Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Ética de la virtud
2K
18/02/18
Contenido
ACERCA DE LA VIRTUD EN LA REFLEXIÓN ÉTICA DE PEDRO ABELARDO .................. 3
De la ley a la virtud: EL GOBIERNO DEL DERECHO Y LA ÉTICA DE LAS VIRTUDES .... 4
La cuestión a tratar y sus raíces ................................................................................................ 4
Tomás de Aquino y el rule of law ............................................................................................... 5
Gobierno del derecho y ética de las virtudes ........................................................................... 6
La responsabilidad profesional y ética en la experimentación .................................................. 7
Con animales: una mirada desde la prudencia como virtud* ................................................ 7
Responsabilidad ética y profesional .......................................................................................... 7
Denuncias ...................................................................................................................................... 9
Valores y virtudes en medicina y Ética ......................................................................................... 9
REVISANDO LA ETICA DE LA HOSPITALIDAD EN DANIEL INNERARITY ...................... 10
La Ética de la Hospitalidad. ...................................................................................................... 10
Riesgo y Control. ........................................................................................................................ 12
Todo huésped es un enviado del azar. ................................................................................... 13
Deseo y verificación. La estructura fundamental de la ética, EUNSA, Pamplona ............... 14
Regresar al Bien ......................................................................................................................... 15
EL PERIODISMO Y LA ÉTICA: UN ANÁLISIS DESDE LA PERSPECTIVA DE LA ÉTICA
DE LA VIRTUD ............................................................................................................................... 17
PARADOJAS DEL PERIODISMO BRITÁNICO .................................................................... 17
NUEVAS PERSPECTIVAS DE LA VIRTUD EN LA MORAL CONTEMPORÁNEA ............ 19
LAS VALORACIONES DEL DESEO: FELICIDAD, LEY NATURAL Y VIRTUDES EN
TOMAS DE AQUINO ..................................................................................................................... 21
La perspectiva de la ética de las virtudes para la toma de decisiones médicas .................. 23
Aristóteles y la ética del bien .................................................................................................... 25
ACERCA DE LA VIRTUD EN LA REFLEXIÓN ÉTICA DE PEDRO ABELARDO
Los términos adecuados de esta reflexión son los que hemos ido mencionando a lo
largo de la reflexión sobre la ética: felicidad, bien supremo y virtud, entre otros.
Sobre las virtudes y los vicios, el filósofo hará una explicación que se asemeja en
gran parte al inicio de su Ethics Seu, Nosce te ipsum. Esta explicación contiene las
siguientes afirmaciones:
1. La virtud es un hábito óptimo de la mente y, el vicio, un hábito pésimo de la mente.
2. La virtud no es natural, sino que se adquiere con esfuerzo y dedicación.
3. Sócrates, al igual que Platón, distingue cuatro virtudes: la prudencia, la justicia,
la fortaleza y la templanza. Éstas son las mismas virtudes que los cristianos han
tomado como punto de referencia para el buen obrar.
4. Lo que hace un acto moralmente bueno o malo es la intención. La capacidad de
discernir sobre la intención se llama prudencia.
5. En cuanto a la justicia, hay que admitir que ésta es la virtud por la que se da a
cada uno lo que le es debido.
6. Respecto a la fortaleza y a la templanza, son las que preservan la justicia cuando
ésta se encuentra presionada por causas externas. La fortaleza hace frente al miedo
y la templanza a la concupiscencia.
7. Las virtudes anteriores, deben estar asistidas por la esperanza, puesto que ella
posibilita al hombre alcanzar su realización en el bien.
8. La virtud de la justicia se subdivide en cuatro virtudes: i) la reverencia que es la
capacidad de rendir a cada uno la veneración que le es debida. A Dios se lo venera
a través de la religión, y a los hombres por medio de la observancia o de la
obediencia. ii) La beneficencia que es la disposición a prestar la debida asistencia
a las necesidades de los hombres, prefiriendo a los más necesitados. iii) La
veracidad, afán por cumplir las promesas con quienes las contrajimos, salvo en el
caso de haber prometido algo malo. iv) La vindicación que es el firme deseo de
castigar a quienes hayan cometido crímenes, siempre atendiendo, no el interés
propio, sino el bien común.
