano del s.XVI-XVII significa igualmente “nau-
fragar”, “hacerse pedazos” o “destrozar”) implica por lo tanto una acción violenta, no un puro
producirse casual. En francés procede de otra raíz, la de échouer (scaturire), mientras que fracas
significa estrépito aparatoso que acompaña a un derrumbamiento o caída de algo.

MAIOR 45
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

con personalidades dominantes, o hallarse desde siempre sometido a la presión


de aquellos con quienes se convive (alguno de los progenitores por lo gene-
ral, o sus sustitutos); y por otra, a una desorientación motivacional palmaria, en
materia de profesión o de ideal de pareja.
Quien no acaba de saber claramente lo que quiere en y para su vida no es
posible que elija con acierto (ni profesión, ni pareja, ni hasta lugar de resi-
dencia; se trata de aquellos que viven a disgusto en una casa en males condi-
ciones y tal vez más cara, por razones subjetivas de fidelidad al pasado o de
tradición familiar, o simplemente por no buscarse otra ni cambiar).
Lugar, hábitat, tipo de vivienda y hasta dieta suelen ser muy importantes
para el bienestar de sentirse realizado, y no hace falta que se trate de algo lujo-
so, basta con que le diga algo (positivo y entrañable) el sujeto. A veces la pare-
ja se gana a pulso el aborrecimiento del otro presentándole irremisiblemente
cada día una dieta que aborrece: sexo, mesa y diversión compartida son los
frágiles factores de logro en una pareja, básicamente y en principio, bien esta-
blecida, y a veces decoración y casa.
Pero hay un tipo de “actos fallidos” completamente inconscientes y con-
sisten en crear a la pareja situaciones continuamente desagradables, en lo más
íntimo y doméstico de su existir; es un sadismo que se torna a medio plazo
masoquista. Se acaba lamentando que “la pareja ha fracasado” (como un
motor que “sale” deficiente), o que el otro(a) se encuentra siempre irritado y
de mal humor (haciéndose todo lo posible para que se irrite).
En todos estos casos es la personalidad del sujeto que se siente fracasado,
con su falta de iniciativa, su debilidad ante parientes próximos autoritarios,
su capacidad de dejarse sugestionar, o de autosugestionarse, o su idealismo
narcisista desorientado, con episodios sadomasoquistas de detalle, lo que le
ha llevado a fracasar.
Hay otro modo imperceptible y sutil de causarse el fracaso, sumamente
dañino a la larga, cuando a pesar de ver con relativa claridad a lo se expone,
deja el sujeto sin resolver la cuestión de las “ventajas secundarias”, a las que
irracionalmente se apega y que tanto atan e impiden también el avance en las
terapias dinámicas y el abandono de las actitudes neuróticas por parte del
paciente.
Llamamos ventajas secundarias a gratificaciones ínfimas, pero cotidianas y
habituales, que el paciente perdería al madurar, o con sólo decidirse a hacerse
más el mismo y empuñar las riendas de su vida:
Cariños inoportunos y anacrónicos por mujeres/hombres sentidas(os)
como madres/padres (o de la misma madre convertida en obstáculo de cual-
quier vida de pareja o matrimonio).

46 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

Irresponsabilidades apenas apreciables, pero que llevan a la vida de un


adulto a hacer agua por todas partes.
Comodidades y despreocupaciones (de lo urgente y decisivo para su vida
o para sus hijos) que dan a su vida un carácter “guatado” y lleno de amorti-
guadores que le separan de sus verdaderas tareas importantes y creativas.
Y sobre todo, es el dejarse manejar por otras personas (pareja parental o
hermanos y tías mayores por lo general), que hasta le resuelven problemas
económicos, pero no le dejan territorio adulto para respirar, crear y compor-
tarse como corresponde a su edad y a su estado. En tal ceder a las presiones
ajenas, que acaban hasta con la vida de pareja y de matrimonio, siempre ha
actuado un factor “complicidad” con la parte fuerte y en contra de la propia
vida, pareja o libertad. Actitudes así ya son antesala de los fracasos ciertos e
irremediables de que luego se lamentan todos. Y el sujeto sometido se cree
obligado por un sagrado deber filial...
La dejación del propio camino en aras de lo cómodo, la expectativa mági-
ca de que “todo se lo va a arreglar otro” y que lleva a no tomar en considera-
ción las oportunidades laborales que oposiciones y concursos ofrecen, dán-
dolas ya por perdidas “por la mucha gente que se presenta”, o provoca a dejar
la carrera sin terminar, por que “aburre”, es otra forma de fracaso, más acen-
tuada todavía, es ya el fracaso en sí mismo: la dejación, la renuncia de ante
mano al avance, la inapetencia social y cultural acerca de nada.
En este otro tipo de casos es el factor “indolencia” lo que actúa, que puede
tener sus raíces en aquel otro “factor complicidad” edípico. Desde luego
actualmente parece que mucha gente joven se dedica a labrarse masivamen-
te tal tipo de fracasos, y paradójicamente pensando que se realizan y triunfan.
Y no puede decirse que sean “involuntarios”, aunque tampoco son queridos
ni deseados; son simplemente fracasos imprevistos, mas con una miopía
injustificable.

MOTIVACIONES

En materia de desorientación profesional (casi vocacional), entre los que por


el contrario no se despreocupan, sino que pretenden luchar por un futuro, hay
gente joven, y no tan joven, que ha de morder cruelmente el polvo del fraca-
so (y aquí el fracasar es sumamente sano) para volverse sensata y mínima-
mente realista: sueñan narcisistamente con ser modelos, deportistas famosos, acto-
res, cantores, artistas o simplemente play boys y mujeres matrimonialmente inesta-
bles, que den mucho que hablar, y vendan su imagen y sus confidencias a alto

MAIOR 47
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

precio. O acceder a esos ambientes, o llegar a tener por pareja a alguna per-
sona de este tipo.
Y hay algo más vano todavía: considerar que lo importante es que “se
hable” de ellos, por ser éste el modelo que los massmedia actualmente ofre-
cen, y ni por asomo se les ocurre que la vida ha de servir para algo más y para
metas más serias que todo eso (simplemente no comprenden que pueda haber
metas más serias). Nada digamos de esa motivación, tan extendida hoy entre
estudiantes, y precisamente los más activos y trabajadores, de lucrarse por
lucrarse, como sea, y en lo que sea: “ganar pasta”, “forrarse”...
Lo peor no es que resulte poco seria su visión de la existencia, lo realmen-
te negativo e irremediable es la orientación subjetiva y narcisista que la motiva-
ción generalizada entre la gente joven y de edad mediana se adopta.
Naturalmente en todos estos casos, que además suponen ser la existencia una
competición agonal en la que sólo el mejor triunfa (enfoque sumamente irreal de
lo que es lograrse en la vida), muy pocos pueden sentirse logrados o al menos
dejar de sentir que han fracasado. Por eso la sociedad se llena de cuarentones
presos de la vivencia de ser “unos fracasados”.
Nadie, ni por asomo, ha hecho ni se la ocurre realizar el aprendizaje opor-
tuno para no fracasar, para no sentirse fracasado, o para elevar el fracaso –no
con negación maníaca de la realidad, como hacen los conductuales– a identi-
dad y vivencia de realización.
Hay que añadir a todo ello la “mala conciencia” inducida por la publici-
dad, la imagen de fracaso que se hace destilar sobre ciertas profesiones o esta-
dos, el de ama de casa, el de madre, el de empleado, el de sirviente(a), el de
campesino, albañil o trabajador industrial (hasta en el lenguaje de los empre-
sarios, y aun empresarios de filiación socialista, se acostumbra referirse a sus
obreros como a “los curritos”).
Los juicios de valor se hallan estrictamente tabuizados entre la gente que se
dice progresista, y únicamente se permiten cargar las tintas en verdaderos jui-
cios de valor negativos, y se hace sistemática alusión, con la mayor difusión
publicitaria posible (y el constante machaconeo de la propaganda, tanto en
eslóganes publicitarios, como en telefilmes, situaciones teatrales o alusiones
en entrevistas), a la no conformidad con, ni tolerancia de esas condiciones de
ama a de casa, de trabajador o de oficinista oscuros.
Se ha producido un sutil deslizamiento de la “lucha de clases” –que era
justa– al contraste competitivo entre situaciones de diferente “brillo social”,
que es vano e injusto, con quienes, para ser precisamente útiles a la sociedad,
no han podido alcanzar aquel brillo. Entre otras cosas, porque el brillo social
no depende del sujeto ni de la utilidad de su función o su trabajo y además,

48 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

y es lo más paradójico y triste del caso, el brillo se halla, por lo general, en pro-
porción inversa a la utilidad de quien “brilla”... ¡Cuántos aparentes y brillantes
logros son reales fracasos y cuántos aparentes fracasos son logros efectivos a
largo plazo, de la personalidad! Esto ya prueba que las categorías de
“logro”/”fracaso” son relativas y discutibles.
Actualmente, si se repara en ello, no se enfrentan en la frivolidad de los
massmedia los indigentes y los potentados (los indigentes se dejan para un
“tercer mundo” utópico e irreal en el horizonte romántico y cuasi legendario
de nuestra vida cotidiana), sino los “famosos”, los “conocidos” y los anóni-
mos, cuyo anonimato tácitamente se devalúa, les devalúa, y aun se penaliza
con el desprecio o con la descalificación personal, por parte de quienes son,
se creen o desean ser “famosos” (desde luego con el marchamo de “los per-
dedores”, según la infeliz e inoportunísima expresión de Bender).

DICOTOMIZACIÓN DEL HORIZONTE Y TRAMPAS DEL DESEO

Lo peor que puede sucederle a una sociedad es vivir en un mundo dicoto-


mizado, en el que cada uno ha de alinearse, o se ve alineado en y relegado a
una de dos alternativas, una positiva y otra, más que negativa, “maldita”. Y
nuestra sociedad se halla muy dicotomizada, sobre todo en cuestiones de
prestigio (el clasismo axial de la “nobleza” del Antiguo Régimen se ha tras-
mutado sin advertirlo nadie en lo actual: no se habla de “sangre azul”, pero
sí de ser un “ganador” o un “perdedor” nato, como si ello fuera en los genes)3.
Y hay un intenso desprecio clasista de los triunfadores, de los que se sienten
famosos y aventajados, de los iniciados en la informática hacia los que no tie-
nen nada de esto ni se hallan iniciados en las nuevas tecnologías.
Junto con la dicotomización se da otro fenómeno interferente: la configu-
ración del deseo. El deseo es el movilizador de los estados afectivos, los
impulsos y los comportamientos tendenciales hacia objetos de mayor o
3. Para reforzarlo tienden los neurólogos y psiquiatras actuales (y bastantes comparsas de
psicólogos, carentes de identidad como tales) a atribuir cualquier rasgo de carácter y aun cual-
quier tendencia comportamental a algún “gen”, como lo cual se hace todavía más fatal e irre-
mediable el rasgo de “perdedor” y de “fracasado” que cualquiera pueda advertir en su per-
sonalidad y biografía.
A este respecto nuestra posición es:
1. que efectivamente todo cuanto sucede en la unidad de un organismo humano, sean
fenómenos psíquicos, sean biológicos, repercute en todo él y se da una innegable corre-
lación entre unas serie de fenómenos y otras.

MAIOR 49
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

menor amplitud y trascendencia; pero tiene una difícil contextura, y es que


nunca es proporcionado a su objeto, pues es más subjetivo e inconsciente que
objetivo y real.
El deseo inviste proyectivamente sus posibles objetos desde su trasfondo
pulsional y fantaseador y así produce en ellos una inflación, de modo que en
todo objeto-del-deseo hay un importante factor investitivo de procedencia
libidinal, emocional e imaginativa. Y sin embargo los deseos son la materia
prima de la motivación. De ahí que haya tantas motivaciones desproporcio-
nadas a su objeto real, fantasiosas y sin futuro. De ahí también que la exis-
tencia haya de ser la doma del deseo, si ha de acabarse sabiendo y aprendien-
do a vivir. Los deseos, cada deseo en estado virgen, nunca es adaptativo y suele
ser desmesurado; por eso hay que aprender a manejarlo de modo que dina-
mice pero no desvíe de las posibilidades reales ni las destruya.
Por eso toda satisfacción de un deseo decepciona: se había esperado algo más,
se había esperado muchas veces algo casi sobrehumano, y se encuentra el
sujeto con la vulgaridad de siempre entre sus manos deseosas, ya desencan-
tadas. Y vuelta a empezar.
Y así es muy raro, es casi imposible que, sin ser temperamentalmente un
iluso y un ingenuo, nadie se sienta al llegar al mezzo dil camin de nostra vita,
bastante fracasado. Y los casos se vuelven todavía más terribles cuando el
objeto del deseo fueron personas a las que se las persiguió, se las estrujó, se
las dominó y se las tiró después como un envase roto (lo que había dentro
del envase era la fantasía inconsciente que se había investido en el objeto
real; esta cuestión la hemos estudiado con mayor amplitud en Trasferencia y
Sistema, Apéndice sobre “Las Constantes del Deseo” pp. 346-373).
2. Que la relación de causa/efecto entre unos fenómenos y otros es cuestión filosófica y
metafísica, que no se puede establecer a priori, sólo porque uno de los factores sea
material o observable y el otro no lo sea, aunque sí indirectamente comprobable. Otra
cosa es una petición de principio.
3. Ningún comportamiento complejo y social puede proceder de uno o de más genes sin
un aprendizaje ulterior, pues de no ser así se habrían podido dar creativos como
Mozart, Galileo, Leonardo, Hegel o Einstein en el Paleolítico. Evidentemente esto era
imposible porque para que se produjeran tales personalidades y sus respectivas obras
se requerían no sólo sus genes, sino al cúmulo de aprendizajes de todo tipo que apor-
tó ha historia hasta que pudieron aparecer tales genios, y cualquier otros. Un conduc-
tor o un piloto actuales no hubieran podido producirse antes de existir coches y avio-
nes, luego en sus genes pueden llevar grandes predisposiciones para la orientación y el
equilibrio, pero no el “gen de la conducción”, como se está ya a apunto de decir.
Ningún comportamiento complejo puede provenir de una causa simple como es el mensa-
je genético (“simple” en un sentido determinado). Esto es completamente lógico, lo mismo que
la gastritis no causa las malas noticias, sino éstas, al bombardear psíquicamente a un sujeto
pueden dar origen a una gastritis y a una úlcera, que sería de origen psíquico.

50 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

Si siempre las orientaciones del deseo fueron hedónicas, actualmente pare-


cen serlo más, pues se han elevado a principio. Se ha construido una ética del
placer por deficientes lectores de Freud (Reich, Artaud, Marcuse, Gide, Lyotard
y todos los posmodernos que les han seguido cada vez más confusos en su
arquitectura, incluso con la confusión constituida en encuadre lógico). Las me-
tas actuales de cualquier persona joven, que no haya llegado ser capaz de refle-
xionar antropológicamente lo suficiente, son claramente las cinco siguientes:
– Lucro, – Goce (jouissance lacaniana), gratificación constante, -Éxito
y brillo social,
– Autoafirmación, – Cualificación y perfección formal (en los más
exigentes y menos desorientados): imagen, insuperabilidad, reconoci-
miento admirativo y logro en toda la línea. El mero hecho de citar este
repertorio de metas no pretende descalificarlas éticamente, sólo su
enunciado escueto connota ya una cierta unilateralidad y una exclusiva
polarización hacia lo agradable y lo triunfalista, que no dispone mucho
a la maduración en diversas vertientes.
Todo lo cual se traduce en poner intensamente el deseo en:
ser conocido y reconocido públicamente,
ser querido (sin, por otra parte, darse),
sacar siempre ventajas,
mostrar (más que poseer) cualidades apreciables y excepcionales,
disfrutar siempre y en todo y nunca derrotado. Y no hay más.
Estas son las condiciones para ser “feliz” de la persona joven actual,
pero son condiciones difíciles de cumplirse, al menos en su mayor
parte. A lo sumo se les añade la del amor, pero esta les resulta más difí-
cil todavía (si el amor no ha de quedar en sólo sexo). Por eso el hom-
bre actual es esencial y constitutivamente frustrable y él mismo ha
puesto (o le han puesto) todas las condiciones del fracaso; es más, algu-
nos enfoques psicoanalíticos, en lugar de fortalecer, eliminan la tole-
rancia a la frustración, haciendo creer que la “realización” es gozar
siempre, gratificarse siempre y nunca fracasar. Precisamente cuando
más medios tiene para todo, pero a esos medios les falta el realismo, la
sensatez en sus fines4. Por eso la terapia de aprendizaje existencial del
fracaso es una urgente terapia generacional. Nunca más oportuna

4. Suelen tenerse por “realistas” los pragmáticos y, precisamente, aquellos que sólo atien-
den al lucro y a otros resultados materiales, pero esto es un falso realismo. Si por realismo se
entiende hallarse abierto a la realidad en sí con todas sus consecuencias, entonces polarizar el
deseo en ambiciones sesgadas, monocordes y difíciles de conseguir es más bien un difícil “ide-
alismo utópico”, que no beneficia ni al interesado ni a su entorno.

MAIOR 51
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

aquella máxima de Benavente en su drama del mismo título: “[es la


vida] la losa de los sueños”.
El fracaso total de la vida es difícil que se produzca y ha de deberse o a una
secreta orientación masoquista del existir –que combine siempre las posibili-
dades del modo más desventajoso y destructivo posible para el sujeto–, o a
una gran despreocupación y ligereza en tomar decisiones graves, sin prever
de antemano, como el buen jugador de ajedrez, las consecuencias de sus
pasos irreversibles. Así actúa hoy mucha gente, todos los partidarios de “vivir
a tope” el presente, en cuya desgracia a largo plazo ha intervenido ya una
manipulación vigencial y publicitaria.
No es la vida la que da tan malos resultados, es el equivocado modo de
vivirla y de enfocarla. Naturalmente, si se toman decisiones alocadas e impre-
vistas lo más probable es que todo salga mal. Y los massmedia parecen hoy
empeñados en persuadir a los públicos que lo más divertido, sano y liberador
es tomar decisiones alocadas e imprevistas y rechazar y cansarse de lo habi-
tual, lo consistente y lo productivo (hasta no poder sufrirlo ni por un sólo día).
Si la pareja se elige mal y por motivos que nada tienen que ver con el amor,
si no se prepara el sujeto profesionalmente o elige la profesión por casualidad
y por mimetismo, y si sus comportamientos van inspirados por el odio, la
agresividad, la posesividad o el placer a toda costa y siempre, es evidente que
las cosas no pueden resultar bien, pues la vida no es eso.

FRACASOS INEVITABLES Y CONSUSTANCIALES AL EXISTIR

Hay otros tres tipos de “fracasos” que se producen aun cuando se cuide
mucho el modo de proceder, son inevitables en su mayoría y sorprendente-
mente no son perniciosos en sus efectos. Se les llama “fracasos”, pero no hacen
fracasar. Y sobre todo, son inevitables, un ingrediente más del existir huma-
no, y por lo tanto algo “natural” y hasta a veces saludable.
1. Se trata en primer lugar de las inevitables crisis de maduración que
implican siempre alguna sensación de fracaso, de tonificante fracaso. Y como
el mejor aprendizaje para vivir y para actuar es el que procede por ensayo-y-
error, ha de asumirse un inevitable fracaso menor (a veces grande) en todo
proceso de maduración. La no tolerancia al fracaso –que provocaron los utópi-
cos del período que acaba de pasar– es ya un rasgo neurótico, digno de una
terapia (breve o larga).
2. El segundo tipo de fracasos son los que suceden en sólo una línea o área
determinadas. También son absolutamente inevitables, y consecuencia de la

52 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

misma vitalidad emprendedora de un sujeto que, antes de conocer sus capa-


cidades, se compromete en actividades y negocios en los que no puede
menos de fracasar.
Estos “fracasos” son amargos, pero insoslayables y en definitiva útiles: no
son fracasos genuinos (aunque duelan como tales), pues se va conociendo uno
a sí mismo y sobre todo, son indicio de que se vive y se trata de emprender y
de probar las propias fuerzas en varios campos. Por supuesto, nadie debe
quedar de por vida en esta dispersión: una vez conocidos los propios límites,
ha de fijarse una meta prevalente que profesionalmente se persiga, en la que el
agente se sienta “cómodo” dentro de la dureza de su trabajo. La dureza del
trabajo no es incompatible con el bienestar difuso de quien vive lo suyo y desa-
rrolla aquello para lo que es y está dotado.
Aun cuando no se trate de “ensayo-y-error” ni de ir midiendo las pro-
pias capacidades, es inevitable fracasar en alguna línea y área, si se trata de
probar la capacidad de actuación respecto de alguna de ellas, a partir de
la inexperiencia de los comienzos. Todas las grandes personalidades de
la Historia presentan en sus biografías “despistes” iniciales de este tipo.
Los “famosos” no suelen presentarlos, o porque su riesgo ha sido míni-
mo dado lo exiguo de su área, o porque su celebridad es puro montaje
publicitario. Se ven en cambio en la historia grandes científicos “fraca-
sando” en arte, en el deporte o, muy frecuentemente, en el amor; grandes
hombres de acción que fracasaron antes en los estudios teóricos; filósofos
que fracasan en todo, salvo en su poderosa reflexión acerca de las parado-
jas de la vida; grandes poetas y artistas plásticos que fracasaron antes en
el negocio familiar, en el hacerse admirar por mujeres (como Beethoven o
Toulouse-Lautrec), o en el equilibrio mental incluso, como Hölderlin
(¿qué mayor fracaso?), pero era el precio de sus “genialidades” creativas.
O mujeres que, al “fracasar” en alguna actividad profesional impropia,
descubren su capacidad para la maternidad y para el amor5.
5. Habrá quien al leer esto piense que estoy haciendo una apología del machismo. En pri-
mer lugar en lo anteriormente dicho he empleado la palabra “hombre” en sentido genérico de
ánthropos, como se hace en antropología, no en el de género masculino. Pero en segundo lugar
la experiencia social enseña que hay algunas mujeres que se empeñan en realizarse ejerciendo
alguna profesión masculina desabrida por excelencia (guardia, soldado o camionero) y que
para ello han de ahogar su inclinación maternal, que cuando la vuelven a hallar (por algún
“fracaso”) es cuando empiezan a encontrarle otro gusto a la vida y a sí mismas. Esto es obje-
tivo y no se puede falsear. Hay profesiones que aun para el varón son alienantes y que actual-
mente se ha descubierto que son el colmo de la realización para las mujeres. Esto es evidente-
mente una moda sin demasiado fundamento psicológico, salvo el de la identificación con el
símbolo, y un símbolo fálico distorsionado.

MAIOR 53
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Lo peor que puede hacerse para fracasar en breve es ideologizar la profe-


sión: hacer de ésta un símbolo de personalidad fuerte y valiosa (lo mismo
que al que “le hacen” sacerdote para que haya una “persona consagrada” en
la familia... y de paso un hijo reservado edípicamente para la madre, que no
se lo lleve “otra”: el Edipo es tremendamente sinuoso y solapado, sabe
camuflarse con mil caras como Proteo o como Shiva. Al fin triunfa “la otra”
que se lleva al hijo tarde y con daño). Pero algo de esto les sucede a algunas
mujeres (y a no pocos hombres) que no han acabado de asimilar el ideal
feminista y que abrazan profesiones “emblemáticas” y no escuchan su sen-
sibilidad profunda.
3. Finalmente encontramos, y no escasamente, lo más paradójico del fra-
caso: el fracaso como vocación: hay estilos de existir en los que, por muy buena
voluntad que se ponga en ellos, por mucha prudencia que se desarrolle al
actuar, siempre se acaba fracasando. Es un fatum, un destino y sin duda una
providencia que coloca en situaciones de fracaso, como un rosario de dolores,
de humillaciones, de contrasentidos, que parecen seguir un estilo muy deter-
minado y muy planificado por alguna estrategia desconcertante.
Un sujeto puede tener cualidades, puede ser muy capaz, puede haber
acertado con su profesión y sus ocupaciones, puede actuar con reflexión y
con cordura, puede incluso hacerlo bien y aun excelentemente, pero siempre
hay alguna circunstancia que empaña su éxito, le hace quedar mal, o incluso
la reacción que su buen hacer despierta, en los envidiosos, es tal que más le
hubiera valido no destacar en nada. Como dice Sartre del “bastardo”, en
L´idiot de la Famille, perece que todo el mundo le convierte en desaguadero
de sus impulsos más inconfesables, haga lo que haga y sea quien sea. Para él
no hay respeto; y no es que hubiera debido saber hacerse respetar y no lo
hizo, es que, haga lo que haga, concita contra él resentimientos, descalifica-
ciones y agresividades. Y en algunos sujetos esto es un hecho evidente e irre-
mediable.
Hay existencias así, esto es innegable, y estas trayectorias existenciales no
se explican por pura casualidad, pues parecen planificadas para que suceda.
Lo que en otros justificaría con creces su buena suerte, en ellos, eso mismo, se
convierte en piedra de tropiezo. El cristianismo tuvo catalogadas como posi-
tivas tales formas de ir evolucionando la existencia de algunos, ya desde los
primeros siglos; y los místicos las estiman como cargadas de sentido. Y nadie
ha dicho, salvo algún poeta báquico (pues Horacio y Epicuro alaban el bie-
nestar pero no lo sobreestiman ni declaran la desmesura en el tener y el dis-
frutar como el sumo ideal del ser humano, sino todo lo contrario), que gozar
siempre, tener éxitos frecuentes, ser conocido y bien visto por todos, poseer y

54 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

dominar, no sea, en principio, un camino poco claro y hasta arriesgado (agra-


dable desde luego lo es, pero lo agradable no se identifica siempre con lo útil,
productivo y engrandecedor).
No hay más que ver cómo se vuelven quienes por su buena suerte –atri-
buida a propios méritos– llegan a creerse invulnerables, hábiles, certeros,
enérgicos y aun sabios. No creemos que nadie pueda sentar la tesis de que
el narcisismo satisfecho, o la vanidad, la autoseguridad y el tenerse por supe-
rior a los demás (a quienes se desprecia), sea un estado psíquico ideal, o un
camino seguro y deseable de realización de la personalidad total. Sólo los
autócratas antiguos lo pensaban así. Pero aquel otro estilo doloroso y fraca-
sado de existencia parece demasiado carente de sentido para que no lo
tenga. Hasta las mitologías se han hecho eco de este fenómeno: y aparecen
grandes fracasados por determinación de sus respectivos destinos: Herakles
y Quirón, en Mesopotamia Gilgamesh y en Mesoamérica Xipé Tótec y
Quetzalcoatl.
Aun para los no creyentes, ya es un argumento de peso en favor del signi-
ficado que el fracaso pudiera tener en la vida de cualquier sujeto humano, el
hecho de que una multitud de personalidades éticamente cualificadas, no
hayan encontrado en el “fracaso” el más mínimo inconveniente –como factor
de frustración de la personalidad– sino todo lo contrario. Por lo menos es éste
un argumento que tiene que hacer recapacitar a quienes sólo ven el fin de la
existencia, la buena suerte y la realización, en el no fracasar, el ganar siempre
y el disfrutar continuamente de las cosas. No es tan evidente que todo esto
sea lo único bueno, sino que puede haber cosas mejores precisamente en otra
dirección. Por ejemplo el fracaso como proceso de maduración realista (esto
es evidente que llega a ser necesario y puede volverse positivo).
Naturalmente si ello es así ha de admitirse que el hombre es algo más que
un puro organismo senciente y que hay otros valores posibles en la vida, y un
sistema de referentes ulterior, que superan con mucho el mero estar dominan-
do, ganando y disfrutando puramente de las cosas sensibles6, o aprovechándose
de otras personas menos afortunadas.
6. Y si éste fuese el único resultado de la vida habría que reconocer que muy pocos ejem-
plares humanos lo consiguen, que está reservado a minorías, y que cuando lo consiguen tam-
poco se acaban de satisfacer, pues sobreviene la al menos ligera sensación de frustración que
el cumplimiento de todo deseo produce, como antes se ha demostrado. Y si el hombre está
exclusivamente abocado a su organismo y a sus experiencias orgánicas (cutáneas), hay que
reconocer que está bastante deficitariamente dotado para obtener habitualmente estas satis-
facciones, y que carece de toda compensación posible de sus fracasos.

MAIOR 55
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL

El aprendizaje eficaz para liberarse de la sensación de fracaso (pues


más que de hechos se trata de vivencias subjetivas) y hacerse inclu-
so invulnerable a ella, o dejar de ver “fracasos” en la propia realidad
y existencia, o ver algo más que “fracaso” en las complejas experien-
cias de la vida, puede orientarse la reflexión por cuatro vertientes dife-
rentes, dejando aparte las técnicas conductuales, que quedan en la
superficie de las vivencias y en nada trasforman la estructura del
mundo real propio y personal del paciente, o las maníacas fantasías
de la “Autoayuda”.
Cuestiones, como el fracaso, pueden considerarse por el afectado,
lo mismo que por un posible asistente o terapeuta desde: una ver-
tiente o enfoque cognitivo, otro vivencial y en el fondo psicoanalíti-
co, otro estructural y otro finalmente fiducial.
Cualquiera de estos enfoques puede ser eficaz, pero hay unos
modos de reflexión o de terapia más profundos y por lo tanto más
definitivos y eficaces que otros. Y para mayor claridad los describi-
remos como:
– Consideración y rectificación del modo de percibir las realidades
y situaciones (enfoque cognitivo)
– Análisis de los símbolos y afectos asociados que intervienen en el
modo vivenciar los fracasos (enfoque psicoanalítico),
– Enriquecimiento y transformación de la organización de la visión
de la realidad del propio mundo y repartos de valor en él (estructural).
– En el caso de los creyentes, contrastar su oscura vivencia deses-
peranzada con las exigencias y enfoques de la fe (fiducial).
Como comienzo vale la transformación cognitiva de las apreciacio-
nes y motivaciones, mas no basta: hay que elaborar el deseo, la moti-
vación y el modo de vivenciar, además de reestructurar el mundo real
del sujeto (en cuanto a sus categorías y valores). Sólo con este triple
abordaje del problema se obtienen ya resultados sorprendentes.
Cognitivamente, hay que descubrir y hacer patentes las propias
expectativas utópicas (positivas o negativas), los esquemas de autode-
valuación o de dependencia de las presiones ajenas para valorar y valo-
rarse, o la inclinación a actuar de formas inadecuadas a su personalidad
o a sus aspiraciones. Esto puede verlo cualquier persona aun en
asuntos propios, de no estar demasiado obcecada.

56 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

Pero con esto podría no bastar, y es más seguro abordar el modo


de vivenciar lo negativo, de una parte, y ayudarse mayéuticamente7 a
reestructurar más rica y complejamente, con mayores perspectivas y
horizontes más amplios, su mundo: la mayoría de los humanos de a
pie (y no tan de “a pie”) viven recluidos en un mundo angosto y pre-
fabricado a base de muy escasas dimensiones dicotomizadas, que más
coloquialmente podríamos llamar tópicos. Es un factor de primer
orden ampliar ese “mundo” artificial, con amplias perspectivas de
valor y de posibilidades de acción, no dicotomizadas, sino polivalen-
tes y aptas para iluminar diversos supuestos existenciales, sin mie-
dos ni expectativas mágicas.
Logrado esto será ya posible: a. Determinar la meta o metas defini-
tivas, totales y claramente valiosas de la propia existencia; b. Elaborar
positivamente las vivencias que se vayan produciendo, por duras que
sean, no depresiva, ni regresiva o resignadamente.
El verdadero fracaso definitivo y último es “tirar la toalla”, es
decidir no ser capaz ya de luchar ni de superar nada (se trata de los
umbrales del suicidio, o real, o social, que acaba también en poco
tiempo, físicamente, con la vida del que se rinde a sus supuestos
fracasos). Considerar todo concluido y agotado antes de que la
vida se agote, eso es fracasar de veras, pero porque se persiste en
este enfoque subjetivo. El mayor fracaso es aceptarlo como defini-
tivo y último.
Para evitar estas depresiones o la formación de vivencias negado-
ras y autodevaluativas no hay otra solución que recurrir a una explo-
ración dialytica de la vida inconsciente y pulsional (tal vez distorsio-
nada y vuelta contra sí misma por una serie de fantasmas infantiles
y unos modos de vivenciar irracionalmente simbólicos).
Sólo por esquemas cognitivos, obviedades conductuales o subli-
maciones logoterapéuticas a lo Frankl, no será posible muchas veces
desarraigar la fijación derrotista, depresiva y autonegadora de un
sujeto.
De modo breve, pero “profundo” (tiefenpsychologisch) y desmitifi-
cador habrá que explorar las raíces libidinales e inconscientes de la
vivencia (e incluso “voluntad”) de fracaso, si el sujeto ha de quedar
perfectamente asegurado de no reincidir y de poder seguir superan-

7. Es decir, acertando a formularse preguntas que ayuden a descubrir la secreta


respuesta ignorada, pero que efectivamente está a punto de dispararse en la más
profunda intimidad del que pregunta o se siente interpelado.

MAIOR 57
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

do las trabas de la vida en años sucesivos. E instalarse en la actitud


de exigirse a sí mismo más calidad que “éxito”. La calidad está en
nuestra mano y se debe a nuestro trabajo, el éxito no lo está, o incluso
no nos parece tal lo que sí lo es, por estar enganchados en metas ilu-
sorias e irreales.
En definitiva la evitación de los fracasos o la superación de los
mismos cuando se produzcan depende de la calidad de nuestro
modo de vivir y de hacer, no depende de que los demás la reconoz-
can. El reconocimiento de nuestro valor es accesorio, la calidad
intrínseca a nuestro modo de vivir y de actuar es lo sustancial del
existir.
¿Las metas? Hay que descubrirlas desde uno mismo y desde sus
fracasos rectificativos para no dejarse engatusar por apariencias y
opiniones recibidas, casi siempre falsas. Pero entonces tocamos ya la
cuestión de la concepción última del mundo que cada uno tenga.
En Guía de Perdedores (Madrid, Fundación, l992) hemos tratado mono-
gráficamente este tema de la orientación última de quienes no tienen cre-
encias. En La Práctica de la Psicoterapia (1988) y en Labilidad psíquica y
Terapia dinámica (Ediciones Fundación, en preparación), tratamos amplia-
mente de la mayéutica o arte de provocar –sin contaminación de ningún
elemento extraño– propias verdades y convicciones (y la visión intrínse-
ca de fijaciones y conflictos). Aquí hemos determinado los fines del
aprendizaje a no fracasar, pero se puede aprender a no fracasar, sin dog-
matismos ni proyecciones, como suelen hacer demasiados terapeutas. Y
esto es una más prolongada cuestión.
Lo que no podemos pasar por alto, al tratar de esta importante
actitud existencial, es lo que la visión desde la fe hace posible y has-
ta le impone a un creyente: No deja de sorprender que el mensaje
más nuclear y básico de Cristo, según el cual, el llamado a la fe es
fundamentalmente el despreciado y desechado de este mundo, y preci-
samente el triunfo mundano nada ayuda a la fe y a la vida confor-
me a sus exigencias (hasta en Isaías y en una tercera parte de los
Salmos, además de Job y de los threnos de Jeremías, exaltan el dolor
y el fracaso como experiencia existencial). Hay evidentemente que
asumir el fracaso, en cualquiera de sus formas como un estilo exis-
tencial destinado a ciertas personas de existir muy selecto, como
una verdadera “vocación” (hasta Ignacio de Loyola en sus Constitu-
ciones eleva el camino del fracaso de forma crudísima a meta de rea-
lización suma).

58 MAIOR
A p r e n d e r a f r a c a s a r

Evidentemente un creyente no puede dudar un momento de su “suer-


te” por mucho que se vea circunstancialmente acosado de fracasos.
No hay mejor aprendizaje para trasformarlo en algo muy positivo
que no le afecte depresivamente, sino que le devuelva la serenidad y
hasta el bienestar psíquico.
Los no creyentes, o creyentes que no incorporan su fe a su dinámica de
existir, pueden reflexionar acerca del significado que tiene tal exigencia y
tal visión por parte de grandes personalidades éticas; esto debe ya dar que
pensar, pues esas personalidades no hablan desde sus ideas, sino desde su
experiencia más seriamente vivida. Pero, a falta de conocer las conviccio-
nes de cada lector no creyente, baste obtener alguna luz a partir de textos
que cualquiera puede admitir8:
1. Peguy: Hay cosas que no se comprenden hasta que no se está definitiva-
mente derrotado: En efecto, no se adquiere espontáneamente la lucidez defi-
nitiva para juzgar acerca de acontecimientos y valores, sólo se produce
aquélla cuando ha acabado el sujeto de desasirse de intereses parciales y
de ilusiones narcisistas.
2 Yves Congar: Parece que la vida se percibe a veces como una ofensa a la ver-
dad: La vida auténticamente vivida contradice a la vida aparente que se
pretende hacer valer; mas esa vida auténtica conlleva fracasos y dolores y
esto ofende a los instalados en su “verdad” hecha de apariencias. Por eso
aborrecen a quienes desmienten su “verdad”.
3. Sócrates: No des nunca por perdido nada: Dar por perdido algo es
“arrojar la toalla” y renunciar a lo que se pretende y éste es el peor fraca-
so, el fracaso interior de la intención.
4. Freud: El espectador del drama es un individuo sediento de experiencias
[...] anhela sentir, actuar, modelar el mundo a la luz de sus deseos; y he aquí que
el autor y los actores del drama le posibilitan todo esto [...] pero le evitan también
cierta experiencia, pues el espectador bien sabe que si asumiera en su propia per-
sona el papel de protagonista debería incurrir en tales pesares, sufrimientos y
terrores que le malograrían por completo el placer implícito en ello (Freud,
Personajes psicopáticos en el Teatro, 1904).

8. Podríamos haber citado numerosos textos clásicos castellanos, pero todos


suelen tener un tono estoico y fatalista que que no ayudaría mucho a asumir el fra-
caso activamente; otros en cambio, y son los más, son profundamente cristianos,
crudos, acerados y por ello muy eficaces, pero entonces no servirían a los no cre-
yentes. A los creyentes les basta con creer para con un pequeño esfuerzo resolver su
problema de fracaso. De hecho el fracaso es una irrealidad, un fata morgana que se
debe al vaho de las pretensiones excesivas y sesgadas del individuo. Tanto esperas
–y esperas sin proporción– tanto puedes fracasar.

MAIOR 59
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

En este largo texto Freud sienta dos tesis importantes y ciertas; una que
todo sujeto necesita realizar una catarsis, que suele ser siempre dolorosa
cuando es verdadera y honda; otra, que en el espectáculo teatral es posi-
ble por identificación proyectiva vivir esa catarsis sin sufrimiento real, y así
se puede vivenciar el fracaso, la rectificación de un pasado equivocado y
doloroso –cosa absolutamente necesaria para poder experimentar alguna
felicidad o la propia realización– soslayando el dolor real que siempre se
genera cuando falta la estética de lo identificativamente contemplado.

En definitiva, del problema planteado puede decirse lo siguiente: el hecho


de “fracasar” es siempre relativo y más un sentimiento, sensación o vivencia
que una realidad consistente de tres dimensiones.
En primer lugar depende de la meta propuesta y del modo como se halla
planteado o imaginado su realización.
Tal meta depende de la orientación.
La orientación depende de una “filosofía de la vida”, a no ser que no se
tenga ninguna (cosa difícil) y todo se improvise sobre la marcha, con lo cual
no es que se fracase, es que se vive en un caos de deseos y sensaciones incone-
xas.
Y esta “filosofía” depende de la concepción del mundo y de las creencias, por
vagas que sean que se profesen.
Y desde luego si esta filosofía de la vida es cristiana, hay que contar, no ya
con el “fracaso”, sino con una depuración a fondo y radical de las tendencias y
deseos desorientados.
Por lo tanto, dado que una concepción tan sería como la cristiana (y algu-
nas otras más) cuentan con lo que el hombre de la calle, mal orientado por los
tópicos irresponsable –o interesados– de la publicidad, llama “fracaso”, ha de
desmitificarse el fracaso y contar con él alguna vez en la vida, pues puede no
ser tal fracaso sino una reorientación eficaz y salvadora de los deseos equivo-
cados e intemperantes que se han dejado incrementar en edades de menor
madurez.
He aquí nuestra “filosofía” del fracaso.
A lo que nadie puede entregarse es a una noción de “fracaso prefabricada”
por otros…

60 MAIOR
Aprender a escuchar bien
Carlos Alemany

4
“Nos han sido dadas dos orejas,
pero en cambio sólo una boca,
para que podamos oír más
y hablar menos”

Zenón de Elea

INTRODUCCIÓN

Zenón de Elea era un buen observador fenomenológico de lo que ocurría en


la vida cotidiana de entonces: ya aquella gente parece que no paraba de hablar,
en cambio oía/escuchaba muy poco. Curiosamente su aforismo de entonces,
hoy, 25 siglos después, sigue teniendo plena actualidad. Porque además la era
de la comunicación nos ha potenciado una increíble mejora en la transmisión y
almacenamiento de la información: el mundo de la informática, los walkman,
el teléfono inalámbrico, la antena parabólica... y ahora ya la vía digital, para
someternos a la tensión de escoger entre l25 películas distintas e interesantes...
¿Nos ha potenciado todo esto la mejora de las relaciones interpersonales,
medidas por nuestra capacidad de estar presentes unos a otros, de escuchar-
nos, de ayudarnos a autoexplorar mejor o de facilitarnos la palabras que indi-
ca un significado más preciso?
Nos tememos que no, sino todo lo contrario: cada vez encontramos más
personas solas en medio del alboroto, de los ruidos y de esta tecnología
punta. Cada vez encontramos más personas que no saben a quién expresar
sus sentimientos: los del día a día y aquellos otros más importantes de los
momentos cruciales.

MAIOR 63
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

DOS FALSOS MITOS SOBRE EL ESCUCHAR

A pesar de su importancia, la mayoría de la gente tiene ideas no siempre


exactas sobre lo que comporta escuchar a otros. Veamos un par de esos “fal-
sos mitos”:
a) Escuchar y oír son la misma cosa: Cuando hablamos de “oír”, estamos
subrayando el proceso fisiológico que tiene lugar cuando las ondas recibidas
causan una serie de vibraciones que son transmitidas al cerebro. El escuchar,
en cambio, tiene lugar cuando el cerebro reconstruye estos impulsos electro-
magnéticos y forman una representación del sonido original a la que se le
asigna un determinado significado. En ese sentido, el “oír” no puede ser para-
do porque el sentido del oído recoge las ondas del sonido y las transmiten al
cerebro las quieras o no las quieras.
El escuchar, en cambio, no es algo tan automático y tenemos la experien-
cia de que muchas veces oímos pero no escuchamos. A veces incluso delibe-
radamente no queremos escuchar, por diversas razones: porque el tema es
aburrido, porque no nos dice nada, porque el sonido es irritante, etc. Otras
veces dejamos de escuchar cuando nos damos cuenta de que “eso ya lo he
oído antes”, con lo que cerramos las puertas a una nueva información o sim-
plemente a una nueva forma de presentar la información. La gente que con-
funde el oír con el escuchar, a menudo piensan que realmente están escu-
chando a otros cuando, de hecho, están simplemente oyendo sonidos. La ver-
dadera escucha es un proceso activo que envuelve aspectos más complejos
que el acto pasivo de oír, aunque sin el umbral mínimo de audición sería
imposible la escucha.
Este acto fisiológico de la audición tiene lugar cuando se producen ondas
de una frecuencia de entre 125 y 8.000 ciclos por segundo y de una fuerza de
entre 55 y 85 decibelios. Entonces es cuando el sentido del oído puede cap-
tarlas y reaccionar. La audición está también afectada por lo que se ha llama-
do “fatiga auditiva”, que puede ser una pérdida temporal de la audición cau-
sada por una continua exposición al mismo tono o intensidad. Por ejemplo, la
gente que permanece largo rato en una discoteca puede experimentar esta
fatiga auditiva y si la exposición es más permanente, la pérdida puede resul-
tar igualmente permanente (Adler, Rosenfield, Interplay, 1980, pág. 195).
Después que los sonidos se han convertido en impulsos electroquímicos y
transmitidos al cerebro, una decisión –a menudo inconsciente– es hecha res-
pecto a prestar atención al oído o no. Siendo verdad que el proceso de escu-
char empieza primero como fisiológico, enseguida se convierte en proceso
psicológico. En efecto, las necesidades, deseos, motivaciones, percepciones y

64 MAIOR
A p r e n d e r a e s c u c h a r b i e n

experiencias pasadas de los individuos son los que determinarán la primacía


de la atención y señalarán cuáles, de todos los estímulos recibidos, focalizan
más la atención y en ese sentido son éstos los escuchados.
Finalmente, otros aspectos que tienen que ver con el proceso que va del oír
al escuchar son: el elemento de la comprensión y el de la evocación o recuer-
do. Barker dice que el componente de la comprensión de los sonidos recibi-
dos está compuesto de muchos elementos: de una estructura gramatical que
descifre el mensaje (descodificar); del conocimiento que tenemos sobre la
fuente del mensaje (si la persona es merecedora de confianza, si es percibida
como enemiga, etc.); del contexto social, que nos indica qué tipos de presu-
puestos culturales hacen interpretar los mensajes de una determinada mane-
ra (seria, humorística, histérica, etc.).
Y, finalmente, la habilidad para evocar o recordar información también es
entendida como una función de los diversos factores: el número de veces que
la información ha sido oída o repetida; la cantidad de información almacena-
da en el cerebro, etc.
b) El escuchar es un proceso natural: Muchos creen que el escuchar es
como respirar, que se hace naturalmente sin que nadie te tenga que enseñar:
una actividad natural que la gente la hace normalmente bien. Pero, paradóji-
camente, nos encontramos con muchos que saben respirar, pero que de hecho
nunca han aprendido a respirar bien: los actuales cursillos de relajación, yoga,
concentración, etc. dedican una buena parte del tiempo a enseñar a respirar
bien. Lo mismo creemos que pasa con el escuchar donde son pocos los que
han aprendido a escuchar bien.
Curiosamente, en los estudios primarios en la escuela, el aprendizaje se
centrará sobre los contenidos básicos, que empezará por poder ser capaz de
leer y escribir. Más adelante, en algunos pocos colegios, también se les ense-
ñará a poder hablar en público (declamación, tonos vocales), hacer represen-
taciones teatrales, etc. Pero no hay la menor consciencia de que haya que per-
der ni un sólo minuto en enseñar, ni a niños ni a adolescentes, –y por supues-
to menos a adultos– a saber escuchar bien. Algo ciertamente curioso cuando
resulta que el 60% de nuestra actividad comunicativa la empleamos en ser
receptores, en escuchar. No hay conciencia social de que las personas no sola-
mente pueden, sino que deben ser entrenadas en esta destreza. Y de que cada
uno tiene que explorar cuáles son aquellos condicionamientos que le impiden
ser un buen escucha (falta de atención, de motivación, de concentración, exce-
siva ansiedad, etc.)
La clave, pues, de una buena comunicación están en convertir eso que
parece un proceso normal “todos respiramos y todos tenemos oídos para escu-

MAIOR 65
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

char” en un presupuesto que se debe verificar en la práctica diaria y que se


debe mejorar en un entrenamiento donde los malos hábitos pueden ser
corregidos.

TRES PSICÓLOGOS QUE POTENCIARON LA DIMENSIÓN TERAPÉUTICA


DEL ESCUCHAR:

Queremos destacar a tres autores que han contribuido de una manera


especial en darle la importancia al escuchar como dimensión terapéutica.
Ellos mismos han sido modelo de ello e integraban en sus cursos de forma-
ción las motivaciones y estrategias necesarias para formar buenos terapeutas
en el difícil arte de la escucha eficaz.

– Carl Rogers:
Este año celebramos el décimo aniversario de su muerte, ocurrida en
Febrero de 1987. Él supo comunicar como nadie la importancia de la escucha
empática como preparación para la respuesta empática. Y al formar también
en las actitudes básicas, especialmente en la acogida incondicional y en la
calidez, preparaba al consejero u orientador para eliminar los prejuicios habi-
tuales y para evitar la interrupción o el dar consejo.
De los muchos textos que tiene en sus libros, el que más me gusta es el de
su testimonio personal. Era 1977 y Carl Rogers había sido invitado a pronun-
ciar una conferencia en el Instituto Tecnológico de Monterrey. Todo el ciclo,
sobre el tema de la comunicación, era de corte académico y en él figuraban
ilustres conferenciantes. Carl Rogers eligió otro enfoque: el de las vivencias
personales que había tenido a lo largo de su vida sobre ese tema y lo mucho
que le había ayudado tanto el saber escuchar como el sentirse escuchado y
que en definitiva todo lo que había aprendido en su vida no había sido de los
libros, sino del difícil arte de escuchar:

“El primer sentimiento simple que quiero compartir con vosotros es lo que
disfruto cuando realmente puedo escuchar a alguien. Escuchar a alguien me
pone en contacto con él, enriquece mi vida. A través de la escucha he aprendi-
do todo lo que sé sobre los individuos, la personalidad y las relaciones inter-
personales...
Esa experiencia la recuerdo desde mis primeros años en la escuela secunda-
ria. Un alumno formulaba una pregunta y el profesor daba una magnífica res-

66 MAIOR
A p r e n d e r a e s c u c h a r b i e n

puesta a otra pregunta completamente diferente. Siempre me invadía una sen-


sación de dolor y angustia: “Usted no le ha oído” era la reacción que me pro-
ducía. Sentía una especie de desesperación infantil ante la falta de comunica-
ción que era –y sigue siendo– tan común.
La segunda cosa que he aprendido, y que me gustaría compartir con uste-
des, es que me gusta ser escuchado. Innumerables veces en mi vida me he
encontrado dando vueltas a una misma cosa o invadido por sentimientos de
inutilidad o de desprecio. Creo que he sido más afortunado que muchos al
encontrar –en esos momentos– a individuos que han sido capaces de escuchar
mis sentimientos más profundamente de cómo los he conocido yo, escuchándo-
me sin juzgarme ni evaluarme...”.

Carl Rogers El camino del ser, Kairós, Barcelona, 1987, págs. 17-19

– Eugene Gendlin:
Trabajó l2 años con Rogers en Chicago y en Wisconsin. De él aprendió tam-
bién la importancia de la escucha empática y la incorporó inmediatamente a
su modelo de Psicoterapia Experiencial, donde Focusing era la herramienta
terapéutica con la que guiaba a sus clientes a estar en contacto con sus pro-
pias sensaciones, sentimientos y significados.
a) El escuchar absoluto: El capítulo 11 de su libro de Focusing (1993) lo titu-
la “El manual de la técnica del escuchar” y Gendlin empieza señalando la
importancia que tiene el Escuchar absoluto. Lo señala de forma tan sencilla
como impactante:

“Si reservas un periodo de tiempo cuando solamente escuchas e indicas sólo


si sigues o no, descubrirás un hecho sorprendente: Las personas pueden decir-
te mucho más y también hallar más dentro de sí mismas, de lo que jamás suele
suceder en intercambios ordinarios.
Si sólo usas expresiones como “sí”, o “ya veo” o “Oh si, ciertamente puedo
ver cómo te sientes” o “Me he perdido ¿puedes decir eso otra vez por favor?”
verás iniciarse un profundo proceso. En intercambios sociales ordinarios casi
siempre nos abstenemos de adentrarnos muy adentro. Nuestro consejo, reaccio-
nes, estímulos, repetidas afirmaciones y bien intencionados comentarios en rea-
lidad impiden que las personas se sientan comprendidas. Prueba el seguir cui-
dadosamente a alguien sin poner en ello nada tuyo propio. Quedarás pasmado”.

Proporciona a tu interlocutor –sugiere Gendlin– una pista verdadera de


cuándo le sigues y cuándo no. Serás inmediatamente un buen escuchador.

MAIOR 67
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Pero tienes que ser sincero e indicar cuándo dejas de seguir (“¿Puedes decir
esto de otra forma? No lo entendí...”). Con todo ayuda más si tú, el que escu-
cha, repites los puntos de la otra persona, paso a paso, según los entiendes.
A esto yo le llamo el escuchar absoluto” (pp. 143-144).
Gendlin habla también del “escuchar amigable” y se refiere al que debemos
tener con nosotros mismos, internamente, parando todo tipo de voces críti-
cas etc.
b) La didáctica de la escucha: Gendlin, como resume muy bien
Marroquín (1984), propone a sus formandos el establecimiento de una serie
de estrategias o pautas conductuales para ser cada vez más eficaces. Se
podrían resumir en estos 4 aspectos, que son realmente prácticos:
I) Para demostrar que has escuchado y comprendes con exactitud,
forma una o dos oraciones gramaticales que lleguen al significado que
la persona quería transmitir.
II) Utiliza tus propias palabras, pero usa las palabras propias de la
persona para aquellos asuntos de contenido más delicado o difícil.
III) Cuando lo que la gente dice es demasiado complicado y no pue-
das entender lo que dicen o lo que significa para ellos lo expresado,
trata de formar una o dos expresiones gramaticales sobre el núcleo de
la comunicación, cotéjalo con la persona y deja que ella añada o corri-
ja tu formulación. Recibe y repite lo que han cambiado o añadido hasta
que vean que lo entiendes justo como ellos lo entienden. Entonces, y
sólo entonces, forma otra oración para indicar lo que significa realmen-
te para ellos lo expresado.
IV) Cuando necesites pedir alguna aclaración, no lo hagas de mane-
ra absoluta diciendo por ejemplo “no he entendido nada”, sino toman-
do pie y empleando aquellos aspectos que en alguna manera te hubie-
ran quedado más claros con anterioridad.
Hasta aquí las recomendaciones de Gendlin, quien tiene mucho interés en
sugerir estrategias concretas para que ese escuchar sea la base de la com-
prensión empática.
Gendlin en otro momento resume toda esta didáctica en 2 puntos que son
los únicos que justifican la ruptura del silencio por parte del que escucha con
intención de auténtica comprensión terapéutica:

“Solamente existen 2 razones para hablar mientras se escucha: a)para mos-


trar que atiendes perfectamente, al repetir lo que la otra persona ha dicho o sig-
nificado; o b) para pedir repetición o clarificación”.
(Focusing, pág. 144)

68 MAIOR
A p r e n d e r a e s c u c h a r b i e n

– Robert Carkhuff:
Discípulo también de Carl Rogers, creó a partir de la base rogeriana un
interesante modelo ecléctico de relación de ayuda. La relación del terapeuta
con el cliente, en su modelo actual de los años 80, la establece en la formación
en dos grandes dimensiones: la de Responder al marco de referencia del
cliente y la de Iniciar al cliente a la acción, desde la experiencia y el marco de
referencia del terapeuta (B. Giordani, 1997).
En la dimensión de Responder, operativiza muy bien las destrezas previas:
Atender, Observar y Escuchar
a) La destreza de Escuchar: Carkhuff dice que así como hay que aprender
el atender físico y postural, como el comienzo de la implicación que se da en
la relación de ayuda, el escuchar sería el atender psicológico, el atender inte-
rior. Es claro que para él es una destreza que debe ser aprendida, ejercitada y eva-
luada y para la cual crea una escala de 5 niveles que ha sido utilizada con éxito
tanto en la investigación como en la formación de terapeutas (Alemany, 1984;
Fuster, 1988).
El epíteto que más usa es el del escuchar activo indicando que no tiene
nada de pasivo, aunque haya que empezar por algo tan sencillo como dejar
de hablar. Y que escuchar bien y atentamente consume una gran cantidad de
energía.
Define la escucha como la habilidad para recordar y retener los contenidos
verbales presentados por nuestro interlocutor, así como el tono emocional en
el que son dichos.
Esa atención interna proporciona abundante información sobre el tema o
problema, la situación personal del otro e incluso su nivel de energía. Una
escucha más atenta de estas pistas verbales ayudará a obtener una mejor com-
prensión de las formas específicas en las que el interlocutor experimenta su
mundo (ese será su marco de referencia).
b) Didáctica del escuchar: Carkhuff establece en cada una de estas destre-
zas una serie de pasos conductuales que ayudarán a su adquisición y mejora.
En esta destreza del escuchar destacará, entre otros, los siguientes pasos:

I) Actualizar la motivación por la que uno escucha. Creemos, y la


experiencia nos lo ha demostrado, que este paso es crucial. No es lo
mismo “saber que es importante escuchar” que decirte inmediatamen-
te antes de escuchar a uno “¿por qué es importante que le escuche? ¿qué
beneficios sacará él? ¿cómo le podrá ayudar esto a una mejor autoex-
ploración?”. Es hacer presente en el aquí y ahora de cada momento algo
específico que refuerza nuestra motivación para hacerlo.

MAIOR 69
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

II) Captar el contenido específico del mensaje verbal: lo importan-


te es quedarnos con los datos esenciales del mensajes. Preguntas tales
como quién; qué; dónde; cuándo; cómo; por qué, etc. nos pueden ayu-
dar a recuperar la pieza que nos falta en todo este asunto. Expuestas con
concisión y sentido de la oportunidad a nuestro interlocutor, también a
él pueden ayudarle a una mayor claridad en su exposición.
III) Suspender el juicio personal. Sabemos que de hecho es muy difí-
cil, pero sería una operativización de la acogida incondicional que pos-
tulaba Rogers. En principio todo es aceptable y uno está abierto a todo,
parando los prejuicios, las consecuencias de las primeras impresiones,
etc. Así no nos quedaremos encerrados en nuestros propios ruidos,
como bien decía Krishnamurti, sino abiertos a los estímulos que nos
vienen de fuera.
IV) Resistir las distracciones: las externas y las internas. Tal vez las
más difíciles son estas últimas, de las que enseguida diremos una palabra.
V) Escuchar el tono emocional: el contenido verbal nos es transmiti-
do en un paralenguaje: tono de voz, pronunciación, ritmo, etc. y nuestro
escuchar atento nos puede dar aquí las primeras pistas para empezar a
captar el mundo emocional que se esconde tras el contenido expresado.
VI) Retener internamente los puntos claves del contenido verbal:
Carkhuff insiste que a mayor motivación y atención, mayor retención
del núcleo de la información y menor distorsión de la misma. Esos pun-
tos claves del contenido, tanto por su significado como por la carga
emocional que conlleva, le serán muy útil al terapeuta para poder res-
ponder con precisión al otro (por medio de respuesta-reflejo, con res-
puestas al contenido y al sentimiento, etc.).

En resumen, para Carkhuff la escucha activa es una destreza muy impor-


tante a aprender y a dominar porque sin ella no podemos pasar a la respuesta
eficaz. La forma que tenemos de comprobar si nuestra escucha ha sido correc-
ta se mostrará por parte del terapeuta en que sus respuestas recogen bien y
básicamente lo dicho por el interlocutor. Y por parte del cliente, que éste pro-
fundizará en su nivel de autoexploración. La abundante investigación y
docencia que Carkhuff y su equipo hicieron usando estas escalas (también la
de autoexploración del cliente) han confirmado lo ajustado de esta su didácti-
ca del escuchar y la importancia terapéutica de su uso a lo largo de todo el pro-
ceso de la relación de ayuda. Y conste que para Carkhuff este concepto de rela-
ción de ayuda es más amplio y abarcador que cualquier otro modelo (relación
ayudante/ayudado; padres/hijos; educador/educando; etc.).

70 MAIOR
A p r e n d e r a e s c u c h a r b i e n

En definitiva vemos que las aportaciones de Rogers, Gendlin y Carkhuff


tienen en común el enseñar a sus formandos a entrar poco a poco en el
mundo referencial del que escucha, sin invadirlo, casi sin distorsionarlo y
menos ahogándolo con nuestros consejos, que suele ser lo primero que nos
sale. Se aprende a escuchar paso a paso, repitiendo las estrategias conductua-
les hasta que van quedando perfectamente dominadas. Así nunca nos encon-
traremos con la recriminante petición de esta persona, que la escogemos por-
que pone palabras y voz a lo que muchos experimentan cuando lo único que
desean es ser escuchados:

“¡Escucha!
Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme, no estás
haciendo lo que te he pedido.
Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué yo no debe-
ría sentirme así, no estás respetando mis sentimientos.
Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para
resolver mi problema, estás decepcionando mis esperanzas.
¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no quiero que me hables
ni que te tomes molestias por mí. Escúchame, sólo eso.
Es fácil aconsejar. Pero yo no soy un incapaz. Tal vez me encuentre desani-
mado y con problemas, pero no soy un incapaz.
Cuando tú haces por mi lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer,
no estás haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad.
Pero cuando me aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece a mí,
por muy irracional que sea, entonces no tengo por qué tratar de hacerte com-
prender más y tengo que empezar a descubrir lo que hay dentro de mí”.

R. O'Donnell, El mosaico de la misericordia

BLOQUEOS INTRAPERSONALES EN EL ESCUCHAR

Todos estos relevantes psicólogos que acabamos de exponer, así como


otros expertos del tema (Long, L.; Rowan, J.), insisten en que la dimensión
terapéutica del escuchar crece en la medida que disminuyen los ruidos inter-
nos. Efectivamente, sea que le llamemos “escuchar empático” (C. Rogers),
“escuchar activo” (R. Carkhuff), “escuchar absoluto” (E. Gendlin) o “escuchar
holístico” (J. Rowan), todos categorizarán el escuchar como el proceso de la
atención psicológica interna.

MAIOR 71
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

En una sociedad donde predomina la hiperestimulación, los ruidos y la


dificultad de hacer silencio, tendremos que tener muy en cuenta qué obstácu-
los intrapersonales nos dificultan todavía más el aprender y mejorar nuestra
escucha interpersonal. Lo afirmaba muy bonitamente Antonio Gala en un
artículo sobre la comunicación:

“Lo que tenéis que hacer para alcanzar la plenitud es escuchar vuestra voz
interior. Ésta es mi voz: dentro del corazón del hombre habita la verdad. Si
nosotros no sólo la oímos, sino que la vivimos, será fácil que nos comunique-
mos los unos con los otros. Y sin intermediarios, y sin palabras casi”.
(A. Gala, julio 1993).

Escuchar la voz interior significa traspasar las barreras y obstáculos que


nos impiden habitualmente llegar hasta ella. En ese sentido, el “conócete a ti
mismo” se traduciría aquí en conocer exactamente los malos hábitos de escu-
cha, las distracciones habituales tanto internas como externas, los contagios
emocionales, etc.
De una manera resumida sugeriremos tres áreas de observación y de tra-
bajo personal para darnos cuenta dónde estamos, dónde podemos estar, qué
necesitamos para movernos en esa dirección y cómo mejorar la calidad de
nuestra escucha, limpiando lo más posible nuestros ruidos interiores, para
poder alcanzar esa voz interior desde la que nos sentiremos plenamente
conectados al otro.
Seguro que, tanto en el área física como en la emocional y cognitiva, encon-
tramos pistas para nuestros bloqueos y dificultades.

a) Area física:
La fisiología del cuerpo es muy sabia. Un cuerpo cansado, sediento o som-
noliento va a tener serias dificultades para poder escuchar. Cada cual conoce
sus propios biorritmos corporales, la alternancia cansancio/descanso y su
incidencia a la hora de entorpecer la atención corporal necesaria.
Aquí tendríamos que meter también las distracciones físicas externas: inte-
rrupciones constantes de otras personas, llamadas telefónicas, ruidos etc. que
impiden tener la necesaria concentración y atención.

b) Area emocional:
Escuchar con toda la persona supone que escuchamos también con nues-
tros sentimientos, pero hay que saber poner los sentimientos aparte en un

72 MAIOR
A p r e n d e r a e s c u c h a r b i e n

momento dado para poder escuchar al otro. Eso no lo podremos hacer si no


somos conscientes de cuál es la emoción o el sentimiento que nos invade.
Entonces la autoconsciencia personal dirá si somos ansiosos, agresivos, si
estamos heridos por algo, temerosos, etc. Y seguramente que todo eso esta-
rá sucediendo con independencia de la interacción con esa persona. Es
tomar consciencia de la forma de llegar, reconocerlo para poder ponerlo a
un lado.
Indudablemente que en la interacción con nuestro interlocutor seguro que
también surgirán una serie de sentimientos o emociones respecto a él o a los
temas que toca. De nuevo, ahí necesitaremos una autoconsciencia de nuestras
emociones para que no se nos conviertan en bloqueos. De no hacerlo así es
muy fácil que se de algún tipo de contagio emocional o bloqueos en nuestros
propios sentimientos que han sido estimulados a lo largo de la interacción.
Con frecuencia se da el caso de que la comunicación del otro, o por el con-
tenido o por las emociones desfavorables o favorables que desencadenan en
nosotros, nos afecte bastante, impidiéndonos de hecho mantener la distancia
empática facilitadora. A lo mejor su miedo toca mi miedo encubierto. Tal vez
él o ella –sin saber muy bien por qué– logra disparar mi agresividad y mi vul-
nerabilidad. Facilitar un espacio de consciencia a este posible contagio emo-
cional es condición sine qua non para salir de uno mismo y poder acoger de
forma más objetiva los sentimientos del otro.
El humilde aprendizaje nos llevará a no asustarnos de lo que nos ocurra
sino a saber trabajarlos, pararlos, tal vez analizarlos más adelante, para poder
estar completamente presente al otro.

c) Area cognitiva:
Creo que es la que más dificulta y bloquea todo el proceso de la escucha acti-
va y funcional. Empezando por las distracciones, pero añadiendo además todo
lo que bulle en nuestro cerebro mientras que el otro está tratando de expresar-
se: ideas irracionales, otros pensamientos, prejuicios habituales tanto conscien-
tes como inconscientes, “rollos mentales”, preparación de soluciones, etc.
De todas estas, creo que las principales dificultades se pueden resumir en
estas dos:
– Los prejuicios: ya sean políticos, morales, culturales, etc. Todos los tene-
mos y así funcionamos. Pero aunque no es posible evitarlos del todo, sí
podemos en cambio reducir su efecto para que interfieran con el menor ruido
posible con la comunicación
– Las ocupaciones de la mente: La sabiduría holística actual nos aconseja
“Pon la mente ahí donde está tu cuerpo”. Sin embargo sabemos lo difícil

MAIOR 73
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

que nos resulta hacerlo habitualmente. Por eso nuestra mente –mientras el
otro habla– vaga en planes, recuerdos o incluso preparación de posibles
oportunas respuestas. Sin embargo un dato real nos podrá ayudar a refor-
mular el empleo de este “tiempo libre”. Está comprobado que una persona
es capaz de comprender los mensajes verbales de otra a una media de 600
palabras por minuto. Sin embargo la media de una conversación es de 100
a 140 palabras por minuto. La pregunta, por tanto es: mientras el otro habla
¿en qué empleamos todo este tiempo libre? Saber invertir este tiempo libre
en hacerse preguntas sobre lo que el otro nos dice, o en poder captar el tono
emocional que lo acompaña etc. será una de las claves de nuestra atenta
concentración psicológica en lugar de sentirnos distraídos y desparrama-
dos, que en definitiva, como muy bien afirma Krishnamurti, nos convierte
en seres atrapados en nuestras propias pantallas mentales y por tanto cerra-
dos al otro.

