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SAN ALBERTO MAGNO

(I206 - I280)

VIDA

Alberto de Bollstaedt nació en Laningen (Suavia), en l206.


Su padre era oficial en el ejército de Federico ll.
A la edad de l6 años, en l222, pasa a la Universidad de Padua a proseguir sus
estudios.
Fue allí donde, ganado por la predicación de Jordán de Sojonia, primer suceso de
Santo Domingo a la cabeza de la Orden de los Hermanos Predicadores, entra en el
noviciado en l223.
Desde el principio se hace notar por su espíritu de desprendimiento de los bienes
terrenos, una verdadera pasión por el estudio y una tierna devoción a la Santísima
Virgen.
Lector de teología, enseña sucesivamente en las facultades de Colonia, Hidesheim,
Friburgo de Brisgovia, Ratisbona, Estrasburgo.
En l240 se le halla en el convento de Santiago en París. Allí conquista en l244 el
grado de Maestro en teología, y allí permanece hasta el año de l248.
En esta fecha viene a ser Regente del “Studium generale” de Colonia. De aquí el
nombre de Alberto de Colonia con el que a veces se le designa. Allí distingue entre
sus alumnos al joven Tomás de Aquino.
De l254 a l257 el Maestro Alberto desempeña las funciones de Privincial de los
Hermanos Predicadores de Alemania.
Llamado entonces a Roma para defender a las Ordenes Mendicantes contra pérfidos
ataques de Guillermo de Saint-Amour, Alberto es retenido en la Corte pontificia para
enseñar Sagrada Escritura a los prelados y clérigos de la Curia.
Después del capítulo general de la Orden celebrado en Valenciennes en l259, al cual
es llamado con sus dos más brillantes discípulos, Santo Tomás de Aquino y Pedro de
Tarentaise (el futuro Papa Inocencio V), Alberto es nombrado Obispo de Ratisbonne
(año de l260).
Pero en l262 presenta su dimisión, por sentirse hecho mucho más para la
enseñanza de la filosofía y de la teología que para la administración de una
diócesis.
A petición del Papa Urbano Vi, Alberto predica la Cruzada en Alemania (l263-l264).
Luego se le encarga en Wurtsburgo de una misión delicada de conciliación entre el
Obispo y la comuna.
En l274 toma lugar entre los Padres del segundo Concilio General de Lyon.
En fin, se dedica de nuevo a su cátedra de teología en el Convento de Colonia.
Momentáneamente la deja doce años más tarde, en l277, para ir a París a sostener
contra ciertos miembros de la universidad la doctrina de su antiguo amigo y
discípulo Tomás de Aquino, que ya le había precedido en la tumba.
Agotado ya en esta época, el Maestro Alberto vivió todavía algunos años en una
especie de “noche del espíritu”, casi extinguidas su maravillosa inteligencia y su
predigiosa memoria. A los innumerables discípulos y admiradores que persistían en
ir a consultarlo, se contentaba con responderles: “Ya no existe Alberto; Alberto ya
no es Alberto”.
Murió en l280, a la edad de 74 años.
Beatificado desde l622 por el Papa Gregorio XV, no se sabe bien por qué tuvo que
esperar hasta l931 la canonización, a la que el Papa Pío XI agregó de una vez el
título de Doctor.

