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LLEGAR A SER
REINA
LJ Maas
SINOPSIS
Descargo: Xena, Gabrielle, Argo, etc. son propiedad protegida por derechos de autor
de MCA/Universal y Renaissance Pictures. Yo no soy su dueña, sólo juego con ellas
un poco y, como una niña buena, las devuelvo a su sitio cuando termino... vale, se
desgastan un poco, pero oye... ¡juego duro! No se ha pretendido infracción alguna de
los derechos de autor al escribir esta obra de ficción. Se ha creado como halago a los
creadores y los actores de los personajes. Todos los demás personajes que aparecen
son propiedad de artist@busprod.com. Esta historia no se puede vender ni usar en
modo alguno para obtener beneficio económico (a menos, claro está, que Lucy,
Renee, Rob y demás quieran hacer mi sueño realidad y me contraten, ¡ja!). Se
pueden hacer copias sólo para uso privado y agradecería que incluyerais todos los
avisos de derechos de autor y esta renuncia.
Aviso de violencia: En esta historia hay cierta violencia (venga, que se trata de la
Princesa Guerrera) y las consecuencias de un ataque sexual. Es sobre todo una
historia tipo dolor/consuelo/anhelo, pero si esta clase de cosas os hace sufrir, pasad a
otra más suave.
Sexo: ¡Sí, lo hay! A fin de cuentas, se trata de Xena y Gabrielle. No es gratuito, pero
sí es explícito cuando ocurre. Esta historia muestra amor/sexo consentido entre dos
mujeres adultas. Consideraos advertidos si esto os resulta ofensivo. Si sois unos
románticos incurables... ¡esto es lo vuestro!
Minoría de edad: Eh, que el Tribunal Supremo dijo en Reno contra la Unión
Americana de Libertades Civiles (1997) que las leyes que impiden poner a
disposición de las personas menores de 18 años ciertos materiales "indecentes" a
través de la red eran inconstitucionales... ¡consultadlo! Además, esto es
absolutamente "decente". :-)
Sólo sé lo que otros piensan de mis historias por sus comentarios. Hacedme saber lo
que os parece... sin embargo, los homófobos pueden abstenerse. Estoy en:
ljmaas@yahoo.com
La guerrera tiró de las riendas de la yegua dorada, para hacer que avanzara
más despacio. Xena estaba lo bastante cerca del campamento donde había dejado a
Gabrielle como para relajarse un poco. Xena volvía de una aldea donde la guerrera
había tenido la necesidad de convencer a unos cuantos gamberros locales de que lo
que más les convenía era marcharse. No había hecho falta mucha cosa para
convencerlos. Vosotros no atacáis esta aldea y yo no tendré que mataros a todos. 6
¿Por qué había tenido tanta prisa por volver? Una vez más, reflexionó sobre
esta pregunta, mientras el ruido rítmico de los cascos de Argo hacía que su mente se
volviera introspectiva.
Había tenido que dejar atrás a Gabrielle para este viaje, cosa que provocó el
descontento de la bardo. Por supuesto, descontento era un eufemismo. Xena tardó
medio día en convencerla de que la pequeña aldea que solicitaba ayuda estaba a un
día de dura cabalgata hacia el sur. Si las dos iban encima de Argo, tardarían el doble
y llegarían demasiado tarde para ayudar a los aldeanos. Cuando Gabrielle se dio
cuenta de que esto era cierto, se sintió decepcionada, pero lo comprendió.
—Recuerda, si llueve procura que no te pille demasiado cerca del río... deberías
tener suficiente leña... tienes bastante comida, ¿no?... no duermas tan
profundamente que te olvides de dónde estás... Gabrielle... ¿me estás escuchando?
—Xena —dijo Gabrielle, colocando las manos en los brazos de la mujer más
alta—, ya he hecho esto antes, ¿recuerdas?
Volvió a hacerse la pregunta en silencio. ¿Por qué había tenido tanta prisa por
volver? Conocía la respuesta, pero últimamente su corazón y su cabeza tiraban en
direcciones opuestas. La respuesta era sencilla. Gabrielle...
Xena era totalmente capaz de inspeccionar sus propios motivos y temores del
mismo modo que era capaz de aplicar ese intenso escrutinio a otras personas. Puede
que no siempre le gustara lo que veía en sí misma, pero tampoco se escondía jamás
de sí misma. Una cosa que era incapaz de hacer era mentirse a sí misma. Ahora,
montada en su caballo, sumida en sus pensamientos, pudo responder a su propia
pregunta, pero esa respuesta no sirvió para tranquilizarla. Gabrielle era lo que la
azuzaba a llegar al campamento donde había dejado a la joven hacía tres días.
—¡Por Gea, no es posible que me esté pasando esto! —bufó entre dientes.
¿Cómo puedo estar enamorada de mi mejor amiga? Ya... por fin había puesto en
palabras la idea que llevaba tantas lunas atormentándola día y noche. Últimamente
parecía buscar cualquier tipo de excusa para tocar a Gabrielle. Una mano colocada
suavemente en el codo, los dedos que rozaban los de la otra al caminar. Inocentes
contactos físicos que le dejaban el estómago haciendo acrobacias. Últimamente sus
días habían estado llenos de miradas furtivas a la hermosa y joven bardo... su bardo,
mientras que sus noches se consumían en una pasión más fuerte. Sus sueños 8
estaban poblados de visiones de penetrantes ojos verdes llenos de deseo. Además,
en sus sueños, las pasiones de la bardo sólo podían ser saciadas por su guerrera.
Cada noche que se hundía en el reino de Morfeo, sus sueños se hacían más
vívidos. La escena nunca era la misma, pero la intensidad sí. Una noche hacían el
amor despacio y apasionadamente, a la noche siguiente se abalanzaban la una sobre
la otra con un frenesí lascivo. Siempre empezaba igual. Xena contenía sus pasiones
hasta el punto de sentir agotamiento físico, pues no quería que Gabrielle descubriera
que quería algo más que amistad, con un miedo desesperado de que su joven amiga
se sintiera asqueada por el afecto de la guerrera y, aún peor, que la dejara si lo sabía.
Luego llegaba el momento en que Xena ya no podía seguir controlando sus
emociones y un beso inocente duraba más de lo que exigía su sentido común.
Siempre era Xena la que apartaba los labios horrorizada por sus propias acciones,
mirando las verdes profundidades de los ojos de Gabrielle en busca de perdón.
Xena sacudió la cabeza como para disipar la imagen de esos ojos verdes
delante de ella. Oh, Gabrielle... ¿llegará algún día en que pueda decírtelo?
Argo dejó el camino antes de que Xena tuviera que tirar de las riendas.
—Tú también sabes que está cerca, ¿verdad, chica? —Xena desmontó y pasó
las riendas por encima de la cabeza del caballo, tirando de la yegua hacia el
campamento. Xena caminó más despacio al acercarse al campamento. Parecía 9
tranquilo, pero como era media mañana, supuso que Gabrielle acabaría de salir de su
petate. La guerrera se permitió una sonrisa, recordando las creativas formas que
había tenido que idear para despertar a la dormilona bardo. Probablemente está en el
río, pensó al entrar en el campamento.
Argo relinchó y pateó el suelo nerviosa desde un altozano que había justo
pasado el campamento, y los movimientos de la yegua atrajeron a Xena hasta ese
sitio, pero al llegar a lo alto del montículo no estaba preparada para lo que la
esperaba. Con un grito desgarrador cayó de rodillas, golpeada por la incomprensión,
y la furia la llenó hasta el último resquicio de su ser. Apoyó rápidamente los dedos en
el cuello de la bardo inconsciente y sintió que su propio cuerpo temblaba al palpar el
débil rastro de un pulso. La cara de Gabrielle era una masa de contusiones y tenía el
brazo derecho torcido en un ángulo raro. Xena supo antes de tocar la extremidad que
estaba rota. Le habían cortado los cordones del corpiño y tenía la corta falda de
amazona subida hasta la cintura y la parte interna de los muslos manchada de sangre
seca.
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—Oh, Gabrielle —gimió Xena. No había palabras que pudieran aliviar el dolor de
este momento, ningún tierno abrazo que pudiera consolar, ninguna poción capaz de
evitar los recuerdos. Las lágrimas de Xena caían desatendidas mientras examinaba a
Gabrielle, comprobando sus lesiones. Le entablilló el brazo roto inmediatamente y
levantó cuidadosamente a la bardo en brazos. Después de instalar a Gabrielle en su
petate en el campamento, Xena corrió al río para coger agua. Argo aguardaba
paciente a un lado, pero la guerrera casi ni la vio. Cogió vendas y unas hierbas de
una alforja y se puso a encender un fuego antes de oír un quejido suave.
—¿Gabrielle?
especialmente grande que la joven tenía en las costillas. Envolvió las costillas de
Gabrielle con una venda, cosa que provocó un pequeño gemido de la bardo
inconsciente. Quitó con cuidado los restos de la ropa destrozada de Gabrielle,
lavando la sangre y la suciedad del pequeño cuerpo. Se esforzó desesperadamente
por controlar su ira al separar los muslos de la bardo, tocando con mucha delicadeza
para examinar y limpiar el daño que le habían hecho esos monstruos. Vistió a
Gabrielle con una camisa limpia y envolvió su cuerpo inerte en mantas, acercándola
más al calor del fuego.
—Conseguiré que te pongas bien, Gabrielle... aunque sea lo último que haga
antes de ir a los abismos del Tártaro... conseguiré que te pongas bien.
Luego Xena hizo algo que nunca había hecho hasta entonces. Cayendo de
rodillas y abrazándose a sí misma con fuerza, sollozó abiertamente y dejó que le 11
cayeran las lágrimas hasta que incluso los dioses del Olimpo sintieron la angustia de
su corazón roto. Lloró por una reina amazona y el don que le habían arrebatado a esa
reina, que ya no podría dárselo a su guerrera.
—¡Gabrielle! —gritó Xena para que se la oyera por encima de los alaridos de la
joven, sujetando el brazo sano de la bardo contra su costado—. Gabrielle... soy yo...
—Lo siento... yo... yo... —murmuró en voz tan baja que sólo el agudo oído de la
guerrera pudo captar las palabras.
Xena se quedó arrodillada junto al fuego largo rato, escuchando los sollozos
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torturados de Gabrielle. Su propio cuerpo temblaba de rabia y su mente descargaba
su venganza una y otra vez sobre los monstruos responsables del dolor de la joven.
Xena se limitó a quedarse ahí de rodillas, incapaz de reconfortar a su bardo, incapaz
de ofrecerle el más mínimo consuelo. Era una guerrera, una mujer de acción, no de
palabra. Las palabras nunca le resultaban fáciles y las emociones yacían bien
encerradas en el fondo de su corazón sin poder salir a la superficie. Nunca había
podido decirle a Gabrielle que la amaba, que ella era lo único que la mantenía firme
en este mundo implacable. El abrazo de Xena siempre había hecho eso. Nunca había
podido ofrecer consuelo explicando que su pasado a veces tocaba su presente y que
una bardo inocente sufría con demasiada frecuencia la culpa y la vergüenza de la
guerrera. Ésas eran las ocasiones en que Xena le acariciaba el pelo a la bardo y
rezaba a cualquier dios que quisiera escuchar para que no permitiera que Gabrielle la
dejara. Ahora, sus caricias, la única conexión que tenía con la mujer a la que amaba
tan desesperadamente, habían quedado deshechas. Gabrielle sentía repugnancia por
sus caricias.
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—Gabrielle... tienes que beberte esto —dijo Xena, llevando un tazón de caldo
caliente a los labios de la joven. Xena estaba arrodillada detrás de la bardo,
sosteniendo el cuerpo más menudo con el suyo. Gabrielle apenas estaba consciente,
pero se encogió al sentir el contacto cuando Xena le pasó un brazo alrededor para
sujetarla, mientras el otro sostenía el tazón de madera. Sólo pudo añadir una
pequeña cantidad de calmante al líquido por miedo a que Gabrielle se sumiera aún
más en el sueño febril que ahora la consumía. Por mucho que lo intentara, no
conseguía que la joven bardo se despertara para farfullar más que unas cuantas
frases. Su sueño seguía plagado de pesadillas, su cuerpo menudo temblaba y se
estremecía violentamente, de su garganta se escapaban gritos torturados.
Mientras, Xena hacía todo lo que podía por cuidar de la bardo. La inconsciencia
de Gabrielle permitía a la guerrera abrazar a la joven, algo que la bardo evitaba en
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Apolo acababa de iniciar su ascenso por el cielo y Xena por fin redujo la
velocidad al entrar en territorio de las amazonas, cuando los músculos de Argo
temblaban de agotamiento. Los ollares de la yegua se abrían de par en par al soltar
grandes ráfagas de aire. Xena se maldijo a sí misma por dentro por tener que forzar a
Argo hasta tal extremo, pero el fuerte caballo había conseguido que un viaje de dos
días durara sólo uno.
—Ojalá pudiera ocupar tu lugar por un día, guerrera boba —masculló por lo
bajo.
Sartori se apartó de la cara la capucha del manto y Xena advirtió la larga cicatriz
desigual que salía de la sien de la mujer, le atravesaba la mejilla y le seguía por la
mandíbula. Se puso a examinar con cuidado a la figura echada, interrumpiendo de
vez en cuando el movimiento de sus manos para hacerle preguntas a Xena.
—¡No puedo trabajar con todas vosotras aquí! —dijo, agitando los brazos hacia
la puerta—. ¡Fuera! Todas... ahora mismo.
—Xena. —La voz de la sanadora, que había sido tan dura hacía un instante,
ahora era suave como una caricia—. ¿Puedo hablar un momento contigo... a solas?
—Añadió esto último porque Ephiny también se había vuelto.
Xena se quedó arrodillada al lado de Gabrielle, sin oír a Sartori moviéndose por
la cabaña, haciendo preparativos para tratar a su paciente. O tal vez debería decir
pacientes. Sartori observó a Xena por el rabillo del ojo y no pudo evitar notar las
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tiernas caricias que la guerrera hacía a la joven reina, aunque la guerrera misma
parecía estar a punto de desplomarse de agotamiento de un momento a otro.
—Xena, échate aquí. —La sanadora llevó con dificultad a la guerrera del lecho
de la reina a un camastro situado en la zona más oscura de la habitación—. Bébete
esto —dijo, obligando a los dedos de Xena a sujetar una taza de líquido humeante.
Xena captó el olor inconfundible que salía del té y alzó la mirada cansada hacia
la sanadora.
había colocado en una mesa pequeña cerca del camastro de Gabrielle, Xena ya tenía
los párpados pesados. Sartori le quitó la taza vacía a la guerrera justo cuando
empezaba a escurrírsele de la mano. Arropó con una manta a la guerrera ya dormida
y cruzó la habitación, abriendo la puerta de la cabaña.
