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Abordaje Psicoeducativo de La Educabilidad
Abordaje Psicoeducativo de La Educabilidad
Ricardo Baquero
Forma parte de la discusión actual en el campo psicoeducativo un problema que debe juzgarse tan
central como delicado. Me refiero a aquel que remite a los problemas particulares que presenta la
enseñanza escolar en contextos de pobreza creciente. Si bien la cuestión es tan vieja como la
escuela misma, o hasta pudiera afirmarse que los procesos de escolarización modernos tienen casi
su razón de ser en la cobertura de la población humilde, provoca extrañeza el hecho de que se
reitere una suerte de desconfianza sobre las posibilidades y alcances de la acción educativa sobre la
población vulnerable.
En verdad, lo que llama la atención no es la denuncia del viejo problema de las dificultades que
aparecen al enseñar en contextos de pobreza, sino que se signifique tal dificultad en términos de
una sospecha sobre la “educabilidad” de los sujetos o de las “condiciones de educabilidad”,
entendidas como aprendizajes, hábitos, actitudes, condiciones de vida familiar, etc., que, como
una suerte de condición necesaria, se requeriría de los sujetos para poder educarlos (López, 2004;
López y Tedesco, 2002). Tampoco es novedoso este abordaje, no se trata más que de otra versión -y
ya son tantas...- de la hipótesis de déficit, hipótesis que, como bien señalara Me Dermott (Me
Dermott, 2001) siempre parece “cerrar”, siempre parece de enorme verosimilitud al sentido común.
En verdad, la cuestión de la “educabilidad” presenta diversos problemas condensados, que
ameritan, en los hechos, abordajes relativamente específicos. Sin embargo, importa en el presente
trabajo destacar sólo algunos elementos que aparecen como una suerte de zócalo sobre la base del
cual se piensa el problema, sobre todo desde sus supuestos psicoeducativos. Dentro de estos
problemas de base, destacaremos dos: el de la doble naturalización de los procesos de desarrollo y
los procesos dé escolarización masiva.
El tratamiento estándar de la educabilidad parece presumir una suerte de armonía entre desarrollo
y espacios educativos, en particular los escolares. No, por supuesto, porque se desconozca la
frecuente “disarmonía” que precisamente se denuncia, sino porque se presume una convergencia
deseable o normal, una suerte de acoplamientos mutuos seriados, entre sujeto y condiciones
educativas. Esta presunción de acoplamiento reenvía a las diferencias a un lugar signado, como se
adelantara, por la noción de déficit.
En verdad son ya viejos los análisis que, precisamente, advierten sobre la necesidad de revisar el
carácter naturalizado de muchos de nuestros modelos de desarrollo en uso. Modelos, como se sabe,
que no suscriben necesariamente a teorías precisas, sino que participan de ciertos discursos en
torno a la regulación de las prácticas educativas, escolares o no. Entre las presunciones fuertes que
ordenan estos supuestos acerca del desarrollo, podemos describir la de un modelo unilineal y
relativamente teleológico de desarrollo. Es decir, un modelo de “curso único”, capaz de describir
las gradualidades relativas del desarrollo de tocios los sujetos según su desigual acercamiento a
metas deseables y relativamente únicas del desarrollo (Baquero, 2002).
En otros términos, todos expresaríamos un grado de desarrollo o, claro está, cierto ángulo de desvío
con respecto a las metas del desarrollo deseable. Tal supuesto de curso único y de posibilidad de
mensura del grado de desarrollo alcanzado se matiza con la expectativa de ritmos normales de
desarrollo. Es decir, no basta con el trazado de un mapa que sienta coordenadas precisas sobre el
curso normal del desarrollo y las metas deseables, sino que se regula una expectativa detallada
sobre el ritmo de adquisición o constitución de procesos, funciones, etcétera. Esto habilita no sólo,
entonces, nociones como la de desarrollo desviado o trunco, sino la noción de retraso o retardo,
como se comprenderá, tan cara al discurso y las prácticas psicoeducativas.
Tal expectativa de desarrollo responde a una matriz evolutiva (Valsiner, 1994; Burman, 1994) que
ordenó buena parte del pensamiento moderno y conserva, como se notará, una pregnancia notable
N. Elichiry | Aprendizaje y contexto en práctica
Me permito traer la siguiente cita del clásico trabajo de Anne Querrien sobre la polémica -en el
siglo XIX en Francia- acerca de las ventajas o desventajas de organizar la actividad escolar sobre la
base de los métodos mutuo (de monitores) o simultáneo de enseñanza.
