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¿Quien es el Padre Farnés?

El Camino Neocatecumenal no podría haber nacido ni se podría haber


desarrollado sin uno de sus tres fundamentos: La liturgia. Para muchos es
desconocido sin embargo cómo los iniciadores del Camino, Kiko Argüello y
Carmen Hernández, después de la experiencia en las barracas de Madrid,
entraron en contacto con toda la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II que
se estaba produciendo en aquellos mismos años. No en vano ‘La renovación
litúrgica es el fruto más visible de la obra conciliar’ como habían aseverado y
constatado los obispos del mundo al concluir el Sínodo de 1985, dedicado a la
evaluación de los primeros veinte años de aplicación de las orientaciones y
directrices del Vaticano II, y esa renovación coincidió con una experiencia
comunitaria que traspasó las fronteras periféricas de un suburbio para implantarse
en miles de parroquias de todo el mundo.

La cuestión litúrgica dentro del Camino, sobretodo la Eucarística, ha sido y es


posiblemente una de las más criticadas en todos sus planteamientos: pastoral,
eclesiológico, doctrinal, catequético... Las primeras comunidades nacidas en
Madrid y Roma en las postrimerías del Concilio, celebraban la Eucaristía de una
manera muy particular: celebraciones el sábado por la noche, en pequeñas
comunidades, fuera de las grandes asambleas de la parroquia, con la participación
de los fieles mediante moniciones, ecos, preces… con una disposición del espacio
de una manera novedosa, con el altar en el centro, comulgando con las dos
especies, con pan ácimo, desde el mismo sitio, adelanto del saludo antes de la
paz… Muchas de esas prácticas, con el paso de los años y el crecimiento y
expansión del Camino, habían sido consideradas por lo más críticos, fruto del
desconocimiento o el pre-juicio, como invenciones e innovaciones propias del
capricho de unos laicos que actuaban como pseudo-liturgistas y que, amparados
por el ‘caos’ Conciliar en esta materia, se habían aprovechado para introducir a su
libre arbitrio elementos inventados en la liturgia, algunos de cariz protestante, otros
aparentemente judaizantes, y que, en su parecer, atentaban contra la tradición y el
Magisterio. 

El P. Farnés saludando al Papa Benedicto XVI en una Audiencia con el Camino


Neocatecumenal.
A pesar de los años transcurridos desde el nacimiento de las primeras
comunidades y de todo el estudio con las subsiguientes aprobaciones realizado en
más de 40 años por la Santa Sede a través de las Congregaciones pertinentes,
todavía existen fieles, sacerdotes, incluso Obispos que dudan de la validez de
tales celebraciones, y que siguen creyendo que Kiko y Carmen no son más que
los inventores de un ‘rito neocatecumenal’ de tintes judío-protestantes, que nada
tienen que ver con la liturgia católica. Nada más lejos de la realidad. Tales juicios
deben ser sostenidos únicamente por un profundo desconocimiento de la amplitud
de la liturgia de la Iglesia en lo que respecta a su historia y prácticas milenarias,
así como el fondo y la forma de la renovación Conciliar, y el modo y sentido de las
celebraciones en el Camino con el seguimiento pastoral y paternal de la Iglesia
durante más de cuarenta años. La celebración Eucarística de las comunidades
neocatecumenales no entra dentro de lo que podría considerarse un rito, dado que
siguen las rúbricas propias del Misal Romano, pero incorporan una serie de
prácticas permitidas por una serie de motivos que deben ser esclarecidos y
desarrollados. Esas diferencias respecto al Rito Romano aprobado en el Novus
Ordo de Pablo VI, no son fruto de una improvisación, ni tienen su origen en
planteamientos alternativos o peregrinos, inventados de manera artificial, con la
intencionalidad de querer ser diferentes respecto al resto o querer introducir
prácticas abusivas en base a conceptos teológicos erróneos. El Camino es un
itinerario de fe católico como decía San Juan Pablo II surgido para la nueva
evangelización, planteado fundamentalmente para alejados, bautizados no
practicantes, personas con poca o sin ninguna formación cristiana y hasta ateos o
agnósticos, que deben ser introducidos de manera paulatina y progresiva en los
Sagrados Misterios, a través de signos, símbolos y gestos que le ayuden a
comprender poco a poco la grandeza de la fe que se centraliza y tiene su mayor
expresión en el Sacramento Eucarístico. 

El deseo de renovar la liturgia para acercarla a los fieles con la intención de que
vivieran más intensamente el misterio pascual de nuestro Señor Jesucristo no fue
una decisión improvisada del Camino, sino que era, como lo recordaba San Juan
Pablo II en su Carta Encíclica ‘Ecclesia de Eucharistia’ una de las bases para el
nacimiento y desarrollo de la Iglesia: ‘Del misterio pascual nace la Iglesia.
Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del
misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial’ (EE nº 3). Por tanto, para
desarrollar una eficaz iniciación cristiana era absolutamente necesario partir de la
base de que sin una renovación litúrgica que permitiera a los iniciados no solo
conocer el misterio, sino vivirlo, era imposible que se llevara a cabo.

El movimiento litúrgico había aparecido con fuerza en Europa varias décadas


antes, siendo un Papa, San Pío X, uno de sus principales baluartes. Este Papa
sentó las bases para renovar la vida litúrgica de la Iglesia e inició, con fuerza y
eficacia, la restauración del verdadero sentido del Año Litúrgico por medio sobre
todo de la bula ‘Divino Afflatu’, de 1 de noviembre de 1911, que encabeza desde
su pontificado las ediciones del Misal y del Breviario. Fue él quien restauró la
comunión frecuente, o dicho de otra manera, quien propició la participación plena
en la liturgia eucarística (antes de San Pío X eran poquísimos los fieles que
comulgaban, y menos aún los que comulgaban dentro de la misa). Fue él quien
admitió también de nuevo a los niños en la Mesa eucarística, como subrayando la
centralidad de la economía de la salvación que opera a través de la liturgia de los
sacramentos. El Papa Pío XII dio también nuevos impulsos a la restauración de un
más auténtico sentido del Año Cristiano, del que no puede olvidarse la renovación
de la Vigilia Pascual (1951) y, algo más tarde, de toda la Semana Santa (1955).
Con estos antecedentes llegará el Papa San Juan XXIII y convocará el Concilio.