—Ephiny —le dijo a la regente, que había estado esperando en un banco frente
a la entrada de la cabaña de la sanadora.
Ephiny vio el cuerpo dormido de Xena en un camastro del rincón cuando Sartori
cerró la puerta.
—Tal vez deberías hablar con Xena cuando se despierte —empezó a explicar
Sartori.
—Como Xena haya tenido algo que ver con esto... —bufó.
—Xena siente el dolor de nuestra reina como si fuese el suyo. Me refería a que
la reina debe tener derecho a su intimidad. —Sartori se esforzó por no mentir a la
regente, pero la joven reina ya iba a tener suficiente batalla con hacer frente a sus
emociones, sin necesidad de que toda la aldea estuviera al tanto de su humillación.
Ephiny apretó los puños llena de frustración y rabia. No tenía que hablar con
Xena para darse cuenta de que Gabrielle había sido atacada. Había visto los
moratones de los muslos y el abdomen de la joven durante el reconocimiento de la
sanadora. Volviéndose de nuevo hacia la figura inerte de Gabrielle, preguntó:
—El tiempo será el factor decisivo... creo que puede tener una lesión interna.
Tengo que trabajar deprisa... así que, si no te importa, regente... —Sartori le señaló la
puerta.
Volviéndose para mirar a la sanadora antes de salir por la puerta abierta, Ephiny 21
preguntó:
—Ve al templo de Artemisa. Tal vez convenga hacer una ofrenda por la Elegida
de la diosa.
Xena colocó a Gabrielle encima de ella y desató los cordones del corpiño verde
de la mujer más menuda. Deslizando las manos bajo la prenda suelta, gimió en la
boca de Gabrielle, mientras sus manos acariciaban la piel maravillosamente suave y
los pezones que ya estaban rígidos.
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La bardo apartó los labios del lóbulo de Xena, pero no sin antes atrapar la
sensible carne entre los dientes y morderla suavemente. Xena gimió y empezó a
agitarse bajo las caricias eléctricas de la bardo. La piel le ardía como fuego en
cualquier punto donde la tocara la lengua de la bardo.
Hoy sólo había tenido que cambiar el musgo una vez e incluso entonces salió
cubierto del líquido claro que indicaba que se estaba curando. Se lavó las manos en
un gran cuenco situado sobre la mesa y dirigió su atención a los suaves gemidos que
salían del rincón de la habitación. Habían pasado dos días y la guerrera seguía
durmiendo, tanto por tensión y miedo como por agotamiento físico.
Colocó una mano sobre la frente de Xena y volvió a taparla con la sábana que la
guerrera parecía empeñada en quitarse a patadas en sueños.
—Apuesto a que no sabe que te reúnes con ella en el reino de Morfeo, ¿verdad,
guerrera? —dijo, arrebujándose en su manto y saliendo de la cabaña para estirar las
piernas.
—Oh, Gabrielle —gimió Xena por el contacto cuando deslizó su sexo por el
muslo de Gabrielle y sus jugos dejaron un rastro húmedo.
—Xena, por favor... no tiene que ser así —suplicó la bardo. ¿Cómo podía
hacérselo entender a la morena guerrera? ¿Acaso no sabía que la bardo había
pasado tantas lunas rezando para que Xena por fin la mirara sintiendo algo más que
amistad? ¿Acaso no veía que Gabrielle anhelaba el tacto de Xena... sus caricias...
sus besos?
Gabrielle miró a los ojos que habían sido de un azul hipnótico, esos ojos que la
habían cautivado tantas veces, y sólo vio los ojos gélidos de una desconocida que le
devolvían la mirada.
—No finjas, Gabrielle —ronroneó Xena—. ¿No es esto lo que querías? —La
guerrera sujetaba con fuerza las manos de la bardo por encima de su cabeza con una
de las suyas, mientras la otra tiraba de los cordones y le arrancaba el corpiño verde
del cuerpo.
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Xena pellizcó el pezón de la bardo y Gabrielle intentó sofocar un grito. La boca
de Xena cubrió con ansia la protuberancia endurecida y sus dientes tiraron de ella
dolorosamente al apartar los labios.
Xena arrancó la falda de la bardo con la mano libre y obligó a la joven a separar
las piernas con las rodillas. Alargó los dedos y los deslizó por la humedad de la
bardo.
—Tus labios dicen que no, pero tu cuerpo dice que sí —gruñó Xena.
—¡No! —bufó Gabrielle entre dientes. Sus ojos se abrieron de par en par al
despertarse de repente, intentando enfocar la vista con la poca luz de la cabaña.
Sartori sirvió una taza de agua de manantial de una jarra que había en la mesa y
se colocó ante Gabrielle.
—¿Por qué crees que has tratado mal a tu amiga, alteza? —preguntó Sartori.
—Por favor, Sartori... llámame Gabrielle —rogó la joven reina. Gabrielle nunca
se había sentido cómoda con la formalidad con que la gente se dirigía a ella. Siguió
contemplando la figura dormida de Xena. La guerrera estaba de lado, de cara a la
pared—. Las cosas que ha hecho por mí... si supieras todo lo que se esfuerza por 26
mantenerme a salvo... las cosas que está dispuesta a hacer por mí. —Los ojos de la
joven reina se llenaron de lágrimas que se derramaron por sus mejillas cuando cerró
los ojos y pensó en el amor que nunca podría compartir con su guerrera. Ahora, el
único sitio que tenía, sus sueños, donde vivían sus fantasías de una guerrera de pelo
negro que le hacía el amor, había quedado destruido. Cada vez que Gabrielle cerraba
los ojos para soñar, Xena se convertía en su atacante. Qué crueldad de los dioses,
pensó Gabrielle.
—Gabrielle, ¿no estás olvidando que la víctima de este ataque has sido tú? —le
preguntó Sartori a la joven a propósito. Al fin y al cabo, pensó la sanadora, ¿acaso no
podía ella comprender el dolor de la reina mejor que la mayoría de la gente? Ya
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habría tiempo de explicarle a la joven lo de los ojos del amor, pero ahora no era el
momento de racionalizar. Comprendía las sensaciones de vergüenza y falta de
dignidad que ahora atormentaban a Gabrielle. Más adelante, cuando la joven
estuviera más fuerte, le enseñaría la prueba de lo que decía la sanadora.
—Gabrielle, ¿sabes por qué se dice que la inocencia de una mujer es un don?
Un pequeño sollozo escapó de los labios de Gabrielle al tiempo que negaba con 27
la cabeza y un nuevo torrente de lágrimas le nublaba la vista.
Las palabras de Gabrielle habían dejado en la guerrera un dolor vacío que nada
en la vida podría aliviar.
Xena se dirigió a los baños termales. El vapor flotaba arremolinado por la amplia
estancia. En el centro de la gran caverna había una poza grande y profunda. Más al
fondo, había pozas más pequeñas a distintos niveles formando escaleras. Al fondo
del todo, el agua de un manantial caliente caía en una pequeña cascada,
desaguando en la poza de la reina. El sol de la mañana todavía no había subido lo 28
suficiente como para ser visible por los numerosos agujeros redondos excavados en
el techo de la caverna. Xena encendió algunas de las gruesas velas colocadas en los
repechos de la caverna y su luz inundó la estancia de sombras extrañas que
oscilaban y saltaban por las paredes y la superficie del agua.
Por fin salió del agua y rebuscó en su alforja para sacar una camisa limpia que
ponerse. Recogió la túnica de cuero sucia y emprendió la tarea de limpiar la prenda.
Este trabajo era otra de las muchas tareas que la guerrera solía utilizar al final del día
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Aquí estoy llena de pena por mí misma... hecha polvo por lo que yo no tendré
nunca. Cuando la que más ha sufrido es Gabrielle. ¿Qué le dijo Sartori? "Gabrielle,
¿no estás olvidando que la víctima de este ataque has sido tú?" Mi bardo está llena
de dolor y vergüenza y yo sólo pienso en mí misma... ¡en lo desgraciada que va a ser
mi vida! ¿¡¿Cómo puedo decir siquiera que la amo?!? ¡Por los dioses, qué egoísta he
sido!
Voy a estar a tu lado, Gabrielle. Voy a ayudarte a superar esto. Aunque eso
signifique que nunca tenga tu amor de esa manera... ¡voy a conseguir que lo superes!
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Dos resplandores de luz trémula iluminaron las paredes de la cueva cuando
Xena se marchó toda resuelta a la cabaña de la sanadora.
—Ha estado muy bien eso que has hecho por la nena guerrera —dijo la figura
envuelta en velos diáfanos.
—¿A qué te refieres, Afrodita? —dijo la diosa Artemisa con una sonrisa
suficiente al tiempo que tocaba la poza de agua con el dedo índice para quitar el
encantamiento que había puesto en ella.
—No he interferido... sólo he ayudado a la guerrera a ver las cosas desde una
perspectiva diferente —dijo Artemisa sin comprometerse—. ¿Has visto a Ares?
—preguntó, estrechando los ojos.
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—No, parece haber hecho mutis durante todo este mal rollo —contestó Afrodita
con los brazos en jarras—. ¿Sabes? Estaba así de cerca con estas dos... pobre
Gabrielle.
—Si descubro que el chulo ése ha tenido algo que ver con el ataque a mi
Elegida... ¡le cortaré las pelotitas y dejaré que Gabrielle las cuelgue de su vara!
—¡Hola tú, dormilona! —No pudo reprimir la enorme sonrisa de oreja a oreja que
le cubrió la cara.
—Yo no ronco —replicó Xena, enarcando una ceja con furia fingida. Le
encantaban las burlas amables de la bardo, ahora más que nunca. Parecía un
comienzo.
—No, supongo que más vale que me acostumbre a volar con una sola ala
—contestó Gabrielle rápidamente, levantando los ojos a tiempo de captar la
expresión de dolor que se le pasó a la guerrera por la cara—. ¿Pero me podrías dar
un poco de agua?
—¿Puedo hacer algo más, Gabrielle... tienes hambre? Podría... —Sin pensar,
Xena apoyó los dedos en el muslo de Gabrielle. Incluso a través de la manta, la
guerrera notó que los músculos de la pierna de Gabrielle se agarrotaban y apartó la
mano de golpe, mirándose los dedos como si se los hubiera quemado. Sé que no lo
haces a propósito, Gabrielle, pero tienes todo el derecho a odiarme por no haber
podido protegerte.
—Me... me resulta difícil que me... que me toquen ahora —susurró Gabrielle. A
la bardo se le partió el corazón al ver la expresión de Xena y se le llenaron los ojos de
lágrimas—. Xena... —Gabrielle alargó la mano y la colocó sobre la de la guerrera.
Xena vio que los músculos de la mano de la joven se agitaban, pero la dejó sobre los
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—Por supuesto —dijo Xena sin dudarlo, echándole a la bardo una sonrisa de
medio lado. Sé que lo estás intentando, Gabrielle.
Una oleada de vértigo acometió a la bardo cuando plantó los pies en el suelo y
apretó el antebrazo de Xena con la mano derecha hasta que se le pasó.
—¿Y dónde creéis que vais vosotras dos? —La voz de Sartori no sonaba muy
contenta. Había entrado con tanto sigilo que ni siquiera Xena la había oído.
—Yo voy a darme un baño... y ella —Gabrielle señaló a Xena con el pulgar—,
viene conmigo.
Xena miró a Sartori con una sonrisa que quería decir "lo que Gabrielle quiere, lo
consigue". La joven reina, sin embargo, no había dado mucho pie a las discusiones y
la joven sanadora se amoldó de inmediato.
Los sentimientos que Xena llevaba en el corazón por esta joven bardo
irradiaban literalmente de su rostro. La expresión de la guerrera estaba llena de amor
y orgullo al mirar con satisfacción a Sartori.
—Entonces no voy a discutir, mi reina —dijo Sartori con una ligera inclinación.
Sartori sacó una sencilla túnica envolvente para que se la pusiera Gabrielle y
cuando Xena hubo recogido todas las cosas necesarias para el baño, la bardo y ella
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Ephiny las vio dirigiéndose despacio a los baños cuando cruzaba por el centro
de la aldea y dio gracias en silencio a Artemisa porque Gabrielle parecía haber 34
recuperado la salud. Había hecho lo que le había pedido Sartori y se había mantenido
alejada de la cabaña de la sanadora hasta que tanto Gabrielle como Xena hubieran
tenido unos días para recuperarse. La regente se dio cuenta de que las contusiones
tardarían un tiempo en desaparecer, pero su corazón se sintió bastante aliviado al ver
a su joven amiga levantada.
Ephiny se echó a reír y dijo algo sobre que las reinas hacían lo que fuera con tal
de conseguir vacaciones y dejó a las dos mujeres con la promesa de reunirse con
ellas para comer. La regente alcanzó a Eponin y le pidió a la guerrera que se
asegurara de que su reina conseguía bañarse en privado.
—Oye, que soy una guerrera... sólo sé hacer las cosas de una manera —dijo
Eponin, guiñando un ojo.
Bañarse sin tocarse resultó ser una experiencia angustiosa para las dos
mujeres. Intentaron varias veces quitarle la camisa a Gabrielle y una de ellas siempre
se movía mal en el último momento. La gota final fue cuando el brazo entablillado de
Gabrielle giró y golpeó a Xena en la mandíbula.
—No sé... Quedaría mal que usara la cabeza de una de mis súbditas como
ariete.
—Ya me daba a mí la impresión de que ésa iba a ser nuestra única opción...
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vale —asintió Gabrielle.
Cuando se hizo el silencio entre las dos mujeres, Gabrielle apoyó la cabeza en
el borde de piedra de la pequeña poza y absorbió el calor del agua. Xena se sentó en
el borde liso de la poza y deslizó su daga contra una pequeña piedra de afilar en
pequeños círculos. La guerrera miraba continuamente a Gabrielle, tomando aire con
fuerza cada vez que la belleza de la bardo casi le cortaba la respiración.
—No, Xena. Es que... es que me parece que me puede dar algo y todavía no
estoy preparada para entrar en ello.
—Creo que me estoy convirtiendo en una pasa —declaró Gabrielle, lo cual era
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su modo de volver a iniciar la conversación y cambiar de tema.
Gabrielle tenía sus propios problemas. Todavía estaba húmeda por el baño,
pero notaba que estaba empezando a sudar. Las manos de Xena eran como seda
sobre su piel. La camisa de la guerrera estaba empapada en los sitios donde
Gabrielle se había apoyado en ella y la tela se pegaba a su musculoso cuerpo. En un
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La cabaña de la reina estaba más cerca del centro de la aldea, y para entonces
toda la aldea amazona se había levantado y estaba ocupada en sus tareas diarias.
