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Argumento [editar]
Una abadía benedictina en Italia ha sido sacudida por un hecho inexplicable: uno de sus
monjes ha muerto de una forma muy misteriosa. Para investigar tan extraño suceso,
deciden confiar a un monje franciscano, fray Guillermo de Baskerville (Sean Connery),
quien llega a la abadía acompañado de su joven discípulo Adso de Melk (Christian
Slater), para una reunión entre la legación papal (entonces radicada en Aviñón, Francia)
y los llamados "espirituales" de la recién nacida orden franciscana, entre quienes se
encuentra Ubertino da Casale. No obstante y dados los acontecimientos, a su llegada
Guillermo es requerido por el abad para que investigue el extraño suceso. Guillermo de
Baskerville, otrora inquisidor, posee una inteligencia y perspicacia que no concuerda
con la humildad de un buen franciscano, pero es precisamente por pensadores de la
época como Roger Bacon y Guillermo de Occam, promotores de la ciencia y el
razonamiento lógico como un don divino, que Guillermo de Baskerville va
desentrañando los secretos que oculta esta abadía enclavada en el norte de la Roma del
siglo XIV.
Son tiempos en los que el emperador ha calificado al Papa Juan XXII de herético, y éste
a su vez mantiene una guerra en contra de los frailes de la vida pobre, quienes son
representados por la orden de San Francisco, la cual tiene algunas décadas de haber sido
“reconocida”, pero que atenta – según el pontífice de Aviñon – contra los intereses de la
Iglesia Católica, pues sustentan que los apóstoles y Cristo jamás poseyeron nada ni en
común ni en uso, lo cual es precisamente el asunto a dirimirse durante el encuentro de la
Legación Papal y la joven orden franciscana, encabezada por Michele da Cesena.
En el fondo, lo que le preocupa a la alta curia no es que se sepa si Jesús fue pobre o no:
en todo caso, la angustia nace de la idea que pueda gestarse entre los fieles sobre si debe
ser pobre o no la Iglesia Católica. En caso afirmativo, la influencia y poder que ha
ostentado peligrarían. El emperador Ludovico es quien antagoniza pues con el sucesor
de Pedro. Algunos de quienes forman el grupo de los “espirituales” franciscanos
integraron el Capítulo de Perusa y cuentan con el respaldo del emperador, a quien
conviene que se pregone la pobreza como forma de vida y la “regla” franciscana. La
reunión de ambas legaciones es pues de suma importancia.
Es por ello que se guardaban con tanto celo algunos libros considerados como
“prohibidos”: tal es el caso de "Poética", escrito por Aristóteles, cuya única copia se
encuentra resguardada de ojos curiosos en el Edificio (la Biblioteca) ya que el filósofo
sostiene a través de sus ejemplos – todos cómicos - que es a través de la risa que se
puede dar gloria a Dios, cosa que Jorge de Burgos – uno de los monjes benedictinos
más viejos ente los que habitan este monasterio - sostiene que la risa no es buena para el
hombre: afirma que el libro podría incitar a los hombres a perderle el miedo y el respeto
a Dios.
Este tipo de conocimiento aparece como un delito para la Iglesia Católica, en este caso
representada por el “Venerable Jorge”. Fuera de la religión, no se permitía la libertad de
pensamiento. Sólo la compostura y el más estricto cumplimiento de “La Regla” eran
permitidos. Como claro ejemplo, está este libro misterioso: quien leía su contenido
moría.
En su anterior obra teórica, Lector in Fabula, Eco ya reseñaba en una llamada a pie de
página la «polémica sobre la posesión de bienes y la pobreza de los apóstoles que se
planteó en el siglo XIV entre los franciscanos espirituales y el pontífice».[3] En dicha
polémica destacó un polémico pensador franciscano, Guillermo de Ockham, quien
estudió la controversia entre los espirituales y el Papado sobre la doctrina de la pobreza
apostólica, principal para los franciscanos, pero considerada dudosa y posiblemente
herética tanto por el Papado como por los dominicos.[4] La figura intelectual del
nominalista Guillermo de Ockham, su filosofía racional y científica, expresada en lo que
se ha dado en llamar la «Navaja de Ockham»,[5] es considerada parte de las referencias
que ayudaron a Eco a construir el personaje de Guillermo de Baskerville, y
determinaron el marco histórico y la trama secundaria de la novela.
