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** SERIE LA REINA #1 **

LLEGAR A SER
REINA

LJ Maas
SINOPSIS

En esta primera historia, un ataque brutal deja a Xena y Gabrielle para


recuperarse en la villa Amazona, mientras sus paisajes oníricos ocultan amenazas
que podrían destruir a la Guerrera y la Bardo.
Descargos de la autora:

Descargo: Xena, Gabrielle, Argo, etc. son propiedad protegida por derechos de autor
de MCA/Universal y Renaissance Pictures. Yo no soy su dueña, sólo juego con ellas
un poco y, como una niña buena, las devuelvo a su sitio cuando termino... vale, se
desgastan un poco, pero oye... ¡juego duro! No se ha pretendido infracción alguna de
los derechos de autor al escribir esta obra de ficción. Se ha creado como halago a los
creadores y los actores de los personajes. Todos los demás personajes que aparecen
son propiedad de artist@busprod.com. Esta historia no se puede vender ni usar en
modo alguno para obtener beneficio económico (a menos, claro está, que Lucy,
Renee, Rob y demás quieran hacer mi sueño realidad y me contraten, ¡ja!). Se
pueden hacer copias sólo para uso privado y agradecería que incluyerais todos los
avisos de derechos de autor y esta renuncia.

Aviso de violencia: En esta historia hay cierta violencia (venga, que se trata de la
Princesa Guerrera) y las consecuencias de un ataque sexual. Es sobre todo una
historia tipo dolor/consuelo/anhelo, pero si esta clase de cosas os hace sufrir, pasad a
otra más suave.

Sexo: ¡Sí, lo hay! A fin de cuentas, se trata de Xena y Gabrielle. No es gratuito, pero
sí es explícito cuando ocurre. Esta historia muestra amor/sexo consentido entre dos
mujeres adultas. Consideraos advertidos si esto os resulta ofensivo. Si sois unos
románticos incurables... ¡esto es lo vuestro!

Minoría de edad: Eh, que el Tribunal Supremo dijo en Reno contra la Unión
Americana de Libertades Civiles (1997) que las leyes que impiden poner a
disposición de las personas menores de 18 años ciertos materiales "indecentes" a
través de la red eran inconstitucionales... ¡consultadlo! Además, esto es
absolutamente "decente". :-)
Sólo sé lo que otros piensan de mis historias por sus comentarios. Hacedme saber lo
que os parece... sin embargo, los homófobos pueden abstenerse. Estoy en:
ljmaas@yahoo.com

Título original: To Become a Queen. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002


LLEGAR A SER REINA de LJ MAAS TRADUCTORA: ATALÍA

LLEGAR A SER REINA


To Become a Queen
LJ MAAS

La guerrera tiró de las riendas de la yegua dorada, para hacer que avanzara
más despacio. Xena estaba lo bastante cerca del campamento donde había dejado a
Gabrielle como para relajarse un poco. Xena volvía de una aldea donde la guerrera
había tenido la necesidad de convencer a unos cuantos gamberros locales de que lo
que más les convenía era marcharse. No había hecho falta mucha cosa para
convencerlos. Vosotros no atacáis esta aldea y yo no tendré que mataros a todos. 6
¿Por qué había tenido tanta prisa por volver? Una vez más, reflexionó sobre
esta pregunta, mientras el ruido rítmico de los cascos de Argo hacía que su mente se
volviera introspectiva.

Había tenido que dejar atrás a Gabrielle para este viaje, cosa que provocó el
descontento de la bardo. Por supuesto, descontento era un eufemismo. Xena tardó
medio día en convencerla de que la pequeña aldea que solicitaba ayuda estaba a un
día de dura cabalgata hacia el sur. Si las dos iban encima de Argo, tardarían el doble
y llegarían demasiado tarde para ayudar a los aldeanos. Cuando Gabrielle se dio
cuenta de que esto era cierto, se sintió decepcionada, pero lo comprendió.

Gabrielle se quedó en silencio a un lado mientras Xena ensillaba a Argo,


dándose la vuelta antes de que Xena la viera enjugarse las lágrimas silenciosas.
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Si supiera cómo me siento al dejarla atrás, pensó Xena al tiempo que


agarraba las riendas de Argo. Por supuesto, como nunca expresaba sus sentimientos
claramente, se puso la máscara de guerrera y pasó a dar instrucciones a la bardo.

—Recuerda, si llueve procura que no te pille demasiado cerca del río... deberías
tener suficiente leña... tienes bastante comida, ¿no?... no duermas tan
profundamente que te olvides de dónde estás... Gabrielle... ¿me estás escuchando?

—Xena —dijo Gabrielle, colocando las manos en los brazos de la mujer más
alta—, ya he hecho esto antes, ¿recuerdas?

Xena sonrió por su excesivo afán protector cuando se trataba de Gabrielle.

—Lo sé, Gabrielle... lo siento, pero ¿no preferirías quedarte en la posada de


Pelios hasta que vuelva? Me sentiría mucho más a gusto si estuvieras allí en lugar de
en medio de la nada a leguas de distancia de cualquier parte.
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Gabrielle hizo su mejor imitación de la ceja enarcada de la Princesa Guerrera.

—Justo... estaría mucho mejor en la posada de un pueblo llena de soldados y


borrachos... ¡no, gracias! Aquí me siento más segura.

Volvió a hacerse la pregunta en silencio. ¿Por qué había tenido tanta prisa por
volver? Conocía la respuesta, pero últimamente su corazón y su cabeza tiraban en
direcciones opuestas. La respuesta era sencilla. Gabrielle...

¿Cuándo has cambiado, Gabrielle? ¿Cuándo se convirtió en mujer la chiquilla


campesina de Potedaia? No sólo en mujer, pensó la guerrera, sino en una mujer muy
deseable. No eran sólo los cambios físicos de Gabrielle los que ablandaban la mirada
de la guerrera. En algún momento de los últimos años, Gabrielle había pasado de ser
una chiquilla tímida y candorosa a convertirse en una mujer bella, inteligente y
compasiva. ¿Cómo no me he dado cuenta? ¿Cuándo has cambiado, Gabrielle? Y lo
que es más importante... ¿cuándo has cambiado tú, guerrera?
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Xena era totalmente capaz de inspeccionar sus propios motivos y temores del
mismo modo que era capaz de aplicar ese intenso escrutinio a otras personas. Puede
que no siempre le gustara lo que veía en sí misma, pero tampoco se escondía jamás
de sí misma. Una cosa que era incapaz de hacer era mentirse a sí misma. Ahora,
montada en su caballo, sumida en sus pensamientos, pudo responder a su propia
pregunta, pero esa respuesta no sirvió para tranquilizarla. Gabrielle era lo que la
azuzaba a llegar al campamento donde había dejado a la joven hacía tres días.

—¡Por Gea, no es posible que me esté pasando esto! —bufó entre dientes.
¿Cómo puedo estar enamorada de mi mejor amiga? Ya... por fin había puesto en
palabras la idea que llevaba tantas lunas atormentándola día y noche. Últimamente
parecía buscar cualquier tipo de excusa para tocar a Gabrielle. Una mano colocada
suavemente en el codo, los dedos que rozaban los de la otra al caminar. Inocentes
contactos físicos que le dejaban el estómago haciendo acrobacias. Últimamente sus
días habían estado llenos de miradas furtivas a la hermosa y joven bardo... su bardo,
mientras que sus noches se consumían en una pasión más fuerte. Sus sueños 8
estaban poblados de visiones de penetrantes ojos verdes llenos de deseo. Además,
en sus sueños, las pasiones de la bardo sólo podían ser saciadas por su guerrera.

Cada noche que se hundía en el reino de Morfeo, sus sueños se hacían más
vívidos. La escena nunca era la misma, pero la intensidad sí. Una noche hacían el
amor despacio y apasionadamente, a la noche siguiente se abalanzaban la una sobre
la otra con un frenesí lascivo. Siempre empezaba igual. Xena contenía sus pasiones
hasta el punto de sentir agotamiento físico, pues no quería que Gabrielle descubriera
que quería algo más que amistad, con un miedo desesperado de que su joven amiga
se sintiera asqueada por el afecto de la guerrera y, aún peor, que la dejara si lo sabía.
Luego llegaba el momento en que Xena ya no podía seguir controlando sus
emociones y un beso inocente duraba más de lo que exigía su sentido común.
Siempre era Xena la que apartaba los labios horrorizada por sus propias acciones,
mirando las verdes profundidades de los ojos de Gabrielle en busca de perdón.

Y siempre era Gabrielle la que susurraba:


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—Por favor, Xena... no... no pares.

Xena sacudió la cabeza como para disipar la imagen de esos ojos verdes
delante de ella. Oh, Gabrielle... ¿llegará algún día en que pueda decírtelo?

—No —musitó silenciosamente. Su amistad significa ya demasiado para mí... no


puedo perder eso. Ella es lo que hace que la Luz siga encendida dentro de mí.
Además, aunque sea reina de las amazonas, no creo que Gabrielle se dé cuenta
siquiera de que las mujeres pueden amarse así. Guárdatelo, guerrera. Al menos de
esta forma puedo tenerla cerca, aunque no sea todo lo que me gustaría que fuese.
Vivir sumida en sus pasiones no correspondidas por su bardo tendría que bastarle.

Argo dejó el camino antes de que Xena tuviera que tirar de las riendas.

—Tú también sabes que está cerca, ¿verdad, chica? —Xena desmontó y pasó
las riendas por encima de la cabeza del caballo, tirando de la yegua hacia el
campamento. Xena caminó más despacio al acercarse al campamento. Parecía 9
tranquilo, pero como era media mañana, supuso que Gabrielle acabaría de salir de su
petate. La guerrera se permitió una sonrisa, recordando las creativas formas que
había tenido que idear para despertar a la dormilona bardo. Probablemente está en el
río, pensó al entrar en el campamento.

Xena se detuvo y se quedó inmóvil al tiempo que los pelos de la nuca se le


ponían de punta. El zurrón de Gabrielle estaba tirado y abierto, con los pergaminos
esparcidos por el campamento, y los restos carbonizados de un pescado colgaban de
un asador encima de la fogata ahora apagada.

—¿Ga-bri-elle...? —dijo despacio Xena al arrodillarse junto a lo que quedaba del


fuego y tocar las piedras frías. Sus ojos registraron el campamento y un
estremecimiento de miedo le recorrió el cuerpo—. ¡Gabrielle! —gritó al tiempo que se
levantaba, alargando la mano por encima del hombro y sacando la espada, girando el
cuerpo para observar el bosque. Sus ojos detectaron la vara de la bardo tirada en el
suelo, con un extremo manchado de sangre seca. El miedo fue sustituido por una
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emoción nueva para la guerrera: terror. Volvió a recorrer el campamento y se dirigió al


río, a largas zancadas que devoraban la distancia que había entre medias. Gabrielle
no aparecía.

Argo relinchó y pateó el suelo nerviosa desde un altozano que había justo
pasado el campamento, y los movimientos de la yegua atrajeron a Xena hasta ese
sitio, pero al llegar a lo alto del montículo no estaba preparada para lo que la
esperaba. Con un grito desgarrador cayó de rodillas, golpeada por la incomprensión,
y la furia la llenó hasta el último resquicio de su ser. Apoyó rápidamente los dedos en
el cuello de la bardo inconsciente y sintió que su propio cuerpo temblaba al palpar el
débil rastro de un pulso. La cara de Gabrielle era una masa de contusiones y tenía el
brazo derecho torcido en un ángulo raro. Xena supo antes de tocar la extremidad que
estaba rota. Le habían cortado los cordones del corpiño y tenía la corta falda de
amazona subida hasta la cintura y la parte interna de los muslos manchada de sangre
seca.
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—Oh, Gabrielle —gimió Xena. No había palabras que pudieran aliviar el dolor de
este momento, ningún tierno abrazo que pudiera consolar, ninguna poción capaz de
evitar los recuerdos. Las lágrimas de Xena caían desatendidas mientras examinaba a
Gabrielle, comprobando sus lesiones. Le entablilló el brazo roto inmediatamente y
levantó cuidadosamente a la bardo en brazos. Después de instalar a Gabrielle en su
petate en el campamento, Xena corrió al río para coger agua. Argo aguardaba
paciente a un lado, pero la guerrera casi ni la vio. Cogió vendas y unas hierbas de
una alforja y se puso a encender un fuego antes de oír un quejido suave.

Arrodillándose junto a la figura echada, le acarició el pelo y susurró su nombre.

—¿Gabrielle?

No hubo respuesta por parte de la bardo y Xena se obligó a no venirse abajo


ahora. Cuando hubo calentado el agua que había recogido del río, se puso a limpiar y
vendar las demás heridas de la joven. Mezcló una pasta con uno de los polvos
sacados de una bolsita de cuero y aplicó una cataplasma a una contusión
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especialmente grande que la joven tenía en las costillas. Envolvió las costillas de
Gabrielle con una venda, cosa que provocó un pequeño gemido de la bardo
inconsciente. Quitó con cuidado los restos de la ropa destrozada de Gabrielle,
lavando la sangre y la suciedad del pequeño cuerpo. Se esforzó desesperadamente
por controlar su ira al separar los muslos de la bardo, tocando con mucha delicadeza
para examinar y limpiar el daño que le habían hecho esos monstruos. Vistió a
Gabrielle con una camisa limpia y envolvió su cuerpo inerte en mantas, acercándola
más al calor del fuego.

Xena se puso en pie, estirando los músculos que se le habían quedado


agarrotados de furia y agotamiento.

—Conseguiré que te pongas bien, Gabrielle... aunque sea lo último que haga
antes de ir a los abismos del Tártaro... conseguiré que te pongas bien.

Luego Xena hizo algo que nunca había hecho hasta entonces. Cayendo de
rodillas y abrazándose a sí misma con fuerza, sollozó abiertamente y dejó que le 11
cayeran las lágrimas hasta que incluso los dioses del Olimpo sintieron la angustia de
su corazón roto. Lloró por una reina amazona y el don que le habían arrebatado a esa
reina, que ya no podría dárselo a su guerrera.

El hocico de Argo apretó la espalda de Xena al tiempo que la guerrera se daba


cuenta de que la oscuridad había caído sobre ellas. Consiguió levantarse, sintiendo el
dolor de los músculos agarrotados, y quitó en silencio la silla de Argo. La yegua se
alejó, contenta de librarse de la carga por un rato, sabiendo que no iba a recibir
atenciones especiales por parte de su dueña.

En los ojos de Xena había un dolor vacío al volver a arrodillarse junto a


Gabrielle. Acarició una mejilla encendida, notando el calor de la fiebre. Iba a tener
que llevarla a una sanadora y Amazonia estaba a dos días a caballo hacia el norte.
Una vez decidido lo que iba a hacer, Xena estiró su cuerpo junto a la figura dormida,
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rodeando a la bardo con los brazos en un gesto protector, y durmió profundamente un


rato, conectada por el tacto.

—Noooo —gritó Gabrielle, apartándose del abrazo dormido de Xena. Incluso


con un brazo roto, la fuerza de la bardo sorprendió a la guerrera, que se sacudió los
restos de sueño al tiempo que intentaba calmar a la mujer aterrorizada.

—¡Gabrielle! —gritó Xena para que se la oyera por encima de los alaridos de la
joven, sujetando el brazo sano de la bardo contra su costado—. Gabrielle... soy yo...

—¡Quítame las manos de encima! —exclamó Gabrielle con vehemencia.

Xena reaccionó como si le hubiera dado una bofetada, apartando bruscamente


las manos del cuerpo de la bardo y apoyándose en los talones. Lo único que se oía
era a Gabrielle aspirando grandes bocanadas de aire como si se estuviera ahogando.

—¿Gabrielle? —preguntó Xena angustiada.


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—¿Xena? —Los ojos de Gabrielle empezaron a perder la mirada demente y se
fijaron en la guerrera que tenía delante. Guiñó los ojos y sacudió la cabeza como si
luchara contra los restos de una pesadilla, mirándose el brazo entablillado. Entonces
los recuerdos le estremecieron el cuerpo y, mirando a Xena a los ojos, exclamó—:
Oh, Xenaaaa.

Los sollozos de la joven sacudían su pequeño cuerpo y sus pulmones se


esforzaban por respirar entrecortadamente. Xena acudió a su lado inmediatamente,
estrechando el cuerpo de la bardo contra el suyo. Gabrielle se quedó paralizada y se
le puso todo el cuerpo tenso por el contacto.

—Por favor... —Gabrielle se apartó de la guerrera empujándola—. Por favor,


Xena... no... no me toques.
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Gabrielle se arrastró al otro extremo del petate, abrazándose a sí misma en


busca de consuelo. Miró a Xena a la cara, sin poder o sin querer comprender el dolor
que veía en los ojos de la guerrera.

—Lo siento... yo... yo... —murmuró en voz tan baja que sólo el agudo oído de la
guerrera pudo captar las palabras.

—Gabrielle... ¿Gabrielle? —repitió, hasta que los ojos de la bardo se


encontraron con los suyos—. No pasa nada, lo comprendo... Gabrielle, dime, ¿qué
puedo hacer por ti?

El llanto de la bardo continuó al tiempo que hacía gestos negativos con la


cabeza.

—Nada —lloró—, no se puede hacer nada.

Xena se quedó arrodillada junto al fuego largo rato, escuchando los sollozos
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torturados de Gabrielle. Su propio cuerpo temblaba de rabia y su mente descargaba
su venganza una y otra vez sobre los monstruos responsables del dolor de la joven.
Xena se limitó a quedarse ahí de rodillas, incapaz de reconfortar a su bardo, incapaz
de ofrecerle el más mínimo consuelo. Era una guerrera, una mujer de acción, no de
palabra. Las palabras nunca le resultaban fáciles y las emociones yacían bien
encerradas en el fondo de su corazón sin poder salir a la superficie. Nunca había
podido decirle a Gabrielle que la amaba, que ella era lo único que la mantenía firme
en este mundo implacable. El abrazo de Xena siempre había hecho eso. Nunca había
podido ofrecer consuelo explicando que su pasado a veces tocaba su presente y que
una bardo inocente sufría con demasiada frecuencia la culpa y la vergüenza de la
guerrera. Ésas eran las ocasiones en que Xena le acariciaba el pelo a la bardo y
rezaba a cualquier dios que quisiera escuchar para que no permitiera que Gabrielle la
dejara. Ahora, sus caricias, la única conexión que tenía con la mujer a la que amaba
tan desesperadamente, habían quedado deshechas. Gabrielle sentía repugnancia por
sus caricias.
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Xena se volvió hacia el fuego, obligando a su cuerpo a entrar en acción, aunque


se sentía como si hiciera las cosas por hacer algo. Escuchando los sollozos
apagados de Gabrielle, preparó una taza de té, añadiendo un calmante para el dolor
y un somnífero al líquido caliente.

Temiendo que su presencia sólo consiguiera aterrorizar más a la bardo, colocó


la taza humeante delante de la joven y volvió a la hoguera.

—Por favor, Gabrielle... intenta beber un poco —la instó Xena.

Gabrielle se bebió lo que le ofrecía y se quedó dormida llorando, con el cuerpo


acurrucado sobre una de las mantas en posición fetal. Xena se obligó a moverse y
levantó a la bardo dormida, devolviéndola a su petate y cubriéndola con una manta.
Gabrielle se agitaba inquieta en sueños, Xena no sabía si a causa de las pesadillas o
la fiebre. Quedaban unas cuantas marcas hasta el amanecer y Xena colocó su petate
de forma que Gabrielle pudiera verla al otro lado del fuego si volvía a despertarse. Se
quedó tumbada contemplando la noche, esperando a que Morfeo la reclamara. 14

—Gabrielle... tienes que beberte esto —dijo Xena, llevando un tazón de caldo
caliente a los labios de la joven. Xena estaba arrodillada detrás de la bardo,
sosteniendo el cuerpo más menudo con el suyo. Gabrielle apenas estaba consciente,
pero se encogió al sentir el contacto cuando Xena le pasó un brazo alrededor para
sujetarla, mientras el otro sostenía el tazón de madera. Sólo pudo añadir una
pequeña cantidad de calmante al líquido por miedo a que Gabrielle se sumiera aún
más en el sueño febril que ahora la consumía. Por mucho que lo intentara, no
conseguía que la joven bardo se despertara para farfullar más que unas cuantas
frases. Su sueño seguía plagado de pesadillas, su cuerpo menudo temblaba y se
estremecía violentamente, de su garganta se escapaban gritos torturados.

Mientras, Xena hacía todo lo que podía por cuidar de la bardo. La inconsciencia
de Gabrielle permitía a la guerrera abrazar a la joven, algo que la bardo evitaba en
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sus momentos conscientes. Xena le volvió a vendar las heridas y a aplicarle


cataplasmas, mirándola con ojos llenos de dolor y vacío. Sabía que algunas mujeres
jamás conseguían superar las emociones asociadas a un ataque como éste.
Pensando en Gabrielle, la joven cuyo carácter y sonrisa cariñosos podían derretirle el
corazón, una mujer que encarnaba la bondad misma, al pensar que podía convertirse
en una persona amargada y temerosa Xena se sentía destrozada por dentro.

Hacia mediodía, el empeoramiento del estado de Gabrielle hizo necesario correr


el riesgo de viajar hasta la aldea amazona. Xena ya no podía controlar la fiebre que
ardía dentro de la mujer más joven. Ni siquiera al llevar su cuerpo lánguido al río y
sumergirla en el agua fría y poco profunda, hasta que su propio cuerpo se quedó
entumecido de frío. Temía lo que podía pasarle a su bardo sin la ayuda de una
sanadora. De modo que, después de envolver cuidadosamente con mantas a
Gabrielle, que seguía inconsciente, y ponerle el brazo en un cabestrillo protector bien
sujeto al cuerpo, Xena montó en Argo. Con Gabrielle cautamente sentada de lado en
la silla delante de la guerrera, que rodeaba firmemente con los brazos a la mujer más 15
menuda, Xena azuzó a Argo para que emprendiera un paso rápido.

La yegua parecía comprender lo urgente de la situación y corrió por el camino


gastado. El sudor relucía en el ancho pecho de la yegua dorada mientras sus cascos
tronaban por el camino y su respiración rugía como un fuelle. El orgulloso caballo de
guerra percibía algo que no comprendía del todo y que emanaba de la dueña que
sujetaba sus riendas. Algo que se movía en la guerrera como olas en el agua. Se
parecía mucho... al miedo.

Apolo acababa de iniciar su ascenso por el cielo y Xena por fin redujo la
velocidad al entrar en territorio de las amazonas, cuando los músculos de Argo
temblaban de agotamiento. Los ollares de la yegua se abrían de par en par al soltar
grandes ráfagas de aire. Xena se maldijo a sí misma por dentro por tener que forzar a
Argo hasta tal extremo, pero el fuerte caballo había conseguido que un viaje de dos
días durara sólo uno.

—Ya hemos llegado, Gabrielle —le susurró a la bardo inconsciente.


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Al oír un trino agudo procedente de los árboles, Xena se detuvo. Sacando la


espada de la vaina de cuero sujeta a su espalda, con un movimiento ágil tiró la hoja,
clavándola en la tierra blanda a los pies de Argo. Cinco guerreras amazonas saltaron
de los árboles por encima de ellas. Una de ellas se quitó la máscara, con la cara llena
de preocupación.

—¿Xena? —preguntó la amazona, mirando fijamente la figura inmóvil en brazos


de Xena.

—Eponin —saludó Xena a la guerrera morena—. Es Gabrielle... tengo que


llevarla a una sanadora, ¡rápido!

—Sartori está en la aldea —contestó Eponin bruscamente. Agarró la


empuñadura de la espada, que estaba en el suelo a sus pies, y se la lanzó a Xena—.
¡Ve! —gritó al tiempo que daba una palmada en la grupa de la yegua para ponerla en
marcha. Xena se alejó al galope con su preciosa carga firmemente sujeta en sus
brazos. 16
Eponin dio órdenes apresuradas a las camaradas que tenía detrás y dejó a tres
de las amazonas para que guardaran la zona mientras ella y la joven Tarazon se
dirigían corriendo a la aldea. Al pensar en su reina, a Eponin se le rompió el corazón
ante la idea de que estuviera enferma o herida. Tanto ella como la mayoría de las
mujeres de la aldea habían tonteado desvergonzadamente con la joven reina durante
sus visitas, pero no hacía falta ser idiota para darse cuenta de que Gabrielle sólo
tenía ojos para Xena.

—Ojalá pudiera ocupar tu lugar por un día, guerrera boba —masculló por lo
bajo.

Sartori ayudó a Xena a depositar a Gabrielle en un camastro en la cabaña de la


sanadora. Al apartar las mantas, se oyó una suave exclamación procedente de
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Ephiny, que acababa de entrar en la pequeña habitación. La reina regente nunca


había visto a su menuda amiga tan enferma y al verla así se quedó sin aliento.

Sartori se apartó de la cara la capucha del manto y Xena advirtió la larga cicatriz
desigual que salía de la sien de la mujer, le atravesaba la mejilla y le seguía por la
mandíbula. Se puso a examinar con cuidado a la figura echada, interrumpiendo de
vez en cuando el movimiento de sus manos para hacerle preguntas a Xena.

—¿Cuánto tiempo hace que tiene la fiebre?... ¿Ha estado bebiendo?...


¿Responde al dolor?... ¿Le has dado medicinas?... ¿Qué hierbas?

Xena se esforzó por concentrarse en las preguntas de la mujer de más edad,


aunque su cuerpo cansado empezaba a notar los días que llevaba sin dormir y la
agotadora cabalgata. Ahora Eponin se había reunido con Ephiny en la habitación y
una serie de amazonas esperaba ansiosamente noticias de su reina fuera de la
cabaña.
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Un fuerte quejido se escapó de los labios de Gabrielle cuando Sartori apretó la
palma de la mano contra el abdomen de la bardo, justo debajo del ombligo.
Volviéndose a Xena de nuevo, la sanadora vio la expresión de dolor de la guerrera y
obtuvo respuesta a su pregunta silenciosa. Cubriendo a Gabrielle con una sábana, la
sanadora se levantó y se dirigió a la congregación de rostros preocupados.

—¡No puedo trabajar con todas vosotras aquí! —dijo, agitando los brazos hacia
la puerta—. ¡Fuera! Todas... ahora mismo.

Ephiny le puso la mano en el brazo a Xena con suavidad, tratando de llevarse


fuera a la guerrera. Quería oír lo que le había ocurrido a su joven amiga, pero
también veía el dolor en los ojos de la guerrera. Confiaba en la habilidad de Sartori y
sabía que Gabrielle estaba en buenas manos. También sabía que la alta guerrera de
pelo negro daba la impresión de necesitar una amiga. Instando a Xena a que la
siguiera, la detuvo la voz de Sartori.
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—Xena. —La voz de la sanadora, que había sido tan dura hacía un instante,
ahora era suave como una caricia—. ¿Puedo hablar un momento contigo... a solas?
—Añadió esto último porque Ephiny también se había vuelto.

—Esperaré fuera —dijo Ephiny. Al ver el gesto silencioso de asentimiento de la


sanadora, la regente cerró la puerta de la cabaña sin hacer ruido al salir.

—Xena —empezó la mujer de más edad—, ¿cómo ha sufrido estas heridas


Gabrielle?

Xena daba la impresión de no haber oído a la sanadora mientras luchaba con la


respuesta. En silencio, fue al lado del camastro y se arrodilló en el suelo y con dedos
temblorosos apartó un mechón de pelo dorado de la frente de la bardo. Una lágrima
silenciosa resbaló por la mejilla de la guerrera y cayó suavemente en el hombro
desnudo de la bardo.

—Necesito saberlo... —La sanadora apoyó la mano en la espalda de la guerrera 18


arrodillada—. Creo que ha sufrido daños... internos.

Xena siguió acariciando amorosamente la cara de Gabrielle y en un tono tan


bajo que era menos que un susurro, dijo:

—La han... la han violado.

Fuera de la cabaña de la sanadora, situada ligeramente aparte del resto de la


aldea, se oyó a una mujer que cantaba suavemente. No era una canción alegre y
tampoco una canción de duelo, pero transmitía una tristeza atormentada. Algunas
mujeres más se unieron a ella y empezó a sonar un tambor... despacio, como el latido
de un corazón.

Xena se quedó arrodillada al lado de Gabrielle, sin oír a Sartori moviéndose por
la cabaña, haciendo preparativos para tratar a su paciente. O tal vez debería decir
pacientes. Sartori observó a Xena por el rabillo del ojo y no pudo evitar notar las
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tiernas caricias que la guerrera hacía a la joven reina, aunque la guerrera misma
parecía estar a punto de desplomarse de agotamiento de un momento a otro.

—Xena, échate aquí. —La sanadora llevó con dificultad a la guerrera del lecho
de la reina a un camastro situado en la zona más oscura de la habitación—. Bébete
esto —dijo, obligando a los dedos de Xena a sujetar una taza de líquido humeante.

Xena captó el olor inconfundible que salía del té y alzó la mirada cansada hacia
la sanadora.

—Necesito estar con Gabrielle... no necesito dormir.