“La mayoría de nosotros escuchamos a través de una pantalla de resisten-


cia. De una auténtica escucha nos separan nuestros prejuicios, sean religiosos
o espirituales, psicológicos o científicos; nos separan nuestras preocupaciones
diarias, nuestros deseos o expectativas, nuestros miedos, etc. Y con esto como
pantalla... ¡escuchamos! Por lo cual, lo que realmente escuchamos es... nuestro
ruido, nuestro sonido, no lo que realmente está siendo dicho...”.

Krishnamurti, The first and the last Freedom

En resumen pretendíamos en nuestro trabajo analizar algunos de los


componentes que nos ayudasen no solo a escuchar, sino a escuchar bien, a
lograr una escucha de calidad. La tarea aparece como necesaria, bonita, apa-
sionante, pero trabajosa. No nos engañemos. Se necesitan padres que sepan
escuchar bien a sus hijos, educadores que hagan lo mismo con sus educan-
dos, orientadores con sus orientandos, amigos entre sí etc. El saber que
podemos aprenderlo y que hay pistas como las sugeridas aquí, que han sido
probadas con éxito en la formación de escuchas de calidad, nos debe animar
a intentarlo, si es que entra en el horizonte de nuestros intereses. Pero para
ello tenemos que trabajar también los ruidos e interferencias externas, en
una sociedad tan invasora como la nuestra; nuestros propios ruidos menta-
les o nuestros contagios emocionales... El poeta lo supo expresar muy bien
cuando detectaba lo que impedía la mutua complicidad y los muchos rui-
dos de locura y de muerte que la amenazaban. ¡Qué no diría hoy, 70 años
después!

74 MAIOR
A p r e n d e r a e s c u c h a r b i e n

“... No nos dejan hablar a solas, dentro


de nuestra complicidad tierna;
hay mucho ruido de locura y muerte,
el viento invade la voz nuestra...”1

José Mª Valverde, (1926)

En la medida en que seamos conscientes de nuestro yo interior estaremos


abiertos –plenamente– al encuentro con el otro de forma que éste nos resulte
tuificante. Lo cual, además de ser una gran ayuda para el otro, nos resulta en
extremo nutricio para nosotros mismos, dándonos un nuevo y actualizado
sentido vital.

SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL

1. En los 2 últimos meses, repasa tus experiencias y sé muy con-


creto para responder a estas preguntas:
– ¿a cuántas personas tengo conciencia de que las he escuchado?
¿durante cuánto tiempo? Cómo lo has captado: ¿te lo han dicho?
¿han autoexplorado mejor en tu compañía?; con tu ayuda ¿han pues-
to palabras a sentimientos confusos, no claros o amenazantes?
– y viceversa, en este tiempo ¿por quiénes te has sentido real-
mente escuchado en estos últimos días? ¿cómo lo has notado?
¿dónde en tu cuerpo has experimentado una señal, un alivio, etc.? ¿y
por quiénes te has sentido realmente no-escuchado?

2. Fíjate en los bloqueos intrapersonales emocionales o afectivos:


trata de señalar qué emoción te bloquea la escucha antes y durante
la conversación con el otro. ¿cuáles son tus sentimientos/emociones
más vulnerables: inseguridad, rabia, tristeza etc. que fácilmente te
hacen perder el contacto con el otro, para replegarte sobre tus pro-
pias heridas?

1. José María Valverde, Air Mail, 1926, en Francisco Rico, Poesía de España, Círculo de Lectores,
Madrid 1997, pág. 560.

MAIOR 75
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

3. En los bloqueos intrapersonales cognitivos: ¿cuáles son tus filtros


mentales? ¿qué prejuicios... distracciones... tales como vagar la mente
o tal vez una búsqueda rápida de soluciones suelen ser más lo mío?

4. Para Carkhuff es muy importante actualizar la motivación cada


vez que queremos escuchar eficazmente. Prueba a hacerlo varias
veces, antes de recibir a personas distintas y pregúntate ¿por qué es
bueno, útil, importante escuchar a esta persona aquí y ahora?

5. Haz una lista de 10 personas a las que habitualmente no escu-


chas, no prestas atención y desconectas enseguida de ellas. Junto al
nombre de la persona pon un epíteto que te aclare ese bloqueo: “abu-
rrida”, “repetitiva”, “le tengo manía”, “no me interesa”, etc. Ahora,
durante dos semanas, trata de seleccionar una de estas personas y
pon en práctica lo que aquí se te ha sugerido: actualizar la motiva-
ción, limpiar el bloqueo cognitivo, cambiar la tonalidad emocional
etc. Tómatelo como un desafío: “¡Quiero escuchar a personas de las
que instintivamente desconecto!”. Al principio te saldrá artificial y
forzado pero luego verás cómo puedes ir ampliando ese escuchar
bien a personas y temas distintos de los habituales tuyos y notarás la
satisfacción de poder entrar en campos experienciales nuevos, dis-
tintos y sorpresivos.

6. Haz el siguiente cuestionario de Evaluación de la Conducta de


Escuchar. Sé preciso en la corrección del test, tal como ahí se indica.
Posteriormente puedes tomar los ítems como puntos de análisis de
las distintas conductas de escuchar.

CUESTIONARIO DE EVALUACIÓN DE LA CONDUCTA DE


ESCUCHAR

El propósito de este cuestionario es evaluar tu nivel de escucha.


Responde a cada afirmación poniendo un número del 1 al 5 en la
casilla de la izquierda: 1 siempre falso, 2 normalmente falso, 3 a
veces falso, 4 normalmente cierto y 5 siempre cierto.

76 MAIOR
A p r e n d e r a e s c u c h a r b i e n

____ 1. Me cuesta diferenciar las ideas importantes de las


que no lo son cuando escucho a los demás.
____ 2. Cuando escucho a los demás compruebo la infor-
mación con lo que yo ya sé.
____ 3. Suelo tener cierta idea sobre lo que me van a decir
cuando escucho a los demás.
____ 4. Presto atención a los sentimientos de los demás
cuando les escucho.
____ 5. Cuando escucho a los demás, suelo pensar en lo que
voy a decir a continuación.
____ 6. Me centro en el proceso de comunicación que está
sucediendo entre mí mismo y los demás cuando les escucho.
____ 7. Cuando quiero hablar, no puedo esperar a que los
demás terminen de hablar.
____ 8. Intento comprender los significados que se están
elaborando cuando los demás hablan.
____ 9. Me centro en ver hasta qué punto se me ha entendi-
do cuando los demás me hablan.
____ 10. Cuando no sé a qué se refieren, les pido que lo ela-
boren más.

Para ver la puntuación que has obtenido, primero invierte la pun-


tuación de cada ítem (un 5 para el 1, un 4 para el dos, un 3 para el 3,
un 2 para el 4 y un 5 para el 1). Luego, suma estas puntuaciones. Las
puntuaciones oscilan entre 10 y 50. Cuanto más alta sea tu puntua-
ción, mejor será tu escucha.
________________________
Fuente: William Gudykunst, Bridging Differences, 2ª ed. (Thousand Oaks, CA:
Sage Publications, 1994).

MAIOR 77
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

BIBLIOGRAFÍA

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78 MAIOR
Aprender a vivir con humor
trascendente
José María Díez-Alegría

5
DOS ANÉCDOTAS SIGNIFICATIVAS

Quiero comenzar estas notas con dos anécdotas.


En el año 1962 empezó el Concilio Vaticano II. Fue el 11 de octubre, fiesta
de la maternidad de la Virgen María. El domingo anterior se organizó en
Roma una procesión de rogativas, que salió de la Basílica de Santa María la
Mayor y terminó en la de San Juan de Letran. Yo tomé parte en ella. Al llegar
nosotros al término, se presentó el Papa Juan XXIII y, hablando con la senci-
llez familiar que le caracterizaba, nos dijo:
—Quizá vosotros pensáis que el Papa está preocupadísimo con esto del
Concilio y que no puede dormir. Pues nada de eso. Duermo perfectamente.
Porque el Concilio lo convoqué porque me lo inspiró el Espíritu Santo, y Él
nos hará llevarlo a término.
Los que estábamos en la Basílica prorrumpimos en un aplauso cálido y
jubiloso.
Algunos años más tarde, cuando el Papa Pablo VI estableció que los obis-
pos diocesanos hiciesen renuncia de sus cargos al cumplir 75 años, un perio-
dista romano le preguntó:
—Su Santidad ¿piensa aplicarse a sí mismo esa indicación, cuando llegue
a esa edad?
Pablo VI le respondió:
—Yo no, porque ¿cómo me voy a bajar de la cruz?
Según mi humilde parecer, en la primera de estas anécdotas se revela un
profundo (y transcendente) humor religioso cristiano. En cambio en la segun-
da hay una total falta de ese ingrediente. Hay una seriedad enfática y un
poquito tétrica, que me parece fuera de lugar.

MAIOR 81
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Además resulta que, con su suave humor, Juan XXIII acertó a vivir y expre-
sar cosas muy profundas: que para la Iglesia la esperanza está sólo en el
Espíritu Santo; que ninguno de los miembros de ella es decisivo; que se pue-
den llevar a cabo iniciativas extraordinarias sin creerse que uno es la piedra
angular del mundo, de la historia y de la salvación que Jesús nos anunció y
nos trajo.
En cambio el Papa Pablo VI (hombre sincero, bueno y nada autoritario)
dijo en aquella ocasión cosas curiosamente irracionales. Porque ni el sillón
episcopal de Roma es una cruz, ni el Papa está llevando a cabo la redención
del mundo. Y lo peor del caso es que (aunque el Papa adujera con cierta sin-
ceridad subjetiva aquella razón descabellada) la verdadera razón era el senti-
miento, heredado por él de Gregorio VII (1073-1085) y de casi todos los Papas
posteriores hasta Pío XII (1939-1958), de que el Romano Pontífice es una espe-
cie de Dios en la Iglesia y en el mundo, y por eso es impensable que pueda
dimitir, aunque es seguro que acabará muriéndose, y de momento no va a
resucitar como Jesucristo.
Y es que en el segundo milenio del cristianismo ha ido formándose y con-
solidándose, sobre todo a partir de Pío IX (1846-1878), una idea autocrática y
semidivina del Papa romano, que toca a veces lo grotesco. Un “Catecismo ca-
tólico popular” de F. Spirago, editado en París en 1903 y reeditado en 1950
(con ocasión de la proclamación del dogma de la Asunción), afirma con una
desfachatez ingenua: “El Papa, como soberano, acuña moneda, concede con-
decoraciones, tiene una bandera amarilla y blanca, embajadores (legados,
nuncios apostólicos) en cada nación, etc. Quienes se extrañan de este aparato
y apelan a que Jesucristo no se rodeó de una corte parecida, se olvidan de que
el Papa no representa a Jesucristo perseguido por sus enemigos y vergonzo-
samente humillado en la cruz, sino al divino Salvador gloriosamente elevado
al cielo”. Y todavía en 1980, en Canadá, en un texto de la Comisión Escolar
Regional de Ottawa, se daba una definición increíble, que deja tamañas a
todas las herejías que en el mundo han sido. “Papa: sucesor de Dios, pastor
de todos los fieles y enviado para velar por el bien común de la Iglesia uni-
versal y el bien de cada una de las Iglesias”1.
Un católico puede y debe reírse de tan enormes despropósitos, recordan-
do que el evangelio de San Mateo, que es el que más recalca la importancia
de la Iglesia y la de Pedro en ella, es el único que nos transmite esta palabra
de Jesús: “Vosotros no os hagáis llamar maestros, pues uno solo es vuestro
maestro, mientras que todos vosotros sois hermanos. En la tierra a nadie lla-

1. Ambos textos están citados en J. M. R. Tillard, El obispo de Roma. Estudio sobre el papado,
Sal Terrae, Santander, 1986, p.50.

82 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n h u m o r t r a s c e n d e n t e

méis padre, pues uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni os llaméis ins-
tructores, pues vuestro instructor es uno solo, Cristo. El mayor de vosotros
sea vuestro servidor. Quien se ensalza será humillado, quien se humilla será
ensalzado” (Mt 23, 8-12).
Realmente no pocas deformaciones de la Iglesia Católica son tan grandes
y tan contrarias al Jesús del Evangelio, que algunos (o muchos) creyentes pue-
den llegar a pensar que es mejor apartarse de ella. Si tal es el dictamen de una
conciencia sincera, debe uno atenerse a él. Pero otros pensamos que es posi-
ble y bueno permanecer en la Iglesia, para tratar de seguir a Jesús y de bus-
carlo interior y socialmente, recordando que San Pablo les decía a los cristia-
nos de Corinto, hacia el año 55 de nuestra era, que hemos sido bautizados
para vincularnos exclusivamente a Jesucristo, no a Pablo ni a Pedro ni a
Apolo (1 Cor 1, 12-13).
Para vivir en la Iglesia (sea la católica romana, sean otras iglesias cristia-
nas), puede ayudar mucho cierto humor trascendente, que parece también
transparentarse en el episodio de la confesión de Pedro junto a Cesarea de
Filipo, tal como lo narra el evangelio de San Mateo (16, 13-23).
“Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre? Ellos dijeron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías
o uno de los profetas. Les dice él: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondien-
do Pedro, dijo: tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente. En respuesta Jesús le
dijo: Dichoso eres, Simón hijo de Jonás, porque ni carne ni sangre te revelaron esto,
sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres piedra (en griego pétros)
y sobre esta peña (en griego pétra) edificaré mi comunidad (ekklesia) y el poder de la
muerte no la derrotará. Te daré las llaves del reino de Dios y cuanto atares en la tie-
rra quedará atado en el cielo y cuanto desatares en la tierra quedará desatado en el
cielo. Entonces mandó a sus discípulos que no le dijeran a nadie que él era el
Mesías”.
A continuación narra Mateo que Jesús desde entonces empezó a manifes-
tar a los discípulos que él iba a sufrir mucho por parte de los sacerdotes, de
los pontífices y de los escribas y que lo iban a matar. “Entonces Pedro, tomán-
dolo aparte, empezó a increparlo diciendo: ¡Lejos de ti, Señor! ¡No te va a pasar
eso! Jesús, volviéndose le dijo: ¡Quítate de mi vista, Satanás! Eres para mí un tro-
piezo (en griego skándalon), porque no entiendes las cosas de Dios, sino las de los
hombres”.
De manera que, para Mateo Pedro es “piedra” porque por revelación de
Dios ha reconocido que Jesús es el Mesías (Cristo) pero la “peña” en que se
basa la Iglesia no es Pedro, sino la mesianidad (o mejor: la filiación divina) de
Jesús. Y Pedro debe tener una función importante para mantener la fe de sus

MAIOR 83
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

hermanos (como dice el evangelio de San Lucas 22, 32), pero de hecho puede
resultar a veces (¿cuántas?) “piedra de tropiezo” por su actitud y su falta de
discernimiento.
Hay en el relato de Mateo una especie de fino humor trascendente, que no
da pie a ningún intento de “idolatría papal”.
Lo mismo puede decirse de la entrega de las llaves del reino de Dios (cuan-
to atares en la tierra quedará atado en el cielo y cuanto desatares en la tierra quedará
desatado en el cielo). Porque el mismo Mateo, dos capítulos después (18, 18),
dice de la comunidad (ekklesia) lo mismo que antes había dicho de Pedro: “os
aseguro que cuanto atéis en la tierra quedará atado en el cielo y cuanto desatéis en la
tierra quedará desatado en el cielo”.
De manera que Jesús le da las llaves a Pedro, pero a la vez se las da a toda
la comunidad. Y, además de esto, se queda Él con ellas. Esto lo dice bellísi-
mamente un libro del Nuevo Testamento muy distinto del evangelio matea-
no, pero no incompatible con él. En el Apocalipsis, Jesús resucitado y glorio-
so se define a sí mismo en estos términos: “el Santo, el veraz, el que tiene la
llave de David; el que abre y nadie cierra, cierra y nadie abre” (Apoc 3, 7).
Hay mucho humor trascendente en la eclesiología del Nuevo Testamento.
La promesa de la portería del Reino no tiene la seriedad de lo jurídico, sino la
intrepidez lúdica de lo carismático. El Pedro que va a recibir las llaves no está
por encima (y por tanto fuera) de la comunidad, en solitario, sino junto con la
comunidad. Esto lo vio muy bien San Agustín, quien en el Sermón 295 dice que
Pedro, al recibir las llaves, “representaba él solo la totalidad de la Iglesia”. Por-
que “estas llaves no las recibió un hombre solo, sino la unidad de la Iglesia”.
A mí me parece que San Agustín da aquí en el clavo. Primacía de Pedro.
Pero no una dictadura jurisdiccional absoluta, incondicionada e incontrolable.
El Concilio Vaticano I en 1870 definió que el Romano Pontífice tiene juris-
dicción ordinaria e inmediata en todas y cada una de las iglesias y sobre todos
y cada uno de los pastores y fieles.
Al teólogo Karl Rahner le preguntaban, hace más de veinte años, en una
entrevista publicada en un revista alemana:
—¿Qué cree usted que hubiese pensado Jesús si le hubieran leído la defi-
nición del Concilio Vaticano I sobre el primado de jurisdicción papal?
El teólogo contestaba (cito de memoria) en estos términos:
—Yo creo que Jesús, durante su vida terrena, en su conciencia humana
empírico-fenoménica, no hubiera entendido nada.
La respuesta es muy fina y exacta (era la respuesta de un gran teólogo).
Creo que es verdadera. A mi juicio, el hecho de que Jesús no hubiese enten-
dido una palabra de lo que el Concilio dice, relativiza mucho la definición

84 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n h u m o r t r a s c e n d e n t e

conciliar. Yo no digo que sea falsa. Creo que en esa fórmula hay un contenido
de verdad, expresado de un modo imperfecto, tiznado de intereses e ideolo-
gía. Por eso lo que dice la fórmula puede entenderse bien y mal.
El Concilio Vaticano I expresa en términos jurídicos algo que, en la mente e
intención de Jesús, no era jurídico. Es una traducción a un lenguaje inadecua-
do. Algo así como verter una poesía en símbolos de lógica matemática. Pero, a
través de una mala versión, se puede rastrear un núcleo de verdad originaria.
Me parece que esto se puede decir en general de las definiciones dogmáti-
cas del magisterio eclesiástico. Creo que los fieles, incluso los activamente
injertados en la comunidad eclesial, pueden muchas veces “aparcar” los dog-
mas definidos y retrotraerse a la sencillez del Evangelio y del Padre Nuestro,
la oración que Jesús nos dejó en herencia.
Quiero terminar estas consideraciones introductorias sobre el humor
transcendente, refiriéndome a dos figuras de Papas, que están en la línea que
apuntaba Juan XXIII de no exagerar la importancia y el papel de la función
papal y del sujeto humano que eventualmente se encuentra siendo Papa. Se
trata de Celestino V (en el siglo XIII) y de Ponciano (en el siglo III).
El primero era un hombre humildísimo, espiritual y contemplativo, voca-
do a la vida eremítica y monástica. Se le pide que acepte su nombramiento
como Papa (que había tenido lugar el 5 de julio de 1294), en un momento en
que la iglesia de Roma estaba metida en un atolladero de intrigas y de luchas.
Acepta con humildad y espíritu de servicio, contra sus íntimos deseos, cuan-
do rondaba ya los ochenta años. Pero a los cinco meses escasos, no pudiendo
superar las banderías y los manejos políticos ni resistir el clima mundano del
entorno papal, el 13 de diciembre de 1294 promulgó una Bula en la que decla-
raba que el Papa puede renunciar a sus poderes, que su aceptación y perma-
nencia en el cargo es libre, y, siendo el bien de la Iglesia la suprema ley, puede
llegar el caso de que la renuncia sea obligatoria en conciencia. Se retira para
buscar la soledad, pero su sucesor, Bonifacio VIII, envió guardias a recogerlo,
y lo retuvo recluido en el castillo de Monte Fumone, junto a Anagni, donde
murió en mayo de 1296.
El segundo caso es el del Papa Ponciano, elegido probablemente el 28 de
septiembre del año 230. En un momento de persecución de la Iglesia, el año
235, fue desterrado a Cerdeña, donde murió. El Liber Pontificalis afirma que
Ponciano “fue exonerado (discinctus) el IV Kal. octobris (28 de septiembre) y
en su lugar fue ordenado (ordinatus) Antheros el XI Kal. decembris (21 de
noviembre)”2. Esto significa que Ponciano, al tener que alejarse de Roma, pri-
vado de libertad (condenado a trabajos forzados), o bien dimitió o tal vez

2. Liber Pontificalis, ed. Duchesne, I, XCIV y 145ss, París, 1986.

MAIOR 85
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

aceptó como obvio que en la imposibilidad de cumplir su función tenía que


ser substituido por otro.

HUMOR TRASCENDENTE Y FE

El “humor” (y mucho más un humor “transcendente”) es bastante indefi-


nible y no se puede reducir a fórmulas, ni enseñar mediante recetas.
No se identifica sin más con la “comicidad” (no es cuestión de “chistes”),
se contrapone a la “sátira” (más bien despiadada, mordaz y despectiva), tiene
algo de inmensa comprensión, tolerancia, piedad y un poso agridulce (pero
nada amargo) de esperanza.
El humor “transcendente”, tal como lo entiendo aquí, es una actitud pro-
funda que caracteriza la personalidad de un ser humano (varón o mujer), y se
mantiene frente al sujeto mismo, frente a su entorno vital (de personas y de
cosas) y frente al horizonte total de su existencia, con sus logros y sus fallos,
sus luces y sombras, sus problemas no resueltos y sus preguntas radicales
eternamente recurrentes. Evidentemente, para una persona creyente (cristia-
na o de otras religiones o formas de sabiduría) la fe (experiencias religiosas y
místicas) tiene un papel importante en su actitud de “humor transcendente”
(si es que llega a tenerla). pero estoy convencido de que también personas no
creyentes pueden vivir en actitud básica de este tipo de “humor”. Y pienso
que, cuando esto sucede, estos agnósticos tienen un fondo de esperanza (y de
benévola solidaridad, de apertura al amor), que de algún modo representa
una forma de fe.
Por otra parte la “religiosidad” (sobre todo en las religiones positivas,
también en las cristianas) tiene cierta ambigüedad, porque fácilmente
puede convertirse (o incluso consistir desde el principio) en fanatismo. Este
es antitético del humor transcendente. Pero también es opuesto a la verda-
dera fe. Porque ésta tiene una dimensión de agnosticismo, ya que el autén-
tico Dios no puede ser racionalmente demostrado ni conceptualmente com-
prendido. Esto lo reconocía limpiamente (ya en el siglo XIII) Santo Tomás de
Aquino, sintetizando un pensamiento que viene de la Teología de los Santos
Padres (Gregorio Nazianceno, Agustín, etc.): “Tenemos el supremo conoci-
miento de Dios cuando lo reconocemos como el Incognoscible, es decir, cuando reco-
nocemos que lo que Dios es en sí mismo sobrepasa todo aquello que nosotros pode-
mos conocer de él3”.

3. Santo Tomás de Aquino, De Potentia, 7, 5, 14.

86 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n h u m o r t r a s c e n d e n t e

Se podría decir que la fe de un creyente genuino, vacunado contra el fana-


tismo, es un acto (o actitud) de sumo humor transcendente. Porque el cre-
yente tiene una convicción profunda, que centra la propia existencia, y a la
que no se llega por demostración racional, científica o filosóficamente apo-
díctica. El creyente lúcido, especialmente en nuestro entorno cultural de occi-
dente, tiene conciencia de estar centrado vitalmente sobre algo que, desde el
punto de vista de la razón instrumental o de la razón metafísica, es proble-
mático (está en el aire). Y sin embargo, para él la verdad de su fe es verdad
“vivida”. Tratándose de la fe cristiana, pienso que en el que cree (en mí
mismo, que soy un muy modesto creyente) hay una especie de luz (o callada
voz) interior que le dice que “sí”, que Dios existe y es Amor, que Jesús no se
quedó en la muerte, sino que vive y está en relación (comunicación) con él.
Esta luz invisible (que diría San Juan de la Cruz) este susurro suave (como
dice la historia bíblica de Elías: 1 Reyes 19, 12b) no pertenece a la razón ins-
trumental ni a la metafísica, sino a una especie de “Razón comunicativa”, que
no es puramente inter-humana, sino que en el momento decisivo surge de lo
profundo del creyente mismo, como una sutilísima revelación, como un don,
como una apertura a algo que lo supera.
En el “sí” de la fe hay más de esperanza y amor que de conocimiento. Para
el cristiano es sobre todo el convencimiento de que Jesús es el camino y de
que tiene sentido seguirle. Y el impulso interior de ponerse en marcha. La
convicción sapiencial de que no se puede servir a Dios y al dinero (Mt 6, 24;
Lc 16, 13), o de que quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a
Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20b).
En el amor al prójimo y en el anhelo de verdadera justicia hecha a los
pobres, a los marginados, a los despreciados del mundo, en este amor vivido
en seguimiento de Jesús y en comunión con él, hay un elemento de gratuidad,
como en todo amor digno de ese nombre (ágape).
San Pablo en una discusión con los cristianos de Corinto, que no creían en
nuestra futura resurrección, llega a afirmaciones que yo no puedo ni quiero
compartir:
“Si no hay resurrección de muertos tampoco Cristo resucitó” (1 Cor 15, 13).
“Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana” (17a).
“Si solamente en nuestra vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos
los más dignos de compasión de todos los hombres” (19).
“Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos”
(32b).
Pablo era demasiado polémico y a veces, llevado del ardor de la disputa,
decía cosas en que muy bien podemos negarnos a acompañarle. El mismo

MAIOR 87
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Pablo afirmó, ironizando un poco sobre sí mismo, que alguna vez hablaba “no
según el Señor, sino como en un acceso de locura” (2 Co. 11, 17).
Me siento mucho más en sintonía con una admirable declaración del
sacerdote jesuita francés Auguste Valensin (1879-1953), discípulo y amigo de
Maurice Blondel (1861-1949), correspondiente, confidente y consejero de
Pierre Theilhard de Chardin (1881-1955), escrita en estos términos:
“Si, por un imposible, en mi lecho de muerte, se me hiciese manifiesto, con una
evidencia perfecta, que me he equivocado, que no hay otra vida, que incluso no
hay Dios, no lamentaría haberlo creído; pensaría que ha sido un honor para mí
haber vivido creyéndolo, que si el Universo es absurdo y sin sentido, tanto peor
para él, y que el fallo no está en mí por haber pensado que Dios es, sino en Dios
por no ser”4.
Aquí tenemos una actitud de humor transcendente extraordinariamente
valiosa. Porque se nos hace patente en ella que la fe es una adhesión práxica
gratuita, así como también es vivida por el creyente como un don gratuito.
Por aquí podemos captar que el fondo de esperanza abierta, de humanidad,
de compasión, de solidaridad, de aguante, de paciencia, de serenidad, de
capacidad de donación desinteresada, de tolerancia, de sonrisa entre lágri-
mas, de un dolor que, como dice Antonio Machado, es “nostalgia de la vida
buena”... todo esto, que está en la trama del humor trascendente, puede ser
vivido por el no creyente. Y me parece que lo vivirá también como algo gra-
tuito que surge de lo más profundo de su ser.
Creyentes (mudos ante el misterio) y agnósticos (nostálgicos ante el enig-
ma), unos y otros, pueden, creo yo, hacer suya la hermosa cancioncilla del
citado poeta:

Corazón, ayer sonoro,


¿ya no suena
tu monedilla de oro?
¿Tu alcancía,
antes que el tiempo la rompa,
se irá quedando vacía?
Confiemos
en que no será verdad
nada de lo que sabemos.

4. Cfr. Domingo Melero, Notas para un texto de A. Valensin, en “Cuadernos de la Diáspora”,


Revista de la Asociación Marcel Légaut, nº 6, mayo 1997, pp. 139-153 (referencia en p. 114).
También André Blanchet, “Introducción” a A. Valensin, Regards, I, París, 1955, pp.7-31.

88 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n h u m o r t r a s c e n d e n t e

El creyente no sabe lo que sabe y el no creyente no sabe lo que ignora. Por


eso ambos pueden mantener una humilde y trémula esperanza. Esto es
humor trascendente, si no se queda en gnosis especulativa, sino que florece
en una búsqueda de bondad, de amor y de perdón.

HUMOR TRANSCENDENTE EN EL DIOS DE LA BIBLIA

El diluvio
“Al ver el Señor que en la tierra crecía la maldad del hombre y que toda su acti-
tud era siempre perversa, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le
pesó de corazón. Y dijo: Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado,
al hombre con los cuadrúpedos, reptiles y aves, pues me arrepiento de haberlos
hecho” (Gen 6, 5-6).
Pero Dios no es demasiado serio (no es implacable), porque se compadece
de Noé, que era buena persona. Y pone en marcha lo del Arca, para que se sal-
ven del diluvio Noé con sus hijos, mujer y nueras, y también parejas de los
animales puros e impuros, de las aves y reptiles (7, 1-9).
Cuando pasó el diluvio y se secó la tierra, salió Noé del Arca con sus hijos,
su mujer y sus nueras y todos los animales (7, 13-19).
“Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie
pura y los ofreció en holocausto sobre el altar”.
El Señor olió el aroma que aplaca y se dijo: No volveré a maldecir la tierra a
causa del hombre. Sí, el corazón del hombre se pervierte desde la juventud; pero no
volveré a matar a los vivientes como acabo de hacerlo” (7, 20-21).
Naturalmente todo el relato es simbólico y antropomórfico, pero es sím-
bolo de un Dios que no es implacable, irreductible, absolutista, de una serie-
dad sin fisuras. Es a lo divino (Él sabrá cómo) el creador de un humor trans-
cendente insondable, pero alentador.

La promesa a Abraham
Dios le había prometido a Abraham que tendría una descendencia tan
numerosa como las estrellas del cielo, y Abraham lo había creído (15, 1-6).
Pero la mujer de Abraham era estéril, y por eso ella misma le propuso a su
marido que tomara como concubina a la sierva egipcia Agar. Ésta le dio a
Abraham un hijo, que se llamó Ismael (16, 1-15).
Después de esto, cuando Abraham tenía noventa y nueve años (Gen. 17, 1)
se le apareció el Señor y le dijo: “Bendeciré a Sara, tu mujer, y de ella también te

MAIOR 89
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

daré un hijo. La bendeciré y se convertirá en naciones; reyes de pueblos procederán de


ella” (17, 16). “Abraham cayó rostro en tierra y se echó a reír, diciendo en su
interior: ¿A mí un hombre de cien años va a nacerle un hijo? ¿Y Sara a los noventa
va a dar a luz? Y dijo Abraham a Dios: ¡Si al menos Ismael viviera en tu presen-
cia! Respondió Dios: Sí, pero Sara tu mujer te dará a luz un hijo y le pondrás por
nombre Isaac. Yo estableceré mi alianza con él, una alianza eterna” (17, 17-19).
Isaac significa algo así como “sonría Dios” o “ha sonreído Dios”.
En otra ocasión se le apareció el Señor a Abraham junto a la encina de
Mambré, cuando estaba sentado ante la tienda en lo más caluroso del día.
Lo hizo de forma enigmática. Abraham alzó la vista y vio a tres hombres en
frente de él. Los acogió con todo honor según las leyes de la hospitalidad
(18, 1-12).
“Después dijeron: ¿Dónde está Sara, tu mujer? Contestó él: Ahí en la tienda.
Añadió uno: Volveré a verte pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu
mujer habrá tenido un hijo. Sara lo estaba oyendo, detrás de la puerta de la tien-
da. (Abraham y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada y Sara ya no tenía
sus periodos). Sara se rió por lo bajo, pensando: Cuando ya estoy seca ¿voy a
tener placer con un marido tan viejo? Dijo el Señor a Abraham: ¿Por qué se ha
reído Sara, diciendo “cómo voy a parir ahora de vieja”? ¿Hay algo insólito para Dios?
Volveré a visitarte en el plazo fijado, al término de un embarazo, y Sara habrá tenido
un hijo. Sara, asustada lo negó: No me he reído. Pero él replicó: No digas eso, que
sí te has reído” (18, 9-15).
Según la teología de San Pablo, la promesa de Dios a Abraham es el hito
fundamental de la fe y de la salvación cristianas. Que este episodio originante
sea descrito de un modo tan risueño, resulta de que el misterio de Dios no es
horrísono y aplastante, como tiende a figurarse muchas veces el sentimiento
religioso de los humanos, sino que es más bien imprevisible y jocundo.

El Dios de Jonás
El brevísimo libro de Jonás es quizá la joya del humor transcendente que
tenemos en la Biblia hebrea. Es una novelita didáctica de extraordinaria loza-
nía, dirigida a enseñarnos aspectos inesperados y consoladores del misterio
de Dios, y a criticar sin acerbidad las posibles deformaciones de los “profe-
sionales” de la religiosidad (sacerdotes, teólogos o profetas).
Aquí el protagonista es un profeta llamado Jonás. Dios le habla un día y le
da un encargo: Vete a Nínive y proclama en ella que, a causa de su maldad, va a ser
destruida.
Pero Jonás en vez de ir hacia el nordeste, donde está Nínive (la gran ciu-
dad, enemiga emblemática del reino de Israel) se va hacia el oeste, al golfo de

90 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n h u m o r t r a s c e n d e n t e

Cádiz. Va en un barco de paganos, que son muy buena gente. Dios hace caer
una tempestad espantosa. Los marineros piensan que algún criminal debe de
venir en la nave para que haya sobrevenido este desastre. Echan suertes y le
toca a Jonás. éste confiesa que ha desobedecido a su Dios, y que el único
modo de salvarse ellos es que lo arrojen a él al mar. Sintiéndolo de veras, los
marineros lo echan por la borda, y Dios envía un pez que se lo trague y lo
devuelva a tierra firme, vomitándolo después de tres días y tres noches.
Entonces Dios tranquilamente, como si no hubiera pasado nada, le vuelve a
decir: Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y anuncia lo que yo te digo.
Jonás ya, sin rechistar, fue para allá y proclamó: ¡Dentro de cuarenta días
Nínive será arrasada!
Los ninivitas creyeron a Dios e hicieron penitencia, desde el rey hasta las
vacas y las ovejas. “Vio Dios sus obras y que se habían convertido de la mala vida
y de sus acciones violentas, y se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado
a Nínive y no la ejecutó” (Jonás 3, 10). En cambio Jonás sintió un disgusto enor-
me (porque lo que él había anunciado no se cumplía). Le rezó a Dios con enfa-
do: “¡Ah Señor, ya me lo decía yo cuando estaba en mi tierra! Por algo me adelanté
a huir a Tarsis, porque sé que eres un Dios compasivo, paciente y misericordioso, que
te arrepientes de las amenazas (4, 2)”.
Jonás había salido de la ciudad y se había instalado, haciéndose una choza,
dispuesto a regodearse con el espectáculo de la destrucción de la ciudad ene-
miga y odiada. Pero Dios decidió gastarle una broma. Hizo crecer un ricino
tan alto, que sobrepasaba a Jonás, dándole sombra en la cabeza. Éste se puso
contentísimo. Entonces Dios envió un gusano al amanecer el día siguiente y
la planta se secó. Y cuando el sol apretaba, envió un viento solano bochorno-
so, de modo que a Jonás se le achicharraba la cabeza. Él se deseó la muerte y
dijo: ¡Más vale morir que vivir!
“El Señor le replicó: Tú te apiadas de un ricino que no te ha costado cultivar, y
que una noche nace y que otra perece, ¿y no voy yo a apiadarme de Nínive, la gran
metrópoli, donde hay más de veinte mil seres humanos que no tienen todavía uso de
razón, y muchísimos animales?” (4, 10-11).
Así termina este incomparable apólogo, que nos permite una adivinación
insólita del misterio de Dios: no un todopoderoso autócrata, celoso de su
honor; no una inteligencia impasible y un hacedor inexorable. El Dios de
Jonás es “humano”, no a la manera nuestra, no sabemos bien cómo, pero sí
que incomparablemente más que el más compasivo y misericordioso de
nosotros. Por eso Jesús, el Hijo del hombre, es su imagen auténtica.
La teología del librito de Jonás es idéntica a la de la parábola del hijo pró-
digo que nos transmite el evangelio de San Lucas (15, 11-32), pero literaria-

MAIOR 91
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

mente el anónimo narrador de la historia de Jonás añade un toque insupera-


ble del humor transcendente que andamos buscando.

El Dios de Jesús
Mateo (11, 25-27) y Lucas (10, 21-22) nos transmiten un dicho de Jesús,
tomado sin duda de una fuente muy primitiva de la tradición cristiana: Te doy
gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inte-
lectuales y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, eso fue lo que te agradó. Todo me
lo ha confiado mi Padre, y nadie conoce de veras al Hijo sino el Padre, ni conoce nadie
de veras al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
La revelación del Padre por Jesús no es una “gnosis” teológica (que él
jamás intentó), sino lo que nos manifiestan su vida humana, sus actitudes, sus
palabras y sus obras, su vida y su muerte. Él es nuestro mejor camino para
penetrar de algún modo en el misterio de Dios. Esto para la fe cristiana. Pero
también para los no cristianos Jesús puede ser un signo o cifra de lo inena-
rrable, de que tiene sentido mantener abierta la esperanza y buscar vivir en el
amor.

AMOR Y MISTERIO DE DIOS

El filósofo Plotino, probablemente el más alto ejemplo de mística filosófi-


ca del helenismo, sostenía que Dios no puede amar, porque el amor entraña
una debilidad, y Dios es el Uno, que está por encima del Ser y es el Absoluto.
En cambio la Primera Carta de Juan nos dice lapidariamente (4, 8): “Quien
no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (agape)”.
El sentimiento cristiano del misterio de Dios es, en este punto, original.
Pero las especulaciones teológicas de los cristianos han estado con frecuencia
más cerca de Plotino que de Juan.
Jesús llamó a Dios Padre con un término familiar (abba), que podríamos
traducir por “padre querido” o incluso por “papá”, “papaíto”. Es decir, un
padre de rasgos muy maternos. Este tono de la relación del hombre Jesús con
Dios Padre es uno de los elementos fundamentales de la revelación cristiana.
Pero tiene antecedentes de incomparable fuerza en la Biblia hebrea. Ya en el
siglo VIII antes de J.C., el profeta Oseas describía la relación del Señor con el
pueblo de Israel, a quien había sacado de la esclavitud de Egipto, pero que no
le había sido fiel. Le anuncia desgracias que le sobrevendrán por su iniqui-
dad. Y, sin embargo no puede retirarle su amor:

92 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n h u m o r t r a s c e n d e n t e

“Cuando Israel era niño, lo amé


y desde Egipto llamé a mi hijo.
Cuanto más los llamaba más se alejaban de mí:
ofrecían sacrificios a los Baales
y quemaban ofrendas a los ídolos.
Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos,
y ellos sin darse cuenta de que yo los cuidaba.
Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño.
Fui para ellos como quien estrecha
a una criatura contra las mejillas;
me inclinaba para darles de comer.
Pues volverá a Egipto, asirio será su rey,
porque no quisieron convertirse.
Irá girando la espada por sus ciudades
y destruirá sus cerrojos;
por sus maquinaciones devorará a mi pueblo,
propenso a la apostasía.
Aunque invoquen a su Dios, tampoco los levantará.
¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel?
Como dejarte como a Admá; tratarte como a Seboín?
Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas.
No ejecutaré mi condena,
no volveré a destruir a Efraín;
que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti
y no enemigo devastador”.
(Os 11, 1-9)
Un siglo largo más tarde, el gran profeta Jeremías insiste en revelar estos
sentimientos de increíble ternura de Dios:

“¡Si es mi hijo querido Efraín,


mi niño, mi encanto!
Cada vez que lo reprendo
me acuerdo de ello,
se me conmueven las entrañas
y cedo a la compasión
–oráculo del Señor–”.

(Jer 31, 20)

MAIOR 93
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Y medio siglo más tarde, ante la perspectiva del fin del exilio babilónico, el
autor anónimo de la segunda parte del libro de Isaías expresa en estos térmi-
nos la fidelidad del amor que es Dios:

“Decía Sión: “Me ha abandonado el Señor,


mi dueño me ha olvidado”.
¿Puede una madre olvidarse de su criatura,
dejar de querer al hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Mira, en mis palmas te llevo tatuada,
tus muros están siempre ante mí”;

(Is 49, 14-16)

“Por un instante te abandoné,


pero con gran cariño te reuniré.
En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro,
pero con lealtad eterna te quiero
–dice el Señor, tu redentor–.
Me sucede como en tiempo de Noé:
Juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra;
así juro no airarme contra ti ni reprocharte.
Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas,
no te retiraré mi lealtad ni mi alianza de paz vacilará
–dice el Señor, que te quiere–”.

(Is 54, 7-10)

Todos estos poemas son simbólicos, pero alientan nuestra esperanza.


Quizá para algunos una esperanza cuyo referente no se puede nombrar. Para
otros es Dios. Para los creyentes cristianos es el Padre de Jesús de Nazaret.
Pero este inenarrable Dios Amor es un misterio. Tenemos que acatarlo así. Los
grandes místicos cristianos, en su experiencia de Dios, superaban todo antro-
pomorfismo, pero conservaban el estilo relacional, orante y confiado con el
Misterio.
Y la conciencia humana de Jesús, en su trato con su Padre (abba), era más
profunda que la de la de todos los místicos. Por eso los discípulos del Nazare-
no no podemos renunciar a hablar al Padre, como un hijo le habla a su padre,
e invocar al Espíritu de Dios y a Jesucristo viviente más allá de la muerte.

94 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n h u m o r t r a s c e n d e n t e

DOLOR DEL MUNDO Y AMOR DE DIOS.

Es verdad que, para los que creemos que el mundo ha sido creado por un
Dios bueno, el sufrimiento de la creación entera (Rom 8, 22) plantea un pro-
blema insoluble. El filósofo griego Epicuro expuso la dificultad de admitir
la existencia del Dios en que pensamos con un célebre dilema (múltiple)
expresado en estos términos: “O Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no
puede; o puede, pero no lo quiere quitar; o no puede ni quiere; o puede y quiere. Si
quiere y no puede, es impotente; si puede y no quiere, no nos ama; si no quiere ni
puede, no es el Dios bueno y, además, es impotente; si puede y quiere –y esto es lo
más seguro–, entonces ¿de dónde viene el mal real y por qué no lo elimina?”5. Lo
que Epicuro pretende es quitar el miedo a los dioses, negando que se ocu-
pen de los hombres para premiarlos y castigarlos. Pero lo que nos interesa
aquí es el juego que hace con los atributos de Poder y de Bondad (Amor de
Dios).
Todas las atribuciones que hacemos a Dios de cualidades positivas según
nuestros conceptos (poder, justicia, saber, bondad, amor, etc.) no podemos
tomarlas sino como intentos deficientes de “rastrear” la realidad divina, no de
“agarrarla” y mucho menos “comprenderla”. Todos los conceptos deben que-
dar abiertos a una corrección, que nosotros no podemos llegar a cumplir. Pero
no todos tienen el mismo valor de aproximación. Los conceptos de miseri-
cordia, amor y perdón tienen más validez que el de poder. Y en particular el
concepto de Omnipotencia es probablemente el más inadecuado. Sería mejor
hablar de Poder Misterioso y Trascendente (poder del Amor) que de un
“poder fáustico” de hacer y aniquilar el mundo.
Dios, al enviar a su Hijo (Jesús de Nazaret) a compartir nuestros sufri-
mientos, nos manifiesta que no es frío ni impasible, que está con nosotros
realmente en el sufrimiento.
Incluso la idea de “acción” creadora de Dios es tal vez distorsionante.
Quizá su presencia fundante en la realidad cósmica y en el drama histórico de
las mujeres y de los hombres haya que concebirla en la línea de un amor
maternal. Es quizá parecida a un útero infinito de amor y compasión, en que
la creación se desenvuelve, y que palpita con todos sus gozos y sus penas.
Este modo de concebir la presencia fundante de Dios creador está expresado
simbólicamente en un texto asombroso de la segunda parte del libro de Isaías,
que expone el drama de Dios en el episodio histórico de la ruina y restaura-
ción de Jerusalén (Is 42, 14-17):

5. Epicurus, ed. de O. Grignon, Zürich, 1949, p.80.

MAIOR 95
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

“Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba;


como parturienta, jadeo y resuello.
Agostaré montes y collados, secaré toda su hierba,
convertiré los ríos en yermo, desecaré los estanques;
conduciré a los ciegos por un camino que desconocen,
los guiaré por senderos que ignoran.
Ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.
Esto es lo que pienso hacer, y no dejaré de hacerlo.
Retrocederán defraudados los que confían en el ídolo,
los que dicen a una estatua: “Tú eres nuestro Dios”.

Dios sufre y goza con nosotros. Los que creemos esto, no podemos menos
de mantener un cierto humor transcendente. Porque en esta fe tenemos una
fuente de paz y de esperanza. Pero también experimentamos un llamamien-
to apremiante a compartir y aliviar fraternalmente, en lo que podamos, todos
los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas, los hombres y las muje-
res del mundo. Por eso hoy, más que nunca, nuestra tarea de cristianos sería
callar, hacer la justicia y orar6.

(6) Cfr. Alfredo Tamayo Ayestarán, “Cultura de la increencia como fundamento de un cris-
tianismo nuevo en Dietrich Bonhoeffer”, en J. M. Díez-Alegría y otros, Dios como problema en la
cultura contemporánea, Ed. EGA, Bilbao, 1989, pp. 199-209.

96 MAIOR
Aprender a decir “no”
Olga Castanyer

6
¡Qué difícil resulta a veces decir NO! Día a día nos vemos metidos en
situaciones a las que tenemos que negarnos, o que no nos apetecen, van en
contra de nuestros principios... en el trabajo un jefe nos exige más de lo que
podemos dar, un amigo abusa de nosotros y nos pide demasiado, un vende-
dor insiste repetidamente en que compremos algo que no nos convence... y
nos cuesta decir que No porque ¿qué pensará de nosotros esa persona?
¿Cómo quedaremos ante los demás si decimos que no? ¿Y si por negarnos
perdemos el favor de esa persona?
Hay que estar muy seguro de lo que se quiere y no se quiere, a la vez que
dominar una serie de técnicas para poder decir tranquilamente “No, gracias,
no quiero (o no puedo)”. Las personas que manejan ambas cosas (seguridad
en sí mismos y habilidades para decir NO) pueden considerarse muy afor-
tunadas, aunque, realmente, no hay nadie que pueda decir que nunca le
cueste negarse a algo. Y, si no, vamos a ver unos cuantos ejemplos que, segu-
ramente, os sonarán a la mayoría de vosotros, sacados de diferentes situa-
ciones de la vida y cuyo denominador común es la necesidad de tener que
decir que No. En cada una de ellas, vamos a intentar analizar brevemente
por qué la persona actúa de la manera en que lo hace, qué le produce ese
temor a decir que NO. Enumeraremos también otras situaciones parecidas
en las que, por las mismas razones, cuesta decir que NO. Por último, hemos
dejado un espacio para que cada uno de vosotros pueda reflexionar y apun-
tar algún ejemplo de su vida que, le parezca, tenga que ver con la situación
que describimos. Más adelante os propondremos trabajar con las situaciones
que hayáis apuntado.
Las experiencias están sacadas de entrevistas realizadas a diversas perso-
nas. Obviamente, los nombres y demás datos comprometedores han sido fal-
seados.

MAIOR 99
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

SITUACION 1: “CHANTAJE AFECTIVO”

Durante unos años, estuve trabajando en un Centro de Intervención en Cri-


sis por teléfono. Todos conocíamos a Lidia, una mujer de 46 años que llamaba
repetidas veces, desesperada. Se sentía completamente agobiada con su vida.
Ella se ocupaba de la casa y de los tres hijos, sin recibir ninguna ayuda externa,
no descansaba ni los fines de semana. El marido, muy perfeccionista, le exigía
una completa limpieza de la casa, una buena comida, los hijos bien educados y
silenciosos. Mostraba muy frecuentemente su insatisfacción, culpabilizándola o
criticándola. Pero además, ella tenía que estar siempre guapa y arreglada para
gustarle. Las palabras que repetidamente decía Lidia eran: “estoy agotada, no
puedo más; cuando por fin termino las tareas de la casa, tengo que ponerme
guapa y estar animada para irme con él a la cama o salir por ahí de copas”. Sin
embargo, nunca había intentado seriamente cambiar la situación.

¿Por qué lo hace?


Ante nuestra pregunta sobre los motivos que la empujaban a no intentar
un cambio y negarse a continuar llevando esa vida tan agobiante, Lidia siem-
pre decía lo mismo “es que si no, ya no me querrá”. Ella sabía muy bien decir
que no en otras situaciones, pero en ésta, volaba por encima el fantasma del
rechazo, del desamor, temía tanto perder el cariño de su marido que “traga-
ba” con todo. Desde ese punto de vista, le “compensaba” continuar como
estaba: podía más su miedo al rechazo que su propia necesidad de afirmación.
Otras situaciones parecidas:
· Todas las que se resumen con la frase “si no haces tal cosa, ya no te
querré”.
· Las que expresan el temor de “si no hago/digo/me comporto... se irá
con otra/o”.
· “Si no tienes relaciones sexuales conmigo, es que no me quieres”.
Ejemplos propios:
¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace el mismo temor al rechazo,
sufres o has sufrido en tu vida?

SITUACION 2: PRESIÓN LABORAL

Álvaro es un técnico informático de 30 años. Su pareja se queja desde hace un


tiempo de que nunca le ve. Aunque, en teoría, sale del trabajo a las 5:30, en rea-

100 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

lidad nunca lo hace antes de las 8:00 y, a veces, se queda más tarde. Ultima-
mente, hasta se lleva trabajo a casa y se pasa los fines de semana encerrado con
sus papeles. La realidad es que acepta trabajos y más trabajos que le mandan sus
jefes, sin negarse nunca a ninguno. A la larga se ha creado un círculo vicioso: su
jefe se ha acostumbrado a que él siempre acepta lo que le encomienden y le pone
“cara rara” si Álvaro muestra algún signo de insatisfacción. La sensación de
Álvaro es que no puede bajar el listón. Lo que más le fastidia es ver que otros
compañeros trabajan la mitad que él estando en el mismo rango laboral.

¿Por qué lo hace?


Álvaro no ha sabido parar a tiempo. El momento en el que debería de
haber dejado claro que ya no podía aceptar más trabajos le pasó, seguramen-
te alimentado por temores de ser rebajado o no ascendido. Como en toda
empresa, en la suya hay un alto grado de competitividad y él mantiene la idea
de que, cuando haya que ascender a alguien, le tocará a él. También hay un
componente de temor a defraudar o al “qué dirán” si se queja y hace dismi-
nuir la imagen que los jefes se tienen formada de él. Como en el caso de Lidia,
al final, a Álvaro le compensa seguir como está: puede más su miedo a per-
der la imagen que tienen de él que su propia vida privada.

Otras situaciones parecidas:


· Todas las situaciones en las que exista un temor a ser expulsado, no
vuelto a ser contratado, etc. por ejemplo, en todo tipo de trabajos tem-
porales, subcontratos, etc.

Ejemplos propios:
¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace el mismo temor a defrau-
dar o “quedar mal”, sufres o has sufrido en tu vida?

SITUACIÓN 3: EL AMIGO GORRÓN

Víctor suele salir los fines de semana con un grupo de amigos. Entre ellos,
hay uno, Raúl, que es considerado por todos como “gorrón”. “Casualmente”,
nunca lleva dinero para pagarse las consumiciones y, casualmente, siempre
pide las copas más caras. Sus estrategias son desaparecer directamente a la
hora de pagar o esgrimir frases como “¿No te importa pagarme la copa hoy?

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Me he dejado el dinero”. El problema es que Víctor tiene la sensación de que


siempre le toca a él pagar lo de Raúl. Los demás se las ingenian para no caer
en la trampa y, al final, él es el único que termina pagándole todo.

¿Por qué lo hace?


En este caso, hay una clara falta de estrategias por parte de Víctor. No sabe
cómo zafarse del tema ni se atreve a enfrentarse directamente a Raúl. Uno de
los problemas es que, de una forma u otra, la situación siempre le pilla de
improviso y no ve el momento de reaccionar. Como en el caso anterior, se ha
creado un círculo vicioso, en el que tanto Raúl como los demás ya dan por
hecho que él es el que va a pagar las consumiciones de Raúl. Seguramente,
también subyace el temor a” quedar mal” o a ser criticado y tachado de “ego-
ísta” por parte de los demás.
Al contrario de lo que ocurría en los dos ejemplos anteriores, a Víctor no
le compensa seguir así, pero no sabe cómo cambiar la situación.

Otras situaciones parecidas:


· Dificultades con personas que piden prestados libros, discos, cuando se
sabe que no los van a devolver o los van a devolver estropeados.
· Dificultades con personas que piden préstamos de dinero, no devol-
viéndolos o tardando demasiado en devolverlos.

Ejemplos propios:
¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace la misma dificultad para
decir que NO, sufres o has sufrido en tu vida?

SITUACIÓN 4: LOS AMIGOS JUERGUISTAS

Sandra tiene 17 años. Los sábados suele salir con gente de su clase. El plan
que siguen es siempre el mismo: beber mucho hasta emborracharse, bailar toda
la noche y, de vez en cuando, tomar alguna pastilla. A Sandra no le gusta ese
plan, le gustaría hacer algo diferente de vez en cuando o estar más tranquilos.
Se ve en un dilema: o sigue con el plan de sus amigos o se queda sola y sin salir.
Alguna vez ha intentado sugerir otra actividad, pero se ha encontrado con un
coro de voces burlonas, que la tachan de “sosa” o “vieja”. Por ello, suele optar
por hacer lo que los demás quieren o por irse con alguna excusa a su casa.

102 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

¿Por qué lo hace?


Lo primero es que Sandra tiene una falta de opciones, debido, seguramen-
te, a que carece de información y conocimientos sobre otro tipo de gente, gru-
pos con intereses más afines a los suyos etc. Así, se ve abocada a continuar
con sus compañeros de clase. Pero lo más importante, tal vez, es el miedo a
ser rechazada, no aceptada, no querida. La imagen que da a los demás le
importa mucho, “no quedar como la única sosa”. Hay también, como en el
caso anterior, una falta de habilidad para decir las cosas de manera segura y
firme y un excesivo apoyo en el recurso de “largarse” si la situación no le
gusta nada. Así, es difícil que desarrolle estrategias para decir NO, porque
siempre le compensará más el “quedar bien”, inventándose alguna excusa
para irse, que prescindir de sus amigos.

Otras situaciones parecidas:

· Apuestas o demostraciones de valentía (“machadas”) en las que no se


quiere participar.
· Bromas pesadas que pretende hacer un grupo, de las que no se quiere
formar parte.

Ejemplos propios:
¿Qué situaciones parecidas, en las que subyace el mismo temor al rechazo,
sufres o has sufrido en tu vida?

SITUACIÓN 5: EL JEFE “ATENTO”

Aurora es una secretaria de 25 años. Se lleva bien con sus compañeros de


trabajo y con su jefe y está satisfecha con su trabajo. Pero, últimamente, le pre-
ocupa la relación que tiene con su jefe. Aurora cree que éste tiene demasiadas
“atenciones” con ella. Se interesa mucho por ella y se muestra muy preocu-
pado por que se sienta a gusto en su puesto de trabajo. De vez en cuando, le
regala pequeños detalles: un día hay una flor encima de su mesa, otro día le
trae un tarro de miel de un viaje, porque Aurora comentó que le gustaba...
Ella no sabe cómo salir de la situación y si negarse a aceptar las “inocentes”
atenciones o no. Lo que no quiere es dar pie para que su jefe se crea nada res-
pecto a ella.

MAIOR 103
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

¿Por qué lo hace?:


De nuevo, se aprecia una falta de estrategias para negarse clara, aunque
elegantemente, a recibir las atenciones. Esta falta de estrategias está alimen-
tada por varios posibles temores: el temor a qué pensarán o a “quedar mal” y
la duda sobre si se ha interpretado correctamente la intención de la persona
que hace el regalo. También puede influir el temor a perder el puesto de tra-
bajo o caer en desgracia con el jefe.

Otras situaciones parecidas:


· Tener que negarse a aceptar drogas, alcohol, etc.
· Anfitriona que insiste en que se coma más, se pruebe algo que no se
desea probar, etc.
· Verse sometido a “sobornos”, más o menos solapados, para conseguir
algún favor, sobre todo si se ostenta un puesto con cierto poder.

Ejemplos propios:
¿Qué situaciones parecidas, en las que subyacen los mismos temores,
sufres o has sufrido en tu vida?

ESTRATEGIAS DE CONDUCTA PARA AFRONTAR SITUACIONES

Las personas que hemos presentado en el capítulo anterior son muy dife-
rentes entre sí en lo que respecta a edad, profesión, intereses y motivaciones.
Pero tienen en común una cosa: no saben o les cuesta decir NO en algunas
situaciones de su vida.
Las causas por las que alguien puede tener dificultades para negarse, aun
cuando esté deseando hacerlo, pueden ser muchas y variadas, pero se podrí-
an resumir en dificultades de la conducta (no saber cómo negarse a algo,
dudar sobre qué decir y comportarse, falta de estrategias) y dificultades del
pensamiento (miedos, temores, interpretaciones sobre lo que pensarán los
demás, etc.). Rara vez se da una de las dos dificultades por sí sola; lo más nor-
mal es que, si una persona encuentra problemas a la hora de decir que NO,
sea por un conjunto de dificultades internas y externas, aunque una de las
dos puede ser más predominante.
A esta carencia de recursos para afrontar el tipo de situaciones que describi-
mos, se la denomina FALTA DE ASERTIVIDAD. La Asertividad, por definición,

104 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

es la capacidad de autoafirmar los propios derechos, sin dejarse manipular y


sin manipular a los demás. Por supuesto, incluye muchas más cosas que la ca-
pacidad para decir que NO, como puede ser la habilidad para discutir adecua-
damente, para realizar peticiones, para criticar y recibir críticas, etc. Pero en este
capítulo, nos vamos a centrar exclusivamente en la habilidad para decir NO.
A continuación, describiremos algunas estrategias externas, es decir, de con-
ducta, que se pueden utilizar para intentar paliar esta carencia de habilidades
que, por la razón que sea, no posee la persona que tiene dificultades en ese
terreno. Después, discutiremos las razones más internas, de pensamiento.
Veamos cuales son las principales estrategias externas para afrontar situa-
ciones de tener que decir “NO”:

Respuesta asertiva elemental


Si queremos dejar claro que no deseamos o no podemos hacer algo, debemos
de incluir dos cosas: decir claramente qué es lo que no vamos a hacer y explicar
las razones por las que actuamos así. Toda negación debería de ir acompañada de
una breve explicación y no dejar lugar a malentendidos y ambigüedades.
Las típicas situaciones en las que es necesario utilizar esta forma básica de
respuesta asertiva son: descalificaciones, desvalorizaciones, intentos de con-
vencernos de algo etc. Siempre que nos sintamos, de alguna manera, “pisa-
dos” por otro u otros.
Cada persona deberá encontrar el tipo de frases con las que se sienta más
cómodo para expresar que no admite ser pasado por alto y que tiene unos
derechos. Lo importante es que lo que se diga se haga en un tono de voz firme
y claro, pero no agresivo.
Típicos ejemplos de respuesta elemental serían: “por favor, no insistas, te
he dicho que no puedo porque...”; “no quiero hacer eso porque...”; “me es
imposible hacerlo, porque...”.
Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la RESPUESTA ASERTIVA ELE-
MENTAL a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga nece-
sario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación
con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo/a.

Respuesta asertiva empática (o asertividad con conocimiento)


Consiste en plantear inicialmente un reconocimiento hacia la otra persona,
para expresar posteriormente nuestros derechos e intereses.
Este tipo de respuesta se suele utilizar cuando, por la razón que sea, nos
interesa especialmente que la otra persona no se sienta herida, pero por otro

MAIOR 105
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

lado, nos interesa decir claramente que NO a algo. Es una buena forma de
evitar una posible respuesta agresiva, ya que lo que hacemos es ponernos pri-
mero en el lugar del otro, “comprendiéndole” a él y sus razones, para, des-
pués, reivindicar que nosotros también tenemos derechos.
La respuesta sigue el esquema :”Entiendo que tú hagas..., y tienes derecho
a ello, pero...”.
Ejemplos serían: “entiendo que andes mal de tiempo y no puedas hacer...,
pero yo tampoco tengo tiempo”, “comprendo perfectamente tus razones, y
desde tu punto de vista tienes razón, pero ponte en mi piel e intenta enten-
derme”; “entiendo lo que quieres decir, pero no puedo hacerlo”.
Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la RESPUESTA ASERTIVA
EMPÁTICA a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga nece-
sario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación
con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo.

Respuesta asertiva subjetiva


El esquema que sigue esta forma de decir NO sería:
1. Descripción, sin condenar, del comportamiento del otro (“Cuando tú
haces/dices...”).
2. Descripción objetiva del efecto del comportamiento del otro (“...el resultado
es que yo...”).
3. Descripción de los propios sentimientos (“...y entonces me siento...”).
4. Expresión de lo que se quiere del otro (“¿Por qué no...?”).
Este tipo de respuesta se utiliza en los casos en los que tenemos claro que
el otro no ha querido agredirnos conscientemente, pero nos pide algo a lo que
queremos decir que NO. Es un tipo de respuesta muy hábil, ya que, bien apli-
cada, la persona a quien le digamos dicha respuesta no podrá decir nunca que
la hemos agredido. Es mucho más efectivo exponer cómo algo que hace otra
persona nos afecta, que atacar al otro y echarle la culpa de lo que nos hace.
Esta forma de respuesta asertiva se presta a ser aplicada en situaciones de
pareja, ante contrariedades por parte de algún amigo, etc. Se utiliza, sobre
todo, para aclarar situaciones que se vienen repitiendo desde hace un tiempo.
Ejemplos para este tipo de afirmación serían: “cuando me ordenas que
vaya más rápido, me pongo muy nerviosa y me enfado y eso hace que vaya
más lenta todavía. Dímelo sólo una vez y verás que iré más rápido”. “Cuando
me pides un favor, lo hago, pero luego me siento muy mal conmigo y conti-
go. ¿Por qué no me preguntas antes si puedo hacerlo?”.
Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la RESPUESTA ASERTIVA
SUBJETIVA a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga nece-

106 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

sario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación


con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo.

Técnica del disco roto


Esta es la técnica más extendida, y la que aparece en todos los libros que
se han escrito al respecto.
Consiste en repetir el propio punto de vista una y otra vez, con tranquili-
dad, sin entrar en discusiones ni caer en las provocaciones que pueda hacer
la otra persona.
Por ejemplo:
—Vamos a gastarle una broma al tonto de Rodolfo.
—No, me parece una crueldad y no quiero participar. (Disco roto).
—Pero qué tontería. Si no se entera...
—Te vuelvo a decir que no quiero hacerlo, porque me parece cruel. (D. R.)
—¿Y a ti qué más te da? Anda, déjate de tonterías y ven con nosotros.
—Te he dicho que no, y va en serio, no voy a ir con vosotros”. (D. R.)
Como se ve, la técnica del disco roto no ataca a la otra persona; es más,
hasta le da la razón en ciertos aspectos, pero insiste en repetir su argumento
una y otra vez hasta que la otra persona queda convencida o, por lo menos,
se da cuenta de que no va a lograr nada más con sus argumentos.
Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la TÉCNICA DEL DISCO
ROTO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario
decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus
propias palabras y con la que te sientas cómodo.

Aplazamiento asertivo
Esta respuesta es muy útil para personas indecisas y que no tienen una
rápida respuesta a mano o para momentos en los que nos sentimos abruma-
dos por la situación y no nos sentimos capaces de responder con claridad.
Consiste en aplazar la respuesta que vayamos a dar a la persona a la que
queremos decir NO, hasta que nos sintamos más tranquilos y capaces de res-
ponder correctamente. Por supuesto, este tipo de respuesta no se puede apli-
car en todas las situaciones, sino solamente en las que sea posible aplazar
nuestra decisión para más adelante.
Por ejemplo:
—Oye, el sábado hemos quedado para ir a bailar, te vienes, ¿no?
—Mira, ahora mismo no te lo puedo decir. Si te parece, te lo digo maña-
na, cuando lo tenga más claro ¿vale? (Aplazamiento asertivo).

MAIOR 107
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Si la persona insistiera, nosotros debemos insistir por nuestra parte, al esti-


lo del disco roto, en nuestra postura. Si uno de los dos no quiere discutir, no
hay discusión posible.
Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar el APLAZAMIENTO ASERTI-
VO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga necesario
decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación con tus
propias palabras y con la que te sientas cómodo.

Técnica para procesar el cambio


Esta técnica es muy útil en situaciones en las que hay peligro de que nues-
tro NO de lugar a discusiones sin fin que, al final, no llegan a nada.
Consiste en desplazar el foco de discusión hacia el análisis de lo que está
ocurriendo entre las dos personas. Es como si nos saliéramos del contenido
de lo que estamos hablando y nos viéramos “desde fuera”.
Por ejemplo:
—Anda, vístete, que nos vamos a bailar.
—Mira, estoy cansadísima y prefiero quedarme hoy en casa.
—¡Pero bueno! ¿Y eso a qué viene? ¡Llego a casa con toda la ilusión y
me dices que estás cansada!
—Pues sí, tú no tienes en cuenta que yo también me paso el día traba-
jando, aunque no gane un sueldo y que estoy cansada ahora mismo.
—Lo que eres es una quejica. Ya quisiera yo estar en tu lugar, sin nada
que hacer.
—Eso de que no tengo nada que hacer lo dirás tú (etc.).
—Mira, nos estamos saliendo de la cuestión. Nos vamos a desviar del te-
ma y empezaremos a sacar trapos sucios. (Procesamiento del cambio).
O —Estamos los dos muy cansados. Quizás esta discusión no tiene tanta
importancia como le estamos dando ¿no crees?
Quizás lo más difícil en una discusión es precisamente lo que propugna
esta técnica: ser capaces de mantenernos fríos y darnos cuenta de lo que está
ocurriendo. No meternos “a saco” en contenidos que no nos llevan a ninguna
parte, no dejarnos provocar por incitaciones ante las que creemos necesario
defendernos. Es mucho más efectivo reflejar objetivamente qué es lo que está
ocurriendo y reconocer nuestra parte de culpa (“estamos cansados los dos”),
que defender a capa y espada cualquier pequeño ataque que nos envíen.
Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la TÉCNICA PARA PROCE-
SAR EL CAMBIO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga
necesario actuar de forma contundente e intenta encontrar una formulación
con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo.