La idea original de Eco era escribir una novela policíaca, pero sus novelas «nunca
empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen. (···) De ahí la idea de imaginar
a un benedictino en un monasterio que mientras lee la colección encuadernada del
manifesto muere fulminado».[6] Extensamente familiarizado y apasionado del medioevo
por anteriores trabajos teóricos, el autor trasladó esta imagen de modo natural a la Edad
Media, y se pasó un año recreando el universo en que se desarrollaría la trama: «Pero
recuerdo que pasé un año entero sin escribir una sola línea. Leía, hacía dibujos,
diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé cientos de laberintos y plantas de
abadías, basándome en otros dibujos, y en lugares que visitaba.».[6] De ese modo, pudo
familiarizarse con los espacios, con los recorridos, reconocer a sus personajes y
enfrentarse con la tarea de encontrar una voz para su narrador, lo que tras repasar las de
los cronistas medievales le recondujo de nuevo a las citas, y por ello la novela debía
empezar con un manuscrito encontrado. Eco dice al respecto en Apostillas:«Así escribí
de inmediato la introducción, situando mi narración en un cuarto nivel de inclusión, en
el seno de otras tres narraciones: yo digo que Vallet decía que Mabillon había dicho
que Adso dijo...».
Argumento [editar]
En un clima mental de gran excitación leí, fascinado, la terrible historia de Adso de Melk, y
tanto me atrapó que casi de un tirón la traduje en varios cuadernos de gran formato
procedentes de la Papeterie Joseph Gibert, aquellos en los que tan agradable es escribir con
una pluma blanda. Mientras tanto llegamos a las cercanías de Melk, donde, a pico sobre un
recodo del río, aún se yergue el bellísimo Stift, varias veces restaurado a lo largo de los siglos.
Como el lector habrá imaginado, en la biblioteca del monasterio no encontré huella alguna del
manuscrito de Adso.
Fraile franciscano británico del siglo XIV. Con un pasado como inquisidor, se le
encarga la misión de viajar a una lejana abadía benedictina para organizar una reunión
en la que se discutiría sobre la supuesta herejía de una rama de los franciscanos: los
espirituales. Este paralelismo y la coincidencia en el nombre ha hecho pensar que el
personaje de Guillermo podría referir a Ockham,[8] que efectivamente intervino en la
disputa sobre la pobreza apostólica a petición de Miguel de Cesena, concluyendo que el
Papa Juan XXII era un hereje.
El que acababa de hablar era un monje encorvado por el peso de los años, blanco como la
nieve; no me refiero sólo al pelo sino también al rostro, y a las pupilas. Comprendí que era
ciego. Aunque el cuerpo se encogía ya por el peso de la edad, la voz seguía siendo majestuosa,
y los brazos y manos poderosos. Clavaba los ojos en nosotros como si nos estuviese viendo, y
siempre, también en los días que siguieron, lo vi moverse y hablar como si aún poseyese el don
de la vista. Pero el tono de la voz, en cambio, era el de alguien que sólo estuviese dotado del
don de la profecía.
Ubertino da Casale (1259, 1330) fue un religioso franciscano italiano, líder de los
espirituales de la Toscana. En la novela es presentado como amigo de Guillermo.
Bertrand du Pouget (en italiano Bertrando del Poggetto) (c. 1280 - 1352) fue un
diplomático y cardenal francés. Aparece como legado papal.
Análisis [editar]
Título [editar]
Según cuenta el autor en Apostillas, la novela tenía como título provisional La abadía
del crimen, título que descartó porque centraba la atención en la intriga policíaca. Su
sueño, afirma, era titularlo Adso de Melk, un título neutro, dado que el personaje de
Adso no pasaba de ser el narrador de los acontecimientos. Según una entrevista
concedida en 2006, El nombre de la rosa era el último de la lista de títulos, pero «Todos
los que leían la lista decían que El nombre de la rosa era el mejor.»[6]
Imagen del Tacuinum Sanitatis, S.XIV.
Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto,
que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.
