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Zig-Zag Red
Zig-Zag Red
A sus incontables alumnos marplatenses que fueron, sin sospecharlo, verdaderos faros
en su vida.
A todos los que contribuyeron, ayer y anteayer para que el camino reflejado en estas
viñetas fuese posible. Son innumerables.
Contenido
Punto de partida ................................................................................................................................ 11
Punto de partida
Escribí alguna vez: Un linyera no es un personaje desconocido para los ojos argentinos.
Es el que todos, o una gran mayoría, han visto con los ojos de la realidad. Tal vez para algunos,
solo un marginal. Tal vez para otros, con un poco de romanticismo, la figura popularizada en
Argentina en la voz de Antonio Tormo:
“Linyera soy,
Corro el mundo y no sé dónde voy.
Linyera soy,
Lo que gano lo gasto o lo doy.
No sé llorar
Ni en la vida deseo triunfar.
No tengo norte, no tengo guía
Para mí todo es igual.”
Este linyera, por distintas razones, no conoció lo que pueden llamarse los sensibles
afectos de una madre o de un padre. Al menos, él no los sintió. Tuvo otros, muy auténticos, de
familiares muy queridos. No es lo mismo. Vivió una infancia muy encerrada en sí mismo.
Vivió una larga adolescencia rodeado de buenos tratos, en una institución religiosa.
Buenos tratos, sin ninguna amistad sincera. Solo relaciones superficialmente correctas. Nunca
afectos verdaderos. Solo intereses, más claros o más ocultos. Él la sintió así.
Siempre tuvo también, eso sí, una compañía muy íntima, que nunca supo ni sabrá de
dónde surgió, y que probablemente no lo abandonará hasta que exhale el último aliento. Se
llama “respiración musical”.
Sin embargo, arcanas y casi silenciosas melodías poblaron su mente desde que tiene
conciencia. Con luz y con sombra. En soledad y en compañía. Con frío o con calor. Entre risas o
entre lágrimas.
Melodías siempre con letra, con un mensaje, más ingenuamente a la vista o más
oculto. Participable por todos, o por la mayoría, o por unos pocos, o, quizás, solo comprendido
y sentido por él.
Pero desde que germinó en su ser más íntimo una semilla innata de trashumancia
espiritual y floreció finalmente en su decisión irrevocable de convertirse conscientemente en lo
que dio en llamar un “linyera de alma”, otra música, silenciosa y profunda, misteriosa y
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persistente, repetida y variada, empezó a surgir desde muy adentro y pugnando por salir y
darse a conocer a otros, a todos…
Obertura
Fuimos tres hermanos. Dos mujeres y yo.
Hemos vivido siempre los tres en muy buena relación pero viéndonos poco.
Pórtico
Un diario se supone escrito con palabras. En su sentido más evidente es algo que se fue
escribiendo día por día. Por alguien. Referido a sí mismo. Todas las impresiones recibidas, los
sentimientos suscitados, lo padecido, lo actuado, lo soñado. Este diario tal vez quiera referirse
más que nada a esto último. Los sueños que se fueron sucediendo día a día en este linyera de
alma. Algunos se realizaron plenamente. Otros, a medias. Otros, quedaron en sueños...
¿Cuántas palabras estarán albergadas hoy en la mente de este linyera de alma? Son
ciertamente incontables. De la inmensa mayoría de ellas jamás sabrá cuándo entraron. Muchas
también ya salieron...por un tiempo...para siempre...Tal vez son cada vez más las que se van
escapando...
Pero hay unas cuantas palabras cuya identificación de ingreso quedó perfectamente
registrada. La mayoría de esas profundas e indelebles marcas se produjo en la infancia. Fue una
más bien corta infancia. Corta e incierta. Una parte, no demasiado larga e intermitente, en un
pueblito de campo, frente al ferrocarril.
Muchos son los recuerdos de esas largas vías: la estación, los andenes, la noria con su
burro para darle agua a las locomotoras, las señales, las palancas de cambio, la campana, el
telégrafo, los aros con mensajes, el “olor a tren”, los durmientes, los galpones, hombres
cargando al hombro, una por una, centenares de bolsas de trigo, el embarcadero con su
cartelito “sea compasivo con los animales”, el...
Desde ese entonces el linyera se transformó para ese niño en una especie de modelo
inconsciente... Andar...andar...soñando...sin saber hacia dónde... Sobre el techo de un vagón
cualquiera...Viendo pasar la vida....viviendo la vida a medida que pasa...Sin ir a
buscarla...Esperando que venga...que pase...
La vida camina... tres cuartos de siglo...no es ni mucho ni poco...el tren nos lleva. ¡Qué
lindo! Volver por donde se empezó.... ¿Es posible? ¿De qué manera intentarlo? Siguiendo al
revés el camino que la mente recorrió al abrirse al mundo...con el tren...en marcha...siempre en
marcha...
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Llega un momento en que los nombres son tantos que se comienza a olvidarlos. Se
olvidan muchos, muchísimos. Poco a poco todo tiende a volver a ser uno...como al principio.
Sentado sobre el vagón, al borde de los caminos... se van borrando los nombres de las
cosas y la naturaleza vuelve a la unidad...Hasta que uno vuelva a la unidad con ella....
Un viaje de ida, siempre de ida....Las cosas pasan y pasan. Y siguen pasando frente al
tren. Es un largo desfile. Cosas más lindas. Cosas más feas. Al menos, así como las ven los ojos
de un linyera. Las cosas pasan... ¿Adentro? ¿Afuera? Tal vez nadie lo sepa
nunca...Soledad...pájaros...langostas...mariposas...tucuras...pastos...flores....panadero...
Las cosas pasan y pasan. Se van metiendo en el alma. Pasan y pasan y se meten dentro.
Pero ¿cómo contarlas? ¿Cómo decirle a alguien lo que se ha metido dentro? Todo es un sueño,
un largo sueño, un sueño interminable. Uno lo ve, lo siente, lo vive...Pero ¿cómo comunicarlo?
Para expresarlo hay que recortarlo, encapsularlo en palabras. ¿Es lo que sale en las cápsulas un
fiel reflejo del sueño interior? No parece. ¿Es mejor? ¿Es peor? Es distinto. Muy distinto.
Hay palabras que son capturadas, por ejemplo, por constructores de así llamadas
teorías científicas. Las congelan. Las fosilizan. Las aíslan y las vuelven a pegar unas con otras.
Como ladrillos. Resulta una construcción muy lejana de la realidad soñada. Es una construcción
utilitaria. Sirve para manejar la realidad, para deformarla en provecho propio. ¡Si fuera para el
provecho de todos los humanos!
Algunos de esos ladrillos son palabras que se repiten a menudo. Se tornan comunes,
ordinarias. Otras suenan como raras. Por lo común, las que se guardan en el cofre de recuerdos
del linyera son comunes, muy comunes, si bien algunas fueron muy especiales para él. Sin
embargo, algunas de esas palabras más raras, también encontraron un lugarcito en el
reservorio de las palabras marcadas.
¿Fue el principio de un mundo que se iba marcando con mojones verbales? Hoy,
después de mucho camino, el vocabulario total archivado en la mente está lejos de ser
completo pero abarca varios miles de palabras, muchos miles... Sin embargo sólo algunas han
quedado marcadas con su sello de origen. Como “calidoscopio”. Bien las estoy llamando
palabras marcadas Ellas constituyen un diccionario privado, una enciclopedia particular. Todas
marcadas por un entorno claro, muy claro, prácticamente imborrable, indeleble ante la acción
de los años. Imágenes...sensaciones...palabras. En el momento de su admisión les cayó encima
algo como un sello: espacio y tiempo. ¿Por qué ese sello las eligió? ¿Por qué? No siempre
parecen importantes...Son obvias, vulgares, archicomunes....Pero impactantes... Hoy forman
algo así como el corazón de ese mundo verbal. Constituyen poco menos que las raíces de una
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estética personal, muy personal, del lenguaje. Al menos son índices reveladores... ¿Estética? Sí.
Lo que gusta...lo que produce una sensación agradable....lo que arranca un rechazo....
Poco tienen tal vez que ver con una estética convencional. Es una estética privada. ¿Es
todo mundo mental un mundo estético? Probablemente. Una construcción total, ese castillo
de ilusión...Lo visitaremos después.
Inicio de un camino. ¿Hubo un comienzo? ¿Cuál? ¿Hay camino? Hay una continuidad
total...
Para empezar a narrar ¿Se deberá arrancar de la primera neurona? ¿O del big- bang?
¿Somos una partícula? ¿Somos algo fuera del todo? La vida ¿es parte de ese todo? ¿Qué
parte? ¿Dónde empezó a grabarse el video-clip?
Para desandar el camino y poder contarlo había que elegir algunos puntos de apoyo.
¿Cuáles? ¿Imágenes? ¿Personas? ¿Sentimientos? ¿Dolores? ¿Desengaños? ¿Momentos felices?
I – salmo inicial
Estaba cosiendo algo, tal vez algo para él... No lo hacía con la mano y sobre sus rodillas
como otras veces, sino que utilizaba algo que parecía una mesita de madera, con un gran pedal
que accionaba debajo de ella, como hacía el pequeño linyera con su autito.
Bajó del auto y se paró a su lado. En silencio. Ni una palabra. Registró todo. Toda la
escena. La costura en esa máquina especial. Y su vestido. Todo le quedó impreso.
Después preguntó cómo se llamaba ese aparato con un pedal donde se deslizaba la
ropa que estaba cosiendo.
-Un batón
Alguien se lo dijo. Un batón de color grisáceo con unos florones negros. Asociado
permanentemente a la máquina de coser.
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Camarote
1933....Mediados de diciembre. Suena el silbato de la locomotora. ¿Es el primer silbato
del tren que escuchó el linyera en su vida? Probablemente, no. Pero es lo cierto que es el
primero que registró .Su primer contacto consciente con ese tren de imborrables memorias
para este linyera de alma.
Su madre, la misma del batón con florones negros sentada a la máquina de coser
aquella mañana....Un repentino ataque de apendicitis. Todo complicado. Esperaban el tren a
Buenos Aires...
No la recuerda en el andén. Allí estaba todo lo que después siempre vio: la campana, la
báscula, el banco, a un costado la noria con su mula, la oficina del jefe con su telégrafo...Su
padre, sus hermanas, el doctor, Ángela... ¿Y su madre? ¿Por qué viajaban? ¿Adónde? Lo de la
enfermedad de su madre lo supo después. En ese momento no lo sabía. Solo estaba en su
mente la aventura de un viaje en tren.
La memoria salta. El tren está en marcha. Ella, sí, era ella, la primera imagen de su
rostro que el linyera recuerda con nitidez. Con más nitidez que cuando la había visto con su
batón. Estaba acostada en un camarote. El camarote pasó a ser el único lugar importante de
aquel pequeño tren de solo dos o tres coches. Un allegado a la familia, con influencia en el
ferrocarril había conseguido que se incorporase a ese tren, cosa insólita, un coche dormitorio.
¿Quién le dijo al linyera que ese lugar se llamaba camarote? No lo sabe. Alguien lo llevó hasta
allí cuando preguntó:
- ¿Y mamá?
- Está descansando.
- Quiero verla.
- Un poco más tarde.
- ¡Ya!
- Bueno, vamos al camarote.
- ¿A dónde?
- Al camarote. Allí está acostada.
Silencio. No hubo palabras. Solamente miradas. El linyera no pudo jamás guardar una
sola palabra salida de labios de su madre ¡Y tantas palabras insignificantes como tiene
archivadas y marcadas!
Tan solo guardó sus ojos. En ellos parecía haber palabras escritas. ¿Cuáles? Demasiado
profundas y demasiado íntimas para ser reproducidas con letras...
Sanatorio
Siempre 1933. Pero un nuevo salto en la memoria desde el camarote del tren. No
recuerda el linyera un salto de cuántos días. Tal vez tres o cuatro. Pero desde el camarote del
tren hasta ese 18 de diciembre hay un vacío total en su memoria. ¿Cómo llegaron? ¿Dónde
estuvieron? ¿Qué hizo él? Nada sabe. Fue en Buenos Aires. En la calle Córdoba. Sentado el
linyera en el hall de espera (con vidrios granulados blancos y de colores). Sentado y quieto.
Solito.
- Ahora te voy a llevar a ver a mamá, me dijo la enfermera que se me acercó.
Pasó a la sala. Su madre, con su tez muy amarillenta...llena de tubos y muchos frascos
sobre una mesita junto a la cama. Su padre, parado a su lado. Se corre un paso para hacerle
lugar. Lo acerca con su mano sobre la espalda. Se miraron y se volvieron a mirar.
De nuevo, como en el camarote del tren, ninguna palabra. Palabras en las miradas. Un
beso. El primero que el linyera recuerda y, ciertamente, el último.
Fallecer
Aprendiz de pequeño linyera. Preparativos de viaje.
- ¿Adónde vamos?
- A un lugar en las Sierras de Córdoba. Te va a gustar...
- ¿Es lejos?
- Menos de un día...
- ¿En qué vamos?
- En la cupé azul.
- ¿Viene mami?
- Mami se quedó en el sanatorio. Tiene que terminar de curarse.
-¿Cuándo salimos?
- Mañana tempranito. A primera hora. Estamos en enero y amanece temprano
Viaje por un camino polvoriento. Hacia el norte. A mitad de la marcha paran bajo un
bosquecillo a la vera del camino. Abren unas latitas y comen algo.
- ¿Falta mucho?
- Otro tanto. Esta tarde llegamos. ¿Estás cansado?
- No. Pero tengo ganas de llegar.
Llegaron esa tarde temprano. Toda la familia, menos la madre del linyera que se estaba
terminando de curar en el sanatorio...
El muchacho bombea...
- ¿Está de paso?
- Sí, yo me voy mañana.
- ¿Ese nene lindo es suyo?
- No, es de mi patrón. Se aloja en un chalet frente al hotel.
- ¿Y la mamá?
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- La mamá falleció...
¿Fallecer? ¿Qué era eso? La palabra se le clavó al linyera en el alma. Enero de 1934.
Nunca quiso preguntar. ¿Para qué? ¿Y si era algo malo? Poco a poco y en medio de un
misterioso silencio se le fue abriendo la realidad. Su madre nunca más volvió. ¿Dónde estaba?
Nunca preguntó. Algunos años después lo llevaron al cementerio en Buenos Aires. Le llevó unas
flores...
Fallecer se convirtió en un término tabú para él. No lo usa nunca. Prefiere los
sinónimos…
Fue una de las primeras palabras marcadas en el alma de ese pequeño linyera.
Pasaron muchos años. Muchos. Para ser preciso, treinta después de aquel 1933...
Su hermana mayor le avisa que de la Chacharita la habían citado para la reducción del
cuerpo de la madre. Habían pasado treinta años y había que hacer eso. El linyera no solía ni
suele ir al cementerio. Para él los muertos queridos siguen siempre presentes en el viaje del
linyera. Nunca se separan...
Hubo que hacer un traslado a Flores porque en Chacharita no había más lugar.
Con unos despiadados golpes de pico un rudo sepulturero rompió la tapa del féretro.
¡Oh! Allí estaba ella, la de la máquina de coser, la del camarote, la del sanatorio. Su mismo
rostro, sus labios que querían sonreír, sus ojos cerrados. ¿Vio realmente el linyera ese rostro?
¿Lo imaginó? Lo cierto es que no se pudo hacer la reducción porque el cuerpo estaba
momificado y entero. Se lo depositó en tierra para esperar un tiempo.
Pero sí, era ella, ella misma...El fatídico fallecer volvió a asomarse...
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Presagios
Nada más que presagios.
¿Ominosos?
Simplemente presagios.
Palabras que nunca fueron dichas.
¿Dónde quedaron?
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Fósforos
¡Vaya un descubrimiento! Es claro que el linyera los conocía. Los veía todos los días en
la cocina. No había otro tipo de encendedores que él supiera. Los usaban todos los fumadores.
Sin embargo, ese nombre, fósforos, se le clavó en el alma, muy adentro, en una fecha
bien determinada. Una fecha cuya precisión no deja dudas porque está documentada
fehacientemente. 12 de setiembre de 1932. ¿Las diez de la mañana?
Por fin alguien, que después le dijeron que era el sacristán, encontró la solución
mágica. Comenzó a sacudir una cajita de fósforos “Ranchera” y ¡milagro!, silencio total. La
ceremonia parece que terminó en paz y orden.
Fueron los fósforos ese primer contacto consciente del linyera con la Iglesia. Bastante
más tarde una llamita brotó de esos fósforos e iluminó parte de su viaje de linyera, hasta que
un feliz huracán de la vida la apagó y le permitió seguir el viaje guiado por la sola luz del
instinto...
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Calidoscopio
Fue una vez en la cabecera del partido. Una ciudad de la campaña....1934...El linyera
seguía siendo un simple aprendiz...En casa de unos primos, residentes allí por ese entonces.
Después de comer, con la hija de los primos, más o menos de la misma edad, en la
pieza de juguetes...Una revista general... Un juguete y otro y otro...Más bien cosas para las
chicas...
En un momento apareció algo desconocido completamente para los ojos ávidos del
linyerita...
- ¿Qué es esto? ¡Maravilloso! Parece magia.
- Hacelo girar. Más. Más. Otra vez.
Lo hacía girar en sus manos. Lo daba vuelta de un lado y de otro y siempre aparecían
combinaciones nuevas de figuras atrayentes y coloridas. Colores brillantes...Un mundo de
ilusiones y fantasías...Todo un futuro cambiante...
- ¿Qué es esto? ¿Un arco iris? ¿Uno o mil? ¿Un caos y otro caos y otro caos?
- Parece que te gustó.
- No lo suelto más.
-No te lo vas a llevar...No te lo regalo. Decile a tu papá que te compre uno.
Seguía vueltas y más vueltas. No aparecía un hilo conductor en las imágenes...No veía
puntos comunes ni repeticiones...Una vez perdida una de ellas, jamás volvía...¿Sería eso la vida?
- ¿Cómo se llama esto? ¿Tiene un nombre?
- Calidoscopio.
- ¿Cómo?
- Calidoscopio.
Cali....
- Ca-li-dos-co-pio
Es una de las palabras que han quedado indeleblemente grabadas en la mente viajera
del chico linyera, con todas las circunstancias que rodearon su primera, su profunda y definitiva
internalización. Una de ellas fue la respuesta de la amiguita a la pregunta ¿Qué es esto? Un
calidoscopio. Lo repitió varias veces. Ca-li-dos-co-pio. Un mundo nuevo... ¿Por qué tanta
impresión? Misterio... el misterio de siempre. Había muchos juguetes en ese cuarto. Muchos
nombres. Muchas palabras. Calidoscopio. Otra palabra marcada. ¿Un símbolo de la marcha
siempre cambiante y siempre la misma de la vida de un linyera?
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Araña pollito
Una cosa que parecía una mancha negra. Pero se movía muy lentamente.
- -Es una araña pollito
- Una ¿qué?
- Araña pollito. Porque es muy grande, casi como un pollito.
- Nunca había visto
- En la estancia había muchas. Acá en el pueblo es la primera que veo.
- ¿Son malas?
- Creo que no, pero asustan...
Ese bicho grande, negro y peludo, con ese nombre extraño, araña pollito, se metió en el
cofre de las palabras marcadas. Como ningún otro animal más cariñoso y más lindo. El perro, el
gato, la mariposa, el colibrí, todos ellos entraron sin registro. Sólo quedó marcada la araña
pollito. ¿Sería un presagio de algunas noches oscuras y amargas que sobrevendrían?
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Escuerzo
Allí estaba en el jardín de la casona pueblerina. Tarde calurosa. Por lo tanto, primavera
o verano. Diría que 1932, que fue un año muy fecundo en recuerdos.
- Mario, ¡Mira qué lindo sapo!
¿Un sapo lindo?
- Este sí. Es distinto de todos los demás...
- ¿Qué tiene para ser lindo?
- ¡Tiene todos los colores! Parece un arcoíris.
- A ver...
- Aquí, junto al alambre del gallinero, entre estas hojas...
- ¿No estarás confundido?
- ¡No! ¡Mira!
- No lo vayas a tocar...No es un sapo.
- ¿No? ¿Qué es?
- Eso es un escuerzo.
- ¿Cómo?
- Es-cuer-zo. Así se llama.
- ¡Qué lindo!
- Te voy a mostrar algo: cómo se hincha.
- ¿Se hincha?
- Vas ver. Aquí tengo un cigarrillo, un Condal, de los que fumo siempre.
- ¿Para qué?
-Lo enciendo. Lo pincho con esta horquilla y se lo pongo en la boca mientras lo sujeto
con este palo.
- ¿Va a fumar? Así dicen. Y dicen que al tragar el humo se hincha y se hincha.
¿Ya probaste otras veces?
- Nunca. Vamos a ver ahora....
Gallito pigmeo
En ese mismo año, fecundo en recuerdos animales. El escuerzo, de este lado del
alambre romboidal, en el jardín. Ahora el recuerdo salta al otro lado, al gallinero. La jaula de los
conejos, el techado para que duerman las gallinas, la casilla de la perra, donde más de una vez
el linyera se acostaba con ella... Una gran pila de marlos, que acababan de traer del campo para
la cocina económica... Unas cuantas gallinas, de todos los colores, blancas, batarazas,
coloradas...
Así lo hicieron. Jugaron. Corrieron. Por momentos era como que los atacaba. Cuando
desplegaba las alas y alzaba la cabeza parecía un rey. Siguieron así un largo rato. Hasta la
tardecita. Cuando empezó a oscurecer, el linyera y el gallito se subieron la “montaña” de
marlos y allí el linyera se sentó, con el gallito al lado. Bueno, pensó, para que no tenga frío de
noche hay que dejarlo al cubierto. Tomó una lata vacía de querosene de 20 litros, abierta por
arriba. La invirtió y lo dejó a su pigmeo cubierto por ella para pasar la noche. Le dijo adiós y se
fue del gallinero.
Sueño intranquilo... ¿Estaría bien el gallito? ¿Tendría frío? ¿Iba a despertarse al salir el
sol para saludarlo con su canto?
Vino la luz. Tomó su tazón de Toddy y voló al gallinero a visitar a su nuevo amigo. Allí
estaba la pila de marlos y arriba de ellos, en el medio, la lata de querosene. Corre. La da vuelta.
¡Ay! El gallito pigmeo no se movía. Estaba allí, quietito, acostado, con los ojitos cerrados.... ¡Lo
había dejado sin aire!
Fue una experiencia muy dura... Una ilusión frustrada. ¿Habría muchas más en la vida
del linyera? Frustraciones causadas por imprevisión, por falta de consejo, por entusiasmos
incontrolados en la vida del linyera.....Algunas frustraciones más tarde no tuvieron retorno,
como la del gallito... Otras dejaron cicatrices pero no fueron mortales... No es una vida fácil la
del linyera. Muchas cicatrices se ven. Otras, son tan profundas que nadie las imagina...
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Catecismo (1)
Una fecha bastante precisa: uno de los últimos domingos de octubre de 1935. El primer
domingo de noviembre se iban a celebrar las elecciones. Eran todavía los años 30. En el
corralón del negocio, como se acostumbraba en la proximidad de elecciones, estaba listo un
asado criollo al que concurrían invitados los que iban a votar por los conservadores. Todo
preparado.
El padre del linyera estaba ausente en Córdoba. El linyera, con su hermanita, al cuidado
de Ángela.
- Bueno, esta tarde vas a tener que ir al catecismo.
- ¿Qué es eso?
- Enfrente, en la escuela.
- ¿Qué pasa?
- Vienen unas monjas de la ciudad para prepararlos para la Primera Comunión.
- ¡Qué!
- Sí, te van a enseñar lo que hace falta.
- ¿Para qué?
- Todos los chicos van.
- ¡No quiero ir!
- Si tu padre sabe que no vas, se va a enojar. (Años más tarde supo que su padre era
ateo)
- No importa.
- Después de comer te preparo y vamos....
- Ahora voy a ver cómo anda el asado.
Cruzando la puertita del jardín estaba el corralón. Todo listo. Los tambores de nafta de
200 litros sosteniendo los tablones que hacían de mesas .Sobre los tablones, las ensaladas, el
pan, los platos sin cubiertos, grandes jarras con vino tinto. Dos centenares de personas ya se
habían acomodado. La mayoría eran paisanos, con su facón a la cintura.
Después lo llamó otro paisano. Sólo había hombres en las mesas, porque las mujeres,
como no votaban, no estaban invitadas. Y después otro más lo llamó y otro y otro. Siempre un
bocadito y un traguito. En un momento el pequeño linyera se puso a corretear y fue a parar al
depósito donde se guardaba la arena de construcción. Allí no oyó nada más, ni música, ni
gritos, ni invitaciones.
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¿Habrá sido un vino tan bueno como el que dicen que alguien fabricó a partir del agua
de unas tinajas en unas bodas en Caná de Galilea? Puede ser que algo haya tenido que ver con
ese vino milagroso, porque, si bien momentáneamente lo libró al linyera de lo que entonces
temía como una pesadilla, dejó rastros en lo profundo de su mente, envolviendo la fatídica
palabra catecismo y afloró con otro terrible zarpazo, cuando menos lo esperaba, en otra de las
muchas detenciones del tren...
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Catecismo (2)
El dulce vino en el corralón durante el asado político de 1935 había producido su
efecto salvador de dejar adormecida esa palabra que en su momento había resonado para el
linyera como una amenaza fatídica: catecismo. No quería ir porque no quería ir. No sabía lo
que era. Pero no quería ir. Era como la escuela. Todo lo que le intentaran meter en la mente a
la fuerza no lo quería.
La escuela la fue gambeteando como pudo. Una providencial tos convulsa. Una otitis.
Un sarampión. Una escarlatina. Unas oportunas gripes. Tres años se redujeron a unos pocos
meses. Pasó por tres escuelas. Como sabía las tablas y más o menos se las arreglaba para
redactar unos renglones, logró reducir tres años a unos pocos meses. No estuvo tan mal. Pudo
defender su libertad. El catecismo, dormido apaciblemente. Ni noticias
Pero llegó el momento del zarpazo. En la calle Orán. La casa del paraíso con su rama
amiga. Una tarde de primavera. La cocina grande. Allí, como siempre, la abuelita. El linyera
volvía de jugar en la vereda con los chicos del barrio. Tenía hambre. Como de costumbre, le
pide a la abuelita un trocito de queso de rallar. Se lo da. Mientras lo saboreaba lo interrumpe y
le dice:
- El sábado vamos al catecismo.
- ¡¡¡Qué!!!
- Sí, ya te estás haciendo grande y hay que tomar la Primera Comunión. Todas tus tías la
tomaron cuando eran más chicas que vos, y tu mamá también.
- Pero...
- El sábado te llevamos a la parroquia.
No hubo más discusión. No había ningún asado político a la vuelta con un vinito para
auxiliarlo. Con la abuela no se disentía.
El sábado, allá fueron. Una iglesia grande. Los bancos llenos de chicos. Las nenas en un
ala y los varones en la otra. Más de cuatrocientos.
- ¿Sois cristiano?
- Sí. Soy cristiano por la gracia de Dios.
No lo sabía, pero así tuvo que responder. Siguió una larga lista de preguntas y
respuestas. Su buena memoria de entonces le permitió aprender todas las respuestas
necesarias en muy pocos sábados. Mejor que la mayoría de los otros chicos. Las catequistas,
encantadas. El linyera no entendía nada de lo que se decía en esos cuestionarios con
respuestas automáticas. Las catequistas, tampoco. O menos que el linyera. Pero estaban
encantadas cada vez que él concluía sin errores.
¿Eso era todo? No. De despedida el cura párroco contaba un cuentito cada sábado.
Para meditarlo el domingo y en la semana. Cuentitos de horror. De algo que él llamaba el
infierno y parece que lo había creado Dios para castigar a los pecadores. Cada vez que el
linyera no hacía caso en algo a la abuelita o a las tías cometía un horrible pecado y se ponía en
camino directo hacia las llamas infernales. Jamás le habían hablado así...
Muchos años hicieron falta, mucha reflexión, mucho sentido común, mucho estudio...
para poder desalojar de su mente esa palabra llameante, infierno, asociada indisolublemente a
catecismo. Más asquerosa que un escuerzo o una araña pollito.
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Cuando por fin se convenció, largos años más tarde, de que no existía algo llamado
pecado, no tenía por qué existir algo llamado infierno. También había algo contrapuesto
llamado cielo, pero eso le importaba mucho menos.
Fueron pocos sábados. Los últimos, antes del 8 de diciembre estuvieron dedicados a lo
más importante: ensayos para acercarse a la balaustrada y engullir la hostia sin morderla. ¡Qué
ensayos! Todo tenía que salir perfecto. El espectáculo era lo fundamental. Que no fuera a fallar
el menor detalle. Venían unos angelitos (en realidad eran nenas vestidas de tales) y banco por
banco hacían de guías hacia el altar. Allí les ponían a los chicos la hostia sobre la lengua y a
tragarla sin masticar. Les decían que eran hostias sin consagrar, pero, a la verdad, cuando les
dieron la consagrada tenía exactamente el mismo gusto.
Además, había otras cosas importantes. Los preparativos en la casa. Una enorme torta,
hasta entonces nunca vista por el linyera. Sin diabetes, no había problema. Un trajecito azul de
Casa Muñoz (“donde un peso vale dos”), el cuello de celuloide, el moño, la gomina, las
invitaciones a los amiguitos...
En la superficie el viaje seguía y seguía. Hasta el tren llegaban mezclados los olores de
las flores del campo y de la bosta de los animales. En el interior de un linyera, en cambio, es
como si hubiera varios niveles: más arriba y más abajo. En los de más arriba las cosas externas
fluyen bastante armoniosamente. Del catecismo quedaba también algo lindo: las formas
solemnes de la arquitectura de la iglesia, la música acariciante, el perfume del incienso, una
atmósfera de serenidad y belleza extraterrenas... Lo feo, lo muy feo, quedaba en lo más bajo,
casi dormido, pero quedaba...
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Confesionario
El linyera siempre se sintió más cerca de la madera viva de los árboles que de su
madera muerta y trabajada para utilidad directa del hombre, hecha mesa, silla, piso, estante,
cielorraso, ropero....o, peor aún, leña para el fuego.
Ninguna de las palabras con que se designan esos objetos de madera tiene registro de
entrada en la mente del linyera. Tal vez ya los tomó desde el principio como pertenecientes al
mundo natural de su entorno. Tal vez haya una sola excepción. Un mueble que sí se registró.
¿Por lo raro? ¿Por lo feo? ¿Por lo novedoso? Fue el confesionario.
Muchos, tal vez, para su fortuna, ni lo conozcan. Otros dicen encontrar en él un oasis
de paz y tranquilidad para sus perplejidades mentales. Para el linyera... la historia es muy larga.
Y no está contando historias sino experiencias íntimas.
Siguió el linyera sin entender demasiado por qué se ensuciaba el alma. ¿Qué tenían
que ver con un Dios que no conocía sus acciones cotidianas? ¿Buenas o malas? Se lo decía un
sentimiento interior, no la lógica de un reglamento compuesto por gente como él.
¿Cuánto duró el sueño? Nunca el linyera tiene noción de cómo se mide el tiempo. Se
deja llevar por el tren. Pero fue un sueño largo, muy largo. Cuando despertó tenía la barba
muy, muy crecida... Fue de golpe. Pareció un choque. Algo así como un terremoto. Y de repente
se vio libre, como antes, como debía ser. El tren era otro. Pero había aire fresco, luz a raudales,
sol, nubes, olores mezclados...
Escritorio
El escritorio del negocio. Al lado de la casa de familia. En la misma manzana y con
comunicación interna. Era casi parte de la casa. Estaba dividido en dos. El salón principal era
grande y con dos o tres empleados, para atención al público… Entre esa parte grande y el
corralón, un privado. Más pequeño. Una mesa. Un sillón y dos o tres sillas. El rubro del negocio
era “ramos generales y cereales”. Contra una pared, un estante lleno de frascos y sobres con
trigo, maíz, avena, cebada, lino. Muestras de los distintos campos. Allí sentado, el padre del
linyera. A veces solo. A veces con clientes. A veces con amigos. Escribiendo. Haciendo cálculos.
Hablando por teléfono. Serio. Concentrado. El linyera, allí parado por ratos, mirando fijamente
ese rostro serio, los frascos y los sobres con muestras de cereales...Poco hablaban. Mucho no se
decían. El ayer. El hoy. El mañana. Creía leer en esos ojos la preocupación por el mañana del
linyerita.
De vez en cuando el linyera daba una vuelta por dentro del negocio. Mucha gente. Le
gustaba oír el tintineo de la registradora metálica. Siempre iba a parar al despacho de bebidas.
Allí se entretenía en juntar del suelo las tapitas de cerveza Quilmes. Infaltable, sentado frente a
su mesita en un rincón, Don Giovanni miraba y miraba y miraba su vaso de tinto, siempre lleno
y siempre vacío. Horas y horas. Todas las tardes. No hablaba... Se miraban. ¿Por dónde viajaba
su mente? ¿Por qué no se sentaba en el techo de un vagón de cualquier tren de carga y se
dejaba llevar? Para él ese vaso de vino era como un tren que lo llevaba y lo llevaba solo él sabía
por dónde.
En una de esas noches desapacibles, sobre el tren, acurrucado sobre su bolsita, allí
arriba, sin estrellas, con una llovizna persistente, con los ojos muy cerrados, contempló alguna
vez el linyera el paso de una instantánea tras otra... Algunas las recuerda más que otras:
U n rincón del gallinero con el padre atendiendo a una pava que estaba echada sobre
unos huevos de gallina para empollarlos; (el padre recibió un tremendo picotazo)
Otra vez, su padre estaba sentado en la cama. En su cuarto, afeitándose, y le dijo que
en España en cierta ocasión un peluquero le había cortado un pedacito de la oreja izquierda.
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Otra vez...
Y así fueron desfilando una tras otra las instantáneas que la memoria tenía
guardadas...No las va a repetir todas ahora. Son muchas: el autito fantasma / la ametralladora /
las pastillas Ceneguina / una tarde junto a una tranquera / el “mate del pastor” / en la ventana
del hotel Savoy en Rosario mirando al Paraná y sus reflejos...
Diálogos, eso sí, no hubo muchos. Casi ninguno. Preguntas cortas y respuestas cortas.
De cosas cotidianas. Del entorno. Más aún, hubo una época en que, extremando sus
precauciones para evitar contagios, en lugar de hablar usaba una especie de pizarra para
escribir algo. El linyera desde muy pequeño sabía leer. Al menos, comprendía lo que se le
comunicaba.
Sin palabras siempre le transmitía, de alguna manera, todo su cariño. Ciertamente que
lo quería mucho...
El linyera recuerda un diálogo muy breve. Tal vez el último diálogo. En Buenos Aires. El
linyera no se había atrevido a hablarle. Le había escrito una carta. Quería ir al seminario.
¡Tremendo error en su vida! Pero en la vida de un linyera no hay errores ni aciertos. El linyera
se deja llevar por el tren. Y va adonde el tren lo lleva...
Había venido, pues, el padre a casa de los abuelos del linyera, para darle personalmente
su contestación.
- Hijo, tú sabes que yo tengo la desgracia de no ser creyente, pero si esa es tu vocación,
no seré yo quien te la impida.
Las palabras más sabias que el linyera pudo haber oído. . Sabias, pero fatales para el
linyera... ¡Si hubiera dicho que no! ¡Que no! ¡Que no! ¡Mil veces que no! Pero le dijo que sí,
sacrificando sus convicciones al cariño y al respeto que sentía por el hijo. Y el linyera se subió
al nuevo tren...
- “El que pone su mano en el arado y vuelve la vista atrás no es apto para el Reino de
Dios”.
Fueron las palabras que dirigió el cura director la primera noche... El linyera
simplemente las oyó. . ¿Qué podía contestar? O seguir, o el infierno. No era para ser muy
optimista, pero...
Pasaron un par de años. Cosas lindas. Cosas amargas. Un refugio en los libros de
estudio. Le encantaba leer. Dudas...dudas...dudas... ¿Y si intentaba la mirada atrás?
- Lamentablemente, tu padre tendría que ir al infierno, pero si perseveras en tu vocación,
podrás asegurar su salvación.
Palabras del cura director. El linyera acababa de decirle que su padre había puesto fin a
su vida con un tiro. Fue un golpe bajo. Y el largo viaje siguió en un tren sin paradas... ¡La
horrible pesadilla del confesionario hecha realidad! Hasta que...tras violentas sacudidas, un
tornado incontenible lo arrancó al linyera del techo de su vagón y lo depositó sano y salvo,
feliz y sonriente como nunca, lejos, muy lejos...
Una sola sombra quedó en la mirada del linyera. El sentimiento de no poder tener
nunca ya un diálogo verdadero con su padre. ¡Quién pudiera llevarlo a visitarlo en el viejo
escritorio!
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41
Elecciones
Primer domingo de noviembre. Día 3. Año 1935. Tiempo de lo que después llamaron la
“década infame”. (Para el linyera todas las que siguieron no fueron ni más ni menos infames.
De la anterior no tiene recuerdo. Nació bajo Alvear).
Serían entre las ocho y las nueve de la mañana. Parecía una mañana muy linda. Había
resplandor en las persianas. El linyera estaba en la cama semidormido.
Habría pasado como una hora. Los ruidos habían terminado. El linyera se pasa por el
fondo a la casa del médico, al lado. En el piso había tres colchones y allí había tres hombres
heridos, sangrando.
- Tengo frío, le dijo uno al linyera.
Le acerca un vaso de agua. Entre tanto, el linyera veía como el pobre médico,
sobrepasado, improvisaba unos torniquetes con alambre de enfardar.
supo caer heroicamente por las libertades de pueblo. Homenaje de la U.C.R. Lincoln,
Noviembre 3 de 1936”.
Elecciones. Una palabra que quedó muy marcada en la mente del linyera. Con sangre.
Poco a poco se fue asociando con una larga lista de otras, todas con tintes muy oscuros para el
linyera: política, partidos, comités, corrupción, caudillos, punteros, internas, golpes... Mejor
seguir el viaje en soledad y silencio... Siempre lejos de la política...
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Flores
Árboles
Flores
Árboles
Naturaleza
Adentro
Afuera
En el aire
En el cuerpo
En el alma
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Madreselva y glicina
Ambas unidas, muy unidas, trenzadas, inseparables, con un único aroma embriagador
en las cálidas jornadas de primavera. En la divisoria entre el patio y el jardín...Siempre allí...En la
vieja casona pueblerina. La glicina como un toldo celeste sobre el pequeño patio. La
madreselva haciendo de pórtico al paso hacia el jardín.
1933. Setiembre. Una tarde cálida y húmeda. Después de una cena temprana en la
gran cocina de baldosas rojas.
Por la ventana se percibe una línea rojiza entre las verdes hojas y las flores amarillas y
blancas de la madreselva. Corriendo a ver esa cosa tan rara.
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Unos pocos hilos del alambre tejido que le servía de sostén se habían puesto rojos a
causa de un contacto con un cable pelado de los que traían por las tardes los 110 voltios del
motor del negocio.... ¡Qué susto! No tardó mucho en solucionarse. No era nada importante.
Pero madreselva y glicina con las que el linyera ya llevaba largo tiempo de convivencia,
esa tarde marcaron en su alma sus nombres entrelazados de manera imborrable. Como si
hubiera habido un contacto eléctrico.
Jardín
Desde su nacimiento, en el 28 hasta 1936 (con intermitencias) ese era el jardín, el
único. Todos los demás, en el resto de su ya largo viaje se han referido y seguirán refiriéndose a
ese jardín, el prototipo, el que acude inexorablemente a su mente cuando ve otros, más
grandes, más hermosos, con miles de flores, pero el jardín sigue siendo ese. Aun el legendario
Edén no es un jardín sino por referencia a aquel jardín de su infancia.
El óvalo central tenía una cantidad considerable de plantas y flores. Sólo tiene
registrado el nombre de dos o tres. ¿Por qué? Jamás lo sabrá.
La planta que más recuerda, cuyo nombre se le grabó para siempre, era la favorita. Era,
prácticamente, un arbolito... Muy inclinado... No recuerda si tenía flores... No ha vuelto a ver
otra planta así en toda su vida. Sobre su tronco, que parecía querer caerse, ha pasado
minutos...horas...mirando en derredor, pensando, soñando, con los ojos clavados en ese camino
que rodeaba el cantero y que no tenía ni principio ni fin... ¿Sería así la vida? O sería como las
vías del ferrocarril siempre más y más hacia...
Desde su observatorio en la favorita veía todo el espacio del jardín y percibía todos sus
perfumes y colores. Como sobre el techo de un vagón de tren en un viaje interminable.
Más allá, junto al muro, que calle por medio lo separaba del temido colegio, que nunca
aun había pisado, engalanado con sus vistosas flores, otro pequeño árbol cautivaba su atención
y le dejó clavado su nombre muy adentro para no borrarse jamás: una lila. Esas flores, de un
raro color, tendían algo así como una cortina defensora ante ese viejo edificio escolar que se
cernía como una amenaza sobre los próximos años de libertad del pequeño linyera.
Alguna vez por semana un ruido familiar le hacía levantar los ojos al cielo. Desde arriba
el Piper de su primo de la estancia La María lo saludaba con el movimiento ondulante de sus
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alas verdes. ¡Qué rápido podría llegar así el linyera a su destino! ¿Destino? ¿Cuál? ¿Para qué
llegar rápido?
- ¡Vení!. ¡Ya está la leche!
- Ya voy....
Era un alto más en un viaje interminable.
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Panaderos
Media mañana. Sol radiante por todos lados. Poco le importaba el sol en otras partes
del planeta o del universo. El sol del linyera en ese momento era el que dejaban pasar a
cuentagotas las persianas de su habitación. 1932 Carnaval (¡qué tiempos en los que había
carnaval!). La casa del pueblo. Golpean a la ventana. Gritos de alegría. Se acerca el linyera...
Abre. Una comparsa de mascaritas venía a saludarlo. ¡Qué lindo! Un rato alegre sin que el
linyera ni hiciera ni dijera nada. Solo pasar un lindo rato mirando al grupo.
Se van con sus cánticos a otra casa. El linyera se queda en la ventana. Mirando. La
vereda. La calle polvorienta. El alambrado. Las vías del ferrocarril. Los galpones. Más allá el
campo. Y más campo. Mira y mira. De pronto cruzan frente a él, a la altura del hilo del
telégrafo, unas cositas muy livianas. Blanquecinas. Con un puntito más oscuro en el centro. Y
una especie de rayitos muy tenues que parten de allí. Pasan volando. Pasa una y viene otra.
Arrastradas por el viento. Un viento suave. Iban despacio.
- Petra, mira...
- ¿Qué?
- Aquí en la ventana. Vení. Ya se fueron las mascaritas.
- Ahí voy.
- ¿Qué son esas cositas que pasan?
- ¿Cuáles?
- Parecen mariposas, pero no son mariposas...
- Son como florcitas secas. Creo que son de unos cardos...Los llaman panaderos.
Se quedó mirando. ¿Adónde van? ¿De dónde vienen? ¿Saben lo que hacen? Se dejan
llevar por el viento. ¿Va a estar este linyera siempre aquí? ¿O empezará a volar como los
panaderos?
Los volvió a mirar otros veranos. Siempre igual. Indiferenciados. ¿Cuál será el suyo?
¿Adónde irá su vida? ¿Está en sus manos? ¿Está en las manos de alguien? Eran las reflexiones
del linyera. Volar, volar...Su panadero un día se iba a meter por una puerta ancha que parecía
dorada y atractiva. Tenía una cartel que decía “Camino al sacerdocio”... Tras la entrada había
un cuadro maravilloso: el paraíso, paz, dulzura, meditación continua, música celestial, trato
cotidiano con un “Dios” muy espiritual, infinitamente sabio, todo un amigo... Era solo un
cuadro, un tapiz mágico... Una vez pasado el umbral, el panadero entraría en una serie de
remolinos, como si Eolo hubiera soltado todos los vientos de su caverna...Para aquí, para allá,
para arriba, para abajo, sin encontrar la calma del paraíso y ni siquiera la posibilidad de un
retorno a la vida común, al aire de siempre....
Un día los vientos soplarían muy muy fuerte, tanto que sentiría como si iba a querer
ayudarlos a salir... ¿Hacia dónde? A cualquier parte. Desprenderse de esos torbellinos, siempre
allí.
Serían como un huracán. Un túnel muy oscuro. Una lucecita allá a lo lejos...
Otro día se vería de golpe en un mundo verdaderamente real. Sin garfios de conciencia.
El panadero volaría sereno, feliz, tan feliz que parecería estar suspendido en una nube de
éxtasis.
¿Se movería?
El linyera cosecharía eso sí, en estos viajes del tren por desvíos y circuitos turísticos,
como sin darse cuenta, la amistad, el respeto, cierta admiración, en fin, la compañía de muchos
otros panaderos del aire que, aunque anclados cada uno en su pedacito de universo, le
brindarían inestimable, generosa y, tal vez, indispensable, compañía por los diversos tramos del
viaje.
Un día en ese andar y andar, ahora libre y feliz, quedaría incrustado en una flor de
extraña belleza, no conocida por él hasta entonces... Se llamaría “mujer”. Una palabra conocida
ciertamente para el linyera, una palabra de las comunes, sin registro de palabra marcada. Lo
que el linyera descubriría no sería ahora una palabra sino una realidad, un giro nuevo, una vía
hasta entonces ignorada, un tren distinto, muy distinto, para un linyera que había conocido
tantos. El viaje ya no sería el mismo .Sería un viaje compartido.
Luego surgieron de allí otros panaderitos y el linyera aprendió lo que era querer de
verdad a otros y compartir de veras cosas y cosas...hasta...
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Paraíso
Siempre este linyera ha tenido un romance con las plantas y las flores. Lo
acompañaron a lo largo del camino con variadas figuras, fragancias y colores. Deleitaron su
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vista. Acariciaron su piel y la refrescaron con su sombra. Llenaron su mundo mental con
infinitos sueños. En su compañía los rieles del viaje comenzaron a bifurcarse dando lugar a las
dos marchas de todo linyera. Una por el camino pedregoso de la vida cotidiana y rutinaria,
perdido en la multitud de seres que llaman sociedad. Sin ninguna comunicación real con la
inmensa mayoría. Y otra, la verdadera, la íntima, en el tren de los sueños, con una
comunicación verdadera reducida a la mantenida con un grupo muy pequeño y escogido de
compañeros de viaje.
