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Filología Hispánica

Literatura Española del Siglo de Oro

Código 452028

GUÍA DE LECTURA

EL QUIJOTE DE LA MANCHA
de Miguel de Cervantes

Javier Salazar Rincón


Tutorías

Centro Asociado de la UNED


La Seu d’Urgell

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ÍNDICE

1. VIDA Y OBRA DE CERVANTES...........................................................................................................2


2. EL QUIJOTE DE CERVANTES Y EL QUIJOTE APÓCRIFO.....................................................................3
2.1 La publicación del Quijote y el Quijote de Avellaneda..............................................................3
2.2 Síntesis argumental del Quijote cervantino................................................................................5
3 LAS FUENTES DE LA NOVELA............................................................................................................8
3.1. Fuentes narrativas......................................................................................................................8
3.2. Fuentes teatrales........................................................................................................................8
3.3. Fuentes folclóricas.....................................................................................................................9
3.4. Modelos vivos.........................................................................................................................10
4 ESTRUCTURA Y TÉCNICAS NARRATIVAS..........................................................................................11
4.1 El narrador y otros recursos técnicos........................................................................................11
4.2 La presencia de la palabra escrita.............................................................................................12
4.3 Estructura del Quijote de 1605.................................................................................................13
4.4 Estructura del Quijote de 1615.................................................................................................17
5. LA EVOLUCIÓN DE LOS PROTAGONISTAS........................................................................................19
5.1 Don Quijote..............................................................................................................................19
5.2 Sancho......................................................................................................................................20
6 EL MUNDO SOCIAL DEL QUIJOTE....................................................................................................21
6.1 La pirámide social....................................................................................................................21
6.2 La nobleza................................................................................................................................21
6.3 Los campesinos........................................................................................................................24
6.4 El clero.....................................................................................................................................25
6.5 Los grupos desclasados y marginales.......................................................................................26
7 LA LENGUA DEL QUIJOTE................................................................................................................27
8. EL ÉXITO DEL QUIJOTE Y LA HISTORIA DE SU INTERPRETACIÓN....................................................31
9. LAS INTENCIONES DE CERVANTES Y EL TEMA DEL QUIJOTE.........................................................33
BIBLIOGRAFÍA....................................................................................................................................35

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1. VIDA Y OBRA DE CERVANTES

1547-1569: Miguel de Cervantes nació en Alcalá de Henares, en diciembre de 1547, hijo de


Rodrigo de Cervantes y de Leonor Cortinas. Su infancia y juventud las pasó en Alcalá, Valladolid,
Córdoba y Sevilla. La familia se instaló desde 1566 en Madrid, donde Miguel inició sus primeros
estudios en el Estudio de la Villa bajo la dirección de don López de Hoyos.

1569-1575: Huye de Madrid en 1569, reclamado por la justicia tras haber herido en duelo a un
tal Antonio Sigura. Se traslada a Italia y sirve en Roma al cardenal Acquaviva. Ingresa en el ejército
real en Nápoles, en 1570, y participa en la batalla de Lepanto al año siguiente. Queda inútil de una
mano y permanece en Nápoles hasta 1575.

1575-1580: La galera Sol, en que Miguel volvía a España junto a su hermano Rodrigo, es
apresada por los turcos. Cervantes permanece cinco años cautivo en Argel. Es liberado, tras el pago,
por los frailes trinitarios, del rescate que la familia había logrado reunir. Llega a Madrid en
diciembre de 1580. Durante su cautiverio intentó fugarse de en dos ocasiones. Más tarde escribió
varias versiones literarias de su cautiverio, entre ellas la Historia del capitán cautivo, incluida en el
Quijote; una de las Novelas ejemplares, titulada El amante liberal; y las obras teatrales Los baños
de Argel y El gallardo español.

1580-1585: Fracasa como autor teatral, en un momento en que, según confesó él mismo en el
prólogo de sus Ocho comedias y ocho entremeses, «entró el monstruo de la naturaleza, el gran Lope
de Vega, y alzóse con la monarquía cómica». Prepara la novela pastoril La Galatea, que apareció en
1585. Entre tanto solicita a la Corona mercedes, o algún cargo en España o Indias, como
recompensa por sus servicios –entre ellos la administración de las galeras en Cartagena de Indias
(Colombia), y el puesto de corregidor de la Paz (Bolivia) –, con respuestas negativas.
Mantiene relaciones con una mujer casada, Ana Villafranca, con la que tiene una hija, Isabel, en
noviembre de 1584. Se casa con Catalina Salazar, una joven natural de Esquivias diecinueve años
más joven que él, en diciembre de ese mismo año.

1585-1604: Se traslada a Sevilla en 1585. En 1587 es nombrado comisario proveedor de la


Armada, cargo que ejerce en varios pueblos de Andalucía occidental hasta 1594. Durante sus
actuaciones como comisario fue encarcelado en una ocasión, por sacar más trigo del estipulado, y
excomulgado otras dos, por prender a un sacristán y por embargar el trigo de la Iglesia.
Desde 1594 ejerce como recaudador de las alcabalas y tercias reales en el Reino de Granada.
Fue encarcelado en Sevilla en 1597 debido a algunas irregularidades en sus cuentas. Al salir de la
cárcel, en abril de 1598, abandona el servicio del rey, aunque continúa en aquella ciudad, donde
escribe algunas de las Novelas Ejemplares, varias de ellas de ambiente sevillano.
Regresa a Madrid definitivamente en 1600; reside en esta ciudad, en Toledo y en Esquivias, el
pueblo de su mujer. Empieza a escribir el Quijote, aunque la idea de la novela, y seguramente los
primeros capítulos, habían surgido en Sevilla, durante la estancia de Miguel en la cárcel.

1604-1606: Reside en Valladolid, a donde Felipe III había trasladado la corte. Es encarcelado
con su familia, tras la muerte de un caballero llamado Gaspar de Ezpeleta a la puerta de su casa.
Aparece la primera parte del Quijote (Madrid, 1605).

1606-1616: Regresa a Madrid cuando la corte vuelve a instalarse en esta ciudad. Vive
pobremente a pesar de su popularidad universal. Muere en Madrid el 23 de abril de 1616. Durante
estos años publica las Novelas ejemplares (1613), Viaje del Parnaso (1614), Ocho comedias y ocho
entremeses (1615), la segunda parte del Quijote (1615), Los trabajos de Persiles y Sigismunda
(1617).

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2. EL QUIJOTE DE CERVANTES Y EL QUIJOTE APÓCRIFO

2.1 La publicación del Quijote y el Quijote de Avellaneda

La primera parte del Quijote se publicó en Madrid, en 1605, en una edición costeada por el
librero Francisco de Robles, impresa en los talleres de Juan de la Cuesta. El título completo del
libro era El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, e iba dirigido al Duque de Béjar. El éxito
de la obra fue rotundo. Tras agotarse la primera edición, apareció una segunda, también en Madrid,
impresa por Juan de Cuesta, dos en Lisboa y dos en Valencia, en el mismo año de 1605; la
traducción al inglés en 1612, y al francés en 1614. El propio Cervantes, por boca del bachiller
Sansón Carrasco, da cuenta del éxito en la segunda parte de la novela, cuando nos dice que

tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia; si no, dígalo Portugal,
Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se
me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga […]. Los niños la manosean, los mozos
la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida
de todo género de gentes… (II, 3).

Cuando Cervantes publicó el Quijote tiene 57 años, y aunque había escrito algunas de sus
novelas ejemplares, todavía inéditas, y estrenado alguna pieza de teatro, llevaba veinte años sin
publicar nada (la Galatea había aparecido en 1585), por lo que se le consideraba un fracasado,
apartado ya de la vida literaria. No es de extrañar, por tanto, que su éxito fuera recibido con envidia
por sus colegas, y que Lope de Vega comentara por entonces en una de sus cartas que «ningún
poeta hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote».
Antes de que la segunda parte de la obra cervantina vea la luz, aparece en Tarragona, en 1614, la
versión apócrifa de la segunda parte de la novela, titulada Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don
Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida, compuesta por el licenciado Alonso
Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas. El libro, en realidad, fue impreso en
Barcelona, en la imprenta de Sebastián de Cormellas, y aunque se han escrito unos ciento cincuenta
estudios para averiguarlo, aún no se sabe a ciencia cierta quién era este personaje, si bien se han
barajado los nombres de Fray Luis de Aliaga, confesor de Felipe III; Juan Blanco de Paz, oscuro
personaje que delató a Cervantes durante su cautiverio; Lope de Vega; Tirso de Molina; Guillén de
Castro.
Entre las atribuciones recientes de más solvencia destaca la de Martí de Riquer, que ha señalado
como posible autor del Quijote apócrifo a Jerónimo de Passamonte, compañero de Cervantes en su
época de soldado, y al que éste ridiculizó en la primera parte de la novela a través del personaje de
Ginés de Pasamonte. Por su parte, Javier Blasco Pascual ha indicado que, bajo el seudónimo de
Avellaneda, se escondería fray Baltasar de Navarrete, probable autor de la Pícara Justina. Según
Blasco, Navarrete habría estampado su firma en el capítulo 28 del Quijote apócrifo, en el cual, si
bien la acción se desarrolla en Alcalá de Henares, se aludiría a las oposiciones de cátedra que el
doctor Fernández Talavera ganó en la Universidad de Valladolid en 1612, y a la cátedra de teología
ocupada por el propio Navarrete en dicha universidad un año antes. El cartel que uno de los
estudiantes lleva en la procesión que acompaña al catedrático triunfante, en que se lee SAPIENTIA
AEDIFICAVIT SIBI DOMUM, que es el lema de la Universidad de Valladolid, aludiría con claridad a
aquel hecho.
El Quijote de Avellaneda no admite comparación con el Quijote original: el hidalgo es un loco
de remate, y Sancho, un borracho y un glotón. En la publicación del libro se adivina, por otro lado,
alguna oscura venganza del autor contra Cervantes, según se deduce de su prólogo, en el que
leemos, entre otras cosas, lo siguiente:

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Como casi es comedia toda la Historia de don Quijote de la Mancha, no puede ni debe ir sin
prólogo; y así sale al principio desta segunda parte de sus hazañas éste, menos cacareado y agresor a sus
lectores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra, y más humilde que el que segundó
en sus novelas, más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas. No le parecerán a él lo son las
razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la comenzó, y con la copia de fieles relaciones
que a su mano llegaron; y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos
de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos; pero
quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte; pues no podrá dejar de confesar que
tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías, tan ordinaria en
gente rústica y ociosa; si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender a mí, y a quien
tan justamente celebran las naciones más extranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima
y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias, con el rigor del
arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar.

Del prólogo de Avellaneda podemos deducir que tanto el autor como Lope de Vega se sintieron
ofendidos por algunas alusiones que Cervantes esparció en el Quijote de 1605. Si Avellaneda era
efectivamente Jerónimo de Passamonte, podemos suponer cuáles fueron los motivos que tuvo para
sentirse ofendido; y en cuanto a Lope, Cervantes se había burlado en el prólogo de la ridícula
erudición de éste y otros autores, que llenaban sus libros de citas latinas y griegas y los adornaban
con sonetos compuestos por personajes célebres.
Al año siguiente de la aparición del falso Quijote, en 1615, Cervantes publica, en la misma
imprenta de Juan de la Cuesta, y también a cargo del librero Francisco de Robles, la Segunda parte
del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. La obra iba dirigida al Conde de Lemos, ya que
Cervantes había roto al parecer sus relaciones con el Duque de Béjar, al que dedicó la primera parte
de la obra. En el prólogo de esta segunda parte, Cervantes finge serenidad y responde con elegancia
a los insultos de Avellaneda:

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este
prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel
que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he dar este contento;
que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción
esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento:
castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note
de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi
manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los
presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son
estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece
muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un
imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin
haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los
demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas,
sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.
He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me describa qué cosa sea la invidia;
que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y,
siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser
familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo: que del tal adoro
el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor
el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no
tuvieran de todo.

Sin embargo, la aparición de la novela apócrifa le ha dolido a Cervantes, y así lo demuestran las
frecuentes alusiones al falso Quijote que encontramos en la segunda parte de su novela,
especialmente a partir del capítulo 59, el que debía de estar redactando cuando se imprime la obra
de Avellaneda:

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– Durante su estancia en la venta, camino de Barcelona, don Quijote y Sancho oyen a dos caballeros
que en la habitación contigua comentan el falso Quijote, y a través de su conversación conocen los
protagonistas la historia. A partir de entonces don Quijote decide variar sus planes y no ir a Zaragoza, sino a
Barcelona, para dejar como mentiroso a Avellaneda (II, 59).
– Don Quijote y Sancho visitan en Barcelona una imprenta donde se edita el Quijote de Avellaneda, lo cual
da ocasión para arremeter de nuevo contra el libro y contra su autor, al que «su San Martín se le llegará, como a
cada puerco» (II, 62).
– De regreso a la aldea desde Barcelona, don Quijote y Sancho vuelven a pasar por tierras de los duques y
son llevados a palacio prisioneros, víctimas de una nueva broma: Altisidora ha muerto por amor de don Quijote
y resucitará cuando Sancho reciba una tanda moderada de alfilerazos y pellizcos. Altisidora vuelve en sí, y
explica cómo llegó a las puertas del infierno y pudo ver a los diablos jugando a la pelota con libros destripados y
llenos de viento, entre ellos el falso Quijote, libro «tan malo –explica uno de los demonios– que si de propósito
yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara» (II, 70).
– Cerca de su aldea, los dos protagonistas conocen a don Álvaro de Tarfe, personaje de Avellaneda, y es él
quien atestigua que aquellos son los verdaderos Quijote y Sancho, y no los de la novela apócrifa (II, 72).
– Finalmente, Cervantes despide a su héroe con la advertencia de que nadie se atreva a resucitarlo, porque el
héroe nació para él, «a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco» (II, 74).