9. La justicia, además, puede ser natural y positiva: hay un derecho natural y un
derecho positivo. El derecho natural es la razón misma. Es un don natural
permanente en todos y que nos impulsa a venerar a Dios, a amar a los padres y a
castigar a los malhechores. El derecho de la justicia positiva es el instituido por los
hombres; por ejemplo: el derecho romano, la ley mosaica, entre otros. Las mismas
leyes contenidas en la Biblia tienen tanto del derecho natural como del derecho
positivo.
10. La virtud de la fortaleza consta de magnanimidad y abnegación. La primera, es
la disposición de asumir tareas arduas cuando hay una razón que lo amerita. La
segunda, es la perseverancia firme en el cumplimiento de lo propuesto.
11. La virtud de la templanza se relaciona con la humildad, la frugalidad, la
mansedumbre, la castidad y la sobriedad. La humildad modera el deseo de la
vanagloria. La frugalidad pone freno a los excesos. La mansedumbre frena la ira; la
castidad, la lujuria y, la sobriedad, la gula. La justicia hace bueno al hombre; la
fortaleza y la templanza lo hacen capaz.
Esta idea del gobierno del derecho tiene sus raíces principales en las ideas de la
Ilustración y sus concreciones más adecuadas en aquellas sociedades que
siguieron la línea del constitucionalismo racional-normativo propio de la revolución
francesa. Según esta versión, la sujeción del poder político a la ley tiene por finalidad
principal resguardar la autonomía de los individuos para elaborar sus planes de vida,
y sus instrumentos centrales son las declaraciones de derechos y la división del
poder del Estado en tres órganos distintos y recíprocamente contrabalanceados y
limitados. Es decir, se trata de una versión principalmente individualista y
procedimental del gobierno del derecho. Ahora bien, esta presentación liberal, si
bien ha sido la que ha alcanzado mayor difusión en los últimos dos siglos y la que
se considera la opción por defecto cada vez que se menciona la idea del gobierno
de las leyes, no es ni la primera históricamente ni, menos aún, la única en la historia
del pensamiento. En efecto, muchos siglos antes de que Montesquieu redactara De
l'esprit des lois, esa idea había sido propuesta por pensadores tan disímiles de los
ilustrados como Platón y Aristóteles.
En el período romano, se destaca en este punto la figura de Cicerón, quien, en
varios pasajes de La República y de Las Leyes, sostiene la doctrina del gobierno de
las leyes por sobre los magistrados, quienes, si no se someten al derecho, se
trasforman en déspotas, es decir, en "la más asquerosa y repelente criatura que
pueda ser imaginada". Y en Las Leyes, el Retor sostiene que "como los magistrados
están sujetos a las leyes, el pueblo está sujeto a los magistrados. De hecho, es
verdadero decir que el magistrado es una ley hablante, y la ley un magistrado
silencioso". Es verdad que como lo sostiene Brian Tamanaha, "para Cicerón el
estatus supremo de las leyes gira en torno a su consistencia con la ley natural",
cuestión esta última que aparece de modo bastante difuso y hasta ambiguo en el
pensamiento del ateniense y del macedonio.
Pero tal como lo sostiene el recién citado Tamanaca, la tradición del gobierno del
derecho recién se solidificó en la Edad Media, a través de un lento, complejo y en
parte espontáneo proceso, sin una fuente única ni un punto de partida precisamente
determinable10. Pero pareciera que el primer teórico del derecho en desarrollar y
formular esa idea fue un clérigo inglés, casi contemporáneo de Tomás de Aquino,
Henry de Bracton. En su monumental obra On the Laws and Customs of England,
este canciller de la catedral de Exeter y miembro de la Corte del Rey (King's Court)
escribió que el rey debía "atemperar su poder por la ley, que es la rienda del poder,
vivir de acuerdo con las leyes, porque la ley de la humanidad ha decretado que sus
propias leyes obligan al legislador. Nada es más ajustado para un soberano que
vivir según las leyes, ni hay mayor soberanía que la de gobernar conforme a la ley,
porque la ley es la que le hace rey”.