Gabrielle era una reina muy querida, y a Xena le dio la impresión de que todo el
mundo de aquí a la aldea de los centauros las detenía a las dos para interesarse por
la marcha de la joven reina. Xena se dio cuenta de que Gabrielle empezaba a estar
cansada y que parecía que le flaqueaban un poco las rodillas, además, que la gente
invadiera su "espacio" empezaba a irritar a la guerrera. Se inclinó, pasó el brazo libre 38
por debajo de las rodillas de Gabrielle y la levantó en brazos.
—Necesita descansar —fue lo único que dijo Xena a las pocas preguntas
boquiabiertas, al tiempo que emprendía la marcha hacia la cabaña con Gabrielle en
brazos.
—He visto potrillos recién nacidos que se mantenían en pie con más firmeza.
—Gabrielle, soy yo... Xena —dijo la guerrera morena, intentando evitar que la
reacción de Gabrielle la afectara.
—Bueno, sólo quería asegurarme de que estabas bien. Será mejor que vaya a
buscar a Eponin y le pregunte si le importa compartir su alojamiento durante un
tiempo. —Xena se levantó y estiró la espalda.
Gabrielle miró a Xena mientras ésta estiraba los músculos y se preguntó cuánto
tiempo había estado la guerrera arrodillada a su lado, observándola. Había
escuchado las palabras de Xena, pero en realidad todavía no las había oído. Cuando
lo comprendió no supo muy bien cómo reaccionar.
—Pero yo creía que tú querías que me fuera —dijo Xena, pasmada ante lo que
acababa de admitir con toda franqueza.
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—Te daría un abrazo, pero tengo la sensación de que eso sólo empeoraría las
cosas, ¿eh? —dijo Xena con ternura, al tiempo que las comisuras de su boca se
curvaban en una sonrisa.
Gabrielle hizo una pausa y respiró hondo varias veces, secándose las lágrimas
con la palma de la mano.
—Lo siento, Xena... sé que no es ningún plato de gusto estar con alguien que no
puede dejar de llorar la mitad del tiempo y no quiere que nadie la toque la otra mitad.
Sólo necesito controlarme... entonces estaré mejor...
—Cuanto más esperes, más difícil va a ser. Créeme, sé de lo que hablo. Grita,
llora, maldice a los dioses... pégame si necesitas golpear a alguien, pero no te lo
quedes dentro, Gabrielle.
Entonces Gabrielle hizo algo en lo que Xena también era experta, pero que
nunca se había imaginado a su bardo capaz de hacer. Gabrielle se colocó una
máscara de guerrera. Su rostro se volvió impasible y tomó aire despacio y con calma
para tranquilizarse.
—No puedo, Xena... todavía no. Por favor, compréndelo —rogó Gabrielle.
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—Sólo recuerda que estaré aquí cuando me necesites, ¿de acuerdo? Ahora,
¿qué tal si voy a la cabaña de Sartori y le pido que me preste ese camastro de sobra
que tenía?
—Saber llegar en el momento justo lo es todo, Eph —dijo Xena, sacando una
silla y haciendo un gesto a Gabrielle para que se sentara en ella—. Más vale que des
de comer a ese monstruo —le dijo a la bardo con una sonrisa—. Tengo un par de
cosas que hacer, vosotras disfrutad —dijo Xena al tiempo que cogía un par de
aceitunas de la bandeja y se las metía en la boca.
—Tengo que ver cómo está Argo, de todas formas... seguro que está enfada por
la forma en que la dejé cuando llegué aquí.
—Eh, guerrera —la llamó Gabrielle. Con la mano izquierda lanzó torpemente
una manzana hacia Xena y la mujer más alta atrapó la fruta antes casi de darse la
vuelta para mirar—. No dejes de decirle a Argo que es de mi parte —sonrió.
—Lo sabrá... ¡siempre has dicho que está dispuesta a seguir a la primera cara
bonita que se le presente con una manzana! —Xena volvió a lanzar la manzana al
aire y salió por la puerta.
—Vaya, parece que un par de días durmiendo han hecho maravillas con el
humor de la Princesa Guerrera —comentó Ephiny mientras se sentaba frente a la
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joven reina—. Deberías haberla visto cuando te trajo aquí.
—¡Creía que eso era lo que has estado haciendo! —rió Gabrielle.
—¿Quieres decir que tampoco has hablado de esto con Xena? Yo creía que no
había nada que no pudieras hablar con tu amante...
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—No somos amantes —afirmó Gabrielle tajantemente.
—Ah. O sea... bueno, creo que... he dado por supuesto... —Ephiny no terminó
de decir lo que pretendía. ¡No me lo puedo creer! No es posible con la forma en que
la mira Xena.
—Recuérdame que alguna vez juegue a las cartas contigo —sonrió Ephiny con
aire suficiente.
—Con eso quiero decir, mi querida amiga, que o mientes fatal... o llevas el
corazón en la mano —terminó la regente, cogiendo con ternura la mano de Gabrielle
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y alargando la otra mano para secar unas cuantas lágrimas que habían resbalado por
las mejillas de la joven—. Pero estás enamorada de ella, ¿verdad?
—¿Y ahora qué más da... después de lo que ha pasado? —dijo Gabrielle con
aspereza al tiempo que se ponía en pie. Se acercó despacio a la ventana y aspiró
una bocanada de aire fresco.
—¿Qué Tártaro quieres decir con eso? Gabrielle... —La regente cruzó la
habitación para colocarse delante de la reina—. Si Xena estuviera enamorada de ti,
¿de verdad crees que lo que te ha pasado afectaría a lo que siente por ti?
Las palabras de Ephiny golpearon el muro que Gabrielle había erigido con tanto
cuidado en torno a su psique y sintió que empezaba a perder el control.
—Hay algo más que no me estás contando, ¿verdad? —dijo Ephiny, colocando
los dedos con delicadeza bajo la barbilla de la joven reina y obligándola a mirarla a
los ojos.
—Eso es sólo un sueño, Eph. En serio, ¿qué podría ver en mí la gran Princesa
Guerrera?
—Sí, ya... ¡Sé que parezco un mapache, aunque Xena no me lo diga! —dijo,
refiriéndose a los moratones oscuros que tenía bajo los ojos.
—Sí, pero los mapaches son muy monos. Además, seguro que Xena te ve con
los ojos del amor.
—Eres la segunda persona que me dice eso. Creo que Sartori dijo algo sobre
los ojos del amor el otro día. —Gabrielle había dormido tanto desde entonces que no
recordaba muy bien los detalles.
—Creo que deberías conocer a Sartori cuando tengas tiempo. Puede que
descubras que las dos tenéis mucho en común.
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Gabrielle percibió un destello en los ojos de la regente de algo que supuso que
se debía a que ésta conocía un secreto, pero no hizo caso. Gabrielle reprimió un
bostezo y sonrió un poco cohibida.
—Parece que últimamente me lo preguntan mucho... sí, estaré bien. Las cosas
no pueden ir mucho peor, ¿verdad? Quiero decir, estoy perdidamente enamorada de
una mujer con la que toda la Nación Amazona se quiere acostar y ¿a dónde vamos?
A Amazonia.
Ephiny soltó una carcajada y se inclinó hacia su amiga con aire conspirador.
—No toda la Nación Amazona, Gabrielle... sólo la mitad. ¡La otra mitad se quiere
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acostar contigo! —Regodeándose en el rubor que empezó a subir por el cuello de la
reina, la regente le guiñó un ojo antes de cerrar la puerta tras ella.
Gabrielle pasaba la mayor parte del día cumpliendo con su cargo oficial como
reina. Ephiny siempre estaba a su lado y Gabrielle daba gracias a Artemisa por tener
tal regente. Las mañanas estaban llenas de reuniones del consejo, negociaciones de
tratados y el gobierno general de todos los detalles de la vida de las amazonas. La
reina había desarrollado la costumbre de levantarse temprano todos los días para ver
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Gabrielle descubrió que podía mantener a raya las horribles imágenes de sus
pesadillas manteniendo la mente ocupada. Había empezado contándole a Xena una
historia para pasar el rato y pronto se dio cuenta de que ni una sola vez durante el
relato se había estremecido por el contacto con Xena. De este modo, acabaron
adquiriendo la costumbre de retirarse temprano a su cabaña, donde Gabrielle
elaboraba una historia tras otra hasta que el sueño vencía a las dos mujeres.
Sin embargo, Gabrielle seguía teniendo las pesadillas. Cada noche eran un
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poco distintas, pero Xena era siempre su atacante. Cuando ya había pasado una luna
completa, Sartori quitó las tablillas del brazo derecho de Gabrielle. Para entonces la
joven reina había conseguido adiestrar su cuerpo de forma que ya no se despertaba
gritando por las pesadillas. Cuando se despertaba en medio de la noche, empapada
en sudor, salía a pasear bajo las estrellas. Una vez eliminadas las tablillas, Gabrielle
aprovechaba este tiempo para realizar los ejercicios de fortalecimiento que le había
enseñado Xena. Eponin le había dicho que empezara a entrenar con la vara para
fortalecer el brazo y aumentar la movilidad de la muñeca. De modo que todas las
noches, a veces dos y tres veces cada noche, Gabrielle se despertaba y salía para
entrenar. A veces iba al establo para visitar a Argo, recibiendo un relincho cariñoso de
bienvenida. Generalmente tardaba menos de una marca, pero Xena siempre sabía
que se había ido. La guerrera seguía sigilosamente a la joven, para evitar que
corriera peligro. Y al cabo de dos lunas de tanta actividad nocturna, la reina y la
guerrera empezaron a tener ojeras por tanto sueño interrumpido.
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La joven reina se había convertido en una mujer distinta de como había sido
antes. Antes era abierta y franca y siempre dispuesta a sonreír, ahora era muy
parecida a su guerrera... enterrando ciertas emociones, suprimiéndolas a base de
pura fuerza de voluntad. Por supuesto, había tenido que pagar un precio. Gabrielle ya
no sonreía tanto como antes, ni parloteaba sin parar sobre cualquier cosa. Ahora
tenía que tener cuidado antes de hablar o pensar. Tenía que ser prudente para no
revelar demasiado sobre sí misma, no fuera a perder el control que tanto le había 49
costado conseguir.
—Me parecía que te encontraría aquí —dijo Sartori, sentándose con las piernas
cruzadas al lado de Gabrielle en las rocas.
—Me has pillado haciendo novillos. —Gabrielle se puso boca arriba y cruzó las
manos debajo de la cabeza.
Sartori vio las sombras oscuras que pasaban por los ojos de Gabrielle, antes de
que la joven los cerrara y suspirara profundamente. Pasaron tal vez dos segundos
antes de que Gabrielle volviera a abrir los ojos y la sanadora se encontró con el 50
conocido verde chispeante. Por los dioses, cada vez lo hacer mejor, esto de apartar
sus sentimientos. Sartori rogó en silencio a Artemisa que estuviera a punto de hacer
lo correcto... a fin de cuentas, ella no podía curar esta parte del cuerpo como podía
Adia.
Gabrielle sonrió, no por lo que decía, sino porque Sartori había usado su título.
Por muchas veces que le pidiera a su nueva amiga que la llamara Gabrielle, la
sanadora seguía dirigiéndose a ella con formalidad. La reina había dejado por fin de
pedírselo, pero seguía haciéndole sonreír. Era una especie de juego entre ellas, cuya
razón no conocía.
—Hoy es el día —dijo Sartori con una sonrisa—. Adia vuelve hoy a casa...
debería llegar hacia media mañana.
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—Ah, los ojos del amor —dijo Gabrielle, recordando—. Me lo dijiste una vez,
¿recuerdas?
—Es un enigma que sólo se puede explicar con esa frase. —Sartori apoyó la
barbilla en las rodillas y se echó hacia atrás la capucha del manto. Gabrielle observó
mientras la joven sanadora se acariciaba distraída la feroz cicatriz que le cruzaba
toda la cara—. Yo comprendo lo que has sufrido más de lo que crees, mi reina.
Llegué a la aldea amazona cuando tenía once estaciones. Mi propia aldea había sido
incendiada y arrasada, mi familia masacrada como ovejas en el campo. Fui violada 51
por tres soldados.
Las lágrimas habían empezado a resbalar por las mejillas de Sartori, pero en
sus ojos había una mirada distante, como si estuviera reviviendo la pesadilla de aquel
día. Gabrielle ansiaba hacer o decir algo por alguien cuyo dolor era tan parecido al
suyo, pero se quedó sentada en silencio y dejó que la sanadora continuase.
—El último soldado que me tomó, me hizo esto. —Volvió a tocarse la larga
cicatriz—. Recuerdo sus palabras como si fuera ayer. Me dijo que nadie me querría
ahora que ya había sido usada y luego, justo antes de cortarme, dijo que esto
garantizaría que nadie me amase jamás.
Gabrielle bajó la cabeza y dejó que cayeran sus propias lágrimas. Pues el
tormento de su nueva amiga era el suyo. Sabía cómo era ese miedo... saber que
jamás conocerías el amor.
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Las dos mujeres se quedaron sentadas así largo rato y lo único que se oía entre
ellas eran los ruidos suaves de su llanto.
—Tori, tienes los ojos grises más preciosos que he visto jamás.
Gabrielle levantó la mirada y vio a esta joven sanadora como la veía su amante.
La sanadora miró a su reina por primera vez desde que había empezado a
contar su historia y sonrió alegremente.
—Tú miraste más allá de mis cicatrices, la primera vez que nos vimos... tal vez
ése es tu don.
—Nada que merezca la pena tener en esta vida es fácil, mi reina. Yo tuve que
dar un enorme salto de fe para creer en lo que veía reflejado en los ojos de Adia.
Creer que podía amarme fue la prueba más difícil que he pasado en mi vida.
—Sartori... ¿Adia podría curar mis sueños? —susurró Gabrielle, sin permitir a su
corazón sentir esperanza.
—¿Tori?
Sartori no había mentido. Adia era realmente una de las mujeres más bellas que
Gabrielle había visto en su vida. Vestida con pantalones y camisa y botas de montar
hasta las rodillas, parecía más una guerrera que una sanadora. Su pelo era del
mismo color que el de Xena y las lisas guedejas le llegaban justo por debajo de las
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orejas, algo revueltas de cabalgar. Irónicamente, también era tan alta como la
guerrera de Gabrielle. Sus ojos eran de un verde profundo salpicado de oro.
Adia se acercó donde Gabrielle seguía sentada y cayó sobre una rodilla,
llevándose la mano al corazón.