En unos pocos días la plaga de las voladoras había pasado y la gente del campo debía
prevenirse de las saltonas que vendrían después del desove. En el negocio junto a la casa de
familia se distribuían las barreras de chapa facilitadas por el gobierno nacional para acordonar
los campos junto a los alambrados para hacerlas caer en grandes pozos y luego quemarlas...
Todo pasó como una pesadilla. En la mente del linyera quedó anclado ese misterioso y
robusto paraíso cual un peñasco imbatible en medio del mar.
Viajes. La gran ciudad. Los carteles de neón. Los románticos empedrados. Tres o cuatro
años más. Una nueva casa alquilada. Sobre un empedrado, el segundo en la vida del linyera.
Una calle de barrio. Una vereda ancha con un enorme paraíso. En el cuadradito de tierra que lo
rodeaba solía jugar a la bolita con los amiguitos de la cuadra.
Era una casa de una sola planta, bastante grande. Con una terraza amplia, muy amplia.
Una enorme rama del paraíso, cual brazo protector, entraba desde la vereda sobre la terraza a
un par de metros sobre el piso. Una rama muy grande, llena de hojas y cargada de flores. ¡Qué
flores! Celestes, perfumadas, dulces, suaves, repletas de sueños para la imaginación y visitadas
por centenares de vistosísimas mariposas. A la sombra de esa rama, recostado en una reposera,
en largas horas del verano porteño, realizó el linyera innumerables viajes...Idas y vueltas... ¿De
dónde? ¿Adónde? ¿Quién lo sabe? No quedan registros. Cuando se quieren fijar y almacenar
los sueños se los deforma y destruye. Van y vienen. Fluyen, como la vida, sin parar. Sin destino,
sin exigir el pago de un pasaje.
Muchos años después, volvía, por curiosidad y como movido por una atracción
irresistible, volvía a pasar el linyera por esa cuadra. Primera desilusión. La placa del nombre de
la calle había cambiado. Una de las tantas autoridades destructivas que suelen gobernar la
ciudad había hecho sacar la placa que decía “Orán” y poner otra. Uno más de los innumerables
atentados contra la tradición del linyera. Pero, al menos hasta ese entonces, el embate
destructivo no había podido contra el añoso paraíso que allí estaba, extendiendo sobre la
terraza su rama amiga que parecía decirle:” ¿Por dónde has andado? Te sigo esperando.”
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Latín
Otra vez árboles, plantas, flores, aire fresco y puro, libertad, naturaleza, el tren en plena
marcha hacia mundos desconocidos, siempre nuevos aunque parezcan repetidos...
Árboles, parques, jardines...han sabido por sí mismos hacer la felicidad del linyera. Pero
a veces no han sido ellos por sí mismos sino por algún secreto que han sabido guardar muy
bien encerrado y que supieron transmitir al linyerita...
Verano de 1939. Casa nueva. De la vieja Orán a la vieja Ensenada. Ninguno de esos
nombres existe ya. ¡Miserables intendentes de Buenos Aires matadores de recuerdos!
Caminando al azar por Rivadavia hacia el centro. Al llegar al límite con Flores, el linyera
encuentra la placa “San Pedrito”. Debajo de ella, otra placa, una flecha hacia la derecha con la
inscripción “A Parque Avellaneda”. Otro día se propuso investigar con su tía Pilo, gran
caminadora. Fueron hasta Rivadavia y San Pedrito y comenzaron a seguir la flecha. Hasta
Directorio. Allí, a la derecha. Un montón de cuadras. Volvieron a cruzar Ensenada. ¡Qué
caminata inútil! El camino directo hubiera sido mucho más corto. No importa. El
descubrimiento valió la pena. “¡Pero este es el Parque Olivera!”, dijo la tía. ¡Y dale con la manía
de cambiar nombres! Echaron a andar y disfrutar. Llegaron a un lugar cercado. Un espacio con
juegos: toboganes, hamacas, volantes, arenarios...Nada de eso le llamó demasiado la atención.
Sí, una inscripción en los mosaicos del piso bajo el arco de entrada. “MOTUS EST VITA”.
- ¿Qué quiere decir eso?
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- No es castellano.
- ¿Qué es?
- Yo no entiendo mucho, pero me parece que es latín.
- ¿Latín?
- Sí, una lengua antigua. La misa se dice en latín.
- ¿Vos entendés lo que dice ahí?
- No estoy segura, pero asociando con los juegos, adivino que quiere decir algo así como
“moverse es vida”, “el movimiento es vida”...
- MOTUS EST VITA, MOTUS EST VITA, MOTUS EST VITA.....
Pasaron dos años. Todo había quedado sumergido en el mundo de los sueños. Pero los
sueños tienen su vida propia. Caminan y caminan. O se dejan llevar por el tren de los linyeras.
El linyerita, no contra su voluntad, pero sin su voluntad, llevado por sueños engañosos
(que los hay) se dejó arrastrar al aspirantado, o seminario menor, conjunto de chicos llenos de
ilusiones sin asidero alguno... primeros desengaños…
Algo encontró que lo inundó de placer. Desde los primeros días lo pusieron en contacto
con el latín. ¡Qué mundo fantástico! Atesoró libros y libros....
En muy poco tiempo corrió muy por delante de sus cursos y profesores. Navegó solo,
muy solo. Por un mundo de poesía bíblica, de Julio César, de legiones romanas, de foros, de
discursos en el senado, de aventuras, de leyendas, de amor, de filosofías, de historia...Y después
vino el mundo de Grecia....Todo un mundo interior muy rico y delicioso...Poco importaban las
groserías y chubascos del mundo exterior. Ese mundo fue muy rico, muy intenso para el
linyera. Pero al mismo tiempo fue una trampa, que lo detuvo en la misma estación. Al vivir tan
vívidamente lo de adentro, dejaba resbalar lo de afuera que era rutinario, pedestre, hipócrita,
salvaje... ¡Qué mundo ese de adentro! ¡El mundo clásico! ¡En la cabeza de un linyerita! Jaula
dorada por años...Le enseñó a pensar, a discurrir, a ver las cosas de un mundo fantástico, pero
le ocultó la realidad de todos los días. Hasta que una vez los hilos de oro de la jaula se
quebraron casi sin saber cómo y, conquistada una libertad siempre soñada pero nunca vivida,
llegó a conocer que ese mundo clásico también le servía para vivir en el mundo real. ¡Qué
misterio!
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Para pasar largas horas recostado hasta que aparecía la luna y los sueños se iban allá
lejos... atrás... adelante... hasta...La luna misteriosa con esa cara oculta que representaba un
futuro insondable.
1940. Año de muchos sueños. Entre plantas y flores. Había muchas plantas y flores en
ese patio de barrio. Solamente, eso sí, se le clavaron al linyera dos nombres. ¿Por nuevos? ¿Por
extraños? En una tina de madera había una enorme diosma. En un rincón, cerca de la puerta de
calle, en un macetón, un helecho serrucho. Son los dos símbolos vegetales, los más marcados
de esa casa y de esos dos años de la vida del linyera... Todos los recuerdos giran alrededor de
esas dos plantas: el toldo arrollado, las columnas de metal, el paredón medianero contra el que
hacía rebotar su pelota (¡pobres vecinos!), la puerta hacia la habitación del linyera, cueva de
sus interminables lecturas, la otra puerta que daba al comedor con el piano donde Eduardito
iba a improvisar tangos...todo un mundo...Pero, sobre todo, su familia, su hermana mayor,
terminando su magisterio y ya a punto de casarse y partir rumbo al Sur, su hermana menor,
todavía con su Shirley Temple, sus tres tías, una más buena que otra, aguantando a los
sobrinos y sosteniendo la familia con su trabajo, la abuela infaltable en su cocina, el abuelo,
siempre cariñoso y dispuesto a llevar al linyera a caminar, la infaltable Ángela, que lo
acompañó desde su nacimiento... y su padre, allá a lo lejos, en su trabajo, manteniéndose
presente con alguna cartita y la promesa de alguna esporádica visita.
Un tren sin rumbo lo alejó al linyera por muchos años de todo eso...Pero no para
siempre. La diosma y el helecho serrucho siguieron enraizados en lo más honde de su mente y,
con su atracción irresistible, volvieron algún día las cosas a su lugar
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Vida interior
Al linyera desde chico se le había dado por leer. Cualquier cosa. Todo. Todo lo que caía
en sus manos. Sin consejo. Sin guía. Todo. El Quijote...Vida de San Martín...Vida de
Belgrano...Una novela en tranvía...Quo vadis?...Civilización y barbarie...Recuerdos de
Provincia...El Tesoro de la Juventud...
Un día cayó (¿quién sabe de dónde?) en sus manos un librito. El nombre exacto no lo
recuerda. Era algo así como “La vida interior”. Todo muy raro, misterioso... No puede decir que
recuerda una sola palabra, fuera del título aproximado... Lo que le dejó es un extraño
sentimiento...de interioridad...de que la vida estaba dentro de él. Para bien o para mal eso lo
afectó profundamente. Acentuó su yo por sobre todas las demás sensaciones y
preocupaciones. Dificultó sus relaciones con los demás. Lo hizo estar a la defensiva.
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Tal vez siempre por eso quiso alejarse de lo multitudinario, de las aglomeraciones, del
bullicio. Nunca se sintió integrado en “la sociedad”. Nunca pensó como “la gente”. Siempre se
sintió distinto.
El linyera tuvo amigos, muy pocos, muy pocos por vez en sus largos viajes...
Un día lejano tuvo un “amor”. Algo distinto. Tal vez no lo supo nunca expresar
demasiado...Pero muy intenso y duradero...hasta el fin del viaje y prolongado más allá en sus
hijos, algo nunca anticipado en sueños...
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IV-endecha campera
Durmiente
Era 1933...marzo...Por suerte, todavía sin escuela...El linyerita era libre como los pájaros
y las mariposas...
- ¿Quién sabe? Ellos nunca saben adónde van. Van y van y van. Cuando tienen ganas
se bajan y pasan unos días. Y después siguen...O vuelven...
- - ¡Qué hermosa vida! ¿No te gustaría ser linyera? A mí, sí.
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Médanos
Iban para el otro lado hacia Vigilancia. Siempre durmientes y más durmientes. Pasaron
la señal y el paso a nivel. Siempre por las vías. Alejándose de Buenos Aires. Alejándose de lo
que había sido la “civilización” hacia lo que había sido la “barbarie”. Pocos años antes de que el
linyera viniera al mundo todavía andaban por allí los pampas en pelo y al galope. ¿Por qué los
echaron? ¿O los mataron?
Un poco más allá había habido un importante fortín para contener los últimos
malones.
Llegaron a los famosos médanos. Ciertamente no eran importantes como para figurar
en un mapa pero sí bastante importantes como para quedar metidos para siempre en la
cabecita del linyera.
Era siempre el verano del 33. Un viaje a “las tolderías”. No era una “rastrillada”. Eran
las modernas vías. Pero la imaginación lo llevaba atrás y lejos. Le hubiera gustado al linyera
vivir en esos momentos. A pesar de sus viajes sin rumbo, muchas veces su mente quedó allí
clavada.
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Vitrola
En realidad en el diario de este linyera de alma nunca se registraron los así llamados
nombres propios .Pero hay alguna que otra excepción. Son las palabras que encabezaban unos
viejos discos de pasta que allá por fines de 1932, casi cuando el tren daba sus primeras pitadas,
sonaban una y otra vez en la vieja victrola a cuerda. Siempre los mismos, porque no había
otros. Horas y horas escuchando y canturriando. Con esa música quedó imborrablemente
ligada la palabra vitrola.
“Yo no sé qué me han hecho tus ojos “,
“Cacería en la Selva Negra.”,
”Tomasa”,
“El rosal del amor.
Cañón
V-endecha lejana
Retreta
Aires serranos. Tarde tibia. El agua limpia del tajamar. Algunos cocheros terminan de
lavar allí sus coches. Eran los taxistas de entonces. También les daban una refrescada a los
caballos. 1933. 9 de Julio. Fiesta patria.
El linyera fue caminando desde el chalet a ese lugar, con Ángela y su hermanita Susy.
Una tarde espléndida inolvidable. Se metió en la memoria del linyera para no irse más.
Y en esa misma escena se anuda todo el montón de recuerdos, vagos, confusos, remotos,
extraños que significaron para el linyera esos más o menos tres años, con intermitencias,
pasados en esa villa serrana, Alta Gracia, adonde su padre estaba reparando su salud.
Los recuerdos de Alta Gracia son muchos y variados. Profundos. Gratos. Placenteros.
Reparadores...El cañito...El parque del Sierras Hotel... Las sierras... La ruta a Córdoba... La ciudad
con su zoológico... Los vecinitos del barrio, con los que jugaban la pelota en la calle sin siquiera
conocerse por nombre...
El Che y el linyera. Alta Gracia los une. Ambos nacieron en el 28. Ambos nacieron en
junio. Él le llevaba cuatro días al linyera. El linyera fue con toda su familia a Alta Gracia por
primera vez en 1931. Alquilaron un chalet llamado “Villa Nydia” (Chalet 14). Volvieron a El
Triunfo. En 1932 los Guevara se van a vivir a Alta Gracia en razón de la salud de Teté. Ocupan
diversas viviendas...
El linyera va y vuelve. En su último período en Alta Gracia ocupaba otro chalet, cercano
al anterior. El anterior, “Villa Nydia”, estaba ocupado por los Guevara.
VI-endecha porteña
Buenos Aires...
Ciudad... La ciudad....
Multitudes...Luces...Ruidos...
Río... El río... Su puerto...
Ómnibus, tranvías, subtes...
Sus días... Sus noches...
Un pedazo de la vida del linyera...
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Neón
Eran los tiempos de Alvear. Buenos tiempos para los linyeras. Sólo era cuestión de
bajarse del tren. En cualquier tranquera encontraban un pedazo de carne asada, un trago de
vino tinto y unas galletitas “Lolas”, además de un lugar para tirarse a dormir.
Un día lo llevaron sin que se diera cuenta a una iglesia del pleno centro de la gran
capital y le echaron el agua bautismal apadrinado por un pariente de buena posición.
Eso quiere decir que cuando llegó a Plaza Once poco después de la inauguración del
gran Obelisco en 1936 no era la primera vez que pisaba Buenos Aires... Quiere decir que estuvo
en la gran ciudad desde muy pequeño, al menos por una o varias cortas temporadas.
Buenos Aires era para él, en la infancia, algo lejano, inalcanzable, allá en la punta de los
rieles, mucho más allá de la señal del ferrocarril.
Fue como una marca de Buenos Aires. Buenos Aires era neón y neón era Buenos Aires.
Al menos, de noche.
Poco a poco, largas y curiosas caminatas con el abuelo o la tía llevaron al linyerita a los
parques, al centro, al suburbio, al arrabal, al puerto de cargas, de barcazas...
“Arrabal amargo, metido en mi vida...”
El pequeño “centro” personal: San Cristóbal, San Juan, Pichincha, Saavedra, Matheu, la
placita del Indio...
Empedrado
Exclamaba furioso el otro día un taxista en una entrevista por T.V. le partió el corazón
al linyera. Si el empedrado es uno de los recuerdos más lindos que tiene en la memoria de su
Buenos Aires de niño.
Barniz
Fue en la primera escuelita porteña que pisó por un tiempito. En la calle Saavedra. Se
caía de puro vieja.
Fue con su tía Queca a inscribirse. Principios del año escolar 1937. El linyera no había
llegado a terminar el primer grado en el campo el año anterior porque se vinieron a Buenos
Aires. No tenía ningún papel. La directora sin más lo empezó a anotar en primero Inferior. La
tía, al advertirlo, reacciona,
- Pero él tiene que ir a superior. Ya hizo primero en El Triunfo
- ¿Dónde queda eso?
- En el campo.
- ¡Qué pueden saber allá!
- Lee perfectamente
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!
- Haga una prueba. Deme ese diario que está en la mesa. Tomá, Carlitos, leé los títulos.
- “Le fue otorgado el premio Nobel de la Paz al Doctor Carlos Saavedra Lamas por su
acción en lograr la paz entre Bolivia y Paraguay”.
- ¡Basta! ¡Basta! Lo anotamos en primero superior.
Tuvo que ir a la escuela. Poco recuerda. No sabe si aprendió algo. Algo, sí. La señorita
de música les hizo aprender una canción que empezaba:
Un muñeco de la China / muy brillante de barniz / le contó a la muñeca / fabricada en el país...
Barniz, lo que luce afuera, lo que llama la atención lo que impacta, lo superficial... Todo
lo que él aborrece. Todo lo que no le interesa.
Con la marcha del tren el linyera fue comprendiendo cada vez mejor lo que era el
barniz, ese tipo de barniz...y sintiendo cada vez más repugnancia por él y todo lo que
representa en todos los órdenes sociales.
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Temerario
Es un caso especial: una palabra que se marcó y que entró por vía de la escritura. Tal
vez sea la única, o casi la única. Las palabras escritas parecen haber entrado a la mente en
andanadas y sin especiales características individuales.
“Basil el temerario”. Así era el título de una novelita por entregas en el Billiken. Marzo
o abril de 1939. Basil era un pirata más de los muchos con los que el linyera ya tenía
familiaridad, especialmente gracias a Salgari. La estaba leyendo en una vieja casa de un barrio
porteño, también con empedrado en su calle. Tirado en la cama. Era la hora de la siesta.
- -¡Una novela nueva! “Basil el temerario”.
- -¿Empieza hoy?
- -Sí, tal vez siga varios meses o todo el año.
- -Pero ¿sabés una cosa? No sé lo que quiere decir “temerario”
-“Temerario” es algo así como “valiente”, “bravo”, “que no tiene miedo a nada”, “que
se arriesga”, “que desafía todos los peligros”...
- -“Temerario”.
Vaya a saber por qué la palabra le gustó tanto que se marcó. En realidad, todos los
piratas fueron temerarios. Pero para el linyera el único temerario siguió siendo siempre Basil.
Un tipo que debía ser admirado. Todo era positivo en él. Todo le salía bien.
Ser temerario parecía ser una cualidad deseable. Si bien las hazañas de Basil, de tipo
aventurero y piratesco poco tendrían que ver con una vida de linyera, también deseada. Por
otra parte, hay que saber que todo linyera tiene al menos dos vidas. Una vida real y una vida
de sueños…
70
Gendarme
La mayoría de las palabras marcadas entraron y quedaron allí guardadas sin
evolucionar en cuanto a sus implicaciones emocionales. Gendarme es una de las pocas, si no la
única, que en sus connotaciones sufrió un proceso de desgaste continuado.
En principio le cayeron simpáticos. Era su primer contacto con “lo militar”. A lo largo
de sus viajes, a pesar de no haber hecho el servicio militar por estar en el seminario, siempre
encontró a los militares tangencialmente y no tan tangencialmente en muchas ocasiones.
El linyera trata de recordar: el retrato de su tío Rafael, que le dio el segundo nombre,
con su uniforme, que había honrado en Melilla, soldaditos de plomo, las canciones escolares,
las historias completas de las vidas de San Martín y de Belgrano, escritas por Mitre, leídas con
sumo interés antes de los diez años, lo mismo que una vieja historia de Carlos V, que le había
dado el abuelo. Desde 1936 había seguido paso a paso el desarrollo de la guerra civil española
y la segunda guerra europea, con interés y pasión. Le gustaban las acciones militares por sí
mismas, que juzgaba importantes y heroicas. Aunque le parecían una brutalidad. Hoy las
detesta. Por lo demás, toda la historia reciente y no tan reciente ha hecho que esa imagen
simpática de la esquina de Ensenada y Rafaela marcada en la palabra gendarme se haya
degradado al máximo.
Aire puro.
Aire fresco.
La vida cotidiana
La vida de todos
Acogedor
“Las paredes del rancho eran acogedoras”, empezaba una lectura en el libro de tercer
grado. Principios de 1939. La escuela Saturnino Segurola en Buenos Aires, frente a la estación
Floresta. Salen a recreo. Un compañero, pícaro, se le acerca con el libro de lectura.
- Che, vos que sabés todo, ¿qué quiere decir “acogedoras”?
- Que te reciben con cariño. Que te sentís cómodo en el rancho.
- ¿Seguro?
- Claro que sí. “Acogedoras” viene de “coger”.
- Y ¿qué quiere decir “coger”?
- ¿”Coger”? “Agarrar”.Corré y te cojo.
- No sé....
Pronto se entendieron y no pasó nada. Salvo que la mente del linyera hizo un clic.
Hacia atrás. 1935. El pueblito de campo. ¡Todavía no había pisado la escuela! Un terreno baldío
junto a ella. Estaban jugando cuatro o cinco vecinitos.
- ¿A qué jugamos?
- A la escondida.
- ¿Quién cuenta primero?
- C...
- La prenda del que pierde...
- Al que pierde los demás lo cogen...
- ¿Qué es eso?
- Ya vas a ver...
- Vamos...
Nalga
Muchas veces había comido las sabrosas milanesas hechas por su abuela. ¡Cocinaba tan
bien! Con qué las hacía nunca le interesó. Las comía y las disfrutaba. Sin saber que lo que había
dentro a veces era algo que se llamaba nalga.
No es esa palabra hecha milanesa la que tuvo ficha de registro. No. Fue algo muy
distinto. Tampoco se registraron las mil otras cosas ricas que preparaba la abuela: los ñoquis o
ravioles con salsa, que ella misma había amasado toda una mañana, la sopa de pesto, los... ¡El
trocito de queso de rallar por las tardes!
Una de esas tardes, mientras los europeos se mataban allá lejos, en el cuarto de las
cosas guardadas, el linyera tropezó con “Vosotras”.
Hecha la actualización de las posiciones de las tropas sobre el mapa, tomó la revista el
linyera y se fue al comedor a hojearla.
Página va, página viene, en un momento dio con un código de interpretación de sueños
y se puso a curiosear. De todo un poco. La mayoría se borraron. O mejor, todos se borraron. En
un momento había aparecido algo novedoso:
- “Nalgas de mujer= lujuria”
¿Qué sería eso? Era una palabra nueva y linda. Le gustó el sonido.
De repente el silbato del tren sonó estridente. Largo. Como nunca. ¿Qué pasa? ¿Un
animal en las vías? No. ¿Una gran quemazón en el campo y el tren debía detenerse? Tampoco.
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Un choque inesperado contra algo que había sobre las vías. Dicen que fue un tronco. El
maquinista lo había advertido a tiempo, aminoró la marcha y el golpe fue relativamente
moderado. Lo suficiente para que el linyera fuese despedido no tan violentamente de sobre el
techo de su vagón y cayese sobre unas matas de pasto alto que le hicieron de colchón.
¡Se encontró con la mujer! Esa palabra había sido parte componente de aquel código
misterioso de sueños de la revista “Vosotras”. La parte más impactante en el registro había
sido la parte primera: nalgas. La mujer había quedado en la penumbra. De pronto quedó en
plena luz. Fue un descubrimiento maravilloso para el linyera. Nunca había tenido una
compañera sobre el techo del vagón. De allí en más todo fue distinto. Realidad y sueño se
encontraron misteriosamente por una vez y para toda su vida.
Una vez más quedó claro que las palabras marcadas son lo superficial y lo efímero de
algo mucho más intenso y verdadero.
¡Tantos años sin descubrir ese reducto archicerrado dentro del cofre de las palabras
marcadas! Y en lo más interior de esa palabra marcada estaba lo que quizás había sido la
palabra y la realidad más huidiza en la vida del linyera: algo que llaman amor.
Despedida
Este no ha sido todo “el diario de un linyera”. Ha sido solamente el recuerdo de
aquellas cosas asociadas a palabras marcadas. Hay mil otras cosas importantes, muy
importantes algunas en la vida del linyera que, en general, por ser posteriores a ese período
relativamente temprano de la vida en que se produjo ese fenómeno de algunos registros
precisos de palabras, no han tenido cabida en este diario.
Entre otras cosas podría el linyera haberse referido a sus largas andanzas en bicicleta,
sus aventuras como radioaficionado, sus aficiones musicales y deportivas, sus diversas
incursiones en actividades no docentes (todas terminadas, desde el punto de vista económico,
en rotundos fracasos) y muchas, muchísimas cosas más. Pertenecen a la vida del linyera pero
no a este diario
Y la vida sigue...
¿Puede haber un epílogo cuando no hay un cierre, cuando todo permanece abierto?
¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? ¿Qué importa? Las vías son hoy más inseguras. Los durmientes
están flojos. La grava escasea. La maleza abunda. Los alambrados están por el suelo... Pero
todavía hay algún lugarcito disponible en algún vagón para que el linyera, ahora sin piernas,
pueda continuar su viaje hasta...
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A manera de epígrafe
LINYERAS RIÉNDOSE
los linyeras riéndose del tiempo
entre estrellas suicidas
y canaletas que arrastran
los residuos celestes
la noche es un rigor de interrogantes
los linyeras repiten
la inquietud de sílabas y letras
y se ríen nomás
sin horarios ni lugar marcado
la noche establece los recintos
de una ciudad posible
y ellos se ríen nomás
Siempre palabras
marcadas...
queridas...
fugaces...
malditas...
rimadas...
siempre palabras...
más y más palabras...
una vida llena de palabras...
marcadas y no marcadas...
siempre atadas a vivencias...
muy hondas...
muy personales...
señalando rumbos en el camino del linyera...
manifestando sendas ya recorridas...
con motivaciones siemprearcanas...
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Vías muertas
¿Será una contradicción iniciar la narración de un “viaje”, aunque sea en su segunda
parte, precisamente en una vía muerta? El caso es que realmente no se trata verdaderamente
de la continuación del “viaje” narrado en la primera parte del “Diario de un linyera de alma”.
Es, sí una continuación del Diario, pero no una continuación del viaje. El Diario no tiene una
progresión cronológica. No es una sucesión de acciones día tras día, sino una cadena de
recuerdos, cuyos eslabones no siempre siguen el orden de los hechos que representan. Los
recuerdos acuden a la mente en tropel y se agrupan, si se quiere, según una misteriosa lógica
propia. El Diario es algo así como una sarta de vivencias tiradas al aire como en una siembra a
voleo. De esta manera, en cuanto a cronología se refiere, hay muchos caminos ya andados que
vuelven a recorrerse incorporando otras memorias diferentes de las ya narradas.
En este caso, lo primero que apareció en la mente del linyera, apenas tomó la pluma
para iniciar la redacción de esta segunda parte, fue la memoria de las vías muertas.
Muchos días del linyera habían pasado, efectivamente, en vías muertas, en la mayor
monotonía. Nada para registrar en el diario. Ni plantas, ni flores, ni perfumes, ni dolor, ni
placer... ni palabras marcadas... Solo monotonía. Rutinas... rutinas... Como si esos días no
hubieran existido. Uno igual al otro.
Sin embargo, por cierto, fueron también días de su andar errante... y algo tal vez quedó.
Tal vez mucho. Tal vez lo más importante. ¿Quién puede saber lo que es importante o lo que
no lo es en su propia vida?
Sin saber para dónde dirigir la vista porque siempre todo era lo mismo. Sin querer
mirar ni hacia atrás ni hacia adelante. Aguardar sentado en el húmedo techo de su vagón el
paso de un tiempo que ni siquiera era tiempo al no tener el linyera cómo medirlo.
Algo como una oquedad absoluta. Ni recuerdos ni expectativas. Solo tedio. ¿De qué?
¿De vivir? ¿Qué hacían los que rondaban a su lado? ¿Por qué tantos parecían tan alegres y con
tantas ganas de moverse? Él, el linyera, allí tirado... esperando que algún tren arrancara y le
permitiese acomodarse en el techo de otro vagón que, al menos, echase a andar... hacia
cualquier parte... pero andar... moverse...
Esos días los vivió el linyera especialmente en las etapas que podríamos llamar
intermedias del camino de su preparación a una meta alguna vez muy soñada, y que luego, por
motivos muy personales, tras una larga maduración de su comprensión de la vida, habría de
79
llenarlo de frustración, hasta que, en un raro giro del destino, decidió tomar otra marcha y
seguir su camino sin constricciones extrínsecas ni mentales, guiado solo por la voz de su
instinto... Un camino aquel que alguna vez el linyera había buscado lleno de ilusiones... un
camino hacia un Dios lejano, invisible, que lo invitaba a una especie de íntima unión espiritual
y que, como un huidizo espejismo, resultaba siempre inalcanzable... Alguna vez, muy joven, en
sus horas de ensueño, el linyera había garabateado:
“Diariamente entre el polvo del camino
Me detengo un instante a meditar...
¿En qué pienso? A decirlo yo no atino.
Yo siento la inquietud de algo divino...
Yo sueño en un altar...”
Sueños...sueños... nada más que sueños... sin nada real que pudiera tener entre las
manos... Ese era su ideal... lejano... utópico... absolutamente inalcanzable... cada vez más
apartado y más desdibujado por la realidad cotidiana de su marcha...
Cuando parecía tocar un sueño con las manos, este se escurría como el agua entre los
dedos y aparecía luego a la distancia... allá lejos... cada vez más lejos. Una burla cruel, muy
cruel, desesperante... absurda...trágica...
Largos fueron los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, los años... en esas
vías muertas... solo aliviados por escapadas de la imaginación en alas de alguna apasionada
búsqueda en el campo de los estudios, especialmente de los clásicos, o del teatro estudiantil, o
de un mundo de poesía muy, muy solitario, ...o de cualquier cosa... Había que huir hacia alguna
parte... huir... huir...
Como quiera que sea, esas horas, días, semanas, meses, años... “muertos”, fueron, sin
saberlo el linyera y sin quererlo, algo así como un helado útero de hierro en el que se formó
para su vida futura. Tal vez, más que tal vez, seguramente, no fue la formación para el destino
buscado por la “madre” formadora. Ella no sabía lo que iba a ser del hijo. Pero allí estuvo el
linyera y de allí salió para seguir su marcha por las vías.
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Un encuentro inesperado
Le ocurrió una vez al linyera en una de esas vías muertas.
- ¿Qué hacés acá?
- Lo mismo que vos.
- ¿Estar sentado y esperar?
- Eso.
- ¿Cómo llegaste?
- En el tren desde Paraíso.
- Nunca estuve allí.
- Mejor
- ¿Es un lugar tan malo?
- Aburrido.
- ¿Estuviste mucho allí?
- Siempre, hasta que el otro día quise ser linyera y me subí al primer carguero que pasó.
- ¿Qué hacías en Paraíso?
- Aburrirme.
- Ahora sos linyera como yo.
- Sí, soy linyera, pero no como vos.
- ¿Cuál es la diferencia? Las pilchas son parecidas. El mono...
- La diferencia está en esta bolsita que llevo.
- ¿Qué guardas? Una galleta, un cuchillo...
- Mirá.
- ¿Qué es eso? ¿Un palito para pinchar peludos?
- No. ¿A qué no adivinas?
- Para defenderte no alcanza....
- Es para divertirme.
- Capaz... ¿Cómo hacés?
- Mirá.
- ¡La punta se puso luminosa! ¡Parece una estrellita!
- Y no te imaginas lo que puedo hacer con esto...
- Mostrame.
- Mañana. Ahora necesito apoliyar un rato. ¿Me hacés un lugarcito?
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Continuando...
Muchos son los amigos que, inmerecidamente, el linyera ha recogido en su ya más bien
largo peregrinar. Un buen número de ellos, después de leer y compartir su diario “Palabras
marcadas” lo han instado vivamente a continuar esas divagaciones...
Sin embargo, el linyera tiene necesidad, una necesidad casi imperiosa, de exteriorizar
para sus amigos algo de lo que siempre tuvo muy guardado, aun esas cosas que pueden
parecer más arcanas.
¿Cómo? ¿Para qué? ¿Para quién es? Para tantos amigos, para otros posibles amigos,
para quien quiera compartir con él alegrías y cicatrices del camino....
¿Crear con la escritura mundos nuevos a partir de la imaginación? Eso es ser casi un
dios...Muy lejos de sus posibilidades.
Lo único a su alcance es, para expresarse, tomar unos pocos jirones de su pequeña
realidad y tirarlos al aire desde el techo de su viejo vagón ferroviario para que vayan a parar
adonde el viento los lleve.
Más y más palabras. Siempre palabras. Las “Palabras marcadas” (Diario de un linyera de
alma) ya andan girando por el mundo cual experimentados e incansables linyeras urbanos, y
tal vez también rurales. Casi l e encantaría que además fuesen (¿por qué no?) espaciales...
En esa primera parte del diario quedaron marcados, junto con ciertas misteriosas
palabras, los pasos que de alguna manera fueron hitos fundamentales en el viaje del linyera por
la vida. ¿Quién sabe algo del camino de la vida? ¿Quién puede decir cuáles han sido los hitos
fundamentales en algo que es una continuidad indescifrable? Ahí quedaron esas pocas viñetas
verbales.
El linyera se propone ahora (si es que este linyera alguna vez realmente se propone
algo) dar continuidad al Diario con otras series de palabras, no ya “marcadas”, que han
formado y forman también parte de su itinerario... Algunas constituyeron una parte sustancial
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en los viajes del linyera. Solo que no están “marcadas”. No tienen el dato de cuándo y cómo
entraron en la mente.
Escribió alguna vez la novelista estadounidense Willa Cather que ella creía que la
mayor parte del material con el que trabaja un escritor ha sido adquirido antes de los quince
años de edad. No sabe el linyera si esta creencia tendrá validez general. Fija la mirada
solamente en el caso de sus “palabras marcadas”. Cuando se le ocurrió poner los ojos en ellas,
empezaron a surgir de a poco del fondo de su memoria. Las fue localizando, descubriendo sus
“marcas”, tratando de penetrar en su sentido íntimo, al menos su sentido para él en el
momento de su descubrimiento o de su re-descubrimiento al lanzarme a ponerlas en el Diario.
Luego les echó una especie de aspersión ficcional a manera de decorado. Y así fueron saliendo
del proceso de escritura, una por una, una tras otra, sin ningún orden preestablecido,
simplemente a medida que iban presentándose. Cuando tuvo una cierta cantidad de viñetas,
en un montón aparentemente informe, se le ocurrió algo así como tomar ese conjunto entre
sus manos, sacudirlo como hace un mago o un barman. Las tiró sobre la mesa y, ¡oh sorpresa!,
se armó algo semejante a un rompecabezas.
Mirado de cerca y con calma el rompecabezas empezó a tener sentido por sí mismo.
No solo las piezas sueltas. El rompecabezas total. Era un cuadro de más o menos los primeros
quince años dela vida del linyera y, a la vez, cada pieza con una extraña proyección sobre años
posteriores. Así salieron a rodar por el mundo las “palabras marcadas.”, con una estructura que
alguien llamó de “opereta”.
Recordó también el linyera que alguien, David Viñas, había escrito una vez Un Dios
cotidiano, una especie de álbum de recuerdos de un colegio de su infancia. ¡Oh casualidad! Ese
colegio es el mismo donde con un par de años de diferencia estuvo “encerrado” el linyera. Mil
recuerdos se agolparon en bandadas. Muy parecidos y muy distintos a los de ese autor. Cada
uno vivió las cosas a su manera. Fue un estímulo
También le vino a la mente otra especie de autobiografía escrita por Manuel Puig, “La
traición de Rita Hayworth”. Su infancia en un pueblo muy parecido al del linyera. Su vida en
dos niveles. El exterior de las rutinas cotidianas. Y uno interior, muy íntimo, mucho más rico,
cinematográfico, en su mente cual en una pantalla. El linyera no construyó una pantalla para
sus sueños. Pero los tuvo.
Leyó el linyera de la pluma de Ángela Smith que los diarios literarios modernos
encierran una paradoja: porque un diario, por su definición, debe tender a ser lineal, pero los
paréntesis y elipsis, por ejemplo, permiten una fluida corriente de pensamiento, como en la
ficción de Joyce y Woolf. Y así la máquina selectora de palabras en la cabeza del linyera siguió
funcionando. No se detuvo. En los casos que se propone comentar a continuación el sello
espacio-tiempo no se entretuvo en marcar palabras. Funcionaron otros sellos.
Va, pues, aquí otro puñado de vivencias del linyera, siempre (¿por qué será?)atadas a
palabras...O, tal vez, por mejor decir, un puñado de palabras atadas a vivencias... Pero no están
marcadas... Nadie sabe cuándo entraron. No tienen registro de nacimiento.
Tampoco el linyera cambió de ropaje... siempre linyera... pero... ahora, acompañado por
un ángel. Travieso y su varita mágica.... Algunas palabras empiezan a teñirse con otros colores...
Va abriendo así los otros salones de su museo de palabras. Su intención es abrirlos con
la misma espontaneidad y estilo más bien naíf del primero de los salones abiertos al público.
Tal vez no sea tan fácil. Las “palabras marcadas” iban casi presentándose solas, porque sí.
Todas las demás tal vez requieran algo de presentación, algo de análisis, de explicaciones
ligadas a lo racional... Tratará el linyera de llevar esto al mínimo posible. Son las palabras las
que deben hablar, no el linyera.
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Miles de cosas, por supuesto, van a quedar sin decir. Probablemente sea más lo no
dicho que lo dicho. Es lo propio de un diario armado solo con recuerdos. Recuerdos que
únicamente expresan, es oportuno repetirlo, el sentir íntimo del linyera, que, como tal, tiene
absoluto respeto por un sentir diferente de todos los demás. Quizás este Diario podría
propiamente llamarse
Un verdadero tonto
- ¡Magnífico!
- Pero las que te voy a señalar muy especialmente son las cargadas de ponzoña. Parecen
inofensivas. Te las van metiendo en la mente como clavos, con toda intensidad. Te las
martillan.
- ¿Para qué?
- Para esclavizarte más y más, sin capacidad de reacción.
- ¿De veras?
- Sí. No es que quieran hacerte daño. Son ciegos. Son fanáticos. No ven más allá de sus
narices.
- Decime ya cuáles son esas palabras. Esas palabras malditas.
- Poco a poco. De golpe no vas a querer reconocerlas. Algunas ya las tenés muy adentro.
Llevas ya unos años con el martilleo de ese veneno.
- Estoy ansioso por conocerlas.
- En una de esas, ya tenés alguna sospecha. Tené paciencia. Ya te las voy a ir señalando.
Esperá...
- Metete nomás en mi cabeza y trabajá tranquilo...
- Ya vas a ver el resultado.
- ¿Por qué no te habré encontrado antes?
- Es difícil conocer los tiempos de la vida.
- Cada uno tiene los suyos.
- Por supuesto.
- Vos vivías pensando en lo de afuera de vos mismo.
- Es cierto.
- En el cielo
- Me cautivaba la idea de algo así...
- Ese mundo desconocido para vos más allá de estas paredes.
- Pero todo llega. Espero tu ayuda. Voy a comenzar a ver las cosas con ojos un poco
menos ingenuos...
- Eso espero...
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II Leteo
El pasaje a través del Río del Olvido fue, indudablemente, mirado a la distancia, uno de
los hitos esenciales en el viaje del linyera. Esas aguas misteriosas no actuaron de una manera
inmediata y contundente. Fue algo progresivo, suave, imperceptible. Pero así, paulatinamente,
se fueron construyendo esos muros invisibles que fueron separando al linyera del mundo en
que había vivido hasta entonces, en sus cortos años con su familia, para hacerlo vivir inmerso
en una atmósfera muy artificial y ver el mundo real solo a través de esos muros invisibles pero
muy firmes y, aparentemente, impasables. Esos muros a cuyo través la realidad se percibía, se
podría decir, deformada por la cualidad óptica misteriosa del material con el que estaban
construidos. Era una realidad sutilmente filtrada.
El portal que lo condujo hasta el pasaje a través de las aguas acariciadoras del río
parecía realmente atractivo. Muy atractivo. Tal vez para algunos, tal vez para muchos de sus
compañeros, fue un paso hacia una felicidad buscada y conseguida. Cree el linyera que
verdaderamente debiera decir que lo fue para muy pocos, porque la inmensa mayoría de los
que conoció volvieron a cruzar ese portal en un rápido regreso, antes siquiera de haber vaciado
sus mentes con el olvido. El linyera, con paso cansino, tardó un poco más en advertir que ese
no era su camino. En ese momento el portal brillaba. Resplandecía. Era convocante. Envuelto
en seductores cantos de sirenas.
El pequeño linyera era algo incauto. Muy incauto. Un niño ingenuo y soñador. Se dejó
deslumbrar. Apenas pisó el umbral bajo ese portal solemne recibió un mandato divino:
OLVIDAR.
- Estás cansado....toma algo refrescante...
- Es una grata bienvenida... ¿Qué puedo beber?
- Aquí tengo de todo.
- Bueno.
- Te ofrezco la copa de recepción.
- Parece exquisita...Burbujeante...
- Bébela con placer...
- Eso estoy haciendo...
- Has entrado en la tierra de los elegidos...
- Quiero estar cerca de Dios...
- Estarás siempre con Él...
- ¿Me lo aseguras?
- Con una condición. Depende de ti.
- ¿De mí?
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Ajedrez
El linyera comienza sin más esta nueva serie de palabras del diario con una de
las que se habían posesionado férreamente de su mente aunque por un corto plazo.
Fue una de las palabras fugaces. Estuvo un tiempo en la cabeza del linyera y se fue
para siempre. A la fuerza.
Duró un período de tres o cuatro años. Llenó muy intensamente ese breve período. Un
período ubicado curiosamente a caballo sobre los dos o tres últimos años de su vida en casa de
sus abuelos y los primeros meses tras su ingreso al “aspirantado”, esa especie de seminario
menor (para chicos de la primaria).
Esa palabra llegó a ocupar casi un ciento por ciento, no de su tiempo real pero sí de su
tiempo mental. Fue su preocupación y su vida en esos días. Tenía como un tablero en su
cabeza. Con piezas blancas, con piezas negras.
El comienzo de esta aventura había sido en Buenos Aires. Vivían en la calle Orán, o sea,
que fue en 1938. El linyera andaba por los diez años. Concurriendo a la Escuela nº 3 del
Concejo Escolar 18, “Joaquín V. González”. De vez en cuando. Una vieja afección en su oído
izquierdo le impedía asistir a clase con demasiada regularidad. Lo único que recuerda es que les
hacían recitar las tablas y hacer cuentitas. ¡Todo muy fácil!
En enero vino su padre desde el campo a pasar un mes. Por la noche el linyera iba junto
a su cama con su juego de ajedrez y se sentaba junto a él para jugar. Él era realmente un buen
jugador. Allá, entre los grandes tableros del pueblo.
La primera partida que jugaron, ¡en serio!, le dio el “mate del pastor” en menos de un
minuto. Se reía a carcajadas. Se tomó un Luminal y se puso a dormir.
Esa noche aprendió el linyera que no sabía nada y que se tenía que poner a estudiar.
Así lo hizo. El padre le regaló un tratado de Ricardo Reti. Fue aprendiendo. “Si a una jugada de
ataque se responde con una jugada de desarrollo, se habrá ganado un tiempo”... Y así
adelante...
Eran más movimientos en la cabeza que en la realidad, como todas las cosas en la vida
del linyera: Peón 4 Rey... Alfil x Caballo... Enroque corto... Ruy López... Alekhine... Capablanca...
Casi todo en la cabeza.
1941. Entró al aspirantado. Sólo llevó un colchón y la ropa. ¡Y también su cajita con el
ajedrez! ¡Lo único de ese “mundo viejo” que pretendía dejar! Descansó por un tiempo en su
roperito. Había entrado en setiembre. Lo llevaron antes de terminar su sexto grado, para que
no se fuera a arrepentir. Llegó diciembre. Vacaciones. Tenían que estar entretenidos para no
tener “malos pensamientos” o “malas compañías” o “criticar a los superiores”. Entre otras
cosas se organizó un gran torneo de ajedrez. Se anotó. Era el “deporte” que mejor dominaba.
Fue largo. ¡Campeón! El premio fue un potecito (muy pequeño) de dulce de leche. Como
entonces no tenía diabetes lo aprovechó hasta lo último.
No soltó el tablero. Jugaba y jugaba, con uno, con otro, ganando casi siempre. Así
varios días... Se le acercó entonces uno de los sacerdotes encargados de la disciplina.
- Domínguez, vení. Tengo que decirte una cosa.
- Usted dirá, padre.
- Sos un gran jugador de ajedrez...
- Gracias, no tanto. Hago lo que puedo.
- Estás todo el día con el ajedrez...
- No tanto.
- Sí, día y noche. No pensás en otra cosa. Cuando estás en la iglesia, en lugar de pensar
en Dios al rezar estás pensando en tus jugadas.
- ¿Cómo sabe?
- Leo adentro de tu cabeza. Dame el tablero y la caja con las piezas. Lo guardo hasta el
domingo. El domingo, cuando vienen a visitarte se lo das a tu familia para que se lo
lleven.
Así fue. Ni una palabra más. Era una orden de Dios, que disponía de mi vida a través de
ese cura que hablaba inspirado por él.
- Adiós, ajedrez querido. Es el sacrificio que el Señor me exige. No te toco nunca más.
Adiós, adiós, adiós para siempre. Te dejo como se deja a una novia querida. Adiós.
Pensar
Otra palabra que casi se transforma compulsivamente en fugaz. Y ¡qué palabra! Nada
menos que p e n s a r.
Tarde de primavera. Aire. Luz. Sol. Ambiente templado y con suaves perfumes. Estaba
el linyera en el fondo de las varias hectáreas con quintas de hortalizas, que pertenecían al
Instituto adonde acababa de ingresar para iniciar su camino hacia un sacerdocio vagamente
soñado pero poco comprendido. Había llegado allí arrastrado por una fuerza misteriosa, al
menos entonces para él. Los que lo empujaron por esa senda (no, ciertamente, su familia) la
llamaban “vocación”. Quizás fuera simplemente el impulso a iniciar una vida independiente,
por sí mismo (así lo creía), cuando aún no había terminado la escuela primaria.