108 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

Técnica de acuerdo asertivo


Esta técnica es útil cuando intuimos que nuestra negativa va a dar lugar a
interpretaciones erróneas sobre nosotros y nuestra personalidad. Consiste en
exponer nuestra negativa, dejando claro que no tiene nada que ver con el
hecho de ser buena o mala persona, egoísta o altruista, aburrido o animado.
Por ejemplo:
—¿Quiere firmar en contra del SIDA?
—No, ahora mismo no.
—Ande, piense en los demás, usted no tendrá ese problema, pero hay
mucha gente que...
—Mire, le he dicho que no, y eso no tiene nada que ver con que yo pien-
se en los demás o no. (Acuerdo Asertivo).
Esta técnica separa claramente el “hacer” del “ser”. Si aplicamos varias
veces esta respuesta con personas que tienden a generalizar, podremos evitar
el ser etiquetados en el futuro. No hay cosa más difícil que quitar una etique-
ta que alguien nos haya puesto. Esta técnica va encaminada a prevenir que
esto ocurra.
Ejemplos propios: ¿cómo podrías adaptar la TÉCNICA DEL ACUERDO
ASERTIVO a tu propia vida? Piensa en situaciones en las que se te haga nece-
sario decir NO de forma contundente e intenta encontrar una formulación
con tus propias palabras y con la que te sientas cómodo.

A continuación vamos a ver qué estrategias podrían utilizar las cinco per-
sonas descritas en el capítulo anterior, los posibles peligros con los que se
pueden encontrar y cómo hacerles frente:
– Lidia
La situación de Lidia, igual que la de Álvaro, que le sigue, tiene una difi-
cultad añadida: sus conductas “dóciles” se vienen repitiendo desde hace
años, con lo cual, las personas de su alrededor se han acostumbrado a que
ellos sean siempre los que ceden y ya tienen unas expectativas respecto a
ellos. Es mucho más difícil romper una costumbre, una etiqueta que te han
puesto, que empezar una nueva relación en blanco.
Lidia puede elegir entre ir diciendo sistemáticamente que NO ante todas
las situaciones que le parezcan abusivas, o intentar hablar un día seriamente
con su marido y aclarar posturas y funciones. Proponemos la primera opción,
ya que la segunda es muy complicada y requeriría otras estrategias añadidas
para poder llevar bien la inevitable discusión que se generaría. Así, pues,
Lidia opta por la “labor de hormiga”, que consiste en ir diciendo NO cada vez

MAIOR 109
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

que alguna petición de su marido le parezca abusiva. Para ello, debería de


tener claro cuáles le parecen realmente peticiones exageradas y ante cuáles
puede ceder. Se podría confeccionar una lista con las peticiones “intolera-
bles”, para reaccionar solamente ante éstas.
Ya puestos en situación, Lidia debería de utilizar la respuesta asertiva
empática, seguida del disco roto, para cada vez que su marido le pida algo
que no está dispuesta a conceder. Por ejemplo:
—Cuando llegue a casa, quiero que esté la cena hecha y los niños dor-
midos.
—Mira, entiendo que vengas cansado a casa y que te apetezca estar
tranquilo, pero yo no puedo tenerlo todo a punto siempre.
—Eso será porque te pasas la tarde hablando con tus amigas.
—Sabes que no es así, hay días que sí lo tienes todo como tú quieres,
pero no puedo tenerlo todo perfecto siempre. Hay contratiempos,
cosas que surgen a última hora...
—Deja de darme excusas y ten preparada la cena cuando venga.
—Ya te he dicho que entiendo tu punto de vista, pero entiende tú el
mío: no puedo tenerlo todo siempre a punto (etc.)
Seguramente, Lidia tendrá que insistir mucho, una y otra vez, para que su
marido se dé cuenta de que no todo va a ser como él desea.
Si quiere ir más allá, puede también utilizar la respuesta asertiva subjeti-
va:
–Cuando te pones así y te enfadas porque yo no estoy como a ti te gus-
taría, me siento frustrada. Haré lo que tú quieres, pero sintiéndome muy mal.
¿Por qué no intentas ponerte un poco en mi lugar? Podríamos llegar a un
acuerdo.
Lo importante es que Lidia controle la situación, es decir, que no deje que
la conversación desemboque en una discusión, en donde ambos se hacen acu-
saciones mutuas o se hacen las víctimas. Tiene que tener muy claro que, cuan-
do proteste o se niegue a realizar una petición de su marido, sólo se va a refe-
rir a esa situación y a ninguna otra. Asimismo, no debe permitir que su mari-
do desvíe la conversación hacia otro asunto. Para ello, tiene que echar mano
constantemente del disco roto.
– Álvaro
Álvaro podría utilizar la respuesta asertiva elemental, junto con el disco
roto. Por ejemplo:
—Este análisis tiene que estar para mañana.
—Mira, tengo antes todos estos trabajos y no puedo cogerlo.
—Pero es que es de suma urgencia.

110 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

—Seguramente, pero éstos otros también. No puedo cogerlo ahora.


—¿Y ahora qué hacemos? Necesitamos esto para mañana.
—Puedes dárselo a otro compañero, pero yo no puedo cogerlo hasta
que no haya terminado esto otro.
Como sus jefes y compañeros no estarán acostumbrados a una negativa
por parte de Álvaro, insistirán hasta la saciedad, utilizando para ello toda
clase de dramatismos, apelaciones a la urgencia, amenazas solapadas e indi-
rectas. El disco roto consiste precisamente en darse cuenta de ese juego y no
entrar en él: Álvaro debe continuar con su negativa hasta que hayan cesado
las insistencias.
Si la negativa va más allá de una situación puntual, es decir, si Álvaro quie-
re dejar claro que, en general, se le abruma demasiado con trabajo, debería de
añadirle a su aseveración un comentario sobre las ventajas que supondría
para él y los demás el hecho de poder trabajar con mayor tranquilidad (mayor
calidad en los resultados, menos confusiones o desarreglos, trabajos comple-
tos), frente a los inconvenientes de seguir así (errores, trabajos incompletos,
“chapuzas”).
Lo que no debería de hacer Álvaro en esta situación es personalizar ni
hacerse la víctima. Sí es bueno explicar las razones por las que no se quiere
seguir trabajando de esa forma, pero sin salirse del ámbito laboral. Normal-
mente, las razones más particulares (estrés, malestar, cansancio) no suelen
interesar en una empresa y hasta pueden tornarse en contra de la persona que
las expone.
Como en todo, es muy importante la forma de decir que NO. Álvaro debe-
ría procurar en todo momento no parecer agresivo ni reinvicativo, aunque sí
firme en su decisión. Tiene que quedar claro que no va a ceder ante las insis-
tencias.
– Víctor
De nuevo, es necesario aplicar la respuesta asertiva elemental ante los
intentos de abuso por parte de Raúl. Un ejemplo podría ser:
—Oye, Víctor, ¿me podrías poner el dinero de la copa que he tomado?
Se me ha olvidado el dinero en casa y...
—Mira, no puedo. Yo también ando escaso de dinero.
—Anda, a ti que más te dan 300 ptas. más o menos...
—No, ya te he dicho que no puedo.
—Pero si nunca me has puesto problemas.
—Bueno, pues ahora te digo que yo tampoco tengo dinero y que no te
lo puedo pagar.
En este caso, Víctor también está utilizando el disco roto. Habrá veces en

MAIOR 111
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

las que la otra persona insistirá, sobre todo ante la novedad de la negativa, y
otras en las que, con una sola frase asertiva, bastará para que no vuelva a
insistir. Víctor tendrá que estar preparado, sin embargo, a que, las primeras
veces, Raúl vuelva una y otra vez a intentar que éste le pague todo. Víctor se
tiene que mantener firme y no claudicar ante los intentos de Raúl. Es impor-
tante, también, que controle su tono de voz, para que la negativa no parezca
el principio de algo más fuerte. Debe de dejar claro que sólo se refiere a esa
situación concreta y que no hay nada más que hablar.
Si quiere ser menos duro, puede utilizar la respuesta asertiva empática.
Por ejemplo:
—Mira, entiendo que andes escaso de dinero, pero yo tampoco ando
bien y no puedo pagarte la copa.
Este tipo de respuesta puede suavizar algo la posible agresión que se
puede escapar de la respuesta que describíamos antes, pero necesitará de
mayor insistencia, ya que el otro puede entender que, como somos tan com-
prensivos, terminaremos cediendo.
Es importante, en este caso, que Víctor se prepare concienzudamente su
respuesta y cómo hacer frente a los posibles peligros de hacerla tambalear.
Por ejemplo, puede intentar imaginarse la situación, tal y como prevé que
vaya a ocurrir, y “ensayar” mentalmente sus respuestas de negación y las
reacciones que debe de mostrar ante insistencias, victimismos y zalamerías
por parte de Raúl.
– Sandra
La respuesta asertiva elemental que debería de dar Sandra tiene que ser
corta y sin dar grandes explicaciones, aunque sí exponer las razones que la
empujan a no querer seguir el plan que proponen sus amigos. Lo más seguro
es que su negativa vaya seguida de algún comentario crítico o burlón, a lo que
Sandra debería de estar preparada. Puede utilizar para ello el acuerdo aserti-
vo. Veamos las dos técnicas aplicadas en conjunto:
—Venga, vamos a hacernos unos calimochos y luego nos vamos al
“Cuché”.
—Yo no voy, prefiero un sitio más tranquilo.
—¿Que prefieres un sitio más tranquilo? Qué aburrida.
—Sí, hoy prefiero un plan más tranquilo, pero eso no quiere decir que
sea una aburrida.
—Pues vaya sosa.
—Ya te he dicho que eso no significa que siempre sea una sosa, es sólo
que, hoy, prefiero no ir a bailar...
Ya lo comentaremos más adelante, pero, en este caso, es importante que

112 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

Sandra no se deje apabullar por los intentos de hacerla cambiar de idea


haciéndola sentirse aburrida y diferente al grupo. Muchas burlas, insultos y
amenazas se deben más al desconcierto que les supone a los demás esa nueva
forma de actuar, que a algo realmente profundo.
Es importante, asimismo, que Sandra no generalice en su negativa a otras
situaciones o personas. Es decir, se debería de centrar en que esa vez no quie-
re salir y eludir o cortar cualquier alusión a otras veces. Si alguien, o ella
misma, quiere sacar ese tema, puede utilizar el aplazamiento asertivo:
—Si queréis, hablamos del tema mañana. Ahora prefiero irme a casa.
Y para evitarse a sí misma caer en la crítica, o para que nadie pueda enten-
der una crítica en su negativa, puede utilizar la respuesta asertiva empática:
—Entiendo y me parece bien que queráis salir de copas esta noche, pero
a mí me apetece algo más tranquilo.
– Aurora
Lo primero que debería de hacer Aurora es aclararse ante sí misma cuán-
do y en qué circunstancias acepta regalos o favores y cuándo eso va en con-
tra de sus principios y no desea de ninguna forma aceptarlos. Sólo así podrá
reaccionar adecuadamente ante situaciones inesperadas.
Para el caso de las situaciones en las que, claramente, Aurora no quiere
aceptar un regalo, vale la estrategia de siempre: respuesta asertiva elemen-
tal, seguida, en este caso casi siempre, de disco roto, ya que la otra persona
tenderá a insistir, disfrazando la intención del regalo con mil argumentos.
Aurora podría tener preparada de antemano una respuesta standard, para
que no le pille la situación de improviso y no sepa cómo reaccionar. Para ello,
podría ensayar su expresión facial, que debería de ser siempre amable y son-
riente, y alguna fórmula del estilo:
—No gracias, nunca acepto regalos en el trabajo.
Por mucho que insista la otra persona, Aurora debe de continuar con esta
actitud, amable, pero firme, sin entrar a discutir argumentos que pueden
hacerle dar respuestas de las que luego se arrepienta.

Con estos ejemplos, vemos que, aparte de aplicar las estrategias descritas
al principio, hay que tener en cuenta una serie de factores cuando se quiere
decir que NO a algo:
· ceñirse a la situación de la que se está tratando. Ni generalizar hacia
otras situaciones ni permitir que el otro lo haga
· tener en cuenta que la otra persona, seguramente, insistirá. No “plegar
velas” a la primera, sino insistir en la negativa, de la misma forma que
lo está haciendo el otro

MAIOR 113
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

· tener muy en cuenta la conducta no verbal que se muestra a la vez que


se dice la negativa: la expresión facial y el tono de voz deberían de ser
firmes, pero no agresivos
· como la mayoría de estas situaciones pillan siempre de improviso, hay
que prepararse la reacción de antemano. Antes de acudir a una cita,
quedar con los amigos, esperar a que llegue el marido, etc., si se piensa
que seguramente surgirá una situación “peligrosa”, hay que tener bien
pensada la propia respuesta y prevenir qué hacer ante posibles “resis-
tencias” por parte del otro: críticas, burlas, amenazas...
· hay que tener muy claro, también, qué es lo que se quiere y qué es lo
que no se quiere. A veces, creemos que tenemos claro lo que queremos,
pero, luego, la otra persona echa por tierra nuestra actitud con cuatro
argumentos. Deberíamos de aclararnos muy exactamente sobre qué
situaciones, peticiones o conductas admitimos y ante cuáles no estamos
dispuestos a ceder.

ESTRATEGIAS INTERNAS PARA AFRONTAR SITUACIONES

Al hablar de las causas que podían provocar el que una persona tuviera
dificultades en decir NO, aludíamos a la falta de estrategias de comporta-
miento –de las que ya hemos hablado– y a otro tipo de dificultad, más inter-
na y profunda, que podía estar impidiendo el que una persona utilizara las
estrategias externas, por muy bien que se las aprendiera. La llamábamos
“dificultades de pensamiento”. Muchas veces ocurre que, aunque parezca
increíble y nadie lo entienda, la persona no logra “cambiar” su conducta.
Puede ir a cursos en donde le enseñan a aplicar habilidades para decir que
NO, puede leer libros... pero no cambia. En estos casos, podemos sospechar
que, en el fondo, a la persona le está “compensando” continuar con su acti-
tud “sumisa”, por alguna razón que sólo ella sabe. A esta razón, en Psicología
Cognitiva se la llama “convicción” o esquema mental y es lo que ahora pasa-
remos a describir más detalladamente.
Vaya por delante que aquí sólo vamos a poder dar un reflejo muy rápido
y superficial de toda la complejidad de ideas y convicciones que pasan por
nuestras cabezas y que nos están influyendo para no poder decir que NO en
ciertas situaciones.
Todos tenemos, desde pequeños, una serie de “convicciones” o “creen-
cias”. Estas están tan arraigadas dentro de nosotros, que no hace falta que, en

114 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

cada situación, nos las volvamos a plantear para decidir cómo actuar o pen-
sar. Es más, suelen salir en forma de “pensamientos automáticos”, tan rápi-
damente que, a no ser que hagamos un esfuerzo consciente por retenerlas,
casi no nos daremos cuenta de que nos hemos dicho eso.
Si piensas en una situación que te haya causado problemas y la divides en
tres momentos: el momento antes de entrar en ella; cuando estés en medio; y
después, cuando ya hayas salido de ella, observarás el poder de los pensa-
mientos y automensajes. Para cada uno de estos momentos, reflexiona: ¿qué
te sueles decir normalmente? ¿Te alientas, te echas hacia atrás, te reprochas o
te vas felicitando sobre tu actuación? Seguramente, en estos automensajes
irán metidas gran parte de tus creencias y convicciones y de ellos depende el
que tengas el ánimo de afrontar airosamente la situación o el que la encares
como un perdedor.
Una típica convicción puede ser la de que necesitamos sentirnos apoyados
o queridos por las personas relevantes para nosotros para sentirnos a gusto.
Otra podría ser la necesidad de sentirnos competentes en algún área de nues-
tra vida para tener la autoestima medianamente alta.
Todos poseemos estas convicciones en algún grado. Por supuesto que casi
todos nos sentimos mejor si contamos con un apoyo, si nos sentimos queri-
dos; por supuesto que, para tener una buena autoestima se requiere, entre
otras cosas, considerarse competente y saber mucho de algo. El problema
comienza cuando una o varias de estas creencias se hacen tan importantes
para nosotros, que supeditamos nuestras acciones y convicciones a su cum-
plimiento. Por ejemplo: la persona para la cual es absolutamente vital recibir
el afecto de los demás, buscará este apoyo en todo lo que haga, es decir, inten-
tará gustar a todo el mundo, estará constantemente temerosa de “fallarles” a
los demás, interpretará gestos y palabras como “ya no me quieren”, etc. Lo
mismo le ocurre a la persona que necesita ser competente y hacerlo todo bien
para sentir que vale algo. Esta persona pronto se convertirá en un perfeccio-
nista, que nunca estará satisfecho con lo que haga, que se autorreproche y cul-
pabilice ante cualquier error y que tenga puesto su listón tan alto que difícil-
mente pueda llegar a él. Cualquier exageración de una de estas creencias o
convicciones puede proporcionar un considerable sufrimiento a la persona
que las vive de esta forma, y suele traducirse en alguna conducta disfuncio-
nal. Así, la persona que tenga como necesidad principal la convicción de que
“es necesario ser amado o aceptado por todo el mundo” (“necesito ser apre-
ciado-aceptado por X, si no, no lo soporto”), no puede ser asertiva, ya que,
para ella, es intolerable no caer bien a los demás y una excesiva asertividad le
parecería peligrosa para cumplir este objetivo.

MAIOR 115
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Por supuesto, no todas las convicciones son dañinas. “La amistad es un


valor muy importante y hay que cuidarla” es una creencia perfectamente
positiva y como ésta, hay miles de ellas. En una misma persona pueden “con-
vivir” muchas convicciones beneficiosas y una o dos que, por exageradas, le
hacen daño.
Veíamos que, en el caso de Lidia, ésta se movía principalmente por el
miedo al rechazo de su marido. Decíamos que “le compensaba” continuar así,
aunque se quejara, ya que, de negarse a más situaciones, peligraría para ella
el amor de su marido. Hasta que Lidia no aclare sus ideas y no relativice la
importancia de perder el amor de su marido, no cambiará su conducta, por
mucho que tenga la sensación de “no poder aguantar más”. Lo mismo le ocu-
rría a Sandra, con su temor a perder a los amigos o a ser “la diferente”.
Mientras dé importancia primordial a este temor, no hará nada por autoafir-
marse y negarse a seguir el plan que proponen sus amigos.
En Álvaro, el informático que aceptaba demasiado trabajo, pueden convi-
vir dos convicciones dañinas: el miedo a perder la imagen de competente que
está dando, lo cual sigue siendo, en el fondo, un miedo a no ser aceptado,
querido o apreciado; y un excesivo perfeccionismo. Seguramente, Álvaro no
se puede tolerar a sí mismo bajar el listón, ya que debe de estar basando su
autoestima en el rendimiento. Es decir, cuanto más rinda, mejor se sentirá
consigo mismo. Hasta que no relativice esto y se permita reconocer que tiene
sus límites y que no pasa nada si no cumple, no cesará su conducta “sumisa”
de aceptar todos los trabajos.
Las convicciones exageradas nos introducen en un círculo vicioso. Como
nuestra “necesidad” (de afecto, de sentirnos competentes, etc.) es tan grande,
buscamos constantemente en los demás la confirmación de que “nos siguen
apreciando” o “valorando”. Y, consiguientemente, tendemos a distorsionar
muchas veces la realidad y hacer interpretaciones precipitadas de reacciones
de los demás que, rápidamente, clasificamos de “ya no me aprecia” o “ya no
me valoran”.
Para combatir estas ideas, que tanto daño nos hacen, lo primero que tene-
mos que hacer es reflexionar sobre otras posibles explicaciones que se po-
drían dar a alguna conducta de otra persona que no ha “dolido”.
Veamos un ejemplo. Álvaro observa cómo su jefe, que normalmente siem-
pre se para ante su mesa para decirle alguna cosa amable, pasa de largo y se
va a decirle algo, aparentemente personal, a un compañero suyo. Rápida-
mente, se forman en su mente los siguientes pensamientos: “ya está, ya ha
pasado a confiar más en Pedro que en mí. Esto es porque ayer intenté negar-
me a realizar un trabajo, cuando le dije que tenía otras cosas urgentes. Se lo

116 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

ha tomado mal. ¿Por qué habré hecho caso a los dichosos consejos de aserti-
vidad? Si no lo hubiera hecho, me saludaría y hablaría conmigo y no hubiera
pasado nada”.
Esta es la interpretación que hace él de la situación. ¿Existen otras explica-
ciones posibles a la conducta de su jefe?

POSIBLES EXPLICACIONES A CONDUCTAS NEGATIVAS DEL OTRO

Situación social y roles establecidos


La persona con la que hablamos puede estar “actuando” según le exige la
situación en la que se encuentra o el rol social que tiene que representar. Ese
papel no tiene nada que ver con nosotros ni con lo que opine la persona de
nosotros.
Ejemplos: discusión sobre un tema serio o triste (la persona no puede estar
amable y sonriente); amigo nuestro que es jefe (no puede comportarse con
nosotros como cuando está fuera del trabajo); etc.
En el caso de Álvaro, el jefe puede tener que hablar seriamente con el com-
pañero y no se puede parar a charlar afablemente con él.

Factores de personalidad o estado de ánimo del otro


Si una persona es manipulativa, lo será con todo el mundo, incluido uno
mismo. Si es antipática en general, también lo será conmigo. No tiene porqué
cambiar por estar interactuando conmigo.
Muchas conductas negativas de alguien respecto a nosotros obedecen a su
estado de ánimo o humor momentáneo. Alguien puede estar malhumorado
por algún problema o preocupado por algo que haya ocurrido antes de
entrar yo en escena. Lógicamente, yo recibiré su mal humor, sin tener que ver
nada con ello.
Álvaro no sabe lo que ocurre cuando no está presente él. Tal vez haya habi-
do algún incidente que haya provocado unas palabras urgentes del jefe hacia
el compañero.

Factores físicos
El calor, la incomodidad o, más frecuentemente, un malestar físico (dolor
de cabeza, de muelas, de estómago) pueden convertir a la persona más afable

MAIOR 117
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

en huraña y antipática. No por ser nosotros van a dejar de sentirse mal, pero
sí es posible que no nos cuenten porqué tienen ese comportamiento, ya que
están tan ocupados en su malestar que no se dan cuenta de su conducta.
El jefe de Álvaro puede encontrarse en una de las circunstancias descritas
y no estar de humor, momentáneamente, para charlar con nadie de forma
distendida.

Errores en la propia conducta


A veces, efectivamente, puedo ser yo la causa directa de la conducta nega-
tiva de la otra persona, igual que a veces puedo provocar reacciones positivas.
Sin embargo, esta posibilidad no suele ser, ni con mucho, la causa más fre-
cuente de las respuestas negativas de nuestros interlocutores. En cualquier
caso, en vez de darle vueltas y lamentarse, habría que analizar: ¿qué puedo
haber hecho mal? ¿cómo ha sido exactamente mi error: tono, contenido, he
dejado de decir algo, he hablado demasiado? ¿cómo puedo remediarlo?
Para cada problema hay un remedio y si alguien advierte que sus esque-
mas mentales o convicciones le están impidiendo actuar de forma más aserti-
va, y negarse a realizar cosas que no desea hacer, debería intentar seriamente
modificar esas convicciones. “Modificar” no significa cambiarlas, convertirse
de persona pendiente de los demás a persona fría e insensible (sería imposi-
ble), pero sí se pueden relativizar las propias convicciones, conseguir que ya
no sean una necesidad imperiosa, sin la cual me siento mal y me hundo, sino
un esquema más, que yo persigo, pero que no me persigue a mí.
Los pasos a seguir serían: analizar la lógica y el realismo de los temores y
necesidades que nos están impidiendo actuar asertivamente, darnos cuenta
en qué medida están influyendo en nuestra dificultad para decir NO e inten-
tar, poco a poco, ir sustituyéndolas por otras ideas más ajustadas a la realidad
y menos catastrofistas. Ejemplos:
La persona que posee como convicción principal la idea de que:
“Es necesario obtener la aprobación y el cariño de todas las personas
relevantes para mí”
tendrá estos comportamientos típicos:
·
no expresar opiniones y deseos personales
·
evitar conflictos aunque otras personas violen sus derechos
·
gastar mucha energía para lograr la aprobación de los demás
·
refrenar sentimientos (positivos y/o negativos).
Un análisis realista de su necesidad, le podría hacer llegar a las siguientes
conclusiones:

118 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

* No puedo gustar a todo el mundo. Igual que a mí me gustan unas


personas más que otras, así también les ocurre a los demás respecto a mí.
* En el caso de que alguna persona que me importa, no apruebe algo
de mi comportamiento, puedo decidir si lo quiero cambiar, en vez de estar
lamentándome de mi mala suerte. ¿Realmente pierdo todo su cariño si dejo de
actuar como le gusta? En el caso de que realmente fuera así ¿es una catástro-
fe? ¿Dejo de ser yo por el hecho de que alguien ya no me apruebe?
* Intentando gustar a todo el mundo, no hago más que gastar excesi-
va energía y no siempre obtengo el resultado deseado. Puedo determinar lo
que yo quiero hacer, más que adaptarme o reaccionar a lo que pienso que las
otras personas quieren.
* Tengo que determinar si el rechazo es real o si estoy interpretando
precipitadamente reacciones de los demás; y si este rechazo fuera real, debo
de ver si se basa en una conducta inapropiada por mi parte o no. En el caso
de que no fuera inapropiada, puedo encontrar a otras personas con las que sí
pueda exhibir esta conducta.
La persona que posee como convicción principal de idea de que:
“Hay que ser totalmente competente en todo lo que se emprenda y no
permitirse el más mínimo error”,
tendrá estos comportamientos típicos:
· excesiva ansiedad en las situaciones en las que deben “dar la talla”
· evitación de las interacciones sociales por miedo a no tener nada inte-
resante o digno de decir
· evitar la práctica de actividades sociales placenteras por miedo al fra-
caso
· conducta callada, aparentemente pasiva, cerrada, por preferir ésta a
“meter la pata”.
Un análisis realista de su necesidad, le podría hacer llegar a las siguientes
conclusiones:
* Me gustaría ser perfecto para esta situación, pero no necesito serlo
* Mi valía personal no tiene nada que ver con el resultado de mis con-
ductas. No por hacer algo mejor o peor soy más o menos persona.
* Intentando hacer las cosas perfectamente no llegaré a ser feliz nunca
y me sentiré siempre presionado. Intentaré sustituir el hacer las cosas “per-
fectamente” por “adecuadamente”.
* No hay nadie que sea perfecto ni competente en todo. ¿Porqué me
exijo un imposible?
Estos son unos pocos ejemplos para ver cómo se podría cuestionar y trans-
formar una convicción en mensajes más relativos y realistas. Si somos capa-

MAIOR 119
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

ces de ver la realidad desde otro ángulo, menos rígido y menos marcado por
nuestras necesidades, nos sentiremos menos mal y podremos obrar más con-
secuentemente. Mientras sigamos viendo todo desde el prisma de nuestras
necesidades de afecto, valoración, etc., no cambiaremos nuestra conducta,
por mucho que nos esforcemos.
Valgan estos apuntes como punto de reflexión para que algún lector o lec-
tora caiga, quizás, en la cuenta de por qué no logra llevar a cabo lo que quie-
re, pese a desearlo. La puesta en práctica de esta transformación de convic-
ciones es mucho más compleja que todo esto y requiere, normalmente, de un
proceso guiado por un Psicólogo. En la Bibliografía reseñamos algunos libros
que ayudan a profundizar más en el tema.
Por ahora, plasmamos solamente un auto-cuestionario que cada uno de
nosotros puede hacerse cuando alguien o algo le haya afectado, a su enten-
der, más de la cuenta. Está pensado para ayudarnos a caen en la cuenta de
cómo por culpa de nuestras convicciones exageradas, a veces estamos distor-
sionando la realidad. Al analizar el “realismo” de nuestros temores, tal vez
logremos relativizarlos un poco.

CUESTIONARIO PARA MOMENTOS DE DESÁNIMO

PENSAMIENTO O TEMOR QUE ESTOY TENIENDO:


1. ¿Qué datos de la realidad justifican o están a favor de este pen-
samiento? ¿Cómo sé que esto ocurrirá realmente?
2. ¿Qué datos lo ponen en duda o lo matizan?
3. ¿Qué probabilidades existen de que ocurra lo que estoy pen-
sando? (en porcentajes o “alta-media-baja”)
4. ¿Qué otras explicaciones existen para el problema que me pre-
ocupa?
5. ¿Refleja esta situación una amenaza que señala un peligro
potencial o un reto para superar miedos?
6. ¿Tengo recursos para abordar esta situación? ¿Cuáles?
7. ¿Qué me digo a mi mismo/a ahora? (Pensamientos alternati-
vos) ¿Qué otras cosas se me ocurren?
8. ¿Hay pruebas que contradigan los pensamientos alternativos?
9. ¿Qué acciones puedo emprender para sentirme más a gusto?

120 MAIOR
A p r e n d e r a d e c i r “ n o ”

BIBLIOGRAFÍA

FABREGAS, J.J. y GARCÍA, E. (1988): Técnicas de autocontrol. Ed.


Alhambra, Biblioteca de Recursos Didácticos. Es un libro didáctico, pensado
para adolescentes. Sin embargo, puede serle útil a cualquiera. Consta de tres
partes, una de ellas es la Asertividad.
DAVIS, M.; MC KAY, M. y OTROS (1985): Técnicas de autocontrol emocional.
Ed. Martínez Roca, Biblioteca de Psicología, Psiquiatría y Salud, Serie
Práctica. Trata de múltiples temas y técnicas. Un capítulo está dedicado a la
Asertividad.
BENESCH, H. y SCHMAND,W.: Manual de autodefensa comunicativa. Ed.
Gustavo Gili.
GAUGELIN, F. (1982): Saber comunicarse. Ed.Mensajero.
VALLEJO NAJERA, J.A. (1990): Aprender a hablar en público hoy. Ed. Pla-
neta. Aunque no habla directamente de la dificultad de decir NO, hemos con-
siderado interesante incluirlo en la Bibliografía. Es un libro práctico y didác-
tico.
FENSTERHEIM, H. y BAER, J. (1976): No diga sí cuando quiera decir no. Ed.
Grijalbo. Éste y el siguiente son dos libros básicos para aprender a decir NO,
como indican sus títulos. También hablan de otros temas de Asertividad.
SMITH, M.J. (1979): Cuando digo no, me siento culpable. Ed. Grijalbo.
GIROJO, M. (1980): Cómo vencer la timidez. Ed. Grijalbo.
CASTANYER, O. (1996): La Asertividad, expresión de una sana autoestima. Ed.
Desclée De Brouwer, Col. Serendipity, 23ª Edición. Este libro une estrategias
de comportamiento asertivo con un análisis de los pensamientos y esquemas
mentales que pueden estar dificultando la Asertividad.
WEISINGER, H. (1988): Técnicas para el control del comportamiento agresivo.
Ed. Martínez Roca, Biblioteca de Psicología, Psiquiatría y Salud, Serie
Práctica. Es este uno de los pocos libros que trata el tema de la agresividad,
por lo que hemos creído conveniente incluirlo.
PALMER, P. (1991): El monstruo, el ratón y yo. Ed. Promolibro-Cinteco. Es
un libro escrito para niños que quieran aprender conductas asertivas. Incluye
ejercicios y pautas de reflexión.

MAIOR 121
Aprender a cultivar la
interioridad
Antonio García Rubio

7
“Está separado de todo, pero unido a todo.
Impasible, pero de una sensibilidad soberana.
Divinizado, se considera el desperdicio del mundo.
Y, por encima de todo,
es feliz, divinamente feliz”

Evagrio Póntico

DETENERSE EN EL MONJE. (INTRODUCCIÓN)

Son tres palabras de mucho peso, aprender, cultivar e interioridad, las que
aparecen en la cabecera de este trabajo y que te van a guiar en esta reflexión.
Aparecen ante unas miradas deseosas de adentrarse en la desconocida espe-
sura del hombre interno; pero la atención de este hombre de final del siglo XX
es difusa, consecuencia probable de las muchas llamadas externas que recibe.
Nuestro deseo se manifiesta como real en momentos puntuales, aunque se
nos desinfla y desluce a poco que las condiciones cambien, y éstas cambian
con excesiva facilidad.
Nunca se ha hablado tanto de la “interioridad” como en las últimas déca-
das, pero es posible que esto suceda por el trasfondo al que alude el refrán:
“dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Hoy, debido al consumo, se
escribe mucho de todo y, en parte por atracción, en parte por tabú, no podía
ser menos de un mundo tan apasionante como la interioridad. En la socie-
dad hay recetas para todo y, en el ámbito editorial, en este caso, se encuen-
tran las recetas más insospechadas, sin que falten tampoco las extraídas de
las distintas tradiciones religiosas y culturales. Es difícil aportar veracidad

MAIOR 123
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

científica o autenticidad moral en un campo abonado por los Medios de


Comunicación de tal modo que cualquiera, con sagacidad, puede sentirse un
virtuoso con capacidad para explorarlo.
Me alegraría que pusieras, en una pared blanca, la frase de Evagrio
Póntico con la que he iniciado este trabajo. Habla del monje, y el monje
puede ser para ti, inmerso en un mundo laico, un punto de referencia ine-
quívoco para lo que buscas. Sitúate, para la lectura de estas páginas, en un
rincón solitario y tranquilo, un poco “acurrucado” en ti mismo y proyecta-
do hacia el centro de tu ser. Que tu respiración sea una llamada a vivir y a
dar gracias por lo que experimentas en ti mismo. Un monje es un solitario
y un separado, que vive, sin embargo, una experiencia de unidad con el
universo y con la humanidad como pocos seres humanos tienen oportuni-
dad de experimentar en su agitada y despistada vida. Un monje es un ser
aparentemente impasible ante los graves problemas de la humanidad y
ante las “moscas” que puedan molestar con su zumbido en la tarde soleada,
pero pocos seres conocerás que extremen más su sensibilidad ante los
sufrimientos de la humanidad, que asume como propios y trata de ablan-
darlos y purificarlos en unas entrañas iluminadas por la oración. El monje
aparece, ante nuestros ojos sometidos a los estallidos estridentes del con-
sumo y de la vanidad reinante en occidente, como un ser divinizado, ele-
vado, salido de las redes negativas en las que nosotros hemos de deshojar
y deshacer nuestros días. Pero el monje se sabe un desecho del mundo, un
pobre inútil, un trasto que para nada cuenta salvo para el trato a solas con
el Misterio.
Un monje es un hombre feliz, no posee nada, ni tiene nada, ni compra
nada, ni vende nada, ni puede nada, ni pide nada. Divinamente feliz.
Querría que tuvieras presente la aventura que vas a emprender, ella dirige
tus pasos por caminos extremosos, desconocidos del todo para el consumis-
ta, el conformista, el estresado, el ansioso o el activista. Tú también entras en
la noche, la noche oscura de fray Juan de la Cruz, en la que buscarás el Amor
y el Encuentro; oscuridad a la que cantaba 'Alî Ibn Abî Tâlib, yerno del pro-
feta Mahoma:

“Busco a tientas en la oscuridad, busco encontrarte, busco tu amor.


Concédeme, Señor, tu encuentro, tu amor y tu piedad.
Perdóname mis pecados, ¡oh mi Señor!, y déjame aproximarme a Ti”1.

1. Emilio Galindo Aguilar y Sgrid Von Thimmel, Salmos Sufíes, Ed. Darek-Nyumba, Madrid
1986, p. 11.

124 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

ANÁLISIS DE LAS TRES PALABRAS.

Centra tu atención, ahora, en las palabras del título de este estudio:

Aprender –comienzas aprendiendo–


A Aprender dedicamos la mayoría de las energías. Muchas veces aprende-
mos lo que nos manda el sistema productivo-competitivo: aprender a “conocer”
y aprender a “hacer”. No pasa lo mismo con el aprender a “convivir” y con el
aprender a “ser”, es decir, no pasa así con el aprendizaje de la vida interior. Hay
quienes la consideran una especie de plus de seres humanos especialmente do-
tados para este fin. Los hay que la estiman como una pérdida de tiempo. Unos
pocos la estudian de modo científico o psicológico. En general, nuestra cultura
occidental, atrapada por el afán de poseer, consumir y disfrutar, ha pasado a
ignorar la vida interior, porque la experiencia de la inmediatez es mucha y por-
que una educación basada en el abuso del consumo acaba provocando tal can-
sancio que no existe capacidad para estirar más la cuerda de la sensibilidad
humana. Algo así como “tener embotada la mente “, que diría Pablo de Tarso.
Han pasado los años en los que la cultura occidental descubrió el “paraíso”
oriental, con su espiritualidad presentada como panacea y nueva salvación.
En esos años se pretendió maquillar la tradición cristiana y readaptarla a los
efluvios que venían de Oriente, con el fin de que no sucumbiera ante su
acoso. La comercialización de estos productos espirituales provocó, mental-
mente hablando, un contraste grande y atractivo con relación al estilo de vida
europeo y occidental.
Todo fue cayendo por su propio peso al poner en práctica el paraíso
andando sus caminos. Pronto se vio que no hay ninguna panacea y que quien
tiene vida espiritual no es simplemente porque se marcha a Oriente o se lee
unos cuantos libros de bolsillo, sino porque la trabaja y se deja trabajar. Y, una
cosa es la moda que se compra con dinero, y otra el cultivo de un estilo de
vida a partir de la interioridad que supone, además, una alternativa al estéril
consumismo de nuestro mundo.
Todo aprendizaje supone un esfuerzo considerable y unos costes que pagar:
Cristo “aprendió sufriendo a obedecer”. El aprendizaje es, según la definición del
Diccionario de la Real Academia Española: “Adquirir el conocimiento de alguna
cosa por medio del estudio o de la experiencia”. En el caso de la vida interior, sien-
do el estudio un apoyo, se te hace muy necesaria la experiencia. Pero, ni todo
es esfuerzo, ni todo es conocimiento, ni todo es experiencia. No puedes aden-
trarte en el bosque de la vida interior si no eres conducido por una mano mis-

MAIOR 125
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

teriosa, aunque hayas de poner en juego tu propia experiencia y no desdeñes


las orientaciones que te vengan de otros buscadores.
La segunda definición del Diccionario es: “Concebir algunas cosas por meras
apariencias, o con poco fundamento”. Según esta definición, no puedes cultivar
la interioridad por meras apariencias y sin fundamento. Aquí se resalta el
trato que algunos dan a la vida interior: creen que el conocimiento a adquirir
es algo “sabido” y sobre el que cualquiera puede “pontificar”. Bastantes peca-
mos de ser unos entendidos al hablar o al entrar en la oscuridad del mundo
interior. Esto acarrea múltiples confusiones, a las que somos abocados por
tanta falacia y tan poco fundamento.
La vida interior te va a requerir un serio aprendizaje, el mayor de todos, si
quieres cultivar el asombroso mundo que te descubre. Ahí se halla todo lo
que es posible para el hombre. Ahora bien, es necesario matizar que el apren-
dizaje está abierto a todos, hombres y mujeres, ricos y pobres, sanos y enfer-
mos, negros y blancos, musulmanes o cristianos... Todos pueden entrar y a
todos se les ofrece el instrumento necesario para intentarlo: su propio ser, sus
propias personas. La naturaleza nos ha dotado de los medios esenciales para
desarrollar este aprendizaje. No tendrás que “ir a Salamanca” para que puedas
adentrarte en el universo de tu propia esencia y mismidad. Puedes ser monje
en medio de la sociedad urbana y posmoderna. Eso es lo que vas a descubrir
en estas páginas.
Una mujer castellana, Teresa de Jesús, que entendía mucho de entrañas, de
interioridades y de las moradas que uno puede encontrar dentro de sí, solía
decir que “acostumbrarse a soledades es gran cosa para la oración. 'No es menester
alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí'”. No te
hacen falta alas, pues, para entrar en ti. Has de ordenar, eso sí, el pensamien-
to, las emociones y los sentimientos, con relación a lo necesario, para que sea
posible alguna que otra escapada al bosque de tu propia existencia.

Cultivar –continuas cultivando–


De la palabra Aprender pasamos a la segunda: Cultivar. Si Aprender te suena
a escuela y te hace pensar en un esfuerzo intelectual, con maestro, libros y
horas de estudio incluidas; Cultivar se te volverá sugerente, evocadora y, hasta
cierto punto, bucólica e irreal. Dado que no habrás probado la rudeza del cul-
tivo del campo, sólo te traerá a la cabeza la lechuga, la cebolla y el tomate ade-
rezados ya con la sal, el aceite y el vinagre. Todos los frutos cultivados en el
campo los encuentras, a cambio de unos cuantos duros, en el supermercado
del barrio; y te encantará el olor a la tierra mojada; y te atraerá, de lejos, la ima-
gen pacífica del cuadro, mil veces visto en el televisor, del labrador que mane-

126 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

ja hábilmente su arado. Pero te olvidarás, o no llegarás a tener conciencia, de


que el fruto lleva consigo sudor, esfuerzo, lágrimas, sinsabores y fatigas.
Cultivar es una palabra que hace relación a la tierra y sólo de modo figu-
rado la podemos utilizar con relación a la vida interior del hombre. En ese
sentido, el Diccionario nos habla de poner los medios necesarios para que sea posi-
ble la interioridad y para mantenerla; y, así mismo, nos sugiere, concebida de
modo extensivo, el hecho de poder utilizarla aproximándola a la actividad de desen-
volver y de ejercitar las potencias y facultades que son inherentes a la vida inte-
rior. En cualquier caso, nos volvemos a tropezar con una actividad intensa del
ser humano. El cultivo de la tierra o de la vida interior suponen el ejercicio
permanente y la actividad incesante.

Interioridad –acabas interiorizando–


La tercera palabra es Interioridad. Aceptar que existe en el ser humano una
interioridad es aceptar que somos una imagen externa, visible y concreta pero
con un fondo vital, invisible e impreciso que, sin embargo, fluye sin cesar e
influye decisivamente en la configuración de la vida humana. “'Interior' es
aquello que vive en el fondo del alma, en lo más íntimo del alma, en el entendimien-
to, y que no sale ni mira a ninguna cosa”2. El Diccionario nos habla primero de la
interioridad como “cualidad de interior”. Luego dice: “Cosas privadas, por lo
común secretas, de las personas...”. El mundo privado, al que con tanto gusto se
agarra la sociedad actual, es un mundo engañoso y, así planteado, absurdo;
es tan personal e inaccesible, tan propio e intransferible, tan tabú y tan mor-
boso, que nos quedamos boquiabiertos y temblorosos ante lo que pueda
suponer para el hombre.
La vida privada es como una barrera infranqueable, inventada por los pode-
rosos para hacer dinero; bien a base de vender interioridades y trapos sucios, o
bien a base de denunciar la injerencia en esos asuntos de otras personas o gru-
pos poderosos. El fin siempre es ganar dinero y hacer negocios. La vida priva-
da y su interioridad, así mirada, suena mal y hemos de limpiar su sentido si no
queremos vernos envueltos en algún “rollo” que nos cueste cárcel, disgustos o
dinero, a ti o a mí, pobres “pardillos”, ante estos manejos económicos y legales.
Cuando aquí hablamos de aprender a cultivar la interioridad no nos refe-
rimos, pues, al morbo de la vida privada de las revistas del corazón ni al
mundo privado del que habla el Diccionario, sino que hablamos de lo con-
trario, de una vida honda, partícipe del misterio y del secreto más auténtico
de la existencia y que nunca puede ser entendida en el sentido de “vida o pro-

2. Maestro Eckhart, Tratados y sermones, Sermón X, Ed. EDHASA, Barcelona 1983, p. 355.

MAIOR 127
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

piedad privada”. Entrar en la interioridad supone una experiencia tal, que, si te


adentras en ella, tienes, a poco que te aventures por esos caminos, una sensa-
ción similar a la que expresa Evagrio Póntico en el texto frontal: “separado de
todo pero unido a todo”; o a la que expresan las tradiciones religiosas y que resu-
me excelentemente el episodio de 'La Torá' que narra la experiencia de Moisés
ante la zarza ardiendo: “Descálzate porque la tierra que pisas es sagrada”. Hay un
carácter sagrado, luminoso, profundo y auténtico en la interioridad que se
descubre cuando uno entra en ella libre y conscientemente, como entra el
aventurero en el bosque. Has de entrar en la selva virgen de tu propia intimi-
dad, de un modo sagrado y auténtico. Deja de leer esta página; toma la Biblia
en tus manos con calor; lee el relato de Moisés3, y adéntrate, con tu silencio,
en la tierra sagrada de tu corazón. Respira y goza de la experiencia.

HACER ESTE CAMINO DESDE LAS PROPIAS EXPERIENCIAS

Sitúate en el umbral de alguna experiencia personal que raye con lo lumi-


noso, con lo vitalmente alegre, con lo emocionante, con lo asombroso, con lo
atractivo, con lo excitante...; una experiencia que has podido tener a lo largo
de tu vida y de la que guardas una memoria especial. Revívela: “Unos senti-
mientos alados ante la puesta de sol de una tarde otoñal que te deja como 'encendido'.
Una alegría desbordante, fruto de un encuentro amoroso, al que ni tú mismo sabes
encontrarle motivo u origen real. Una emoción exultante ante la espera de tu amigo,
al estilo de lo que narra “El Principito” en su encuentro con el zorro. Un choque expe-
riencial ante la enfermedad o la muerte de tu padre, que te deja lleno de asombro ante
la levedad de la existencia. Una atracción amorosa, sentida, vital o de vértigo, que
acaba acaparando la atención entera de tu mente y de tu corazón. Una frustración en
el trabajo social, en la entrega al mundo de los desheredados, en la lucha, tantas veces
ingrata, por la justicia que ves machacada en seres concretos a los que amas, peque-
ños y sencillos, verdadera carne de cañón de un mundo dividido, roto e injusto, y que
te provoca y excita sobremanera...”.
Para aprender has de andar los caminos de la vida. De nada sirve que teo-
rices, que hables o abuses de la palabra, que vuelvas al laboratorio imagina-
do por el autor de unas páginas. “El Maestro habla como el cantante canta, por-
que es su oficio... Pero él sabe muy bien que la palabra es sólo ocasión y escucha, y que
el verdadero conocimiento nace de dentro, cuando la concentración de la larga bús-
queda se junta con la sorpresa del despertar espontáneo”4. Para que cultives la vida

3. Ex 3, 1 ss.
4. Carlos G. Vallés, Vida en abundancia, Ed. Sal Terrae, Santander 1993, p. 92.

128 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

interior comienza por descubrir lo que es; a qué te refieres cuando hablas de
ella y qué posibilidades se te ofrecen para valorarla, para gustarla y para cul-
tivarla, de modo que sirva a tu crecimiento como hombre, a tu humanización,
a tu búsqueda diaria y a tu despertar espontáneo. Mi empeño, en primer
lugar, está en dirigir tu mirada hacia experiencias en las que reconozcas la
presencia activa de la interioridad y las posibilidades que esas experiencias
despertaron sorpresivamente y que luego se desarrollaron en tu ser; y, en
segundo lugar, hacia el reconocimiento de aquellas otras que pudieron que-
dar paralizadas en ti, como consecuencia de la desidia, del despiste, del des-
conocimiento o de la carencia de una voluntad organizada.
Si quieres aprender algo en el cultivo de la vida interior, entonces, mírate,
obsérvate, descubre los secretos de tu propia vida, que están ahí, ante ti, no
para morbo alguno, sino como datos precisos, de primera mano, que, al ver-
los de cerca, te harán sentir una vocación especial para intervenir sobre ellos
o para dejar que sean llevados por manos especiales.
Jesucristo, el “Maestro” para los cristianos, dijo que todo sale del arca del
corazón humano. Ahí, en tu corazón, está, como en un holograma, la verdad
entera del universo, resumida y preparada para hacerse grande, bella, exten-
sa, espléndida, tuya... ¡Párate! Deja de hacer. Escucha aquella otra adverten-
cia del mismo Maestro: “Andas inquieto y nervioso con tantas cosas. Una sola es
la importante”. Quien elige la vida interior elige la mejor parte y nadie se la
podrá quitar. El dogma del activismo, en el que se encuentra apresada nues-
tra generación, es el primer enemigo de la vida interior. El activismo preten-
de vaciarte y dejarte a merced de las fuerzas distraídas de la naturaleza y de
aquellas otras que manipulan la vida social, económica y política. La tenden-
cia humana básica, si es apoyada por el poder, tiende a estar fuera de sí; muy
“ocupados en no hacer nada”, que apostillaba San Pablo; perdidos entre las fra-
gancias de los sentidos y las más variadas excitaciones, que sólo son provo-
caciones malintencionadas para mantenernos como muñecos manipulables.

ENTRADA EN EL UMBRAL DE LA CONCIENCIA

“Ver lo pequeño es clarividencia.


Conservarse débil es fortaleza.
Usar la luz para volver a la claridad,
y proteger el cuerpo de todo daño,
es vestirse de eternidad”5.

5. Lao Tse, Tao Te King, Ed. Ricardo Aguilera, Madrid 1980, p. 64.

MAIOR 129
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

La conciencia es el lugar del cultivo de la interioridad; es su huerto y su


jardín; es el lugar del cultivo de las plantas que darán los frutos y las flores
del mundo interior; un mundo que emerge y se descubre como “la contempla-
ción”; ésa es la gran meta de este aprendizaje. “Aprovechábame a mí también ver
el campo, el agua o las flores; en estas cosas hallaba yo memoria del Creador, digo que
me despertaban y recogían y me servían de libro”6. Santa Teresa te sitúa en el
ambiente cálido de la naturaleza externa para que tú traslades la belleza exte-
rior al mundo interior, lleno de campos, agua y flores. Vas a entrar en la con-
ciencia. Hazlo desde lo pequeño, desde lo débil, desde la luz, desde la eterni-
dad que siempre es...

Conciencia: Universo nuevo de Amor


Para ti, hombre o mujer espiritual, la conciencia no es una experiencia de
orden psicológico, aunque la psicología sea fundamental en el proceso inte-
rior. “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”7. Nuestra época corre
más riesgo de psicologizar que de pensar, por lo que adaptamos la cita tere-
siana de esta manera: “No está la cosa para mucho psicologismo, sino para andar
caminos de amor”. La conciencia que buscas y en la que quieres entrar es más
un universo nuevo que un estado de activismo peculiar. Desde el comienzo
de esta aventura hacia dentro, goza con saber lo que vas a encontrar. Lo
mismo que el peregrino sueña cada hora con el Pórtico de la Gloria, así tam-
bién tú soñarás lo que te espera, que es grande, extenso, único, apetecible y
maravilloso: el mundo de la conciencia, universo nuevo de amor.

Ascesis sana o enferma


“¿Cómo llegaremos a este punto sin una cierta disciplina? Pienso que no podemos.
No obstante, la ascesis por la ascesis fomenta únicamente los programas emocionales
y su patología. Una verdadera ascesis tiene que actuar en nuestra motivación incons-
ciente”8. Esta aportación de Keating es importante al comenzar el camino. Te
narraré una experiencia personal:
“Llevaba yo aproximadamente cuatro años en mi trabajo como párroco de
una villa veraniega de la sierra de Madrid y me encontraba, desde el punto
de vista humano, en una época dorada. Las cosas habían salido bien y el pue-
blo estaba como una piña en torno a su cura. Contaba con su respeto y con su
entrega, del mismo modo que ellos contaban con el mío. Pero me rondaba por

6. Santa Teresa de Jesús, Obras Completas, Vida, 9, Ed. B.A.C., Madrid 1982, p. 53.
7. Santa Teresa de Jesús, Ibídem, Camino, 28, p.280.
8. Thomas Keating, Intimidad con Dios, Ed. Desclée De Brouwer, Bilbao 1997, p. 54.

130 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

el corazón una idea machacona: ofrecerle a Dios todo mi ser. No me servía


haberle entregado la vida en mi ordenación, quería darme entero, de nuevo,
y para ello sólo encontraba una vía, la monástica: “apartarme de todo y de todos,
en un monasterio perdido, en soledad completa; dejarlo todo, con total radicalidad,
para demostrarle al Señor que le amo por encima de todo”. Tanta urgencia me entró,
que, después de las oportunas consultas, decidí entrar en el Monasterio bene-
dictino de Santa María del Paular, en el exuberante valle del Lozoya.
El sentido ascético de esa decisión fue absoluto. Tenía necesidad enfermi-
za de purgar mis pecados y de demostrar mi amor por Dios. Lo dejé todo y
me marché al desierto. Cinco días duró aquella decisión. “Sólo el hecho de que
les pase algo a mis padres, ya mayores, me puede hacer cambiar el rumbo emprendi-
do”. Esa fue mi sentencia antes de entrar. Y, al quinto día, un infarto fulmi-
nante me dejó sin mi querido padre Nicolás y sin el proyecto ascético y
monástico en el que tanto me empeñé.
Nunca como entonces he comprendido la voluntad inequívoca de Dios,
expresada en un acontecimiento concreto de mi vida. Dios no quería ascesis
enfermiza, me quería a mí y me quería para lo que Él me había elegido desde
muy niño: ser pastor de su pueblo. Y en esto continúo desde entonces con
toda humildad”.
No es la ascesis que fomenta programas emocionales y su patología la que has
de practicar. El cultivo de la interioridad es un trabajo lleno de amor y de ter-
nura, y con ellas has de contar desde el inicio. Sólo lo que se hace con amor
tiene salida. Nada de lo que se hace forzado por lo externo, por lo imperati-
vo, por lo legal, por lo condicionado o por patologías tiene salida en el cami-
no de la vida interior.
La ascesis que hemos de practicar ha de ser real pero, ante todo, ha de ser
sana y fomentar una vida saludable. La experiencia de que el camino es largo
y que es preciso andarlo todos los días con perseverancia, con paz, con sabi-
duría y en espera permanente, ha de darse en cada peregrino de la interiori-
dad. Sólo así vivirás una experiencia de radicalidad alegre, saludable y no
amargada. “Permanecer siempre en camino. Día tras día. Durante toda la vida, sin
renunciar a ello jamás. A cada caída, levantarse y volver a empezar”9.
No puedes andar este camino sin instrumentos precisos, sin medios, sin
compañía y sin la certeza moral de que te acompaña la fragilidad de tu pro-
pio ser. La selva puede ser tan grande y temerosa que acabe hundiéndote en
lo profundo de ti mismo. El objetivo es abrirte al cambio, desde la conciencia
selvática en la que estás en este momento, pues sólo así podrás llegar a rotu-

9. Klemens Tilmann, Temas y ejercicios de meditación profunda, Ed. Sal Terrae, Santander
1973, p.91.

MAIOR 131
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

rar un jardín y un huerto ganados a tu misma selva con trabajo riguroso y con
amor. En mi reciente viaje a Panamá he podido observar el ímprobo trabajo
que han de realizar los campesinos pobres para conseguir transformar la
selva en praderas y huertos.
La ascesis ha de venir dictada por la propia praxis, por el nivel de con-
ciencia que aflora de modo apenas perceptible, pero real. El trabajo es duro,
pero el sabor del trabajo es suave y ligero. Tumbar un monte lleno de selva es
molesto, pero observar la pradera con sus búfalos y caballos, con sus rosas y
flores multicolores, con su huerto lleno de maíz, de arroz y de yuca, es una
sensación mucho más bella e increíble que todos los sudores y los malos ratos
pasados. La sensación que tiene todo aprendiz de la vida interior, según
pasan las jornadas, es de haber sorteado los esfuerzos, aunque la rudeza haya
sido mucha; de ver que todo se ha ido hilando de modo misterioso y como
por encanto. ¡Haz la experiencia!
La situación del mundo interno suele ser bastante penosa. En el alma se
dejan crecer, como malas hierbas, los prejuicios, los condicionamientos, los
apegos, las arbitrariedades, los miedos y temores, los fantasmas, los intereses,
las redes mafiosas personales y sociales... Ésta es la selva a la que me refiero.
Un hombre solo no es capaz de tirar por tierra lo que le ha crecido en el alma
a lo largo de los años. La selva impide que se vea la nueva y renovada con-
ciencia, convertida en agua clara, en espacios abiertos y despejados.
La ascesis colabora, en la medida de sus posibilidades, para que sea posi-
ble un cambio significativo que te permita despertar a una conciencia
nueva. Estate atento para no cometer errores de bulto, como el de creer que
tienes fuerza y poder suficientes para crear las condiciones de una nueva
conciencia. Tu poder es mínimo y puede volverse contra ti. En este sentido,
has de practicar la humildad como la regla de oro esencial y primera.
Humilde para reconocer que la fuerza que hay en ti no es propiedad tuya,
proviene del Misterio buscado y con el que esperas encontrarte. Todo cam-
bio es un regalo que supone el empeño humano, pero no es fruto del esfuer-
zo humano. El aprendiz sabe que es regalo, don que le viene dado. Tú debes
saberlo.
Llegar a la conciencia y verla iluminarse ante tus ojos, percibiendo cómo
caen, uno tras otro, los ídolos de barro que habías fabricado artificialmente, es
el inicio de la realidad auténtica, que parecía imposible de alcanzar y que no
ofrecía noticias fidedignas acerca de su existencia. Limpia bien este camino.
La metodología es siempre espiral. Acceder con luz a la nueva conciencia,
supone la caída y la pérdida de lo viejo. Se esfuma solo, sin que hayas de con-
vocar un concilio en tu cabeza.

132 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

Llegar aquí es la meta básica a la que aspiramos todos. La conciencia ilu-


minada es tarea que supone trabajo y don ofrecido. En la medida que des
pasos en esta dirección, te sentirás afirmado y seguro en este camino de la
conciencia de tu ser, que se volverá transparente y se transformará en músi-
ca, en poesía, en salmo, en arte, en amor... Es muy importante que sientas esta
seguridad en ti mismo. Se darán procesos enrevesados y complejos que te
pondrán contra las cuerdas y te harán sentir muy inseguro, pero ahí estará la
dulzura de este camino hacia el centro. No es extraño que el caminante se
encuentre, según hace camino, abierto y con regalos, gustos, caprichos o dul-
ces que se le ofrecerán de modo generoso, gratuito y sorprendente. Cada
detalle dulce se convertirá en un deseo mayor de llegar a la pureza de la con-
ciencia. Así adivinarás la cercanía de la contemplación, tu meta ansiada.

MANUAL DEL CAMINANTE

Quisiera enseñarte ahora el manejo de las artes necesarias para avanzar


con seguridad y gozo en el aprendizaje del cultivo de la vida interior. No te
ofrezco ninguna regla inequívoca. Lo que es bueno para unos no lo es para
otros. Lo que favorece el crecimiento de unos aletarga y paraliza el de los
otros. El ser humano no es una máquina que se programe y, menos aún, para
la vida espiritual; en ella acaban incidiendo todos los aspectos que nos
envuelven y constituyen: el histórico, el psicológico, el normativo, el tradi-
cional, el social, el familiar, el moral, el formativo, el ambiental... El ser huma-
no capta todo lo que vive y lo interrelaciona en lo profundo de su conciencia,
propiciando unas mezclas tan ilimitadas que no es posible sacar recetas idén-
ticas para todos. Por eso, cada pista que te sugiero ha de ser estudiada con
detenimiento, experimentada con sosiego y contrastada con otros caminan-
tes. Éstas son:

El “fin” siempre en el corazón


Recuerdo un poema de Kostantin Kavafis, titulado Ítaca, en el que reco-
mendaba al navegante “llevar siempre a Ítaca en el corazón”. A lo largo de la tra-
vesía de la vida, cada mañana y cada tarde, el solitario navegante debe tener
presente y hacer memoria del motivo y el fin por los que comenzó su viaje.
Lo mismo les pasa a los que peregrinan a Santiago. Todo lo que suceda en el
camino, con la presencia del fin en el corazón, estará lleno de sabor y de sabi-
duría, y al llegar al destino final, al fin, uno tendrá la impresión de que lo que

MAIOR 133
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

tanto apetecía y buscaba había sido ya gustado en cada jornada. La interiori-


dad, la conciencia que nos la aclara, es el paso previo a la contemplación del
Misterio de la vida, verdadero y único fin del viaje humano.
Perder el fin es perder el sentido y eso te adentrará en vías de perdición,
de amnesia, de locura o de pasión interesada, provocadora de muerte y
desamparo. Conviene no perderse en la selva. Para eso te propongo que agu-
dices la inteligencia y la pongas al servicio de este proyecto vital. Para encon-
trar el fin has de andar con un cierto orden. Si te he pedido más arriba que
conectes con experiencias básicas de tu vida es porque confío en que, a través
de ellas, con sensibilidad y atención creciente, te será posible la aparición sor-
presiva, en cualquier momento, de la luz del fin. Has de saber esperar. Todo
lo bello, noble y auténtico tarda en aparecer. Le pasa lo mismo al montañero
sediento cuando busca el manantial que le refresque; siempre aparece cuan-
do menos se espera y la alegría, entonces, es mayor.
Esto es esencial para que crezca en ti una seguridad básica. Es lo que te ha
de dar el inicio de la confianza. Es lo que te hará gustar y apetecer con atrac-
ción creciente este camino “de vida y vida abundante”.
El hombre y la mujer actuales, hijos de la influyente y poderosa cultura
posmoderna, no están especialmente capacitados para un encuentro consigo
mismos o con el fin que les da vida; un encuentro que sea fruto de espacios
anchos, de largas horas y de prolongadas experiencias de silencio y oración.
Esta cultura es laboriosa y agitada, llena de alternativas y de entretenimien-
tos, apesadumbrada e implacable en su falta de tiempo para reposar; por
ello, es preciso plantear la vida interior a base de catas, de perforaciones, de
inmersiones y de momentos precisos de luz. Madeleine Delbrêl estudia este
tema de modo esponjoso y dice cosas como éstas: “Para la oración tenemos
racionado el espacio, y ese espacio que nos falta deben sustituirlo las perforaciones...
Estemos donde estemos, allí está Dios también. El espacio necesario para reunirnos
con Él es el lugar de nuestro amor... Amar a Dios lo bastante para querer estar con
Él, llevar con nosotros el deseo de ese amor... Algunos minutos de una oración así
nos darán a Dios, y nos lo darán más que muchas horas, quizá sumamente recogi-
das, pero que no han estado precedidas por un deseo vivo y voluntario”10. Aprende
a tener el fin en el corazón, a base de momentos privilegiados que tú vayas
propiciando o preparando.

El Dios Amor es el fin y no debe haber otro


No conviene equivocarse y es preciso que llames a las cosas por su nom-
bre. Has visto demasiada gente decepcionada de sí misma y del vacío del
10. Madeleine Delbrêl, La alegría de creer, Ed. Sal Terrae, Santander 1997, p.218-219.

134 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

corazón humano, para que esquives el tema de fondo y el fin en el que crees,
y del que damos fe y somos testigos. Sólo el encuentro con un Dios personal,
lleno de positividad, y expresión suprema de la bondad y del amor, puede
calmar la sed del corazón del hombre. Sabes que el encuentro interpersonal
y amoroso es capaz de equilibrar a los seres humanos. No son las cosas, ni
las ideas, ni los sentimientos etéreos los que llenan de felicidad y de sentido
la vida humana. Es el amor que nos llega desde otras personas el que tiene
capacidad para transformar, elevar, dignificar y positivizar, en crecimiento
continuo, al hombre.
Un ser personal es el único que puede hablarte y puede comunicarse con-
tigo a pecho descubierto y con libertad. Es el único en el que puedes confiar.
Un ser personal, con toda la potencialidad positiva imaginable y que sea la
Fuente del Amor, puede darte las alas necesarias para volar alto, como el
águila, y para gozar de la dicha de vivir y de esperar una vida libre y sere-
na. “Porque cuanto más desnudo y libre sea el ánimo que se abandone a Dios, sien-
do sostenido por Él, tanto más hondo será colocado en Dios el hombre y será suscep-
tible de hallar a Dios en todos sus preciosísimos dones. Pues el hombre ha de confiar
sólo en Dios”11.
No se puede, ni se debe, favorecer la osadía de una espiritualidad en el
aire. Al menos yo, honestamente, no puedo hacerlo. Esto no es propaganda
de una determinada religión. Es testimonio de una experiencia de la que
doy fe con el rigor del paso de mis años y con la gracia de una progresión
sin otro fin que la plena posesión del Amor, que es Dios, y de la contempla-
ción de un rostro, que el hombre no puede ver, pero por el que pronto des-
cubre una gran vocación y atracción. Aprende a descubrir al Dios del
Amor como el fin verdadero de tu existencia, abandonándote libremente
en sus manos.

Abierto a todo y seleccionando lo positivo y lo saludable


El cultivo de la espiritualidad es un trabajo y un secreto de los hombres.
Algunas tradiciones han intentado hacer de esta tarea un coto cerrado en el
que sólo pueden entrar unos cuantos elegidos, disciplinados o autodiscipli-
nados a ultranza. No podemos decir que el cultivo de la interioridad haya
sido una tarea común ni fácil entre los hombres. La atracción por el dinero
suele ser más común entre nosotros y son pocos los que, teniendo la oportu-
nidad de acercarse hasta él, no acaban sucumbiendo ante su fascinación, a
pesar de las consecuencias funestas que éste puede acarrear. No suele suce-
der lo mismo con la fascinación por la vida interior. En la tradición bíblica,
11. Maestro Eckhart, op. cit., Tratados, p. 128-129.