2.2 Síntesis argumental del Quijote cervantino

El Quijote de 1605 contiene las dos primeras salidas del protagonista. En la primera de ellas
encontramos tres aventuras fundamentales. Don Quijote sale de su pueblo en cuanto amanece; al
atardecer llega a una venta, que él imagina castillo, y se hace armar caballero por el ventero;
mientras vela las armas, golpea a un arriero que, desconociendo el humor de nuestro protagonista,
se ha levantado a media noche y se ha acercado al sitio donde el hidalgo montaba guardia. Al día
siguiente abandona la venta-castillo; en su peregrinar se encuentra con un labrador, Juan Haldudo,
que está golpeando a su criado Andrés; le obliga a soltarlo y le hace prometer que le pagará lo que
le debe. En cuanto desaparece el caballero, Haldudo vuelve a emprenderla con Andrés. Estas
aventuras se cierran con la de los mercaderes toledanos: don Quijote imagina que llevan presa a una
dama, se enfrenta con ellos y resulta apaleado. Molido por los golpes, el hidalgo se cree personaje
de romance y recita el famoso de Valdovinos. Un vecino lo recoge y vuelve a su pueblo atravesado
sobre su caballo Rocinante.
Se ha pensado, quizá con razón, que el plan primitivo de Cervantes era escribir una novela corta,
al modo de las Ejemplares. Esa presunta obra debía incluir sólo esta primera salida o bien
prolongarse hasta la aventura del vizcaíno. Ese titubeo podría indicar las dudas que asediaban a
Cervantes respecto al desarrollo de su novela. Además de la autoridad de quienes han apuntado esta
idea, nos inclina a admitirla el distinto planteamiento narrativo que se vislumbra entre el primer
tramo de las aventuras de don Quijote (hasta el cap. 9) y las que le siguen. Cervantes, con economía
propia de la novela corta, no se permite digresión alguna en esos primeros capítulos. Sin embargo,
en cuanto decide lanzarse a la composición de un relato extenso, empiezan a aparecer elementos
ajenos a la acción central. Ya en el capítulo 9 encontramos el discurso de la Edad de Oro y en el 13
la «historia de Marcela». Parece indudable que ha cambiado de táctica y estructura narrativa.
En el pueblo, don Quijote prepara la segunda salida. Esta vez no va a ir solo, sino acompañado
de un vecino suyo que le servirá de escudero: Sancho Panza. Cervantes tuvo que hacer regresar al
pueblo a su protagonista por la sencilla razón de que la soledad del caballero le obligaba a presentar
pura acción o monólogos. La incorporación de Sancho, personaje que también se va a ir definiendo
a lo largo del caminar quijotesco, da unas posibilidades de desarrollo novelesco mucho mayores. A
partir de esta segunda salida, el carácter del protagonista, en contraste con el de su escudero, no va
a sufrir los sesgos que vimos en el episodio romanceril (I, 5).
Aquí se encuentran los pasajes más célebres del Quijote. Se abre con la aventura de los molinos
de viento, que es sin duda una de las que mejor nos dan la medida de cómo el hidalgo deforma la
realidad. La primitiva segunda parte del Quijote de 1605 empieza con la aventura del vizcaíno que
había quedado suspensa en el capítulo anterior. Aquí aparece por vez primera la figura de Cide

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Hamete Benengueli, presunto autor del libro que Cervantes, con la ayuda de un morisco, irá
traduciendo. Sancho y don Quijote pasan esa noche con unos cabreros; el hidalgo aprovecha la
sobremesa para pronunciar el discurso de la Edad de Oro. Conocemos también la historia de
Marcela, una pastorcilla desdeñosa y montaraz. Los apetitos libidinosos de Rocinante obligan a los
protagonistas a enfrentarse con una turba de yangüeses que salen en defensa de sus yeguas.
Magullados, llegan a una venta que don Quijote vuelve a confundir con un castillo. En ella les
ocurren diversas aventuras en las que tiene parte importante la traviesa criada Maritornes. El
hidalgo prepara el famoso bálsamo de Fierabrás que hace que Sancho devuelva hasta la primera
papilla.
Salen de la venta y viven la aventura de los rebaños que don Quijote cree ejércitos en lucha.
Sigue el episodio del cuerpo muerto que al caballero se le antoja también cosa mágica y de
ultratumba. La famosa aventura de los batanes y la ganancia del yelmo de Mambrino desembocan
en la liberación de los galeotes –uno de ellos es Ginés de Pasamonte–, que apedrean al hidalgo en
pago a su intervención. Huyendo de la Santa Hermandad, nuestros protagonistas se internan en
Sierra Morena, donde conocen a Cardenio y don Quijote queda haciendo penitencia, mientras
Sancho va con una carta a ver a la señora Dulcinea, amada de su señor.
El cura y el barbero del pueblo del caballero han salido en su busca con el propósito de hacerlo
regresar. Encuentran a Sancho y traman una estratagema para conseguir sus fines. Dorotea, una
muchacha a la que han encontrado en el camino, se fingirá la princesa Micomicona, pedirá ayuda al
hidalgo y, de esta forma, lo conducirán hasta su pueblo. La táctica da resultado y la comitiva sale de
Sierra Morena para dirigirse al reino de Micomicón. En una venta del camino se topan con el
barbero al que don Quijote arrebató la bacía que él creía yelmo de Mambrino. Poco antes de la
reaparición del barbero, se nos han contado dos relatos enteramente ajenos a la trama central: la
Novela del curioso impertinente y la historia del cautivo. El caballero, en tanto, ha tenido una
«descomunal batalla» con los cueros de vino que a él se le antojan gigantes. Los cuadrilleros de la
Santa Hermandad intentan detener a don Quijote, pero el cura los convence de que está loco y lo
dejan ir libre. Para poder llevar al hidalgo hasta su pueblo, sin nuevos sobresaltos, el cura y el
barbero le hacen creer que está encantado y lo encierran en una carreta de donde sólo sale, bajo
palabra, para hacer sus necesidades. Sin nuevas aventuras llegan a su pueblo, donde el caballero
descansará mientras sus deudos y convecinos tratan de curar su locura.
En esta segunda salida se amontonan los elementos ajenos a la historia central. Algunos
aparecen más o menos ligados a ella: así la historia de Dorotea y Cardenio cobra una cierta razón
de ser respecto a la vida de don Quijote y Sancho, puesto que la joven enamorada incorporará el
papel de la princesa Micomicona para sacar al hidalgo de Sierra Morena. Otros no guardan más
relación con la acción principal que tener a los protagonistas como testigos; éste es el caso de la
historia del cautivo. Totalmente marginal al desarrollo del argumento es la Novela del curioso
impertinente, intercalada sin motivo ni razón en medio de la obra.
Los cervantistas han tratado de justificar como un acierto más, en obra donde hay tantos, la
inclusión de estos relatos marginales. Sin embargo, los lectores se percataron desde el primer
momento del desnivel estético y del obstáculo que representan estas narraciones en medio de la
trama central. Cervantes aprendió la lección y en la segunda parte de la obra (la de 1615) se limitó a
desarrollar las figuras y las aventuras de don Quijote y Sancho.

La tercera salida ocupa toda la segunda parte de la obra. En los primeros capítulos encontramos
a don Quijote y Sancho en su pueblo; el bachiller Sansón Carrasco trae nuevas de la impresión de la
novela del Ingenioso hidalgo y elabora una estratagema para curar definitivamente al caballero:
incitarle a salir en busca de aventuras, enfrentarse con él disfrazado, vencerlo en duelo singular y
obligarle a regresar a su pueblo.
Don Quijote y Sancho salen, efectivamente, a reanudar sus correrías; se dirigen al Toboso para
ver a Dulcinea, pero llegan de noche y no aciertan a dar con su palacio. Al día siguiente el caballero
envía a su escudero para hablar a su dama; Sancho, no sabiendo cómo salir del lance, finge que

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Dulcinea es una labradora que viene en un pollino y hace creer a su señor que está encantada.
Entristecido, don Quijote sigue su camino y se topa con un grupo de faranduleros que representan
el auto de Las cortes de la muerte. En medio de un bosque encuentra al Caballero de los Espejos,
que no es otro que Sansón Carrasco; se baten y el protagonista hace rodar por el suelo al caballero
fingido.
En su peregrinar, conocen a don Diego de Miranda, al que el novelista denomina caballero del
Verde Gabán. Con él entabla conversación don Quijote, que deja asombrado a su interlocutor con la
extraña mezcla de cordura e insensatez que revelan sus palabras. Nuestro hidalgo desafía a unos
leones, pero los reyes de la selva no hacen caso al desplante del caballero. Tras parar unos días en
casa de don Diego, don Quijote desciende a la cueva de Montesinos y asiste a las bodas de
Camacho el rico.
En una venta del camino hacia Aragón encuentran a Maese Pedro, que no es otro que Ginés de
Pasamonte, uno de los galeotes que libertó don Quijote en la primera parte. Tiene lugar la escena
del retablo que el protagonista confunde con la realidad. El caballero trata de impedir un
enfrentamiento entre dos pueblos rivales a consecuencia de las burlas que los del uno hacen a los
del otro rebuznando cuando pasan; sale magullado de la contienda. Sigue su camino hacia Aragón y
en el Ebro se encuentra con un barquichuelo a la deriva que él considera encantado. Poco después
se topan con unos duques que los acogen en su palacio y les preparan una serie de burlas como la
de la doncella Altisidora, que se finge enamorada de don Quijote, la del caballo Clavileño y las
profecías de Merlín, que condicionan el desencantamiento de Dulcinea a los trescientos azotes que
ha de darse Sancho. El escudero es nombrado gobernador de la ínsula Barataria, cargo que ha de
abandonar hastiado de los encorsetamientos y corruptelas cortesanas. Al salir de la ínsula se
encuentra con su vecino, el morisco Ricote, que, tras abandonar España cumpliendo el decreto de
expulsión, ha vuelto para recuperar el tesoro que dejó enterrado.
Camino de Zaragoza, don Quijote tiene noticia de la edición del apócrifo de Avellaneda. Para
desmentirlo, abandona la ruta prevista y se dirige a Barcelona. Lo asaltan los bandoleros de Roque
Guinart. Con un salvoconducto del jefe de la partida entran en la ciudad, donde son acogidos por
don Antonio Moreno; asistimos a la sesión en la que una cabeza esculpida contesta, mediante un
artificio mecánico, a las preguntas de los invitados. Durante una visita de don Quijote al puerto, se
avistan unas galeras berberiscas en una de las cuales viaja Ana Félix, una morisca expulsada, que
ha decidido volver a la patria, y que en Barcelona va a encontrarse con su padre, el morisco Ricote.
En Barcelona aparece un caballero, llamado de la Blanca Luna, que desafía y vence al hidalgo.
Una vez derrotado le impone la condición de volverse a su pueblo. Después nos enteramos de que
el extraño caballero es el bachiller Sansón Carrasco, deseoso de vengarse de la derrota que le
infligió nuestro protagonista y preocupado por sanarlo de su locura. En el camino de vuelta, don
Quijote proyecta convertirse en pastor y formar una Arcadia manchega. Al llegar al pueblo, cae
enfermo, recobra la razón y muere.

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3 LAS FUENTES DE LA NOVELA

3.1. Fuentes narrativas

Entre las fuentes del Quijote merecen una atención especial, como es lógico, las novelas de
caballerías, un género cuyos episodios, personajes y lenguaje parodia Cervantes a lo largo de casi
todos los capítulos de su obra. Por citar un par de ejemplos, el episodio del cuerpo muerto (I, 19)
evoca uno similar del Palmerín de Inglaterra; el de los rebaños (I, 18), una escena parecida de El
caballero del Febo; y el de la penitencia de Sierra Morena recuerda al Amadís, como explica el
propio don Quijote a su escudero:

Desta mesma suerte, Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien
debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos. Siendo, pues,
esto ansí, como lo es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más le imitare estará más cerca de
alcanzar la perfeción de la caballería. Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor,
valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en
la Peña Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros, nombre, por cierto, significativo y proprio para la vida
que él de su voluntad había escogido. Ansí que, me es a mí más fácil imitarle en esto que no en hender gigantes,
descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamentos. Y, pues
estos lugares son tan acomodados para semejantes efectos, no hay para qué se deje pasar la ocasión, que ahora
con tanta comodidad me ofrece sus guedejas (I, 25).

Junto a las novelas de caballerías, Menéndez Pidal y Maxime Chevalier, entre otros, destacaron
el influjo que ejerció sobre el Quijote el Orlando furioso de Ludovico Ariosto, conocido poema
épico en que el autor se complace en presentarnos un mundo caballeresco fascinante, pero en que
ya no cree, y un héroe que está visto con ironía y humor. Su argumento gira en torno a la locura de
Orlando –nombre italiano de Roldán–, que enloquece y comete mil locuras cuando su amada,
Angélica, le engaña con Medoro. Entre las reminiscencias de Orlando en el Quijote destaca otra
vez la penitencia del caballero en Sierra Morena, en la que, según confiesa él mismo:

–¿Ya no te he dicho –respondió don Quijote– que quiero imitar a Amadís, haciendo aquí del desesperado, del
sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldán, cuando halló en una fuente las señales de que
Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió loco y arrancó los árboles,
enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró
yeguas y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno nombre y escritura? (I, 25).

Sin embargo, las diferencias entre los dos personajes son notables, sobre todo si tenemos en
cuenta que Orlando es un caballero real que enloquece por amor, y don Quijote, un pobre hidalgo
manchego al que la locura le lleva a creerse caballero y a idear un amor cuyo objeto, la princesa
Dulcinea, es un simple producto de su imaginación.