El sol del atardecer era casi romántico. Estaban en un bote tres chicos (a cual más
ingenuo) que habían sido llevados al Instituto, antes de que tuvieran tiempo de pensarlo dos
veces, desde un colegio religioso de Buenos Aires, en el que los directivos les habían visto
ciertas condiciones. Estaban los tres con un sacerdote de aquel colegio de Buenos Aires que los
había ido a visitar para reforzar su permanencia allí y evitar que se arrepintieran. Los había
sacado esa tarde del salón de estudio donde estaban todos los demás y los había llevado a
pasear a los tres “nuevos”. Estaban, en un bote, en el lago artificial que acababan de inaugurar
más allá delas quintas. Parecían tiempos de prosperidad, en años de la gran guerra.
Allí estaban...
- ¿Cómo estás, Domínguez?
- Bien.
- ¿A gusto?
- Por ahora...
- Mirame fijo.
- ..............................
- Vos cavilás mucho. Se te ve en los ojos. Estás siempre serio. Te reís muy poco.
- Soy así.
- Cavilar es malo. Vivir concentrado en vos mismo...
- ¿Qué debo hacer?
- Para seguir aquí tenés que cambiar. No pensar tanto. Vivir como los demás. Hacer lo
que tenés que hacer en cada momento.
- .....................................
Y se puso a cantar con una hermosa voz de tenor. Ya anochecía: “Guarda la luna, come
la cammina, traverso il monte, e la colina...”
El linyera seguía pensando. Pensando. Pensando. ¡Y pensar que lo que se le prohibía era
pensar! Parecía ser una de las condiciones fundamentales, sine qua non, para seguir ese
camino. ¡Menos mal que algo de ese hábito no se pudo arrancar nunca de lo más profundo del
ser del linyera!
93
Familia
Algo cuyo significado está hoy en una constante turbulencia. Pero esos vaivenes
contemporáneos ya no llegan a afectar los rinconcitos más íntimos del corazón del linyera.
Para él fue otra palabra casi fugaz. Una palabra, por cierto, bastante común. Muy
común. Pero una palabra particularmente especial para el linyera. Muy especial. Con mucho de
misterio. No quedó marcada. Polisémica. La familia del linyera no había sido la familia clásica.
Perdió a su madre desde pequeño. Largas ausencias de su padre por motivos de salud. Su nana
fue Petra, una criada eterna en esa familia. Luego pasó a Buenos Aires con sus abuelos
maternos y sus tías...Una hermana mayor y otra menor compartieron ese hogar. No sería una
familia clásica, pero, eso sí, muy, muy querida. Es por eso que la “voz de Dios” sonó muy dura
cuando el linyera escuchó:
- Aquí tienes que olvidar a tu familia.
- ¿Olvidar?
- Sí, olvidar.
- ¿Por qué?
- Ahora tu familia es esta. Somos nosotros.
- ¿Quiénes?
- Todos los que vivimos acá, en el colegio. Tus superiores, tus compañeros...
- ¿Y mi padre, mis hermanas, mis abuelos, mis tías...?
- Los seguirás queriendo, pero de lejos...
- ¿Por qué?
- Porque Dios te trajo aquí para formar parte de esta familia de elegidos....
- ¿Y los míos?
- Estando con Dios podrás conseguir para ellos toda clase de bendiciones...
- ¿Podré verlos?
- Por supuesto, en las visitas de los domingos...
- ¿Nada más?
- No es necesario. Los lazos con este mundo te alejarían de Dios.
- Siempre los llevaré en mi corazón y en mi mente...a pesar del olvido que se me impone
en nombre de Dios.
- Dios los bendecirá a todos....
Lejos estaba entonces el linyera de imaginar ni en el más loco de sus sueños que algún
día, todavía lejano en ese momento, él mismo llegaría a ser copartícipe del inicio de una nueva
y feliz familia.
La sustitución no fue, no podía ser, un cambio inmediato. Lento, gradual, muy sutil y
delicado...Acompañado por una música celestial y una nube vaporosa y rosada de
espiritualidad y mística. Toda una onda sentimental se acoplaba al proceso. Peregrinaciones a
Luján, a Lourdes, a María Auxiliadora, a otros santuarios...
Hoy ese nombre ha perdido toda su magia religiosa pero se conserva como una palabra
simpática. No es negativa, ni odiosa, ni maldita. Solo un recuerdo, falaz y engañoso, pero grato.
Como el nombre arcano de una novia muerta en la plenitud de su belleza.
Fue una sustitución para la palabra mujer. Esta palabra estaba prohibida. Solo quedaba
incluida, para los estudiantes, en un plural que la hacía más imperceptible, en la oración del
Ave María: Bendita tú eres entre todas las mujeres. Por lo demás, les hacían referirse a la mujer
como persona del otro sexo hija de Eva...
Mujer, a pesar de todo, quedó en la mente del linyera como una palabra muy querida,
y extrañamente misteriosa. Las mujeres eran muy hermosas, pero muy lejanas... muy lejanas...
El linyera estaba convencido que se iría de este mundo sin conocer de cerca a ninguna.... ¡Cómo
podría alguna de ellas poner sus ojos en un linyera y compartir algo con él! En la primera parte
de este diario ya contó acerca de eso.
¿Era ese el gusto de Dios? ¿Por qué no le gustaban los colores y las sonrisas?
Para alejarlo más y más de “este” mundo (¿hay otro?) una serie de cánticos religiosos
lo fueron envolviendo al linyera en una atmósfera de esperanza de “otro” mundo:
“Pan de mi destierro,
luz de mi prisión... ”
“...en el crudo invierno...”
“ ...en este valle de lágrimas...”
“... basta de engaños..”
“ ...quiero pasar mi vida en el santuario
aunque ella deba ser pobre y oscura...”
Todo un concierto que hoy le suena como una verdadera marcha fúnebre. ¡Qué no
sería para un pobre infeliz de doce o trece años!
97
¡Jugar!
¿Olvidar algo más? Sí, olvidar el juego, cambiar el “juego alegre” por el “juego tortura”,
cambiar la diversión por el trabajo forzado.
¿Hay algo más expresivo de la libertad del ser humano? Divertirse porque sí... porque
te gusta... te da placer... Compartir con alguien tu estado de ánimo pleno de vitalidad y
bienestar...Sin competir ni por dinero ni por ambición. Solo “por juego”.
Jugar siempre le había gustado hasta entonces al linyera. Con quien o quienes él elegía.
Cuando él elegía. Donde él elegía. Por el tiempo que él elegía. Por pura diversión.
Pero... al segundo día... después de cruzar el portal del olvido, saliendo del comedor
después del almuerzo (¡un guiso horrible!):
- A ver, vos, el nuevo, no te quedes ahí parado.
- Estoy mirando...
- No hay que mirar...hay que moverse... hay que jugar...
- ¡¿Qué?!
- El juego es obligatorio. No se puede estar quieto.
- ¿Jugar es una obligación?
- Por supuesto
- Iba a charlar con mis nuevos compañeros....
- Nada de charlar... hay que moverse... hay que jugar...
- Y si no tengo ganas...
- Las ganas no interesan... Se juega y basta...
- ¿Con quiénes?
- A ver...
- ¿Puedo elegir?
- ¿Cómo se te ocurre? Vos te incorporas al grupo de los medianos.
- ¿Cuál es?
- Este... Aquellos son los mayores... Y aquellos otros, los menores.
Le gustase o no le gustase tenía que jugar. ¿A qué? El grupo decidía, o, por mejor decir,
el cura encargado del grupo tomaba la decisión. Entre una serie de juegos, desconocidos para
él: la bandera, la guerra, la envenenada, la mancha de siete. ¿Fútbol? Una vez por semana...
Pero es necesario notar algo con respecto a esta palabra maldita. No es maldita ciento
por ciento para el linyera. Es maldita en cuanto asociada a “juego obligatorio” en aquellos años
grises... Por lo demás, el juego como espectáculo deportivo le encanta y le entusiasma, sin
98
llegar al fanatismo... Si para muchos eso es una “obligación profesional” queda a un lado de la
consideración del linyera. Más aún, la mayoría de sus compañeros en aquellos años se divertían
muchísimo jugando. El linyera era algo especial en este punto. Era tan celoso de su libertad que
esa imposición le resultaba agobiante. Por otra parte, también es cierto que si el linyera es un
entusiasta espectador y bastante conocedor del mundo deportivo y hasta de las técnicas y mil
detalles de muchos deportes, sin embargo él nunca fue nada hábil para practicar alguno.
Siempre, tal vez por eso, prefirió la campana que llamaba al silencio y al recogimiento para ir a
sumergirse en los libros, que la que sonaba para llamar al patio de juegos. ¿Era la misma
campana? No, precisamente, para los oídos del linyera.
99
“Mío”
Mío, tuyo, nuestro... Con un significado muy claro desde tiempo inmemorial en los
recuerdos del linyera. Creía saber aplicar estas palabras donde y cuando correspondía... Pero...
Pero ¿qué? Hay una de esas palabrejas que siempre fue algo misteriosa. ¿Por qué? ¿Lo sabe él
mismo acaso?
Desde muy pequeño tuvo la extraña sensación de que nada era suyo. Sentía que esa
palabra la aplicaba inapropiadamente a las cosas a las que otros chicos la aplicaban con
propiedad. Decían “mío” a algo, porque eso era suyo.
El linyera siempre tuvo la sensación de que todo lo que él tenía y usaba era como si
fuese prestado. Nada le faltó. Pero sentía que nada era suyo. Su padre trabajaba en un
comercio de campo para su hermano, tío del linyera, y vivía en una de sus propiedades. Luego
el linyera, ya tempranamente sin su madre, fue a vivir con sus abuelos y tías en Buenos Aires.
Más tarde, de chico, entró en una congregación religiosa donde todo era propiedad común. Si
necesitaba un par de medias tenía que pedirlo. Una hojita de afeitar, a pedirla por favor. Diez
centavos para el tranvía, a pedirlos y recibirlos con miradas de disgusto.
Eso lo hizo sentirse como si todo le fuese regalado, o prestado y él no tuviese nada que
propiamente pudiese decir: es “mío”. Esa era una parte muy sensible de su libertad coartada
que el linyera experimentaba por todos los costados. Quizás de una manera muy inconsciente.
Pero ¿cómo huir? ¿Adónde? ¿Al abismo? ¿Qué había detrás de ese muro sombrío? ¿Había
algo?
Esa dependencia económica total, aun en pequeñeces, era solo un símbolo. El linyera
no tenía la menor idea ni siquiera de la palabra “economía”. Lo que el linyera sentía
verdaderamente era más bien su falta de libertad mental, es decir, su capacidad de pensarlo
todo por sí mismo, sin tener que rendir cuentas a nadie de lo que pensaba, sin sufrir que sus
dudas fuesen siempre rechazadas como tentaciones demoníacas...
Pero todo estaba mezclado en esa imposibilidad de decir “mío”. El día que pudo
comprar una gaseosa con unos centavos ganados como pago de su trabajo, eso le pareció al
linyera un verdadero signo de liberación. Nada más que un símbolo. Pero realmente escondía
muchas cosas insondables, invisibles...
Ciertamente eso que llaman derecho de propiedad es algo muy ficticio y pasajero... No
abarca el mundo de un linyera... Pero, en pequeñas dosis, contribuye a vivir con serenidad estos
días en los que los humanos se manejan como seres “conscientes”...
100
Alguna vez esas sombras pasaron en desfile, allá a lo lejos, como en la caverna de
Platón, como nubes arrastradas desde otros horizontes, sin el menor asidero real. Fueron las
sombras de muchas cosas que realmente nada tuvieron nunca que ver con el linyera real.
Nubes fugaces.
Nubes que pasaron alguna vez por su horizonte mental: boxeador... futbolista... actor
teatral... aviador... músico... Nubes...Nubes...Nubes....Mil nubes...Un millón de nubes...
101
III Soliloquio
...creyendo dialogar...
...con alguien...
...con Dios...
...era solo mi eco...
102
Solo ecos
De nuevo con lo mismo. Un tema recurrente. Olvidar. Cortar todos los lazos con el
pasado...Ya lo dijo. Era la orden de Dios. De Dios?
Le costó entender, poco a poco, que esa no era una orden de Dios. Era solo una orden
de los que se atribuían el oficio de representantes y voceros suyos.
D + I + O + S. Una suma de cuatro letras en lengua española. Pueden ser más o menos
en otras. Letras. Palabras.
En sus largas horas de meditación en esos viajes interminables el linyera soportó más
de un ataque de misticismo. Quería encontrarse con Dios, con el Ser Supremo... No sabía quién
era. No lo conocía. No había pedido audiencia. No tenía tarjeta de presentación.... Le habían
prometido encontrarlo... Lo buscó...Lo buscó... Y cada vez lo sentía más lejos... Buscaba
apasionadamente un éxtasis que lo dejase en contacto perfecto con ese ser, con “eso”...
Buscaba una especie de orgasmo espiritual... Las palabras estaban de sobra...
- ¿Estás ahí?
- Sí...te estaba aguardando...
- ¿Me conoces?
- Desde siempre... Yo te hice...
- ¿Y a mis padres?
- También yo los hice... Y a los padres de tus padres... Y a todo el mundo... El universo es
la obra de mis manos...
- ¿Por qué no te veo?
- Soy invisible, pero estoy, a tu lado, dentro de ti, en todas partes...
- Si estuvieras conmigo, no me sentiría tan solo...
- Estoy contigo. Siempre estaré contigo si me eres fiel... si eres puro... si amas a todos...
pero, sobre todo, si eres siempre mi posesión exclusiva...
- ¿Cómo estoy seguro de que es tu voz la que me habla?
- Mi voz es la voz de tus superiores...
- ¡Qué paz me dan tus palabras! Pero a veces ¡es tan difícil creer que sus palabras son tu
palabra!
- Siempre estarás seguro a mi lado...Y cuanto más sufras más estarás seguro de que
estoy contigo...
- Dame todo el sufrimiento que quieras...
- ..................................................................
- ..................................................................
También era lindo que alguien muy poderoso, todopoderoso, lo escuchara (¿dónde?) y
lo pudiera ayudar (¿cómo?) y estar junto a él (¿sin verlo?) y caminar juntos (¿al mismo paso?).
Todo eso al linyera le pareció lindo por un tiempo... Pero pronto vio que seguía estando solo,
sin oídos que lo escuchasen por más que intentase gritar...Los que decían representar a ese ser
invisible no le servían de nada... Podían entretenerlo un rato y hacerle pasar el tiempo, pero
nunca le señalaban el camino más oportuno ni resolvían sus dudas...
El linyera seguía estando solo, hablando solo, caminando solo su camino por las vías...
Envuelto en el misterio de su existencia propia y la del universo. Si a ese misterio se lo quiere
designar con una palabra, deja de ser misterio, pasa a ser una creación de quien lo nombra,
pensaba ingenuamente el linyera ignorante...
Seguir andando...
104
Una manera que encontró el linyera (nada original, por cierto) de tener como
atrapados ciertos flashes (unos pocos entre millones) fue ponerlos en forma de rimas para
poder rescatarlos en otro momento, quizás hasta con música, y así revivirlos.
En este diario el linyera las llama palabras rimadas. Son musicales o, al menos, así le
parecen a él. Así las sintió en su momento. Algo nostálgicas, pero gratas. Nunca tristes. El
linyera jamás se arrepiente de nada de lo vivido. Lo vivido, vivido está. Es parte de su
experiencia.
Una noche, acurrucado bajo un quebracho solitario, junto a otros dos ocasionales
compañeros de marcha, frente a un tren parado en las vías, tomando unos mates, se puso a
contarles, canturriando entre dientes, algunos de los versos más ingenuos que había escrito en
sus ratos de ocio...
105
En los años de seminario, terminados sus estudios de filosofía y magisterio, el linyera siguió
siendo profesor en lo que más sabía: latín. Había numerosos aspectos de la vida en esa
institución que, sin saber por qué, no le gustaban. O, por mejor decir, los detestaba. Esos
aspectos hubieran sido suficientes para que hiciera sus valijas. Pero no, tenía como un mandato
superior que le impedía tomar esa decisión. Además, era como un salto a la nada. ¿Qué había
detrás de esas paredes? No existía para él otro mundo más que ese. Ya el ángel travieso le
había hecho ver muchas cosas que no le gustaban. Que no le gustaban para nada. Que le
daban náuseas. Cerraba los ojos para los sufrimientos propios y trataba en la medida de lo
posible de hacerle menos gravosa la vida a los seminaristas menores, sus alumnos. Casi se
hacía cómplice de ellos en materia de disciplina, disimulando lo que para los “superiores” eran
faltas importantes.
Disciplina y orden
Cuando asomás por la estancia,
La hacienda se amansa tuita.
Cuando de una miradita
Ispecionás el ganao,
Hasta el toro más alzao
Se vuelve un bicho bolita.
A veces, siendo estudiante superior, con tal de romper la pesada rutina, se enganchaba
en cualquier cosa. Un verano lo mandaron a Tierra del Fuego, cuando todavía era un territorio
despoblado. En aquel tiempo el verano era tiempo de clases. Las vacaciones eran en invierno.
Tuvo que suplir a un maestro, en la escuela religiosa, apartado por sospechas de pedofilia. No
le habían dicho nada. No fue fácil. Además de dar clase tuvo que realizar diversas tareas
durante la esquila. Todo poético pero duro. Una experiencia muy fuerte. Sin embargo, se
encariñó. Se encariñó mucho. Al irse se despidió con unos versos que terminaban así:
¿Dónde? ¿Cuándo?
Hoy...
Ayer...
Siempre...
Nunca...
Antes...
Después...
Mañana...
Nunca...
La semana que viene...
Nunca...
Siempre...
El mes que viene...
Nunca...
El año que viene...
Nunca...
En cualquier momento...
En mi pieza...
En el aire...
Sobre el pasto...
Sobre la arena...
En el agua...
Bajo un árbol...
Frente a la compu...
Sobre un tren...
Bajo la tierra...
Solo...
Con alguien...
¿Soy alguien?...
¿Fui alguien?...
¿Soy algo?...
¿Fui algo?...
¿Seré algo?...
109
Sociedad...
¿Qué es eso?...
¿Algo distinto del mundo total?...
¿Del universo?...
Flotar...
Flotar...
Flotar...
Mansamentre...
Suavemente...
Junto a unos pocos seres...
Seres queridos...
Muy queridos...
Que son...
Que fueron...
Que serán...
Siempre...
Una sola cosa...
Conmigo...
Con el mundo...
Con el mundo mío... ...
110
Fue en Esparraguera
Ni lejos ni cerca...
No tiene distancias
Un alma que encierra
A su mundo dentro.
Fue en Esparraguera,
Ni lejos, ni cerca.
No tiene distancias
Un alma que encierra
A su mundo dentro.
Fue en Esparraguera,
Ni cerca ni lejos,
En la vieja España,
Lar de los abuelos.
Nido de cariño,
Con todos sus sueños,
Allí bien guardados,
Ni lejos ni cerca,
En Esparraguera.
111
El linyera se despidió con una canción prestada y que siempre, desde niño, había
guardo muy adentro del corazón. Representa muy adecuadamente su filosofía de vida:
“Linyera soy,
corro el mundo y no sé dónde voy.
Linyera soy,
lo que gano lo gasto o lo doy.
No sé llorar
ni en la vida deseo triunfar.
No tengo norte,
no tengo guía,
para mí todo es igual.”
112
días largos...
noches cortas...
horas largas...
horas cortas...
Los días se repiten... Pasan... Pasan...El sol sale... el sol se pone... el sol sale...el sol se
pone...
¿Se llama eso rutina? ¿Monotonía? Pero en el fondo del alma del linyera algo seguía
deslizándose misteriosamente. Sin que él mismo supiera a ciencia cierta que esa corriente
subterránea y sutil existía allí, muy en el fondo... Pero existía. Poco a poco se iría haciendo más
caudalosa. Hasta que se convirtió en un torrente incontenible, hasta que un día, pleno de luz,
de sol y de flores....el linyera comenzó a vivir “su” vida, espontánea, auténtica, sin otro misterio
que el misterio intrínseco a la vida de todo ser humano...Sin cortinas de acero adicionales...El
linyera se convirtió en un ser humano, dejando su apariencia de robot. ¡Cuánto le costó
descubrirlo!
Para eso debió el sol salir muchas veces y ponerse muchas veces...
Tal vez algo muy, muy importante y decisivo fueron las noches. Por eso el linyera en su
diario les va a dedicar un espacio particular.
114
Amaneceres
Una característica inconfundible de numerosos amaneceres, por no decir de casi todos,
especialmente durante los largos períodos de vías muertas fue la siguiente: in-cer-ti-dum-bre.
Despertar. Para qué? ¿No era más lindo seguir soñando dormido? Soñar despierto no
es tan romántico, aunque a veces parezca lo contrario.
Un rayito de luz...Un poco de agua fría en la cara... Una rastrillada rápida al escaso
pelo...y... a la rutina... hasta que algún pequeño hecho inesperado traiga una gotita de
novedad...
Todo amanecer parecía traer una gotita de esperanza. ¿De qué? De esperanza. Incierta,
pero esperanza al fin.
Hoy todo cambió. En cada amanecer, el linyera puede decir con Marcela Morelo “tengo
una rumba en mí, que amarra los versos de mi esperanza”. Pero para eso debieron amanecer
muchos amaneceres...
115
Mañanas
En general, serenas. Activas. Prácticas religiosas. Trabajo. Estudio / docencia. El linyera
gastaba toda su energía y pensaba poco.
116
Mediodías
Por todo el tiempo del encierro del linyera en el seminario (o “casa de formación”
como preferían llamarlo) los mediodías fueron las horas más duras y plomizas. Horas largas.
Horas de tortura. No es exageración. Verdadera tortura. Hecha un poco más leve solo por el
acostumbramiento.
Pero no... A cumplir la penitencia... De jugar, jugar y jugar, porque así estaba ordenado.
El linyera no tenía que tener oportunidad de pensar y ocurrírsele que había otro mundo detrás
de esas paredes. Quizás otro compañero podía estar pensando como él y si intercambiaban
opiniones, se les iban a ir abriendo los ojos... Por eso, jugar, jugar y no juntarse ni un minuto a
charlar con nadie...
117
Tardes
Siempre con algo de romanticismo. En general, una parte del día bastante agradable.
Posibilidad de leer, de estudiar... De vivir a solas en su mundo interior. De mirar de vez en
cuando ese cielo con los últimos resplandores rojizos. Una extraña nostalgia. ¿De qué? Algo
indefinido. Otro día que se va sin saber adónde.
Noches
Sucesión interminable. En el mundo astronómico. Y en el mundo mental del linyera.
Pero no hay coincidencia. Las noches mentales no ocurrieron durante las noches del planeta
tierra. Ni los días durante sus días. A veces los días fueron noches y las noches días....
En realidad el linyera contaría mejor su tiempo por noches que por días...Como los
viejos anglosajones. De día hay menos tiempo para soñar.
Tal vez las noches fueron las que jugaron un papel decisivo en la vida futura del linyera.
Soñar, soñar, soñar....
El sueño siempre el mismo: libertad, libertad... ¿Qué era eso? No lo podía definir....
Cuando niño el linyera era libre solo relativamente... Una libertad limitada por los seres
queridos que lo cuidaban pero era feliz... Ahora, ya grande, sentía una necesidad imperiosa de
ser libre...libre... libre... De no jugar si no quería jugar... De no jugar al fútbol si quería jugar al
básquet... De no ir a la cama si quería seguir leyendo a Virgilio...
Noches y días... y más noches y más días... El día, con su trajinar, más grato o menos
grato... La mente trabaja menos. Se descarga por los pies, las manos o la boca.
Los sones alegres provenían de un night-club al otro lado del Camino de Cintura, no
tan cargado de construcciones en sus márgenes como se lo ve hoy. Muchas quintas y mucho
verdor.
Esa noche, también cargada de mosquitos y de insomnio, la mente del linyera vagaba
en un mar de serenidad y calma. Esos cantos, ininterrumpidos, le cayeron de golpe y le
resultaron enormemente alegres. ¡Qué lindo estar ahí! ¡Envuelto en esa atmósfera de bullicio y
expansión desatada!
¡Poder volar y transportarse en una nube sobre esos doscientos metros de frutales y
caer al otro lado del camino en ese oasis de jolgorio! ¡Ser libre como los pájaros! ¡Volar! ¡Volar!
En medio de la noche tibia.
Y siguieron los días rutinarios y las noches tibias con su música real o soñada...
Y una libertad soñada pero considerada imposible. Como pensar en volar por sus
propios medios hasta Urano o Plutón.... Al menos, en aquel entonces...
120
El cura maestro de novicios, en Morón, más o menos por el tiempo de las noches llenas
del canto de los “Cuatro días locos...” había tenido una conversación con el linyera.
- ¿Qué te pasa?
- Nada especial.
- En cuanto al estudio no hay nada que decir. Perfecto
- Me gusta saber y me resulta fácil.
- En cuanto a conducta hay largos días en que sos el más observante de todos. Ni una
pequeña falta... Pero de vez en cuando es como si el demonio se te metiera adentro y
cometés toda clase de transgresiones, sin importarte nada de nada. ¿Qué te pasa en
esos momentos?
- No sé.
- ........................................
- Mirá, te voy a mandar a un psiquiatra amigo. Charlá con él y contale tus cosas. Tal vez
te pueda ayudar.
Escribió unas líneas y las puso en un sobre cerrado. El linyera se moría de curiosidad
pero no lo abrió. El día indicado para la consulta fue a ver al doctor.
V ráfaga maldita
un infierno silencioso...
122
Vía muerta. En un doble sentido. Para el tren, porque allí queda detenido a la espera
quién sabe qué. Para el linyera, porque se ve privado por... días... semanas. .meses... años... de
por lo menos la variedad de un paisaje cambiante.
Hubo más de un tramo, para el linyera en “vía muerta”. Pero hubo una vía muerta
especialmente cargada de palabras imborrables en su mente. Fue en la etapa adolescente y tal
vez hasta de primera juventud de su vida. Muy fecunda en este diccionario negro. No son
palabras marcadas, como las del “diario de un linyera de alma”. No tienen fecha y sitio
señalados para su entrada. Fueron haciéndose camino de a poco y continuamente. Se metieron
muy adentro, cavando nichos profundos, como pesadas piedras en el fondo del océano.
Muchas entraron sin ser notadas. Se colaron como fantasmas. Algunas, cuando se dio
cuenta, ya estaban dentro desde hacía mucho. Son demasiado comunes para haber sido
ignoradas. Allí estaban. Primeramente como una pequeña piedra. Luego esta piedra se hizo más
grande. Luego sobrevino una acumulación de piedras, una sobre otra. Piedras negras, pesadas,
irremovibles, pesando sobre los hombros, como la de Sísifo. ¡A cargarlas cada día!
Esta es, probablemente, la sección del Diario del linyera con más carga de subjetividad.
Es decir, subjetivo es necesariamente todo en un diario personal, pero muchas de las entradas
son tal vez coincidentes con las de los diarios de muchos otros humanos, linyeras o no. Pero
este listado de palabras malditas ha de ser, sin duda, algo no exclusivo, pero quizás no
demasiado compartido por otros.
123
Palabras malditas
¡Pobres palabras! ¡Qué culpa tendrán! ¿Qué extraños vientos de la vida las habrán
metido en ese bolso negro, negro de lo maldito? Están en el bolso de las palabras que le
repugnan al linyera, de las palabras que odia, de las palabras que no quiere ver ni oír. ¿Por qué?
¿Hay alguna razón? Es bastante inútil querer buscar razones en los sentimientos, menos aún en
los de un linyera.
Siempre tuvo una cierta vocación lingüística. No en el sentido técnico del término. La
lingüística en el sentido técnico (ya que sería probablemente demasiado llamarlo “sentido
científico”) lo quiso abordar el linyera alguna vez y, ciertamente, se decepcionó. Incursionó en
ella como “freelancer” y hasta se pudo sentir codo a codo con los profesionales en alguna
ocasión... No es lo que el linyera buscaba. Menos todavía la “filosofía del lenguaje”.
Especulaciones generalmente, al menos para él, vacías. Simples sustitutos de sustitutos de
sustitutos ad infinitum.
Pero hay una realidad detrás de las palabras. O al menos es algo que el linyera percibe
como tal. Esa realidad, sin embargo, es en el fondo para su mente (tal vez no para su corazón)
solo un mundo de palabras. El mundo verbal fue y es el mundo del linyera. El que entiende. En
el que se mueve. En el que puede razonar En el que siente. En el que sueña. En el que vive.
Las palabras malditas se incorporaron más tarde. En un período que tiene un principio
y un fin también temporales. El período de sus años de seminario, una especie de prisión, o
destierro, aceptado y hasta buscado libremente pero resistido inconscientemente desde lo más
hondo de su ser. No es que todo fuese malo, feo, maldito...Hubo ráfagas de placer y alegría...
De otro modo no le hubiese costado tanto abandonar esa “jaula dorada”. Pero hay un montón
de palabras que son como mojones negros en ese camino que se fueron metiendo y metiendo
como señales de alarma, como bombas de tiempo.
Es lo cierto que lo que le molesta son las palabras mismas, no su presunto contenido.
Es un hecho que si las encuentra en otro idioma, con el mismo contenido, no le molestan
“Maldito,” por supuesto, es una metáfora. No es que algún poder superior las haya
destinado a que el linyera las odie. Además, ¿qué les puede importar su odio? ¡Hay tantos
millones que las aman! ¿O será precisamente por eso, porque lo que le gusta a la mayoría
tiende a disgustarle al linyera? Tal vez...
Puede ser que haya mejores términos para definir lo que entiende por malditas. Por
ejemplo, odiosas, repugnantes, malolientes, desagradables, sucias, asquerosas, podridas, de
mierda..... No son eso las palabras en sí mismas sino por las reacciones emocionales que
provocan en él...
Un detalle importante a tener en cuenta antes de empezar con el listado es que las
palabras que aquí se señalan le disgustan por los ecos emocionales que despiertan en él y no
por la realidad de la que son referentes... Esas realidades a veces hasta pueden gustarle mucho
si se le presentan con otra etiqueta. Le repugnan algunas palabras con que se las designa, no
las realidades bajo ellas. Otras veces hay realidades que Le repugnan, pero no las palabras que
124
las señalan, que le resultan indiferentes en sí mismas. Tal vez haya sido el martilleo incesante
de algunas palabras sobre sus oídos lo que despertó su hartazgo y su odio.
En realidad hoy, tras haber corrido años y años, esas palabras ya no lo lastiman al
linyera ni lo hacen reaccionar con enojo. Son solo cicatrices. No se ha hecho cirugía estética
reparadora y allí están, como en aquellos viejos tiempos. Pero ya no lastiman. No duelen. Son
solo cicatrices. Al linyera no le gusta oír esas palabras. Simplemente no le agradan. Pero ya no
lo hacen sufrir. Le arrancan, tal vez, una sonrisa burlona...
Sin más palabras inútiles, aquí van las principales entre las que son, o al menos fueron
para él, palabras malditas
125
Obediencia
Es posible que esta sea para más de uno de los lectores de este diario una palabra
sagrada, bendita, o casi. Es posible, quizás, que sea la palabra que hizo grande y poderoso a
más de un imperio. Es posible que más de una institución realmente eficiente lo haya sido
gracias a ella. El mundo tiene su historia. El linyera registra la suya. Sus vivencias. Cómo sintió
cada acontecimiento, grande o pequeño, que tuvo lugar a su alrededor. Cómo repercutieron en
sus acciones, ideas y sentimientos cada una de esas circunstancias y cómo influyeron luego en
su marcha futura (exterior o interior). Solo habla de sí mismo.
En su hogar, con todas las alternativas ocurridas durante la infancia del linyera, de las
que dio cuenta en la primera parte de su Diario, nunca había oído esa palabra, y ciertamente
todo marchaba bastante bien, tal vez muy bien, con esa inevitable niebla de incertidumbre en
una mente infantil. Tal vez tampoco había oído esa palabra en sus primeros años en la escuela,
o, al menos, no le había prestado atención.
Elije aquí la palabra obediencia como la primera palabra maldita que va a registrar en
su diario. Palabra horrible para él. Condensa casi todo lo que el linyera odia. ¿Horrible? Sí,
horrible. Hacer lo que te mandan. Sin un previo acuerdo. Porque sí. Sin ningún análisis. Sin la
menor consulta. Sin convicción. Tomando la palabra del que cree tener autoridad sobre los
demás. Autoridad que le delega una institución, a la que se la delega otra institución, y a esta
otra, y a esta otra...El linyera ¿qué tiene que ver con lo que ellos se creen? ¿Y su libertad? ¿Su
pequeño yo? ¿“Su” vida; lo único que es realmente suyo?
Tal vez hubo un tiempo en que esa palabra no le molestaba tanto. Era como otra
cualquiera. La tragaba sin darse cuenta y obraba con cierta naturalidad bajo esa oscura
sombrilla. Pero un día, no puede decir cuándo, la varita del ángel comenzó a actuar en su
mente. Se despertó poquito a poquito a la realidad. Fue abriendo los ojos. Advirtió que lo que
muchas veces se le ordenaba iba en contra de su orden mental, o de sus deseos, o de sus
intereses. Eso, al margen del modo en el que se le dieran las indicaciones: con altanería,
groseramente, con suavidad, con buena o torcida intención...
El ángel con su varita le fue haciendo ver también algunos pequeños detalles: los que
daban las órdenes casi nunca hacían ellos mismos lo que ordenaban a los demás. ¡Muy
interesante! Y, observando bien, cayó en la cuenta de que eso era lo corriente...
Otros detalles fueron gradualmente cayendo dentro del campo de la mirada del
linyera, ahora cada vez más despierta. Esos detalles consistían en lo siguiente. Al linyera
lentamente le habían ido presentando un cuadro de lo que puede hacerse, de lo que debe
hacerse, de lo que no debe hacerse...un cuadro de normas (llamémoslas éticas). Resultaba que
en más de una ocasión los mismos que le habían inculcado esas normas, lo invitaban, o mejor,
le exigían transgredirlas en nombre de la obediencia. En alguna ocasión el linyera tuvo sus
dudas y se presentó a alguna instancia superior para denunciar ese conflicto de “conciencia”.
- Hijo, si tus superiores te ordenan hacer algo, tú no debes analizar. Haz lo que te
ordenan. Esa es la voluntad de Dios. Eso se me dijo oficialmente.
- ¿Y si eso es algo malo?
- La voluntad de Dios nunca puede ordenar algo malo. A ti te puede parecer malo porque
tu vista no alcanza a ver más allá.
- Lo que le acabo de decir me parece realmente malo. Es estafar al estado.
- Tus superiores ven más allá y saben que no es malo.
126
- ¿En serio?
- Haz lo que te dicen. Obedece. Dios estará contigo.
En forma lenta, pero continua, la palabra maldita se fue clavando más y más en la
mente del linyera de tal forma que su sola aparición ya produce en los ojos o los oídos del
linyera una sensación de náusea. ¡Qué porquería! ¡Qué enorme esfuerzo intelectual tiene, a
veces, que hacer el linyera para admitirla en un discurso académico en un sentido lo más
neutro posible, despojándola de ese contexto infecto en que nació para él!
127
Solidaridad
Empieza el linyera con una disculpa. Es muy sincera. Es para todos aquellos que en
nombre de la solidaridad hacen hoy cosas maravillosas por los demás. Los aplaude. Y, cuando
puede y como puede, colabora con ellos- Pero se tapa los oídos para no oír esa palabra.
¿Por qué odia esta palabra? ¡Quién lo sabe! En sí parecería alentar un sentimiento
social positivo. Hoy está de moda. Todo se pide en nombre de la solidaridad. A muchas
personas que conoce las impulsa a brindarse con generosidad hacia los demás Pero muchos,
muchísimos de los que la usan (a veces muy a menudo) ¡son tan hipócritas!... Son cínicos.
Predican una cosa y hacen lo contrario. El que viene con el libreto de la solidaridad ya le cae
mal. Le gustaría verlo en acciones solidarias sin predicarlo. Si escucha esa palabra por la TV
inmediatamente hace“zapping”, en forma casi automática. En general rechaza todo aquello
que se le quiere imponer, aunque más no sea que por la vía del consejo. Por eso no quiso nunca
la escuela ni el catecismo. Quiere guiarse solo por su instinto, no por un sentimiento de
“deber”, con el consiguiente remordimiento si no lo hace. Le gusta encontrarse con gente
solidaria, pero, por favor, si se le acercan, que no traigan el cartelito puesto en la frente y
menos en los labios.
¿Quién tiene autoridad para interpretar lo que otros necesitan y pretenden imponerle
la “obligación” de ser “solidario”? El verdadero solidario lo es sin saber que está haciendo
“solidaridad”.
128
Caridad
Va de la mano con solidaridad. Son dos hermanitas. Caridad es más religiosa, remite a
una supuesta virtud teologal. Solidaridad es más secular y, tal vez, más universal. La
repugnancia del linyera empezó por la caridad y después se pasó a la solidaridad, cuando esta
se puso más de moda.
Le cansó. Le hartó al oírla repetir cien veces al día a su alrededor para justificar o
estimular todas las relaciones con los demás. Nada era espontáneo. Todo debía obedecer a un
mandato de no sé quién en nombre de una supuesta caridad.
Comunidad
¿Cuántas veces le machacaron esta palabra en su pobre cabeza? ¿Cien mil? ¿Un
millón? ¿Mil millones?
Todos iguales... La ropa... El pelo... Los estornudos... Los... Todos juntos al comedor, al
patio, a la iglesia, a los lugares de estudio, al dormitorio...
¿Alguien puede imaginar algo más horrible? ¡Espantoso! Y este es solo un ejemplo
bastante inofensivo, entre otros mil.
A la semana siguiente más o menos lo mismo... Cincuenta y dos veces al año... Todos
los viernes.
Superiores
(ma che superiori!)
Los pupilos eran afectados por turno al servicio de las mesas a la hora de las comidas.
En la cocina, en una de las paredes, había tres ventanillas, frente a las cuales los “servidores” (o
mozos) formaban fila para retirar los platos servidos y alcanzarlos a los comensales. Las
categorías (o “clases”) estaban bien marcadas. Los chicos, los estudiantes avanzados y los
“superiores” (los sacerdotes que formaban la plana directiva del colegio, que era a la vez
seminario).
La sorpresa fue de los “muchachos” cuando vieron llegar ante ellos platos “como la
gente”, como los que habían estado acostumbrados a comer cuando estaban en sus hogares.
Superior: ¿De dónde? A gatas iguales...y gracias. De chico el linyera aceptaba que había
naturalmente quienes mandaban y quienes obedecían... Tardó bastante (¡demasiado!) en
advertir que quienes mandaban era porque se pensaban que tenían culo de oro... La
“superioridad” le empezó a repugnar...Las primeras experiencias negativas y profundas las tuvo,
también es esto, dentro de la vida religiosa... ¡Esos años aciagos! (¿Realmente aciagos?)
Especialmente porque los que proclamaban una superioridad derivada de los dioses eran, en
general, sumamente hipócritas. Ellos muy bien sabían que sus órdenes y las reglas que
imponían a los demás no estaban inspiradas en los intereses divinos sino en sus propios
intereses. Poco a poco eso se le hizo obvio al linyera. ¿Por qué tardó tanto en darse cuenta?
Por cierto que no se hizo suicida y siguió haciendo caso a muchas cosas aunque no aceptó que
alguien se metiera en sus decisiones si no lo llamaba a darle un consejo.
Tal vez de pequeño vivió en una familia no autoritaria (para usar un término que hoy
se puso de moda). En su infancia todo era muy natural dentro de su entorno. ..
131
Por supuesto que todos son diferentes pero esas diferencias no establecen superioridad
de derechos de ningún tipo.
Hay también algunos otros términos asociados (algunos se pusieron hoy de moda
mediáticamente) que no le gustan ni poco ni mucho:
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Excelencia
¡Qué asco! Esa palabra tiene un tufillo a superioridad. ¿De qué? ¿En qué? Hoy la han
popularizado en los temas académicos y profesionales... Basta que se cumplan ciertos
parámetros formales y ya algo pasa a ser de excelencia... Ni qué hablar como títulos aplicados
a cualquier número de ambiciosos que escalaron para disfrutar de algún puestito...
“Excelentísimo señor... ” “Santísimo Padre...” “Su Eminencia...”Cuando uno escucha esas frases
y ve el rostro del personaje a quien se las dirigen experimenta, cuando menos, un ataque
violento de risa incontenible... Si es una broma, puede pasar...
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Esos superlativos
el mejor de...el peor de... ¡Qué asco! ¿Quién se siente capaz de hacer ese juicio? Para
tener que ser desmentido quizás al minuto. Esas valoraciones desmedidas siempre le causaron
al linyera una muy mala impresión acerca de quienes las emplean....
Si se usan los eufemismos en sentido poético, va bien. Cuando se los usa por una
fingida compasión o por pacatería, al linyera le repugnan.
Pecado
Una palabra que al linyera siempre le sonó desagradable. Desde los días del catecismo.
Antes no la conocía. ¿Por qué tan desagradable? Tal vez porque nunca le encontró explicación.
Por supuesto que la entiende hoy sin dificultad alguna cuando se la usa en su más simple
sentido etimológico: un tropiezo, una transgresión, un fallo a lo que uno se proponía...Siempre
en un sentido neutro. Eso lo aprendió mucho después. El problema comienza cuando se
interpreta esa transgresión como el quebrantamiento de un precepto impuesto por alguien.
¿Por quién? Si se trata del quebrantamiento de una norma aceptada por un grupo social como
una regla de convivencia es algo que estaría dentro de las reglas del juego. Pero no suele usarse
así.
El linyera reconoció muchas veces haber andado caminos que hubiera querido no
recorrer. ¿Se arrepintió? Para nada. Simplemente trató de no volver a andarlos. Jamás sintió la
necesidad de purgar alguna culpa. Lo hecho, hecho está. Si hay algo que reparar, por supuesto,
se rapara. Personalmente, el linyera solo trató de no repetir lo que consideró errores. Si el
castigo se lo aplicaron otros, aguantó la consecuencia de sus actos.
Sumisión
La sumisión como virtud, como algo noble, como un método hacia una vida santa.
¡Qué horror! ¡Qué manera de aniquilar el uso de la propia libertad! Eso es bueno para un
ejército. No discute aquí el linyera si un ejército tiene sentido para él. ¿Fue tan tonto alguna
vez para creer que debía practicar la sumisión? ¿A quiénes? ¡A los superiores! ¿Superiores en
qué? ¿Se la creen? ¿Creyó alguna vez en la sumisión? Hoy, reflexionando, le parece que debió
practicarla sin creer. En ella. Sus capas superficiales la aceptaban porque le decían que esa era
la voluntad de Dios. Ciertamente no era la voluntad del linyera.
Fe y autoridad
Así, íntimamente unidas.
Tal vez estas palabras sean la síntesis de todas las palabras malditas. No
necesariamente las tiene el linyera asociadas con autoritario, hoy de uso cotidiano. Autoritario
indica ya un abuso de la autoridad y creo que le repugna a cualquiera, aunque los que acusan a
alguien de autoritario suelen incurrir en el mismo autoritarismo.
En realidad lo del linyera es más profundo, mucho más profundo. Le molesta la palabra
autoridad en sí misma. En todos los órdenes.
No le molestan al linyera las palabras que designan los diversos cargos de quienes
ejercen alguna función: presidente, alcalde, concejal, diputado, juez, capataz, papa,
mayordomo...Pero no puede escuchar sin sentir náuseas algo como “el palco de las
autoridades” (¿palco de qué?).
En cuanto a la fe. El linyera entra en el análisis de esta palabra con el máximo de los
respetos. La detesta cuando es hija de la soberbia. ¿La fe, hija de la soberbia? Sí, no siempre.
Hay dos clases de fe. Una es hija de la soberbia y otra es hija de la humildad. A la primera la
odia. A la segunda, la respeta, y mucho. La fe es hija de la soberbia cuando nace de atribuirle al
hombre (atribuirse a sí mismo) una calidad de existencia superior a lo real. Alguien cree que
por ser hombre, por tener un cerebro unos gramos más pesado, es una criatura superior a todo
el universo, con una capacidad de ser dios, de ser Dios, de una manera o de otra....¡Qué
soberbia! ¡Qué ambición!¡Qué estupidez! Es un depredador más, incluso de su propia especie,
con enormes capacidades para serlo y que se las disimula a sí mismo con variadas etiquetas en
ese lenguaje tan sofisticado que supo inventar...El linyera simplemente trata de aceptar su
limitada condición de hombre. El linyera vive feliz envuelto en su universo de misterio, misterio
que no quiere perder su encanto sustituido por leyendas (negras o rosadas) de la imaginación
humana. La fe es hija de la humildad cuando acepta el testimonio de un congénere que vivió
más, vio más, estudió más, siempre dentro de lo que un hombre puede llegar a conocer...
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Generalizaciones
En el mundo social. ¡Malditas! Al linyera le repugnan y lo ofenden. Le molestaron
siempre. ¿Desde cuándo? Siempre. Que alguien se atribuya la autoridad de pensar por él y
asociarlo a algún grupo sin consultarlo y sin siquiera conocerlo.
Los argentinos son....los argentinos somos: ¡Será su abuela! Ni el somos inclusivo llega
a salvar esta expresión de dos asquerosos tufos: el de la generalización y el de la pedantería.
¿De dónde sale que todos los argentinos son iguales? Cuando hay encuestas de pensamiento,
el linyera jamás se ve incluido en ninguna. Jamás. Además ¿quién tiene el tupé de arrogarse la
autoridad suficiente como para sentenciar sobre actitudes ajenas? ¡Más les valiera coserse la
boca! ¿Cómo se atreve alguien a meter al linyera en una bolsa que fabricó para calificar a la
gente a su paladar?
Algunos ejemplos:
Para que la gente entienda: Es tan común oír esto desde las pantallas de la TV.
Cualquier conductor, o que se cree tal, y cualquiera que pretende dar una explicación de algo
se dirige así, con esa total falta de respeto, al televidente. ¿Se creen que la gente es
infradotada? ¿Por qué insultan? ¿El que habla no es gente?
Podrían seguir otras palabras “malditas”. ¿Para qué alargar la lista? Está muy claro
cuáles son las que el linyera no traga.
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VI oasis
palabras frescas...