El Vaticano II supuso un real cambio en los enfoques del Año Cristiano, aunque
quizá sería más exacto decir que el Concilio, y luego la reforma litúrgica, han
culminado la restauración del Año Cristiano que había iniciado primero
tímidamente el Movimiento litúrgico, luego con fuerza siempre progresiva las
intervenciones de los Papas y, finalmente, el Vaticano II y la Reforma litúrgica que
llevó a término los votos del Concilio.

Es destacable el hecho de que la primera palabra oficial del Concilio Vaticano II se


refiera a la liturgia y a su necesaria reforma: la constitución Sacrosanctum
Concilium, promulgada el 4 diciembre de 1963. En ella la liturgia es presentada
ante el mundo como la expresión privilegiada de una Iglesia que busca
"acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las
necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio,
promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en
Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la
Iglesia. Por eso (este sacrosanto Concilio) cree que le corresponde de un modo
particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia" (S.C nº 1)

Kiko Argüello con el P. Farnés en la Inauguración de la Corona Mistérica de la


Catedral de la Almudena de Madrid

En esta concepción eclesiológica, la liturgia tiene un rol decisivo en el despliegue


del misterio de la Iglesia ad intra, para "los que están dentro para ser templo santo
en el Señor y morada de Dios en el Espíritu (cf. Ef 2, 21s)", pero también ad extra,
para la misión en el mundo, por cuanto ella presenta a la Iglesia "a los que están
afuera, como signo levantado en medio de las naciones (cf. Is 11, 12), para que
debajo de él se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos (Jn
11, 52), hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10, 16)"

Ahora bien, precisamente por eso, y para que esta acción salvífica divina que
acontece en la liturgia pueda experimentarse verdaderamente y en toda su
eficacia, se requiere algo también activo de parte del sujeto creyente: "que los
fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su
alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla
en vano (...) los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no
solo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también
para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente (scienter,
actuose et fructuose) (SC nº 11)

Esta participación activa no se debía interpretar en sentido que los laicos debían
estar más presentes en las distintas partes de la Misa, sino que la acción divina
debía ser acogida por ellos de manera consciente y activa. Al principio de la
necesaria "participación" de los fieles en la liturgia se suma así, inseparablemente,
el principio de la necesaria conciencia o comprensión de lo que acontece en ella,
dentro de su índole misteriosa.

En este ambiente de renovación, restauración, estudio, exégesis… aparecerán


numerosos estudiosos que serán determinantes en estos años para renovar la
liturgia sin romper con la tradición milenaria de la Iglesia, algunos de los cuales
tendrán al mismo tiempo una influencia directa y determinante sobre la génesis
litúrgica del Camino Neocatecumenal y el desarrollo de una arquitectura y estética
en las parroquias para la vida de las comunidades. 

Entre todos hay una figura que destaca especialmente, como recordaba el mismo
Kiko Argüello en su intervención en la inauguración del curso académico en el
Seminario Conciliar de Barcelona en 2003, un año después de la aprobación ad
experimentum de los Estatutos: ‘cómo Dios ha construido con Carmen, con el
Padre Farnés, conmigo, con muchos de vosotros, y con todas las comunidades
que han empezado, ha construido estos Estatutos, que hoy el Papa los presenta a
toda la Iglesia’. ¿Pero quién es en realidad el Padre Farnés, al que Kiko Argüello
considera parte esencial en la gestación del Camino Neocatecumenal? 

Pedro Farnés Scherer nace en Barcelona, España, un 16 de agosto del año 1925.
España era en aquel momento un país con graves incertidumbres políticas,
sociales y económicas, además de religiosas, que desembocarán una década
después en la guerra civil española, donde habrá una persecución religiosa en que
serán asesinados miles de sacerdotes, consagrados, Obispos, monjas y fieles
laicos. 

Acabada la guerra en el 1939, pocos años después, en 1943 decide entrar en el


Seminario Conciliar de Barcelona para realizar sus estudios eclesiásticos de
filosofía y teología, hasta el año 1950, cuando es ordenado presbítero el 19 de
marzo, día de San José. Nada más ordenarse será destinado como vicario a una
parroquia del pueblo de Sant Just Desvern, a las afueras de la ciudad, aunque el
año 1953 vuelve a Barcelona como vicario de la parroquia de la Purísima
Concepción. En 1955 será nombrado párroco de Montferri, en Tarragona.

Desde su etapa en el Seminario el P. Farnés tendrá una predilección por la


liturgia. No en vano Cataluña había sido un centro importante dentro del
movimiento litúrgico, que había comenzado en España con fuertes influencias de
la abadía benedictina de Solesmes, cuyos monjes restauraron la abadía de Santo
Domingo de Silos, y donde estaba el P. Gregorí Suñol, futuro abad titular de Santa
Cecilia de Montserrat, una centenaria abadía Benedictina en Cataluña. Fue
precisamente en Montserrat donde tuvo lugar el primer período del movimiento
litúrgico español, con la celebración del Congreso litúrgico de Montserrat en 1915.
A través de la restauración del canto gregoriano tuvo lugar también la renovación
de la vida litúrgica. Por este hecho podemos definir el movimiento litúrgico español
como un movimiento de renovación litúrgico-musical. A la restauración del canto
gregoriano correspondía un nuevo espíritu litúrgico, que se fue introduciendo en la
iglesia española en aquellos primeros años del siglo XX.

En la labor difusora del nuevo espíritu litúrgico influyó de un modo decisivo la vida
litúrgica de las abadías. A través de la liturgia vivida se expandió el espíritu de
renovación al resto de la Iglesia. Esta labor fue más fácil en Montserrat, pues era
el centro espiritual de Cataluña, y la vida religiosa de toda la región se movía al
ritmo de la vida espiritual de la abadía. También fue en aquellas fechas cuando
empezó a publicarse la revista litúrgica ‘Vida Cristiana’, con notoria influencia
litúrgica de este monasterio de Montserrat. Algunos miembros del mismo
participaron posteriormente de manera activa en las comisiones del Consilium
postconciliar.