OBRAS

Si la posteridad, en pos de sus contemporáneos, continúa dándole a Alberto el


epíteto de “Grande”, se debe a que su fama se ha mantenido, fundada sobre la
influencia inmensa que este pensador ejerció en le dominio de la ciencia tanto en su
época como de los siglos siguientes, influencia debida a la vez a la extraordinaria
penetración de su espíritu, al atrevimiento de su genio y la extensión de su saber.
Parece que en él se concreta la definición humorística que la Edad Media deba del
filósofo y del sabio, capaz de tratar “de omni re scibili et quibusdam aliis”: “De todo
lo conocible y de algunas otras cosillas más”.
Uno de sus contemporáneos, sabio él también, y que en más de un punto fue su
rival, decía de Alberto: “Es un hombre extremadamente estudioso, que ha visto una
infinidad de cosas, dotado de grandes medios y que de esta suerte ha podido reunir
una multidud de conocimientos en el inmenso océano de cuanto ocurre”. Y Lefèvre
de Etaples, en el siglo XVl, encarecía, no sin cierta exageración: “el mundo ha
conocido tres genios: Aristóteles, Salomón y Alberto”.
La primera edición de sus escritos publicada el l65l por el dominoco Pedro Jammy,
comprende 2l volúmenes in-folio. Una segunda, la edición de Vives, acabada a
principios de este siglo, consta de 38 volúmenes in-4o. Aunque la autenticidad de
algunos de estos libros sería discutible, parece, por lo contrario, que algunos otros
están todavía inéditos. Hay allí de todo: ciencias profanas, englobadas todas en
aquella época bajo la denominación general de filosofía; y ciencias sagradas,
Sagrada Escritura y Teología.
Dotado de una actitud y de un poder de asimilación prodigiosos, Alberto realizó una
obra enciclopédica inmensa que les entregaba a los pensadores de su tiempo los
tesoros hasta entonces inaccesibles de ciencias latina, griega y árabe. “Se esforzó,
confiesa él mismo, en juntar los escritos de Aristóteles dispersos en diversas
regiones del mundo”. Y en busca de Aristóteles descubrió a muchos otros autores.
Pero no hay en él simple curiosidad y husmeo de bibliófilo amateur de libros raros y
orgulloso de formar una biblioteca más rica que organizada, sino la intuición genial
que adivina los tesoros acumulados por los pensadores de la antigüedad, y que no
contento con reunirlos, quiere similarlos. Al erudito cuya memoria retiene todo lo
que lee se agrega el sabio cuya inteligencia hace una vasta síntesis de todas las
naciones esparcidas: como un arquitecto que en cuanto a materiales se contentara
sólo con las construcciones de sus antecesores, pero para hacer con ellas un edificio
insospechado y gigantesco.
En el dominio que ahora es el de las “Ciencias naturales” y de la psicología, Alberto
Magno llega a ser un precursor con sus numerosos tratados: “Del cielo y del
mundo”, “De la Naturaleza de los lugares”, “De las propiedades de los
elementos”. “De la genración y de la corrupción”, “De los meteoros”
(cuatro libros), “De los minerales”, “De los vegetales”, “De los animales”,
“De la naturaleza y del origen del alma”, “De la nutrición”, “ Del sentido y
de la sensación”, “De la audición física”, “De la memoria”, “De la
reminiscencia”, “Del intelecto y de lo inteligible”, “Del sueño y de la
vigilia”, “Del alimento y la respiración”, “De los movimientos de los
animales”, “De la edad, la juventud y la vejez”, De la muerte y la vida”. Se
le atribuye, no sin verosimilitud, una obra sobre alquimia.
Rara vez se juntan en un mismo espíritu a disposiciones tan eminentes para las
disciplinas especulativas casi en el mismo grado el gusto y las aptitudes para las
ciencias naturales y experimentales.
A la perspicacia del observador junta la ingeniosidad del inventor, tanto que las
sorpresas causadas por sus descubrimientos le valieron una reputación de mago.
“En las ciencias naturales investigó personalmente, enriqueció la zoología con
nuevos conocimientos y sobre todo dio prueba de un espíritu de observación
desconocido en la Edad Media” (Et. Gilson, La Philosophie au Moyer àge).
En lógica Alberto comenta los libros de Aristóteles, el Periermeneias, los Analíticos,
los tópicos. Luego toma y expone a su manera los principios enunciados por
Gilberto Porretano. En fin, escribe los tratados sobre predicables y predicamentos.
Es siempre la doctrina del incomparable Maestro la que Alberto sigue, analiza y
propone en su estudio de los l3 libros de la Metafísica de Aristóteles, y luego de los
l0 libros de su Etica, y de los 8 libros de su Política.
Sin embargo, para este monje y este santo las ciencias profanas no son un objeto.
Estas no son sino un preludio para la adquisición de las ciencias sagradas a las que
deberán subordinarse.
La gran característica de la obra de San Alberto es su ensayo de integración de
Aristóteles. ¿Hasta entonces el Estagirita era sospechoso, su filosofía peligrosa,
incompatible con el dato revelado? A la sazón, en l2l0 y l2l5, decretos eclesiásticos
lo habían proscrito en las escuelas de París. Evitando toda connivencia, Alberto
establece claramente la distinción entre los dos dominios, el natural y el
sobrenatural: esclarecen el primero la razón y la filosofía; reinan sobre el segundo la
Fe y la Teología. Sin embargo, la Gracia no destruye la naturaleza, más bien la
termina y la perfecciona. La Fe, por lo tanto, no contradice a la razón; por lo
contrario, la completa. Por lo cual la filosofía contiene ciertas verdades, aunque
parciales y truncas; por lo tanto, la teología no tiene por qué rechazarlas, sino que
debe acogerlas y luego excederlas. El pagano Aristóteles, a quien la Edad Media
llamaba “el Filósofo” por excelencia, lejos de ser proscrito por el pensamiento
cristiano, puede afirmarlo, así como una naturaleza sana es el sustentáculo normal
de la vida sobrenatural.
Esta es la idea original y genial que lanzó a Alberto a la búsqueda de las obras de
Aristóteles. Por medio de filósofos árabes, Averroes y Avicena, toma contacto con el
pensamiento de Aristóteles; pero bien se cuida de seguir a aquéllos en sus
comentarios. En la escuela del Maestro, din sbdicsr jsmás su independencia de
espíritu, el Gran discípulo rebusca lo que es asimilable en aquel campo tan vasto.
Sigue el pal de Aristóteles para exponer sus obras una por una: la Lógica, la Física,
la Metafísica, la Etica, la Política. Parafrasea sus tratados: “Del cielo y del
mundo”, “Del alma’. Por su cuenta escribe “La unidad de la inteligencia,
contra Averroes” y “Quince problemas a propósito de los averroístas”,
donde, para defender la unidad de la persona humana se separa claramente de los
comentaristas que preconizaban la unidad del intelecto agente para todos los
hombres. No hay, consiguientemente, ni sombra de una compilación, sino una
información armada de espíritu crítico. Y si se ha podido hablar de una
“conciliación” entre la razón y la fe, entre la Filosofía y la Teología, entre Aristóteles
y la Iglesia, que no se tome esa palabra en el sentido de concesión, como si Alberto
Magno hubiese estado dispuesto a ceder en algo a favor de la doctrina profana con
detrimento de la doctrina revelada, sino tan sólo en el sentido de que acepta lo que
en la enseñanza del filósofo es conciliable con la enseñanza de Cristo: “Todo
verdadero filósofo, dice, debe tratar de unificar en su persona el pensamiento de
Platón y de Aristóteles” (Metafísica, I, l, tr. V. cap. l5).
Hace algo más que intentarlo: lo logra. Y esta síntesis lo pone infinitamente por
encima de vulgares comentaristas: hace de él un “autor personal”, un pensador que
a despecho de lo que toma de otros sigue siendo original. Tal síntesis, por lo demás,
no lo detiene a él, teólogo, en la simple línea filosófica que ha notado en los
profanos y que le da el sentimiento profundo de la unidad en el orden del mundo,
sino que la prosigue sin cortadura, hasta en el dominio sobrenatural, de tal suerte
que la Gracia sea la realización suprema y grandiosa del orden providencial
esbozado por la naturaleza. Mientras que el neoplatonismo describía ya la
aspiración general de los seres hacia la participación en su principio, el Cristianismo
abre las perspectivas de una unión íntima del hombre con Dios, y por ella, de una
incesante ascención de toda la creatura hacia su Creador.
No sólo a los antiguos frecuentaba Alberto. Conocía a los autores más recientes y
sabía examinar minuciosamente a los primeros escolásticos para utilizarlos, sin
jamás plagiarlos. Así lo hizo con San Anselmo, con Felipe el Bachiller, con Guillermo
de Auxerre, Odón Rigaud, Hugo de Saint-Cher, y los primeros maestros
franciscanos.
En sus diversas obras las citas y las alusiones son prueba de una erudición
admirable: se pregunta uno cómo pudo un hombre leer y retener tanto.
“Comentario a las sentencias de Pedro Lombardo”, en cuatro libros; “la
suma de las creaturas”, “Suma teológica”, “Comentario del seudo-
Dionisio”, son sus trabajos doctrinados más notables, a los que hay que agregar
todavía los tratados “Sobre el Sacrificio de la Misa y sobre la Eucaristía”.
No olvidemos sus trabajos sobre la Sagrada Escritura: en cuanto al Atiguo
Testamento, “Comentarios de los Salmos, de las Lamentaciones de Jeremías, de los
Libros de Daniel, de Baruc, de los doce profetas menores, de Job”; en cuanto al
Nuevo Testamento, “Comentarios de los cuatro Evangelios, y luego del Apocalipsis”;
230 cuestiones sobre el pasaje del Evangelio que relata la Anunciación: “Missus est
Angelus”.
Aparte del género de las exposiciones didácticas, las instrucciones orales y
sermones: “Sermones del tiempo y para el santoral; 32 sermones sobre la
Eucaristía”.
La crítica moderna niega a Alberto Magno la paternidad de ciertas obras que
tradicionalmente se le atribuyen: “El paraíso del alma”, “La Unión con Dios”,
“Las alabanzas de la Santísima Virgen” (l2 libros) y la “Biblia Mariana”.
La influencia de Alberto Magno estuvo en proporción de su envergadura. “La acción
intelectual ejercida por Alberto Magno sobre la Edad Media fue probablemente la
más poderosa de todas, sin exceptuar la de Santo Tomás de Aquino, la cual,
dedicada a un dominio menos vasto, fue más profunda y más duradera” (Cf.
Mandonnet, D.T.C., col. 670).
Aparte del mérito de haber exhumado las riquezas de la ciencia antigua, Alberto
Magno dotó verdaderamente a su tiempo de un sistema coherente y de un mérito
nuevo. El mismo no dice su manera de proceder con Aristóteles, por ejemplo: su
objeto es exponer las doctrinas peripatéticas, pero no adoptarlas ciegamente.
Obrando como maestro tanto como discípulo pasa por la criba de su crítica las tesis
del estagirita y consiguientemente no enseña sino un aristotelismo depurado de
todo lo que no puede concordar con la filosofía cristiana, explicado en sus pasajes
oscuros, puesto al servicio de descubrimientos nuevos de la ciencia y del progreso
del pensamiento, subordinado sobre todo a la Revelación.
De aquí su inigualeble prestigio entre sus contemporáneos, que en él vieron al
“Doctor Universal” y le otorgaron todavía en vida suya, el título de Grande. Uno de
sus oyentes, Ulrico Engelbert se hace eco de la opinión general: “En todas las ramas
del saber es Alberto un hombre de tal manera divino que asombra y puede ser
considerado como el milagro de nuestro tiempo”. Y Rogelio Bacon interrumpe un
instante sus críticas apasionadas para rendir un homenaje que por lo mismo es más
significativo: “La muchedumbre de estudiosos, de varones tenidos por muy sabios y
una multitud de personas juiciosamente estiman, muy equivocadamente, que los
latinos estaban ya en posesión de la filosofía, que ésta era completa y estaba
escrita en su lengua. ¿La filosofía? La filosofía ha sido compuesta en mi tiempo y
publicada en París. Se cita a su autor como a una autoridad indiscutible, tal como en
las escuelas se invoca a Aristóteles, Averroes, Avicena, y ese hombre vive todavía:
tieneactualmente una autoridad que ningún hombre ha tenido jamás en materia de
doctrina”.
En le orden de la filosofía propiamente dicha y de la teología, Alberto Magno fue el
primero en substituir las concepciones y métodos de Aristóteles a los de Platón,
abriéndole así el camino a su discípulo Santo Tomás de Aquino, quien habría de
sobresalir en el manejo y el aprovechamiento del sistema aristotélico, hasta el
punto de eclipsar a su maestro, y luego, a la vez, suplantar a la cabeza de la
teología católica al platónico San Agustín.
En un crculo más restringido, la espiritualidad Albertina ejerció una influencia muy
real en los grandes místicos renanos: Ulrico de Estrasburgo, Eckhard, Taulero,
Enrique Suzo.