3.2. Fuentes teatrales

Además de los libros de caballerías, se han apuntado algunos textos que pudieran haber
inspirado a Cervantes. Dámaso Alonso señaló que la figura del hidalgo Camilote de Don Duardos,
de Gil Vicente, podría ser el germen de don Quijote. El carácter grotesco del personaje vicentino y
el sufijo –ote en la formación del nombre pudieran ser algo más que simples coincidencias.
Es, sin embargo, el Entremés de los romances, compuesto hacia 1591, la pieza que ha llamado
en mayor medida la atención crítica como posible fuente de nuestra novela. Menéndez Pidal ha sido
el gran defensor de este influjo. El entremés anónimo nos presenta a un protagonista, Bartolo,
enloquecido por la lectura del romancero. Se cree un personaje de romance y como tal se comporta.
Las aventuras de Bartolo, como en cualquier entremés que se precie, acaban a palos. La semejanza
más importante entre las dos piezas, amén de la inicial confusión de identidad, está en la escena en
8
que don Quijote y Bartolo, tras ser apaleados, recitan el romance de Valdovinos (I, 5). En el Quijote
este episodio supone una desviación de la locura del caballero, desviación que rápidamente se
corrige y no vuelve a aparecer más en la novela. En el entremés, la identificación de Bartolo con los
personajes romanceriles es, claro está, la esencia del breve drama.
Aunque ya lo había señalado W. S. Hendrix, Márquez Villanueva ha insistido en el influjo que
los personajes rústicos y bobos del teatro prelopista, creados por Torres Naharro, Sebastián de
Horozco o Lope de Rueda, han podido ejercer en la génesis del personaje de Sancho, en el que
Cervantes recrea la glotonería, la ingenuidad mezclada con la malicia, el deseo de medro y los
dislates lingüísticos propios de aquellos personajes.

3.3. Fuentes folclóricas

Para la creación del personaje de Sancho, más que en modelos literarios o reales, Cervantes
debió de tener en cuenta ciertos modelos folklóricos presentes en la multitud de chistes, cuentos,
anécdotas y chascarrillos que entonces salpicaban la conversación, y en muchos de los cuales el
protagonista suele ser el labriego prototípico, simple y agudo, malicioso y bobo, muy similar al que
Cervantes nos presenta en su novela, y que aparece en cuentos como éste, recogido por Juan de
Arguijo:

En el mismo lugar, estando unos villanos en la siega, tenían un cántaro de agua entre unas cañas verdes,
adonde llegado un muchacho y viendo su rostro en el agua, volvió a decir a los segadores que estaba un
muchacho dentro del cántaro. Asombrados, dejaron la obra y acudieron a verlo. El primero que llegó, viéndose
también en el agua, volvió a los demás diciendo:
–¡Y aun con barbas, juro a Dios!

El mismo autor refiere esta otra anécdota, en que a la bobería no le faltan sus puntas de malicia:

Diéronle a un muchacho una olla con carne que llevase al campo a unos gañanes. Comióse la carne, y
preguntado por ella, dijo llorando:
–Tropecé, y derramóseme toda la carne y no pude coger más que el caldo.

En otros casos, el labriego de los cuentos se caracteriza, como Sancho Panza, por los dislates
lingüísticos, motivados en más de una ocasión por el deseo de aparentar una cultura que el labrador
no posee, como en este cuento recogido en la Floresta española (1574), de Melchor de Santa Cruz:

Un hombre cometió un delito en un lugar deste reino, y siendo preso en otro lugar cerca de allí, pidiéndole el
alcalde que le remitiesen para hacer justicia dél, decía: «Adonde se hace el deleite, allí ha de ser remitido».

Pero el campesino de los cuentos, y probablemente el campesino real, del que todos se burlaban,
no era tan ingenuo y bobo como se deduce de las anécdotas que acabamos de citar, y la necesidad
de defenderse, el simple espíritu de supervivencia, junto a las penurias de toda clase que debía
soportar, le llevaron a arreglárselas para contrarrestar, e incluso vencer, a sus burladores, y para
sobrevivir entre mil penalidades desplegando una extraordinaria inventiva, de donde le vino la fama
de astuto e ingenioso, y también de malicioso y bellaco, rasgos que, como veremos después,
aparecen perfectamente plasmados en la figura de Sancho. Joan de Timoneda, por ejemplo, recoge
este cuentecillo en su Sobremesa y alivio de caminantes, que refleja perfectamente esa doblez
astuta con que se retrataba al campesino:

Estando en corrillo ciertos hidalgotes, vieron venir un pastor a caballo con su borriquilla, y tomándolo en
medio, por burlarse de él, dijéronle:
–¿Qué es lo que guardáis, hermano?
El pastor, siendo avisado, respondióles:
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–Cabrones guardo, señores.
Dijéronle:
–¿Y sabéis silbar?
Diciendo que sí, importunáronle para que silbase, por ver qué silbo tenía. Ya que hubo silbado, dijo el uno
dellos:
–¿Qué?, ¿no tenéis más recio silbo que éste?
Respondió:
–Sí señores; pero éste abasta para los cabrones que me oyen.

Algunos pasajes del Quijote están inspirados directamente, además, en cuentos folklóricos: el
episodio del báculo y los escudos (II, 45), el cuento del rebuzno (II, 25), el de la pastora Torralba (I,
20), el del gato y el ratón (I, 16), el de la viuda y el mozo tonto (I, 25), el del catador de vinos (II,
14), el del campesino y el asno (II, 57), el del mozo que no quiere dormir en prisión (I, 49).
El nombre mismo de Sancho Panza parece inspirado en la tradición folclórica y, especialmente,
en el refranero, en el que varios proverbios recuerdan el nombre de un Sancho al que se atribuyen
cualidades similares a las del personaje cervantino. Así, Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de
la lengua castellana (1611), recoge: «Allí va Sancho con su rocino: Dicen que este era un hombre
gracioso que tenía una haca y dondequiera que entraba la metía consigo. Usamos deste proverbio
cuando dos amigos van siempre juntos». Otros refranes, recogidos en el Vocabulario de refranes,
de Gonzalo Correas (1626), también habrían podido servir de inspiración al autor: «Hallado ha
Sancho su rocín»; «Topado ha Sancho con su asno»; «Cochino, puerco o Sancho, todo es uno»; «Al
buen callar llaman Sancho»; «Al bueno, bueno, Sancho Martínez»; «Lo que piensa Sancho, sábelo
el diablo»; «Quien a Sancho haya de engañar, mucho ha de estudiar»; «Quien a Sancho haya de
engañar, por nacer está». Según el propio Correas,

Es de advertir que algunos nombres los tiene recebidos y calificados el vulgo en buena o mala parte y
significación: Sancho por santo, sano y bueno; Martín, por firme y entero; Beatriz. por buena y hermosa;
Pedro, por taimado bellaco y matrero; Juan, por bonazo, bobo y descuidado.

En fin, en los últimos años, y siguiendo las sugerencias de Mijail Bajtin, Augustin Redondo y
otros han venido señalando las raíces carnavalescas de la pareja protagonista. Don Quijote, seco y
flaco, aficionado a los ayunos y penalidades, sería la encarnación de la Cuaresma; mientras que la
jovialidad de Sancho Panza, su afición a la comida y el vino, y el papel bufonesco que desempeña
en ciertas escenas de la novela, le ponen en relación con el personaje de don Carnal o Carnaval. El
cuadro de Peter Brueghel en que se representa el combate entre el Carnaval y la Cuaresma, sería
representativo de esta idea.

3.4. Modelos vivos

Durante el siglo XIX y principios del XX hubo una cierta preocupación por descubrir los posibles
modelos vivos de la figura de don Quijote, y aunque este tipo de investigaciones hoy han caído en
desuso, parece cierto que en la época de Cervantes había personajes que creían a pies juntillas todo
aquello que contaban los libros de caballerías, que trataban de imitar las hazañas de los caballeros
andantes, o a quienes los libros de caballerías llevaron a cometer disparates e incluso a la locura.
Alonso de Fuentes, en su Summa de filosofía natural (1547), nos habla de un personaje que se sabía
de memoria el Palmerín de Oliva «y no se hallaba sin él, aunque lo sabía de cabeza». En el Arte de
galantería, de don Pedro de Portugal, se recuerda a una familia que lloraba porque se había muerto
Amadís, y a un caballero que juraba por los Evangelios que todo lo narrado en la novela era cierto.
Alonso López Pinciano, en su Filosofía antigua poética (1596), cuenta de un amigo suyo que,
leyendo la muerte de Amadís, quedó largo tiempo inconsciente. En ciertos cartapacios de don
Gaspar Galcerán de Pinós, conde de Guimerá, se explica que, en el año 1600, un estudiante de
Salamanca,

10
en lugar de leer sus liciones, leía en un libro de caballerías, y como hallase en él que uno de aquellos famosos
caballeros estaba en aprieto por unos villanos, levantóse de donde estaba, y empuñando un montante, comenzó a
jugarlo por el aposento y esgremir en el aire, y como lo sintiesen sus compañeros, acudieron a saber lo que era, y
él respondió:
–Déjenme vuestras mercedes, que leía esto y esto, y defiendo a este caballero: ¡qué lástima! ¡cuál le traían
estos villanos!

Y Menéndez y Pelayo recordó la siguiente anécdota, recogida por Francisco Rodríguez Lobo en
Corte en aldea y noches de invierno (1619):

En la milicia de la India, teniendo un capitán portugués cercada una ciudad de enemigos, ciertos soldados
camaradas, que albergaban juntos, traían entre las armas un libro de caballerías con que pasaran el tiempo: uno
dellos, que sabía menos que los demás, de aquella lectura, tenía todo lo que oía leer por verdadero (que hay
algunos inocentes que les parece que no puede aver mentiras impresas). Los otros, ayudando a su simpleza, le
decían que así era: llegó la ocasión del asalto, en que el buen soldado, envidioso y animado de lo que oía leer,
se encendió en deseo de mostrar su valor y hacer una caballería de que quedase memoria, y así se metió entre
los enemigos con tanta furia, y los comenzó a herir tan reciamente con la espada, que en poco espacio se
empeñó de tal suerte, que con mucho trabajo y peligro de los compañeros, y de otros muchos soldados, le
ampararon la vida, recogiéndolo con mucha honra y no pocas heridas; y reprehendiéndole los amigos aquella
temeridad, respondió: “Ea, dejadme, que no hice la mitad de lo que cada noche leéis de cualquier caballero de
vuestro libro”.

4 ESTRUCTURA Y TÉCNICAS NARRATIVAS

4.1 El narrador y otros recursos técnicos

Como es sabido, la historia de don Quijote llega a los lectores a través de un narrador personal,
que está dentro de la historia, y que finge ser un historiador que en los ocho primeros capítulos ha
estado utilizando unas fuentes escritas a las que alude en varias ocasiones: «Los autores que deste
caso escriben» (I, 1); los anales de la Mancha (I, 2); los archivos de la Mancha (I, 8).
En el capítulo 9 del Quijote de 1605, la historia queda interrumpida cuando don Quijote va a
luchar con el vizcaíno, al no hallar el narrador-historiador fuentes de información para poder
continuar su relato. Es entonces cuando descubre casualmente en la Alcaná de Toledo un
manuscrito redactado en árabe por Cide Hamete Benengueli, entre otros papeles viejos, y se lo da a
un morisco para que se lo traduzca.
Los propios personajes también actúan muchas veces como narradores, y en más de una ocasión
se pone en duda la autenticidad de sus relatos: las historias de Cardenio y Dorotea (I, 24 y I, 28); la
falsa embajada de Sancho a Dulcinea (I, 30); el descenso de don Quijote a la cueva de Montesinos
(II, 23).
De todos estos recursos narrativos, el más original es la invención de Cide Hamete Benengueli,
con la que Cervantes consigue parodiar la novela de caballerías, en las que a menudo el autor finge
utilizar un manuscrito antiguo como fuente; y establece un principio de ambigüedad, relativismo e
ironía, y una prudente distancia frente a la historia que se está narrando, hasta tal punto que el
historiador se permite el lujo de poner en duda algunos aspectos del relato que nos está
transmitiendo, con el argumento de que el historiador era moro, y los moros mienten o exageran
con frecuencia (I, 9). Así ocurre cuando se dispone a narrar la charla que mantuvieron Sancho y
Teresa (II, 5), el encantamiento de Dulcinea (II, 10), o la visita a la Cueva de Montesinos (II, 24).

11
Autores, anales y
archivos de la Mancha

Cide Traductor Narrador-


Historia Texto Lectores
Hamete morisco historiador

Personajes narradores

4.2 La presencia de la palabra escrita

Dentro de ese juego en que se mezclan la realidad y la ficción, es fundamental la presencia de


los libros dentro del propio libro que Cervantes escribe, y la influencia que este hecho ejerce sobre
la conducta misma de los personajes.
Recordemos que el motivo que impulsa el arranque de la historia es precisamente la lectura de
los libros de caballerías, que enloquecen al hidalgo, y que don Quijote tratará en todo momento de
imitar con mejor o peor fortuna, como hemos visto al examinar las fuentes de la obra en el apartado
3.1. Además, en la primera parte los personajes de la novela son a la vez lectores de El Curioso
impertinente (I, 33-35).
Al comenzar el relato (I, 2), don Quijote ya sabe que su historia será narrada por algún cronista,
y al iniciarse la segunda parte comprobamos que, en efecto, la historia del caballero ha sido escrita
e impresa, y que el bachiller Sansón Carrasco da cuenta de ello a sus vecinos (II, 2 y 3). Es
precisamente este hecho el que impulsará a don Quijote a buscar nuevas aventuras (II, 4).
El hecho de que la historia del hidalgo haya sido publicada introduce una importante novedad en
la segunda parte. Los personajes que aparecen a partir de ahora conocen a don Quijote y a Sancho,
porque han leído la primera parte del libro, saben de qué pie cojea el caballero manchego, y actúan
en consecuencia. Así lo hacen, por ejemplo, el Duque y la Duquesa o los caballeros de Barcelona
(II, 30 y II, 62).
Finalmente, el desarrollo mismo de la novela cervantina variará a partir del capítulo 59 de la
segunda parte con la aparición del Quijote de Avellaneda –surgido como parodia de las novelas de
caballerías e imitación del Quijote de 1605––, como ya comprobamos en el apartado 2.1.
Esta confusión de verdad y literatura, realidad y ficción, y este incluir el libro dentro del libro,
constituye un juego muy moderno, que utilizarán después Unamuno y Pirandello.