MAIOR 135
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

que a veces considera la riqueza como una bendición, nos encontramos tam-
bién con posturas realistas con relación a la sombra de muerte que proyecta
el dinero, que promete una felicidad que acaba en engaño miserable, como
la que nos ofrece Qohélet12. También es iluminadora, en esta línea, la siguien-
te cita de un místico del Islam: “Habrás saboreado todos los goces del mundo por
toda la vida –escribía el poeta místico persa Abu Said I-Khair (967-1049)– habrás
gozado de la tranquilidad con tu amiga por toda la vida; pero al final de la vida te
tocará partir; y todo no habrá sido sino sueño, que habrá durado toda la vida”13.
Falsearíamos la realidad si planteásemos el cultivo de la vida interior como
algo común y general en la vida de la humanidad. Sin embargo hemos de
resaltar que la llamada a la vida interior, no su desarrollo, está impresa en
todos los seres humanos, y no existe inconveniente alguno para que pueda
ser desarrollada sin distinción de raza, lengua, conocimientos o religión. La
llamada es universal y está impresa en todo ser pensante. No todos la desa-
rrollan ni todos dan con las claves esenciales para hacerlo, pero está en todos
y es para todos. Esto es importante comprenderlo ya que el desarrollo de este
cultivo nace de la fe en que es posible.
El que se inicia en este aprendizaje ha de mantenerse abierto y sin miedo
ante lo que se le ofrece. Los acontecimientos, personas o cosas que llegan
hasta ti están puestos para tu aprendizaje. No desdeñes nada por principio ni
por prejuicios. Hasta el pecado es una vía de enlace con la interioridad en no
pocos hombres santos y espirituales. Tú mismo lo habrás experimentado.
En todo puedes entrar, pero para quedarte sólo con lo bueno y saludable,
con lo que es un bien al que adherirte. La apertura del hombre es esencial en
esta aventura y está relacionada con el Misterio y con el corazón humano que
la actualiza. La conjunción entre la humildad de tu corazón y la luz del
Misterio hacen posible una conciencia lúcida, responsable, creciente, abierta
al amor y capaz de superar la negatividad que constituye el fondo de sombra
de la vida. Negatividad que ensombrece y enloquece tu espíritu y que se esfu-
ma, sin embargo, cuando le pierdes el miedo y te abres, como una rosa en pri-
mavera, ante el Misterio de Dios y la vida que te envuelven.
Lo positivo y saludable que te ayuda en la gran travesía, al dejarte llevar,
se te ofrece con libertad y gratuidad, y te hace sentir libre, humilde y natural,
sin rebuscamientos. Lo saludable nunca es interesado ni retorcido. Agua clara
es la que el hombre busca al avanzar en el cultivo de su interioridad. Aprende
a descubrir lo bueno, lo que te hace bien y trabájalo con apertura de cora-
zón, sin cejar en el empeño.

12. Gianfranco Ravasi, Qohélet, Ed. Paulinas, Madrid 1991, p.150-151.


13. Citado por Gianfranco Ravasi, op. cit. p. 151.

136 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

El contraste interpersonal no se puede desdeñar


No hay recetas concretas. Cualquiera puede acabar siendo un arma peli-
grosa o una solución miserable. He conocido personas que no se han con-
trastado nunca con otras, aunque se hayan visto semanal y oficialmente con
un llamado 'maestro'. También he conocido a otras que no parecen contras-
tarse con nadie especialmente y sin embargo se están contrastando de modo
creciente. Quien no se contrasta no se desarrolla humanamente, no se cultiva
interiormente y corre el riesgo de pudrirse; es agua estancada, y la humani-
dad huele ya demasiado a aguas estancadas. El que se contrasta entra en la
dimensión comunitaria que necesitamos para cualquier proyecto humano y
especialmente para el aprendizaje al que nos estamos refiriendo. Aquí la
comunicación humana y divina es esencial.
No podrás dar un paso firme y confiado si no miras y escuchas los latidos
y las sombras de otras vidas semejantes a la tuya. El escuchar y el saberse
escuchado, en la dimensión interna de la persona, es una tarea permanente de
la que no puede escaparse, salvo que quiera quedarse estancado, ni el más
santo de los humanos. No hay ni un solo maestro espiritual, en cualquier tra-
dición religiosa conocida, que desdeñe la necesidad de sentirse acompañado
en el camino espiritual por los pasos, las palabras y los ojos de otros hombres
experimentados o que estén igualmente en el camino.
Hay partidarios acérrimos de la dirección espiritual, del acompaña-
miento individualizado o del seguimiento personal por parte de un maes-
tro espiritual determinado. Yo no me atrevo a pontificar sobre este asunto.
Pertenezco a una tradición espiritual que no tiene padres, ni maestros,
salvo el Padre Dios y Jesucristo. No dejo de reconocer, sin embargo, la
influencia positiva que han recibido algunos hermanos a quienes he visto
acompañados por líderes o acompañantes espirituales que no han prota-
gonizado sus vidas, y que no han sido manipulados ni distorsionados en
su camino. Ese acompañamiento, sobre todo en determinadas edades y
situaciones, es positivo. El aprendiz debe planteárselo como necesario.
Pero hay que abrir los ojos ante esos otros 'directores espirituales' que lo
que han hecho han sido copias de sus éxitos y de sus fracasos, seres abe-
rrantes que repiten, como loros clónicos, aquello para lo que han sido pla-
nificados y programados.
Considero, pues, necesario el contraste espiritual; el personalizado siem-
pre que no exista riesgo de manipulación y la persona acompañada tenga
acceso a otros contrastes y a otros acompañantes; y me parece fundamental el
contraste comunitario, el que se produce en un pequeño grupo o puede ofre-
cernos una gran tradición y una gran comunidad.

MAIOR 137
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Y no olvides que el gran contraste es el que puedes vivir con el Misterio


personal que anida en tu corazón y que te conduce, a través de un crecimien-
to personal positivo, hasta el fin del camino que, cada día, en cada presente,
se te hace realidad. Busca siempre contrastarte con Dios y con otros cami-
nantes. No te cierres en ti mismo.

Vive el presente con una conciencia diáfana


Se dice que el presente es el tiempo de Dios y el tiempo del Misterio. Vivir
del pasado o mirando al futuro es algo típico de nuestra determinación en el
tiempo y de nuestra finitud. El pasado y el futuro son percepciones humanas
que alimentan las fragilidades del ego, pero que pueden no facilitar un creci-
miento acompasado de la interioridad. El sometimiento al tiempo nos hace
vivir en ansiedad y culpabilidad. Ansiedad por lo que no llega o se teme su
llegada; y culpabilidad por lo que ya no es pero pesa como losa de mil kilos.
El presente es el tiempo de la creación, del diálogo, de la relación armonio-
sa y del gozo. Sólo se goza de lo que se tiene plena conciencia, y la conciencia
necesita vivir positivamente y en presente para que su desarrollo sea equilibra-
do y auténtico. El presente posibilita el encuentro distendido con el Otro, que
despierta una conciencia diáfana y que se ensancha en la medida misma en la
que se pone en práctica. “Tú que en el aprieto me diste anchura”, que reza el salmo.
La salud mental, que te introduce en el cultivo de la interioridad, es hija de
un presente que aceptarás con paz, con sosiego y con confianza ilimitada en
el poder-amor de Dios. La interioridad es siempre una experiencia de pre-
sente. Los frutos del jardín interior serán posibles en la medida en que te cen-
tres en tu presente y en el de Dios. Es aconsejable, para cualquier aprendiz de
la vida interior, que haga, a lo largo del día, experiencias diversas de una con-
ciencia que se deja poner en presente. Para ello sólo has que aprender a cerrar
los ojos, a respirar sosegadamente, a retirarte de lo que te despista y a poner
el corazón y el ser en las manos suaves de quien te arrulla y compacta. Para
el contemplativo no existe otro tiempo más que el presente. Si aparecen otros,
no te importe, pues sabes que también actúan otras fuerzas distintas a las que
tú buscas. Vive el presente para que se ensanche tu corazón y puedas con-
templar la nueva vida que brota en ti.

Trabaja con lecturas que aligeren el espíritu


No sé si estás especialmente dispuesto o preparado, metodológicamente
hablando, para la vida interior. Lo escrito hoy es mucho y en todos los ámbitos
encontrarás autores que te iniciarán en el camino de la vida interior. Los libros

138 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

sagrados de todas las religiones, unos más que otros, son diálogos abiertos
entre el hombre y su interioridad, su conciencia. La Palabra de Dios es el lugar
común para un encuentro singular, en el que brote el cultivo de la interioridad.
Mucho tienen que decir y aportar los hombres espirituales sobre la importan-
cia vital de “la verdadera fuente que mana y corre”, que es la Palabra de Dios. No
existe ningún instrumento más privilegiado, siempre que se haga de ella una
utilización correcta. El libro “Intimidad con Dios”, ya citado, nos abre al trabajo
con la lectio divina, como un buen medio para llegar a la contemplatio, verdade-
ro fin de este aprendizaje. En él se marcan los ritmos y los caminos a recorrer
para hacer posible el encuentro misterioso y transformante: “La lectio divina es
la forma más tradicional de cultivar la oración contemplativa... consiste en escuchar los
textos de la Biblia como si se conversara con Dios y éste sugiriera los temas de diálogo.
Quienes siguen el método de la lectio divina cultivan la capacidad de escuchar la pala-
bra de Dios en niveles de atención cada vez más profundos...”14.
Todo peregrino hacia el corazón del universo, presente en la intimidad de
cada persona, sabe que el camino se ensancha y se alarga conforme se ejerci-
ta. Es la misma sensación del alpinista que comienza a escalar la montaña y
cree ver cerca la cumbre; sólo pensarlo le llena de alegría; la decepción llega,
sin embargo, momentáneamente, al comprobar que tras la loma no está la
cumbre, sino que continúa la ascensión. Esa misma es la sensación del hom-
bre o la mujer espirituales, que han de sortear los obstáculos permanentes
provocados por la espera del momento definitivo, aunque vayan gozando,
entre afanes y disgustos, del placer de superar metas parciales. La vida inte-
rior se te ensancha en la medida en la que te desgastes por aquello que amas.
La interioridad se te irá haciendo cada vez más profunda y las diversas mora-
das del castillo interior se te harán cada día más purificadoras y atrayentes.
Cualquiera otra lectura espiritual, además de la Palabra de Dios, es moti-
vo de nuevas aperturas y crecimientos en el cultivo de la interioridad y de la
conciencia. Leer es fundamental y encontrar buenas lecturas, necesario. El
aprendiz se convierte en un buscador nato de lecturas con las que entrar en
diálogo de hondura. Has de aligerar la vida de las cargas que la oprimen y la
agostan y para ello has de abrirte a cuantos más mundos mejor. La lectura es
un modo privilegiado de entrar en contacto con el alma de otros seres huma-
nos, con sus luchas y sus esfuerzos por encontrar la gracia. Y, así, algún día,
podrás decir: “Tu gracia vale más que la vida”. La lectura de la Palabra y de la
vida de otros hermanos es un camino del que no puedes prescindir para
cultivar la interioridad.
14. Thomas Keating, op. cit. p. 41.

MAIOR 139
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

La magia del amor contemplativo comienza en el inocente menesteroso


“Ser menesteroso y compartir la suerte de los menesterosos”. Menesteroso, según
el Diccionario, es: “Falto, necesitado, que carece de una cosa o de muchas”. Al ver la
palabra “falto” como definición de menesteroso, se me ha llenado el corazón de
ternura. El pueblo llano suele llamar “falto”, o “faltito”, con cariño y ternura, a
los discapacitados. Y yo me he sentido un faltito. Desde siempre me han atraí-
do con fuerza estos hermanos y he ayudado a poner en marcha algún que otro
club, en el que he podido gozar de ellos y de monitores admirables, entregados
hasta darnos envidia sana por tanto derroche de energía amorosa. En estos
“santos inocentes” de nuestra sociedad yo he percibido la mano milagrosa de
Dios y con ellos se me ha ensanchado el corazón de un modo peculiar. En el
aprendizaje del cultivo de la interioridad has de dejarte ganar por los faltos, por
los carentes de todo poder, de todo futuro, de toda 'plata' y gozar con su pre-
sencia como goza el tomillo al lado del romero en la falda de la montaña.
Faltos somos muchos, y eso puede tener su lado maravilloso. El falto, el
carente, tiene necesidad, mendiga amor y da amor. Pocos dan tanto amor
como un discapacitado. Pocos reclaman tan radicalmente el amor como ellos.
La vida interior conecta con la “magia” de un amor novedoso, no racional ni
calculado ni preparado. No. El amor es espontáneo, es necesitado y no se aver-
güenza de manifestarlo. Sólo el que sabe de lo que carece se siente en disposi-
ción de encontrarlo. Y hay que pedirlo con la naturalidad con la que lo pedía
Pilar, una “novia”, así decía ella, que tuve en el club del Encuentro, discapaci-
tada, que era feliz con que yo danzase con ella, me pusiese un ratito a su lado,
le contase cualquier historieta o nos comiésemos un bocadillo juntos. Ya ha
muerto, pero la ternura que emanaba quedó para siempre en mi corazón.
Así quiero ser yo y puedes ser tú con el Misterio que deseamos contem-
plar. Así puedes cultivar la interioridad y aprender a andar por esa selva inac-
cesible para una razón científica, matemática y calculadora, pero que es ple-
namente gozosa para quien ama con una sonrisa faltita, pero encantadora y
capaz de conseguir lo que precisa.
Has de ser menesteroso del amor contemplativo para que puedas gozarlo
y experimentarlo con hondura y con veracidad. “Él enaltece a los humildes”. Ni
que decir tiene que son muchos los santos inocentes que se extienden a lo
largo y ancho de la tierra. Millones de hambrientos, de oprimidos, de menes-
terosos, que no tienen ni siquiera lo esencial para vivir. Luchar por ellos y por
su dignidad es tarea esencial para ti que quieres entrar en la hondura de esta
gracia del encuentro místico. Nunca ha servido una espiritualidad evasiva y
apartada del sufrimiento de los santos inocentes. Ellos son el camino más evi-
dente para llegar al 'summum'. “Bienaventurado tú, porque tuve hambre y me

140 MAIOR
A p r e n d e r a c u l t i v a r l a i n t e r i o r i d a d

diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve enfermo y me visitaste, en la cár-
cel y me viniste a ver”. Éstos son los que lograrán la eterna bienaventuranza.
“Entra al banquete de tu Señor”. Bienaventurados ellos. Ser menesteroso es
condición indispensable para entrar en el Reino y en la contemplación del
Misterio que se te desvela en la interioridad.

Cada día es un nuevo reconocimiento


Has de aprender a reconocer. La verdad que descubres, según avanzas en el
cultivo de la vida interior, es que éste es un viaje a ninguna parte, a la nada;
y, sin embargo, en el reconocimiento de la nada progresiva, aparece relucien-
te el todo. Es el viejo dilema místico en torno al todo y a la nada, magistral-
mente expresado por San Juan de la Cruz15. En la vida interior no hay nada
que se pueda pesar, medir o contar. El encuentro es con lo inenarrable, con lo
incontable, con lo etéreo, desde un punto de vista material o consumista. Es
el encuentro con la nada, según el parámetro de lo apetecible y lo interesante
en esta sociedad. ¿Cuánto cuesta?, que es la pregunta del realismo de nuestro
mundo, es una pregunta que no puede hacerse en este aprendizaje. Si uno la
hace se encuentra con que la respuesta es NADA. ¿Cuál es su forma? NINGU-
NA. ¿Cuáles son sus dimensiones? NO TIENE. ¿Para qué sirve? PARA NADA.
¿Cómo se usa? NO TIENE USO. La vida interior no tiene, pues, aliciente para
el ego. Esa es la verdad. No puedes engañarte. Ahora bien, la mística, a lo
largo de los siglos, viene diciendo que si no corres el riesgo de la NADA no
acabarás nunca de encontrarte con el TODO. Y aquí estás en el umbral de un
TODO, que no se posee, ni se compra, ni se adquiere por ningún mérito; sim-
plemente se reconoce.
El aprendizaje del cultivo de la vida interior te sitúa en la felicidad del
reconocimiento. Nos reconocemos visitados, como vividos; la vida nos vive.
Nos reconocemos acogidos, en comunión. Nos reconocemos envueltos en la
gracia, hijos de un Padre que nos ama y nos arrulla suavemente en sus bra-
zos. “El meollo del mensaje bíblico consiste en que creamos en la vida que nos 'vive'.
Estar consciente de ello significa haber renacido. Nos es necesario reconocer estas rela-
ciones, captar esta verdad y alcanzar la experiencia de esta vida. Solamente entonces
seremos auténticos seres humanos, hombres y mujeres que nos comprendemos a noso-
tros mismos en la luz de Dios”16. Y el aprendiz reconoce que no hay felicidad
mayor. Cuando encuentres este tesoro, irás, venderás todo lo que tienes, y lo
15. “Y para tener a Dios en todo conviene no tener en todo nada...”, y otras muchas citas. San
Juan de la Cruz, Obras Completas, Carta 17, Ed. B.A.C., Madrid 1982, p.889.
16. Willigis Jäger, Encontrar a Dios hoy a través de la contemplación, Ed. Narcea, Madrid 1991,
p. 96.

MAIOR 141
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

comprarás. Cuando encuentres esta perla tan fina, venderás todas las perlas
acumuladas para poder comprarla. Cuando encuentres la moneda perdida
saldrás a la calle a vocearlo y comunicarlo a tus amigos y conocidos. Aprende
a reconocer significativamente, en la NADA de cada día, al TODO, que es
presencia de la comunión con todos y con todo.

NOTA PERPLEJA DE DESPEDIDA

Toma todo esto en pequeñas dosis, pues se te da a pequeños sorbos. Estate


atento para saber reconocer el momento en el que serás visitado y para que no
se te escape ningún sorbito de interioridad y de posible contemplación. Vuelve
luego a la vida de cada día, al jaleo de la casa, a las decisiones en la ONG, al
drama del paro, al lío de la empresa, al suspenso... La vida es un continuo dis-
currir de acontecimientos que te adentran en el país de la misericordia y del
amor. Aprende a reconocer y hazlo a poquitos, sin ansia alguna y en constante
acción de gracias por lo que te ofrecen, que es mucho más de lo que mereces.
Para terminar, te propongo una experiencia típicamente cristiana, que no
me resisto a dejar de ofrecerte: la cruz. No es un camino de rosas y de bienes-
tar burgués el de la vida interior, como pretenden vender los comerciantes de
este agitado siglo. No. El camino es hermoso y bello, pero “el que quiera venir-
se conmigo que cargue con su cruz y que me siga”; no puedo ser un vendedor
barato de “una experiencia increíble y magnífica”, en la que te vas a encontrar en
una especie de gloria adelantada y con burbujas. No se te prometen paraísos
para que puedas eludir el fisco. Él pasó por la tierra haciendo el bien, curando a
los oprimidos por el mal y dejándose matar cruelmente en una cruz ignominiosa, que
no podemos borrar de nuestras mentes, aunque lo pretendamos. Son millo-
nes todavía los sometidos cruelmente a la cruz. El camino de la gloria pasa
por el Calvario. Si quieres ser aprendiz del cultivo de la vida interior debes
saber que has de cargar con la cruz y que, ahí, en esa entrega y despojo de los
intereses de tu yo, encontrarás lo que buscas.

“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta
que descanse en Ti”.

Confesiones de San Agustín.

142 MAIOR
Aprender a llorar
Iosu Cabodevilla

8
“Yo de mi canto me espanto
porque es “canto de gemido”.
“Voz de dolor” que ha perdido
el encanto de su canto
por no llorar... “Pues, ¿a quién
suena la música bien,
pudiendo escuchar el llanto?”

José Bergamín.

INTRODUCCIÓN

A mi entender, el llorar está, culturalmente, muy unido al tema del sufri-


miento y la infelicidad, aspectos que me propongo profundizar, sin embargo
también existen otras acepciones que voy a intentar desarrollar a lo largo de
estas lineas. No en vano elegí para comenzar un verso de José Bergamín, que
parafraseando a Calderón no encuentra música que suene mejor que el llanto.
Escribo sólo a partir de mi propia experiencia. He llorado y he visto llorar
demasiadas veces como para obviar las lágrimas.
Hace ya demasiado tiempo que mis noches de verano dejaron de ser un
sueño de luciérnagas (ipurtargi), canto de grillos y visitas del Gran Duque
(Búho real). Todo aquello está ya próximo al olvido.
He sido testigo en mi trabajo, tanto como acompañante de enfermos ter-
minales como de psicoterapeuta, de lágrimas densas sobre el sentido de la
existencia. Lágrimas que mostraban la grandeza humana y también su mise-
ria. Algunas de sabor amargo, cargadas de rabia y desesperación,y otras, en
cambio, dulces y reconfortantes cargadas de paz y de consuelo.

MAIOR 145
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Cada lágrima se funde con la biografía y el pensamiento de quien la derra-


ma y, se impregna con el calor de las emociones del momento.
Como suele ocurrir siempre que nos sumergimos en el arduo camino de la
comprensión humana y de sus manifestaciones, no se trata tanto de dar res-
puestas cerradas y definitivas, como, más bien, de plantear en profundidad el
tema del llorar, y de sugerir algunas ideas a modo de aperturas.
De la misma manera que las piernas se debilitan al no caminar nunca, el
hombre se atrofia si no desarrolla sus potencialidades. Por ello hay que dejar
fluir lo que se lleva dentro, a fin de poder amar, proyectar y crear. Ello signi-
fica encontrarse con uno mismo y con el camino de la felicidad.
Te propongo introducirte conmigo en el complicado, misterioso y extraor-
dinario mundo de las lágrimas. Salir del campo de lo intelectual, de la locu-
ción racional y entrar en los dominios de las sensaciones, de los sentimientos,
de la intuición, para encontrar el sosiego y la paz a través de las lágrimas. Se
trata de la aventura de comprendernos a nosotros mismos y a nuestros con-
géneres a través del maravilloso mundo de las lágrimas. No podemos olvidar
que a lo largo de los cruces de tu camino te encuentras con otras vidas: cono-
cerlas o no conocerlas, vivirlas a fondo o dejarlas correr es asunto que sólo
depende de la elección que efectúas en un instante. Aunque no lo sepas, en
pasar de largo o desviarte a menudo está en juego tu existencia, y la de quien
está a tu lado. Tal vez esta aventura que te propongo nos ayude a evaluar
nuestro propio estilo de vida y nos enseñe el sabor profundo y sutil de cada
lágrima y podamos darle la bienvenida cuando así suceda.
La vida no siempre es justa o sana, buena o mala, o cualquier otra cosa, la
vida es. Cada uno colorea el mundo con su propia vida interna.
Todavía como nota introductoria señalar que traeré aquí algunas de las
muchas personas que he visto llorar tanto en mi vida profesional como per-
sonal. Sé que no soy objetivo. Me interesan las personas concretas, con nom-
bre y apellidos, con una historia biográfica única e irrepetible sumergidas
muchas veces, tal vez demasiadas, en la angustia de sus situaciones humanas
particulares y sus problemas específicos. Yo soy lo que en este momento expe-
rimento ser. Me interesa el estudio directo, no sujeto a interpretaciones, de la
experiencia humana. Estoy con el Dr. Laing cuando señalaba que “ser quien
lee la mente de otra persona es no estar con esa persona”.
No me interesa esa tendencia excesivamente objetivista que considera al
ser humano desde fuera, como un simple elemento del mundo, y no ve en él
más que una cosa entre las cosas, desprovista de intimidad, singularidad y
particularidad.
En mi trabajo siempre comienzo con lo que existe para la otra persona,
trato de comprender y de sentir el modo que el otro tiene de ser en el mundo.

146 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

El objetivo será siempre, el ir integrando todas las partes de uno mismo y


desarrollar todas las potencialidades para llegar a ser quien realmente se es.
En definitiva hacer que la persona sea más plenamente ella misma.
Desviando nuestras emociones, nuestras áreas de funcionamiento senso-
rial, corporal, emocional e intelectual, sólo conseguimos ser cada vez más
extraños a nosotros mismos. Como señala Rollo May “darse cuenta del pro-
pio mundo significa también al mismo tiempo diseñarlo”. Mi sugerencia, mi
deseo y, mi trabajo irá encaminado a facilitar a las personas la posibilidad de
convertirse en dueñas de si mismas, y también, como no, de sus lágrimas.
Deseo, amigo lector, amiga lectora, sin querer ser pretencioso por mi parte
que estas lineas te sirvan para hacer una reflexión desde tu perspectiva de per-
sona que llora o que al menos tiene la capacidad de llorar, en lugar de hacerlo
desde el ángulo de mero lector (espectador) y que vayas sintiéndote menos en
conflicto con tus lágrimas (caso de que lo tuvieras), y seas capaz de vivir más
libremente tu capacidad de llorar, como si de un privilegio se tratara.
Gracias, de corazón, por haberme regalado tu tiempo y detenerte en leer
estas lineas.

LLORAR EN NUESTRO MEDIO

“... Poco después, cuando pasaste por delante de mí para ir a coger algo de
la nevera, viste que estaba llorando, pero no hiciste caso de ello. Sólo a la hora
de la cena, cuando volviste a salir de tu cuarto y dijiste ‘¿Qué hay para co-
mer?’, te diste cuenta de que todavía estaba allí y de que todavía lloraba. En-
tonces te fuiste a la cocina y empezaste a trajinar entre los fogones”.

(Donde el corazón te lleve de Susana Tamaro)

Cuando hablamos de llorar la mayoría de la gente lo entiende como cierta


debilidad o por lo menos una muestra indiscreta de nuestro yo más auténti-
co, y por lo tanto lo suelen censurar y se tiende a suprimir esta forma de
expresión. No en pocas ocasiones tendemos a cortar la expresión de emocio-
nes de aquellos con los que interaccionamos, intentando por todos los medios
a nuestro alcance que se calme o que por lo menos no llore. Quizá hemos inte-
riorizado que es negativo sentir determinada clase de sentimientos, o que las
personas sufren cuando exteriorizan sus sentimientos profundos, o que nos
hacemos más vulnerables al expresarlos. Algo así como no querer agregar
más dolor al dolor.

MAIOR 147
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

En general nos sentimos mal ante las lagrimas de los otros, y no sabemos
que hacer. A veces cuando alguien llora, no se habla de ello, se evita hasta el
mirarle, como si fuera de mala educación, como invadir su intimidad. Tal y
como ocurre en el pasaje que encabeza este apartado de la bonita novela de
Susana Tamaro.
Seguramente desde niños aprendimos a responder a cualquier señal abier-
ta de llanto con desaprobación, cuando no a una censura clara y explícita (“no
se llora”, “los niños no lloran”, “no seas llorón”).
El llanto de los niños pequeños suele causar muchas molestias e irritación
a los adultos. Por lo tanto la mayoría de ellos lo ven como algo indeseable e
intentan quebrar la voluntad del niño o de la niña. El resultado puede ser que
luego de adultos nos encontremos con personas que ignoran lo que les pasa,
y lo que sienten y hasta llegan a no saber llorar.
Se le dice al niño que sea amable, obediente, respetuoso. Para conseguir el
objetivo se suele apelar al miedo, o directamente al chantaje del deseo de ser
querido (“cuando dejes de llorar haremos tal cosa, o te daré lo que sea”,
“como sigas llorando no te querré”...).
Después de tantos mensajes que niegan nuestra experiencia, llega un
momento en que ya no sabemos lo que queremos, lo que nos pasa, ni cuales
son realmente nuestras emociones.
Viene al caso una situación de la que fui testigo hace algunos años mien-
tras paseaba con mis hijas Ioar y Olaia. Al acercarnos a un Kiosco de chuche-
rías un niño de unos cinco o seis años le decía a su madre.
—Ama, cómprame chuches, quiero chuches.
Y la madre le contestaba.
—No, no quieres.
Me dejaron atónito cuando comenzaron una discusión en la que el niño
reafirmaba “si, si quiero”, y la madre se mantenía en el “no, no quieres”.
La reflexión que hice fue evidente. Claro que el niño quería chuches (esa
era su experiencia interior), otra cosa es que la madre no quisiera comprarle
por muchas razones, y seguramente razones de peso. Pero lo que ya no era
saludable para el futuro psicológico del niño era negarle su experiencia inter-
na de desear chuches.
Recuerdo que el caso lo comenté con mi compañera, madre de mis hijas,
pronosticando que aquel niño era un firme candidato a ser un adulto que pu-
diera tener dificultades en ponerse en contacto con sus deseos y sentimientos.
El llanto es el lenguaje del bebé. A través de él, el niño, la niña se muestra
a sí mismo y se relaciona con los demás. Muchas veces demandando la aten-
ción, o empleado para conseguir sus necesidades o deseos, por lo tanto es un

148 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

comportamiento normal en los seres humanos. Hay un dicho en castellano


que corrobora esta afirmación “quién no llora, no mama”.
La forma en que atendemos o desatendemos esos lloros en la niñez, nos
marcarán en el posterior desarrollo psicológico. Abandonar, o no atender el
llanto de un niño puede tener consecuencias tan nefastas para su posterior de-
sarrollo, como el prestarle excesiva atención satisfaciendo todos sus caprichos.
Todas las experiencias y procesos de aprendizaje que asimilamos e inte-
gramos plenamente entran a formar parte de nuestra historia vital, el fondo
que da sentido a las figuras que vayan surgiendo en el camino de nuestra his-
toria. Lo que no asimilamos o bien se pierde, o bien permanece con nosotros
convertido en introyecto, un obstáculo o dificultad que impide nuestro pro-
ceso de desarrollo.
Las causas del llanto son muchas y muy variadas en los niños. En los más
pequeños, el niño suele llorar cuando se acerca la hora de satisfacer su nece-
sidad de alimento (comer). También pueden llorar después de comer por
molestias gástricas. Recuerdo claramente el llanto de mis dos hijas mayores
con los consabidos “cólicos lácteos” y que difícilmente olvidará ninguna
madre o ningún padre que haya vivido esta circunstancia.
Observando a mi hijo Asier de diez meses de edad, he podido darme cuen-
ta de la facilidad que tiene para llorar y de los distintos significados de sus llo-
ros. Llora con fuerza cuando se le quita algo que quiere, cuando le contrarían
en sus deseos, es un lloro de rabia, de protesta. Llora, cuando se golpea y se
lastima. Cuando estaba enfermo por un catarro, tenia un llorar quejumbroso y
apagado. También están sus lloros relacionados con sus necesidades básicas
(alimento, sueño...) Llora y se enrabieta cuando no puede alcanzar algo que
desea, es una forma de mostrar su frustración. Así mismo llora cuando se aleja
algún ser querido con quien quiere estar, fundamentalmente su madre, pero
también cuando se acerca después de algún tiempo sin estar con ella. Se expre-
sa con el llanto de tantos y tantos estados de ánimo que cada lloro es distinto.
En general, podemos afirmar que un llanto vigoroso y fuerte, que no va
acompañado de ningún otro signo es señal de una excelente salud en el bebe,
y si tenemos la certeza de que llora porque quiere llorar, lo mejor que pode-
mos hacer es dejarle llorar. Por el contrario el sollozo y el llanto apagado
puede indicar que el niño o la niña no está bien, de que algo le pasa.
Muchas veces, en nuestra cultura, desplazamos el llorar. No nos permiti-
mos el llorar por ciertos motivos, ya que consideramos que no está bien visto
y, sin embargo, sí podemos hacerlo por otros.
Recuerdo a un hombre joven de unos treinta años que rompió a llorar en
una sesión de grupo, aparentemente ante la muerte repentina por accidente

MAIOR 149
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

de un familiar y, sin embargo, él mismo reveló que no lloraba por la perdida


de su ser querido, sino que lloraba por él, y aprovechaba esta oportunidad
que se le presentaba donde no seria interrogado por el sentido de sus lágri-
mas, ya que todo el mundo aceptaba el dolor por el fallecido.
También en nuestro medio, suele ser habitual que la persona que en un
momento determinado se emociona y llora pida disculpas por ello. Es algo
así, lo decíamos antes, como tener asumido que le ponemos en un aprieto al
otro. Como que la otra persona se va a ver en la obligación de tener que hacer
o decir algo, y nos hacemos responsables de esa presunta incomodidad que le
hemos creado al otro pidiendo disculpas.
Nuestra sociedad tiende a vender clichés envasados. Quien expresa emo-
ción ante la pérdida de un ser querido es débil, mientras quien responde de
manera rígida entonces es fuerte y se le valora. Recientemente asistí a un
funeral en el que uno de los sacerdotes que concelebraba la ceremonia se per-
mitió emocionarse al ir dibujando el semblante de la fallecida, de su familia y
de las circunstancias especiales que rodearon la muerte de la difunta.
Es frecuente que esos clichés envasados originen conflictos entre las nece-
sidades orgánicas y los roles sociales de conducta y consideración en los que
basamos nuestras relaciones. Así, me encuentro muchas veces en el dilema
“se llorar y soportar la vergüenza o ahogar el llanto y soportar el dolor del
nudo que me oprime y me ahoga”.
Podemos concluir este apartado diciendo que si todo va bien, el llanto sur-
girá en muchas ocasiones, de manera espontánea y fluida a lo largo del ciclo
de la vida. Estará en nuestra responsabilidad el permitírnoslo.

DE QUÉ Y CÓMO LLORAMOS

“En la ribera del Nilo, al atardecer, una hiena encontró a un cocodrilo;


ambos se detuvieron y se saludaron.
La hiena habló y dijo: “¿Cómo lo estás pasando, Señor?”.
Y el cocodrilo respondió: “Mal. A veces en mi tristeza y dolor lloro,
y entonces las criaturas dicen: “No son sino lágrimas de cocodrilo”. Y esto me
duele hasta lo indecible”.
Entonces la hiena habló: “Tu hablas de vuestro dolor y tristeza, mas,
pensad en mí por un momento. Yo me admiro de la belleza del mundo, de sus
prodigios y milagros, y desbordada de alegría me río aun cuando el día se ríe.
Y la gente de la jungla dice: “No es sino la risa de una hiena”.
(El vagabundo. Khalil Gibran).

150 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

Cuando me encargaron escribir estas lineas los primeros días del mes de
julio acababa de regresar de un congreso sobre “Vivir es morir. Morir es vivir”
en Maspalomas (Gran Canaria). Me impresionó el relato emocionado ante
más de mil personas de una campesina superviviente de la matanza de El
Mozote (El Salvador), donde fueron violentamente muertos a manos del ejér-
cito todos los habitantes del poblado (hombres, mujeres y niños). Aún con la
imagen fresca de aquella mujer que lloraba ante la muerte injusta y violenta,
recibo el encargo de escribir sobre “aprender a llorar”.
¿De qué y cómo lloramos aquí, a tantos kilómetros de distancia y en unas
circunstancias tan distintas de las que venia ésta campesina Salvadoreña? Se
me ocurrió entonces interrogar a mis amigos y conocidos sobre qué les hace
llorar y cómo lo hacen. Las respuestas fueron muy variadas y seria inacaba-
ble el comentar todos los motivos por los que lloramos los seres humanos, no
en vano, hay tantas razones para llorar como para reír en la vida. A pesar de
las dificultades, no renuncio a señalar algunas de estas razones.
· Llorar de tensión. Recuerdo a una mujer de 37 años, casada, y con enor-
mes deseos de ser madre. Tras muchos intentos y diferentes tratamien-
tos consiguió quedarse embarazada. Su embarazo no fue fácil, y las
posibilidades de aborto espontáneo eran grandes. Así es que debía
guardar reposo y estar acostada casi todo el día. La tensión que fue acu-
mulando fue grande y ya casi al final del embarazo rompió a llorar
durante días enteros, días y noches sin ningún motivo aparente. Sin
embargo la explicación psicológica de dicho llanto era bastante eviden-
te. Primeramente había acumulado mucha tensión de su no embarazo,
después, y una vez conseguido este, continua acumulando tensión por
temor a perderlo, condimentado por el aislamiento, y las limitaciones
que le suponía el hacer reposo absoluto. Toda esta tensión sale en forma
de llanto una vez que el embarazo ya estaba llegando a su fin y no había
peligro para el feto.
· Llorar de emoción. Las lágrimas de Doña Bittori. Doña Bittori es una
señora de 76 años, soltera, de la montaña de Navarra donde vive en una
casa grande de un pueblecito pequeño de un valle próximo a la capital.
Se encuentra ingresada desde hace un mes y medio aproximadamente
en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital San Juan de Dios,
aquejada de un cáncer de endometrio sin curación posible y con una
corta esperanza de vida.
Una calurosa mañana del mes de agosto, entré en su habitación, estaba
sola, y me senté en su cama. Noté que aproximó su mano y agarró la
mía con una ligera presión. Quería que me quedara un rato con ella y
así lo hice.

MAIOR 151
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

La conversación pronto se dirigió hacia el tema que le estaba afec-


tando emocionalmente. Se trataba del apoyo y compañía que estaba
recibiendo de sus amistades.
—Ayer vinieron unos vecinos que hacia poco se han trasladado al
pueblo.
Señaló con voz suave, y sin poder contener las lágrimas que iban
cubriendo sus ojos.
—Le emociona, Doña Bittori, que vengan a visitarle.
Le reflejé con tono empático.
De sus ojos comenzaron a brotar abundantes lágrimas que mansa-
mente se deslizaban por sus mejillas.
Ella continuo en el mismo tono.
—Han pasado todos los del pueblo a visitarme.
— Y esto le gusta y le emociona, ¿no es así Doña Bittori?
Lo cierto era que a Doña Bittori nunca le ha faltado la compañía en
este final de vida, a pesar de ser de familia muy corta, sin hijos, ni her-
manos. Sus lágrimas, su emoción tenía que ver con sentirse tan queri-
da, tan bien acompañada.
· Llorar por todo o por nada. Son dos polaridades de la misma experiencia. Lo
decíamos antes probablemente hay tantas razones para llorar como perso-
nas en el mundo. Siempre podemos encontrar un buen motivo para llorar.
· Llorar de tristeza.
· A veces con una lágrima traemos a nuestro recuerdo la presencia de
alguien que ya no está, y a través de esas lágrimas compartimos nues-
tro presente.
· Llorar de soledad, de soledad dañina, cuando esta se percibe como fraca-
so. De sabor amargo acompañada, muchas veces, de experiencias de
rechazo.
· Llorar por el paso del tiempo. Vivido este como una especie de monstruo
que todo lo engulle y lo devora.
· Llorar de rabia, de impotencia, cuando no me entienden.
· Llorar por dejar de ser “la reina de los mares”. Se trata de un llorar cuando
se pierde cierta posición de privilegio. Este motivo me lo sugirió una
amiga refiriéndose a su hija de cuatro años, y que con el nacimiento de
su hermanito de apenas unos meses llora con cierta frecuencia.
· Llorar de indefensión, de abandono, de desconsuelo.
· Llorar de carencias.
· Llorar de malestar, de dolor, de sufrimiento.
· Llorar de miedo.
· Llorar de necesidad de Dios.

152 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

· Llorar de confianza, “darse permiso para llorar”.


· Llorar de abrirse a algo, de descubrir su verdad.
· Llorar de risa.
· Llorar de placer.
A través de las lágrimas, estamos viendo, expresamos una gran multitud
de sentimientos, emociones y, situaciones diferentes.
Algo parecido nos pasa al describir el cómo lloramos, es decir, la forma en
que lo hacemos. Probablemente cada persona tiene su estilo, pero podemos
señalar algunas formas.
· Podemos llorar solos o acompañados.
Lágrimas que pretenden esconderse de cualquier mirada indiscreta
y se recogen con disimulo en la punta de un pañuelo. Personas que
aprovechan la oscuridad de la noche para llorar o se aíslan para poder
hacerlo.
Llorar en compañía, tal vez para compartir, o buscar consuelo, o qui-
zás para conseguir algo.
· También se puede llorar por dentro o por fuera
Llorar por fuera sería cuando nuestros ojos se llenan de lágrimas,
que suelen resbalar por la mejilla.
Y llorar por dentro es cuando las lágrimas no llegan a humedecer
nuestros ojos.
· También probablemente hay un llorar tóxico o nutritivo.
El tóxico se trata de lágrimas corrosivas, que nos indigestan, lágrimas
manipulativas que nos impiden profundizar en nosotros mismos, lágrimas
tramposas que funcionan como barreras con nuestro yo más auténtico.
El nutritivo (enriquecedor) del que hablaremos más adelante es el
que nos posibilita el seguir creciendo, madurando en el ciclo de la vida.
· Se puede llorar por exceso (el llorón) y por defecto (el que nunca llora).

LAS LÁGRIMAS. OTRA FORMA DE LLEGAR AL INTERIOR DEL SER HUMANO

Toma una lágrima,


y deposítala en el rostro
del que no ha llorado.
Mahatma Gandhi
El camino para reencontrar la paz está cubierto de lágrimas. El único maes-
tro que existe, el único verdadero y creíble, es la propia conciencia. Para dar con

MAIOR 153
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

ella hay que mantenerse en silencio, en soledad y en silencio, hay que estar
sobre la tierra desnuda. Hacernos conscientes de nuestras lágrimas. Lágrimas
exteriores que salen de nuestros ojos y corren por nuestras mejillas, y lágrimas
interiores que discurren como ríos interiores de aguas subterráneas.
El objetivo básico de cada persona, de cada uno de nosotros, es llegar a
ser quien realmente se es, realizarse, y para ello también tenemos que saber
llorar.
Cuando entramos en la quietud y escuchamos nuestras lágrimas, podemos
comprender su sentido y tenemos la oportunidad de sentir la vida que nos
envuelve con la que formamos un todo.
La quietud aporta una serenidad profunda a nuestros corazones y una
fuerza vital. Es como la montaña, silenciosa, majestuosa y tranquila.
En general, no queremos cosas nuevas, sobre todo cuando desajustan
nuestros viejos esquemas, especialmente cuando implican un cambio. Nos da
miedo la pérdida de lo conocido. No queremos ver, escuchar, escucharnos,
porque si lo hacemos podíamos cambiar.
Abre bien los ojos, deja sentir tus lágrimas, y tal vez, entonces podrás
empezar a entender algo de ti mismo, de ti misma.
Es fundamental que no perdamos el contacto con nuestros sentimientos,
con el significado de nuestras lágrimas.
Las lágrimas muchas veces nos ponen en contacto con el lado oscuro de
nuestra existencia. Es como la cara oculta de la luna, no está iluminada, no
hay luz en ella, pero existe. A través de nuestras lágrimas podemos llegar más
fácilmente al conocimiento de nuestro yo más profundo que la verbalización
intelectualizada a la que estamos acostumbrados.
Cada cual debe buscar, en todo caso, su verdad subjetiva, parcial y parti-
cular. No existe un camino único, cada persona tiene que encontrar su pro-
pia verdad.
Conocer significa mirar atentamente, observar lo que está pasando dentro
de ti y a tu alrededor.
Vivir sanamente, en plenitud, es conocer, es darse permiso para ser pletó-
rico, exuberante, para experimentar alegría, para sentir también el dolor, lo
que nos resulta amenazante, conmovedor, extraño. Vivir plenamente es abrir-
se también al llanto, abrazar lo que nos ofrece la vida. Vivir en plenitud es dis-
frutar, asimilar a fondo lo que está allí en cada momento, sin aferrarse a nada.
Vivir sanamente es celebrar la vida, las esencias, las capacidades y posibili-
dades de la persona. Todo lo contrario que las personas congeladas, enlata-
das, que por miedo a perderse, se ponen en conserva, sin saber que tienen
fecha de caducidad.

154 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

Cada uno de nosotros es un proceso constante. Mi experiencia posee la


cualidad de ser continua, móvil, siempre cambiante. Todos los seres vivos
están haciéndose. Como dice Carl Rogers la persona sana “es aquella que vive
cómodamente en el cambiante fluir de su experiencia”.
Experimentar es un proceso de sentir (tanto sensorial como emocional)
muy diferente a verbalizar.
Debemos estar alerta. Si queremos llegar a nuestro yo más profundo no
debemos quedar excluidos de ninguna área de nuestra experiencia interior.
No existe un camino único, la única gran verdad es la verdad que descu-
brimos solos.
A través de la aceptación de las lágrimas podemos sentirnos más unidos
a ese sagrado misterio que es cada ser humano y nos abrimos al circulo de la
vida.
La verdad tiene muchas facetas y formas, y se muestra de múltiples mane-
ras. Cada lágrima es una forma sagrada de expresar esa verdad en su forma
de vivir la vida. Nuestra capacidad para estar atentos a la verdad sin prejui-
cios proviene del centro de nuestros Espacios Sagrados.
Nuestros ojos tienen muchas maneras de enseñarnos a ver la verdad. Tus ojos
pueden ver el mundo que te rodea y asimilar las cosas bellas de la Creación.
Esa visión silenciosa se convierte, para siempre, en parte del espíritu de esa
persona.
A veces debemos escuchar lo que no se dice, y no escuchar simplemente
las palabras.
Cuando escuchamos la suave voz que hay en nuestro corazón, podemos
acceder a nuestro yo más profundo.
El ritmo del llanto, también nos proporciona una pista para seguir, ya sean
lagrimas que a veces se muestran turbulentas y otras veces mansas y serenas.
Escuchando nuestras propias lágrimas podremos llegar a la serenidad del
alma.
Quién nunca se ha puesto a escuchar sus propias lágrimas, jamás podrá
escuchar en profundidad las de otro ser humano.
Déjate llorar, date permiso, y a medida que vas pasando las orillas de los
recuerdos, el camino te sumergirá en el flujo de la vida, a través de un paisa-
je interior formado de vivencias, algunas tan remotas que ya han sido olvi-
dadas y otras que ni tan siquiera han sido vividas directamente por nosotros
pero que nos pertenecen al ser herederos de una estirpe determinada, de un
clan concreto formado por nuestros antepasados.
Recuerdos que en mi caso están compuestos de historias de insurrectos, de
giris y carlistas que huían monte arriba, del río Arga, de los cerezos floridos

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

del valle de Etxauri (Navarra), de las bordas de montaña, del cierzo y de la


nieve que mi abuela Brigida me contaba, y que yo con ojos de niño grababa
en mi retina. Recuerdos de la Casa llamada Maisterrena, de la Peña Izaga, del
valle de Unciti, de la Valdorba, de tantas y tantas pinceladas de las que está
compuesto mi paisaje interior.
El paisaje del corazón varía en cada persona. Hay paisajes interiores car-
gados con el más puro granito procedente de las montañas. Otros reflejan un
paisaje de suaves flores salvajes que cubren un vallecito verde en el que trans-
curre haciendo meandros algún arrollo de montaña de aguas puras y cristali-
nas. Otros pintan un cuadro de tierra árida, o tormentas, o volcanes en ebu-
llición, o de mares, o de horizontes sin límites.
La opción de aceptar la verdad de mis lágrimas, es dura, sobre todo para
aquellos que deben atravesar paisajes desolados de un pasado vivido, tal vez,
demasiado próximo.

SANAR LLORANDO. LAS LÁGRIMAS INTEGRADAS

Cuando las estrellas callan


es que quieren escuchar
la música de tus lágrimas.

José Bergamín

Tus ojos pueden derramar lágrimas que limpiarán tus heridas, permitien-
do que te cures. Afligirse es una parte del proceso de curación. El objetivo es
vaciar el dolor, llorar puede eliminar la carga. Verter las lágrimas, hablar y
expresar el dolor de nuestros sentimientos representa liberarnos.
Podemos sanar llorando y dando rienda suelta a ese dolor.
El tomar conciencia de nuestras lágrimas nos devuelve la integridad.
Cuando no se integran las lágrimas, saben a amargura. Es como el vino
rancio que no ha sido bien tratado y se amarga. El llanto puede ser una con-
vulsión purificadora que nos permite continuar.
Recientemente pude leer en el número 64 (agosto 1997) de la revista
CuerpoMente un reportaje sobre Maya Tiwari. La excepcional historia de una
diseñadora de modas que se enfrenta al cáncer en un retiro de silencio. Maya
Tiwari era una famosa diseñadora de modas en el corazón de Manhattan.
Mimada por el éxito y la fama desde muy joven, Jackie Onassis compraba en
su tienda, y medio Hollywood se vestía en ella. Con solo 23 años irrumpe en

156 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

su vida un cáncer que se resiste a los tratamientos convencionales. Desespe-


ranzada, se retiró a una pequeña cabaña en Vermont y empezó lo que se ha
convertido en el trabajo de su vida: “Si me iba a morir, tenía que poner cier-
tas cosas en orden. Lloré hasta que mis tejidos quedaron limpios de miedos,
dolor, esperanzas, sueños y decepciones”.
La experiencia de esta mujer, y el sentido de liberación que le da a sus
lágrimas es lo que quiero traer aquí.
Hay lágrimas que limpian y nos permiten ver y conocer con más claridad.
Para integrar las lágrimas debemos prestar atención sobre nuestro mundo
interno o externo, o bien sobre las sensaciones físicas. Debemos estar atentos a
lo qué estamos haciendo, o lo qué estamos sintiendo, o si estamos evitando algo.
En el conocimiento está la curación, la verdad, la salvación, la espirituali-
dad, el crecimiento, el amor, el despertar.
Ser conscientes de lo que decimos, de lo que hacemos, de lo que pensamos,
de cómo actuamos. Ser conscientes de dónde venimos, de cuales son nuestras
motivaciones, es posible que nos ayude en esta difícil tarea de llegar a ser
quien realmente somos.
Una personalidad integrada tiene una forma unificada de comunicarse y
de expresarse. Al aceptar nuestras limitaciones, muchas veces esos límites se
ensanchan. Al aceptar “lo que existe” y hacerle frente, transforma la situación,
la transciende y alcanza la verdadera libertad. La aceptación es el camino
hacia una mente tranquila. En general las personas integradas poseen una
sabia habilidad para aceptar la realidad.
Conocí a una mujer que no podía llorar, o por lo menos eso es lo que mani-
festaba, había ahogado el sonido de su llanto. Poco a poco, lentamente, fue
descubriendo que no es que no pudiera llorar, sino que temía que si empeza-
ba no podría terminar. Lo cierto fue que durante una sesión de terapia de
grupo, se le llenaron los ojos de lágrimas y comenzó a llorar con suavidad,
permitiendo que las lágrimas rodaran silenciosas por sus mejillas. Yo me
comportaba con cierta crueldad, hurgando en aquella herida, pero sabia que
de no serlo ahora habría significado ser más cruel todavía.
En el grupo surgió un sentimiento muy cálido e intenso que fue irradian-
do hacia los demás, a medida que iban surgiendo las lágrimas en esta mujer,
se fue produciendo en la sala una fuerte carga llena de vida. Recuerdo que de
uno en uno se fueron levantando de sus asientos los miembros del grupo
acercándose a ella y abrazándola, terminando todos en una piña, sin palabras,
con manos y cuerpos que se entrelazaban. Al cabo de unos minutos, la mujer
que no podía llorar, de forma serena manifestó su agradecimiento por lo suce-
dido, ¡podía llorar sin miedo a no parar!

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Pero no siempre es conveniente dejarse llevar por las emociones, hay que
discriminar con claridad para no caer en una trampa emocional que nos impi-
da entrar en contacto con sentimientos más profundos.
Una forma habitual de bloquearnos es la represión,el olvido mediante ella
no es liberador. Parece que nos aleja de lo que nos hace sufrir, pero no lo con-
sigue del todo, porque el recuerdo permanece enterrado en nosotros y sigue
influyendo en cada instante de nuestra vida.
Revivir lo vivido con la misma intensidad emocional, es una estrategia
terapéutica que ayuda al cierre de situaciones inconclusas. Ésta es la teoría
paradójica del cambio. Recordar algo profundamente significa olvidarlo.
Las lágrimas prisioneras de Miguel.
Recuerdo a un hombre de cuarenta y pocos años, emprendedor, con im-
portante éxito en el mundo laboral, aunque de origen rural y de clase social
baja, se había aupado a ese reducido grupo con grandes medios económicos,
adaptándose a los modales de la alta sociedad, tanto en su forma de vestir
como en su lenguaje refinado. Le llamaré Miguel.
Miguel acudió a consulta psicoterapéutica aquejado de unas lágrimas que
había tenido que ocultar y reprimir, y que no podía mantenerlas durante más
tiempo dentro de él. Casado y con tres hijas, una de ellas, la mayor, estuvo
enferma de leucemia durante los últimos años de su vida. La niña murió con
doce años. Miguel vivió intensamente todo el proceso de la enfermedad de su
hija, ocultando y simulando su desesperación ante el desenlace de la enfer-
medad. Al principio fue un enorme shock, que se convirtió en esperanza ante
la buena respuesta a los tratamientos médicos, pero poco después la enfer-
medad fue avanzando, y los tratamientos dejaron de hacer el efecto esperado.
Cada nuevo tratamiento era vivido con angustia, y un hilo de esperanza que
se truncaba a los pocos días a la vista de los resultados. Recuerdo la última
sesión que tuve con Miguel, fue tremendamente emotiva. En ella Miguel rela-
tó a veces derrumbado y otras ahogado por la rabia y por las lágrimas, que
muchas veces había deseado la muerte accidental de su hija para acabar con
el sufrimiento que le producía el verla que se iba apagando.
Aquella tarde, su voz aparecía quebrada en un gemido incontenible.
Sentado frente a mí, Miguel no pudo aguantar más. No pudo soportar por más
tiempo la angustia del eco lejano del aullido de dolor de su corazón. El recuer-
do de su hija estalló en su memoria deshecha en mil imágenes hirientes,
corrompidas por el dolor oculto que no pudo borrar el agujero sin fondo del
olvido. Habló con lágrimas en los ojos, de una conversación mantenida con su
hija en la que ella le preguntaba sobre qué era el amor, o estar enamorada.
Aquella voz de niña que despuntaba a ser mujer, le producían más dolor si

158 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

cabe, y mayor esfuerzo en reprimir el llanto. A su hija le ocultaron la irreversi-


bilidad de su enfermedad. Este compromiso también le estaba ahogando.
Bruscamente, en un momento de la entrevista, cesó su llanto, y como una
ráfaga del frío cierzo de enero que te deja helado, me miró con los ojos abra-
sados por las lágrimas.
Difícilmente podré olvidar esa mirada, en la que el miedo atravesó sus ojos
y se clavaron en los míos y con voz quejumbrosa fue narrando como ese enga-
ño continuo llegó a su fin una noche en la que no pudo más y ante la gravedad
de su hija con la que ya no era posible comunicarse verbalmente, estando los
dos a solas, él le revelo la verdad y le pidió perdón por el engaño mantenido.
Como un remanso en la corriente de un río, el curso de la vida de este
hombre se había detenido en ese instante, y ahora, ante mí, sólo se extendía
el inmenso paisaje de un hombre desolado, en el que el tiempo no había podi-
do borrar las heridas.
Con la memoria y el corazón deshechos por el llanto, escondió la cabeza de
nuevo entre sus manos y rompió a llorar. Observe en silencio y de cerca el tem-
blor ardiente de su pecho, la caricia salobre y amarga de sus lágrimas sobre la
piel de sus mejillas. Mientras, Miguel continuó entrecortadamente su relato.
—En el momento que terminé de decirle su situación, la pequeña
abrió los ojos, tuvo unas convulsiones... y murió en mis brazos (pausa).
Mi mujer no sabe nada de esto, ignora que yo le comuniqué la verdad.
En sus palabras pude apreciar cierto tono de culpabilidad.
—Hiciste lo que creías que tenias que hacer, ¿no es así, Miguel?
Él, mucho más sereno, asintió con la cabeza.
Sin embargo, su serenidad duró poco. Estaba quieto, casi inmóvil, con los
ojos clavados en el suelo cuando... de pronto, Miguel sacó un pañuelo blan-
co, hundió la cara en su pañuelo y empezó nuevamente a llorar.
Su llanto sonó distinto.
Le interrogué.
—¿Estas llorando por el vacío que te ha dejado tu hija?
Con la cara oculta en el pañuelo, Miguel se sonó la nariz y negó con la
cabeza.
—¿Porqué no sabes si actuaste bien?
Miguel volvió a negar con la cabeza.
—¿Con qué tienen que ver tus lágrimas ahora?
—No estoy muy seguro.
—Miguel, te voy a pedir un pequeño esfuerzo de imaginación.
Quiero que te imagines que tus lágrimas tienen voz..., quiero que les
prestes tu voz..., si tus lágrimas pudieran hablar ¿qué dirían?

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Al principio su cara expresaba sorpresa, al poco tiempo su silencio se rom-


pió y dijo:
—Hablarían de liberación, (...) de haber podido por fin salir al exte-
rior (...). Hablarían de haberse sentido presas durante mucho tiempo.
Aquella fue una de las sesiones más emotivas que he vivido. Ya no volví a
verle nunca más a Miguel. Probablemente para él fue suficiente el poder
derramar con libertad y sin sentirse juzgado aquellas lágrimas reprimidas y
que le estaban atormentando.
Muchas veces el tiempo es paciente, y poco a poco va borrando de nuestra
memoria el dolor de fuegos que ocurrieron en nuestra vida. Pero hay brasas
que arden en el corazón mismo de la tierra, grietas humeantes en la memoria
tan profundas y escabrosas que ni tan siquiera el manto de nieve de la muer-
te bastará tal vez para borrarlas.

A MODO DE CONCLUSIÓN

“No pudo decir nada más. Estalló bruscamente en sollozos. La noche había caído.
Yo había dejado mis herramientas. No me importaban ni el martillo, ni el bulón, ni
la sed, ni la muerte. En una estrella, en un planeta, el mío, la Tierra, había un prin-
cipito que necesitaba consuelo. Lo tomé en mis brazos. Lo acuné. Le dije: “La flor
que amas no corre peligro... Dibujaré un bozal para tu cordero. Dibujaré una arma-
dura para tu flor... Di...”. No sabía bien qué decir. Me sentía muy torpe. No sabía
cómo llegar a él, dónde encontrarlo... ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas...!”
(El Principito de Antoine de Saint-Exupéry)
Aprender a llorar. Aprender lo que nunca deberíamos haber olvidado.
Aprender lo que hicimos en una de nuestras primeras manifestaciones en la
vida. A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas bloquea-
das, incapaces de llorar. Aunque sienten una sensación, no se dan cuenta del
significado de esta, no entienden qué significan esas sensaciones. Las señales
de su cuerpo le son extrañas y tal vez hasta las interpreten como amenazan-
tes. Facilitar el darse cuenta será un proceso lento.
A veces la energía está bloqueada por miedo a una gran excitación o a sen-
tir fuertes emociones. Tales emociones suelen tener que ver con la sexualidad,
con la ira, con el amor y con el llanto. El bloqueo fisiológico que normalmen-
te acompaña a este miedo se observa con frecuencia en la respiración. El indi-
viduo sin percibirlo respira superficialmente. La facilitación consistirá en
enfocar o encontrar a nivel corporal dónde está la energía interrumpida y esti-

160 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

mular su movilización. Por ejemplo una persona puede tensionar su gargan-


ta, muchos lo describen como “un nudo en la garganta”. Otros lo localizan en
la boca del estómago, en este caso lo suelen describir como “un bolo o made-
ja”, en todos los casos deberemos facilitar el restablecimiento del fluir de la
energía que permita si es el caso la expresión del llanto.
Recibí de la naturaleza mi cuerpo y mis emociones, del mismo modo que
sería absurdo censurarme por el color de piel o de mis ojos, también lo es por
estar asustado, o sentirme inseguro, egoísta o con deseos de llorar.
Si uno no tiene en cuenta lo que ocurre en su interior, de seguro que no
será consciente de lo que suceda en la interioridad de la otra persona y de lo
que acontece en el intercambio que se establece entre los dos. En tal caso, será
muy escasa la ayuda que pueda prestarle, incluso estaría en peligro de dañar-
le, no permitiéndole su desarrollo personal.
Debemos aprender cómo prestar atención a la necesidad de llorar, cómo
actuar para satisfacerla, y, luego retirarse y descansar. No hay que precipitar-
se en una acción para la cual no nos encontramos preparados. Necesitamos
aprender a controlar, graduar y modular nuestra emoción, en vez de explotar
en un ataque. También estar constantemente movilizado supone una forma
de falta de salud, en definitiva es una forma de carecer de paz.
Sé paciente con tus lágrimas y también con tu dificultad para llorar. Trata
de amar tanto tus lágrimas como tus dificultades. Vive tus lágrimas, y pre-
gúntale a ellas si es que quieres saber algo. No tengas prisas. No es fácil ser
paciente consigo mismo. La paciencia es una cualidad necesaria para resta-
blecer el flujo y volver a llorar. En nuestras vidas modernas nos han enseña-
do a correr, a las prisas, a la eficacia. Sin embargo todo tiene su ritmo.
Lo que vale para la expresión de las emociones (llorar), vale igualmente
para la expresión del control. La resistencia no es algo que deba ser destrui-
do, sino como una actividad más de la cual debe tomarse conciencia y hacer-
se responsable.
Querido lector lo que mejor puedes hacer ante las lágrimas de otra perso-
na es permitírselas sin que se sienta humillada, preocupada, débil... etc. Lo
mejor que podemos hacer es permitirles esas lágrimas sin juzgarles ni tachar-
les consciente o inconscientemente de poco valientes. Y sin que esas lagrimas
les haga sentirse avergonzados, o indignos.
El silencio y la paciencia pueden abrir el espacio que permita que otro
pueda expresar esos sentimientos que habían estado encerrados.
El oyente amable y sensible sabe crear seguridad y espacios para compar-
tir y que permiten a los demás expresar unas lágrimas silenciadas o que tal
vez fueron objeto de burla.

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Las lágrimas, ya sean de rabia, frustración, ira... etc., que permitimos que
fluyan, hace que nos alejen del dolor, de la agresividad, humanizándonos y
acercándonos a nuestra esencia. Y en definitiva convirtiéndonos en más libres
y ligeros del pesado bagaje de la infelicidad.
Debemos dar la oportunidad de quién esconde una lágrima pueda com-
partirla, si ese es su deseo, y darle el justo significado.
Vive tus lágrimas e invita a quien está contigo a vivirlas, no las controles
más, es una nueva y maravillosa oportunidad para que la persona se haga res-
ponsable de ellas, reconociéndolas y aceptándolas como parte de su existencia.
Evita todo tipo de pensamientos, de juicios, de reflexiones, por muy certe-
ros que sean. Simplemente limítate a observar tus lágrimas.
Limítate a mirar, a escuchar sin prisas. (...) Y es posible que las lágrimas te
hablen.
Escúchalas. (...) Escucha en silencio, sin ruidos.
Te hablarán de la vida y de la muerte...,
del amor y de los demás...,
y también de si mismas, y tal vez...,
es posible que te hablen de Dios.
Dice Lao Tse: “Deja quieta el agua turbia y se hará clara”.

SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL

Ejercicio nº: 1.
Este ejercicio está especialmente indicado para los que tienen
alguna dificultad en llorar.
Coge un papel y un bolígrafo, y vete escribiendo todo lo que
crees, o imaginas que pueden pensar los demás si te vieran llorar.
Procura no censurarte ninguna idea por descabellada que te parezca
en este momento.
El objetivo de este ejercicio es posibilitar la toma de conciencia de
mensajes o introyectos que nos están influyendo en nuestra capaci-
dad de llorar.

Ejercicio nº: 2. Mis lágrimas a vista de pájaro.


Busca un lugar cómodo donde sepas que no te interrumpirán, y
con los ojos cerrados y en una postura que te resulte buena haz una

162 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

relajación, tomando contacto con las distintas partes de tu cuerpo, y


con la relajación muscular. (...)
Ahora vas a hacer un recorrido por tu vida.
Recuerdo alguno de mis primeros llantos. Algunas lágrimas de
mi infancia.
Observo la escena. Tranquilamente reconstruyo esa situación (lu-
gar donde me encontraba, motivo de mis lágrimas, las personas invo-
lucradas, lo que sentía...) No tengas prisa. Deja que la experiencia se
vaya abriendo, deja que te penetre y se expanda por todo tu ser.
Me acerco a mi adolescencia y observo algunas de mis lloreras (si
es que las hubo).
Y voy recorriendo mi juventud y adulted hasta llegar al día de
hoy, recordando esas escenas en las que hubo lágrimas, esos momen-
tos de mi vida en que lloré.
Evito toda reflexión, todo juicio. Lo contemplo sin tristeza, ni con
sentido de culpa, sino con paciente comprensión, porque deseo amar
la vida en todas sus manifestaciones.
Simplemente observo.
Tomo conciencia de lo que sentía, de como me sentía en esas
situaciones.
No hago juicios, simplemente contemplo la escena.
Y desde esta ultima escena voy regresando hacia atrás, hacia la
infancia, y observo que todas esas escenas, son notas de una misma
melodía, diferentes pasos de una danza, la danza de tu vida.
Contemplo a vista de pájaro las lágrimas vertidas a lo largo de mi
existencia. Degusto como si de un elíxir mágico se tratara, como si de
un vino de crianza, el sabor de todas ellas.
Y tal vez me quedo asombrado ante el misterio que encierran mis
lágrimas.
Termino el ejercicio preguntándome ¿de qué me he dado cuenta?,
¿he apreciado alguna diferencia en el transcurrir de mi vida?, ¿qué
dificultades he tenido para hacer este ejercicio?

Ejercicio nº: 3. Dichos y refranes.


Haz una lista con frases, refranes, dichos populares que tenga que
ver con llorar.
Cuando hayas terminado, analiza su significado intentando
comprender que nos han querido trasmitir con esos refranes o
dichos.

MAIOR 163
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Ejercicio nº: 4. Restauro mi tesoro.


Cierra los ojos.
Préstale atención a tu respiración.
Observa como entra el aire en tus pulmones
como se detiene un instante dentro de ti,
antes de salir de nuevo, y esa inapreciable
pausa que se produce antes de que el aire entre otra vez.
Sé consciente del hecho de que aspiras... y espiras. (...)
Recorro el camino hasta el interior más sagrado de mí mismo, de
mí misma.
Es un lugar sagrado, no lo olvides.
Debes actuar con respeto.
Es tu parte más íntima, tu yo más autentico,
y en él reposa como un tesoro tu capacidad de llorar.
¿Como se encuentra esa capacidad, ese tesoro?
¿Necesita algún tipo de restauración?, ¿o está en buen estado?

Ejercicio nº: 5. Frases incompletas.


Coge un papel y un bolígrafo y escribe siete frases, como mínimo,
que empiecen por: “Me hace llorar...”.

Ejercicio nº: 6. Exageración.


Especialmente indicado para los que tienen dificultad para llorar.
Este ejercicio pretende acentuar el descubrimiento del proceso. Se
trata de exagerar un movimiento determinado de nuestro cuerpo.
Esto incrementa la percepción del medio que utilizamos para blo-
quear la toma de conciencia. Es una invitación a que el paciente
explore la tendencia de este movimiento, gesto, postura, sonido,
imagen. De esta forma el impulso expresado de forma incompleta, es
capaz de revelarse completamente.

Ejercicio nº: 7. Traducción.


Imagínate que lloras, que tus ojos se llenan de lágrimas (...)
Si tus lágrimas pudieran hablar ¿qué dirían?

164 MAIOR
A p r e n d e r a l l o r a r

Ejercicio nº: 8. Dialogando con mis lágrimas.