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Palabras queridas
Sin la suave y refrescante caricia de tantas palabras alegres y amigas el linyera no
hubiera podido sobrellevar tan largo viaje. Sin las palabras queridas. Innumerables. Le gustan.
Simplemente le gustan. Le gustan porque le gustan. Le gustaron alguna vez y le siguen
gustando. ¿Por qué? No le interesa. Le gustan... Le suenan bien. No se gastan... No se fugan... Le
abren, cada una a su modo, un escenario gratificante para la imaginación... Un escenario pleno
de apacible luz, cadencioso ritmo, armonías de ensueño, aromas embriagadores... Tal vez le
encantaron al oírlas por primera vez en un contexto agradable....
Son sin duda las más numerosas de los grupos en los que el linyera ha dividido su
museo. Tal vez sean también las que más le ayudaron y le ayudan a vivir. Son tan numerosas
que no puede enumerarlas a todas. Hay grados en sus preferencias, eso sí. Hay toda una gama
de sentimientos agradables que despiertan en él. ¿Será por eso que es bastante optimista,
aunque a veces no lo parezca?
Tal vez lo único que puede hacer es señalar algunos campos semánticos que han sido
especialmente fecundos. Pero igualmente hay muchísimas palabras que no parecen pertenecer
a un campo específico ni estar asociadas con algún foco especial que despierte sus emociones
más gratas y profundas.
Todo su mundo exterior inanimado le es grato. Todas las palabras que lo describen y
designan tienen para él un sonido placentero: sol, luna, estrellas, día, noche, atardecer, viento,
lluvia, frío, luz, sombra.....
Hasta algunas, que para la mayoría suenan desagradables, tienen para él un encanto
especial: nubes, niebla, llovizna, frío, escarcha...
Todo lo que tiene que ver con vida vegetal le deleita: bosque, selva, matorral, pasto,
ortiga, zapallo, perejil, álamo, roble, camelia, orquídea...
Donaire: ¡Le suena tan agradable!, aunque sea una palabra que jamás emplea.
Luz: con toda su familia de brillo, fulgor, resplandor, resolana.... ¡Le entusiasman!
Sus palabras queridas son casi infinitas...si no fuera así no se podría sobrevivir... Son
tantas que ni se da cuenta... Es casi todo el diccionario. Al menos eso le pasó y le sigue pasando
al linyera. Vive en un mundo de palabras queridas. Hoy las malditas son unas pocas... y van
tendiendo a borrarse.
141
llegan...
se van ...
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Pero en todo ese mundo hay un grupo, es de suponer, más o menos numeroso, que
son sus palabras usuales, las que emplea habitualmente, seleccionadas a lo largo del tiempo
por ciertas preferencias que responden a actitudes muy suyas frente al mundo y, sobre todo,
frente a los demás...
En este momento deja de lado también esas palabras usuales...Son las menos suyas,
porque son las de todos. Tampoco le interesan aquí, como acaba de decir, las marcadas con
sello espacio-temporal de ingreso. Ya trató de ellas en un tomo aparte. No es el caso tampoco
de las que nacieron musicalizadas con rimas: sus palabras rimadas. Dejará también de lado aquí
el montón de las que odia, las malditas y el feliz ramo de las que quiere, sus palabras queridas.
Aquí es el turno de las palabras fugaces. Parece una contradicción. Es casi una
verdadera imposibilidad. ¿Cómo querer registrar a la distancia lo que fue fugaz? Lo que duró
solo un instante, o un conjunto limitado de instantes. Tratará el linyera de echar sus redes. Esas
redes mentales que en un momento dejaron pasar de largo tantas y tantas palabras sin casi
registrarlas. Otras duraron algún tiempo y luego se fueron sin dejar rastro: son las que llama
fugaces. Otras quedaron atrapadas pero solo en su faz externa. ¡Su contenido fue variando
tanto! Quedó la misma cáscara y el fruto cambió completamente... Ya ha mencionado algunas,
como ajedrez, que pueden servir de muestra.
Extrañamente, o tal vez no, toda su vida de linyera de alma podría dividirse en dos
períodos más o menos definidos en cuanto a su relación con el mundo verbal se refieren:
El período de las palabras malditas y las palabras queridas corresponde más o menos
aproximadamente a los quince años siguientes.
Tras esos dos períodos, es decir, aproximadamente desde los treinta años de vida del
linyera, el mundo verbal parece haberse tornado más y más indiferente. ¿Será que se puso más
y más en contacto con las cosas? Lo cierto es que en la entrada de su mente se formó un
blindaje muy firme contra lo verbal. Entran y salen ideas, sentimientos, imágenes, pero las
palabras que son sus portadoras no marcan su registro o lo hacen tan solo por un muy breve
tiempo.
Las palabras fugaces gozaron de un período propio específico. Fueron como rachas.
Siempre han representado intentos de evasión. ¿Evasión de qué? ¿De qué va uno a evadirse si
no es de una prisión? ¿Qué prisión? Hay muchas... ¡Hay tantas! Siberia, Auschwitz,
Guantánamo, El Olimpo, Sierra Chica...Ninguna de esas. ¿Cómo se hubiera sentido allí el
linyera? Ni quiere pensarlo. ¿Para qué? Lo imagina y lo sufre en cuerpo ajeno.
Existe, tal vez, para el linyera, para este linyera que escribe, porque jamás pretende
generalizar y atribuir a otros su visión personal de las cosas, una clase de palabras que pudieran
llamarse vacías. Son lindas, algunas muy lindas, pero al linyera no le dicen nada. Muchos las
144
usan muy solemnemente pero cada uno les atribuye una carga muy diferente que se apoya
siempre en los soportes de su armazón inamovible de ciertos conceptos básicos. Este linyera
las oye como sonidos huecos o simplemente tiene que analizarlas contra la trama de cada
textura individual. Son las palabras referidas, en general, a lo que suelen llamar valores. A título
de ejemplo, menciona solo algunas. La lista sería muy, muy larga. Gran parte de las sociedades
humanas se mueven precisamente en ese mar de palabras y allí navegan: opinan, juzgan,
condenan, educan, matan, premian... El linyera trata de mantener su barca fuera de ese mar,
muy lejos... y seguir su ruta con el timón de su propio sentir personal o, si queremos, de su
conciencia.
Va aquí parte de esa lista: dignidad, honor, decencia, rectitud, honestidad, santidad, y
mil otras por el estilo.
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Palabras no marcadas
Era un 17 de octubre de 1945. Bernal. Ninguna palabra quedó marcada en ese día en la
mente del linyera, aunque desde ese día algunos nombres se hicieron famosos, muy famosos...
Se marcaron en todos los diarios del país, de Latinoamérica y del mundo entero...
Pero el 17 de octubre de ese año el pobre linyera, o mejor, todavía linyerita, tenía la
frente ardiendo por la fiebre. La cabeza parecía que le iba a estallar. El cuerpo era todo un
amasijo de retorcijones. Parece que en el internado le habían dado la noche anterior un
asqueroso pescado frito. ! Había que comerlo todo! ¡No dejar ni una pizquita! Bajo pena de
quedarse allí sentado frente al plato hasta las doce de la noche. Lo terminó comiendo helado,
bajo la mirada imperturbable del así llamado “consejero”.
Tirado en una cama. En una pieza que llamaban la enfermería. Solo. Frente a una
ventana por la que entraba un poco de aire fresco, que el linyera no sentía.
¿Qué hora era? ¿Cómo saberlo? La cabeza parecía estar en un horno y la mente en un
infierno....Gritos, gritos, gritos ensordecedores... Parecían entrar por la ventana abierta de par
en par. También el aire estaba caldeado....
Gritos, gritos, gritos y más gritos... Aturdían.... ¡Viva Perón! ¡Viva Perón! ¡Viva Perón!
¡Esta es la iglesia! ¡Viva Perón! ¡Mueran los curas! ¡Mueran los curas! ¡Viva Perón! ¡Quemen el
convento! ¡Fuego al convento! ¡Mueran los curas! ¡No! gritó una voz, ¡los curas están con
Perón! ¡Viva Perón! ¡Vivan los curas!..........
Pasaron desde entonces muchos “17 de octubre”. Cada cual lo conmemora a su modo.
Para el linyera fue siempre una cama, mucha fiebre y gritos ensordecedores...
Por supuesto, poco a poco, por más filtros que hubiese, el linyera tuvo que enterarse de
la crecientemente gravitante personalidad de Perón en el país. En general, el linyera estaba
siempre en contra de lo que pensaban o aconsejaban los mandamás de la institución. Por si
acaso. Al menos entraba a desconfiar. Era algo muy en su interior, aunque no siempre lo
manifestaba. Ya el ángel lo había empezado a “avivar”.
En el caso de Perón los curas de esa comunidad, en general, luego de una pequeña
desconfianza por sus relaciones con Evita, lo comenzaron a apoyar, sobre todo después que les
otorgó los subsidios a las escuelas religiosas. Más lo apoyaban los directivos de la institución,
146
más lo entraba a odiar el linyera. Los años le hicieron ver más tarde las cosas con más
serenidad y sin presiones.
Y así con muchos otros nombres. Una larga lista. Los sentimientos del linyera seguían
más bien la dirección opuesta a lo que se recitara a su alrededor...
147
Siempre algún tango acompaña sus reflexiones sobre el pasado. ¿Pura nostalgia?
Aquellas sobre el presente o el futuro, a veces le piden acompañamiento a otros ritmos, como
este al que ya el linyera hizo mención:
“Tengo una rumba en mí,
que amarra los versos de mi esperanza.”
Pero las del pasado, sobre todo las de la infancia, están íntimamente entrelazadas con
tangos. ¿Por qué? Algo de nostalgioso tal vez traiga el linyera en sus venas, y en sus arterias, ya
que casi un ciento por ciento de sus antepasados, por cuanto pudo rastrear, son de la
mismísima Galicia.
Es lo cierto que el tango y su nostalgia se le metió muy adentro desde sus primeros
años: con la radio a pilas, con el fonógrafo a cuerda... con toda una atmósfera que bebía sin
saber dónde. El tango lo cautivaba, le llenaba el alma... Su ritmo, sus letras absolutamente
irreales para él... Cuando tenía nueve o diez años se pegaba, “la ñata contra el vidrio,” frente a
un bar bailable en una esquina de Rivadavia y...en el barrio de Floresta y se pasaba el rato
mirando a la “vitrolera” que allá arriba, en un palco, ponía un disco de tango tras otro...La vida
real del linyera nada tenía que ver con eso, pero ese ondular melancólico se le metió para
siempre en el corazón.
¿Cuáles son esas heridas que no cierran y sangran todavía? Muchas, la mayoría,
cerraron y hoy son solamente cicatrices.
Pero algunas quedan abiertas y sangran mucho. El linyera quiere aquí mencionar en su
diario solo una palabra que condensa, tal vez, muchas otras, patria.
El linyera hace tiempo cantaba el himno nacional y usaba una escarapela celeste y
blanca en los días festivos de la patria. Eso pasó. Quedó lejos. Hoy el linyera no siente más
pertenencia a algún grupo humano como no sea su familia y un entorno numeroso de amigos
con los que tal vez no mantiene demasiado contacto asiduo, pero sí vínculos espirituales
imborrables. Especialmente amigos de su paso por las aulas. Por lo demás, de lo que antes
llamaba su patria ahora solo tiene, por necesidad imperiosa, el documento de identidad.
¿Será esto definitivo? Nadie puede saberlo... Siempre queda un sueño. “Guardo
escondida una esperanza humilde...”
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VIII intermezzo
marcando un rumbo
¿hacia dónde?
Vías de escape
En todo lo anterior el linyera ha tratado de sintetizar su vida, o, al menos, ciertos
aspectos de su vida intensamente vividos, encerrando todo su tiempo, el que se le dio para
viajar, en un vagón de palabras: palabras marcadas, palabras malditas, palabras queridas,
palabras fugaces...
Pero esas redes verbales no son abarcativas de la totalidad de los momentos vividos.
Mucho ha quedado fuera de esas palabras. ¿Más importante que lo allí descripto? ¿Cosas
demasiado insignificantes? Tal vez sí. Tal vez no. Nunca lo podrá saber.
Escapes
Fueron muchos los intentos del linyera por apartarse de las vías que iban marcando su
andar por la vida. Especialmente procurando dejar de lado esa larga rutina de la secuencia de
estudio – meditación – docencia. Quería probar si era capaz de hacer otra cosa en la vida. A
veces fueron intentos ciegos, o casi ciegos. Otras veces, fueron más conscientes. Antes y
después del gran sacudón del tren que significó ese cambio profundo y tal vez definitivo en su
marcha.
Van a ir aquí mencionados sin orden cronológico... Solo algunos. Enumerarlos a todos
sería interminable.
Vaya un ejemplo. Fue un tramo no muy largo. Tal vez un par de años o poco más. Ya el
linyera era libre, con la libertad de quien se guía solo por su instinto. Pero todavía lo agobiaba
una obsesión: Dejar la docencia. ¿Cómo? Quería cortar eso que él consideraba entonces una
especie de atadura que lo ligaba a su pasado del seminario. Pero ¿cómo? Había que vivir y para
eso ganar unos pesos. En aquel entonces no había “piqueteros” para anotarse y vivir gratis.
Varios intentos habían fracasado. Un amigo le ofreció al linyera vender rifas. De esas
gigantescas que había por esos años. Con centenares de autos y otros premios...El linyera se
entusiasmó. Sin dejar la docencia, se puso a trabajar en ese tema. Mal vendedor,
personalmente no vendió ninguna. Al ofrecerlas, les repetía una y otra vez a los posibles
compradores que pensaran bien antes de decidirse... que las posibilidades eran relativas... que,
a lo mejor, con ese dinero podían hacer otra cosa más importante... No vendió, personalmente,
nada. Buscó sub-distribuidores, con un porcentaje. Al fin de cuentas, en el mejor de los casos,
quedó hecho. Un dirigente sindical se ofreció a colocar varios centenares. Se las “encajó de
prepo” a todos los hombres del sindicato. Esto al linyera no le gustó ni poco ni mucho... Y, al
final, el sindicalista se quedó con toda, toda, la ganancia. Una experiencia más. Una palabra,
“rifa”, que, en el mejor de los casos, pasó a engrosar la lista de las palabras fugaces
También hubo, en el mismo sentido anterior, un escape muy dulce. Una aventura de
miel. Eso fue. Siempre al linyera le gustó el aire del campo, el olor a pasto, los animales, los
árboles, las flores...Habló con un amigo de abejas y colmenas... y se entusiasmó. Estuvo un
período a medio tempo en eso, sin dejar la docencia, hasta que un día un terrible aguijonazo
entre los ojos lo convenció de que debía desistir también de ese intento.
Con otro amigo instaló una pequeña oficina de “impresiones”. Mucho trabajo. Pocos
frutos. Muchos problemas. Su amigo se cansó y dejaron.
Alguna vez, de chico, había ensayado una colección filatélica. Un día, en un arranque de
filantropía, la donó para las misiones en África.
Otra vez, mucho después, se presentó ante una demanda en un diario de Buenos Aires,
para ser vendedor de seguros de vida, mucho antes de las AFJP, para una empresa
estadounidense. Resultó elegido. Visitó a numerosos empresarios. Las entrevistas, en el punto
de cierre, terminaban más o menos así:
- ¿Pero realmente lo pensó bien?
- Creo que sí.
- ¿Está seguro?
- Por supuesto...
151
- Pero ¿no le parece que sería mejor un seguro con una canasta de monedas en lugar de
solo dólares?
- No lo había pensado.
- Piénselo unos días y volvemos a hablar...
Docenas de intentos por ser vendedor de algo. Un día el linyera se puso a hacer un
recuento mental de esos intentos y registró algo más de cuarenta. Duraron minutos,..
152
Las que ocurren en la marcha interior del fluir de la conciencia no son tan fácilmente
identificables. Nunca parece haber un quiebre preciso.
Todos los que hoy lo conocen en esta etapa del viaje, lo conocen como “el profesor de
inglés”. Eso es cierto. Es lo que se ve. Al menos, lo que más se ve en esta etapa. Sin embargo,
para él, eso es simplemente un rótulo, una etiqueta más o menos ocasional, sin importancia
alguna. Él confiesa que es profesor de inglés “per accidens”, por puro accidente, no por
vocación ni por elección. Las cosas fueron así:
Un largo tramo del viaje del linyera, después de cruzar el Leteo con todas sus
consecuencias al menos sobre las capas superficiales de su memoria, transcurrió en las que en
la jerga se llamaban “casas de formación” (seminario), sea como estudiante, sea como docente,
siempre fundamentalmente en el área de la cultura clásica, intensamente valorada en los
ámbitos en que a él le tocó vivir, ya que a lo religioso-teológico, él personalmente no le
prestaba demasiada atención, o casi ninguna.
Pero llegó un momento (¡feliz momento!) en que una circunstancia externa fortuita
vino a encontrarse con un momento de ebullición intensa en la mente del linyera. Afortunada
y misteriosa coincidencia.
Pero ¿cómo lo iban a mandar fuera del seminario, a alguno de los grandes colegios de
la institución, si lo único que sabía más o menos hacer era enseñar griego y latín? ¿Para qué
servía? Para cuidar la disciplina era muy flojo; dejaba pasar todo. ¿A alguna parroquia? No
estaba preparado para eso...
Pero un día, la política nacional en materia de educación decidió empezar a exigir a los
colegios privados títulos que acreditasen capacidad para enseñar cada una de las diversas
asignaturas.
- Domínguez, presentate mañana en la dirección. A las 16.
- ¿Puedo saber para qué?
- Va a venir el superior a hablar con algunos de los miembros del personal. Vos estás
citado.
153
Al día siguiente.
- Buenas tardes, padre
- Buenas tardes.
- ¿Tenía algo que decirme?
- Sí. Ya sabrás que en un plazo breve el gobierno va a exigir títulos habilitantes para
enseñar en los colegios. Vos sos maestro normal nacional, pero la primaria no nos
interesa, no está en cuestión. Vos no sos para eso.Necesitamos profesores para el
secundario.
- Bien...
- Conocemos todos tu solvencia en las lenguas clásicas y las humanidades en general,
pero fuera del seminario eso no nos sirve.
- De acuerdo...
- Hemos pensado, además, que tu presencia en este lugar ya no es aconsejable. Sos
demasiado librepensador para nuestro gusto.
- Eso me halaga, (dije mientras pensaba que me estaban corriendo para el lado adonde
yo quería disparar).
- Vas a tener que ir al Profesorado en Buenos Aires. ¿En qué carrera desearías inscribirte?
- A la verdad nada que signifique especializarse me resulta interesante.
- Tenés que elegir... Letras, matemáticas, físico-química, historia y geografía...
- La verdad que ...
- También podría ser inglés.
- ¡Oh! Tal vez eso sea lo que menos me disgusta como carrera.
- Hecho. El mes que viene te inscribís.
- Si es la única manera en la que puedo pagar la deuda de gratitud que tengo con la
institución por todo lo que me ha dado hasta ahora...
Fueron unos pocos años, pero duros. No se le alivió la carga docente, que era mucha, ni
otras tareas. El tipo de estudio no le gustó ni poco ni mucho. No era lo suyo. Pero, si esa era la
moneda que debía pagar para salir de ese lugar... Terminó felizmente, pero con lo que los
médicos en ese momento diagnosticaron como “surmenage”. Tuvo que descansar un par de
meses en una escuela de campo...
Y así adquirió su nueva identidad: “Profesor de Inglés”. Nunca se sintió tal. Una
etiqueta falsa, pero salvadora... Fue un salvoconducto inconsciente hacia la libertad, que de
este modo estaba un poco más cerca.
Más tarde pudo fraguarse un nicho en esa red de la enseñanza del idioma inglés,
especializándose, gracias a sus conocimientos clásicos e inquietudes lingüístico-culturales, en la
154
historia y el análisis de la lengua y la cultura, tarea a la que con suerte se pudo ir restringiendo
en niveles de enseñanza superior. Un área cada vez más pequeña, pero gratificante
155
Trashumancia en el éter
Está tranquilo en su Q T H
- Aquí L U 5 D S I...
- .............................. (Se oye una música suave. Un piano)
- L U 5 D S Ia cuuruya.
- .............................. (Es un piano. Un tango de esos...)
- Sí, L U 5 D S I a la escucha.
- ............................. (Sube el nivel de la música)
Te acordás, Milonguita, vos eras
La pebeta más linda ´e Chiclana...
La pollera cortona y.....
- ¡Delfi!
- Él mismo.
¡Qué sorpresa! ¡Cuántos emociones! Milonguita, Che Papusa oí, Re Fa Sí, Aquel tapado de
armiño...
- Aquí estoy, viejo y ciego, pero mi hija me ayuda...
Una emoción inconmensurable. El ambiente tanguero había existido por largos años
solo como una ilusión difusa y misteriosa en su mente y ¡ahora lo tocaba casi con las manos!
Enrique Delfino en el éter. Uno de sus primeros contactos. Radioaficionado. Solo un par
de años. Largas e innumerables andanzas por las vías del espacio. ¡Cuántos linyeras cruzó allí
de los que solo le ha quedado el entrañable recuerdo de un amistoso saludo!
156
Bicicleta
Una trashumancia auténtica. Quizás la que señaló una verdadera conjunción, por ratos
al menos, entre la mente y la vida.
- ¿Falta mucho?
- Poco más de 30 kilómetros...
- Ah, ya estamos cerca...
- Dale al pedal...
- La tierra está floja y me hundo...
- Ya viene una parte mejor
- ¡No doy más!
- ¡Otro poco!
20 kilómetros, 50, 100, 200, 300 en un día... Dos mil en una semana, durmiendo a la
intemperie..... ¡Qué importa la distancia!... Lo importante es huir... huir... huir... ¿Hacia dónde?
Hacia cualquier lado... Huir...
Sudor, mucho sudor. Compartiendo el tiempo y las distancias con amigos ocasionales.
A veces unos, a veces otros... Unidos en el camino y por el camino. Andar... andar... andar...
Fue tal vez un lapso de cuatro o cinco años...No recuerda bien...Antes de tomar la
decisión que cambió el rumbo de la marcha de la vida del linyera de una manera inesperada
(en la concatenación de los acontecimientos externos) y esperada, muy esperada (en las
profundidades de su ser).
157
IX legado positivo
Descubrimientos
Una noche clara. Luna llena. Mil estrellas. Lejos de cualquier centro urbano que le
quitase luminosidad al cielo. Como cierta vez en unas arenas solitarias toda una noche
caminando junto al mar. Esa noche, una de tantas noches, el linyera recostado sobre un vagón
de transporte de ganado. Los novillos dormían apaciblemente sin sospechar su inminente
destino. El perfume húmedo de los pastizales ascendía como en bocanadas mezclado con el
olor natural, embriagante, de los animales.
El linyera no tenía sueño. Estaba desvelado. Pero los sueños seguían viviendo en su
mente. Un sueño. Otro sueño. Otro sueño más.... Todos agradables. Cargados de mariposas
haciendo piruetas y el canto suave de dos mil pájaros.
De pronto se le ocurrió: Vamos a hacer un inventario. ¿De qué? De todo lo que en sus
años de “encierro semi-voluntario” adquirió y que casi sin darse cuenta metió en su mono de
herramientas. Algo que todavía él no lo sabía pero que le iba a ser realmente útil. Para
sobrevivir en un mundo totalmente desconocido para él. En un mundo que siempre, con una
inmensa y oculta ansiedad, había juzgado deseable pero imposible para él.
Había aprendido a pensar, a razonar, a ver entre cosas y cosas, a ser crítico, a no
tragarse sapos, a cribarlo todo... Eso sí, todo lo que se le enseñaba tenía un límite de acero, algo
que llamaban “la fe”. Pero eso mismo, a la larga, resultó una ayuda para el linyera, porque lo
obligó a golpearse más y más contra ese telón impasable y agudizar así su capacidad crítica...
Como hacían en plena Edad Media los que realmente querían pensar, aunque los tildasen de
herejes. Tal vez no con negaciones, sino con dudas, con preguntas, con humilde aceptación de
los límites de este bicho de la naturaleza llamado hombre... Que a veces quiere ser dios, pero al
no saber cómo, inventa leyenda tras leyenda, que algo encierran en su seno metafóricamente
misterioso...Así el linyera aprendió que sus combinaciones de neuronas eran solo buenas para
sobrevivir, para sobrevivir y nada más...Que las leyendas son solo un lujo superfluo para
ejercitar la imaginación ante lo indescifrable. No para ser más que los otros seres del universo...
Ni para ser menos...
Eso lo aprendió solo, muy solo, y poco a poco... Pero, indudablemente, con la ayuda
secreta, silenciosa, paulatina, no buscada...de impensados maestros.
Sus maestros, tal vez queriendo involuntariamente formarlo para pertenecer a una
milicia de bondadosos fanáticos, le habían dado las herramientas para llegar a sobrevivir,
simplemente a sobrevivir, es decir, a vivir eso que llaman vida, con serenidad, plenitud, alegría,
en la pura atmósfera de un existir naturalmente aceptado tal cual es, sin una visión ni
desesperadamente trágica ni infantilmente optimista.
Sus maestros... Todos tuvieron algún costado valioso para el linyera. No idolatró a
ninguno. Los valoró y apreció a todos. Cada uno en una faceta distinta. Lo que más y mejor le
dieron es lo que no pensaban que le estaban dando. A veces aprendió mucho de sus silencios
ante preguntas importantes. Las enseñanzas formales fueron casi todas inútiles o superfluas. Lo
importante, lo que lo penetró y quedó dentro de él para siempre, fue, probablemente, lo que
no le quisieron dar, pero le dieron, porque en el fondo eran seres capaces de dar mucho,
aunque a veces les faltara autenticidad porque creían que tenían que actuar como clones de
“otro” sin ser ellos mismos. A veces, ante alguna pregunta incisiva, parecían dejar mostrar algo
159
Por cierto, para bien o para mal, a todos sus maestros les es deudor de muchísimo de lo
que es.
160
El sol en la prehistoria
“Todo es historia”, dijo Félix Luna. Al menos, todo fue historia para el linyera. O casi
todo. En el almacenaje que fue haciendo de sus conocimientos adquiridos día por día desde los
más diversos ángulos. Personajes, guerras. Guerras, personajes. Eso parecía lo más importante.
Al menos en lo que concierne a la “historia” que le fue más o menos “formalmente” impartida
en las diversas etapas de sus estudios. Aunque, hay que reconocerlo y alabarlo, muchos de sus
profesores fueron realmente críticos de lo que tenían que enseñar a través de los libros de
texto, y le supieron transmitir al linyera esa capacidad de poner todo en la criba de la duda.
Generalmente lo hicieron sin querer, dejando entrever sus propias dudas aunque trataban de
disimularlas y aparecer como omniscientes.
Un día, nunca supo ni cómo ni por qué, tuvo algo así como una revelación repentina.
Cuando tenía dieciséis años. Advirtió de golpe que en la historia antigua y en la prehistoria
también había sol. ¡Eran hombres como él! ¡Vivían su vida de todos los días! Pensaban como él,
sentían como él, andaban como él...Descubrir el sol en la prehistoria fue para el linyera como
percibir de una manera intensa y vivencial la continuidad de aquellos seres humanos y él
mismo...Las consecuencias, como todo lo que le sucedió al linyera en su caminar, las fue
sacando muy poco a poco. Pero esa revelación fue algo así como como un relámpago que le
hizo ver al linyera su pertenencia a una humanidad total, que no se reducía a ese pequeño
grupo “elegido” al que le hacían creer que pertenecía...
A largo plazo, tal vez este descubrimiento, espontáneo o inducido, vaya a saber por qué
extraña influencia, fue determinante en el rumbo del “eterno” andar del linyera...
161
Muchos años después, en alguna parte el linyera leyó que un tal Einstein había dicho
que las explicaciones realmente fundamentales de la ciencia son aquellas que pueden
expresarse con palabras comunes que todo el mundo pueda comprender.
Algo positivo le quedó al linyera. Muy importante. Más importante que miles de
detalles que le hicieron aprender y repetir más tarde. Lo realmente importante es lo realmente
simple. Es todo lo que a un linyera le interesa saber para seguir por las vías con andar sereno,
sonriente.
162
Energía en cuotas
Poco a poco. “Nunca aspires a lo que es inalcanzable para tus fuerzas”. Lo aprendió el
linyera paulatinamente. A veces, a los golpes.
El linyera nunca vió un rico feliz ni un poderoso feliz. ¿Para qué buscar riqueza o poder?
Acotar el trabajo a las posibilidades de cada día. Sin excesos. Un exceso hoy puede ser
una pérdida total de tiempo mañana o por varios días seguidos.
Consejos de ese tipo son los más felices que recibió de alguno de sus sabios maestros.
No fue fácil ponerlos en práctica. Pero siempre los tuvo en cuenta. Y fue constatando
lentamente su eficacia. Paradójicamente el andar del linyera se fue transformando no en
vagancia sino en una dosificación de necesarios descansos. En una espera confiada de los
acontecimientos, sin intentar preverlos ni anticiparse a ellos.
Lo positivo que fue recibiendo, sin advertirlo, fue también muchísimo. Todo le sirvió. Lo
marcado, lo fugaz, lo querido, lo maldito. El linyera es lo que trajo al nacer y todo lo que se le
metió, por las buenas o por las malas, en ese constante andar por las vías. De todos los que se
cruzó en el camino se le quedó un pedacito. Sobre todo, en el corazón.
Así el linyera sigue su camino gastando día por día su pequeña cuota de vida....
163
Todos en un saco
El linyera no tenía más de once años. Su abuelo, en cuyo hogar ya vivía desde hacía un
tiempo, en Buenos Aires, se encontraba conversando con él sentados en el corredor externo de
la casa, mientras ambos leían La Prensa del día. Fines de 1939 o principios del 40.
Durante las visitas del abuelo al pueblo de campo ya habían caminado juntos muchas
veces por los durmientes de las vías. Eran buenos amigos. Ahora el abuelo ya pasaba los
ochenta y era muy lector y conversador.
- ¿Qué novedades hay en el diario?
- No muchas.
- ¿Sigue la guerra?
- Sin solución. Terminamos la de España y empezamos la de Europa.
- Dígame, Ito, ¿quién es mejor: Franco, Mussolini, Hitler, el inglés, el francés?
- Mira, Carlos de Borbón, (así solía llamarlo con cierta solemnidad que le hacía sentirse
importante), toma un saco grande y mete a los cinco dentro. Lo sacudes bien. Luego
los sacas uno por uno y no sabes quién es quién.
X tramo oscuro
¡oh luz!
brillas tanto sobre un foco...
concentración total de tus haces...
felicidad en estado puro...
libertad y solo libertad...
de la mente...
de todo el ser...
¡por fin!
el entorno queda oscuro...
ni aparece...
felicidad interior...
sin entorno alguno...
a solas...
uno mismo es el entorno...
lo demás no existe...
pero existía...
muy, muy oscuro...
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- Hola...
- Hola...
- Hace tiempo que no te veía.
- Yo vine para hacer mi trabajo con vos. Lo hice y me fui.
- ¿Adónde?
- A mis pagos de siempre...
- ¿No vas a volver?
- Sí, para cumplir mi función con algún otro linyera. Con vos ya terminé. Ya tenés los
ojos abiertos y el corazón en paz... Ahora vine formalmente a despedirme.
- Mirá, antes que te vayas del todo te quiero contar una cosa.
- Decí nomás.
- Lo voy a hacer a la manera de un cuento breve.
- Soy todo oídos....
No importa si los personajes son reales o de ficción. ¿Qué es realidad? ¿Qué es ficción?
Se la contó al ángel cuando el linyera ya estaba bastante cargado de años, pero no de
experiencia, en el “mundo real”, en el que vive la mayoría de los seres humanos, pero en el que
él había vivido muy poco hasta entonces.
Le dijo así:
166
El cuidador le dijo que aquí puede ser. Hace mucho tiempo. Una noche. Un camión de
residuos. Un pozo grande. Varios cuerpos. Todos mezclados. Mujeres y hombres. Una noche sin
luna. Muchas nubes. Negras. Espesas.
- Nunca lo hubiera creído, piensa Braulio. Se había ido contenta. Me había dicho que
tenía una beca por dos años en Londres. Que le conservara el puesto para cuando
volviera.
- Aquí estoy, parecía contestarle una voz distante y apagada desde abajo de los yuyos.
- Es una voz de mujer. Algo enronquecida. El tiempo y la humedad....
- Soy yo, ¿no te acordás de mí? Me iba a Londres y te prometí volver...
- ¡Esa voz! La conozco... Sí la reconozco... Pero... ¡no puede ser!
- Hola, Braulio, ¿cómo estás? ¿Cómo está el colegio?
- ¿El colegio? Sigue bien. Pero yo no estoy más allí... Me jubilé... ya hace unos años.
Siempre me quedé a la espera de tus noticias desde Europa. Te extrañábamos...
Un rumor lejano y confuso de voces interrumpió el diálogo. Braulio siente una mano
sobre su hombro.
- ¿Qué estás mirando?, le dijo el colega que lo había acompañado.
- Nada. Estoy conversando...
- ¿Con quién?
- Con Daniela, ¿te acordás? La profesora que se había ido a Londres con una beca hace
un montón de años, y nunca supimos más de ella.
- Es claro que la recuerdo. Tenía algo especial en la mirada aquella tarde cuando se
despidió en el café de la esquina.
- Yo oigo su voz... Como si saliera de ahí abajo... Su misma voz de siempre...
Se distrae un momento mirando el suelo. Debajo del banco de madera sobre el que
está sentado, fumando un cigarrillo, un extraño ruidito. Está todo tan tranquilo. Silencio, casi
de tumba. La atmósfera es diáfana. Una primavera como pocas. Mariposas, muchas mariposas,
miles de mariposas... De todos colores.. Muy vistosas... Muy alegres... Muy danzarinas en la
atmósfera pura... Ninguna es negra... ¿Será un buen pronóstico? Sensación térmica de
primavera, pero sensación anímica de invierno... o, al menos, de otoño.
Pero, ese manchón negro en el cielo, allá a lo lejos... ¿Está quieto? ¿Avanza? No es
humo...No es un nubarrón...No es...
Está solo, solo con sus pensamientos. Rodeado de una naturaleza que invita a soñar...
Soñar en cosas lindas... En cosas placenteras...En ser feliz... Simplemente feliz... ¿Recuerdos?
¿Fantasías? Preocupaciones...Un estremecimiento le sube por las piernas hasta los cabellos. En
medio de tanto silencio, un ruidito casi imperceptible, una hoja seca dormida desde el otoño
resbala por el suelo impulsada por un repentino soplo de la brisa y lo saca de su
ensimismamiento.
Un pájaro pasa volando inesperadamente a baja altura... Pocos metros encima de él...
Apenas lo vió...Sintió su vuelo al pasar... con susto...Y al levantar la cabeza volvió a prestar
atención a eso negro que seguía avanzando en el horizonte desde el norte... No, no era humo..
Era una nube muy negra. ¿Mal presagio? Encendió un cigarrillo y siguió pensando. ¿Sus cosas?
No. Las cosas ajenas, las cosas de otros, que se metían en su vida y le quitaban la paz...Oh sí,
ese mail que había recibido el día anterior... “El martes llega Daniela. Va a hablar con vos de
parte mía. Quiero que le des trabajo en el colegio. Tiene que moverse de Buenos Aires y va a
radicarse allí. Necesito que le busques algún puesto allí”. Era del Sr.Gutiérrez, el dueño del
establecimiento. Tenía un gran colegio en la capital y cuatro más en cuatro diferentes ciudades
de la Provincia de Buenos Aires. Uno de ellos es el que dirigía Braulio. Era el más nuevo. Había
que hacer las cosas bien para conseguir prestigio (¡y dinero!).
Cerró los ojos... Quedó adormecido... En un ensueño. Vio delante de sí una fuente
fantástica de aguas danzantes. De mil colores brillantes. Relucientes gotas que subían y
bajaban. Hasta el cielo y desde el cielo. Pasó un tiempo sin tiempo en la contemplación de esa
ilusoria fuente... Hasta que, de repente, surgió de las profundidades de la tierra una columna de
agua negra, muy negra, que extinguió todos los colores y perlas de fantasía y lo hizo
despertar...
168
- ¡Hola!
- Hola, los estaba esperando, dijo Braulio.
- Habíamos dicho a las tres....contestó Juan.
- Son las tres y un minuto, añadió Jorge, mirando su reloj.
- Está perfecto, muchachos, esperamos a Luis y Daniela...Ahí vienen...
- Mozo, cinco cafés como siempre y dos o tres ceniceros... Tenemos para un rato.
- Vamos a hacer rápido, porque ya tengo que irme, dijo Daniela.
- ¿Irte? ¿Ya?, exclamaron varios a la vez.
- Ya les había dicho que estaba en eso...
- ¿Te salió?
- Sí, la beca para Londres.... Me voy mañana.
- ¿Tan rápido?
- No me esperan.
- Pero apenas hace seis meses que estás en el colegio.
- Sí, y estoy muy a gusto.
- Todos te queremos. Te vamos a extrañar un montón.
- Termino con la beca y vuelvo. Les escribo.
Así terminó la historia. El linyera quería contarle algo al ángel y no se lo podía decir de
otra manera. Solo con un cuento. El ángel entendió todo. Y se fue para siempre. Ya el linyera
tenía suficiente experiencia para seguir el viaje sin su compañía.
169
Pero en su ya largo andar no todo fueron palabras. Las palabras señalaron algo así
como hitos en su camino y, hasta cierto punto, conformaron su vida. Lo hicieron, por así decir,
al linyera, lo construyeron, lo fabricaron, sobre la base de su instinto... Poco a poco.
Andar, andar, andar... Pero en su sendero hubo también largos silencios. A veces, muy
largos... Sus oídos completamente cerrados al bombardeo incesante de las palabras. Pero los
ojos abiertos. El mundo entero desfilaba por su mente. Ni por sus oídos ni por su boca. Un
mundo muy grande. El linyera siempre sintió a todos los seres humanos muy cerca, en
cualquier rincón del mundo donde estuviesen. Los límites llamados internacionales nunca le
parecieron demasiado importantes. Por supuesto que hubo también algunos de estos seres que
estuvieron y están muy especialmente cerca de él, íntimamente ligados. En este diario, sea en
su primera o en su segunda parte, a ese respecto, el linyera siguió manteniendo ese duro
silencio. ¿Por qué? Su instinto así se lo indica.
Tal vez el linyera se condujo a lo largo de su marcha con una actitud de concentración
en sí mismo que a muchos, sin conocerlo de cerca, puede haberles parecido una actitud que
podría ser calificada como indiferencia, falta de compromiso, estoicismo, impasibilidad,
ataraxia... Nunca participó en movimientos multitudinarios de ningún tipo... No cree en ellos...
La mayoría de las veces no está de acuerdo con los objetivos propuestos (las palabras con que
se invocan esos movimientos no suelen responder a las reales motivaciones). Ciertamente en
la casi totalidad de los casos no está de acuerdo con los métodos.
Sin embargo, si alguno pudiera penetrar en el corazón del linyera, cosa que a él mismo
no le resulta fácil, encontraría muchas de sus fibras más íntimas sacudidas por infinitas
pulsaciones arrancadas al compartir dolores ajenos de quienes, con razón o sin ella, (¿sabe
alguien qué es lo razonable?), son seres que sufren, que ciertamente no son felices...
Estos son los silencios del linyera. Largos. Profundos. Impenetrables. Sin
exteriorizaciones. ¿Hubiera logrado un mundo con más gente feliz abriendo su boca o
tendiendo sus manos? No lo cree. Los que lo han acompañado en su ya largo viaje saben que
siempre lo que pudo lo dio a su alrededor.
Agradecimiento especial
*Mi tía Pilo, que me acompañó muy de cerca en todas las circunstancias de mi vida.
*Mi hermana María Susana, que se integra con sus dibujos, en este humilde proyecto
expresivo.
LIMEN
Quiero anteponer a estas nuevas páginas, solo parcialmente de ficción, unas pocas
palabras, desnudas estas de todo artificio ficcional. Por supuesto, en la medida en que esto es
posible.
He reunido ahora aquí algunos breves relatos, enfundados siempre en las sedas no se
podría decir de lo fantástico, pero sí de ese sutil aroma de ensueño que deja afuera numerosos
aspectos de la realidad. Aspectos que el autor no ignora ni niega. Simplemente no los relata
aquí.
Nada más.
(*) Palabras marcadas. Diario de un linyera de alma. Ed. Martin, Mar del Plata, 3ª ed.,
2007.
Más palabras. Diario de un linyera de alma. Segunda parte. “El ángel del linyera”.
Ed.Martin, Mar del Plata, 2006.
175
Alcancía
vieja, vieja,
muy vieja,
alcancia,
cofre misterioso
en su seno,
como la savia
en las venas
de un roble añoso,
que fue,
hasta...
f. Vasija, comúnmente de barro, cerrada, con solo una hendidura estrecha hacia la
parte superior, por donde se echan monedas que no se pueden sacar sino rompiendo la vasija
La que aquí se presenta semeja un buzón rojo como los de las esquinas porteñas de
años pasados. De barro. Frágil. La encontró el linyera tirada en una calle cualquiera, de un
pueblo cualquiera, de un campo cualquiera, de una ruta cualquiera. Sin embargo, un buzón,
aunque pequeño y de barro, puede encerrar cosas de algún valor. ¿Sera cierto? Probablemente,
de más valor que una alcancía de monedas de oro. Al menos, por ejemplo, de gran valor
sentimental para quien envía y quien recibe un mensaje.
¡Cuántas confesiones de fracasos, cuantas traiciones, cuantas amarguras! Tal vez esa
forma de buzón le dio a esta alcancía un misterioso poder para transformar moneditas de
cobre y de latón en mensajes valiosos, al menos valiosos para alguien.
Es también vieja, muy vieja. ¿Desde cuándo la tiene el linyera? ¡Quién lo sabe!
176
Simplemente cayó en sus manos. Nunca la había querido abrir. Para abrirla hay que
romperla y su tesoro guardado dejara de ser suyo para ser ya de cualquiera. ¿Y no será también
eso realmente valioso?
El linyera se decidió. La está agitando. Hasta que se rompa. Van saliendo, al azar,
algunas moneditas de cobre. Cada una con su oculto mensaje cifrado. Las irá desparramando
así como salen. Sin decodificarlas.
Collar de monedas
Espejo retrovisor (tomando distancia) Alguna vez escribió el linyera, como dijo poco
antes, una especie de memorias de ciertas vivencias que consideraba importantes como
profundas marcas en la trayectoria de su vida. Lo había hecho a manera de un “diario” e
identificándose como “un linyera de alma”. Un día, para bien o para mal, se atrevió a dar el
diario a la luz pública.
Escribir es una cosa; publicar lo escrito, es otra. Publicar, a manera de carta abierta,
para un grupo de amigos, en una edición reducida, es una cosa. Evitar que esa carta abierta
trascienda los límites pretendidos y se expanda un poco más allá, alcanzando otras miradas
curiosas, es una cosa imposible. Una vez en la calle o en el éter o en el ciberespacio puede
llegar a caer en cualquier mano o ante cualquier ojo. Ante cualquier lector simplemente
curioso. En cualquier lugar. En cualquier momento...
Uno de esos lectores simplemente curiosos fue este mismo linyera. Un día, casi por
azar, se puso a leer uno de esos pequeños escritos tomándolo, sin saber por qué ni para qué,
como si se tratase de uno más de los que diariamente caen en buen número bajo sus ojos.
Encontró algo muy simple. Una sarta de vivencias ordinarias. Nada más que eso. Algunas son
vivencias escondidas bajo oscuras metáforas. Cuando había intentado volcarlas al papel
parecían solo intrascendentes anécdotas.
Ahora las leía como si las hubiera escrito otra persona. Un desconocido. Veía con
claridad, en retrovisión, que esas memorias ficcionales solo reflejaban una parte mínima de lo
vivido, con haces de luz muy particulares del estado de subjetividad prevalente en el momento
de la escritura. Como un mismo paisaje contemplado a los vivos rayos del amanecer o en los
pálidos tintes de una tarde otoñal.
Su relación más frecuente con su propio cerebro se reduce, principalmente, a eso que
conocemos con el nombre de “recuerdos”. Es un depósito algo misterioso. A veces los busca y
no los encuentra. Otras veces salen enlazados unos con otros formando dibujos rarísimos
como si fuera un caleidoscopio. En ocasiones, llenos de colores. En otras, solo en blanco y
negro o en color sepia. O en un gris indefinido. Un verdadero laberinto. Derecha, izquierda,
derecha, adelante, paso cerrado, vuelta al mismo punto...
Otras, son casi como potros solitarios en una inmensa llanura... O son miles de puntos
luminosos en una esfera inmensa. O un aullido lejano. O es una pequeña manchita de aceite
que comienza a extenderse y extenderse hasta el infinito. O es un granizo violento que se
precipita de golpe y sin aviso previo. O es un cielo. O un infierno. Los sentimientos se van
modulando a esos compases. Todo el cuerpo vibra.
¿Será su cerebro como un buzón de recuerdos? ¿Una caja de memorias? Tal vez. Pero
¿quién sabe cómo y por qué se enganchan los chips de maneras caprichosas? ¿Por qué se
pegan como letras a ciertas músicas y luego se despegan y se pegan a otras? ¿Por qué las
vibraciones que producen en el organismo varían de minuto a minuto? ¿Por qué se forman
178
esas cadenas misteriosas que a veces se parecen a un collar de su madre y otras alas que
mantienen suspendido un balde sobre un aljibe?
Peregrinos y linyeras
Inesperadamente una pregunta de un lector y amigo lo obligó al linyera reflexionar
sobre un punto central:
Un amigo, alguna vez, en una charla de juventud, se atrevió a llamar a este “linyera de
alma” “peregrino del absoluto”. En aquel momento el linyera había sentido un cierto
inmerecido halago. Un León Bloi, tras los pasos de Nietzsche o Dostoiesky, buscando algo
absoluto en medio de ese ciego optimismo generalizado por todo lo más fútil y transitorio del
llamado progreso y, con todo, sin un inmóvil anclaje conservador en el pasado. Siempre
marchando. Cierta vez, en cualquier parte, iba por rutas polvorientas y desiertas, con un
compinche de andanzas, sin rumbo, por horas y horas y, a veces, días y días. Charlaban. De
cualquier cosa. Entre otras mil posibles:
- - Somos peregrinos. Incansables.