—Sí, guerrera... sí que necesitas dormir —dijo Sartori tajantemente—. Con


franqueza, tienes un aspecto del Tártaro y si quieres servirle de algo a esa joven de
ahí —señaló hacia Gabrielle con la cabeza—, entonces vas a tener que descansar un
poco.
19
—¿Y si se despierta? Quiero... —empezó Xena.

—Xena —la interrumpió Sartori, sentándose en la cama junto a la guerrera—.


Necesito examinar a Gabrielle... por dentro. Creo que puede haber sufrido una
laceración profunda que se ha infectado. Eso explicaría la fiebre. Si es cierto, tendré
que sajar el absceso y luego mantener a Gabrielle sedada durante uno o dos días. Su
cuerpo va a necesitar el descanso después de haber luchado con esta fiebre durante
tanto tiempo y así el dolor le será más fácil de soportar.

Empujando de nuevo a Xena contra el camastro, Sartori continuó:

—Te avisaré si hay algún cambio.

Sartori ayudó a la guerrera a quitarse la armadura mientras se bebía el té


caliente. Xena reclinó el cuerpo en los almohadones del camastro, volviendo la cara
para poder ver a Gabrielle. Hizo algo que rara vez hacía: relajó la mente, liberándola
de su vigilia constante. Para cuando Sartori había reunido todo lo que necesitaba y lo
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había colocado en una mesa pequeña cerca del camastro de Gabrielle, Xena ya tenía
los párpados pesados. Sartori le quitó la taza vacía a la guerrera justo cuando
empezaba a escurrírsele de la mano. Arropó con una manta a la guerrera ya dormida
y cruzó la habitación, abriendo la puerta de la cabaña.

—Ephiny —le dijo a la regente, que había estado esperando en un banco frente
a la entrada de la cabaña de la sanadora.

Ephiny vio el cuerpo dormido de Xena en un camastro del rincón cuando Sartori
cerró la puerta.

—Le he dado algo para dormir —contestó la sanadora a la pregunta silenciosa


de la regente—. Entre tú y yo, me asombra que fuera capaz de mantenerse en pie.

—No conoces muy bien a Xena —sonrió Ephiny—, especialmente cuando se


trata de Gabrielle.
20
—Empiezo a percibirlo. —Sartori se permitió sonreír también ligeramente. Algo
que rara vez hacía en estos tiempos.

—¿Qué ha ocurrido, Sartori? —preguntó Ephiny, señalando a Gabrielle. La


regente apenas consiguió controlar la rabia al inclinarse sobre su joven amiga,
examinando la masa de contusiones que le cubría la cara—. ¿Quién ha podido hacer
esto? —dijo con los dientes apretados.

—Tal vez deberías hablar con Xena cuando se despierte —empezó a explicar
Sartori.

Confusa por las palabras de la sanadora, Ephiny se volvió hacia Sartori.

—Como Xena haya tenido algo que ver con esto... —bufó.

Sartori alzó la mano, deteniendo en seco a la regente.


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—Xena siente el dolor de nuestra reina como si fuese el suyo. Me refería a que
la reina debe tener derecho a su intimidad. —Sartori se esforzó por no mentir a la
regente, pero la joven reina ya iba a tener suficiente batalla con hacer frente a sus
emociones, sin necesidad de que toda la aldea estuviera al tanto de su humillación.

Ephiny apretó los puños llena de frustración y rabia. No tenía que hablar con
Xena para darse cuenta de que Gabrielle había sido atacada. Había visto los
moratones de los muslos y el abdomen de la joven durante el reconocimiento de la
sanadora. Volviéndose de nuevo hacia la figura inerte de Gabrielle, preguntó:

—¿Se va a poner bien, Sartori?

—El tiempo será el factor decisivo... creo que puede tener una lesión interna.
Tengo que trabajar deprisa... así que, si no te importa, regente... —Sartori le señaló la
puerta.

Volviéndose para mirar a la sanadora antes de salir por la puerta abierta, Ephiny 21
preguntó:

—¿Puedo hacer algo, Sartori?

La sanadora se detuvo en medio de la habitación, dando la espalda a Ephiny.

—Ve al templo de Artemisa. Tal vez convenga hacer una ofrenda por la Elegida
de la diosa.

Xena colocó a Gabrielle encima de ella y desató los cordones del corpiño verde
de la mujer más menuda. Deslizando las manos bajo la prenda suelta, gimió en la
boca de Gabrielle, mientras sus manos acariciaban la piel maravillosamente suave y
los pezones que ya estaban rígidos.
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Gabrielle le devolvió el gemido al tiempo que dirigía sus besos a lo largo de la


mandíbula de la guerrera, metiéndose un lóbulo en la boca y acariciando la carne con
la punta de la lengua.

—¡Dioses, Gabrielle! —gimió Xena, echando la cabeza hacia atrás cuando


Gabrielle apretó un pezón endurecido entre el pulgar y el dedo índice.

La bardo apartó los labios del lóbulo de Xena, pero no sin antes atrapar la
sensible carne entre los dientes y morderla suavemente. Xena gimió y empezó a
agitarse bajo las caricias eléctricas de la bardo. La piel le ardía como fuego en
cualquier punto donde la tocara la lengua de la bardo.

La lengua de Gabrielle empezó a bajar por el cuello de Xena, deteniéndose para


cubrir la yugular de la guerrera con la boca, succionando con fuerza hasta que
apareció una vívida marca roja en la piel bronceada de la guerrera. Continuó su
descenso con la lengua, deteniéndose de vez en cuando para mordisquear la carne
suave. 22
Su lengua trazó dibujos imaginarios por los pechos de Xena, sin tocar jamás el
pezón, pero permitiendo que su cálido aliento besara la protuberancia endurecida.

—¡Por favor, Gabrielle! —gimoteó Xena, enredando las manos en el pelo de


Gabrielle y tirando de la bardo hacia ella.

Gabrielle sonrió y lamió despacio el pezón y Xena arqueó el cuerpo hacia la


fuente de ese delicioso placer. Gabrielle se puso a lamer el pezón cada vez más
deprisa hasta que Xena sintió una sacudida eléctrica directamente desde el pezón
hinchado hasta su centro, cuando Gabrielle cubrió el pezón entero con su boca
caliente y húmeda.

—Ohhhh, dioses, síííí... —gimió Xena—. Gabrielle... Oh, Gabrielle...


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Sartori terminó de recolocar el musgo empapado en hierbas y subió la sábana


para tapar a Gabrielle. La fiebre de la joven había bajado y sus mejillas ya no tenían
ese color encendido. Las fuertes manos de la sanadora sujetaron sentada a la joven y
Gabrielle bebió inconscientemente el agua, mezclada con un sedante, que le llevaba
a los labios.

Hoy sólo había tenido que cambiar el musgo una vez e incluso entonces salió
cubierto del líquido claro que indicaba que se estaba curando. Se lavó las manos en
un gran cuenco situado sobre la mesa y dirigió su atención a los suaves gemidos que
salían del rincón de la habitación. Habían pasado dos días y la guerrera seguía
durmiendo, tanto por tensión y miedo como por agotamiento físico.

Colocó una mano sobre la frente de Xena y volvió a taparla con la sábana que la
guerrera parecía empeñada en quitarse a patadas en sueños.

—Gabrielle... Oh, Gabrielle —gimió Xena en sueños.


23
En la cara de Sartori se dibujó una sonrisa irónica mientras pasaba la mirada de
la mujer de pelo negro a su reina.

—Apuesto a que no sabe que te reúnes con ella en el reino de Morfeo, ¿verdad,
guerrera? —dijo, arrebujándose en su manto y saliendo de la cabaña para estirar las
piernas.

—Oh, Gabrielle —gimió Xena por el contacto cuando deslizó su sexo por el
muslo de Gabrielle y sus jugos dejaron un rastro húmedo.

Xena sonrió malévolamente cuando el cuerpo de Gabrielle se estremeció de


deseo inexpresado al sentir el fuego líquido entre las piernas de la guerrera. Se
debatió en vano, con las manos bien sujetas por la mano de hierro de la guerrera.
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—Xena, por favor... no tiene que ser así —suplicó la bardo. ¿Cómo podía
hacérselo entender a la morena guerrera? ¿Acaso no sabía que la bardo había
pasado tantas lunas rezando para que Xena por fin la mirara sintiendo algo más que
amistad? ¿Acaso no veía que Gabrielle anhelaba el tacto de Xena... sus caricias...
sus besos?

Gabrielle miró a los ojos que habían sido de un azul hipnótico, esos ojos que la
habían cautivado tantas veces, y sólo vio los ojos gélidos de una desconocida que le
devolvían la mirada.

—Xena... por favor... no...

—No finjas, Gabrielle —ronroneó Xena—. ¿No es esto lo que querías? —La
guerrera sujetaba con fuerza las manos de la bardo por encima de su cabeza con una
de las suyas, mientras la otra tiraba de los cordones y le arrancaba el corpiño verde
del cuerpo.
24
Xena pellizcó el pezón de la bardo y Gabrielle intentó sofocar un grito. La boca
de Xena cubrió con ansia la protuberancia endurecida y sus dientes tiraron de ella
dolorosamente al apartar los labios.

Gabrielle empezó a agitarse de un lado a otro, luchando por escapar de la


guerrera que la sujetaba desde arriba. El cuerpo musculoso de la guerrera la tenía
bien sujeta y sus intentos inútiles sólo servían para excitar más a Xena.

Xena arrancó la falda de la bardo con la mano libre y obligó a la joven a separar
las piernas con las rodillas. Alargó los dedos y los deslizó por la humedad de la
bardo.

—Tus labios dicen que no, pero tu cuerpo dice que sí —gruñó Xena.

—Xena... por favor, no... ¡Noooo! —gritó Gabrielle.


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—¡No! —bufó Gabrielle entre dientes. Sus ojos se abrieron de par en par al
despertarse de repente, intentando enfocar la vista con la poca luz de la cabaña.

—Sshhh... Tranquila —Una figura oscura se acercó a la adormilada bardo.

—¿Xena? —susurró Gabrielle quedamente.

—No, mi reina. Me llamo Sartori —contestó la sanadora, poniéndose a la luz y


echándose hacia atrás el manto. Observó los ojos de Gabrielle en busca de cualquier
señal de miedo o asco, cosa a la que se había acostumbrado desde que tenía la
cicatriz irregular que le bajaba por la cara. En los ojos verdes de Gabrielle no vio nada
de esto y se sintió genuinamente sorprendida.

—¿Dónde estoy? —dijo Gabrielle, tratando de que sus ojos se adaptaran a la


poca luz que había dentro de la cabaña.

—Estás en la aldea amazona y yo soy tu sanadora, mi reina. —Sartori observó


25
mientras los ojos de Gabrielle se despertaban poco a poco y se acostumbraban a la
falta de luz dentro de la habitación. Hizo un gesto señalando el camastro que había
en el rincón de la cabaña y Gabrielle vio la figura dormida de Xena. El alivio y el pavor
la inundaron al mismo tiempo. Sartori vio la nube de tormento que pasaba por los ojos
de la joven—. La presencia de la guerrera te produce alivio y tensión al mismo
tiempo, mi reina. —No era una pregunta ni una acusación, sino una simple
observación por parte de la sanadora.

—¿Está bien? —Gabrielle miró fijamente el cuerpo dormido de Xena. Estaba


empezando a recuperar los recuerdos. Xena sujetándola y curándole las heridas,
Xena dándole de comer, Xena soportando el agua helada del río para controlar la
fiebre de la bardo, Xena lanzando maldiciones a los dioses, sollozando de rabia y
frustración por el ataque contra Gabrielle. Por sus ojos pasaron escenas
deslavazadas, como si las hubiera visto desde fuera de sí misma—. Creo... —dijo
Gabrielle con voz ronca—, creo que la he tratado muy mal.
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Sartori sirvió una taza de agua de manantial de una jarra que había en la mesa y
se colocó ante Gabrielle.

—¿Quieres agua? —preguntó.

Gabrielle asintió en silencio y la sanadora la ayudó a incorporarse, colocando


unas almohadas detrás de ella y elevándole el brazo entablillado. Cogió la taza que le
ofrecía con la mano sana, haciendo una mueca de dolor por el esfuerzo, y dejó que el
fresco líquido se deslizara por su garganta reseca. Cuando bebió todo lo que quería,
dejó la taza en las manos a la espera de Sartori.

—¿Por qué crees que has tratado mal a tu amiga, alteza? —preguntó Sartori.

—Por favor, Sartori... llámame Gabrielle —rogó la joven reina. Gabrielle nunca
se había sentido cómoda con la formalidad con que la gente se dirigía a ella. Siguió
contemplando la figura dormida de Xena. La guerrera estaba de lado, de cara a la
pared—. Las cosas que ha hecho por mí... si supieras todo lo que se esfuerza por 26
mantenerme a salvo... las cosas que está dispuesta a hacer por mí. —Los ojos de la
joven reina se llenaron de lágrimas que se derramaron por sus mejillas cuando cerró
los ojos y pensó en el amor que nunca podría compartir con su guerrera. Ahora, el
único sitio que tenía, sus sueños, donde vivían sus fantasías de una guerrera de pelo
negro que le hacía el amor, había quedado destruido. Cada vez que Gabrielle cerraba
los ojos para soñar, Xena se convertía en su atacante. Qué crueldad de los dioses,
pensó Gabrielle.

—Su corazón está lleno de amor por ti —susurró Sartori.

—¿Cómo puede amarme ahora? —dijo Gabrielle con tono desvalido—.


Después... después de lo que ha pasado. Ya ni siquiera puedo darle el regalo de mí
misma.

—Gabrielle, ¿no estás olvidando que la víctima de este ataque has sido tú? —le
preguntó Sartori a la joven a propósito. Al fin y al cabo, pensó la sanadora, ¿acaso no
podía ella comprender el dolor de la reina mejor que la mayoría de la gente? Ya
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habría tiempo de explicarle a la joven lo de los ojos del amor, pero ahora no era el
momento de racionalizar. Comprendía las sensaciones de vergüenza y falta de
dignidad que ahora atormentaban a Gabrielle. Más adelante, cuando la joven
estuviera más fuerte, le enseñaría la prueba de lo que decía la sanadora.

—Parece que no puedo controlar estas... estas imágenes que tengo en la


mente... —Gabrielle se enjugó las lágrimas que seguían cayendo—. Cuando Xena
me toca, quiero decir... no soporto que me toque —terminó, incapaz de admitir ante la
sanadora lo que había en sus sueños.

Sartori asintió. También esto lo entendía mejor de lo que suponía la joven.


Poniéndole a la bardo una mano bajo la barbilla con suavidad hasta que sus ojos se
encontraron, dijo:

—Gabrielle, ¿sabes por qué se dice que la inocencia de una mujer es un don?

Un pequeño sollozo escapó de los labios de Gabrielle al tiempo que negaba con 27
la cabeza y un nuevo torrente de lágrimas le nublaba la vista.

La sanadora no dejó ni un momento de mirar a la joven a los ojos y dijo:

—Porque es algo que nunca se puede arrebatar... sólo dar.

Estas palabras inesperadas de esperanza y compasión liberaron las últimas


ataduras de la angustia de Gabrielle y se echó a llorar en brazos de la sanadora, que
no era muchas estaciones mayor que ella, pero a quien la diosa Artemisa había
seleccionado para ayudar a su Elegida en su momento de dolor.

El ruido del llanto de Gabrielle hizo que la sanadora y la joven reina no


advirtieran ningún otro ruido en la habitación y Xena lo agradeció. Se quedó mirando
en silencio la pared mientras sus propias lágrimas ardientes empapaban la piel que
tenía bajo la cabeza. ¿Podría haberme amado? ¿Habría aceptado que yo la amara
de esa forma? Ya qué más da... no quiere que la toque... jamás.
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Las palabras de Gabrielle habían dejado en la guerrera un dolor vacío que nada
en la vida podría aliviar.

El amanecer apenas había empezado a manchar el cielo de remolinos amarillos


y rosáceos cuando Xena se despertó de nuevo. Escuchó el sonido de la respiración
acompasada de Gabrielle, algo que tenía costumbre de hacer. Segura de que la
joven seguía profundamente dormida, la guerrera se obligó a levantar del jergón las
extremidades entumecidas. Descubrió sus alforjas y sus armas al pie del camastro y
las recogió en silencio, saliendo de la cabaña.

Xena se dirigió a los baños termales. El vapor flotaba arremolinado por la amplia
estancia. En el centro de la gran caverna había una poza grande y profunda. Más al
fondo, había pozas más pequeñas a distintos niveles formando escaleras. Al fondo
del todo, el agua de un manantial caliente caía en una pequeña cascada,
desaguando en la poza de la reina. El sol de la mañana todavía no había subido lo 28
suficiente como para ser visible por los numerosos agujeros redondos excavados en
el techo de la caverna. Xena encendió algunas de las gruesas velas colocadas en los
repechos de la caverna y su luz inundó la estancia de sombras extrañas que
oscilaban y saltaban por las paredes y la superficie del agua.

Despojándose de la túnica de cuero que le cubría el cuerpo, bajó los escalones


de piedra hasta el agua. Aspiró profundamente y se sumergió en el centro de la poza
profunda, y su cuerpo atravesó el agua sin apenas crear una onda, emergiendo al
otro lado. El calor del agua le penetró los músculos, liberando la rabia y la tensión que
los agarrotaban. Xena se echó a un lado de la poza, flotando en la superficie del
agua, con el corazón como un agujero vacío. Se quedó así un rato, ni despierta ni
dormida.

Por fin salió del agua y rebuscó en su alforja para sacar una camisa limpia que
ponerse. Recogió la túnica de cuero sucia y emprendió la tarea de limpiar la prenda.
Este trabajo era otra de las muchas tareas que la guerrera solía utilizar al final del día
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para entrar en un estado próximo a la meditación. Le dejaba la mente libre para


divagar y examinar las actividades del día. Para cuando estaba limpiando el último
ojal ya había encontrado la paz que había estado buscando. Si no era paz, al menos,
para su mente, era una tregua.

Aquí estoy llena de pena por mí misma... hecha polvo por lo que yo no tendré
nunca. Cuando la que más ha sufrido es Gabrielle. ¿Qué le dijo Sartori? "Gabrielle,
¿no estás olvidando que la víctima de este ataque has sido tú?" Mi bardo está llena
de dolor y vergüenza y yo sólo pienso en mí misma... ¡en lo desgraciada que va a ser
mi vida! ¿¡¿Cómo puedo decir siquiera que la amo?!? ¡Por los dioses, qué egoísta he
sido!

Voy a estar a tu lado, Gabrielle. Voy a ayudarte a superar esto. Aunque eso
signifique que nunca tenga tu amor de esa manera... ¡voy a conseguir que lo superes!

29
Dos resplandores de luz trémula iluminaron las paredes de la cueva cuando
Xena se marchó toda resuelta a la cabaña de la sanadora.

—Ha estado muy bien eso que has hecho por la nena guerrera —dijo la figura
envuelta en velos diáfanos.

—¿A qué te refieres, Afrodita? —dijo la diosa Artemisa con una sonrisa
suficiente al tiempo que tocaba la poza de agua con el dedo índice para quitar el
encantamiento que había puesto en ella.

—Ya... y has venido aquí a limpiar la poza, ¿eh?

—No he interferido... sólo he ayudado a la guerrera a ver las cosas desde una
perspectiva diferente —dijo Artemisa sin comprometerse—. ¿Has visto a Ares?
—preguntó, estrechando los ojos.
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—No, parece haber hecho mutis durante todo este mal rollo —contestó Afrodita
con los brazos en jarras—. ¿Sabes? Estaba así de cerca con estas dos... pobre
Gabrielle.

—Si descubro que el chulo ése ha tenido algo que ver con el ataque a mi
Elegida... ¡le cortaré las pelotitas y dejaré que Gabrielle las cuelgue de su vara!

El ruido de unas mujeres que se acercaban interrumpió la conversación entre


las dos diosas y lo único que dejó testimonio de su presencia fue el estallido de
pequeñas chispas multicolores que quedaron tras su desaparición.

Xena abrió la puerta de la cabaña de la sanadora y vio que Gabrielle seguía


descansando apaciblemente. Sartori se había ido y la guerrera depositó sus armas y
alforjas en el suelo al lado de la puerta. Una vez al lado de Gabrielle, cayó sobre una
rodilla, contemplando el rostro dormido de la joven. Algunas de las contusiones ya 30
estaban empezando a desaparecer tras los pocos días que llevaban en la aldea
amazona. Xena intentó controlar la sensación de culpa, que pendía sobre su cabeza
a causa de su propia vergüenza. Si yo hubiera estado allí, Gabrielle...

—Hola —dijo una voz soñolienta.

Xena levantó la mirada, sobresaltada momentáneamente. Se encontró frente a


la visión más bella del mundo conocido.

—¡Hola tú, dormilona! —No pudo reprimir la enorme sonrisa de oreja a oreja que
le cubrió la cara.

—Espera un momento... recuerdo que ayer me desperté y cierta princesa


guerrera estaba roncando.
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—Yo no ronco —replicó Xena, enarcando una ceja con furia fingida. Le
encantaban las burlas amables de la bardo, ahora más que nunca. Parecía un
comienzo.

Gabrielle intentó incorporarse, estorbada por el brazo que tenía vendado y


entablillado. Xena no sabía si ayudarla o no, sabiendo cómo reaccionaba la joven
cuando la tocaba.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Xena tímidamente.

—No, supongo que más vale que me acostumbre a volar con una sola ala
—contestó Gabrielle rápidamente, levantando los ojos a tiempo de captar la
expresión de dolor que se le pasó a la guerrera por la cara—. ¿Pero me podrías dar
un poco de agua?

A la guerrera se le animó el rostro ante la petición y se acercó a la mesa del


centro de la habitación. Xena, deseosa de ayudar de alguna manera, volvió 31
rápidamente con el agua solicitada y volvió a arrodillarse al lado de Gabrielle.

—¿Puedo hacer algo más, Gabrielle... tienes hambre? Podría... —Sin pensar,
Xena apoyó los dedos en el muslo de Gabrielle. Incluso a través de la manta, la
guerrera notó que los músculos de la pierna de Gabrielle se agarrotaban y apartó la
mano de golpe, mirándose los dedos como si se los hubiera quemado. Sé que no lo
haces a propósito, Gabrielle, pero tienes todo el derecho a odiarme por no haber
podido protegerte.

Gabrielle no pudo evitar la reacción involuntaria provocada por el contacto con


Xena. Sabía que sólo se debía a las vívidas imágenes de sus sueños. También sabía
que tenía que conseguir controlarse a sí misma y sus emociones.

—Me... me resulta difícil que me... que me toquen ahora —susurró Gabrielle. A
la bardo se le partió el corazón al ver la expresión de Xena y se le llenaron los ojos de
lágrimas—. Xena... —Gabrielle alargó la mano y la colocó sobre la de la guerrera.
Xena vio que los músculos de la mano de la joven se agitaban, pero la dejó sobre los
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dedos de la guerrera—. Sigues siendo mi mejor amiga... ¿verdad? —dijo Gabrielle


suavemente, intentando mirar a la guerrera a los ojos.

—Por supuesto —dijo Xena sin dudarlo, echándole a la bardo una sonrisa de
medio lado. Sé que lo estás intentando, Gabrielle.

—¿Entonces podría pedirte un favor?

—Lo que sea, Gabrielle... tú lo sabes —contestó Xena con seriedad.

—Quiero darme un buen baño caliente... y, bueno... yo... me da un poco de


vergüenza, pero no creo que pueda hacerlo sola.

Xena se quedó mirando un momento a la joven sin comprender hasta que


Gabrielle levantó un poco el brazo roto.

—¡Oh! —exclamó Xena, cayendo de repente en la cuenta del sentido del


ruego—. ¡Claro!
32
Xena se levantó, pero no sabía por dónde empezar. Esto ya iba a ser difícil de
por sí, pero sería aún más difícil si no podía tocar a la joven. Verte desnuda,
Gabrielle... ¡Dioses, lo que me va a costar esto!

—Tranquila, Xena... no me voy a deshacer si me tocas. —Gabrielle intentó


tranquilizar a la guerrera. Esto empezaba a parecer la cosa más difícil que había
hecho la joven bardo en toda su vida, pero necesitaba demostrarle a Xena que su
amistad seguía ahí. Que todavía necesitaba tenerla cerca, lo cual era muy cierto. Su
mente le decía que todavía amaba a esta mujer con todo su ser. Era su cuerpo el que
reaccionaba con violencia al entrar en contacto con la guerrera y el corazón de
Gabrielle se sentía indigno de tal amor en estos momentos. Dejar que tú me
desnudes, guerrera... ¡Dioses, lo que me va a costar esto!

—¿Qué tal si empezamos por sentarte en el borde de la cama, Gabrielle?


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Una oleada de vértigo acometió a la bardo cuando plantó los pies en el suelo y
apretó el antebrazo de Xena con la mano derecha hasta que se le pasó.

—¿Y dónde creéis que vais vosotras dos? —La voz de Sartori no sonaba muy
contenta. Había entrado con tanto sigilo que ni siquiera Xena la había oído.

Gabrielle miró a la sanadora directamente a los ojos y dijo:

—Yo voy a darme un baño... y ella —Gabrielle señaló a Xena con el pulgar—,
viene conmigo.

Xena miró a Sartori con una sonrisa que quería decir "lo que Gabrielle quiere, lo
consigue". La joven reina, sin embargo, no había dado mucho pie a las discusiones y
la joven sanadora se amoldó de inmediato.

—Al menos dejad que llame a un par de guardias para...

—No —contestó Gabrielle rápidamente—. Xena me va a ayudar —terminó,


33
sonriendo ligerísimamente a la guerrera.

Los sentimientos que Xena llevaba en el corazón por esta joven bardo
irradiaban literalmente de su rostro. La expresión de la guerrera estaba llena de amor
y orgullo al mirar con satisfacción a Sartori.

Sartori captó el intercambio entre las dos mujeres y volvió a preguntarse en


silencio por qué Gabrielle nunca había visto lo evidente. Ser tan amada, pensó la
sanadora.

—Entonces no voy a discutir, mi reina —dijo Sartori con una ligera inclinación.

Sartori sacó una sencilla túnica envolvente para que se la pusiera Gabrielle y
cuando Xena hubo recogido todas las cosas necesarias para el baño, la bardo y ella
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se encaminaron a los baños. Gabrielle caminaba despacio. No sólo tenía el cuerpo


hecho un inmenso moratón, sino que además llevaba en cama casi una semana.

—Gabrielle, ¿quieres descansar un momento? —preguntó Xena. Rodeaba la


cintura de la joven con el brazo derecho para que la bardo no corriera peligro de
caerse, pero Xena veía la ligera capa de sudor en el labio superior de la bardo y las
grandes bocanadas de aire que aspiraba.

—Sí... me parece... bien —contestó, jadeando ligeramente. A decir verdad, los


músculos de Gabrielle estaban contraídos por algo más que el esfuerzo. Parte de ella
estaba sin aliento, como siempre, por sentir el tacto de Xena, y la otra parte se
encogía por las imágenes constantes y violentas que asaltaban su cerebro. Era como
si las Furias estuvieran librando una guerra dentro de su mente y su cuerpo exhausto
se debatía entre el dolor y el deseo.

Ephiny las vio dirigiéndose despacio a los baños cuando cruzaba por el centro
de la aldea y dio gracias en silencio a Artemisa porque Gabrielle parecía haber 34
recuperado la salud. Había hecho lo que le había pedido Sartori y se había mantenido
alejada de la cabaña de la sanadora hasta que tanto Gabrielle como Xena hubieran
tenido unos días para recuperarse. La regente se dio cuenta de que las contusiones
tardarían un tiempo en desaparecer, pero su corazón se sintió bastante aliviado al ver
a su joven amiga levantada.

—¡Gabrielle, tienes un aspecto estupendo! —dijo Ephiny sonriendo a las dos


mujeres—. Ah, sí... Xena, tú tampoco estás mal —terminó, haciendo un gesto
despreocupado a la guerrera morena.

—¡Sí, ya! —contestó Gabrielle mientras Xena se limitaba a enarcar la ceja y


sonreír satisfecha a la regente—. Eph, si mi aspecto se aproxima a cómo me siento,
debo de estar horrible.

—¿Cómo te sientes... de verdad? —preguntó Ephiny con preocupación.


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—Como si me acabara de atropellar un carro de bueyes... y luego hubiera


retrocedido y me hubiera vuelto a arrollar y luego otra vez para asegurarse —dijo
Gabrielle abatida.

Ephiny se echó a reír y dijo algo sobre que las reinas hacían lo que fuera con tal
de conseguir vacaciones y dejó a las dos mujeres con la promesa de reunirse con
ellas para comer. La regente alcanzó a Eponin y le pidió a la guerrera que se
asegurara de que su reina conseguía bañarse en privado.

—Y Ep... con tacto, ¿vale? O sea, que sea una sugerencia.

—Oye, que soy una guerrera... sólo sé hacer las cosas de una manera —dijo
Eponin, guiñando un ojo.