Adso de Melk
Al enigma del título se unía el del verso en latín que cerraba la novela. A este respecto,
el autor explica en Apostillas que, aunque el lector hubiese captado las «posibles
lecturas nominalistas» del verso, esa indicación llegaría en el último momento, cuando
el lector habría podido ya escoger múltiples y variadas posibilidades. Responde acerca
del significado del verso, diciendo que es un verso extraído de una obra de Bernardo
Morliacense, benedictino del siglo XII que compuso variaciones sobre el tema del ubi
sunt, añadiéndoles la idea de que de todas las glorias que desaparecen lo único que
restan son meros nombres.
A partir de esa base, la novela reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía y la
rígida división horaria de la vida monacal, que articulan los capítulos de la novela
dividiéndola en siete días, y éstos en sus correspondientes horas canónicas: maitines,
laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El empeño puesto en lograr un
ambiente adecuado permite que el autor use en repetidas ocasiones citas en latín,
especialmente en las conversaciones eruditas entre los monjes.
La historia está narrada en primera persona por el ya anciano Adso, que desea dejar un
registro de los sucesos que presenció siendo joven en la abadía. En Apostillas, Eco
comenta una curiosa dualidad del personaje: es el anciano de ochenta años que narra los
sucesos acaecidos en los que intervino Adso, el joven de dieciocho años. «El juego
consistía en hacer entrar continuamente en escena al Adso anciano, que razona sobre
lo que recuerda haber visto y oído cuando era el otro Adso, el joven. (···) Este doble
juego enunciativo me fascinó y me entusiasmó muchísimo.» La voz narrativa es pues
una voz pasada por múltiples filtros; tras el ineludible filtro de la edad y de los años
pasados por el personaje, la introducción de la novela explica que el texto original de
Adso de Melk es registrado por J. Mabillon, a su vez citado por el abate Vallet, de quien
el autor tomaría prestada la historia. Según explicó Eco en Apostillas, este triple filtro
vino motivado por la búsqueda de una voz medieval para el narrador, apercibiéndose de
que finalmente: «los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una
historia que ya se ha contado».
Intertextualidad [editar]
Teodosio Muñoz Molina señala en Las cuentas pendientes entre Eco y Borges varias
coincidencias con El ojo de Alá, un cuento de Rudyard Kipling que Borges manifestaba
haber leido un centenar de veces; también con otro monje detective inglés, el Hermano
Cadfael, protagonista de la serie de novelas de Ellis Peters ambientadas en el siglo XII.
Dice posteriormente que la novela:
...constituye un tan gigantesco como justificado centón que imbrica fragmentos de todos los
libros de la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis; y, en un policromático y desmesurado
mosaico textual, concurren promiscuamente Platón, Aristóteles, Ausonio, Boecio, Clemente de
Alejandría, San Agustín, San Benito, San Anselmo, San Alberto Magno, San Buenaventura,
Santo Tomás de Aquino, San Bernardo, San Beda, el Beato de Liébana, Dante Alighieri, Pedro
Hispano y Juan Hispano, Hugo de San Víctor, Occam, Bacon, Duns Scoto y un sinfín de
documentos papales y conciliares, reglas monásticas, así como frases, alusiones y
procedimientos que denotan un gran conocimiento de los cultivadores de la alquimia, desde la
Physyca kai mystica del gnóstico Bolos Demócrito y la Tabula Smaradigna del nebuloso
Hermes Trismegistos, hasta el Speculum Alchemiae de Roger Bacon y el Tetragrammaton del
catalán Arnaldo de Vilanova, no sin haber buscado además la connivencia de Averroes, de
Avicena, de Abu-Bakr-Muhammad Ibn Zaka-riyya ar Razi y del no menos profuso antropónimo
de Geber Abu Musa Djabir Ibn Hajjam Al-Azid Al-Kufi Al-Tusi Al-Sufi.
Jorge Luis Borges, homenajeado a través del ciego bibliotecario Jorge de Burgos.