- - Incansables, ciertamente. Pero, a decir verdad, no sé si somos peregrinos.
- - Es cierto. Hay que hablar con precisión.
- - En la Edad Media se distinguían al menos tres clases de peregrinos...
- - A ver, recordame cuales eran.
- - La primera clase era la de los que iban a Roma.
- - Cierto, eran los romeros. Nosotros no estamos ahora en esa categoría. Tal vez en otro
momento, a mí me encantaría estudiar a fondo los temas bíblicos y para eso tendré
que ir allá.
- - Pero todavía te falta mucho.
- - Anos. Pero es mi deseo. Mi sueño Al menos puedo decir que soy peregrino de un
sueño. .Y ¿el tuyo?
- - No sé nada. Estoy como atrapado pero todo es muy confuso para mí. No sé
exactamente lo que quiero.
- - Como en esta caminata. ¿Adónde vamos?
- - No lo sabemos ni nos interesa. Vamos a cualquier parte, adonde nos lleva el camino,
los campos, las ganas de caminar, la resistencia física.
- .. ¡Adelante! ¡Comer distancias!
- - Bueno, pero descartados los romeros, ¿cuál era la segunda clase de peregrinos
medievales?
- - Por supuesto, los que iban a Jerusalén. A los lugares santos. Acordate de las Cruzadas.
No me atrae demasiado la idea de ir por allá.
- - A mí, sí. Si puedo realizar mi ideal de estudios bíblicos, me encantaría después vivir
personalmente esas tierras.
- - ¡Ojalá se te dé!
- - Y había una tercera clase.
180
- - Recordámela.
- - Los que iban a Santiago de Compostela.
- - ¡El camino de Santiago!
- - Casi sería mejor decir “los caminos”. Porque había más de uno.
- - Es cierto. Y eso es todo.
- - Entonces, lo nuestro ni por las tapas es una peregrinación.
- - ¡Que va a ser!
- - Ni siquiera en sentido muy metafórico. Toda peregrinación requiere una meta.
- - En este momento no la tenemos. Solo andar...
- - Alguna vez ciertos compañeros del colegio me llamaban “peregrino del absoluto”
- - Porque no ibas a ninguna parte...
- - O no sabía nunca adónde iba... Ni sé ahora con certeza adónde voy. Vos tenés una
meta. Yo no tengo nada claro por delante, salvo la muerte.
- - ¡No seas trágico!
- - Realista.
- - Hay que tener una meta en la vida. Incluidos algunos pasos intermedios. Como
escalones. Yo los tengo claros.
- - ¡Feliz de vos!
- - ¿.Y vos?
- - Mirá, ahí hay tres eucaliptos juntos al borde del camino. Nos sentamos.
- - Comemos algo. Y seguimos charlando.
2. . adj. Dicho de una persona: Que por devoción o por voto va a visitar un santuario,
especialmente si lleva el bordón y la esclavina. U. m. c. s.
No, decididamente el sayo de peregrino, salvo tal vez lo referido a un ave, no le cae
bien. Si alguna vez se le había ocurrido ir a buscar el absoluto, poco a poco el aire década día lo
fue cegando a esa meta utópica y lo obligó a ceñirse a realidades mucho más cercanas. Hasta
que se sintió cómodo en la vida de cada día. Para muchos la vida es solo tragedia. Para el
linyera es eso, nada más que la vida.
Cuando echó a andar por la vida, o, mejor, cuando lo echaron a andar dos seres a
quienes, tardíamente, llamó sus padres (y no se arrepiente) todas eran preguntas. Llegaron
respuestas. De a cientos. De a miles. De a millones. Todas chiquititas y parciales. Algún día le
dieron una gran respuesta, “la” respuesta, pero “allá”, un poco lejos. El “linyera” casi se hizo
“peregrino”, en pos de un cierto absoluto. Pero lo único que obtuvo fueron más y más
interrogantes. Hasta que volvió al interrogante inicial, total, que parece ser la esencia del alma
de un linyera de alma. Necesidad, impotencia, elección se fusionan en un cóctel único. Y mil
ingredientes más. Pero, en última instancia y a través del tiempo hay una elección, una
aceptación gozosa y feliz de una marcha no programada o cuyo programa se desconoce. Eso sí,
hay que distinguir dos planos. Probablemente se toquen y hasta, quizás, no sean más que uno.
Hay un espacio de la vida de uno que parece ir muy por adentro, o, al menos, que no es
fácilmente manejable por las reglas del mundo que podríamos llamar físico, exterior, que
tocamos, que vemos, que hasta, parcialmente, podemos manipular.
Ese espacio para este linyera tiene relativamente poca importancia. No se preocupa
demasiado por dónde anda el tren, salvo cuando su marcha pudiera ser dañosa para otros
semejantes. Solo en un momento así el linyera procuró siempre correr a tomar el comando de
la locomotora. Tal vez en alguna ocasión, lamentablemente, no haya llegado a tiempo. Pero en
ese otro espacio íntimo, de lo que con lenguaje bastante insuficiente llamamos sentimientos,
deseos, ambiciones, todo ese indefinible revoltijo que cada uno lleva consigo, allí el linyera fue
y seguirá siendo inconmoviblemente linyera. Hay casos en que los dos planos parecen unirse y
la marcha del tren se hace también errática como la de lo que el linyera lleva adentro, pero hay
182
muchos otros casos en que el tren parece seguir las vías de su rutina y la marcha interior del
linyera va por muy otro lado.
Por lo que respecta al anarquismo, es un término tan pero tan ambiguo que nunca
entró en la olla mental del linyera. El término en sí siempre le resultó simpático. En abstracto.
Para el alma de cada uno. El linyera siempre tuvo una repugnancia visceral por la violencia.
Querer imponer las propias ideas anárquicas a otros ya está totalmente afuera de su línea.
¿Hay algún límite invisible, como dice el amigo? Hay tantos límites invisibles en los
caminos de la vida que lo único que nos queda, probablemente, es andar siempre a tientas y
probar...
183
Aprendiz de pintor
¿Expresarse? ¿Cómo? ¿Para qué? Hay muchísimas formas. Se puede elegir. Alguna vez
el linyera lo hizo en forma de un “diario”. Sin demasiado orden cronológico, pero “diario” al fin.
Quedaron cosas sin decir. Nunca se dice todo. O no se quiere o no se puede. Se le ocurrió un
nuevo intento alternativo... Pero... el pasado se impuso...
Hay quienes creen saber hacer de todo. Algo hacen. Otros no saben hacer nada. Y
hacen muchas cosas. Y el mundo sigue dando vueltas. La mayoría pareciera estar siempre
disconforme. Viven protestando. Protestar se ha convertido en parte del hacer cotidiano
actual de la mayoría de los seres humanos. Al menos, por estos lados.
Hay miles de cosas que el linyera, por ejemplo, no sabe hacer. Hay otros miles de cosas
que nunca supo hacer. Hay otros miles más que nunca sabrá hacer. Algunas intentó hacerlas.
Fracaso total. Otras ni siquiera probó. ¿Falta de interés? ¿Carencia de determinadas destrezas?
¿Pereza? ¿Cobardía? ¿Escasez de medios económicos? ¿Varios de estos factores a la vez?
Nunca se le ocurrió hacer un análisis serio sobre este asunto. ¿Para qué? Es lo cierto
que si se pusiera a realizar un elenco de todo eso que no fue ni es ni será en su vida no bastaría
el espacio no digamos de un libro sino de toda una biblioteca.
Pero si se quiere ir al grano, entre estos miles y miles de pruebas de algo que no fue y
que, tal vez, quiso ser, están las artes plásticas. En cuanto al arte de la pintura o el dibujo, tras
innumerables intentos fallidos en la escuela primaria, en el primer año de la secundaria llegó el
golpe de gracia. Como un mazazo.
- ...???
- ...???
- Para eso les hice traer las cajas con los colores y los pinceles. Pongan los sobre el
pupitre. Tomen también el trapito que trajeron y el frasquito.
Todo listo. El profesor repartió unas láminas con un esquema de un pájaro, trazado
solo con líneas. Había que ponerle colores a gusto.
- ¡Usted es un animal! ¿Por qué no espero para seguir los pasos que yo le iba a ir
indicando?
Nunca más. Renunció para siempre, bajo juramento solemne ante su propio honor, a
utilizar jamás ni colores ni pinceles para “expresarse”, según le decían.
Por suerte encontró otros colores y otro pincel. Un poco tarde, es verdad. Después de
varias décadas de almacenar recuerdos. Sin volcarlos a ninguna “tela”. Anteriormente lo había
hecho solo por breves momentos. Fueron todos, como insinué, recuerdos atados a
determinadas “palabras”.
Calesita
(vueltas y vueltas)
Una sola. Nunca otra para él. En el centenario parque de un barrio porteño. Un poco
más allá de la playa de juegos. Cerca de la estación del trencito. Un rincón muy agradable y
umbrío. Entre añosos y corpulentos árboles. Un caballo de pelaje irreconocible, que parecía
también viejo y cansado. Sin fuerzas, pero con mucha voluntad y, sobre todo, resignación. Era
como si le encantara divertir a los chicos y eso bastara para llenar de felicidad su vida entera.
Muy rutinaria, por cierto, en este que se suponía el último tramo antes de ingresar
definitivamente en el prometido paraíso equino, bien merecido como premio a su continuidad
y empeño en la realización de esa buena obra.
El linyera era tal vez un chico, nada más que un chico, aunque ya un poquito grande
para una calesita. Demasiado grande para los parámetros usuales. Nunca había subido a una
calesita. Ese día estaba solo. Miraba y miraba. La marcha vivaz que sonaba en el organito
deleitaba los oídos del linyera en medio de las sonrisas de los varios niños y niñas que giraban
y giraban sobre sus caballitos, autitos, botes y otros vistosos objetos menos definidos. Madres
y abuelas seguían con ojos ansiosos y contaban cada nueva pasada del principito o la
princesita.
El linyera se animó. Usó los únicos cinco centavos que tenía en el bolsillo y ascendió a
la plataforma giratoria. Se quedó de pie sobre ella, aferrado a uno de los delgados caños
dorados que sostenían el techo. Primer giro. El viejo comienza a agitar la “pera”. El linyera
estira el índice de su mano derecha y ¡embocó! Se quedó con la sortija y el derecho a otra
vuelta. Eso mismo pasó en el giro siguiente. Y en el siguiente. Y en el siguiente. ¡Siete veces! El
viejito lo miraba pero no se atrevía a decirle nada al linyera que seguía con el rostro
exultante. Al fin del octavo giro el linyera se sintió cumplido. El viejito le dio un abrazo. El
linyera caminó hasta los retamos que bordeaban la entrada del parque. Caminando feliz a su
casa.
Nunca más subió a una calesita. Solo continuó dando vueltas en la calesita de la vida.
¡Cuántas! El otro día el linyera cumplió ochenta años. Sintió un deseo incontenible de
volver a ver la calesita. ¡Allí estaba! Como aquel día lejano... Otro caballo viejo y cansado.
Otro viejito agitando la “pera”. Otras madres, otras abuelas, otras princesas y otros
principitos. Solo el linyera era el mismo. ¿Era el mismo? Sí y no. Sus ojos eran más grises y tal
vez menos curiosos. Pero conservaban aquella ingenuidad natural que lo había llevado a
descubrir siempre algo nuevo en cada vuelta de la calesita y en cada vuelta de la vida...
186
Como entonces
(a pesar del tiempo)
El linyera estaba sentado fuera de la oficina del fiscal. Aguardaba que lo hicieran pasar
para leerle los cargos. Lo habían citado. No sabía bien por qué. Con sus setenta años era la
primera vez que estaba en un juzgado. Tal vez se tratase solo de una confusión. No quiso
sentarse. Hacía ya dos horas que esperaba. Temblaba como una hoja. No podía concentrarse.
Una sola cosa se revolvía en sus neuronas: ¡Aquel 9 de Julio sesenta años atrás!
Todo está como era entonces,
la casa, la calle, el río,
los árboles con sus hojas...
- - ¿Les gustaron estos versos de Olegario Víctor Andrade? preguntó la maestra de 4º
grado.
- - !Siiii, senoritaaaaa!!! respondió un coro de unos treinta mocosos, tratando de quedar
bien.
En realidad, ya era el mes de julio y los chicos estaban acostumbrados a leer prosa y
poesía de nombres que, al menos en esa época, eran importantes: Miguel Cané, Juan María
Gutiérrez, Domingo Faustino Sarmiento, Joaquín V. González...
- - Falta una semana para el 9 de Julio. Si alguno aprende todos los versos de memoria
para la semana que viene, los va a recitar en público en el acto patriótico, en
representación de nuestro grado.
Noche tras noche, verso tras verso, estrofa tras estrofa, las ochenta y cuatro líneas
parecían irse quedando pegadas en la memoria de Raúl. Lo repetía y repetía. No pensaba en las
palabras. Solo era música. Hasta que lo acunaba el sueño.
- - Bueno, ¿alguien se anima? – preguntó la señorita en clase la víspera del gran día.
El linyera levantó la mano. Solo él. Nadie más. No hubo extrañeza en el curso. Todos
los compañeros lo conocían como de buena memoria. Pasó al frente y lo recitó de pe a pa sin
siquiera pestañear. De un tirón
Llegó el gran día. 9 de Julio. Muchísimo frío. Guardapolvo blanco impecable. Escarapela
reluciente. Los pómulos enrojecidos por el aire helado y los dedos de las manos morados e
hinchados con los sabañones. Día de sol. Formación perfecta de los alumnos de 2º a 6º en el
patio colonial embaldosado a nuevo. La profesora de música, flaca y pálida como de
costumbre, sentada al piano para el himno y otras canciones patrias. El personal directivo y
docente en sus respectivos lugares. La enseña celeste y blanca a lo alto del mástil. Todo lo que
corresponde para un acto escolar comme il faux todo empezó bien. Himno. Una marcha. 6º
187
grado: una escenificación. Una canción por un pequeño coro, 5º grado: una canción folclórica
con dos guitarras 4º grado:
- - Ahora es tu turno, - le dijo la maestra al linyera, tocándole el hombro.
- - No tengas miedo.
El linyera arrancó. Sin dejar de temblar. Sin el menor ademán. Los brazos pegados a
ambos lados del cuerpo. Como una estatua de mármol, pero sacudida como por un terremoto.
Los versos salían uno tras otro sin pausas ni modulación alguna.
Yo estaba triste, muy triste,
El cielo oscuro y sombrío;
Los juncos y las achiras
Se quejaban al oírlo.
Hasta el final.
Hoy vuelve el niño, hecho hombre,
No ya contento y tranquilo,
Con arrugas en la frente
Y el cabello emblanquecido.
Un aplauso largo y cerrado. ¿De compasión? El director se acercó y, con una fuerte
palmada en la espalda, como para hacer cesar el temblor, exclamó con su vozarrón de siempre:
“¡Qué memoria!” Pero él seguía temblando. Como setenta años después en un juzgado.
188
Tac... tac... tac... Un piletón casi lleno. Una canilla goteando. ¿Desde cuándo?
Un hilito de agua limpia (aunque tal vez ya contaminada) va a deslizarse. Una ínfima
pincelada de pureza en el sórdido piso de tierra del espacio entre la casilla de Elisa y la casilla
vecina Un par de metros. Ella había llegado desde el norte. ¿De dónde? De allá lejos. ¿Para
qué? ¿Cuándo? No tenía noción. O prefería no tenerla. Todo era igual.
Tac...tac...tac...
- - ¡Elisaaa! ¿Dónde carajo estas?
- - ¿Que mierda te importa?
- - ¡Vení de una vez!
- - Si se me canta... ¡hijo´eputa! ¿Tenés tanto apuro? ¡Aguanta un poco!
- - Te voy a romper el culo a patadas, como anoche... Venite corriendo.
Una voz ronca desde adentro del asqueroso tugurio. Elisa ni sabía el nombre. Había
caído un tiempito atrás, sucio y maloliente. Barba desprolija y pelo desgreñado. Como tantos
que caían a menudo buscando refugio. El lugar era conocido en el ambiente. Se presentó un día
de repente, abrió la puerta sin llamar y se desprendió la bragueta... Estaba ansioso. Miró de
manera fulminante el segundero de su reloj de lujo. Como había hecho en todos los asaltos de
su largo historial delictivo, meticulososamente cronometrados.
Un desencuentro por tres segundos con sus socios lo había hecho errar el último gran
golpe al banco que lo hubiese puesto al cubierto de necesidades económicas por todo el año.
No mucho más. Su necesidad de gastar iba pareja con la de adquirir dinero.
Una carrera desesperada. Había buscado reparo en esa casilla, por primera vez. Guiado
por referencias. Por el error en el último asalto odiaba ese reloj. ¿Para qué tanto control?
Tac… tac... tac... Afuera la gota seguía cayendo incansable en la pileta... en el barro...
Chalet de clase media. Un barrio del sur del Gran Buenos Aires. Uno de tantos
Beba lleva horas ante la pantalla de su TV. Se olvidó de preparar la comida para su
marido que acaba de llegar.
- - Estoy muerto de hambre. ¿Por qué no apagas ese televisor?!Me pudren esos gritos!
- - Espera un momento. Escucha lo que dice hoy el pastor.
- - Bah, será lo de siempre...
189
- “... ¡Aleluya! ¡Aleluya! El fin del mundo está cerca... El Señor ya llega...
- quiere encontrarte preparado... Ya se acaba el tiempo... El Señor te espera...
- No tardes más...”
- ¡ULTIMO MOMENTO! (irrumpió en la pantalla un cartel en rojo vivo) ACABA DE SER
DETENIDO EL FAMOSO ASALTANTE DEL CRONÓMETRO...
- - ¡Ya te había dicho que iba a caer!
- - ¡A él si que se le acaba el tiempo! Tanto vivir pendiente de los segundos de su reloj.
¿De qué le sirvió?
Marcos Paz. Una celda individual. Como cualquier otra. Alguien duerme. Pesada y
prolongadamente. Silencio total. Oscuridad total. Solo unas cuantas neuronas bailando en el
vacío cerebro de alguien en su primera noche de encierro.
- “No. No. No. Tiren ese reloj. No quiero medir mis horas. Para siempre. ¡Faltan tres
segundos! Nunca más. Elisa ¿estás a mi lado? Flaco, ¿qué hiciste? No te separes nunca,
Elisa. Ni un minuto. ¡Boludo! Así, siempre a mi lado. En este orgasmo interminable.
Para siempre. ¿Por qué no sale el gordo? Para siempre. Sin ansiedades. ¿Qué te paso?
Sin tiempo. Toda la vida. Más allá de la vida. ¿Traés la plata? Sin tiempo. Sin tiempo
que pasa. Sin segundos. Ni minutos. ! Subí, rajemos! Ni horas. Ni días. Ni meses. Ni
anos. Ni siglos. ¿Cuánto? Ni eternidad. La nada absoluta. Nadase mueve. Nada cambia.
Nada empieza. Nada termina....”
- ¡Ya es hora de estar arriba!
- ¡Qué hora ni qué hora! ¡Ya tire el reloj a la mierda!
Tac... tac... tac... La gota sigue incansable… Una tras otra. El hilo de agua en el piso ya
es un charco inmundo que se hace más y más grande.... Tac... tac... tac... Más y más... ya invade
190
la calle de tierra... Y sigue y sigue...Elisa está adentro. ¿Con quién? ¿Con quién está su cuerpo?
Porque su mente viaja, junto con su vista, del reloj de lujo en su muñeca a la oscura celda de
una lejana prisión.... prolongando indefinidamente aquel éxtasis sin tiempo que había
empezado días atrás con el misterioso hombre del cronómetro....
Un barrio porteño, bien porteño. Una época porteña, bien porteña. Una casa porteña,
bien porteña. Una mañana de sol porteña, bien porteña. Un verano porteño, bien porteño, casi
como el de Piazzola.
Un rayito de sol, solo uno, se colaba por un diminuto resquicio entre el pequeño toldo
de lona y el cielo raso debajo de la claraboya en lo alto de un patiecito interior que actuaba
como distribuidor entre la cocina, el comedor y el resto de la casa.
Tres simples escalones. No tenían lujos de qué poder jactarse. Angostos. Apenas para
permitir el paso hacia la puerta de la cocina de una sola persona por vez. Simples, casi rústicos.
Un poco en contraste con el resto, muy decoroso, de la vivienda. Cubiertos por una capa
alisada de cemento. De un color verde apagado. Un verde que se tornaba un poco más claro y
brillante donde caía la gotita de sol. Como si fueran tres focos luminosos en el piso. Tres soles
en miniatura.
Por supuesto esa iluminación tan especial se daba en un determinado momento del
día, solo en uno. Las tres y diez de la tarde en ese día de enero. Antes y después los tres
foquitos quedaban apagados.
Esos tres escalones... Pisados mil veces al día. ¿Por quién es? ¿Por todos los ocupantes
de la casa? No. Solo por dos pies enfundados siempre en unas acolchadas pantuflas que hacían
que esas pisadas fuesen suaves, delicadas, parsimoniosas, incansables... Las pisadas de la abuela
del linyera, de Ita, la madre de su madre, que apenas conoció, y, por la tanto, la dueña absoluta
de una palabra que nunca pronunció: mama, y cambió por la de abuelita, Ita.
Veces y veces en el día, desde la madrugada hasta el anochecer. Arriba. Abajo. Arriba
de nuevo. Debajo de nuevo. Con su rostro de bondad incansable. Sus ojos tiernos. Sus cabellos
grises siempre bien peinados, recogidos con peinetas. Todo el día en la cocina. Dueña y señora.
¿Quién habrá pisado antes esos escalones? ¿Quién los pisará ahora? Porque esa casa la
ocupamos solo unos pocos meses. Sí, unos pocos meses. En San Cristóbal. En alquiler. ¿Era
caro? Algo. Al menos para nosotros. Pero no fue el dinero la razón de una mudanza tan rápida.
Fue el corazón de Ita, el corazón de la abuela.
- - De ninguna manera, dijo el doctor, usted, señora, no puede seguir en esta casa. O se
consigue una cocinera.
- - ¡Doctor!
- - Absolutamente. Esos tres escalones. Son nada más que tres. Pero en el día hacen
cientos.
- - Ni me doy cuenta.
- - Eso es lo malo. Usted no se da cuenta, pero su corazón, sí.
192
Y a los pocos días se fueron un poco más rumbo al oeste... Siempre dentro de la
ciudad... El día anterior a la mudanza el linyera se quedó sentado un largo rato en una pequeña
banqueta junto a la puerta de su cuarto, todavía reponiéndose de una larga tos convulsa. Con
uno de los capítulos de Pinocho entre las manos. No leía, por supuesto. Miraba. Solo miraba.
Tres brillantes manchitas de luz, con un resplandor verde esmeralda. Miró el reloj que aun
descansaba en la pared. Eran poco más de las tres de la tarde...
Adiós, escalones queridos. Adiós para siempre. Van a vivir en el cofre de sus recuerdos
inolvidables...
________________________
(*) Publicado en Castillo de cuentos. Cuentos. Selección de Alicia Regoli de Mullen. Ed.
Dunken, Bs.As., 2006
193
Gorrión enjaulado
(¿quién es libre?)
Tal vez haya más de uno. Yo, por mi parte, decía el linyera, conocí uno solo. Para mí el
gorrión había sido hasta entonces algo así como el símbolo de la libertad.
Fue en una vieja estancia. Las dueñas eran dos señoritas ya mayores que la habían
heredado. Seguían manteniendo todo como en los antiguos tiempos de esplendor, aunque las
circunstancias ahora eran otras.
Estaban los cuatro, tomando mate en un fresco patio de ladrillos, muy gastados pero
que lucían entre el verde de las enredaderas, bajo la sombra de un añoso paraíso. Todo
envuelto por el perfume de madreselvas y jazmines.
Una jaula bastante antigua, redonda, pendiente de una gruesa cadena, todo a tono con
la vivienda y la vegetación circundante.
- ¿Es realmente un gorrión?, preguntó el linyera con curiosidad después de haberse
acercado al jaulón y observado atentamente al único ocupante, que lo miraba con ojos
interrogantes en respuesta a su saludo.
- - Si, hace años que vive con nosotros, le contestó la señorita mayor.
- - ¿Como hicieron para enjaularlo? ¿Alguna trampa?
- - No, para nada. Casi diría que vino voluntariamente, le dijo una de las señoritas.
- - ¿En serio? Cuénteme la historia, por favor.
- - Este patio y sus alrededores siempre fueron un lugar preferido por toda clase de
pájaros. Benteveos, calandrias, mixtos, cardenales, picaflores. Y, además, muchos
gorriones. Venían a todas horas pero especialmente al anochecer.
Picando semillitas y miguitas. La mayoría pasaban muy rápido por aquí. Pero poco a
poco un gorrioncito parecía irse haciendo amigo. Tomaba confianza. Se acercaba cada
vez más. Empezó a venir todos los días.
Aprendimos a reconocerlo por una manchita especial, muy pequeña pero
inconfundible, en la parte izquierda de su cabecita. Era de un color muy particular que
no me atrevo a definir. Pero era imposible confundirlo, Aparte, ninguno era tan
mansito. Tomaba agua en un platito. Hacia su merienda con miguitas. Saludaba con un
batir de alitas y se tomaba un paseo por los alrededores para regresar infaltablemente
a su “hogar”. Teníamos este jaulón viejo desocupado por la muerte de un canario y se
lo ofrecimos. Lo acepto. No nos ofrecía en pago el canto como el canario pero si nos
brindaba mucha, mucha simpatía. Diría, más bien, cariño.
- - ¡Que historia maravillosa!
194
Cuando se retiraba del campo, reflexionaba el linyera: Me quedé pensando. ¿Un gorrión
que renunció a su libertad por un plato de miguitas?
195
Futbolista fracasado
(esas pequeñas frustraciones)
El linyera nunca había ido a un estadio. Para decir la pura verdad había ido algunas
veces a la cancha de fútbol allá en su pueblito. Uno se sentaba cómodamente en el pasto del
campito circundante o se quedaba en su auto o en el sulky o la volanta a manera de tribuna,
fuera de las líneas perimetrales, más o menos marcadas. Al chico le gustaba el olor de algo que
llamaban aceite verde y que de vez en cuando los jugadores, saliendo fuera del campo de
juego, usaban para frotarse las piernas.
¡Qué olor más rico! Unos pocos gritos. Algunas ovaciones ante una corrida fantástica
de algún wing local. Una que otra atajada voladora del arquero. Los recuerdos se han borrado.
Nunca había oído un partido por radio ni sabía lo que era una tabla de posiciones.
Más tarde, un poco de peloteos en alguna calle del barrio tranquilo en Buenos Aires
mientras no apareciera el vigilante. ¿No les parece una lástima perder una pelota tan linda? Les
dijo un día un agente de la 43 en bicicleta, y se la llevó. También, algún patio bullicioso de un
colegio primario con docenas de chicos corriendo detrás de algo redondo, de goma o de trapo.
Nunca el linyera se había lucido. Cuando los dos “capitanes” pisaban para elegir sus equipos
siempre quedaba el último y solo entraba por descarte, jugaba solo. Contra una pared.
Pateador y arquero a la vez. Pero el fútbol profesional estaba en alguna parte de su cabecita.
¿Cómo deseo? ¿Cómo ambición? En aquel tiempo de plata no se hablaba. Tal vez el tema
existía, pero no se hablaba. Al menos, no había llegado a sus oídos. Probablemente era solo
admiración por algunos héroes. Tanto o más grandes que los piratas de Salgari. Allí estaban
Cherro, Varallo, Masantonio...
El fútbol profesional existía también para él en la radio. Escuchaba Gran Pensión “El
campeonato”... Seguía con pasión los partidos. Los seguía muy entusiasmado sin apartarse del
aparato.
Años atrás se había sentido hincha de Ferrocarril Oeste, por las vías que tenía enfrente
de su casa. Más adelante una tía le hizo compartir su entusiasmo por Boca. Coleccionó, de
Patoruzú, todas las fotos en colores de los cuadros azul y oro que habían salido campeones y
los había pegado en una pared esperando poder añadir alguno más en el año que corría.
- - Pero hoy quiero escuchar a Boca e Independiente. Va a ser un partidazo.
Eso le contestaba a la tía que lo estaba invitando a que la acompañara esa tarde a la
procesión de la Virgen del Carmen en la iglesia de San José de Calasanz, en Av. La Plata, cerca
de la vieja cancha de San Lorenzo.
- - La Virgen te va a premiar.
- -¿.Puede hacer que le ganemos a Independiente?
- - No le va a costar mucho,
- - A mí me va a costar.
- - Ni pienses. Al término de la ceremonia vas a tener la compensación.
- - Voy a probar. Es un partido difícil y el sacrificio va a valer la pena.
Tomaron el tranvía y allá fueron. Una tarde espléndida. La procesión empezó a salir del
templo más o menos a la misma hora en que empezaba el partido. Ni pensar. Sacar los
196
pensamientos de la cancha. Toda la concentración en la imagen de Ntra. Sra. del Carmen que
marchaba cómodamente delante de ellos en unas andas, entre flores y cánticos.
Ni una palabra. Solo rezos. Rezos y cánticos. Alguna escapadita de la mente a la cancha
era inevitable, pero controlada prontamente. Todo terminó. Salieron de la iglesia. La tarde ya
se estaba terminando. Era invierno. Tomaron por la avenida en busca de la parada del tranvía.
En la primera esquina, un canillita, agitando el diario en su mano derecha gritaba con toda la
fuerza de sus pulmones:
- ¡¡Goleada de los Diablos Rojos!! ¡¡Increíble!! ¡¡Siete a uno!! ¡¡Si, siete a uno!!La ilusión
de toda posible intervención divina en los asuntos futbolísticos había terminado en
forma estrepitosamente escandalosa, al menos para el linyera. ..
Un tiempo después. El padre de uno de sus amigos era no solo hincha sino también
socio de San Lorenzo de Almagro. El hijo le pregunta:
- ¿Fuiste alguna vez a ver un partido de futbol de primera?
- - Nunca. Los escucho por radio.
- ¿Querés venir el domingo conmigo y con mi papa?
- - ¿Adonde?
- - Al Gasómetro. Juegan San Lorenzo y Boca.
- - ¡Encantado!
- - Eso sí, vos sos de Boca, pero nosotros somos socios de San Lorenzo y te vamos a
llevar a nuestra tribuna.
- - Me la aguanto.
- - Si te dejan, venite el domingo por casa a la una.
- - Seguro que me van a dejar. Con ustedes no hay problema.
Subieron los tres al colectivo verde y rojo en la parada. No iba lleno. Se sentaron
cómodamente. El papá del amigo se le acercó al linyera al oído y le susurró.
- - Ese que esta ahí enfrente es el “insai” derecho de Boca. ¿Lo conoces?
- - Es claro. De nombre. Por la radio. Nunca lo había visto.
El hombre estaba sentado, revisando los cordones de sus botines. Mucho más tarde el
linyera oyó hablar de concentraciones de los jugadores previas a los partidos.
Segundo tiempo. San Lorenzo presionaba por todos lados. Tres goles casi seguidos.
197
Así terminó el partido. Gran espectáculo, pero gran tristeza para el linyera. Otra
decepción. Si al menos hubiera sido un empate. En la tribuna de enfrente, los hinchas de Boca
tampoco quedaron muy conformes. En esos tiempos no se hablaba de barra brava. Pero algo
así existía. Para demostrar su enojo los hinchas juntaron diarios y prendieron dos o tres fogatas
sobre los tablones de la tribuna. El fuego se generalizó. En un par de horas los bomberos
controlaron todo y no pasó nada
¡Crac!
(dentro de un alma cualquiera)
¡Crac! Un solo golpe. El frío piso de baldosas grises recibió el impacto y opuso la
resistencia lógica a todo ataque inesperado. El espejo relativamente pequeño algo ya
deteriorado por el paso del tiempo. Con espacios en los que la ausencia del azogue le daba una
transparencia completa Sin un marco protector. Había, aparentemente, terminado su vida de
manera imprevista, violenta y, a la verdad, no deseada. No deseada por él (si es que un espejo
tiene deseos que el ser humano, con sus sentidos tan limitados, no llega a percibir) y mucho
menos deseada por Teófilo, que lo había dejado caer mientras estaba contemplando su propio
rostro con extático narcicismo, cuando sonaron unos impactantes golpes que aplicaron
repetidamente los nerviosos nudillos de una mano derecha, algo ya marcada por venas y
arrugas, sobre la tranquila madera de la puerta.
¡Crac! Había hecho el espejo sobre el suelo. ¡Tac! ¡Tac! ¡Tac! Habían repercutido como
un eco en los oídos del joven monje los llamados en su puerta y sus dedos, como
repentinamente atravesados por una corriente eléctrica, dejaron caer su rostro, es decir el
espejo que en ese momento era su rostro, sobre las baldosas de la austera celda monacal.
Era en verdad una celda austera. Casi al estilo medieval, aunque con ciertos detalles
robados a la modernidad. Junto a un sencillo lecho de madera, una pequeña mesa, algo rústica
y encima de ella un velador con una bombilla eléctrica ordinaria de 60 W, cubierta por una
pantalla cónica de extrema sencillez. Era la única iluminación de una habitación de 2m x 3m,
cuando la luz exterior dejaba de entrar por la ventanita que daba al amplio jardín del
monasterio. La ventana estaba a una altura tal que no permitía indiscretas miradas ni hacia
afuera ni, mucho menos, hacia adentro. Techo y paredes blanqueadas a la cal.
Sobre un muro lateral, un par de estantes con una escasa docena de libros. Se podían
ver, por supuesto, una Biblia, la Imitación de Cristo del Kempis, Noche oscura del alma de Juan
de la Cruz, Las Moradas de Teresa de Jesús... Un pequeño tapiz pendía de un clavo sobre la
cabecera de la cama, bajo una rústica y diminuta cruz tallada en algarrobo, con el conocido
soneto de la mística española cuyo primer verso reza “No me mueve mi Dios para quererte”.
¡Crac! Como un relámpago cruzó por su cerebro, en una visión fugaz pero profunda y
abarcadora, todos los instantes de esa sufriente exploración de tres años con la que había
intentado afanosamente desentrañar el misterio que sentía clavado en su interior.
Quería encontrar ese espíritu puro, casi angélico, tal vez divino, que creía llevar en sí, y
aferrarse a él con la desesperada seguridad con que se aferra un náufrago a un solitario tablón
en medio de aguas turbulentas. Los libros lo habían defraudado, incluso la Biblia. No lo
llevaban más allá de las palabras. Metáforas y más metáforas. Una más bella y atrapante que la
otra.
Pero solo palabras. Nada detrás. En un arranque casi de incontenible furia había
tomado en sus manos el pequeño espejo (¡pobre espejo!, ignorante de su inminente ruina),
descolgándolo de sobre el impasible lavabo adosado a la pared, sobre la que pendía de un hilo
vulgar sostenido por un clavo ordinario. Había clavado sus ojos en él. A través de esos ojos, sus
propios ojos, allí reflejados, negros y brillantes, enmarcados en su rostro bajo espesas cejas y
como surgiendo de una barba muy abundante para sus veinticuatro años, quiso, en un
199
momento casi de éxtasis, atrapar esa figura angélica que estaba seguro de llevar dentro de sí y
que los libros, por más sagrados que fuesen no le permitían descubrir. Tal vez esa mirada
penetrante y perforadora lo consiguiese.
gatita que se estaba acostumbrando a actuar casi como dueña de casa. Había pasado
inadvertida y ahora estaba allí, en su disimulado observatorio, con los ojos bien abiertos y
acariciándose el bigote con la manito izquierda.
Una vueltita más a la canilla del agua caliente. Para templar la temperatura de esa
lluvia gratificante. La mente en vacío. En ese momento lo único importante era ese cuerpo de
niño, lleno de vida, de pujanza. Había que cuidarlo y hasta mimarlo.
! Teófilo! ¿Terminaste?
Pedazos sueltos
Tras la conmoción. Tras las palabras esperanzadoras. Vuelta repentina al mundo real.
Teófilo miró al piso. Sorpresa. Temor. Indecisión. Se arrodilló. Fue recogiendo los trozos del
espejo. Uno a uno. Temblorosamente los fue colocando en la mesa para luego tratar de
recomponer su propio rostro y escrutar en forma penetrante si había algo más detrás de él. Ese
espejo se había convertido en un instrumento mágico, después de su fracaso con los libros. Fue
como armar un rompecabezas. No estaba hecho añicos.
Eran trozos más bien grandes y con bordes definidos. No iba a ser difícil volverlo a
armar. ¿Para qué? Por puro gusto, Para tratar de recobrar aquella última mirada. Los fue
contando. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Eso era todo. Su rostro en siete pedazos.
¿Encerraría ese número siete algún misterio? ¿Sería, por fin, la extraña revelación que
esperaba?
Tomó un primer trozo al azar para empezar el armado. Al ir a colocarlo sobre lames a
de luz para comenzar
Apenas puso sus ojos sobre el cristal este le devolvió una imagen sorprendente. No era
ese ser interior de su búsqueda anhelosa.
No era la imagen natural de su rostro elegante con esa vigorosa barba juvenil. Eran
otros ojos como de fuego que lo miraba con un furor incontenible. Despidiendo rayos.
Escrutadores. Penetrantes. Como tratando de apoderarse de sus entrañas. ¡Una hiena! Sí, ¡una
hiena!
203
Dentro de mí, en lo más profundo. ¿Eso soy yo realmente? ¿Y no lo sabía? ¡Para eso he
buscado tanto! ¿Eso había dentro de mí? Odio.
Trató de calmarse. Dejó el trozo de espejo apoyado sobre la mesa y se retiró un paso.
Más pedazos
Dos, tres, cuatro, cinco, seis, ¡siete! El espejo terminado. Completo. Pero para llegar al
armado y recomposición total del espejo, Teófilo tuvo que atravesar más escenas de horror.
Una tras otra. Al tomar en sus manos cada trozo y mirarse en él el cristal azogado le devolvió
sucesivamente imágenes que lo fueron llenando de horror, de miedo, de angustia, en un
crescendo impresionante que lo dejó aturdido. Fueron apareciendo, en una serie absurda, un
tigre feroz, una serpiente astuta, un rinoceronte dispuesto a pasar por encima de todo, un
escorpión ponzoñoso, una babosa repugnante, un bicho desconocido y horrible.
- - ¡Oh! ¿Qué es esto?
- - ¡¿Eso soy yo?!
Volvió a mirar una vez más el espejo, ahora recompuesto y
- - ¿Cómo? ¿Ahora soy yo de nuevo?
El mismo de antes y de siempre? .Soy esa suma horrible de todo eso? .Y el ángel donde
esta? ¿Y todos esos seres repelentes? ¿Soy la suma de todos ellos?
Tomó de nuevo el espejo (o sea el conjunto de los pedazos) en sus manos y lo arrojó
con furia contra el piso. ¡Crac!
205
¿Ángel?
Un rayito de sol dio en los ojos de Teófilo. A través de una pequeña hendija en el
postigo de la ventanita. Era época veraniega y amanecía muy temprano. ¿Sería un buen
augurio? ¿Sería la luz inspiradora que esperaba encontrar en las palabras de Fray Luis, ese
monje veterano con fama de santidad y sabiduría?
- - Tac, tac, tac... ¡Alabado sea Jesucristo!
- - ¡Alabado sea Jesucristo! Si, Padre, ya voy…
- - Nos encontramos dentro de una hora en el parque y salimos.
- - Allí voy a estar. Muchas gracias.
Dio unos pasos y se quedó como clavado dejándose penetrar por el verdor total del
pequeño parque y el refrescante aire matinal. Caminó lentamente bajo las añosas casuarinas y
se detuvo junto al borde del sencillo estanque, junto al que tantas veces se había quedado en
profundas meditaciones. Calma completa. Como en un cementerio.
Volvió a mirar una y otra vez. No podía engañarse. Esa era la imagen, su verdadero yo,
que había estado buscando desde que había entrado a la casa religiosa, a la Casa de Dios...Un
ser totalmente espiritual, un ángel puro y transparente, sin sombra de mal...
Quedó un instante como en un éxtasis... ¡Crac! ¡Crac! ¡Crac! ¡Crash! Una pequeña rama
se desprendió de una casuarina y cayó sobre la superficie del agua turbando su tranquilidad y
haciendo añicos la imagen del ángel...
- - ¡Ay! ¿Que soy?
206
Otra ramita se desprende y aumenta la turbulencia del agua. ¡Crac! Nada más que
eso...
Abrió el ventanal que da hacia la ruta. Poco tránsito. Un día espléndido de primavera.
Un poco de aire fresco. Un guante. El otro guante. Un vistazo general. Todo en orden.
El galponcito de Daniel, hasta ese momento iluminado por esa rara luz ultravioleta, llena de
misterio, que tendía a darle un leve tono rojizo a los blanquísimos hongos. Más parecía una
boutique de prendas deportivas de lujo que el sitio instalado para el cultivo de su especialidad.
Aunque esos hongos, realmente, eran de boutique. Eran sin duda muy especiales. Por su
calidad. Por su presencia. Por su sabor exquisito. Se había iniciado hacía pocos meses, después
que dejó de trabajar en la granja de su padre. Ahora estaba aquí librado a su propia iniciativa.
Casi una pasión. Quería llegar a tener los mejores champiñones de la zona, para empezar, y
luego, del país, y luego...
Estudiaba Ciencias Naturales en Buenos Aires. Con gran dedicación. En los ratos libres
sus lecturas habían sido sobre el cultivo de diversas variedades de hongos. Consultó en la Web
los mejores centros de investigación y producción del mundo. Con ese bagaje de
conocimientos en su cabeza y un imprescindible empujoncito de su padre había adquirido esa
pequeña propiedad. Un terrenito arbolado y prolijo, con un jardincito delante, para deleite de
quienes pasaban. Cercano a un country en desarrollo. El proyecto “champiñones” era toda su
ilusión.
Hacía unas semanas había comprado el mejor micelio que había visto hasta entonces,
para tomarlo como base para reproducción. Era excelente desde todo punto de vista. Perfecto.
Altura. Tamaño. Carnosidad. Aroma. Ningún defecto. Toda blancura y armonía, hasta en los
mínimos detalles. La “muchacha” ideal.
La ventana. Una suave ráfaga primaveral que arrastraba el perfume de su jardín en flor.
Se asomó. ¡Qué claveles! ¡Qué rosales! Miró hacia la derecha... Allí estaba la entrada del nuevo
country, apenas aún en su etapa de gestación. Iba a ser espléndido. Varios bosquecillos de
árboles de distintas especies iban a ser espetados para darle desde el comienzo ese aspecto
señorial del que están ávidos los nuevos ricos.
- Hola.
- Hola, contestó el único vigilador que por el momento custodiaba el portón del vecino
country.
- ¿Poco movimiento hoy?
- Ninguno. Hoy es sábado y los dos chalets en construcción hoy están parados.
- Bueno, después tomamos unos mates.
- Hasta luego...
Daniel se iba a concentrar en su trabajo, cuando pasa al trote frente a él algo que le
pareció una visión. ¡Qué diosa! ¡Y yo que sigo esperando a mi princesa que nunca llega!
¿Adónde irá? Seguro que va hasta la rotonda y después vuelve...
- Pará un momento...
- ¿Qué te pasa ahora?
- Una ramita se me esta metiendo justo ahí...
208
- ¿En el culito?
- Precisamente.
- Date vuelta, yo te la saco. A ver.. ¿Esta bien así?
- No fue nada...
- Bueno...un besito...otro besito...otro besito...sana, sana...
- Ya paso...
- Yo te dije. Quería poner mi camisa debajo...
- No...el pastito fresco en la espalda es maravilloso.
- ¿Seguro? Es como si la naturaleza se estuviese metiendo en mi cuerpo.
- ¡Ah!
El fresco por mi espalda y tu cuerpo tibio por delante..... Es maravilloso... Nunca me había
sentido así...
- - ¡Ah! Quedémonos así para siempre... No te muevas...No respires...
- - No hables... No pienses...
- - Los dos un solo ser...
- - Así para siempre.... sin separarnos jamás...
- - ¡Ah!...
- - ¡Ah...
- - Sos lo que siempre quise.... ¿Cómo te llamas?
- - ¿Te importa?
- - La verdad que no. Me importas vos. Tenerte así, así, así...
Pasó un largo rato, que pareció un minuto. Horas... Dos cuerpos...Desnudos... Muy
juntos... Dormidos... Profundamente dormidos... Él sueña. Ella también. Los dos, un solo sueño.
Una tarde maravillosa. A la sombra de esos árboles protectores. Sin ser vistos por nadie. El
vigilador, discreto, les había franqueado el paso al interior del country, todavía deshabitado, sin
preguntar nada tras el saludo cómplice a Daniel.
- - ¿De qué?
- - ¿Que te importa? Ya cumplió dieciocho.
- - ¡Esta tan linda! A veces me da miedo...En remerita y shorts...Sola...
- - .............................................................................
- - .............................................................................
- - ¿Dónde estoy? ¿.Fue un sueño? No...¡La más bella de las realidades...! ¡Cómo disfrute!
El conmigo y yo con él...
¿Cómo se llamará? ¡Qué importa! ¿Nos volveremos a encontrar? ¿Cómo apareció?
¿De dónde es? Duerme profundamente. ¿En que estará soñando? ¿En mí? Quiero leer
en su frente...
- Duerme... Reposa... Suena...Pero yo tengo que irme. Mi padre está en Europa, pero mi
madre estará pensando en mí. “Esta chica fue a hacer footing por el costado de la ruta
y todavía no regreso. ¿Le habrá pasado algo?” ¿Cuánto estoy demorada? ¡Qué sé yo!
No traje el reloj. ¡El tiempo paso tan rápido! ¡Sus manos sobre mi piel! ¡Su aliento! ¡Sus
labios! ¡Todo!
- Nunca había gozado tanto...
- Daniel dormía profundamente.
- - Un beso de despedida...
- - ......................................
- - Otro...otro...otro...
- - .....................................
- - Mañana volvemos a vernos...
- - ....................................
- - Seguí durmiendo.... Soñando en mí... Me quedo en tus sueños....