Gabrielle y Xena siguieron caminando despacio hacia los baños y la guerrera no


lograba dejar de pensar en el modo en que Gabrielle se había comportado al hablar
con Ephiny. La joven bardo apenas había mirado a la regente a los ojos, bajando 35
continuamente la mirada al suelo. Gabrielle había hablado como siempre, pero tenía
la expresión fláccida y sin vida, como si no le quedara más remedio que hacer las
cosas. Xena estuvo todo el tiempo tratando de ver los ojos de la bardo mientras
hablaba con Ephiny y por fin vio la verdad. Simplemente no había luz en la mirada de
la joven, no había chispa en esos ojos verdes normalmente risueños.

Bañarse sin tocarse resultó ser una experiencia angustiosa para las dos
mujeres. Intentaron varias veces quitarle la camisa a Gabrielle y una de ellas siempre
se movía mal en el último momento. La gota final fue cuando el brazo entablillado de
Gabrielle giró y golpeó a Xena en la mandíbula.

La guerrera se frotó la mandíbula dolorida mientras la bardo miraba horrorizada


a la mujer más alta. Sus ojos se encontraron y empezaron a sonreírse la una a la otra
y luego sus sonrisas se convirtieron en carcajadas. Fue el primer momento de
relajación que Gabrielle había experimentado desde que entró en esta pesadilla.
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—Supongo que no me habrás dejado hacerlo a propósito —dijo Gabrielle,


intentando disimular la sonrisa ante su vieja broma.

—Sí, ya —contestó la guerrera, fracasando en su intento de mostrarse


indignada—. Gabrielle... ¿estarías más cómoda... si esto lo hiciera otra persona?
—dijo la guerrera con seriedad.

—No sé... Quedaría mal que usara la cabeza de una de mis súbditas como
ariete.

Xena sonrió y agradeció el intento de Gabrielle de quitar importancia a la


situación.

—Gabrielle... ¿cuánto cariño le tienes a esa camisa? —dijo al tiempo que


sacaba su daga de pecho de su escondrijo, con un brillo malévolo en los ojos.

—Ya me daba a mí la impresión de que ésa iba a ser nuestra única opción...
36
vale —asintió Gabrielle.

Ambas mujeres sobrevivieron al trauma de cortarle la camisa a la joven bardo y


meterla en la poza de agua caliente. Xena tuvo la prudencia de dejarse puesta su
propia camisa al entrar en el agua para sujetar a Gabrielle. La joven bardo pasó por
una ordalía de emociones mientras Xena la ayudaba frotándole la espalda, lavándole
el pelo y manteniéndole el brazo derecho lo más seco posible.

Cuando se hizo el silencio entre las dos mujeres, Gabrielle apoyó la cabeza en
el borde de piedra de la pequeña poza y absorbió el calor del agua. Xena se sentó en
el borde liso de la poza y deslizó su daga contra una pequeña piedra de afilar en
pequeños círculos. La guerrera miraba continuamente a Gabrielle, tomando aire con
fuerza cada vez que la belleza de la bardo casi le cortaba la respiración.

—Gabrielle —dijo Xena rompiendo el silencio.

—Mmmm —respondió la bardo sin abrir los ojos.


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—¿Quieres hablar de... ello? —preguntó Xena.

—No —contestó la bardo rápidamente, incorporándose. Las dos sabían de lo


que estaban hablando sin decirlo.

—Pensaba que... —empezó Xena.

—No, Xena. Es que... es que me parece que me puede dar algo y todavía no
estoy preparada para entrar en ello.

El talante meditabundo de ambas mujeres se había perdido, y Xena se maldijo


por sacar el tema. Sólo había querido ayudar a Gabrielle, hacer que se sincerara y
hablara del ataque, con la esperanza de que la bardo pudiera empezar a curarse. En
cambio, ahora estaban sentadas en un silencio incómodo y el momento de apacible
compañerismo había desaparecido.

—Creo que me estoy convirtiendo en una pasa —declaró Gabrielle, lo cual era
37
su modo de volver a iniciar la conversación y cambiar de tema.

Xena llevaba lo que le parecía una eternidad temiéndose este momento.


Cortarle la camisa a Gabrielle y meterla en el agua no había sido ni por asomo tan
difícil como ayudar a una bardo desnuda a salir del agua, secarla y ayudarla a
vestirse. Xena rodeó con cuidado la cintura de Gabrielle con un brazo, sujetándola
mientras la joven salía de la poza. El agua cayó en pequeñas cascadas por el cuerpo
de la bardo, goteando de sus firmes pechos, bajando por el musculoso abdomen y
adentrándose en la mata de pelo rubio rojizo que tenía entre las piernas. Xena,
entretanto, intentaba desesperadamente posar las manos y los ojos en cualquier
parte menos donde realmente querían estar. ¿A qué dioses he ofendido hoy para
merecer esta tortura?

Gabrielle tenía sus propios problemas. Todavía estaba húmeda por el baño,
pero notaba que estaba empezando a sudar. Las manos de Xena eran como seda
sobre su piel. La camisa de la guerrera estaba empapada en los sitios donde
Gabrielle se había apoyado en ella y la tela se pegaba a su musculoso cuerpo. En un
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momento dado se imaginaba a Xena acariciándole todo el cuerpo y al siguiente sus


sentidos quedaban inundados por una visión más violenta de la guerrera... más dolor
mezclado con deseo. Artemisa, ¿cómo te he ofendido hoy para merecer esta tortura?

—¿Te encuentras mejor? —preguntó Xena al salir de los baños.

—Me encuentro más limpia, en cualquier caso —dijo Gabrielle


sardónicamente—. Xena, no quiero volver a la cabaña de Sartori. Quiero quedarme
en mi propia cabaña.

La cabaña de la reina estaba más cerca del centro de la aldea, y para entonces
toda la aldea amazona se había levantado y estaba ocupada en sus tareas diarias.
Gabrielle era una reina muy querida, y a Xena le dio la impresión de que todo el
mundo de aquí a la aldea de los centauros las detenía a las dos para interesarse por
la marcha de la joven reina. Xena se dio cuenta de que Gabrielle empezaba a estar
cansada y que parecía que le flaqueaban un poco las rodillas, además, que la gente
invadiera su "espacio" empezaba a irritar a la guerrera. Se inclinó, pasó el brazo libre 38
por debajo de las rodillas de Gabrielle y la levantó en brazos.

—Necesita descansar —fue lo único que dijo Xena a las pocas preguntas
boquiabiertas, al tiempo que emprendía la marcha hacia la cabaña con Gabrielle en
brazos.

—Xena, puedo andar —dijo Gabrielle, de forma poco convincente.

Xena no dejó de caminar, mirando a la bardo con una ceja enarcada.

—He visto potrillos recién nacidos que se mantenían en pie con más firmeza.

A decir verdad, en el fondo a Gabrielle le había encantado el gesto. La joven


reprimió los sentimientos y las imágenes que habían empezado a torturarla en todo
momento y apoyó la cabeza en el hombro de la guerrera. Cerrando los ojos, Gabrielle
aspiró el olor que distinguía a la guerrera: jazmín y cuero. Estaba profundamente
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dormida cuando la guerrera la depositó con ternura en la cama de su propio


alojamiento.

Pasaron varias marcas antes de que Gabrielle se viera inmersa en la misma


pesadilla que parecía tener tanto si estaba despierta como dormida. Sintió que la
apartaban del abrazo onírico de la señora de la guerra Xena. Una mano delicada
tiraba del hombro de la bardo y ésta abrió los ojos despacio. Sintiéndose como si
hubiera salido de una tortura para entrar en otra, Gabrielle apartó violentamente el
cuerpo de la penetrante mirada azul.

—Gabrielle, soy yo... Xena —dijo la guerrera morena, intentando evitar que la
reacción de Gabrielle la afectara.

—Xena... lo siento. Tenía una pesadilla y, eeeh... aún no debía de estar


despierta del todo —mintió Gabrielle. 39
—¿Estás segura de que ya estás bien?

—Sí, gracias —contestó Gabrielle pasándose los dedos por el pelo.

—Bueno, sólo quería asegurarme de que estabas bien. Será mejor que vaya a
buscar a Eponin y le pregunte si le importa compartir su alojamiento durante un
tiempo. —Xena se levantó y estiró la espalda.

Gabrielle miró a Xena mientras ésta estiraba los músculos y se preguntó cuánto
tiempo había estado la guerrera arrodillada a su lado, observándola. Había
escuchado las palabras de Xena, pero en realidad todavía no las había oído. Cuando
lo comprendió no supo muy bien cómo reaccionar.

—¿Eponin? Pero... bueno, supongo que creía... —farfulló Gabrielle.

—¿Que creías... qué? —preguntó Xena.


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Mientras Gabrielle dormía, Xena había decidido que la joven probablemente no


querría que la guerrera durmiera en la misma cabaña. Parecía como si la mera
presencia de Xena fuera especialmente difícil para la bardo. La guerrera lo atribuía a
su fracaso a la hora de proteger a Gabrielle, como si la bardo no pudiera evitar
echarle la culpa por no haber estado allí. Lo cierto era que la guerrera no podía
condenar a Gabrielle por sentir tal cosa.

Gabrielle, entretanto, se esforzaba por contener las lágrimas que estaban a


punto de derramarse. Por supuesto, Xena no querría estar aquí con ella, ahora ya no.
Ahora estaba echada a perder, ¿no? Supongo que debe de estar muy harta de tener
que salvarme todo el tiempo.

La autoestima de Gabrielle iba bajando a cada segundo que pasaba. Su


imaginación bárdica empezaba a transformar la frase más simple en una montaña de
aborrecimiento hacia sí misma. Xena observó mientras continuaba la lucha interna de
Gabrielle. La guerrera recibía señales contradictorias por parte de la joven y ya no
40
sabía qué hacer.

—Gabrielle, es que he pensado... que tal vez... querrías un poco de intimidad,


eso es todo... —Xena se puso a buscar algo fascinante en el suelo, incapaz de mirar
a Gabrielle a los ojos. Su corazón no podría soportarlo si la joven parecía contenta de
que se marchara. Xena por fin dirigió una mirada de soslayo a su bardo. Lo que vio le
sorprendió, y una Princesa Guerrera no se sorprende a menudo. Gabrielle estaba
mirando al suelo, mientras de sus ojos empezaban a caer lágrimas silenciosas—.
Gabrielle, ¿qué ocurre? —Xena se acercó rápidamente y se arrodilló delante de la
joven bardo, con una clara expresión de preocupación.

—No es nada... no debería llorar... si te quieres ir... —empezó a decir Gabrielle


a través de las lágrimas.

—Pero yo creía que tú querías que me fuera —dijo Xena, pasmada ante lo que
acababa de admitir con toda franqueza.
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—No —exclamó la bardo, con un poco más de vehemencia de lo que


pretendía—. No quiero estar aquí sola... y no quiero estar aquí sin ti —terminó en un
susurro.

—Te daría un abrazo, pero tengo la sensación de que eso sólo empeoraría las
cosas, ¿eh? —dijo Xena con ternura, al tiempo que las comisuras de su boca se
curvaban en una sonrisa.

Gabrielle hizo una pausa y respiró hondo varias veces, secándose las lágrimas
con la palma de la mano.

—Lo siento, Xena... sé que no es ningún plato de gusto estar con alguien que no
puede dejar de llorar la mitad del tiempo y no quiere que nadie la toque la otra mitad.
Sólo necesito controlarme... entonces estaré mejor...

—Gabrielle. —Xena apoyó las manos en la cama a cada lado de la bardo, al


tiempo que la guerrera seguía arrodillada delante de la mujer—. Tal vez sea 41
justamente eso lo que ahora necesitas olvidar... parte de ese control. Escucha, yo soy
una experta en enterrar el pasado, creyendo que si lo dejo encerrado dentro no me
hará daño. Pero me lo sigue haciendo... cuando menos te lo esperes, te golpeará y te
dejará sin sentido... a menos que te enfrentes a ello.

—Es que no sé si puedo hacerlo ahora mismo.

—Cuanto más esperes, más difícil va a ser. Créeme, sé de lo que hablo. Grita,
llora, maldice a los dioses... pégame si necesitas golpear a alguien, pero no te lo
quedes dentro, Gabrielle.

Entonces Gabrielle hizo algo en lo que Xena también era experta, pero que
nunca se había imaginado a su bardo capaz de hacer. Gabrielle se colocó una
máscara de guerrera. Su rostro se volvió impasible y tomó aire despacio y con calma
para tranquilizarse.

—No puedo, Xena... todavía no. Por favor, compréndelo —rogó Gabrielle.
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La guerrera miró a la joven bardo con todo el amor y la compasión de su


corazón.

—Sólo recuerda que estaré aquí cuando me necesites, ¿de acuerdo? Ahora,
¿qué tal si voy a la cabaña de Sartori y le pido que me preste ese camastro de sobra
que tenía?

Gabrielle sonrió débilmente, pero unos golpes en la puerta interrumpieron lo que


iba a decir. Xena se levantó y abrió la puerta para descubrir a Ephiny luchando con
una bandeja cargada de comida y una jarra en los brazos y un odre de vino colgado
de un hombro.

—He pensado que os lo estabais tomando con calma. —Entró en la estancia


con dificultad y depositó sus ofrendas en la mesa—. Y, cuando no os he visto en el
comedor, se me ha ocurrido hacer un pequeño servicio a domicilio —terminó con una
sonrisa.
42
La entrada y la sonriente satisfacción de la regente hicieron sonreír a las dos
mujeres. La comida olía deliciosamente, decidió el estómago de Gabrielle, eligiendo
ese momento para hacerse notar.

—Saber llegar en el momento justo lo es todo, Eph —dijo Xena, sacando una
silla y haciendo un gesto a Gabrielle para que se sentara en ella—. Más vale que des
de comer a ese monstruo —le dijo a la bardo con una sonrisa—. Tengo un par de
cosas que hacer, vosotras disfrutad —dijo Xena al tiempo que cogía un par de
aceitunas de la bandeja y se las metía en la boca.

—Xena, no pretendía que te fueras... —empezó Ephiny, pasando la mirada de


Gabrielle a la alta guerrera.

—Tengo que ver cómo está Argo, de todas formas... seguro que está enfada por
la forma en que la dejé cuando llegué aquí.

Xena recogió sus armas y se puso el chakram al cinto, acercándose a Gabrielle.


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—¿Vas a estar bien? —preguntó la guerrera, bajando la voz de manera que


Ephiny apenas pudiera oírla.

Gabrielle asintió y Xena se volvió hacia la puerta.

—Eh, guerrera —la llamó Gabrielle. Con la mano izquierda lanzó torpemente
una manzana hacia Xena y la mujer más alta atrapó la fruta antes casi de darse la
vuelta para mirar—. No dejes de decirle a Argo que es de mi parte —sonrió.

Xena lanzó la fruta roja al aire y volvió a cogerla sin mirar.

—Lo sabrá... ¡siempre has dicho que está dispuesta a seguir a la primera cara
bonita que se le presente con una manzana! —Xena volvió a lanzar la manzana al
aire y salió por la puerta.

—Vaya, parece que un par de días durmiendo han hecho maravillas con el
humor de la Princesa Guerrera —comentó Ephiny mientras se sentaba frente a la
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joven reina—. Deberías haberla visto cuando te trajo aquí.

—Supongo que debemos de haber dado el espectáculo —dijo Gabrielle en voz


baja—. Supongo que me vio toda la aldea...

—Gabrielle... por lo que respecta a la aldea amazona, Xena y tú os topasteis


con unos tipos desagradables en el camino. Aparte de Sartori, Eponin y yo somos las
únicas que sabemos... bueno, que sabemos lo que ha pasado.

Gabrielle se quedó mirando la mesa y se hizo un silencio incómodo entre las


dos amigas. Por supuesto, el estómago de la joven reina rugió estruendosamente, lo
cual hizo sonreír a las dos mujeres.

—Primero, a comer... —sonrió Ephiny, sirviendo un vaso de sidra para la


reina—, ...hablaremos después.
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La regente mantuvo la mente de Gabrielle ocupada durante dos marcas enteras,


poniéndola al día de las últimas noticias y cotilleos de la aldea mientras comían.
Apartando la bandeja, Ephiny llenó dos copas de vino con el odre que había traído y
se acomodó en la silla.

—Bueno, ahora hablemos —dijo la regente.

—¡Creía que eso era lo que has estado haciendo! —rió Gabrielle.

—Así es... ahora te toca a ti —dijo Ephiny con seriedad.

La cara de Gabrielle se llenó de pánico.

—Xena y yo acabamos de pasar por esto, Eph... todavía no estoy preparada


para entrar en ello. Por favor, no puedo... todavía no.

—¿Quieres decir que tampoco has hablado de esto con Xena? Yo creía que no
había nada que no pudieras hablar con tu amante...
44
—No somos amantes —afirmó Gabrielle tajantemente.

—Ah. O sea... bueno, creo que... he dado por supuesto... —Ephiny no terminó
de decir lo que pretendía. ¡No me lo puedo creer! No es posible con la forma en que
la mira Xena.

—Como casi todo el mundo —comentó Gabrielle. La joven reina no pudo


contener las lágrimas que arrasaron sus ojos de esmeralda.

—Recuérdame que alguna vez juegue a las cartas contigo —sonrió Ephiny con
aire suficiente.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Gabrielle.

—Con eso quiero decir, mi querida amiga, que o mientes fatal... o llevas el
corazón en la mano —terminó la regente, cogiendo con ternura la mano de Gabrielle
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y alargando la otra mano para secar unas cuantas lágrimas que habían resbalado por
las mejillas de la joven—. Pero estás enamorada de ella, ¿verdad?

—¿Y ahora qué más da... después de lo que ha pasado? —dijo Gabrielle con
aspereza al tiempo que se ponía en pie. Se acercó despacio a la ventana y aspiró
una bocanada de aire fresco.

—¿Qué Tártaro quieres decir con eso? Gabrielle... —La regente cruzó la
habitación para colocarse delante de la reina—. Si Xena estuviera enamorada de ti,
¿de verdad crees que lo que te ha pasado afectaría a lo que siente por ti?

Gabrielle se encogió de hombros, rehuyendo la mirada de Ephiny.

—¿Y si fuese al revés? Si esto le hubiera ocurrido a Xena... ¿cambiaría el amor


que sientes por ella?

—¡Claro que no! —exclamó Gabrielle.


45
—Y sin embargo, ¿tan poco respetas su integridad... la de la mujer que dices
amar, que estarías dispuesta a renunciar a la posible felicidad de las dos, sin darle
siquiera una oportunidad?

Las palabras de Ephiny golpearon el muro que Gabrielle había erigido con tanto
cuidado en torno a su psique y sintió que empezaba a perder el control.

—Hay algo más que no me estás contando, ¿verdad? —dijo Ephiny, colocando
los dedos con delicadeza bajo la barbilla de la joven reina y obligándola a mirarla a
los ojos.

Gabrielle asintió mientras las lágrimas resbalaban por su cara magullada.


Ephiny estrechó a su amiga entre sus brazos y la llevó a la cama donde las dos
podían sentarse. Gabrielle no había planeado revelar sus pesadillas sobre la señora
de la guerra Xena, la terrorífica aprensión que sentía ante el contacto físico con Xena
o las imágenes que ahora la atormentaban tanto despierta como dormida, pero el
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reconfortante abrazo de su amiga hizo que las palabras salieran atropelladas de la


boca de la bardo. Ephiny sostuvo a la joven hasta que ya no le quedaron más
lágrimas que derramar.

—Xena tenía razón... sí que me siento un poco mejor después de llorar


—reconoció Gabrielle.

—Te quiere mucho, Gabrielle... deberías darle al menos la oportunidad de


amarte.

—Eso es sólo un sueño, Eph. En serio, ¿qué podría ver en mí la gran Princesa
Guerrera?

Ephiny sonrió y se puso a enumerar con los dedos.

—A ver... eres guapa, inteligente, cariñosa, guapa, compasiva, divertida, llena


de talento y ¿he dicho guapa?
46
Gabrielle sonrió con tristeza y se llevó los dedos a la cara.

—Sí, ya... ¡Sé que parezco un mapache, aunque Xena no me lo diga! —dijo,
refiriéndose a los moratones oscuros que tenía bajo los ojos.

—Sí, pero los mapaches son muy monos. Además, seguro que Xena te ve con
los ojos del amor.

—Eres la segunda persona que me dice eso. Creo que Sartori dijo algo sobre
los ojos del amor el otro día. —Gabrielle había dormido tanto desde entonces que no
recordaba muy bien los detalles.

—Creo que deberías conocer a Sartori cuando tengas tiempo. Puede que
descubras que las dos tenéis mucho en común.
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Gabrielle percibió un destello en los ojos de la regente de algo que supuso que
se debía a que ésta conocía un secreto, pero no hizo caso. Gabrielle reprimió un
bostezo y sonrió un poco cohibida.

—No es la compañía, Eph, te lo juro.

—Ya me he quedado demasiado tiempo y necesitas descansar. ¿Vas a estar


bien? —preguntó Ephiny, levantándose para marcharse.

—Parece que últimamente me lo preguntan mucho... sí, estaré bien. Las cosas
no pueden ir mucho peor, ¿verdad? Quiero decir, estoy perdidamente enamorada de
una mujer con la que toda la Nación Amazona se quiere acostar y ¿a dónde vamos?
A Amazonia.

Ephiny soltó una carcajada y se inclinó hacia su amiga con aire conspirador.

—No toda la Nación Amazona, Gabrielle... sólo la mitad. ¡La otra mitad se quiere
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acostar contigo! —Regodeándose en el rubor que empezó a subir por el cuello de la
reina, la regente le guiñó un ojo antes de cerrar la puerta tras ella.

Los días se convirtieron en semanas mientras Xena y Gabrielle participaban en


la vida diaria de la aldea. Xena pasaba los días cumpliendo con sus turnos de patrulla
o de caza. Cada mañana iba al campo de entrenamiento para hacer sus propios
ejercicios, dedicando un tiempo a practicar con alumnas deseosas de aprender de la
guerrera. Las tardes las solía pasar a solas con Gabrielle, escuchando a la bardo
mientras ésta se inventaba nuevas historias.

Gabrielle pasaba la mayor parte del día cumpliendo con su cargo oficial como
reina. Ephiny siempre estaba a su lado y Gabrielle daba gracias a Artemisa por tener
tal regente. Las mañanas estaban llenas de reuniones del consejo, negociaciones de
tratados y el gobierno general de todos los detalles de la vida de las amazonas. La
reina había desarrollado la costumbre de levantarse temprano todos los días para ver
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a Xena en el campo de entrenamiento, cosa que sorprendía a la mujer morena. La


bardo nunca se cansaba de observar a la guerrera realizando sus ejercicios. Las
mañanas eran el único momento en que Xena dejaba sola a Gabrielle, aunque la
bardo no se daba cuenta de ello. Fuera a donde fuese la joven reina, Xena la seguía
en silencio, dispuesta a no volver a dejar a Gabrielle desprotegida. Xena sabía que la
guardia real jamás dejaba sola a su reina hasta que volvía a quedar a salvo bajo la
mirada de Xena por las tardes.

Gabrielle descubrió que podía mantener a raya las horribles imágenes de sus
pesadillas manteniendo la mente ocupada. Había empezado contándole a Xena una
historia para pasar el rato y pronto se dio cuenta de que ni una sola vez durante el
relato se había estremecido por el contacto con Xena. De este modo, acabaron
adquiriendo la costumbre de retirarse temprano a su cabaña, donde Gabrielle
elaboraba una historia tras otra hasta que el sueño vencía a las dos mujeres.

Sin embargo, Gabrielle seguía teniendo las pesadillas. Cada noche eran un
48
poco distintas, pero Xena era siempre su atacante. Cuando ya había pasado una luna
completa, Sartori quitó las tablillas del brazo derecho de Gabrielle. Para entonces la
joven reina había conseguido adiestrar su cuerpo de forma que ya no se despertaba
gritando por las pesadillas. Cuando se despertaba en medio de la noche, empapada
en sudor, salía a pasear bajo las estrellas. Una vez eliminadas las tablillas, Gabrielle
aprovechaba este tiempo para realizar los ejercicios de fortalecimiento que le había
enseñado Xena. Eponin le había dicho que empezara a entrenar con la vara para
fortalecer el brazo y aumentar la movilidad de la muñeca. De modo que todas las
noches, a veces dos y tres veces cada noche, Gabrielle se despertaba y salía para
entrenar. A veces iba al establo para visitar a Argo, recibiendo un relincho cariñoso de
bienvenida. Generalmente tardaba menos de una marca, pero Xena siempre sabía
que se había ido. La guerrera seguía sigilosamente a la joven, para evitar que
corriera peligro. Y al cabo de dos lunas de tanta actividad nocturna, la reina y la
guerrera empezaron a tener ojeras por tanto sueño interrumpido.
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Gabrielle había seguido el consejo de Ephiny y había empezado a conocer a


Sartori. La joven sanadora tenía un humor agudo que Gabrielle sabía apreciar.
Gabrielle averiguó que la sanadora tenía una esposa, pero que se encontraba en los
territorios del norte y todavía tardaría un tiempo en volver. También era sanadora,
pero lo único que decía Sartori era que Adia, su compañera, curaba "de forma
distinta" a ella. Gabrielle notaba el amor que había entre las dos en los ojos de Sartori
cuando hablaba de Adia. La reina se preguntaba si su rostro había tenido el mismo
aspecto cuando hablaba de Xena.

La joven reina se había convertido en una mujer distinta de como había sido
antes. Antes era abierta y franca y siempre dispuesta a sonreír, ahora era muy
parecida a su guerrera... enterrando ciertas emociones, suprimiéndolas a base de
pura fuerza de voluntad. Por supuesto, había tenido que pagar un precio. Gabrielle ya
no sonreía tanto como antes, ni parloteaba sin parar sobre cualquier cosa. Ahora
tenía que tener cuidado antes de hablar o pensar. Tenía que ser prudente para no
revelar demasiado sobre sí misma, no fuera a perder el control que tanto le había 49
costado conseguir.

Gabrielle había descubierto un sitio donde ir cuando parecía que todo


presionaba sobre ella. Era un hermoso y pequeño estanque donde las libélulas de
alas iridiscentes zumbaban por encima del agua. Había un pequeño afloramiento de
rocas que colgaban por encima del borde del agua. Gabrielle se tumbaba boca abajo
y veía nadar a los peces y luego se daba la vuelta e intentaba imaginarse formas en
las nubes hasta que conseguía reprimir los demonios de la vergüenza y el
aborrecimiento hacia sí misma lo suficiente como para controlarlos.

Gabrielle seguía torturada por sentimientos que no reconocía ni siquiera ante


Ephiny o Sartori, y mucho menos ante Xena. La joven sentía que de algún modo
había provocado el ataque contra ella. Se echaba en cara su ropa provocativa, no
haber ido a alojarse en una aldea... mil cosas que repasaba una y otra vez sobre
aquel día. Si se hubiera molestado en hablar con alguien de estos sentimientos, le
podrían haber dicho lo muy equivocada que estaba y tal vez incluso se lo habrían
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hecho entender. Pero Gabrielle se sentía demasiado avergonzada y culpable para


revelar estos pensamientos a nadie, de modo que acudía a este estanque cuando los
sentimientos empezaban a arrastrarla al abismo. Aunque parecía que estaba sola,
era la reina, al fin y al cabo. Siempre había una o dos integrantes de la guardia real
ocultas entre las ramas dispuestas a proteger a su reina de ser necesario.

—Me parecía que te encontraría aquí —dijo Sartori, sentándose con las piernas
cruzadas al lado de Gabrielle en las rocas.

—Me has pillado haciendo novillos. —Gabrielle se puso boca arriba y cruzó las
manos debajo de la cabeza.

Sartori vio las sombras oscuras que pasaban por los ojos de Gabrielle, antes de
que la joven los cerrara y suspirara profundamente. Pasaron tal vez dos segundos
antes de que Gabrielle volviera a abrir los ojos y la sanadora se encontró con el 50
conocido verde chispeante. Por los dioses, cada vez lo hacer mejor, esto de apartar
sus sentimientos. Sartori rogó en silencio a Artemisa que estuviera a punto de hacer
lo correcto... a fin de cuentas, ella no podía curar esta parte del cuerpo como podía
Adia.

—A Eponin le gusta decir que estar en la cumbre es duro, mi reina. Si eso es


cierto, supongo que te mereces hacer novillos de vez en cuando.

Gabrielle sonrió, no por lo que decía, sino porque Sartori había usado su título.
Por muchas veces que le pidiera a su nueva amiga que la llamara Gabrielle, la
sanadora seguía dirigiéndose a ella con formalidad. La reina había dejado por fin de
pedírselo, pero seguía haciéndole sonreír. Era una especie de juego entre ellas, cuya
razón no conocía.

—Hoy es el día —dijo Sartori con una sonrisa—. Adia vuelve hoy a casa...
debería llegar hacia media mañana.
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—Oh, Sartori, qué estupendo. —Gabrielle se incorporó y dobló una pierna


debajo de ella—. Sé lo mucho que la debes de haber echado de menos.

