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SCHILLEBEECKX
SCHILLEBEECKX
(Traducción castellana: Cristo, Sacramento del encuentro con Dios, Ed. Dinor,
San Sebastián 1966, 255 pp.).
CONTENIDO DE LA OBRA
Este libro viene a ser un resumen de otro más amplio titulado De Sacramentele
heilsekonomie publicado en 1952.
Capítulo 5: El encuentro eclesial con Cristo, como sacramento del encuentro con
Dios: efectos de los sacramentos
VALORACIÓN CIENTÍFICA
El valor científico del libro varía de unos capítulos a otros. En conjunto se puede
decir que no aporta nada nuevo en cuanto al fondo de las cuestiones, pero presenta una
visión de conjunto - cristológica y eclesiológica - que no siempre suele encontrarse en
los tratados clásicos, y que puede contribuir a una comprensión más unitaria de la
economía de la salvación.
El autor consigue dar cierta viveza a la obra utilizando un lenguaje muy simbólico,
que en ocasiones ayuda a una profundización intuitiva, pero que con frecuencia impide
el rigor científico.
Probablemente el mayor interés del libro radique en los dos primeros capítulos,
aunque son, por otra parte, los más afectados por la terminología no tradicional, y en
ocasiones contienen afirmaciones cuyo exacto contenido no queda claro
VALORACIÓN DOCTRINAL
Así por ejemplo, cuando afirma que “la distinción entre alma de la Iglesia
(comunión de gracia interior con Cristo) y cuerpo de la Iglesia (sociedad visible con sus
miembros y jerarquía)... ha sido condenada hasta cierto punto por Pío XII” (p. 66),
aparte de que resulta muy imprecisa la expresión condenar hasta cierto punto, no aclara
para nada que lo que el Papa Pío XII, en la enc. Mystici Corporis, enseña ser contrario a
la buena doctrina es la oposición entre una Iglesia invisible, ideal, formada por la
caridad, y una Iglesia jurídica, con disciplina y ritos externos, pero sin la comunicación
de una vida sobrenatural, mostrando que, por el contrario, “estas dos realidades - como
en nosotros el cuerpo y el alma - se complementan y perfeccionan mutuamente y
proceden del mismo Salvador nuestro”. Sin embargo, en la misma encíclica habla el
Papa Pío XII, de que el Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, pues a El ha de
atribuirse que todas las partes estén unidas entre sí y con la Cabeza, estando todo en la
Cabeza y todo en el Cuerpo, El es principio vivificante, etc., recogiendo así mismo la
doctrina de León XIII en la enc. Divinum illud: “mientras Cristo es la Cabeza de la
Iglesia, el Espíritu es su alma”. Por otra parte, también en la Mystici Corporis queda
claramente expuesto que “no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma
naturaleza al hombre del Cuerpo de la Iglesia”, y por tanto los pecadores, mientras no se
aparten por sí mismos o por la legítima autoridad, siguen siendo miembros de la Iglesia,
aunque hayan perdido la caridad y la gracia divina pecando.
En otro lugar se acude al testimonio del Magisterio en forma que parece también
algo forzada. A propósito de la forma del sacramento de la Eucaristía (pp. 145-148),
resulta sorprendente que el autor no cite más que una declaración del Santo Oficio del
23V-1957; tras un análisis de este documento, y sin mencionar para nada el Magisterio
anterior de la Iglesia, afirma: “Está fuera de duda que en Occidente el poder
consecratorio consiste en las palabras de la institución, llamada por esta razón entre
nosotros consagración. Pero esto no significa que siempre haya sido así, y menos
todavía que tiene que ser así en virtud de la institución de Cristo” .
El autor da por sentado, sin ningún tipo de reserva crítica, que la epíclesis ha tenido
en otros tiempos “por lo menos una significación igualmente consecratoria”, y que “ha
habido liturgias en las que faltaban las palabras de la institución”. Por otra parte, señala
simplemente que “existe por el contrario en la Iglesia ]atina una fuerte tendencia a
considerar las palabras de la institución como la forma de la eucaristía establecida por
Cristo”.
Otras observaciones que implican alguna reserva de valor doctrinal, son las
siguientes:
a) En los primeros capítulos del libro parece no estar bien precisada una cuestión
de fondo. El enfoque del autor parte de un breve análisis titulado “La humanidad a la
búsqueda del Sacramento de Dios” (pp. l5-22), donde examina el sacramento en el
paganismo religioso y luego en Israel, para tratar después de “Cristo, Sacramento del
encuentro con Dios”. Aunque de hecho estas páginas, pueden interpretarse
correctamente, y no faltan en otros lugares afirmaciones de la ineficacia del esfuerzo
meramente humano para alcanzar una comunión personal perfecta con Dios, la
exposición no es lo suficientemente neta como para evitar en su lectura el riesgo de
concluir en forma indiscriminada, que el sacramentalismo cristiano hunde sus raíces en
el paganismo religioso, o de no apreciar como se debe la iniciativa salvífica de Dios,
que trasciende las exigencias del orden natural.
“Si quis dixerit, ea ipsa novae Legis sacramenta a sacramentis antiquae Legis non
differre, nisi quia caeremoniae sunt aliae et alii ritus externi: anathema sit” (Dz. 845). Y
la diferencia - no sólo externa - que este canon recuerda, ya había sido precisada en
declaraciones anteriores del Magisterio solemne. Por ejemplo, en el Decreto pro
Armenis del Concilio Florentino, se lee: “Novae Legis septem sunt sacramenta:
videlicet baptismus (...) et matrimonium, quae multum a sacramentis differunt antiquae
Legis. Illa enim non causabant gratiam, sed solum per passionem Christi ... esse
figurabant” (Dz. 695).
c) Sobre la kenosis del Verbo (pp. 36-40), el autor desarrolla una serie de ideas que
intentan penetrar en el misterio de Cristo “hecho carne de un linaje marcado por la
desobediencia o alejamiento de Dios...”. Explica este alejamiento de Dios con
referencia a Cristo antes de su glorificación, de modo sugestivo e interesante, pero
puede desorientar a quien no tenga ya una preparación adecuada en la materia, por el
uso de expresiones poco matizadas.
En este mismo apartado, al tratar del valor de la cena evangélica entre algunos
protestantes, aunque deja claro que no se trata en absoluto de un sacramento válido,
tiene ciertas expresiones confusas (“Cuando el Consejo mundial de las Iglesias -
concluye por ejemplo, el autor - se reúne para llegar mediante conversaciones teológicas
a una unidad más amplia de la Iglesia, una cena celebrada en común, contribuirá sin
duda más a la unidad ecuménica que el diálogo teológico, que sin embargo es también
necesario” - p. 225-).
F.O.B. y J.G.C.