San Alberto Magno


Por Dominique Cheng
En Gran Enciclopedia Rialp
l. Introducción. En la tradición histórica y teológico se designa con razón a Alberto
Bollstaedt (es el nombre de su familia) con el calificativo de grande, tanto por la
amplitud de su obra enciclopédica como por el papel especial que representó en el
desarrollo de la Filosofía y de la Teología a lo largo del s. XIII; él fue uno de los tres o
cuatro maestros, tanto en el sentido técnico como en el sentido intelectual de la
palabra. Por esto se le llamó también Magister Albertus; en la Escuela se le dio otra
calificación más adecuada: si S. Buenaventura ha sido llamado el «doctor seráfico»,
S. Tomás de Aquino el «doctor angélico» y algún otro el «doctor solemne», A. ha
sido llamado el «doctor universal», título que está justificado no sólo por el carácter
enciclopédico de su obra, sino también por su actitud de espíritu y de método, pues
tuvo cuidado en abarcar toda la realidad en aras de la verdad y del equilibrio del
saber humano.

Aunque su recuerdo se ha conservado siempre, su obra apenas era consultada. Ha


ganado renombre a lo largo del s. XX, debido al renacimiento de los estudios sobre
la Edad Media, tanto en el plano de la cultura general como en el de la Teología. La
introducción del método histórico en el estudio de los grandes maestros de la
Escolástica ha hecho posible que de la intemporal abstracción de una philosophia
perennis resurgiera la personalidad y el genio propio de cada uno de los doctores; A.
se ha beneficiado con ello, lo mismo que S. Buenaventura, S. Tomás y otros. Esta
estima se puso de manifiesto en la misma Iglesia, quien, teniendo en cuenta la
secular veneración por A., le declaró doctor de la Iglesia en 1931. El procedimiento
fue significativo: mientras que, según la costumbre de los procesos, la declaración
de santidad era un prerrequisito para calificar oficialmente a alguien de doctor, se
cambió para A. esta coyuntura necesaria: porque su obra es verdaderamente la de
un «doctor», en el sentido eclesial de la palabra, se indujo que era santo. En efecto,
no había sido posible reanudar sobre documentos un proceso que ya se había
iniciado en 1622.
Al amparo de este resurgimiento de su prestigio, se emprendió una edición
monumental de sus obras, que decididamente permite conocer al detalle la
amplitud y la profundidad de la empresa filosófica y teológico, que había causado
sensación en su tiempo. En 1931 se fundó en Colonia la Albertus-Magnus-Akademie,
cuyo fin principal era la publicación de las obras editadas e inéditas de A. El
proyecto, llevado con una investigación rigurosa de las fuentes y con una lujosa
erudición, se prosigue regularmente a partir de un primer volumen publicado en
1951 que contiene las obras agrupadas bajo el título De bono.