Me permito dialogar con mis lágrimas, dialogo con proyecciones
atemorizantes y me adueño de ellas. Primero aprendo a poseer aque-
llas lágrimas que más temo y que las he proyectado fuera de mi, des-
pués comienzo un diálogo con sus opuestos (polaridades) dentro de
mi mismo. De este modo, me reconcilio con todas las fuerzas polari-
zadas dentro de mi y comienzo a experimentar la totalidad de mi ser.

Ejercicio nº: 9.
Cuándo y en qué situaciones te hubiera gustado llorar.

Ejercicio nº: 10. Álbum de fotografías.


Cada uno de nosotros lleva en su corazón un Álbum de fotogra-
fías de su propia vida.
Ese Álbum está lleno de memorias, de acontecimientos vividos.
Muchos nos produjeron alegría, satisfacción, bienestar, otros tristeza,
pena, desilusión, algunos estaban llenos de tensión, otros, en cambio
nos llenaron de relax, etc. En todos esos momentos, sin excepción,
tuvimos una forma de actuar. Saltamos, nos abrazamos, reímos, etc.
Quiero que ahora te fijes en aquellas fotos en las que apareces llo-
rando.

MAIOR 165
Aprender a perdonarse a sí mismo
y dejarse perdonar
Juan Masiá Clavel

9
“Hasta una gota de agua sucia puede reflejar la luna”

(Anónimo budista)

En los comentarios de prensa y radio, tras cada atentado terrorista se repi-


te la pregunta: “¿cómo vamos a perdonar? ¿acaso se puede olvidar esto?” Y
se confunde, a veces, el perdón con el olvido, tanto por parte de quien pide
justicia como de quien se siente llamado desde su creencia a practicar el per-
dón. Hay que aclarar los términos. Perdonar no es olvidar lo ocurrido.
Perdonar no es renunciar a que actúe la justicia.
También está lleno de confusiones el tema de la culpabilidad, tan relacio-
nado con el del perdón. En una convivencia de universitarias, orientada a
profundizar sus creencias en medio de la vida de cada día, se estaba comen-
tando un episodio reciente ocurrido en su colegio mayor. Al día siguiente de
haber ayudado a emborrachar a la compañera de cuarto, decía su amiga, “me
sentí muy mal, no quería que eso hubiera pasado como pasó...”. Tomando pie
de estas palabras, se comenzó a analizar en un grupo de discusión el fenó-
meno de la culpabilidad. ¿De qué te pesa? ¿por qué? ¿ante quién te sientes
mal? ¿ante tu amiga? ¿ante la directora? ¿ante su familia? ¿ante un reglamen-
to que prohibe determinadas maneras de comportarse y prescribe otras?
¿ante una instancia superior que te desapruebe?...
Vamos a intentar profundizar en este tema de la culpa y el perdón, comen-
zando por algo tan elemental como la misma gramática de las frases con que
expresamos estas experiencias.

MAIOR 167
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

GRAMÁTICA DEL ARREPENTIRSE

No se puede poner en duda la importancia central del perdón en el men-


saje cristiano; pero es aún más evidente la dificultad de perdonar. La vivi-
mos a diario y la presentamos como obstáculo cada vez que nos hablan del
perdón. Pero es menos corriente hablar de la dificultad de perdonarse a sí
mismo y, para para poder hacerlo así, de la necesidad de saber dejarse per-
donar.
¿No será más difícil perdonarse a sí mismo que perdonar a los demás?
¿No radicará la incapacidad de perdonar a otras personas en el hecho de que
no acabamos de perdonarnos a nosotros mismos? ¿No será más difícil creer
en el perdón y, por tanto, dejarse perdonar, que perdonar a los demás? Si nos
cuesta perdonar a otras personas, ¿no será porque no nos perdonamos a
nosotros mismos ni nos dejamos perdonar por Dios?
¿No tendrá todo esto que ver con la reducción del perdón a un tema ais-
lado dentro del conjunto de la moral? Sin embargo, el perdón, antes que ser
un tema de moral, es un tema de fe: aparece con prioridad en el Credo y en
la oración del Padre Nuestro: “creo que hay perdón de los pecados” ... “haz-
nos creer en el perdón de nuestras ofensas, para que también nosotros podamos per-
donar a los que nos ofenden”.
Voy a reflexionar brevemente en estas líneas sobre la necesidad de
aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar. Me va a servir de
hilo conductor un filósofo japonés actual, Tadao Hisashige que, sin ser ni
budista ni cristiano, conoce ambas tradiciones y simpatiza con ambas espi-
ritualidades. Este pensador japonés presentó su tesis de doctorado en filo-
sofía bajo la dirección del filósofo francés P. Ricoeur. Publicó como resulta-
do una obra en francés, Phénomenologie de la culpabilité, (Tokyo, Univ.
Senshu, 1983). Al analizar en esa obra el tema de la culpabilidad, se centra
el autor en una frase clave: “yo pienso que he hecho mal a alguien”. El aná-
lisis de esa frase le sirve de guía para llegar a una especie de “gramática de
la culpa y el perdón”.
La reflexión parte de la experiencia que se expresa en la frase “yo pien-
so que he hecho mal a alguien”. Ese “yo pienso” no es, dice, un “cogito”
cartesiano. Es alguien que tiene conciencia de haber faltado, hiriendo a
otro.
El que yo haya hecho mal a alguien, portándome mal con esa persona,
por ejemplo, difamándola, es algo ocurrido en la cotidianidad de la vida.
Pero ese hecho transforma la cotidianidad y convierte mi vida en una reali-
dad sellada por la culpa. Después de haber infligido un mal a otra persona

168 MAIOR
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar

yo ya no soy el de antes. Ya no soy, sin más, una persona corriente. Soy


alguien que ha cometido un mal que otros no han cometido.
Ese sujeto, que se percata de su falta y la vive como culpa, tiene el peli-
gro de quedar encerrado en el círculo de la culpabilidad de un modo pato-
lógico. Ese yo, situado en medio de un nudo de relaciones personales, al
darse cuenta de que ha roto algunos de esos lazos, sufre al verse así separa-
do de las otras personas por su propia culpa. Se trata de un yo puesto en cri-
sis; se remonta a un momento del pasado en que tiene conciencia de haber
hecho lo que no debía hacer, de haber vulnerado así a terceras personas,
haciéndolas sufrir. Unos llamarían a esto remordimiento. Otros hablarían de
mala conciencia. Otros, de sentimientos de culpabilidad. En todo caso, esta-
mos ante un fenómeno que siempre ha sido objeto de preocupación en
moral: la conciencia de culpa.
Tratamos de reflexionar sobre ese sujeto encerrado en su culpabilidad o,
como habría dicho Kierkegaard, “replegado sobre sí mismo”. Se encuentra
como aprisionado por su propio pesar acerca del mal cometido. ¿Será tan
sólo una impresión suya o será efectivamente que ha hecho algo malo y se
ha hecho así malo a sí mismo? En todo caso, lo está pasando mal al tener
esta conciencia. Y es lo que expresa al decir ante otros: “pienso que he hecho
mal a alguien”.
Cuando analizamos este tipo de vivencias advertimos el puesto tan
importante que ocupa en ellas el recuerdo de lo pasado. Sufro tras el acto
pasado, ya que las consecuencias de ese acto, que pertenece a mi vida, me
hacen sufrir y dominan mi vida con un apasionamiento que puede llegar a
ser patológico.
Comparemos la frase del ejemplo (“yo pienso que he hecho mal a
alguien”) con otras parecidas.
Si digo: “yo pienso que he hecho mal a Pedro”, me estoy excusando y pidien-
do perdón.
Si digo “yo pienso que tú has hecho mal a Pedro”, te estoy reprochando y
acusando, a la vez que, al decir “yo pienso”, acentúo la conciencia de mí
mismo.
Si digo “yo pienso que otra persona te ha hecho mal a ti”, te estoy dando la
razón y acusando a esa otra persona.
Si digo: “tú dices que piensas que yo he hecho mal a otra persona”, me estoy
haciendo eco de tu acusación contra mí.
Si distinguimos la diversidad de matices en estas frases, notaremos la
peculiaridad de la primera. Concentrémonos en ella para analizarla.
Podemos distinguir en esta frase los elementos siguientes:

MAIOR 169
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

“Yo pienso”: expresa la conciencia de sí.


“Yo a otra persona, a alguien”: expresa la conciencia de relación con otra
persona, de estar junto a esa persona compartiendo con ella lo que podría-
mos llamar un “espacio ético”.
“He hecho”: se refiere al pasado, expresa lo que podríamos llamar “con-
ciencia ética del tiempo”.
“Hacer el mal”: expresa la conciencia del mal cometido, el percatarse a pos-
teriori del valor y contravalor ético que estaban en juego en esa acción.
“Yo pienso que he hecho mal a alguien”: es la descripción de la conciencia
encerrada en sí misma, repitiendo el tema de su culpabilidad. Es como un
disco averiado y sin fin, que retorna una y otra vez sobre el tema de la propia
culpabilidad.
Finalmente, “yo digo”, “yo os lo digo”: al decirlo y al verbalizarlo empiezo a
abrirme. Salgo, mediante la palabra, del encerramiento en la propia culpabi-
lidad.

HE SIDO YO

Cuando, a solas conmigo mismo, me brota la frase “pienso que he hecho


mal a mi amigo”, se gesta en mi interior un primer paso de la culpabilidad.
Estoy diciéndome a mí mismo, a solas, que algo ha sido hecho mal y que “he
sido yo” quien lo ha hecho. Ha ocurrido algo que no debería haber ocurrido
y “he sido yo” quien ha desencadenado ese proceso.
Pero, ¿quién es ese “yo” que se dice a sí mismo “yo pienso que he hecho
mal”? No es simplemente un yo abstracto como el sujeto del “yo pienso” de
la filosofía de Descartes. No es solamente el sujeto de un conocimiento. Es un
sujeto vivo y concreto, al que le importa lo ocurrido, no sólo por lo que tiene
que ver consigo mismo, sino por lo que afecta a otros.
El sujeto de la frase “yo pienso que he hecho mal a mi amigo” es alguien
que vive, siente, quiere y es afectado por los acontecimientos y las personas;
es alguien que tiene, entre otras cosas, unos amigos; es alguien con una tra-
yectoria de vida.
Cuando ese sujeto se dice a sí mismo: “he sido yo”, está poniendo de mani-
fiesto ante sí mismo su propia contradicción interior. Está como diciéndose:
“he sido yo, pero la verdad es que no sé quién y cómo soy yo, por qué soy tan
contradictorio; mi yo ha hecho lo que mi yo, en el fondo, no quiere hacer”.
Decía el filósofo japonés Nishida (1870-1945) que “la filosofía comienza al
percatarse de la contradicción interior en el seno de uno mismo”. Y decía San Pablo

170 MAIOR
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar

ante el enigma de la culpa: “No hago el bien que quiero sino el mal que no quie-
ro. ¿quién me sacará de este lío?” (Carta a la iglesia de Roma 7,15).
El sujeto que despierta al fenómeno de la culpabilidad es un yo que se
percibe a sí mismo como contradictorio, al mismo tiempo vulnerado y vul-
nerable. Para decirse a sí mismo: “has sido tú quien lo ha hecho y lo hecho
está mal”, hay que comenzar a tomar cierta distancia con relación a sí
mismo. Pasamos, en ese momento, de decir “he sido yo” a dirigirnos en
segunda persona a nosotros mismos y tutearnos, diciendo: “has sido tú”.
Comienza ahí el sufrimiento de verse a sí mismo como no quisiera uno
verse ni le gusta verse.
El autor arriba citado, Hisashige, analiza en su estudio tres niveles del
“yo culpable”. En un primer nivel, el sujeto no llega a decirse a sí mismo “he
sido yo”. Quizás lo presiente vagamente o hasta huye de reconocerlo, pero
sigue como insensible ante la propia culpabilidad. Prosigue su vida cotidia-
na como un “yo dormido”. En un segundo nivel, ese yo se despierta. Ante
la pregunta ¿qué ha ocurrido? se responde a sí mismo: algo que no debería
haber ocurrido, algo que está mal. Y, ante la pregunta ¿quién ha sido?, res-
ponde “he sido yo”. Es el yo que ha despertado a la culpabilidad; le remuer-
de la conciencia. En un tercer nivel, el sujeto reflexiona sobre esa vivencia, la
describe para sí mismo y emite un juicio. Es el sujeto de lo que podríamos
llamar la reflexión fenomenológica, juzgándose a sí mismo como culpable.
Ya en el segundo nivel se había dicho a sí mismo lo que, más tarde, cuan-
do lo diga a otros, será el reconocimiento público de su culpabilidad. Pero, a
veces, desde este segundo nivel se regresa al primero para dormirse de
nuevo en la evasión sin reconocer lo hecho. Si, en vez de ese retroceso, se
avanza hasta el tercer nivel, comienza a constituirse el yo de la autoimputa-
ción: se vive como culpable porque se percibe a sí mismo como responsable
y fuente de sus actos. Se establece el “yo culpable” al imputarse a sí mismo
la responsabilidad, lo que supone que ha despertado ese sujeto como un “yo
personal”, relacionado con otros, fuente de sus propios actos y, por tanto,
responsable de ellos.
En este tercer nivel, junto a la ventaja de despertar a la conciencia del yo
como culpable, se da también el peligro de que ese descubrimiento degene-
re en una obsesión patológica y que el exceso de reflexión le conduzca a
encerrarse en la autoacusación, que le incapacitará para perdonarse a sí
mismo.
En resumen, en este fenómeno de decirse a sí mismo “he sido yo”, se ha
producido un despertar del sujeto a sí mismo, desdoblándose dentro de sí
mismo en los aspectos de juez y juzgado. El yo que dice “yo pienso que hice

MAIOR 171
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

mal” no es el “yo pienso” de un “cogito” cartesiano. Es, en todo caso, un


“cogito” herido por sí mismo.
Si no se sale del círculo cerrado de esa autoacusación, el peligro obvio será
que, después de sufrir remordimiento, vergüenza o pesar, acabe el sujeto por
llevar la acusación más a fondo: podría llegar a pensar que no sólo ha hecho
mal, sino que es malo. Todo esto acentúa lo patológico de la autoacusación.

SIEMPRE HAY DOS VÍCTIMAS: AGREDIDA Y AGRESORA

La otra persona, herida por mí, padece a causa de ello, es el sujeto pasivo
de un sufrimiento infligido por mí. Aun en el caso de que no se haya dado
cuenta de que he sido yo, desde mi perspectiva ya está cambiada la relación
con esa persona, que pasa de ser un “tú” a ser un “él” o “ella”. Se ha debili-
tado la relación.
Pero cuando estoy considerando, desde mi perspectiva, esa relación debi-
litada, estoy conjeturando cómo se percibirá desde la otra persona. ¿Se habrá
dado cuenta? ¿Lo sabrá? ¿cómo reaccionará cuando lo sepa? En el reverso de
todas estas preguntas, sin embargo, estoy yo mismo presente, mucho más que
la otra persona. Me preocupa cómo me afectará a mí la reacción de esa per-
sona cuando descubra que he sido yo quien le ha hecho mal. Aunque no la
tengo delante de mí en este momento, con mi imaginación conjeturo sus reac-
ciones y la repercusión de éstas sobre mí.
De este modo, acaba pesando más mi conciencia de culpa y mi temor a las
consecuencias que la realidad misma de la otra persona vulnerada. Conjeturo
cómo me miraría la otra persona, que en este momento no me está mirando.
Imagino su mirada y la padezco. Se configura como “ambiente de la ver-
güenza” el espacio entre la persona herida y yo. Se subraya la distancia. Y
aparece el mal hecho como una traición a la confianza básica que consolida la
amistad entre las personas.
De nuevo aparece aquí el peligro de lo patológico de la culpabilidad y la
dificultad en perdonarse a sí mismo. Hay dos víctimas, agresor y agredido.
La víctima no es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo
mismo. Al hacer mal a otra persona, me he perjudicado a mí mismo. Al ima-
ginar cómo me mirará cuando lo sepa, me siento como expulsado del espacio
común que vincula las relaciones entre las personas.
Ese espacio se convierte en el lugar en que se hace y se padece el mal. Y yo
soy uno de los que han contribuido a destruir ese espacio ético de la confian-

172 MAIOR
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar

za mutua entre las personas. Me persigue la mirada de la víctima y huyo, víc-


tima también yo de mi propia acción y de mi culpabilidad. No sólo me veo a
mí mismo como quien ha hecho mal, sino como quien es malo y se ha sepa-
rado por propia iniciativa del espacio ético común de los seres humanos. Si
no hay salida de este atolladero me quedaré dando vueltas en torno a mí
mismo en un circuito patológico, a causa de la incapacidad para convertirme
en sujeto perdonado.

¿LO HECHO, HECHO ESTÁ?

Hay un aspecto más, en ese fenómeno de la culpa, que tiene que ver con el
transcurso del tiempo. Es el sentido de lo irreversible y lo irreparable. Mi acto
tuvo consecuencias irreparables para la otra persona, a quien vulneré.
También a mí, mi acto me cambió. Y lo terrible es que no puedo prever todas
las consecuencias del acto que deja huella en quien lo comete. La imaginación
conjetura y adivina consecuencias imprevistas para otras personas y para mí.
Nos atamos, como se dice en el budismo, con las cadenas de la propia acción.
Con el paso del tiempo comprendo la gravedad de la propia acción. Pero de
ahí surge de nuevo la posibilidad de un desenlace patológico. Prisionero del
acto del pasado, puedo llegar a obsesionarme con ello, deseando cambiar lo
que ya no se puede cambiar. Ya no está en mi mano el hacer que lo que ocu-
rrió no haya ocurrido. La imaginación reproductora, que hace presente el
pasado, junto con la imaginación conjeturadora, que anticipa el futuro y las
consecuencias, aumentan el peso de lo irreparable sobre el presente de la cul-
pabilidad.
Al decir que es irreparable el mal causado se pueden distinguir dos aspec-
tos: el mal moral del agente y el sufrimiento causado por ese mal. Sin negar la
gravedad de la transgresión de una norma moral, es importante fijarse en otro
origen de la culpabilidad: la ofensa a la vulnerabilidad de la otra persona. Al
percatarme de ello, cobro conciencia de que, en mi egocentrismo, olvidé a la
otra persona, aunque no tuviera intención de perjudicarla. No sólo he hecho
mal a otra persona sino que he sido causa de ese mal. Había en mi acción unas
consecuencias previsibles y otras imprevistas. Esto se repara, al nivel penal, con
un castigo. Políticamente, se repara dimitiendo. Eticamente, ¿cómo reparar?
A este nivel ético, la cuestión ya es más difícil. Fácilmente nos encontramos
en un atolladero sin salida. La conciencia acusa, me acuso a mí mismo y no
encuentro el modo de reparar lo que me parece irreparable e irreversible. No
sé cómo asumir la responsabilidad. Cuanto más se acentúa la conciencia de

MAIOR 173
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

que debo reparar y la constatación de que no puedo o no sé cómo hacerlo,


más se intensifica la vivencia de culpa, con el peligro de hacerse patológica y
dificultarme la salida mediante la aceptación de un perdón.

LA CULPA, ¿ATOLLADERO SIN SALIDA?

Al repetir en solitario la frase “yo pienso que he hecho mal a otra persona”, la
autoacusación conduce a que la conciencia de culpa se encierre en sí misma.
Si no rompo el círculo y hago por salir de él mediante la palabra dirigida a
otras personas, viviré llevando por dentro mi culpa y por fuera mi máscara.
Puedo definir el mal causado a otro de este modo: acto voluntario de haber
causado sufrimiento a otra persona, a pesar de darme cuenta de su vulnera-
bilidad. Es la ofensa a la vulnerabilidad de la otra persona lo que está en la
base de mi vivencia de culpabilidad. Si digo “yo soy estudiante, él es estu-
diante”, ambas frases se parecen. Si digo “yo soy bueno” o “yo soy malo” no
es lo mismo que si digo “la otra persona es buena, es mala”.
Al decir de mí mismo que soy bueno, puedo estar autojustificándome
orgullosamente. Al decir de mí mismo que soy malo, puedo estar autoacu-
sándome exagerada y patológicamente. Si lo digo ante los demás, de nuevo
cambia la situación. Puedo hacerlo con hipocresía o con fingida modestia o
con autenticidad. En el último caso estoy empezando a romper el circuito
cerrado de la culpabilidad.
Cuando he robado, puede resultar fácil, según los casos, el restituir y repa-
rar el daño; pero cuando he herido la vulnerabilidad personal ajena y tengo
conciencia de haberme hecho responsable de traumatizar a la otra persona,
no sé cómo puedo reparar.
La interiorización de la falta lleva a agudizar el desacuerdo con uno
mismo. Llevado esto al extremo desemboca en patologías, ya señaladas por
Nietzsche o por Freud. También Kierkegaard habló del “repliegue en sí mismo”.
Berdiaef habló del “infierno del yo” y Sartre de una especie de “secuestro de uno
mismo”. En definitiva, el exceso de autopunición conduce al fracaso de la
repetición obsesionada de la vivencia de culpa en un atolladero sin salida.
Cuanto más reflexionamos sobre esta situación, más se complica. Descu-
brimos, por ejemplo, que aún había mayor mal en la intención de dañar que
en el acto realizado.También, en otro sentido, descubrimos mayores males en
las consecuencias imprevistas de la acción.
Además, la pérdida que ha supuesto la distorsión en mis relaciones con el
“tú” de la otra persona ha sido el comienzo de otras muchas pérdidas. Perdí

174 MAIOR
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar

el lugar en que poder estar tranquilo ante la mirada de la otra persona. Perdí
el tiempo irrecuperable. Perdí el sentido de la vida, que ya no es sin más la
vida cotidiana, sino la vida culpable. Perdí, quizás, aspectos de la trascen-
dencia. Y, sobre todo, me perdí a mí mismo. Se produce una especie de melan-
colía, al verme escindido y como separado de mí mismo, tras haberme trai-
cionado a mí mismo.

LA LIBERACIÓN POR EL RECONOCIMIENTO: A LA ESPERA DEL PERDÓN

Cuanto más me encierro en este atolladero, mayor es la exigencia de abrir


una salida. Por fin la encuentro cuando paso del “yo pienso que...” al “yo os
digo que...”. Aún no he pedido disculpas a la otra persona, pero estoy empe-
zando a decir delante de otros que reconozco haberla ofendido. Estoy empe-
zando a salir, mediante la palabra, del atolladero cerrado de la culpa.
Sin embargo, el perdón no es algo fácilmente intercambiable, como los bie-
nes materiales. Yo puedo pedir perdón. Pero, ¿me perdonarán? No lo sé. Al
excusarme, me arriesgo. Pongo mi libertad en manos de la persona a quien
pido perdón. Me echo en manos de la libertad de mi víctima. Puede perdo-
narme o puede negarse a hacerlo. El reconocimiento de la culpa es parcial-
mente una liberación. Pero presupone dos cosas: que yo haya sido capaz de,
en alguna forma, perdonarme a mí mismo y que me apoye en una relación de
confianza, fiándome de la posibilidad del perdón por parte de la otra perso-
na: perdonarse y dejarse perdonar. La presuposición es que yo me acepte a mí
mismo y acepte el ser acogido por quien me perdone.
Habíamos partido en estas reflexiones de la conciencia del propio acto
voluntario como acto de toda la persona entera. Ese acto, corporalmente
expresado, había vulnerado a otra persona. Ese acto, que se realizó en el pasa-
do, ha sido acusado y juzgado por la propia conciencia. Su peso cae sobre mí
ahora, en el presente. Mediante la imaginación he conjeturado los efectos en
la otra persona, a la vez que experimentaba el peso de la acción sobre mí
mismo. El ofensor se hace así acusador de sí mismo. El ofendido, a través de
la conciencia del ofensor, se convierte en acusador. Se ha puesto de manifies-
to la vulnerabilidad de ambos... Pero, después de todo esto, ¿qué hacer?
¿adónde vamos a partir de ahora?... Quedamos a la espera de un posible per-
dón. Pero, ¿lo habrá? ¿Y si no lo hay?
En este punto incide la perspectiva religiosa, ya sea en la forma en que lo
hace el budismo, al hablar de la acogida absoluta, o en la forma en que lo hace
la Biblia, al invitar a dejarse acoger incondicionalmente por Dios. Sin esa ape-

MAIOR 175
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

lación a una instancia absoluta que acoja incondicionalmente, puede resultar


muy difícil el perdonarse a sí mismo. Y, al no perdonarse a sí mismo, sólo que-
dan dos alternativas: o la desesperación de quien se autoacusa o la evasión de
quien se autojustifica. Para perdonarse a sí mismo, aun sin justificarse, y para
acusarse a sí mismo, pero sin condenarse, haría falta contar con la acogida
incondicional por parte de una instancia absoluta.

DEJARSE LIBERAR

Dejarse acoger y aceptar de ese modo sería la única actitud que nos capa-
citaría para poder recordar un mal pasado sin que sea morboso y patológico
su recuerdo. Supondría poder mirar cara a cara el mal sin justificarlo, pero sin
obsesionarse.
Para dejarse liberar así, la memoria del mal pasado no debería ser ni obse-
siva ni disimuladora, ni histérica ni neurótica. Debería conjugar la conciencia
de limitación y la aceptación de sí mismo.
Cuando se habla sobre este tema en algunas psicologías del crecimiento,
demasiado optimistas, se dificulta precisamente el cobrar conciencia de la
limitación conjugada con la aceptación de sí mismo. Nos dicen a veces: “saca
bien del mal”, o “verás cuánto aprendes por lo que te ha pasado”, o “tienes
que integrarlo y superarlo”...
Mejor papel puede hacer una sana incorporación de algunos elementos
psicoanalíticos, unidos a la aportación religiosa sobre el perdón. Hay mucho
que aprovechar de los aspectos de irracionalidad del ser humano, a los que
tanto tememos sin darnos cuenta. Muchas veces las llamadas “integracio-
nes”, “superaciones” u “olvidos” son formas de racionalización. Y lo que
necesitamos es, más bien, ser capaces de mirar cara a cara lo malo pasado
sin desfigurarlo, pero sin que nos produzca náusea, desánimo o desespera-
ción.
Hay un drama humano de autotraición y contradicción interior que nece-
sitamos mirar cara a cara, sin disimularlo con terapias fáciles de crecimiento
o con racionalizaciones ilustradas. Seremos más creativos y más capaces de
dejarnos perdonar y, por eso, de perdonar a otras personas, si cobramos a
fondo conciencia del propio límite y fomentamos la capacidad de asumir sin
disimular, de comprender sin justificar y de aceptar sin condescender.
Pero hay una gran incógnita en todo el párrafo anterior. ¿Será todo eso
posible si no hay una instancia absoluta de acogida incondicional? Si a pesar
de reconocer mi culpa y, a pesar de pedir perdón, la otra persona no me per-

176 MAIOR
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar

dona, ¿queda aún una salida? ¿O tengo que retornar al dilema entre autojus-
tificarme hipócritamente y autocondenarme?
Aquí es donde, desde la perspectiva religiosa habría que decir: Solamente
desde la aceptación de quien me acepte como soy, a pesar de lo que soy y
como soy, sólo desde ahí será posible que yo me perdone a mí mismo. Y sólo
si me dejo perdonar así y me perdono a mí mismo, seré capaz de abrirme a la
posibilidad de perdonar a otras personas, de no poder menos de perdonar
porque también yo estoy siendo siempre perdonado. Sólo desde la perspecti-
va de esa instancia absoluta es posible recordar el mal pasado, infligido a
otras personas por mí, sin que sea morboso ese recuerdo.

SUGERENCIA BUDISTA: SALIR DE SÍ

Siddharta Gautama, el Buda, miró cara a cara la realidad del sufrimiento


en todos los aspectos de la vida humana y predicó un camino para liberarse
y encontrar la auténtica felicidad. Un elemento central de esa enseñanza es el
salir del autoengaño, pasar del “yo engañado” al “yo despierto” y de éste al
“no-yo”, es decir, a salir de todo cuanto sea encerramiento dentro de uno
mismo.
En su sermón famoso sobre las “cuatro verdades” resumió su enseñanza
del modo siguiente: todo está lleno de sufrimiento; en la causa del sufrimien-
to está el deseo desorientado y ciego; hay una salida y liberación: apagar el
fuego del deseo mal orientado; para ello hay que seguir un camino de salir de
sí, de lucidez y de compasión.
Cuando estas cuatro verdades se comprenden en toda su profundidad,
encontramos en ellas una intuición muy valiosa acerca del paso desde el “yo
engañado” al “yo despierto” y desde éste al “yo liberado de sí mismo”.
Veamos un poco más despacio cada una de las cuatro verdades.
En primer lugar, estamos engañados cuando pasamos por la vida sin caer
en la cuenta del hecho inevitable del dolor y el sufrimiento. No es pesimismo
ni morbosidad el mirar cara a cara el lado más oscuro de la vida. Es lucidez y
desengaño.
En segundo lugar, todo el mal y sufrimiento del mundo conecta de algún
modo, por las raíces, con causas de mal que yo llevo dentro de mí mismo.
Oigo por la radio la noticia de un asesinato. Tiendo a pensar que yo nunca
sería capaz de cometer algo tan horroroso. Es que no me he percatado aún de
que yo también soy capaz de lo peor. Me estaba engañando a mí mismo al cre-
erme mejor de lo que soy. Me engaño siempre que me autojustifico. El abrir-

MAIOR 177
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

me a esta segunda verdad me hace pasar del “yo engañado” al “yo lúcido y
despierto”, que se reconoce capaz de lo peor, porque mira el lado de sombra
que hay dentro de sí mismo.
Pero si me quedo ahí, aún no he profundizado suficientemente. Si cuando
estaba engañado no reconocía mi fondo negativo y me creía mejor de lo que
soy, ahora que lo he reconocido tengo el peligro de desanimarme o desespe-
rarme por ello, creyéndome peor de lo que soy y, por tanto, incapacitándome
para perdonarme a mí mismo. Si en el primer caso no percibía la necesidad
de perdón, en el segundo tengo el peligro de no perdonarme a mí mismo.
Hay que dar un paso más.
La tercera verdad es la que nos ayuda a dar el paso a un optimismo que
no es nada superficial. Si dentro de mí hay raíces de mal, también dentro de
mí está la posibilidad de superarlo. No sólo soy peor de lo que me creo cuan-
do me autojustifico; ese era el paso de la primera verdad a la segunda.
También soy mejor de lo que me creo cuando me autocondeno; ése es el paso
de la segunda verdad a la tercera.
Pero esto no ocurre de la noche a la mañana, es un camino largo, como
ocurre con todas las terapias. Esta es la cuarta verdad, que me invita a pro-
seguir ese camino de terapia, lucidez y compasión para consigo y para con
los demás.
La tradición budista ha sabido poner estas realidades en ejemplos muy
concretos. Eres, nos dicen, como una gota de agua sucia, pero puedes reflejar
la luna. Mientras te crees gota de agua transparente, te engañas. Pero si te
desanimas o desesperas por verte como gota de agua sucia, no descubres que
puedes reflejar la luna. La luna entera cabe toda ella en una gota de agua,
tanto en la limpia como en la sucia.
Aprendiendo de este modo la verdad sobre uno mismo, se aprende a per-
donarse a sí mismo saliendo de sí. Me creo que soy estanque o espejo de agua
cristalina y, por eso, me engaño: no soy así, soy peor de lo que me creo en esos
momentos de autojustificación. Paso a mirar dentro de mí mismo y me per-
cato de que no soy estanque puro, sino charca cenagosa. Es que aún no he lle-
gado a la verdad sobre mí mismo. Tampoco soy tan malo como cuando me
autocondeno exageradamente, sin ser capaz de aceptarme a mí mismo.
Si me quedo solamente en verme como charco de agua sucia, nunca des-
cubriré que hasta ese charco puede reflejar la luna. Y si no lo descubro en mí,
mucho menos en los demás. Tampoco seré capaz de perdonar a otros, por-
que no me perdono a mí mismo. No seré capaz de compasión, porque ni
siquiera me compadezco de mí mismo. Mi ilusión de ser estanque no me ha
dejado percibir el aspecto cenagoso de mi realidad. Pero mi obsesión con la

178 MAIOR
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar

suciedad del propio charco no me ha permitido descubrir la posibilidad de


reflejar la luna.
Soy peor de lo que me creo cuando me engaño con el espejismo del yo
superficial. Soy mejor de lo que me creo cuando no llego al fondo de lo mejor
de mí mismo y me detengo en el yo culpable, sin llegar al yo que sale de sí y
se deja liberar.
Hay una corriente, dentro del budismo, la del amidismo o budismo de la
Tierra Pura (en el siglo VI chino y en el siglo XIII japonés) que ha profundi-
zado mucho en esta vivencia del doble aspecto humano: suciedad de charco
y capacidad de reflejar la luna. La figura del reformador japonés Shinran
(1173-1262) es de las más típicas de esta corriente. Su frase más famosa es: “Si
hasta los buenos se salvan, ¿cómo no se salvarán los malos?”
Naturalmente, nos choca y resulta muy paradójica. Incluso tendemos a
creer que está equivocada la transcripción. Pero no es así. En realidad, se
parece mucho a una frase de Jesús de Nazaret, que dijo: “No he venido a sal-
var a los justos, sino a los pecadores”. A primera vista parece dividir en dos
categorías a las personas y excluir a una parte, a los justos. En realidad no es
así. Como no hay ninguno que sea, estrictamente hablando, justo, salvar a los
que no son justos quiere decir salvarlos a todos. Excepto, claro está, a los que
se empeñen en mantener que son justos y no se dejen salvar. En ese contexto,
ser salvado implica dejarse salvar, dejarse perdonar.
La frase de Jesús se prestaba a malentendidos. También la de Shinran. De
hecho, muchos la interpretaban mal. El discípulo de Shinran, que reunió en
un pequeño manual (llamado el Tannisho) las enseñanzas del maestro, cuenta
las reacciones de diversas personas ante la predicación de que “hasta los bue-
nos se salvan”. Unos dicen: “hagamos el mal tranquilamente puesto que, de
todos modos, nos vamos a salvar”. Otros se indignan de que se salven otros
que consideran peores que ellos, y dicen :”¿para qué me he esforzado yo en
ser bueno, si se van a salvar los malos?”. Finalmente, otros preguntan: “¿Es
que puede salvarse incluso alguien tan malo como yo? ¡Cómo se agradece!”.
Estos últimos, dice esa enseñanza budista, son los que, con una auténti-
ca religiosidad, han abierto los ojos a la realidad oscura (la suciedad del
propio charco) y han abierto el corazón a la confianza de dejarse salvar y
perdonar inmerecida e incondicionalmente. Ni se autojustifican, negando
su culpa. Ni se autocondenan, obsesionados con ella. Se dejan salvar y per-
donar. Han pasado, no sólo del yo engañado al yo culpable, sino de éste al
yo reconciliado.
Es éste un enfoque que coincide en muchos aspectos con el del Evan-
gelio: “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”. Pero a veces nos

MAIOR 179
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

creemos sanos y a veces nos creemos incurables. Y si es un engaño el no


reconocerse enfermo, mayor engaño es el no percatarse de que está dentro
de nosotros la fuerza de curarnos, si la dejamos actuar. Si es perjudicial el
justificarse, peor es el autocondenarse y no perdonarse a sí mismo ni dejar-
se perdonar.

SUGERENCIA BÍBLICA: DEJARSE QUERER

Hay un texto de San Pablo que resume muy bien toda la temática desa-
rrollada aquí, pero que a menudo ha sido malentendido de modos superfi-
ciales.
Dice así: “A los que aman a Dios todo se les convierte en bien”.
A los acostumbrados a manejar la traducción latina llamada vulgata les
sonaba la frase: “Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum”, es decir,
“para los que aman a Dios todo se torna en bien”. Alonso Schökel traduce:
“con los que aman a Dios, El coopera en todo para su bien”. La Biblia de San
Jerónimo dice: “En todo opera Dios para el bien de los que le aman”. Ya hace
muchos años que el famoso dominico P. Lagrange traducía así: “Dios hace
que todas las cosas conspiren para el bien de aquellos que le aman”.
Tras la apariencia de mal, todo coopera al bien, quieren decir estas frases
diversas, porque en el fondo de todo está Dios actuando de manera que
resulte el bien. Es decir, que, a pesar de todo, la realidad no es como la cree-
mos ver, sino que últimamente gana el bien.
Sin embargo, hay que reconocer que todas estas expresiones pueden ser
ambiguas, vagas y nos dejan insatisfechos.
“Los que aman a Dios” es una frase que arrastra una interpretación estre-
cha; se remonta al mismo San Agustín. El traducía: “los que son llamados
conforme al propósito divino” y se refería con eso a los cristianos. Pero esta
frase hay que entenderla más bien como complemento de la otra frase que
dice:”los que aman a Dios”.
Los que aman a Dios son, obviamente, los que responden con amor al
amor de Dios; por consiguiente, son los que se reconocen amados por Dios
primero; en efecto, sólo reconociendo que uno es amado por Dios se puede
responder a su amor con amor. Por tanto, hay que decir que “los que aman
a Dios” son “los que se dejan querer por El”. Esta lectura no es infundada; se
confirma porque, por ejemplo, en el versículo 29 del mismo capítulo se pre-
senta la iniciativa de Dios que nos llama e invita y nos ve como hijos, comu-
nicándonos su gloria (v.30).

180 MAIOR
Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar

Por consiguiente, dejarse amar, dejarse querer por Dios sería lo que nos
llevaría a verlo todo en y desde El. Así es como se abre la única posibilidad
de superar la amargura. el rechazo o la angustia que producen los males
pasados, presentes y futuros.
Pero, tradicionalmente, se ha hecho difícil esta lectura que acabo de suge-
rir. Este texto paulino suele ser difícil de interpretar, en parte por la carga de
lecturas más o menos habituales que conlleva.
Lo estorban las lecturas racionalistas. Entre ellas, por ejemplo, las que
dicen: “no hay mal que por bien no venga”.
Lo estorban también las lecturas providencialistas; por ejemplo, las que
dicen: “Dios saca bien hasta de los males”, como si fuera una especie de pres-
tidigitación a lo divino.
Lo impiden igualmente las lecturas moralizantes; por ejemplo, las que
dicen: “aguanta, ya verás como al final todo sale bien y se arregla”.
Lo dificultan las lecturas demasiado optimistas, como las de algunas psico-
logías del crecimiento, que dicen: “el pasarlo mal y el pasar por esto te ayu-
dará a crecer y madurar”.
Lo ponen peor algunas lecturas pretendidamente espirituales, más bien
“espiritualistas”, como las que dicen: “con esto ganarás en humildad y cono-
cimiento propio”.
Lo mismo habría que decir de lecturas pseudoascéticas o pseudomísticas, que
dicen: “con esto te acercas a Dios en tu noche oscura”. Todas estas lecturas
estorban para comprender la profundidad del citado texto paulino.
Hay otro intento de relectura, como la sugerida más arriba. Se inspira en
una teología de la “resurrección en la misma cruz”. Es una teología que, en
vez de poner la cruz como un medio –”por la cruz a la luz”–, ve la gloria en
la misma cruz, como en el Evangelio según san Juan. Cuando esta teología
se une con lo mejor de la tradición psicoanalítica, confronta la realidad sin
disimularla y la asume desde Dios.
Desde una perspectiva así, se puede parafrasear el texto paulino del
modo siguiente: “Sólo desde Dios es posible recordar el mal pasado, sin que
sea morboso el recuerdo; sólo desde Dios es posible afrontar el mal presen-
te, sin que el asco disuelva el buen humor; sólo desde Dios es posible prever
la amenaza del mal futuro, sin que el miedo nos deje bloqueados”.
Y solamente desde Dios sería posible dejar de creerse perseguido, o dejar
de ver las cosas como obstáculos y las personas como enemigos. En una
palabra, sólo dejándose amar y perdonar por Dios es posible perdonarse a
sí mismo y a los demás, “mirar cara a cara el mal sin que sea morboso el
recuerdo”.

MAIOR 181
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

EJERCICIOS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL:

– ¿Cuál de las siguientes frases expresa mejor mi conciencia de


haber hecho algo que creo que está mal?:
a) me siento mal por lo que he hecho;
b) me da vergüenza de lo que he hecho y no quisiera que se
sepa;
c) me siento manchado, he hecho algo que no es limpio, he
jugado sucio;
d) me da rabia contra mí mismo de ver que yo he sido capaz
de hacer lo que he hecho;
e) siento haber desperdiciado la oportunidad de hacer bien;
f) me desanima ver que he vuelto a caer en lo que sé que no
está bien;
g) me pesa haber traicionado la confianza de otra persona;
h) me pesa haberme traicionado a mí mismo, no he sido fiel a
lo mejor de mí mismo.
– ¿Distingo entre aceptarme y justificarse? ¿Soy capaz de aceptar-
me a mí mismo, sin que eso signifique justificar como bueno lo malo
que he hecho?
– Cuando me siento mal por haber hecho lo que no debía, ¿ante
qué o ante quién me siento mal?¿Ante las normas o leyes? ¿Ante
quienes pueden castigarme? ¿Ante quienes pueden reprenderme y
dejarme avergonzado? ¿Ante la otra persona herida por mí? ¿Ante
mí mismo, porque no me gusto a mi mismo, no me gusta verme tal
y como he sido? ¿Ante mí mismo, por haber traicionado lo mejor de
mí mismo al obrar así?
– ¿Puedo tutearme amistosamente a mí mismo, reprenderme sin
ensañarme en la autoacusación, comprenderme sin pasarme en la
autojustificación?
– ¿Reconozco que soy peor de lo que me creo cuando me autojus-
tifico?
– ¿Reconozco que soy mejor de lo que me creo cuando me auto-
condeno?

182 MAIOR
Aprender a contactar con Dios
Dolores Aleixandre

10
CONTACTAR CON DIOS

“Hui-Tzu dijo a Chuang-Tzu: “Tus enseñanzas no tienen ningún valor


práctico”. Chuang-Tzu respondió: “Sólo los que conocen el valor de lo
inútil pueden hablar de lo que es útil”.
“Al despertar del sueño dijo Jacob: Realmente está el Señor en este
lugar y yo no lo sabía”.
(Gen 28)

Cuenta una vieja historia de la Biblia que una noche Jacob se echó a dor-
mir en medio del campo. Como de costumbre iba huyendo, en este caso de su
hermano Esaú que lo perseguía a causa del contencioso “lentejas por primo-
genitura” que los interesados pueden leer en Gen 25, 29-34. El caso es que
Jacob se pasaba la vida escapando y casi sólo cuando era de noche y se echa-
ba a dormir, podía Dios alcanzarlo. Aquella noche soñó con una escalera que,
plantada en la tierra, llegaba hasta el cielo y por la que subían y bajaban ánge-
les. Jacob se despertó lleno de estupor y llamó a aquel lugar “morada de
Dios” (Gen 28, 10-22). Mucho tiempo después lo encontramos diciendo: “Soy
yo demasiado pequeño para toda la misericordia y fidelidad que el Señor ha
tenido conmigo...” (Gen 32, 11): un hombre de “lo útil” había comprendido el
valor de “lo inútil”.
Al releer hoy esa historia podemos quedarnos tan estupefactos como Jacob
ante la noticia que la narración nos comunica: el mundo de Dios y el nuestro
están en contacto, la escalera de la comunicación con Él está siempre a nues-
tro alcance, existen caminos de acceso a Dios y posibilidad de encontrarlo y
de acoger sus visitas.

MAIOR 185
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Otra narración pintoresca del Antiguo Testamento nos cuenta que un tal
Jonás, de profesión profeta, había puesto también los pies en polvorosa para
escapar de Dios que quería enviarlo a anunciar salvación a Nínive. Pero
Jonás, como buen israelita, abominaba a los ninivitas que eran gentuza paga-
na y no estaba por la labor de colaborar con Dios en el disparate de conver-
tirlos. Así que, en vez de tomar el camino de Nínive, se embarcó en dirección
contraria, rumbo a Tarsis. Pero Jonás no contaba con la terquedad de Dios ni
con la gimkana de obstáculos que iba a encontrar en su huida: hay una tem-
pestad, los marineros le tiran al mar y se lo traga un inmenso pez. Y mira por
donde, a Jonás el fugitivo no se le ocurre mejor cosa que hacer en el vientre
del pez que ponerse a rezar.
Y cada uno de nosotros podría concluir acertadamente: “pues si alguien
oró en una situación semejante, quiere decir que cualquiera de los momentos
que yo vivo, por extraños que resulten, nunca serán tan insólitos como el inte-
rior de una ballena, así que, por lo visto, todos y cada uno de los lugares y
situaciones en que me encuentre: un atasco de circulación, la antesala del den-
tista, el vagón de metro, la cola de la pescadería o la cumbre de una montaña,
son lugares aptos y a propósito para contactar con Dios”.
Nada que objetar a templos, capillas, santuarios, ermitas o monasterios:
sólo recordar que Dios no necesita ninguno de esos ámbitos (quizá sí noso-
tros, por aquello del sosiego y de que nos dejen en paz), pero siempre que no
nos hagan olvidar que no existe ningún lugar ni situación “fuera de cobertu-
ra” para la comunicación con Dios.
Ese es el gran testimonio que nos dan los creyentes de la Biblia: al hojear
sus páginas los encontramos orando junto a un pozo (Gen 24) o en la orilla
del mar (Ex 15, 1ss); en medio del tumulto de la gente o en pleno desierto (Mt
4 1-11); al lado de una tumba (Jn 11, 41) o con un niño en brazos (Gen 21, 15);
junto al lecho nupcial (Tob 8,5) o rodeados de leones (Dan 6, 23).
Y tampoco parece que lo hacían desde las actitudes anímicas más idóneas:
se dirigen a Dios cuando se sienten agradecidos y también cuando están
furiosos; claman a El en las fronteras de la increencia, la rebeldía o el escepti-
cismo; lo bendicen o lo increpan desde la cima de la confianza o desde el abis-
mo de la desesperación.
Y uno deduce: la cosa no puede ser tan difícil, muchos otros antes que yo
intentaron eso de rezar y lo consiguieron; parece que el secreto está en ensan-
char las zonas de contacto... ¿Y si probara yo también?
Uno de las causas de que algunos han desistido de hacerlo después de
haberlo intentado, es que se empeñaron en contactar con Dios desde otra
situación distinta de la que era realmente la suya en aquel momento (cuan-

186 MAIOR
A p r e n d e r a c o n t a c t a r c o n D i o s

do tenga tiempo, cuando esté menos cansado, cuando encuentre un lugar


apropiado...), y todo eso son arenas movedizas por irreales en comparación
con la roca firme de la realidad concreta y actual en la que se está. Porque es
esa situación la que hay que concienciar, nombrar, acoger, tocar, y extender
ante Dios, como el tapiz precioso que un mercader expone para que un com-
prador lo admire. Y darnos tiempo para hacer la experiencia (otros muchos
la hicieron antes que nosotros), de que Dios es un “cliente incondicional” de
todos nuestros tapices y sabe mejor que nadie apreciarlos, valorarlos, acari-
ciar su textura, admirar el revés de su trama, y hasta remendar sus rotos y
embellecer su dibujo.
Las páginas que siguen pretenden acompañarte en esta aventura si deci-
des emprenderla, aunque sea de manera vacilante. Vas a encontrar “narra-
ciones de contactos” partiendo de situaciones humanas elementales: el can-
sancio, la prisa, la muerte, la monotonía, la gracia, la desgracia... Son relatos
esquemáticos en los que todo ocurre con mucha rapidez, pero piensa que
como el encuentro con Dios es una relación, hay que invertir en ella tiempo y
paciente espera. Lo que vas a leer son sólo pistas, luego tú seguirás tu propio
camino y tus propios ritmos para encontrar a Dios y dejarte encontrar por El
a través de todo lo que constituye la trama de tu vida: relaciones, deseos, mie-
dos, alegrías, soledad, inquietud, asombro...
Puedes empezar ahora mismo, estás en buen lugar allí donde estés y en
buen momento tal como te encuentras ahora.
Quizá en este instante estés empezando el aprendizaje vital más apasio-
nante de tu existencia1.

DESDE EL CANSANCIO

De pie en el metro abarrotado, con doce interminables estaciones por


delante. Arrastrando el carro de la compra escalera arriba (cuarto piso sin
ascensor). Detrás del mostrador, o delante del ordenador, o junto a la pizarra
de la clase, hartos de clientas pesadísimas, ciudadanos impertinentísimos o
niños inquietísimos (y yo con la cabeza a punto de explotar...) De noche, sen-
tada en una silla metálica junto a la cama del abuelo, internado por tercera
vez en dos meses por la cosa de los bronquios.
1. Un consejo: cómprate un Evangelio pequeño y un librito de Salmos que no pesen ni
abulten para poder llevar al menos uno de los dos siempre contigo.

MAIOR 187
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Ahora y aquí. Detecto mi cansancio, trato de no rechazarlo. Está aquí, con-


migo, pesando sobre mí, hinchando mis piernas, atacándome por la espalda,
rodeando mis riñones. Lo saludo, intento llamarlo por su nombre: “Tanto
gusto, Doña Bola de Plomo”, “¿Cómo le va, Don Saco de Arena?”, “Parece
que vienen Vds. mucho por aquí...”. (Si consigo sonreír un poco, todo puede
ir mejor...). Trato de respirar despacio, de tomar una pequeña distancia, de
despegarme de mi propia fatiga, de abrir un espacio a otra Presencia.
Leo o recuerdo: “Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era medio-
día” (Jn 4, 6) Le miro tan derrotado como yo, y encima el calor y la sed. Me
siento yo también en el brocal del pozo o en el bordillo de la acera junto a él.
No tengo ganas de decir nada y a lo mejor a él le pasa lo mismo. Estamos en
silencio, comunicándonos sin palabras por qué estamos tan agotados. Quizá
le oigo decir con timidez: “Cuando estés muy cansada o con agobio, vente
aquí y lo pasamos juntos. Es lo que hago yo con mi Padre y no sé bien cómo,
pero estar con él me descansa”.
Me habla de gente que conoce desde hace tiempo, gente importante y famo-
sa, de la que sale en la Biblia, amigos suyos al parecer, que todo el mundo pien-
sa que eran muy fuertes y muy resistentes, pero que de vez en cuando no podí-
an más y se querían morir, de puro cansados: un tal Moisés que se quejaba
mucho a Dios porque llevaba detrás un pueblo muy pesado y a ratos le pre-
sentaba la dimisión y le decía: “Si lo sé, no vengo” (al desierto, claro), y cosas
parecidas (Num 11, 11-15). Pero a pesar de todo, no le fallaba nunca a la cita, y
eso que era en lo alto del Sinaí y no estaba ya para muchos trotes...
O también el profeta Elías, que había montado un show de mucho cuidado
en el monte Carmelo, se había cargado a todos los profetas de la oposición
(esas cosas por entonces no se veían tan mal como ahora...), había consegui-
do lluvia después de tres años de sequía y había hecho una salida triunfal
corriendo delante del carro del rey... (1 Re 18); pues en la escena siguiente, sale
huyendo hacia el desierto porque la reina Jezabel, que era malísima, lo ame-
naza, se adentra por allá solo, empieza a caminar sin rumbo y cuando está ya
medio deshidratado y al borde de la insolación, se tumba debajo de un arbus-
to y se pone a dar voces diciendo que se quiere morir y que ya no aguanta
más. Y a Dios le dio muchísima ternura verle así de derrotado y le mandó por
mensajero agua fresca y pan recién hecho, y sobre todo unas palabras de
ánimo que lo dejaron como nuevo y le ayudaron a reemprender el camino
hacia el Sinaí que era donde le había citado Dios (que se le nota como una fija-
ción con ese sitio...) (1 Re 19).
Le hablo yo también de conocidos míos que andan peor que yo: un com-
pañero de oficina que tiene a su suegra en casa con Alzheimer y no les deja

188 MAIOR
A p r e n d e r a c o n t a c t a r c o n D i o s

pegar ojo por las noches. Una amiga de toda la vida con un hijo drogata que
ha dejado cinco veces los programas de rehabilitación y la familia está al
borde de la locura. Gente que he visto en una exposición de fotografías de
Gervasio Sánchez sobre gente amputada por las minas.
Nos quedamos callados otra vez. El me sugiere que pongamos todo ese
cansancio entre las manos del Padre, que reclinemos la cabeza en su regazo,
como en esa escultura en que Adán descansa la cabeza sobre las rodillas de
su Creador que tiene puesta la mano sobre su cabeza. Lo hago y me quedo
dormida un ratito.
Me despierto y sigo cansada, pero es distinto. Vuelvo a respirar hondo.
Gracias. Hasta mañana.

DESDE LA PRISA

Sólo a mi puede pasarme que se me rompa la lavadora precisamente el


día en que tengo que hora en el médico, cita con la tutora de mi hija Ana,
recogerla luego en casa de mi cuñada que se la ha llevado al cine y dos lla-
madas urgentes en el contestador: mi madre: “te necesito para que me acom-
pañes al dentista”; mi marido desde Barcelona: “... me lo fotocopias y me lo
mandas por correo urgente”. Y por la noche, cena en casa de una amiga que
está deprimida.
Termino exhausta de recoger la inundación y salgo de casa a toda veloci-
dad, cruzando a lo loco para parar un taxi con riesgo de atropello. Y una vez
dentro, lo que me faltaba: atasco en la M30. Parados. Bueno, yo parada no,
porque mi mente galopa sin resuello, escoltada por los fieles lebreles del ago-
bio y la ansiedad.

Ahora y aquí. Me recuesto en el asiento, cierro los ojos y respiro profundo.


Busco la sensación de prisa en los escondites de mi cuerpo: ¿en la cabeza? No.
¿En los pies? Tampoco. La descubro alojada en los alrededores del estómago
y en el vértice de los pulmones, que es desde donde estoy respirando, como
si tuviera un ataque de asma. Ya te tengo, estás ahí, no te escondas que te sien-
to. Contemplo mi prisa: es un mono que brinca; un tumulto de gente empu-
jándose para entrar en unos almacenes el primer día de rebajas; una carrera
desenfrenada por llegar a ninguna parte.
Trato de sacarla de sus escondrijos y de que me deje un poco tranquila. La
pongo delante de mí, sobre la alfombrilla del taxi. Abro la ventanilla para ver
si se escapa por ahí como el genio de Aladino. Recurro al humor y reúno men-

MAIOR 189
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

talmente a todos lo que me esperan. Los imagino haciéndose cargo de la


situación: mi médico escuchando las quejas de la tutora por el plantón y rece-
tándole Valium 5; mi amiga deprimida contándole sus penas a mi madre
mientras le pone coñac con aspirina en la muela del juicio; el dentista en casa
con su bata blanca, tratando de arreglarme la lavadora; Ana haciendo bar-
quitos de papel con las fotocopias que está esperando su padre en Barcelona
y echándolas a navegar por la nueva inundación que ha conseguido el celo
artesanal del dentista. Y luego, todos a cenar juntos para celebrar que yo haya
desaparecido, seguramente a tomarme un respiro: “pobrecilla, tiene dema-
siadas cosas encima...”.
Un poco más relajada, saco el evangelio del bolso y lo abro:
“Marta, Marta...” (– Señor, que me llamo Encarnita...) Ya lo sabe, pero le
debo recordar mucho a aquella amiga suya que le pasaba como a mí: cada vez
que él iba por Betania que era el pueblo donde vivía ella, se alojaba en su casa
(Lc 10, 32-41); pero como no avisaba nunca, a la tal Marta le entraba el delirium
tremens de los preparativos: se ponía a cocinar cuatro cosas a la vez, medio his-
térica: “no me da tiempo, no me da tiempo, y el horno que no va bien, y las
patatas que siguen duras, y esta carne que debe ser de rinoceronte...”.
Miro a la otra hermana, a María, y me entra mucha envidia de verla tan
tranquila, sentada junto a Jesús. Se levanta y me deja el sitio: “tengo que
echarle una mano a Marta, si no se pone inaguantable...”. Me siento sobre los
talones como si fuera una gheisa y ni siquiera me dan calambres. La cosa
empieza bien.
Jesús me mira y mi montaña de prisas empieza a derretirse. Al contarle
mis agobios, noto que se van ordenando, como si los fuera guardando dobla-
dos y limpios en un armario que huele a lavanda. Me acuerdo de un canto
que oí en misa: “Entre tus manos están mis afanes, mi suerte está en tus
manos”. Se lo repito una vez, y otra...
“No hay más que una cosa que es de verdad importante”. Y me asombro
al darme cuenta de que, en el fondo, eso que es lo “único necesario” está ya
en el fondo de mi corazón lleno de nombres, lleno de rostros de personas
que quiero y a las que deseo demostrar mi cariño. Sólo que tengo que apren-
der a hacerlo sin empeñarme en atender a diez asuntos a la vez, sin acele-
rarme, sin pretender llegar a todo, sino poniendo las cosas una detrás de
otra y encontrando espacios de sosiego como éste con más frecuencia,
dejándome mirar por Alguien que no me acosa, ni me exige, ni me reclama
nada.
Me entran ganas de rezar el Padre nuestro junto a Jesús y ahí se acaba de
serenar mi ansiedad: al decirlo despacio, me doy cuenta de que él también

190 MAIOR
A p r e n d e r a c o n t a c t a r c o n D i o s

tiene prisas, pero diferentes: la de que todos nos enteremos de que a Dios
podemos llamarle Padre y Madre; la de su apasionamiento por el sueño de
Dios que es un mundo de hijos y hermanos reconciliados; la de contagiarnos
la urgencia de que el pan y los bienes, que son de todos, lleguen a todos, por-
que en eso consiste eso que él llama Reino.
“Son 1.215, señora”. Hemos llegado. Pago al taxista y le doy una propina
espléndida: al fin y al cabo me ha llevado hasta Betania.
Doblo la esquina de la casa del médico y desde el bar de enfrente me llega
el aroma de bollos recién hechos. Cruzo la calle y entro a tomarme un café y
un croissant a la plancha.
Hace una tarde preciosa.

DESDE EL TANATORIO

Me desplomo sobre una silla del tanatorio después de mirar por el cristal
el rostro irreconocible de Mirentxu dentro de la caja y me pongo a llorar des-
consolada. La noticia de su muerte ha sido un mazazo que no esperaba.
Precisamente ella, que era un chorro de vitalidad, y de proyectos, y de sabi-
duría para disfrutar de la vida. Precisamente ella, que era un nudo de rela-
ciones, una de esas personas con el don rarísimo de establecer vínculos esta-
bles y únicos con montones de gentes de todo tipo y condición. Precisamente
ella, que nos hacía falta a tantas personas y que nos deja tan desvalidos, a Luis
y a los niños sobre todo. Y justo cuando parecía que estaba mejor y que el tra-
tamiento estaba surgiendo efecto.
No hay derecho, pienso. Y me suben oleadas de rebeldía y de preguntas.
¿Por qué ella, por qué? No entiendo nada ni quiero entenderlo; es injusto y
cruel e incomprensible y se me atascan las lágrimas en la garganta.
En el tanatorio abarrotado hay un silencio denso. Miro los rostros de tanta
gente, conocida y desconocida y leo en todos el mismo estupor y la misma
pena honda que nos quita hasta la gana de hablar.
Va a haber una misa y siento, junto a la necesidad de rezar, una especie
de bloqueo con Dios, una imposibilidad de dirigirme a El, porque en el
fondo le estoy pidiendo cuentas de esta muerte incomprensible. Espero que
el cura no se ponga a repetirnos una homilía de plástico de las de siempre:
que la muerte es un misterio insondable, que ella está ya gozando en el cielo
y que nos tiene que consolar mucho el que haya dejado de sufrir. Lo miro
con prevención, conminándole internamente a que se abstenga de decirnos
nada de eso.

MAIOR 191
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

“Lectura del santo evangelio según San Juan”:

“Las hermanas de Lázaro le mandaron este recado: –Señor, tu amigo está


enfermo (...) El dijo: “–Nuestro amigo Lázaro está dormido; voy a despertar-
lo.(...) Al ver a María llorando y a los judíos que lo acompañaban llorando,
Jesús se estremeció por dentro y dijo muy agitado: –¿Dónde lo habéis puesto?
Le dicen: –Señor, ven a ver. Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
–¡Cuánto lo quería...!”.
Jn 11, 3.11.35

No comenta nada y propone unos momentos de silencio.

Ahora y aquí. Renunciar a las explicaciones, a los intentos de saber por


qué, al lenguaje nefasto del “Dios lo ha permitido”, “hay que aceptar su san-
tísima voluntad...”, “se ve que ya había completado su carrera, después de
hacer tanto bien...”.
¡Fuera! Echar a latigazos a esos mercaderes que nos ofrecen idolillos cani-
jos del dios que “se lleva siempre a los mejores...”, del dios de “los inescruta-
bles designios”, del dios que decidió ayer, con el pulgar hacia abajo como
Nerón, la muerte de Mirentxu.
Expulsar a la calle, sin contemplaciones, a todos los que intenten profanar
nuestro templo y ocupar con palabras huecas como globos hinchados, el
espacio vacío de una ausencia que nos hace daño. Porque ese dios con el que
pretenden consolarnos no tiene nada que ver con el de Jesús.
Y por eso, abrirle la puerta solamente a él, deshecho también por la muer-
te de su amigo Lázaro. A ese Jesús que también preguntaba “por qué”, que se
atrevió a decir que no quería morir y que gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado? Dejarle entrar, y sentarse junto nosotros, y llorar porque
Mirentxu ya no está a nuestro lado y porque no está dormida sino muerta.
Aceptar su silencio, tan impotente como el nuestro y también sus lágrimas.
Apoyar la cabeza sobre su hombro y hablarle de ella, y de cuánto la quería-
mos, y del hueco que nos deja.
Dejar que su presencia vaya dándonos seguridad y amansándonos la
rebeldía, no el dolor. Consentir que, tímidamente, se nos vaya encendiendo
en medio de la oscuridad la llamita de una fe vacilante; escuchar su voz que
nos asegura que Mirentxu está en buenas manos.
Pedir a Jesús que ponga la roca de su propia fe debajo de nuestros pies, que
nos deje apoyarnos en la confianza inquebrantable que él tenía en aquél a
quien llamaba Abba, Padre.

192 MAIOR
A p r e n d e r a c o n t a c t a r c o n D i o s

Confesarle que aborrecemos las calcomanías de colores chillones que nos


presentan un cielo lleno de ángeles tocando el arpa y personajes vestidos de
blanco y palmas en las manos, como en un interminable domingo de Ramos
y sin más aliciente que la visión beatífica. Escucharle recordarnos que él de lo
que habló fue de un hogar caliente con sitio para todos, de una mesa abierta
en la que habrá buena comida y vinos de solera, de un Dios que enjugará las
lágrimas de todos los rostros y lavará los pies de sus hijos, llenos de polvo del
camino. Y que no tiene la culpa de que luego vengan algunos teólogos y lo
compliquen todo.
Quedamos con él y entre nosotros en que lo de Mirentxu no se va a acabar
aquí: que vamos a seguir cuidando el tejido relacional que ella ha dejado a
medias, y que cada uno va a encargarse de recordar a los otros que ella nos
sigue animando en una tarea en la que queda mucho por hacer.
Son las 12 de la noche y cierran la sala donde estamos. Fuera ha descarga-
do una tormenta y huele a asfalto mojado. Nos abrazamos fuerte y nos mira-
mos sin decirnos más que “Hasta mañana”.
Pero cada uno de nosotros ha vuelto a encontrar, como tantas veces nos
ocurría al estar junto a Mirentxu, la certeza de que la muerte no tiene la últi-
ma palabra y de que la Vida es siempre más fuerte.

DESDE LA MONOTONIA

“—Con esta es la décima vez en este mes que os explico que en el verbo
“hacer”, la a que va delante del infinitivo es preposición y no lleva h, pero si
va delante de participio sí la lleva porque es la forma compuesta del verbo: o
sea que no es lo mismo “voy a hacer” que “él ha hecho”... Treinta y dos caras
de chavales miran la pizarra sin verla, mucho más interesados en las Spice
Girls, los problemas de su acné o el fútbol que en los arbitrarios caprichos de
distribución de la H. Aborrezco dar clase los viernes por la tarde.
“—Paco, me va a poner tres rodajas de pescadilla y cuarto y mitad de bo-
querones. Y me los limpias, por favor”. Diez minutos más de cola en la pesca-
dería y aún me queda la de Dionisio, el pollero, que nunca tiene prisa y siem-
pre pregunta a la que le toca: “—¿Qué te pongo, bonita?”; y luego la de la fru-
tería barata, que está como siempre a tope. Cada viernes por la tarde, lo mismo.
“Y entonces fue mi sobrino y le dijo al médico: “—Oiga dostor ¿y cree Vd.
que voy a quedar bien de la operación de juanetes?”. La hermana Aurelia
tiene el don de ponerme irracionalmente frenética (será que es viernes por la
tarde), no sólo porque dice dostor y es inútil intentar que lo pronuncie bien,

MAIOR 193
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

sino porque no soporto escucharle, una vez más, la historia de los juanetes
de su sobrino.
¿Será que es esto lo que la vida da de sí? ¿O tendré yo alguna neurosis
oculta que me hace tan aburrida la monotonía de lo cotidiano y me la con-
vierte en una penitencia? Porque a veces me imagino el purgatorio como una
banda sonora en que se oye mi voz explicando, sin interrupción, las reglas de
la H; a Dionisio el pollero repitiendo como una cacatúa amaestrada: “¿Qué te
pongo, bonita? ¿Qué te pongo, bonita?”, y al sobrino de la hermana Aurelia,
tan inasequible al desaliento como su tía, haciéndole al dostor la trascenden-
tal pregunta acerca del porvenir de sus juanetes.
Albergo la sospecha de que el problema del rechazo al peso de lo cotidia-
no está en mí y no en todo eso que me produce tanto tedio; pero hay días, y
hoy es uno de ellos, en que me hundo en la miseria al verme tan incapaz de
mirar lo que me rodea sin encontrarlo desteñido, amorfo, repetitivo y sin ras-
tro de novedad.