—Me siento como si hubiera dejado el corazón en un estante esperando su


regreso —musitó Sartori doblando las piernas hasta colocarlas debajo de la barbilla,
rodeándolas con los brazos—. Incluso ahora me pregunto qué puede ver en mí...
evidentemente es algo que yo no noto.

—Ah, los ojos del amor —dijo Gabrielle, recordando—. Me lo dijiste una vez,
¿recuerdas?

—Es un enigma que sólo se puede explicar con esa frase. —Sartori apoyó la
barbilla en las rodillas y se echó hacia atrás la capucha del manto. Gabrielle observó
mientras la joven sanadora se acariciaba distraída la feroz cicatriz que le cruzaba
toda la cara—. Yo comprendo lo que has sufrido más de lo que crees, mi reina.
Llegué a la aldea amazona cuando tenía once estaciones. Mi propia aldea había sido
incendiada y arrasada, mi familia masacrada como ovejas en el campo. Fui violada 51
por tres soldados.

Las lágrimas habían empezado a resbalar por las mejillas de Sartori, pero en
sus ojos había una mirada distante, como si estuviera reviviendo la pesadilla de aquel
día. Gabrielle ansiaba hacer o decir algo por alguien cuyo dolor era tan parecido al
suyo, pero se quedó sentada en silencio y dejó que la sanadora continuase.

—El último soldado que me tomó, me hizo esto. —Volvió a tocarse la larga
cicatriz—. Recuerdo sus palabras como si fuera ayer. Me dijo que nadie me querría
ahora que ya había sido usada y luego, justo antes de cortarme, dijo que esto
garantizaría que nadie me amase jamás.

Gabrielle bajó la cabeza y dejó que cayeran sus propias lágrimas. Pues el
tormento de su nueva amiga era el suyo. Sabía cómo era ese miedo... saber que
jamás conocerías el amor.
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Las dos mujeres se quedaron sentadas así largo rato y lo único que se oía entre
ellas eran los ruidos suaves de su llanto.

Sartori fue la primera en romper el silencio.

—Ni siquiera recuerdo cómo llegué aquí. Ramti, la sanadora de la aldea, me


acogió. Así desarrollé mis habilidades para curar. Pero hasta las niñas amazonas
pueden ser crueles. Me acostumbré a llevar un manto con capucha para no destacar
tanto.

—¿Adia ya vivía en la aldea? —Gabrielle no pudo evitar intervenir.

—No. —Sartori sonrió ahora al llegar a esta parte de la historia—. Vino un


verano con una lejana tribu del norte para una fiesta intertribal. Como siempre ocurre
cuando se reúnen personas que no se conocen, las guerreras parecían juntarse con
otras guerreras, la realeza con la realeza. Bueno, pues así nos conocimos Adia y yo.
Ese verano yo tenía diecisiete estaciones. Había pasado seis estaciones creando 52
muros a mi alrededor para que nadie me hiciera daño. Creo que el daño más grande
fue que me había convencido de que lo que me había dicho aquel soldado era cierto.
Que por el aspecto que tenía y por haber sido violada, nunca podría resultar lo
suficientemente atractiva como para ser amada. Adia era la mujer más bella que
había visto jamás. No conseguía entender por qué me seguía a todas partes, parecía
que siempre se encontraba conmigo "por casualidad". Supongo que yo era bastante
inocente. —Sonrió tímidamente a Gabrielle—. Una tarde yo estaba meditando en el
bosque y, por supuesto, Adia dijo que daba la casualidad de que iba a dar un paseo.
Creo que hasta ella se dio cuenta de lo pobre que sonaba esa excusa y se echó a
reír, se sentó y empezó a decirme lo increíble que le parecía yo. Creo que yo tenía el
corazón a punto de saltárseme del pecho. Entonces me quitó la capucha. Lo hizo con
tanta dulzura y sus ojos eran tan cautivadores que apenas me di cuenta de lo que
había hecho hasta que la tuve quitada. Creo que por un momento me entró el pánico
y traté de apartarla, pero ella me sujetó, mirándome a los ojos. Sentí que podía ver
hasta el fondo de mi alma, pero sabía que cuando viera lo que había ahí, se sentiría
asqueada. Entonces, ¿sabes lo que me dijo esta mujer?
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—Tori, tienes los ojos grises más preciosos que he visto jamás.

Sartori levantó la mano inconscientemente para tocarse la cicatriz, pero los


dedos de Adia la apartaron y le acariciaron tiernamente la mandíbula, acercando la
cara hasta que Sartori sintió el aliento de la otra mujer en los labios.

—Tendrás que hablarme de eso alguna vez... cuando estés preparada.


—Entonces sus labios se juntaron en un beso que prometía toda una vida más de
besos por venir.

—Nunca me habían besado hasta entonces, mi reina, pero aunque me hubieran


besado mil veces habría seguido diciendo que, hasta ese beso, nunca me habían
besado hasta entonces. Me sujetó en sus brazos y nos quedamos así todo el día y
ella no paró de decirme lo enamorada que estaba de mí. Luego me besó en la frente
y me dijo que me durmiera. Yo no le dije que apenas dormía porque tenía miedo,
todavía tenía las pesadillas de aquel día. Pero echada en sus brazos, me dormí y
tuve la pesadilla como siempre. Esta vez Adia estaba allí, en mi sueño. Me salvó... 53
jamás fui violada... jamás me hicieron esto —dijo señalándose la cicatriz de la cara—.
Fue la emoción más asombrosa que había tenido en toda mi vida, despertarme de
aquel sueño con tal sensación de paz. Sabía, en mi cabeza, que mi pasado no había
cambiado, pero mi corazón sentía que aquella experiencia no había ocurrido nunca.
Intenté decírselo a Adia y ella sonrió, me besó y dijo que lo sabía. Fue entonces
cuando me habló de su don. Era una sanadora de sueños. Me dijo que generalmente
sólo creaba un entorno para que alguien a quien quisieras pudiera entrar en tu sueño
y ayudarte a curarte. Esta vez, ella quiso ser quien me ayudara a mí. Adia me dijo
que yo era bella y yo sentí que lo creía. Me veía no como me ven los demás, sino con
los ojos del amor. Cuando la miré a los ojos, vi mi propio reflejo y allí, en su mirada,
volví a ser inocente y limpia... en sus ojos yo era bella.

Gabrielle levantó la mirada y vio a esta joven sanadora como la veía su amante.

—Sartori... eres bella.


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La sanadora miró a su reina por primera vez desde que había empezado a
contar su historia y sonrió alegremente.

—Tú miraste más allá de mis cicatrices, la primera vez que nos vimos... tal vez
ése es tu don.

—Los ojos del amor... —reflexionó Gabrielle en voz alta—. Me pregunto si


siempre es así de fácil.

—Nada que merezca la pena tener en esta vida es fácil, mi reina. Yo tuve que
dar un enorme salto de fe para creer en lo que veía reflejado en los ojos de Adia.
Creer que podía amarme fue la prueba más difícil que he pasado en mi vida.

—Sartori... ¿Adia podría curar mis sueños? —susurró Gabrielle, sin permitir a su
corazón sentir esperanza.

—Creo que estaría dispuesta a intentarlo, alteza. —Sartori soltó un suspiro de


54
alivio. Vio lo que había tras los rasgos de Gabrielle y observó la lucha que se estaba
librando desde dentro. Pidió fuerzas a Artemisa para la guerrera de su reina. Sentía
que a Xena le iban a hacer falta para luchar contra los demonios que atormentaban a
la reina.

—¿Tori?

Sartori volvió la cabeza de golpe al oír su nombre. Gabrielle supo de inmediato


quién era la alta desconocida que estaba detrás de ellas por la expresión de la
sanadora. El rostro de Sartori se iluminó y su sonrisa se extendió a sus ojos
rápidamente. De un salto bajó de la roca y cayó en brazos de la alta desconocida.

Sartori no había mentido. Adia era realmente una de las mujeres más bellas que
Gabrielle había visto en su vida. Vestida con pantalones y camisa y botas de montar
hasta las rodillas, parecía más una guerrera que una sanadora. Su pelo era del
mismo color que el de Xena y las lisas guedejas le llegaban justo por debajo de las
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orejas, algo revueltas de cabalgar. Irónicamente, también era tan alta como la
guerrera de Gabrielle. Sus ojos eran de un verde profundo salpicado de oro.

Adia se acercó donde Gabrielle seguía sentada y cayó sobre una rodilla,
llevándose la mano al corazón.

—Mi reina, perdona la interrupción. Soy Adia, esposa de Sartori... —dijo,


alzándose y rodeando con el brazo la cintura de Sartori—. Llevo cinco lunas sin ver a
esta hermosa criatura... y ya no podía esperar más.

—Por favor, Adia... llámame Gabrielle. Cinco lunas es mucho tiempo para estar
separada de la persona que amas —asintió Gabrielle.

—Me parece como si hubiera sido la mitad de mi vida —contestó Adia, mirando
a Sartori.

Gabrielle observó a la alta sanadora y las delicadas caricias que depositaba en


55
la cara de Sartori. Empezó a sentirse de sobra y se levantó para marcharse.

—Bueno, tengo que volver para trabajar... ha sido un placer conocerte, Adia.

—Mi... digo, Gabrielle... por favor, no te vayas por mi causa —se disculpó Adia.

—No, ya he estado fuera demasiado tiempo, no tiene nada que ver contigo.
Además, si no vuelvo a la aldea, seguro que la guardia se lo dice a Ephiny —dijo
Gabrielle, señalando los árboles—. Se supone que no sé que están ahí —susurró,
guiñando un ojo.

Las dos mujeres prometieron no revelar el secreto de la reina cuando se


marchaba. Volviéndose para mirar a la pareja, Gabrielle vio que Adia estrechaba a
Sartori en sus fuertes brazos y las dos intercambiaban un ardiente beso. La reina se
dio la vuelta rápidamente y siguió caminando, sintiendo que se estaba entrometiendo
en algo privado. Al ver la prueba de los ojos del amor, Gabrielle pensó en Xena y
regresó a la aldea con cierta aprensión en el corazón. Había renunciado al concepto
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de la esperanza, pero en una sola mañana, dentro de su corazón maltrecho se


encendió una pequeñísima chispa.

Y así cayó la primera barrera.

Gabrielle acababa de terminar uno de sus relatos más divertidos. Era una
comedia de equívocos y siempre hacía reír a Xena, y esta vez no había sido una
excepción.

—Creo que debería escribirla para que puedas sacarla y leerla siempre que
necesites unas buenas risas —dijo Gabrielle mientras servía una copa de vino para
las dos.

—No sería lo mismo si no lo cuentas tú. —La guerrera levantó la mirada,


sonriendo. Había estado arreglando una hebilla de la armadura de la pierna y estaba
56
sentada con las piernas cruzadas en su camastro.

Gabrielle le devolvió la sonrisa y cruzó la habitación, ofreciéndole a Xena una


copa de vino.

—Gracias —dijo Xena, dejando a un lado la armadura y apoyándose en la


pared.

Gabrielle no tenía ni idea de cómo empezar esta conversación, pero decidió


lanzarse de todas formas.

—Xena —empezó Gabrielle—, ¿tú crees que soy bonita?

Xena casi escupió el sorbo de vino que tenía en la boca. Por Gea, ¿de dónde ha
salido eso?
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—Gabrielle... eso te lo ha dicho mucha gente, yo diría que a estas alturas ya


deberías saberlo. —Xena intentó quitar importancia al tema, preguntándose a dónde
quería ir a parar la bardo con esto.

Gabrielle se agachó para sentarse delante del camastro donde estaba reclinada
Xena. Sentándose con las dos piernas dobladas debajo, apoyó los brazos en el
camastro que tenía delante.

—Pero... ¿todavía soy bonita? —dijo en apenas un susurro, obligándose a


mantener el contacto visual con la guerrera.

Xena sabía a qué se refería la bardo. Incluso después de haber sido violada...
¿todavía la desearía alguien? Oh, hay alguien que sí, Gabrielle. La guerrera no
quería otra cosa más que estrechar a la bardo entre sus brazos, comérsela a besos y
decirle exactamente lo bonita que le parecía. No tenía valor para hacerlo, no hasta
que la guerrera pudiera tocar a Gabrielle sin hacer que ésta se encogiera o se
apartara llena de miedo. Por mucho que Xena lo deseara. No, disfrutaría de lo que su 57
bardo pudiera ofrecerle y se conformaría con eso.

Xena frunció el ceño y se quedó mirando fijamente a Gabrielle un buen rato,


intentando transmitir a la joven con sus ojos azules los que no podía con la voz.

—Gabrielle... eres más que bonita... eres bella.

—Supongo que sólo...

—Lo sé —contestó Xena comprensivamente—. Gabrielle, no ha ocurrido nada


en el pasado... ni ocurrirá nada jamás que a mis ojos pueda hacerte parecer otra cosa
que no sea bella.

Los ojos de Xena no se apartaron de los de la bardo. Gabrielle se encontró


atrapada en las profundidades azules, que se arremolinaban a su alrededor como un
torbellino. Estaba desesperada por ver su reflejo allí y conocer la verdad. ¿Son los
ojos del amor, Xena?
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Gabrielle colocó una mano sobre la rodilla de Xena.

—Gracias —fue lo único que consiguió decir la bardo.

Gabrielle se sentó de golpe en la cama, temblando mientras el sudor chorreaba


por su cuerpo ligero y musculoso. Echó un vistazo rápido a Xena, que estaba echada
en el camastro al otro lado de la habitación. Cuando la bardo hubo calmado los
latidos de su corazón, escuchó la respiración tranquila y acompasada que indicaba
que la guerrera seguía dormida. Gabrielle se levantó y se puso las botas,
deteniéndose para echarse agua en la cara. Agarró su vara y se deslizó por la puerta
sin hacer el menor ruido.

Para Xena se había convertido en un sexto sentido ser capaz de mantenerse al


tanto de su bardo. Supo el momento exacto en que comenzó la pesadilla. Las
pesadillas de Gabrielle formaban ya parte de sus noches de tal forma que sabía 58
exactamente cuándo iban a empezar. Oyó a la bardo tomar aire bruscamente,
indicando el hecho de que se había liberado del sueño. Por los dioses, qué bien lo
hace ya... apenas un ruido. Xena se obligó a respirar despacio, sin mover un solo
músculo hasta que oyó salir a Gabrielle.

Xena se deslizó por las sombras mientras Gabrielle se encaminaba al establo.


Al entrar, la bardo se colocó en el centro del edificio y empezó una serie de
estiramientos antes de ponerse a dar vueltas a la vara en una serie de complicados
ejercicios. Sin esfuerzo, Xena subió al pajar para mirar. La joven y los dibujos que
trazaba en el aire con su vara dejaron hipnotizada a la guerrera. Xena no había visto
nunca algunos de esos movimientos. Los músculos de Gabrielle saltaban y se
agitaban en sus extremidades mientras se movía sin pausa durante una marca casi
completa.

Por fin la joven se detuvo y se quedó inmóvil en medio del establo. Tenía el
pecho jadeante por el esfuerzo, los músculos temblorosos y la camisa empapada de
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chorros de sudor. Gabrielle se quedó allí, con la cabeza echada hacia atrás,
intentando recuperar el aliento.

Xena simplemente miraba a la joven como si estuviera hechizada. ¡Por los


dioses! La guerrera agradecía la fuerte respiración de la bardo, pues tapaba el hecho
de que ella estaba jadeando literalmente. A la tensión de su entrepierna le siguió un
reguero de humedad que empezó a resbalarle por el muslo. Xena se tumbó de
espaldas sólo por apartar los ojos de Gabrielle. Consiguió controlar la respiración,
reprimiendo las imágenes carnales que se le pasaban por la mente.

Gabrielle estaba totalmente empapada, pero saciada de una forma extraña. Se


acercó al fondo del establo y entró en la cuadra de Argo, donde la yegua saludó su
llegada con un relincho.

—Lo siento, esta noche no hay manzana, amiga mía. —Palmeó el cuello de la
yegua, alargando los brazos para abrazar al animal dorado.
59
La bardo cogió un cepillo y peinó suavemente el pelo de la yegua. Si Xena
hubiera sabido que la bardo venía a hablar con Argo todas las noches, para contarle
sus secretos al animal silencioso, la guerrera habría averiguado los miedos de
Gabrielle varias lunas antes. Como tenía por costumbre, la joven le contaba a Argo lo
que le parecía que no podía contar a nadie más, y esta noche no fue una excepción.

—Aunque fueran los ojos del amor, daría igual, ¿verdad, Argo? —Gabrielle
cepillaba a la yegua y le hablaba en un susurro tan bajo que sólo gracias a su oído
fuera de lo normal pudo Xena escuchar a la bardo—. ¿Qué dirían si supieran que fue
culpa mía? ¿Ephiny... mi gente... Xena? ¿Podrían perdonarme... podría ella? ¡Oh,
Argo, no debería haber estado allí! Si hubiera hecho lo que me dijo Xena... alojarme
en una posada. ¿Por qué no lo hice? Ese corpiño, esa falda... ¿a cuántos borrachos
se ha enfrentado Xena por culpa de mi aspecto? Tendría que haber empezado a
luchar desde el principio...
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La joven había dejado de cepillar y se echó a llorar contra el cuello de la yegua


dorada. Xena luchó con sus propias lágrimas al escuchar a su bardo. La punzada que
sentía en el pecho se convirtió en un dolor espantoso al escuchar la confesión de
Gabrielle. ¿¡Cree que se lo merece... que fue culpa suya!?

Xena había conseguido saltar por la ventana de la cabaña y meterse bajo las
sábanas momentos antes de que Gabrielle entrara en la habitación. La bardo se
movió sin hacer ruido por la estancia, pero Xena entreabrió un ojo, observando
mientras la joven se quitaba del cuerpo la camisa empapada. La luna caía por la
parte delantera del torso de la bardo y Xena sintió que la humedad volvía a manar
entre sus piernas. Cerró los ojos con fuerza para evitar la visión hasta que oyó el
familiar ritmo del sueño en la respiración de Gabrielle.

Xena sabía que no podría dormir hasta que soltase la tensión que se le estaba
acumulando entre las piernas. Mirando una vez hacia la bardo, se aseguró de que 60
dormía, al tiempo que movía la mano bajo las sábanas. Subió por debajo de la
camisa, deslizando los dedos entre los húmedos pliegues. Imágenes de Gabrielle,
guiando la vara amazona con los miembros empapados en sudor, los músculos
moviéndose bajo la camisa. Totalmente inmersa en esta fantasía, Xena colocó dos
dedos contra su abertura, haciendo vibrar con fuerza el pulgar sobre la protuberancia
hinchada. Los dedos de la mano que tenía libre subieron para pellizcar los pezones
hinchados a través de la camisa de algodón, provocando un nuevo torrente de líquido
entre sus piernas. Le empezaron a temblar los muslos al hundir dos dedos hasta el
fondo dentro de sí misma. Tres embestidas más y sintió que su cuerpo se tensaba y
contraía alrededor de sus dedos. Oh, dioses... Gabrielle. Sus caderas se arquearon
con el orgasmo y el único sonido fue una exhalación entrecortada que se le escapó a
la guerrera.

Cuando los temblores cesaron por completo, Xena pudo pensar con claridad.
Había sido capaz de aguantar mucho tiempo, pero ver a Gabrielle esta noche le
había hecho perder el control totalmente. Se acomodó en el camastro, escuchando el
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ruido de la respiración de su bardo, repasando en su mente las palabras que


Gabrielle había susurrado en el establo. Xena sabía lo que tenía que hacer ahora,
pero, tal y como lo veía, sólo había un fallo en su plan...

...Gabrielle probablemente no se lo perdonaría jamás.

Xena encontró a Gabrielle en el comedor esa mañana. La guerrera ya se había


ido cuando Gabrielle se despertó, lo cual no era inusual. La reina desayunó y estaba
disfrutando de una taza de té con Eponin y su nueva recluta, Tarazon, antes de
dirigirse al campo de entrenamiento para ver practicar a Xena.

—Me alegro de pillarte —dijo Xena con cierto tono travieso antes de sentarse al
lado de Gabrielle—. ¿Qué te parece si hoy me ayudas a entrenar a algunas de tus
reclutas con la vara? He pensado que como casi eres mejor que yo con esa cosa a lo
mejor querrías ayudarme con una demostración de combate. 61
Gabrielle no estuvo segura de que Xena le había dirigido a ella la propuesta
hasta que la guerrera se levantó y dijo:

—Bueno, ¿qué te parece, Gabrielle? ¿Nos encontramos en el campo dentro de,


digamos, dos marcas?

—Sí —dijo Gabrielle, asintiendo con la cabeza—. Sí, creo que me gustaría darte
una paliza delante de mis súbditas —bromeó Gabrielle.

Xena se alejó sin dejar de reír en voz alta. Perdóname, Gabrielle.

Cuando se corrió la voz de que la reina se iba a enfrentar en un combate de


entrenamiento con la Princesa Guerrera, ya no fueron sólo las alumnas las únicas en
el campo, prácticamente la aldea entera apareció para mirar. Lo que había dicho
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Ephiny era cierto, la mitad de la nación babeaba por la guerrera morena, pero la otra
mitad se moría por su joven reina.

Ambas mujeres habían hecho ejercicios de calentamiento y estaban la una


frente a la otra dentro del círculo de combate. Xena con su habitual túnica de cuero y
su armadura, mientras que Gabrielle llevaba su ropa de cuero de amazona. A Xena le
resultaba un poco inquietante ver a Gabrielle con muñequeras y armadura para
proteger los hombros, con unos bíceps que mostraban los resultados de sus
ejercicios nocturnos. Las dos mujeres se acercaron al centro del círculo y juntaron las
varas ligeramente. Las dos retrocedieron, adoptando una postura de combate y
empezó el espectáculo.

Xena decidió hacer de agresora, atacando como era de prever hacia el lado
derecho de la reina, sabiendo que ése había sido su brazo roto. Por supuesto, la
guerrera sabía lo que no sabía el resto de la aldea... que los huesos rotos de
Gabrielle eran probablemente el doble de fuertes ahora de lo que lo habían sido
62
jamás. Xena se dio cuenta rápidamente de la verdad que encerraba lo que había
dicho antes: Gabrielle era casi mejor que ella. La reina siguió el ritmo de Xena a
través de una compleja serie de movimientos mano sobre mano y de repente la reina
pasó a ser la agresora. La guerrera se encontró retrocediendo, empezando a
cansarse de verdad, pues tenía que saltar por encima de los numerosos golpes de
Gabrielle a las piernas. ¡Por los dioses, qué buena es Gabrielle!

Justo cuando la seguridad de Gabrielle estaba aumentando, resonó el grito de


batalla de Xena cuando ésta saltó por el aire, volando por encima de la cabeza de la
joven. Casi todos los enemigos se quedaban sorprendidos por esta maniobra, pero
Gabrielle había luchado en cientos de batallas, grandes y pequeñas, con la guerrera.
Cuando Xena estaba en el aire, Gabrielle agarró el extremo de su vara y giró en
redondo. Justo cuando la guerrera estaba en el momento más vulnerable, cuando
aterrizaba, la vara de Gabrielle enganchó los pies de la guerrera y la tiró al suelo. Sin
embargo, la reina vio que en cuanto Xena dio en el suelo, aprovechó el impulso para
dar una voltereta y ponerse de nuevo en pie. ¡Por los dioses, qué buena es Xena!
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Por supuesto, esta maniobra había dejado a Gabrielle al descubierto y la


guerrera aprovechó la oportunidad para decírselo.

—Podría haberte tenido a mi merced ahora mismo, mi reina... ¿es eso lo que
hiciste para perder en el bosque a las afueras de Pelios?

Sólo por puro reflejo consiguió Gabrielle continuar sus movimientos, pues su
mente se quedó paralizada. No es posible que haya dicho eso.

Xena continuó sus ataques, pero disminuyó la fuerza, sabiendo que Gabrielle
todavía intentaba asimilar lo que había dicho la guerrera.

—¿Eso que llevas puesto es para distraerme o sólo para provocarme?

Gabrielle asestó un golpe a lo loco al oír eso y perdió el equilibrio. Casi se


detuvo, pero Xena aminoró la velocidad con ella, lo suficiente para hacer que siguiera
luchando.
63
—Xena, ¿qué intentas hacer? —suplicó Gabrielle.

—Ganar, mi reina... ¿o es que no crees que todos obtenemos lo que nos


merecemos?

Xena creyó por un momento que se había pasado. Algunas de las amazonas
situadas en el perímetro del círculo se miraron entre sí al oír lo que decía la guerrera,
mientras que algunas de las guardias reales se movían nerviosas, sin saber si esto
formaba parte del combate planeado o no.

—Vamos, Gabrielle... no irás a decirme que no fue culpa tuya, ¿verdad? Te


encanta provocar y lo sabes —ronroneó Xena.

Gabrielle se detuvo por completo al oír eso, aferrando la vara con tal fuerza que
se le pusieron los nudillos blancos mientras luchaba con sus emociones.

—Tienes que haber hecho algo...


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Xena oyó el sonido de las espadas de las seis guardias reales al salir de sus
vainas. Ahora ya sabían que algo iba mal.

Ephiny oyó el intercambio, pero no se percató inmediatamente de lo que estaba


ocurriendo de verdad. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo Xena,
reconoció que la guerrera estaba jugando a algo muy peligroso. Con un gesto de la
mano, Ephiny contuvo a la guardia y susurrando una frase, hizo que Solari empezara
a dispersar a las espectadoras.

Gabrielle, sin embargo, no se dio cuenta de nada de esto. Sólo era consciente
de dos cosas. La primera era la furia que en pocos segundos no iba a poder seguir
controlando. La segunda era que Xena era la causa de esa furia.

—Venga, Gabrielle... tú y yo sabemos que es cierto... tienes que haber hecho


algo.

—¡Noooo! —gritó Gabrielle. 64


Tan deprisa que Xena apenas tuvo tiempo de bloquearla, la vara de Gabrielle se
lanzó contra su estómago. Izquierda, derecha, izquierda en rápida sucesión. Previó el
siguiente ataque a la derecha contra sus costillas, pero se lanzó demasiado pronto y
Gabrielle entró a matar. El golpe de derecha contra sus costillas que Xena había
planeado bloquear subió en cambio hacia lo alto y golpeó de lado la cara de Xena
con un crujido espantoso. La cabeza de la guerrera se echó hacia atrás bruscamente
y, aunque la fuerza del golpe habría roto la mandíbula a un hombre, Xena cayó sobre
una rodilla y la vara se le escurrió de las manos. El suelo subió dando vueltas hacia
ella y pensó que iba a echar lo que tenía en el estómago. Al cerrar los ojos,
controlando las náuseas, oyó a Gabrielle.

—¡No fue culpa mía! ¡Yo no hice nada malo! —gritó la joven reina
histéricamente, alzando la vara para acabar con la guerrera.
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Xena tragó con fuerza y subió los ojos para encontrarse con los de Gabrielle. La
guerrera intentó transmitir todo el amor que sentía en el corazón por su bardo en esa
sola mirada.

—Así es, Gabrielle... tú no hiciste nada malo —dijo suavemente.

Gabrielle tardó un momento en captar la afirmación, pero cuando lo hizo,


recordó las palabras que Xena le había dicho hacía tanto tiempo.

...Cuando menos te lo esperes, te golpeará y te dejará sin sentido... a menos


que te enfrentes a ello.

Y así había sido.

—Yo no hice nada malo... —susurró Gabrielle, más como afirmación que
pregunta. Miró la vara alzada que tenía en las manos, dejándola caer al soltarla, y se
desplomó de rodillas.
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—No, Gabrielle... te aseguro que no lo hiciste.

Los gritos y los sollozos arrancados de la garganta de la joven reina sonaban


inhumanos. Xena abrazó a la bardo mientras Gabrielle se aferraba a su amiga como
para evitar caer a los abismos del Tártaro. Bastante tiempo después, sólo quedaban
dos figuras en el campo de entrenamiento.

—Gabrielle —susurró Xena, acariciando el pelo de la joven.

Gabrielle miró a la guerrera con los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas.

Xena le echó a la bardo una sonrisa de medio lado.

—¿Quieres dejar de darme en la cabeza? Está empezando a dolerme.

Y así cayó la segunda barrera.


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A la mañana siguiente la piel que cubría la parte derecha de la mandíbula de


Xena estaba pintada de azul y morado, desde la oreja hasta la barbilla. Gabrielle se
encogía al mirar a la guerrera, sabiendo que ella era la responsable de la fea
contusión. Nunca se había sentido tan total y absolutamente descontrolada como en
el campo. Se le había "ido" la cabeza, pero Xena no paraba de decirle que eso era
bueno. Tenía que reconocer que se sentía algo más ligera. Pero las pesadillas no han
parado.

Xena notó un cambio en Gabrielle inmediatamente. La joven había empezado a


mirar de verdad a la gente a los ojos. Pero las pesadillas no han parado. En el fondo,
Xena había tenido la esperanza de que las pesadillas y el insomnio cesaran al
instante: se equivocaba. Recordó la noche anterior, cuando Xena había percibido la
pesadilla de Gabrielle antes de oírla. Seguir a Gabrielle había sido más difícil, pues a
cada paso Xena sufría ataques de vértigo. Sin embargo, lo consiguió, y no tardaron
66
en sumirse las dos en el sueño de las personas realmente agotadas.