Esta referencia a las virtudes humanas hace propicia una consideración acerca de
las relaciones, en la sistemática tomista, entre el gobierno del derecho y la ética de
las virtudes, en especial a partir de la afirmación, bastante difundida, de que en el
caso de la ética tomista se está en presencia de una ética al menos en gran medida
de virtudes. Respecto de esta relación, Francesco Viola ha sostenido que si
“miramos no tanto a la ley positiva considerada en sí misma, sino al proceso de su
formación y de su implementación concreta, entonces la ética de las virtudes tiende
a asumir toda su centralidad", por lo que es necesario "retener que las buenas leyes
presuponen un cierto grado de práctica política de la ética de las virtudes". En otras
palabras, no es suficiente con la realización de los requisitos del rule of law para
alcanzar en concreto la justicia de las leyes, sino que es necesario al menos una
cierta medida de virtud moral para lograrla.
Y esto resulta indispensable, toda vez que, tal como lo ha precisado Leonardo Polo,
las virtudes cumplen una función de causalidad eficiente y formal de los actos
buenos, razón por la cual, sin ellas, resulta muy difícil, si no imposible, no solo
cumplir efectivamente las acciones ordenadas al bien, sino también determinar en
qué consisten esas acciones.
En efecto, con referencia a las acciones humanas, que son la materia de la moral,
los bienes cumplen la función de causas finales; las normas de causas ejemplares
y eficientes non eficiencia deóntica aunque remota de esas acciones; y las virtudes
realizan la tarea propia de las causas eficientes próximas y formales. Esto significa
que, sin virtudes, en especial sin prudencia, no solo no tendrían lugar los actos
buenos/justos que son arduos y complejos, sino que resultaría muy difícil determinar
en concreto en qué consiste la bondad/justicia de esos actos.
Todo esto resulta confirmado por la experiencia cotidiana de la praxis jurídica y
política, toda vez que las meras fórmulas legales, privadas de la virtud de quienes
las formulan y las aplican, no ofrecen garantías de rectitud en el nivel de las
conductas y soluciones concretas.
Denuncias
La Ética de la Hospitalidad.
Riesgo y Control.
Si lo más importante de la vida no puede ser controlado, ello sugiere la noción que
los eventos del mundo circundantes tal y como son percibidos nos son dados (como
acepta la tesis de la recepción kantiana). Ahora bien, las civilizaciones se han
reconstruido del acontecimiento. Aun cuando la técnica sea parte importante para
aumentar la previsibilidad de los hechos, la historia se construye por un devenir de
acontecimientos azarosos, los cuales impactan sobre la cosmología humana. Por lo
sugerido, uno debe comprender que la dialéctica de la hospitalidad
anfitrión/huésped se encuentra presente en todas las esferas de la vida. No huelga
decir que dicha dialéctica constituye las identidades de las personas. La relación
entre el huésped y el anfitrión es por demás interesante ya que confiere a ambos
una dependencia sin recurrir a la enajenación. Este vínculo no es ni estático ni
mecánico debido a que puede ser cancelado en cualquier momento, de hecho,
ambos se encuentran sujetos a una relación contingente, ya que cualquier acción
iniciada por uno impacta en el otro. El huésped no conoce ni las intenciones, ni la
biografía del anfitrión y viceversa, por ende su relación debe basarse en una especie
de confianza mutua.
En cierta forma y aun cuando el autor no lo ponga en esos términos, se puede
afirmar que la hospitalidad se asocia a una creciente ambigüedad de status en
donde los actores juegan al “como si”, figuran un papel o rol que les confiere una
identidad temporal. La fragmentación vincular que caracteriza la vida social
moderna se explica por medio del rol individual del ciudadano, el cual ha pasado a
ser un constructor activo de sus contextos sociales.
A diferencia de otras épocas, en la actualidad, elegimos nuestros pares, amigos y
hasta familiares, cambiamos nuestra identidad incluso si no estamos a gusto con
ella. Toda orientación genealógica se encuentra sujeta a un constante escrutinio.