12
Libros de caballerías Quijote de Avellaneda

Quijote de 1615
Quijote de 1605
El curioso impertinente

4.3 Estructura del Quijote de 1605

La primera parte de la novela consta de dos salidas con una estructura análoga, pero con la
diferencia fundamental de su distinta extensión, y de la presencia de Sancho en la segunda y su
ausencia en la primera.
La primer salida tiene una estructura simétrica bastante precisa y una distribución circular de
los episodios: Se inicia con la locura de don Quijote, ocasionada por la lectura de los libros de
caballerías, y termina con el escrutinio y quema de esos libros. Al salir de su aldea, don Quijote
piensa en los libros de caballería, y a su regreso cree ser Valdovinos o Abindarráez. Entre estos
episodios se suceden otros en que las victorias y derrotas alternan siguiendo un esquema que
también podemos considerar simétrico.
El espacio parece ser el elemento que estructura esta primera salida. Desde que abandona la
aldea y hasta que regresa a ella, don Quijote deambula por las tierras de la Mancha hasta llegar a la
venta, desde donde inicia su retorno. En ese deambular por los alrededores de la aldea, don Quijote
no lleva un rumbo fijo, y es Rocinante el que conduce al caballero al azar, porque en ello consiste la
búsqueda de aventuras (I, 2 y 4).

13
QUIJOTE DE 1605: COMPOSICIÓN DE LA PRIMERA SALIDA

1. Los libros de caballerías 10. Escrutinio y destrucción


enloquecen al hidalgo (I, 1) de los libros (I, 6)

2. Salida de la aldea 9. Vuelta a la aldea


Don Quijote piensa en los Don Quijote cree ser Valdovinos
libros de caballerías (I, 2) o Abindarráez (I, 5)

3. Llegada a la venta (I, 2) 8. Don Quijote es derrotado por los


Vela de las armas (I, 3) mercaderes (I, 4)

4. Don Quijote vence 7. Don Quijote vence a Juan


al primer arriero (I, 3) Haldudo (I, 4)

5. Don Quijote derrotado 6. Salida de la venta


por los arrieros (I, 3) Don Quijote armado caballero (I, 3)

Rocinante conduce a don Quijote

La segunda salida repite el esquema de la primera, pero amplificándolo: aumenta el número de


aventuras, se duplica el número de estancias en la venta, aparece Sancho Panza, se incluyen
historias intercaladas.
También el espacio sirve de elemento estructural, de manera que entre el capítulo 26 y 29 (el de
máximo alejamiento de la aldea) podríamos trazar un eje central (señalado en el esquema con una
línea discontinua) que dividiría esta segunda salida en dos partes, análogas en extensión y
simétricas, y establecería de nuevo un esquema circular en el relato. Los episodios son por lo
general independientes, excepto los que ocurren en la venta y los de Sierra Morena, que tienen
lugar en un mismo espacio.
El hilo conductor de la narración se complica en esta segunda salida en comparación con la
primera. Hasta el cap. I, 32 es Rocinante quien guía a don Quijote (I, 21). A partir del cap. 23, tras
liberar a los galeotes, don Quijote y Sancho se adentran en Sierra Morena huyendo de la justicia.
Desde el 29, los dos héroes, engañados por Dorotea, van en busca del reino de Micomicón; y desde
el cap. 46 hacen creer a don Quijote que está encantado, y le llevan hasta la aldea en una jaula
(Véase el esquema adjunto).
Un aspecto fundamental de esta segunda salida son las historias intercaladas, un recurso que
Cervantes utiliza para no cansar a sus lectores, y al cual renuncia después, aunque trata de justificar
su uso (II, 44). Excepto El curioso impertinente, todas estas novelas guardan una cierta relación con
la historia de don Quijote, aunque en ocasiones muy tangencial y forzada.
La distribución de las novelas intercaladas sigue un esquema simétrico: El curioso impertinente
ocupa una posición central, la segunda salida se inicia con una historia pastoril (la de Marcela y
Grisóstomo) y termina con otra del mismo tipo (Leandra), y entre ellas se sitúan cuatro historias
protagonizadas por sendas parejas, que también se asocian entre ellas: celos y cambio de parejas en
las historias de Cardenio-Luscinda y de Dorotea-don Fernando; relación de parentesco entre doña

14
Clara y el capitán cautivo; amistad entre éste y don Fernando, que se ofrece a ser padrino del
bautizo de Zoraida y de la boda de ambos.

QUIJOTE DE 1605: DISPOSICIÓN SIMÉTRICA DE LOS EPISODIOS INTERCALADOS

Marcela y Grisóstomo Leandra

Cardenio y Luscinda Doña Clara y don Luis

Dorotea y don Fernando El Capitán y Zoraida

El curioso impertinente

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QUIJOTE DE 1605: COMPOSICIÓN DE LA SEGUNDA SALIDA

Salida de la Llegada a la
aldea (I, 7) aldea (I, 52)

Los molinos (I, 8) Aventura de los


disciplinantes (I, 52)

El vizcaíno y los
frailes benitos (I, 8-10)
Rocinante conduce a don Quijote

Don Quijote encantado


Encuentro con Marcela y Leandra Encuentro con los
los cabreros (I, 11-14) Grisóstomo cabreros (I, 50-52)

Discurso de la Edad Charla sobre libros


de Oro (I, 11-14) de caballerías (I, 47-48)
Don Luis y
Doña Clara
Encuentro con los El Capitán
yangüeses (I, 15) y Zoraida

En la venta: Pendencia con En la venta: Los


Maritornes. El bálsamo de El curioso cueros de vino. Discur-
Fierabrás. Sancho manteado impertinent so de las armas y las
(I, 16-17) e letras. Burla de Mari-
tornes. Pendencia del
Cardenio y yelmo (I, 32-46)
Luscinda
Fernando y
Los rebaños (I, 18) Dorotea

El cuerpo muerto (I, 19) Hacia la venta (I, 30-


32)
Hacia el reino de Micomicón

Los batanes (I, 21)

El yelmo de Mambrino (I, 21) Dorotea pide ayuda a


don Quijote: Se inicia
el regreso (I, 29)
Los galeotes (I, 22)

En Sierra Morena: Penitencia


Huyendo de la de don Quijote. Sancho lleva una
justicia carta a Dulcinea. Aparecen el
Cura y el Barbero (I, 23-28)

16
4.4 Estructura del Quijote de 1615

En la segunda parte de la obra, Cervantes se nos muestra dueño de los recursos narrativos que ya
había ensayado en la primera, y mucho más seguro de sí mismo. Como ya vimos, mientras que la
fuerza motriz de la primera parte eran los libros de caballerías, ahora es la primera parte de la
novela, que los personajes conocen, la que sirve como punto de partida.
El espacio sigue funcionando como principio estructural, pero la narración no forma ya un
círculo, sino una línea que conduce a don Quijote hasta Barcelona (II, 1-65), para regresar después
en un viaje bastante rápido (II, 66-74).
En lugar de episodios aislados, unidos por el deambular de don Quijote, nos encontramos ahora
con grupos de aventuras unidas por algún motivo común, de tipo espacial sobre todo: La casa de
don Quijote, las bodas de Camacho, el palacio de los duques, la estancia en Barcelona, etc. Igual
que hicimos para la segunda salida, los recuadros indican los episodios que aparecen agrupados en
torno a un espacio o personaje.
Los episodios intercalados han desaparecido, o al menos su relación con la trama central es
ahora mucho más sólida.
Ya no es Rocinante quien guía a don Quijote, sino que éste sabe adónde va. Primero se dirige
hacia el Toboso, después hacia Zaragoza, y finalmente a Barcelona, para dejar por mentiroso a
Fernández de Avellaneda.
Hay, finalmente, una serie de acontecimientos y motivos que establecen conexiones muy firmes
entre los distintos episodios de la novela, tanto con los de la primera como entre los de la segunda
(señalamos tales relaciones mediante líneas discontinuas):

– Reaparece Ginés de Pasamonte, convertido en Maese Pedro (II, 25-27).

– El episodio de los rebaños de la primera parte (I, 18) tendrá su eco en la manada de toros
(II, 58) y en la cerdosa aventura (II, 68), marcando así la decadencia del héroe.

– Sansón Carrasco (II, 7) decide seguir a don Quijote para que vuelva a la aldea, y se
convierte sucesivamente en caballero del Bosque (II, 12) y de la Blanca Luna (II, 64).

– El encantamiento de Dulcinea, que Sancho inventa (II, 10), y cuyos orígenes están en la
visita al Toboso que éste no realizó en la primera parte, da lugar a la broma de los duques (II,
35), y a los azotes que Sancho acaba dando contra los árboles (II, 71).

– Los fingidos amores de Altisidora son utilizados en dos ocasiones para burlar a don Quijote
(II, 44 y II, 69).

– Las alusiones al Quijote de Avellaneda se repiten desde el cap. 59 y enlazan distintos


episodios, según vimos en el apartado 4.2.

17
QUIJOTE DE 1615: COMPOSICIÓN DE LA TERCERA SALIDA

Preliminares: Diálogos en casa de don Quijote.


Sansón Carrasco. Hacia la tercera salida (II, 1-8)

Salida de la aldea: Hacia el Toboso (II, 9) Llegada a la aldea. Muerte


Hacia el de don Quijote (II, 73-74)
Toboso
En el Toboso: Encantamiento de Dulcinea (II, 9-10)

El carro de las Cortes de la muerte (II, 11)

Batalla con el Caballero del Bosque (II, 12-15)

En casa del Caballero del verde gabán.


Aventura de los leones (II, 16-18)

En las bodas de Camacho (II, 19-22)

La cueva de Montesinos (II, 22-24)

Regreso a la aldea
En la venta: El mono adivino, el retablo de Maese Encuentro con don Álvaro de
Hacia Zaragoza

Pedro, el cuento del rebuzno (II, 25-28) Tarfe (II, 72)

El barco encantado (II, 29)

En el palacio de los Duques: Encuentro. Llegada al


Palacio. Comida. Disputa con el capellán. Lavado de
barbas. Profecía de Merlín. La dueña Dolorida. Azotes de Sancho (II, 71)
Consejos de don Quijote. Amores de Altisidora. El palacio de los Duques:
Sancho gobernador. Doña Rodríguez. Fin del Muerte fingida de Altisidora
gobierno. Encuentro con Ricote. Sancho en la sima. (II, 69-71)
Batalla con Tosilos. Despedida (II, 30-57)

Encuentro con las imágenes (II, 58)

La fingida Arcadia (II, 58)

El rebaño de toros (II, 58) La cerdosa aventura (II, 68)

En la venta: El Quijote de Avellaneda (II, 59)

En Cataluña con Roque Guinart. La historia de Don Quijote piensa hacerse


Hacia Claudia Jerónima (II, 60) pastor (II, 67)
Barcelona
En Barcelona: Sarao en casa de don Antonio. La
cabeza encantada. Visita a la imprenta. Las galeras. Salida de Barcelona (II, 66)
Ana Félix y Gaspar Gregorio. El caballero de la
Blanca Luna (II, 61-65)

18
19
5. LA EVOLUCIÓN DE LOS PROTAGONISTAS

5.1 Don Quijote

Don Quijote es un personaje ambiguo, como lo es el conjunto de la novela, y se nos presenta


alternativamente como cuerdo y loco, mezcla que se hace muy evidente en la segunda parte de la
novela. Comete los mayores disparates, cree los embustes más inverosímiles, pero es capaz de
aconsejar y opinar con extremada cordura. Recuérdense, en este sentido, sus opiniones acerca de la
educación de los hijos (II, 16) o el matrimonio (II, 19), los consejos que da a los rebuznadores
sobre los motivos por los que se pueden emprender las guerras (II, 27), y, sobre todo, las palabras
con que alecciona a Sancho antes de que parta para su gobierno (II, 42-43). Por eso don Quijote
ofrece a quienes lo conocen una imagen entremezclada de locura y de cordura. Así, don Diego y su
hijo

De nuevo se admiraron padre e hijo de las entremetidas razones de don Quijote, ya discretas y ya
disparatadas, y del tema y tesón que llevaba de acudir de todo en todo a la busca de sus desventuradas
aventuras, que las tenía por fin y blanco de sus deseos. Reiteráronse los ofrecimientos y comedimientos, y, con
la buena licencia de la señora del castillo, don Quijote y Sancho, sobre Rocinante y el rucio, se partieron (II,
18).

Y los caballeros que en la venta leen el falso Quijote también se asombraron al ver «la mezcla
que había hecho de su discreción y de su locura» (II, 59).
Don Quijote es además la encarnación del ideal que se afirma a pesar y en contra de la realidad,
y de ahí que se haya convertido en un símbolo del espíritu humano, y de su capacidad para
transformar el mundo mediante la fantasía, especialmente desde el Romanticismo. Don Quijote no
construye quimeras a partir de la realidad, sino que, por el contrario, parte de ese ideal previamente
dado e intenta que la realidad se amolde a su fantasía, como en el caso de Dulcinea, en que Aldonza
no es más que un pretexto para inventar un modelo de mujer ideal, al cual habrá de adaptarse
después la Aldonza real. No es extraño que Maeztu haya escrito un ensayo titulado precisamente
Don Quijote o el amor, ya que, como señaló Machado, «todo amor es fantasía», y el enamorado es
capaz de inventar con su ayuda hasta los más mínimos detalles físicos o espirituales de la amada.
Como consecuencia de lo dicho, a don Quijote también puede considerársele el símbolo de una
voluntad que se afirma a pesar de las evidencias y de los fracasos, como cuando explica: «cuanto
más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Fristón que me robó los libros, ha vuelto estos
gigantes en molinos» (I, 8), o «aquellos bultos negros deben ser, y son sin duda, algunos
encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche» (I, 8).
A pesar de todo ello, la evidencia acaba imponiéndose, y don Quijote no sólo es derrotado
físicamente, sino que todo se le vuelve en contra, hasta que la realidad acaba venciendo al ideal: los
gigantes se transforman en molinos, los galeotes le apedrean, Dulcinea se convierte en una
labradora, y el héroe acaba pactando con esa realidad rebelde, especialmente en la segunda parte,
en que las ventas son ventas, y en que no es el caballero quien inventa las aventuras, sino los
demás, que las tejen en torno a él para burlarse.
La derrota del héroe viene jalonada por los tres encuentros con los rebaños, que son otros tantos
símbolos del triunfo de las cosas sobre las ideas: la aventura de los rebaños (I, 18), en que don
Quijote cree enfrentarse a dos ejércitos; el encuentro con la manada de toros (II, 58), cuando don
Quijote quería imitar el paso honroso de Suero de Quiñones, y los animales le arrollan; y la cerdosa
aventura (II, 68), en que don Quijote y Sancho, sin comérselo ni bebérselo, son pisoteados por una
piara de cerdos. Asistimos así al progresivo declive del héroe y a su derrota y desengaño finales, al
triunfo definitivo de la realidad sobre los ideales:

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Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me
pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y
sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde (II, 74).