Celebración de la Eucaristía con 250 Obispos de América en la convivencia de


Nueva York en 1997, donde asistió el P. Farnés
Además en Europa por aquellas mismas fechas aparece otro centro importante
para el movimiento litúrgico: Paris. 

En 1943 había surgido el Centro de Pastoral Litúrgica de Paris que fue decisivo
para encauzar y contribuir a promover el movimiento litúrgico europeo. Al mismo
tiempo Le Saulchoir, el gran laboratorio dominico de investigación en ciencias
religiosas y de búsqueda de respuestas adecuadas a los signos de los tiempos,
vivía su momento más brillante e influyente. 

En este contexto aparece una de las que serán las figuras más importantes de la
renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, el P. Bernard Botte (1883-1980) monje
francés de Mont César y que será el primer director del Instituto Superior de
Liturgia de Paris, de 1956 a 1964. El P. Botte había sido uno de los exégetas con
mayor prestigio en lo referente a la historia de la liturgia, y que más había
estudiado la Traditio de S. Hipolito donde se describe uno de los métodos
catecumenales de las primeras comunidades cristianas. En su escrito sobre el
movimiento litúrgico ‘Le mouvement Liturgique: Témoignage et souvenirs’ (1973)
Don Botte ofrece un testimonio personal sobre la práctica litúrgica al comienzo del
siglo XX y los motivos del movimiento que desembocaron en la reforma Conciliar:
"Para comprender un movimiento hace falta conocer su punto de partida. ¿Cuál
era la práctica litúrgica al comienzo del siglo XX? Los jóvenes de hoy,
evidentemente, no pueden imaginárselo. Pero los menos jóvenes —los que llegan
a la cincuentena —se equivocarían refiriéndose a sus recuerdos de la infancia,
porque en veinte años muchas cosas han cambiado (…) La misa la celebraba un
viejo Padre, más o menos afónico; incluso en las primeras filas apenas se
escuchaba un murmullo. Nos levantábamos para el Evangelio, pero lo que
significase este evangelio nadie sabía explicárnoslo. No se sabía tampoco qué
santo se festejaba o por qué difunto se celebraba la Misa de negro. El misal para
los fieles no existía. Era posible sumergirse en cualquier libro de oración. Pero de
vez en cuando salíamos de nuestro sueño recitando en voz alta unos cuantos
misterios del rosario o cantando unos versos en latín o un canto en francés. El
único momento en el cual se oraba con el cura era después de la Misa, cuando el
celebrante, de rodillas al pie del altar, recitaba las tres avemarías con el Salve
Regina y otras oraciones prescritas por León XIII. No se comulgaba en esta misa.
Realmente, en aquel tiempo, nadie veía ninguna relación entre la misa y la
comunión. La comunión se podía recibir antes de la misa, después de la misa o a
mitad de la misa, pero nunca en el momento previsto por la liturgia. Era cuestión
de horario: se daba la comunión cada cuarto de hora. Cuando empezaba la misa,
se podía tener la certeza de ver, después de un cuarto de hora, a un cura con alba
salir de la sacristía, apresurarse al altar e interrumpir al celebrante para sacar un
ciborio del tabernáculo. El celebrante podía entonces continuar la Misa hasta el
momento en el cual se interrumpía de nuevo para regresar del ciborio al
tabernáculo. Se aconsejaba comulgar antes de la misa y ofrecer la Misa la acción
de gracias. Eso nos puede extrañar, pero hay que tener en cuenta las ideas de la
época. La misa ya no era la oración de la comunidad cristiana. El Clero se
encargaba enteramente de la misa. Los fieles sólo podían participar desde lejos y
entonces se dedicaban a las devociones personales. La comunión aparecía como
una devoción privada sin relación especial con la misa".

El mismo año que se creaba el Instituto Superior de Liturgia de Paris tuvo lugar en
Asís el famoso Congreso de Pastoral Litúrgica al que asistieron de Cataluña los
Obispos Jubany, Masnou, Pont i Gol y los presbíteros Pedro Farnés y Pedro Tena
(que más tarde sería Obispo auxiliar de Barcelona) y algunos seglares. Aquel
mismo año de 1956 se organizó en Barcelona, presidido por el Obispo Mons.
Modrego, un Congreso litúrgico diocesano, donde se pidió elaborar un ‘Directorio
sobre la Misa’ y la creación de un Secretariado litúrgico diocesano. Fue el P.
Farnés uno de los cinco encargados de la comisión para la elaboración del mismo.
Poco después, en 1958, se pidió al Obispo crear el denominado ‘Centro de
Pastoral Litúrgica’, a imagen del de París, que comenzó pocos meses antes del
inicio del Concilio, y en cuyo consejo estuvo también el P. Farnés, del que además
de miembro llegará a ser en varios periodos subdirector y presidente.

En este ambiente de estudio y exégesis litúrgica el P. Farnés decide, tras


Licenciarse en Teología en la Facultad de Sto. Tomas de Aquino Angelicum de
Roma en 1959, ampliar su formación e ir a estudiar liturgia al Instituto Superior de
Liturgia de París, que era en aquel momento el más importante de todo el mundo. 

En aquel mismo año de 1959 el P. Farnés se dirige a Francia no sin antes visitar al
único alumno español que estudiaba en aquel Instituto recién inaugurado. Así lo
recuerda y describe Juan Antonio Gracia, que fuera compañero suyo: ‘Conocí a
Farnés allá por el año 1958. Vino a visitarme a mi casa de Zaragoza para
interesarse por el Instituto Superior de Liturgia de París, inaugurado dos años
antes y del que yo era entonces el único alumno español (…) Cuando Farnés llegó
a las orillas del Sena, París era un emporio de cultura teológica y litúrgica, y un
hervidero de experiencias evangelizadoras’.

El Instituto tenía entonces una nómina de profesores sobrecogedora, con Don


Botte a la cabeza, Bouyer, Danielou, Martimort, Jounel, Chavasse, Vogel, que
serán los grandes maestros determinantes en la orientación hodierna de la
Liturgia, y que tuvieron una participación intensa en la preparación y desarrollo del
Concilio Vaticano II, desempeñando un papel preponderante en la reforma
Conciliar. 