2. Biografía. A. nació en Lauingen, pequeña ciudad de Suavia, ca. 1200, en una


modesta familia feudal al servicio del emperador Federico II. Desde su adolescencia
fue enviado a Italia, en donde su padre guerreaba al servicio del emperador;
comenzó sus estudios en las escuelas de Padua. Allí, en 1223, fue atraído a la
entonces recién fundada orden de los Hermanos Predicadores, por jordán de
Sajonia, sucesor de S. Domingo, que predicaba a los estudiantes de la Universidad.
Sin duda, fue entonces, para continuar sus estudios en Teología, a Colonia, en
donde pasará gran parte de su vida. De ahí su nombre: A. de Colonia. Enseñó
después en diversos conventos de la región, comentando el Liber Sententiarum de
Pedro Lombardo, texto oficial según la ratio studiorum entonces en vigor. En 1240 A.
fue enviado a París, en aquella época centro radiante de todo el Occidente cristiano,
para obtener allí el título de maestro en Teología y dirigir una de las dos cátedras
del convento de los Predicadores. Allí, desde 1244 hasta 1248, además de enseñar
Teología, comenzó la redacción de su enciclopedia científica y filosófica. Tomó como
base un estudio de Aristóteles, cuyas obras penetraban rápidamente en la
enseñanza y en la alta cultura. Por otra parte, desde su tratado De bono, en 1236-
37, citaba a Aristóteles doblemente más que a S. Agustín. Ésta debía ser una de las
grandes empresas de su vida. Cuando la comenzó, su iniciativa causó sensación, no
sólo por la novedad de su objeto y de su método, sino también porque la Iglesia
había prohibido en diversas ocasiones la lectura pública de las obras del Estagirita.
Hacia 1245, Roger Bacon, maestro en artes, comenzaba también a comentar los
Libri naturales y la Metaphysica.
De hecho, A. había llegado a París en el momento en que maduraban, en un duro
concurso de grandeza y de peligro, los elementos de la severa crisis en la que se
iban a enfrentar fe y razón, la fe en primavera evangélica, la razón en efervescente
descubrimiento de la ciencia griega. Platón había sido asimilado por los Padres de la
Iglesia, tanto en Occidente como en Oriente, en síntesis variadas que le habían
expurgado de su idealismo. Pero Aristóteles era considerado por los teólogos como
un lógico, sospechoso como tal, un manducator verborum, mas no era aún conocido
en su física y en su metafísica. Llegaba entonces a través de las traducciones greco-
latinas y por medio de los comentaristas árabes. Desde 1210, en un sincretismo mal
discernible, las autoridades de la Iglesia habían presentido y denunciado el peligro.
Pero los textos se infiltraban por todas partes, más o menos acompañados ya del
comentario que de ellos había hecho el filósofo árabe de Córdoba, Averroes.

Por una curiosa coincidencia, las obras de Dionisio el Areopagita, de una inspiración
totalmente diferente, pero alimentadas también de cosmología griega, volvían a
adquirir un nuevo prestigio; y la traducción reciente de Juan Sarracino (ca. 1160)
esclarecía y reforzaba la traducción durante largo tiempo inoperante de Escoto
Eriúgena (S. IX). Un corpus de textos y de glosas del Areopagita proporcionaban a
los maestros parisinos un precioso instrumento de trabajo. El naturalismo científico
del filósofo griego chocaba con el simbolismo cósmico de los doctores orientales. En
1241, habían sido condenadas una decena de proposiciones representativas de la
teología griega, que iban en contra de la tradición agustiniana, y, en diversas
ocasiones, los capítulos generales y locales de los Predicadores habían exigido que
los profesores y los estudiantes expurgaran sus cuadernos de toda huella de errores
condenados.

Esta combinación explosiva encontraba un terreno completamente disponible en las


primeras generaciones de las órdenes mendicantes, Predicadores y Menores,
entonces en su primer fervor apostólico y teológico. Sus conventos se habían
convertido rápidamente, sobre todo en la Univ. de París en pleno periodo de
creación, en los centros de la nueva cultura y de la seducción de la juventud; los
estudiantes entraban en ellos por centenares. Fue lo que le sucedió al mismo A.
Como era de prever, las reacciones se desarrollaban en direcciones diferentes,
sobre el fondo tradicional de la doctrina de S. Agustín; pero, en todo caso, el
despertar evangélico suscitaba y alimentaba la curiosidad de la fe.

Esta efervescencia evangélica no se manifestaba sin inquietud, en la perspectiva


mesiánica y apocalíptico que había abierto el famoso eremita calabrés Joaquín de
Fiore, con el presentimiento de una nueva era en la economía cristiana, por la
efusión del Espíritu, que iba a transformar y a despreciar la institución eclesiástica
que se había hecho muy pesada por su oclusión con las riquezas y los poderes
temporales. Menores y Predicadores se presentaban a veces como los profetas de
este tiempo nuevo, como los obreros de la hora undécima. Juan de Parma, el
ministro general de los Menores, tendría que renunciar a su cargo por ser
demasiado favorable a los Espirituales, como se les llamaba (1257).

Enviado a Colonia en 1248 para fundar el convento de los Predicadores, en conexión


con la fundación de la Universidad y la promulgación de la carta comunal de la
ciudad, A. comentó allí los escritos de Dionisio el Areopagita y la Ética a Nicómaco
de Aristóteles; de este último curso tenemos la redacción autógrafa de su discípulo
Tomás de Aquino. Elegido provincial de Germania (1254-57), gozaba de un gran
prestigio y frecuentemente se acudía a él para arreglar los conflictos locales.
Durante el curso de este mandato fue a Roma para defender a las órdenes
mendicantes contra los ataques de Guillermo de Saint-Amour, cuyo panfleto De
novissimorum temporum periculis fue condenado por Alejandro IV en octubre de
1256. Además de esto, enseñó en la Curia, interpretando el evangelio de S. Juan y
las epístolas canónicas. Fue entonces también cuando, apasionado como siempre
por la investigación, descubrió el De motibus animalium de Aristóteles, cuyo
comentario emprendió.
Vuelto a Colonia, reanudó su enseñanza. En 1260, a pesar de la oposición de la
Orden, aceptó el obispado de Ratisbona, al que gobernó mediocremente, dentro del
régimen feudal aún vigente en la Iglesia. Renunció pronto a su cargo (1262).
Aunque predicaba en diversas regiones, en particular acerca de la Cruzada,
continuaba estudiando y escribiendo. En 1267 reanudó su enseñanza en Colonia,
quedando así comprometido en las controversias del tiempo. En 1270, a petición de
un dominico de París, su antiguo alumno Gilles de Lessines, intervino en el agudo
conflicto que dirigían entonces los maestros en Artes sobre la interpretación
averroísta de Aristóteles. Su respuesta a la consulta De quindecim problematibus es
una de las partes del proceso en el que estaba empeñado, y algunas veces
comprometido, S. Tomás de Aquino. Una segunda intervención, en el mismo lugar,
se produjo en circunstancias más dramáticas aún: en 1277, el obispo de París,
Esteban Tempier, a invitación del papa Juan XXI y de acuerdo con 16 maestros de la
Universidad, había condenado 219 proposiciones; una gran parte de ellas habían
sido enseñadas por Sigerio de Brabante y los averroístas, pero también algunas de
ellas por S. Tomás de Aquino. A pesar de su avanzada edad, A. fue personalmente a
París para defender la memoria y la ortodoxia de su ilustre discípulo. Fue su último
acto público. Vuelto a Colonia, perdió la memoria y m. el 15 nov. 1280.

3. Obras. En la imposibilidad de enumerar aquí las muy abundantes obras de A. y


sin entrar en detalle sobre las investigaciones de autenticidad y de cronología,
podemos clasificarlas en cinco grandes categorías, según los diversos tipos de
enseñanza que entonces existían en las escuelas de Teología.

l) Comentarios de la Escritura, texto de base de la enseñanza; tenemos una serie de


postillae sobre los salmos y los profetas, y comentarios de los evangelios y del
Apocalipsis.