—Xena, no sé si puedo hacer esto —dudó Gabrielle justo a la entrada del


comedor. Ésta iba a ser la primera vez que las habitantes de la aldea la iban a ver
desde el incidente del día anterior.

—Eres la reina de la Nación Amazona, Gabrielle... no has hecho nada de lo


debas avergonzarte. Además... —continuó la guerrera, estirándose la túnica de cuero
y adoptando un aire regio—, ...si yo tengo que entrar ahí después de haber sido
derrotada por una bardo rubia y bajita, ¡lo menos que puedes hacer es respaldarme!

Gabrielle se rió y miró a la guerrera con afecto producto de la admiración y el


respeto.

Xena le ofreció el brazo y susurró:

—No tienes que tocarme si te molesta mucho.


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Desechando el temor de la guerrera, la joven reina colocó la mano sobre la


muñequera de la guerrera.

—Adelante, mi campeona —sonrió nerviosa.

La cabaña estaba casi totalmente llena y, cuando las dos mujeres avanzaron
por el largo edificio, las conversaciones empezaron a apagarse hasta cesar. La sala
se había quedado en un silencio casi total para cuando la reina y su campeona se
hicieron con unas tazas de té caliente y se sentaron a la mesa de la reina. Ephiny se
levantó de un salto del asiento de la reina en cuanto vio a Gabrielle entrar en el
edificio y se trasladó al otro extremo de la mesa. Cuando Gabrielle estuvo sentada,
Xena se movió a la izquierda de la reina y se quedó de pie en silencio detrás de
Eponin, reclamando este primer asiento a la izquierda como el correspondiente a la
campeona de la reina. Eponin se trasladó sin decir nada, incapaz de mirar a la
guerrera a los ojos.

Parecía que la aldea estaba esperando para ver qué iba a pasar en la mesa de 67
la reina antes de reanudar sus propias conversaciones. Ephiny, Eponin, Solari, Sartori
y Adia estaban sentadas inmóviles a la pequeña mesa. Fue Adia la que puso las
cosas en marcha. Nadie llegó a saber jamás si la sanadora decidió prescindir de toda
cautela y jugarse la vida o si simplemente era así de inocente con respecto a la
Princesa Guerrera.

—Guerrera... —Adia se inclinó hacia Xena, pero su voz se oyó fácilmente en


toda la cabaña. Miraba a Xena con una mezcla de compasión e inocencia total—. Tal
vez deberías aprender a agacharte —dijo con mucha seriedad.

Xena se quedó ahí sentada con una expresión de pasmo y asombro. De hecho,
todo el edificio contuvo el aliento mientras la Princesa Guerrera clavaba una mirada
gélida en la desconocida.

—¿Es que te quieres suicidar? —bufó Xena.


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Entonces empezó. Gabrielle intentó fingir que estaba carraspeando, pero su risa
por lo bajo era inconfundible a oídos de Xena. La guerrera volvió despacio la cabeza
para intentar intimidar con la mirada a su compañera, pero no tuvo el menor efecto en
la joven. Los ojos de Gabrielle se encontraron con los de Xena y la reina subió la
mano rápidamente para tapar su sonrisa. Eponin fue la siguiente, al soltar un
resoplido mientras bebía. Solari no tardó en seguirla. Ephiny se esforzó todo lo
posible, pero ni siquiera mordiéndose el labio consiguió sofocar la risa. Sartori se
limitó a taparse la cara con las manos. Mientras, Adia mantenía su mirada inocente e
inexpresiva clavada en Xena. Para entonces, incluso Gabrielle se estaba riendo en
voz alta.

—¿Quién Tártaro eres tú? —preguntó Xena entre dientes, incapaz de pensar en
una forma airosa de salir de la situación.

Llegadas a este punto, a Eponin le dio tal ataque de risa que se cayó de la
banqueta, lo cual provocó las carcajadas incontrolables del resto de la mesa. Era risa
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nerviosa, sin duda, pero Xena sólo tuvo que mirar bien a Gabrielle para darse cuenta
de que estaría dispuesta a dejar que el mundo entero se riera de ella con tal de ver
esa luz en los ojos de su bardo. Por Gabrielle, Xena estaba dispuesta a seguir el
juego.

—No te rías, Ep... —dijo Xena sin mirar a la guerrera—. ¡Mañana te toca a ti
luchar con ella!

La risa de Eponin se detuvo en seco. Xena bebió un sorbo de su taza, se volvió


y guiñó el ojo a su bardo y volvieron a estallar las carcajadas ante la expresión
temerosa de la guerrera amazona.

La gente de la cabaña no sabía qué había ocurrido exactamente en la mesa de


la reina, ni siquiera lo que había pasado en el campo de entrenamiento el día anterior,
pero sabían, o notaban, que volvían a ser una comunidad unida.
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—Bueno... ¿has hablado ya con Xena? —preguntó Eponin.

—Hablamos todo el tiempo —contestó Gabrielle, sin dejar de mover los


pergaminos que tenía en la mesa delante de ella.

—Sí, ¿pero escucháis alguna vez? —El tono de la guerrera estaba cargado de
frustración.

—Ep, ¿pero qué más da? —Gabrielle tiró un pergamino con rabia—. Aunque
Adia pudiera curar mis sueños, ¡Xena no piensa en mí de esa manera!

—¡Dime que no eres así de densa! Xena está tan enamorada de ti que su
cuerpo prácticamente lo grita cada vez que está cerca de ti.

—Sí, me quiere, pero no del modo que tú crees. Ahora soy como algo que
siente que debe proteger y cuidar —le contestó Gabrielle.

—¡Porque así es como trata una guerrera a la mujer que ama!


69
—Pues yo no lo veo —continuó Gabrielle—. Francamente, estoy empezando a
pensar que ni siquiera le gustan las mujeres. Quiero decir, con todas las veces que
hemos estado aquí, con todas estas amazonas tirándose literalmente a sus pies,
¿alguna vez has visto que Xena mire dos veces siquiera a alguna de ellas?

—¡Arrrggggg! —gimió Eponin, tapándose la cara con las manos—. Vale...


imagina. ¿Alguna vez te has planteado que puede ser porque está-enamorada-de-ti?

—¡Me estás volviendo loca con todo esto! ¿Por qué estáis Ephiny y tú tan
obsesionadas con mi vida amorosa... o la falta de ella? —Gabrielle se puso a dar
vueltas por la cabaña de la reina.

—Porque tiene que ser así. Está bien... vamos a enfocarlo con lógica, entonces.
Gabrielle, ¿alguna vez te ha hecho proposiciones alguna de las amazonas de la
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aldea? Ya sabes, ¿te han ofrecido un sitio acogedor para pasar la noche... la tarde, lo
que sea?

—Sí —contestó Gabrielle despacio, no muy segura de a dónde quería ir a parar


su amiga con esto.

—¿¿¿Y??? —Eponin la miró expectante.

—Y nada... nunca he aceptado.

—¿Por qué? —contraatacó la guerrera.

—Porque estoy enamorada... Oh, no... ¡ya veo por dónde vas!

Eponin impidió que Gabrielle se alejara de ella cayendo de rodillas ante la


exasperada reina.

—¿Es que tengo que ponerme de rodillas y rogarte que abras los ojos? 70
Gabrielle no pudo evitar echarse a reír cuando la amazona le cogió la mano,
llevándosela al pecho, y volvió a rogarle.

—¡Gabrielle, te lo pido por favor!

En ese momento se abrió la puerta y Xena entró en la cabaña. La guerrera se


quedó paralizada al ver a Eponin de rodillas, con la mano de Gabrielle entre las
suyas. Francamente, la única que parecía realmente inocente era Gabrielle. Eponin
sabía lo que sentía Xena por la reina, por lo que se le puso cara de "ciervo atrapado
en la mira del arco". Gabrielle no supo, más tarde, cómo describir exactamente la
cara que se le puso a Xena. Era una mezcla de miedo, rabia y la típica expresión que
se le pone a alguien cuando está a punto de vomitarte en las botas.

Por alguna razón, Gabrielle empezó a pensar que la situación no tenía muy
buena pinta. Tuvo que tirar dos veces para soltarse la mano del sólido apretón de
Eponin, mientras la guerrera seguía de rodillas, tragando con fuerza al ver un metro
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ochenta de Princesa Guerrera. Eponin juraría más tarde que Xena parece mucho
más grande cuando estás de rodillas.

De repente, Gabrielle sintió la acuciante necesidad de explicarle la situación a


Xena.

—Esto no es lo que parece —dijo, pegándole un puñetazo a Eponin en el


hombro para que recuperara el sentido y se levantara.

—Parece que Eponin está de rodillas en tu cabaña —comentó Xena


sarcásticamente.

—Bueno, entonces supongo que eso es exactamente lo que parece. —Gabrielle


se rió nerviosa, sin dejar de pegar puñetazos a la guerrera amazona.

Eponin lo intentó. Envió un clarísimo mensaje a su cerebro para que les dijera a
sus piernas que se movieran, pero lo único que pudo hacer fue mirar a Gabrielle y
71
decir débilmente:

—Creo que no puedo moverme.

—Ah, pues deja que te ayude —bufó Xena con una sonrisa fiera. Cruzó la
habitación, agarrando con una mano el cuello de la túnica de la guerrera, y sacó a
Eponin a rastras literalmente por la puerta. Con un brazo lanzó a la petrificada
guerrera al suelo por encima de la barandilla del porche.

—¡Xena! —gritó Gabrielle.

—Gabrielle, no dejes que me mate... —suplicó Eponin, atontada y tirada en el


suelo.

Gabrielle corrió a interponerse entre las dos guerreras, colocando las manos en
los brazos de Xena. Eponin, para entonces, por fin había conseguido levantarse y
estaba retrocediendo.
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—Gabrielle, quita de en medio. —Xena intentó rodear a la bardo, pero la joven


no dejaba de colocarse entre Xena y Eponin.

—Ep, en una situación como ésta sólo cabe hacer una cosa... ¡corre! —gritó
Gabrielle cuando se le escurrieron las manos de los brazos de Xena.

Ephiny era una de las testigos del pequeño espectáculo y no tenía ni idea de lo
que estaba ocurriendo.

—Gabrielle... ¿ésa que persigue a Eponin es Xena?

—Sí —dijo la reina regresando a su cabaña, sacudiendo la cabeza—. No me


preguntes... es una larga historia.

72
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Gabrielle llevaba echada en la cama casi una marca cuando oyó el roce familiar
de unas botas en la puerta. Se detuvieron y se quedaron ahí un rato larguísimo hasta
que por fin se abrió la puerta y una guerrera de pelo negro atisbó dentro.

Sonriendo, Gabrielle se apoyó en un codo y miró a una guerrera muy contrita.

—No la has matado, ¿verdad?

—Lo siento, Gabrielle... no tenía derecho a...

—No pasa nada... sólo ha sido un malentendido, seguro. —Gabrielle se frotó las
sienes. 73
—Supongo que ese dolor de cabeza te lo he causado yo, ¿eh? ¿Quieres que te
prepare algo para eso?

—No, gracias. —Sonrió a la guerrera—. Le prometí a Adia que la vería hoy...


Seguro que un paseo me lo alivia.

—Entonces creo que iré a darme un baño caliente —dijo Xena—. De verdad que
lo siento, Gabrielle... no sé qué me ha dado.

—¿Tratabas de protegerme, tal vez? —dijo la bardo dulcemente.

—Sí, supongo que es eso —contestó Xena, volviéndose antes de que Gabrielle
pudiera ver la verdad en sus ojos.
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—Tori me ha dicho que éste es uno de tus sitios preferidos. —Adia hizo un
gesto a Gabrielle para que se sentara. Habían ido al estanque donde Gabrielle
encontraba tanta paz—. El primer paso es ser completamente franca, Gabrielle. No
sólo conmigo, sino también contigo misma. Sé que me has contado lo esencial de tu
pesadilla, pero no te pido que me cuentes tus sueños... prefiero entrar en ellos y
verlos por mí misma —dijo la sanadora cogiéndole la mano a Gabrielle—. Pareces un
poco nerviosa.

—Supongo que lo estoy. Una cosa es contarle a alguien una pesadilla y omitir
las partes que te resultan demasiado embarazosas... o terribles para hablar de ellas,
y otra cosa es saber que hay alguien ahí observándote. —Gabrielle se frotó en la
falda con aprensión las palmas empapadas en sudor.

—No será tan malo como crees. Esta vez, cuando entres en el sueño, yo estaré
ahí, pero no tendrás que experimentarlo como una víctima. Quiero que te quedes
fuera de ti misma y lo observes conmigo. Cuando hagas esto las emociones que
74
sientas serán las que experimentes al ver a otra persona... ¿crees que puedes
hacerlo?

La joven reina asintió con la cabeza.

—Ahora quiero que te eches y concentres la mente en las nubes. Quiero que
pienses en la persona de tu sueño... piensa en Xena.

Era más fácil pensar en Xena sin que las violentas imágenes le inundaran la
mente cuando la guerrera no estaba en la misma habitación con ella. Gabrielle se
descubrió sonriendo. ¿Se ha puesto celosa Xena de verdad? ¿Por qué si no se iba a
poner furiosa con Eponin? ¡Por los dioses, Xena, cuánto te quiero!

Gabrielle intentó recordar cuánto tiempo había pasado. ¿Cuándo se había


enamorado de la estoica guerrera? Por mucho que lo intentara, sencillamente no
conseguía recordar cuándo empezó. No hubo un momento o un acontecimiento
decisivo y trascendental. Era como si siempre hubiera amado a la guerrera morena. A
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la joven bardo le resultaba absolutamente natural y correcto. Se había convencido a


sí misma de que sus sentimientos de amor y deseo, el amor no correspondido que
ardía en su interior, no tendrían importancia y que podría ser feliz con que Xena la
quisiera como amiga. Por eso el dolor de su corazón se hacía más fuerte cada día.
Antes había dado vueltas a la idea de que tal vez... quizás, con un poco de ayuda de
los dioses, podría hacer suya a Xena. Ahora, las imágenes que Morfeo le traía habían
conseguido retorcer su psique de tal manera que temía aquello que anhelaba.

Adia notó que Gabrielle empezaba a alejarse del reino mortal. Rápidamente,
antes de que la bardo pudiera ser reclamada por completo por Morfeo, la sanadora la
cogió suavemente de la mano y cerró los ojos. El sueño de Gabrielle había
empezado.

Xena se reclinó en una de las pozas más pequeñas de los baños, mientras el
vapor flotaba alrededor de su largo cuerpo estirado en la poza excavada. Casi no 75
puedo creer que haya hecho eso... y luego digo que a Gabrielle se le "fue" la cabeza.
¡¿En qué estaba pensando?!

Ya ni siquiera sé qué me pasa contigo, Gabrielle. Eres como una obsesión, pero
una obsesión que quiero tener para siempre. La más mínima cosa que haces me
resulta absolutamente cautivadora. Si consiguiera controlar mis hormonas cuando
estoy a tu lado, me conformaría con sólo abrazarte y simplemente disfrutar de estar
contigo durante el resto de nuestra vida. ¡Por los dioses, Gabrielle, cuánto te quiero!

Durante un rato, Adia se quedó tumbada en las rocas al lado de Gabrielle, con
las manos detrás de la cabeza. La sanadora miró a la reina dormida. Hacía tanto
tiempo que no dormía sin las pesadillas que Adia no tuvo valor de despertarla tan
pronto. Pero el problema iba a ser Xena. Si la guerrera soñaba realmente con
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Gabrielle, como decía Tori, era posible que no estuviera dispuesta a permitir que la
reina visitara sus sueños.

Gabrielle se estiró y se despertó con una sensación que no conocía desde hacía
mucho tiempo... contento. Se frotó los ojos adormilada, volviéndose a la sanadora.

—Ha sido una experiencia increíble —dijo, meneando la cabeza—. Ni siquiera


sé cómo describirla, pero me siento tan... tan... no sé, pero mejor de lo que me he
sentido desde hace mucho tiempo.

Adia sonrió y tiró de Gabrielle hasta que las dos se quedaron sentadas cara a
cara.

—Me alegro de que no te haya resultado demasiado doloroso. Pero tengo que
advertirte ahora mismo de que esta noche es posible que experimentes unas
sensaciones más intensas a causa de esto. Parece que cuando prolongamos el dolor
de una pesadilla, más tarde se nos duplica. Sólo quería decirte que es temporal. 76
Gabrielle asintió ante lo que le decía la sanadora.

Ahora viene lo difícil.

—Gabrielle, ¿quieres pedirle a Xena que te ayude o lo hago yo?

—¿Xena? Creo que no comprendo, ¿qué me ayude a qué?

—Gabrielle, cuando las personas sufren sueños inexplicables o se ven


atormentadas por imágenes de desconocidos, entonces yo puedo entrar en sus
sueños como su campeona. Tus sueños están llenos de una persona a la que
quieres, es más, de una persona que ya es tu campeona. Xena tendrá que ser la que
entre en tus sueños y te ayude. Como consecuencia, tú entrarás en sus sueños como
parte del proceso curativo —terminó Adia en voz baja.

Gabrielle se quedó sentada con la mirada en el regazo.


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—No puedo dejar que Xena vea lo que hay en mis sueños... no sería justo, no
ha hecho nada para provocar esto. —La joven agachó la cabeza abatida. Casi lo
consigo—. Además, Xena nunca me dejaría ver sus pesadillas.

—Nuestros sueños no siempre son pesadillas. No siempre tienen que ser


desagradables —dijo Adia esperanzada.

—En el caso de la Princesa Guerrera, lo son —dijo Gabrielle suavemente.

—Deja que hable con ella —intentó Adia.

—No, por favor, Adia. Prométeme que no le dirás nada de esto. Yo hablaré con
ella.

—No, Gabrielle... ¡es como jugar con fuego! —Xena se paseaba por la
habitación que a la guerrera cada vez le parecía más pequeña a medida que pasaban
77
los segundos—. ¡No sabes lo que me estás pidiendo!

Gabrielle no había tenido intención de sacar a relucir la curación de los sueños.


Prácticamente había decidido que tendría que vivir con la situación, pero algo en su
interior no dejaba de recordar la sensación con que se había despertado antes. Era
una paz de corazón que no había sentido desde hacía mucho tiempo. El solo
recuerdo le provocaba dolor en el alma. Xena era una mujer fuerte, una amiga
comprensiva. Se comportaba como si amara a la bardo. Comprendería que las
imágenes de los sueños de Gabrielle no eran cosa de la bardo, sólo la consecuencia
del ataque sufrido. La joven abordó el tema y Xena se puso inmediatamente a la
defensiva.

Xena no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Después de todo el dolor que
ya habían soportado las dos, los múltiples rodeos, las noches sin dormir... ¡después
de que casi acabara con la mandíbula rota! Ahora, los dioses lanzaban una ironía
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más a la cara de la Princesa Guerrera. La única forma de curar a Gabrielle sería


exponiéndola a pensamientos e imágenes que la propia Xena no podía controlar.

Llevaban hablando de este tema, aunque a cualquiera que pasara por allí le
sonaba más como una discusión, casi toda la tarde. Gabrielle se estaba cansando y
Xena estaba cada vez más nerviosa, sin dejar de dar vueltas. Si Xena permitía a
Gabrielle entrar en sus sueños, la bardo se enteraría de las imágenes de deseo que
asaltaban a Xena cuando cerraba los ojos. No habría modo de explicarlas de manera
convincente y Xena sabía que su amistad nunca volvería a ser la misma, siempre y
cuando la joven no la mandara a paseo para empezar.

Gabrielle contempló las idas y venidas de la guerrera hasta sentirse mareada.


Sabía lo que le daba miedo a Xena. La Destructora de Naciones contaba con diez
años de pesadillas, brutalidad y horrores, que la mente de Gabrielle no podía
imaginar siquiera, enterrados en sus sueños. Sabía que Xena hacía todo lo posible
por mantener ese pasado lejos de la bardo. Por eso Gabrielle sabía lo que iba a decir
78
Xena antes de que la guerrera hablara.

—Lo siento, Gabrielle... no puedo —dijo Xena sin mirarla. La guerrera se volvió
y salió al cálido aire del atardecer.

Ya casi amanecía cuando Xena regresó a la cabaña que compartían las dos
mujeres. Gabrielle yacía lloriqueando en sueños y Xena se acercó y se dio cuenta de
que la joven estaba soñando. La guerrera se encogió cuando la bardo pegó un grito.
Encendiendo una vela, Xena observó el rostro de Gabrielle a la débil luz.
Normalmente su bardo apenas hacía ruido, tan acostumbrada estaba ya a las
pesadillas, pero esta noche la bardo se agitaba y gritaba como si el can tricéfalo del
Tártaro le estuviera mordiendo los talones. Xena no sabía si despertar a la joven,
pero al cabo de media marca de gritos torturados, la guerrera se sentía como si le
estuvieran arrancando el corazón del pecho.
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—Gabrielle —la llamó Xena una y otra vez, sin tocar a la bardo por miedo a
asustar a la joven.

Gabrielle gimió al liberarse de las garras de la pesadilla.

—Dioses... —jadeó, mirando a Xena. Apartó los ojos, pero Xena ya estaba
acostumbrada a eso.

El amanecer traía un frío que acentuaba la carne de gallina del cuerpo


empapado en sudor de Gabrielle. Xena echó una manta por los hombros de la joven
y se dispuso a encender la chimenea. La bardo se envolvió en la manta y vio que
Xena estaba totalmente vestida. ¡Todavía no se ha acostado siquiera! Al poco, la
guerrera tenía en la mano dos tazas de té humeante e hizo un gesto a Gabrielle para
que la siguiera. Xena se sentó en lo alto de los escalones del porche y Gabrielle se
acomodó en el siguiente escalón, entre las piernas de la guerrera. El contacto con
Xena era muy difícil para Gabrielle, pero el cuerpo de la joven, agotado por la
pesadilla, estaba demasiado cansado para responder. Apoyó la espalda en el pecho 79
de la guerrera y Xena la arropó bien con la manta.

El carro de Apolo subió por el cielo, dejando detrás grandes estrías de rosa y
azul. Los árboles del bosque parecían negros, creando un severo contraste con el
vivo color del cielo matutino.

—Qué preciosidad —suspiró Gabrielle suavemente.

—Sí... una preciosidad —asintió Xena, que sólo veía a Gabrielle, inclinando el
cuello para ver la salida del sol reflejada en los ojos de la bardo.

Xena aprovechó que la bardo estaba adormilada y estrechó a la joven con


fuerza entre sus brazos, besándole la cabeza. Cuando Gabrielle se quedó
profundamente dormida en brazos de la guerrera, ésta devolvió a la reina a su cama
y luego se fue a buscar la cabaña de Adia.
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Ahora que Xena estaba sentada frente a la franca sanadora, no sabía muy bien
qué decir. Llamar a su puerta al amanecer no había sido muy amable, pero cuando
Xena decidía emprender una acción, era imparable. Había hecho falta que viera a
Gabrielle esta mañana, así como el dolor que sufría la joven en silencio, para que
Xena se convenciera de que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por curar a su
bardo. Aunque eso supusiera perderla.

—Dime lo que tengo que hacer —pidió, clavando su clara mirada en Adia.

—En teoría en muy sencillo. Gabrielle y tú entraréis en el sueño al mismo


tiempo. No sé quién pasará antes al de la otra. Visitaréis los sueños recurrentes.
Cuando termine el sueño, las dos regresaréis al plano mortal. No cambiaréis el
pasado... sólo vuestra percepción del mismo. La realidad seguirá siendo que
Gabrielle ha sido violada. Su percepción, lo que siente al respecto, puede ser como si
se lo hubiera contado alguien... o como un recuerdo muy antiguo.

—En teoría —repitió Xena—. ¿Y en realidad? 80


—Será la cosa más difícil que hayáis hecho en toda vuestra vida y ninguna de
las dos será la misma después. Podéis cambiar cualquier cosa del sueño, como si
estuvierais allí de verdad. Pero tenéis que querer hacerlo. Si alguna parte del sueño
os atrae, a cualquier nivel, no podréis deshacer su existencia. Enfrentarse a los
propios demonios es difícil, guerrera. Aún más difícil es dejar que alguien a quien
quieres se enfrente a ellos en un terreno donde no tienes la capacidad de ocultar tus
deseos y temores más personales. Yo no puedo ser la campeona de Gabrielle, eso te
corresponde a ti. Empezaremos entrando en tus sueños, igual que hice ayer con
Gabrielle.

—¿Cuándo empezamos? —dijo Xena, diciéndose que lo hacía por Gabrielle.

—Ahora mismo —contestó Adia.

La sanadora pidió a Xena que se relajara, se echara en los almohadones y


mantuviera los ojos fijos en el rayo de sol que entraba reluciente por un cristal de
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piedra que colgaba en la ventana. El tono relajante de Adia tranquilizó a la guerrera


hasta que le empezaron a pesar los párpados y se cerraron.

—Ahora, dime con qué sueñas, guerrera... —dijo Adia suavemente.

—Gabrielle... —susurró Xena.

—¿Alguna vez consiguen dormir por su cuenta estas dos? —masculló Adia por
lo bajo. Como con Gabrielle, había dejado que la guerrera siguiera durmiendo
después de su sesión. ¡Creo que hasta me he sonrojado! reflexionó la alta sanadora,
repasando los sueños de Xena. Por Gea, ¿cuándo se van a enterar?

Xena había dicho que quería ocuparse de esto hoy mismo, que no quería que
Gabrielle sufriera una sola pesadilla más. De modo que, cuando Xena se despertó,
Adia acababa de preparar la potente mezcla de hierbas necesaria para su sesión en
81
el mundo de los sueños.

Xena se incorporó, observando a la sanadora mientras ésta se movía por la


gran cabaña. Evitó mirar a Adia a los ojos cuando la sanadora se acercó y se sentó
frente a ella.

—¿Te serviría de algo si te dijera que he visto sueños más subidos de tono que
el tuyo? —Pero no muchos.

Xena se limitó a negar con la cabeza.

—¿De dónde te sacas las cosas que dices? —sonrió la guerrera algo
cohibida—. Es tarde. —Xena parecía de repente preocupada—. No le he dicho a
Gabrielle dónde iba.

—No pasa nada. Ya la he avisado yo de que estabas aquí... espero que no te


importe.
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—No, gracias. Bueno... —Xena se levantó—. ¿Cuándo tengo que volver con
Gabrielle?

—Comed a mediodía y después ya no comáis ni bebáis nada. Volved aquí hacia


el final de la tarde. Y Xena... da igual que lleves armadura o no. En el sueño tendrás
todo lo que te haga falta.

Adia observó a la guerrera cuando ésta se alejaba. Gabrielle era una mujer
afortunada.

—Xena, ¿estás segura de esto? —preguntó Gabrielle sin mucha confianza.

—Totalmente. —Xena miró a la joven.

82
Las dos estaban sentadas en el suelo de la cabaña de la sanadora, rodeadas de
almohadones y pieles, bebiendo el té caliente que les había preparado Adia. La
sanadora les había dado todas las instrucciones posibles y había revelado a cada
mujer todo lo que se atrevió, antes de salir de la cabaña. Les explicó que volvería
cuando estuvieran dormidas.

—Esto sabe como el té que me haces cuando me duele tanto el ciclo —comentó
Gabrielle.

—Frambuesas... —contestó Xena—. A eso sabe —explicó respondiendo a la


mirada desconcertada de la bardo.

—¿Xena?

—¿Mmmm?

—Tengo miedo... Xena, quiero que sepas que pase lo que pase... veas lo que
veas... yo todavía... tienes que saber que... —dijo la bardo a trompicones.
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—Sí... yo también —dijo Xena con ternura—. Eh, ¿tienes sueño?

Gabrielle asintió despacio, dándose cuenta de que le costaba mantener los ojos
abiertos.

—Ven aquí... —dijo Xena, abriendo los brazos y sintiendo el calor familiar del
cuerpo de Gabrielle acomodándose contra ella cuando la bardo se acurrucó en los
brazos de la guerrera.

Xena notó que la respiración de Gabrielle se hacía más profunda y que sus
propios párpados pesaban como el plomo. Pasando los dedos por el pelo de la bardo
ya dormida, susurró:

—Debes saber una cosa, Gabrielle. Veas lo que veas, hago esto porque te
quiero.

83
Xena estaba en una tienda que le recordaba mucho a su época de señora de la
guerra. Cerca del centro de la tienda dos mujeres se retorcían en un jergón que
amenazaba con desplomarse en cualquier momento. Una guerrera totalmente vestida
había empezado a arrancar la ropa a la figura más menuda que tenía debajo.

—...no tiene que se así —suplicó la bardo.

La voz suplicante de Gabrielle resonó en los oídos de Xena. ¿Gabrielle?

—No finjas, Gabrielle... ¿No es esto lo que querías?

—¡No, no es lo que quiere! —bufó Xena agarrando del pelo a la mujer que
estaba encima de su bardo y apartándola de la figura echada que estaba debajo.