En París recibirá clases entre otros del mismo fundador P. Botte, que tendrá como
experto un papel preeminente durante toda la renovación litúrgica, tal como lo
recuerda el P. Piero Marini, que participó en las sesiones de la reforma litúrgica
como seminarista y que su camino litúrgico le llevó a ser el responsable de las
celebraciones del Papa San Juan Pablo II durante su pontificado y parte del de
Benedicto XVI, en su libro de memorias ‘Maestro de las celebraciones pontificias’
(colección "Liturgia Fovenda" - coeditado con Ediciones STJ 2010): ‘Cuando los
Obispos y cardenales planteaban cuestiones al padre Botte, respondía como un
profesor a sus alumnos’. 
Dom Botte nos explicaba en su libro anteriormente citado "Le mouvement
liturgique" (p. 156) la organización del Consilium: ‘El Consilium estaba constituido
por dos grupos diferentes. Había en primer lugar una cuarentena de miembros
propiamente dichos -la mayoría cardenales u obispos- que tenían voz deliberativa.
Luego estaba el grupo de los consultores, encargado de preparar el trabajo. Allí
estaban Mons. Wagner y Bugnini, y el Padre Adalbert Franquesa, monje
montserratino. Varios expertos estaban agrupados y trabajaban juntos bajo la
dirección de un relator’. Dom Botte fue el encargado de la revisión del primer tomo
del Pontifical, y a él le debemos, en gran parte por lo menos, la desaparición de la
Prima Tonsura y las Ordenes Menores así como el nuevo Ritual de las
Ordenaciones y el nuevo Rito de la Confirmación. Monseñor Wagner, director del
Instituto Litúrgico de Tréveris, fue el relator del grupo encargado de la reforma de
la Misa cuyos miembros más activos fueron: el profesor Fischer, Mons. Schnitzler,
el P. Jungmann, el P. Louis Bouyer, el P. Gy, Dom Vaggagini y Dom Botte.

Por otro lado también recibirá clases en París del citado P. Louis Bouyer (1913
-2004) prestigioso teólogo y liturgista francés que será también una pieza
importante para la formación litúrgica en el Camino Neocatecumenal, y que fue
nombrado por el Papa para la Comisión Teológica Internacional en 1969. Fue
además consultor del Consejo del Vaticano II para la liturgia, la Congregación para
el Culto y la Secretaría de la Unidad de los Cristianos. Fue profesor en el Instituto
Católico de París hasta 1963 y luego enseñará en Inglaterra, España, y Estados
Unidos. Autor de numerosas publicaciones, en 1951 publicó el libro ‘El Misterio
Pascual. Meditaciones sobre los tres últimos días de la Semana Santa’ y en 1967
‘Liturgia y Arquitectura’ sobre la disposición del espacio sagrada en la historia de
la Iglesia.

Después de dos años de estudio en París, en 1961 el P. Farnés se diploma en


Sagrada Liturgia (Peritus Sacrae Liturgiae), y en 1962 realizará unos cursos de
doctorado en Teología en el Institut Catholique de París. Con este bagaje
formativo en Francia, y estando ya el Concilio Vaticano II en marcha, vuelve a
España, donde en 1963 se incorporará como profesor de liturgia en el Instituto de
Liturgia de la Universidad Pontificia de Salamanca. En 1964 volverá a Barcelona
porque tendrá lugar la promoción del Instituto de Liturgia de Barcelona, donde será
profesor ordinario desde su fundación, dando alternativamente clases de liturgia
también en el Seminario Pontificio de Tarragona.

Fue en esta vuelta a Barcelona cuando Carmen Hernández, co-iniciadora del


Camino Neocatecumenal, conoce de manera improvista pero providencial al P.
Farnés. Así lo relataba Carmen en el año 2003 en la inauguración del curso
académico del Seminario Conciliar de Barcelona: ‘Y allí estaba monseñor Farnés,
que le digo yo, joven y guapo, que venía de París con todo el Concilio ya en la
mano, y allí daba el unas conferencias de liturgia’. 

Carmen Hernández había nacido en Ólvega, un pueblo aragonés, pero desde


pequeña había vivido en Tudela (Navarra) donde había tenido una formación
jesuita y había visto a muchos partir para las misiones. A los 21 años decidió
entrar en la Congregación de misioneras de Cristo Jesús, creada precisamente en
Javier pocos años antes, en 1944, porque tenía el deseo de ir a evangelizar a la
India. Tras un periodo de formación y preparación en Inglaterra, cuando iba a
partir para Admelabad, por una serie de circunstancias acabó recalando en
Barcelona, donde finalmente y tras muchos sufrimientos, junto con otras
compañeras, dejó de manera definitiva la Congregación. En aquel momento
Carmen entra en contacto con el P. Farnés, que acaba de venir de París. Así lo
sigue relatando: ‘Con Farnés descubrí yo todo el misterio de la Pascua, en que
hay que entrar en la muerte con Cristo para resucitar con él, que es todo el
Concilio Vaticano II y de lo que vivís todos los comunitarios que estáis aquí. Del
pan y del vino: Osea, ‘que el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida
eterna y yo lo resucitaré en el último día’. Es el pan que se parte…y digo, mucha
gente ha escuchado a Farnés y no han entendido, ¿y porque escuché yo? porque
estaba en una Kénosis muy grande de muerte, en getsemaní, entonces descubrí
la renovación del Concilio. La primera Pascua de verdad que yo he vivido como
Pascua verdadera con toda la renovación litúrgica del Concilio ha sido aquí, en la
catedral de Barcelona, con la candela y con todo…Y por eso yo quiero muchísimo
a Farnés y yo digo: “El Camino Neocatecumenal ha nacido en Barcelona” y no en
las barracas del Kiko Argüello’.