5.2 Sancho

También Sancho, como su amo, se nos ofrece con una personalidad ambigua, una mezcla de
idiotez y discreción, de bondad y de malicia, que ya señalamos al tratar sobre las fuentes folklóricas
de las que Cervantes probablemente partió. Recuérdese, a este respecto, la descripción que don
Quijote ofrece de su escudero cuando dialoga con los duques, a quienes explica que

Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Panza es uno de los más graciosos
escuderos que jamás sirvió a caballero andante; tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que el pensar si es
simple o agudo causa no pequeño contento; tiene malicias que le condenan por bellaco, y descuidos que le
confirman por bobo; duda de todo y créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas
discreciones, que le levantan al cielo (II, 32).

O durante el gobierno de la Ínsula, en la cual

los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa
de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto (II, 45).

El primer rasgo de Sancho es, en efecto, su extrema ingenuidad, que raya a veces en la
simplicidad y la estupidez. Sancho cree que es cierta la historia de la princesa Micomicona, que
logrará el gobierno de una ínsula y que llegará a ser un auténtico gobernador. Su credulidad llega a
tal punto que acepta la mentira que él mismo ha inventado sobre el encantamiento de Dulcinea, o el
viaje en Clavileño, que después narrará con todo lujo de detalles.
Pero Sancho es tonto sólo en apariencia. Frente al idealismo desmedido de don Quijote, Sancho
representa el sentido común, el conocimiento de la realidad y la inteligencia natural, lo que le lleva
no sólo a ver molinos donde don Quijote ve gigantes, sino a adoptar una actitud prudente, cobarde
sólo en apariencia, cuando el caballero sólo demuestra temeridad. Así ocurre en el episodio de los
yangüeses, en que antes de acudir el hidalgo en defensa de Rocinante, asistimos a este diálogo:

–A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dígolo porque
bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a
Rocinante.
–¿Qué diablos de venganza hemos de tomar –respondió Sancho–, si éstos son más de veinte y nosotros no
más de dos, y aun, quizá, nosotros sino uno y medio?
–Yo valgo por ciento –replicó don Quijote.
Y, sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los gallegos, y lo mesmo hizo Sancho
Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo (I, 15).

La inteligencia de Sancho, y su sentido de la rectitud y de la justicia, quedan especialmente


claros durante el gobierno de la ínsula Barataria, en que resuelve pleitos, dicta leyes y ordenanzas
(II, 51), y deja burlados a quienes pensaban burlarse de él (II, 49).
Además de ser tonto y listo, Sancho manifiesta una mezcla de bondad y de malicia que también
procede de las fuentes folklóricas señaladas. Por un lado bondadoso, piensa siempre en ayudar a su
familia y buscarles el sustento; sigue junto a don Quijote por la amistad que a los dos les une, una
amistad que no podrá separar otro suceso que «el de la pala y azadón» (II, 33). Por eso el Caballero
del verde gabán le considera un modelo de bondad (II, 16), y lo mismo opina don Quijote en su
testamento, cuando explica que,

21
si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo,
darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece (II, 74).

Esa bondad contrasta curiosamente con sus frecuentes rasgos de malicia. La gente labradora «de
suyo es maliciosa» (I, 51), dice uno de los cabreros; y Sancho Panza no es en este sentido una
excepción. Don Quijote lo considera «un costal lleno de refranes y de malicia» y «un socarrón de
lengua viperina» (II, 43); «un tonto aforrado de lo mismo, con no sé qué ribetes de malicioso y de
bellaco» (II, 58); o un «deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente» (I, 46).
Los ejemplos de su malicia son, en efecto, numerosos. Repite burlonamente las palabras de don
Quijote en el episodio de los batanes (I, 20); se escama cuando Dorotea besa a don Fernando, y
teme que su señor no alcance el reino de Micomicón por esa causa (I, 46); se inventa a una
inexistente Dulcinea para salir de apuros (II, 10); llama vieja a doña Rodríguez (II, 31); y cuenta
una anécdota que hace sonrojar a don Quijote cuando los duques le ofrecen la cabecera de la mesa
(II, 31).
Sin embargo, la oposición entre don Quijote y Sancho es sólo relativa, y, de hecho, a lo largo de
la novela se produce una aproximación entre los dos personajes, de manera que así como don
Quijote va aceptando poco a poco la realidad y se “sanchifica”, tal como señaló Salvador de
Madariaga, Sancho acepta algunas de las quimeras de su amo y se “quijotiza”, especialmente en la
segunda parte, en que acepta la historia del encantamiento de Dulcinea, o cree ser el auténtico
gobernador de una ínsula.
Como en el caso de don Quijote, la historia de Sancho concluye con el desengaño, con el brusco
fin de sus ilusiones, tras el fracasado gobierno de la ínsula Barataria:

Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida
pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas
ni ciudades de los enemigos que quisieren acometerlas. Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y
ensarmentar las viñas, que de dar leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma:
quiero decir, que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido. Mejor me está a mí una hoz en la
mano que un cetro de gobernador; más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un
médico impertinente que me mate de hambre; y más quiero recostarme a la sombra de una encina en el verano
y arroparme con un zamarro de dos pelos en el invierno, en mi libertad, que acostarme con la sujeción del
gobierno entre sábanas de holanda y vestirme de martas cebollinas. Vuestras mercedes se queden con Dios, y
digan al duque mi señor que, desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; quiero decir, que sin blanca
entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. (II,
53).

6. EL MUNDO SOCIAL DEL QUIJOTE

6.1 La pirámide social

La sociedad que se describe en el Quijote, la sociedad española de 1600, presenta la estructura


propia de un mundo feudal reconstituido, en que la nobleza y el clero siguen conservando
importantes beneficios y prerrogativas, mientras que la clase de los campesinos, que engloba a la
mayor parte de la población, es la que, a duras penas, sustenta con su trabajo a las demás, mientras
que la burguesía, circunscrita a las grandes urbes, sigue representando un grupo todavía reducido,
en número e influencia, dentro del conjunto. Los sectores extrasociales o marginados, como los
delincuentes y bandoleros o la minoría morisca, constituyen la nota pintoresca de la sociedad de
aquella época (véase el cuadro que ofrecemos al final de este apartado).

6.2 La nobleza

El concepto, y la situación jurídica de noble era mucho más amplio entonces que en la
actualidad, y englobaba a los títulos (duques, marqueses, etc.), a los caballeros con una mediana
22
hacienda, y a los hidalgos y escuderos, que, aunque legalmente fueran nobles, apenas tenían medios
con que sustentarse.
El sector más elevado de los nobles con título eran los duques, algunos de los cuales poseían
además la condición de grandes de España. Entre los títulos que aparecen en el Quijote, destacan el
duque Ricardo y su hijo don Fernando en la primera parte (se trata probablemente de los duques de
Osuna), y los duques aragoneses (de Villahermosa) en la segunda.
Esta clase social vive de las rentas que le proporcionan sus señoríos y territorios o estados, en los
que el señor es propietario de una parte de las tierras, y sobre el resto ejerce la jurisdicción señorial,
lo cual implica el cobro de ciertos derechos, el nombramiento de autoridades, la administración de
la justicia. El duque Ricardo, por ejemplo, «tiene su estado en lo mejor de esta Andalucía» (I, 24); y
la duquesa recibe a sus dos huéspedes diciéndoles que sean bienvenidos a sus estados (II, 30). La
ínsula Barataria no es, por ello, ninguna isla, sino, simplemente, «un lugar de hasta mil vecinos que
era de los mejores que el duque tenía» (II, 45). Los habitantes de estos territorios son por tanto
vasallos del señor, como ocurre con los padres de Dorotea respecto a los de don Fernando (I, 28).
La alta nobleza es la clase ociosa por excelencia, y ese ocio se llena con actividades diversas,
entre las cuales destaca la caza. Sancho y don Quijote son invitados por los duques «a caza de
montería, con tanto aparato de monteros y cazadores como pudiera llevar un rey coronado» (II, 34).
Según el duque, por ser una imagen de la guerra, «el ejercicio de la caza es el más conveniente y
necesario para los reyes y príncipes que otro alguno» (II, 34), con lo cual no se muestra de acuerdo
Sancho Panza, el cual

no querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece
que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno […]. El buen
gobernador, la pierna quebrada y en casa. ¡Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados y él
estuviese en el monte holgándose! ¡Así enhoramala andaría el gobierno! Mía fe, señor, la caza y los
pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores. En lo que yo pienso entretenerme
es en jugar al triunfo envidado las pascuas, y a los bolos los domingos y fiestas; que esas cazas ni cazos no
dicen con mi condición ni hacen con mi conciencia (II, 34).

El retrato cervantino de esta clase social es bastante negativo. A don Fernando, por ejemplo, que
se ha burlado de Dorotea, se le presenta como «cruel, traidor, vengativo y embustero» (I, 27). Los
duques aragoneses se entretienen en cacerías y fiestas y se despreocupan del gobierno de su
territorio, mientras que Sancho, que es un campesino analfabeto, les da una lección de buen
gobierno que acabará dejando burlados a los burladores (II, 49).
Dentro de la masa de los nobles sin título, a los que se denomina simplemente hidalgos, suelen
distinguirse tres sectores o estamentos que se diferencian sólo por la posesión de una mayor o
menor fortuna: caballeros, hidalgos y escuderos.
Los caballeros son el grupo social más elevado de la nobleza sin título, los que poseen más
riqueza y pueden aspirar a conseguir algún título por méritos o dinero. Caballeros de ámbito rural
son Cardenio, Luscinda y don Gaspar Gregorio, el caballero mayorazgo rico que ama a Ana Félix
(II, 54); aunque el ejemplo más representativo de la vida reposada de un hidalgo rural nos lo ofrece
don Diego de Miranda, el caballero del verde gabán, cuya existencia tranquila se describe
pormenorizadamente en el capítulo II, 16.
Ejemplo característico de la nobleza urbana, más inclinada a la actividad, los festejos y la
intriga, es el caballero barcelonés don Antonio Moreno, «caballero rico y discreto, amigo de
holgarse a lo honesto y afable» (II, 62). Don Antonio pasea a don Quijote por la calle, asombra a
todos con la cabeza encantada, visita las galeras, organiza una fiesta en su casa, y se relaciona al
mismo tiempo con el virrey de Cataluña y con los bandoleros (II, 61 y sigs.). Caballero de la ciudad
es también don Luis, «hijo de un caballero del reino de Aragón que vivía en la Corte», y a quien su
padre pretende darle un título (I, 43-44).
Los hidalgos son los nobles que por su escasa hacienda no llegan a alcanzar la condición de
caballeros, porque, según se nos dice a propósito de don Quijote, aunque puedan ser caballeros los

23
hidalgos, no lo son los pobres (II, 6). La principal característica de los hidalgos es, en efecto, la
pobreza, a veces difícil de disimular, como leemos cuando a don Quijote se le sueltan los puntos de
las medias y el narrador se lamenta:

“¡Oh pobreza, pobreza! […]¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra
gente? ¿Por qué los obligas a dar pantalia a los zapatos, y a que los botones de sus ropillas unos sean de seda,
otros de cerdas, y otros de vidro? ¿Por qué sus cuellos, por la mayor parte, han de ser siempre escarolados, y no
abiertos con molde?” Y en esto se echará de ver que es antiguo el uso del almidón y de los cuellos abiertos. Y
prosiguió: “¡Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada,
haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a
limpiárselos! ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le
descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago!”
Todo esto se le renovó a don Quijote en la soltura de sus puntos, pero consolóse con ver que Sancho le había
dejado unas botas de camino, que pensó ponerse otro día. Finalmente, él se recostó pensativo y pesaroso, así de
la falta que Sancho le hacía como de la irreparable desgracia de sus medias, a quien tomara los puntos, aunque
fuera con seda de otra color, que es una de las mayores señales de miseria que un hidalgo puede dar en el
discurso de su prolija estrecheza (II, 44).