Xena agarró el cuello de la túnica de la guerrera arrodillada, echando hacia atrás


el musculoso brazo para pegarle en la cara, acumulando fuerzas para lo que
esperaba que fuese un puñetazo capaz de destrozarle los huesos.
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La guerrera postrada echó hacia atrás la cabeza, apartándose la melena salvaje


de la cara con una sonrisa malvada.

—¿Qué es lo que estás pensando? —dijo despacio con tono burlón.

Xena se quedó paralizada. Simplemente no había estado preparada para esto.


Parecía que las marcas pasaban a toda velocidad, mientras el calor de la furia
desaparecía de su cuerpo. La pesadilla de Gabrielle estaba cara a cara frente a ella.
Su atacante onírica... ¡era Xena!

En realidad, la señora de la guerra Xena sólo había tardado un segundo en


levantarse y alargar la mano, rápida como el rayo, enganchando el cuello de su
gemela onírica con los dedos. Xena agarró los dedos que la tenían aferrada con un
puño de muerte, incapaz de evitar que le aplastara la laringe.

—¡Xena! —gritó Gabrielle.


84
Los ojos de las dos mujeres se volvieron hacia la bardo.

—¿Esto es todo lo que se te ocurre, cachorrita mía? —gruñó la señora de la


guerra Xena—. Tendrás que esforzarte más. Dioses, si ni siquiera es lo mejor de mí.
Sólo es lo que ha quedado de mí... ¡una estúpida llorona, débil y enferma de amor!
—terminó, echando la mano libre hacia atrás y descargando un golpe cuya fuerza le
rompió la nariz a Xena. La señora de la guerra siguió pegando a Xena, sin soltar en
ningún momento la mano que rodeaba el cuello de la guerrera.

—Por favor... ¡No! —rogó Gabrielle.

La señora de la guerra soltó a Xena, pegándole una patada en la pierna derecha


y aplastándole la rodilla, justo antes de que la guerrera cayera al suelo.

—¡Ya sabes que si muere aquí dentro, muere ahí fuera! Eso no te lo han dicho,
¿verdad? —Su comentario iba dirigido a Gabrielle—. ¡Ven aquí! —ordenó la señora
de la guerra a Gabrielle.
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Gabrielle vaciló y la señora de la guerra se sacó un puñal de la bota.


Colocándose detrás del cuerpo derrotado de Xena, que estaba de rodillas, le echó la
cabeza hacia atrás y colocó la hoja en el cuello de la guerrera.

Gabrielle se acercó a las dos figuras, sujetando una manta para cubrirse el
cuerpo.

—Tú decides, cachorrita mía. Yo me quedo contigo y ella vive. Te me resistes...


y esta patética imitación de guerrera muere.

—Gab... rielle... —Xena intentó levantarse, pero la señora de la guerra le golpeó


la sien con la empuñadura de la daga, abriéndole otra brecha y haciendo que la
sangre manara sobre el ojo que no tenía ya cerrado por la hinchazón. Agarrando a
Xena de la muñeca, la señora de la guerra tiró bruscamente y el ruido de huesos
rotos flotó por el aire.

—¡Por favor! Por favor... no le hagas más daño —rogó Gabrielle entre 85
lágrimas—. No... no me resistiré. —La bardo agachó la cabeza, incapaz de mirar a
Xena a la cara.

La señora de la guerra dejó caer descuidadamente al suelo el cuerpo fláccido de


Xena. Agarrando brutalmente a la bardo, arrancó la manta del cuerpo desnudo de la
joven. Situándose detrás de la bardo, dio la vuelta a la joven hacia Xena tirándole del
pelo.

—Te voy a decir una cosa... me has entretenido tanto, guerrera... que dejaré
que veas cómo me la follo. —La señora de la guerra terminó tirando de la cara de
Gabrielle hacia la suya, apoderándose de su boca con un beso brutal y mordiéndole
el labio inferior hasta que de la boca de la bardo brotó un hilillo de sangre.

Un ruido como un gemido torturado salió de la garganta de Xena cuando la


señora de la guerra tiró a la bardo en el camastro, descargando el peso de su cuerpo
sobre ella.
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Xena se arrastró con una lentitud angustiosa hasta situarse donde podía ver la
cara de Gabrielle. La bardo tenía el rostro bañado en lágrimas.

Lo siento, Gabrielle. Perdóname. Te he fallado... ni siquiera he podido vencerme


a mí misma. Si no puedo enfrentarme a ti con la verdad, ¿cómo puedo enfrentarme a
mí misma? La verdad... ¡la verdad!

—Gabrielle —susurró Xena en medio de un dolor cegador—. Gabrielle...

La bardo volvió los ojos vidriosos al oír el sonido de la voz de Xena.

—Gabrielle... ésa no soy yo. Tú sabes que yo nunca te haría una cosa así... ésa
no soy yo. Yo nunca te tocaría de esa forma... ésa no soy yo. —Xena siguió
repitiendo las palabras una y otra vez, al tiempo que su voz se iba haciendo más
fuerte al repetir el mantra que revelaba la verdad de su corazón—. Ésa no soy yo...
ésa no soy yo... ésa no soy yo... ésa no soy yo... te quiero, Gabrielle.
86
La señora de la guerra Xena aulló de frustración al notar que se le empezaba a
escapar el control que tenía sobre el sueño de la bardo. Entonces la mente de
Gabrielle se llenó de los ecos de una furia vociferante cuando las mentiras de su
sueño quedaron dominadas por la verdad de su guerrera.

De repente, Xena se encontró en el campamento donde había encontrado a


Gabrielle aquel día...

Argo dejó el camino antes de que Xena tuviera que tirar de las riendas.

—Tú también sabes que está cerca, ¿verdad, chica? —Xena desmontó y pasó
las riendas por encima de la cabeza del caballo, tirando de la yegua hacia el
campamento. Xena caminó más despacio al acercarse al campamento. Parecía
tranquilo, pero como era media mañana, supuso que Gabrielle acabaría de salir de su
petate. La guerrera se permitió una sonrisa, recordando las creativas formas que
había tenido que idear para despertar a la dormilona bardo. Probablemente está en
el río, pensó al entrar en el campamento.
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Xena se detuvo al ver a tres bandidos que se enfrentaban a Gabrielle, justo al


borde del campamento. La bardo blandía su vara con aire amenazador. Xena soltó
las riendas de Argo y se situó detrás de la bardo.

La joven bardo ardía en deseos de librarse de estos brutos. Tal vez podría salir
de ésta hablando.

—Escuchad, sé que no queréis problemas y mi amiga estará de vuelta dentro de


nada... ¿a lo mejor habéis oído hablar de ella... Xena?

—Síííí —casi ronroneó Xena al oír su nombre.

Gabrielle se giró en redondo para contemplar la visión más maravillosa del


mundo.

—¡Xena! —Echó a correr y se abrazó a la cintura de la mujer más alta—. ¡No


sabes cuánto me alegro de verte!
87
A Xena casi le estalló el corazón en el pecho por la dulce agonía del encuentro
onírico.

—Y tú, bardo mía, no sabes cuánto me alegro yo de verte. —Regaló a la bardo


una de sus sonrisas deslumbrantes—. Bueno, chicos... ¿qué puedo hacer por
vosotros? —preguntó despacio la Princesa Guerrera a los bandidos. Fue como ver
una obra de teatro cómica cuando los hombres se chocaron entre sí con la prisa de
alejarse todo lo posible de la guerrera.

—¡Sí! —gritó Gabrielle a los pretendidos atacantes, asintiendo con la cabeza—.


Parece que les hemos enseñado, ¿eh? —dijo volviéndose a su compañera.

—Sí... parece que les hemos enseñado —sonrió Xena, estrechando a la bardo
en un abrazo de oso—. Te he echado de menos, Gabrielle —le susurró a la bardo.
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Se acabó, ¿verdad? Xena me ha salvado... Sé que me ha salvado porque ya no


tengo todas esas imágenes en la cabeza. Vale, ¿entonces dónde Tártaro estoy?
Supongo que si no tengo ni idea de dónde estoy, esto debe de ser el sueño de Xena.

El bosque le resultaba conocido. Estaba oscuro, pero la zona se parecía a ese


pequeño lago que había encontrado Xena una vez cuando intentaba buscar un atajo.
Estaba a pocas leguas de Ambracia. Gabrielle se acercó despacio al mismo
campamento que habían montado Xena y ella. Había una gran hoguera, pero lo que
le llamó inmediatamente la atención a Gabrielle fue el ruido que hacía alguien... no,
dos personas, al gemir y jadear.

Gabrielle sería capaz de reconocer los sonidos de Xena en cualquier parte,


especialmente los claros sonidos que emitía la guerrera cuando recibía placer. En
más de una ocasión casi se había puesto en vergüenza a sí misma y también a Xena
al toparse con la guerrera "ocupándose personalmente del asunto", por así decir.

Gabrielle observó el campamento y, efectivamente, la guerrera yacía 88


entrelazada con otra mujer en un petate no muy lejos de la fogata. A la bardo le
costaba distinguir dónde terminaba una mujer y empezaba la otra, al estar tan
estrechamente abrazadas. Xena estaba encima de la otra figura y su pelo negro
oscurecía la cara y el torso de la otra. La guerrera estaba a horcajadas sobre el muslo
de la mujer más menuda, meciendo las caderas hacia delante con un movimiento
lento y sensual.

La bardo sofocó una pequeña exclamación al tiempo que retrocedía entre las
sombras, incapaz de apartar los ojos de la visión del cuerpo de Xena, húmedo de
sudor y sonrojado de deseo.

Gabrielle se topó de espaldas con un árbol y levantó la cara hacia las estrellas,
apretando la coronilla contra la áspera corteza. Cerrando los ojos con fuerza, intentó
reprimir el dolor que empezaba a sentir en la boca del estómago. Era la misma
sensación que había tenido en el barco, rumbo a Ítaca, mientras yacía en su hamaca
escuchando los sonidos de Xena compartiendo su pasión con otra persona. Era como
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si alguien le hubiera metido la mano en el pecho y le hubiera arrancado el corazón,


dejando en su lugar un vacío desgarrado. El pecho le palpitaba de angustia.

¿Por qué no podía ser yo, Xena? La mirada de Gabrielle se posó de nuevo en
las mujeres que yacían en las suaves sombras de la hoguera.

—Oh, síííí —gimió Xena, echando la cabeza hacia atrás.

Gabrielle sintió que se traicionaba al tomar aire bruscamente. La cabeza de


Xena echada hacia atrás en el placer carnal reveló la figura que se retorcía de éxtasis
debajo de la guerrera. La bardo contempló su propia imagen, rodeada por los fuertes
brazos de Xena.

El siseo de una respiración advirtió a Xena de que las dos amantes no estaban
solas. Levantó la cabeza y miró fijamente las sombras negras que las rodeaban.
Sabía quién las estaba observando, invisible, desde las sombras. Era la mujer que
tenía en sus brazos. No ésta realmente. Esta mujer que respondía a todos sus 89
caprichos y deseos no era realmente su bardo. Igual que Gabrielle había creado a la
señora de la guerra Xena en su sueño, la guerrera había creado a la bardo con quien
compartía sus pasiones nocturnas. Ahora ya conoces todos mis secretos, ¿verdad,
Gabrielle? ¿Todavía me considerarás tu campeona cuando te despiertes?

Adentrándose más en la oscuridad, Gabrielle estaba segura de que Xena la


miraba directamente.

—¿Gabrielle? —susurró Xena a la oscuridad.

—Sí, mi amor. —La bardo que yacía debajo de Xena tiró de la guerrera para
besarla con fuerza. Empujando a la guerrera hacia atrás, la bardo acabó encima del
cuerpo de la fornida mujer, trazando delicados círculos con los dedos alrededor de los
pezones doloridos de la guerrera. Por fin, la bardo permitió que sus dedos rozaran
suavemente las protuberancias erectas.

—Dioses, síííí... Gabrielle.


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Xena sabía que debía detener esto. Percibía a Gabrielle mirándola desde las
sombras, pero aquí también estaba Gabrielle y Xena se sumergió en las sensaciones
físicas. La guerrera empezaba a sentir el calor de su sangre, a ahogarse en la
excitación, no sólo por la mujer que le hacía el amor, sino también por saber que la
auténtica Gabrielle estaba a pocos metros de distancia, incapaz de marcharse.

Gabrielle había retrocedido todo lo posible en la oscuridad del bosque, pero no


podía apartar los ojos de su guerrera. Observó mientras la Gabrielle onírica llevaba el
cuerpo de la guerrera hasta un frenesí de excitación y los pezones de la propia bardo
se endurecieron como respuesta a lo que veía. Vio que Xena respiraba
profundamente, cerrando los ojos. La bardo onírica empezó a pellizcar y tirar de los
pezones de Xena y la guerrera jadeó y arqueó el cuerpo para sentir mejor las rudas
caricias.

¡Por los dioses, Xena! ¿Soy yo... soy yo con quien sueñas llena de pasión? ¿Es
esto lo que deseas? ¿Soy yo lo que deseas?
90
—Te voy a tomar —dijo la gemela, mirando a la guerrera con los ojos verdes
llenos de un deseo ardiente.

—Sí... por favor —gimió Xena.

Gabrielle notó que la ropa interior se le empapaba al ver a su gemela hundiendo


tres dedos en Xena hasta el fondo.

Gabrielle se quedó allí, oculta y tapada por la oscuridad de los árboles mientras
la bardo onírica tomaba a la guerrera con toda la fuerza y dominio que la bardo
auténtica había tenido miedo de aplicar en sus propias fantasías. Gabrielle observó
atentamente la cara de Xena cuando el último orgasmo recorrió su cuerpo saciado.
La auténtica Gabrielle jamás olvidaría la expresión de éxtasis absoluto de su guerrera
en ese momento y trató de memorizarlo, como si pudiera grabarlo en su alma para
guardarlo para siempre.
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Eran los ojos del amor, ¿verdad, Xena? Oh, ¿pero por qué, amor mío, no me lo
has dicho nunca?

Por fin las hierbas de Adia empezaron a perder efecto y los sueños de las dos
mujeres terminaron. Sus cuerpos físicos siguieron durmiendo toda la noche sin soñar
nada, con la mente tranquila. La guerrera siguió sujetando a la bardo hasta que el
carro de Apolo volvió a subir por el cielo.

Lo que le había dicho la sanadora a Xena era cierto.

Será la cosa más difícil que hayáis hecho en toda vuestra vida y ninguna de las
dos será la misma después.

Xena llevaba un buen rato sentada mirando a Gabrielle. La bardo parecía tan
tranquila que Xena supo que su sueño debía de haberse curado. La joven, cuyas
91
pestañas oscuras se agitaban levemente, tenía las comisuras de los labios curvadas
en una ligera sonrisa. La guerrera se obligó a apartarse, preguntándose qué
explicaciones podría dar, qué podría decir para dar cuenta de sus actos ante
Gabrielle.

Gabrielle se despertó echada de lado, envuelta en una suave piel. No tuvo que
buscar mucho para encontrar a la guerrera. Xena estaba sentada cruzada de piernas
al lado de la bardo, mordiéndose distraída el labio y mirándose las manos cruzadas
sin fuerza en el regazo. La guerrera alzó los ojos cuando oyó a Gabrielle moverse.

Gabrielle captó los débiles vestigios de dolor en la atormentada mirada azul de


su amiga. Oh, Xena, tu sueño no ha sido en absoluto una expresión de amor por mí,
¿verdad? No tenías más control que yo sobre el reino de Morfeo, por eso ahora
parece como si se te estuviera rompiendo el corazón.

La bardo se sintió atravesada por un dolor tan intenso que apenas pudo evitar
que se le notara. Casi lo consigo. Con todo, amaba a esta mujer con todo su corazón
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y estaba desesperada por calmar los temores de la guerrera. Conteniendo las


lágrimas que amenazaban con salir a borbotones, Gabrielle se puso de rodillas y le
echó los brazos al cuello a Xena.

—Gracias, Xena... Sabía que me salvarías.

A Xena le dio un vuelco el estómago al sentir los brazos de Gabrielle a su


alrededor. Por un momento pensó que Gabrielle estaba a punto de besarla. En los
ojos de Gabrielle se veía la dulce mirada del amor y Xena podría haber jurado que
veía su propio reflejo en las verdes profundidades. Cuando Gabrielle habló y le dio las
gracias, la guerrera supo la verdad. ¿Y mi sueño qué, Gabrielle? Supongo que ya
tengo la respuesta, ¿verdad? Supongo que piensas que si no hablamos de ello, no
habrá ocurrido.

Gabrielle no podía hacer otra cosa más que aferrarse a Xena y rezar para
conseguir transmitir su mensaje a la guerrera. A pesar de todo, siempre podrían
contar la una con la otra. Te quiero, Xena, y aceptaré lo que puedas ofrecerme. Si es 92
sólo como amigas, que así sea.

Xena notó que el abrazo de la bardo se estrechaba y dio gracias en silencio a


cualquier dios que estuviera escuchando por devolverle a Gabrielle, entera y sana, de
modo que la guerrera estrechó con fuerza entre sus brazos a la mujer más menuda.
Te quiero, Gabrielle, y aceptaré lo que puedas ofrecerme. Si es sólo como amigas,
que así sea.

La bardo ya no daba muestra alguna de rechazar el contacto con Xena, de


modo que la guerrera rodeó a Gabrielle con sus brazos, estrechando a la joven contra
su pecho. Apoyó la barbilla en la cabeza de Gabrielle, meciéndola y dejando que
eliminase de su mente las imágenes y sentimientos de su sueño.

Las dos mujeres disfrutaban de las caricias inocentes que se intercambiaban.


Por dentro, a cada una se le estaba partiendo el corazón por el deseo de algo más.
Pero el amor que sentían la una por la otra era inexplicable. Le daba a cada una la
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capacidad de reprimir sus propios deseos y necesidades con tal de formar parte de la
vida de la otra.

Y así cayó la tercera barrera.

El cambio en la joven reina fue inmediato. La sonrisa de Gabrielle iluminaba la


habitación al entrar, su don para la comunicación franca era una ventaja en la mesa
de negociaciones, pero era Xena la que más se beneficiaba de todo ello. Las dos
mujeres sonreían, reían y hablaban, sin cansarse jamás de bromear entre sí. El amor
que compartían era absolutamente evidente para todos cuantos las rodeaban. Los
matrimonios de amazonas de más edad meneaban la cabeza y se miraban entre sí,
como diciendo, "¿Alguna vez fuimos tan jóvenes?"

Gabrielle seguía observando las sesiones matutinas de ejercicios y


entrenamientos de Xena, participando incluso en algunos combates con vara con las 93
jóvenes alumnas. Una de estas mañanas Ephiny decidió que las cosas ya habían ido
demasiado lejos. Pensaba que si era suficientemente sutil, conseguiría que las dos
mujeres acabaran en la cama antes de que terminara la semana.

Xena se acercó donde estaba Ephiny echada en la hierba y se tumbó al lado de


la regente. Se había empezado a hacer cola en el campo de entrenamiento formada
por las guerreras con la confianza suficiente como para poner a prueba su fuerza y
habilidad en un encuentro de varas con la reina. Gabrielle había adoptado la
costumbre de ponerse su ropa de cuero mientras estaba en la aldea y casi todas las
amazonas estaban de acuerdo en que era algo digno de verse. Gabrielle se puso a
hacer ejercicios de calentamiento y luego a competir seriamente con la primera
aspirante.

—¡Es increíble! —comentó Ephiny, maravillada de verdad ante la joven.

—Sí que lo es —asintió Xena llena de orgullo.


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—¡Mira qué cuerpo! Eres una guerrera con suerte.

—Eph, Gabrielle y yo no somos... —empezó a decir Xena, pero la regente le


hizo un gesto desechando sus palabras—. Sólo somos amigas —terminó Xena.

—Sí, ya... cuando no miras, ¿sabes cómo te mira ella? Pues digamos que te
mira como si estuviera pensando en bastante más que una amistad, es lo único que
te digo.

Parecía que todos los días Ephiny encontraba la ocasión de comunicarle a Xena
lo excitante que era la bardo y la mujer tan absolutamente deseable que era. Ephiny
se daba cuenta de que empezaba a hacer mella en Xena y la regente disfrutaba con
ello.

Xena, por otro lado, se iba sintiendo cada vez más incómoda a medida que
transcurría la semana. ¿Es imaginación mía o las mujeres están empezando a mirar a
Gabrielle descaradamente? Xena había tenido un éxito relativo a la hora de reprimir 94
estos deseos después de que la bardo y ella superaran la curación de los sueños.
Ahora, le costaba estar al lado de Gabrielle sin estremecerse. Y en cuanto la bardo la
tocaba, simplemente se convertía en un charco de metro ochenta.

Las noches parecían ser lo peor. Ahora las dos compartían la misma cama,
como lo habían hecho en todas partes al viajar antes del ataque de Gabrielle. La
noche de su aventura en el mundo de los sueños Gabrielle le había pedido
suavemente a Xena que la abrazara durante la noche y la guerrera lo hizo muy
contenta. Si alguna de las dos quiso cambiar la situación después de eso, no lo
mencionó. Si Xena sentía que sus deseos estaban a punto de brotar a la superficie,
empleaba algunas de sus técnicas de meditación para ocultar esos sentimientos bien
hondo. Si esto era lo único que podía tener la guerrera, estaba dispuesta a disfrutar
del cariño y la amistad que le ofrecía la bardo. Aunque al llegar la mañana Gabrielle
estuviera usando casi todo el cuerpo de Xena como almohada. Si alguna vez la
guerrera había pensado que esto no era absolutamente maravilloso, ya no lo
recordaba.
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Por supuesto, ¡ahora era una agonía! Estaban en pleno verano y las noches
eran calurosas. Esto, junto con el calor que emanaba del cuerpo de Xena, tenía a la
guerrera casi sofocada. Para colmo, hacía dos noches Gabrielle se quejó de que
tenía demasiado calor y se acostó desnuda, echándose encima una mera sábana
para taparse. Lo único que pudo hacer Xena fue dormir encima de las sábanas con la
camisa puesta, rezando para morir mientras dormía. Ésa sería la única manera de
acabar de una vez por todas con su tortura.

Ephiny conocía otra forma de acabar con la tortura de la guerrera y en cuanto se


alejó del campo de entrenamiento aquel día, se dirigió a la sala del consejo para
aguardar la llegada de Gabrielle. Cuando Gabrielle se hubo bañado y vestido de
nuevo, llegó y se encontró a Ephiny esperando para iniciar el día con una expresión
más que divertida. La regente no perdió tiempo en empezar a trabajarse a su reina.

Aunque apelar al aspecto físico de su relación era bastante fácil para poner a
Xena al límite, con Gabrielle hacía falta otra táctica. Ephiny sabía que Gabrielle era
95
joven, inexperta y una romántica incurable. Para que a su reina le entrara la calentura
por la Princesa Guerrera iba a necesitar jugar con las palabras. Mientras que Xena
probablemente saldría corriendo antes que actuar de acuerdo con sus sentimientos,
Ephiny tenía la sensación de que la bardo prometía más de lo que parecía y que si se
la empujaba lo suficiente, durante el tiempo suficiente, sería la que se lanzaría sobre
una guerrera muy desconcertada.

—Hoy has estado muy bien ahí fuera, mi reina —la halagó Ephiny.

—Gracias, Eph... bueno, ¿qué tenemos para hoy?

—No mucho —dijo la regente—. Sobre todo los preparativos para la Fiesta de la
Cosecha, que es a finales de semana.

—Ah, sí... Estoy un poco nerviosa. Ya sabes, eso de presidir mi primera fiesta
como reina "oficial" —contestó Gabrielle nerviosa.
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—Lo harás muy bien, además es el tipo de fiesta donde no tienes que hacer
gran cosa. Pero sí que tienes que ir vestida de reina.

—¿No puedo llevar lo que llevo normalmente?

—No... es la tradición —mintió Ephiny—. La costurera se está ocupando ya de


tu atuendo... te lo traerá en algún momento de esta semana. —Como dos segundos
antes de la fiesta para que no te eches atrás.

Ephiny sí que había pensado largo y tendido sobre lo siguiente durante bastante
tiempo. La verdad era que no veía la forma de evitarlo, de modo que decidió seguir
adelante y pedirle perdón a Gabrielle después por haber mentido. Ephiny trató de
poner cara de preocupación y angustia.

—Eph, ¿te pasa algo? —preguntó Gabrielle.

—Pues sí. Tengo un problema y me da un poco de vergüenza. Tú eres la única


96
persona con la que creo que puedo hablar y que no se va a reír de mí.

—Eph, tú has sufrido todos mis problemas conmigo... ¿para qué están las
amigas? ¿Qué es esto que no puedes decirle a nadie más? —preguntó Gabrielle muy
comprensiva.

—Estoy enamorada... de una guerrera. Sólo que no sé si ella siente lo mismo.

—¿Por qué no se lo preguntas sin más? Nunca me has parecido tímida a ese
respecto. ¿Es alguien a quien conozco? —preguntó Gabrielle.

¡Mira quién fue a hablar!

—Todavía no quiero decir quién es... hasta que sepa seguro lo que siente.
Podría gafarlo o algo y no quiero quedar como una idiota. Es que para mí es muy
especial, Gabrielle, y me gustaría saber si siente al menos algo por mí antes de
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quedar en ridículo. Tú eres la bardo... ¿qué se te ocurre que puedo hacer que sea
sutil y no me deje en evidencia demasiado pronto?

Ephiny juró a Artemisa que iría al templo y haría dos ofrendas al día si la
perdonaba por mentir a su Elegida con tal desvergüenza. Ephiny sabía que al ser
bardo y una romántica, a Gabrielle se le ocurrirían miles de formas delicadas de llegar
al corazón de una guerrera poco dispuesta.

Gabrielle se quedó sentada frunciendo los labios, ensimismada. De repente, se


animó.

—Vale, Eph... esto no puede fallar. Cuando estéis hablando, en un momento


dado ponle la mano en el muslo. En un punto lo bastante bajo como para que no
sospeche nada, pero lo bastante alto como para que preste clara atención. Si sólo
siente amistad por ti, ni parpadeará, será un simple gesto de amistad, ¿sabes? Si
está interesada en ti, bastará para ponerla caliente —terminó Gabrielle, con una
sonrisa satisfecha. 97
—Nunca habría sospechado que eras tan retorcida, mi reina. —La regente
sonrió malévolamente. Xena, ¿por qué de repente siento lástima por ti?

Por supuesto, cuando más pensaba Gabrielle en el consejo que le había dado a
su amiga, más se preguntaba si funcionaría realmente. Lo que leía en los pergaminos
a veces era tan distinto de la vida real. Por supuesto, cuando Gabrielle pensaba en
poner en práctica su propio consejo con alguien, la única persona que se le ocurría
era cierta Princesa Guerrera. Esto hasta podría funcionar. Al menos veré la reacción
negativa y Ephiny puede decirme cómo ha funcionado con alguien que tiene interés
en ella.

Xena estaba sentada a la mesa de su cabaña, con una serie de pergaminos de


mapas extendidos ante ella. Estaba tomando nota de algunas adquisiciones nuevas
que habían hecho las amazonas recientemente. Gabrielle ocupó una silla a su lado y
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se puso a hacerle a la guerrera preguntas sobre las ciudades estado de Grecia. A


Xena le encantaba enseñar y parecía emocionada de que la bardo por fin mostrara
interés por lo que la rodeaba. Gabrielle se lanzó a contar una historia sobre el último
viaje que habían hecho a Atenas y de repente Xena notó la mano de la bardo en el
muslo. La guerrera casi salió disparada por los aires, volcando la silla al saltar.
Gabrielle se quedó sentada con la boca abierta.

—Tu... tu m-mano —farfulló Xena. ¡Santa madre de Zeus! ¡Piensa en algo,


guerrera, y rápido!—. La tienes helada —dijo Xena con una sonrisa de medio lado.

Gabrielle se acercó a Xena, que temblaba ligeramente, y frotó suavemente los


brazos de la guerrera, lo cual hizo que Xena temblara aún más.

—¿Estás segura de que no te estás pillando algo? Estás muy caliente


—preguntó Gabrielle con preocupación.

Charco de metro ochenta, pensó Xena. 98


—Estoy bien, de verdad. Eeeh, Gabrielle... se me había olvidado... será mejor
que vaya a ver a Argo, hoy no parecía estar muy allá. Volveré dentro de un rato.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Gabrielle, acercándose más a la


guerrera.

—¡No! —dijo Xena con más fuerza de la que pretendía—. Quiero decir, no tiene
sentido que las dos acabemos oliendo a establo, ¿verdad? —Sonrió a la bardo antes
de salir prácticamente corriendo por la puerta.

Lo único que pudo hacer Gabrielle fue quedarse mirando la figura de Xena en
veloz retirada, preguntándose qué había pasado.
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Por supuesto, la regente sabía que Gabrielle pondría a prueba su teoría con
Xena. Al ser bardo, Gabrielle no podía evitar sumergirse por completo en la acción de
sus historias. La regente también sabía lo que ocurriría cuando la reina probase su
truquito con la guerrera... no quedó defraudada. Al día siguiente Gabrielle apenas
consiguió quitarse de encima los asuntos de la aldea antes de que Ephiny y ella se
pusieran a hablar.