Ciertamente fue primero Carmen la que, antes de conocer y participar en la


experiencia de las barracas de Madrid con Kiko, había entrado en contacto con la
renovación litúrgica que estaba produciéndose en la Iglesia gracias al P. Farnés.
Así lo recordaba y confirmaba el mismo P. Farnés en su intervención en el año
2003 con motivo de la inauguración del curso académico del Seminario Conciliar
de Barcelona: ‘En Barcelona se sembraron algunas de las raíces de lo que
posteriormente ha sido el árbol fecundo que la Sede Apostólica acaba de
reconocer como árbol bueno y fructífero para el bien de toda la Iglesia Universal.
Carmen, en efecto, inició sus primeros pasos en los ideales de anunciar a Cristo a
quienes lo desconocen en la casa de las misioneras de Cristo Jesús que está
ubicada en la calle princesa de nuestra ciudad. Este llamamiento después creció y
se desarrolló por otros caminos que no es aquí el momento ni el tiempo puede
permitir que lo explique. Pero entre los primeros pasos misioneros de la jovencita
Carmen Hernández en Barcelona, y de su entrega radical al Evangelio de Jesús a
través de las comunidades y aquellos primeros pasos no hay ruptura sino
crecimiento, desarrollo y camino cada vez a más concreto. Barcelona, a la que hoy
visita Carmen, es pues, en cierta manera, la cuna de su espíritu evangelizador’

Tras la salida precipitada de la Congregación junto con otras tres compañeras,


Carmen pasó por el monasterio cisterciense de Poblet, en Cataluña, con la idea de
embarcarse no ya para la India, sino para América. Don Marcelino Olaechea,
entonces Arzobispo de Valencia, y al que habían conocido previamente, les había
ayudado y animado a emprender una nueva etapa, que estaría marcada por un
nuevo destino en Oruro, Bolivia. Antes de marchar a Bolivia decidió hacer una
peregrinación a Tierra Santa, coincidiendo con el viaje que emprendió Pablo VI en
enero de 1964, y cuando volvió de nuevo a España se encontró que dos
compañeras ya no querían partir, y se habían ido a Madrid. Así Carmen decidió
pasar por Madrid, porque además allí estaba una hermana suya que le había
hablado de Kiko Argüello, que en aquellas mismas fechas estaba ya viviendo en
las barracas de Palomeras Altas, en el actual barrio de Vallecas, una zona
entonces de Madrid suburbial, llena de chabolas y miseria. Carmen creyó que en
Madrid podría aprovechar para reunir voluntarios para partir a Bolivia, pero lo que
sucedió en las barracas de Palomeras le hizo cambiar completamente de opinión.

Después de conocer a Kiko y vivir el nacimiento de una realidad comunitaria con


los pobres en Palomeras que traspasará y superará cualquier planificación
pastoral previa para implantarse en las parroquias, Carmen lo convencerá para ir a
escuchar al P. Farnés a Barcelona. Así lo relataba el mismo Kiko Argüello en la
Lección inaugural para el Curso de Teología en el Seminario Conciliar de
Barcelona de Septiembre de 2003: ‘yo me di cuenta que yo que llevaba el Siervo
de Yavhé y vivir con los pobres. Yo lo tenía todo a conceptos, porque en los
cursillos todavía el Concilio nada. Entonces toda la conceptualización del misterio
Pascual… Estuvimos en un pueblo con el Padre Farnés. Un día Carmen me dice:
tienes que escuchar a un profesor que ha venido de París, que estaba dando
clases en el Instituto Pastoral, el León XIII …Y yo ¡que déjame en paz Carmen!
No, tu eres un burro, tienes que venir, tienes que cultivarte, ¡ha habido un Concilio!
Y empezamos ya a escuchar a Farnés y fue verdaderamente sensacional. O sea
que realmente el Señor… ¿Qué a hecho el Señor? Ha ido llevando por una parte
Foucauld, por otra parte Farnés, por otra parte toda la teología de Carmen, por
otra parte los gitanos que no puedes escapar…’

Fue por tanto el Padre Farnés el que de una manera directa y sustancial les llevó
a Kiko y Carmen toda la renovación litúrgica que se estaba produciendo con el
Concilio que acaba de celebrarse, y en quien encontraron un incondicional apoyo
ante cualquier duda o incertidumbre que pudiera aparecer. De este modo lo
explicaba Carmen en la convivencia con 250 Obispos de América celebrada en
abril de 1997 en Nueva York: ‘...Lo que quería decir es que Kiko, el Siervo de
Yahveh lo tenía muy enraizado, pero allí lo que yo le llevé en bandeja, y no por mí
-no es mío-, fue el Concilio Vaticano II, la Pascua y la Resurrección de los
muertos. El primer canto que hizo en las barracas fue el "Siervo de Yahveh"; hasta
que llegó al "Resucitó" fueron dos años de lucha y pelea que tuvimos, hasta que
entró en el dinamismo de la Pascua. Y la Pascua ni me la he inventado yo, ni
tampoco Farnés, sino que ha sido la labor inmensa de todo el Movimiento Litúrgico
y todo el Movimiento Bíblico, que ha fermentado en el Concilio y que se ha puesto
en marcha en el Concilio. Yo siempre estaba con Kiko, pero no me fiaba de él un
pelo. Sólo me convenció el día en que llegó allí el arzobispo de Madrid, Mons.
Morcillo, que fue otro milagro que sería interesante contarlo. Entonces comencé a
colaborar con Kiko fiándome más de él cuando vi a la Iglesia. Mons. Morcillo fue
un verdadero don de Dios. Él nos mandó ir a las parroquias’.

Mons. Casimiro Morcillo, el que fuera Arzobispo de Madrid y que había sido
subsecretario en el Concilio Vaticano II, visitó de manera providencial las barracas
de Palomeras Altas, donde pudo entrar en contacto con la comunidad de pobres y
desheredados que allí se había formado, entorno a la celebración de la Palabra y
la Eucaristía. Fue Mons. Morcillo el que cedió un local, que era un barracón, en la
parroquia del poblado de Palomeras para que la comunidad pudiera reunirse y
realizar las celebraciones, y quien dio los primeros permisos para celebrar la
Eucaristía con algunas de las modificaciones que se le plantearon, tal como lo
recordaba el mismo Argüello: ‘Nosotros la celebramos con las dos especies, con el
Padre Farnés que nos había explicado todo, con el pan en forma de pan ácimo,
porque los gitanos es muy importante esto, y va y le dice Morcillo al párroco: les
dejas a puerta cerrada, porque si entra uno en la Eucaristía y ve aquello se
escandaliza, y solamente los que estén catequizados… Morcillo había entendido
todo, porque hizo la tesis, su tesis sobre las primeras comunidades de los Hechos
de los Apóstoles y nos dice: “¡ya quiero yo que hayan comunidades como esta en
todas las calles de Madrid!”.