A pesar de ello, y con el fin de mantener su estatus, el hidalgo trata de imitar en sus formas de
vida a la verdadera nobleza, y conservar un conjunto de símbolos que, aunque maltrechos,
recuerdan su antiguo papel guerrero y sus privilegios nobiliarios: unas armas que habían sido de sus
bisabuelos, unas pocas tierras, un ama, un rocín y un galgo, un mozo de campo y plaza (I, 1).
De todas formas, el hidalgo sí que puede, y debe, imitar a los nobles de mayor alcurnia en el
ocio, ya que trabajar supone perder la honra; y es en esos ratos de ocio cuando don Quijote sueña
con un pasado glorioso en que su propia clase social, el estamento de los guerreros, tuvo un papel
destacado. Son, por consiguiente, las circunstancias en que vive el hidalgo las que hacen creíble su
interés por resucitar aquella edad en que las armas y la pequeña nobleza habían tenido una función
precisa, y que aparece idealizada en la literatura caballeresca (I, 1).
Por debajo de los hidalgos, a veces confundidos con ellos, están los escuderos, gente noble, pero
muy pobre, originaria casi siempre del norte de España, donde la condición de hidalgo era
universal. El escudero es casi siempre el servidor, acompañante o consejero de algún caballero o
señor de título, y su versión femenina suele ser la dueña, que sirve como señora de compañía y
regente en las casas de los nobles. De entre estos escuderos destaca el vizcaíno con el que combate
don Quijote, orgulloso de ser tan hidalgo como el que más (I, 9); y doña Rodríguez y su marido,
cuya historia vale la pena recordar como ejemplo de las circunstancias en que vivían estas gentes:

Es, pues, el caso, señor don Quijote, que, aunque vuesa merced me vee sentada en esta silla y en la mitad
del reino de Aragón, y en hábito de dueña aniquilada y asendereada, soy natural de las Asturias de Oviedo, y
de linaje que atraviesan por él muchos de los mejores de aquella provincia; pero mi corta suerte y el descuido
de mis padres, que empobrecieron antes de tiempo, sin saber cómo ni cómo no, me trujeron a la corte, a
Madrid, donde por bien de paz y por escusar mayores desventuras, mis padres me acomodaron a servir de
doncella de labor a una principal señora; y quiero hacer sabidor a vuesa merced que en hacer vainillas y labor
blanca ninguna me ha echado el pie adelante en toda la vida. Mis padres me dejaron sirviendo y se volvieron a
su tierra, y de allí a pocos años se debieron de ir al cielo, porque eran además buenos y católicos cristianos.
Quedé huérfana, y atenida al miserable salario y a las angustiadas mercedes que a las tales criadas se suele dar
en palacio; y, en este tiempo, sin que diese yo ocasión a ello, se enamoró de mi un escudero de casa, hombre
ya en días, barbudo y apersonado, y, sobre todo, hidalgo como el rey, porque era montañés. No tratamos tan
secretamente nuestros amores que no viniesen a noticia de mi señora, la cual, por excusar dimes y diretes, nos
casó en paz y en haz de la Santa Madre Iglesia Católica Romana, de cuyo matrimonio nació una hija para
rematar con mi ventura, si alguna tenía; no porque yo muriese del parto, que le tuve derecho y en sazón, sino
porque desde allí a poco murió mi esposo de un cierto espanto que tuvo, que, a tener ahora lugar para contarle,
yo sé que vuestra merced se admirara (II, 48).

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6.3 Los campesinos

Los campesinos representan el ochenta por ciento de la población total, y son el grupo social
más abatido y desventurado de la sociedad, si damos fe a los testimonios de la época. Dentro de
ellos cabe distinguir, no obstante, como grupos claramente diferenciados, a los propietarios y a los
jornaleros.
En Castilla la Nueva, los propietarios de tierras que no pertenecen a la nobleza representan en
aquel momento un tercio aproximadamente de la población rural, y poseen el 25 ó 30% de la
superficie cultivada. En la obra aparecen algunos propietarios de tipo medio, como Tomé Carrasco
o Dulcinea, y de entre ellos destaca un grupo privilegiado, auténtica oligarquía rural, que es el
grupo de los campesinos ricos, los cuales representan un 5% aproximadamente de la población
rural.
Entre estos personajes podemos citar a Juan Haldudo el rico, vecino de Quintanar (I, 4), a los
padres de Marcela (I, 12), los padres de Dorotea (I, 28), los padres de Leandra (I, 51), Camacho el
rico (II, 19), o el burlador de la hija de doña Rodríguez (II, 48).
La riqueza de estos campesinos es enorme, se exhibe de forma opulenta en las bodas de
Camacho (II, 20), y ofrece a las jóvenes de estas familias la posibilidad de emparentar con
personajes de título. Recordemos, en efecto, que Marcela (I, 12), Leandra (I, 51), y sobre todo
Dorotea (I, 28), gracia a sus riquezas, pueden aspirar a casarse con hijos de caballeros y hasta de
duques. Esta riqueza supera incluso a la de los nobles, y en el caso del burlador de la hija de doña
Rodríguez, se nos dice que el duque no quiere molestar a este campesino, ya que es muy rico y le
sale por «fiador de sus deudas por momentos» (II, 48).
Esta riqueza se traduce, lógicamente, en honra, que en este caso está justificada por la
pertenencia indiscutible de los campesinos a la casta de los cristianos viejos. Los padres de
Dorotea, por ejemplo, «son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza malsonante, y, como
suele decirse, cristianos viejos ranciosos» (I, 28); y, a propósito del padre de Leandra, se dice que es
«un labrador muy honrado, y tanto, que aunque es anejo al ser rico el ser honrado, más lo era él por
la virtud que tenía que por la riqueza que alcanzaba» (I, 51).
A diferencia de los propietarios, los jornaleros, de los cuales Sancho es un ejemplo típico, son
el grupo social más numeroso y también el más pobre del campo castellano; y en la Mancha
representan entre la mitad y los dos tercios de la población de las aldeas. Cervantes recuerda en dos
ocasiones la condición de labrador pobre y con hijos, sin más renta que el trabajo de sus brazos, que
caracteriza a Sancho Panza (I, 4 y 7).
El jornalero es el que realiza las faenas más duras del campo. Sancho, por ejemplo, ha sido
cabrerizo (II, 41), porquero (II, 42), ha guardado gansos (II, 42), y está acostumbrado a «arar, cavar,
podar y ensarmentar las viñas» (II, 53). Debe servir a los hidalgos y campesinos ricos del lugar,
según nos dice él mismo: «los que servimos a labradores, por mucho que trabajemos, por mal que
suceda, a la noche cenamos olla» (II, 28), y en otro momento recuerda que en la época de la
recolección suele ir a segar a Tembleque (II, 31).
El sueldo del jornalero es ínfimo. «Cuando yo servía a Tomé Carrasco, el padre del bachiller
Sansón Carrasco, dos ducados ganaba al mes, amén de la comida» (II, 28), una cantidad irrisoria si
tenemos en cuenta que, según se lee en el Quijote, el vestido que el hidalgo deja al Ama como parte
de la herencia, cuesta veinte ducados (II, 74). No es extraño que, en numerosos documentos de la
época, jornalero y pobre se utilicen a menudo como términos sinónimos.
Las referencias a la pobreza de Sancho, que aparecen a lo largo de toda la novela, son las que
hacen creíble su decisión de ir a servir a su amo, movido ante todo por la necesidad:

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–Mirad, Teresa –respondió Sancho–: yo estoy alegre porque tengo determinado de volver a servir a
mi amo don Quijote, el cual quiere la vez tercera salir a buscar las aventuras; y yo vuelvo a salir con él, porque
lo quiere así mi necesidad, junto con la esperanza, que me alegra, de pensar si podré hallar otros cien escudos
como los ya gastados, puesto que me entristece el haberme de apartar de ti y de mis hijos; y si Dios quisiera
darme de comer a pie enjuto y en mi casa, sin traerme por vericuetos y encrucijadas, pues lo podía hacer a
poca costa y no más de quererlo, claro está que mi alegría fuera más firme y valedera, pues que la que tengo va
mezclada con la tristeza del dejarte (II, 5).

6.4 El clero

En sus escalones más elevados el clero procede de la alta aristocracia, –en la época de Cervantes
el arzobispo de Toledo era don Bernardo de Sandoval y Rojas, tío del duque de Lerma–, y en los
estratos inferiores, de las familias de clase media formadas por comerciantes o por hidalgos y
caballeros.
El clero era un elemento fundamental de la sociedad tradicional, no sólo por su importancia
numérica –se calcula que el dos por ciento de la población de la época podía pertenecer a este
estamento–, sino por su poder económico –según los cálculos de Lucio Marineo Sículo, la Iglesia
poseía un tercio de las riquezas del país– y su influencia social y cultural.
En esta época ya ocupa un papel importante en la sociedad el intelectual laico, pero todavía el
clérigo sigue siendo el poseedor y transmisor de la cultura, la persona que se dedica a las letras y al
saber. Recordemos que muchos de los escritores de la época eran frailes o curas, entre ellos
Fernando de Herrera, o Luis de Góngora. En el Quijote ocurre algo de eso al final de la primera
parte, en que Cervantes intercala una larga digresión sobre las novelas de caballerías y las comedias
de la época, las de Lope sobre todo, y la discusión se pone en la boca de un cura de aldea y un
canónigo.
En el siglo XIX, los críticos liberales intentaron ver en el Quijote un mensaje de tipo anticlerical
que en realidad no existe. El escrutinio y quema de libros del capítulo I, 6 se comparaba con la
persecución de la cultura libre por parte de la Inquisición; en el capítulo I, 8, los anticlericales le
sacaron mucho jugo a la escena en que don Quijote se encuentra en el camino a dos frailes de San
Benito, se planta delante de ellos y les espeta:

–Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis
forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras (I, 8).

De todas formas, la frase del Quijote supuestamente anticlerical que más éxito ha tenido se
encuentra en la segunda parte de la novela, y todos hemos echado mano de ella alguna vez. Don
Quijote y Sancho entran de noche en el Toboso, y en lugar de encontrarse con el alcázar de
Dulcinea:

–Con la iglesia hemos dado, Sancho.


–Ya lo veo –respondió Sancho–; y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal
andar por los cimenterios a tales horas (I, 9).

Una frase que la tradición popular ha deformado en “con la Iglesia hemos topado, amigo
Sancho”.
Lo que sí es cierto es que –y esto hasta tiempos recientes– el cura era el guardián de las
conciencias. Un vecino podía llevarse una buena reprimenda si no iba a misa o trabajaba el
domingo, y no digamos si no trabajaba ni cocinaba los sábados o no comía jamás carne de cerdo.
En la aldea de don Quijote, el cura es quien supervisa lo que lee el hidalgo, y quien se las ingenia
para que éste no se mueva de la aldea. Y en la segunda parte de la novela, el capellán de los duques,
que se indigna cuando ve que sus señores siguen la corriente al caballero, trata de cumplir parecido
cometido:

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La duquesa y el duque salieron a la puerta de la sala a recebirle, y con ellos un grave eclesiástico, destos
que gobiernan las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo
han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus
ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables (II,
31).

6.5 Los grupos desclasados y marginales

La marginación y la delincuencia fueron fenómenos corrientes en la época, y su aparición debe


ponerse en relación con el estado de crisis económica, desempleo y miseria del siglo XVII. Los
delincuentes y pícaros son gentes que abandonan el campo o que proceden de los sectores más
humildes de la sociedad, y que se dedican al robo y el engaño. La literatura de la época,
especialmente la novela picaresca, dio cuenta pormenorizada de este sector marginado. También en
el Quijote se menciona a estos grupos desclasados: Recordemos, por ejemplo, las actividades
delictivas a las que se ha dedicado el dueño de la primera venta que visita don Quijote (I, 3), o la
vida y lenguaje de los galeotes, representantes típicos del hampa de la época (I, 22).
El bandolerismo es un fenómeno típico de las sociedades tradicionales europeas, y fue una
verdadera lacra en Cataluña en los comienzos de la Edad Moderna, tanto que el encontrar
ajusticiados colgados de los árboles era ya, por sí solo, un indicio de la proximidad de Barcelona
(II, 60).
Los bandoleros forman partidas de delincuentes que se dedican a saquear a los viajeros y a robar
los cargamentos de oro y plata que iban hacia el puerto de Barcelona. Muchos de ellos eran
hugonotes huidos de Francia, y otros, gentes que abandonaban el campo para buscarse la vida
mediante procedimientos delictivos, como el famoso Roque Guinart –su verdadero nombre era
Perot Rocaguinarda–, con el que topan don Quijote y Sancho (II, 60).
Sin embargo, las partidas de delincuentes son sólo la cabeza visible de un fenómeno social
mucho más amplio: la división de la sociedad catalana en dos grandes bandos, el de los nyerros (el
partido rural y nobiliario, según la historiografía tradicional) y el de los cadells (partido urbano y
burgués), los cuales a su vez fomentan y protegen a sus partidas respectivas y procuran extender su
influencia hasta las más altas esferas del poder. Recordemos que Roque Guinart es amigo y
protegido de don Antonio Moreno, del bando de los nyerros (II, 61), el cual a su vez es amigo del
virrey, lo cual nos indica que las implicaciones de los bandos llegaban muy arriba. Un ejemplo de
esa división nos lo ofrece la historia de Vicente Torrellas, hijo de Claquel Torrellas, de los cadells, y
Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, del partido de los nyerros (II, 60), que protagonizan una
especie de versión catalana de la historia de Romeo y Julieta.
Los moriscos eran los antiguos musulmanes, convertidos a la fuerza, que han conservado como
han podido su lengua, costumbres y religión. Eran una minoría difícilmente asimilable y peligrosa,
ya que había sospechas de sus acuerdos secretos con los argelinos. Al comenzar el siglo XVII son un
grupo numeroso: 350.000 individuos en una población de ocho millones de habitantes, repartidos
entre Aragón (21% de la población total del reino), Valencia (30%), Granada (más del 50% antes de
la sublevación de 1570).
Los moriscos fueron expulsados entre 1609 y 1613, y el episodio es recordado a partir del
capítulo 54 de la segunda parte, en que Sancho encuentra al morisco Ricote. Aparentemente
Cervantes aprueba la expulsión, a juzgar por las palabras que pone en boca del morisco (II, 65), y
sin embargo, entre líneas, critica los motivos que la habían justificado. En primer lugar, muchos
moriscos, como ocurre con Ricote y su familia, son cristianos, por lo que este personaje decide
emigrar a Alemania, donde se vive con libertad de conciencia (II, 54). De otro lado, la expulsión de
los moriscos no era deseada por la población cristiana, ya que la convivencia entre ambos grupos
era en muchos lugares armoniosa, y son muchos los cristianos que lloran al ver a sus vecinos

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marchar (II, 54). Finalmente, los moriscos aman su tierra, consideran que España es su patria
natural, y no están dispuestos a abandonarla (II, 54).
Como resumen, podemos decir que la estructura de la sociedad del Siglo de Oro se ajustaba a
este esquema:

Grandes de España. Duques


Titulados Marqueses
Nobles Condes

Caballeros
Nobles sin título Hidalgos
Escuderos

Propietarios ricos
Labradores Pequeños propietarios
Jornaleros

Clérigos

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7. LA LENGUA DEL QUIJOTE

Frente a la doctrina clásica, que señalaba la existencia de tres tipos de estilo (alto, medio y
bajo), los cuales debían estar en consonancia con el género o los temas tratados y no coexistir en la
misma obra, la prosa de Cervantes se caracteriza por la variedad de estilo y la riqueza de recursos.
La lengua cervantina es además un modelo de sencillez y elegancia, un estilo que trata de huir tanto
del desaliño y el descuido como de la afectación, y que coincide con el ideal de lengua literaria
señalado por Juan de Valdés y otros: «¡Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es
mala!», le dice Maese Pedro al muchacho que narra las historias de su retablo (II, 26); y don
Quijote aconseja a Sancho, cuando va a ejercer como fingido gobernador: «Anda despacio; habla
con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es
mala» (II, 43). Por eso Cervantes se burla en varias ocasiones de la exagerada afectación de los
libros de caballerías: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa
tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos…» (I, 2).
Entre los recursos propios de la lengua de Cervantes señalaremos algunos:

1. La parodia del lenguaje caballeresco, especialmente en boca de don Quijote, debió de ser
uno de los recursos que más contribuyó al éxito y la comicidad del libro entre los lectores de la
época, que conocían bien aquel género: «¡Oh, princesa Dulcinea del Toboso, señora deste cautivo
corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso
afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros
deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece» (I, 2). «Deteneos,
caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué
es lo que en aquellas andas lleváis; que, según las muestras, o vosotros habéis fecho, o vos han
fecho, algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal
que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron» (I, 19).