—Por favor, Adia... llámame Gabrielle. Cinco lunas es mucho tiempo para estar
separada de la persona que amas —asintió Gabrielle.
—Me parece como si hubiera sido la mitad de mi vida —contestó Adia, mirando
a Sartori.
—Bueno, tengo que volver para trabajar... ha sido un placer conocerte, Adia.
—Mi... digo, Gabrielle... por favor, no te vayas por mi causa —se disculpó Adia.
—No, ya he estado fuera demasiado tiempo, no tiene nada que ver contigo.
Además, si no vuelvo a la aldea, seguro que la guardia se lo dice a Ephiny —dijo
Gabrielle, señalando los árboles—. Se supone que no sé que están ahí —susurró,
guiñando un ojo.
Gabrielle acababa de terminar uno de sus relatos más divertidos. Era una
comedia de equívocos y siempre hacía reír a Xena, y esta vez no había sido una
excepción.
—Creo que debería escribirla para que puedas sacarla y leerla siempre que
necesites unas buenas risas —dijo Gabrielle mientras servía una copa de vino para
las dos.
Xena casi escupió el sorbo de vino que tenía en la boca. Por Gea, ¿de dónde ha
salido eso?
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Gabrielle se agachó para sentarse delante del camastro donde estaba reclinada
Xena. Sentándose con las dos piernas dobladas debajo, apoyó los brazos en el
camastro que tenía delante.
Xena sabía a qué se refería la bardo. Incluso después de haber sido violada...
¿todavía la desearía alguien? Oh, hay alguien que sí, Gabrielle. La guerrera no
quería otra cosa más que estrechar a la bardo entre sus brazos, comérsela a besos y
decirle exactamente lo bonita que le parecía. No tenía valor para hacerlo, no hasta
que la guerrera pudiera tocar a Gabrielle sin hacer que ésta se encogiera o se
apartara llena de miedo. Por mucho que Xena lo deseara. No, disfrutaría de lo que su 57
bardo pudiera ofrecerle y se conformaría con eso.
Por fin la joven se detuvo y se quedó inmóvil en medio del establo. Tenía el
pecho jadeante por el esfuerzo, los músculos temblorosos y la camisa empapada de
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chorros de sudor. Gabrielle se quedó allí, con la cabeza echada hacia atrás,
intentando recuperar el aliento.
—Lo siento, esta noche no hay manzana, amiga mía. —Palmeó el cuello de la
yegua, alargando los brazos para abrazar al animal dorado.
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La bardo cogió un cepillo y peinó suavemente el pelo de la yegua. Si Xena
hubiera sabido que la bardo venía a hablar con Argo todas las noches, para contarle
sus secretos al animal silencioso, la guerrera habría averiguado los miedos de
Gabrielle varias lunas antes. Como tenía por costumbre, la joven le contaba a Argo lo
que le parecía que no podía contar a nadie más, y esta noche no fue una excepción.
—Aunque fueran los ojos del amor, daría igual, ¿verdad, Argo? —Gabrielle
cepillaba a la yegua y le hablaba en un susurro tan bajo que sólo gracias a su oído
fuera de lo normal pudo Xena escuchar a la bardo—. ¿Qué dirían si supieran que fue
culpa mía? ¿Ephiny... mi gente... Xena? ¿Podrían perdonarme... podría ella? ¡Oh,
Argo, no debería haber estado allí! Si hubiera hecho lo que me dijo Xena... alojarme
en una posada. ¿Por qué no lo hice? Ese corpiño, esa falda... ¿a cuántos borrachos
se ha enfrentado Xena por culpa de mi aspecto? Tendría que haber empezado a
luchar desde el principio...
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Xena había conseguido saltar por la ventana de la cabaña y meterse bajo las
sábanas momentos antes de que Gabrielle entrara en la habitación. La bardo se
movió sin hacer ruido por la estancia, pero Xena entreabrió un ojo, observando
mientras la joven se quitaba del cuerpo la camisa empapada. La luna caía por la
parte delantera del torso de la bardo y Xena sintió que la humedad volvía a manar
entre sus piernas. Cerró los ojos con fuerza para evitar la visión hasta que oyó el
familiar ritmo del sueño en la respiración de Gabrielle.
Xena sabía que no podría dormir hasta que soltase la tensión que se le estaba
acumulando entre las piernas. Mirando una vez hacia la bardo, se aseguró de que 60
dormía, al tiempo que movía la mano bajo las sábanas. Subió por debajo de la
camisa, deslizando los dedos entre los húmedos pliegues. Imágenes de Gabrielle,
guiando la vara amazona con los miembros empapados en sudor, los músculos
moviéndose bajo la camisa. Totalmente inmersa en esta fantasía, Xena colocó dos
dedos contra su abertura, haciendo vibrar con fuerza el pulgar sobre la protuberancia
hinchada. Los dedos de la mano que tenía libre subieron para pellizcar los pezones
hinchados a través de la camisa de algodón, provocando un nuevo torrente de líquido
entre sus piernas. Le empezaron a temblar los muslos al hundir dos dedos hasta el
fondo dentro de sí misma. Tres embestidas más y sintió que su cuerpo se tensaba y
contraía alrededor de sus dedos. Oh, dioses... Gabrielle. Sus caderas se arquearon
con el orgasmo y el único sonido fue una exhalación entrecortada que se le escapó a
la guerrera.
Cuando los temblores cesaron por completo, Xena pudo pensar con claridad.
Había sido capaz de aguantar mucho tiempo, pero ver a Gabrielle esta noche le
había hecho perder el control totalmente. Se acomodó en el camastro, escuchando el
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—Me alegro de pillarte —dijo Xena con cierto tono travieso antes de sentarse al
lado de Gabrielle—. ¿Qué te parece si hoy me ayudas a entrenar a algunas de tus
reclutas con la vara? He pensado que como casi eres mejor que yo con esa cosa a lo
mejor querrías ayudarme con una demostración de combate. 61
Gabrielle no estuvo segura de que Xena le había dirigido a ella la propuesta
hasta que la guerrera se levantó y dijo:
—Sí —dijo Gabrielle, asintiendo con la cabeza—. Sí, creo que me gustaría darte
una paliza delante de mis súbditas —bromeó Gabrielle.
Ephiny era cierto, la mitad de la nación babeaba por la guerrera morena, pero la otra
mitad se moría por su joven reina.
Xena decidió hacer de agresora, atacando como era de prever hacia el lado
derecho de la reina, sabiendo que ése había sido su brazo roto. Por supuesto, la
guerrera sabía lo que no sabía el resto de la aldea... que los huesos rotos de
Gabrielle eran probablemente el doble de fuertes ahora de lo que lo habían sido
62
jamás. Xena se dio cuenta rápidamente de la verdad que encerraba lo que había
dicho antes: Gabrielle era casi mejor que ella. La reina siguió el ritmo de Xena a
través de una compleja serie de movimientos mano sobre mano y de repente la reina
pasó a ser la agresora. La guerrera se encontró retrocediendo, empezando a
cansarse de verdad, pues tenía que saltar por encima de los numerosos golpes de
Gabrielle a las piernas. ¡Por los dioses, qué buena es Gabrielle!
—Podría haberte tenido a mi merced ahora mismo, mi reina... ¿es eso lo que
hiciste para perder en el bosque a las afueras de Pelios?
Sólo por puro reflejo consiguió Gabrielle continuar sus movimientos, pues su
mente se quedó paralizada. No es posible que haya dicho eso.
Xena continuó sus ataques, pero disminuyó la fuerza, sabiendo que Gabrielle
todavía intentaba asimilar lo que había dicho la guerrera.
Xena creyó por un momento que se había pasado. Algunas de las amazonas
situadas en el perímetro del círculo se miraron entre sí al oír lo que decía la guerrera,
mientras que algunas de las guardias reales se movían nerviosas, sin saber si esto
formaba parte del combate planeado o no.
Gabrielle se detuvo por completo al oír eso, aferrando la vara con tal fuerza que
se le pusieron los nudillos blancos mientras luchaba con sus emociones.
Xena oyó el sonido de las espadas de las seis guardias reales al salir de sus
vainas. Ahora ya sabían que algo iba mal.
Gabrielle, sin embargo, no se dio cuenta de nada de esto. Sólo era consciente
de dos cosas. La primera era la furia que en pocos segundos no iba a poder seguir
controlando. La segunda era que Xena era la causa de esa furia.
—¡No fue culpa mía! ¡Yo no hice nada malo! —gritó la joven reina
histéricamente, alzando la vara para acabar con la guerrera.
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Xena tragó con fuerza y subió los ojos para encontrarse con los de Gabrielle. La
guerrera intentó transmitir todo el amor que sentía en el corazón por su bardo en esa
sola mirada.
—Yo no hice nada malo... —susurró Gabrielle, más como afirmación que
pregunta. Miró la vara alzada que tenía en las manos, dejándola caer al soltarla, y se
desplomó de rodillas.
65
—No, Gabrielle... te aseguro que no lo hiciste.
La cabaña estaba casi totalmente llena y, cuando las dos mujeres avanzaron
por el largo edificio, las conversaciones empezaron a apagarse hasta cesar. La sala
se había quedado en un silencio casi total para cuando la reina y su campeona se
hicieron con unas tazas de té caliente y se sentaron a la mesa de la reina. Ephiny se
levantó de un salto del asiento de la reina en cuanto vio a Gabrielle entrar en el
edificio y se trasladó al otro extremo de la mesa. Cuando Gabrielle estuvo sentada,
Xena se movió a la izquierda de la reina y se quedó de pie en silencio detrás de
Eponin, reclamando este primer asiento a la izquierda como el correspondiente a la
campeona de la reina. Eponin se trasladó sin decir nada, incapaz de mirar a la
guerrera a los ojos.
Parecía que la aldea estaba esperando para ver qué iba a pasar en la mesa de 67
la reina antes de reanudar sus propias conversaciones. Ephiny, Eponin, Solari, Sartori
y Adia estaban sentadas inmóviles a la pequeña mesa. Fue Adia la que puso las
cosas en marcha. Nadie llegó a saber jamás si la sanadora decidió prescindir de toda
cautela y jugarse la vida o si simplemente era así de inocente con respecto a la
Princesa Guerrera.
Xena se quedó ahí sentada con una expresión de pasmo y asombro. De hecho,
todo el edificio contuvo el aliento mientras la Princesa Guerrera clavaba una mirada
gélida en la desconocida.
Entonces empezó. Gabrielle intentó fingir que estaba carraspeando, pero su risa
por lo bajo era inconfundible a oídos de Xena. La guerrera volvió despacio la cabeza
para intentar intimidar con la mirada a su compañera, pero no tuvo el menor efecto en
la joven. Los ojos de Gabrielle se encontraron con los de Xena y la reina subió la
mano rápidamente para tapar su sonrisa. Eponin fue la siguiente, al soltar un
resoplido mientras bebía. Solari no tardó en seguirla. Ephiny se esforzó todo lo
posible, pero ni siquiera mordiéndose el labio consiguió sofocar la risa. Sartori se
limitó a taparse la cara con las manos. Mientras, Adia mantenía su mirada inocente e
inexpresiva clavada en Xena. Para entonces, incluso Gabrielle se estaba riendo en
voz alta.
—¿Quién Tártaro eres tú? —preguntó Xena entre dientes, incapaz de pensar en
una forma airosa de salir de la situación.
Llegadas a este punto, a Eponin le dio tal ataque de risa que se cayó de la
banqueta, lo cual provocó las carcajadas incontrolables del resto de la mesa. Era risa
68
nerviosa, sin duda, pero Xena sólo tuvo que mirar bien a Gabrielle para darse cuenta
de que estaría dispuesta a dejar que el mundo entero se riera de ella con tal de ver
esa luz en los ojos de su bardo. Por Gabrielle, Xena estaba dispuesta a seguir el
juego.
—No te rías, Ep... —dijo Xena sin mirar a la guerrera—. ¡Mañana te toca a ti
luchar con ella!
—Sí, ¿pero escucháis alguna vez? —El tono de la guerrera estaba cargado de
frustración.
—Ep, ¿pero qué más da? —Gabrielle tiró un pergamino con rabia—. Aunque
Adia pudiera curar mis sueños, ¡Xena no piensa en mí de esa manera!
—¡Dime que no eres así de densa! Xena está tan enamorada de ti que su
cuerpo prácticamente lo grita cada vez que está cerca de ti.
—Sí, me quiere, pero no del modo que tú crees. Ahora soy como algo que
siente que debe proteger y cuidar —le contestó Gabrielle.
—¡Me estás volviendo loca con todo esto! ¿Por qué estáis Ephiny y tú tan
obsesionadas con mi vida amorosa... o la falta de ella? —Gabrielle se puso a dar
vueltas por la cabaña de la reina.
—Porque tiene que ser así. Está bien... vamos a enfocarlo con lógica, entonces.
Gabrielle, ¿alguna vez te ha hecho proposiciones alguna de las amazonas de la
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aldea? Ya sabes, ¿te han ofrecido un sitio acogedor para pasar la noche... la tarde, lo
que sea?
—Porque estoy enamorada... Oh, no... ¡ya veo por dónde vas!
—¿Es que tengo que ponerme de rodillas y rogarte que abras los ojos? 70
Gabrielle no pudo evitar echarse a reír cuando la amazona le cogió la mano,
llevándosela al pecho, y volvió a rogarle.
Por alguna razón, Gabrielle empezó a pensar que la situación no tenía muy
buena pinta. Tuvo que tirar dos veces para soltarse la mano del sólido apretón de
Eponin, mientras la guerrera seguía de rodillas, tragando con fuerza al ver un metro
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ochenta de Princesa Guerrera. Eponin juraría más tarde que Xena parece mucho
más grande cuando estás de rodillas.
Eponin lo intentó. Envió un clarísimo mensaje a su cerebro para que les dijera a
sus piernas que se movieran, pero lo único que pudo hacer fue mirar a Gabrielle y
71
decir débilmente:
—Ah, pues deja que te ayude —bufó Xena con una sonrisa fiera. Cruzó la
habitación, agarrando con una mano el cuello de la túnica de la guerrera, y sacó a
Eponin a rastras literalmente por la puerta. Con un brazo lanzó a la petrificada
guerrera al suelo por encima de la barandilla del porche.
Gabrielle corrió a interponerse entre las dos guerreras, colocando las manos en
los brazos de Xena. Eponin, para entonces, por fin había conseguido levantarse y
estaba retrocediendo.
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—Ep, en una situación como ésta sólo cabe hacer una cosa... ¡corre! —gritó
Gabrielle cuando se le escurrieron las manos de los brazos de Xena.