Esta dinámica implica un efecto negativo sobre la forma ontológica de percibir la
seguridad. Si se parte de la base que las instituciones confieren seguridad y
protección a los individuos, intentar crear el propio destino (diseño) es en parte
renunciar a la estabilidad que ellas brindan. Abierta la libertad para el sujeto,
abiertos también los canales de riesgo e incertidumbre.
El hombre tiene cada vez más temor por las cosas simplemente porque ha
comprado las promesas de la liberación. En este contexto, la movilidad es funcional
al desapego del sujeto por las instituciones. A mayor desapego, mayor sentimiento
de incertidumbre. A lo largo de su llevadera prosa, Innerarity explica que toda
amenaza lleva a formas de “asociarse” con otros, por lo cual se articulan formas
políticas de lucha y liderazgo frente a los peligros del mundo exterior. El estado nace
de la necesidad de combinar los beneficios del capital con la estabilidad laboral. Por
lo tanto, la inseguridad “biográfica” parece ser un resultado inevitable del proceso
de individualización por medio del cual se gana independencia e igualdad, a la vez
que aumenta la incertidumbre. Las instituciones tienen como función regular y
garantizar la libertad del sujeto, y cuidarlo de sí mismo. Poniendo como ejemplo el
caso de Ulises, Innerarity dice que sabiendo del peligro que representan las sirenas,
la verdadera libertad es aquella que garantiza nuestra decisión en pleno uso de
facultades, incluso si fuera restrictiva, como el hecho de pedir ser atado al mástil del
barco para no sucumbir a los propios deseos. ¿Por qué relacionar a la hospitalidad
con el riesgo?
A juicio de ACP, todo intento de reconciliación de los dos tipos de enfoque debe
verse como forzado, por la sencilla razón de que la diferencia de los puntos de
partida sería tan radical que afectaría, de modo insuperable, a todo el repertorio de
categorías puesto en juego en los intentos de explicación desarrollados en uno y
otro caso. En particular, serían vanos los intentos de (re)introducir elementos
eudemonológicos propios de la ética clásica de la virtud en el conjunto de modelos
que parten de asunciones deontológicas. Los intentos de conciliación tendrían aquí
el insalvable problema de sacrificar la coherencia interna de ambos tipos de planteo
(p. 12). Personalmente he defendido, en diversas ocasiones, el punto de vista
exactamente opuesto al que acabo de referir, a la hora de caracterizar las relaciones
entre la ética antigua y la moralidad moderna. Por lo mismo, tanto más
aleccionadora y admirable me parece la claridad con la que ACP expone su posición
al comienzo mismo de la obra, la cual se presenta entonces como un intento de
defensa, sin compromisos, del tipo de aproximación que prescribe su propio punto
de partida radicalmente incompatibilista. Naturalmente, la respuesta a la cuestión
de si se está aquí verdaderamente en presencia de modos radicalmente
inconciliables de abordar la problemática nuclear de la ética filosófica depende, en
medida decisiva, de la caracterización misma de las posiciones que se pretende
comparar.
Pero mi intención no es ni puede ser aquí la de proporcionar una interpretación
alternativa a la propuesta por ACP que permitiera poner en duda el alcance de su
severo veredicto de incompatibilidad. Por el contrario, me limitaré a reflejar algunos
de los aspectos centrales de la interpretación que el propio ACP desarrolla, con gran
rigurosidad y notable penetración, convencido como estoy de que, incluso en el
disenso sobre algunas cuestiones de fondo, y tal vez en mayor medida justamente
en razón de tal disenso, se puede aprender muchísimo de una obra que ofrece una
amplísima gama de elementos de indudable valor.
Regresar al Bien
Para muchos, en el Reino Unido el periodista es poco más que un gacetillero que -
en palabras de un periodista británico- requiere sólo “unos modales correctos, la
astucia de una rata y un poco de aptitud literaria”. La imagen reptiliana del periodista
alcanzó su apoteosis en el año de la muerte de Diana, Princesa de Gales, en 1997.