Ulular de una sirena... Otro... Otro más intenso... Daniel corrió hasta la ruta. Unos
doscientos metros, que parecían kilómetros. Un grupo de curiosos. Un cuerpo tendido sobre la
cinta asfáltica. Cuatro ojos se encontraron en un fugaz relámpago. Nada más.
¡Horror! Con la prisa por ir a correr esa mañana tras la chica soñada, Daniel había
olvidado colocar la cobertura protectora de vidrio sobre el sustrato... Encontró la paja húmeda,
sin la cobertura, toda marcada con unos hilos pegajosos. ¿Babosas? Los nuevos champiñones
adolescentes de un blanco inmaculado... ¿Eran esos? ¡Tantas ilusiones!
Se dejó caer sobre la silla junto a la mesa con los productos de laboratorio que solía
utilizar: formol, agar agar, permanganato de potasio, alcohol yodado... Destapó un pequeño
bidón de cloro y comenzó a aspirar profundamente. Se abrió en su mente un arco
iris...verde...azul...amarillo. ¡Qué resplandor! La mirada lánguida, como por instinto, cayó sobre
210
___________________________________________________________
(*) Publicado en Poesía y narrativa actual. 2006. Editorial Nuevo Ser, Bs.As., 2006.
211
Intermezzo
Mateando a solas
(momentos de soledad)
¡Es tan lindo compartir el mate con alguien! Pero a veces también es muy lindo tenerlo
a él como compañía cuando se está solo.
Matear... Sin escenario... Sin compañía... Solos la pava, el mate, la yerba, la bombilla
y yo...
Un sorbo, un recuerdo...
Un sorbo, un deseo...
Un sorbo, un viaje por tierras lejanas...
Un sorbo, una búsqueda en el vacío...
Un sorbo, una decisión repentina...
Un sorbo, una sonrisa amiga...
Un sorbo, ruido de metralla...
Un sorbo, la mirada del perro amigo...
Un sorbo, una lágrima agridulce...
Un sorbo, una ronda invisible de amigos...
Un sorbo, una caricia de la brisa...
Un sorbo, unos aullidos feroces...
Un sorbo, una mano agradecida...
Un sorbo, un adiós...
Un sorbo, una visita fugaz a los seres queridos...
Un sorbo, en intimidad con la mujer querida...
Un sorbo, un beso prolongado...
Un sorbo, un mundo de canciones románticas...
Un sorbo, una luna plena de luz melancólica...
Un sorbo, un sol de fuego esperanzado...
Un sorbo, una risotada áspera de vino tinto...
Un sorbo, un vacío de ausencias...
Un sorbo, y otro, y otro, y otro más y....
212
Tizas partidas
218
¿Qué es lo que había hecho demorar su ingreso a la primaria? (De jardín no se hablaba
en aquellos años). Del todo no lo supo nunca. Había una cierta resistencia en él, inconsciente
pero a voces. La resistencia era solo referida a sus sentimientos porque a esa edad mal podría
hablarse de autodeterminación. Pero algunas circunstancias externas cooperaron con sus
sentimientos.
¿Por qué no quería ir a la escuela? ¿Lo sabía acaso? En el pueblo donde vivía quedaba
en la vereda de enfrente. Bastaba cruzar. A cierta hora la calle se llenaba de caballos atados a
los palenques y de algunos sulkys. Muchos chicos venían del campo. ¡Y pensar que él solo tenía
que cruzar la calle!
Libre de escuelas
una hoja al viento
volando y volando
suelta en el aire
sin descanso
de aquí para allá
un día y otro
sin antes ni después
como queriendo posarse y descansar
en cualquier parte
expuesta al sol
a las gotas del rocío
y de la lluvia
a los huracanes
al roce con otras hojas
con mil hojas
con ninguna
en un jardín de sueños
o en un campo sin labrar
entre yuyos y flores silvestres
PD: El linyera, de viejo, confesó, que guardaba en su corazón una memoria muy
cariñosa, de los pocos meses que pasó en su primera escuelita.
220
El gran desafío
(un recuerdo entre tantos)
Era 1940. El primer año terminado en cero del que el linyera tiene memoria. Estaba en
el 4º grado de la escuela primaria. Extrañamente parecía que iba a completar el año sin
interrupciones por problemas de salud como le había ocurrido en casi todos los grados
anteriores. Eso, hasta octubre en que debió suspender su asistencia ya ni recuerda por qué tipo
de afección.
Julio y Mario eran dos de sus compañeros. No estaban entre sus tres o cuatro mejores
amigos, como Jorge o Haroldo, pero los recuerda muy bien. Eran una especie de cabecillas.
Cada uno tenía su grupo de admiradores y seguidores. Mario era más alto y espigado. Ojos
negros y cabello lacio engominado. Julio más retacón y fornido. Ojos azules. Cabello rubio
siempre despeinado. Julio hacía todas las mañanas un corto viaje desde Villa Luro para venir a
la escuela. Mario, desde un poco más lejos, desde Castelar.
Ambos llegaban en el tren que paraba en la estación Vélez Sarsfield (hoy Floresta) del
Ferrocarril Oeste (hoy ex – Sarmiento) exactamente a las 7.50 de la mañana. Diez minutos
antes de la campana para iniciar las actividades en la escuela. Esta era la Nº 1 del Concejo
Escolar 18, “Saturnino Segurola”. Solo de varones. Exactamente enfrente de la estación con
solo cruzar la calle Venancio Flores. A esa hora bajaban decenas de guardapolvos blancos de
ese tren Un número muy grande de chicos viajaban desde la provincia porque sus padres
querían que hicieran la primaria en la Capital Federal. Pensaban que tenía un mejor nivel. El
linyera iba a la escuela caminando. Vivía a cinco cuadras, del otro lado de Rivadavia. Cruzaba
las vías por un paso peatonal subterráneo, en el que una vez lo habían asaltado unos
muchachotes y le habían robado la escarapela. Nada grave. Pero la costumbre de asaltar en
esos lugares, como se ve, ya existía.
221
El linyera cuenta que Mario y Julio eran una especia de cabecillas. No porque ellos lo
hubiesen buscado. Su intención no era la de liderar nada. La guerra europea no era un tema en
la escuela. No eran, por cierto, alumnos especialmente destacados por su desempeño escolar.
Pero, eso sí, eran dos magos del balero. ¡Qué destreza para embocar sin errores el palo en el
agujero de la bola! Sus baleros eran muy especiales. De la mejor madera. Con la bola cubierta
de chinches redondeadas que producían una especie de música muy deportiva al ser rozadas
por la punta del palo, también terminado con una chinche de brillo especial.
En el recreo largo, después de las primeras dos horas de clase, habiendo tomado cada
alumno apresuradamente de la canasta sobre el escritorio de la maestra el pancito de leche
que les daba la cooperadora, sin acordarse de ir al baño, (después se pedía permiso durante la
hora de clase siguiente), se agolpaban en círculo en el patio y empezaba el desafío de los dos
maestros del balero. Ni la más mínima falla por parte de ninguno de los dos en los variados
lances del juego. Siempre terminaban con la puñalada y las 14 provincias (¡Qué tiempos
cuando las provincias efectivamente eran 14!).
Campana y ¡a clase! Nunca había una definición terminante. Creo que ya estaban en
agosto. Ni una falla. Eran perfectos. Se decidiría al día siguiente. Y así de un día para otro. Cada
vez con más fervor. Y cada vez con más encarnizamiento en las barras de cada uno. El curso se
iba dividiendo más y más. Unos pocos eran simples espectadores, aunque muy interesados.
Un día la cosa se puso pesada. Mario iba a embocar su último lance cuando uno de los
partidarios de Julio le dio un leve empujón y lo hizo fallar. Se originó una linda gresca. Iba a
terminar mal, cuando, llamado por alguien apareció el director, Don Ángel, que con voz de
trueno puso orden y calma. ¡A clase! ¡Se pierden el próximo recreo! El asunto no iba a quedar
así. Comenzaron los preparativos para el desafío final. No iba a ser con los baleros sino con los
puños. Entre Mario y Julio. Se vería definitivamente quién era el mejor. Al día siguiente, a la
salida de la escuela.
Eran las 12.30 del día señalado. Día de pleno sol, para templar el frío del invierno. En la
esquina de la “montañita” estaba como todos los días Don Vicente ofreciendo “pizza, fugazza y
fainá”. Nadie le prestó atención ese mediodía. Los de 4º comenzaron a agruparse en la esquina
de la lomita. El baldío estaba completamente vacío, excepto por un ombú que allá a la
distancia reinaba solitario. Hoy ese terreno está ocupado por edificios de propiedad horizontal.
miraba casi con horror. Julio se agachó y metió la cabeza como un ariete sobre el vientre de
Mario. Como la pelea no estaba regida por la A.M.B. no había golpes prohibidos.
Los gritos atrajeron la atención del agente que echó una mirada y caminó alejándose
hacia la otra esquina. De pronto un grupo de los partidarios de cada uno de los contendientes
los tomó fuertemente y lograron separarlos. Estaban irreconocibles. Un fuerte abrazo.
Exclamaciones de admiración por parte de todo el grado. Los jueces declararon empate. La
contienda se definiría con los baleros el lunes siguiente en el recreo largo, como siempre. Mario
y Julio se fueron juntos a esperar el tren. Se podrían sentar en el mismo asiento. . Siempre
había lugar en el tren, aunque hoy parece difícil creerlo.
Fue el último acto que el linyera guarda en la mente de aquel 4º grado de 1940. Era
como si el curso hubiese terminado allí. Última escena. Telón. Esos dos compañeros cubiertos
de sangre. El honor lavado. El curso en paz. Todos amigos. Después el autor cambió de escuela.
Misteriosamente, con ese telón también se cerró una etapa de su vida. Aquellos compañeros,
tantos amigos, se terminaron allí, en ese “gran desafío”. Tal vez empezaba allí para él, sin
presentarlo, otra etapa del gran desafío de la vida.
PD: El linyera apareció un día llorando de nostalgia frente a esa escuelita de estilo
colonial.
223
Vacaciones. Palabra con un doble significado para el chico que era el linyera en ese
tiempo. El más obvio era el de no tener que ir a clase. Algo importante. Bastante grato.
Aunque después extrañaba un poco. La rutina escolar no era demasiado pesada para él
y tenía también sus momentos agradables. A veces, alguna explicación interesante en clase.
Alguna travesura compartida con otros compañeros. ¡Vaya uno a saber! ¡Habría tantas
anécdotas! En fin, vacaciones significaban estar un poco lejos de todo eso. Y pensar en qué
ocupar el tiempo. Sobre todo, leer. Más que ninguna otra cosa. Leer mucho. Aventuras. Piratas.
El Tesoro de la Juventud.
Pero no es con esas vacaciones con las que va aquí a vincularse el linyera. ¿Por qué?
Porque ahora se ubica en enero de 1942. Pocos meses antes había entrado de “pupilo” (así se
decía) en un colegio de las afueras de Buenos Aires (entonces una zona bastante poética y
hasta con un cierto aire rural). Era una sección especial en ese gran colegio que se llamaba
internamente “aspirantado”. El centenar de chicos allí “seleccionados” (¿”elegidos por Dios”?)
se suponía que algún día querían pertenecer al clero, dentro de la institución religiosa que era
dueña y administradora del colegio. Todo a nivel de escuela primaria. Cuando uno es más
permeable que una esponja a todas las presiones mentales. Menos mal que, a veces, queda,
muy escondida, una chispita de libre albedrío, que algún día puede generar una fogata de
autodeterminación.
Pero no es un análisis de esos años lo que aquí le interesa contar del linyera. El foco de
esta pequeña historia es otro. Era el mes de enero. Por primera vez en la vida iba a tener unas
vacaciones distintas. Un nuevo sentido, para él, de esa palabra.
- Como todos los años, los “aspirantes”, merecen pasar un mes de vacaciones, decía el
cura director del instituto, al centenar y pico de chicos (de 4º a 6º grados) reunidos
para escuchar su palabra en uno de los espaciosos corredores.
- ¡Qué bueno! pensó el linyera: Voy a pasar enero en Buenos Aires con mis abuelos, mis
tías y mi hermana menor.
- Este año, continuó el director, (cuya majestuosa figura de abad medieval la describió
magistralmente David Viñas en un libro de recuerdos de otra sección de ese mismo
colegio (*) que era escuchado como una voz del cielo, lamentablemente no
conseguimos que el Ministro de Marina nos facilite un remolcador para ir a Uruguay
como el año pasado. Pero Dios no nos abandona. Acabamos de adquirir una hermosa
propiedad, rodeada de pinos, en las sierras de Tandil. De modo que dentro de unos días
salimos en tren para allá. Todos juntos. Sin volver a contaminarnos con los aires del
“mundo”.
- Un aplauso (¿espontáneo?) saludó esas palabras.
Una nueva experiencia, pensó el chico. ¿Serán realmente felices? A la vida de estudio
ya se había acostumbrado. Las prácticas religiosas, algunas al menos, le parecen interesantes,
con su música y su atmosfera fantástica. Pero lo que aquí llaman diversiones, no lee divierten
ni poco ni mucho. Son obligatorias y eso le parece terrible.
Vacaciones en esta nueva acepción. Todos juntos. “En patota”. Todo dirigido y
ordenado. Con muchos cantos. Una pequeña aventura desde Constitución a las serranías. Los
trenes andaban bastante bien entonces. ¡Tandil! A un camión (como soldados) y a la residencia
224
por un camino pedregoso y polvoriento. ¡El pinar! ¡Qué fragancia! Abajo. Acomodar todo. La
cena al aire libre. A descansar.
Aquí termina lo que fue nada más que una introducción, para marcar el escenario. Al
día siguiente, una mañana radiante. Antes de salir para una caminata “obligatoria”, estaba bajo
un corpulento pino. Mirando, respirando, haciéndose una sola cosa con los árboles, dejando
caer sobre él las gotas movedizas de sol filtradas sin demasiada generosidad... Solo... Lejos de
su familia... Todavía no tenía amigos allí... Los demás compañeros habían salido desbocados
cuesta abajo por el pinar por el solo deseo de retozar sin saber por qué... Solo... ¿Con sus
pensamientos? Más bien, con la cabeza vacía... Embriagado con el perfume de los pinos y
acariciado por alguna que otra de sus verdes agujas al caer suavemente desprendidas por la
brisa.
- Domínguez, .vos te llamas Domínguez, no?
- Sí. Si querés decime Carlos.
- Bueno. Carlos, yo soy Hugo... ¿Cómo estás?
Me encanta este lugar. Me quedaría aquí parado toda la vida. Así nomás, parado...
Te pide el Padre Jorge si podes acercarte. Tiene algo que decirte. Te acompaño. Esta
allí, detrás del chalet viejo.
- Vamos. .No sabes para que me llama?
- Tiene algo que decirte.
Caminaron unos pocos pasos. Unos metros sobre la blanda alfombra de arena y
agujitas de pino sobre el suelo. Sobre unas baldosas rojas después. Veinte o treinta metros. El
Padre Jorge sentado en una reposera, leyendo devotamente su breviario. Un hombre joven.
Amable. El linyera no lo había conocido antes. Lo habían designado, entre otros, para
acompañar a este centenar de “aspirantes” durante el mes de vacaciones en Tandil. Parecía
haber tomado el cargo con tranquilidad y sin preocuparse demasiado. Como si él mismo
necesitase descansar.
- ¿Vos sos Domínguez?
- Si, Padre.
- Vos viniste de un colegio de Buenos Aires.
- Si, en Almagro. ¿Lo conoce?
Por supuesto. Mirá, el director de allí, el Padre Clemente, me pidió por teléfono que te
transmitiese una noticia.
- Usted dirá.
- Humberto...
Si, el maestro Humberto, mi maestro de 6º grado. El único maestro varón que tuve en
toda la escuela primaria. Todas las demás fueron señoras. ¡Como siempre me
impresiono!
- Bueno...
- ¿Va a venir?
- No...
- ¿Me manda saludos?
225
El linyera no lloró. El impacto era demasiado fuerte para las lágrimas. ¿Rezar? Se fue a
caminar bajo los pinos ida y vuelta, ida y vuelta.... Pero ya no sentía ni el perfume, ni la brisa ni
los tenues rayos del sol... Era como si su cabeza estuviese allí solo ella...
´Héctor había pasado a 6º grado. Pichín era un poco mayor. Ya iba a empezar el
secundario. Pichín era muy alto. Jugaba al básquet, en Rácing. Era muy bueno para eso. No
mucho después fue campeón sudamericano y tapa de El Gráfico. Héctor había empezado a ir
por las tardes a jugar al fútbol a un colegio en Almagro, que todas las tardes de vacaciones
abría sus puertas y ofrecía su gran patio a todos los pibes que quisieran ir a jugar. A esa
actividad la llamaban “oratorio”.
La abuela y las tías del linyera, contentas de que tuviese alguna actividad y no se
pasase todo el día leyendo. Al día siguiente, con diez centavos, el tranvia “2” los llevó por
Rivadavia, desde el 8200 al 4000. Dos cuadras, y a iniciar esa nueva aventura. Un patio muy
grande. De baldosas algo gastadas. Raspaban las zapatillas. Decenas de chicos, todos varones,
por supuesto, jugando varios partidos de fútbol entrecruzados. Cada grupo seguía su pelota.
Pelotas de goma. Arcos improvisados entre columnas. La altura se calculaba a ojo. Había, más
allá, canchas de paleta. También, en otro sector, juegos como en un pequeño parque de
diversiones.
Esa primera tarde hicieron una recorrida de inspección. Un ala grande del edificio sobre
una de las calle laterales, en dos plantas, destinada al secundario. Con una prolongación por el
centro de la manzana hacia el interior de los patios. Otra ala, mayor aún sobre la avenida, en
construcción. Las aulas destinadas a la escuela primaria eran, por entonces, precarias, muchas
con simples tabiques de madera. En otro sector, con salida a la calle de atrás, una capilla
bastante espaciosa. Y más, y más... Un monstruo enorme comparado con las escuelitas que el
linyera había conocido hasta entonces....
Segunda tarde, tercera... Juegos... Algunas charlas... Algunos amigos... A cierta hora se
tocaba una campaña para dar por terminados los juegos e invitar a los chicos a retirarse hasta
el día siguiente. Los que ya conocían el sistema se retiraban, sin ningún problema, unos
minutos antes, porque inmediatamente antes de salir se los invitaba a pasar a la capilla. Eso
probablemente justificaba el nombre de “oratorio” porque, a la verdad, la actividad más
evidente y extensa en ese lugar era la de jugar con libertad en un amplio horario vespertino.
Muchos no querían ir a la capilla y se iban antes. Más por curiosidad (estaba en una etapa
226
exploratoria) que por devoción, el linyera se puso en la cola de los que se quedaron y entraron
a la capilla. Una breve oración, unos buenos consejos, ensayo de algunos cantos (religiosos y
profanos), el tranvía y a la casa. Pensando en volver a la tarde siguiente. Sin sospechar que una
parte de su futuro había quedado allí jugado.
A la vuelta siempre tenía que discutir con el guarda que no le creía que había viajado a
la mañana antes de la 7 y lo acusaba de haber robado el boleto con la vuelta o haberlo
encontrado por ahí. Fue todo solo por unos meses. ¿Por qué? Ya lo van a contar.
Antes tiene que pasar revista a otros dos detalles. Por qué había empezado el linyera o
a ir a ese colegio y por qué a los pocos días ya concurría a 6º grado en lugar de 5º.
Habían seguido asistiendo al “oratorio” con Héctor. Pichín ya los había dejado para
dedicarse plenamente al básquet. Los padres de Héctor habían decidido que el “gordito” se
anotara para hacer 6º grado en ese colegio. Por otra parte, la familia del linyera no había
pensado en eso. Por dos razones. La primera, porque estaban contentos con la escuela oficial.
La segunda, porque una mensualidad de cinco pesos era mucho para ellos.
¿Entonces? Había sucedido algo ni previsto ni deseado. Hacia el fin de las vacaciones.
En el “oratorio” todos los chicos se divertían con absoluta libertad y casi sin control de
ningún tipo. Todo parecía desarrollarse normalmente. Los más nuevos se iban adaptando al
comportamiento de los más experimentados y todo parecía funcionar en paz y alegría. Una
tarde, hacia el fin de las vacaciones, acertó a pasar por un costado del patio central, junto a la
pared de una de las galerías, un “padrecito” muy joven. Lo vio al linyera parado junto a una de
las gruesas columnas de hierro, descansando momentáneamente en el transcurso de un
partido de fútbol. No sabemos si lo habría tenido fichado de antes o fue pura casualidad. Le
pidió que lo acompañara a su oficina.
Algunos días por semana, en un rincón del patio, hacia otra de las calles que marcaban
la manzana en la que estaba encerrado el colegio, comenzó el linyera a observar algunas
actividades extrañas. Ejercicios de formación. Gimnasia. Saltos. Trabajos con cañas y cuerdas,
construyendo escalas. Repiques de tambor. Instrumentos de viento haciéndose oír en todo el
ámbito de la manzana. Algunos probándose uniformes de tipo militar...
Los chicos parecían muy felices. Alguien se le acercó y le dio explicaciones. Eran los
Exploradores. Desarrollaban diversas actividades encuadradas en distintos grupos.
Pero era para empezar. Marchas y más marchas. Firme. Saludo. Tacos. Cuerpo a tierra.
Trote. Flexiones. Se alistó. Fue una prueba. Participó en un par de desfiles y hasta en un
campamento.
Satisfacción relativa. ¿Por qué? Tal vez escasa capacidad para actividades físicas y
deportivas. Pocos nuevos amigos. Sensación de no ser tenido en cuenta por los jefes. La
organización jerárquica era predominante sobre el compañerismo. Todos se creían
importantes. También se reunían en un salón para ensayar algunos cantos:
Una vieja y otra vieja,
y otra vieja ya son tres...
¡Qué embromar con tantas viejas!
¡Que se mueran de una vez!
Al linyera le cayó mal, porque adoraba a su abuela. Pero, si bien por unos cortos meses,
le sirvió de distracción. Las vacaciones se iban pasando.
228
El diálogo con el padrecito había quedado interrumpido. Por unas pocas semanas. Se
había ido por quince días a visitar a su familia en Entre Ríos. Pedro casi se había olvidado de
aquella charla. Pero una tarde hacia fines del verano:
- Hola, Carlos, ¿cómo estás?
- Bien .y usted?
- Tenemos que seguir la charla aquella.
- Es cierto. Usted estuvo de viaje.
- Me estabas mostrando tu mano.
- Y usted estaba tratando de leer...
Veamos qué me dicen ahora tus líneas. .¿No te gustaría ser sacerdote? Como uno de
nosotros…
- En mi parroquia conozco uno muy bueno, el Padre Leopoldo.
- ¡Ah!
- Es misionero, del Verbo Divino. Es de Austria.
- ¿Te gustaría ser misionero?
- Las aventuras me gustan... Africa, India, China...
- Nosotros somos salesianos...
- Y. Que hacen?
De todo un poco. Tenemos colegios, tenemos misiones. Podes estudiar cualquier
carrera. Por ejemplo, uno de los padres de acá es ingeniero agrónomo.
- Tendría que pensarlo... Todavía no pienso en el futuro más allá de este año en 5º
grado...
15 de marzo de 1941.Lo anotaron por fin en el colegio. Iba a ir a 5º grado. Todo nuevo.
Una fila larga, larga. Como cincuenta chicos. El linyera no es demasiado alto pero estaba de la
mitad para atrás. Pasaron al aula. Un salón antiguo y feo. Poco aire y poca luz. Se sentaron. Un
poco apretados. Habla el maestro.
- Buenos días. Somos realmente muchos. El colegio tenia abierto un solo 6o grado, pero
decidió abrir otro. Ahora, antes de empezar con lo nuestro, va a venir el maestro de ese
nuevo 6º grado y les va a dar una pequeña prueba.
- Tomen una hoja. En una hora van a escribir lo que sientan y lo mejor que puedan. Con
claridad y sin faltas de ortografía. Tienen una hora. Composición. Tema “el árbol.
Trabajen.
Empezó, filosóficamente. “De una simple semilla...”. El maestro paseaba su vista sobre
nosotros. ¡Esos ojos! Parecían hablar. Ni una palabra. Pasó la hora.
- Bueno, entreguen. Salgan a recreo. Los espero la hora que viene.
- .......................................................................
- ¿Descansaron un poco? Ahora, algo de números. Les pongo cuatro cuentas en el
pizarrón y les dicto tres problemas. Voy a estar muy atento para que cada uno trabaje
sin mirar al vecino.
Otra hora de concentración. Números y más números. Sin nervios. El linyera no tenía
nada que perder en ese nuevo colegio. Una cuenta. Otra. Otra más. Y fueron las cuatro. Un
problema. Otro. Otro más. Listo. Entregó. Se miró con el maestro y le permitió salir al patio.
Al día siguiente. De nuevo se presenta el maestro de 6º, con ese gesto de siempre, casi
solemne.
- Aquí tengo la lista de los que hemos seleccionado como candidatos para pasar al
nuevo 6o grado. Ahora hay quince en la lista. Pero deben quedar solamente diez.
Pasaron a otro salón y se reunieron para una entrevista oral en conjunto. Pasaron los
preseleccionados a la otra aula y allí se reunieron con el maestro. Pregunta va, pregunta viene.
Estuvieron un buen rato. Sin temor. El ambiente creado por ese maestro era de una extraña
serenidad.
12 de abril. Salen a recreo. Por algún detalle que no recuerda el linyera se retrasó y
salía último. El maestro lo detiene en la puerta y
- Domínguez, ¿cómo te sentís en 6º grado?
- Bien.
- Vos no hiciste 5º.
- No.
- Parece que lo hubieras hecho.
- A la verdad, no tengo ningún problema.
- Tenés muy buena memoria. Ya aprendiste todas las palabras de la Misa en latín.
- Me suena agradable y fácil.
- ¿Sabes qué fue lo que me decidió a hacerte pasar a 6o?
- No.
- Vos no habías estado en este colegio. Nadie te conocía. No tenías antecedentes.
- Por supuesto.
230
- Los trabajos escritos estaban bien. Pero no fueron decisivos. Lo decisivo fue la reunión
oral.
- No hable mucho.
- Pero te mire a los ojos.
- Es cierto. Nos miramos, no sé por qué, en una forma especial, muy penetrante.
- Yo leí enseguida en tus ojos que entendías todo y muy rápido. Veo que no me
equivoque. Seguí estudiando.
Alrededor del linyera estaban los mejores futbolistas del curso. Le acababan de ganar a
6º B. 3 a 1.
El linyera siempre había sido malísimo, pero ese día, de casualidad, había encontrado la
pelota junto a su píe derecho cerca del arco y había marcado el gol del empate, que empezó a
dar vuelta el partido.
El día anterior, por pura diversión, el linyera había tomado una hoja del cuaderno que
tenían con un rayado especial para hacer caligrafía y se había entretenido en escribir, con letra
caligráfica pero con lápiz, lo siguiente, en renglones sucesivos.
Hugo P. es germanófilo.
José L. es un pagaron.
Los dos eran amigos suyos. El linyera simplemente quería decir que José L. no se metía
a opinar sobre la guerra. El papelito solo lo habían visto los cuatro o cinco vecinos de banco.
No pasó nada. El maestro se entretuvo unos minutos, después de la clase, a charlar con
el linyera. Ningún reproche. Solo buenos consejos. Pero cree el linyera que desde ese día José
no lo miró como antes.
A veces hay casualidades. A veces las casualidades parecen haber sido fruto de una
cuidadosa programación. Personalmente el linyera nunca ha sido cuidadoso en guardar
fotografías. Los recuerdos agradables los guarda mejor en el cerebro y el corazón. Son sus
mejores álbumes.
Sin embargo, algunas fotografías, sobre todo si son de antigua data, golpean a veces a
la puerta de sus cofres de recuerdos. De todos los años de su época de estudios no le ha
quedado casi ninguna de esas fotos que solían sacarse hacia el fin de los cursos, con el
conjunto de los compañeros.
Vale decir “casi ninguna”, porque, a la verdad, hay una que sobrevivió, no se sabe cómo
ni por qué. Alguien se la dio no hace mucho y aparentemente es la única de ese tipo. 6º grado
A. 1941. Allí está el linyera con sus compañeros de entonces. Después de casi setenta años no
se ha vuelto a encontrar con ninguno. Pero la imagen de ese maestro bueno, sentado allí frente
al grado, como un guía seguro, lo acompañó y lo acompaña siempre. Poco recuerda de sus
palabras.
Apenas algo más de las que se ha citado en este pequeño relato. Pero su figura ha
permanecido indeleble en sus ojos y en su alma. Él fue su “maestro”, con todo lo que eso
puede significar. En su actitud. Aunque quizás con palabras poco o nada le haya enseñado.
¿Para qué palabras? Le queda su imagen. Casi nada más que su imagen. Un señor adusto,
bondadoso, de mirada penetrante, seguro, en actitud permanente de dar algo. Su único
maestro varón en esa primaria suya tan irregular. Humberto
___________________________________________________
PD: Volviendo, solo mentalmente, a aquella esquina del barrio de Almagro, el linyera,
hace poco, contó que se le echaba encima una bandada de pájaros muy alegres.
232
Fruición
(primera experiencia docente)
- ¡Uno más! Faltan...
- 23 de agosto.
- Queda un montón.
- ¡Con qué fruición los arrancáis!
- Y con esperanza.
- La fruición es evidente.
Un cura español, que estaba de visita en ese pupilaje rural miraba cómo el linyera
arrancaba una hojita con el número 22 del calendario, para tirarla con cierta furia, convertida
en un pequeño bollo, al cesto de los papeles que estaba en el rincón. Tal vez la habría arrojado
con más gusto al inodoro. Era un almanaque grande. De los antiguos. Con un cartón que
mostraba una imagen de la Virgen de Luján. Nada apropiado para la gomería del pueblo
cercano. Pero sí muy apropiado para un colegio religioso rural donde había que contener todo
el año (incluidos los fines de semana) a chicos y muchachos con los más diversos problemas
familiares. Unos pocos, solo unos pocos, estaban allí por vocación de aprendizaje de
actividades rurales, como cría de aves y conejos, apicultura, horticultura, industria lechera,
cultivo de frutales, etc... Se estudiaba medio día y se trabajaba, en el otro medio día, dividido
en cuadrillas para contribuir al propio sostenimiento, dado que no todos podían pagar la no
muy elevada cuota mensual asignada.
¿Qué hacía el linyera en ese lugar? No lo sabía demasiado. Todo era confusión para él
en ese momento. Para él y para el país. Eran los primeros tiempos de Perón. Tan lleno de
esperanzado fanatismo para muchos, como de pavoroso temor para otros.
El linyera acababa de perder a su padre tras haber quedado huérfano de madre años
atrás. Necesitaba encarar algo en la vida. ¿Qué? Había solicitado el ingreso a una institución
religiosa docente. ¿Verdadera vocación? No. ¿Una fuga inconsciente hacia ninguna parte? Tal
vez. Es lo más probable. A manera de prueba lo mandaron como docente y celador a ese lugar.
Además era “capataz” de una cuadrilla de chicos (por supuesto, nada profesionales) destinada
al mantenimiento de los caminos internos del parque que rodeaba a la escuela.
El linyera era todavía menor de edad. No era maestro recibido. Apenas tenía cumplido
el Ciclo Básico. Tenía que orientarse en todo por su olfato y la necesidad de sobrevivir.
Situación humillante. ¿Por qué aceptó? ¿No era libre? Creyó que no había otra opción
en su vida en ese momento, dadas las circunstancias.
El ambiente era pesado. La atmósfera densa, espesa, irrespirable. Fétida. Al menos, para
él. Chicos indisciplinados, que solo se portaban bien cuando querían. El linyera había recibido
órdenes estrictas y amenazantes del director de que todo alumno que en el patio se
encontrase apoyado a una pared debía ser inmediatamente obligado a moverse: o caminar o
jugar. Se jugaba en ese gran patio de baldosas rojas y grises con una especie de tejos pesados
de goma, porque las pelotas podían tomar altura y romper los vidrios de las puertas.
El muchacho movió su brazo derecho y llevó la mano al mango de un facón que tenía
cruzado en su espalda, sujeto en la faja que sostenía sus bombachas batarazas de campo.
- Bueno, ya que lo pide de buenas maneras, me voy a caminar un rato. Usted me da
lástima.
Pasó un rato. Era la tardecita. El linyera no podía sacar de sus ojos la escena del joven
llevando la mano al mango del facón. Se retiró a su lugar de estudio, una sala común con los
estudiantes. Al pasar frente al calendario colgado en la pared del frente, junto a la puerta., echó
una mirada: El taco decía 3 de marzo.
- - ¡No! ¡Hoy ya es cuatro! ¡Falta un montón!
Arrancó el número 3 con una mezcla de rabia y fruición. Terror por todo lo que faltaba
y placer porque ya quedaba un día menos.
- Ustedes son unos irresponsables. Todos. Unos verdaderos idiotas. Los alumnos y los
encargados de la disciplina. Ya conocen las instrucciones que tengo impartidas. La
prohibición absoluta de jugar con pelotas en este patio interior. Ya lo saben Y lo saben
bien. ¿Por qué no cumplen? ¿Por qué no hacen cumplir? ¿Son realmente estúpidos?...
Esto decía el director de la escuela subido en un pequeño pedestal al pie del mástil
ante toda la escuela en formación con sus maestros y celadores al frente. Sus palabras
furibundas eran acompañadas por dos gestos significativos. En su mano izquierda alzaba una
pequeña pelota negra de las que se usan para jugar al frontón y con la derecha agitaba con
irritación un látigo largo de los que usaba a menudo subido a una pesada chata tirada por ocho
caballos. Su mirada era de fuego. Su voz, temblorosa por el furor. Para el linyera esa era una
escena digna de un manicomio. ¡Ponerse así por culpa de una inocente pelotita! Un cura. Un
educador que preconizaba el amor a los niños. El linyera no entendía nada. El encargado
general de la disciplina, disimuladamente se le acercó y le susurró al oído:
- Está loco. No te asustes. Aguanta.
- ¡Vaya espectáculo en mis primeros días en la escuela!
El hombre del látigo se retiró a pasos apresurados hacia los corrales haciéndolo
chasquear. Todo volvió a la normalidad. Al linyera le dio la impresión de que tanto educadores
como alumnos tomaban ese exabrupto casi demoníaco como algo natural.
Cada grupo de alumnos se dirigió a sus respectivas tareas con sus encargados. Algunos,
a las aulas.
El linyera pasó de nuevo frente al calendario. El número esta vez era 27. Todavía de
marzo. Un bollito entre sus manos y la fruición de arrojarlo al cesto. Pero la espera se hacía
larga.
234
Pasaron unos días, unas semanas, unos meses. Mientras recortaba con una azada los
bordes de un canterito del jardín en el frente de la escuela al par que vigilaba para que los
chicos de la cuadrilla a su cargo no se tiraran entre sí demasiadas piedras, el linyera pensaba y
pensaba y no dejaba de pensar:
- ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Es un sueño? ¿Una pesadilla? ¿Porque estoy
condenado a estos trabajos forzados? ¿Por qué no huyo de esta prisión? ¿Quién me
metió en esto? Y si me voy, ¿adonde? ¿A hacer qué? Todavía faltan dos meses. ¿Y
después? Vine aquí por falta de otros horizontes. ¿Los tengo ahora? Menos todavía.
Pero aquí es imposible seguir. No estoy capacitado para hacer nada de lo que aquí se
me exige: ensenar, cuidar caminos, cultivar flores, mantener la disciplina ante un
centenar de chicos imposibles... No estoy capacitado y odio hacer todo esto por
obligación, una obligación que yo mismo acepté al venir aquí. ¿Podré llegar hasta fin
de año? Todo esto, por casa, ropa y comida. .y un futuro inciertamente buscado.
¿Querido? Aceptado por el terrible orgullo de no volver a mi casa de donde me fui
creyendo ser grande y capaz de valerme... y seguir lo que consideraba una especie de
vocación de servicio.
Llegó la hora. ¡A guardar las herramientas! La rutina diaria de la higiene después del
trabajo y a la sala de estudio a preparar las lecciones para el día siguiente. El linyera pasó
frente al almanaque y arrancó, con la acostumbrada fruición la hoja correspondiente al 10 de
octubre. ¡Falta poco!
- Chicos, dijo el hombre del látigo ante la formación, pero sin aspecto amenazante, estas
últimas semanas se han portado bien. No vi ninguna pelotita dando vueltas por el
patio de baldosas. Mañana vamos a ir de paseo general a la estancia de Don Fermín,
que nos va a regalar un asado. Los mayores irán caminando en sus respectivos grupos,
y los más chicos utilizaran los carruajes que tenemos disponibles.
Aplauso general. A las clases, a los trabajos, y a esperar el día siguiente. El día llegó, una
mañana brillante de noviembre con todos los atractivos del campo de más de medio siglo
atrás. Al linyera le tocó ubicarse en la volanta con un grupo de chicos del quinto grado. Una
hora de viaje disfrutando del aire fresco de la mañana, Todo era alegría. Charlas, cantos, risas,
juegos, expectativas de un gran día.
- ¿Por qué?
- Se lo recomiendo.
- ¿En serio?
- Usted ayer le pego una cachetada a Z, ¡no es cierto?
235
Más tarde intervino el director, el hombre del rebenque, y la cosa no pasó a mayores.
Pero ese día, a la tarde, el linyera arrancó la hoja del 22 de noviembre con más fruición que
nunca.
20 de diciembre. Noche. Junto a la cama. Pedro prepara la valija con sus escasas
pertenencias. La pesadilla terminó. Por la tarde había arrancado la última hoja, para él, del
calendario de ese año. Era tan grande la fruición que experimentó en ese acto que ni siquiera
pensó en qué sería de él al día siguiente
_____________________________________________________________
P.D: Un amigo del linyera escribió un día, muchos años después, que lo encontró, ya
viejo, disfrutando mucho de su tarea docente en un nivel superior de la enseñanza. Lo alegraba
saber, que esa escuela, de tan cruel experiencia para él, tenía ahora mil facetas mucho más
luminosas.
236
Colofón musical
237
Vahos de tango
Buenos Aires, esa Buenos Aires siempre y solo romántica para el linyera. La única que
vieron sus ojos pardos, ingenuos y soñadores. Algunos la ven gigante, del primer mundo,
luminosa, imponente, feliz... Otros ojos, tal vez millones, la ven llena de baches, de ratas, de
cucarachas, de cartoneros.... El linyera también tiene otro par de ojos, más oscuros, ni tan
ingenuos ni tan soñadores, pero los mantiene instintivamente cerrados. Probablemente la que
ve el linyera no es la ciudad que ven casi todos. De otro modo no estarían las calles tan llenas
de gente ruidosamente enojada y protestando a los gritos y cacerolazos. ¿Cuál es la Buenos
Aires real? Si es que hay alguna Buenos Aires real, independiente de los ojos de quienes la
miran y de los corazones de quienes la sienten. Poco importa aquí. Para el linyera fue, es y será
“Buenos Aires la reina del Plata, Buenos Aires mi tierra querida...” La Buenos Aires de su
corazón, la que subrepticiamente le enseñó a amar el tango y todo lo que el tango encierra.
Así, subrepticiamente, se fue metiendo en su almita casi sin hacer ruido, sin despertar
sospechas, como para ir incubando una realidad que se manifestaría solo mucho después, ya
lejos de esa Buenos Aires que se le había acurrucado dentro para no salir nunca más. Fueron
pocos años, en una segunda niñez, pero se le metió adentro... Para siempre.
Esa mañana, en Buenos Aires, el linyera tenía un trámite entre manos y estaba
haciendo tiempo. Hacía mucho que no vivía en la ciudad. Pero a veces acudía por algún
trámite. Los trámites son largos y engorrosos. ¿Quién no lo sabe? Más por las esperas que por
los minutos que insumen en sí mismos. Allí se encontró. ¿Dónde? ¿Con quién? En un café
cerca de Constitución. Estaba en la mesa de al lado. En ese momento eran los dos únicos
parroquianos. Lo invitó a pasar a su mesa. Aceptó. Un viejo que rondaría los setenta años. Más
o menos como él. Sus ojos algo apagados por los años y, aparentemente, también por la
bebida.
- Las letras de los tangos, - comenzó diciendo, - tomadas en su conjunto, son algo así
como una epopeya colectiva.
Mucho antes de haber leído ese pensamiento de Borges, genial como gran parte de los
pensamientos que salían de su boca arrancados repentinamente por algún entrevistador
incisivo, el linyera eso ya lo daba por absolutamente cierto por experiencia propia.
Siguieron charlando. Largo rato. ¿De qué? De tangos. Nada más que de tangos. El
misterioso viejo del café, de mirada neblinosa, conocía todo sobre tangos. Letras, músicas,
vidas y vidurrias. Toda clase de percantas, papusas, brevas, paicas y grelas.
Tauras, malevos, cantores. El linyera ni siquiera era un aprendiz. Solo llevaba y lleva
unos cuantos acordes melodiosos que modula el bandoneón, más en el corazón que en la
cabeza... Eso sí, metidos en los rincones más recónditos de sus coronarias. Sentimiento puro.
Siguieron y siguieron la charla. Más de un par de horas. El tren había llegado temprano y hasta
que abrieran la oficina había tiempo. Charlaron como amigos de toda la vida. Hasta que el reloj
le marcó al linyera la hora de ir a entrevistarse con el gestor. Se dieron un abrazo. Fue
encuentro y despedida. Primer encuentro y despedida definitiva. Algo como el pasaje al lado
del linyera de un misterioso peregrino, un peregrino que le dejó olvidado un bolso lleno de
sueños muy extraños y vaporosos... Más y más monedas de oro para su cofre de sentimientos
imborrables atados a recuerdos igualmente imborrables.
Trámite cumplido, el linyera fue a Retiro a esperar el ómnibus. No iba a volver en tren,
por cuestión de horarios, a su lugar de residencia habitual. Faltaba un montón de minutos.
Otra espera. Le sobraba tiempo. ¿Caminar? No, otro café ¿Dónde? Lo mismo da. Cualquier
lugar era para él casi como Café La Humedad. No tan solitario. Pero esta vez, solo, solo consigo
mismo. Aislado del ruido y de todo. Solo entre una multitud bochinchera. Un inglés hubiera
238
Volvió a la carga sobre su cabeza la charla anterior con aquel viejo. Tangos, tangos,
tangos...y más tangos... siempre tangos... ¿Por qué? ¡Qué extraña obsesión!
Fue algo realmente misterioso, inescrutable. Difícil de contar con palabras. Para narrar
su propia epopeya con propiedad, alguien tendría que ser un músico inspirado y volcar esa
epopeya en una especie de ópera tanguera. Extrañamente José vivió su verdadera epopeya
tanguera de un modo muy íntimo y callado. . Si alguien escribiera el desarrollo de esa gesta a
través de una investigación seria y crítica, con un análisis interdisciplinario de pasos sucesivos
históricamente documentados, probablemente estaría escribiendo una narración muy
diferente de la que correspondió a la suya propia.
Ambas epopeyas tendrían mucho en común, pero en distintas dosis. El linyera tiene su
particular ADN de tango. Nadie lo veía ni era capaz de sentirlo. Solo él. Solo él.
En su caso, el mundo del tango lo afectó de una manera muy, pero muy especial. Solo
en lo hondo, en las mismas entrañas del ser. Tal vez todo pasó inadvertido en la superficie.
¿Cómo llegó a salir a la luz todo eso? ¿Cómo llegó a desentrañarse ese extrañísimo ovillo de su
vida íntima? Todo eso lo contó en una muy larga charla de café que hubo hace un par de años
en una ciudad algo lejana de Buenos Aires.
El viejo piano estaba allí. Mudo. Sobre su teclado habían pasado, según le habían
contado, los delicados dedos de su madre. Pero ya el piano esta mudo, sus agiles manos no
arrancan el tema del tango tristón... Hacía ya algunos años. Estaba abierto. También
desplegada una partitura. “Estudiantina”. El linyera lee la letra: “Te traigo en mi estudiantina
suave cadencia de mis amores...” Entendía poco, pero le parece algo novedoso y lindo.
Cadencia de amores. ¿Qué sería eso? Levanta esa partitura y encuentra otra. Lee. “Farolito.”
Farolito que alumbras apenas mi calle desierta. Cuantas veces te he visto llorando llamar a mi
puerta...” ¡Cuánto misterio! ¿Llorando de amor? ¿Un hombre por una mujer? Termina la
exploración. Llevaba solo dos o tres días en ese departamento. Todo era nuevo. Enciende una
vieja radio Un tango de Canaro. En un viejo almacén del Paseo Colon... La mente trabaja. Claro,
ahí nomás... Muy cerca Había paseado por ese lugar. No hacía mucho. En una de sus primeras
exploraciones urbanas, después de llegar desde el campo. Poco le costó llegarse en un salto
febril de la imaginación hasta ese almacén, sin dudas no tan grande como el negocio de ramos
generales en el campo donde se había quedado trabajando su padre... Este parecía ser pequeño,
oscuro, lleno de humo. No se ve casi nada, Todo es vaporoso. Como niebla espesa. Un olor
raro, indefinible. Olor a vino, a ginebra, a tabaco negro, a mugre, a sudor de hombres, a pis de
gatos, a madera vieja... Donde van los que tienen perdida la fe. Palabras raras. Nuevas para el
linyera. ¿La fe? ¿Qué era esa fe perdida? ¿Quiénes eran esos oscuros personajes que la habían
perdido y habían ido a sentarse en ese sucio rincón de la ciudad? ¿Qué tenía él que ver con
todo eso? Recién empezaba el camino de la vida. Como un linyera, sin lugar fijo. Si tenía, entre
tanto, una casa de familia donde estar ¿por qué fue a parar ahora a ese viejo almacén? Una
noche sentado un borracho encontré...El linyera no había probado el alcohol. ¿Cuáles serían sus
maravillosos efectos?
Mujer. ¡Qué extraña palabra! ¿Mujer? ¡Mujer! Mujer... Tenía el linyera alguna idea de lo
que son las mujeres. Pero lo que conocía no eran realmente mujeres, sino roles de mujeres.