—Ha funcionado —fue lo único que dijo la regente.

—¿Cómo lo sabes? —Gabrielle intentó no parecer demasiado inquisitiva.

—Le puse la mano en el muslo, ya sabes... charlando, como quien no quiere la


cosa. ¡Te juro que la mujer casi se tiró de un salto al lago! Parecía tener el cuerpo en
llamas.

Mientras Ephiny hablaba, los ojos de Gabrielle se iban poniendo cada vez más
redondos. 99
Y así empezó la semana. Cada día Gabrielle daba un consejo a Ephiny y cada
noche dejaba a su guerrera al borde de un ataque. Ephiny casi perdió los papeles por
completo cuando vio a Xena dirigiéndose de mal humor al campo de entrenamiento
una mañana antes del amanecer, con unas grandes ojeras. La noche antes había
sido cuando Gabrielle había propuesto medir la reacción de su posible compañera
ante el cuerpo desnudo de Ephiny en los baños. Como nada de lo que Gabrielle
decía conseguía atraer a Xena a los baños con ella, se le ocurrió lo de dormir
desnuda.

Gabrielle sonrió por dentro aquella noche al dar la espalda a Xena para dormir.
Empezaba a resultarle algo más que excitante lo de volver loca a Xena. La bardo,
para quien aquello ya no era un juego, estaba cada día más segura de que su
guerrera realmente sentía algo por ella. Lo que no conseguía entender era por qué
Xena no le decía nada. La bardo se puso la sábana por encima del hombro, fingiendo
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dormir, y consiguió dejarse al aire el trasero ante los ojos de Xena. Sonrió
ligeramente al oír el gemido de la guerrera.

—Ah, se me olvidaba decirte que tu traje nuevo está en el templo de Artemisa.


He pensado que como la ceremonia empieza ahí, puedes vestirte allí. —Ephiny no
podía esperar a ver la cara de la Princesa Guerrera cuando Gabrielle recorriera el
trecho desde el templo a la entrada de la aldea—. Esta noche voy a por todas,
Gabrielle —declaró Ephiny tajantemente.

—¿Estás segura de que no es demasiado pronto? —preguntó Gabrielle


nerviosa.

—Gabrielle, ¡creo que si espero más la voy a matar!

Ephiny sonrió a su amiga. Habían terminado el trabajo del día y estaban


100
sentadas en la sala del consejo compartiendo una copa de vino. Esta noche era la
fiesta y dado cómo era el vino de las amazonas y el aspecto del traje de Gabrielle,
Ephiny pensaba que si la guerrera y su bardo no conectaban esta noche, jamás lo
harían.

—Ephiny... —Gabrielle miró a su regente con seriedad—. ¿Y si te dice que no


siente lo mismo?

Ephiny sonrió a su joven amiga, que se estaba preparando para responder a la


llamada de su corazón.

—Gabrielle, apostaría mi vida a que no lo va a decir, pero siempre existe esa


posibilidad.

—¿Podríais seguir siendo amigas? Es decir, si te rechazara —preguntó la reina


muy preocupada.
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—Supongo que depende de lo fuerte que sea nuestra amistad para empezar
—contestó la regente.

—¿Y si intenta ocultarte sus verdaderos sentimientos?

—Gabrielle, ¿sabías que para llegar a ser una gran dirigente tienes que poder
leer entre las líneas del pergamino? —dijo la regente.

—Como distinguir si alguien está mintiendo —añadió Gabrielle.

—En cierto modo... pero se trata de algo más. Tú eres una gran negociadora,
¿te lo he dicho alguna vez? ¿Recuerdas esos tratados que hiciste con Terasia la
estación pasada? Me refiero a que ya de partida cuentas con unas cuantas ventajas.
Tu juventud y tu estatura tienden a crear en los demás una falsa sensación de
seguridad. No creen que una chica tan dulce y encantadora como tú pudiera intentar
jamás aprovecharse de ellos. Pero sobre todo... es porque pareces saber
exactamente cómo sacarles una concesión más sin que abandonen la mesa de 101
negociaciones. —Ephiny hizo una pausa para tomar un sorbo de su copa de vino—.
Gabrielle, tienes el don de poder leer a la gente en situaciones así. Cuando se trata
de personas que no conoces, pareces tener la capacidad innata de saber cuándo
intentan ocultarte algo. Y ese don podría convertirte en la reina que eres por derecho
de sucesión —terminó Ephiny, bebiéndose el resto del vino de un trago.

—¿Podría... hacerme reina? —preguntó Gabrielle en voz baja.

—Mi querida hermana —sonrió Ephiny, usando el término cariñoso de las


amazonas—, cuando seas capaz de leer los pensamientos de tus amigos con la
misma facilidad que los de tus enemigos... entonces serás reina.

—Supongo que la campesina inocente que hay en mí no cree que mis amigos
pudieran mentirme —respondió Gabrielle con una sonrisa algo desalentada.
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—No todas las mentiras son malas. —Ephiny sonrió a la joven que había
llegado a ser tan importante para ella—. ¿Recuerdas cuando Eponin consiguió
aquellas horrendas botas rojas... y luego te preguntó qué te parecían?

Gabrielle trató de controlar la risa sin conseguirlo.

—Bueno... es que parecía que le gustaban mucho... y... bueno... yo, eeeh... no
quería herir sus sentimientos...

—Así que le mentiste.

—Vale, vale... ya entiendo lo que dices. A veces los amigos no te dicen toda la
verdad para no herir tus sentimientos.

—Hay todo tipo de razones, Gabrielle. Deseamos proteger a las personas que
queremos del dolor y el sufrimiento o tenemos un concepto erróneo del honor o
simplemente lo hacemos por amor.
102
Ephiny observó la cara de Gabrielle y se preguntó si la joven reina captaba la
idea de lo que realmente intentaba decir. La regente se esforzaba por no decir las
cosas a las claras, era mejor que la joven se diese cuenta de la verdad de lo que
decía por sí misma. Ojalá consiguiera que Gabrielle no sólo oyera lo que decía Xena,
sino que escuchara lo que le decía la guerrera.

—Sobre todo lo hacemos por amor, pero sea cual sea la razón por la que lo
hacemos, tendemos a quitarles a los demás su libertad de elección. No les damos
toda la información ni confiamos en que tomen sus propias decisiones. Eso es lo
injusto. Gabrielle, a veces lo que no te dice la gente es tan importante como lo que sí
te dice.

Bueno, hasta ahí me atrevo a llegar. Eres una chica lista, Gabrielle, deduce tú el
resto.
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La reina regente se levantó y apretó el hombro de su amiga antes de salir de la


cabaña, dejando que Gabrielle reflexionara sobre la inmensidad y el doble sentido de
las palabras de la regente.

Xena se quedó a remojo un buen rato en el baño caliente. Por supuesto, la


misma agua caliente que le había relajado los músculos doloridos era la misma
humedad cálida que la llevó a pensar en Gabrielle. Pero claro, prácticamente
cualquier cosa la llevaba a pensar en Gabrielle de esa forma últimamente. Si no
conociera tan bien a Gabrielle, habría jurado que la bardo estaba jugando con ella.

Gabrielle había ido más temprano al templo para la parte ritual de la fiesta. La
joven tendría que hacer un sacrificio de agradecimiento a Artemisa y luego también a
Perséfone y a Deméter para dar las gracias por una buena cosecha. Un baño
ceremonial y luego a vestirse. Dioses... ¡por qué he tenido que pensar en eso!
103
Xena dejó los baños y regresó a su cabaña. Limpió y sacó brillo a su túnica de
cuero, sujetando el poco familiar manto a la armadura de los hombros. Más parecido
a una capa, era del mismo azul que los ojos de Xena con el borde blanco. El color
indicaba la posición de Xena como campeona de la reina.

¡Hace muchísimo calor para ir de cuero y con un manto! Se vistió con el atuendo
completo por Gabrielle. Ésta era la primera ceremonia oficial de su bardo como reina
y la joven se lo tomaba muy en serio.

—¡Ephiny, estás loca! No puedo ponerme esto... ¡pero míralo! —Gabrielle


estaba atacada y daba vueltas por la estancia envuelta en una toalla.

—Gabrielle, es una tradición. Además, aquí somos todas mujeres —dijo Ephiny
con una sonrisa.
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—¡MUJERES AMAZONAS! —gritó la reina—. ¿Qué pensará Xena cuando me


vea? —Gabrielle parecía horrorizada.

Yo te puedo decir exactamente lo que pensará. Ephiny apenas pudo controlarse


para no soltar esto último en voz alta.

De repente, a Gabrielle se le ocurrió exactamente lo mismo que a su regente.

Xena iba por su tercera copa de cerveza cuando los tambores anunciaron que
se acercaban la reina, su regente y la guardia real avanzando desde el templo de
Artemisa hasta el centro de la aldea. Gabrielle transportaría una llama, regalo de
Artemisa, prendería la hoguera y haría el primer brindis. Sería entonces cuando todo
el mundo se olvidaría de la cerveza por el legendario vino de las amazonas. Ni
siquiera Xena era capaz de resistir aquel vino. Dado que todavía faltaba un cuarto de
marca para que llegara el grupo de la reina, Eponin y Xena decidieron disfrutar de 104
otra cerveza.

Pensando que todavía tenían tiempo de tomar una copa rápida, las dos
guerreras cogieron una jarra llena y Xena se dispuso a llenar las copas.

—Dime cuándo. —Xena empezó a servir mientras los tambores se acercaban.


Xena daba la espalda al desfile que se acercaba, pero la expresión de Eponin hizo
que se volviera para ver la procesión. La guerrera abrió la boca como si fuera a decir
algo, pero no le salió el menor sonido.

—Basta... ¡Xena, basta, basta! —gritaba Eponin, apartándole la mano de la


copa desbordada.

Xena volvió en sí, pero no antes de haber derramado la mitad de la jarra en la


mesa. Xena simplemente no podía dar crédito. Estaba pasmada no sólo por la
evidente falta de pudor de Gabrielle, sino también y sobre todo por la belleza de la
reina.
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Gabrielle iba al frente de la procesión con Ephiny a uno o dos pasos por detrás
de ella. Seis miembros de la guardia real rodeaban a las dos mujeres y las músicas
iban detrás. Todas las mujeres llevaban sus máscaras ceremoniales tradicionales,
pero Xena reconocería el cuerpo de Gabrielle en cualquier parte, especialmente
porque llevaba las dos últimas noches echándole buenas miradas. La joven reina
llevaba el pelo trenzado y apartado de la cara y sus mejores joyas de amazona le
adornaban el cuello y las muñecas, pero era la vestimenta, o más bien la falta de ella,
lo que estaba provocando ataques de corazón por toda la aldea. La falda de Gabrielle
consistía en nada más que dos larguísimos taparrabos, sujetos con tiras de cuero,
atadas a cada cadera. Los taparrabos de delante y detrás llegaban hasta el suelo y
eran de un bello cuero de color claro. La prenda interior no era más que una tira,
atada a cada cadera con el taparrabos, lo cual daba totalmente la impresión de que la
joven no llevaba nada debajo. La parte superior del atuendo de Gabrielle era poco
más que una banda ancha del mismo tipo de cuero que el taparrabos. Apenas le
tapaba los pechos y se ataba a la espalda, dejando poca cosa libre a la imaginación.
105
¡Ah, pero la imaginación de Xena funcionaba muy bien! Notó que le faltaba muy
poco para volver a convertirse en ese famoso charco. Entonces, por supuesto, se
puso a mirar a las demás mujeres que miraban a SU bardo.

—¡Deja de mirarla así! —le bufó a Eponin.

—Pero es que... mírala —farfulló la guerrera amazona.

Xena se dio cuenta de que le tocaba a ella, pero echó una mirada furibunda a
Eponin al dirigirse al punto donde se había detenido la procesión delante de la
hoguera. La guerrera cogió un arco y colocó una flecha. Inclinándose hacia Gabrielle,
vio los centelleantes ojos de esmeralda de la bardo detrás de la máscara de la reina.
Gabrielle prendió la flecha y Xena dejó que volara a la madera apilada ante ellas.

La guerrera apenas fue consciente del brindis que hizo la reina ni de ofrecerle el
brazo para llevar a Gabrielle a la plataforma donde tendría que estar sentada en su
trono, aceptando saludos por lo menos durante un rato antes de mezclarse con el
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resto de las amazonas. Sin embargo, volvió a ser sumamente consciente de lo que la
rodeaba cuando Gabrielle le puso la mano en el brazo. Al contrario que la última vez
que la guerrera la había conducido al comedor de esta manera, Gabrielle puso la
mano no en la muñequera de Xena, sino rodeándole la cálida piel de la parte superior
del brazo. Sí, un charco de metro ochenta.

Gabrielle se quitó la máscara una vez sentada y disfrutó profundamente del


efecto que estaba teniendo en su guerrera. Aunque no había casi ninguna mujer en la
aldea que no se hubiera visto igualmente afectada por la joven reina, Gabrielle no les
prestaba la menor atención. La joven reina se quedó sentada, regia y bella, bebiendo
una copa de vino.

Xena se quedó de pie ligeramente detrás y a la izquierda del trono como


campeona de la reina. No era una ocasión formal y no era realmente preciso que
Xena ocupara esta posición tradicional, pero por las miradas que estaba recibiendo
Gabrielle por parte de algunas de las guerreras, Xena no se habría movido de esa
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plataforma ni aunque su vida dependiera de ello. Se quedó muy erguida e inmóvil,
con los brazos cruzados por encima del pecho. A más de una mujer le habría
encantado tener la compañía de su reina esa noche, pero pocas estaban dispuestas
a desafiar a la Princesa Guerrera para conseguirlo. Una valiente guerrera fue la que
más se acercó, pero hasta ella se rindió, al mirar detrás de la hermosa y joven reina y
ver a Xena, que le estaba echando una mirada fulminante que le decía "atrás".

Xena estaba que no veía el final de la velada, pero por fin llegó. La guerrera no
podía haberse sentido más orgullosa ni más enamorada de Gabrielle de lo que se
había sentido aquella noche, pero maldición, últimamente la bardo la traía loca.

Si Xena creía que sus problemas se habían terminado por esa noche, estaba
equivocada. Si en algo dependía de Gabrielle, los problemas de la guerrera estaban
empezando.
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—Deja que te ayude con eso. —Gabrielle apartó las manos de Xena y se puso a
quitarle la armadura a la guerrera. Los dedos de la bardo podrían haber realizado
muy deprisa la conocida tarea, pero decidió hacerlo despacio, apoyando los dedos de
vez en cuando en la túnica de cuero de Xena. Las caricias de Gabrielle eran
inocentes, pero advirtió el sonrojo que iba subiendo por el cuerpo bronceado de la
guerrera. Cuando la bardo alzó las manos, se apoyó en Xena para quitarle los
protectores superiores de los brazos. Gabrielle creyó detectar una débil exclamación
sofocada por parte de la guerrera cuando sus pechos se juntaron.

Lo cierto era que a Xena le estaba costando acordarse siquiera de respirar. Para
cuando Gabrielle terminó con su dulce seducción de los sentidos de la guerrera, Xena
sabía que si no mantenía cierta distancia entre la bardo y ella, se tiraría sobre la joven
allí mismo.

Gabrielle empezó a percibir que Xena se acercaba al límite y tan deprisa como
había empezado, la joven reina se dio la vuelta y empezó a quitarse su propia ropa, la
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poca que llevaba. Para cuando el cerebro de Xena registró el hecho de que Gabrielle
se había apartado de ella, la bardo se había quitado el taparrabos y daba la espalda a
Xena.

—Xena, ¿me puedes desatar esto? No alcanzo el nudo. —La bardo señaló la
banda que le envolvía el busto.

Xena, sin embargo, se había quedado embelesada con el exquisito espectáculo


que se le estaba ofreciendo. La prenda interior de Gabrielle era efectivamente una
tira. Un pequeño trozo de cuero tapaba la mata dorada de pelo entre sus piernas y la
tira dejaba totalmente al aire el torneado trasero de la bardo.

La guerrera recuperó el sentido, al menos todo lo que pudo dadas las


circunstancias, y alzó las manos temblorosas para deshacer el nudo. Gabrielle había
levantado los brazos, sujetándose el pelo para quitarlo de en medio. Los músculos
esbeltos y firmes de la espalda de la bardo se movieron al subir los brazos, lo cual
hizo que la mujer más alta empezara a respirar con especial dificultad.
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Gabrielle sintió el aliento cálido de Xena en el cuello y le dio un escalofrío, al


tiempo que la sensación le producía una clara sacudida en el centro. Dioses, si esta
mujer me desea, ¡por qué no me toma sin más!

Los dedos algo temblorosos de Xena se movían despacio: tenía un miedo


terrible de que la banda cayera al suelo, revelando los tesoros ocultos debajo, y al
mismo tiempo tenía un miedo terrible de que no cayera al suelo.

Cayó.

Gabrielle se inclinó para recoger la banda de cuero caída, totalmente consciente


de que Xena seguía a pocos centímetros detrás de ella.

A Xena casi se le salieron los ojos de las órbitas y retrocedió tan deprisa que se
chocó con la mesa. Gabrielle se volvió para ver lo que había pasado, hecha la
imagen misma de la inocencia... la inocencia desnuda, pensó Xena.
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La guerrera había seguido retrocediendo hasta que tropezó con la silla más
cercana y se cayó.

—Xena, ¿estás bien? —preguntó Gabrielle preocupada.

—Creo que necesito aire... —Y con eso Xena salió huyendo de la cabaña.

Gabrielle sonrió a la puerta cerrada, sabiendo que Xena volvería. El


comportamiento de la bardo esta noche había garantizado que, como un insecto
atraído por la llama, la guerrera volviera a su cabaña esta noche. Gabrielle esperaba
estar preparada.

Xena corrió al otro lado de la aldea, aumentando la velocidad cuando entró en el


bosque. Se detuvo cuando le empezaron a arder los pulmones y se apoyó agotada
en el árbol más cercano, descansando la frente en un antebrazo reluciente de sudor.
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Atenta a la presencia de centinelas, se metió la mano por debajo de las bragas ahora
empapadas, a través de los rizos húmedos y empezó a acariciarse. Apenas había
empezado a tocarse cuando tuvo un orgasmo, allí de pie contra el árbol.

¡Por todos los dioses!

Apenas habían pasado unos segundos y empezó a mover la mano de nuevo. Se


embistió a sí misma con la mano, moviendo las caderas en el aire, hasta que otro
orgasmo le atravesó el cuerpo. El alivio físico fue exactamente eso, pero no la sació
gran cosa. Mientras se le calmaba la respiración supo la verdad del tema. Darse
placer a sí misma le produciría un alivio temporal, pero no conseguiría saciar su sed,
sólo había una cosa que pudiera hacerlo.

La necesidad de la guerrera era Gabrielle... su alivio total sería Gabrielle, lo


único que podría mitigar sus pasiones era lo único que jamás se permitiría tener.

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Xena se acercó en silencio a la cabaña de la reina y vio a Gabrielle todavía
despierta. La joven estaba sentada a la mesa, bebiendo pensativa una copa de vino,
con una mirada distante en los ojos.

La guerrera continuó hacia los baños. Tal vez si se daba un baño bien largo,
Gabrielle estaría profundamente dormida cuando volviera.

Xena se sentó en el borde de la cama que compartían Gabrielle y ella. La bardo


estaba echada boca arriba durmiendo apaciblemente y la guerrera apartó un mechón
suelto de pelo del color de la miel de la cara de la joven. La guerrera estaba sentada
con un pie en el suelo y el otro debajo de ella, se había cambiado la túnica de cuero
por una camisa de lino y tenía el pelo todavía húmedo del reciente baño. La
habitación se llenó del olor limpio y húmedo de la guerrera: jazmín, cuero y el
preferido de Gabrielle... canela. La bardo nunca había sabido de dónde salía ese olor
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hasta que Xena le reveló que estaba en el espeso jabón líquido que la guerrera
usaba para lavarse el pelo. Xena también le dijo a Gabrielle que la única razón de
que a la bardo le gustara tanto era porque le recordaba a comida. Xena sonrió
ligeramente al recordarlo.

Oh, Gabrielle, cuánto te quiero. Sé que nunca podrás corresponderme de la


forma que yo sueño, pero también sé que me quieres, bardo mía, aunque sólo sea
como amiga. Después de todo lo que sufriste, cuando si te tocaba sentías tanto dolor,
todavía querías tenerme cerca, todavía querías mi amistad.

Xena meneó la cabeza más por asombro que por tristeza.

Jamás llegaré a comprender del todo la luz que llevas dentro, pero doy las
gracias a cualquier dios que me esté escuchando por darme la oportunidad de formar
parte del viaje de tu vida, por el cariño que consigues demostrarme. No puedo vivir
sin ti, Gabrielle. Cueste lo que cueste, bardo mía, jamás cederé a mis deseos... jamás
echaré a perder lo que tenemos con la lujuria egoísta de mi cuerpo. 110
A la guerrera se le llenaron los ojos de lágrimas y las contuvo rápidamente. No
quería sentir tristeza por su decisión. Quería ser feliz y regocijarse en el cariño y el
afecto que su bardo era capaz de darle. Juró renunciar a parte de sus ásperos
modales de guerrera para asegurarse de que la felicidad de Gabrielle fuese siempre
lo primero. La guerrera no se daba cuenta de que, en el fondo de su corazón, ya
había empezado a hacer justamente eso.

La guerrera alzó la cabeza al instante, con los pelos de la nuca de punta. Ladeó
la cabeza ligeramente, tratando de percibir cualquier ruido revelador por parte del
intruso. ¿Ares? Últimamente estaba sospechosamente ausente. No, Xena conocía
demasiado bien la sensación de hormigueo que la recorría cuando estaba cerca el
dios de la guerra. Un dios sin duda, ¿pero quién? ¿Acaso importa?

—Gracias —susurró la guerrera en voz baja. Xena, la Princesa Guerrera, la


mujer que, como mucho, sentía desprecio por los mezquinos dioses de Grecia,
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sabiendo que rara vez hacían nada en el reino de los mortales que no fuese para su
propia diversión o satisfacción, estaba cumpliendo su promesa. Sabía que se hincaría
de rodillas y se postraría ante cualquier dios con tal de conservar en su vida a la
mujer que tenía al lado. Haría lo que fuera.

Dos relucientes imágenes espectrales estaban la una al lado de la otra en las


sombras de la cabaña de la reina amazona. Artemisa puso los ojos en blanco al mirar
a su hermana. A la diosa Afrodita le caían ríos de lágrimas de los ojos y tenía una
sonrisa cursi en la cara. Artemisa se volvió para mirar a la guerrera, que a su vez
miraba amorosamente a la Elegida de la diosa, dormida en la cama. La diosa patrona
de las amazonas sintió que también a ella se le llenaban los ojos de lágrimas, al ver a
dos mujeres tan enamoradas, tan dispuestas a renunciar a todo por la otra. Se le
derramaron las lágrimas al oír el susurro de agradecimiento de la guerrera.

Afrodita alzó una mano y Artemisa notó que la energía aumentaba a su 111
alrededor.

—No debes interferir —susurró.

—No interfiero... sólo estoy despertando a la Gabrielilla. ¡Esta chica tuya podría
dormir en plena invasión del Monte Olimpo por las hordas del Tártaro! —exclamó la
diosa del amor.

Las dos diosas desaparecieron sin el menor ruido.

Gabrielle sintió que la apartaban de un sueño que no conseguía recordar. No


había querido quedarse dormida, pero un par de copas de vino le habían dificultado
esperar despierta a su guerrera. Abrió los ojos rápidamente y se sobresaltó al ver una
figura sentada a su lado. Al darse cuenta de que era Xena, le entró más preocupación
que miedo.
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—Xena, ¿estás bien?

A Xena la pilló desprevenida la rapidez con que se despertó Gabrielle. Estaba


escuchando los sonidos de su bardo soñando y al segundo siguiente Gabrielle se
estaba incorporando para sentarse frente a ella. La situación sólo tenía un fallo.
Cuando Gabrielle se sentó, la sábana cayó de su cuerpo desnudo, mostrando a la
Princesa Guerrera aquello contra lo que había estado luchando toda la noche. Los
ojos azules de Xena se abrieron mucho instintivamente al verlo.

—Xena... ¿estás bien? ¿Estás enferma? —preguntó Gabrielle, con tono


preocupado. A la reina le pareció ver un rubor en las mejillas de Xena a la luz de la
luna que inundaba la cabaña. En cuanto Gabrielle sintió el fresco aire nocturno en el
cuerpo, se dio cuenta de lo que había provocado la reacción de su hermosa guerrera.

Gabrielle notó que las pequeñas llamas del deseo empezaban a arder despacio
por su cuerpo. Supo que ya no podía esperar más. Si Xena la deseaba de verdad y
simplemente estaba luchando contra el instinto de proteger a la bardo, Gabrielle no 112
tenía la menor intención de prolongar la situación ni un minuto más. Había visitado el
sueño de su guerrera. Sabía lo que quería Xena, aunque la guerrera no quisiera
reconocerlo, ni siquiera a sí misma.

Con ternura, Gabrielle alargó la mano y tocó la mejilla de Xena con dedos
suaves, echando a un lado los mechones húmedos de pelo negro que la guerrera
tenía pegados a la cara.

—No quería asustarte... —La guerrera perdió el hilo.

—No pasa nada. Sólo estoy un poco preocupada. ¿Estás segura de que estás
bien? —Gabrielle no dejaba de acariciarle la cara a la guerrera. Caricias tiernas pero
inocentes que no podían confundirse con ninguna otra cosa.

—Sí, estoy bien —dijo Xena, con la voz quebrada. Intentó hacer como que ese
fallo de la voz había sido en realidad un carraspeo. Las caricias de Gabrielle eran tan
suaves, tan encantadoramente inocentes, pero la guerrera se estaba poniendo
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nerviosa y la decisión que había tomado hacía un momento empezaba a


desvanecerse—. Gabrielle, deberías parar... —susurró la guerrera roncamente.

Gabrielle empezó a hablar y Xena sólo pudo observar el movimiento de los


labios sensuales de la mujer, mientras la guerrera apretaba las manos con fuerza a
los lados. Oía lo que decía la bardo, pero Xena sólo conseguía concentrarse en la
sensación de los dedos de Gabrielle sobre su piel. Era placer mezclado con dolor, la
caricia de la bardo. La piel de Xena hormigueaba de deleite y al mismo tiempo ardía
como fuego donde la acariciaba Gabrielle.

—No sé por qué quieres que pare... ¿me estás protegiendo otra vez?

Xena no podría haber contestado a la bardo ni aunque le fuese la vida en ello y


Gabrielle no detuvo su ataque contra la piel acalorada de la guerrera. La bardo notó
que su propio cuerpo la traicionaba cuando un cálido hilo de humedad le resbaló
entre las piernas. Mantenía las caricias inocuas y ligerísimas, sabiendo que la
sensación estaba provocando explosiones de deseo dentro de la guerrera. La mano 113
de Gabrielle flotó delicadamente por la mandíbula y la barbilla de la guerrera, y los
dedos subieron para rozar ligeramente los labios de Xena. Pasó la mano por las
guedejas negras aún húmedas y dibujó con el dedo índice la oreja y el lóbulo de la
guerrera.

—Ephiny y yo tuvimos una charla muy interesante esta tarde. ¿Te la cuento?
—continuó Gabrielle.

Xena abrió los labios para hablar y se dio cuenta de que su voz sólo la iba a
traicionar. Atrapada en el hechizo de la voz de Gabrielle y sus exquisitas caricias, la
guerrera sólo pudo asentir con la cabeza.

—Estuvimos hablando de por qué las personas que nos quieren nos ocultan
cosas; por qué ocultan sus verdaderos sentimientos y emociones. Ephiny decía que
es porque intentan protegernos, por honor mal entendido... o por amor.
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La mano de Gabrielle había continuado su viaje. La dejó un momento en la


mandíbula de Xena, sosteniéndole la mejilla amorosamente. Una vez más esos
dedos recorrieron la mandíbula de la guerrera hasta la barbilla y empezaron a bajar
por el cuello, posándose dentro del escote donde empezaba la tela de la camisa de la
guerrera.

El cuerpo de Xena empezó a temblar ligeramente, en guerra con sus pasiones.


Gabrielle deslizó la mano entera hacia arriba y movió el dedo índice por la clavícula
de la mujer más alta. Avanzando hacia el hombro de la guerrera, quitó hábilmente del
hombro el tirante de la camisa de Xena, dejando que la tela cayera del cuerpo de la
guerrera y dejando al aire la mayor parte de su pecho.

Xena respiraba ahora con dificultad y el frescor del aire nocturno tenía poco que
ver con el pezón destapado que estaba totalmente erguido solicitando las caricias
ardientes de la bardo. Sus manos apretaban y soltaban la sábana mientras rogaba a
su cuerpo que luchara contra los efectos de las caricias de Gabrielle.
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—Supongo que quiero saber cuál es tu razón, Xena —dijo Gabrielle, susurrando
el nombre de la guerrera—. ¿Qué me ocultas... y por qué? —terminó Gabrielle,
tocando ligeramente la parte superior del pecho expuesto de Xena, pero no más de lo
que habría podido hacerlo si la camisa no hubiera caído.