Ahora y aquí. Abro el evangelio y voy a parar a la curación del ciego


Bartimeo (Mc 10, 42-56). Me siento yo también en la cuneta, consciente de que
estoy tan ciega como él, y me pongo primero a susurrar y luego a gritar:
“Jesús, ¡ten compasión de mí...!”.
Sigo leyendo: “Llamaron al ciego diciendo: –¡Ten ánimo! ¡Levántate! Te lla-
ma...”. (Mi deformación lingüística me hace fijarme, de entrada, en que el cie-
go escuchó dos imperativos muy fuertes y muy desestabilizadores, pero que
descansaban sobre un indicativo glorioso: “te llama”. Ahí debió estar para
Bartimeo la fuerza secreta que le hizo soltar el viejo manto de su vieja menta-
lidad y dar un brinco para ir al encuentro de Jesús).
Decido dejarme atraer por la fuerza de esa llamada y me acerco a él. Me
paro delante del Maestro con mi mirada cegata y trato de exponerme, con
todas mis zonas de sombra y las escamas de mis ojos, ante una mirada que no
me juzga con severidad ni me hace reproches, sino que me envuelve en una
ternura cálida, como la del sol en una mañana de verano.
Estoy ahí callada y sin prisa, dejándome mirar, con cierto temor en el
fondo a resultarle pesada y reincidente con mis problemas, como me pasa a
mí con la gente. Le digo que atienda primero a Bartimeo que al fin y al cabo
estaba antes que yo, pero sobre todo porque me parece que mi caso es más
complicado y le va a llevar más tiempo.
Nos sentamos al borde de la cuneta y me pide que le hable de los chavales
de mi clase. Llevo con ellos tres años y me conozco bien la problemática de
cada familia y la situación conflictiva del barrio. Al nombrarle a cada uno me

194 MAIOR
A p r e n d e r a c o n t a c t a r c o n D i o s

doy cuenta de cuánto los quiero y cuánto me importan, y me ocurre algo


parecido al hablarle después de la comunidad: de lo que siento que me apor-
tan, del camino de Evangelio que intuyo en cada una, de los vínculos que nos
unen, más allá de las tensiones y las dificultades de la convivencia, del pro-
yecto común que llevamos entre manos...
Y él me habla de sus años en Nazaret y del misterio de que siendo las horas
y las semanas y los años tan iguales, había una novedad escondida en lo que
iba descubriendo cada día: lo que el rabino le leía de los profetas en la sina-
goga; el campo, tan distinto en otoño, en invierno o en primavera; la sorpre-
sa de que un mismo salmo le resonara diferente si era su madre o José quien
lo rezaba; el crecer de los niños del pueblo y el envejecer de los ancianos... Y
también el deseo creciente de decirle a la gente más hundida que el reino de
Dios está ya dentro de cada uno, y la alegría de darse cuenta de que cada día
le iba creciendo la afinidad con el Padre del cielo.
Me viene a la memoria, de pronto, una frase del cántico de Zacarías: “por
la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visita el sol que nace de lo
alto...” y siento que también a mí me está visitando el sol, y que está colán-
dose por las rendijas del cuarto oscuro donde se agazapan mis ansiedades y
mis harturas.
Sé que, como Bartimeo, no tengo otro modo de recobrar la vista que éste
de dejarme iluminar por las palabras de Jesús y su presencia; pero pienso que
a mí no se me van a curar los ojos de repente, sino poco a poco, y con pacien-
cia, y recibiendo humildemente, como si fuera el pan, la luz de cada día.
Y que tengo que ir aprendiendo pacientemente a acoger la presencia del
Reino escondido en lo cotidiano, y asombrarme de que ese amor que está en
mí y que no me pertenece pero me habita, me vaya haciendo capaz de des-
cubrir la novedad de cada persona y de cada cosa.
Para este viernes por la tarde ya tengo la luz que necesito y, de momen-
to, voy a ponerme a discurrir alguna manera nueva de explicar las reglas de
la H.
Quizá y como práctica cuaresmal de este año, le pida a la hermana Aurelia
que invite un día a merendar a su sobrino y así poder evaluar, en vivo y en
directo, los resultados de la intervención del dostor, no sea que también yo
tenga que operarme un día de juanetes.
De todas maneras, hay algo en lo que pienso ser inflexible: a partir del pró-
ximo viernes voy a comprar el pollo en el puesto de “Aves Gómez” donde,
además de despachar muy deprisa, te saludan diciendo: “Vd. me dirá en qué
puedo servirle, guapa...”.

MAIOR 195
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

DESDE LA GRACIA Y LA DES-GRACIA

“Yo nací un día


que Dios estuvo
enfermo,
grave”.

César Vallejo

Al salir del geriátrico de visitar a una anciana demenciada con la que tengo
un parentesco lejano, estoy por darle la razón a César Vallejo. Porque lo que
vengo de ver me ha dejado los ánimos por los suelos y el corazón lleno de
agobio: he visto a personas que no es que van envejeciendo, sino que se des-
ploman mientras la vida los va deshabitando.
Pero me doy cuenta de que mi malestar desborda la situación concreta de
este aparcamiento para viejos: siento una especie de opresión en el pecho y
una marea negra que me va invadiendo. Noto que, de repente, se me ha esfu-
mado toda la ilusión que tenía por la vacaciones que empiezo pasado maña-
na con dos amigas (después de ahorrar durante años, por fin vamos a reali-
zar el sueño de ir a Grecia y recorrer las islas de Egeo).
Estoy en un momento de plenitud de mi vida: trabajo en lo que me gusta,
me siento querida y vinculada con mucha gente y estoy metida de lleno en
aprendizajes vitales que me dinamizan y me ayudan a disfrutar de la exis-
tencia. Y además he empezado un proceso de profundización creyente que
me está haciendo encontrar a Dios en lo más hondo de mí misma, dándome
una sensación nueva de armonía y serenidad.
Pero en este momento ni serenidad, ni plenitud, ni armonía: más bien caos
y desconcierto. Se ve que mis avances deben ser muy frágiles porque esta
tarde se me está descolocando todo. Hasta la fe. La siento como un torreón
que parecía fuerte pero que ahora está asediado por un ejército de dudas y
preguntas y deja ver la debilidad de sus cimientos y las brechas de sus muros.
Y casi lo de menos es lo que he visto esta tarde: lo peor es el aluvión de recuer-
dos, datos e imágenes que se han desencadenado en mi conciencia; como si,
al entreabrir mi puerta para dejar entrar a alguien que sufre, estuvieran apro-
vechando para irrumpir en mí no sólo tristes imágenes de geriátricos o psi-
quiátricos, sino las de esas multitudes heridas y empobrecidas del mundo,
todas esas situaciones que prefiero habitualmente relegar a zonas de olvido,
con el pretexto de que yo no puedo solucionar nada y de que se trata de pro-
blemas mundiales que me desbordan.

196 MAIOR
A p r e n d e r a c o n t a c t a r c o n D i o s

Así que aquí estoy, en plena calle y en víspera de mis vacaciones, viendo
desfilar por mi imaginación los rostros de los niños de aquel siniestro orfana-
to de China, los de los mendigos que piden en los vagones del metro, cara-
vanas de gente famélica en África y de indígenas expulsados de sus tierras y
la foto de aquel buitre acercándose a una niña etíope moribunda.
Y Dios ausente de todo ese dolor (lucho con la tentación de hacerle res-
ponsable...) Y su presencia, tan compañera de mis días, en paradero descono-
cido cuando más falta me hace. Y todas las explicaciones sobre el mal que leí
en el libro que me recomendó un cura amigo y en el que todo estaba clarísi-
mo, absolutamente inservibles. Sólo un peso agobiante del sin sentido de la
vida humana, mientras yo estoy con las maletas hechas para escapar de su
amenaza refugiándome en Corfú.

Ahora y aquí. Entro en una iglesia que me pilla de camino, milagrosa-


mente abierta, y me siento en el último banco con la cabeza entre las manos.
Lo primero que se me ocurre es que Dios va a pedirme que renuncie al viaje
a Grecia (en realidad lo doy ya por perdido...), que dé el dinero a Manos
Unidas y posiblemente que me vaya de voluntaria durante las vacaciones a
algún campo de refugiados del Zaire.
Pues no, ni eso. Sólo silencio, y ausencia, y un muro de granito detrás del
que debe estar un Dios que se ha vuelto amnésico y hermético.
Salgo peor de lo que entré y me vuelvo a casa porque entre otras cosas, y
más allá de problemas metafísicos, tendré que llamar a mis amigas y a la
agencia con el bombazo de que anulo el viaje. Me derrumbo en el sillón junto
a la mesita del teléfono, donde dejé el libro de Vallejo y vuelvo a abrirlo de
manera mecánica, como para retrasar la decisión de las llamadas:

“Y Dios sobresaltado nos oprime


el pulso, grave, mudo,
y como padre a su pequeña,
apenas,
pero apenas, entreabre los sangrientos algodones
y entre sus dedos toma la esperanza”.

Lo cierro y me quedo en silencio, sobrecogida. Dejo pasar mucho tiempo.


Se está haciendo de noche y me sorprendo al contactar en mi interior con
una sensación de infinito asombro. Porque muy lentamente, me voy dando
cuenta de que mi imagen de Dios se me está “deslocalizando”, se está reti-
rando de los espacios donde yo lo tenía fijado para emerger, misteriosamen-

MAIOR 197
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

te, en ese mundo subhumano que me provoca temor y rechazo, en medio de


esas situaciones donde me parecía abolida la esperanza.
Y desde ahí me invita a no huir de los infiernos del sufrimiento cotidiano
de la gente, sino a descender con Él, que los ha conocido y vencido desde den-
tro. A no pretender acallar mis preguntas a fuerza de razonamientos ni eva-
siones, sino a cargar pacientemente con ellas y a tratar de buscar un nuevo
alojamiento para mi fe que no sea la tranquilidad de un optimismo ignoran-
te, sino la inquieta certeza que abre la esperanza. Una esperanza “que nace en
medio de la aflicción, esperanza humedecida por las lágrimas y por la sangre,
pero no por eso menos real y vital. Dios enfermo, ausente y sordo, y a la vez
Dios enfermero, interesado y tierno”.2
Empiezan a bullirme por dentro cosas que tienen que cambiar en mi vida:
valores a jerarquizar (¿compasión por encima de búsqueda de armonía per-
sonal?); determinaciones que tomar (¿dónde y con quiénes reemprender mi
búsqueda de ese Dios que no se agota en mi interioridad?); lugares nuevos
que frecuentar (¿no habrá “infiernos”, más cercanos a mí de lo que creía, a los
que comenzar a aproximarme?); recursos personales (¿tiempo, saberes, pro-
yectos, entrañas...?) que puedan servirle a Dios de “dedos” que hagan llegar
esperanza a tantas heridas...
Toda yo soy un volcán de inquietud y de interrogantes. Pero, increíble-
mente, en este momento, y aunque supongo que la decisión es ambigua,
siento que tengo que irme con mis amigas a Grecia y disfrutar allí con toda
el alma.
Porque intuyo que este Dios de rostro nuevo que hoy me visita, es también
el Dios de la alegría humana y de la fiesta, el del Cantar de los cantares y la
danza a la orilla del mar; el de la esplendidez de vino en Caná y el derroche
de pan en el desierto. No es sólo el Dios de los límites, es también el Dios de
aquellos momentos de plenitud en los que a veces experimentamos, como en
un anticipo de lo definitivo, la dicha prometida a los hijos, cuando el último
enemigo vencido sea la muerte y ya no haya llanto, ni luto, ni gemido.
Y eso, al menos por esta vez, necesito celebrarlo con Él desde Corfú.

2. Gustavo Gutierrez, Lenguaje Teológico: plenitud del silencio, Páginas 137 Feb.1996, 67

198 MAIOR
Aprender a ser creativo
Miguel de Guzmán

11
Lo importante es seguir preguntando siempre

Albert Einstein

SER CREATIVO ¿UNA CUESTIÓN DE ACTITUD?

Aprender a crear, a descubrir, a inventar, a echar a andar por caminos no


trillados, a actuar de modo novedoso, original... ¿No será una propuesta qui-
mérica? Y sin embargo es algo que todos nosotros hemos realizado con bas-
tante eficacia en los primeros años de nuestra vida. En realidad, si hubiéra-
mos seguido aprendiendo a hacerlo al mismo ritmo a lo largo de los años pos-
teriores nos acercaríamos mucho más al genio. El proceso de inmersión en la
cultura parece frenar sustancialmente nuestro crecimiento en creatividad.
De niños, plenamente abiertos a lo que nos rodea, todo nuevo, vamos con-
formando, por supuesto no sin ejemplos, nuestras propias actitudes hacia las
personas, hacia las cosas, hacia el mundo. El niño es una permanente interro-
gación espontánea, una capacidad inmensa de sorpresa y admiración ante el
comportamiento de todo lo que observa frente a su continua experimenta-
ción. Tal vez en la actitud del niño podemos encontrar una de las claves para
nuestro posible progreso, como adultos, en la creatividad.
El niño es espontáneamente creativo. Aprende a serlo como aprende a
pensar, a andar, a correr, a hablar. Posteriormente aprende, ya no tan espon-
táneamente, la gramática, la aritmética y demás saberes de la escuela. Enton-
ces aprende fundamentalmente cosas. Aquellos aprendizajes espontáneos
parecen pasar, en buena parte, a un segundo plano. En nuestra concepción de

MAIOR 201
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

la educación no parece necesario que siga profundizando en cómo pensar


mejor, en cómo preguntar y preguntarse más hondamente, en cómo llegar a
ser más eficazmente creativo. Pero unos cuantos al menos sí que encuentran
útil, por ejemplo para su progreso en el ejercicio del deporte, aprender a
correr mejor, a respirar mejor, a hacer mejor aquello que aprendieron de
forma espontánea. También el pensar, el comportarse de un modo creativo, lo
que fue en un principio resultado de un aprendizaje espontáneo, podría
fomentarse de forma parecida, aunque nuestras escuelas no se lo propongan
ordinariamente de modo explícito.
Algunos, los genios, consiguen preservar, al paso de los años, una actitud
semejante a la del niño. Al menos en alguna parcela escogida consiguen man-
tener, frecuentemente ni siquiera ellos saben cómo, la mirada nueva, sor-
prendida, interrogante, entusiasmada, y eso les proporciona las visiones con
las que son capaces de iluminarnos al resto.
Pienso que los demás, a la vista de la forma de comportarse de tales adul-
tos que han sabido conservar esa mirada que vive estrenando el mundo en
cada momento, al menos en algún aspecto parcial, podemos aprovecharnos,
no sin cierto esfuerzo, para acercarnos, en nuestro propio campo, a tener una
actitud semejante a la de ellos. Creo que es posible, con tesón y entrenamien-
to inteligente, fomentar en nosotros mismos una forma de mirar nuestro
mundo particular que nos permita en muchos momentos conseguir solucio-
nes novedosas, originales, a los problemas que puedan surgir en el quehacer
concreto de nuestra elección.

APRENDIZAJE POR CONTAGIO

Por supuesto que el camino ideal para aprender a ser más creativos en el
campo de nuestra elección consistiría en tener al lado permanentemente en
nuestro trabajo una de esas grandes figuras del tema a cuya forma de ser y
actuar pensamos se pudiera adaptar mejor nuestra idiosincrasia, que fuera
capaz de comunicarnos en cada momento su forma de mirar la tarea, la acti-
tud con que se enfrenta a ella, su propio talante, los orígenes de sus ideas, de
dónde las espera, cómo las suscita, cómo contempla las obras de otros, cómo
se pone a la escucha de su propia voz interior, cómo juzga que ha llegado el
momento de pasar de la etapa de preparación a la de su propia acción, cómo
es capaz de alejarse a ratos de ese torso inicial que es su propia obra a fin de
gustar lo bueno de ella y de rechazar lo que encuentra de defectuoso o sólo
parcialmente conseguido... Y de esta compenetración atenta por mi parte con-

202 MAIOR
A p r e n d e r a s e r c r e a t i v o

seguiría posiblemente ir adquiriendo cierta familiaridad con las raíces pro-


fundas de donde surge lo genial.
A ratos sería yo mismo el que, bajo su mirada comprensiva, iría realizan-
do mis ensayos tratando de hacer totalmente transparentes mis pensamien-
tos, los orígenes de mis ideas y mis acciones, a fin de que esa persona, con
benevolencia, con auténtico empeño por mi progreso y con genuino respeto
por mi propia forma de ser, fuera sugiriendo las posibilidades que la situa-
ción le suscita a él mismo.
Es claro que no son muchos los afortunados que pueden tener una ocasión
semejante para progresar en un campo concreto mediante esta ósmosis comu-
nicativa. Ni siquiera es fácil encontrar en la historia de los genios aquél que
ha sido capaz de realizar el esfuerzo adicional de entenderse a sí mismo de
esta forma profunda que le permita transmitir las mismas fuentes de su ins-
piración, no sólo sus resultados, de modo que otros se puedan beneficiar de
sus formas de actuar. Y, aunque algunos ha habido con tales capacidades, no
están cerca de nosotros ni en el tiempo ni en el espacio.
Pero se puede idear un plan alternativo. En muchos casos existe informa-
ción suficiente que nos permite conjeturar algunos aspectos de los misterios
que tienen lugar en la mente de los grandes creadores que han surgido a lo
largo de la historia. Aunque no nos sea dada esa oportunidad de convivencia
creadora con el genio, tal vez la observación atenta de sus formas de proce-
der, así como de los rasgos de sus obras que a veces hacen transparentes tales
formas de proceder, nos pueda ser de utilidad.

APRENDIZAJE POR OBSERVACIÓN DE LA PERSONA CREATIVA

¿Podrían diseñarse formas concretas de proceder, modos específicos de


entrenamiento, de adquisición de hábitos, que nos acercaran de alguna mane-
ra a tales actitudes y modos de proceder?
El acto creativo contiene, en una primera aproximación, unas cuantas eta-
pas que en él se pueden distinguir: preparación, incubación, iluminación, verifi-
cación. ¿Cuál es la forma de proceder en cada una de estas etapas de los más
creativos?
A mi parecer, más importante todavía que los procesos concretos que el
genio parece realizar es su actitud en relación con su campo de acción. De tal
actitud nacen en realidad muchas de las peculiaridades de sus formas de pro-
ceder. ¿Se pueden señalar algunas características de la actitud inicial ante su
obra en las personas especialmente creativas? Si es así, ¿podríamos señalar un

MAIOR 203
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

programa de acción a fin de modelar en nosotros actitudes que se asemejen a


las de tales personas?
En las páginas que siguen trataré de identificar algunos de esos rasgos de
la actitud inicial de la persona creativa y de sus formas concretas de proceder,
señalando al tiempo algunas formas posibles de actuar nosotros mismos para
acercarnos a tales actitudes y procesos.

LA ACTITUD INICIAL ADECUADA

El talante inicial de las personas creativas ante las tareas de su campo suele
presentar características que se podrían calificar como paz, confianza, curio-
sidad, entusiasmo, libertad inicial de bloqueos y de barreras...
La persona creativa, al percibir cierta connaturalidad con el objeto de su
tarea, no la mira como algo amenazante, perturbador, ante lo que se encuen-
tre sin recursos. Es simplemente una situación que le pide que ponga en ejer-
cicio sus propias capacidades naturales, que las siente ahí dentro precisa-
mente para eso, para ser ejercitadas. No es que piense que lo vaya a realizar
sin esfuerzo. Es como una invitación a un paseo por el monte, del que posi-
blemente terminará exhausto, pero que será de todos modos extraordinaria-
mente vitalizante. Posiblemente se encuentra al comienzo tan perdido como
cualquiera de nosotros ante una situación totalmente nueva. Pero precisa-
mente esa novedad no es causa de paralización, sino de estímulo y curiosidad
para su mente interrogante. La novedad de una tarea es acicate para ejercitar
la libertad y espontaneidad, que también implican novedad, en las respues-
tas que haya de construir.
La implantación de una actitud semejante en nosotros mismos puede ser
una tarea más o menos ardua, pero no imposible. Es preciso crecer en la auto-
confianza, que no auto-engaño, que hemos de suscitar en nosotros mismos
mediante nuestro enfrentamiento con tareas iniciales a nuestro alcance y la
insistente consideración de que nuestras capacidades, especialmente en aque-
llas tareas a las que de modo natural nos sentimos atraídos, no difieren tanto
de las de aquellos que consideramos expertos en el tema. Podemos pensar
que es una realidad, y no una mera ilusión, que los que consideramos virtuo-
sos en un determinado campo no están tan tremendamente lejos en sus capa-
cidades, sino que han tenido la oportunidad de colocarse bien pronto allí
donde sus cualidades naturales pudieron florecer de forma espontánea,
armoniosa, robusta y llena de satisfacciones, lo que retroalimentó su propio
crecimiento. Sus visiones y sus resultados nos señalan el camino a los demás.

204 MAIOR
A p r e n d e r a s e r c r e a t i v o

El gusto por la propia actividad creativa es una de las condiciones que


hacen posible una intensa dedicación, al convertir el esfuerzo en satisfacción,
y que al tiempo nos puede liberar de defectos importantes en la realización
de nuestra tarea. Si la misma entrega a nuestro trabajo es ya fuente de placer
no dependeremos tanto del éxito y de los resultados en él, dependencia que
a su vez suele constituir una fuente de ansiedades y angustias. Deberíamos
tratar de hacernos capaces de saborear el avance paulatino de nuestro cami-
nar, a nuestro propio ritmo, y las pequeñas iluminaciones que van aparecien-
do en él. Por otra parte esta actitud nos libera también de las ansias por dar
por concluída, a veces prematuramente, nuestra tarea.
La espontánea libertad que observamos en las personas genuinamente cre-
ativas nos la tenemos que conquistar los demás con tesón. Estamos amenaza-
dos por una multitud de barreras más o menos sutiles. Uno de los aspectos
importantes de la actitud inicial para nuestro trabajo creativo consiste en una
perpetua vigilancia frente a los bloqueos de muy diversos tipos que pueden
constituir, cuando menos, una fuerte rémora en nuestra tarea, como señalo a
continuación.

SURCOS EN LA MENTE

La mente de cada uno de nosotros es de una plasticidad extraordinaria,


pero al mismo tiempo está llena de surcos, de modos predeterminados de ver,
mirar, imaginar, idear, contemplar... que configuran nuestra estructura men-
tal y se van afianzando a lo largo de nuestra vida. Tales surcos representan
algo muy útil para nuestra actividad mental, ya que son los modos en que
ordinariamente logramos resolver de forma más o menos automática nues-
tras tareas mentales ordinarias. Pero al mismo tiempo constituyen una ame-
naza en aquellos momentos en los que nos enfrentamos con situaciones nue-
vas para las que tales modos no han sido elaborados, es decir en nuestro tra-
bajo creativo. Los surcos de mi mente constituyen potenciales bloqueos men-
tales de una gran variedad en su naturaleza y el primer paso para prevenir su
fuerte efecto sobre mi ejercicio creativo consiste en conocerlos en general y en
reconocer aquellos que son más efectivos en mis procesos de pensamiento a
fin de liberarme en lo posible de su acción.
Los bloqueos más potentes en casi todos nosotros, y al mismo tiempo los
más difíciles de conocer, reconocer y erradicar, son los bloqueos de origen
afectivo. Los afectos impregnan profundamente toda nuestra personalidad e
influyen en nuestra propia vida mental de modos mucho más sutiles de lo

MAIOR 205
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

que sospechamos. A continuación enumero algunos que a mi parecer pueden


influir de modo especialmente negativo en nuestra actividad creativa.
La apatía, la abulia, la pereza ante el comienzo de nuestra tarea. El momen-
to de empezar resulta para una buena parte de nosotros el momento más anti-
pático de nuestra actividad creativa. Tal vez sea natural, ya que hemos de
echar a andar hacia lo desconocido y pensamos que nuestros primeros pasos
son de una gran envergadura, si tomamos una dirección equivocada. El reme-
dio se dice pronto: dedica un razonable esfuerzo a pensar en las distintas
maneras de comenzar, escoge una que por ahora te parezca la más adecuada,
ponte en marcha dando a tu comienzo la oportunidad de mostrar su valor, y
al mismo tiempo conservando la idea de que ésta es una de entre unas cuan-
tas direcciones que hubieras podido escoger y de que es posible, a la vista de
lo que va resultando, que hayas de rectificar. Se dice pronto pero tal vez en la
práctica no resulte tan claro lo que significa “esfuerzo razonable”, “la más
adecuada”, y... sobre todo eso de que “tal vez hayas de rectificar”. Probable-
mente la diferencia más notable entre el que va adquiriendo algo de expe-
riencia y el novicio consiste precisamente en la capacidad de discernimiento
para entenderlo y entenderse a sí mismo en relación con ello.
Los miedos en relación con la actividad creativa pueden ser múltiples y
bien negativos. El miedo al fracaso, a la equivocación, al ridículo, al qué
dirán... suelen ser frecuentes en muchos de nosotros. La neutralización de
tales miedos puede consistir en aceptar de antemano los riesgos de incurrir
en esas que se nos anticipan como terribles y espantosas desgracias, tratan-
do de considerar sus aspectos positivos, que no son pocos, y de valorarlos en
su justa dimensión.
El fracaso es a menudo la antesala del éxito, con tal de que sepamos apren-
der las lecciones que de él se pueden derivar. Del fracaso podemos aprender
cómo no conviene hacer las cosas, lo que nos facilitará el camino para hacer-
las bien en la próxima oportunidad. Nuestra cultura, y muy particularmente
nuestra tradición educativa, tiende a valorar muy negativamente las equivo-
caciones, y así es como nos atrevemos demasiado poco a equivocarnos. El que
se atreve a realizar cien proyectos y le salen mal cuarenta tiene en su haber
mucho más que quien sólo se atreve a hacer diez de ellos y le salen mal dos.
Por eso es por lo que Thomas J. Watson, fundador de IBM, propuso la siguien-
te fórmula para el triunfo: “El camino para el éxito consiste en duplicar la pro-
porción de fallos”.
Otro conjunto de bloqueos importantes es el de los de tipo cognitivo, entre
los que se puede señalar como especialmente influyentes la rigidez de pensa-
miento y la tendencia exagerada a la valoración crítica.

206 MAIOR
A p r e n d e r a s e r c r e a t i v o

La variedad de puntos de vista, de lenguajes, de herramientas con que una


misma tarea creativa puede abordarse es inmensa. Y sin embargo, depen-
diendo de nuestros propios surcos mentales, cada uno de nosotros tiende a
colocarse ante ella preponderantemente de una forma particular, con el tipo
de lenguaje mental que nos es más afín, con nuestras herramientas favoritas
que en otras ocasiones nos han llevado al éxito. Y muy a menudo no tenemos
en cuenta que la situación particular misma es la que debe mandar y que tal
vez ciertas herramientas distintas de las que habitualmente utilizo pueden ser
más efectivas y más apropiadas para ella.
El ejercicio de nuestro juicio crítico sereno, en torno a nuestras realizacio-
nes y a las de otros es bien sano y recomendable, pues gracias a él somos
capaces de ir aprendiendo y mejorando nuestros resultados. Pero dejarnos
llevar exageradamente por nuestra tendencia a la crítica inmediata de cuanto
vamos haciendo tiene un fuerte efecto paralizante. Si en el mismo momento
en que surge en mí una idea en torno a la tarea que deseo realizar ya la estoy
descuartizando con mi crítica implacable iré cegando poco a poco, de forma
inconsciente, la propia fuente de inspiración creativa. Antes de juzgar el valor
de una posible línea de acción deja que por un tiempo adquiera vida propia,
vaya perfilándose y perfeccionándose a sí misma. Tal vez lo que en principio
pudiera haber parecido un disparate que había que desechar inmediatamen-
te resulte convertirse después en una idea valiosa y original.
Los bloqueos culturales y ambientales constituyen dificultades bastante
más obvias para nuestro ejercicio creativo. Son las formas estereotipadas de
proceder que nos transmitimos unos a otros los que estamos inmersos en un
mismo mundo de ideas y de formas aceptadas de proceder. Son los que Bacon
llamaba “los ídolos del foro” que pueden influir en nuestra mente poderosa-
mente y veces de modos más sutiles de lo que sospechamos.
Se encarnan a veces en las máximas de la “sabiduría popular”, que suelen
estar bien motivadas y fundamentadas en el conocimiento colectivo de toda
una sociedad y que se han ido fraguando a lo largo del tiempo, pero que pue-
den representar a veces armazones que hay que reestructurar si queremos
resolver de modo novedoso situaciones para las que esas máximas no se pen-
saron. Hay que ser lógicos puede llevarnos a no apreciar en su justo valor la
intuición, la fantasía, la imaginación, el ensueño, la ambigüedad, la metáfo-
ra... Sé práctico es otra de esas máximas que no tienen en cuenta que muchas
de las innovaciones que luego han resultado ser más prácticas provienen de
ensayos iniciales desprovistos en absoluto de intención utilitaria. Es muy fre-
cuente en torno a un problema de cualquier índole que lo más práctico sea
tener una buena teoría alrededor de él.

MAIOR 207
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Las que A.N. Whitehead llamaba ideas inertes en los sistemas mentales que
compartimos, y en especial en nuestros sistemas educativos, constituyen
pesadas rémoras que impiden nuestra creatividad individual y colectiva. Son
ideas “que son meramente recibidas en la mente sin ser utilizadas, o contras-
tadas, o incorporadas en combinaciones nuevas”. Un examen somero de cual-
quiera de nuestros sistemas educativos pone de manifiesto su presencia y es
algo natural que así suceda ya que la gran mayoría de quienes estamos encar-
gados de hacer que funcione un sistema educativo estamos inmersos en un
mundo de ideas y quehaceres que en buena parte se han quedado ya obsole-
tos. Es natural que tales ideas se conviertan en algo así como pesados mue-
bles antiguos que no hacen sino ocupar sitio en lo más recóndito de la buhar-
dilla mental de nuestros alumnos.
El antídoto contra las ideas inertes consiste en reconocerlas y tratar de
experimentar su ineficacia y la conveniencia de su sustitución, haciendo fuer-
za contra nuestra tendencia espontánea a mantenerlas por razón de la segu-
ridad que falsamente pensamos que nos proporcionan.

DESBLOQUEO

No es éste el lugar adecuado para proponer con detalle algunas de las téc-
nicas que se han diseñado para crear hábitos que contrarresten la influencia
de aquellos tipos de bloqueos específicos que percibimos más importantes en
nuestra capacidad creativa. Me limitaré a insistir en un par de aspectos, a mi
parecer fundamentales, relativos a la actitud de base en torno a la creatividad,
de los que puede resultar una disipación de muchos de nuestros bloqueos
concretos. Para adquirir información sobre algunas de las técnicas concretas
que se han diseñado para tratar de restar influencia a diversos bloqueos espe-
cíficos me remito a mi trabajo titulado Para pensar mejor. Desarrollo de la creati-
vidad a través de los procesos matemáticos (Pirámide, Madrid, 1994), donde
muchas de las ideas que aquí se exponen brevemente aparecen desarrolladas.
Allí se puede encontrar información útil sobre temas tales como el brainstor-
ming, que surgió en los años 60, y sobre las posteriores modificaciones que
han tratado de mejorar el método en diversas direcciones.

La pregunta como actitud


Una de las máximas favoritas de Einstein era: “Lo importante es seguir
preguntando siempre”. La pregunta es motor del conocimiento, del aprendi-
zaje y el eje de una actitud permanentemente creativa. Es la forma natural del

208 MAIOR
A p r e n d e r a s e r c r e a t i v o

niño pequeño para, dando rienda suelta a su sorpresa y admiración, ir explo-


rando el mundo que le rodea. “Por la admiración comenzó el hombre a filo-
sofar”, dijo Aristóteles, es decir a ir cuestionando todo este misterio que cons-
tituye nuestro universo alrededor y nuestro propio universo interior. La pre-
gunta es el anzuelo para pescar en el mar de las ideas. Quien pregunta llega
lejos, se entera, adquiere interactivamente el conocimiento para integrarlo en
su propia estructura mental. El que no pregunta entiende a medias, se queda
en la penumbra pasivamente y la idea se le escapa como a través de un cola-
dor. La pregunta implica un cierto conocimiento parcial, una curiosidad
inquieta y el reconocimiento de cierta ignorancia ilustrada.

Un justo equilibrio entre el deseo de información y el esfuerzo propio


Es frecuente que ante cualquier tarea que nos resulta nueva reaccionemos
con una actitud que parece razonable: primero tengo que informarme bien,
mirar a fondo cómo se hace y para ello empezaré desde el principio y estu-
diaré en profundidad el campo concreto en que tal tarea se enmarca.
A menudo el resultado de esta actitud es que nunca comenzamos a poner-
nos de veras a realizar nuestro trabajo. Puede ser una actitud de pereza con
un disfraz bien razonable. En general nos resulta más fácil ir adquiriendo
información, una fuente tras otra, que zambullirnos en el trabajo propio. Lo
cierto es que bajo la excusa de la información podemos ir aplazando sin fin el
momento de actuar por nosotros mismos.
Por otra parte viene bien tener en cuenta que es frecuente que, ante una
labor para la que lo que se requiere esencialmente son ideas nuevas, la infor-
mación de todo lo que hay en torno a ella resulte un impedimento más bien que
una ayuda. Aunque poseamos mucha información, llega el momento en que
más vale que tratemos de pasar por alto lo que sabemos que se ha intentado ya
sin éxito por ver si somos capaces de iniciar algún camino aún sin explorar.
Por todo ello es necesario mantener un justo equilibrio entre el esfuerzo por
adquirir la información que me va a ser verdaderamente útil para mi trabajo y
la dedicación a actuar por cuenta propia. Incluso resulta probablemente más
sano que te introduzcas cuanto antes puedas a trabajar por ti mismo en el asun-
to, ya que de esta forma podrás darte cuenta mejor de las carencias de infor-
mación que puedes adquirir, ahora con una orientación mucho mejor definida.

UN TIPO DE CONOCIMIENTO BIEN ESTRUCTURADO

Parece claro que la persona creativa ha de tener a su disposición una cierta


riqueza de conocimientos relativos al campo en el que ejerce sus capacidades

MAIOR 209
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

de modo eficiente, pero también es verdad que más importante que la canti-
dad de ellos es la manera en que se encuentran estructurados en su mente.
El conocimiento bien estructurado nos ayuda extraordinariamente en
diversos aspectos:
– Facilita extraordinariamente la asimilación de nuevos conocimientos, así como
su conservación e integración en nuestro mecanismo mental. Nuestra memoria es
bastante frágil, pero nuestra fuerte capacidad de relacionar datos, especial-
mente cuando están impregnados por vivencias especiales en torno a ellos,
puede venir en su ayuda. El conocimiento nuevo, como el que ya poseemos,
tiene ganchos mediante los cuales se ordena adecuadamente en la estructura
global de nuestro conocimiento previo.
– El acceso a un conocimiento con rica estructura es mucho más fácil que la recu-
peración de una información aislada. Cuando intentamos acceder a un conoci-
miento que se nos evade momentáneamente nos apoyamos en las conexiones
de muy diversos tipos, cognitivas, afectivas, que éste puede tener dentro de
nuestra mente. Si tal conocimiento entró aisladamente, su recuperación en el
momento oportuno será mucho más difícil.
– La utilización de un conocimiento podrá ser tanto más versátil y fructífero cuan-
to mejor integrado esté en nuestra red global de operaciones mentales de todo tipo.
Por esta razón resulta tan importante que logremos involucrar en nuestra
actividad mental alrededor del campo en el que tratamos de actuar de modo
creativo toda nuestra personalidad, que es lo que parece suceder de modo
espontáneo en las personas que sobresalen en él. Toda su persona, percepcio-
nes, conocimientos, emociones, sentido estético... giran en torno de aquello
hacia lo que se sienten arrastrados de forma natural.

ABIERTOS A LA AYUDA QUE PROPORCIONA LA ACTIVIDAD NO CONSCIENTE

A mi parecer una de las diferencias fundamentales entre la persona sobre-


saliente en creatividad y la que no lo es consiste en la capacidad de aquella de
aprovechar a fondo todos los resortes de su estructura mental, y muy espe-
cialmente, las visiones e inspiraciones que le puede ofrecer su actividad no
plenamente consciente. Esta ayuda que la actividad no consciente es capaz de
prestarnos se puede entender mejor a través de la siguiente descripción del
funcionamiento de nuestro mecanismo mental hacia la realización de una
tarea concreta:
1. Nuestra estructura mental tiene muchos elementos con distintas fun-
ciones, unos de almacenamiento de información, otros de organización

210 MAIOR
A p r e n d e r a s e r c r e a t i v o

y procesamiento de tal información, que hasta cierto punto pueden tra-


bajar independientemente.
2. Existe un mecanismo de supervisión que puede atender a la actividad
coordinada de unos cuantos de esos procesadores de modo más o
menos enfocado, al tiempo que percibe de modo más difuso la activi-
dad de otros. Hay algunos que de ordinario escapan a la percepción y
desde luego al control del mecanismo supervisor.
3. Este supervisor es el portador de la conciencia refleja del individuo y
de la facultad de auto-dirigirse hacia uno u otro punto de su campo de
control a fin de coordinar las informaciones que recibe de los diferen-
tes elementos y someter el resultado de esta coordinación a ulteriores
procesamientos.
4. Mediante intervención neuroquímica o a través de técnicas de entre-
namiento adecuadas es posible neutralizar la acción del supervisor, de
modo que la actividad de los diferentes elementos continúe sin su
influencia. Las interconexiones entre estos elementos siguen sin
embargo abiertas, de modo que la información que cada uno contiene
en sus diversas formas de procesamiento puede actuar sobre la que
otros elementos poseen.
5. Mediante un cierto esfuerzo continuado el supervisor puede poner en
actividad muchos de los elementos del sistema con una dirección de
búsqueda común. Una gran parte del mecanismo mental está entonces
en tensión interactiva de manera que cada elemento pueda captar y
procesar lo que los otros puedan ofrecerle.
6. Esta situación puede dar lugar a un engarce de las distintas informa-
ciones que proporcionan los diferentes elementos del sistema, lo que
constituye una aportación hacia la realización de la tarea propuesta.
7. Puede suceder que, incluso después de mucho tiempo y esfuerzo
invertidos por el sistema, esta solución de la tarea propuesta no apa-
rezca. El supervisor cesa en su esfuerzo controlador, pero las diferentes
unidades del mecanismo continúan en tensión con las pautas de bús-
queda que se les ha proporcionado.
8. Puesto que las conexiones entre los diferentes elementos permanecen
abiertas y las interacciones entre ellos siguen produciéndose, puede suce-
der que de esta actividad no controlada directamente por el supervisor,
que tiene ahora su enfoque dirigido hacia otras tareas, surjan estructuras
que parezcan resolver la situación-problema inicialmente propuesta.
9. El supervisor, mediante su atención difusa sobre las diferentes unida-
des del sistema, puede percibir la presencia de tal constelación de

MAIOR 211
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

informaciones y ser atraído por ella. Entonces se percata de su valor, tal


vez por su belleza o por su eficacia, enfoca la atención de los diversos
elementos sobre ella y la evalúa con más precisión.
10.O bien tales estructuras combinadas de información permanecen alma-
cenadas en el sistema, no percibidas de momento por el supervisor. Sólo
cuando éste decide, posiblemente tras mucho tiempo, volver a hacer un
nuevo esfuerzo hacia la realización de la tarea poniendo en actividad los
diferentes elementos bajo su control, esta constelación útil aparece como
saliendo de la nada, como el destello súbito de un relámpago.

Si las cosas suceden aproximadamente como aquí he descrito, ¿podremos


tratar de incidir eficazmente sobre nuestros propios procesos mentales para
propiciar la ayuda de nuestra actividad no consciente? A mi parecer, en las
personas especialmente creativas la comunicación entre su actividad cons-
ciente y la no consciente arriba señalada se realiza de una manera fácil y natu-
ral, sin necesidad de las andaderas que otros necesitamos para estimularla. A
continuación señalaré brevemente algunos de los estímulos que nos pueden
resultar eficaces:

–Favorecer la acumulación de los recursos de nuestro sistema mental seña-


lada en el punto 5, tratando en primer lugar de eliminar los impedimentos
que, según nuestra propia experiencia, son los causantes de una dispersión de
nuestra atención, de nuestra capacidad para estar plenamente en lo que hace-
mos. Pero sobre todo fomentando en nosotros el interés intenso y profundo
sobre el asunto, que sea capaz de involucrar más y más capas, racional, con-
templativa, estética, de nuestra propia personalidad.

–Estimular de manera directa la incubación descrita en los puntos 7-9. Tal


preparación directa nos debería capacitar:
–para poder reconocer más o menos claramente lo que constituye una
realización adecuada de la tarea
–para infundir en el espíritu una tensión profunda, un verdadero inte-
rés por la tarea, junto con una cierta confianza en nuestras fuerzas

–Concedernos un período de relajación y de olvido que permita una


mayor libertad y autonomía propias, es decir un apartamiento de los caminos
trillados ya por nuestra actividad consciente, en el que la tensión interna y el
vivo interés por la tarea mantengan en movimiento las configuraciones y
constelaciones de información que la fase preparatoria ha puesto ya en mar-

212 MAIOR
A p r e n d e r a s e r c r e a t i v o

cha. Las formas concretas para conseguir este objetivo son muy variadas y
personales, pudiendo consistir en irse a jugar al billar y esperar la ilumina-
ción viendo rodar las bolas, como solía hacer Mozart, o bien en sumergirse en
la bañera y ponerse a jugar con barquitos de papel, como al parecer prefería
Shelley. Hay gustos para todo.

SUGERENCIAS PARA UNA REFLEXIÓN PERSONAL:

1. Examina tu propia actitud frente a la posibilidad de ser más cre-


ativo. ¿Te parece posible? ¿Te parece útil? ¿Lo deseas de veras?
¿Estarías dispuesto a hacer algún esfuerzo por lograrlo?
2. Echa una mirada a tu alrededor. Entre las personas que conoces
bien, ¿quiénes te parecen más creativas? Trata de identificar los ras-
gos de sus maneras de proceder que te hacen pensar en ellas como
más creativas. ¿Podrías estimular en ti mismo algunos de estas
maneras de proceder?
3. Examina tus propios procesos de trabajo. ¿Están dominados
por la rutina hasta el punto de no haberlos cambiado en años? Párate
a pensar si algunas de esas rutinas no se han convertido en surcos
perjudiciales. Piensa en la posibilidad de cambiar de forma de actuar
en las distintas etapas de un día normal en tu vida cotidiana.
4. ¿Cuáles son las actividades de tu trabajo que más te disgusta
tener que hacer? Examina el origen de tales repugnancias. ¿Piensas
que son suficientemente fuertes como para influir muy decisiva-
mente en el desempeño de ellas? ¿Podrías hacer algo por conseguir
que desaparecieran o se atenuasen?
5. ¿Cómo, cuándo y dónde se te suelen ocurrir ideas novedosas y
originales? ¿Fomentas de alguna manera consciente la colaboración
de tu actividad inconsciente en la solución de los problemas de tu
trabajo, de tu vida ordinaria?

MAIOR 213
Aprender a vivir con el
propio dolor
Jesús Burgaleta

12
Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia:
sé vivir con estrechez y sé tener abundancia; ninguna
situación tiene secretos para mí...; para todo me siento
con fuerzas, gracias al que me robustece.
(Flp. 4, 11-13)

La enfermedad, con su dolor o sufrimiento, es una bolsa de aceite hirvien-


do en la que te arrojan y en la que no tienes más remedio que sobrevivir, esca-
par o sucumbir. En ese estado de ebullición a uno le sobran las teorías, siste-
mas, instituciones, ideologías, poses, subterfugios... Todo tu ser está en ten-
sión y cada día y noche, hora y minuto son un río de experiencias, sensacio-
nes, deseos, fantasías, angustias, sugerencias, intuiciones, emociones, miedos,
satisfacciones, inquietudes, preguntas... Un vendaval de luces y de sombras,
de sentido y sinsentido, confianza y desesperación, certezas y dudas.
En la cama, en el incómodo sillón del hospital, durante el tiempo de espe-
ra de los análisis, en la antesala de la consulta, en el tiempo de convalecencia
en casa, la cabeza no descansa, el corazón palpita desasosegadamente, las
fantasías se agolpan, la imaginación corre desbocada y loca.
En este vendaval de la enfermedad la vida personal –casi personificada
ante ti– y todo el entorno se ponen patas arriba. La cercanía y la distancia, la
agresividad y el amor, la culpa y el perdón, el rechazo y la acogida, la acep-
tación y la rebelión, el silencio y la palabra... van y vienen, van y vienen; vie-
nen y van. De este movimiento mareante no se libran ni Dios, ni Jesucristo, ni
la esperanza, ni la fe, ni las más profundas convicciones. Todo está abierto en
canal; toda la realidad está en carne viva, desangrándose.
En esta colaboración para la colección Serendipity voy a reflejar algo de mi
experiencia en medio de una enfermedad grave: sus sufrimientos, sus dolo-
res, su pena y pesadumbre y también sus frutos.

MAIOR 215
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Aunque he agrupado la experiencia en algunos apartados, para no volver


loco al lector a fin de que pueda sacar algún provecho, he huido de toda sis-
tematización y de todo desarrollo. En la enfermedad no se es lógico, ni se
estructura nada; sólo se vive nadando contracorriente, es una experiencia
desbordada, caótica, global, inundada, en la que te encuentras anegado y
asaltado continuamente, sin descanso y sin pausa.
En esta mecedora loca y desconcertada –en la que el movimiento se va
repitiendo siempre con distinta intensidad y de la misma manera, y que invi-
ta a cerrar los ojos, a sentir, a pensar, a consentir, a rememorar, a advertir– que
me ha balanceado durante la enfermedad, espero que se siente algún lector y
compartamos juntos una sorprendente e inesperada velada.
La enfermedad es una sorpresa y todo lo que en ella se vive y se descubre
es inesperado. En ella te encuentras con sorpresas valiosas, y hasta agrada-
bles, no buscadas. Es como el que halla en un camino minado un tesoro, cuan-
do sólo iba tratando de esquivar amenazas de muerte.
El “aprender a vivir con el propio dolor” no se enseña. Sólo se aprende
viviendo, experimentando, incorporando. Lo que yo viví en medio de mi
enfermedad es lo que yo aprendí, si es que viví algo.

YO ESTOY ENFERMO

Y las enfermedades no son sino treguas de la muerte.

Francisco Umbral1

El sufrimiento es humano.

La salud y la enfermedad son dos hijas gemelas de nuestro ser.

La enfermedad no es sólo la falta de salud;


es la otra condición humana.

1. F. Umbral, Mortal y rosa, Cátedra Destino, Madrid 1995, p. 126.

216 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

En la enfermedad se pone de relieve


la limitación radical y la carencia.

Aceptarme es asumir todo lo que soy.

“Buenos días”, enfermedad.

Se rechaza la enfermedad
porque no se conoce ni admite uno a sí mismo.

“¿Por qué me pasa a mí esto?”,


es igual a preguntarse:
“¿Por qué soy yo así?”

La enfermedad siempre nos sorprende.


¡Tan alejados estamos de nosotros mismos!

Cuando te enteras de que has caído enfermo


te entra una tristeza tal
que no tienes más remedio que llorar sobre ti mismo.

Se llora de impotencia y de pena.

Cuando disfrutamos de salud


nos parece normal que la tengamos.

Cuando la perdemos,
haberla tenido nos parece un privilegio.

¿A qué viene ese escandalizarme por el dolor?


Es normal que yo pueda caer también enfermo.

“¿Qué he hecho yo para merecer esto?”.


Nada; como todos los seres humanos.

Se cae enfermo naturalmente.

MAIOR 217
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

La enfermedad no la envía nadie.


Entra dentro del lote de la vida.
La enfermedad que yo tengo es toda y solo mía.

No soy el primer paciente de la humanidad;


todos han sufrido, sufren o sufrirán.

El enfermo pregunta: “¿por qué?”


El sensato no responde.

Toda respuesta ante el dolor es superflua.

En preguntar lo que sabes


el tiempo no has de perder.
Y a preguntas sin respuesta
¿quién te podrá responder?

Antonio Machado2

El sentido del sinsentido del dolor


lo ha de encontrar uno en sí.

II

En la enfermedad se topa uno de bruces con el destino,


que nos pone forzadamente a su disposición.

De nada sirve huir,


si uno se lleva la enfermedad consigo.

La enfermedad muestra esa parte de la existencia


que consiste en ser una realidad impuesta desde fuera.

Aceptar esta realidad con libertad y con amor


es condición indispensable para ser persona.
2. A. Machado, Poesías completas, Espasa Calpe, Madrid 1969, p. 154.

218 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

Somos dados:
“muchas gracias”.

Somos dados:
“te me doy”.

Somos dados:
“me acepto como don”.

Somos dados:
mi vida es mía y recibida.

Somos dados:
nos culminamos siendo arrebatados y dándonos.

La monedita del alma


se pierde si no se da.

Antonio Machado3

En la enfermedad se experimenta
la expropiación de uno mismo.

La enfermedad cae sobre ti


como la helada de primavera sobre la flor del almendro.

La enfermedad encarcela:
aunque quieras liberarte no puedes.

En la enfermedad no se puede tener prisa;


por mucho que se corra no se llegará antes.

La enfermedad y el sufrimiento dejan huella.

3. A. MACHADO, OP. CIT. P. 59

MAIOR 219
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

III

La enfermedad te arranca de todo


y te mete en vía muerta.

La enfermedad te aparca
–eres un humano en el taller de reparación–.

La enfermedad te desarraiga
–eres un humano sin tierra firme–.

La enfermedad te trunca la vida


–eres un humano podado sin miramientos–.

La enfermedad te aplana
–un viento ha derrumbado el castillo de tus sueños–.

La enfermedad te frena en seco


–no se puede andar aunque haya camino–.

La enfermedad te inutiliza
–los demás ocupan tu puesto–.

El enfermo no cuenta
–tiene poco futuro–.

Con el enfermo no se cuenta


–no tiene presente ni presencia–.

La enfermedad es el aprendizaje del morir


–estar fuera de los demás y en sí mismo–.

220 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

La enfermedad es el sello legible


de nuestra irremediable condición mortal.

Una a una las hojas secas van cayendo


de mi corazón mustio, doliente y amarillo.
El agua que otro tiempo salía de él, riendo,
está parada, negra, sin cielo ni estribillo.

Juan Ramón Jiménez4

IV

El sufrimiento te introduce en la soledad, donde habitas.

Nunca tan solo como cuando se sufre.

No se puede dar parte de “mi dolor”.


El otro sufre “su” dolor por mi padecimiento.

El que compadece me muestra su amor,


pero no se lleva parte de mi dolor.

El dolor marea de tanta soledad;


por eso los demás acuden prestos a ofrecer relación.

Me quedé solo. En el centro


de mi soledad hundí
el puñal de mi silencio...
¡En mi soledad desbordo!

E. Prados5

4. J. R. Jiménez, Segunda antología poética, Espasa Calpe, Madrid 1991, p.129.


5. E. Prados, Antología de los poetas del 27, Espasa Calpe, Madrid 1990, p.302.

MAIOR 221
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

El dolor nos hace iguales.

Cuando sufrimos
todos nos quejamos de la misma manera,
todos sentimos lo mismo,
todos decimos lo mismo.

“Cuéntanos la experiencia de tu enfermedad”:


–”La de todo el que ha estado enfermo”.

Ante la narración del dolor ajeno


el que no ha estado enfermo, se asombra
y el que lo está, ve que es igual a la suya.

Cuando oyes a otro enfermo sincero


escuchas tus mismas experiencias.

No es más edificante
narrar la experiencia del sufrimiento que la del placer.

Las dos son experiencias humanas.

VI

La capacidad humana de sufrimiento es ilimitada.

Se puede llegar a aguantar todo.

El ser humano lleva siglos soportando


todo lo que le cae encima.

Es una fantasía tener miedo a sufrir


creyendo que no se tendrán fuerzas para sobrellevarlo.

222 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

Se dice: “lo que más temo es el dolor”.

En muchas ocasiones lo más terrible no es


el dolor en sí, sino lo que pensamos sobre
él, lo que imaginamos en nuestra mente.

B. Sh. Lukeman, 6

Después de sufrir mucho


se ensancha de tal manera la sensibilidad
que aún se puede sufrir más

Cuando no se tiene miedo al dolor,


se sufre menos.

Al dolor también hay que dominarlo.

En el dolor también hay que ser dueño de sí.

Si uno no se frena
el sufrimiento puede ser un túnel sin final.

No hay dolor tan grande que no pueda ser aliviado


por el ala tenue del Ángel del Huerto de los Olivos.

Después de sufrir se olvida el dolor,


para poder sobrevivir.

A veces, te sorprendes creyendo


que el enfermo que ha padecido tu enfermedad ha sido otro.

Cuando el dolor es muy intenso


se convierte en anestesia de sí mismo.

Se puede convivir con el dolor,


como se puede vivir a oscuras.

6. B. Sh. Lukeman, Comprender la enfermedad, aceptar la muerte, Obelisco, Barcelona 1996.


p.26.

MAIOR 223
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Se sufre tanto
cuanta capacidad se tiene.

Todo dolor es relativo.

Después de sufrir mucho


el advenimiento de un dolor menor
se encaja como si fuera nada.

“Este” dolor es siempre mayor o menor que el anterior.

El color del dolor es amarillo.


Su sabor, ácido.
Su sonido, sordo.
Huele a pena.
Su mano araña.
El rumor del sufrimiento es el silencio.

El dolor es abismal;
negro y rugiente como el vientre de la mar nocturna.

Y fue como un incendio,


como si mis huesos ardieran,
como si la médula de mis huesos chorreara fundida,
como si mi conciencia se estuviera abrasando,
y abrasándose, aniquilándose,
aún incandescente
se repusiera su materia combustible

Dámaso Alonso7

7. D. Alonso, Poemas escogidos, Gredos, Madrid 1969, p.115.

224 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

VII

Ante la enfermedad hay que ser realista:


reconocer tu situación y aceptarla.

Cuando se pierde toda gracia


es muy saludable mirarse a sí mismo con agrado.

Si uno se ama, se ama también enfermo.

Cuanto más enfermo, más amor “propio”.

Yo también soy esta pobre realidad,


sombra de lo que he sido.

Hay enfermos que llegan a hastiarse de sí mismos.

Si uno se hace inmisericorde,


se incapacita para recibir la unción de la misericordia.

El primero que se ha de proporcionar consuelo es uno mismo.


¡Qué saludable es atreverse a mirarse en el espejo
y echarse una mirada de ternura!

VIII

También hay que mirarse con humor.

¿Seremos capaces de reírnos de nosotros “tan” enfermos?

Una enfermedad seria, vivida en serio,


es más seria de lo que es.

Hacer humor del propio deterioro


¡relaja tanto y es tan sano!

MAIOR 225
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Por favor, ¡no tomarse tan en serio!

El dolor tomado muy en serio obsesiona.

Es humano quejarse;
pero hay quienes pierden las fuerzas quejándose,
en lugar de poner remedio a su mal.

Es humano tener mal humor;


pero también hay que darse un poco de respiro.

Hay enfermos que se creen más enfermos que nadie.

YO ESTOY ENFERMO, PERO VIVO

Lo que el hombre ha buscado no es,


en realidad, ni el sufrimiento ni el
placer, sino simplemente la vida.

Oscar Wilde8

¿Cómo es posible que en medio de tanto daño,


aparezca también tanta posibilidad de bien?

El dolor tiene su Tabor.

La tiniebla total no existe;


siempre hay algo de luz.

No se llega al bien por el dolor,


sino también en el dolor;
como en la felicidad.
8. O. Wilde, Obras completas, Aguilar, Madrid 1943-75, p. 1314.

226 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

Ser feliz en la felicidad;


ser feliz en el dolor;
no a costa del dolor.

Sufrir o gozar no es ni bueno ni malo.

Lo bueno o lo malo nace de la persona que goza o sufre.

Por eso, hay enfermos que reconocen que su dolor les ha hecho bien.

El dolor es el arado que te abre los surcos


en los que cae la inesperada simiente,
que luego ves crecer.

En la pared blanca de la habitación del hospital


hay una ventana abierta al horizonte.

II

El sufrimiento es fuente de interrogantes.


También el gozo.
Pero, por desgracia, cuando se disfruta no se piensa.

Y se tiene más capacidad de pensar


en la salud que en la enfermedad.

El dolor crea un gran silencio interior


en el que van brotando los pensamientos, los sentimientos...

En el dolor se aprende lo que nadie enseña.

En la enfermedad se experimenta
la ineludible fugacidad de la vida.

El sufrimiento descubre
la cara “ocultada” de la vida.

MAIOR 227
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

III

El reto del dolor es el mismo que el del gozo:


crecer como persona.

Se puede vivir con tanta intensidad y sentido


cuando se está bien como cuando se está mal.

La enfermedad es tan connatural como la salud,


¿por qué no vivir con estilo en las dos situaciones?

A mal tiempo, buena cara.


A buen tiempo, mejor cara.

También en la enfermedad
se nos da la posibilidad de madurar como persona.

Para algunos será su última oportunidad.

Lo inteligente es vivirse a tope.

¿Cómo no tomarse en serio en medio de la enfermedad,


si puede ser la última ocasión de vivir la vida?

En la enfermedad no sólo se ven las orejas al lobo,


sino también el inmenso tesoro de la persona.

Si el dolor me madura como persona,


en este crecimiento encuentro el sentido;
como tiene sentido el fugaz bienestar
si me ayuda a desarrollarme.

La enfermedad es una crisálida


de la que siempre se puede salir con alas
–el último vuelo es preparado también por ella–.

228 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

Eran ayer mis dolores


como gusanos de seda
que iban labrando capullos...
¡De cuantas flores amargas
he sacado blanca cera!
¡Oh tiempo en que mis pesares
trabajaban como abejas!

Antonio Machado9

Aunque enferme el cuerpo,


la persona no enferma.

También cuando el cuerpo se debilita,


la persona puede fortalecerse.

IV

La enfermedad ayuda a quitarse la careta.

Uno es lo que aparece cuando sufre.

En medio del dolor es difícil disimular.

Cuando se cae enfermo se descubre


si uno está centrado en sí mismo
o pendiente de los demás.

En medio del sufrimiento


se puede hacer el ejercicio de desposeerse.

El dolor te desarraiga de todo,


menos de ti mismo.

9. A. Machado, e.1., pp.71-72.

MAIOR 229
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Yo más cerca del mí mío...


yo hacia dentro, al infinito.

Juan Ramón Jiménez10

La enfermedad desbarata el auto-engaño:


soy lo que he hecho de mí y lo que estoy haciendo.

El dolor derrite toda vanidad,


como a la mantequilla el fuego.

El dolor te devuelve a ti mismo.

En el sufrimiento aparece la persona con sus contradicciones.

El dolor produce clarividencia


y facilita el camino hacia uno mismo.

¡No corras, ve despacio,


que a donde tienes que ir es a ti sólo!

Juan Ramón Jiménez11

Cuanto más clara es la conciencia de sí,


tanto más grande es la tentación o la prueba.

En la enfermedad se ve
que no eres nada de lo que tienes.

En la salud uno está lleno de cosas;


en el dolor uno queda despojado.

En el dolor se muestra quiénes somos


y qué mueve la vida.

10. J. R. Jiménez, op. cit., p.284.


11. J. R. Jiménez, op. cit., p. 311

230 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

Si uno es egoísta
no hay más dolor que el suyo.
Tenemos la tendencia a dar vueltas en torno al propio dolor.

Se oye decir:
“Ahora estoy mejor que antes,
peor que esta mañana,
más dolorido que ayer
y temo por cómo estaré esta tarde”.

Vivir consciente y responsablemente el dolor


ahorma tanto a la persona
que puede producir gozo, armonía y paz.

Los pesares que tiene tu cuerpo...,


se te vuelvan alegrías.

Juan Ramón Jiménez12

El gozo del dolor


es el mismo gozo de la alegría de crecer como persona.

La fuente del placer está en el interior,


no en las sensaciones placenteras o desagradables.

El dolor también tiene su belleza,


como toda realidad humana fundamental
–grandes obras de arte dan testimonio de ella–.

El dolor también tiene su bondad:


desvela la calidad del corazón
–el dolor de los semejantes edifica a muchos–.
12. J. R. Jiménez, Baladas de Primavera III, Taurus, Madrid 1982, p.94.

MAIOR 231
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

El dolor también tiene su verdad:


pone delante la finitud del ser
–el dolor es escuela de sabiduría–.

En el dolor hay personas que se transfiguran


–¡cuántos no han cambiado radicalmente de vida!–.

El sufrimiento puede humanizar.

¡La sublime belleza del amor en el dolor!

¡Sería impensable tener experiencia humana sin felicidad,


como es impensable llegar a ella sin sufrimiento!

Por eso, la vida es un zig-zag de penas y de gloria.

La bondad, la verdad y la belleza del dolor


también producen un profundo placer.

El gozo del dolor no tiene por qué ser masoquismo.

Vivir con hondura todas las dimensiones de la existencia


supone la satisfacción del ser, su gozo profundo.

No hay que buscar el dolor para disfrutar,


sino gozar de la experiencia humana positiva
que depara el sufrimiento.

Esto es tan real,


que de un modo perverso
se puede llegar a buscar el placer por el dolor provocado.

Se puede beber la copa del gozo del vivir


tanto en la alegría como en la pena.

Somos tan complejos que tanto en el dolor como en el gozo


uno se puede sobrepasar.

Hay una orgía del dolor.

232 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

En el ser humano de lo sublime a lo aberrante


sólo hay un paso.

VI

“¡Todo se ve tan distinto!”, repiten los enfermos.

El dolor ayuda a valorar lo que te ha arrebatado.

En la enfermedad cada nuevo día


es un regalo inapreciable,
y también la luz y hasta el aire que se respira.

Cuando escapas de la enfermedad


se saluda “dando gracias”;
pero, cuando te vas distanciando del sufrimiento
otra vez caes en la rutina.

Tropezamos con la misma vida.

Las “ganas de vivir” se confunden con “curarse”;


se puede vivir ya aun estando enfermo.

El dolor ablanda;
es buena ocasión para comenzar a darnos otra forma.

Hay quienes después de sufrir se dedican a disfrutar de todo,


sin mirar bien dónde está la fuente del gozo.

El “vivir a tope la vida” se confunde


con “aprovechar la vida aprovechándose de ella”.

Después de la enfermedad tienes la intención de huir hacia adelante;


es todo lo contrario, hay que caminar hacia adentro.

MAIOR 233
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

La vida mal vivida enferma más que el cáncer.

Del dolor no se saca otro billete de viaje


que el de hacia sí mismo.
¡Éste es el verdadero crucero de placer!

La salud brota del corazón.


Está en ti, aunque estés enfermo.

Se repite: “Ahora todo me parece ya relativo”.


Pero, no hay que relativizar todo;
hay cosas más importantes que la salud.

Después de sufrir mucho


el verdadero disfrute sigue estando
en hacer el bien a los demás.

Después de curarse
la salud sigue estando en arriesgar la vida por los otros.

El propio dolor abre al dolor de los otros.

Lo tuyo, en comparación con lo de los demás,


es casi nada.

El dolor, desde la experiencia de la soledad,


potencia para encontrarse con el otro como distinto.

El sufrimiento propio se engancha, como un eslabón más,


a todo el sufrimiento de la humanidad.

En mi sufrimiento se realiza
el irremediable sufrimiento del mundo.

Se sufre en el mundo,
se sufre con el mundo,
se sufre por el mundo,
se sufre por ser mundo.

234 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

La pena hermana con los que más penan.

El dolor está abierto a la comunión.;


por eso se dice: “sufro por ti; recibo tu sufrimiento”.

¡Esa inmensa solidaridad en el dolor!

VIII

La enfermedad rompe lo que resta de la omnipotencia infantil


y te invita a tener suma paciencia.
Por mucho que patalees, llores o llames a tu padre,
si no te curas, no te curas.

El dolor te muestra
que no hay regazo materno
ni brazo paterno que te ayuden.

El dolor es el cuchillo
que corta definitivamente el cordón umbilical.

El sufrimiento madura
porque hace morir al “niño” que exige la ayuda de fuera.

En la enfermedad se termina de nacer,


pues te arroja a la experiencia radical de la soledad.

La enfermedad te descabalga de la fantasía


y te planta en el abrupto suelo de la realidad.

Si en la enfermedad se continua siendo “niño”,


se vive nervioso e impaciente,
exigiendo remedios inmediatos.

MAIOR 235
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

El sufrimiento extremo te pone en la pista


de poder confiar sin infantilismo.

La enfermedad es un “des-vientramiento”.

IX

Allí donde hay dolor hay terreno sagrado;


algún día te darás cuenta de lo que esto
significa

R. Hart Davis13

La enfermedad consagra la limitación humana.

La razón tiene un límite.


La voluntad y la libertad tienen un límite.

El deseo tiene un límite.


El poder tiene un límite.

Miro mi gota de sangre... y observo... la efusión de la vida en la muerte,


de la muerte en la vida. Qué presto a desnudarme en la nada... Soy agua en
una cesta, fardo de lluvia que gotea muerte por todas partes.

Francisco Umbral14

En la línea última del límite


se entrevé el abismo de lo ilimitado.

Como un pozo que llega al cielo.

Francisco Umbral15

13. R. Hart Davis, O. Wilde, Correspondencia, Siruela, Madrid 1992, p.240.


14. F. Umbral, op.cit., p.126.
15. F. Umbral, op.cit., p.202.

236 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

En las situaciones extremas


uno se puede asomar a lo que nunca vió.

Al mirar al abismo, atentamente y con valor,


muchos hemos sentido un estremecimiento.

No es extraño que en la enfermedad


muchos se abran a lo que siempre estuvieron cerrados.

¿Se vislumbra el “más allá” por miedo


o te encuentras con lo indecible
en el mismo límite de tu finitud?

Nos hemos hecho para vivir con salud;


al aparecer la enfermedad
tenemos que hacernos para vivir con ella.

La enfermedad seria exige un nuevo nacimiento.

Con ella se inaugura


un nuevo modo humano de vida.

Por eso muchos enfermos renacen.

Con la experiencia de la enfermedad finaliza el alumbramiento.

Alumbramiento que culmina en la acción de “morirse”.

El que sale de la enfermedad como entró,


no ha renacido.
¡Qué oportunidad perdida!

MAIOR 237
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

XI

Cuando se sufre, todo ser se pone en carne viva.

Con el dolor se disparan todas las señales de alerta.

¡Nunca se tiene tanta sensibilidad,


ni tan despiertos los sentidos!

En el dolor se percibe de tal manera el amor


que se es capaz de llorar por amor a los otros que padecen por mí.

Las muestras de cariño emocionan.

El sufrimiento barre las represiones


para que salgan espontáneamente los sentimientos.

En el dolor se vive la unidad del ser:


sufre el cuerpo, sufre el espíritu.

DOLIENTE CON MI DIOS DOLIENTE

Siempre buscando a Dios entre la niebla.

Antonio Machado16

Nunca me parece Dios tan débil


como en mi propia debilidad.

16. A. Machado, op.cit., p.68.

238 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”


–Y ¿por qué me iba a abandonar?