Tanto la presencia y el comportamiento de los paparazzi en el lugar del accidente
como la acusación pública por parte de su hermano, el conde Spencer, de que “los
directores [de los periódicos] tienen sus manos manchadas de sangre –siempre
creyó que al final la prensa le mataría-”, marcaron el peor momento para el
periodismo británico.
El mismo año de la muerte de Diana, un antiguo corresponsal de la BBC consiguió
un escaño en el Parlamento como candidato no oficial contra la corrupción.
Presentaba al periodista como la imagen de la integridad, el campeón de la verdad
que desvela los crímenes de los poderosos, el paradigma del Watergate. La prensa
Escrita y la BBC representan las dos caras del periodismo británico en la percepción
pública. En el Reino Unido, pues, los periodistas repelen y atraen. En el siglo XXI
son el equivalente de doctor Jekyll y mister Hyde.
A pesar de la poca estima que los periodistas suscitan en el Reino Unido, este país
es, junto con Alemania y los países escandinavos, uno de los lugares donde más
periódicos se compran y donde más telediarios se ven. En un día normal, los
británicos compran doce millones de periódicos de prensa nacional, comparados a
los casi dos millones que se adquieren en Francia y al millón y medio de España8.
Según las estadísticas de la Unión Europea, el 47% de la población lee un periódico
cada día, el 16% varias veces por semana y otro 16% una o dos veces por semana.
Además, aproximadamente el 71% de la población británica vcada día las noticias
de televisión y el 16% lo hace varias veces a la semana. De media, se ven unas 26
horas de televisión cada semana.
Para los británicos, el periodista es tanto un informador como un bufón que hace
reír con historias de ricos y famosos. En efecto, los periodistas británicos tienen, en
palabras del editor político de Sky News, Adam Boulton, “un poco más del mundo
de los escritores de pacotilla” que sus equivalentes norteamericanos o europeos.
También por eso los periodistas británicos han tenido menores pretensiones de
convertirse en un Cuarto Poder. Según esta visión nada romántica, el periodismo
es un oficio, no una profesión, y los periodistas son reporteros.
El escepticismo sobre el papel del periodismo no crea una industria pasiva. Nadie
queda a salvo de las atenciones de la prensa.
El mismo periódico que una semana lanzó una campaña para desenmascarar a los
pedófilos, unos meses después organizó una trampa a la nuera de la reina Isabel,
con periodistas disfrazados de jeques árabes, para revelar cómo aprovechaba su
estatus real en sus actividades comerciales. En el Reino Unido el periodismo es
todo menos aburrido.
Sin embargo, como indican los datos arriba citados sobre la confianza, el
escepticismo sobre el papel del periodismo y del periodista tiene un precio. En un
clima donde no se fomenta la reflexión sobre los principios y las prácticas del
periodismo, las consecuencias pueden ser serias. Por citar algunos ejemplos: en
2001 el director del Sunday Mirror perdió su trabajo por informar de manera
perjudicial sobre un juicio; The Sun perdió gran parte de sus lectores de Liverpool
por el tono de su cobertura de la tragedia de Hillsborough, en la que murieron
muchos de los hinchas de la ciudad; una productora de televisión perdió la
posibilidad de hacer programas por falsificar escenas. Como declaró un periodista
de The Times: “promocionar y hablar sobre los estándares altos y la ética en los
periódicos no es un capricho para los aficionados a la filosofía moral o para
periodistas con una psique sensible: es un asunto muy práctico que afecta a las
relaciones con los clientes, la mejora del producto y las ganancias”.
Desde luego, también es cierto que en muchos sentidos los periodistas tienen
menos poder de lo que a veces imaginamos. Salvo unos cuantos privilegiados, la
mayoría de los periodistas tiene condiciones laborales precarias. En su
investigación sobre el papel del sindicato británico de periodistas (The National
Union of Journalists) en el planteamiento de cuestiones éticas, Harcup afirma con
razón que “no se puede separar la ética periodística de realidades económicas
cotidianas como la falta de personal, la seguridad en el empleo, los contratos
eventuales y el uso de la prepotencia y las prerrogativas ilimitadas de las que goza
la dirección”
Todo lo dicho es verdad. Sin embargo, nadie aceptaría el argumento “no podía
hacerlo de otra manera” como justificación de una mala acción. El político
conservador Alan Clark, a menudo blanco de la atención mediática, lo expresó de
una manera más gráfica: “es imposible sobreestimar el grado de saña que se
fomenta en el trabajo de los periodistas. Pero no hay que hacerles mucho caso
porque, como los guardias de los campos de concentración, sólo actúan bajo
órdenes”.