2) Comentario del Liber Sententiarum de Pedro Lombardo, texto de la enseñanza


del bachiller. A. explicó muchas veces las Sentencias, primero en Alemania y
después en París; este curso presenta la primera visión de conjunto de su
pensamiento teológico. Comentario de las obras de Dionisio el Areopagita, fruto de
su enseñanza en Alemania, cuando los escritos de Dionisio entran en los programas
proporcionando un nuevo capital a la investigación teológico.

3) En los tiempos en que A. empieza a enseñar, las quaestiones, como género


literario autónomo, se han desarrollado mucho, favoreciendo la elaboración
científica de la fe. Un primer conjunto, publicado antiguamente bajo el título poco
exacto de Summa de creaturis, presenta su enseñanza en París, en donde se pone
de manifiesto su asimilación viva de la filosofía griega.
Comentario de Aristóteles desde las ciencias de la naturaleza hasta la Metafísica; es
una obra considerable.
Por fin, compuesta ya en su vejez, con el concurso quizá de un redactor, una
Summa theologiae, en la que está integrado su opúsculo De unitate intellectus de
1256.

4. Doctrina filosófica y teológica. La biografía intelectual de A. manifiesta


efectivamente no sólo la parte activa que tomó en los problemas y en el impulso
cultural de su tiempo, sino también en qué dirección decisiva y en medio de qué
ambigüedades llevó a cabo su gran proyecto de «hacer inteligible a los latinos todas
las ramas de la filosofía de Aristóteles... Nuestra intención es dar satisfacción a los
hermanos de nuestra Orden que desde hace varios años me piden que les
componga un tratado de las ciencias de la naturaleza, en el que puedan encontrar
un conocimiento perfecto de la naturaleza y un medio para leer con competencia
las obras de Aristóteles» (pról. del comentario de la Física, en el que está
expresamente definido el proyecto de A.).
Doble y única empresa, por consiguiente: dar a conocer a Aristóteles, cuyos escritos
constituían entonces el fermento activo del renacimiento del pensamiento antiguo,
y, con ello, iniciar a las ciencias de la naturaleza, según todas las exigencias de la
investigación racional. En la interferencia de estas dos tareas, ¿propone A. un
comentario puramente objetivo y exegético de Aristóteles, sin comprometerse
personalmente, o da un consentimiento general a las posiciones del filósofo? Parece
que, conservando por una parte su libertad, su comentario es un elemento de su
propia investigación, via inquisitionis (De coelo, 1, tr. 4, c. l). Además, Aristóteles no
es un dios y ha podido equivocarse (Phys., VIII, tr. I, c. 14).
Esta lectura de Aristóteles está envuelta en una tradición sincretista en la que
algunos elementos platónicos, en particular a través del Liber de causis y los
escritos del árabe Ávicena , modifican el equilibrio de su pensamiento original, en
particular en antropología. El comentario de A. se presenta por otra parte como una
paráfrasis, más que como una interpretación literal, a la que se adherirá de más
cerca su discípulo S. Tomás de Aquino . Aunque A. rechaza la tesis platónico de las
ideas subsistentes, se inspira, sin embargo, en una noción de la participación y de
la tendencia de todas las cosas hacia Dios, que penetran su filosofía de la creación y
su teología de la gracia de un dinamismo neoplatónico, que «"alimenta la influencia
de Dionisio. Sabe que un hombre no llega a ser un perfecto filósofo si no se nutre de
las dos filosofías de Aristóteles y de Platón» (Metafísica, I, tr. 5, c. 15). Hay que
señalar también la influencia de Averroes, cuyo aristotelismo riguroso
desencadenará la crisis doctrinal en el Occidente cristiano.
Aunque ecléctico, el aristotelismo de A. le conduce a proclamar la autonomía de los
métodos de la ciencia y de la razón, frente al conocimiento de la fe. De este modo,
entra en conflicto con el agustinismo enseñado corrientemente, en el que la
distinción entre Filosofía y Teología no había encontrado su estatuto epistemológico.
Para A., S. Agustín es el doctor indiscutible en Teología, pero Aristóteles es el
maestro de las ciencias de la naturaleza. Todo ello le lleva a precisar las
características de la actividad racional (tanto científica como filosófica), cuya
validez se afirma frente a todo fideísmo. Su discípulo S. Tomás de Aquino avanzará
más lejos por este camino. Su contemporáneo Roger Bacon, poco sospechoso de
simpatía hacia él, declara: «La multitud de las personas de estudio, de los hombres
tenidos comúnmente como muy sabios y un número muy grande de personas
juiciosas, estiman, aunque en esto se equivoquen, que los latinos están desde
ahora en adelante en posesión de la Filosofía, que ésta está terminada y escrita en
su lengua. En efecto, ha sido compuesta en mi tiempo y publicada en París. A su
autor se le cita en las escuelas como una autoridad, lo mismo que a Aristóteles,
Avicena y Averroes. Este hombre vive todavía. Durante su vida ha tenido una
autoridad que ningún hombre tuvo jamás en materia doctrinal» (Opera R. Baconis,
ed. Brewer, p. 30). Su discípulo Ulrico de Estrasburgo dirá: «Alberto ha dejado
estupefacto a nuestro tiempo, como un milagro» (Summa de bono, IV, tr. 3, c. 9).

BIBL.: Desde el renacimiento del prestigio de A., las publicaciones son


muy abundantes; se encontrará su recensión crítica en el «Bulletin
thomiste», desde 1930 (Le Saulchoir, Soisy, prés Paris). Hay un resumen
general por F. J. CATANIA, A Bibliography of St Albert the Great, en The
Modern Schoolman 37, San Luis, USA, 1959-60, p. II-28. La edición de las
Opera omnia, emprendida por la Albertus-Magnus-Akademie de Colonia
sólo ha publicado seis volúmenes, con un perfecto aparato crítico. Para el
resto es preciso aún recurrir a la ed. BORGNET, 38 vol., París 1890-1905,
que reproduce la ed. del dominico JAMMY, 21 vol., Lyon 1615. Para una
exposición del contexto histórico de la obra de A.: P. MANDONNET, Siger
de Brabant et l"averroïsme latín au XIII siécle, 2 vol., 2 ed. Lovaina 1908-
11, sigue siendo la base necesaria; excelente monografía general la de B.
GEYFR, uno de los editores de Colonia, Albertus Magnus, en Die grossen
Deutschen, Berlín 1956; más recientes son: L. CIAPPI y otros, Sant"Alberto
Magno, l"zíomo e il pensatore, Milán 1982 (Massimo); l. CRAEMER-
RUEGENBERG, Alberto Magno, Barcelona 1985 (Herder). En castellano
puede consultarse como visión de conjunto: A. MENÉNDFZ-REIGADA, Vida
de S. Alberto Magno, Almagro 1932; D. GONZÁLEZ, El legado intelectual de
S. Alberto Magno, «Studium» 5 (1965) 127-135. Cuestiones monográficas:
J. VOSTE, El beato Alberto y la doctrina de la inspiración escrituraria, «La
Ciencia Tomista» 15 (1917) 391-394; la vida y obra de Alberto M. con
motivo de su canonización (con escritos de N. ALBURNE, V. BELTRÁN DE
HEREDIA, A. COLUNGA, M. CUERVO, C. FERNÁNDEZ, L. GETINO, H. WILMS;
l. ORDÓÑEZ, La doctrina de la transustanciación en S. Alberto M., «La
Ciencia Tomista» 50 (1934) 46-49; A. CORTABARRÍA, Las obras y la filosofía
de Alfarabi y Alkindi en los escritos de S. Alberto M., Las Caldas de Besaya
1954; A, TURIEL, El sujeto de la metafísica según S. Alberto M. «Studium»
2 (1962) 323-358.