Si en la salud estaba presente,


¿por qué pienso que no lo está en la enfermedad?

¿O es que sólo se ve a Dios cuando todo va bien?

El ser humano está tan solo y abandonado


en la salud como en la enfermedad.

Cuando se sufre, la soledad está más clara.

Dios mío, en todo momento presencia-ausente.

Y pregunto hacia la tiniebla:


¿por qué nos has abandonado?

José Mª. Valverde17

II

Dios está con el hombre


como es: débil, limitado, solo, abandonado;
de lo contrario nos rompería.

Dios respeta y ama la finitud de lo limitado.

Dios no libera al hombre de serlo


–lo quiere hombre–.
Le ayuda a que sea lo que es.

17. J. M. Valverde, Poesías reunidas, Lumen, Barcelona 1990, p.275.

MAIOR 239
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

El hombre es esa posibilidad infinita que Dios posee


de llegar a ser también lo otro distinto de él.

Somos de Dios lo distinto de Dios.

Dios ha devenido hombre


y no puede ya sino ser el Dios feliz con el que goza,
el Dios doliente con el que sufre.

Dios, en la enfermedad,
no puede hacer con nosotros otra cosa
que amarnos amándose
y, por lo tanto, respetar lo que somos.

Mi mismo sufrimiento acontece en el seno de Dios.

Nuestra historia humana es a la vez historia divina.

No sé si esto es un consuelo;
pero, no incordia a Dios
y nos respeta a nosotros.

Dios no sólo compadece con mi dolor;


mi dolor es su dolor.

Yo, en mi fragilidad,
soy debilidad de Dios.

Dios recorre todo mi camino


–su camino humanado–
hasta la muerte.

Mi muerte también acontece en él

Dios está en la soledad extrema de mi cama,


no como un simple “otro” que enjuga mi sudor,
sino como lo más radical e íntimo de mí.

A Dios se le vislumbra en la debilidad.

240 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

A Dios se le abraza en la fragilidad;


aunque cuando aprietas los brazos
tengas la sensación de no abrazar nada.

Lo más desprovisto de lo humano,


llega a ser la máxima manifestación de Dios
–hasta ahí ha llegado–.

También se puede descubrir a Dios en ti enfermo.

El vaciamiento de Dios en el vaciamiento humano.


¡Cuanto más hueco, más Dios-donado!

Porque Dios deviene debilidad, vaciamiento, oquedad.

Por eso, Dios no llena el hueco humano


de la soledad y la finitud.

... en soledad conmigo


................ mi sólo
Dios, tú la inmensa soledad del hombre.

Dámaso Alonso18

El Dios-compañero “es” a la vez hombre en soledad.

El Dios-presente “es” a la vez hombre abandonado.

Dios palidece
con la blancura mortal de quienes tanto sufrimos.

En el sufrimiento más intenso todo se desdibuja;


hasta Dios pierde su rostro y su nombre.

Asumir la ruptura de todas las representaciones de Dios,


aun la más legítima –Padre–,
es el culmen de la fe, el amor y la esperanza.

18. D. Alonso, Hombre y Dios, Espasa Calpe, Madrid 1959, p. 144.

MAIOR 241
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

A Dios se le reconoce como Dios


cuando no se le puede asir de ninguna manera
y, a pesar de todo, uno se le entrega con todo su ser.

¡No le des la mano, que no te agarra!


¡Ámale loca y desesperadamente!

Su palabra es el silencio
–largo y profundo silencio
que no puede llenar sonido alguno–.

Hombre es amor, y Dios habita dentro


de ese pecho y, profundo, en él se acalla.

D. Alonso19

Dios: el más herido con mi herida.

III

En la enfermedad se puede pretender dominar a Dios


como en ninguna otra circunstancia de la vida.

Me sorprendo coaccionándole;
pretendo ofrecerle mis sufrimientos
para que me premie y me cure.

Dios no tiene nada que ver


con el origen directo de mis padecimientos.

Dios no me curará nunca de mi enfermedad.

Me curaré, si me curo; del mismo modo que caí enfermo.

Si Dios no me manda la enfermedad, tampoco la salud.

19. D. Alonso, op.cit., p.123.

242 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

No quiero ningún milagro;


te quiero a ti.

Dios me concede la posibilidad de vivir y de crecer,


también en el dolor.
A Dios le pido lo mismo que él me da y quiere:
poder ser persona en la salud y en la enfermedad.

En la limitación estoy llamado a ser lo que me han dado.

Dios no me puede liberar de mí mismo.

No le pido que me libere de la enfermedad,


porque no me la envía.

Le pido comunión con él, conmigo y con los demás.

Hágase tu voluntad.

Lo que Vos queráis, Señor;


sea lo que Vos queráis.
Si queréis que, entre las rosas,
ría hacia los manantiales
resplandores de la vida,
sea lo que Vos queráis.
Si queréis que, entre los cardos,
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
sea lo que Vos queráis.
Gracias si queréis que mire,
gracias si queréis cegarme;
gracias por todo y por nada.;
sea lo que Vos queráis.
Lo que Vos queráis, Señor,
sea lo que Vos queráis.

Juan Ramón Jiménez20

20. J. R. Jiménez, Segunda antología poética, op.cit., p.149.

MAIOR 243
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

IV

¿Por qué intenta uno recordarle a Dios todo lo que ha hecho por él,
cuando se encuentra enfermo?

¿Por qué busca uno en el mal que haya podido hacer


la razón de su desgracia,
como si el sufrimiento fuera un castigo?
Dios no castiga, ama.
Dios no juzga, ama.
Dios no rechaza, se entrega.
Dios no se venga, perdona.

La culpa sana sirve para convertirse


no para ser la razón de la enfermedad.

¿Por qué se pretende reparar o expiar a Dios


con la ofrenda del propio dolor?

¿Por qué uno duda que Dios sea bueno


cuando está malo,
siendo así que veía a Dios como bueno
cuando todo le iba bien?

Si alabo a Dios en la dicha,


¿por qué no soy capaz de bendecirle en medio del dolor?

¿Qué idea tengo de Dios para que llegue a preguntarle:


“qué he hecho yo para merecer esto que tú me envías”?

¿Qué hay en mí para que en beneficio propio


sea capaz de manipular aun lo más sagrado?

244 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

El crucifijo de la cabecera de la cama del hospital


habla cuando le miras.

Entre él y el enfermo hay una complicidad;


más honda que la comunión eucarística.

Él está recortado sobre la pared blanca


y yo sobre la blanca sábana.
Los dos crucificados en la misma cruz hermana.

Entre él y yo hay una unión sin palabras.

Él vive lo que yo
y yo vivo lo que él viviera.

El dolor del Crucificado


hace común todo el dolor humano.

Todos sufrimos en distintos tiempos y lugares,


pero de la misma manera.

Él, tendido en la pared;


yo colgado de la cama.

Los dos atados de pies y manos


por el sufrimiento impuesto desde fuera.

Los dos llamados a amar libremente,


entregándonos al destino que nos ama y mata.

Mirarle, consuela;
–no es consuelo de tontos;
es presencia mutua bienhechora–.

En él se remansa todo el dolor de la historia


y una chispa de esperanza.

MAIOR 245
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

El Crucificado es el Hombre
que, en el dolor, se rompe con la explosión de la Vida.

El Jesús Crucificado es la Luz


de todos los silencios del dolor,
de todos los silenciados doloridos.

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?...


Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas...
... Que eres, Cristo, el único
Hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica ésa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida,
por Ti, el hombre muerto que no muere,
blanco cual luna de la noche...
vela el Hombre.
desde su cruz...
vela el Hombre sin sangre...
vela el Hombre que dio toda su sangre
porque las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
...
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo,
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,

246 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

¡oh noche, madre de los blandos sueños,


madre de la esperanza, dulce Noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!

Miguel. de Unamuno21

YO SUFRO EN MEDIO DE LOS OTROS

El enfermo ha de caer en la cuenta


que su familia es una “familia de enfermo”.

En toda enfermedad los que peor lo pasan


son los que están próximos al paciente

El enfermo vive su sufrimiento y sabe por dentro lo que le pasa;


la familia está fuera y en vilo.

El enfermo está en su cama, ocupado en curarse;


la familia está en el hospital, incómoda y aburrida.

A los familiares les corroe la incertidumbre.

Los más cercanos padecen el mal humor de su enfermo


–¡con quién si no se iba a descargar tanta pena!–

El enfermo desinstala.

Cuando un enfermo se cura, la familia descansa.

Si se muere escriben: “Descanse en paz”.


Pero, se debería decir: “Descansamos en paz”.

21. M. de Unamuno, El Cristo de Velázquez, Espasa Calpe, Madrid 1967, pp.16-18

MAIOR 247
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Después de una enfermedad padecida con los tuyos,


los lazos familiares son más que biológicos.
¡Hay tanto amor en tanta ida y venida!
Sin ese amor la enfermedad sería insoportable.
Cuando te quieren en medio del dolor
las miradas son caricias
y las caricias ojos que te penetran el corazón.
–En medio del sufrimiento, del otro sólo se espera amor.

Tú me mirarás llorando
–será el tiempo de las flores–
Tú me mirarás llorando
y yo te diré: No llores.

Mi corazón, lentamente,
se irá durmiendo... Tu mano
acariciará la frente
sudorosa de tu hermano...

Tú me mirarás sufriendo,
yo sólo tendré tu pena;
tú me mirarás sufriendo,
tú, hermana, que eres tan buena.

Y tú me dirás: ¿Qué tienes?


Y yo miraré hacia el suelo.
Y tú me dirás: ¿Qué tienes?
Y yo miraré hacia el cielo.
Y yo me sonreiré
–y tú estarás asustada–
y yo me sonreiré
para decirte: No es nada...”.

J. R. Jiménez22

22. J. R. Jiménez, e.1., pp. 100-101.

248 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

II

¿He pensado que la enfermera que entra sonriente en mi habitación


puede tener graves problemas en su vida?

El que sufre también puede pensar en el que le alivia.

Hay que admitir, con comprensión, el fallo de los demás;


aunque sea grave.

Porque pago, mi único derecho no es sólo el exigir.

Muchos trabajadores del Hospital


no trabajan sólo para cobrar un sueldo.

Lo que hacen tantas enfermeras,


nunca se podrá pagar con el sueldo que cobran.

¿A qué viene tanta impaciencia?


No soy el único enfermo al que tienen que atender.

Mientras se sufre, también sigue siendo válido:


“hacer el bien al que te hace el bien”.

El que sufre no sólo debe ser servido;


también puede ser servidor de los servidores.

Por los Hospitales la bondad se derrama a chorros.

¡Esas dos manos con bata blanca


llevan en vuelo tanta esperanza!

MAIOR 249
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

III

Bien sabe el médico que el enfermo está en sus manos!

El enfermo sólo puede hacer una cosa por sí mismo:


confiar y colaborar.

¡Nunca maldigas la mano que te cuida!

El médico se puede equivocar;


pero, no niegues tu enfermedad
acusando al médico de haberse equivocado.

No traspases tu angustia al médico


atosigándole a preguntas.

Después de recibir la visita del médico,


¡Se experimenta tanta paz!

La bondad del médico es más curativa que la medicina recetada.

El médico hace bien con su sola presencia.

Pero, el médico no es la tabla de salvación;


el enfermo es un náufrago.

IV

El acompañante del enfermo ha de tener la palabra “justa”


y el silencio “largo”.

Junto al enfermo se está como María:


al pie de la Cruz y sin decir palabra.

¡Dichosos los que son capaces de permanecer en silencio


junto al dolor de los demás!

250 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

La presencia discreta es la máxima palabra.

Si el dolor deja mudo,


todo intento de pronunciar palabra es vano.

Hay que ser comprensivo con quienes te visitan;


el dolor descoloca y conduce al ridículo.

–”No sé qué decirte”


–”No digas nada”.

Cuando te dicen algo, hay que recibirlo como un acto de amor;


aunque te digan tonterías.

El que da consejos, pierde el tiempo.

Antes de visitar a un enfermo


hay que saber si desea ser visitado.

Al visitar a un enfermo hay que pensar


en los otros enfermos que están junto a él.

La visita a un enfermo “propio”


puede ser una tortura para el enfermo “ajeno”.

Pero no quiero hablar... No quiero decir. Quisiera besarte.


Echado a tu lado, besarte casi sin que me sintieras,
como una templanza olorosa,
que me respiraras y sonrieras, que dulce alentaras.
Que no te dieras cuenta y así aspirases
un aire que entre mis caricias muy hondo te entrara
y tú sonrieras, y tus labios se colorearan y tus ojos brillasen...
Y así sin quitarme,
sin nunca quitarme,
la vida, poco a poco,
volviera.

Vicente Aleixandre23

23. V. Aleixandre, Enferma, Antología total, Seix Barral, Barcelona 1977, p.345.

MAIOR 251
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

El enfermo tiene el derecho


a enterarse claramente de todo lo que le pasa.

El primer interesado en el diagnóstico y evolución es el enfermo.

Uno ha de tomar, también en la enfermedad, las riendas de su vida.

Los familiares creen que el enfermo va a reaccionar como ellos,


que no están enfermos;
–el enfermo reacciona como tal, no como sano–

No hay enfermo sensato


que no reaccione bien ante el conocimiento de su problema.

Todos consideran esa reacción como “ejemplar”,


porque creían que reaccionaría mal.

Si el paciente está en la inopia o engañado,


¿cómo va a colaborar con todas sus fuerzas?

¿Por qué en situaciones tan decisivas


se le oculta al enfermo lo que más le importa?

Los médicos que hablan claro al enfermo son buenas personas.

En las consultas debería colocarse un cartel:


“Este Doctor dice las cosas claras”.

A mí me las dijeron
y continúo estando agradecido.

Entre el médico y el enfermo


se ha de establecer una complicidad:
los dos van a colaborar en la misma tarea.

Hay quienes piensan que el enfermo es tonto y no se entera.

252 MAIOR
A p r e n d e r a v i v i r c o n e l p r o p i o d o l o r

El que sabe si va bien o mal, si se cura o empeora,


es el enfermo.

Al enfermo terminal se le oculta su fin,


porque si supiéramos que lo sabe no podríamos aguantar su mirada.

Las situaciones irremediables nos aterran.

Se cree que porque uno sepa lo irremediable de su mal,


no va a seguir luchando por curarse.
¡Crasa equivocación!

¿No nos damos cuenta que hasta el último suspiro


es un lucha por sobrevivir?

Los familiares que ocultan la gravedad de la enfermedad,


cierran un cauce de comunicación singular y, quizá, último.

Pretender que uno muera sin darse cuenta,


es un acto de inhumanidad.

“¡Murió sin darse cuenta!”, dicen orgullosos.


¡Qué tristeza!

Debería haber un última voluntad que pidiera:


que de la enfermedad y de la muerte no nos oculten su verdad.

(Quien) puede hablar en primera persona y decir en voz alta “voy a morir” no
sufre muerte como paciente, sino que la vive como sujeto... Aquel a quien se le
permite decir “voy a morir” se le da la oportunidad de ser actor de su despedida.

M. de Hennezel, La muerte íntima24

24. M. de Hennezel, La muerte íntima, Plaza & Janés, Barcelona 1996, p. 43.

MAIOR 253
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL

Escribe en frases cortas:


1) Cómo percibes el sufrimiento de los demás.
2) Tus fantasías sobre el dolor propio.
3) Tu propia experiencia del sufrimiento.
4) El lugar y el trato que le das a Dios en medio del sufrimiento
propio y ajeno.
5) Tu reacción, tus actitudes y comportamiento ante la enferme-
dad y el sufrimiento de los demás

254 MAIOR
Aprender a convivir
en pareja
Mª. José Carrasco

13
“El amor ha de ser aprendido y
reaprendido; nunca existe final”

Katherine Anne Porter

“Lo que ha de durar una eternidad,


ha de tardar otra en hacerse”

Baltasar Gracián

CONSIDERACIONES PREVIAS

Es un hecho evidente que los seres humanos a lo largo de sus primeras eta-
pas de vida adquieren numerosos recursos y habilidades con el objetivo de
llegar a ser adultos maduros y responsables. En el tema de las relaciones
interpersonales, desde la infancia aprendemos a comunicarnos con los
demás, a establecer relaciones de amistad, a relacionarnos con los compañe-
ros del aula y posteriormente con los compañeros de trabajo. En el ámbito
laboral, por ejemplo, hay una constante preocupación en la búsqueda de
recursos y posibilidades que proporcionen el mejor rendimiento de los indi-
viduos ya que se ha constatado que unas relaciones cordiales y agradables
dentro del grupo son un buen caldo de cultivo para un trabajo eficaz y fecun-
do. Surgen así departamentos de “recursos humanos” orientados a prevenir
y allanar las posibles dificultades, y nadie se extraña de ello.
Cuando nos centramos en el mundo de las relaciones de pareja se pone de
manifiesto la dificultad existente para poder llevar a cabo algún tipo de pre-

MAIOR 257
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

paración que posibilite la adquisición y/o potenciación de aquellas habilida-


des necesarias para llevar adelante una relación íntima. Los intentos de los
progenitores u otras personas cercanas, orientados a alertar, aconsejar o pre-
venir, suelen ser vividos frecuentemente por las parejas recién formadas
como experiencias que no tienen nada que ver con su nueva vida, un tanto
alarmistas y pesimistas y cargadas de un subjetivismo que, en cierta forma,
pone en tela de juicio las claves que se quiere proporcionar. Por otro lado
cuando la fuente de información proviene de foros más objetivos o profesio-
nales las parejas viven sus consejos, recomendaciones o reflexiones con un
cierto escepticismo e incredulidad, tachando este tipo de acercamiento de
algo frío, mecánico e incluso ridículo, que no tiene en cuenta la gran premisa:
“Nosotros nos queremos”, lo que para ellos es garantía de éxito.
La pareja, pues, cuando decide convivir afronta un espacio de relación en
el que entra cargado de ilusiones y buenos deseos: la cotidianidad, únicamen-
te posible en una convivencia estable. El vivir juntos supondrá un aprendiza-
je cotidiano en donde dos personas tienen que aprender a desenvolverse,
desarrollarse y acoplarse para que, entre ambos, formen un conjunto enri-
quecedor, regulado por el empeño mutuo en compartir una felicidad, que
requiere conjuntar armoniosamente la búsqueda de felicidad personal y el
deseo de felicidad para el otro.
Para muchas parejas el inicio de esta vida en común está unido a las difi-
cultades que la nueva situación les plantea. Empiezan a ser fuente de conflic-
tos aquellas diferencias entre los cónyuges que anteriormente habían sido
fuente de atracción; por ejemplo, una forma de actuar distante e indepen-
diente, atractiva en el noviazgo por el reto de la conquista, se convierte en
tema de discusión cuando sigue dándose durante la convivencia. Se pone a
prueba la capacidad que cada uno tiene para aceptar compromisos, al no ser
posible arreglar todas las divergencias según los criterios personales. Las
parejas, durante el noviazgo, suelen funcionar cediendo uno u otro ante las
pequeñas o grandes divergencias que aparecen, pero esta estrategia no es una
buena guía para conformar la vida en común.
Además, la convivencia permitirá valorar al otro desde un punto de vista
más ajustado a la realidad. En ocasiones, los novios interpretan como algo
pasajero y transitorio, no representativo de la forma de ser de su pareja, aque-
llas pautas de comportamiento vividas como no deseables, problemáticas o
conflictivas (por ejemplo, gastos desmesurados e incontrolados de dinero, un
consumo excesivo de alcohol, un comportamiento irascible o violento), resul-
tado de una situación de malestar ocasional o producto de unas circunstan-
cias particulares a las que la vida en pareja pondrá fin. Posteriormente, en la

258 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

convivencia, estos comportamientos se revelan como algo permanente y esta-


ble, que requieren su afrontamiento por las disputas que generan. Surge,
pues, el choque entre las expectativas y la vida cotidiana. Ya no es posible lle-
var a cabo únicamente conductas agradables para el otro. Aparecerán los
momentos de irritación, de desagrado, las “manías” personales, los enfados,
los períodos de tensión y malestar. Por todo ello, es necesario que se lleve a
cabo una serie de reajustes, que se encauce la relación por unas vías que posi-
biliten a ambos miembros de la pareja crear un espacio en el que desarrollar
su intimidad de manera satisfactoria. Lazarus, en su obra sobre mitos marita-
les dice: “los matrimonios felices se afirman sobre la capacidad de negociar,
transigir y evitar roles rígidos o imperativos categóricos. Esto presupone un
grado de madurez, donde ambos aceptan responsabilidad por su propia feli-
cidad” (Lazarus, 1983).

FACILITANDO LA CONVIVENCIA

No sabrás lo que valgo hasta que no pueda ser,


junto a ti, lo que soy.

Gregorio Marañón

Aunque existe una creencia bastante arraigada que basa la felicidad o infe-
licidad de una vida en común en cuestiones relacionadas fundamentalmente
con la compatibilidad e incompatibilidad de los cónyuges, las investigaciones
y estudios llevados a cabo para contrastar esta hipótesis muestran que el éxito
de una relación no se basa tanto en las similitudes y diferencias entre los cón-
yuges sino en cómo se manejan estas diferencias cuando surgen. En la convi-
vencia cotidiana se pueden poner en marcha dinámicas que enriquecerán y
afianzarán la relación, frente a otras que la minarán y deteriorarán. Dentro de
esas dinámicas, la comunicación, el cuidado mutuo y la reflexión personal
ocupan lugares preferenciales.

La comunicación
Los problemas de comunicación son una de las principales quejas que pre-
sentan las parejas con relaciones maritales insatisfactorias. Feliu y Güell
comentan a este respecto: “La comunicación es la vía de entendimiento entre
dos personas”. Sin embargo, puede convertirse en la vía por la cual logren

MAIOR 259
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

crisparse mutuamente los nervios” (Feliu y Güell, 1992). A lo largo de su vida


en común, los cónyuges deben aprender a cooperar, a transigir, a tomar deci-
siones solidarias; tienen que ser capaces de expresar sus deseos, sus necesi-
dades, sus sentimientos. El diálogo, que en las primeras etapas de noviazgo
juega un papel fundamental en la experiencia de conocerse, a veces ocupa un
lugar secundario cuando la pareja comienza a convivir. La rutina y las nece-
sidades del día a día hacen que se vayan abandonando esos momentos en los
que ambos miembros de la pareja comparten sus experiencias, sean estas rele-
vantes o triviales. En otras ocasiones, las dificultades o trabas que los com-
portamientos de uno u otro cónyuge ponen al proceso de charla, para que
ésta sea gratificante y placentera, hacen que sean cada vez menores los
momentos dedicados a esta actividad. Así, un cónyuge charlatán, que deja
poco espacio para que el otro hable, puede transformar la conversación en
largos monólogos en los que las intervenciones del otro sirven básicamente
como pie para seguir manteniendo el turno. O uno de los cónyuges puede
adoptar un papel pasivo, permaneciendo en un mutismo más o menos pro-
longado, ya que “no tiene nada interesante que contar”, y se encierra en sí
mismo desarrollando actividades incompatibles con la charla como ver la
televisión, leer la prensa o escuchar la radio. En ambos casos es muy proba-
ble que las ocasiones de charla y conversación distendida, en donde se com-
partan aspectos de carácter íntimo y revelador, sean cada vez menores, cen-
trándose el diálogo en temas relacionados con reparto de tareas, planificación
de actividades u otros aspectos de carácter meramente funcional.
Es pues necesario que la pareja busque y reserve determinados momentos
en los que puedan dedicarse el uno al otro sin interrupciones. Estos ratos pue-
den ser breves en algunas ocasiones y más largos en otras, pero sí conviene
que tengan asiduidad. La existencia de estos períodos de conversación, sin
que sea necesario que se traten temas especialmente relevantes o profundos,
sino más bien vividos como un ponerse al corriente de lo cotidiano, facilitará
el abordar temas más personales o conflictivos cuando sea necesario. Estas
charlas, en su intrascendencia, permiten además el rodaje de aquellas habili-
dades que cobran una especial importancia cuando la pareja discute asuntos
más problemáticos por suponer, por ejemplo, un enfrentamiento entre ambos.
Entre las habilidades que favorecen el diálogo y la comunicación está el
desarrollo de una escucha activa, en donde el interlocutor atiende a lo que se
le está transmitiendo, dando señales, tanto verbales como no verbales, de que
se está siguiendo la charla. Esto implica asentir, resumir, preguntar solicitan-
do más información o pedir aclaración sobre la que se tiene. No se da este tipo
de escucha cuando los diálogos de los cónyuges transcurren en paralelo y el

260 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

final de la intervención de uno es el pie para el inicio del monólogo del otro.
No hay conexión entre una información y la siguiente. El cónyuge, cuando su
pareja termina de hablar, comienza a su vez con un “por cierto...”, que da
lugar a que el otro en su turno diga: “ahora que me acuerdo...”. En la charla
de la pareja no hay nada que refleje que los cónyuges se han escuchado, la
información rebota y no es recogida. Al escuchar realmente, uno se interesa
por lo que el otro transmite y ese interés se refleja en su intervención. Ya lle-
gará su turno cuando en la conversación se desplace el punto de mira y ahora
sea el otro, fundamentalmente, el que escuche y atienda.
Es importante resaltar que este tipo de habilidad se combina, de manera
especial, con un reparto equitativo del tiempo de habla. En un intercambio de
información, el que las dos partes dispongan de tiempo para exponer sus
posiciones y que cada uno pueda escuchar relajadamente al otro es funda-
mental. Cuando esto no es así y uno de los cónyuges monopoliza la conver-
sación, el otro se siente desplazado y puede intentar interrumpir para poder
expresar su parecer. Esto, a su vez molesta al que habla, que no se siente escu-
chado y repite de nuevo su discurso en busca de una mayor aclaración, lo que
en muchos casos supone la renuncia del otro a expresarse y en consecuencia
la desconexión de lo que se le está contando, confirmando la opinión del otro
de que no se le entiende y así hasta el infinito. Si un cónyuge manifiesta que
su pareja es muy callada y que no habla, conviene reflexionar sobre el propio
comportamiento.
Un tercer elemento importante en la comunicación hace referencia al con-
tenido del mensaje, es decir la manifestación clara, honesta y directa de las opi-
niones, deseos y sentimientos. La charla se enriquece cuando se abordan aspec-
tos personales, emitiéndose pareceres u opiniones, sin dogmatismos ni des-
calificaciones frente a otras posiciones discordantes, procurando no actuar
como un conferenciante que se limita a dar su lección magistral o como un
“terapeuta” que, cuando su pareja le cuenta algún problema o dificultad,
rápidamente emite su diagnóstico junto con una exposición detallada de los
pasos a seguir. Existen parejas en las que uno, o ambos cónyuges, parten de
la premisa de que el otro tiene que poder adivinar lo que necesita, le gusta o
disgusta, desea, le molesta o quiere. Los cónyuges con este tipo de creencia
suelen, además, complementarla con una dificultad importante para comuni-
car sus aspectos más íntimos y personales por lo que colocan a las personas
que conviven con ellos en una situación de indefensión. El fracaso es vivido
por ambos de manera negativa y frustrante, generándose sentimientos de
enfado, tristeza e incomprensión. Sólo puede darse “adivinación” cuando se
complementa con un buen proceso de comunicación entre ambos cónyuges.

MAIOR 261
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

El cuidado mutuo
Toda relación de pareja se enfrenta, con el paso del tiempo, a una dismi-
nución del valor gratificante de aquellas actividades que, en su inicio, eran
vividas como placenteras. El fenómeno responsable de esta situación es la
habituación. En la medida en que una pareja no altere su repertorio para com-
petir con el desgaste y se aferre a sus rutinas iniciales, sus interacciones irán
progresivamente volviéndose aburridas y monótonas. Esto afectará a cual-
quier área de la relación como el intercambio de información, las actividades
lúdicas o las relaciones sexuales. Una vida marital satisfactoria lleva a la bús-
queda de actividades que puedan ser compartidas de manera satisfactoria por
ambos cónyuges, que posibiliten momentos de diversión, de descanso y de
placer. El sociólogo Francesco Alberoni ha escrito: “intentar cosas nuevas a dúo
es una forma de recrear el estado de enamoramiento” (Alberoni, 1994).
Conviene, además, por agitada que sea la vida que lleve la pareja, que en
la convivencia se promueva la oportunidad de complacerse mutuamente con gene-
rosidad y consideración. El hacer pequeños favores, ofrecer ayuda, pensar en
pequeños detalles cotidianos que facilitan el día a día y ponerlos en práctica,
irán dando forma a una vida en pareja grata y estimulante. Es importante
aquí tener en cuenta dos consideraciones. Por un lado, las personas tienen
tendencia a dar lo que desean recibir y se olvidan de las preferencias del otro.
Es necesario por lo tanto colocarse en el lugar del otro y ofrecer aquello dese-
able o apetecible para el cónyuge. En segundo lugar, hay que recordar que lo
más apreciado suele ser lo inesperado y no solicitado. No se requieren gran-
des gestos o sacrificios en esta búsqueda de la sorpresa y la demostración de
amor; pequeños actos cargados de afecto y hechos pensando en la pareja
darán a la relación un empuje vivificador y confortante.
Además, dentro de este cuidado mutuo, es importante que los cónyuges
estén atentos para no confundir espontaneidad con descortesía y malos moda-
les. Algunas personas piensan que en el matrimonio la consideración y corte-
sía, que se considera necesaria en toda relación social, dejan de tener impor-
tancia por lo que emiten conductas que suelen tener un impacto negativo en
la convivencia. Comportamientos del tipo: interrumpir al cónyuge cuando
está contando una anécdota para “dar su versión”, corregir algún fallo o des-
liz del cónyuge en público o comentar “jocosamente” con familiares o amigos
los errores o despistes cometidos por nuestra pareja, suelen ser vividos por el
otro con irritación y desagrado. Cómo señala Cáceres: “no importa la intención
con que hacemos las cosas, sino su impacto en el otro” (Cáceres, 1986). La cortesía y
el respeto, dispensados al otro desde el afecto y el cariño, son algunos de los
ingredientes básicos a considerar para una convivencia gratificante.

262 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

Una última consideración a tener en cuenta y que juega un papel impor-


tante en la convivencia es el valorar, alabar, resaltar y comentar de forma aprecia-
tiva todos aquellos aspectos de nuestro cónyuge que nos agradan, complacen
y satisfacen. “La admiración es tan preciosa en las relaciones amorosas y humanas
porque significa un reconocimiento de nuestros valores, de nuestro ser” (Gaja, 1994).
Mientras que en las primeras etapas del noviazgo es frecuente que ambos
miembros de la pareja muestren al otro su admiración y se intercambien con
frecuencia elogios y alabanzas, este tipo de comportamiento decae en la con-
vivencia diaria. Parecería que ya no es tan necesario transmitir al otro lo posi-
tivo, a la vez que se considera imprescindible señalar aquellos funcionamien-
tos valorados como negativos, lo que supone un aumento de las críticas junto
con la disminución de las alabanzas. Recordar al otro todos aquellos aspectos
que nos atraen de él, focalizando nuestra atención en lo que es motivo de
orgullo y transmitiéndoselo, crea un marco afectivo de valoración y aprecio
en el que los comentarios negativos y las críticas serán aceptados mejor ya
que se transmiten desde la aceptación y el respeto.

La reflexión personal
La vida en pareja supone el acomodo de dos individualidades de tal forma
que entre ambos conformen una convivencia satisfactoria. En este proceso de
construcción es conveniente que cada miembro dedique algún tiempo a valo-
rar, de forma individualizada, su forma de actuar en la relación, sus reaccio-
nes y sentimientos ante los comportamientos del otro, qué espera de esa rela-
ción y de su cónyuge, qué proporciona a la relación y al cónyuge, de tal forma
que de ese examen puedan surgir algunas revelaciones que proporcionen luz
y sirvan de ayuda en este proceso de construcción de la relación, que obliga
a tomar en cuenta a la otra persona a la vez que se renuncia a cierto grado de
control autónomo sobre la propia vida.
De entre todos aquellos aspectos personales que pueden ser objeto de
reflexión y análisis, merece la pena destacar, por su relevancia, las expectativas
y creencias que se pueden tener respecto a la relación y al cónyuge. Las creen-
cias poco realistas acerca de la relación son un predictor potente de conflicto
en la pareja cuando son inflexibles, dictan funcionamientos imposibles de
mantener y son tan extremas que su cumplimiento lleva implícito un alto
coste para la persona. Algunas parejas con relaciones conflictivas mantienen
creencias del tipo: “Cualquier forma de desacuerdo es destructiva”; o “Si hay
verdadero amor no debe haber comportamientos desagradables”; o “Mi pare-
ja, si me quiere, debería de conocer de forma intuitiva mis necesidades y sen-
timientos”. Muchas de estas creencias están apoyadas en la no aceptación del

MAIOR 263
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

otro como alguien diferente, distinto, con virtudes y defectos, confundiendo


amor con fusión y considerando al otro, no como un ser separado, sino como
una prolongación de uno mismo. “Los debe y no debe constituyen un muro
que protege al cónyuge de sentirse vulnerable” (Beck, 1990). La convivencia
proporciona la posibilidad de ir ajustando estas expectativas a la realidad,
con el consiguiente desaliento en algunos casos y el placer y la satisfacción en
otros. Cuando esto no ocurre así y se intenta ajustar la realidad a las expecta-
tivas, la vida en común se convierte en un campo de batalla empapado de
frustración, recelo y hostilidad.
Junto con las creencias y las expectativas otro tema importante que puede
ser objeto de reflexión es la responsabilidad emocional. Uno de los aspectos más
valorados en toda relación de pareja, y que juega un papel vital en la creación
de una unión estable y satisfactoria es el del apoyo emocional que los cónyu-
ges se dispensan entre sí. A través de este apoyo los cónyuges saben que pue-
den contarle al otro sus problemas, temores o dificultades con la seguridad de
que se es comprendido. En las parejas en las que no se desarrolla este senti-
miento de apoyo, de comprensión, los cónyuges se vuelven distantes, alejados,
con sentimientos de desconfianza y de recelo. Para poder prestar este apoyo y
ayuda de la manera más eficaz posible es necesario que cada cónyuge sea
capaz de mantener la suficiente distancia emocional del problema. Algunos
cónyuges, cuando se le cuentan problemas o dificultades, al vivirlos como pro-
pios, se lanzan a proponer soluciones con el objetivo de hacer desaparecer lo
que les genera malestar. En esta situación, la otra persona que únicamente
deseaba ser escuchada, poner en voz alta lo que sentía o le preocupaba, se sien-
te rechazada, no apoyada, con la consiguiente sensación de frustración. En
otras ocasiones, la decepción surge por la imposibilidad de alguno de los cón-
yuges de asumir los sentimientos negativos del otro. Si ante el enfado, el silen-
cio o el malestar del cónyuge, el otro miembro de la pareja interviene para
erradicarlo y no tiene éxito se genera un clima de desasosiego y tirantez del
que cuesta salir. Cuando a un cónyuge se le pase el enfado, el otro estará ahora
enfadado por no haber sido aceptado en sus intentos previos de disipar el mal-
humor, lo que generará a su vez enfado y así en una espiral triste y agobiante.
Cada persona es responsable de lo que siente y si los intentos de acercamien-
to no son útiles, posiblemente la mejor ayuda sea respetar los sentimientos del
otro, sin sentirse enfadado por ello. En un clima de mutuo entendimiento los
dos miembros de la pareja tienen que aprender a conectar con su pareja, cono-
cer cómo maneja sus emociones negativas y cómo desea que se le ayude en
este proceso, brindándole el apoyo emocional que necesita y aconsejando y
proponiendo soluciones cuando éstas son solicitadas.

264 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

ANTE EL CONFLICTO

Todos los principios, en cualquier cosa,


son dificultosos y que no padece esta regla
excepción en los casos de amor, antes en
ellos más se confirma y fortalece.

Miguel de Cervantes

En su convivencia, todas las parejas se van a enfrentar a una serie de con-


flictos, problemas que resolver o discrepancias que afrontar. Las parejas con
una relación satisfactoria no se diferencian de aquellas cuya relación es insa-
tisfactoria en el número de problemas que tienen, sino en la forma de abor-
darlos. Es en estas situaciones cuando se ponen a prueba las habilidades en
comunicarse que tiene una pareja y, o bien muestran su eficacia, logrando que
se supere la situación de una manera satisfactoria para ambos, o bien imposi-
bilitan el entendimiento y la solución negociada, generando una situación de
enrarecimiento, frialdad y discordia en el ambiente familiar.
En ocasiones, cuando surgen los primeros problemas, los cónyuges adop-
tan una actitud pasiva, rigiéndose por normas del tipo: “esto es normal al
principio y con el tiempo todo se arreglará”, evitando tratar abiertamente los
conflictos, creyendo que de esta forma se contribuye a la armonía familiar. La
relación establecida bajo estas bases se encontrará, a la larga, con dificultades,
con un resentimiento acumulado por los problemas no afrontados, con gran-
des silencios seguidos por explosiones incontroladas en las que se vuelcan a
la vez todos los temas sin resolver. En esta situación, la consiguiente imposi-
bilidad para abordar eficazmente los conflictos irá generando en cada cónyu-
ge un poso de desesperanza y una sensación de impotencia para encauzar su
relación de una manera más gratificante.
Otras parejas, por el contrario, desarrollan la habilidad de “hablar sobre
los problemas”, de una forma exhaustiva y agotadora, empleando tiempo y
energía en la transmisión de sentimientos, opiniones y puntos de vista de
cada uno. Sin embargo, en esta comunicación la pareja nunca llega a com-
prometerse seriamente en los reajustes necesarios para que la situación cam-
bie, no se trabaja en una búsqueda responsable de las posibles soluciones ante
el conflicto, con la consiguiente ausencia de compromiso en la puesta en prác-
tica de las alternativas elegidas. Todo queda en una nebulosa de buenas inten-
ciones, en unas vagas promesas de cambio no especificado, que progresiva-
mente se olvidan y abandonan por lo que el conflicto resurge.

MAIOR 265
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Otra de las estrategias posibles y que está más relacionada con insatisfac-
ción y malestar implica la utilización de métodos “coercitivos” para generar
los cambios deseados. Normalmente, las parejas llegan a utilizar este tipo de
pautas cuando el empleo de otros métodos no ha resultado eficaz y se enfren-
tan a los problemas con una carga de sentimientos negativos hacia el otro,
buscando resolver la situación a expensas de la pareja. Se parte de la idea de
que lo único que puede lograr que el conflicto se resuelva es que el otro cam-
bie de actitud y comportamiento ya que es “la causa de que las cosas no fun-
cionen”. Tales cónyuges intentarán mediante la coacción, la amenaza, el
menosprecio o, también, mediante la retirada afectiva, los “silencios” y los
reproches que el otro miembro de la pareja cambie.
Cuando se analizan las formas en que parejas bien avenidas abordan sus
discusiones, frente a parejas con relaciones más conflictivas, se observan una
serie de pautas o comportamientos que facilitan el entendimiento mutuo, y
favorecen la búsqueda de soluciones. Así, la discusión se vuelve útil y enri-
quecedora cuando los cónyuges tienden a “validar”, es decir, a expresar, a tra-
vés de sus comportamientos tanto verbales como no verbales, el reconoci-
miento del derecho que el otro tiene a sentir lo que siente, viendo el mundo
como lo ve. Cuando se trata de una pareja con una relación conflictiva es fre-
cuente que se utilice “la contraqueja”, es decir, el defenderse frente a lo que es
vivido como una acusación del otro, con una queja-acusación propia. Esto
transforma la discusión en un rosario de queja-contraqueja, en donde el tema
de origen queda abandonado y la pareja corta la discusión por agotamiento sin
saber de qué se estaba discutiendo y sin haber resuelto nada tras la discusión.
A la hora de centrarse en las soluciones, las parejas más armoniosas tien-
den a entremezclar acuerdos con propuestas de solución, buscando el com-
promiso y la cooperación. Por su parte, en las parejas con relaciones más insa-
tisfactorias es frecuente que las propuestas no vayan acompañadas de acuer-
dos y tiendan a hacerse en tonos negativos. Las soluciones, cuando se esta-
blecen, vienen a través de la imposición o la incapacidad para seguir argu-
mentando, se da un sometimiento aparente pero, al no implicar compromiso,
no suelen ser llevadas a la práctica o se abandonan al poco tiempo de su
implantación. “Sólo pueden discutir correctamente dos personas que estén
dispuestas a: tomarse tiempo para hablar con el otro de las dificultades, adap-
tarse al otro y satisfacer recíprocamente las necesidades, y cuestionarse la pro-
pia conducta y modificarla” (Mager, 1995).
Una interacción en resolución de problemas implica distinguir dos fases
claramente diferenciadas. La primera centrada en el planteamiento del problema
y la segunda centrada en la solución del problema. Durante la fase de plantea-

266 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

miento el objetivo es alcanzar una definición clara y específica del problema.


En esta fase no es conveniente que se expongan soluciones. El objetivo es lle-
gar a una comprensión mutua de lo que se está exponiendo, tras una des-
cripción cuidadosa de lo que es el conflicto para el que lo plantea, y el enten-
dimiento y comprensión de lo que se está trasmitiendo para el que recibe el
mensaje. Esto tiene una gran importancia ya que cuando la descripción del
problema es vaga o ambigua, los cónyuges pueden funcionar con ideas erró-
neas y discrepantes respecto a la naturaleza del conflicto.
El objetivo de la fase de solución de problemas es llegar a una decisión que
elimine el problema y mejore la relación. En esta fase hay que evitar el volver
a la fase de planteamiento analizando causas del problema o recopilando
ejemplos de las diversas formas en las que puede darse.
Con vistas a trabajar en este aspecto concreto de la comunicación es con-
veniente seguir una serie de pautas.

Planteando el problema:
· Discutir los problemas de uno en uno. Aunque en una relación es fácil que
los problemas estén conectados, sin embargo es más sencillo intentar
resolver un problema, que varios a la vez.
· Parafrasear. Es conveniente que cada cónyuge comience sus respuestas a
los planteamientos del otro presentando un resumen de lo que el otro
ha dicho. Así el interlocutor tiene posibilidades de comprobar si está
siendo entendido y si el resumen es exacto. El llevar a cabo esta tarea,
aunque a veces puede parecer absurdo y mecánico, permite que cada
persona escuche atentamente, evita las interrupciones e incrementa las
posibilidades de que cada cónyuge adopte las perspectivas del otro.
· Evitar hacer inferencias sobre motivaciones, actitudes o sentimientos del otro.
El achacar al otro malas intenciones cuando se comporta de una forma
que es vivida como molesta, desagradable o que genera malestar lleva
en ocasiones a que el centro de la discusión se desplace a las intencio-
nes ya que el otro miembro se siente obligado a defenderse de la acusa-
ción que se le hace y, la queja planteada, queda relegada a un segundo
plano.
· Evitar la utilización de cualquier forma de expresión punitiva o aversiva. Si el
objetivo de la comunicación es la colaboración y el compromiso, cual-
quier forma de castigo o intento de venganza impedirá que dicho pro-
pósito se alcance. La discusión se transformará, más bien, en una pelea
en la que el interés fundamental se centra en mostrar el propio enfado
o en humillar al otro.

MAIOR 267
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

· Ser específico y breve. Los problemas deben definirse de forma precisa,


resaltando los comportamientos que engloban y los sentimientos que se
generan. Se resalta el aspecto de la brevedad porque las parejas, en
numerosas ocasiones, exponen de forma prolija el problema, con nume-
rosos ejemplos y buscando las causas en circunstancias del pasado, lle-
gando a la fase de resolución en un estado de agotamiento que imposi-
bilita alcanzar un buen acuerdo, ya que lo que se quiere es terminar de
una vez. Hay parejas, además, que confunden la fase de explicación con
la fase de solución. Piensan que el poder explicar un comportamiento
es una razón para no hacer algo para modificarlo. Las causas son facto-
res que deben tenerse en cuenta, pero no razones y excusas para evitar
centrarse en el problema y buscar posteriormente una solución.
· Admitir responsabilidad. Cuando el que expone una queja admite la posi-
ble responsabilidad que puede tener en la creación del problema es más
fácil que el otro acepte la queja y la crítica sin sentirse atacado o culpa-
ble. Evidentemente esto no quiere decir que se deba admitir la respon-
sabilidad en un problema cuando se piense que ésta no existe pero, en
una relación de pareja, es fácil que en muchos problemas de la relación
contribuyan ambos cónyuges.

Buscando soluciones:
· Centrar la discusión en las soluciones. Es conveniente que se intenten
generar el mayor número de soluciones posibles, sin descartar en este
punto ninguna. La idea fundamental es ser imaginativo y no censor.
Esto es útil ya que hace que la pareja salga de los caminos trillados,
busque nuevas formas de abordar las posibles soluciones y, en algunas
ocasiones, permite que surjan soluciones creativas, ingeniosas e incluso
divertidas lo que facilita un ambiente más distendido.
· El cambio debe basarse en el compromiso y la cooperación. Es conveniente
que en la solución se impliquen los dos cónyuges. El que los dos miem-
bros de la pareja se impliquen en el cambio posibilita que ambos se sien-
tan comprometidos en el acuerdo alcanzado, viviendo la situación
como un paso para una vivencia más enriquecedora y no como una
imposición o exigencia. Es difícil que se acepte cambiar algún aspecto
del propio comportamiento, si no se percibe una aceptación y afecto
que facilite el coste que ello implica.
· Las soluciones deben ser específicas y enunciadas en términos claros y descrip-
tivos. Cuando se especifica muy claramente lo que cada uno se compro-
mete a hacer, es mucho más sencillo llevarlo a cabo. Si la solución se

268 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

queda en una serie de buenas intenciones y planteadas de una forma


vaga, cada uno puede interpretar el acuerdo a su manera, generándose
enfrentamientos sobre si eso fue lo acordado o no, o sobre si lo estipu-
lado se cumplió o no.

Manejando sentimientos
Los sentimientos en las relaciones humanas son un tema de gran impor-
tancia. Los seres humanos respondemos emocionalmente ante el comporta-
miento tanto propio como ajeno, disfrutando en algunos casos de toda una
serie de emociones gratificantes que nos hacen sentirnos bien con nosotros
mismos y con los demás o experimentando, en otros casos, toda una gama de
sentimientos negativos que nos generan estados afectivos desagradables. Si la
expresión de los sentimientos positivos es deseable de cara a una mayor
armonía y bienestar en la convivencia, no lo es menos la expresión de los sen-
timientos negativos.
Los sentimientos negativos son valiosos y es necesario prestarles atención.
La tristeza, la irritación, el enfado, la frustración, el mal humor o la rabia apa-
recen periódicamente en la convivencia diaria cuando, por ejemplo, otras per-
sonas no hacen lo que se espera o se necesita de ellos. La expresión en la pare-
ja de estos sentimientos facilitará la comprensión entre los cónyuges y la rela-
ción se verá fortalecida o debilitada dependiendo de cómo se manifiesten y
cómo se responda ante ellos.
“El enfado puede ser vehículo para intimar y amar” (Sellner y Sellner, 1989).
Algunas personas no son capaces de expresar los sentimientos negativos
de una manera positiva o constructiva, bien por temor, o por no considerar
adecuado exponer de forma explícita algo tan íntimo y personal o incluso por
no saber cómo hacerlo. Una manera de manejar de forma destructiva los sen-
timientos negativos es la que se identifica como agresión-pasiva. En este tipo
de conducta las personas, cuando experimentan enfado, malhumor o se sien-
ten agraviados, reprimen sus emociones, las ocultan y van acumulando una
carga de hostilidad y rencor hacia el otro. Esas emociones ocultas se exterio-
rizan normalmente a través de una serie de comportamientos no verbales
como “los silencios”, las “caras largas”, o determinados tonos de voz. El cón-
yuge que se enfrenta a estas señales percibe el malestar y la hostilidad sub-
yacente, pero cuando quiere hacerlo explícito preguntando qué es lo que le
sucede, ve como el otro niega sus sentimientos y se encierra en un silencio
culpabilizador. La pareja se ve así imposibilitada para abordar de forma fran-
ca y esclarecedora aquello que está generando conflicto y malestar y los cón-
yuges se irán aislando emocionalmente uno del otro al no saber cómo hacer

MAIOR 269
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

frente a la situación. Reconocer y aceptar las emociones negativas para poste-


riormente informar y compartir con el cónyuge estos sentimientos es el único
camino a través del cual las parejas enriquecen su relación y crean un clima
de confianza y seguridad.
Una forma constructiva de expresar estos sentimientos negativos es asumir
nuestra responsabilidad por lo que sentimos. Es frecuente escuchar expresiones
del tipo “me pones de mal humor” o “me sacas de quicio” y sin embargo es
uno mismo el que se pone en este estado de ánimo. Más correcto sería decir
“estoy de mal humor” o “estoy enfadado”. Es cierto que el estado de ánimo
puede estar en relación con algún comportamiento del cónyuge, o de otra
persona, pero es la valoración que hago de ese comportamiento, cómo lo
interpreto, lo que lleva a que se viva de esa manera y no de otra. Esto no quie-
re decir que el sentimiento no sea válido o importante o que el cónyuge no se
vea afectado. La expresión del afecto negativo, con el objetivo de informar, y
no de culpabilizar o castigar, posibilitará identificar fuentes de conflicto y
cambiar, si es posible, el modo de interacción.
Expresar el enfado o malestar de forma constructiva implica reflexionar
para identificar con precisión aquello que nos genera este sentimiento. Esta reflexión
permitirá hablar del motivo del enfado, describiendo la situación o la con-
ducta que ha desencadenado este sentimiento, sin acusaciones ni críticas,
estableciendo así un importante vínculo con el otro.
En los sentimientos negativos no sólo es importante cómo expresarlos sino
también cómo reacciona el cónyuge ante ellos. Aprender a dar un tratamien-
to eficaz al enfado del otro es algo que se necesita desarrollar. Combatir el
enfado con el enfado es una forma de negar al otro sus expresiones de males-
tar y sus vivencias negativas. No siempre se estará de buen humor, contento
y con un ánimo conciliador. En ocasiones, y por muy diversas razones, surgi-
rá el mal humor, la irritación y el enojo. A veces, basta con escuchar de forma
comprensiva el discurso del otro, especialmente en aquellos casos en los que el
estado emocional surge por cuestiones ajenas a la pareja. En otras ocasiones,
y cuando el enfado o el malestar lo suscitan aspectos de la relación, es conve-
niente intentar calmar al cónyuge, aceptando las críticas, a la vez que se inten-
ta aclarar el problema. En definitiva, la pareja puede ir aprendiendo a mane-
jar estas situaciones con una mayor eficacia si previamente los dos cónyuges
han hablado sobre lo que necesita cada uno cuando estas emociones surgen,
qué pautas de actuación van a poner en marcha y qué compromisos pueden
asumir para intentar que estas experiencias sean liberadoras y una oportuni-
dad para profundizar en la relación.

270 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

SUGERENCIAS PARA EL TRABAJO PERSONAL

1. Piense en las ideas que tenía sobre el matrimonio antes de


comenzar a convivir con su pareja. ¿Cree que estas ideas eran realis-
tas? ¿Por qué? ¿Se cumplieron sus expectativas? ¿El no cumplimien-
to de alguna de las expectativas que tenía ha afectado de alguna
forma a la relación? En el caso de que la relación se haya visto afec-
tada de forma negativa ¿han hecho usted y su cónyuge algo al res-
pecto? ¿Por qué?
2. ¿Qué es lo que más le atrajo de su cónyuge cuando le conoció?
¿En la actualidad le sigue atrayendo por lo mismo? ¿De qué forma se
lo transmite? ¿Qué es lo que más valoraba de usted su cónyuge
cuando se conocieron? ¿De qué forma se lo transmitía? ¿En la actua-
lidad qué es lo que su cónyuge valora de usted? ¿Cómo se lo trans-
mite?
3. Tome como referencia los dos últimos meses y piense: ¿Qué
puede hacer usted para que su cónyuge se sienta querido y cuidado?
¿Lo ha puesto en práctica en este período de tiempo? ¿De qué forma
le hace saber su cónyuge que se siente querido y cuidado? ¿Qué
puede hacer su cónyuge para que usted se sienta querido y cuidado?
¿Lo ha puesto en práctica en este período de tiempo? ¿De qué forma
le hace saber usted a su cónyuge que se siente querido y cuidado?
4. Analice la forma de comunicarse que tienen usted y su cónyu-
ge. ¿Se tienen en cuenta en sus charlas las recomendaciones que apa-
recen en el texto sobre la comunicación? ¿Cuáles son sus temas habi-
tuales de conversación? ¿Qué le agrada de las conversaciones con su
cónyuge? ¿Qué le desagrada en las conversaciones con su cónyuge?
Piense, teniendo en cuenta lo comentado en el tema de comunicación,
qué podría hacer usted para abordar lo que le desagrada.
5. ¿Cómo suele responder usted ante los problemas personales de
su cónyuge? ¿Es satisfactorio para su cónyuge? ¿Por qué? ¿Existe
algún problema que su cónyuge no pueda tratar con usted? ¿Tiene
esto algo que ver con su forma de responder?
6. ¿Cómo se suele enfadar usted? ¿Qué hace? ¿Le suele expresar a
su cónyuge su enfado, si no está relacionado con él? Cuando está
enfadado ¿cómo quiere que se comporte su cónyuge? ¿Se lo ha
dicho? Piense de qué manera puede ayudarle su cónyuge a que se le
pase un enfado más rápidamente.

MAIOR 271
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

7. ¿Cómo discuten usted y su cónyuge? ¿Cree usted que su forma


de actuar puede dificultar la discusión? Piense en las últimas discu-
siones que han tenido usted y su cónyuge. Intente ver de qué forma
siguen las pautas recomendadas para plantear los problemas y si las
incumplen. Analice la forma que tienen usted y su cónyuge de bus-
car soluciones y haga un balance sobre su eficacia. Piense cómo, revi-
sando los consejos expuestos, puede mejorarse su manera de solu-
cionar los problemas y qué cambios concretos tendrían que darse en
su forma de comportarse en estas situaciones.
8. ¿Expresa su cónyuge los sentimientos positivos y negativos que
tiene? ¿Cree usted que su comportamiento influye para que esto sea
así? Piense en alguna crisis intensa que se haya dado a lo largo de su
convivencia. ¿Le ha gustado como ha enfrentado usted esta crisis?
¿Piensa que podría haber actuado de otra forma más satisfactoria?
Especifique algunos comportamientos que en un futuro a usted le
gustaría poder llevar a cabo y que aliviarían situaciones conflictivas
con su pareja.
9. Reflexione de qué forma este capítulo le puede ayudar en su
vida de pareja, plasmándolo en comportamientos concretos.

272 MAIOR
A p r e n d e r a c o n v i v i r e n p a r e j a

BIBLIOGRAFÍA

ALBERONI, F. (1994): Enamoramiento y amor. Barcelona: Gedisa


BECK, A.T. (1990): Con el amor no basta. Barcelona: Paidós
CÁCERES, J. (1986): Reaprender a vivir en pareja. Barcelona: Plaza y Janés.
FELIU, M.H. y GÜELL, M.A. (1992): Relación de pareja. Barcelona:
Martínez Roca.
GAJA, R. (1994): Vivir en pareja. Madrid: EDAF.
LAZARUS, A.A. (1985): Mitos maritales. Buenos Aires: Editorial IPPEM.
MAGER, K. (1995): Guía para mejorar la relación de pareja. Barcelona:
Integral.
SELLNER, J. y SELLNER, J. (1989): Cómo mejorar la relación sentimental hom-
bre-mujer. Bilbao: Ediciones Deusto.

MAIOR 273
Aprender a despedirse
Ana Gimeno-Bayón

14
El madurar implica, entre otras cosas, una
serie de tropiezos contra las partes duras del
mundo: las orillas de las mesas, las estufas
calientes, el pavimento áspero y los límites de la
tolerancia de los adultos. Ninguna de estas cosas
en sí mismas hacen daño al autodesarrollo, en tanto
puedan ser asimiladas apropiadamente dentro del
funcionamiento corriente.

James Kepner 1992, p. 14

INTRODUCCIÓN

Mientras el tren de la existencia horada el tiempo, cada pasajero afronta el


recorrido desde su propia idiosincrasia, construyendo un viaje propio y dis-
tinto a cualquier otro. Y todo viaje entraña despedidas. La primera, ésa que
ocurre en el túnel del parto, cuando el tren arranca de la estación. Algunos
cambios evolutivos, en especial el que Guardini (1970) denomina la “crisis
por la experiencia del límite” que marca el paso del adulto joven al adulto
maduro (evolución desde el “hombre responsable” al “hombre serenado” en
el vocabulario del autor) y la siguiente crisis “del desasimiento” situada en el
límite entre el adulto maduro y el anciano (evolución desde el “hombre sere-
nado” al “hombre sabio”) vienen muy crucialmente marcadas por despedi-
das, y buena parte de esa evolución positiva depende de haber aprendido a
aceptar las pérdidas. Las despedidas forman parte del recorrido como seres
en proceso que somos y en el que nos vamos configurando como personas a
través –entre otras cosas– de pérdidas y encuentros.

MAIOR 275
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Esas pérdidas pueden pertenecer a ámbitos muy distintos: material, físi-


co, social, intelectual, afectivo, existencial, etc. Podemos señalar dos grandes
grupos:
a) La pérdida de bienes o situaciones ya poseídos que desaparecen o se
reducen.
b) El incumplimiento de las expectativas de bienes y situaciones que espe-
rábamos obtener en el futuro.
En el primer caso aparecerá más en primer plano la sensación de vacío. En
el segundo suelen prevalecer la desilusión y desmotivación, la desorientación
y la desestructuración, en relación con el área vital afectada.
Cada uno de nosotros es más sensible a determinados tipos de pérdida: una
persona puede estar muy afectada por la pérdida de juventud, mientras a otra
no le importa demasiado y le afectan más las pérdidas económicas o sus
expectativas de lograr una pareja. Esas diferentes sensibilidades dicen mucho
acerca de quiénes somos y dónde colocamos nuestro núcleo de identidad.
La inevitable tarea de despedirse no suele ser fácil. Salvo aquellos casos en
que provoca alivio (cuando la despedida ocurre respecto de algo a lo que no
queríamos estar unidos), casi siempre implica tristeza (cuando aquello de lo
que nos despedimos era gratificante para nosotros), dolor (cuando nos despe-
dimos de algo o alguien que amamos), rabia (cuando nos obligan a despedir-
nos porque nos quitan algo injustamente), o ansiedad (cuando la despedida se
hace respecto a algo o alguien que nos servía de apoyo). Aunque sean desa-
gradables, en las despedidas es sano (desde el punto de vista del equilibrio
psicológico), pasan por ese tipo de emociones y sentimientos, porque son acor-
des con la realidad que vivimos y nos enraízan en ella. Mas la evitación de las
mismas es una comprensible tentación que puede generar despedidas insanas,
que perturbarán la honestidad del camino, como veremos a continuación.

CÓMO NO DESPEDIRSE BIEN: CREENCIAS DISFUNCIONALES

Hemos empezado con una cita que señala el papel de “los tropiezos con
las partes duras del mundo” en la maduración como personas. Ciertamente
es así, pero hay quien prefiere no madurar con tal de no pagar ese precio. Ese
será un rasgo común en las despedidas insanas: la negativa a pasar por el
dolor de la realidad (a veces se busca un dolor de fantasía con el que distraer-
se de aquélla). Con la paradoja de que la evitación del dolor nos mantiene en
la lucha “contra” él, y esa lucha es en sí trabajosa y dolorosa. Como señala
García Monge:

276 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

“El dolor es dolor. Por el sufrimiento mal elaborado infectamos nuestra


mente. A través del sufrimiento damos un poder al dolor sobre nuestra perso-
na encerrándolo y replegándolo sobre nosotros mismos con más saña y violen-
cia que el dolor natural. Parece como si la razón y los sentimientos en lugar de
aminorar el dolor, o al menos dialogar con él, lo convirtiesen en sufrimiento lle-
vándolo a las capas más hondas de nuestro ser”.

García-Monge 1988, p. 123.

Otro rasgo común es el intento de manipulación del tiempo, es decir: o


bien de retener el pasado, como si se tuviera poder de lentificar el reloj o dete-
nerlo (reloj, no marques las horas); o bien de acelerarlo o adelantarlo, negando
el proceso del adiós, para encontrarse de un brinco ya instalado en un futuro
sin sabor a recuerdo.
La oposición a aquella realidad dolorosa se suele justificar y reforzar a tra-
vés de algunas creencias disfuncionales –no siempre conscientes– tales como:
a) Puedo hacer algo que me evitará pasar por el dolor. Es la creencia general que
abarca a todas las que siguen. Parte de suponerse con más poder del real, y
lleva a desviar el camino de la vida, que tiene pasajes dolorosos. Utilizando
–en esta creencia y las siguientes– las categorías señaladas por Millon y
Everly (1994), podemos decir que –aun cuando tiene un carácter general y no
específico y sirve de trasfondo a las que explicitaremos después– guarda una
relación especial con la personalidad evitativa.
b) No hay derecho a que esto me pase a mí. Parte de la creencia de que la vida
ha de tener consideraciones especiales con uno, porque se es especial y supe-
rior en algo –justicia, bondad, importancia, fragilidad– a los otros, y lleva al
victimismo airado o rencoroso. Está relacionada con un tipo de personalidad
narcisista.
c) Si me empeño, lograré que no me deje. Parte de creer que se tiene poder
sobre los demás, aunque ellos no nos lo den. Lleva a presionar (le obligaré por
la fuerza, o la amenaza) y a chantajear al otro (si me autoincapacito, –me des-
mayo, me deprimo, me pongo enfermo– no me podrá dejar) y viciar el recuer-
do o lo que quede de la relación. Está en consonancia con un estilo de perso-
nalidad antisocial (en el caso de presiones) y con la personalidad dependien-
te y la personalidad límite (en el caso de chantajes).
d) Me sentiré mejor si encuentro un culpable –los otros, las estructuras, la vida,
el destino, Dios– de la pérdida. Parte de la ausencia de comprensión de la reali-
dad como proceso dinámico de encuentros y despedidas, y lleva a la aliena-
ción y al agotamiento energético por la búsqueda de culpables para cada

MAIOR 277
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

frustración. Podemos relacionarlo con la personalidad obsesivo-compulsiva


y con la paranoide.
e) No podré soportarlo. Sin esto (sin él, sin ella), no podré salir adelante. Parte de
una infravaloración de las propias capacidades –incluida la capacidad de
soportar dolor sanamente– y lleva a inhibir los recursos que la propia pérdi-
da despierta. Está relacionado con la personalidad dependiente.
f) Si me encastillo en el enfado, sufriré menos. Parte de la adicción a la rabia y
de la fobia a la tristeza, y lleva al enquistamiento del dolor. Aparece relacio-
nado con la personalidad pasivo-agresiva.
g) Si no me entero de la despedida, es como si no se hubiera dado. Parte de la
magia del niño muy pequeño que, cerrando los ojos, hace desaparecer lo que
no le gusta, y del rechazo al reto que significa aprender a orientarse en lo des-
conocido, y lleva a vivir en forma pueril y desvinculada. Guarda relación con
estilos esquizoides y esquizotípicos.
h) Si doy la lata al otro, con la culpa, el rencor o la sobreprotección, no se podrá
despegar de mí. Parte de suponer al otro tan dependiente como uno mismo
(cosa falsa, porque si fuera así no se hubiera ido). Lleva a reiteradas –y a veces
ridículas– exhibiciones de esa dependencia y al desprecio del otro por ello.
Está relacionado con la personalidad histriónica y con la personalidad límite.
i) Nunca será como antes. Parte de un pensamiento rígido, amante de pala-
bras como “nunca”, “siempre”, “todo” y “nada”, que trocea la realidad en dos
partes –el antes y el después– como si fuera algo sólido, ignorando su fluidez,
y que cada momento es único, y nunca “es” como antes. Lleva a una perma-
nente depresión artificial. Correlaciona con la personalidad obsesivo-com-
pulsiva y también con la personalidad dependiente y con la personalidad
límite.
j) Yo me lo he buscado (y por lo tanto debo sufrir). Parte de una concepción
masoquista de la vida y –en el caso de que haya una culpa real de la pérdida–
de una visión insana de la culpa, entendida como expiación que lleva a anclar
la energía en el pasado y perder el valor real de la culpa como aprendizaje
liberador para el futuro. Guarda relación con el estilo obsesivo-compulsivo de
personalidad, así como con la denominada “personalidad autodestructiva”
según la clasificación del DSM-III-R (A.P.A., 1992).
k) ¡Ya era hora de que se decidiera a romper (o a echarme)! Parte de negarse la
responsabilidad por la relación, la posibilidad de cortarla por propia iniciati-
va sin caer en la culpa y lleva a dejar la responsabilidad para otros, a ir de
“bueno de la película” y hacer que el otro aparezca como “el malo” y a per-
manecer más tiempo del necesario en relaciones destructivas o falsas. Está
relacionado con el estilo de personalidad pasivo-agresivo.

278 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

Relación entre creencias disfuncionales


y modalidades típicas disuncionales

I. Creencias disfuncionales:
a) Puedo hacer algo que me evitará pasar por el dolor
b) No hay derecho a que esto me pase a mí
c) Si me empeño, lograré que no me deje
d) Me sentiré mejor si encuentro un culpable de la pérdida
e) No podré soportarlo. Sin esto (sin él, sin ella) no podré seguir
adelante
f) Si me encastillo en el enfado, sufriré menos
g) Si no me entero de la despedida, es como si no se hubiera dado
h) Si doy la lata al otro, con el culpa, el rencor o la sobreprotección,
no se podrá despegar de mí
i) Nunca será como antes
j) Yo me lo he buscado (y por lo tanto debo sufrir)
k) ¡Ya era hora de que se decidiera a romper (o a echarme)!

II. Modalidades típicas disfuncionales y su relación con las creen-


cias anteriores
Además de la creencia a), presente en todas las modalidades,
a) La pataleta se relaciona con creencias b), c) y f)
b) La mariposa disecada se relaciona con creencias e) y g)
c) El agujero del queso se relaciona con creencias e) e i)
d) El rico paralítico se relaciona con creencias b), c) y e)
e) La despedida del chicle se relaciona con la creencia h)
f) ¡Al fin solo! se relaciona con las creencias d) y k)
g) ¡Paaassssa ná! se relaciona con la creencia g)

COMO NO DESPEDIRSE BIEN: MODALIDADES FRECUENTES

a) La pataleta. ¡No quiero, no quiero y no quiero! El niño empieza a gritar con


furia, llorar, patalear en todo un espectáculo actualizador de la rabia de
Júpiter tonante en versión de tres años y medio. La madre se niega a devol-
verle el cuchillo que, en un descuido de ésta, había cogido de la mesa de la
cocina. El niño, a la vista de lo infructuoso de su furia, proclama: ¡Pues ya no
te querré nunca más! Y se va a un rincón enfurruñado. Por suerte, a la hora de
cenar ya se le ha pasado y ni se acuerda del incidente.