“Según Dubois-Bergeron, autor de un folleto contra la enseñanza mutua, titulado ‘La verdad sobre la
enseñanza mutua’, que aparece en 1821 (...): ‘El mayor servició a la sociedad sería posiblemente inaugurar
un método que hiciese la instrucción destinada a la clase inferior e indigente más difícil y larga...-
Es necesario ocupar a los niños desde los 4 a los 12 años, no permitir que se firme ese vacío resultante de una
formación de 20 meses. La enseñanza mutua es reprobable puesto que enseña a leer, escribir y calcular
maquinalmente’” (Querrien, 1983, 76, destacados en el original).
“Según el Consejo General de Calvados, el método mutuo tiene un sentido para los niños de las clases
favorecidas, ya que está destinado a ampliar su saber al máximo y tienen en consecuencia- interés
en-aprender lo más rápidamente posible los instrumentos de base indispensables. Pero precisamente
por eso es una- puerta que no debe dejarse abierta a las clases populares” (Querrien, ob. cit., 76,
destacados en el original).
Primó, al fin, el formato de la enseñanza simultánea y tuvieron lugar modos crecientes de
funcionamiento normalizado y homogéneo en el aula y en el sistema. Contra la actual constatación
de sentido común acerca del desajuste aparente entre las prácticas de crianza, el “capital cultural”
de los sujetos de sectores populares, las limitaciones de sus modos de uso del habla, etc., y los
requisitos supuestos para aprender en la escuela, los trabajos clásicos ponían en relieve, en cierta
forma, que no habría que confundir los modos más eficientes que la escuela moderna adoptó de
cara a administrar una educación destinada a una población heterogénea y en buena medida de los
sectores populares, con la creencia de que esa forma de organización adoptada estaba ordenada por
la eficiencia o la facilitación en el logro de aprendizajes. O, en todo caso, resulta conveniente
recordar que estaba privilegiadamente ligada al logro de los aprendizajes vinculados a la
moralización, al disciplinamiento, etcétera.
En verdad, ningún abordaje sensato del aprendizaje se atrevería a señalar al formato escolar de
organización de los aprendizajes como adecuado u óptimo. Sin embargo, se está lejos aquí de
minimizar la importancia que la escuela posee para el acceso a importantes prácticas y saberes por
parte de los sujetos de sectores populares; lo que se quiere señalar, muy por e] contrario, es que su
forma de organización no estuvo -y no está- orientada a una optimización de logros de los
aprendizajes. Sólo .se apunta aquí a poner en duda la apreciación de sentido común que lleva a
atribuir los bajos logros en el aprendizaje a capacidades para aprender puestas bajo sospecha.
El formato graduado de enseñanza, con su expectativa normalizada de obtención de logros
homogéneos en tiempos homogéneos, en un grupo heterogéneo o en los mismos sujetos, pero en
áreas a su vez diversas del currículo, representa-una de las formas de organización que
consideramos naturales y poco tienen que ver con modos a su vez “naturales” de construir
conocimientos. Son evidentes los artificios que deben hacerse en el cotidiano escolar por conciliar
las historias y situaciones vitales de los alumnos con los ritmos impuestos por el calendario escolar
con la exigencia agregada de definir el “pase de grado” o la repitencia de los sujetos, con las
consecuencias de todo tipo que esto posee. Desde la minada autoestima del alumno, hasta el
incordio del sistema que, ante un alumno que no ha aprendido de la manera en que se lo propuso
una práctica dé enseñanza dada, la decisión a futuro tomada es la de “repetir” la misma
alternativa. Compréndase que, ante un alumno repitente en condiciones similares, la única
expectativa de cambio obedece a alguno que pueda producirse en la maduración del sujeto. Como
se señalaba, la matriz evolutiva moderna y la forma de organización escolar de los aprendizajes
guardan una relación muy estrecha, tejida históricamente.
En suma, lo que ha querido mostrarse es que no puede ser abordada la cuestión de la educabilidad
sin revisar con 'cuidado sus supuestos de base. El tratamiento habitual del problema -por desgracia,
a veces impulsado por los organismos oficiales- no parece reparar con cuidado en el carácter
fuertemente interactivo y situacional de la categoría. Este carácter se asimila, algo toscamente, a
un problema de interacción aparente o débil donde se afirma la obviedad de que en todo proceso de
aprendizaje intervienen aspectos relativos al bagaje de los sujetos o a las características socio-
familiares y, por otra parte, a las características de la oferta escolar. Como si este espacio escolar -
nada menos que el espacio de la escuela pública común- no distribuyera posiciones en su
N. Elichiry | Aprendizaje y contexto en práctica
BIBLIOGRAFÍA
1Este trabajo formó parte de la mesa redonda: “Aprendizaje y contextos de práctica”, organizada y coordinada
por la profesora Nora -Elichiry. Otros autores invitados fueron el profesor Félix Temporetti (UNR), la profesora
Edith Litvvin (UBA) y la profesora Graciela Morgade (UBA).