Ephiny era una de las testigos del pequeño espectáculo y no tenía ni idea de lo
que estaba ocurriendo.
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Gabrielle llevaba echada en la cama casi una marca cuando oyó el roce familiar
de unas botas en la puerta. Se detuvieron y se quedaron ahí un rato larguísimo hasta
que por fin se abrió la puerta y una guerrera de pelo negro atisbó dentro.
—No pasa nada... sólo ha sido un malentendido, seguro. —Gabrielle se frotó las
sienes. 73
—Supongo que ese dolor de cabeza te lo he causado yo, ¿eh? ¿Quieres que te
prepare algo para eso?
—Entonces creo que iré a darme un baño caliente —dijo Xena—. De verdad que
lo siento, Gabrielle... no sé qué me ha dado.
—Sí, supongo que es eso —contestó Xena, volviéndose antes de que Gabrielle
pudiera ver la verdad en sus ojos.
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—Tori me ha dicho que éste es uno de tus sitios preferidos. —Adia hizo un
gesto a Gabrielle para que se sentara. Habían ido al estanque donde Gabrielle
encontraba tanta paz—. El primer paso es ser completamente franca, Gabrielle. No
sólo conmigo, sino también contigo misma. Sé que me has contado lo esencial de tu
pesadilla, pero no te pido que me cuentes tus sueños... prefiero entrar en ellos y
verlos por mí misma —dijo la sanadora cogiéndole la mano a Gabrielle—. Pareces un
poco nerviosa.
—Supongo que lo estoy. Una cosa es contarle a alguien una pesadilla y omitir
las partes que te resultan demasiado embarazosas... o terribles para hablar de ellas,
y otra cosa es saber que hay alguien ahí observándote. —Gabrielle se frotó en la
falda con aprensión las palmas empapadas en sudor.
—No será tan malo como crees. Esta vez, cuando entres en el sueño, yo estaré
ahí, pero no tendrás que experimentarlo como una víctima. Quiero que te quedes
fuera de ti misma y lo observes conmigo. Cuando hagas esto las emociones que
74
sientas serán las que experimentes al ver a otra persona... ¿crees que puedes
hacerlo?
—Ahora quiero que te eches y concentres la mente en las nubes. Quiero que
pienses en la persona de tu sueño... piensa en Xena.
Era más fácil pensar en Xena sin que las violentas imágenes le inundaran la
mente cuando la guerrera no estaba en la misma habitación con ella. Gabrielle se
descubrió sonriendo. ¿Se ha puesto celosa Xena de verdad? ¿Por qué si no se iba a
poner furiosa con Eponin? ¡Por los dioses, Xena, cuánto te quiero!
Adia notó que Gabrielle empezaba a alejarse del reino mortal. Rápidamente,
antes de que la bardo pudiera ser reclamada por completo por Morfeo, la sanadora la
cogió suavemente de la mano y cerró los ojos. El sueño de Gabrielle había
empezado.
Xena se reclinó en una de las pozas más pequeñas de los baños, mientras el
vapor flotaba alrededor de su largo cuerpo estirado en la poza excavada. Casi no 75
puedo creer que haya hecho eso... y luego digo que a Gabrielle se le "fue" la cabeza.
¡¿En qué estaba pensando?!
Ya ni siquiera sé qué me pasa contigo, Gabrielle. Eres como una obsesión, pero
una obsesión que quiero tener para siempre. La más mínima cosa que haces me
resulta absolutamente cautivadora. Si consiguiera controlar mis hormonas cuando
estoy a tu lado, me conformaría con sólo abrazarte y simplemente disfrutar de estar
contigo durante el resto de nuestra vida. ¡Por los dioses, Gabrielle, cuánto te quiero!
Durante un rato, Adia se quedó tumbada en las rocas al lado de Gabrielle, con
las manos detrás de la cabeza. La sanadora miró a la reina dormida. Hacía tanto
tiempo que no dormía sin las pesadillas que Adia no tuvo valor de despertarla tan
pronto. Pero el problema iba a ser Xena. Si la guerrera soñaba realmente con
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Gabrielle, como decía Tori, era posible que no estuviera dispuesta a permitir que la
reina visitara sus sueños.
Gabrielle se estiró y se despertó con una sensación que no conocía desde hacía
mucho tiempo... contento. Se frotó los ojos adormilada, volviéndose a la sanadora.
Adia sonrió y tiró de Gabrielle hasta que las dos se quedaron sentadas cara a
cara.
—Me alegro de que no te haya resultado demasiado doloroso. Pero tengo que
advertirte ahora mismo de que esta noche es posible que experimentes unas
sensaciones más intensas a causa de esto. Parece que cuando prolongamos el dolor
de una pesadilla, más tarde se nos duplica. Sólo quería decirte que es temporal. 76
Gabrielle asintió ante lo que le decía la sanadora.
—No puedo dejar que Xena vea lo que hay en mis sueños... no sería justo, no
ha hecho nada para provocar esto. —La joven agachó la cabeza abatida. Casi lo
consigo—. Además, Xena nunca me dejaría ver sus pesadillas.
—No, por favor, Adia. Prométeme que no le dirás nada de esto. Yo hablaré con
ella.
—No, Gabrielle... ¡es como jugar con fuego! —Xena se paseaba por la
habitación que a la guerrera cada vez le parecía más pequeña a medida que pasaban
77
los segundos—. ¡No sabes lo que me estás pidiendo!
Xena no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Después de todo el dolor que
ya habían soportado las dos, los múltiples rodeos, las noches sin dormir... ¡después
de que casi acabara con la mandíbula rota! Ahora, los dioses lanzaban una ironía
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Llevaban hablando de este tema, aunque a cualquiera que pasara por allí le
sonaba más como una discusión, casi toda la tarde. Gabrielle se estaba cansando y
Xena estaba cada vez más nerviosa, sin dejar de dar vueltas. Si Xena permitía a
Gabrielle entrar en sus sueños, la bardo se enteraría de las imágenes de deseo que
asaltaban a Xena cuando cerraba los ojos. No habría modo de explicarlas de manera
convincente y Xena sabía que su amistad nunca volvería a ser la misma, siempre y
cuando la joven no la mandara a paseo para empezar.
—Lo siento, Gabrielle... no puedo —dijo Xena sin mirarla. La guerrera se volvió
y salió al cálido aire del atardecer.
Ya casi amanecía cuando Xena regresó a la cabaña que compartían las dos
mujeres. Gabrielle yacía lloriqueando en sueños y Xena se acercó y se dio cuenta de
que la joven estaba soñando. La guerrera se encogió cuando la bardo pegó un grito.
Encendiendo una vela, Xena observó el rostro de Gabrielle a la débil luz.
Normalmente su bardo apenas hacía ruido, tan acostumbrada estaba ya a las
pesadillas, pero esta noche la bardo se agitaba y gritaba como si el can tricéfalo del
Tártaro le estuviera mordiendo los talones. Xena no sabía si despertar a la joven,
pero al cabo de media marca de gritos torturados, la guerrera se sentía como si le
estuvieran arrancando el corazón del pecho.
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—Gabrielle —la llamó Xena una y otra vez, sin tocar a la bardo por miedo a
asustar a la joven.
—Dioses... —jadeó, mirando a Xena. Apartó los ojos, pero Xena ya estaba
acostumbrada a eso.
El carro de Apolo subió por el cielo, dejando detrás grandes estrías de rosa y
azul. Los árboles del bosque parecían negros, creando un severo contraste con el
vivo color del cielo matutino.
—Sí... una preciosidad —asintió Xena, que sólo veía a Gabrielle, inclinando el
cuello para ver la salida del sol reflejada en los ojos de la bardo.
Ahora que Xena estaba sentada frente a la franca sanadora, no sabía muy bien
qué decir. Llamar a su puerta al amanecer no había sido muy amable, pero cuando
Xena decidía emprender una acción, era imparable. Había hecho falta que viera a
Gabrielle esta mañana, así como el dolor que sufría la joven en silencio, para que
Xena se convenciera de que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por curar a su
bardo. Aunque eso supusiera perderla.
—Dime lo que tengo que hacer —pidió, clavando su clara mirada en Adia.
—¿Alguna vez consiguen dormir por su cuenta estas dos? —masculló Adia por
lo bajo. Como con Gabrielle, había dejado que la guerrera siguiera durmiendo
después de su sesión. ¡Creo que hasta me he sonrojado! reflexionó la alta sanadora,
repasando los sueños de Xena. Por Gea, ¿cuándo se van a enterar?
Xena había dicho que quería ocuparse de esto hoy mismo, que no quería que
Gabrielle sufriera una sola pesadilla más. De modo que, cuando Xena se despertó,
Adia acababa de preparar la potente mezcla de hierbas necesaria para su sesión en
81
el mundo de los sueños.
—¿Te serviría de algo si te dijera que he visto sueños más subidos de tono que
el tuyo? —Pero no muchos.
—¿De dónde te sacas las cosas que dices? —sonrió la guerrera algo
cohibida—. Es tarde. —Xena parecía de repente preocupada—. No le he dicho a
Gabrielle dónde iba.
—No, gracias. Bueno... —Xena se levantó—. ¿Cuándo tengo que volver con
Gabrielle?
Adia observó a la guerrera cuando ésta se alejaba. Gabrielle era una mujer
afortunada.
82
Las dos estaban sentadas en el suelo de la cabaña de la sanadora, rodeadas de
almohadones y pieles, bebiendo el té caliente que les había preparado Adia. La
sanadora les había dado todas las instrucciones posibles y había revelado a cada
mujer todo lo que se atrevió, antes de salir de la cabaña. Les explicó que volvería
cuando estuvieran dormidas.
—Esto sabe como el té que me haces cuando me duele tanto el ciclo —comentó
Gabrielle.
—¿Xena?
—¿Mmmm?
—Tengo miedo... Xena, quiero que sepas que pase lo que pase... veas lo que
veas... yo todavía... tienes que saber que... —dijo la bardo a trompicones.
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Gabrielle asintió despacio, dándose cuenta de que le costaba mantener los ojos
abiertos.
—Ven aquí... —dijo Xena, abriendo los brazos y sintiendo el calor familiar del
cuerpo de Gabrielle acomodándose contra ella cuando la bardo se acurrucó en los
brazos de la guerrera.
Xena notó que la respiración de Gabrielle se hacía más profunda y que sus
propios párpados pesaban como el plomo. Pasando los dedos por el pelo de la bardo
ya dormida, susurró:
—Debes saber una cosa, Gabrielle. Veas lo que veas, hago esto porque te
quiero.
83
Xena estaba en una tienda que le recordaba mucho a su época de señora de la
guerra. Cerca del centro de la tienda dos mujeres se retorcían en un jergón que
amenazaba con desplomarse en cualquier momento. Una guerrera totalmente vestida
había empezado a arrancar la ropa a la figura más menuda que tenía debajo.
—¡No, no es lo que quiere! —bufó Xena agarrando del pelo a la mujer que
estaba encima de su bardo y apartándola de la figura echada que estaba debajo.
—¡Ya sabes que si muere aquí dentro, muere ahí fuera! Eso no te lo han dicho,
¿verdad? —Su comentario iba dirigido a Gabrielle—. ¡Ven aquí! —ordenó la señora
de la guerra a Gabrielle.
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Gabrielle se acercó a las dos figuras, sujetando una manta para cubrirse el
cuerpo.
—¡Por favor! Por favor... no le hagas más daño —rogó Gabrielle entre 85
lágrimas—. No... no me resistiré. —La bardo agachó la cabeza, incapaz de mirar a
Xena a la cara.
—Te voy a decir una cosa... me has entretenido tanto, guerrera... que dejaré
que veas cómo me la follo. —La señora de la guerra terminó tirando de la cara de
Gabrielle hacia la suya, apoderándose de su boca con un beso brutal y mordiéndole
el labio inferior hasta que de la boca de la bardo brotó un hilillo de sangre.
Xena se arrastró con una lentitud angustiosa hasta situarse donde podía ver la
cara de Gabrielle. La bardo tenía el rostro bañado en lágrimas.
—Gabrielle... ésa no soy yo. Tú sabes que yo nunca te haría una cosa así... ésa
no soy yo. Yo nunca te tocaría de esa forma... ésa no soy yo. —Xena siguió
repitiendo las palabras una y otra vez, al tiempo que su voz se iba haciendo más
fuerte al repetir el mantra que revelaba la verdad de su corazón—. Ésa no soy yo...
ésa no soy yo... ésa no soy yo... ésa no soy yo... te quiero, Gabrielle.
86
La señora de la guerra Xena aulló de frustración al notar que se le empezaba a
escapar el control que tenía sobre el sueño de la bardo. Entonces la mente de
Gabrielle se llenó de los ecos de una furia vociferante cuando las mentiras de su
sueño quedaron dominadas por la verdad de su guerrera.
Argo dejó el camino antes de que Xena tuviera que tirar de las riendas.
—Tú también sabes que está cerca, ¿verdad, chica? —Xena desmontó y pasó
las riendas por encima de la cabeza del caballo, tirando de la yegua hacia el
campamento. Xena caminó más despacio al acercarse al campamento. Parecía
tranquilo, pero como era media mañana, supuso que Gabrielle acabaría de salir de su
petate. La guerrera se permitió una sonrisa, recordando las creativas formas que
había tenido que idear para despertar a la dormilona bardo. Probablemente está en
el río, pensó al entrar en el campamento.
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La joven bardo ardía en deseos de librarse de estos brutos. Tal vez podría salir
de ésta hablando.
—Sí... parece que les hemos enseñado —sonrió Xena, estrechando a la bardo
en un abrazo de oso—. Te he echado de menos, Gabrielle —le susurró a la bardo.
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La bardo sofocó una pequeña exclamación al tiempo que retrocedía entre las
sombras, incapaz de apartar los ojos de la visión del cuerpo de Xena, húmedo de
sudor y sonrojado de deseo.
Gabrielle se topó de espaldas con un árbol y levantó la cara hacia las estrellas,
apretando la coronilla contra la áspera corteza. Cerrando los ojos con fuerza, intentó
reprimir el dolor que empezaba a sentir en la boca del estómago. Era la misma
sensación que había tenido en el barco, rumbo a Ítaca, mientras yacía en su hamaca
escuchando los sonidos de Xena compartiendo su pasión con otra persona. Era como
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¿Por qué no podía ser yo, Xena? La mirada de Gabrielle se posó de nuevo en
las mujeres que yacían en las suaves sombras de la hoguera.
El siseo de una respiración advirtió a Xena de que las dos amantes no estaban
solas. Levantó la cabeza y miró fijamente las sombras negras que las rodeaban.