MAIOR 279
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Pero si la mamá cede ante pataleta o el enfurruñamiento posterior, es fácil


que el niño retenga en su memoria, como un valioso tesoro, el esquema que
le ha llevado a salirse con la suya, para poder emplearlo en un futuro. A veces
el niño tiene ya treinta años y mide uno ochenta, o se trata de una niña que
mide uno sesenta y cuatro, tiene veintisiete años y quien le quita su juguete
es el último novio al que ahuyentó y su pataleta le lleva a tratar mal a sus ami-
gos varones y decide odiar a todos ellos para el resto de sus días.
Algunos casos especialmente dolorosos son aquéllos en que la pérdida se da
respecto a un bien muy necesario, como ocurre en el niño o niña que no recibe
el cariño o la presencia de sus padres o la mujer que no recibe el apoyo de un
compañero comodón e inmaduro que la abandona al quedarse embarazada.
Mas, independientemente de lo justo o injusto de esas carencias, existe una res-
ponsabilidad por la autoagresión que comporta el resentimiento perpetuo y
prolonga innecesariamente las agresiones que otros –o la vida– iniciaron.
Este tipo de enquistamiento suele combinar las creencias a) –general– y f)
–muy específica de este tipo de despedida– con las creencias b) y c), lo cual
perpetúa el engaño de omnipotencia y evita sentir tristeza porque una rabia
enconada la oculta bajo su capa roja. Lo malo es que también se ocultan allí el
consuelo y la esperanza que el paso de la tristeza suele dejar tras de sí.
b) La mariposa disecada. Otras veces el resentimiento ante la pérdida es
más callado y sutil. Se niega ese resentimiento, pero se actúa desde él median-
te la negativa a despedirse. Se manifiesta en forma de congelación devota del
pasado, y exhibición virtuosa de una fidelidad absurda: el escenario no se
modifica, como si la historia fuese a retroceder al pasado embalsamado.
Queda la habitación del desaparecido tal como la dejó, el horario intocado y
el teléfono colgado para que, si llama, no nos encuentre comunicando. La
experiencia del vínculo roto, disimula el gesto y se convierte en una maripo-
sa disecada que remeda en vano el vuelo de la vida.
Aquí, la creencia g) suele ser quien toma a su cargo la fuga del dolor
–creencia a)– y frecuentemente alberga debajo creencias del tipo e).
c) El agujero del queso. Otras veces se puede observar una frustración
proporcionada –por ejemplo un niño o niña que ha perdido a su padre o
madre muy tempranamente– pero a través de la mirada sobreprotectora de
los demás, que a cada momento le dice “pobrecito”, “pobrecita de ti, la tra-
gedia que tienes encima para toda la vida”, puede exagerar su desvalimiento
y hacerlo en forma de tristeza crónica (depresión), en la cual cualquier des-
mán o inoperancia serán aceptados desde una falsa compasión devaluatoria.
La vida es un queso de Gruyère: está llena de agujeros. Lo cual no signifi-
ca que no sea buena sino que el propio proceso de fermentación por el que se

280 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

construye da lugar a esta curiosa arquitectura donde lleno y vacío se alternan,


resaltando cada uno a su opuesto. Hay personas que al contemplar los hue-
cos de la vida es como si se dejaran hipnotizar por ellos y, en lugar de despe-
dirse de expectativas no colmadas, se quedan ahí, mirando al pasado con
melancolía, rechazando los regalos que el presente les trae y llenando el agu-
jero con la hiel de la amargura que tanto aleja a los que ofrecen la miel del
compañerismo, el amor y la amistad.
Pero lamentando el agujero no se pasa la sensación de vacío en el estóma-
go. Comiendo el queso que lo rodea, sí. Estas personas melancólicas a veces
participan –con envidia– de la sensación de que para los demás la vida es
diferente y plena. Ciertamente, puede haber diferencias, pero si alguien, al
masticar la vida, constata que no tiene agujeros, es probable que lo que esté
comiendo sea la única zona compacta: la cáscara.
La melancolía, nostalgia y amargura típicas de esta despedida suelen
aunar –además de la creencia general a)– las de la e) y las de la i).
d) El rico paralítico. Ahora el niño está sentado en el suelo en una postu-
ra forzada: rodeando con sus pequeños brazos –que él quisiera más largos–
un montón de juguetes, mientras mira desafiante al niño-huésped y frunce el
ceño para decirle en tono autoritario: ¡Mío! ¡Mío! El otro niño le mira con pre-
vención durante unos momentos, y al ver que la postura del dueño de los
juguetes no se afloja, sino que se endurece cada vez que él se acerca o señala
alguno del montón, opta por retirarse y jugar sólo con un pedazo de cordel
que ha encontrado en el suelo. El otro sigue paralizado, sin poder jugar, por
miedo a que el invitado toque sus posesiones. Con el paso del tiempo, acaso
empiece a plantearse que algo raro está pasando porque él, que es el dueño y
tiene todos los juguetes, no puede jugar (aún más, está inmovilizado), mien-
tras el intruso, que no tiene ninguno, está jugando tranquilamente y puede
moverse con soltura por toda la habitación, sin la pesada obligación que aca-
rrea el ser dueño de tanta riqueza.
Al igual que ocurrió antes, el niño puede tener cualquier edad y estatura,
y puede estar acumulando cargos políticos, más empleos de los que puede
atender, más millones de los que necesitará, más sellos de los que puede
mirar, más programas en la lavadora de los que puede utilizar, más vestidos
de los que puede ponerse en toda la vida o más cursos y cursillos de los que
puede digerir. La parálisis necesaria para conservarlo todo le impedirá vivir
y, si le es arrebatada una parte de los juguetes, o el suyo favorito, la depresión
puede ser muy intensa y existencial (como se puede ver en algunos grandes
empresarios cuyo negocio ha ido a pique, o en algún yupi al que han desti-
tuido de su cargo).

MAIOR 281
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

En este modelo de reacción circulan creencias del tipo a) y c). Cuando el


juguete es arrebatado, pueden aparecer las creencias b) y e) en todo su
esplendor.
e) La despedida del chicle. La despedida de bienes o expectativas rele-
vantes requiere un tiempo de adaptación. En algunas sabias tribus africanas,
los muertos pululan fantasmáticamente, codeándose con los vivos durante
un tiempo durante el cual protegen a los familiares y castigan a los enemigos.
Cumplida su misión, se retiran y desaparecen definitivamente.
Pero en algunas personas los fantasmas son más resistentes. Entonces, la
persona que los sufre se comporta como quien pisa un chicle: no hay manera
de desprenderse de él. Hace intentos desesperados, a ratos se olvida, pero ahí
está: en cuanto quiere andar aparece el incordio, ese chicle que se tiró porque
ya su sabor era demasiado insípido. La creencia a) está ahora reforzada por la
h), y por fantasías indemostrables de que al otro lado del chicle se encuentra
algo o alguien al que el chicle retiene (frecuentemente no hay nada).
f) ¡Al fin solo! Es la despedida cobarde. No se atrevía a separarse y ahora
se encuentra libre de la situación que le agobiaba. Ha logrado, a fuerza de
ineptitud o sabotaje, que le echen de ese trabajo que no le gusta; o que su
marido –harto de vivir atemorizado por la constante crítica– pida la separa-
ción; o que su mujer –harta de su mutismo– pida legalmente el reconoci-
miento de la separación preexistente; o que el superior –harto de provocacio-
nes– decida que no puede seguir en la comunidad. Eso sí, con la ventaja de la
imagen de mártir, y de que son los otros los oficialmente causantes de la ine-
vitable despedida y, por lo tanto, los destinatarios de todos los trastos rotos
que la misma ocasione. Se pierde aquello que inicialmente era un bien y que
se ha ido destiñendo de tal modo que cuando llega la despedida es ya un
puro harapo. Aquí, la creencia a) se concreta en forma de d) y k).
g) ¡Paaassssa ná! Así la persona intenta evitar la despedida mediante la
negación de la relación afectiva con lo que pierde. Puede ser sólo una repre-
sentación, realizada por una persona hipersensible y evitativa, mientras
“por dentro va la procesión”, con toda clase de cofradías, y plasmará su evi-
tación no acudiendo a la cita final o desapareciendo en el momento último.
Pero puede ser también una realidad interna, cuando la persona vive con
profunda indiferencia los adioses y lo plasmará en una falta de resonancia
emocional que dejará perplejos a quienes le rodean. Es probable que se trate
de una persona especialmente insensible a la dimensión afectiva de las rela-
ciones con las personas y las cosas. Puede funcionar con cinismo e ironía
ante las expresiones emocionales ajenas e incluso presumir de una especie
de desapego místico. Esta persona no vive la despedida porque no hay tal:

282 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

nunca llegó a estar verdaderamente relacionada con el bien o expectativa


perdidos. La disfuncionalidad de este estilo de despedida –amparada especí-
ficamente por la creencia g)– no es más que la punta del iceberg que señala la
disfuncionalidad vincular de la persona (Deutsch, 1994).

CÓMO DESPEDIRSE MÁS O MENOS BIEN

“Más o menos bien” significa que no se puede evitar el paso del dolor y la
tristeza ante la despedida, tanto si es impuesta por la vida como si es elegida
desde la renuncia. A cambio, queda la riqueza interior del aprendizaje.
Perdiendo aprendí: más vale lo que aprendí que lo que perdí, dice el refrán popular.
Queda también la constante vibración de la vida, ofreciendo nuevas melodías
y senderos por los que andar, con el leve, aromático y luminoso equipaje del
recuerdo entrañable.
Despedirse no es un acto, sino un proceso similar al de una herida: hemos
de reconocernos heridos –el dolor también significa que estamos vivos–, gri-
tar y llorar si hace falta, pedir socorro si es preciso, desinfectar la herida,
curarla y esperar a que cicatrice. Algunos autores se han ocupado especial-
mente de un determinado tipo de heridas: Gullo y Church (1989) de la rup-
tura traumática de la pareja; Kübler Ross (1989, 1991) del morir y el acompa-
ñamiento del morir; Goulding y Goulding (1979) del tratamiento de las des-
pedidas en psicoterapia; Viorst (1990) de las despedidas que algunas etapas
de la vida comportan. Por encima de la especificidad de cada tema, todos
ellos coinciden en su carácter procesual, con unas fases diferenciadas (aunque
no rígidas y uniformes).
Algunas pistas que pueden ayudar a una despedida que nos haga crecer
pueden ser las siguientes:
a) Valorar los regalos de la vida, aunque tengan taras. En algunas tiendas
de artesanía advierten que las irregularidades de los objetos que venden no
son defectos, sino características del trabajo artesano. La vida es un tejido
artesano, con nudos y desigualdades que resaltan su cualidad de producto
humano. Las relaciones con los más cercanos –familia, amigos, compañeros
de trabajo– suelen ser lugares sensibles donde se acusa más ese tipo de desi-
gualdades. Por ello, uno de los acontecimientos importantes que conlleva el
crecimiento es “la despedida de Disneylandia”, de un mundo maravilloso,
completo y feliz. O sea, de las expectativas de que esas relaciones sean impo-
siblemente perfectas.

MAIOR 283
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

“Crecer significa renunciar a los sueños megalomaníacos más caros de


nuestra infancia. Crecer significa que estos sueños no pueden ser realizados.
Crecer significa adquirir la inteligencia y las capacidades para conseguir lo que
deseamos, dentro de los límites establecidos por la realidad, una realidad hecha
de poderes disminuidos, de libertades limitadas y, en lo que concierne a las per-
sonas que amamos, de relaciones imperfectas”.

Viorst 1990, p. 173.

La valoración de los aspectos positivos de aquéllas ayudará a no ampliar


los adioses más de lo necesario: se puede mantener y disfrutar una relación
imperfecta y enriquecedora, en lugar de cortarla. Se trata entonces de hacer
una despedida del tamaño adecuado: podemos decir adiós a determinados
aspectos que esperábamos de una relación, pero no a la relación en sí, o a
tener un estatus profesional menor de la que soñábamos sin por ello renun-
ciar a la profesión. No es tanto cuestión de aceptar la continuidad de relacio-
nes o trabajos sin sentido, cuanto de reconocer las limitaciones de toda situa-
ción humana.
Se pueden aceptar los regalos de la vida con candidez y compromiso, aun-
que sean artesanos y perecederos, y acaso precisamente porque son perece-
deros, valorarlos en el momento de su esplendor. Algunas personas no se
atreven a disfrutarlos porque no son eternos, como si la caducidad fuera una
tara, y no una condición de la dinámica vital. Así como hemos aprendido que
“lo pequeño es hermoso” también podemos decir que “lo huidizo es hermo-
so” y a ese tipo de actitud nos remite Homero, con su carpe diem (aprovecha
el día), Ovidio con el corpite florem/qui niso corptas erit turpiter ipse cadet (coge
la flor/pues si no la arrancas tú, caerá marchita), Ronsard con su cueillez, cuei-
llez les roses de la vie (coged, coged las rosas de la vida), o Góngora, cuando
advierte a las mozuelas de su barrio: quered cuando sois queridas/amad cuando
sois amadas, por ejemplo. Podemos aspirar el aroma de la rosa durante el leve
instante de su mediodía. Más tarde, cuando ya ella se haya marchitado, nues-
tro interior habrá quedado impregnado de su perfume.
b) Calibrar cuándo es el momento de despedirse. Las despedidas necesi-
tan ser realizadas de acuerdo con un proceso de maduración natural. La
Psicoterapia de la Gestalt (Perls, Hefferline y Goodman, 1951) nos habla de la
vida como un proceso constante de contacto y retirada.
Dos actitudes frecuentes pueden estropear ese proceso: la precipitación o
la demora en cortar el vínculo. La primera crea una huida hacia adelante que
impide recoger la cosecha fruto del contacto. La segunda deja algunos aspec-

284 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

tos de la persona paralizados en un mundo de fantasía. Algunos terapeutas


(Goulding y Goulding, 1979) consideran importante, en el caso de muerte de
un ser querido, cuando la persona no quiera aceptar el hecho (más frecuente
en el caso de muerte inesperada), dedicar un tiempo a constatar la realidad,
recordando o visualizando –si no estuvo presente– el momento del entierro.
No siempre es tan evidente la constatación del momento de una despedi-
da, porque no hay un momento concreto al que referirse, sobre todo cuando
se trata de expectativas: ¿cuándo he de dar por finalizada mi expectativa de tener
pareja, o de que en mi comunidad haya una relación más cálida, o de ganar unas opo-
siciones que ya he suspendido un par de veces, o de poder curarme de mi enfermedad?
La ambigüedad de la situación puede llevar a cavilaciones inacabables y a
destinar más energía de la aconsejable a un logro poco probable, o a evitar
tomar la responsabilidad de dar por terminada la situación. En muchos casos
el ritmo natural impondrá –más que una despedida formal y drástica en un
momento dado– un proceso de ir rebajando expectativas, de acuerdo con el
nivel de probabilidad de que se cumplan y ello facilitará después el momen-
to en que definitivamente toca decir adiós.
c) Aceptar todas las emociones que el proceso conlleve, aunque algunas
sean en apariencia absurdas, desde el punto de vista lógico. Así, por ejem-
plo; no es infrecuente que en casos de muerte aparezca rabia contra el muer-
to. Naturalmente, ya se sabe que el fallecimiento –si ha sido de muerte natu-
ral– no es algo que ha elegido hacer esa persona para fastidiar. Pero puede
haber un rinconcito infantil íntimo donde se despierte una rabia similar a la
que en el niño pequeño se genera hacia madre cuando ésta se va y que aquél
puede interpretar, no como necesidad de ausentarse a hacer un recado, mien-
tras él queda a cargo de la abuela, por ejemplo, sino como un abandono capri-
choso, egoísta y desvinculado.
Se trata entonces de respetar el hecho de que las emociones y los senti-
mientos internos con que topamos no siempre sean lógicos, porque pueden
tener rasgos regresivos que los hacen discordantes con nuestra visión adulta
del mundo, sobre todo en las despedidas relevantes y en muertes traumáticas
(Rando, 1996). Pero está bien poder reconocer su existencia, sin reprimirlos y
sin confundirse teniéndolos como concordantes con la realidad del aconteci-
miento. Pueden aparecer sentimientos de culpa, por ejemplo, en que la perso-
na se torture diciéndose: Es que si yo hubiera sabido que lo que tenía era eso, le habría
llevado a urgencias, en lugar de esperar a que llegara el médico. Está bien darse cuen-
ta de que el sentimiento de culpa aparece –como expresión de una fase nues-
tra inmadura en que la noción de culpa no estaba relacionada con la responsa-
bilidad, libertad y lucidez– y a la vez, reconocerlo como absurdo: no podíamos

MAIOR 285
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

saber lo que no sabíamos y, por lo tanto, podemos dejar que el sentimiento


vaya siguiendo su propio ritmo sin intentar retenerlo ni pelearse contra él.
d) Cerrar asuntos pendientes. Esta frase, utilizada en el campo de la psi-
cología y la psicoterapia, no se refiere sólo a asuntos materiales, sino también
a aspectos internos, sobre todo a la expresión de emociones y pensamientos
nunca dichos en relación con la persona o cosa objeto de la despedida.
No siempre es posible o conveniente –para uno mismo o para los demás–
cerrar los asuntos mediante una entrevista física y real. Muchas veces la
expresión será simbólica, como en el caso de que se trate de despedirse de
alguien ya fallecido, o de una persona no disponible (porque no acepta el
encuentro o porque le puede perjudicar o crear confusión). Igualmente será
simbólica cuando se trate de la despedida de un objeto (decir adiós a una
casa, a un país. etc.) en el que hay invertido un caudal afectivo. En los mode-
los terapéuticos pertenecientes a la Psicología Humanista la despedida sim-
bólica se suele hacer mediante la escenificación física –con dos sillas o cojines,
por ejemplo– de un diálogo con la persona o cosa a la que se dice adiós, y en
el que la persona que se despide ocupa, alternativamente, el papel propio y
el de la persona o el objeto de la despedida –cambiando de asiento– y expre-
sando, desde ambos papeles, todo tipo de secretos, reproches, pensamientos
no dichos, agradecimientos, afectos no expresados, decepciones sufridas, acu-
saciones, reconocimiento de culpas, solicitud de perdón o cualquier otro tipo
de contenidos que estaban a la espera de completarse en la relación. En otras
ocasiones el cierre se realiza mediante una fantasía guiada. Algunas veces se
hace mediante una carta y se pide la elaboración también de una respuesta
ficticia, metiéndose en el papel del otro.
El cierre emocional ayuda a desembarazarse de los fragmentos de relación
que de otra manera podrían quedar adentro (e infectarse).
e) Desprenderse de lo que se va: reducir las fronteras del “tener” y ahon-
dar en el interior del “ser”. Ese bien o expectativa que perdemos, de alguna
manera reduce lo que poseemos y por ello desprenderse no es fácil. A veces
la dificultad es porque alguno de los apartados anteriores no está resuelto y
habrá que volver a ellos para completarlo. Otras, es porque se activan creen-
cias falsas. Sea como sea, el dolor de la pérdida es un paso inevitable para
traspasarla.
Pero la reducción en lo que tenemos no es reducción en lo que somos. Por
el contrario, la pérdida puede utilizarse positivamente, al servicio de lo más
nuclear nuestro, porque pone de relieve que no somos eso que hemos perdi-
do, que seguimos siendo nosotros tras la pérdida, no dependemos de ella para
ser. Al trascenderla, nuestra identidad puede quedar más ahondada, especial-

286 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

mente cuando había un aferramiento dependiente a lo perdido: despojarnos


del asidero, nos fuerza a desarrollar nuestras capacidades de nadar.
f) Aceptar la herencia, es decir, valorar qué nos deja esa despedida.
Difícilmente encontraremos una situación de pérdida de la que no podamos
guardar para nosotros algo positivo que nos aportó la vinculación con lo que
perdemos: actitudes de la persona que se despide que nos han admirado,
aprendizajes de nuestros fallos relacionales que en el conflicto con ella hemos
ido haciendo, experiencias de la belleza del mundo, o de la especial transpa-
rencia de la realidad, que nos aportó un paisaje o una mirada.
Buena ocasión, la de la despedida, para hacer balance de todo ello, dese-
char lo que no nos vale y quedarnos los rubíes secretos que se esconden en el
centro de la experiencia que –tantas veces– se muestra en apariencia como
opaca granada. Buena ocasión para agradecer a esa persona, grupo o situa-
ción –como pago justo de una deuda amorosa que podemos haber contraído–
las escondidas semillas de vida que ofrecieron y desde las cuales podemos
seguir creciendo en el futuro. Buena ocasión para guardar esos regalos en un
lugar de nuestra intimidad protegido del olvido. Esa interiorización será un
bálsamo que ayude a aliviar y cicatrizar la herida de la ruptura.
g) Celebrar el ritual de despedida. Cuando la despedida deja un gran
hueco en nosotros (cambio de etapa de la vida, de lugar de residencia, jubila-
ción, por ejemplo), es importante que podamos celebrar un ritual de despe-
dida proporcionado a la pérdida y la situación.
En el caso de fallecimiento de una persona querida el ritual puede ser un
momento clave. Todas las civilizaciones han creado ritos para esas situacio-
nes porque comportan un impacto en la comunidad (Seeley y Kajura, 1995).
Ritos que, en las culturas tribales, tienen un efecto catártico positivo para la
salud mental en cuanto mitigan la ansiedad y vehiculan las diferentes emo-
ciones que concurren y que a veces aún se dan entre nosotros, sobre todo en
relación con el rito religioso (Kollar, 1989).
Sin embargo, en nuestra sociedad es fácil que el ritual se convierta en un
acto social estereotipado, y su carácter terapéutico desaparece (Horton y Wi-
lliamsom, 1988) e incluso acentúe la soledad íntima en relación con el contex-
to social (Day, 1991). Aquel carácter terapéutico sanador, se dará cuando en el
ritual –compartido con algunas personas significativas que puedan realmente
“acompañar en el sentimiento”– se cristalizan los aspectos anteriormente
señalados, aunando la declaración pública de la ruptura del vínculo –ante un
grupo representativo que actúa de mediador con la sociedad– con la expresión
de los sentimientos que ello suscita, y del balance y agradecimiento por la
herencia recibida, junto con la recepción de un apoyo social sincero e íntimo.

MAIOR 287
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

La declaración formal de la nueva situación ayuda a no dilatar la reduc-


ción de fronteras y el cierre del pasado, y actúa como puente de tránsito defi-
nitivo para pasar el vacío que hay entre una etapa y otra. Nada impide que si
los rituales habituales en nuestro ámbito no sirven para cubrir esas funciones
–aunque cumplan otras– creemos nuestro propio ritual de despedida, al mar-
gen (o además) de ellos.
h) Darse tiempo para cicatrizar la herida, es decir, permitirse “vivir el
luto” en forma de aceptar la inestabilidad emocional, sentimientos depresivos
y disminución energética y de actividades, así como la tendencia al aisla-
miento que pueden seguir a una pérdida importante. Si el tiempo de duelo se
prolonga demasiado –en nuestra cultura, unos dos meses, aparte de los
momentos puntuales con ocasión del primer aniversario (Pollock, 1994)– será
conveniente consultar a un profesional de la psicoterapia.
Dos aspectos especialmente relevantes para esta fase de luto son: reestruc-
turar el tiempo en forma distinta –cuando la pérdida comporta la exclusión
de determinadas actividades– y buscar consuelo y apoyo, pues, así como el
hecho de vivir en sociedad significa pagar el tributo de múltiples adaptacio-
nes, también significa que una de las tareas de dicha sociedad es ayudarnos
mutuamente a coser nuestros rotos.
En las despedidas más importantes casi siempre se está perdiendo en ellas
una fuente de estímulo y gratificación. Más sabio y realista que pretender una
fortaleza a ultranza es la búsqueda y aceptación de otras fuentes que puedan
aportar en esos momentos algo de consuelo y apoyo. Eso sí, seleccionando
aquellas personas que realmente constituyen una ayuda y no una invasión o
una sobreprotección devaluatoria.
i) Dejarse encontrar por la vida. A veces, tras una despedida importante,
hacemos equilibrios encaramados en el yo que tiembla, en el pequeño yo del
tener, olvidándonos de la generosidad de la vida que nos da identidad sufi-
ciente para afrontarla, recursos para salir adelante y oportunidades de pedir
ayuda. O al menos, cuando no nos los da, nos ofrece recursos para soportar
el dolor sin perder nuestra dignidad. Como antes hemos señalado, la vida es
un proceso de retirada y contacto, de pérdidas y encuentros, de desiertos y
tierras prometidas. El aceptar con alegría y sin culpa los nuevos hallazgos y
regalos, no es negación de los afectos vividos ni infidelidad a aquéllos. Mas
bien es un homenaje, acaso el mejor homenaje que podemos hacerles, al
poder encarnar e integrar en el presente la sabiduría vital que esos encuentros
pasados nos aportaron. La alquimia interna los ha cambiado de nivel y, tras
pertenecer al campo de las posesiones, han pasado ahora –interiorizados– al
de la identidad, más claramente recortada contra el vacío que dejó la pérdida.

288 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

Toma un guijarro y siéntate un rato a observarlo. Cuando realmente


comiences a verlo, comprenderás que se recorta contra algo que no se ve [...] Si
lo observas el tiempo suficiente, experimentarás que se ve cada “cosa” contra
un fondo de “nada”. Siempre percibes cosa y nada simultáneamente. Si no per-
cibes la nada, no verás la cosa [...] bueno, recuerdo lo que John Cage dice: “cada
algo es una celebración de la nada que lo sostiene”.

Capra, Steindl-Rast y Matus, pp. 132s.

Esa nada que nos sostiene en nuestras pérdidas –la llamemos Vacío, Vida,
Dios, Destino, Azar, Realidad, Naturaleza o cualquier otro nombre con que
hablemos de esa dimensión misteriosa de la existencia– es también la nada de
la que brota la esperanza. Aceptarla es abrir en nosotros un surco donde aco-
ger esa semilla de futuro. Negarla, elegir la esterilidad.

SUGERENCIAS PARA INTROSPECCIÓN Y AUTOAYUDA

Notas:
Lee estas sugerencias en solitario, en un lugar tranquilo y con
tiempo suficiente. A algunos les irá bien tener un pañuelo a mano.
Es aconsejable, para sacar el máximo partido de los ejercicios que
siguen, hacerlos punto por punto, según las unidades marcadas por
cada letra, sin haber leído previamente el contenido del apartado
señalado con la siguiente letra.

Sugerencia 1ª: MIS PÉRDIDAS Y YO


a) Coge papel y bolígrafo. Escribe una lista de veinte pérdidas de
tu vida, por el orden que te van apareciendo y sin pensarlo dema-
siado.
b) Ahora escribe las veinte pérdidas más importantes de tu vida
(que pueden o no coincidir con la lista anterior) por orden de impor-
tancia.
c) Mira primero la lista de a). Agrúpalas por áreas o tipos ¿Qué
área o tipo de pérdidas es más numeroso? ¿Cuál más escaso? Pre-
gúntate: ¿Qué clase de pérdidas son las que me afectan, sobre todo?
¿Qué escala de valores refleja esta lista?

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1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

d) Mira ahora la lista de b) ¿Cómo decidiste cuáles eran impor-


tantes y cuales no? ¿Qué dice eso acerca de tus valores?
e) Compara las dos listas ¿Coinciden casi del todo? Si son muy
discrepantes pregúntate si las pérdidas de la primera lista que no
aparecen en la segunda responden a valores tuyos que vives, aunque
no te los formules como tales, o si han aparecido ahí porque aún que-
dan cosas por resolver respecto a ellas. En cuanto a las que aparecen
en la lista b) y no aparecen en la a) pregúntate: ¿Responden a valo-
res que creo tener –en teoría– o creo que debo tener y en realidad no
los he hecho míos? ¿Responden a unos valores inculcados desde
fuera, pero no compartidos? ¿Tengo unos valores en la cabeza y otros
en el corazón? Si es así: ¿Qué puedo hacer para integrarlos?
f) Compara ahora tus despedidas con los diferentes apartados del
capítulo anterior y pregúntate: ¿Alguna de ellas se parece a una de
las modalidades del punto 3.? Si es así ¿Se escondía en ella alguna de
las creencias del apartado 2.? ¿Se repite en varias de ellas la misma
secuencia y la misma creencia disfuncional? Mis despedidas ¿enca-
jan aproximadamente con el proceso del punto 4.? ¿Hay alguno de
los apartados de ese punto que me salto sistemáticamente, aún cuan-
do venga a cuento y me podría ayudar? ¿Por qué?
g) Termina preguntándote, respecto al conjunto de los pasos: ¿qué
he aprendido acerca de mí con ellos? ¿qué voy a hacer con lo que he
aprendido?

Sugerencia 2ª: DESPIDIÉNDOSE DEL PASADO


a) Ponte en una posición cómoda y relajada.
b) Imagínate que estás sentado en un tren, a punto de empezar un
viaje. A tu lado llevas una maleta vacía. Tómate unos momentos,
cerrando los ojos, para visualizar –hasta donde puedas– el lugar en
que vas sentado: el color de las paredes del vagón..., la ventanilla...,
la maleta..., el material del asiento..., notas su tacto. Ahora el tren se
pone en marcha y empieza a viajar en sentido inverso al tiempo: vas
hacia tu pasado. El tren empieza a moverse lentamente... Cada vez
coge más fuerza.
c) Deja que el tren recorra un trecho, hasta que se pare en una
estación que representa un momento de tu vida de hace aproxima-
damente cinco años. Párate en esa estación. Desde la ventanilla ves
que, en un lugar cercano, se está representando la escena de un
momento que fue significativo para ti y que ocurrió en esa época.

290 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

Pero ahora lo ves como en el escenario de un teatro, desde fuera... Te


ves también a ti, con cinco años menos...
d) Bájate del tren. Ve acercándote y mira la escena... Después
métete en ella fundiéndote con tu figura del escenario. Vívela con
todos los detalles que puedas... rostros, vestidos, olores... ¿Qué per-
sonajes hay? ¿Qué experimentas ante ellos? ¿Cómo son tus relacio-
nes con los otros y contigo? ¿Cómo te sientes en esta situación? ¿Cuál
es el desarrollo de la acción?... Tómate unos cinco minutos para
recrear la escena y vivirla al máximo.
e) Ahora sal del escenario..., mira la escena desde fuera... y des-
pués súbete al tren de nuevo. Usa unos momentos para despedirte
de esa escena, notando el sabor global de la experiencia...
f) El tren reemprende la marcha. Vas a ir más atrás y el tren para
ahora en una estación situada hace aproximadamente diez años...
Repite las mismas pautas que en d) y e) con esta nueva escena.
Ve haciendo lo mismo con distintas estaciones de tu pasado, reba-
jando –más o menos– unos cinco años cada vez, hasta llegar a una
escena de alrededor de los cinco años...
h) Ahora el tren cambia de vía y se va hacia un paisaje natural
muy tranquilo y hermoso. Acaso se parece a alguno que ya conoces.
Se va parando suavemente y bajas ahí. Hace una temperatura ideal
y todo lo que te rodea respira paz. Miras a tu alrededor, disfrutando
de la belleza y serenidad que te envuelve, notas los suaves sonidos,
acaso una brisa en la cara... Te tiendes tranquilamente, y dejas que
toda esa sensación de bienestar del paisaje se te vaya colando dentro,
con cada respiración...
i) Después de solazarte un rato, vuelves a subirte al tren, que vol-
verá a hacer el mismo recorrido, en sentido inverso, para llevarte al
presente.
j) Ahora, al pasar por cada estación, el tren se detendrá unos
momentos y tú, sin bajarte, vuelves a mirar la escena y te despides
de ella. Si tienes cosas pendientes que decir a alguno de los persona-
jes, aprovecha para hacerlo ahora, antes de que el tren siga adelante.
También, antes de que el tren arranque de cada estación, observa
qué aprendiste y qué decidiste entonces, a raíz de esa escena, acerca
de ti, de los otros y de la vida. Revisa si ahora, al volver a visitarla
desde tu experiencia actual, esos aprendizajes y esas decisiones
siguen siendo totalmente válidos o hay que matizarlos, flexibilizar-
los o sustituirlos.

MAIOR 291
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Repite este paso para cada estación hasta llegar a la estación del
presente.
k) Abre tu maleta. En ella encontrarás una serie de objetos, tantos
como estaciones. Cada uno de ellos es un regalo simbólico que la
vida te ha dejado en relación con esa época. Ve descubriéndolos, des-
cifrándolos y disfrutándolos con tranquilidad, asimilando el mensa-
je que cada uno de ellos te aporta.

292 MAIOR
A p r e n d e r a d e s p e d i r s e

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294 MAIOR
Colaboradores

CARLOS ALEMANY (ZARAGOZA, 1944)

Doctor en Psicología (Universidad Complutense). Licenciado en Filoso-


fía y Letras (Universidad de Valencia) y en Teología (Universidad Pontificia
Comillas). Master of Arts (HRD, Springfield, Massachusets). Es Trainer di-
plomado por el “The Focusing Institute” de Chicago, miembro fundador de
la Asociación Española de Psico-Somatoterapia y miembro de la FEAP.
Es catedrático de Psicología en la Universidad Pontificia Comillas y Psico-
terapeuta en el Instituto de Interacción y Dinámica Personal de Madrid.
Ha publicado los libros: Evaluación del entrenamiento de destrezas interperso-
nales del modelo de Carkhuff, Ed. Universidad Complutense de Madrid (1984).
Es co-editor, junto a J. A. García-Monge de Psicología y Ejercicios Ignacianos.
Vols. I y II. Sal Terrae-Mensajero, 1991, 1996. En la Colección Biblioteca de
Psicología, de esta editorial, ha publicado, La Psicoterapia Experiencial y Focu-
sing. La aportación de E. T. Gendlin, 1997. En la Colección Serendipity, es edi-
tor y co-autor del vol. 1 Relatos para el Crecimiento Personal, 6ª ed.; del vol. 7
El cuerpo vivenciado y analizado; editor y co-autor de 14 Aprendizajes vitales, Se-
rendipity Maior, 10ª ed., 1998.
Es colaborador en las revistas: Revista de Psicoterapia, Razón y Fe, Padres y
Maestros, A vivir, Clínica y Salud.
Sus intereses profesionales tienen que ver con las terapias corporales, la
comunicación humana y las relaciones interpersonales, y las conexiones
entre Psicología y Espiritualidad.

MAIOR 295
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

JOSÉ A. GARCÍA-MONGE (ALMAZÁN, SORIA, 1934).

Licenciado en Psicología, Derecho, Teología y Filosofía. Es Diplomado por


la Asociación Médico-Psicológica A.M.A.R. de París. Diplomado en Psicolo-
gía de la Religión (Bruselas). Después de ampliar estudios en diversas uni-
versidades de Europa y América, en la actualidad es profesor de Psicología
y de Psicología de la Religión en la Universidad Pontificia Comillas y en el
Máster de Psicoterapia Individual y de Grupo. Desde hace veinte años viene
colaborando como profesor invitado en varias universidades de América
Latina.
Es colaborador habitual de la revista Sal Terrae. Tiene numerosas publi-
caciones sobre temas de psicología y religión, entre las que cabe destacar:
VV.AA., Riesgos psíquicos de la experiencia religiosa, Ed. San Pablo-CEU,
Madrid, 1988 y Los sentimientos de culpabilidad, Ed. SM, Madrid, 1991.
En la Colec. Serendipity, es co-autor del vol. 1 Relatos para el Crecimiento
Personal; vol 7 El cuerpo vivenciado y analizado y autor del vol. 20 Treinta pala-
bras para la madurez, 2ª ed. 1997. Asimismo es el autor de la presentación del
libro de José Agustín Ramírez, Técnicas de Psicodrama (Serie Maior), 1997.
Su actividad clínica se desarrolla en el Instituto de Interacción y
Dinámica personal, donde compatibiliza su trabajo como psicoterapeuta y
Trainer de Dinámica de Grupos con tareas de formación. Es miembro de la
FEAP.
Motivado por la búsqueda de sentido, trata de compartir con respeto y
solidaridad valores que lleguen hasta las áreas de marginación de nuestra
sociedad, participando en programas de salud y de crecimiento personal en
el mundo de la droga, la prostitución y la pobreza. Asimismo, el tema de la
psicopedagogía de la meditación profunda es objeto de un interés primor-
dial.

CARLOS R. CABARRÚS (GUATEMALA, 1946)

Es Doctor en Antropología Cultural y Licenciado en Filosofía y Teología.


Ha recibido una sólida formación, tanto en el campo de la Espiritualidad
como en el de la orientación psicoterapéutica (Psicoterapia Experiencial y
Focusing, Bioenergética, Gestalt, etc...) Ha sido maestro de novicios de los
jesuitas centroamericanos durante cerca de diez años y actualmente es el
fundador y director del Instituto Centroamericano de Espiritualidad (ICE)

296 MAIOR
C o l a b o r a d o r e s

en Guatemala. Es llamado habitualmente de distintos países para impartir


cursos de formación de formadores.
Sus publicaciones tienen que ver con las dos ramas de sus intereses pro-
fesionales: el antropológico cultural y el de una espiritualidad encarnada:
Génesis de una revolución, Ed. Casa Chata, México, 1983; Antropología: La con-
quista de la identidad, Ed. CEDIM, Guatemala, 1997, 3ª ed.; La cosmovisión
Queqchi en proceso de cambio. Ed. Cholsamaj, Guatemala, 1997, 3ª ed.; Sedu-
cidos por el Dios de los Pobres, Narcea, Madrid, 1995; Orar tu propio sueño. Ed.
de la Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 1996, 2ª ed.; La mesa del ban-
quete del reino, criterio fundamental del discernimiento, ICE, Guatemala, 1997:
Puestos con el Hijo, Indoamerican Press, Colombia, 1998 (varias ediciones).
En la colección Serendipity Maior acaba de publicar Crecer bebiendo del pro-
pio pozo. Taller de crecimiento personal.
Sus intereses personales dentro de la antropología cultural tienen que ver
con los problemas campesinos, las revoluciones campesinas y todo lo concer-
niente a la identidad étnica. En el campo psicoespiritual, la relación con el
cuerpo, la experiencia de Dios en el ámbito de una justicia que brota de la fe.
Le gusta la música y disfruta tocándola “de oído” al piano.

LUIS CENCILLO (MADRID, 1923)

Es Doctor en Filología Clásica y Licenciado en Derecho (Universidad


Central), Licenciado en Filosofía (Universidad Pontificia Comillas) y en
Teología (Universidad de Innsbruck). Diplomado en Psicología (Universi-
dad de Friburgo).
Antropólogo, filósofo del lenguaje y psicoanalista, ha sido profesor de
distintas especialidades en universidades tanto alemanas (Friburgo, Munich,
Bonn, Colonia) como españolas (Valladolid, Pontificia Comillas, Complu-
tense de Madrid y Salamanca). En esta última fue el primer decano de la
nueva facultad de psicología. Psicoterapeuta en ejercicio, es el Presidente de
la Fundación “Cencillo de Pineda” para la investigación y formación de nue-
vos terapeutas.
Entre sus obras podemos mencionar: Mito, BAC, Madrid, 1998, 2ª ed.; El
hombre noción científica, Pirámide, Madrid, 1978; Transferencia y sistema de psi-
coterapia, Pirámide, 1978; Los sueños, factor terápico, Marova, Madrid, 1982; La
práctica de la psicoterapia, Marova, 1988; Interacción y Conocimiento, Amarú,
Madrid, 1988; Guía de perdedores, Ed. Fundación, Madrid, 1992; Sexo, comuni-
cación y símbolo, Anthropos, Madrid, 1993; La comunicación absoluta, San

MAIOR 297
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

Pablo, Madrid, 1994; Psicología de la fe, Sígueme, Salamanca, 1997; Historia sis-
témica de los dioses, Ed. Fundación, 1988; Abordaje terapéutico de ancianos, Ed.
Fundación, 1988.
Sus intereses profesionales tienen que ver con las relaciones de la psicote-
rapia y la antropología; con la reflexión filosófica acerca del conocimiento y la
comunicación y con la visión del hombre y la gente a través de la terapia, la
enseñanza y la fe.

JOSÉ M. DÍEZ-ALEGRÍA (GIJÓN ASTURIAS, 1911)

Es Doctor en Filosofía (Universidad Gregoriana), Doctor en Derecho


(Universidad Complutense) y Licenciado en Teología.
Ejercitó su docencia en Ética en la Facultad de Filosofía de Alcalá de
Henares, donde también fue Rector y fue profesor de Ciencias Sociales en la
Universidad Gregoriana de Roma hasta 1973.
La publicación de su libro Yo creo en la esperanza. (Ed. Desclée De Brouwer,
Bilbao, 1972, más de 150.000 ejs. vendidos) y los hechos subsiguientes motiva-
ron el que pidiera la exclaustración de la Compañía de Jesús. Desde 1978 está
incardinado en la diócesis de Segovia, pero continúa viviendo la vida comu-
nitaria en la Compañía de Jesús, durante muchos años en El Pozo del Tío
Raimundo con su amigo José Mª de Llanos y actualmente en otra comunidad.
Es autor de 16 libros y de muchos artículos. Entre ellos Teología en Broma y
en Serio (Desclée De Brouwer) que tiene que ver con el tema elegido para este
volumen.
Durante muchos años ha sido Presidente de la Asociación de Teólogos Juan
XXIII, en cuyos congresos ha participado activamente. Ha recorrido, y sigue
recorriendo, la geografía española a lo largo y a lo ancho dando conferencias,
cursillos y ofreciendo el testimonio de su fe y de su vida. Una vida en la que
nunca ha tenido el menor momento de amargura, porque, como él mismo
suele repetir, él es el primero que ha tenido la suerte de poderse reír sana-
mente de sí mismo y verse con mirada benevolente.
Sus intereses personales, a sus 86 años, tienen que ver con que se hagan
efectivos los derechos fundamentales de la persona, tanto los civiles, como los
laborales, culturales y sanitarios. Y como creyente, que el nombre de Dios sea
santificado no sólo con los labios sino con el corazón y con todos los frutos
buenos que salen del corazón. El amor de verdad al prójimo y la práctica
entrañable de la solidaridad nos unen también –en profundidad– con los que
no creen en Dios.

298 MAIOR
C o l a b o r a d o r e s

OLGA CASTANYER (MADRID, 1962)

Licenciada en Psicología, especialidad de Clínica (Universidad Pontificia


Comillas). Es Diplomada en Terapia Conductual por el Centro IAMCO,
Madrid. Miembro de la FEAP.
Trabaja como Psicóloga Clínica en el gabinete SIJE, en Madrid, e imparte
regularmente cursos sobre asertividad, autoestima, aspectos cognitivos y
habilidades sociales en diversas instituciones.
Durante estos años ha sido y es colaboradora y terapeuta en el Teléfono
de la Esperanza de Madrid. Es también traductora de libros de psicología del
inglés y del alemán.
En la Colección Serendipity, es autora del vol. 2: La asertividad: expresión de
una sana autoestima, 1997, 23ª edición.
Sus intereses profesionales tienen que ver con el desarrollo de la terapia
cognitivo-conductual, integrándola con técnicas corporales.

ANTONIO GARCÍA RUBIO (GUADALIX DE LA SIERRA, MADRID, 1951)

Ordenado sacerdote en 1975. Licenciado en Teología Dogmática por la


Universidad Pontificia Comillas. Ha dedicado su vida al trabajo pastoral y
parroquial, primero en Aranjuez (1974) y luego, ya como párroco, en Bustar-
viejo y Valdemanco (1979), en Miraflores de la Sierra (1991) y en la actuali-
dad en Colmenar Viejo. Es miembro del Consejo Presbiteral de la Diócesis de
Madrid y del Consejo de Redacción de Sal Terrae.
Desde que acudiera en 1983 a un curso de crecimiento personal a través
del “Diario Intensivo de Progoff” impartido por J.V. Bonet, escribe en su
diario sus vivencias cotidianas para plasmar e interiorizar la realidad en la
que se mueve. Fruto de esa capacidad cotidiana de interiorizar escribiendo
es su libro Diario de un asombro vol. 17, Colección Serendipity, 1997, 3ª edi-
ción.
Atraído desde hace años por la vida monástica, pasa anualmente una
temporada en el Monasterio de “Sobrado dos Monxes” (La Coruña), y en el
Convento de San Antonio (Sierra de la Cabrera, Madrid). Pasear por la mon-
taña, gustar del silencio, contemplar, escuchar, charlar, leer y escribir son sus
aficiones favoritas.

MAIOR 299
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

IOSU CABODEVILLA (PAMPLONA-IRUÑA, 1959)

Es Licenciado en Psicología (Universidad Pontificia Comillas 1982), Di-


plomado en Psicología Clínica (Universidad Complutense de Madrid 1984),
Certificado en la Especialidad de Postgrado en Cuidados Paliativos (Univer-
sidad de Deusto 1993).
Compagina su labor de Psicólogo de la Unidad de Cuidados Paliativos
del Hospital de San Juan de Dios (Pamplona), con la de Psicoterapeuta indi-
vidual y de grupo en ejercicio libre en el Centro Sendabide. Es miembro de
la Asociación Vasca de Terapia Gestalt.
Ha sido redactor y colaborador en la revista Humanizar. Ha publicado
numerosos artículos sobre el tema de la enfermedad y la muerte en diferen-
tes revistas (Labor Hospitalaria, Humanizar, Sal Terrae, Gestalterapia, Cuadernos
de Gerontología). Es co-autor de la Guía de Salud y Desarrollo Personal (Gobier-
no de Navarra, 1996). Dichas Guías obtuvieron Mención Honorífica del Pre-
mio “Educación y Sociedad” 1996 del Ministerio de Educación y Cultura. Es
co-autor del vol. 1 Relatos para el Crecimiento Personal, 3ª ed. Ed. Desclée De
Brouwer. Así mismo, en la misma editorial, es co-autor del libro 14 Aprendi-
zajes vitales (ed. C. Alemany).
En la actualidad trabaja en la formación de Equipos de Atención Primaria
en la atención del emfermo terminal y familia; y en psicooncología con per-
sonal de enfermería.
Sus intereses profesionales tienen que ver con la orientación humanista y
existencial de la psicoterapia y el crecimiento personal.

JUAN MASIÁ (MURCIA, 1941)

Jesuita, es profesor de Antropología y Bioética en la Universidad Sofía


(Tokio), en la que dirige la cátedra de Bioética, y en la Universidad Pontificia
Comillas (Madrid).
Residente en Japón desde 1966, se ha interesado especialmente por el diá-
logo intercultural e interreligioso. Ha publicado varios libros en japonés
sobre filosofía antropologíca, teología moral y Bioética. También es conocido
por sus colaboraciones en la traducción y edición japonesa de las obras selec-
tas de Unamuno.
En castellano ha publicado: La pregunta metafísica en la obra de Unamuno,
1978; Estudios hispano-japoneses, 1987; Budismo y cristianismo, 1997; El animal

300 MAIOR
C o l a b o r a d o r e s

vulnerable: invitación a Filosofía de lo Humano, 1997; Aprender del Oriente: Lo


cotidiano, lo lento y lo callado, 1998; Bioética y Antropología, 1998; Lecturas de P.
Rocieur, 1998.
En sus publicaciones antropológicas conjuga el influjo del pensamiento
español (Unamuno, Ortega, Zubiri, Laín) con las aportaciones de las filoso-
fías orientales.
Sus intereses profesionales sintonizan con sus aficiones: la lectura, la poe-
sía y la filatelia. Le preocupa la hermenéutica, el arte de interpretar: leer tex-
tos, leer la vida, leer las culturas. Le cautiva la poesía: imaginar para crear y
crear para vivir. Le distrae la filatelia: nunca se acaba la colección, pero se
pasa la vida confeccionándola…

DOLORES ALEIXANDRE (MADRID, 1938)

Religiosa del Sagrado Corazón, es Licenciada en Filología Bíblica Trilingüe


(Universidad Complutense) y en Teología (Universidad Pontificia Comillas).
Es profesora de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia Comillas,
Madrid.
Colabora habitualmente con las revistas Sal Terrae (a cuyo Consejo de
Redacción pertenece) y Proyecto Catequista. Ha publicado, en la Editorial Sal
Terrae, Santander: Mujeres en la hora undécima (1992); Círculos en el agua. La vida
alterada por la Palabra (1993); Compañeros en el camino. Iconos bíblicos para un iti-
nerario de oración (1995) y Bautizados con fuego (1997). En la editorial CCS,
Madrid: Iniciar en la oración (1993); La fe de los grandes creyentes (1994); Los Sal-
mos: un libro para orar (1994) y Esta historia es mi historia. Narraciones bíblicas vivi-
das hoy (1997). En la editorial Desclée De Brouwer, es co-autora del libro: Isabel
Gómez-Acebo (Ed.) Relectura del Génesis. Colec. En Clave de Mujer (1997).
Sus intereses personales y profesionales, según propia confesión, “son los
propios de mi condición: Coser: la Biblia con la Vida y la Vida con la Biblia.
Tejer: el lenguaje de la calle con el de la Teología. La experiencia cotidiana con
la que dicen los libros. Guisar y sazonar: los temas graves, serios y solemnes
con el humor, la narración y los ejemplos. Barrer: toneladas de polvo acumu-
ladas sobre nombres y rostros femeninos en la Biblia y en la historia. Ordenar:
bajar la Biblia del estante de arriba (inalcanzable), ponerla en la mesa de cami-
lla e invitar a sentarse alrededor”.

MAIOR 301
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

MIGUEL DE GUZMÁN (CARTAGENA, MURCIA, 1936)

Ph. D. in Mathematics (Universidad de Chicago, 1968), Doctor en Ciencias


Matemáticas (Universidad de Madrid, 1969), Licenciado en Filosofía
(Berchmanskolleg, Pullach b. München, 1961).
Es Catedrático de Análisis Matemático en la Facultad de Ciencias
Matemáticas de la Universidad Complutense. Es miembro numerario de la
Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid y miem-
bro correspondiente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales de la República Argentina. Desde 1990 es Presidente de la
Comisión Internacional de Educación Matemática (ICMI).
Su campo de trabajo ha sido el Análisis Armónico y ha desarrollado también
en los últimos años una intensa actividad en la educación matemática a diver-
sos niveles. Sobre estos temas ha escrito diversos trabajos de investigación y
de divulgación. Entre ellos, tuvo un gran impacto: Para pensar mejor. Desarrollo
de la creatividad a través de los procesos matemáticos, Pirámide, Madrid, 1994.
Su trayectoria mental le ha conducido a explorar las relaciones entre el
quehacer matemático y otros aspectos de la actividad cultural humana, como
la psicología de la creatividad, la filosofía, etc.

JESÚS BURGALETA (TUDELA, NAVARRA, 1939).

Es Doctor en Teología Pastoral (Universidad Pontificia de Salamanca),


Peritus Sacrae Liturgiae por el Instituto Superior de Liturgia de la Facultad de
Teología del Instituto Católico de París.
Ejerce como profesor de Pastoral Litúrgica en el Instituto Superior de
Pastoral en Madrid, de la Universidad Pontificia de Salamanca.
Ha publicado (junto a M. Vidal) Sacramento de la penitencia. Crítica pastoral
del nuevo ritual, P.S., 1975; Oraciones eucarísticas. Cantos para el tiempo nuevo,
P.S., 1977; La conversión es un proceso. En las Confesiones de San Agustín, Ed.
Instituto Superior de Pastoral, 1981; Palabra del Domingo, Ciclos A,B,C. PPC,
1982-84; La celebración del perdón, vicisitudes históricas, Fundación Santa María,
1986; Problemas actuales de la celebración de la penitencia, Fundación Santa
María, 1986.
Sus intereses tienen que ver con la relación de la Pastoral con la vida dia-
ria, sobre todo la pastoral de la celebración y de la Eucaristía y la Penitencia,
el estudio de los ministerios y la teología y celebración del Misterio Pascual.

302 MAIOR
C o l a b o r a d o r e s

Mª. JOSÉ CARRASCO (OVIEDO, 1955)

Es Doctora en Filosofía y Letras, sección de Psicología. Actualmente es


vicedecana y profesora de Modificación y Terapia de Conducta de la Facultad
de Filosofía y Letras, en la Universidad Pontificia Comillas. Trabaja como psi-
cóloga clínica, especialista de terapia de pareja en un gabinete privado.
Asiste habitualmente a congresos internacionales relacionados con su
especialidad, sobre la que ha publicado el capítulo Disfunción sexual y otros
trastornos de la pareja, en Mayor, J. y Labrador, F.J.; Manual de Modificación de
Conducta, Alhambra, 1984. También tiene un trabajo sobre Tratamiento de un
caso de problemas de pareja, en Maciá Antón D. y Méndez Carrillo, F. (eds.);
Aplicaciones clínicas de la evaluación y modificación de conducta. Pirámide,
Madrid, 1988. Es autora de El Cuestionario de Aserción en la Pareja, Ed. TEA,
Madrid, 1996.
Sus intereses profesionales tienen que ver con los temas relacionados con
la mujer, los estereotipos y roles, las diferencias de género. En relación con la
pareja, está especialmente interesada en el comportamiento agresivo-pasivo,
la comunicación y los mitos e ideas irracionales sobre la pareja, el amor, la
vida en común...

ANA GIMENO-BAYÓN (ÉPILA, ZARAGOZA, 1947)

Licenciada en Derecho (Universidad de Barcelona). En la actualidad pre-


para su tesis doctoral en Psicología sobre psicoterapias corporales (Univer-
sidad de Deusto). Es miembro fundador de Psicoterapia Integradora Huma-
nista y de la FEAP.
Es co-directora del Instituto Erich Fromm de Psicología Humanista. Tera-
peuta individual y de grupos y profesora de cursos de psicoterapia. Es miem-
bro del consejo de dirección de la Revista de Psicoterapia (antes, Revista de
Psicología y Psiquiatría Humanista) de la que es colaboradora habitual. En la
Colección Serendipity ha colaborado: en el vol. 1 Relatos para el Crecimiento
Personal, 3ª edición; en el vol. 7 El cuerpo vivenciado y analizado y es la autora
del vol. 3, Comprendiendo cómo somos, 2ª edición, 1997.
Sus intereses profesionales están relacionados con la investigación sobre la
integración de metodologías en Psicoterapia Humanista, sobre la Psicología del
Arte y de la experiencia religiosa (transpersonal) y la psicoterapia preventiva.

MAIOR 303
1 4 A p r e n d i z a j e s v i t a l e s

ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (MÁLAGA, 1962

Licenciado en Psicología (Universidad Pontificia Comillas, 1985). Pos-


grado en Orientación Gestáltica, (Instituto de Interacción, Madrid).
Sus ocupaciones actuales son las de ilustrador y dibujante de prensa, revis-
ta y libros. Sólo o en colaboración con Pachi –su hermano– publica sus cola-
boraciones habitualmente en los periódicos: La Gaceta de Málaga, Sur, El
Mundo, El Periódico de Cataluña y en las revistas El Jueves y Supermortadelo.
Ha publicado el libro, con textos y dibujos, Hijos ilustres de Málaga, Colec.
Cilla, Málaga, 1994. Ha ilustrado, junto con Pachi, el libro de: A. Rodríguez
Cabezas y Mª Isabel Rodríguez, Historia ilustrada de la Medicina, ed. Algazara,
Málaga, 1996. Ha colaborado con el trabajo El valor terapéutico del humor en el
libro de A. Rodríguez Cabezas y otros, Humor y Medicina.
Por la calidad artística y la originalidad de sus contribuciones, ha sido
nombrado Profesor Honorífico de la Cátedra de Humor de la Universidad de
Alcalá de Henares, 1997.
Sus intereses profesionales, en lo que respecta a la psicología, tienen que
ver con el estudio del sentido del humor aplicado a la psicoterapia y la histo-
ria de los pioneros de la psicología. Por otra parte, en el nivel personal, dis-
fruta con el mundo del ilusionismo, en el que es algo más que un aficionado,
y con la literatura infantil, sobre la que tiene varios proyectos. Le gusta hacer
pasar un buen rato a niños y grandes, incluido su hijo Pablo, con su caracte-
rístico sentido del humor.
Se sensibilidad por los problemas sociales le lleva, entre otras cosas, a ser
editor, junto con su mujer Sonia, de la revista Pienso Compuesto (periodicidad
De Higos a Brevas) para apoyar a los Payasos sin Fronteras.

304 MAIOR
DIRECTORA: OLGA CASTANYER
1. Relatos para el crecimiento personal. CARLOS ALEMANY (ED.). (6ª ed.)
2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OLGA CASTANYER. (31ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. GIMENO-BAYÓN. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPERANZA BORÚS. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? JOSÉ LUIS TRECHERA. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARLOS ALEMANY Y VÍCTOR GARCÍA (EDS.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORETTA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. FERNANDO JIMÉNEZ
HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. JEAN SARKISSOFF. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPEZ-YARTO ELIZALDE. (7ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GALLEN - HANS NEIDHARDT. (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. LUIS ZABALEGUI.
(3ª ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI. (3ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. JAVIER GAFO (ED.). (3ª ed.)
17. Diario de un asombro. ANTONIO GARCÍA RUBIO. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (6ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. THOMAS HART.
20. Treinta palabras para la madurez. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (12ª ed.)
21. Terapia Zen. DAVID BRAZIER. (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. GERALD MAY.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. JUAN MASIÁ CLAVEL.
24. Pensamientos del caminante. M. SCOTT PECK.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. DAVID RICHO. (3ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros
afecta a nuestras relaciones. JOHN A. SANFORD.
28. Vivir la propia muerte. STANLEY KELEMAN.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. ASCENSIÓN BELART - MARÍA FERRER. (3ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. MIGUEL ÁNGEL CONESA FERRER.
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. KEVIN
FLANAGAN.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. VERENA KAST.
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. WILKIE AU - NOREEN CANNON. (2ª ed.)
35. Vivir y morir conscientemente. IOSU CABODEVILLA. (4ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA PRIETO URSÚA.
37. Psicoterapia psicodramática individual. TEODORO HERRANZ CASTILLO.
38. El comer emocional. EDWARD ABRAMSON. (2ª ed.)
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. JOHN AMODEO - KRIS WENTWORTH.
(2ª ed.)
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIER MORENO LARA.
42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVAREZ.
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. CHARLES L.
WHITFIELD.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. JOSÉ CARLOS BERMEJO.
45. Para que la vida te sorprenda. MATILDE DE TORRES. (2ª ed.)
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión.
DAVID BRAZIER.
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGELES NOBLEJAS. (2ª ed.)
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. PHILIP SHELDRAKE.
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. LUIS CENCILLO. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LESLIE S. GREENBERG. (3ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. JUAN ANTONIO BERNAD.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. PABLO POBLACIÓN KNAPPE y ELISA LÓPEZ BARBERÁ Y COLS.
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORETTA CORNEJO. (3ª ed.)
56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MARTORELL. (2ª ed.)
57. Somos lo mejor que tenemos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. GIULIANA PRATA;
MARIA VIGNATO y SUSANA BULLRICH.
59. Amor y traición. JOHN AMODEO.
60. El amor. Una visión somática. STANLEY KELEMAN.
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. KEVIN FLANAGAN. (2ª ed.)
62. A corazón abierto.Confesiones de un psicoterapeuta. F. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal.IOSU CABODEVILLA ERASO.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OLGA CASTANYER Y ESTELA ORTEGA. (6ª ed.)
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ-VICENTE BONET, S.J. (2ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. PEDRO MORENO. (8ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KATHLEEN R. FISCHER y THOMAS N. HART.
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPERANZA BORÚS.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos.
JEAN-PASCAL DEBAILLEUL y CATHERINE FOURGEAU.
71. Psicoanálisis para educar mejor. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. PEDRO MIGUEL LAMET.
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser.JEAN SARKISSOFF.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja.
Casos y reflexiones. PATRICE CUDICIO y CATHERINE CUDICIO.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIETO CARRERO. (2ª ed.)
76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. JESÚS DE LA GÁNDARA MARTÍN.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CLAUDE IMBERT.
78. Cuando el silencio habla. MATILDE DE TORRES VILLAGRÁ. (2ª ed.)
79. Atajos de sabiduría. CARLOS DÍAZ.
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología.
RAMÓN ROSAL CORTÉS.
81. Más allá del individualismo. RAFAEL REDONDO.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. DAVE MEARNS y
BRIAN THORNE.
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico.
FRED FRIEDBERG. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA POR RAMIRO J. ÁLVAREZ
84. No seas tu peor enemigo... ¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-M. MCMAHON.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA. (2ª ed.)
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. IGNACIO BERCIANO PÉREZ. CON LA COLABORACIÓN DE ITZIAR
BARRENENGOA. (2ª ed.)
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. PILAR QUIROGA MÉNDEZ.
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. BARTOMEU BARCELÓ.
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. ALEJANDRO BELLO GÓMEZ,
ANTONIO CREGO DÍAZ.
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. NICK OWEN.
91. Cómo volverse enfermo mental. JOSÉ LUÍS PIO ABREU.
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica.
AGNETA SCHREURS.
93. Fluir en la adversidad. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. JUAN ANTONIO BERNAD.
95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. JOHN AMODEO.
96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. BENITO PERAL.
97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. LUIS RAIMUNDO GUERRA. (2ª ed.)
98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. MÓNICA RODRÍGUEZ-ZAFRA (ED.).
99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. CLAUDE IMBERT. (2ª ed.)
100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. MARTIN M. ANTONY
- RICHARD P. SWINSON. (2ª ed.)
101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. JOY CLOUG.
102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. THOM RUTLEDGE.
103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperazanza en el futuro. MARGARET
J. WHEATLEY.
104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, JULIO C. MARTÍN. (8ª ed.)
105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. IRENE ESTRADA ENA.
106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alum-
nos. MANUEL SEGURA MORALES. (11ª ed.)
107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia).
KARMELO BIZKARRA. (4ª ed.)
108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. MARISA BOSQUED.
109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio... (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt.
ÁNGELES MARTÍN Y CARMEN VÁZQUEZ.
110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. JORGE BARRACA
MAIRAL. (2ª ed.)
111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo
sobre nosotros. RICHARD J. STENACK.
112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. JOHN P.
SCHUSTER.
113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. MICHAEL L. EMMONS, PH.D. Y JANET
EMMONS, M.S.
114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. PAMELA KRISTAN.
115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. AGUSTÍN CÓZAR.
116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. ALEJANDRO ROCAMORA. (2ª ed.)
117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. BERNARD GOLDEN, PH. D. (2ª ed.)
118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. JUAN CARLOS VICENTE CASADO.
119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. ANN WILLIAMSON.
120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros.
BALA JAISON.
121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. LUIS RAIMUNDO GUERRA.
122. Psiquiatría para el no iniciado.RAFA EUBA. (2ª ed.)
123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. KARMELO BIZKARRA. (3ª
ed.)
124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO. (4ª ed.)
125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. IOSU CABODEVILLA
ERASO.
126. Regreso a la conciencia. AMADO RAMÍREZ.
127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. PETER BOURQUIN. (6ª ed.)
128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. THOMAS
HOHENSEE.
129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza. OLGA
CASTANYER. (2ª ed.)
130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. LORETTA CORNEJO. (3ª ed.)
131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. JAVIER TIRAPU.
132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, JULIO C. MARTÍN, JUAN GARCÍA Y
ROSA VIÑAS (2ª ed.)
134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. CONXA
TRALLERO FLIX Y JORDI OLLER VALLEJO
135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. TOMEU BARCELÓ
136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. WINDY DRYDEN
137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. IGOR LEDOCHOWSKI
138. Todo lo que aprendí de la paranoia. CAMILLE
139. Migraña. Una pesadilla cerebral. ARTURO GOICOECHEA
140. Aprendiendo a morir. IGNACIO BERCIANO PÉREZ
141. La estrategia del oso polar. Como llevar adelante tu vida pese a las adversidades. HUBERT MORITZ
142. Mi salud mental: Un camino práctico. EMILIO GARRIDO LANDÍVAR
143. Camino de liberación en los cuentos. En compañía de los animales. ANA MARÍA SCHLÜTER RODÉS
Serie MAIOR
1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática STANLEY KELEMAN. (8ª ed.)
2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. STANLEY KELEMAN. (2ª ed.)
3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. ANDRÉ LAPIERRE.
4. Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. (3ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. CARLOS ALEMANY (ED.). (13ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ.
7. Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal. CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J. (11ª
ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. CAROLYN J.
BRADDOCK.
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN MASIÁ CLAVEL
10. Vivencias desde el Enneagrama. MAITE MELENDO. (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa. DOROTHY MAY.
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. CARLOS RAFAEL
CABARRÚS. (4ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja y una conviven-
cia más inteligente. EUSEBIO LÓPEZ. (2ª ed.)
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ MARÍA TORO.
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO. (2ª ed.)
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales,
cognitivos y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL.
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGENE T. GENDLIN.
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KLEINKE.
19. El valor terapéutico del humor. ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (3ª ed.)
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DALRYMPLE, PH.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ Mª PORTA TOVAR.
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. BRUCE M. HYMAN Y
CHERRY PEDRICK.
23. La comunidad terapéutica y las adicciones Teoría, Modelo y Método. GEORGE DE LEON.
24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. WALEED A. SALAMEH Y WILLIAM F. FRY.
25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. HOWARD KASSINOVE Y
RAYMOND CHIP TAFRATE.
26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. JOSÉ L. TRECHERA.
27. Cuerpo, cultura y educación. JORDI PLANELLA RIBERA.
28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. DONI TAMBLYN.
29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. ÁNGELES MARTÍN. (6ª ed.)
30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la
tarea de Liderar, Influenciar y Motivar. NICK OWEN
31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescen-
tes. PAUL STALLARD.
32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. PABLO RODRÍGUEZ
CORREA.
33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. PEPA HORNO GOICOECHEA. (2ª ed.)
34. El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia.
SONIA VACCARO - CONSUELO BAREA PAYUETA.
35. La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia. OLGA CASTANYER (COORD.); PEPA HORNO,
ANTONIO ESCUDERO E INÉS MONJAS.
36. El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta. MIGUEL DEL NOGAL TOMÉ.
37. Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica. ÁNGELES MARTÍN.
38. Medicina y terapia de la risa. Manual. RAMÓN MORA RIPOLL.

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