Por otra parte, es muy conocido el estilo que siguió la Teología Moral desde el siglo
XVII hasta las nuevas perspectivas que abrió el Concilio Vaticano II. La Teología de
estos siglos intenta seguir la doctrina moral tomista, sin embargo varía bastante no
sólo su estructura, sino sobre todo su forma de entender la dinámica del acto
humano. Si Santo Tomás tomó la virtud como centro de la vida moral, la Teología
posterior se centró en la determinación racional de la ley moral, en su aplicación
subjetiva por la conciencia, y por motivos pastorales en la determinación concreta
de los pecados y su gravedad.
Hay, sin embargo, dificultades para admitir la ley natural: se puede afirmar
demasiado o demasiado poco (riesgo de falta de realismo o de la violencia por una
parte, riesgo de la irrelevancia por otra).
Objeciones a la ley natural: parecería que hoy no hay consenso sobre la ley natural.
Pero ésta no es para Tomás, en primer lugar, el mínimo común denominador entre
los hombres (como a menudo lo es para los modernos, preocupados por la unidad
del estado después de las "guerras de religión" y fascinados por el ideal de la "nueva
ciencia"). En cambio, en Tomás hay la exigencia de fundar la moralidad sobre la
naturaleza (sobre su ser psico corpóreo).
Se piensa que hay oposición entre ley natural y libertad, pero la libertad negativa
(libertad en particular respecto al estado y a sus leyes positivas) implica una cierta
concepción de la naturaleza humana y de su dignidad, es verdad que no podemos
actuar sin libertad o contra la libertad (Kant y el mismo Tomás^), sin embargo, no
podemos actuar sin reconocer bienes humanos básicos y sin jerarquía entre ellos.
De otro modo, la libertad sería una idea vacía (con el riesgo del nihilismo como
éxito).
Para elegir (libertad) tengo que reconocer bienes básicos entre los cuales elegir.
Recordemos el esquema de Suma teológica I-II dedicada a la moral: el verdadero
fin del hombre (beatitud perfecta e imperfecta), los actos humanos (filosofía de la
acción el mismo acto puede tener diferentes significados desde el punto de vista
moral), bondad y malicia de los actos humanos (el bien deriva de una causa integral:
fin, objeto y circunstancias el fin y las circunstancias no cambian necesariamente el
objeto del acto)'*, las pasiones, las virtudes (principios interiores de los actos
humanos).
Como se puede apreciar ya observando el esquema de la Suma teológica I-II, la ley
natural no es según Tomás una evidencia desde la cual partir en la reflexión moral.
En cambio se asciende hacia ésta desde las acciones, las virtudes y los vicios del
carácter, desde las leyes positivas, pidiendo el por qué, el fundamento de aquel
comportamiento o de aquella norma. La ley natural tiene una acepción mínima
/primeros principios prácticos de I-II, 94,2 y una máxima (comprende de alguna
manera toda la moral de Tomás).
La ley natural presupone en Tomás armonía entre la racionalidad práctica (natura
ut ratio - que es la única racionalidad en cuanto finalizada al fin del hombre) y las
fundamentales inclinaciones humanas (no cualquiera inclinación, sino la inclinación
hacia bienes perfectos) ‘‘.
El deseo humano (simplex voluntas) es unitario^; está informado por la razón ("dene
ojos"), reconoce el bien ontológico y la racionalidad práctica es siempre también
especulativa, pues conoce la realidad.
Virtud viene del latín “virtus”, pero es del término griego “areté” que emerge el
significado de excelencia cumplimiento del propósito o de la función a la que el
individuo se destina, realización de la propia esencia, refiriéndose, finalmente, a las
capacidades y habilidades que tornan bueno a su poseedor. Según Rachels, virtud
es un trazo característico, manifestado en una acción habitual, que es bueno que la
persona posea.