Sabía quién las estaba observando, invisible, desde las sombras. Era la mujer que
tenía en sus brazos. No ésta realmente. Esta mujer que respondía a todos sus 89
caprichos y deseos no era realmente su bardo. Igual que Gabrielle había creado a la
señora de la guerra Xena en su sueño, la guerrera había creado a la bardo con quien
compartía sus pasiones nocturnas. Ahora ya conoces todos mis secretos, ¿verdad,
Gabrielle? ¿Todavía me considerarás tu campeona cuando te despiertes?
—Sí, mi amor. —La bardo que yacía debajo de Xena tiró de la guerrera para
besarla con fuerza. Empujando a la guerrera hacia atrás, la bardo acabó encima del
cuerpo de la fornida mujer, trazando delicados círculos con los dedos alrededor de los
pezones doloridos de la guerrera. Por fin, la bardo permitió que sus dedos rozaran
suavemente las protuberancias erectas.
Xena sabía que debía detener esto. Percibía a Gabrielle mirándola desde las
sombras, pero aquí también estaba Gabrielle y Xena se sumergió en las sensaciones
físicas. La guerrera empezaba a sentir el calor de su sangre, a ahogarse en la
excitación, no sólo por la mujer que le hacía el amor, sino también por saber que la
auténtica Gabrielle estaba a pocos metros de distancia, incapaz de marcharse.
¡Por los dioses, Xena! ¿Soy yo... soy yo con quien sueñas llena de pasión? ¿Es
esto lo que deseas? ¿Soy yo lo que deseas?
90
—Te voy a tomar —dijo la gemela, mirando a la guerrera con los ojos verdes
llenos de un deseo ardiente.
Gabrielle se quedó allí, oculta y tapada por la oscuridad de los árboles mientras
la bardo onírica tomaba a la guerrera con toda la fuerza y dominio que la bardo
auténtica había tenido miedo de aplicar en sus propias fantasías. Gabrielle observó
atentamente la cara de Xena cuando el último orgasmo recorrió su cuerpo saciado.
La auténtica Gabrielle jamás olvidaría la expresión de éxtasis absoluto de su guerrera
en ese momento y trató de memorizarlo, como si pudiera grabarlo en su alma para
guardarlo para siempre.
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Eran los ojos del amor, ¿verdad, Xena? Oh, ¿pero por qué, amor mío, no me lo
has dicho nunca?
Por fin las hierbas de Adia empezaron a perder efecto y los sueños de las dos
mujeres terminaron. Sus cuerpos físicos siguieron durmiendo toda la noche sin soñar
nada, con la mente tranquila. La guerrera siguió sujetando a la bardo hasta que el
carro de Apolo volvió a subir por el cielo.
Será la cosa más difícil que hayáis hecho en toda vuestra vida y ninguna de las
dos será la misma después.
Xena llevaba un buen rato sentada mirando a Gabrielle. La bardo parecía tan
tranquila que Xena supo que su sueño debía de haberse curado. La joven, cuyas
91
pestañas oscuras se agitaban levemente, tenía las comisuras de los labios curvadas
en una ligera sonrisa. La guerrera se obligó a apartarse, preguntándose qué
explicaciones podría dar, qué podría decir para dar cuenta de sus actos ante
Gabrielle.
Gabrielle se despertó echada de lado, envuelta en una suave piel. No tuvo que
buscar mucho para encontrar a la guerrera. Xena estaba sentada cruzada de piernas
al lado de la bardo, mordiéndose distraída el labio y mirándose las manos cruzadas
sin fuerza en el regazo. La guerrera alzó los ojos cuando oyó a Gabrielle moverse.
La bardo se sintió atravesada por un dolor tan intenso que apenas pudo evitar
que se le notara. Casi lo consigo. Con todo, amaba a esta mujer con todo su corazón
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Gabrielle no podía hacer otra cosa más que aferrarse a Xena y rezar para
conseguir transmitir su mensaje a la guerrera. A pesar de todo, siempre podrían
contar la una con la otra. Te quiero, Xena, y aceptaré lo que puedas ofrecerme. Si es 92
sólo como amigas, que así sea.
capacidad de reprimir sus propios deseos y necesidades con tal de formar parte de la
vida de la otra.
—Sí, ya... cuando no miras, ¿sabes cómo te mira ella? Pues digamos que te
mira como si estuviera pensando en bastante más que una amistad, es lo único que
te digo.
Parecía que todos los días Ephiny encontraba la ocasión de comunicarle a Xena
lo excitante que era la bardo y la mujer tan absolutamente deseable que era. Ephiny
se daba cuenta de que empezaba a hacer mella en Xena y la regente disfrutaba con
ello.
Xena, por otro lado, se iba sintiendo cada vez más incómoda a medida que
transcurría la semana. ¿Es imaginación mía o las mujeres están empezando a mirar a
Gabrielle descaradamente? Xena había tenido un éxito relativo a la hora de reprimir 94
estos deseos después de que la bardo y ella superaran la curación de los sueños.
Ahora, le costaba estar al lado de Gabrielle sin estremecerse. Y en cuanto la bardo la
tocaba, simplemente se convertía en un charco de metro ochenta.
Las noches parecían ser lo peor. Ahora las dos compartían la misma cama,
como lo habían hecho en todas partes al viajar antes del ataque de Gabrielle. La
noche de su aventura en el mundo de los sueños Gabrielle le había pedido
suavemente a Xena que la abrazara durante la noche y la guerrera lo hizo muy
contenta. Si alguna de las dos quiso cambiar la situación después de eso, no lo
mencionó. Si Xena sentía que sus deseos estaban a punto de brotar a la superficie,
empleaba algunas de sus técnicas de meditación para ocultar esos sentimientos bien
hondo. Si esto era lo único que podía tener la guerrera, estaba dispuesta a disfrutar
del cariño y la amistad que le ofrecía la bardo. Aunque al llegar la mañana Gabrielle
estuviera usando casi todo el cuerpo de Xena como almohada. Si alguna vez la
guerrera había pensado que esto no era absolutamente maravilloso, ya no lo
recordaba.
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Por supuesto, ¡ahora era una agonía! Estaban en pleno verano y las noches
eran calurosas. Esto, junto con el calor que emanaba del cuerpo de Xena, tenía a la
guerrera casi sofocada. Para colmo, hacía dos noches Gabrielle se quejó de que
tenía demasiado calor y se acostó desnuda, echándose encima una mera sábana
para taparse. Lo único que pudo hacer Xena fue dormir encima de las sábanas con la
camisa puesta, rezando para morir mientras dormía. Ésa sería la única manera de
acabar de una vez por todas con su tortura.
Aunque apelar al aspecto físico de su relación era bastante fácil para poner a
Xena al límite, con Gabrielle hacía falta otra táctica. Ephiny sabía que Gabrielle era
95
joven, inexperta y una romántica incurable. Para que a su reina le entrara la calentura
por la Princesa Guerrera iba a necesitar jugar con las palabras. Mientras que Xena
probablemente saldría corriendo antes que actuar de acuerdo con sus sentimientos,
Ephiny tenía la sensación de que la bardo prometía más de lo que parecía y que si se
la empujaba lo suficiente, durante el tiempo suficiente, sería la que se lanzaría sobre
una guerrera muy desconcertada.
—Hoy has estado muy bien ahí fuera, mi reina —la halagó Ephiny.
—No mucho —dijo la regente—. Sobre todo los preparativos para la Fiesta de la
Cosecha, que es a finales de semana.
—Ah, sí... Estoy un poco nerviosa. Ya sabes, eso de presidir mi primera fiesta
como reina "oficial" —contestó Gabrielle nerviosa.
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—Lo harás muy bien, además es el tipo de fiesta donde no tienes que hacer
gran cosa. Pero sí que tienes que ir vestida de reina.
Ephiny sí que había pensado largo y tendido sobre lo siguiente durante bastante
tiempo. La verdad era que no veía la forma de evitarlo, de modo que decidió seguir
adelante y pedirle perdón a Gabrielle después por haber mentido. Ephiny trató de
poner cara de preocupación y angustia.
—Eph, tú has sufrido todos mis problemas conmigo... ¿para qué están las
amigas? ¿Qué es esto que no puedes decirle a nadie más? —preguntó Gabrielle muy
comprensiva.
—¿Por qué no se lo preguntas sin más? Nunca me has parecido tímida a ese
respecto. ¿Es alguien a quien conozco? —preguntó Gabrielle.
—Todavía no quiero decir quién es... hasta que sepa seguro lo que siente.
Podría gafarlo o algo y no quiero quedar como una idiota. Es que para mí es muy
especial, Gabrielle, y me gustaría saber si siente al menos algo por mí antes de
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quedar en ridículo. Tú eres la bardo... ¿qué se te ocurre que puedo hacer que sea
sutil y no me deje en evidencia demasiado pronto?
Ephiny juró a Artemisa que iría al templo y haría dos ofrendas al día si la
perdonaba por mentir a su Elegida con tal desvergüenza. Ephiny sabía que al ser
bardo y una romántica, a Gabrielle se le ocurrirían miles de formas delicadas de llegar
al corazón de una guerrera poco dispuesta.
Por supuesto, cuando más pensaba Gabrielle en el consejo que le había dado a
su amiga, más se preguntaba si funcionaría realmente. Lo que leía en los pergaminos
a veces era tan distinto de la vida real. Por supuesto, cuando Gabrielle pensaba en
poner en práctica su propio consejo con alguien, la única persona que se le ocurría
era cierta Princesa Guerrera. Esto hasta podría funcionar. Al menos veré la reacción
negativa y Ephiny puede decirme cómo ha funcionado con alguien que tiene interés
en ella.
—¡No! —dijo Xena con más fuerza de la que pretendía—. Quiero decir, no tiene
sentido que las dos acabemos oliendo a establo, ¿verdad? —Sonrió a la bardo antes
de salir prácticamente corriendo por la puerta.
Lo único que pudo hacer Gabrielle fue quedarse mirando la figura de Xena en
veloz retirada, preguntándose qué había pasado.
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Por supuesto, la regente sabía que Gabrielle pondría a prueba su teoría con
Xena. Al ser bardo, Gabrielle no podía evitar sumergirse por completo en la acción de
sus historias. La regente también sabía lo que ocurriría cuando la reina probase su
truquito con la guerrera... no quedó defraudada. Al día siguiente Gabrielle apenas
consiguió quitarse de encima los asuntos de la aldea antes de que Ephiny y ella se
pusieran a hablar.
Mientras Ephiny hablaba, los ojos de Gabrielle se iban poniendo cada vez más
redondos. 99
Y así empezó la semana. Cada día Gabrielle daba un consejo a Ephiny y cada
noche dejaba a su guerrera al borde de un ataque. Ephiny casi perdió los papeles por
completo cuando vio a Xena dirigiéndose de mal humor al campo de entrenamiento
una mañana antes del amanecer, con unas grandes ojeras. La noche antes había
sido cuando Gabrielle había propuesto medir la reacción de su posible compañera
ante el cuerpo desnudo de Ephiny en los baños. Como nada de lo que Gabrielle
decía conseguía atraer a Xena a los baños con ella, se le ocurrió lo de dormir
desnuda.
Gabrielle sonrió por dentro aquella noche al dar la espalda a Xena para dormir.
Empezaba a resultarle algo más que excitante lo de volver loca a Xena. La bardo,
para quien aquello ya no era un juego, estaba cada día más segura de que su
guerrera realmente sentía algo por ella. Lo que no conseguía entender era por qué
Xena no le decía nada. La bardo se puso la sábana por encima del hombro, fingiendo
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dormir, y consiguió dejarse al aire el trasero ante los ojos de Xena. Sonrió
ligeramente al oír el gemido de la guerrera.
—Supongo que depende de lo fuerte que sea nuestra amistad para empezar
—contestó la regente.
—Gabrielle, ¿sabías que para llegar a ser una gran dirigente tienes que poder
leer entre las líneas del pergamino? —dijo la regente.
—En cierto modo... pero se trata de algo más. Tú eres una gran negociadora,
¿te lo he dicho alguna vez? ¿Recuerdas esos tratados que hiciste con Terasia la
estación pasada? Me refiero a que ya de partida cuentas con unas cuantas ventajas.
Tu juventud y tu estatura tienden a crear en los demás una falsa sensación de
seguridad. No creen que una chica tan dulce y encantadora como tú pudiera intentar
jamás aprovecharse de ellos. Pero sobre todo... es porque pareces saber
exactamente cómo sacarles una concesión más sin que abandonen la mesa de 101
negociaciones. —Ephiny hizo una pausa para tomar un sorbo de su copa de vino—.
Gabrielle, tienes el don de poder leer a la gente en situaciones así. Cuando se trata
de personas que no conoces, pareces tener la capacidad innata de saber cuándo
intentan ocultarte algo. Y ese don podría convertirte en la reina que eres por derecho
de sucesión —terminó Ephiny, bebiéndose el resto del vino de un trago.
—Supongo que la campesina inocente que hay en mí no cree que mis amigos
pudieran mentirme —respondió Gabrielle con una sonrisa algo desalentada.
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—No todas las mentiras son malas. —Ephiny sonrió a la joven que había
llegado a ser tan importante para ella—. ¿Recuerdas cuando Eponin consiguió
aquellas horrendas botas rojas... y luego te preguntó qué te parecían?
—Bueno... es que parecía que le gustaban mucho... y... bueno... yo, eeeh... no
quería herir sus sentimientos...
—Vale, vale... ya entiendo lo que dices. A veces los amigos no te dicen toda la
verdad para no herir tus sentimientos.
—Hay todo tipo de razones, Gabrielle. Deseamos proteger a las personas que
queremos del dolor y el sufrimiento o tenemos un concepto erróneo del honor o
simplemente lo hacemos por amor.
102
Ephiny observó la cara de Gabrielle y se preguntó si la joven reina captaba la
idea de lo que realmente intentaba decir. La regente se esforzaba por no decir las
cosas a las claras, era mejor que la joven se diese cuenta de la verdad de lo que
decía por sí misma. Ojalá consiguiera que Gabrielle no sólo oyera lo que decía Xena,
sino que escuchara lo que le decía la guerrera.
—Sobre todo lo hacemos por amor, pero sea cual sea la razón por la que lo
hacemos, tendemos a quitarles a los demás su libertad de elección. No les damos
toda la información ni confiamos en que tomen sus propias decisiones. Eso es lo
injusto. Gabrielle, a veces lo que no te dice la gente es tan importante como lo que sí
te dice.
Bueno, hasta ahí me atrevo a llegar. Eres una chica lista, Gabrielle, deduce tú el
resto.