Fue providencial porque justamente en aquellos momentos en que aparecía una


pequeña comunidad como un gérmen, fruto de la acción del Espíritu Santo en un
barrio marginal de Madrid, se aprobaba la instrucción ‘Eucharisticum mysterium’
(el 25 de mayo de 1967 - AAS, 59) que fue el primer documento oficial del Concilio
en el que se contemplaba las celebraciones para grupos particulares reunidos
para una formación específica propia. En la misma se recomendaba que
determinadas convivencias y asambleas de fieles, en vistas a promover la vida
cristiana, los estudios religiosos, el apostolado o las prácticas de espiritualidad –
sin especificar si éstas tienen lugar en domingo o en días feriales- culminaran con
la celebración eucarística (nº 30), como así sucede en las Comunidades
Neocatecumenales. Además, dicha Instrucción sobre el Culto del Misterio
Eucarístico suponía un gran avance en materia litúrgica al permitir también recibir
la comunión bajo las dos especies (nº 32).

Dos años después, El 15 de mayo de 1969, vendría la instrucción Actio Pastoralis


donde se analizaba más específicamente lo que el Camino Neocatecumenal había
comenzado a poner en práctica en aquellas mismas fechas. La ‘Instrucción sobre
las Misas para grupos particulares’ promulgada en una misma línea que la
Eucharisticum mysterium trataba concretamente de las misas en grupos
particulares y la finalidad con la que se llevaban a cabo dichas celebraciones. La
misma Instrucción reconocía y declaraba que ‘para lograr una visión más profunda
de la vida cristiana y atender a la formación de las personas que se solidarizan
con determinados grupos se sabe por experiencia lo eficaces que pueden resultar
las celebraciones en pequeños grupos, que logran el acercamiento de algunos
fieles y la más completa formación de otros’.

Por tanto las primeras instrucciones en materia litúrgica del Post-Concilio,


promulgadas en las mismas fechas en las que se estaba iniciando la experiencia
de las barracas, permitieron que la pequeña comunidad que había comenzado en
los suburbios de la barriada de Palomeras Altas pudiera celebrar la eucaristía de
manera particular y recibir la comunión en las dos especies, algo que después se
vislumbró crucial para el desarrollo de la iniciación cristiana para tantos bautizados
que se habían alejado y que habían perdido el valor de lo sagrado. Había también
urgencia en una iniciación litúrgica, que mediante un conjunto de catequesis
procurara la introducción de los fieles en los misterios sacramentales.

El asesoramiento y acompañamiento del P. Farnés en aquellos años no se podría


haber llevado adelante si la propia Iglesia no las hubiera corroborado en los
primeros documentos publicados al darles a tales celebraciones una sólida base
teológica y pastoral para llevarse a cabo. Pero sin duda fue crucial la ayuda del
Arzobispo de Madrid Mons. Morcillo no sólo para el nacimiento del Camino como
un Catecumenado parroquial, sino también para que la experiencia no fuera
sofocada en sus frágiles inicios por la incomprensión y la duda de aquellos que se
pusieron en contra. Su intercesión fue decisiva a la hora de confirmar todos
aquellos aspectos pastorales y litúrgicos que el Camino comenzó a plantear,
sentando las bases de ulteriores discernimientos que llegarían después de
instancias superiores. Tres años después que la experiencia de las barracas se
traspasara a la parroquia madrileña de Cristo Rey, el 24 de octubre del 1967, el
cardenal Lercaro y Annibal Bugnini habían logrado en tres años poner a punto una
nueva Liturgia de la Misa, conforme en todos los puntos a las "desiderata" del
Movimiento Litúrgico-ecuménico. Se la bautizó como "Missa Normativa" y fue
presentada a los Obispos reunidos en Roma para el Sínodo.

Así Mons. Morcillo, ante los planteamientos litúrgicos que se cernían en la misma
Iglesia Católica tras el Concilio, tuvo la prudencia de aceptar y dar ciertas
sanciones a aquellas prácticas que consideró oportunas para las celebraciones de
la liturgia eucarística de las primeras comunidades neocatecumenales que
nacieron en su diócesis (y que eran las primeras del mundo) a través de una carta
que remitió a Kiko, después de comprobar con la debida precaución a través de un
Delegado, que sus indicaciones verbales sobre dichas celebraciones se cumplían
sin problema, como lo atestigua el P. Jesús Maria Urío, sacerdote madrileño de la
orden de los Sagrados Corazones, que conoció la incipiente realidad del Camino
nada más nacer tras la experiencia de las barracas, en la parroquia de Cristo Rey:
‘Ya en los inicios del Camino Neocatecumenal, allá por las años sesenta, el
arzobispo de Madrid, D. Casimiro Morcillo, les puso una especie de prueba,
ordenando una serie de prácticas litúrgicas, en la celebración de la Eucaristía, que
no eran del agrado de los neocatecumenales. Un delegado del arzobispo, en una
actuación de seguimiento clandestino, pudo comprobar la obediencia de los
miembros del nuevo movimiento, y monseñor Morcillo respondió a esa obediencia
con una carta que les concedía mucha libertad para realizar ciertos cambios en la
celebración de la Eucaristía. Pero no olvidemos que estábamos en los años
sesenta, en plena efervescencia conciliar, y en medio de la fiebre de la reforma
litúrgica’’.

En aquella misma década de grandes cambios el P. Farnés había ayudado al


nacimiento de la nueva Facultad de Teología de Cataluña, creada en 1967, de la
que será profesor a partir de 1971 durante muchos años hasta que en 1988 será
nombrado profesor extraordinario. En 1969 ayudó en la Fundación de la revista
‘Oración de las horas’ (actualmente Espiritualidad y Liturgia) de la que fue
Director. 