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2. La reproducción del habla popular, dentro de la cual habría que destacar los dislates
lingüísticos de Sancho, auténtico «prevaricador del buen lenguaje», como lo define don Quijote
(II, 19): «dos tragos de aquella bebida del feo Blas» (II, 15); «montas que no sabría yo autorizar el
litado» (I, 21); «alta y sobajada señora» (I, 26); «el autor desta historia se llama Cide Hamete
Berenjena» (II, 2); «yo ya tengo relucida a mi mujer a que me deje ir con vuestra merced» (II, 7);
«yo soy tan fócil» (II, 7); «vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos» (II, 19);
«según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe... – Por Dios, que vuesa
merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de
meón, o meo, o no sé cómo» (II, 29). «“¡Caminad, trogloditas! ¡Callad, bárbaros! ¡Pagad,
antropófagos! ¡No os quejéis, scitas, ni abráis los ojos, Polifemos matadores, leones carniceros!” Y
otros nombres semejantes a éstos, con que atormentaban los oídos de los miserables amo y mozo.
Sancho iba diciendo entre sí: “¿Nosotros tortolitas? ¿Nosotros barberos ni estropajos? ¿Nosotros
perritas, a quien dicen cita, cita? No me contentan nada estos nombres: a mal viento va esta parva;
todo el mal nos viene junto, como al perro los palos, y ¡ojalá parase en ellos lo que amenaza esta
aventura tan desventurada!” » (II, 68).

3. Los refranes son, según Cervantes, «sentencias breves sacadas de la luenga y discreta
experiencia» (I, 39). Sin embargo, Sancho abusa de los refranes, y éste es uno de los aspectos más
típicos de su manera de hablar, en lo cual Cervantes debió de limitarse a exagerar un aspecto típico
de la forma de expresarse propia de los campesinos. Véase, como ejemplo representativo, el
diálogo que Sancho y don Quijote mantienen en el capítulo 43 de la segunda parte:

–También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que,
puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más
parecen disparates que sentencias.
–Eso Dios lo puede remediar –respondió Sancho–, porque sé más refranes que un libro, y
viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va
arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí
adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena presto se guisa la
cena, y quien destaja no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener seso ha menester.
–¡Eso sí, Sancho! –dijo don Quijote–: ¡encaja, ensarta, enhila refranes, que nadie te va a la mano!
¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! Estoyte diciendo que excuses refranes, y en un instante has
echado aquí una letanía dellos, que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de
Úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar y ensartar
refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja […].
–Bien sé firmar mi nombre –respondió Sancho–, que cuando fui prioste en mi lugar, aprendí a
hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que decía mi nombre; cuanto más, que fingiré
que tengo tullida la mano derecha, y haré que firme otro por mí; que para todo hay remedio, si no es
para la muerte; y, teniendo yo el mando y el palo, haré lo que quisiere; cuanto más, que el que tiene el
padre alcalde... Y, siendo yo gobernador, que es más que ser alcalde, ¡llegaos, que la dejan ver! No,
sino popen y calóñenme, que vendrán por lana y volverán trasquilados; y a quien Dios quiere bien, la
casa le sabe; y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo; y, siéndolo yo, siendo
gobernador y juntamente liberal, como lo pienso ser, no habrá falta que se me parezca. No, sino
haceos miel, y paparos han moscas; tanto vales cuanto tienes, decía una mi agüela, y del hombre
arraigado no te verás vengado.
–¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! –dijo a esta sazón don Quijote–. ¡Sesenta mil satanases te
lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de
tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar
el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades. Dime, ¿dónde los hallas, ignorante, o
cómo los aplicas, mentecato, que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase?
–Por Dios, señor nuestro amo –replicó Sancho–, que vuesa merced se queja de bien pocas cosas.
¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal
alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que venían aquí pintiparados, o
como peras en tabaque, pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho.

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–Ese Sancho no eres tú –dijo don Quijote–, porque no sólo no eres buen callar, sino mal
hablar y mal porfiar; y, con todo eso, querría saber qué cuatro refranes te ocurrían ahora a la memoria
que venían aquí a propósito, que yo ando recorriendo la mía, que la tengo buena, y ninguno se me
ofrece.
–¿Qué mejores –dijo Sancho– que “entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares”, y “a
idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay responder”, y “si da el cántaro en la piedra o la
piedra en el cántaro, mal para el cántaro”, todos los cuales vienen a pelo? Que nadie se tome con su
gobernador ni con el que le manda, porque saldrá lastimado, como el que pone el dedo entre dos
muelas cordales, y aunque no sean cordales, como sean muelas, no importa; y a lo que dijere el
gobernador no hay que replicar, como al “salíos de mi casa y qué queréis con mi mujer”. Pues lo de la
piedra en el cántaro un ciego lo verá. Así que, es menester que el que vee la mota en el ojo ajeno, vea
la viga en el suyo, porque no se diga por él: “espantóse la muerta de la degollada”, y vuestra merced
sabe bien que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena.
–Sancho, que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mía la vergüenza; mas consuélome que he
hecho lo que debía en aconsejarte con las veras y con la discreción a mí posible: con esto salgo de mi
obligación y de mi promesa. Dios te guíe, Sancho, y te gobierne en tu gobierno, y a mí me saque del
escrúpulo que me queda que has de dar con toda la ínsula patas arriba, cosa que pudiera yo excusar
con descubrir al duque quién eres, diciéndole que toda esa gordura y esa personilla que tienes no es
otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias.

4. Abundan las comparaciones, propias de la lengua hablada, como «te vendrá como anillo al
dedo» (I, 10); «esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y así la conozco como si la
hubiera parido» (I, 44); «me darás a beber sólo dos tragos del bálsamo, y verásme quedar más sano
que una manzana» (I, 10); «este mal hombre me ha cogido en la mitad de ese campo y se ha
aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado» (II, 45); «es como pedir peras al olmo»
(I, 21); «componen y arrojan libros de sí como si fueran buñuelos» (II, 3). Y, junto a las
comparaciones, las metáforas y expresiones figuradas: «esto todo fueron tortas y pan pintado
para lo que ahora diré» (II, 43); «podría ser que a quince días de gobernador, me comiese las manos
tras el oficio» (II, 33); «muchacho, no te metas en dibujos» (II, 26); «en todo cuanto vuesa merced
dice va con pie de plomo» (II, 32); «nos hemos de coser la boca» (I, 25); «no ande buscando tres
pies al gato» (I, 22); «echemos, Panza amigo, pelillos a la mar» (I, 30); «hace orejas de mercader»
(II, 48); «puso pies en polvorosa y cogió las de Villadiego» (I, 21); «lanzando, como suele decirse,
fuego por los ojos» (II, 19); «meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras» (I, 8);
«va por alcahuete, y por tener asimesmo sus puntas y collar de hechicero» (I, 22); «todo era
predicar en el desierto y majar en hierro frío» (II, 6); «yo fui el que te saqué de tus casillas» (II, 2).

5. No faltan en el Quijote los insultos, ingrediente esencial de la lengua hablada: «villano ruin,
bellaco, descomulgado, gañán, faquín, belitre» (I, 30); «Pues voto a tal, don hijo de la puta, don
Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la
cadena a cuestas» (I, 22); «Sois un grandísimo bellaco, y vos sois el vacío y el menguado; que yo
estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió» (I, 52).

6. También abundan los diminutivos: «tomó un trotico algo picadillo» (I, 15); «cierta cantidad
de celillos que ella le dio» (I, 20); «matar un gigantillo, por arrogante que sea» (I, 37); «ensanche
vuesa merced, señor mío, ese corazoncillo» (II, 10); «¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos?» (II, 17);
«con decir: somos fulano y fulana se acabara el cuento, y no gemidicos y lloramicos (II, 49); los
juegos con la forma gramatical: «sin ínsulos ni ínsulas, que ya no los quería» (I, 26); «y todos
fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas» (II, 45); «que esas cazas ni cazos no dicen con mi
condición» (II, 34); y los superlativos humorísticos, que aquí sirven para parodiar el lenguaje
culto:

–Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi
cuitísima en vuestros valerosísimos pechos acogimiento no menos plácido que generoso y doloroso, porque ella

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es tal, que es bastante a enternecer los mármoles, y a ablandar los diamantes, y a molificar los aceros de los más
endurecidos corazones del mundo; pero, antes que salga a la plaza de vuestros oídos, por no decir orejas,
quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía el acendradísimo caballero don
Quijote de la Manchísima y su escuderísimo Panza.
–El Panza –antes que otro respondiese, dijo Sancho– aquí esta, y el don Quijotísimo asimismo; y así,
podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis, que todos estamos (II, 38).

7. En otros casos nos encontramos con la reproducción de diversos niveles de habla, como
cuando Cervantes reproduce el lenguaje de los vizcaínos: «¿Yo no caballero? Juro a Dios tan
mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato
llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices
cosa» (I, 8); de los peregrinos extranjeros: «¡Guelte!, ¡Guelte! españoli y tudesqui, tuto uno; bon
compaño» (II, 54); o la germanía de los delincuentes: «acomodáronme las espaldas con ciento, y
por añadidura tres precisos de gurapas… que no hay peor cosa que cantar en el ansia» (I, 22).

8. Helmut Hatzfeld y Ángel Rosenblat han señalado otros recursos que pertenecen más bien a la
lengua literaria, y entre los cuales destacan las abundantes antítesis, que, según Hatzfeld, serían la
manifestación lingüística de uno de los aspectos temáticos fundamentales del libro, la
contraposición entre realidad e ideal, entre los sueños y los hechos, y, en un terreno más concreto,
entre don Quijote y Sancho Panza: «y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo» (I, 30);
«descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se alegraron los espíritus a don Quijote y
se le entristecieron a Sancho» (II, 9); «levantóse en pie don Quijote, y Sancho se agazapó debajo
del rucio» (II, 68); «el uno durmiendo a sueño suelto, y el otro velando a pensamientos desatados,
les tomó el día y la gana de levantarse» (II, 70); «eso haré yo de muy buen grado y de mejor
talante. Eso no haré yo, ni de malo ni de buen talante» (II, 41); «Vuesa merced coplee cuanto
quisiere, que yo dormiré cuanto pudiere» (II, 68); «Veas cuán necio eres tú y cuán discreto soy yo»
(I, 25); «Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando cantas, yo me desmayo de ayuno cuando tú
estás perezoso y desalentado de puro harto» (II, 68); «para ella soy miel, y para vosotras acíbar» (II,
44); «halléla encantada y convertida de princesa en labradora, de hermosa en fea, de ángel en
diablo, de olorosa en pestífera, de bienhablada en rústica, de reposada en brincadora, de luz en
tinieblas, y, finalmente, de Dulcinea del Toboso en una villana de Sayago» (II, 32); «una tal
Casildea de Vandalia, la más cruda y la más asada señora que en todo el orbe puede hallarse» (II,
13); «vistióse en fin, y poco a poco, porque estaba molido y no podía ir mucho a mucho» (II, 53);
«alta y sobajada señora» (I, 26); «se imaginaba que aquellas traídas y llevadas eran algunas
principales señoras y damas de aquel castillo» (I, 2); «con gusto general son leídos y celebrados de
los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los
plebeyos y caballeros, finalmente, de todo género de personas» (I, 50).

9. También el enlace de términos abstractos y concretos vendría a manifestar, según Hatzfeld,


la compleja relación dialéctica que la novela establece entre la realidad y el ideal: «Faltóles el sol y
la esperanza» (I, 10); «las doncellas y la honestidad andaban solas y señeras» (I, 11); «acompañado
de mi criado y de muchas imaginaciones» (I, 28); «dejé la casa y la paciencia» (I, 29);
«acompañadas de silencio y de lágrimas» (I, 36); «romper lanzas y facilitar dificultades» (I, 46);
«me la quitó de las manos y aun del pensamiento» (I, 48); «hoy va con verdugado y con entono»
(II, 5); «desprecio la hacienda, pero no la honra» (II, 32); «al polvo y al cansancio socorrió una
fuente clara» (II, 59); «salieron el padre con lágrimas, la hija con honestidad» (II, 65).

10. La abundancia de oraciones condicionales, añade Helmut Hatzfeld, también contribuye a


hacer realidad en el discurso el tema central del libro, que no es otro que la aspiración hacia un
ideal que se podría hacerse efectivo si la terca realidad no interpusiera constantemente sus trabas:
«Si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara
mal el atrevido caballero» (I, 4); «dio el vizcaíno una gran cuchillada que a dársela sin defensa, le

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abriera hasta la cintura» (I, 8); «quiso pasar adelante en su plática, como pasara, si no se pusiera en
medio la agudeza de Sancho» (II, 27); «hubiérale de costar caro, si don Quijote bajara un poco más
la mano cuando cortó la cabeza al rey Marsilio» (II, 26); «si Cardenio y el cura no se le quitaran, él
acabara la guerra del gigante» (I, 35).