San Alberto Magno,


semblanza
Fiesta: 15 de noviembre, (memoria opcional)

Etim: Alberto: "de buena familia" (Al = familia. Bert = buena) (1200-1280).
Dominico; Doctor de la Iglesia, Obispo de Regensburgo; Patrón de las ciencias
naturales; llamado "Doctor Universallis"; "Doctor Expertus".

Explicó con argumentos sólidos que la tierra es redonda.

Los propios contemporáneos de San Alberto, fueron quienes le dieron el título de


"Magno". Por la profundidad y amplitud de sus conocimientos, solían llamarle
también "el Doctor Universal" pues sus conocimientos en todos los campos eran
extraordinarios. El monje Rogelio Bacon le consideraba como "una autoridad" y
calificaba sus obras de "fuentes originales".

San Alberto fue el maestro de Santo Tomás de Aquino, el mas importante de los
teólogos de todos los tiempos, pero Alberto es un hombre grande por sí mismo. De
origen suabo, pertenecía a la familia Bollstädt; nació en el castillo de Lauingen, a
orillas del Danubio, en 1206.

Lo único que sabemos sobre su juventud, es que estudió desde los 16 años en la
Universidad de Padua donde vivía su tío. Allí encontró en 1222, al Beato Jordán de
Sajonia, segundo maestro general de la orden de Santo Domingo, quién lo dirigió en
la vida religiosa y escribió desde Padua a la Beata Diana de Andelo, que estaba en
Bolonia, anunciándole que había admitido en la orden a diez postulantes, "y dos de
ellos son hijos de condes alemanes". Uno era Alberto.

Cuando el conde de Bollstädt se enteró de que su hijo vestía el hábito de los frailes
mendicantes, se enfureció sobremanera y habló de sacarlo por la fuerza de la
orden. Pero los superiores de Alberto le enviaron discretamente a otro convento,
probablemente el de Colonia, Alemania donde estaba la escuela mas importante de
la orden y la cosa paró ahí. El hecho es que Alberto enseñaba en Colonia en 1228 y
en 1229 vistió el hábito de los frailes predicadores. Más tarde, fue prefecto de
estudios y profesor en Hildesheim, Friburgo de Brisgovia y Estrasburgo. Cuando
volvió a Colonia, era ya famoso en toda la provincia alemana.

Como París era entonces el centro intelectual de Europa occidental, Alberto pasó ahí
algunos años como maestro subordinado, hasta que obtuvo el grado de profesor. La
concurrencia de estudiantes a sus famosas clases fue tan grande que debió enseñar
en la plaza pública, la cual, aunque pocos lo saben, lleva su nombre. Se trata de la
Plaza Maubert, nombre que viene de "Magnus Albert".

Elegido superior provincial de Alemania, abandonó la cátedra de París y estuvo


constantemente presente en las comunidades que gobernaba, recorriendo a pie la
región, mendigando por el camino el alimento y el hospedaje para la noche.

En 1248, los dominicos determinaron abrir una nueva Universidad ("studia


generalia") en Colonia y nombraron rector a San Alberto. Desde entonces hasta
1252, tuvo entre sus discípulos a un joven fraile llamado Tomás de Aquino.

En aquella época, la filosofía comprendía las principales ramas del saber humano
accesibles a la razón natural: la lógica, la metafísica, las matemáticas, la ética y las
ciencias naturales. Entre los escritos de San Alberto, que forman una colección de
treinta y ocho volúmenes in-quarto, hay obras sobre todas esas materias, por no
decir nada de los sermones y de los tratados bíblicos y teológicos. La figura de San
Alberto y la de Rogelio Bacon se destacan en el campo de las ciencias naturales,
cuya finalidad, según dice el santo, consiste en "investigar las causas que operan
en la naturaleza". Algunos autores llegan incluso a decir que San Alberto contribuyó
aún más que Bacon al desarrollo de la ciencia. En efecto, fue una autoridad en
física, geografía, astronomía, mineralogía, alquimia (es decir, química) y biología,
por lo cual nada tiene de sorprendente que la leyenda le haya atribuido poderes
mágicos. En sus tratados de botánica y fisiología animal, su capacidad de
observación le permitió disipar leyendas como la del águila, la cual, según Plinio,
envolvía sus huevos en una piel de sorra y los ponía a incubar al sol. También han
sido muy alabadas las observaciones geográficas del santo, ya que hizo mapas de
las principales cadenas montañosas de Europa, explicó la influencia de la latitud
sobre el clima y, en su excelente descripción física de la tierra demostró que ésta es
redonda.

Pero el principal mérito científico de San Alberto reside en que, al caer en la cuenta
de la autonomía de la filosofía y del uso que se podía hacer de la filosofía
aristotélica para ordenar la teología, re-escribió, por decirlo así, las obras del filósofo
para hacerlas aceptables a los ojos de los críticos cristianos. Por otra parte, aplicó el
método y los principios aristotélicos al estudio de la teología, por lo que fue el
iniciador del sistema escolástico, que su discípulo Tomás de Aquino había de
perfeccionar. Así pues, fue San Alberto el principal creador del "sistema predilecto
de la Iglesia". El reunió y seleccionó los materiales, echó los fundamentos y Santo
Tomás construyó el edificio. Al mismo tiempo se mantenía humilde y rezaba así:
"Señor Jesús pedimos tu ayuda para no dejarnos seducir de las vanas palabras
tentadoras sobre la nobleza de la familia, sobre el prestigio de la Orden, sobre lo
que la ciencia tiene de atractivo".