En 1986 se erigirá el Instituto Superior de Liturgia de Barcelona por Decreto de la


Sagrada Congregación para la Educación Católica, donde en 1989 el P. Farnés
recibirá el Doctorado en Teología, especialidad en Liturgia, con la tesis doctoral ‘el
Ordinarium de Barcelona de 1501’. 

En 1990 se creará el Instituto de Teología Espiritual, de la que será nombrado


Director. En 1994 será nombrado Canónigo de la Iglesia Catedral de Barcelona
por el entonces Arzobispo Ricard Maria Carles, y en 1995 Profesor Emérito de la
Facultad de Teología de Cataluña.

Sin embargo el contacto y trabajo con el P. Farnés no fue puntual ni esporádico.


No se limitaron a escuchar una serie de exposiciones en unas clases con una
batería de propuestas basadas en la mera creatividad y novedad litúrgicas sin
base científica ni histórica alguna, sino que durante todos los años siguientes
ayudó, asesoró y aconsejó a los iniciadores del Camino sobre los distintos
aspectos celebrativos de la Eucaristía cuyas bases se encontraban en la historia
litúrgica de la Iglesia, como lo recordaba el Padre Mario Pezzi, presbítero del
Equipo Responsable internacional del Camino, en su documento de la convivencia
de transmisión de 2008: ‘el Padre Farnés no solamente ha transmitido a Carmen,
y a través suya a Kiko, y por tanto al Camino, la renovación litúrgica del Concilio,
sino que ha acompañado personalmente el desarrollo del Camino ofreciendo su
específico asesoramiento sobretodo en el diálogo con la Santa Sede’.

No en vano el P. Farnés, sin pertenecer propiamente al Camino, ha sido siempre


un referente y un fundamento para consolidar las celebraciones del iter formativo
desde los mismos inicios, tomando como punto de partida las intuiciones del
movimiento litúrgico y del Concilio. A pesar de sus muchas tareas y obligaciones
como sacerdote diocesano y profesor de la Facultad de Teología de Cataluña, el
P. Farnés se ha prestado en numerosas ocasiones y a lo largo de muchos años
para impartir clases y conferencias en diversos Seminarios Redemptoris Mater del
mundo, además de participar activamente en Convivencias de Obispos con los
iniciadores Kiko y Carmen para explicar en qué consiste esta iniciación cristiana
de adultos que pretende llevar a las parroquias precisamente la Renovación del
Concilio. 

De tal magnitud ha sido la importancia del P. Farnés en el nacimiento y desarrollo


del Camino que en su intervención con motivo de la aprobación de los Estatutos
del Camino en el aula del Pontificio Consejo de Laicos el 28 de junio de 2002
Carmen Hernández le agradecía públicamente su inestimable colaboración: ‘Doy
gracias sobre todo a Mons. Farnés que está aquí. Él, joven y guapo, venía del
Instituto de Liturgia de París el año 1961. Farnés es Doctor en Liturgia y vivió toda
la preparación al Concilio con Dom Botte, con Bouyer, con los grandes que
preparaban toda la renovación litúrgica del Concilio (…) a través de la kenosis más
grande de mi vida que he vivido en Barcelona, allí Dios me abrió la oreja para
entender qué significaba el Concilio Vaticano II, a través del Padre Farnés (…)
Este ha sido para mí un descubrimiento pascual inmenso, hecho por medio de
Mons. Farnés. Era verdaderamente la renovación del Concilio Vaticano II que
tenía en la liturgia un florecimiento, un esplendor pascual impresionante’

El P. Farnés ha impartido además numerosos cursos y seminarios sobre diversos


temas de liturgia en los Monasterios de Montserrat y Poblet, y en diversas diócesis
de España, Estados Unidos, Asia y Latinoamérica.

En 1987 en Roma realizará una ponencia sobre ‘las celebraciones eucarísticas


presididas por el Papa en la historia’, y en 1988 realizará una ponencia para la
Asociación española de profesores de Liturgia sobre ‘el lugar de la celebración del
Bautismo’. En 1990 realizará un curso a la Conferencia Episcopal Española sobre
el ‘ceremonial de Obispos’, y en 1991 una ponencia en la reunión de profesores de
liturgia de España sobre la nueva edición del ‘Ordo celebrandi matrimonium’. En
1998 participará en el XIX Simposio internacional de Teología de la Universidad de
Navarra donde intervendrá para hablar del ‘Espíritu Santo en la Liturgia. Epíclesis
y acción in persona Christi’.

Además de sus orientaciones prácticas en temas litúrgicos (cada año edita un


calendario litúrgico completo), ha escrito numerosos libros relacionados con el
movimiento litúrgico y la reforma litúrgica del Concilio, referentes a la celebración
de la Pascua, a la visión y distribución del espacio sagrado y a la celebración de la
fe en la vida comunitaria de la Iglesia: ‘La Vigilia Pascual’ en 1955, ‘La Semana
Santa del pueblo’ en 1956, ‘La simplificación de las rúbricas y la nueva liturgia de
la Semana Santa’ de 1958, ‘Construir y adaptar las Iglesias’ en 1989, ‘Celebrar la
semana santa en parroquias y pequeñas comunidades’ en 1994 ‘Vivir la Eucaristía
que nos mandó celebrar el Señor’ en 2007 son algunas de sus numerosas
publicaciones en la materia.

Especialmente significativo fue su estudio publicado ‘La celebración eucarística en


pequeños grupos’ (Pedro Farnés Scherer - Salmanticensis, Vol. 43, Fasc. 2,
1996 , págs. 281-295 ) donde clarificaba la situación de numerosas comunidades
–entre ellas las neocatecumenales- que vivían la fe y celebran los sacramentos de
manera particular y que habían sido objeto de crítica porque entendían que tales
celebraciones no eran apropiadas para la vida parroquial: ‘La conveniencia,
significatividad e incluso legitimidad de estas misas –decía el P. Farnés- ha
cobrado recientemente nueva incidencia y ha originado discusiones y
controversias y no pocas consultas llegadas a nuestra revista, y piden una
respuesta aclaratoria. Abordar esta cuestión apuntando pautas que aclaren
algunos puntos es lo que pretendemos en esta aportación’.