La figura de Jorge Luis Borges circula por El nombre de la rosa encarnada en el
personaje de Jorge de Burgos, ambos son ciegos, «venerables en edad y sabiduría»,
ambos de lengua natal española.[11] A este respecto, Eco escribió en un especial
dedicado a Borges del diario Clarín en 1992:
Evidentemente, hay una suerte de homenaje en El nombre de la rosa, pero no por el hecho de
que haya llamado a mi personaje Burgos. Una vez más estamos frente a la tentación del lector
de buscar siempre las relaciones entre novelas: Burgos y Borges, el ciego, etc.. [...] Al igual que
los pintores del Renacimiento, que colocaban su retrato o el de sus amigos, yo puse el nombre
de Borges, como el de tantos otros amigos. Era una manera de rendirle homenaje a Borges.[12]
Eco quedó fascinado por Borges desde los veintidós o veintitrés años, cuando un amigo
le prestó Ficciones (1944) allá por 1955 o 1956, siendo Borges todavía prácticamente
un desconocido en Italia.[12] Precisamente en Ficciones se halla recogido «La biblioteca
de Babel», un cuento del escritor argentino aparecido anteriormente en El jardín de
senderos que se bifurcan (1941); se han señalado varias coincidencias entre la biblioteca
de la abadía, que constituye el espacio protagonista de la novela, y la biblioteca que
Borges describe en su historia: no sólo su estructura laberíntica y la presencia de espejos
(motivos recurrentes en la obra de Borges), sino también que el narrador de La
biblioteca de Babel sea un anciano librero que ha dedicado su vida a la búsqueda de un
libro que posee el secreto del mundo.[11]
Primer folio de un manuscrito de 1470 de La ciudad de Dios (De Civitate Dei) de San Agustín.
New York Public Library, Spencer Collection MS 30.
Según Gonzalo Soto Posada, Eco aplica en El nombre de la rosa una de las figuras de la
retórica clásica, el adynaton, e interpreta la novela como una inversión de La ciudad de
Dios de San Agustín, escrita entre el 412 y el 426, en la que se enfrenta el concepto de
«Ciudad Celestial» con la «Ciudad Pagana». En La ciudad de Dios los caballeros del
bien construyen la Ciudad de Dios y valores como la vida, la paz, el amor, la justicia...
Los caballeros del mal destruyen ese proyecto, e inundan la tierra de muerte, guerra,
odio, injusticia. En la novela de Eco, los caballeros del bien, representados por Jorge de
Burgos son los asesinos y los destructores, mientras Guillermo de Baskerville, el
supuesto hereje, es un constructor, perseguido por Burgos y sus secuaces.[14]
En 1983 la edición en Estados Unidos tuvo una excelente acogida. El New York Times
destacaba tanto el éxito previo en Europa como la excelente traducción de William
Weaver.[16] La novela entró en la lista «Editors' Choice» de 1983 del New York
Times.[17]
Publicada en treinta y cinco países, en 2006 se habían vendido en todo el mundo quince
millones de ejemplares de El nombre de la rosa, cinco de ellos en Italia; tras una buena
recepción inicial de la crítica, el éxito popular provocó algún distanciamiento posterior
de la misma.[6]
En otros medios, la novela inspiró también un juego español de finales de los años
1980, llamado La abadía del crimen, así como el juego de mesa aparecido en 1996 El
misterio de la Abadía y los juegos conversacionales En el nombre del Señor y The
Abbey of Montglane.[22] [23
Resumen:
Mientras todo esto ocurre, la Santa Inquisición condena a un monje loco y a una chica,
éstos están acusados de mantener relaciones con el diablo. Durante el incendio todos
huyen y dejan allí colgados al loco y a la chica. El loco muere calcinado y la chica logra
salvarse. Ésta se encontró con Adso con el que mantuvo relaciones sexuales, adso la
quería pero la dejó allí y siguió con su maestro, al llegar al lugar de destino éstos se
separaron y nunca más han vuelto a saber el uno de otro.
Centros de sabiduría:
Centros de cultura:
En los monasterios se conservaban extensos libros y los cuales sólo podían ser
leídos por los monjes, ya que eran los únicos que conocían la escritura y la lectura.
Organizados piramidalmente:
El abad: era el “director” del monasterio, todo aquello que realizara el monasterio
era decidido por él.
Los monjes dedicados al estudio: eran monjes que dedicaban toda su vida a
copiar libros en el scriptorium. .