Madre (apenas, casi nada, se le había ido muy temprano). Hermanas (algo más, pero las veía
más como iguales que como diferentes). Abuela (algo muy tierno y amable, que lo quiere y lo
cuida...) Tías (con sus respectivos papeles en la familia y para con sus sobrinos)... Pero mujer,
mujer...
Allí está. El linyera sentado solito ante la gran mesa del comedor (una sala muy poco
usada con ese fin, pues habitualmente se comía en la cocina), sentado y pensando y soñando
en compañía del borracho del viejo almacén del Paseo Colon....
La mesa es grande. De color oscuro. Casi negro. Cubierta con una carpeta de color
claro. Con bordados. No hay otra cosa en ella más que un centro de mesa. Una especie de
jofaina roja con un filete azul y bordes dorados. Sobre ella, como emergiendo de su fondo, una
suerte de pequeño monumento de cristal esmerilado. Algo así como una roca y sobre ella una
imponente Venus.
240
Estaba el linyera con los brazos cruzados apoyados sobre el borde de la mesa. La
mirada clavada en la figura del pequeño monumento. Sus pensamientos volaban entre el humo
espeso del viejo almacén. Estaba como embriagado en los vahos de un alcohol que nunca había
probado hasta entonces. Como aquel borracho sentado. ¿Soñando? Soñaba, sí, entre despierto
y dormido, transportado al Viejo almacén, no lejos del borracho sentado. La radio ya estaba
callada. Pero los acordes del tango habían quedado como impresos en sus oídos y seguían
girando allí como en la pasta de un disco, siempre iguales, siempre intensos, siempre vibrantes,
siempre nuevos, siempre los mismos... Y en el pecho...Late un corazón, déjalo latir...
Esa Venus... ¿Era Venus? ¡Vaya uno a saber! Pensándolo bien, pareciera que no.
¿Tenía los brazos completos...? No interesa. Eso era mujer. Naturalmente, lo que
estaba a la vista eran solo sus formas. Esas curvas impecables... El linyera no era capaz de
analizar. Ni de sentir la impresión especial de cada una de esas curvas sobre su piel. Eran frías.
Frías como el vidrio de esa Venus (El nombre le quedó). Lejanas. Perdidas en el humo y los
vapores del viejo almacén. El linyera todavía no había ido al catecismo y ninguna de esas
curvas tenía entonces nada de malo. Después algunas se hicieron pecaminosas. No había que
mirarlas, no había ni siquiera que verlas, ni imaginarlas, ni soñarlas... Por supuesto, mucho
menos tocarlas, sentirlas, vivirlas como propias.... Pero entonces, sin saber el porqué, eran muy
seductoras No podía el linyera apartar sus ojos de allí, entre los vahos del viejo almacén.
241
! Mi vieja pared!
En este caso la pared fui yo, decía un viejo cliente del café. . Una pared que trató de ser
no solo sensible sino también necesariamente aguda de entendimiento. El linyera me contó
cosas raras. Difíciles de entender para cualquiera. Llenas de metáforas. Plagadas de símbolos.
¿Qué querrá decir con esto?, me preguntaba yo mismo, mientras lo escuchaba atentamente,
sin perder palabra. Estábamos, como es lógico para este tipo de conversaciones, en un café
lleno de gente. Todos conversando. Cada uno en lo suyo. Un barullo infernal. Pero nuestro
chamuyo con el linyera era de tango, nada más que de tango. Él era como si quisiera contarme
un tramo importante de su vida. No podía. El tango se superponía a todo y ensordecía todo lo
demás. Fue un largo tiempo. A veces parecía interminable. A veces el deseo inconsciente lo
hacía cada vez más interminable. Insoportable. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? Tal vez para
siempre...
- Pero, hombre ¿dónde pasaste todo ese tiempo?
- ¿Quién lo sabe?
- ¿La cárcel? ¿Un campo de concentración? ¿Un monasterio cartujo? ¿Un hospital
psiquiátrico?
- Nada de todo eso. Y un poco de todo eso.
- Sos muy misterioso.
- La vida es un misterio.
- Seguro.
- Te lleva... Te lleva... Y vos vas...
- Pero algún lugar existió... Algún tiempo fue real...
- Tal vez... Es probable que si...
Pero nuestra vida, ese misterio que es la vida, tiene varias capas... Algunas las perciben
los sentidos. Otras se les escapan...Y el linyera le comenzó a contar que en esa capa profunda,
la única a la que él era capaz de referirse en ese momento, algo indefinible para él, continuó
viviendo como suspendido en el vaho tanguero de aquel viejo almacén del Paseo Colon... Es
como si las capas superficiales las quisiera olvidar, arrancar, borrar por completo. Tal vez nunca
en años y años logró salir de allí. El mundo corría a su alrededor. Las cosas resbalaban.
Como agua de lluvia. A veces, lluvia torrencial. O nieve. O granizo. No iba él por los
caminos. Los caminos se deslizaban bajo sus pies como cintas de un gimnasio.
- Pero en algún lugar estuviste...
- -Puede ser. No se puede no estar en algún lugar...
- Entonces, contame.
El lugar en donde está tu cuerpo no tiene importancia. Puede ser cualquiera. Puede
cambiar todos los días...
- Bueno, contame de alguno de esos días en algún lugar
- Lo que importa es donde está tu mente.
- Esto parece muy filosófico.
243
Es la realidad pura. Tampoco importa donde tu mente cree estar sino donde
verdaderamente está.
- ¿Y eso como se sabe?
-Es el gran problema...A veces alguien de afuera te puede ayudar... Yo no tuve a nadie...
.- Pero no, insistía, la mujer estaba allí. El borracho no la veía ni la sentía porque se lo
impedía el alcohol... Pero estaba allí... La veía yo. Si, una figura atractiva, casi irresistible para
mí. Quería volar hacia ella, pero se esfumaba siempre en el vapor denso del viejo almacén.
¿Sabes una cosa? Por más que en esos años de mi vida que te estoy contando mis
orejas de carne y cartílagos estaban lejos de toda música tanguera, sin embargo, no sé cómo ni
por donde aguaceros de tango se colaban hasta esas brumosas profundidades de mí ser. A
veces se descargaban como chaparrones violentos. Otras, como una llovizna suavecita. Gota a
gota
Entonces contó que esa mujer vaporosa y llena de misterio, muchísimas veces llegaba
arropada como traidora, malvada, engañadora, cruel, olvidadora, mentirosa, fingida, vengativa
y mil otras virtudes de la cursilería tanguera. Decía que eso siempre le había repugnado. Esas
mujeres le parecían interesantes pero no sentía una atracción particular. Cuando aparecía algo
de eso, los oídos se le cerraban y los ojos dejaban de ver a través de la espesura de la niebla.
Allí estaba como un pájaro sin luz. Tampoco eran recuerdos de una vida real jamás vivida. Era
algo como una curiosidad insaciable y no racional. Sentía, eso sí, un gran placer cuando la
mujer venía como milonguita, con pinta maleva, con ojos picarescos de pepermint, con boca
pecadora, como muñeca brava, colombina... pizpireta...
- Yo vivía como en una gayola. No era una verdadera gayola porque no tenía rejas de
hierro. Estaba engayolado por fuerza de un azar misterioso que, contra toda razón, no me
dejaba pensar... Allí estaba, preso, pero entre bandoneones que gemían, violines que lloraban y
contrabajos que roncaban. ! Qué se yo! Por momentos, más que una cárcel eso parecía un
cafetín, un cabaret, un bodegón, un bailongo, un cotorro...
Todos los que son borrachos
No es por el gusto de serlo.
Solo Dios conoce el alma
que palpita en cada ebrio.
Pensé que era lindo por ella morir.No valia la pena sin ella vivir.Naranjo en flor.Flor de
lino. Yuyo verde.El sol de tu hondo mirar hoy consigue turbar mi corazon.
En pleno sueño, una noche cualquiera, de la que no tiene exacta memoria, una de
Poco a poco y con el paso del tiempo el linyerahabía ido sufriendo una profunda
metamorfosis. O, por mejor decir, fue siendo gradualmente poseído por una feliz
metamorfosis. De un chico ingenuo, soñador y reservado, de apariencia formal, con facilidad
para los estudios que se le propusieran, se transformó, en lo que podría definirse como un
racionalista romántico. Un racionalismo que le dio la libertad de pensar sin ataduras
legendarias y un romanticismo encarnado en esos difusos vahos de tango que lo envolvieron
desde su infancia. Se atrevió a salir de la burbuja dorada pero ficticia que lo había tenido
prisionero.Cuando, en serio, conoció una mujer, bien pudo exclamar:Tu amor, pude decirle, se
funde en el misterio de un tango acariciante.
245
Capítulo IV
LAS VIÑETAS MARPLATENSES DEL LINYERA DE ALMA 2013
Rosalía de Castro
246
Palabras liminares
Este es un esbozo breve y difícil, porque no se trata de un “estudio” de cuya fuente uno
pueda y deba tomar distancia y referenciar (se) más o menos “objetivamente”.
Se trata del Linyera, al que conozco hace cuarenta años… cuando yo era uno de esos
muchachos que le hacían perder la paciencia, primero en Inglés, luego enLingüística en Letras, y
más tardetrabajamos juntos en alguna universidad…
Defender la vida del dolor es la empresa más ardua e imposible, pero nuestra
humanidad se decide en ello. Como todo texto intimista, este también está hecho de silencios
… esas noches estrelladas, a la vera del camino, junto a la bicicleta … vacío… en el sentido
hindú del término: sin el bien y sin el mal, siendo una serena exaltación: otras formas de
comprender y de ordenar el lenguaje, detrás de las metáforas que pueden ser perseverantes, un
diálogo fluido con la vida que nos somete a su incesante clamoreo, un puente con uno mismo,
una glosa de recuerdos que suelen llamar alma, unconteo infinito para volver a empezar, todo
esto lo he encontrando recorriendo las piedras miliares del caminante, del ciclista de fondo.
Gracias por callar tantas cosas y permitirnos poner parte de nuestra vida para
comprenderlo.
Claudio Calabrese
Zacatecas, México
247
Prologando
Antes de pasar al relato de las “andanzas” del “linyera de alma” para contar, en breves
“viñetas”, cómo se dejó llevar por manos invisibles durante las ya largas décadas de esa
segunda mitad de su vida en una ciudad en la que esas mismas manos lo instalaron sin
consulta previa y que finalmente se convirtió en realmente “suya”, me permito alguna
pequeña aclaración.
Estas “viñetas marplatenses” no son una galería de cuadros de una ciudad que el
linyera conoció en los años sesenta y que desde entonces tuvo un crecimiento prodigioso en
una multiplicidad de aspectos. Eso lo han descrito y analizado plumas más autorizadas y
atrayentes.
Tampoco se refieren a cosas, aunque fuesen pequeñas, que el linyera haya hecho
patrióticamente por la ciudad para tratar de hacerla “más feliz”. En eso, por cierto, está en
deuda.
Solo se intenta pintar, en toscas viñetas lo que esta ciudad hizo por él, remoldeando su
alma de una manera tal vez lenta pero continua y profunda. Un proceso al que el linyera se
prestó con docilidad. Como si la ciudad hubiese adivinado sus deseos más íntimos. Como si
hubiera sido hecha para él.
Solo se ha querido señalar de la manera más sencilla posible algunos de sus pasos en
ese proceso. Los que creyó decisivos en el andar más íntimo de su mente, pasos extrañamente
conectados con detalles externos que, indudablemente,podrían parecer banales.
Fue un lento y acompasado encuentro con el más profundo norte de su oculta brújula
más íntima tras una larga etapa pre-marplatense en una, al parecer inevadible, “prisión” de una
vida cautiva en una institución religiosa, a la que, por otra parte, el linyera de alma debe
reconocerle con profunda gratitud el haber recibido de ella una formación sólidamente
humanística yherramientas para una actividad docente que a la larga fue su medio de vida y su
integración a esta hoy muy suya ciudad de Mar del Plata.
No man´s land
Hubo un no fin y un no comienzo en la vida del linyera de alma. La suya es una sola
vida pero son dos vidas. En números podría fijarse este interregno aproximadamente en el
lustro medio de la década de los años sesenta del calendario y en el lustro final de la tercera
década de los años del linyera.
Sin la existencia de ese tramo indefinible las cosas hubiesen sido muy distintas para el
linyera de alma. ¿Cómo? Distintas.
Sin duda hay una vida del linyera hasta Mar del Plata y otra vida del linyera desde Mar
del Plata. No fue solo un cambio de lugar de residencia. Fue un cambio auténtico de aspectos
fundamentales de su personalidad con una continuidad vigorosa de su yo más íntimo e
instintivo.
Fue un proceso de unos cinco o seis años que si tuviera que tener una etiqueta esta
sería “incertidumbre”.
Eso sí, la brújula del instinto del linyera de alma pareció apuntar siempre en una misma
dirección.
Estas viñetas no son en lo más mínimo postales de Mar del Plata. Son simplemente un
pequeño álbum de fotografías íntimas de lo que el alma del linyera fue sintiendo en su ya larga
travesía por esta ciudad que imperceptiblemente se hizo suya.
249
No es una exageración que él la llame “mía” dado que en ella ha pasado o, por mejor
decir, vivido intensamente, las hasta ahora últimas décadas de su existencia. En números
porcentuales, en esta época tan afecta a las estadísticas, puede decir que lleva vividos en Mar
del Plata alrededor de un 60% de sus días totales. Sin embargo, le ha dedicado un mínimo de
los ya largos centenares de páginas, en papel y digitales, consagradas a narrar anécdotas,
muchas absolutamenteintrascendentes,de esa marcha. Lo cierto esqueestá tan inmerso en ese
60%,que no cuenta con la necesaria perspectiva para contemplarla con toda la nitidez y
delicadeza que requiere el objetivo para una auténtica fotografía verbal. Le es inmensamente
más fácil visualizar y describir escenarios más lejanos en el tiempoy menos prolongados en su
duración
Cediendo, hace un tiempo, con alguna resistencia, a una gentil invitación para decir
unas palabras en la reunión semanal del Rotary Club Puerto, tomó conciencia de que le debía a
Mar del Plata una mirada más profunda a su relación con ella.
Mar del Plata. ¿Vivirla?Sí, intensamente. ¿Describirla? ¿Cómo? El que esto escribe
eligió para sí, en sus escritos, el seudónimo de “linyera de alma”, vida íntima en errancia,
abierta a las sorpresas del destino. Una misteriosa brújula lo guió hasta estas tierras, lo llevó a
inesperadas decisiones, le buscó amigos y unamorduradero, le dioun hogar, le abrió caminos de
trabajo en la docencia, lo puso finalmenteen una silla de ruedas, y, ya en pleno otoño, le
entregóuna plumapara compartir pedazos de su alma con quienes lo rodean en el planeta.
El barrio San Cristóbal de su infancia en Buenos Aires, se reduce a tres escalones de una
casa de alto pintados por un rayito de sol“viejo barrio, perdoná si al evocarte...”
soñando en un futuro incierto entre una vaga atmósfera musical en la radio repitiendo “mama
eu quero la chupeta...” y cien y cien postales más.
Es un verdadero deber para el linyeravolver ahora sus ojos a Mar del Plata.
251
Bisagra
Mar del Plata fue una verdadera bisagra en la vida del “linyera de alma”. Una bisagra
que él estuvo muy lejos de buscar y menos aún de soñar. Pero que fue, fue. Fue como todo o
casi todo lo que le ocurrió hasta hoy al linyera. Producto de una misteriosa brújula, cuyo
control ciertamente él no ejerce.
Y, sin más, comienza a arrancar algunas páginas de su blog, referidas a Mar del Plata.
No, no las toma de su blog. Su blog consiste solamente en memorias de experiencias ya vividas
y pasadas por el filtro de los recuerdos y los sentimientos y ese misterioso filtro solo cobra
existencia con una separación más bien prolongada en tiempo y espacio. Esa imprescindible
distancia es la que le falta aquí al linyera para que se produzca en él ese arcano mecanismo
que genera auténticos recuerdos que puedan volcarse en formas expresivas concretas. ¿Qué
podrá decir sin haber logrado despegarse en la distancia?
252
Vislumbres sombríos
Todo lugar tiene su biografía.A veces está escrita. A veces está dibujada. A veces está
cantada. A veces es solo una tradición muy difusa en bocas y oídos. Pero hay también lugares,
que por una razón u otra, tienen algo más que una biografía. Tienen fama. ¿Quién puede tener
alguna duda de que Mar del Plata es un lugar famoso?En buena parte del mundo.
Incuestionablemente, en la Argentina.
Pero lo que por regla general le ocurre a casi todos, muchas veces no le ha ocurrido al
linyera.Ni en el orden de los pensamientos ni en el orden de los deseos.
Mar del Plata no fue una excepción y comenzó siendo para el linyera
253
Solo un nombre
Cree no mentir si dice que hasta que tuvo poco más de veinte años había oído ese
nombre “Mar del Plata” unas muy escasas veces. Menos que los dedos de una mano.
Hasta los ocho años no conocía nada más que su pueblo, El Triunfo, su cabecera de
partido, Lincoln y otras pequeñas poblaciones aledañas, además de Alta Gracia, donde pasó
largas temporadas por la afección pulmonar de su padre y, por consecuencia,la vecinaciudad de
Córdoba.Buenos Aires la conocía solo de nombre, si bien allí había sido bautizado,porque era
adonde llevaban las vías del tren. Mar del Plata, completamente fuera de su alcance mental.
De los ocho a los trece años vivió con sus abuelos y tías en Buenos Aires. ¿Mar del
Plata? Un nombre escuchado alguna que otra vez, al pasar, ocasionalmente, sin ocupar nuncael
centro de la escena. Con todo, vagamente, entre brumas, un nombre agradable, luminoso,
optimista, con brisas marinas y playas doradas que eran, entonces, para él, un misterio solo
entrevisto en las novelas. Un repiqueteo de algo alegre, feliz, con el brillo de la plata, de un mar
de plata…
Después transcurrieron sus años en la vida religiosa, sumergido en los estudios clásicos;
en su mente estaban más fulgurantes Atenas, Alejandría o Roma que una tal Mar del Plata,
oculta tras un telón de oscuro silencio
Sodoma
Tomó la Biblia. Abrió el libro del Génesis, cap. 19, versículos 24 y 25 y leyó:Entonces
Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los
cielos;y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas
ciudades, y el fruto de la tierra.
“Mar del Plata es Sodoma, una ciudad de pecado. No se les ocurra ir a ustedes. Dios los
castigaría severamente”.
El tema había surgido porque el día anterior un grupo de laicos que estaban pasando
unos días junto a los seminaristas, en un vetusto camión llamado el Eppur si muove, habían ido
de excursión desde Tandil a Mar del Plata. Aparentemente habían regresado muy contentos y
sin rastro alguno de maldición divina, pero les habían prohibido contar nada.
Enigma
Mar del Plata. El nombre, solo el nombre, quedó allí bien guardado, por el momento, en
el cofre de las palabras queridas y brillantes, pero, debe confesarlo el linyera, con un ligero
toque de intriga.
256
A la mañana siguiente, un caminar sin rumbo. Caminar y caminar. Gran partedel día. A
un lado y al otro. Descubrir una ciudad común, con algunos manchones muy pintorescos.
En síntesis: Fresco aire de mar. Mucho de entusiasmo juvenil. Mucho de un cierto aire
de superioridad. Nada, por lo menos a la vista,de aquellos negros pronósticos de corrupción y
perversión.
Una experiencia de dos días. Muy corta para conocer una ciudad que iba a ser su
“hogar” por el cincuenta por ciento y algo más de sus años de vida. De eso no tenía entonces el
linyera la menor sospecha. Fue solo un casual primer breve contacto físico para acentuar el
brillo intuitivo sugerido por un nombre y disipar toda sombra de maldiciones divinas.
Por razones que nunca aparecen como demasiado claras en las decisiones de las
autoridades religiosas, los invitaron un día gentilmente a los dos, recién recibidos, a pasar un
par de días en Mar del Plata. Era el corazón del invierno de 1963. Tal vez por esoconsideraban
que había menos peligro para la moral. Les dieron por destino de alojamiento el colegio de
dicha institución en la ciudad.
Dos días en una atmósfera distinta. Unos escasos flashes de un mundo exterior
predominantemente colorido y pujante. Unas pocas conversaciones con residentes casi se diría
que desbordantes de un optimismo rayano en lo ingenuo. Como si fuera la venta de una
imagen. Aunque en ese entonces nadie le habló al linyera de “la ciudad feliz”.
Regresó, sin pena ni gloria. Una ciudad pasó, en su mente, de ser solo un nombre, a ser
una realidad tangible, positiva, interesante, alegre, risueña, luminosa. Nada más. Ni la menor
sospecha ni el menor deseo de que se pudiera convertir en su morada permanente para toda
una segunda mitad de su vida. Que tampoco imaginaba tan larga…
257
¿Dónde estoy?
Pregunta repetida. Mil veces.Especialmente en momentos de confusión. “¿Dónde
estoy?” Mentalmente hablando. Nunca se había visto el linyera, en realidad, privado de un
conocimiento claro en cuanto a su entorno espacial físico.
Pero, aunque repetida mil veces, esa vez la pregunta retumbó como un trueno
aplastante. “¿Dónde estoy?” Sí, el cuerpo estaba allí, en Mar del Plata, no cabe duda. Pero ¿la
mente? ¿Por qué se negaba a estar allí? ¿O allá? ¿O en cualquier parte? No estaba en ninguna
parte. Estaba como desgranada, disuelta…
“Empezar una vida nueva. Nacer a un mundo nuevo. Es como haber caído en una isla
desierta. Sin voluntad de hacer algo. Sin voluntad de pensar. Sin voluntad de respirar. Sin
voluntad de vivir….”
Dos o tres días, con noches más largas que de costumbre, las vivió el recién llegado
como un auténtico zombi. Descerebrado.
Al linyera siempre le hubiera gustado ser no solo un ambulante sin rumbo sino un
cantautor, un verdadero juglar, para exteriorizar su interior en compañía de una guitarra.
Hubiese querido poder decir como Ángel Greco: “Saldrá el sentimiento criollo enancao al
pensamiento, en el flete de un lamento...”Eso no se dio ni ya se dará.
Alguien que con su voz, real o soñada, vino al rescate del linyera cuando se encontraba
hundido en algún pozo, siempre fue Carlos Gardel. Y lo sigue haciendo de vez en cuando.
Había sido un salto al vacío. Desesperado. Sin objetivos. Huir. ¿Hacia dónde? El vacío
fue pura niebla. Nada más que niebla. Todo peor.
“Volver...”
Aunque sea humilde, muy humilde, casi imperceptible. ¡Era una esperanza al fin!
¿Dónde? ¿Cuál?
La voz de Gardel fue un repentino rayo de luz. Una ventana se abrió en la cueva
tenebrosa... ¿Hacia dónde? Hacia cualquier parte... ¡Una ventana! ¡Increíble! ¡Todo parecía un
encierro tan hermético! Y fue la voz de Gardel la que consiguió abrirla.
El linyera decidió cerrar los ojos. Bien apretados. Cerrados para todo menos para sus
clases. Muchas horas. En el aula, antes y después. Consagración total. Inglés (con título
profesional); física y matemáticas (con un título habilitante temporario). Nada relativo a
religión.
Única meta: darle a sus alumnos todo lo que debía y podía darles, incluso un trato
amable (aunque a veces lo sacaban de las casillas).
Así pasó para el linyera casi un lustro que se atrevería a analizar dividiéndolo en tres
niveles:
A nivel subterráneo, una preparación no buscada pero muy sólida para una vida laboral
futura muy, muy larga, en el campo de la educación superior.
El contacto del linyera más numeroso con otros seres humanos. Al menos, más
desinhibidos. Los fue conociendo poco apoco. Probablemente él mismo había sido parecido a
ellosallá en su niñez ya algo lejana. Se fue como dejando asimilar de nuevo. Sus ojos habían
estado mirando a través de cristales preparados para deformar la realidad. Los ojos de los
alumnos le iban prestando ventanas abiertas a un mundo real.
Ese proceso fue muy intenso, aunque muy callado, sobre todo en el curso de su primer
año en esas circunstancias. Una transición mental muy profunda pero muy silenciosa, de un
paisaje sobrenatural cargado de interrogantes a un paisaje terreno sereno y tranquilo.
Es lo cierto que los ojos de los alumnos, si bien tal vez con intensidades menores,
siguieron siendo, en años posteriores, para el linyera, los visores nunca cerrados de una
realidad inagotable pero cada vez más familiar, especialmente cuando esos ojos empezaron
también a ser femeninos.
En pocos meses, apareció para el linyera un entorno digno de ser escenario de la más
brillante de las esperanzas.
Caminos, más caminos... Vueltas, más vueltas...Casi laberintos... Pero siempre, allá
lejos, muy indefinida, muy enterrada en el subconsciente, “una esperanza humilde”...
262
lu5dsi
Esa fue la característica de radioaficionado durante los aproximadamente tres años que
duró esa actividad para el linyera.
Una nueva ventana hacia ese mundo desconocido o conocido a través de filtros
deformantes.
Una vez más, esta actividad se le presentó al linyera sin haberla soñado y, menos aún,
buscado. Una relación ocasional con un ingeniero en comunicaciones y luego con un técnico
que transmitía carreras de TC.
Exámenes oficiales en Radio Costera para obtener la licencia. Todo OK para que el
linyera se asomase a la gran ventana del éter. Lo que hoy sería algo como facebook.
Relatar los centenares de contactos del linyera, la mayoría imprevistos, con otros
congéneres en distintos lugares del planeta es una tarea imposible y, probablemente, inútil.
Una gran ventana. Abierta de par en par. Por ella entraron en tropel incontables
misteriosos mensajes. Cifrados en códigos que el tiempo fue interpretando.
Fue por no más de tres años. Circunstancias cambiantes para el linyera en su lugar de
residencia y nuevas técnicas en el mundo de la radio que se iban haciendo inaccesibles para sus
recursos pusieron término a esa aventura del éter.
Tal vez el más intenso de los mensajes le llegó a través de los dedos de Delfi sobre un
teclado. Buscando un interlocutor en el espacio apareció alguienque, ciego él,se identificó con
los compases inconfundibles de su “Milonguita”...
¡Otra vez el tango! ¡Siempre el tango, saliendo al cruce! Y los compases del tango insistieron en
despertar ...”una esperanza humilde”...
263
Cinco años muy fecundos. Mejor, solo retazos de años. Girones de vida realarrancados
de alguna misteriosa atmósfera.
¿Mucho? ¿Poco? ¿Todo? Simplemente, libertad en dos ruedas. Aunque solo fueran
ratos, era una rara sensación de libertad, que parecía la máxima aspiración del linyera de alma.
264
Revelación inesperada
Paradójicamente, algunos, y muy importantes (para el linyera), de los pequeños hechos
que motivan estas “viñetas”le ocurrieron fuera de Mar del Plata e, incluso fuera de los límites
del partido de General Pueyrredón. Algunas de las largas excursiones en bicicleta fueron
pródigas en eventos que pueden llamarse intrascendentes pero que hicieron nido de manera
inamovible en la mente del linyera.
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Así cantaba el linyera de chico en las fiestas escolares.
Tanto lo repitió que el desgaste producido por el tiempo y el uso (o el abuso) ha ido borrando
el sentido profundo de esa palabra. Hoy está casi eliminado, o totalmente eliminado en la
mente del linyera el sentido más racional de la palabra. Pero no ese sentimiento inefable que
está, por el contrario, arraigado cada vez más hondamente. ¡Libertad! Esa libertad que había
soñado alguna vez a los diez años cuando se sentía el “capitán pirata” de Espronceda, cantando
alegre en la popa “¿Qué es mi Dios? La libertad”.
Pero en el mundo de las palabras es otra cosa. Cuando le dicen “durazno” o “cacerola”
todo es muy claro. Podrá tener alguna duda en cuanto al color, al tamaño, al toque de sabor, al
punto de sazón, a la variedad de un durazno o a la forma y el material de una cacerola…Pero un
durazno es un durazno. Una cacerola es una cacerola. Lo mismo le pasa cuando le dicen “silla”
o “perro” o “nariz”. Cuando, en cambio, le hablan de “libertad” ya es algo distinto. Si le quieren
explicar lo que significa libertad, se acumulan palabras sobre palabras y se sigue estando en el
mismo mundo de abstracciones sobre abstracciones y, por lo tanto, convenciones sobre
convenciones. Cada uno entiende lo que quiere. Aparte de que en lo que se da en llamar
sistemas filosóficos es casi imposible encontrar coincidencias realmente profundas en la trama
de sus laberintos verbales.
“El hombre ha nacido libre”, había leído el linyeramuchos años atrás en el Contrato
Social. Él no lo sentía tan así. Tenía limitaciones artificiales por todos los costados. Para que
una palabra tan abstracta tenga sentido para él, necesita sentirla. No le basta con asociarla o
contextualizarla. Eso queda en ilusorios castillos verbales. Tiene que sentirla. Sí, sentirla.
Experimentarla. Y eso no puede proceder de un propósito o una intención. Eso, simplemente,
alguna vez puede darse porque sí. O nunca
Libertad en estado puro. Sin obligaciones a la vista. Lejos de los lugares habituales.
Avenida principal en San Bernardo. Media mañana. Verano. Discreta cantidad de gente. Aire
diáfano. Temperatura agradable. Sin recuerdos pesados. Sin proyectos inquietantes. Sin nube
alguna en el horizonte, ni climática ni cerebral. Tal vez no se dé esto demasiado a menudo.
Pero alguna vez se da. ¿Cuándo? Cuando uno menos lo espera. Si se planifica, no llega. Siempre
hay ataduras.
265
Andaban ese día, otro ciclistay el linyera, en sus bicicletas de carrera. Habían recorrido
largos y trabajosos kilómetros, en más de una jornada, durmiendo al aire libre, bajo las estrellas
y bajo las benévolas ramas de algún árbol generoso a la orilla del camino. A ser posible siempre
elegían caminos de tierra, para andar más tranquilos, sin más compañeros que el polvo y
algunos mosquitos. Al amigo del linyerale encantaban los caminos con numerosas curvas
porque, decía, se imaginaba estar recorriendo muslos de mujer.
Esa palabra, entonces nueva para el linyera, se le fue metiendo una y otra vez, mucho
más adentro a través de la pared de los órganos auditivos. Anduvieron, ida y vuelta, por las
mismas escasas cuadras, y siempre la misma música:
- -Hola.
- -Buenos días.
- -Soy el sargento de la seccional.
- -Mucho gusto, acá en Lavalle.
- -Sí, en General Lavalle. ¿Y usted qué hace acá? Sucio y con la bicicleta rota,
sentado en un cordón a la entrada del pueblo...
-Tuve un pequeño accidente. Venía en bici con tres amigos y una renoleta me
atropelló de atrás.
- -¿No se hizo nada?
- Rasguños. No venía fuerte. Me tocó justo la rueda trasera y salí volando sobre el
manubrio. Unos seis o siete metros. Cargamos la bici y el conductor me trajo hasta
acá. Fue a unos diez kilómetros en el camino desde Mar de Ajó. En un rato llegan mis
amigos.
- - ¿No quiere hacer la denuncia?
- -¿Para qué?
- -Y ¿qué andan haciendo por estos pagos?
- - De excursión. A lo pobre. ¿A propósito? Dígame donde hay una bicicletería.
- Necesito arreglar la rueda trasera. Mire como quedó.
- Más vale. Pero ¿cómo se le ocurre que va a encontrar una bicicletería en Lavalle. Nilo
piense. Bueno, lo dejo, sigo la recorrida. Que tenga suerte.
- -¿Y ahora?
- -Nos quedamos un rato aquí, en la plaza.Aunque no corre una gota de aire.
- El sol te mata.
- -Vamos a tomar algo fresco. Esperá un poco. Acá estamos bien, debajo del romo. El
césped está fresquito.
..............................
- -¿Qué hacés acá? Tirado como croto en la plaza principal...¡Vos son Carlos!
- -¡Enrique!
- -Hace unos años fuiste mi profesor de latín. Ahora estoy acá con mi familia.
- Mi papá es el jefe del correo local.
- -¿Sabés quién me puede arreglar la rueda de la bici?
- -Por supuesto. Hay una sola persona en Lavalle. El Mono Quiroga.
- -Dale. ¿Dónde vive?
- -¡Qué sé yo!
- -Sonamos.
267
-Hoy es jueves. Hay reunión del Concejo Deliberante. El Mono viene a barrer un poco
el salón y a ventilar un rato antes. A las tres va estar entrando.
- Viene en bici. No te podés confundir.
............
- -Hola. ¿Vos sos el Mono?
- -Para servirlo.
- -Mirá.
- - Una pavada. En una tarde te la dejo nueva.
- - ¿Y? Tengo poca plata.
-Me das lo que tengas. Me llevo la bici. Esperame acá en la plaza a la tardecita y te
traigo la rueda impecable.
............
A la noche, gran asado gran en la casa del jefe del correo. Un sueñito a la orilla del
canal. A la aurora, a buscar en el misterio de la tradición la tumba de la pulpera de
Santa Lucía:
“La llevó un payador de Lavalle
cuando el año cuarenta corría...”
- Ya estábamos por el sesenta y pico y más de un siglo después...
- ............
- Revelación indeleble: la vida te lleva adonde quiere...dejate llevar...
268
Ojos y anteojos
Una sola viñeta intentará aquí cubrir un aspecto que se puede decir quefue la
atmósfera que respiró el linyera e n sus primeros cinco años marplatenses. Tarea difícil. Ya no
se trata de una simple anécdota. Es una síntesis. Y toda síntesis a veces deja afuera algo más
importante de lo que encierra.
Llegó el linyera a Mar del Plata. No fue su elección. Lo trajo el destino. Un mundo
desconocido para él. Un mundo inmenso era esa ciudad en pleno período de auge. Dentro de
ella, un mundo muy pequeño de un colegio religioso donde debió convivir con una pequeña
comunidad y donde debió cumplir casi excesivas, para él, tareas docentes.
Tal vez el linyera de alma nunca vio la realidad con los ojos desnudos. Siempre parece
haberse interpuesto entre su mente y la realidad algún tipo de lentes.
En esta viñeta, algo íntima, va a intentar el linyera describir tres clases de anteojos que
pareció tener para ver (voluntaria o involuntariamente) la realidad dentro de tres círculos
concéntricos de su mundo envolvente:
2. El círculo de sus alumnos. Muy numerosos. Inglés más otras asignaturas. Todas
estrictamente profanas. Anteojos para el linyera de un verde optimista.
Dedicación total. Personalizada en la medida de lo posible para un número
inabarcable. Esfuerzo. Cariño sincero. Intercambio. Adaptación. Búsqueda de
caminos. Máximo espacio en la mente del linyera: preparación de clases,
actuación, arrastre imaginativo...
1850 noches...
Es, aproximadamente, el número de noches de esos primeros cinco años en Mar del
Plata. Años sintetizables en una sola palabra: INCERTIDUMBRE.
Los días los transcurría el linyera sumergido en sus tareas docentes. No había tiempo
para pensar ni sentir. Existía solo para los demás.
Las excepciones, a descontar, eran los minutos casi diarios de salidas en bicicleta a la
tardecita, solo o en grupo con algunos alumnos mayores, algunos albañiles que terminaban sus
tareas y, a veces, algunos profesionales del pedal que salían a entrenarse. Tampoco allí el
cerebro del linyera trabajaba con tortuosas reflexiones. Todo era un espontáneo dejar entrar la
vida de afuera a mezclarse un poco con la de adentro.
Y ¿las noches rutinarias? ¿Esas mil y una noches que fueron solo del linyera, a solas
consigo mismo,sin aire fresco para respirar, sin estrellas con quienesconfidenciarse...?
Noches largas y cortas a la vez. Demasiado largas para los interminables desfiles de
memorias pasadas, presentes y futuras, en una mezcla bullente, indefinida, irreal, preñada de
misterios... Demasiado cortas para seguir, seguir y seguir...
Una vieja radio por única compañía, sin parar,con antiguas y nuevas melodías que se
entrelazaban con las más extravagantes visiones oníricas.A veces se acoplaban un calentador,
una pava y un mate...y sueños, muchos sueños cargados de incertidumbre....
Los días no valía la pena contarlos...volaban como pájaros sin siquiera dejar sentir su
aleteo...Las noches...una...dos...cinco...ciento tres...mil y...
Mi barrio reo
Sentirse viejo. Y de golpe. Extraña sensación. Una vida que casi se fue. ¿Queda algo
todavía? ¿Para qué?
Una de aquellas noches. Y otra vez el tango. Siempre el tango. En el momento preciso.
En el instante en que la brújula loca que guía los pasos del linyera de alma debe señalar un
nuevo rumbo.
Varias décadas atrás. Bien podría el linyera haber cantado con Dante “nel mezzo del
cammin di nostra vita, mi ritrovai per una selva oscura”.Años raros. Brumosos. Muy brumosos.
El tango tocó varias veces a las puertas de su alma para sacar al linyera de hondas depresiones.
Aquí trata de fotografiar una de esas veces. Una llamada muy, muy fuerte. Casi un puñetazo
salvador aplicado en el momento oportuno y con sabia precisión.
Llegó una voz arrabalera como la que más. Hugo del Carril.Sí, lo habría escuchado mil
veces. Pero esa vez llegó, golpeó y entró hasta lo más hondo del alma.Habló de “vendavales”,
de azotes del “dolor” del barrio “envejecido”
“Treinta años y mirá, mirá que viejo estoy”. El linyera ya había pasado los treinta
largos.
Esa noche de insomnio la radio se metió por los oídos hasta el fondo del desván de la
memoria y empezó a poner en vibración por resonancia las fibras más delicadas del corazón.
Fue un himno total de nostalgia. ¿Nostalgia de qué? ¡Si el linyera algún día llegase a saberlo...!
Absurda nostalgia de un pasado que no fue, un presente que queríaser y no podía ser y un
futuro que tal vez nunca sería. ¿Nostalgia? ¿Morriña? ¿Saudade? “Eu queroche tanto, terra do
meu pai...” Es lo cierto que para el linyera, jamás sabrá por qué,el tango es algo así como
sentimiento en estado puro.
Por otra extraña relación, en numerosos casos, por un fenómeno que el linyera llamó
georromanticismo, una de las vibraciones se localiza en un lugar y lo trae violenta y
placenteramente al rincón de los recuerdos. Se produce una bilocación. El linyera está en un
lugar sin relevancia alguna para él, escuchando ese tango, y se siente transportado, como
milagrosamente, al lugar escogido por el extremo de esa onda sentimental expansiva.
El linyera, como un robot, se puso a cantar al unísono con Hugo. Los ojos cerrados.
Bien cerrados.
“Escucha el ruegodel ruiseñor, que hoy que está ciego canta mejor”.
Y el barrio escuchó el ruego. Y lo atrapó en sus dulces garras. Sin huida posible. Lo
retuvo un largo rato. ¡San Cristóbal! Su primer barrio porteño. Poco tiempo. Pero profundo.
Profundísimo. La gran San Juan primero. Humberto I después. Y más tarde Floresta... En el
corazón del barrio. Un regreso inolvidable. A la cuna de su alma tanguera.
“Barrio reo...”
271
Con toda la carga emocional que encierra para el linyeraesa palabra. Vive dentro de su
imaginación codo a codo con malevo, antisocial...bravo...celoso de su independencia.
Un sacudón repentino desde un presentesentido como una vejez sin horizontes hacia
un pasado de una infancia melancólica. Nunca sabrá el linyera por qué ese refugio
momentáneo fue un indefinido y misterioso “barrio”
“Fuiste cuna y serás tumba de mis líricas tristezas”
Pasó el rapto. Recobra los sentidos. Vuelve al mundo real. ¿El de unos minutos
antes?No. Ya era otro. Con ganas de vivir y esperar otro encuentro profundo y vital con el
tango y, ¿por qué no?, con la vida.
272
300 kilómetros
¡Bueno... basta... basta... ni un centímetro más! ¡Hasta aquí llegamos!¡Ah!...
La bicicleta había sido la herramienta preferida del linyera en una búsqueda en la que
como un arcano radar lo iba guiando su inconsciente profundoentre las cenizas de viejos
castillos mentales incendiados. Aire, sol, viento, lluvia, estrellas, nieblas, granizos... Un
escenario cada vez más amigo...
Para un observador externo esos eran nada más que paseos, excursiones, distracciones,
pasatiempos... En lo íntimo del corazón del linyera eso era algo más. Eso era una búsqueda
desesperada. ¿De qué?
Pero llegó un momento en que la búsqueda pareció infructuosa. Más. Más. Más. El
linyera se puso una meta, al azar, porque sí, algo casi inalcanzable para sus fuerzas físicas
moderadas, algo solo posible con un sobreesfuerzo de la voluntad. Hacer 300 km en un solo
día. ¿Para qué?Solo para demostrarse capaz de hacerlo.
Hubo, por supuesto, ensayos previos. Lo más aproximado fueron dos ida-y-vuelta a
Necochea, superando los 250 km. La segunda vez el linyera se registró el peso antes y después.
Había perdido más de seis kilos. No habló nunca con ningún médico pero pensó que eso era
casi un límite.
Y llegó el día del intento. Solo llegó a 291. Faltó muy poco. Casi la meta. Pero cayó
extenuado... Una hora y pico de relax... Dedo en la ruta. Una camionero compasivo y... a seguir
soñando con su meta. Esa había parecido inalcanzable ¿Habría otra?
La relación con el poderoso cordón materno se fue debilitando día a día hasta,
prácticamente, desaparecer.
Durante los años previos a su llegada a Mar del Plata muchos misteriosos e invisibles
cordones habían ido haciéndole llegar al linyera gotas de aire fresco y chispas de luz. Solo
semillas que tardarían en germinar...
Una vez en Mar del Plata, estos canales de vida real se fueron haciendo más numerosos
y potentes. El linyera va a poner aquí su foco de atención en cinco cordones especialmente
fecundos.
Ese colega más joven... compañero de largas mateadas mientras escuchaban radio: Allá
en Parador Punta Gorda... planteando sus dudas existenciales... mezcladas, a veces, con la arena
de las playas... brisas frescas marinas cargadas demensajes...
Ese compañero de largas andanzas ciclísticas... una reflexión aquí... otra allá...
El linyera se estaba preparando,sin saberlo,para ver la luz en Mar del Plata. Algo
parecido a un segundo nacimiento.
274
Paréntesis energéticos
El camino (algo sinuoso y áspero) hacia la obtención de una “ciudadanía” marplatense
(interior y exterior) no fue sencillo ni rápido para el linyera de alma. Lo importante no era
ubicar el cuerpo, sino anclar el alma.
En esa tensión por una pertenencia a la ciudad lo exterior jugó un papel muy digno de
ser tenido en cuenta, casi decisivo en algún aspecto.
Hubo pequeños paréntesis, de los que ya el linyera dio cuenta en estas viñetas, en sus
no pocas excursiones ciclísticas. Pero esas fueron generalmente con un grupo (aunque a veces
muy pequeño) de conocidos. Era como llevar a Mar del Plata de paseo.
Aquí el linyera se refiere a dos paréntesis relativamente largos (de más de un mes)
donde efectuó dos suplencias en dos lugares alejados del mar (en un pueblito muy pequeño del
centro de la provincia y en una población también pequeña de La Pampa).
No interesan aquí los detalles. Solo las coincidencias y las diferencias. Coincidencias,
entre ellos, dos. Diferencias, con la pertenencia a Mar del Plata.
Coincidencias: soledad, soledad, soledad... Todo distinto. Todo por conocer. Sin saber
para qué ni por qué. Interés cero.
Diferencias. Allá parecía estarse abriendo un camino. En los paréntesis: solo más y más
callejones sin salida.
Taco ralo
Setiembre de 1968. Noticia periodística: “Las FAP (fuerzas armadas peronistas) instalan
un campamento integrado por 14 guerrilleros (13 varones y una mujer), denominado "El
Plumerillo", en la localidad de Taco Ralo, provincia de Tucumán, con el fin de realizar
entrenamiento militar”.
Ese hecho fue un detonante para que el año escolar siguiente se iniciase con un clima
totalmente distinto en el colegio. Era el sexto año del linyera en esa institución. Se inició el
año, como dirían hoy, con un ambiente de “crispación”.
Para el linyera, hecho a un trato normal y abierto con los estudiantes, ese ambiente
empezó a ser irrespirable.
Pero...había que volver a la vida real de todos los días...¿Habría cambiado algo?Taco
Ralo...Taco Ralo...Taco Ralo...
276
El linyera terminó sus primeras dos horas de clase sin salir del aula. Al término de la
segunda hora fue al patio para el recreo de diez minutos. Caras raras. Murmullos. Misterio.
¿Qué pasa?... Se acerca a un grupo y le comentan.
- -¿Cómo?
- -Sí, los echaron a… y a... y a...
- -¿A los tres?
- -¡A los tres! Por ahora… parece que hay más en capilla…
- -¿Qué hicieron?
- -Pavadas… pero un par de profesores los acusaron de desacatos
graves… Todos estamos muertos de miedo.
- -El cuerpo de profesores no fue consultado…
-¿Para qué? Hacen lo que quieren... ¿Y usted que va a hacer?
¿Qué hizo el linyera? Sin razonarlo mucho, o nada, se dirigió a la puerta de calle y se
echó a andar hacia el centro… sin saber adónde… sin rumbo, como verdadero linyera y no solo
de alma…
Caminar, caminar, caminar…con los ecos de taco ralo en la nuca y nada delante de los
ojos... para no volver…
277
Fueron tres días paradojales, cuando al linyera le ocurrieron una serie de pequeñas
grandes cosas tras el efecto, sobre él, de Taco Ralo.
Al igual que todas las cosas que podrían llamarse importantes (si hay algo realmente
importante para alguien (fuera de nacer y morir) en el andar del linyera por la vida, en esos
días de eternidad le ocurrieron, una tras otra, cosas inesperadas, ni buscadas y ni siquiera
soñadas, que pusieron al vagón de cómoda incertidumbre en el que se desplazaba en un par de
rieles que a él le parecieron recién instalados, aunque tal vez lo estaban esperando desde hacía
muchos lustros.
¡El cambio de vías hubiera sido tan fácil! Pero en la estación faltaba el cambista.