En el citado estudio se abordaba, desde un punto de vista teológico y pastoral, la


celebración eucarística en pequeña asamblea, en el que el P. Farnés concluía:
‘Constatada la existencia de celebraciones en pequeña asamblea, cabe
preguntarse aún si celebrar la eucaristía con un pequeño grupo, sobretodo si se
trata de la misa del domingo, tiene una verdadera justificación teológica. Lo
primero que debe decirse a este respecto es que teológicamente hablando toda
acción litúrgica –la Eucaristía sobretodo- es, por su propia naturaleza, celebración
de la Iglesia (Sacrosantum Concilium 26). La Eucaristía celebrada por un pequeño
grupo –en el caso extremo incluso por el solo ministro- continúa siendo, por tanto,
acción de la Iglesia, nunca celebración del pequeño grupo que está visiblemente
reunido; y es acción de la Iglesia con la misma realidad ontológica que la Misa
celebrada en una gran asamblea. Con todo rigor teológico hay que afirmar que el
pequeño grupo reunido para celebrar la misa hace presente a la Iglesia con la
misma realidad que la misa participada por la asamblea parroquial’. 

El Padre Farnés es por tanto una eminencia en materia litúrgica con una
impecable trayectoria llena de arduo trabajo en sus innumerables frentes como
consejero en organismos de la Iglesia en todo el mundo. Son destacables también
sus intervenciones como miembro del Consejo de Phase desde su fundación.
Director de la colección Letra y Espíritu del Centro de Pastoral Litúrgica de
Barcelona, ha sido nombrado como Consultor de la Comisión Episcopal de Liturgia
de España, así como Consultor de la Comisión Episcopal de Liturgia de México,
Consultor de la sección de publicaciones litúrgicas del CELAM y Miembro del
Coetus ‘De Praecibus Eucharisticis’ de la Sagrada Congregación del Culto Divino.
Es además Relator de la subcomisión para las oraciones sálmicas de la Sagrada
Congregación del Culto Divino. Relator del proyecto de la segunda edición del
‘Ordo Exequiarum’ en la consulta generalis de 1990. Relator del ‘Ritual De
Exequias’ del episcopado español. Miembro de las comisiones España-Celam
para la edición del ‘Ritual de Bendiciones’ y del Ordinario de la Misa unificado.
Consultor de los Obispos de los diferentes Ritos de el Cairo (Egipto) sobre la
problemática litúrgica en los ritos orientales de 1987. Participante en el Convegno
internacional de Presidentes y Secretarios de las Comisiones episcopales de
Liturgia (Roma, octubre de 1984). Miembro del equipo de preparación de la
versión unificada del Ordinario de la Misa en español (Congregación para el Culto
y Episcopados de América Latina y España). 
En un prólogo de homenaje escribía su antiguo compañero de clases: ‘Ignoro si el
Farnés que yo conocí en Zaragoza era un autodidacta, o si sus conocimientos de
liturgia se limitaban entonces a las rúbricas. Lo que si creo saber con absoluta
certeza es que el Farnés actual, profesor, investigador, conferenciante, articulista,
ceremoniero, publicista, consejero y celebrante, se hizo en París y vive y actúa de
acuerdo con la formación recibida en la capital francesa (…) A veces me pregunto
si ese talante exterior, una pizca intransigente, no será reflejo de una actitud
interior y profunda, que aplicada a la liturgia, tendría una mejor traducción
llamándola fidelidad. Fidelidad a la tradición vertebrada, comparada y rigurosa. A
la historia, al testimonio de los padres, a las fuentes, a los viejos testimonios, a los
orígenes. Un estudioso que como él ha buceado en todos los fondos
documentales del cristianismo, y se sabe de memoria todos los textos del culto
más primitivo hasta tocar casi con los dedos la raíz del misterio (…) Creo que este
rasgo diferenciador en la vida del P. Farnés ha tenido – y tiene- que hacerle sufrir
no poco. Por un lado, no puede satisfacerle plenamente una reforma litúrgica que
ha mantenido o incorporado ritos que no tienen nada que ver con la tradición
histórica. Por otro lado, está en total desacuerdo con las invenciones de
determinados pseudoliturgistas y pseudopastoralistas que, con sus
improvisaciones y ‘hallazgos’, no demuestran más que una profunda ignorancia.
Lo primero le produce tristeza. Lo segundo le da rabia (…) Frente a los defectos
de la reforma litúrgica oficial y a los excesos de los reformadores privados, Farnés
da a diario un espléndido ejemplo de sumisión a la autoridad a la que pliega sus
propios criterios. Cuando yo mismo le he preguntado en ocasiones por su
minuciosa observancia a ciertas indicaciones de la normativa vigente con las que
presumo está en desacuerdo, me ha respondido: ‘lo hago así por comunión con la
Iglesia’. Así resuelve el celebrante Farnés la tensión interior entre la obediencia y
la erudición, entre el pensamiento propio y la disciplina, entre lo que es y lo que
debiera ser. Tan claro tiene que toda celebración litúrgica, la Misa sobretodo, es
una comunión en la caridad.

Es indudable la aportación del Padre Farnés en el inicio y desarrollo del


Neocatecumenado, con el que siempre, desde el profundo respeto que siente
hacia este carisma, ha colaborado de manera desinteresada. Sus palabras de
agradecimiento en la Inauguración del curso de 2003 en el Seminario de
Barcelona son una buena muestra de ello: ‘Deseamos que vuestra participación
en este acto sea significativo, de una relación ya antigua, pero que esperamos que
también a través de nuestro Instituto de Teología crezca entre la Iglesia de
Barcelona y las comunidades relación fructífera entre vuestro carisma lleno de
fuego y entusiasmo cristiano, como tantas veces repetía el añorado Padre
Fontdevila, y nuestro trabajo humilde y todavía llenos de dificultades, en nuestros
ambientes descristianizados. Esperamos vuestra ayuda y os ofrecemos nuestra
Institución docente tanto para que nos enseñéis vuestro admirable celo
evangelizador, como para ofrecernos nuestras posibilidades de profundización del
mensaje evangélico en nuestras clases y cursos’.

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