Los monjes dedicados a las tareas caseras: eran monjes que dedicaban su
vida a mantener limpio el monasterio y a alimentar al resto de monjes.
Existe una extensa biblioteca con un scriptorium, lo cual refleja que son
grandes centros culturales y de estudio.
El nombre de la rosa es probable que constituya una de las novelas que todo
bibliotecario deba haber leído. Primero porque nos hallamos ante una novela estupenda
y, en segundo lugar, porque la trama se desarrolla y gira en torno a una abadía y su
biblioteca durante la época medieval. Dentro de toda biblioteca, obviamente se hayan
almacenados libros; sin embargo, en esta abadía medieval se encuentra un libro que es
capaz de matar durante el transcurso de la lectura. El autor juega entonces con las ideas
de un libro que se desea encontrar, a pesar de que según afirman sus detractores
religiosos puede corromper el espíritu humano, y que es capaz de matar a aquel que lo
lee. Y este último es uno de los planteamientos más ingeniosos de la novela.
En el trasvase de ideas para una trama del cine a la literatura y viceversa, se afirma que
un mal libro puede producir una buena película y que una mala película es producto de
un buen libro. No es éste el caso de El nombre de la Rosa que fue llevada a la gran
pantalla por Jean-Jacques Annaud y cuyo DVD ha sido editado recientemente
añadiendo contenidos adicionales.
El libro acaba con el último folio de la narración de Adso de Melk, y creo que no voy a
revelar ningún secreto, si os digo que finaliza con la frase latina:
Bajo esta enigmática frase, el libro se cierra. Muchos creen que esconde la razón del
título de la novela.
Así pues y para celebrar el usuario número 150 de “El Documentalista Enredado”
convocamos un concurso que para ganarlo, tan sólo había que contestar correcta y
fundamentadamente a la pregunta:
¿Qué razones aporta Umberto Eco para titular su libro “El nombre de la rosa” de
esta forma?
[…]
El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no, ¿para qué habría escrito una novela, que es
una máquina de generar interpretaciones? Sin embargo, uno de los principales obstáculos para respetar
ese sano principio reside en el hecho mismo de que toda novela debe de llevar un título.
Por desgracia, un título ya es una clave interpretativa. Es imposible sustraerse a las sugerencias que
generan Blanco y Negro o Guerra y Paz. Los títulos que más respetan al lector son aquellos que se
reducen al nombre del héroe epónimo, como David Copperfield o Robinson Crusoe, pero incluso esa
mención puede constituir una injerencia indebida por parte del autor. Le Père centra la atención del lector
en la figura del viejo padre, mientras que la novela también es la epopeya de Rastignac o de Vautrin, alias
Collin. Quizás habría que ser honestamente deshonestos, como Dumas, porque es evidente que Los Tres
Mosqueteros es, de hecho, la historia del cuarto. Pero son lujos raros, que quizás el autor sólo puede
permitirse por distracción.
Mi novela tenía otro título provisional: La abadía del crimen. La descarté porque fija la atención del
lector exclusivamente en la intriga policíaca, y podía engañar al infortunada comprador ávido de historia
de acción, induciéndolo a arrojarse sobre un libro que lo hubiera decepcionado. Mi sueño era titularlo
Adso de Melk. Un título muy neutro, porque Adso no pasaba de ser el narrador. Pero nuestros editores
aborrecen los nombres propios: ni siquiera Fermo e Lucia logró ser admitido tal cual; sólo hay contados
ejemplos, como Lemmonio Boreo, Rubé o Metello… Poquísimos, comparados con las legiones de primas
Bette, de Barry Lyndon, de Armance y de Tom Jones, que pueblan otras literaturas.
La idea de El nombre de la rosa se me ocurrió casi por casualidad, y me gustó porque la rosa es una
figura simbólica tan densa, que por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y
como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es
una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosa, rosa fresca toda fragancia. Así, el lector
quedaba con razón desorientado, no podía escoger tal o cual interpretación; y, aunque hubiese captado las
posibles lecturas nominalistas del verso final, sólo sería a último momento, después de haber escogido
vaya a saber qué otras posibilidades. El título debe de confundir las ideas, no regimentarlas.