San Alberto escribió durante sus largos años de enseñanza y no dejó de hacerlo
cuando se dedicó a otras actividades. Como rector del "studium" de colonia, se
distinguió por su talento práctico, de suerte que de todas partes le llamaban a
arreglar las dificultades administrativas y de otro orden. En 1254, fue nombrado
provincial en Alemania. Dos años más tarde, con su alto cargo asistió al capítulo
general de la orden en París, donde se prohibió a los dominicos que aceptasen en
las universidades el título de "maestro" o "doctor" o cualquier otro tratamiento que
no fuera el de su propio nombre. Para entonces, ya se le llamaba a San Alberto "el
doctor universal", y el prestigio de que gozaba había provocado la envidia de los
profesores laicos contra los dominicos. En vista de esa dificultad, que había costado
a Santo Tomás y a San Buenaventura un retraso en la obtención del doctorado, San
Alberto fue a Italia a defender a las órdenes mendicantes contra los ataques de que
eran objeto en París y otras ciudades. Guillermo de Saint-Amour se había hecho eco
de dichos ataques en su panfleto "Sobre los peligros de la época actual". Durante su
estancia en Roma, San Alberto desempeñó el cargo de maestro del sacro palacio, es
decir, de teólogo y canonista personal del Papa. Por entonces, predicó en las
diversas iglesias de la ciudad.

Obispo de Regensburgo

En 1260, el Papa le ordenó obispo de la sede de Regensburgo, la cual, según se le


informó, era "un caos, tanto en lo espiritual como en lo material". San Alberto fue
obispo de Regensburgo menos de dos años, pues el Papa Urbano IV aceptó su
renuncia, permitiéndole regresar a la vida de comunidad en el convento de
Würzburg y a enseñar en Colonia. Pero en ese breve período hizo mucho por
remediar los problemas de su diócesis. Su humildad y pobreza eran ejemplares.
Desgraciadamente, los intereses creados y la persistencia de ciertos abusos no
permitieron al santo terminar la obra comenzada. Para gran gozo del maestro
general de los dominicos, Beato Humberto de Romanos, que había tratado en vano
de impedir que Alejandro le consagrase obispo, San Alberto volvió al "studium" de
Colonia. Pero al año siguiente, el santo recibió la orden de colaborar en la
predicación de la Cruzada en Alemania con el franciscano Bertoldo de Ratisbona.

Una vez terminada esa tarea, San Alberto volvió a Colonia, donde pudo dedicarse a
escribir y enseñar hasta 1274, cuando se le mandó asistir al Concilio Ecuménico de
Lyon. En víspera de partir, se enteró de la muerte de su querido discípulo, Santo
Tomás de Aquino (según se dice, lo supo por revelación divina). A pesar de esta
impresión y de su avanzada edad, San Alberto tomó parte muy activa en el Concilio,
ya que, junto con el Beato Pedro de Tarantaise (Inocencio X) y Guillermo de
Moerbeke, trabajó ardientemente por la reunión de los griegos, apoyando con toda
su influencia la causa de la paz y de la reconciliación.

Defiende la obra de Santo Tomás

Probablemente, la última aparición que hizo en público tuvo lugar tres años más
tarde, cuando el obispo de París, Esteban Tempier, y otros personajes, atacaron
violentamente ciertos escritos de Santo Tomás. San Alberto partió apresuradamente
a París para defender la doctrina de su difunto discípulo, que coincidía en muchos
puntos con la suya, y propuso a la Universidad que le diese la oportunidad de
responder personalmente a los ataques; pero ni aun así consiguió evitar que se
condenasen en París ciertos puntos.

La Virgen lo había preparado


En 1278, cuando dictaba una clase, le falló súbitamente la memoria y perdió la
agudeza de entendimiento.

La visión de la escalera. San Alberto había dicho que, de joven, le costaban los
estudios y que por eso una noche dispuso huir del colegio donde estudiaba. Pero al
tratar de huir por una escalera colgada de una pared, cuando llegó a la parte de
arriba se encontró con Nuestra Señora la Virgen María que le dijo: "Alberto, ¿por qué
en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy "Causa de la Sabiduría"? Si me
tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa. Y para que sepas que sí
fui yo quien te la concedí, cuando ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías".
Aquello sucedió como la Virgen le dijo.

Santa muerte

Dos años después, a los 74 años, murió apaciblemente, sin que hubiese padecido
antes enfermedad alguna, cuando se hallaba sentado conversando con sus
hermanos en Colonia. Era el 15 de noviembre de 1280. Se había mandado a
construir su propia tumba, ante la cual todos los días iba a rezar el Oficio de
Difuntos.
No fue beatificado sino hasta 1622, y aunque se le veneraba ya mucho,
especialmente en Alemania, la canonización se hizo esperar todavía. En 1872 y en
1927, los obispos alemanes pidieron a la Santa Sede su canonización, pero al
parecer, fracasaron. Finalmente, el 16 de diciembre de 1931, Pío XI, en una carta
decretal, proclamó a Alberto Magno Doctor de la Iglesia lo que equivalía a la
canonización e imponía a toda la Iglesia de occidente la obligación de celebrar su
fiesta. San Alberto, según dijo el sumo Pontífice, poseyó en el más alto grado el don
raro y divino del espíritu científico . . . Es exactamente el tipo de santo que puede
inspirar a nuestra época, que busca con tantas ansias la paz y tiene tanta
esperanza en sus descubrimientos científicos". San Alberto es el patrono de los
estudiantes de ciencias naturales.

Bibliografía
Butler; Vida de los Santos
Sálesman, P. Eliécer, Vidas de los Santos # 4 –
Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día

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San Alberto Magno,un gigante de la Ciencia
El Profesor José Ignacio Saranyana explica la
importancia de un Doctor de la Iglesia.

San Alberto Magno, Doctor Universal de la Iglesia Católica. Casi ochenta años vivió
el sabio dominico alemán, nacido en Bollstadt, una pequeña aldea bávara. Casi
ochenta años, que dedicó a poner al alcance de los medievales la ciencia
acumulada hasta entonces por los griegos y por sus discípulos los árabes y judíos,
traducida al latín en Toledo, Nápoles, Salerno y Ripoll. El séptimo centenario de su
muerte fue celebrada por el Romano Pontífice Juan Pablo II recogiéndose en oración
en la cripta de la iglesia de San Andrés, a escasa distancia de la catedral de Colonia,
donde reposan los restos de San Alberto.

UN GIGANTE DE LA CIENCIA

Como dijo Gilson, Alberto Magno se abalanzó sobre el saber greco-árabe con el
gozoso apetito de un gigante de buen humor. Escribió de todo, porque disfrutaba
haciéndolo. Y así su producción literaria adquirió unas proporciones no superadas
por nadie, al menos que me conste: 38 gruesos volúmenes en la edición de Borgnet
(Paris 1890-1899). ¡Ciento cincuenta años! han calculado los investigadores del
Instituto Albertino (Bonn) que tardarán en terminar la edición crítica de sus escritos,
según me confesaba, desolado, el P. Kübel, su actual director. Entre las obras
albertinas -que supondrán cuarenta tomos in folio, algunos divididos en varios
volúmenes, de la nueva edición coloniense- se cuentan tratados de lógica,
metafísica, matemáticas, física y química, medicina y astronomía, fisiología animal,
filosofía y teología, y comentario a los antiguos, sin excluir varios ensayos sobre
saberes prácticos, como un manual del perfecto jardinero.