11. Otros recursos de la lengua literaria son las enumeraciones y la acumulación de


sinónimos: «con grandísimo contento y alborozo» (I, 2); «con tanta furia y enojo» (I, 4); «murasen
y tapiasen» (I, 7); «sin hablalle palabra a Sancho y sin decirle esta boca es mía» (I, 30); «quieto y
sosegado» (II, 15); «la hermosa Quiteria al parecer triste y pesarosa» (II, 21); «jumentiles y
asininas» (II, 33); «yo soy hombre pacífico, manso y sosegado» (I, 15); «el Oidor quedó en oírle
suspenso, confuso y admirado» (I, 44); «contento, ufano y vanaglorioso» (II, 15); «el amor es todo
regocijo, alegría y contento» (II, 22); «encaja, ensarta, enhila refranes» (II, 43); «saltando,
corriendo y brincando» (II, 50); «recebidos, acogidos y regalados» (II, 54); «bellaco, villano, mal
mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente» (I,
46); «admiren, suspendan, alborocen y entretengan» (I, 48); «quiero que en éste se trueque, cambie,
vuelva y mude» (II, 17); las repeticiones deliberadas: «El ventero acabó de creerlo cuando acabo
de oírle semejantes razones» (I, 3); «mire que digo que mire bien lo que hace» (I, 8); «la
desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses» (I, 15); «si
vuelves presto de adonde pienso enviarte, presto se acabará mi pena y presto comenzará mi gloria»
(I, 25); «pues esperad que espere que llegue la noche» (I, 38); «en estas pláticas se entretuvieron el
caballero andante y el malandante escudero (I, 49); «tome mi consejo, que es que nunca se tome
con farsantes» (II, 11); «digo que dicen que dejó el autor escrito» (II, 12); «todo ansioso, todo
molido y todo apaleado» (II, 28); «volvieron a sus bestias y a ser bestias» (I, 28); «diciéndole que
era disparate leer tales disparates» (II, 31); «come poco y cena más poco» (II, 43); las elípsis y
zeugmas: «alzó otra vez la lanza y, sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo
arriero» (I, 3); «Sé, tan cierto como ahora es de día, que Durandarte acabó los de su vida en mis
brazos» (II, 23); «mi señora Dulcinea del Toboso besa a vuesa merced las manos y suplica a vuesa
merced se la haga de hacerla saber como está» (II, 23); «con tanta fuerza, que las de Sansón no
pudieran romperla» (II, 38); «el tiempo corrió caballero en las horas, y con mucha presteza llegó la
de la mañana» (II, 46); «le dejó ir a la buena hora la del alba sería cuando don Quijote salió de la
venta» (I, 3-4); «anoche nos cerró la ventura la puerta de la que buscábamos» (I, 21); «quería bien a
una labradora vasalla de su padre, y ella los tenía muy ricos» (I, 24); «el Caballero de la Triste
Figura había de ser aquel que había de desfigurar las mías» (II, 27); los juegos de palabras: «por
acabar presto con el cuento, que no le tiene, de mis desdichas» (I, 28); «no se curó el arriero destas
razones, y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud» (I, 2); «tenía Rocinante más
cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela» (I, 1); «aguardó a que fuese algo más
de noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero» (I, 5); «tan alta es Dulcinea, que a
buena fe me lleva a mí más de un coto» (I, 31).

8. EL ÉXITO DEL QUIJOTE Y LA HISTORIA DE SU INTERPRETACIÓN

Cervantes fue testigo, antes de su muerte, ocurrida en 1616, de la enorme popularidad que
alcanzó su obra, y él mismo nos explica, por boca del Bachiller, al comienzo de la segunda parte
del Quijote, según vimos en el apartado 2.1., «que el día de hoy están impresos más de doce mil
libros de la tal historia […], y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se
traduzga» (II, 3).
Además de las ediciones originales de 1605 y 1615, la primera parte del libro se editó en Lisboa
(dos ediciones en 1605), Madrid (1605 y 1608), Valencia (1605), Bruselas (1607, 1611 y 1617) y
Milán (1610); la segunda en Bruselas (1616), Valencia (1616) y Lisboa (1617); la obra completa en
Barcelona (1617) y Madrid (1637). Además, el libro fue traducido casi inmediatamente a varios

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idiomas: inglés (1612 y 1620), francés (1614 y 1618), italiano (1622 y 1625). Desde entonces, el
Quijote ha sido traducido a casi todas las lenguas, y es, después de la Biblia, el libro que mayor
número de veces se ha editado y vendido en todo el mundo. Lo que Cervantes escribió como broma
inverosímil en la dedicatoria del Quijote de 1615, ha llegado a ser realidad:

el que más ha mostrado desearle [el libro de Don Quijote] ha sido el grande emperador de la China, pues
en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir,
suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que
el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote. Juntamente con esto, me decía que fuese yo a ser el
rector del tal colegio.

En el siglo XVII el Quijote fue acogido en general como un libro cómico y paródico, en el que,
además de ridiculizarse un género literario que iba pasando de moda, se ponía en la picota a una
pareja ridícula –un hidalgo pobre y un labriego analfabeto–, cuyas disparatadas ocurrencias no
tenían más finalidad que hacer reír. Entre los testimonios más conocidos de este hecho suele citarse
el de Baltasar Porreño, quien en sus Dichos y hechos del señor Rey don Felipe III (1628), señaló
cómo en cierta ocasión, viendo el monarca reír exageradamente a un estudiante que leía un libro,
comentó a los que le rodeaban que “aquel estudiante, o está fuera de sí, o lee la historia de Don
Quijote”. El propio Fernández de Avellaneda, uno de los lectores más atentos de la obra que
pretendía imitar, no pasó del cascarón, y convirtió a la pareja de protagonistas en un par de truhanes
chocarreros, aptos para provocar la risa de quienes les tratan. Tirso de Molina llamó a Cervantes
“nuestro español Bocaccio”, “ejecutor acérrimo de la expulsión de andantes aventuras”, sin
mayores comentarios.
A otros, además de resultarles grotescas las aventuras del hidalgo, su lectura les parecía una
pérdida de tiempo, y el trabajo del autor, ineficaz para el fin que perseguía. Así, en El caballero
venturoso (1617), don Juan Valladares censuraba “las ridículas y disparatadas fisgas de Don Quijote
de la Mancha, que mayor la deja en las almas de los que lo leen, con el perdimiento de tiempo”.
Baltasar Gracián fue más allá, y en la segunda parte de El Criticón, a un personaje al que hallaron
con un libro de caballerías:

Afeáronsele mucho y le constriñeron lo restituyese a los escuderos y boticarios; mas los autores de
semejantes disparates, a locos estampados. Replicaron algunos que para pasar el tiempo se les diese facultad
de leer las obras de algunos otros autores que habían escrito contra estos primeros burlándose de su quimérico
trabajo. Y respondióles la Cordura que de ningún modo, porque era dar del lodo en el cieno, y había sido
querer sacar del mundo una necedad con otra mayor.

La comicidad y aire ridículo es la nota que predomina tanto en los romances y otras recreaciones
paródicas, como en los entremeses y comedias en que aparecen don Quijote y su escudero,
convertidos, al poco tiempo de editarse el libro, en un recurso cómico de tipo convencional. Así, en
el romance titulado “Testamento de don Quijote”, Quevedo convierte al hidalgo y su escudero en
un par de figuras estrafalarias y carentes de matices, más risibles cuanto más escarmentadas 1.
Guillén de Castro, temprano imitador de la obra de Cervantes, recrea en una comedia Don Quijote
de la Mancha (1606) los emocionantes y accidentados amores de Luscinda, Cardenio, don
Fernando y Dorotea, y reserva a don Quijote y a Sancho el papel tradicional de pareja caricaturesca
y cómica. En el Entremés famoso de los invencibles hechos de Don Quijote de la Mancha (1617),
atribuido a Francisco de Ávila, se recuerda la vela de las armas en la venta, en la que “salen a lo
pícaro don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, lo más ridículo que ser pudiere, y
don Quijote salga con una lancilla y morrión de papel”. Y en La dama boba de Lope (acto III,
escena 3), refiriéndose a los versos que compone Nise, Otavio explica:

1
“De un molimiento de huesos / a duros palos y piedras, / don Quijote de la Mancha / yace doliente y sin fuerzas. /
Tendido sobre un pavés, / cubierto con su rodela, / sacando como tortuga / de entre conchas la cabeza; / con voz roída y
chillando, viendo el escribano cerca, / ansí, por falta de dientes, / habló con él entre muelas...”
33
Temo, y en razón lo fundo,
si en esto da, que ha de haber
un don Quijote mujer
que dé que reír al mundo.

En el siglo XVIII, la época de la Ilustración y del gusto neoclásico, empiezan a apreciarse los
valores humanos y literarios del Quijote. En este siglo Gregorio Mayans publica la primera
biografía de Cervantes (1737), y aparecen también las dos primeras ediciones de la novela con
anotaciones y comentarios: una preparada por John Bowle (Londres, 1781) y otra por Juan Antonio
Pellicer (Madrid, 1797). También durante este siglo el Quijote es imitado por los novelistas ingleses
Henry Fielding y Lawrence Sterne, entre otros, y la novela cervantina se convierte desde ese
momento en la obra precursora de gran parte de la narrativa posterior, la obra fundadora de la
novela moderna.
En el siglo XIX son los románticos, especialmente los alemanes Schlegel, Schelling y Heine
quienes «descubren» el Quijote por primera vez, y convierten a su autor en un clásico de valor
universal, comparable a Homero, Dante o Shakespeare. Para estos autores, don Quijote y Sancho
encarnan la antítesis entre el ideal y la realidad, el espíritu y la materia, el alma y el cuerpo, la
poesía y la prosa de la existencia; representan, por ello, un símbolo del espíritu humano, en el que
el ideal y la realidad se oponen y se conjugan a un tiempo. Don Quijote fue considerado, además,
como la personificación de los ideales románticos: su historia es la eterna lucha del espíritu
humano, que aspira al infinito, y busca la bondad, la justicia y el amor absolutos, pero choca una y
otra vez con la realidad mezquina, y acaba viendo sus sueños convertidos en molinos de viento.
Cervantes fue admirado e imitado también por casi todos los grandes autores de novelas realistas
del XIX: Dickens, Balzac, Flaubert, Galdós, Tolstoi, Dostoyevski. Para este último autor, que fue un
ferviente admirador de Cervantes, el Quijote

Representa hasta ahora la suprema y más alta expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía
que pueda formular el hombre, y si acabase el mundo y alguien les preguntase a los mortales: “Vamos a ver:
¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?”, podrían
los hombres mostrar el Quijote y decir: “Esta es mi conclusión respecto a la vida y... ¿podríais condenarme por
ella?” No quiero decir que el hombre tuviera razón en esto; pero... (Diario de un escritor, año 1876, marzo,
cap. II).

A principios del siglo XX se publican en España tres ensayos sobre el Quijote, con
interpretaciones muy personales, pero de gran interés: Vida de don Quijote Sancho (1905), de
Miguel de Unamuno; Meditaciones del Quijote (1914), de José Ortega y Gasset; y Don Quijote,
don Juan y la Celestina (1926), de Ramiro de Maeztu. Unamuno veía en la figura de don Quijote el
símbolo del idealismo y la fe en la inmortalidad, y pensaba que la única manera de rescatar a
España de la vulgaridad, la apatía, la inmoralidad y la decadencia –todavía se viven las secuelas del
desastre del 98–, era restaurar y llevar a la práctica, en una especie de cruzada, la locura quijotesca.
Ramiro de Maeztu ve la en la derrota y el desengaño de don Quijote una parábola del fracaso
histórico de España. Ortega y Gasset, por su parte, señaló uno de los aspectos más atractivos de la
novela: El Quijote es un equívoco genial que nadie, hasta la fecha, ha logrado deshacer: ¿De qué se
burlaba Cervantes? También se publica en estos años El pensamiento de Cervantes (1925), de
Américo Castro, uno de los estudios más rigurosos, tal vez el primero de este tipo, sobre la obra y
la ideología del autor.

9. LAS INTENCIONES DE CERVANTES Y EL TEMA DEL QUIJOTE

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Tratar de definir el tema de una obra como Don Quijote y averiguar las intenciones de su autor,
es una labor de gran complejidad debido a los distintos niveles de lectura e interpretación que la
novela presenta. La intención explícita de Cervantes parece haber sido la de escribir una obra
cómica con la que burlarse de los libros de caballerías, en lo cual coincidiría con una serie de
detractores de estos libros, que abundaron en su época. Sin embargo, sólo se atacan los disparates
de tales libros, algunos de ellos se libran del fuego en el capítulo 6 de la primera parte, y el
canónigo los alaba, hasta el punto que piensa en escribir uno de ellos.
Sin embargo, la novela plantea cuestiones más profundas, y de tal complejidad, que ha podido
hablarse del equívoco del Quijote, un equívoco que afecta sobre todo a los valores que el héroe
persigue, y a la actitud del autor respecto a ellos. ¿Está loco don Quijote cuando libera a Juan
Haldudo o a los galeotes? ¿Es loco o cuerdo cuando pretende restaurar la justicia y defender a los
débiles? ¿Se trata de un acto de fe o de un libro desengañado? Las figuras mismas de don Quijote y
Sancho, caracterizados respectivamente como un loco-cuerdo y un tonto-listo, contribuyen a este
equívoco. Y esta ambigüedad afecta, además, a la contraposición del ideal y la realidad, y a la
actividad de la fantasía como elemento corrector de las insuficiencias que la vida nos ofrece.
Cervantes rechaza los ideales caballerescos en lo que tienen de caduco, y la novela, en efecto,
termina con el desengaño de los dos héroes, que recuperan la cordura y se dan cuenta de su error,
Sancho al abandonar la ínsula y don Quijote al morir. Es el desengaño de una época, y tal vez el
desengaño del propio autor, decepcionado de su heroísmo juvenil tras una vida de sinsabores. Y sin
embargo, Cervantes salva a sus héroes en lo que tienen de grandeza personal: la justicia, la rectitud,
la bondad, el idealismo de don Quijote; el sentido práctico, la inteligencia natural, el espíritu de
justicia y la bondad de Sancho Panza.

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