En realidad, los conceptos de virtud y principio no son distantes entre sí, estando
ambos vinculados a valores que formulamos en los contextos social y cultural.
Porque son exactamente esas valoraciones las que nos hacen definir nuestras
acciones y conductas, nuestra vida moral, en consonancia con reglas aceptadas en
la comunidad o a partir de la disposición para actuar y construirse virtuosamente.
Considerando esta breve presentación, el objetivo de este trabajo es, antes que
diferenciar principios y virtudes, destacar la posibilidad de otro abordaje de la ética,
de la bioética, que también tiene en sus bases las nociones de hacer el bien y de
alteridad, no como obligación, regla o deber, sino como habilidad y constitución de
un carácter particular que es perseguido voluntariamente por un individuo para la
vida personal y también para fines prácticos en sus actividades profesionales.
El filósofo Immanuel Kant estableció que las reglas universales deberían seguirse
por los individuos de forma independiente a sus deseos o intenciones, y
orientarse al interés general. Para él, existía un único principio moral en el cual todos
los deberes morales se basaban: el imperativo categórico, cuya máxima es que las
acciones de los individuos deben ser tomadas considerando que puedan tornarse
leyes universales, aplicables a todos.
Las reglas que no admiten excepciones, el análisis general que no considera las
particularidades, las decisiones racionales que no pasan por la ponderación
valorativa y las acciones en pos de una mayor felicidad indefinida se muestran
insuficientes para lidiar con los problemas contemporáneos, incluso en salud.
Tal vez, en una consideración atemporal, ese conjunto de acciones inflexibles
no sea incluso la mejor manera de orientar las conductas y las decisiones.
El debate moral de la actualidad se caracteriza por la pluralidad de valores
y principios, que lo tornan inconmensurable. No parece haber una única corriente
de pensamiento que tenga status para tornarse unánimemente aceptada y, por lo
tanto, la respuesta exclusiva a la pregunta de cómo actuar en determinada situación.
Para Aristóteles, el fin último del ser humano, hacia el cual convergen todas sus
actividades, principalmente aquellas que se refieren a su función en la comunidad,
está en el Bien, en la búsqueda de la eudaimonia del griego eu (bien/bueno) y
daimon (espíritu). El término ha sido traducido como “felicidad” o “florecimiento”,
pero no se relaciona con sentimientos temporales, sino con la noción de la plena
realización de la vida. La Eudaimonia se refiere también a actividades del alma
de acuerdo con formas de excelencia o virtudes. De ahí surge otra denominación
del referente ético aristotélico, “Ética de las Virtudes”.
Las virtudes son, entonces, características del agente moral que lo conducen a
actuar para el bien, persiguiendo determinados fines – fines últimos del ser humano
o de sus prácticas. Aristóteles divide a las virtudes en intelectuales y morales,
y explica que su adquisición, mediante el esfuerzo, se da por la instrucción y por
su práctica, respectivamente.
Finalmente, Aristóteles enfatiza ese esfuerzo para adquirir virtudes o para
practicar actos virtuosos, dado que la disposición de hacerlo es una
manifestación del alma, así como las emociones y las facultades. En este caso,
la vocación por las virtudes morales conduce a buenas elecciones,
perfeccionando la parte apetitiva (de la voluntad) del alma, que la inclina a
perseguir determinados fines. Y es la virtud moral de la prudencia (del griego
phrónesis) la que, para él, tiene mayor importancia.
Campodonico, A. (2011). LAS VALORACIONES DEL DESEO: FELICIDAD, LEY NATURAL Y VIRTUDES EN
TOMAS DE AQUINO. Copyright of Tópicos, 56.
CORREAS, C. I. (2015). De la ley a la virtud :EL GOBIERNO DEL DERECHO. Copyright of Humanitas,
321.
Patrícia Souza Valle Cardoso Pastura, M. G. (2016). La perspectiva de la ética de las virtudes para la
toma de decisiones médicas. Rev. bioét. , 245.