Fue tan pulcro en sus descripciones, y tan deseoso de que sus experiencias
pudieran ser útiles a la posteridad, que todavía hoy, al cabo de tantos siglos, es
posible reproducir en un laboratorio sus técnicas químicas. Recientemente me
contaba el gran arabista George Anawati, que había instalado en El Cairo un
pequeño local donde llevaba a cabo las prácticas albertinas con éxito total. Su
meticulosidad fue proverbial: «Yo mismo lo he experimentado -escribía Alberto-.
Pues algunas veces me puse en camino para visitar minas metalíferas muy alejadas
y experimentar directamente las propiedades de los metales».

PADRE DE LA INTELECTUALIDAD CRISTIANA

La carrera intelectual de San Alberto suele dividirse en cuatro etapas. Un primer


período teológico, vivido en Alemania y en París (1228-1248); un segundo
momento, transcurrido en Colonia, en que estuvo interesado por la cultura griega
post-romana (Pseudo-Dionisio, por ejemplo), y durante la cual fue además el
maestro de Santo Tomás de Aquino (1248-1254); los años en que anduvo a vueltas
con la filosofía aristotélica y con los escritos de Boecio (1254-1270), y, finalmente,
la segunda etapa teológica (1270-1280), en la que redactó ya pocas obras, agotado
como estaba por tan dilatada e intensa existencia, aunque todavía tuvo fuerzas
para dictar su magna Suma de Teología. A todo ello deberíamos añadir su actividad
diplomática al servicio de la Santa Sede (predicador de las Cruzadas), su labor
interna como organizador de los estudios dominicanos, y su consagración episcopal
para la sede de Ratisbona.
No es fácil destacar aspectos del saber científico en que San Alberto haya aportado
verdaderas novedades. Fue fundamentalmente un recopilador, un curioso de la
especulación, un apasionado de la naturaleza y de la cultura antigua. En algunas
disciplinas, su obra no pasa de ser, después de setecientos años, un momento
histórico del progreso científico. Sus aportaciones más interesantes se hallan en el
campo de la filosofía y de la teología, porque preparó el material que habría de usar
Santo Tomás para su genial síntesis, que Alberto conoció y defendió, aunque nunca
llegó a comprender... Pero en todo caso, San Alberto queda, para nuestras
generación, como el testimonio de esa actitud cristiana hacia la ciencia, que Juan
Pablo II ha subrayado, en su importante discurso en la Catedral de Colonia,
abarrotada hasta lo inverosímil por estudiantes y catedráticos alemanes de todas
las Universidades.

San Alberto Magno


Perfil Histórico
San Alberto nace en el seno de la noble familia de los Ingollstad en Lauingen,
Diócesis de Augsburgo en la Baviera Alemana en 1.206.
Desea cursar la carrera de Leyes por lo que sus padres le envían primero a Bolonia,
que más tarde será cumbre de los estudios juristas; pasa más adelante a Venecia,
para terminar en Padua. En 1.223 conoce a su compatriota el Bto. Jordán de Sajonia
que sucederá a Santo Domingo de Guzmán en el gobierno de la Orden Dominicana.
Queda prendado por la predicación y las cualidades de este hombre; recibe la
llamada de Dios y decide ingresar en la Orden de Predicadores en 1.224. La
oposición de su familia es frontal, pero él permanece fiel a su decisión.

En 1.228 es enviado a su Patria como profesor y enseña, primero en Colonia, con


posterioridad en Hildesheim, Friburgo, Ratisbona, Estrasburgo y en la Sorbona de
París, donde tendrá como discípulo predilecto a Santo Tomás de Aquino.

En 1.248 le encontramos, de nuevo, en Colonia dirigiendo el Estudio General de la


Orden en esta ciudad. En los años 1.254 a 1.257 es elegido Provincial de la
Provincia de Teutonia. En 1.256 está en Roma y allí, con San Buenaventura,
franciscano, defiende los derechos de las Ordenes Mendicantes, frente a Guillermo
de San Amor y otros profesores, el derecho de enseñar en las Universidades de
entonces. San Alberto Magno es profesor en la Curia Pontificia.
Cuatro años más tarde el Papa Alejandro IV le nombra Obispo y, a pesar de su
oposición, es consagrado Obispo de Ratisbona; organizó la Diócesis. A los dos años,
con nostalgia de su vida conventual dominicana, el Papa Urbano IV le acepta la
renuncia. De 1.261 al 1.263 es nombrado Predicador de la Cruzada y profesor de la
Curia Pontificia.
Destaca San Alberto Magno por su capacidad, sagacidad y equilibrio en solucionar
casos conflictivos como el del Obispo de Wurzburgo con sus fieles. Su misión y su
campo es la enseñanza, la investigación por la que sigue dictando su sabiduría en
las Cátedras Wurzburgo, Estrasburgo y Lyon. Participa en el II Concilio de Lyon,
donde media para que sea reconocido como Rey de Alemania Rodolfo de
Augsburgo.

En 1.279 se debilita física y mentalmente. Ese mismo año redacta su testamento y


muere, con serenidad y paz, sobre su mesa de trabajo. Era el 15 de noviembre
de1.280.
El Maestro General de la Orden Dominicana, Humberto de Romans, nos ha dejado
estas pinceladas: "Era de buena talla y bien dotado de formas físicas. Poseía un
cuerpo formado con bellas proporciones y perfectamente moldeado para todas las
fatigas del servicio de Dios".
San Alberto es Magno por la grandeza de su espíritu. Era un hombre abierto a lo
universal; escritor y profesor incansable. Como naturalista era un hombre de
vocación analítica y observador nato. En sus obras destacan afirmaciones talas
como: "Yo lo observé" "Yo hice el experimento" "Esto me lo han referido pescadores
o cazadores expertos".
Pero es preciso destacar que San Alberto estudia, investiga, analiza todo en función
de la
Santa Predicación; por eso utiliza tanto las Ciencias Naturales, Biología, Botánica,
Química, Zoología, Arqueología, como la Filosofía y la Teología.

Semblanza Espiritual

San Alberto es un científico, pero ante todo es un teólogo, observante y mortificado,


hombre de oración ininterrumpida. Pasa muchas noches en la oración, amante de la
Eucaristía: "Celebraba los Misterios Divinos con la más grande pureza y el más
ardiente amor".
Pero San Alberto Magno es un místico que descubre a Dios en el encanto de la
creación. Y un místico mariano, con una sencilla y profunda devoción a la Virgen
María. Su amor a la Virgen es ingenuo y profundo a la vez.
Fue canonizado por Pio Xl el 16 de diciembre de 1.931. Pio XII, en 1.941, lo declara
Patrono de los científicos. La gran gloria de San Alberto es sin duda su discípulo
Santo Tomás de Aquino.

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