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Gabrielle había ido más temprano al templo para la parte ritual de la fiesta. La
joven tendría que hacer un sacrificio de agradecimiento a Artemisa y luego también a
Perséfone y a Deméter para dar las gracias por una buena cosecha. Un baño
ceremonial y luego a vestirse. Dioses... ¡por qué he tenido que pensar en eso!
103
Xena dejó los baños y regresó a su cabaña. Limpió y sacó brillo a su túnica de
cuero, sujetando el poco familiar manto a la armadura de los hombros. Más parecido
a una capa, era del mismo azul que los ojos de Xena con el borde blanco. El color
indicaba la posición de Xena como campeona de la reina.
¡Hace muchísimo calor para ir de cuero y con un manto! Se vistió con el atuendo
completo por Gabrielle. Ésta era la primera ceremonia oficial de su bardo como reina
y la joven se lo tomaba muy en serio.
—Gabrielle, es una tradición. Además, aquí somos todas mujeres —dijo Ephiny
con una sonrisa.
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Xena iba por su tercera copa de cerveza cuando los tambores anunciaron que
se acercaban la reina, su regente y la guardia real avanzando desde el templo de
Artemisa hasta el centro de la aldea. Gabrielle transportaría una llama, regalo de
Artemisa, prendería la hoguera y haría el primer brindis. Sería entonces cuando todo
el mundo se olvidaría de la cerveza por el legendario vino de las amazonas. Ni
siquiera Xena era capaz de resistir aquel vino. Dado que todavía faltaba un cuarto de
marca para que llegara el grupo de la reina, Eponin y Xena decidieron disfrutar de 104
otra cerveza.
Pensando que todavía tenían tiempo de tomar una copa rápida, las dos
guerreras cogieron una jarra llena y Xena se dispuso a llenar las copas.
Gabrielle iba al frente de la procesión con Ephiny a uno o dos pasos por detrás
de ella. Seis miembros de la guardia real rodeaban a las dos mujeres y las músicas
iban detrás. Todas las mujeres llevaban sus máscaras ceremoniales tradicionales,
pero Xena reconocería el cuerpo de Gabrielle en cualquier parte, especialmente
porque llevaba las dos últimas noches echándole buenas miradas. La joven reina
llevaba el pelo trenzado y apartado de la cara y sus mejores joyas de amazona le
adornaban el cuello y las muñecas, pero era la vestimenta, o más bien la falta de ella,
lo que estaba provocando ataques de corazón por toda la aldea. La falda de Gabrielle
consistía en nada más que dos larguísimos taparrabos, sujetos con tiras de cuero,
atadas a cada cadera. Los taparrabos de delante y detrás llegaban hasta el suelo y
eran de un bello cuero de color claro. La prenda interior no era más que una tira,
atada a cada cadera con el taparrabos, lo cual daba totalmente la impresión de que la
joven no llevaba nada debajo. La parte superior del atuendo de Gabrielle era poco
más que una banda ancha del mismo tipo de cuero que el taparrabos. Apenas le
tapaba los pechos y se ataba a la espalda, dejando poca cosa libre a la imaginación.
105
¡Ah, pero la imaginación de Xena funcionaba muy bien! Notó que le faltaba muy
poco para volver a convertirse en ese famoso charco. Entonces, por supuesto, se
puso a mirar a las demás mujeres que miraban a SU bardo.
Xena se dio cuenta de que le tocaba a ella, pero echó una mirada furibunda a
Eponin al dirigirse al punto donde se había detenido la procesión delante de la
hoguera. La guerrera cogió un arco y colocó una flecha. Inclinándose hacia Gabrielle,
vio los centelleantes ojos de esmeralda de la bardo detrás de la máscara de la reina.
Gabrielle prendió la flecha y Xena dejó que volara a la madera apilada ante ellas.
La guerrera apenas fue consciente del brindis que hizo la reina ni de ofrecerle el
brazo para llevar a Gabrielle a la plataforma donde tendría que estar sentada en su
trono, aceptando saludos por lo menos durante un rato antes de mezclarse con el
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resto de las amazonas. Sin embargo, volvió a ser sumamente consciente de lo que la
rodeaba cuando Gabrielle le puso la mano en el brazo. Al contrario que la última vez
que la guerrera la había conducido al comedor de esta manera, Gabrielle puso la
mano no en la muñequera de Xena, sino rodeándole la cálida piel de la parte superior
del brazo. Sí, un charco de metro ochenta.
Xena estaba que no veía el final de la velada, pero por fin llegó. La guerrera no
podía haberse sentido más orgullosa ni más enamorada de Gabrielle de lo que se
había sentido aquella noche, pero maldición, últimamente la bardo la traía loca.
Si Xena creía que sus problemas se habían terminado por esa noche, estaba
equivocada. Si en algo dependía de Gabrielle, los problemas de la guerrera estaban
empezando.
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—Deja que te ayude con eso. —Gabrielle apartó las manos de Xena y se puso a
quitarle la armadura a la guerrera. Los dedos de la bardo podrían haber realizado
muy deprisa la conocida tarea, pero decidió hacerlo despacio, apoyando los dedos de
vez en cuando en la túnica de cuero de Xena. Las caricias de Gabrielle eran
inocentes, pero advirtió el sonrojo que iba subiendo por el cuerpo bronceado de la
guerrera. Cuando la bardo alzó las manos, se apoyó en Xena para quitarle los
protectores superiores de los brazos. Gabrielle creyó detectar una débil exclamación
sofocada por parte de la guerrera cuando sus pechos se juntaron.
Lo cierto era que a Xena le estaba costando acordarse siquiera de respirar. Para
cuando Gabrielle terminó con su dulce seducción de los sentidos de la guerrera, Xena
sabía que si no mantenía cierta distancia entre la bardo y ella, se tiraría sobre la joven
allí mismo.
Gabrielle empezó a percibir que Xena se acercaba al límite y tan deprisa como
había empezado, la joven reina se dio la vuelta y empezó a quitarse su propia ropa, la
107
poca que llevaba. Para cuando el cerebro de Xena registró el hecho de que Gabrielle
se había apartado de ella, la bardo se había quitado el taparrabos y daba la espalda a
Xena.
—Xena, ¿me puedes desatar esto? No alcanzo el nudo. —La bardo señaló la
banda que le envolvía el busto.
Cayó.
A Xena casi se le salieron los ojos de las órbitas y retrocedió tan deprisa que se
chocó con la mesa. Gabrielle se volvió para ver lo que había pasado, hecha la
imagen misma de la inocencia... la inocencia desnuda, pensó Xena.
108
La guerrera había seguido retrocediendo hasta que tropezó con la silla más
cercana y se cayó.
—Creo que necesito aire... —Y con eso Xena salió huyendo de la cabaña.
Atenta a la presencia de centinelas, se metió la mano por debajo de las bragas ahora
empapadas, a través de los rizos húmedos y empezó a acariciarse. Apenas había
empezado a tocarse cuando tuvo un orgasmo, allí de pie contra el árbol.
109
Xena se acercó en silencio a la cabaña de la reina y vio a Gabrielle todavía
despierta. La joven estaba sentada a la mesa, bebiendo pensativa una copa de vino,
con una mirada distante en los ojos.
La guerrera continuó hacia los baños. Tal vez si se daba un baño bien largo,
Gabrielle estaría profundamente dormida cuando volviera.
hasta que Xena le reveló que estaba en el espeso jabón líquido que la guerrera
usaba para lavarse el pelo. Xena también le dijo a Gabrielle que la única razón de
que a la bardo le gustara tanto era porque le recordaba a comida. Xena sonrió
ligeramente al recordarlo.
Jamás llegaré a comprender del todo la luz que llevas dentro, pero doy las
gracias a cualquier dios que me esté escuchando por darme la oportunidad de formar
parte del viaje de tu vida, por el cariño que consigues demostrarme. No puedo vivir
sin ti, Gabrielle. Cueste lo que cueste, bardo mía, jamás cederé a mis deseos... jamás
echaré a perder lo que tenemos con la lujuria egoísta de mi cuerpo. 110
A la guerrera se le llenaron los ojos de lágrimas y las contuvo rápidamente. No
quería sentir tristeza por su decisión. Quería ser feliz y regocijarse en el cariño y el
afecto que su bardo era capaz de darle. Juró renunciar a parte de sus ásperos
modales de guerrera para asegurarse de que la felicidad de Gabrielle fuese siempre
lo primero. La guerrera no se daba cuenta de que, en el fondo de su corazón, ya
había empezado a hacer justamente eso.
La guerrera alzó la cabeza al instante, con los pelos de la nuca de punta. Ladeó
la cabeza ligeramente, tratando de percibir cualquier ruido revelador por parte del
intruso. ¿Ares? Últimamente estaba sospechosamente ausente. No, Xena conocía
demasiado bien la sensación de hormigueo que la recorría cuando estaba cerca el
dios de la guerra. Un dios sin duda, ¿pero quién? ¿Acaso importa?
sabiendo que rara vez hacían nada en el reino de los mortales que no fuese para su
propia diversión o satisfacción, estaba cumpliendo su promesa. Sabía que se hincaría
de rodillas y se postraría ante cualquier dios con tal de conservar en su vida a la
mujer que tenía al lado. Haría lo que fuera.
Afrodita alzó una mano y Artemisa notó que la energía aumentaba a su 111
alrededor.
—No interfiero... sólo estoy despertando a la Gabrielilla. ¡Esta chica tuya podría
dormir en plena invasión del Monte Olimpo por las hordas del Tártaro! —exclamó la
diosa del amor.
Gabrielle notó que las pequeñas llamas del deseo empezaban a arder despacio
por su cuerpo. Supo que ya no podía esperar más. Si Xena la deseaba de verdad y
simplemente estaba luchando contra el instinto de proteger a la bardo, Gabrielle no 112
tenía la menor intención de prolongar la situación ni un minuto más. Había visitado el
sueño de su guerrera. Sabía lo que quería Xena, aunque la guerrera no quisiera
reconocerlo, ni siquiera a sí misma.
Con ternura, Gabrielle alargó la mano y tocó la mejilla de Xena con dedos
suaves, echando a un lado los mechones húmedos de pelo negro que la guerrera
tenía pegados a la cara.
—No pasa nada. Sólo estoy un poco preocupada. ¿Estás segura de que estás
bien? —Gabrielle no dejaba de acariciarle la cara a la guerrera. Caricias tiernas pero
inocentes que no podían confundirse con ninguna otra cosa.
—Sí, estoy bien —dijo Xena, con la voz quebrada. Intentó hacer como que ese
fallo de la voz había sido en realidad un carraspeo. Las caricias de Gabrielle eran tan
suaves, tan encantadoramente inocentes, pero la guerrera se estaba poniendo
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—No sé por qué quieres que pare... ¿me estás protegiendo otra vez?
—Ephiny y yo tuvimos una charla muy interesante esta tarde. ¿Te la cuento?
—continuó Gabrielle.
Xena abrió los labios para hablar y se dio cuenta de que su voz sólo la iba a
traicionar. Atrapada en el hechizo de la voz de Gabrielle y sus exquisitas caricias, la
guerrera sólo pudo asentir con la cabeza.
—Estuvimos hablando de por qué las personas que nos quieren nos ocultan
cosas; por qué ocultan sus verdaderos sentimientos y emociones. Ephiny decía que
es porque intentan protegernos, por honor mal entendido... o por amor.
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Xena respiraba ahora con dificultad y el frescor del aire nocturno tenía poco que
ver con el pezón destapado que estaba totalmente erguido solicitando las caricias
ardientes de la bardo. Sus manos apretaban y soltaban la sábana mientras rogaba a
su cuerpo que luchara contra los efectos de las caricias de Gabrielle.
114
—Supongo que quiero saber cuál es tu razón, Xena —dijo Gabrielle, susurrando
el nombre de la guerrera—. ¿Qué me ocultas... y por qué? —terminó Gabrielle,
tocando ligeramente la parte superior del pecho expuesto de Xena, pero no más de lo
que habría podido hacerlo si la camisa no hubiera caído.
Xena bajó la cabeza, incapaz de seguir mirando los labios de Gabrielle al hablar
ni los centelleantes ojos verdes que soltaban chispas de algo que Xena nunca había
visto en ellos hasta ese momento.
—Oh, pero claro que sé lo que te estoy haciendo, amor mío... claro que lo sé
—dijo, recorriendo la oreja de Xena con la lengua, metiéndose el lóbulo en la oreja y
chupándolo delicadamente.
Gabrielle dijo las únicas palabras que sabía que harían seguir adelante a la
guerrera... las palabras que la Gabrielle onírica empleaba noche tras noche en los
sueños de la guerrera.
Xena rodeó con sus fuertes brazos la cintura de la bardo y tiró de la joven hacia
ella, juntando sus cuerpos estrechamente. Con un solo beso, la guerrera comunicó a
la joven reina la profundidad de su amor. Sus labios se apretaron en un encuentro de
carne suave contra carne suave, hasta que la pasión se llevó a las dos mujeres por
delante en una inmensa ola. La lengua de Xena pasó a través de unos labios abiertos
apresuradamente para ella, sintiendo que el intenso calor de Gabrielle subía tan
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Moviendo los labios para capturar los de Xena, la bardo metió la lengua por
entre los labios de la guerrera, moviendo el músculo invasor al ritmo de los tirones de
los doloridos pezones de la guerrera.
117
Xena tuvo que apartar la boca de la bardo, pero Gabrielle no cesó su ataque
sobre el pecho de la guerrera. Los ojos devoradores de la bardo observaron mientras
Xena se pasaba la lengua por los labios y luego los abría, aspirando el aire que tanto
necesitaban sus pulmones, jadeando.
Xena sintió que el tirón húmedo de su pezón le bajaba directo al centro y sus 118
caderas empezaron a empujar contra el muslo de la bardo. La guerrera se dio cuenta
rápidamente de que cada vez que comunicaba su placer con un gemido, se veía
recompensada con una succión más fuerte de su pezón, ya hinchado. Los ruidos
procedentes de la guerrera no tardaron en ser constantes.
Una vez más, Gabrielle capturó los labios de la guerrera en un beso lleno de
fuego seductor.
—Dime lo que quieres, Xena... lo sé, lo vi en tus sueños... ahora quiero que me
lo digas —susurró Gabrielle seductoramente.
Xena apenas podía respirar y mucho menos hablar. Debería haber sabido que
Gabrielle sería una amante así, pero por apasionadamente que viviera la joven su
vida, sólo era una fracción de la pasión que aplicaba al hacer el amor.
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Xena soltó un gemido largo y fuerte llena de frustración cuando la bardo apartó 119
bruscamente la mano, acercándose de nuevo para susurrar al oído de la guerrera.
—Tú sabes lo que quiero... y sabes que tú también lo quieres. Dímelo, Xena...
quiero oírte decirlo.