Fueron tres días enormemente largos, controlados por un reloj muy lento, casi
detenido. Minutos que fueron horas…horas que fueron días…días que fueron siglos…
Un primer contacto con una realidad, que hasta ahí había sido real para todos menos
para él. Una especie de nueva gestación en el útero de un misterioso universo de saludable
olvido nutrido por el cordón de la única posible verdad para el ser humano: una inocente y
confiada ignorancia.
Fue un sueño de una eternidad de tres días…Con más de un despertar…cada uno con el
detalle de una pequeña gran sorpresa.
278
Tres días, en casi cincuenta años de vida marplatense ¿no resultarán así demasiado
largos y desproporcionados? Por cierto que no, si se tiene en cuenta que fueron absolutamente
decisivos en la vida del linyera. Fueron su verdadera gestación para su nacimiento marplatense.
Fue una eternidad de pensar sin pensamientos, de sentir sin sentimientos, de vivir sin
vida…
Solo quedar reducido a lo que fue el primer instante de ese ser que había sido el linyera
hasta entonces para ser algo nuevo, algo que se abre a una nueva luz, que empieza a quedar
expuesto a un universo que lo espera para moldearlo si es que se deja moldear mansamente
con solo su antigua chispa de energía inicial.
Un nuevo nacimiento sin una muerte real previa es más bien una especie de
reencarnación, con un arrastre muy pero muy filtrado de la vida anterior.
¿Fue un proceso prolongado? Sin reloj no hay cómo medir el tiempo… Si lo calculamos
por sus efectos habría que estimarlo como una eternidad… una eternidad en tres días…
279
Para algunos, día es algo positivo ynoche es algo negativo. Para otros, es al revés. Para
el linyera nada es positivo ni nada es negativo. Todo es parte de la vida y simplemente es. Lo
demás es pura subjetividad. Al menos, esa es la experiencia del linyera en ocho décadas y pico
de existencia consciente…
Alguna vez escribió sobre dos noches románticas, con luna llena y con ausencia de luna
y sobre una noche en la que descubrió que había una gran cantidad de gente, para él entonces
desconocida, que pasaban la noche como si fuera lo último en su vida: Por cuatro días locos
que vamos a vivir…
Noches y noches y noches… Hay muchas, muchas, muchas… en la vida del linyera…
cargadas… largas… muy cortas… vacías... noches… noches… noches…
Pero hay una sola noche que fue eterna, sin principio ni fin determinados. Sin sueños ni
pesadillas ni vigilias. Con absoluta inconsciencia, como la noche de la muerte. Pero con un
despertar.
Fue una noche sin un techo. El linyera había pasado más de una noche sin techo. Por
voluntad propia. Por puro placer, bañado en luz de luna yestrellas. Pero, en el fondo, sabiendo
que tenía un techo.
Pero esa fue una noche única. Sin techo. Ni físico ni mental. Ni perspectiva de tenerlo.
Fue una noche simplemente para un anónimo habitante más del planeta tierra, como un tigre,
un eucalipto o un escarabajo.
Pero si los ojos que lo veían ayer no son los ojos que lo ven hoy ese mundo, aunque sea
el mismo, es otro. Es igual, pero es muy distinto.
Así fue el mundo del linyera después de esa noche eterna. Amaneció en un mundo
nuevo. Nuevo para él, aunque, tal vez, viejo, muy viejo, para quienes lo rodeaban.
¿Cómo había descubierto ese mundo perfecto? Misterio de ingenuidad. Mezcla de huir
de una realidad muy benigna pero sin significación y un dejarse cautivar por arcanas voces de
sueños interiores y seductoras invitaciones externas.
Un mundo tan bien fabricado y tan perfectamente hermético que en él, sus numerosas
ventanas solo dejaban ver lo que los filtros de sus engañosos cristales querían que se viese.
Parece mentira pero el linyera de alma necesitó en cierto momento de su vida dormir
una eterna y silenciosa noche para poder despertar a un mundo fugaz como siempre pero
cuajado de viejas novedades en cada uno de sus minutos. Cada pequeño evento, por más
irrelevante que fuese, era un verdadera sorpresa.
281
Vivir como un “linyera de alma”, abandonado sin ansiedad ante lo que la vida le iría
planteando, sin preocuparse de los porqués, sin temores del futuro ni remordimientos del
pasado. Abandono mental, absoluta y clara disposición a vivir con firmeza, plenitud y alegría
cada nueva circunstancia.
Una triple y feliz (¿irracional?) granizada del azar le devolvió el interés por la vida y lo
puso en la senda de vivirla “a lo linyera”. Caminando sin rumbo la peatonal, un profesoramigo
lo cruzó de casualidad y lo convidó con un café con leche y medialunas;
Los padres de un alumno expulsado del colegio (un matrimonio de otra ciudad de la
provincia, casualmente en la ciudad para poner en venta un departamento) se lo ofrecieron
para alojarse sin cargo hasta que se efectuase la operación;
El director, un conocido, de una escuela privada en una localidad cercana, que estaba
en busca de un docente de su especialidad, le ofreció unas horas de clase y le adelantó un mes
de sueldo.
al hombro su linyera
de sueños llena...
tan solo andar
andando, andando, andando, andando...
tan solo andar
blancas gotas de luna
bebió en las noches
para ahogar la amargura
de los adioses
Crepúsculo
Desde que raya el día hasta que sale el sol hay un espacio de tiempo más largo o más
breve, más diáfano o más brumoso, más cálido o más frío.
Pero tal vez lo único verdaderamente importante en la mente del linyera de alma fue el
empezar a sentirse un humano “normal”. Con un carga muy pesada a su espalda de un pasado
donde sentía no haber sido nunca auténticamente él, el que su instinto lo impulsaba a ser, y
una formidable red, urdida por él mismo en su adolescencia, se lo impedía.
Era buen lector, o sea, tenía la cabeza (o el mate) llena de fantasías. Ese era su
verdadero mundo. Más pasado que presente. Ningún futuro a la vista, salvo miedos. ¿De qué?
Miedos. De vivir.
Había tomado la primera comunión a los diez años. Fue al catecismo envuelto en una
absoluta ignorancia de todo lo que se esconde detrás de esa palabra. De los diez a los doce
años entró en la carrera de una serie de prácticas religiosas, más rituales que profundas,
descubiertas como vías hacia el llenado de ese vacío misterioso que experimentaba.
Eso era más bien periférico. Lo nuclear entró en su tierno cerebro y en su vacío corazón
por medio de dos libritos que ocasionalmente llegaron a sus manos y a sus ojos: El Chautard y
el Kempis.
Ellos fueron el aceite que aflojó sus vínculos con el mundo real y le abrió el camino
hacia un inexistente mundo de una nebulosa espiritualidad.
Hizo falta una larga noche, oscura y fría, para dar paso a un naciente crepúsculo
matinal.
285
un lastimero quejido
hiere el negro del silencio
los ojos de alguna estrella
se encienden color misterio
al trotecito parejo
ya despierta otra esperanza
siempre hay un alba de luz
aunque la noche sea larga
286
La marcha hacia adelante es muy incierta aunque confiada. La marcha hacia atrás no
tuvo dudas.
El avance se irá definiendo en décadas; con seguridad, en mucho más tiempo de lo que
el linyera esperaba.
Cuando se anduvo por décadas, con esporádicos lapsos de relativa felicidad, pero en
medio de una espesa y oprimente bruma, pensar que se tiene un rumbo es algo maravilloso.
El camino hacia adelante de los pies fue muy variado, lleno de imprevistos, casi a
ciegas, con la tranquilidad de haber aceptado para su rumbo instantáneamente la guía de la
brújula, a veces loca, del instinto.
El camino de la mente hacia atrás fue más breve. Casi podría decirse que fue un
relámpago instantáneo. Pero la posibilidad de capturar ese relámpago en la jaula de la razón se
hizo esperar unos tres años. Un período que casi sería lo que hoy algunos llaman una
“deconstrucción”.
287
Podría decirse que esta marcha mental en consciente retroceso duró, en su etapa
definitoria, aproximadamente tres años en la vida física del linyera de alma: pero fue, en
realidad, un recorrido retrospectivo de miles y miles de años para tratar de encontrarse con la
mente del que realmente fue el primer linyera o la primera linyera en el planeta tierra o uno o
una entre los primeros.
Una búsqueda serena. Nada ansiosa. Pasiva. Dejando que el mundo se fuera metiendo
dentro. Sin que intermediaran las construcciones verbales creadas por los humanos que hacen
tan complejo lo que es simple y lo deforman a su gusto.
Ver el mundo con ojos simples y puros. Dejar que la mente se llene con la sencilla
admiración de lo que ve. Dejarse orientar por la brújula de su instinto nada más que para
sobrevivir con el mayor grado posible de felicidad hasta el término de su vida consciente. .
Ante uno de sus semejantes, mirarlo en los ojos y, tal vez, caminar juntos.Caminar,
caminar, caminar y pensar, pensar, pensar. Con serenidad, en paz. Sin pretender saber más de
lo que se puede saber. Caminar bajo la simple guía de la necesidad o del deseo…
Allá lejos en el tiempo… un grupo humano experimentó poco a poco mayor necesidad
de ayuda y cooperación. Fue surgiendo un medio de comunicación que hoy llamamos lenguaje.
El humano no sabía que estaba pariendo un monstruo que hoy es capaz de devorarlo.
Para obtener un control efectivo de unos pocos sobre el resto de los humanos:
Para…
Desde que echó a andar el linyera fue quedando inconscientemente preso de esa
maraña… (lo contó en Palabras Marcadas y algo más) que fue obnubilando sus ojos apenas se
abrieron al mundo…
Uno tras otro fue despojándose el linyera de alma de los numerosos anteojos con los
que erróneamente había creído ver el mundo y su destino en él hasta tratar de conseguir
identificar sus ojos con los del primer linyera.
288
Sin embargo, el linyera tiene la sensación de no haber dicho nada nuevo. Mejor dicho,
tiene la seguridad de no haber dicho nada nuevo. De que los ecos lejanos que haya podido
suscitar en algún lector, ya estaban dentro de él por alguna otra vía...
Pensando, pensando... cree que le gustaría poder leer el diario del primer linyera...¿Un
viejo linyera enÁfrica? Lo escribía solo en su memoria. No había inventado la escritura... ¿Para
qué? Además, no había trenes... Era un linyera peatón...O peatones... porque poco a poco
fueron más...y más... y más...Mujeres... hombres... grupos enteros...
Después fueron dejando algunos rastros... ¿personales?... Tal vez, más o menos...
De golpe el linyera recuerda algo que le sucedió. ¿Cuándo? Ni él lo sabe. Una noche.
Con los ojos muy cerrados y la mente muy abierta. Hizo un largo, larguísimo viaje. Milenios y
milenios hacia atrás. Kilómetros y kilómetros, hacia cualquier parte. Se halló de repente en una
cueva. Misteriosa. Oscura pero clara. Vacía pero llena. Arcana pero familiar. Silenciosa pero
vibrante. Improvisamente, un haz de luz multicolor se posa sobre una pared lateral e ilumina,
como si fuera la pantalla de un televisor, un cartel grabado en la piedra con signos
ininteligibles. Unas pocas líneas cruzadas y entrelazadas en forma de palabras. No tuvo
necesidad de escudriñar demasiado. Una voz ronca y suave a la vez, como la de Daniel ante
Baltasar, le susurró al oído: “Yo, primer linyera sobre este planeta, dejo este mensaje para
todos mis seguidores: andar, andar, andar, siempre andar, nada más que andar”.
En los días de semana las horas transcurrían en un feliz galope con alumnos, no
siempre ávidos de aprender, pero sí de recibir y dar vida. Era la mayor parte del día. Los otros
fragmentos eran no tan agradables o muy desagradable (lecturas en el comedor, meditación
obligatoria, lectura espiritual…).
Pero ¡los domingos! La diosa fortuna se movió en ayuda del linyera. En lugar de
destinarlo a colaborar en la gran iglesia parroquial fue invitado a ir los domingos a una
celebración religiosa en un barrio vecino que no contaba con iglesia; la reunión dominical era
en el patio de una escuela pública que gentilmente lo cedía. La organización estaba a cargo de
una comisión de vecinos,organizada en torno a un proyecto para la construcción de un sitio
parroquial propio para efectuar sus reuniones con fines religiosos y sociales.
El linyera, contento. El tema central allí no era una “evangelización” del barrio, algo
totalmente ajeno a sus principios de no invadir las vidas ajenas, sino que estaba centrado en un
proyecto muy concreto. La comisión era un grupo de personas muy honestas y agradables; de
recursos modestos y solo buenas intenciones. El linyera se propuso colaborar en serio con esa
gente.
Así lo hizo. Los domingos y algunos ratos libres en la semana. Apoyando sus iniciativas.
Si bien el proyecto no era un interés íntimo del linyera, el colaborar con gente
entusiasta y ver que un proyecto iba tomando color, no dejaba de ser para él una razón de
vivir, algo novedoso en su andar de linyera.
290
El linyera, sin descuidar en lo más mínimo su tarea docente diaria, que era muy de su
gusto, contactó diversos arquitectos de la ciudad, dispuestos a colaborar. Finalmente se aprobó
un proyecto, un proyecto bastante sencillo con más de social que de religioso tradicional. Los
marcos alemanes los recibió y administró el obispado. El linyera, con el apoyo de la comisión
fue buscando los ejecutores materiales de la idea. La curia refrendaba los contratos y efectuaba
los pagos.
El linyera, en medio de todo, se sintió útil, un sentimiento bastante nuevo para él.
Después de unos días de oscura errancia urbana el linyera fue ubicado y había recibido
un llamado telefónico de sus autoridades religiosas. Había coordinado una cita con el superior
regional en un lugar neutral, es decir, un café.
- En definitiva, ¿qué vas a hacer de tu vida?
- ¡Si lo supiera!
- ........................
- Te ofrezco una solución intermedia...
- Veamos…
El linyera tuvo una cita con el obispo en su modesta residencia de Termas Huinco.
- Bueno, encárgate de terminar esa construcción y que se ponga en marcha allí esa
pequeña comunidad.
- De acuerdo.
- ¿Dónde vas a vivir?
- En la construcción ya hay una pequeña habitación con las comodidades mínimas. Me
puedo instalar allí con el carácter de cuidador.
- Y ¿de qué vas a vivir? Allí no hay prácticamente ningún ingreso.
- Tengo algunas tareas docentes y eso me basta. La obra se va a terminar y, entre tanto,
pensaré en mi futuro. Gracias por todo.
- Que Dios te bendiga.
Así tuvo inicio esa nueva etapa en la vida del linyera de alma. Su tiempo quedó
dividido en tres actividades:
Dedicación intensa a tareas docentes que le eran requeridas cada vez con más
frecuencia.
El linyera, sin presentarse, fue gradualmente invitado a formar parte del cuerpo
docente en todos ellos en sus terrenos preferidos, la lingüística y la historia de la lengua.
El linyera, además de reencontrarse allí con temáticas que lo habían acompañado, casi
con pasión,por largos años en su vida antes de que se abriera el paréntesis marplatense,
encontró también algo muy nuevo. Empezó a tener como interlocutores a grupos humanos
para él desconocidos hasta entonces.
Sus alumnos, en una etapa ya avanzada de la carrera de inglés eran jóvenes de veinte y
más años. En su mayoría mujeres. Buscaban seriamente conocimientos que fuesen un
verdadero instrumento para una vida laboral. Tenían demandas intelectuales claras.
Fue el comienzo de un camino en el andar del linyera que se convirtió desde entonces
en su vía principal de marcha. Con pequeñas variantes circunstanciales, pero con un mismo
rumbo nunca interrumpido.
Ese hilo lingüístico fue para el linyera su “hilo de Ariadna”, tal vez el signo más claro de
una cierta continuidad en su vida.
294
Paréntesis fecundo
Una delicada telaraña de circunstancias diversas pero coincidentes lo estaba rodeando
suave pero irresistiblemente al linyera al abrirse la década de los años 70.
Estaba llegando a su término el plazo acordado para estar “legalmente” fuera de la vida
religiosa y “temporalmente” dependiente del obispo.
En esa resurrección del interés lingüístico,que años de sequía habían convertido casi en
un camposanto en la mente del linyera, se despertó incontenible el afán de contactos con
investigadores del mundo. Casi una locura.
Le sucedió entonces caminando a orillas del río Charles, su tocayo. ¿Casualidad? Todo
es casual y nada es casual en la vida del linyera. Es parte del viaje. Él ciertamente no lo
planificó nunca. Nunca fue un verdadero peregrino con un norte y una meta.¿Lo planificó
alguien por él? ¿Quién lo sabe? Además, al linyera no le importa. Él sigue adelante impulsado
por su propio instinto, si así puede denominarse el impulso que lo empuja. Siempre sonriendo
aunque lo golpeen la lluvia o el granizo. Después de haber andado mucho tiempo envuelto en
la mayor tiniebla de lo que había creído alguna vez un plan providencial, la vida por su propia
cuenta le hizo construir esa “filosofía” de un alegre y sereno sobrevivir en un mundo que él no
buscó para sí y que no siente ni como amigo ni enemigo, ni bueno ni malo. Simplemente es.
Simplemente es. Está ahí. Un camino con una sola certeza: tiene un final inexorable. Tal vez
muy pocos de sus semejantes comparten esta “filosofía”. Él no pretende imponérsela a nadie y
ni siquiera predicarla. La vive. Y procura que aquellos con quienes trata no se sientan molestos
con su compañía y, si es posible, compartan algo de lo que ocasionalmente esté en condiciones
de dar.
Eran las últimas rejas de su prisión. Su mente ya estaba libre, libre, libre... A esas
apariencias las dejó fluircon el río....
Años después, en una clase con alumnos de Letras en la Universidad Nacional de Mar
del Plata, el linyera les comentó, (¿en ocasión de qué?), que junto a ese Río Charles el linyera
recordaba haber tomado tal vez la decisión más importante de su vida... Algunos alumnos
entonces le hicieron poner su atención sobre las reflexiones de Dámaso Alonso junto a ese
mismo río. Fue a leer “A un río le llamaban Carlos”. Se sintió identificado. Muy identificado. La
vida que corre. Salvo que lo suyo no fue de nostalgiosa tristeza sino de alegría huracanada. El
río Charles fue para él como la visión de un torrente feliz que lo arrastraba hacia adelante,
hacia algo distinto, hacia una región de libertad y paz... El viaje siguió...El viaje sigue...
296
¿Y ahora?
Otra vez en su país, una vez cerrado ese decisivo paréntesis energético. Un paréntesis
muy especial. Los contenidos encerrados en ese paréntesis en el momento de la salida habían
transmutado en nuevas fuerzas vitales.
Concretamente, el linyera tenía que enfrentar una serie de interrogantes abiertos ante
él:
- ¿Volver a la institución religiosa?¡Jamás!
- ¿Quedar en dependencia del obispado? ¡Menos aún!
¿Había una vida por delante con la carga de un pasado insoportable? Todos los no
pocos años de su vida religiosa, que a los ojos externos podían aparecer como de una seria
convicción no fueron más que una larga lucha interna entre un insobornable instinto que
pugnaba por asomar plenamente en la superficie y una razón que había sido apresada con
garfios de hierro desde su primera comunión cundo contaba diez años de edad y a la que había
llegado con el cerebro completamente en blanco en cuanto a ideas religiosas. Su dedicación al
estudio, especialmente del mundo clásico y sus lenguas, además de ocupar la mayor parte de
su tiempo mental y dotarlo de un humanismo muy arraigado, le hizo transcurrir mucho de su
tiempo fuera del espacio material en el que se encontraba. Un estudio realmente serio en sus
años de filosofía fue apuntalando racionalmente sus intuiciones fuertemente agnósticas. Los
cuatro años de teología terminaron por derrumbar estrepitosamente todos los cimientos
racionales de aquella inestable fe de la primera comunión. Pero las rutinas externas fueron,
para el linyera, más difíciles de romper que las mentales. ¿Era para él posible otra vida sin esa
carga? Realmente no lo sabía. O tenía miedo de probar algo tan desconocido para él.
En la práctica, ¿qué hacer? Dos opciones: O suicidarse o cerrar los ojos y ver qué pasa.
Sin embargo, ciertas apariencias, aunque sean solo eso, parece conveniente tenerlas en
cuenta. El linyera había entrado en la vida religiosa cumpliendo ciertos protocolos externos y le
pareció bien utilizarlos también para desligarse de esa misma institución.
El linyera se comunicó con el vicario general de la diócesis, a cargo, por ausencia del
obispo. Y este, con extraña gentileza, lo invitó al linyera a un almuerzo privado para conversar.
Nunca se habían tratado personalmente.
Terminado el almuerzo:
- Bueno ahora es tiempo de hablar.
- Sólo explíqueme bien los trámites concretos que debo hacer para “retirarme
oficialmente”.
- ¿No querés pensarlo un poco más?
- Ya lo tengo muy claro. Incluso, no necesitaría ninguna autorización para retirarme
porque Iglesia es sólo una cuestión de fe. Al no creer en su autoridad me siento libre de
ella. Pero como acepté ciertas reglas para entrar quiero cumplir esas mismas reglas
para retirarme.
- Eso sí, vas a tener que irte de Mar del Plata.Acá no podés seguir viviendo. Nadie te va a
aceptar.
- Eso es cosa mía.
- Acá nadie te va a dar trabajo.
- Es también cosa mía.
- ¿Vas a casarte?
- No lo he pensado. Creo que no. En este momento ese no es un tema.
- Bueno…tenés que hacer así y así…
298
Mentalidad vaticana
En el Vaticano, adonde fue a parar el trámite, parece que la mentalidad era la misma
que sustentaba el vicario en Mar del Plata. Tener fe o no tenerla no es un tema que preocupe.
En cuestiones como estas lo único que preocupa es el escándalo.
Y ahora ¿qué?
299
¿Contagio inicial?
Parecido a 1964: el linyera fue desplazado de su hábitat habitual (por una de esas
jugarretas del destino cuyos hilos a veces son manejados por manos de algunos humanos con
respecto a otros más indefensos, como el pobre linyera)… Y fue a parar a ¡Mar del Plata!
Cerrar los ojos. Bien cerrados. Una brújula interior desencajada. Solo quedaba una sola
cosa. Esperar un tornado muy violento que lo arrastrase. ¿Adónde?
On “my” own
“Nel meszzo del camin di nostra vita…”
Pero, en cambio, hay otras cosas, a veces muy pequeñas y aparentemente irrelevantes,
que se producen claramente en un momento muy determinado y con consecuencias muy
determinantes.
También hay cosas que han sido y son banales para la mayoría de los mortales pero
que fueron extraordinariamente importantes en el curso del andar del linyera de alma.
Uno de esos momentos, trivial y decisivo a la vez, fue más o menos aproximadamente
en la barrera entre los 60s y los 70s…
Tras vivir, en la (así llamada) vida religiosa, un buen día, tras una especie de tsunami
vivencial, amaneció en un planeta llamado “tierra”. Sin un centavo. Sin un proyecto. Con la
palanca de cambios mentalesen un clavado punto muerto, bien muerto.
Aparece otro inesperado amigo y le ofrece un depto. que tiene en venta para que pase
al menos unos días…
Aparece otro inesperado amigo y le ofrece un trabajo en lo único que sabe hacer: dar
clase… y hasta con un adelanto de sueldo…
El linyera de alma, ya con algunos años encima, ve que tal vez le queden unos años
más por vivir y que para eso cuenta con un capital enorme: un montón de amigos y una
modesta capacidad de trabajo. ¿Qué más para echarse a andar?
Sí, algo más… Una luz pequeñita y lejana empezó a titilar en el horizonte…
Si hubo algo que pueda llamarse continuidad en la semi-conciencia del linyera de alma
eso fue un extrañamente cuasi innato interés y hasta necesidad por verlo todo a través de un
prisma muy personal: el estudio del lenguaje. Pasó años sumergido en esa “filosofía”.Su
primera etapa en Mar del Plata había significado, por diversos y numerosos motivos,algo así
como un velo oscuro sobre ese prisma.
En esos tan especiales momentos fue como si ese velo se descorriera de repente y
renacieraese impulso hacia algo que ahora empezaba a brillar allá a los lejos, muy lejos
todavía.Casi más a la manera de un imán que de una luz.
Spinetta
Las afinidades del linyera de alma con el rock, internacional o nacional, fueron siempre
ínfimas o nulas. Puede llegar a apreciarlo pero, por cierto, no lo siente.
Hay una única excepción. Muy importante. Trascendental. Fue por 1970. El linyera
estaba en un período de relativa incertidumbre. Sabía lo que no quería pero no sabía lo que
quería.
Una compañía del linyera en ese tramo de su vida era un Grundig de cinta abierta en el
que, con la ayuda de un amigo, dueño de una disquería, había atesorado unos quinientos
tangos interpretados por Gardel. “Mujer” era allí un tema bastante repetido, generalmente con
un ropaje no tan positivo. En general, “mujer” o sus varios sinónimos, habían sido parael
linyera, al menos a nivel consciente, solo palabras del diccionario.
Ocurrió entonces que otro amigo, que, entre otras cosas, trabajaba de disk jockey en
algunos boliches, le acercó una grabación nueva. De un tal grupo “Almendra”. El nombre le
encantó al linyera. ¡Almendra! ¡Todo un mundo nuevo! Un perfume y un sabor especial.
Escuchó la canción: “Muchacha ojos de papel…” La volvió a poner… dos, tres, diez
veces…Se durmió, pensando que realmente le gustaría encontrarse algún día con esa
muchacha…
“Cuando todo duerma, te robaré un color”.
El linyera cerró los ojos y dio unos pasos a ciegas. La realidad pronto se encargó de
desmentir para él todos los negros presagios.
Solo recibió manos tendidas y palabras de aliento. Se abrió ante él otra Mar del Plata
desconocida hasta entonces.
303
¡Vos!
¡Única!
¡Solo para mí!
¡Soñada en el misterio del inconsciente!
¡Hallada en el azar de una rutina!
Entrevista en el romanticismo nostálgico de un tango.
Fabricada para mí por el insondable arcano de la vida.
¡Vos!
¡Solo vos!
304
A tres puntas
En un momento tan crucial de su vida, una mirada del linyera hacia atrás es casi
inevitable.
El linyera calificaría sus décadas vividas hasta ese entonces de esta maneta:
Para muchos argentinos, con toda razón, esta última fue solo la década de la Triple A y
la sangrienta dictadura militar. El linyera estaba tan inmerso en el manejo de su “nueva vida”
que su atención al entorno era, inclusive, menos intensa que en otras décadas. Una dictadura
militar no era ninguna novedad para él. Era, lamentablemente, normal ver a alguien con
uniforme en el sillón presidencial. Por lo demás, jamás pudo creer que pudieran ser simple y
personalmente asesinos hasta que la increíble realidad quedó al descubierto.
Esos años le abrieron al linyera tres caminos principales entre otros varios:
La necesidad de ganarse la vida lo obligó a apelar al recurso para el que contaba con
una indiscutida habilitación oficial: la enseñanza de inglés en escuelas secundarias. Tal vez no
era lo que más se avenía a sus gustos y condiciones personales.Lo hizo con la mejor dedicación
de tiempo y esfuerzo en diversos establecimientos oficiales y privados.
Un fuerte impulso para dedicar su esfuerzo mental a lo que había sido desde siempre
su inclinación particular: la lingüística. La apertura casi simultánea de varios Profesorados de
Inglés en la ciudad, inexistentes hasta entonces, le permitió encontrar una vía en la que
encauzar ese impulso. Fue un reencuentro muy agradable con sus apetencias intelectuales y
con estudiantes realmente interesados, que le brindaron al linyera un motivo más para su
entusiasta entrega a ese horizonte tan luminoso para él.
¡¿Familia?!
El linyera nunca había vivido en el seno de un familia “tipo”, un matrimonio con sus
hijos. Solo tenía muy fugaces chispas de recuerdos de su madre, casi exclusivamente en sus
últimos días cuando él contaba solo cinco años. Luego vivió su restante niñez ya al cuidado de
Ángela, su niñera, o en la casa de sus abuelos y tías. A los trece años entró como “aspirante” en
una comunidad religiosa donde se le insistía en que esa era su familia.
Vivir en intimidad con una compañera de marcha, aunque algo tan inesperado en la
vida del linyera, no lo sintió como una pérdida de su buscada libertad sino como el hallazgo de
una libertad compartida.
¿Ajustes de convivencia? Muchos. No fue un camino fácil. Todo nuevo. Sin la menor
experiencia anterior. A prueba y error. Un lazo perdurable: amor sincero. Prolongación de un
encuentro inesperado y feliz.
El linyera de alma encontró que su brújula se había clavado en una dirección principal
y que una nueva pequeña brújula secundaria se le había abierto para la búsqueda de
circunstancias accesorias.
306
Caminos abiertos
Se iba desplegando la década de los años 70. Con dos brújulas. La brújula íntima
central y profunda seguía clavada en su norte de una cada vez más placentera y tranquila
libertad espiritual.
Esa hubiera sido una empresa muy difícil si no hubiese estado a su lado su compañera
moviéndose a su lado, mentora además en mil cosas de la vida práctica totalmente ignoradas
por el linyera hasta entonces.
El linyera de alma se dejó llevar mansamente por las novedades de cada día.
Encontró como una especie de dos alas misteriosas que lo fueron haciendo volar y
volar y volar: su familia y su tarea docente.
307
Caminos cerrados
A veces el linyera tuvo que andar por la vida a campo traviesa. Pero generalmente
algunos caminos fueron apareciendo. Siempre sin buscarlos. Al menos, conscientemente.
El linyera prefirió, en sus escritos, llamarlos más bien vías de tren que caminos. Porque
para él fue la mayoría de las veces como dejarse llevar.
Precisamente porque esa había sido su rutina hasta entonces, en su “nueva vida”, el
linyerase decidió a intentar deprenderse de eso, pensando que era una ligadura con el pasado,
un verdadero cordón umbilical.
Con esa idea, probó, concretamente, muchos otros caminos. Tiene contabilizada una
buena cantidad depequeños “emprendimientos”. Todos de tipo comercial. Fracasó
absolutamente en todos. Por una razón o por otra. No bien tomaba uno de esos caminos
buscados por él y una valla insalvable aparecía para detenerlo.
Uno, dos, quince, veinte, treinta y tantos intentos fallidos. Ninguna actividad le resultó
viable fuera de la docencia. No por falta de empeño o, incluso, de capacidad. En todo intento
de un emprendimiento de tipo comercial, más directo o más indirecto, fracasó rápidamente.
Le costó aceptarlo, pero tuvo que rendirse a la realidad. Siguió haciendo lo único que
sabía, más o menos, hacer. Eso le permitió tener un medio de vida, ganar innumerables amigos
y, finalmente, disfrutarlo como fuente de una íntima y avasallante satisfacción
308
Mal vendedor
Varios de los caminos intentados por el linyera de alma par subsistir sin depender
económicamente de la docencia fueron sendas comerciales destinadas a ventas: rifas, seguros,
material informático, etc., etc….
Un denominador común selló todos los fracasos. Los pasos previos de una venta
siempre parecían bien aceitados. Pero, llegado el momento del cierre de una operación, el
linyera siempre se puso del lado del cliente o posible comprador, para hacerle ver todas las
posibles falencias del producto en una gama completa de aspectos…
En estos dos últimos casos, con socios. El linyera no podía dejar su actividad docente
porque hubiese sido suicida. Trató de iniciar algo en tiempo suplementario. Fue buen amigo
con sus socios. Pero los intereses eran diversos. No pudo ser.
Un trabajo de medio tiempo como empleado en una oficina solo le acarreó, en última
instancia, complicaciones, preocupaciones y distracción de tiempo para una docencia que no
podía dejar nunca del todo.
1941. Quince días en las sierras con los Exploradores de Don Bosco del Batallón 1 de
Buenos Aires. Días inolvidables. Aventuras. Anécdotas. Aire y frescor serrano. Primera
experiencia de vida lejos de la familia. Sensación de impotencia ante compañeros más audaces
y fuertes.La mente y el cuerpo del linyera quedaron muy marcados.
1942. De nuevo Tandil. Esta vez un mes de vacaciones con un centenar de compañeros,
tras unos meses internado en un colegio de Ramos Mejía en condición de “aspirante” a la vida
religiosa. Chicos en una primera adolescencia. Experiencias distintas a las anteriores. Los
mismos aires serranos bajo grandes pinares, pero ¡qué distintos! Mezcla de actividades
recreativas (muy poco agradables por ser obligatorias y vigiladas) y horas de meditación y
sueños dorados y místicos llevados hacia las nubes por las brisas serranas.
1973… Muchas cosas habían pasado en la vida del linyera. Andanzas de linyera por vías
rápidas, por vías lentas, en vías muertas… El linyera seguía siendo el mismo pero era otro. Era
auténticamente él. Entre otras actividades docentes una de las más placenteras se desarrolló
por largos años, arrancando en ese 73, mediante un viaje semanal a Tandil, en un profesorado
superior de inglés.Ambiente muy positivo. Y, cada semana, un toque de auras serranas, que
hacían revivir más y más sueños y metían más y más las sierras en la mente y el corazón del
linyera.
2002. Fin de la larga y cambiante odisea serrana. Cierre definitivo. ¿Arribo a Ítaca? El
linyera, para sobrevivir, tuvo que dejarse amputar sus piernas… ¡Adiós sierras! Se van
borrando… borrando… se pierden en la distancia … ¡Adiós, sierras!
Imposible arrancarlas del alma. En el alma del linyera siguen hamacándose aquellas
brisas frescas bajo los pinos y su perfume acariciante sigue siendo un elixir de vida…
310
Muchos años había pasado el linyera dentro de un colegio religioso y nunca sintió que
esa fuera su casa.
Otros lugares (más grandes o más pequeños: provincias, ciudades, pueblos, viviendas,
habitaciones, rinconcitos bajo un árbol, orilla de un río, mil espacios más parecen haberse
hecho una sola cosa con él…).
Ya llevaba el linyera casi diez años en Mar del Plata y aún no la sentía suya ni él se
sentía de ella.
Fue un proceso distinto, muy distinto, del que le ocurrió con otros lugares donde un
flechazo de pertenencia fue instantáneo. Mar del plata fue entrando en su alma de a muy poco,
con cuentagotas.
De repente, tras largos, años, se sintió realmente marplatense. En este caso, más que
cualquier circunstancia del paisaje, fue la gente la que fue moldeando en su alma ese
sentimiento de pertenencia total. Además de innumerables seres humanos perfectamente
reconocibles que influyeron decisivamente en esta remodelación de su alma, se produjo algo
así como una llovizna constante de influencias, a veces irreconocibles, que el linyera llamó un
impregnación por parte de incontables
311
Anónimos
¿Con cuántas personas tuvo algún tipo de contacto en un poco más de ocho décadas
de vida? –se preguntaba hace unos días el linyera de alma, la mitad de ellos en Mar del Plata.
Empezó a reflexionar, con la cabeza sobre la almohada. Fue apareciendo una larga,
interminable lista de nombres, de apellidos, de nombres y apellidos, de rostros, de rostros con
nombres, de nombres sin rostros, de rostros sin nombres, de… El sueño cortó la línea de los
recuerdos…
Un desfile continuo,inacabable. Y el linyera cree que con todos tiene alguna deuda,
mayor o menor, de gratitud. Cada uno de esos contactos por más distantes o virtuales que
hayan sido algo han hecho para que sea como es.
¿Podía haber sido mejor? ¿Hay alguien que sepa qué es mejor y qué es peor? El linyera
es lo que es y está conforme con eso.
Eso sí, si tuviera que pagar aunque no fuese más que un centavo (de peso, euro o dólar)
a cada uno delos que le dieron algún empujoncito para seguir adelante en su camino, no le
alcanzarían todas las fortunas de los mejor ubicados en el ranking de Forbes.
¡El linyera se siente deudor de tantos cuyos nombres ignora! Y gracias a tantos de ellos
reinició su andar por Mar del Plata, no con nuevos zapatos sino con nuevas alas. Sin ellas la
continuidad del viaje hubiese quedado trunca.
312
Con un mínimo intento de distancia mental, el linyera de alma cierra los ojos por un
breve lapso y trata de poner su foco en Mar del Plata. Imposible. No aparece un detalle. Ni
siquiera un cuadro fijo. Es una postal en constante agitación. Los detalles se sustituyen unos a
otros en una continua ebullición. No se establece una jerarquía. Imposible fijar la visión en un
punto. Al segundo todo cambió. Un verdadero caleidoscopio.
Una ciudad inquieta, dinámica. Cambiante en forma acelerada. Tan acelerada que no le
permite al linyerafijar un escenario definido. Es así como la ve.
Tampoco la puede asociar como en sus postales de otros lugares vividos, con un
detalle local o con una música. Es un popurrí. Es un torbellino de melodías, de ritmos, de
géneros musicales. Tango, folclore, valses vieneses, boleros, blues, rock, reggae...A veces suenan
al unísono y otras veces se suceden unos a otros con vertiginosa rapidez. Así la oye a Mar del
Plata.
Pero vayamos a lo que para el linyeraes realmente importante. ¿Cómo la siente? ¡Qué
difícil decirlo! Más aún, ¡qué difícil saberlo! Es como un huracán de sensaciones, un
incontenible tornado. Si abre la puerta del cofre de sus recuerdos solo se le da el paso a mil
laberintos indescriptibles.
Tal vez, vista desde afuera, la vida del linyera haya sidola de un docente que a los
ochenta y tantos años sigue metido en un aula con más pasión aún que cuando empezó. Es
verdad. Si el destino le marcó algo en el camino, fue el ser docente.Por arcanas circunstancias
entró, siendo poco más que un niño, enla vida religiosa. En busca de un ideal místico que se
tornó cada vez más evanescente. De hecho, otrascircunstancias hicieron que, en ese ámbito, su
actividad prácticamente exclusiva fuese la enseñanza de asignaturas no concernientes en
absoluto a temas religiosos.Especialmente tuvo a su cargo el dictado de cátedras de lenguas
clásicas y modernas y algunas otras asignaturas profanas. ¿Fue, tal vez, una rara intuición de
sus superiores.
Al dejar ese ámbito intentó el linyeravarias docenas de veces abrirse otro camino
distinto como medio para sobrevivir. Un intento de cortar una especie de cordón umbilical.
Solo cosechó un fracaso tras otro. El destino lo restituyó siempre inexorablemente alos carriles
de la docencia. Y allí todavía está. No ya tanto ahora por necesidad cuanto por placer.
Cara y ceca
La segunda postal, por rara coincidencia, tiene casualmente que ver con uno de los
clubesrotarios en la ciudad. A principios de los años 70 el linyera había comprado con un socio
un taller de impresiones, que funcionaba esencialmente con una máquina Rotaprint, y habían
heredado, entre los clientes, al Rotary Club Norte. Se trataba de la publicación mensual de un
Boletín. Allí figuraban las actividades del mes, así como una variedad de noticias relativas al
movimiento del grupo. Fue de este modocomo a lo largo de un par de años el linyera llegó a
familiarizarse considerablemente con la vida rotaria aunque esa relación, por supuesto, era
puramente comercial. El Rotary. Reuniones, proyectos, ramas, reglas, rituales, eventos, visitas,
etc., etc.Un movimientosiempre dirigido ainfluir positivamente en la sociedad circundante a
partir de un grupo humano inmerso en diferentes actividades industriales, comerciales,
financieras, profesionales...
La relación comercial como impresores había llegado a ser cordial.. Con su socio fueron
invitados atentamente a una cena, en aquellos años,de hombres solos, y allí compartieron con
los miembros del club las palabras del disertante de esa noche que fue el escritor y periodista
Enrique David Borthiry. Su mensaje causó no poca impresión en el linyera. Fue muy poco
complaciente.Se esforzó en destruir el eslogan de “Mar del Plata, ciudad feliz” y sustituirlo por
una visión de “Mar del Plata, donde avanzan a pasos agigantados las `villas miseria´”
Fue para para el linyera la apertura a una visión integral de la ciudad, llamándolo a
observar más cuidadosamente su área completa, urbana, rural e intermedia,a percibir con
claridad sus estratos sociales, su mezcla increíble de actividades en los más diversos órdenes,
sus horizontes previsibles de expansión económica y cultural, en una palabra, su identidad, si
algo así puede llegar a definirse.
Se extendió, sin duda, su capacidad como observador. ¿También como actor? Quizás
sienta que esta sea una cuenta en la queha sido siempre algo moroso. Se ha limitado a cumplir
lo mejor posible los que ha considerado sus deberes familiares, laborales y ciudadanos.
¿Participación en movimientos políticos o sociales? Tal vez no encontró hasta ahora ninguno
que, en sí mismo o en su metodología, responda lo suficientemente a sus convicciones como
para tomar parte activa en él. Siempre hay tiempo.
314
Desde el mar
La tercera postal es una fotografía tomada desde el airepor el linyera en un momento
de regreso en avión tras unos días de ausencia en el Sur. Vista nocturna en una aproximación
desde ese mar que la identifica tanto en su nombre de bautismo como en su esencia como
ciudad. Pero los ojos del linyera no vieron una ciudad. Contemplaron con asombro una
inmensa estrella de mar que, emergiendo desde la costa, extendía tres de su brazos de luces
hacia los tres horizontes posibles. Y los brazos crecían y crecían y crecían.
Es quizás la metáfora más viva. Hacia el mar, las barcas que parten cargadas de ilusión
y de esperanzas.Todos los días. Sin parar. Vida llena de pujanza. Rutinas que cada día son
nuevas. Nunca es exactamente lo mismo. Es la aventura en la repetición.
Esa es la Mar del Plata hacia el mar. Puerto y playas.La otra es la Mar del Plata desde el
mar. Hacia los tres rumbos posibles que se abren.
Hoy abundan los analistas. Todo cae bajo el bisturí crítico de innumerables lenguas y
plumas. Desde el fútbol al cambio climático. El linyera sesiente más cercano a los que sin
hablar mucho hacen cosas y las comparten sin demasiados discursos.Él se mantieneen silencio
y, en esa atmósfera silenciosa, siente la vida de la ciudad a su alrededor y, mas aún, dentro de
sí.
315
Ocaso esperanzado
Vaya uno a saber por qué las palabras solo toman alas para volar del cerebro a una
página escrita cuando son generadas en el misterioso útero de los recuerdos. Y los recuerdos
no se activan, al menos,en la mente de estelinyera de alma si no media una cierta distancia
local y temporal. Allí se verifica una generación espontánea radicada más en el corazón que en
la mente. Tal vez ha llegado por fin el día, en que se ha decidido a efectuar un largo y silencioso
exilio mental para dejar que broten a la existencia sus recuerdos marplatenses volcados en
letras, muy imperfectas, pero que son, eso sí, muy ardientes y muy tiernas.
316
Otoño primaveral
El día que cumplió ochenta años, con su mente y su corazón en un aula, casi su hábitat
natural, tomó una pluma y escribió:
Having been given this job by life in order to earn his living, the “hobo at heart”
reflects about his personal experience in this simple “ballad of an old teacher”, devoted to
hisdear students, past and present.
grey days...
red-hot days...
golden days...
painful hours...
pleasant hours...
orgiastic hours...
never teaching...
seldom idling...
always learning...
sharing mind...
sharing mind and soul...
sharing mind and soul and heart...
forgotten rationality...
317
lost passions...
abiding innocence...
ochenta es un montón...
ochenta es algo...
ochenta es nada...
días grises...
días al rojo vivo...
días dorados
horas penosas...
horas placenteras...
horas de orgía...
nunca enseñando...
raramente holgazaneando...
siempre aprendiendo...
compartiendo la mente...
compartiendo la mente y el alma,,,
compartiendo la mente, el alma y el corazón...
olvidada la racionalidad...
perdidas las pasiones...
duradera inocencia...
318
¿Qué falta?
No falta nada. Y falta mucho. El linyera cree que se relató todo lo que, a su juicio de
linyera, fue necesario y suficiente para dar razón a sus amigos de un cambio en su vida que fue
un cambio muy grande y a la vez no fue ningún cambio.
Eligió como puntos clave de esta narración aquellos que en el atardecer otoñal de su
vida parecen haber quedado grabados en sus neuronas con letras de fuego, a diferencia de
otros detalles, tal vez, en sí, más importantes, pero que no figuran en su caja de recuerdos con
tanta relevancia. Tal vez un observador más imparcial hubiera descrito esa marcha de otra
manera.
Muchas veces afirmó el linyera que su relación con ciertos lugares ha tenido muchas
veces una fuerte carga romántica, asociada imperecederamente con una onda musical definida
y un sentimiento también muy definido.
Si hay un lugar que ha marcado una huella profunda, tal vez la más profunda en la vida
del linyera de alma ese, no cabe duda, es Mar del Plata, por lo intenso y duradero de esa huella.
Sin embargo, para poder sintetizar esa huella en una “tríada georromántica” (lugar + tono
musical + sentimiento), como le ha sucedido inconfundiblemente al linyera con otros
numerosos lugares, tendría que tomar una larga distancia en tiempo y espacio.
El lugar, en general, en casi todas esas “postales” en la mente del linyera, aparece como
un punto muy definido: un patio de baldosas rojas , un enrejado, un árbol, una enredadera, una
calle, un escritorio, un disco… Al imaginar el recuerdo de una Mar del Plata lejana las imágenes
que desfilan son algo difusas y cambiantes en rápida sucesión. Cortando esa marcha con un
improvisado clic quedó dibujada una frágil barquilla en un mar sereno acercándose lentamente
a una costa que sepresenta luminosa con una fantástica combinación de todos los colores, que
invita a lanzarse hacia ella con absoluta confianza para dejarse envolver en un abrazo de seda
perfumada.
La melodía… En esa larga marcha se han mezclado muchas… la mayoría, más bien
nostálgicas… algunas, casi fúnebres.., pero en definitiva, en un muy largo plazo, se sobrepone
una línea musical muy sencilla, casi inocente, de una alegría incontenible: “tengo una rumba en
mí que amarra los versos de mi esperanza”…
Nada más pide el linyera de alma tras su largo andar, andar y andar, o mejor, flotar,
flotar y flotar.
319
Aria
A manera de cierre.
Aspiración
cuando la luz sea sombra....
cuando el calor sea frío... cuando el reír sea llanto...
cuando el soñar sea olvido...
cuando el andar sea vuelta...
cuando el volver sea ida...
cuando el mirar sea niebla
cuando el construir sea ruina