Xena tiró de Gabrielle hasta que pudo mirar a la joven a los ojos y capturó sus
labios con un beso demoledor que casi acabó con la decisión de la joven de seducir a
la guerrera. Gabrielle nunca había sabido que se pudiera transmitir tanto amor y
cariño con un solo beso.
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—Enséñame, amor mío... —dijo Gabrielle sin aliento, apretando el sexo de Xena
con la mano.
La guerrera bajó la mano por su propio cuerpo, colocándola sobre la mano más
pequeña de Gabrielle. Envolviendo los dedos de la bardo con los suyos, deslizó las
manos de las dos por su humedad, guiando la de la bardo hacia su abertura. Movió el
pulgar de Gabrielle sobre la protuberancia de carne hinchada, gritando por el placer
de las caricias. Xena levantó ligeramente las caderas y Gabrielle notó que se
deslizaba dentro de la guerrera.
Xena miró a la bardo, esperando ver disgusto o asco en sus ojos. En cambio,
los ojos de la joven ardían de necesidad contenida y un deseo todavía insatisfecho. A
Xena se le cortó la respiración cuando de un solo movimiento, Gabrielle hundió tres
dedos en la abertura de Xena. Ésta abrió las rodillas y con un pie todavía firmemente
plantado en el suelo, empujó hacia arriba para encontrarse con las embestidas de la
mano de Gabrielle.
120
—¿Así? —susurró Gabrielle, con una sonrisa cómplice.
—Sí... así... justo ahí... Oh, dioses, Gabrielle. —Xena perdió entonces la voz y
renunció a hablar, pues los únicos sonidos que parecía capaz de hacer eran
lánguidos gemidos de puro placer.
caderas de Xena seguían empujando cada vez con más fuerza contra la mano de
Gabrielle y el cuerpo entero de la guerrera empezaba a temblar sin control. Se le
pusieron los ojos en blanco justo antes de cerrar los párpados con fuerza.
—Xena, mírame —consiguió jadear Gabrielle, cuyo propio cuerpo rogaba llegar
al orgasmo.
—No quiero que te rindas a mí... quiero que te rindas por mí. No a mi voluntad,
amor mío... ríndete a mi amor —dijo la bardo con la voz ronca por su propio deseo—.
Te amo, Xena...
El efecto fue inmediato, pues Xena atrapó los labios de la bardo con los suyos
en un beso lleno de toda la libertad que sentía la guerrera al rendirse al amor de
Gabrielle. El fuego que la guerrera sentía en el vientre no tardó en comunicarse a la
bardo a través de ese beso. La guerrera empezó a emitir un rugido de puro placer
desde lo hondo del pecho. Se sentía a punto de saltar del precipicio y el fuego líquido
salía a borbotones de su sexo, cubriendo la mano imparable de la bardo.
—Gab... rielle... —jadeó Xena y un pequeño gemido fue el único sonido que
emitió la guerrera para comunicar a la bardo su inminente orgasmo.
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Gabrielle quería mucho más. La bardo había empezado a notar que su propio
cuerpo se consumía en el calor intenso del cercano orgasmo de Xena, sentía que
estaba ardiendo, que las llamas cubrían su cuerpo húmedo de sudor.
Solari se dio cuenta de que Eponin no estaba muy en forma, de modo que se
ofreció amablemente a hacer un intercambio con la guerrera. Solari se ocuparía de la 123
vigilancia en los árboles en las afueras de la aldea, mientras Eponin se unía a los dos
miembros de la guardia real en la cómoda tarea de vigilar la cabaña de la reina.
Eponin dio las gracias a su amiga, dejándola con la promesa de que le debía una, y
pensó para sus adentros... ¿qué dificultad puede haber?
Iba a ser tarea fácil, sin duda, y Eponin ya estaba planeando cómo echar una
siestecita, dejando las cosas a cargo de las jóvenes pero capaces guardias reales. Se
encontró con la pareja un poco más lejos de la cabaña de la reina de lo habitual y se
preguntó de qué podían haber estado hablando las dos jóvenes, al verlas tan
ruborizadas. Fue entonces cuando lo oyó.
Fue un grito terrorífico que le puso de punta los pelos de la nuca y los brazos.
En el campo de batalla ni se habría inmutado, pero esto salía de la cabaña de la
reina. Puede que Eponin fuera un poco densa en ocasiones, pero era una guerrera
hasta la médula y además buena. Sin plantearse su propia seguridad, corrió hacia la
puerta de la cabaña de la reina.
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Las dos guardias reales se habían quedado tan atónitas por los gritos que salían
de la cabaña de su reina como la guerrera de más edad, pero tenían una ventaja. En
lugar de salir a la carga detrás de Eponin, se pusieron aún más coloradas. Pensaron
en poner al tanto de todo a la guerrera, pero a las integrantes de la guardia real les
gusta mantener las distancias y estas dos reconocieron de inmediato la posibilidad de
bajarle un poco los humos a una guerrera.
Eponin se lanzó hacia la cabaña, subiendo los seis escalones de dos saltos.
Sacó la espada al tiempo que abría la puerta de una patada, preparada para
cualquier cosa.
Para las dos amantes apenas habían pasado unos segundos, Gabrielle aún
yacía en los brazos de una guerrera totalmente satisfecha y ambas mujeres seguían
jadeando cuando la puerta de su cabaña se abrió de una patada. Xena se maldijo por
su desliz mental: sus armas seguían en la mesa. La guerrera rodó hasta colocar a 124
Gabrielle debajo de ella para proteger a la joven de su atacante.
Fue entonces cuando dio la impresión de que todas las cosas y todo el mundo
empezaban a moverse a cámara lenta.
Las dos mujeres que estaban dentro de la cabaña se dieron cuenta de que la
intrusa era Eponin dos o tres segundos antes de que la guerrera pudiera asimilar lo
que pasaba.
Ahora bien, Eponin había jurado, durante el anterior incidente con Xena, que un
metro ochenta de Princesa Guerrera que se te venía encima parecía mucho más
grande si estabas de rodillas. No tardó en descubrir que iba a tener que corregir dicha
afirmación. Un metro ochenta de Princesa Guerrera desnuda parecía una cosa
inmensa.
—Oh, no la voy a matar —empezó Xena—. ¡Sólo le voy a hacer mucho daño!
—bufó.
Eponin también daría fe más tarde de que vio unos hilillos de humo saliendo de
las orejas de la guerrera. Mirando a Gabrielle, dijo débilmente:
—Si alguna vez consigo levantarme... vosotras dos estáis muertas —dijo la
guerrera terminantemente.
La risa cesó de inmediato y las dos mujeres tragaron con fuerza, mirándose la
una a la otra.
—Le vas a romper la espalda como sigas tirándola así desde el porche —dijo
Gabrielle, secándose las lágrimas de risa de los ojos.
Xena disfrutó del rubor que encendió las mejillas de Gabrielle. La guerrera se
apoyó con una rodilla en la cama, sosteniéndose con un fuerte brazo al tiempo que
tiraba de la sábana que cubría a Gabrielle.
Echó su cuerpo cuan largo era al lado de su bardo y pasó una mano por el
cuerpo entero de Gabrielle, deteniéndose para acariciar con dulzura la cara de la
bardo. Gabrielle apoyó la cara en la mano, volviendo la cabeza para depositar un
beso en la palma de la guerrera, encallecida por la espada.
—¿Por dónde íbamos...? —sonrió Xena, bajando para capturar los labios de la
bardo.
Gabrielle jamás había pensado que las caricias de Xena pudieran ser tan
tiernas. La joven gimió en la boca de Xena por la dulzura del beso, que pareció durar 127
para siempre.
—¿Te gustan mis besos, amor mío? —preguntó la guerrera, moviendo los labios
por la mandíbula de la joven, bajando por el cuello y subiendo de nuevo hasta la
oreja, donde chupó el lóbulo de la bardo—. ¿Mis caricias? —Cogió la parte inferior
del pecho de la bardo y acarició el pezón con el pulgar, haciendo que la carne se
endureciera por la caricia.
—Mmmm... ¿sin habla, bardo mía? —susurró Xena, sin dejar de besar y
acariciar a la joven que estaba a su lado—. Has sometido mi cuerpo a una tortura tan
exquisita que he pensado que me corresponde devolverte el cumplido. Ah, y va a ser
una tortura deliciosa, Gabrielle.
Xena pasó a acariciar con la nariz el cuello de la bardo, empleando los labios, la
lengua y los dientes para bajar por el cuello de la mujer. La guerrera sonrió ante la
velocidad del pulso acelerado que encontró allí. Gabrielle soltó una exclamación
sofocada cuando Xena se metió la carne en la boca y se puso a succionar largo rato
y con fuerza.
Xena empleó la rodilla para separar suavemente las piernas de Gabrielle y puso
el muslo contra la cálida humedad.
Xena descubrió que su pasión alcanzaba nuevas cotas y fue incapaz de evitar
que su propia humedad empezara a empapar la pierna de la bardo. Apretó el centro
de la bardo con el muslo, provocando una exclamación de placer, notando que
Gabrielle empezaba a mover las caderas contra el muslo de la guerrera.
Xena no daba crédito a lo sensible que era la bardo. Tocara donde tocase a la
joven, de la garganta de Gabrielle salía un sonido y cada gemido y exclamación
sofocada de la bardo hacían que del sexo excitado de la guerrera manase un torrente
de humedad.
Xena fue bajando despacio, deslizando la boca y la lengua por los firmes
músculos del estómago de la bardo, y Gabrielle abrió más las piernas cuando la 129
guerrera colocó los hombros entre ellas. Aspirando profundamente, a Xena se le hizo
la boca agua al oler la pasión de Gabrielle y luego pasó jugando la lengua por el
interior de los muslos de Gabrielle. El cuerpo de Xena se estremeció con una
expectación deliciosa al pensar en saborear la dulce humedad de la bardo.
Haciendo un alarde de seducción pura, la guerrera deslizó los dedos entre los
pliegues empapados de la bardo.
Xena clavó la mirada en Gabrielle y la joven observó con los ojos entornados
mientras las guerrera apartaba los dedos de Gabrielle y se los llevaba a la boca,
quitándose de la mano a lametones los jugos de la bardo.
—Sé lo que necesitas, cariño... —ronroneó Xena y Gabrielle pensó que había
muerto y estaba en los Campos Elíseos sólo de oír aquella voz.
Xena deslizó las manos bajo las caderas de la bardo, tirando de ella hasta
acercarla a la boca impaciente de la guerrera. Pasó la lengua por todo el sexo de la
bardo, notando que el cuerpo de Gabrielle se estremecía como respuesta. La bardo
abrió aún más las piernas, animando a la guerrera, cuando Xena hundió la lengua en
la dulzura de la bardo. Xena dejó que su lengua vagara y explorara a su amante,
deleitándose en los gemidos de placer que emitía su bardo. Se regodeó en las
texturas y el sabor de su joven amante, notando que las caderas de Gabrielle
empezaban a empujar contra su lengua.
—Oh, dioses, Xena... por favor... por favor, no pares —exclamó Gabrielle,
levantando las caderas de la cama, empujando con más fuerza contra la lengua y los
dedos que le prometían el orgasmo.
Gabrielle gritó el nombre de su amante una y otra vez cuando las oleadas del
orgasmo la atravesaron, contrayéndose sobre los dedos de la guerrera que tenía
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Cuando Gabrielle se quedó saciada, Xena subió despacio y la besó con ternura,
estrechando a la joven entre sus fuertes brazos. La bardo se acurrucó contra el cuello
de Xena, incapaz de hablar.
—No lo sé, amor... nunca he tenido esta experiencia hasta ahora. He tenido
muchos amantes, Gabrielle —dijo Xena con tono serio, respondiendo a la expresión
131
desconcertada de su amante—. Incluso con los que creía amar... Marcus, Hércules...
no creo que como señora de la guerra supiera lo que era el amor. No creo que
entonces fuera capaz de amar. He tenido que volver a aprender este tipo de
emociones y creo que empecé a hacerlo el día que entraste en mi vida.
—Lo siento, Gabrielle. Siento no decir siempre las cosas que necesitas oír y no
ser siempre la clase de persona que te gustaría que fuese. Puede que no siempre lo
consiga, pero te prometo que voy a hacer todo lo que pueda para no decepcionarte ni
avergonzarte.
Gabrielle nunca había oído a Xena hablar tan abiertamente de sus sentimientos
y la joven bardo estaba algo anonadada.
Xena se volvió para mirar a Gabrielle, estrechándola más entre sus brazos y
apretando más a la bardo contra ella. Xena besó a Gabrielle en la frente y rozó con
los labios sus mejillas llenas de lágrimas. 132
—Con todo mi corazón, amor mío... con todo mi corazón. —Xena se echó hacia
atrás para mirar a Gabrielle a la cara, acariciándosela tiernamente con el dorso de los
dedos—. Pero te mereces algo mejor, mi amor. Lo sé... —Xena puso un dedo sobre
los labios de la bardo para acallar lo que sabía que iba a venir—. Eres una mujer
adulta y eres libre de amar a quien quieras. Me has hecho tuya y mi corazón no
podría ser más feliz, pero te aseguro que no consigo imaginarme qué ves en una
vieja guerrera quemada como yo.
—Oh, Xena... ojalá te vieras a través de mis ojos —dijo Gabrielle antes de pasar
una mano por el cuello de Xena y besarla más concienzudamente de lo que la
guerrera había sido besada en su vida—. Eres tan bella y te quiero tanto. Te quiero
entera, Xena... la mujer, la guerrera, la luz y la oscuridad y todo lo que hay entre
medias —dijo entre beso y beso.
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Fue el turno de las lágrimas de Xena y aunque la guerrera rara vez permitía que
nadie la viera llorar, disfrutó de esta liberación agridulce y se deleitó en la sensación
de ser abrazada, mientras los dedos de Gabrielle le acariciaban suavemente el pelo.
—¿Gabrielle...?
—Esta semana... todas esas cosas que estabas haciendo, o sea, cuando...
Gabrielle, ¿me estabas seduciendo? —preguntó Xena.
—Mmm... ¿sí?
133
—¿Estás preguntándomelo o estás diciéndomelo? —Xena también estaba
ahora totalmente despierta.
—Mi amor, eres una provocadora —dijo Xena enarcando una ceja dirigida a la
mujer que tenía debajo.
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—Ga-bri-elle... —dijo Xena despacio—. ¿Sabes lo que les hacen los guerreros a
las mujeres que los provocan... incluso a las que aman con todo su corazón? —Xena
pronunció las palabras despacio, envolviendo a la joven entre sus brazos y
olisqueando el cuello de la bardo, mordisqueándole la carne suave.
FIN