Xena bajó la cabeza, incapaz de seguir mirando los labios de Gabrielle al hablar
ni los centelleantes ojos verdes que soltaban chispas de algo que Xena nunca había
visto en ellos hasta ese momento.

—Dioses, Gabrielle... no tienes ni idea de lo que me estás haciendo —murmuró


Xena con un tono que sonaba a derrota total.

Gabrielle vio su oportunidad y se armó de valor para lo que iba a hacer


continuación. La bardo puso la mano debajo de la barbilla de Xena y la echó hacia
arriba al tiempo que los ojos de la bardo se clavaban en el azul de los de Xena.
Gabrielle pretendía besar a la guerrera, pero su cuerpo volvió a traicionarla exigiendo
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más. La joven acercó su cuerpo al de Xena y se montó a horcajadas sobre el muslo


de la guerrera, el que tenía la pierna doblada debajo. Los brazos de Gabrielle
rodearon el cuello de la guerrera y se acercó más a la otra mujer, cubriendo el muslo
de Xena con su deseo al deslizarse hacia la guerrera. Pegó los labios al oído de Xena
y susurró.

—Oh, pero claro que sé lo que te estoy haciendo, amor mío... claro que lo sé
—dijo, recorriendo la oreja de Xena con la lengua, metiéndose el lóbulo en la oreja y
chupándolo delicadamente.

—¡Santos dioses! —gimió Xena, apartando a Gabrielle y sujetándola con los


brazos estirados. Xena estuvo a punto de ahogarse en las profundidades verdes que
tenía delante. Esta mujer, su mejor amiga, la mujer por la que daría la vida, por la que
haría cualquier cosa. Xena vio algo nuevo en esos ojos. Vio deseo... necesidad... y
por fin... amor—. Gabrielle, ¿es esto... es esto lo que quieres de verdad... soy yo lo
que quieres de verdad? —susurró Xena titubeando, casi temerosa de oír la respuesta
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de su bardo.

Gabrielle dijo las únicas palabras que sabía que harían seguir adelante a la
guerrera... las palabras que la Gabrielle onírica empleaba noche tras noche en los
sueños de la guerrera.

—Por favor, Xena... no pares.

Gabrielle estaba en lo cierto con respecto a cómo afectarían a la guerrera.

Xena rodeó con sus fuertes brazos la cintura de la bardo y tiró de la joven hacia
ella, juntando sus cuerpos estrechamente. Con un solo beso, la guerrera comunicó a
la joven reina la profundidad de su amor. Sus labios se apretaron en un encuentro de
carne suave contra carne suave, hasta que la pasión se llevó a las dos mujeres por
delante en una inmensa ola. La lengua de Xena pasó a través de unos labios abiertos
apresuradamente para ella, sintiendo que el intenso calor de Gabrielle subía tan
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deprisa como el de la propia guerrera. Xena se perdió en el beso de la bardo igual


que lo había hecho todas aquellas veces en su sueño.

Gabrielle tenía los dedos hundidos en el pelo oscuro de Xena, tirando de la


mujer hacia ella con una fuerza y una pasión que no sabía que poseía. Sus caderas
emprendieron un lento movimiento meciéndose contra el muslo de la guerrera y gimió
en la boca de Xena al notar la placentera fricción contra su centro. Las manos de
Xena bajaron por la espalda de la bardo, animando a Gabrielle, agarrando las
caderas de la joven, fomentando el movimiento.

Gabrielle fue la primera en apartarse del beso, apoyando la frente en la barbilla


de la guerrera, mientras ambas jadeaban tratando de respirar. El corazón de la bardo
empezó a palpitar con fuerza y Gabrielle creyó que se le iba a salir del pecho. Nunca
hasta ahora había experimentado nada así de intenso... así de fuerte. Lo único en lo
que conseguía concentrarse era en las increíbles sensaciones que el cuerpo de Xena
provocaba en el suyo. En eso y en el abrumador deseo de tomar a Xena como lo
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había hecho la Gabrielle onírica.

—Tienes demasiada ropa encima —dijo Gabrielle con tono de mando.

Xena se quedó ligeramente pasmada al oír el tono de la bardo y se apartó para


mirarla a los ojos. Xena percibió la necesidad en ellos, del mismo modo que sus
propios ojos debían de reflejar la misma mirada apasionada. Xena también vio algo
más. Ahora supo con certeza que Gabrielle había estado oculta en las sombras,
observando el desarrollo del sueño de la guerrera. La mayor fantasía de Xena, su
deseo más celosamente guardado, y ahora la bardo también lo conocía. Gabrielle
tenía la misma mirada fiera en sus ojos ardientes que la Gabrielle onírica. Xena no
sabía si podría hacer frente a esto en la realidad.

—Fuera —ordenó Gabrielle, señalando la camisa de la guerrera.

Xena notó que su cuerpo respondía de inmediato a la orden cuando de su sexo


excitado empezó a manar un río ardiente. El cuerpo le vibraba como la cuerda de un
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arco excesivamente tensada al pasarse la camisa por encima de la cabeza de un solo


movimiento rápido, exponiéndose por completo a la mirada hambrienta de la bardo.
Tanto si estaba dispuesta a reconocerlo como si no, el dominio de Gabrielle sobre
ella la excitaba sobremanera.

Gabrielle empujó de nuevo a Xena a la cama y la guerrera estiró la pierna que


se le había quedado dormida. Ambas mujeres gimieron al sentir el peso de Gabrielle
encima del cuerpo de Xena. La mano de la bardo se puso a explorar desesperada
cada centímetro de piel que tenía al alcance, posándose en el pecho de Xena y
apretando la carne llena. Sus dedos tiraron del pezón de la guerrera, provocando un
suave gemido por parte de Xena. Gabrielle no tardó en descubrir que cuanto más
tiraba de la carne erecta, más fuertes se volvían los gemidos de la guerrera.

Moviendo los labios para capturar los de Xena, la bardo metió la lengua por
entre los labios de la guerrera, moviendo el músculo invasor al ritmo de los tirones de
los doloridos pezones de la guerrera.
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Xena tuvo que apartar la boca de la bardo, pero Gabrielle no cesó su ataque
sobre el pecho de la guerrera. Los ojos devoradores de la bardo observaron mientras
Xena se pasaba la lengua por los labios y luego los abría, aspirando el aire que tanto
necesitaban sus pulmones, jadeando.

Gabrielle pasó al cuello de la guerrera, chupando y mordisqueando la suave


carne. Gabrielle mordió la carne flexible de la garganta de Xena y empezó a
succionar con más fuerza. Las manos de Xena se entrelazaron con el pelo de la
bardo, acercándola más.

—Síííí, Gabrielle... más fuerte... —gimió Xena.

El ruego de la guerrera pareció llevar a Gabrielle a un frenesí de pasión. Perdió


la conciencia del mundo exterior. En ese momento concreto, sólo existían Xena, el
placer físico y la necesidad de la bardo de consumir por completo a la guerrera
morena.
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El muslo de Gabrielle se colocó entre las piernas de Xena y apretó su sexo


empapado.

—Oh, dioses... —gimió Gabrielle en el hombro de la guerrera, al notar la


humedad de Xena contra ella. Los labios de la bardo bajaron por el cuello de la
guerrera y cruzaron por su hombro, provocando exclamaciones de placer de la figura
que se agitaba debajo de ella con cada mordisco y caricia de su lengua.

—Por favor... —gimió Xena arqueando la espalda, tratando de atraer en silencio


a Gabrielle hacia su pecho.

La boca de la bardo se acercó a su premio, rodeando de repente el dolorido


pezón de Xena con su húmeda calidez. La lengua de Gabrielle jugó con la carne
endurecida, lamiéndola ligeramente y luego succionándola y rozándola con los
dientes.

Xena sintió que el tirón húmedo de su pezón le bajaba directo al centro y sus 118
caderas empezaron a empujar contra el muslo de la bardo. La guerrera se dio cuenta
rápidamente de que cada vez que comunicaba su placer con un gemido, se veía
recompensada con una succión más fuerte de su pezón, ya hinchado. Los ruidos
procedentes de la guerrera no tardaron en ser constantes.

Una vez más, Gabrielle capturó los labios de la guerrera en un beso lleno de
fuego seductor.

Moviendo los labios hasta el oído de Xena, susurró:

—Dime lo que quieres, Xena... lo sé, lo vi en tus sueños... ahora quiero que me
lo digas —susurró Gabrielle seductoramente.

Xena apenas podía respirar y mucho menos hablar. Debería haber sabido que
Gabrielle sería una amante así, pero por apasionadamente que viviera la joven su
vida, sólo era una fracción de la pasión que aplicaba al hacer el amor.
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A la guerrera le entró el pánico inmediato al oír el susurro de Gabrielle en su


oído. ¡Dioses, ésta es Gabrielle! Sé lo que quiero que haga, ¿pero puedo decirlo... a
ella?

Gabrielle percibió el ligero cambio que se produjo en el cuerpo de la guerrera al


luchar consigo misma. La joven reina sabía que esto sería difícil para Xena. ¿Podrá
hacerlo? ¿Podrá dejarse ir lo suficiente como para rendirse del todo?

Gabrielle siguió lamiendo y besando la oreja de Xena, al tiempo que movía la


mano despacio por el estómago de la guerrera, bajando por la parte superior de un
musculoso muslo y volviendo a subir los dedos por la parte interior de la misma
pierna. Dejó la mano posada ligeramente sobre los rizos húmedos, notando el calor
que irradiaba del centro de Xena. La guerrera alzó las caderas hacia la mano de la
bardo y Gabrielle deslizó los dedos por los pliegues húmedos, jugando, pero evitando
la protuberancia de carne oculta.

Xena soltó un gemido largo y fuerte llena de frustración cuando la bardo apartó 119
bruscamente la mano, acercándose de nuevo para susurrar al oído de la guerrera.

—Tú sabes lo que quiero... y sabes que tú también lo quieres. Dímelo, Xena...
quiero oírte decirlo.

Xena rugió de frustración por su incapacidad de poner en palabras su pasión


cuando era evidente que significaba tanto para su bardo. Gabrielle percibió la
creciente decepción de la guerrera consigo misma y se apresuró a buscar una
solución para la inhibición de la guerrera.

—Entonces enséñamelo... —susurró la bardo seductoramente.

Xena tiró de Gabrielle hasta que pudo mirar a la joven a los ojos y capturó sus
labios con un beso demoledor que casi acabó con la decisión de la joven de seducir a
la guerrera. Gabrielle nunca había sabido que se pudiera transmitir tanto amor y
cariño con un solo beso.
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—Enséñame, amor mío... —dijo Gabrielle sin aliento, apretando el sexo de Xena
con la mano.

La guerrera bajó la mano por su propio cuerpo, colocándola sobre la mano más
pequeña de Gabrielle. Envolviendo los dedos de la bardo con los suyos, deslizó las
manos de las dos por su humedad, guiando la de la bardo hacia su abertura. Movió el
pulgar de Gabrielle sobre la protuberancia de carne hinchada, gritando por el placer
de las caricias. Xena levantó ligeramente las caderas y Gabrielle notó que se
deslizaba dentro de la guerrera.

Xena miró a la bardo, esperando ver disgusto o asco en sus ojos. En cambio,
los ojos de la joven ardían de necesidad contenida y un deseo todavía insatisfecho. A
Xena se le cortó la respiración cuando de un solo movimiento, Gabrielle hundió tres
dedos en la abertura de Xena. Ésta abrió las rodillas y con un pie todavía firmemente
plantado en el suelo, empujó hacia arriba para encontrarse con las embestidas de la
mano de Gabrielle.
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—¿Así? —susurró Gabrielle, con una sonrisa cómplice.

—Sí... así... justo ahí... Oh, dioses, Gabrielle. —Xena perdió entonces la voz y
renunció a hablar, pues los únicos sonidos que parecía capaz de hacer eran
lánguidos gemidos de puro placer.

Gabrielle continuó empujando con fuerza dentro de Xena, sintiendo que el


tiempo perdía todo significado, pues su mundo se convirtió en los sonidos de la
pasión de Xena y el calor aterciopelado de la guerrera que le rodeaba los dedos en
movimiento. Gabrielle seguía el ritmo marcado por las caderas de Xena, sin intentar
siquiera reprimir un gemido cuando la guerrera levantó el muslo y lo apretó con
firmeza contra el centro de la bardo.

Gabrielle empujó sus caderas contra la pierna de la guerrera y su propia


humedad resbaló chorreando por los lados del muslo de la guerrera. Atrapada por un
momento en su propio placer, la bardo abrió los ojos para mirar a su amante. Las
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caderas de Xena seguían empujando cada vez con más fuerza contra la mano de
Gabrielle y el cuerpo entero de la guerrera empezaba a temblar sin control. Se le
pusieron los ojos en blanco justo antes de cerrar los párpados con fuerza.

—Xena, mírame —consiguió jadear Gabrielle, cuyo propio cuerpo rogaba llegar
al orgasmo.

Xena abrió los ojos y levantó la cabeza ligeramente, cogiendo la cara de


Gabrielle entre sus manos. La guerrera notaba los temblores que le recorrían el
cuerpo, estaba a punto de caer por el precipicio, pero le resultaba imposible
comunicarle a Gabrielle el terror que sentía ante el control total que le exigía la bardo.

Gabrielle, sin embargo, conocía a esta guerrera demasiado bien. En la fracción


de segundo que la bardo tardó en sentir el miedo de Xena, en mirar las profundidades
azules oscurecidas de deseo, la bardo supo lo que tenía que hacer.

Gabrielle hizo más lento el movimiento de su mano dentro de la guerrera, 121


transformándolo en caricias regulares y profundas, sin apartar la mirada de los ojos
de su amante. La bardo también respiraba con dificultad, pero se concentró en las
palabras que Xena necesitaba oír.

—No quiero que te rindas a mí... quiero que te rindas por mí. No a mi voluntad,
amor mío... ríndete a mi amor —dijo la bardo con la voz ronca por su propio deseo—.
Te amo, Xena...

El efecto fue inmediato, pues Xena atrapó los labios de la bardo con los suyos
en un beso lleno de toda la libertad que sentía la guerrera al rendirse al amor de
Gabrielle. El fuego que la guerrera sentía en el vientre no tardó en comunicarse a la
bardo a través de ese beso. La guerrera empezó a emitir un rugido de puro placer
desde lo hondo del pecho. Se sentía a punto de saltar del precipicio y el fuego líquido
salía a borbotones de su sexo, cubriendo la mano imparable de la bardo.

—Gab... rielle... —jadeó Xena y un pequeño gemido fue el único sonido que
emitió la guerrera para comunicar a la bardo su inminente orgasmo.
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Gabrielle quería mucho más. La bardo había empezado a notar que su propio
cuerpo se consumía en el calor intenso del cercano orgasmo de Xena, sentía que
estaba ardiendo, que las llamas cubrían su cuerpo húmedo de sudor.

Embistiendo con sus propias caderas contra el muslo de Xena, la bardo


exclamó:

—Santa madre de Zeus, mujer... ¡deja que te oiga!

La cabeza de Xena golpeó la cama al oír la orden de Gabrielle. El cuerpo de la


guerrera se estremeció y tembló al atravesarlo una oleada tras otra de intenso placer.
El rugido que había empezado como un gruñido grave surgió de la garganta de Xena
como un alarido ensordecedor que se convirtió parte en un grito de guerra y parte en
un grito incoherente del nombre de su amante.

El sonido fue suficiente para Gabrielle. Al oír el grito de su amante, se unió a la


guerrera en el orgasmo, sintiendo que su cuerpo era pasto de las llamas, y luego la 122
bardo empezó a derretirse.

Antes de que el último orgasmo de Xena hubiera recorrido todo su cuerpo,


empezó otro al sentir la súbita liberación de Gabrielle de la exquisita tortura. Xena
sonrió al oír el grito ininteligible de Gabrielle, que reproducía la potencia del de la
guerrera.

Ninguna de ellas hizo el menor intento de moverse. La bardo quedó tumbada


encima de Xena y la guerrera rodeó con los brazos a la mujer agotada. Las dos se
esforzaron en vano por calmar la respiración, demasiado inseguras de su voz para
hablar.

Llegados a este punto, Eponin vuelve a intervenir en nuestra historia. En


realidad, nos reunimos con la guerrera amazona después de que ésta haya estado
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durmiendo en su cabaña unas cuantas marcas, al haber disfrutado de una


considerable cantidad de vino durante los festejos de la noche.

Su nueva recluta, Tarazon, había venido a despertar a la guerrera de más edad


para su turno de guardia. De parte de lo que iba a suceder a continuación Eponin le
echó toda la culpa a Tarazon. La guerrera de más edad juraba que la recluta se
debería haber dado cuenta de que una guerrera con resaca no es la persona más
indicada para hacer guardia y la joven recluta debería haberse ofrecido voluntaria
para ese turno.

Como no hubo tal oferta, Eponin se aguantó y se encaminó a relevar al primer


turno. La noche de Eponin estaba a punto de cambiar, pero en este momento no
tenía forma de saber hasta qué punto. Las cosas mejoraron bastante para la guerrera
cuando apareció por allí Solari y se apiadó de su amiga.

Solari se dio cuenta de que Eponin no estaba muy en forma, de modo que se
ofreció amablemente a hacer un intercambio con la guerrera. Solari se ocuparía de la 123
vigilancia en los árboles en las afueras de la aldea, mientras Eponin se unía a los dos
miembros de la guardia real en la cómoda tarea de vigilar la cabaña de la reina.
Eponin dio las gracias a su amiga, dejándola con la promesa de que le debía una, y
pensó para sus adentros... ¿qué dificultad puede haber?

Iba a ser tarea fácil, sin duda, y Eponin ya estaba planeando cómo echar una
siestecita, dejando las cosas a cargo de las jóvenes pero capaces guardias reales. Se
encontró con la pareja un poco más lejos de la cabaña de la reina de lo habitual y se
preguntó de qué podían haber estado hablando las dos jóvenes, al verlas tan
ruborizadas. Fue entonces cuando lo oyó.

Fue un grito terrorífico que le puso de punta los pelos de la nuca y los brazos.
En el campo de batalla ni se habría inmutado, pero esto salía de la cabaña de la
reina. Puede que Eponin fuera un poco densa en ocasiones, pero era una guerrera
hasta la médula y además buena. Sin plantearse su propia seguridad, corrió hacia la
puerta de la cabaña de la reina.
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Las dos guardias reales se habían quedado tan atónitas por los gritos que salían
de la cabaña de su reina como la guerrera de más edad, pero tenían una ventaja. En
lugar de salir a la carga detrás de Eponin, se pusieron aún más coloradas. Pensaron
en poner al tanto de todo a la guerrera, pero a las integrantes de la guardia real les
gusta mantener las distancias y estas dos reconocieron de inmediato la posibilidad de
bajarle un poco los humos a una guerrera.

Eponin se lanzó hacia la cabaña, subiendo los seis escalones de dos saltos.
Sacó la espada al tiempo que abría la puerta de una patada, preparada para
cualquier cosa.

Menos para aquello.

Para las dos amantes apenas habían pasado unos segundos, Gabrielle aún
yacía en los brazos de una guerrera totalmente satisfecha y ambas mujeres seguían
jadeando cuando la puerta de su cabaña se abrió de una patada. Xena se maldijo por
su desliz mental: sus armas seguían en la mesa. La guerrera rodó hasta colocar a 124
Gabrielle debajo de ella para proteger a la joven de su atacante.

Fue entonces cuando dio la impresión de que todas las cosas y todo el mundo
empezaban a moverse a cámara lenta.

Las dos mujeres que estaban dentro de la cabaña se dieron cuenta de que la
intrusa era Eponin dos o tres segundos antes de que la guerrera pudiera asimilar lo
que pasaba.

—¡Eponin! —gritó Gabrielle indignada, tirando hacia arriba de la sábana en un


intento inútil de tapar lo que la guerrera amazona ya estaba mirando fijamente.

Últimamente parecía que Eponin se estaba metiendo en muchas situaciones de


este tipo. Situaciones en las que su cerebro no paraba de zarandearla para hacer que
su cuerpo se moviera hacia atrás, pero la guerrera no conseguía en absoluto
concentrarse en nada que no fuera la visión de las dos mujeres desnudas que tenía
delante. Por supuesto, sus ojos errantes no tardaron en posarse en los de Xena.
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Ahora bien, Eponin había jurado, durante el anterior incidente con Xena, que un
metro ochenta de Princesa Guerrera que se te venía encima parecía mucho más
grande si estabas de rodillas. No tardó en descubrir que iba a tener que corregir dicha
afirmación. Un metro ochenta de Princesa Guerrera desnuda parecía una cosa
inmensa.

Efectivamente, la situación era bastante violenta y si Eponin se hubiera dado la


vuelta inmediatamente, es posible que las cosas hubieran mejorado. Aunque la
amazona hubiera pedido disculpas unos segundos después, la cosa habría quedado
como un incidente horriblemente embarazoso y podrían haberse reído de todo ello
más adelante... mucho más adelante, en opinión de Xena. El problema, según lo
percibía la guerrera, era que Eponin no se marchaba. Estaba allí plantada sujetando
la espada, sin dejar de mirarlas. No sólo a ellas, sino más concretamente a Gabrielle.
De repente, Xena recordó las miradas libidinosas que horas antes Eponin había
dirigido a la joven reina durante la fiesta. Entonces, con lentitud deliberada, la
guerrera se levantó de la cama y avanzó hacia la amazona petrificada. 125
Gabrielle pudo por fin cubrirse con la sábana, consiguiendo que Eponin saliera
de su estado de animación suspendida. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la
Princesa Guerrera se acercaba a ella.

—Xena —rogó Gabrielle por detrás de la guerrera—, recuerda... no la mates


—terminó, sonriendo con suficiencia a la amazona.

—Oh, no la voy a matar —empezó Xena—. ¡Sólo le voy a hacer mucho daño!
—bufó.

Eponin también daría fe más tarde de que vio unos hilillos de humo saliendo de
las orejas de la guerrera. Mirando a Gabrielle, dijo débilmente:

—Supongo que ahora echo a correr, ¿no?

—¡Demasiado tarde! —dijo Xena, agarrando a la amazona inmóvil por el cuello


de la túnica y sacándola fuera a rastras. Por segunda vez en otras tantas semanas, la
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guerrera amazona se encontró volando por encima de la barandilla del porche de la


reina.

Xena simplemente volvió a entrar en la cabaña y cerró la puerta dando un


portazo.

Eponin se quedó tirada boca arriba en el suelo junto a la cabaña de la reina.


Soltando un gemido de dolor, miró a las dos guardias reales que se retorcían de risa.

—Si alguna vez consigo levantarme... vosotras dos estáis muertas —dijo la
guerrera terminantemente.

La risa cesó de inmediato y las dos mujeres tragaron con fuerza, mirándose la
una a la otra.

A Gabrielle le temblaba el cuerpo de risa cuando Xena entró en la cabaña,


126
meneando la cabeza y echándole a su bardo una sonrisa tímida por las meteduras de
pata de su amiga amazona. Xena nunca podía estar enfadada mucho tiempo con
Eponin.

—Le vas a romper la espalda como sigas tirándola así desde el porche —dijo
Gabrielle, secándose las lágrimas de risa de los ojos.

—Es una guerrera, es fuerte. Además, no me hacía mucha gracia cómo te


miraba. Sin embargo, sí que me gusta cómo me miras tú... esa mirada que tienes en
los ojos, mi reina, es muy halagadora —dijo Xena, enarcando una ceja
provocativamente.

En el pasado, Gabrielle sólo había podido echar miradas de reojo al cuerpo de


su guerrera y ahora se estaba aprovechando de su recién estrenada relación para
devorar con los ojos abiertamente las admirables cualidades de su amante.
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Xena disfrutó del rubor que encendió las mejillas de Gabrielle. La guerrera se
apoyó con una rodilla en la cama, sosteniéndose con un fuerte brazo al tiempo que
tiraba de la sábana que cubría a Gabrielle.

—Permíteme que te devuelva el favor —dijo Xena arrastrando las palabras,


aprovechándose tanto como la bardo.

Echó su cuerpo cuan largo era al lado de su bardo y pasó una mano por el
cuerpo entero de Gabrielle, deteniéndose para acariciar con dulzura la cara de la
bardo. Gabrielle apoyó la cara en la mano, volviendo la cabeza para depositar un
beso en la palma de la guerrera, encallecida por la espada.

—¿Por dónde íbamos...? —sonrió Xena, bajando para capturar los labios de la
bardo.

Gabrielle jamás había pensado que las caricias de Xena pudieran ser tan
tiernas. La joven gimió en la boca de Xena por la dulzura del beso, que pareció durar 127
para siempre.

—¿Te gustan mis besos, amor mío? —preguntó la guerrera, moviendo los labios
por la mandíbula de la joven, bajando por el cuello y subiendo de nuevo hasta la
oreja, donde chupó el lóbulo de la bardo—. ¿Mis caricias? —Cogió la parte inferior
del pecho de la bardo y acarició el pezón con el pulgar, haciendo que la carne se
endureciera por la caricia.

—Ohhhh... —fue lo único que pudo decir Gabrielle.

—Mmmm... ¿sin habla, bardo mía? —susurró Xena, sin dejar de besar y
acariciar a la joven que estaba a su lado—. Has sometido mi cuerpo a una tortura tan
exquisita que he pensado que me corresponde devolverte el cumplido. Ah, y va a ser
una tortura deliciosa, Gabrielle.

La bardo se estremeció al oír su nombre pronunciado despacio en un susurro


seductor, al tiempo que notaba el cálido aliento de la guerrera acariciándole la oreja.
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Xena colocó su cuerpo sobre el de Gabrielle, apoyando el peso en los brazos.


Gabrielle gimió de placer al sentir el cuerpo de la guerrera. Xena bajó la cabeza hasta
atrapar los labios de Gabrielle con los suyos, regodeándose en el sabor de la joven,
mientras la lengua de la guerrera recorría el labio inferior de la bardo como una
promesa del deleite que la lengua de la guerrera podía producirle. Cuando Xena hizo
amago de apartarse, las manos de Gabrielle se entrelazaron en el pelo de la
guerrera, arrastrándola a otro beso apasionado.

Xena pasó a acariciar con la nariz el cuello de la bardo, empleando los labios, la
lengua y los dientes para bajar por el cuello de la mujer. La guerrera sonrió ante la
velocidad del pulso acelerado que encontró allí. Gabrielle soltó una exclamación
sofocada cuando Xena se metió la carne en la boca y se puso a succionar largo rato
y con fuerza.

—Te estoy marcando... ahora eres mía, Gabrielle —gruñó Xena.

—¡Dioses, sí! —exclamó Gabrielle. 128


Los pezones de Gabrielle se endurecieron cuando la carne de Xena se deslizó
por el cuerpo de la joven.

—Por favor —susurró Gabrielle, arqueando la espalda cuando los dedos de


Xena rozaron sus pezones erectos.

Xena se metió despacio una de las protuberancias endurecidas en la boca y la


chupó con avidez. Gabrielle se quejó de la pérdida cuando la boca de Xena
abandonó su pecho, pero la guerrera acabó con la queja cubriendo la boca de la
bardo con la suya. Separando los labios de la bardo con la lengua, el músculo firme
empezó a explorar la boca de la joven con una intensidad que no tardó en producir
vértigo a la bardo. Dejando que sus dedos volvieran a los pechos de la bardo, Xena
trazó círculos alrededor de los pezones de Gabrielle antes de cogerlos entre el pulgar
y el índice y apretarlos rítmicamente.
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Xena empleó la rodilla para separar suavemente las piernas de Gabrielle y puso
el muslo contra la cálida humedad.

—Dioses, Gabrielle... —gimió al oído de la bardo—. Qué mojada estás.

Xena descubrió que su pasión alcanzaba nuevas cotas y fue incapaz de evitar
que su propia humedad empezara a empapar la pierna de la bardo. Apretó el centro
de la bardo con el muslo, provocando una exclamación de placer, notando que
Gabrielle empezaba a mover las caderas contra el muslo de la guerrera.

Xena no daba crédito a lo sensible que era la bardo. Tocara donde tocase a la
joven, de la garganta de Gabrielle salía un sonido y cada gemido y exclamación
sofocada de la bardo hacían que del sexo excitado de la guerrera manase un torrente
de humedad.

Xena fue bajando despacio, deslizando la boca y la lengua por los firmes
músculos del estómago de la bardo, y Gabrielle abrió más las piernas cuando la 129
guerrera colocó los hombros entre ellas. Aspirando profundamente, a Xena se le hizo
la boca agua al oler la pasión de Gabrielle y luego pasó jugando la lengua por el
interior de los muslos de Gabrielle. El cuerpo de Xena se estremeció con una
expectación deliciosa al pensar en saborear la dulce humedad de la bardo.

Haciendo un alarde de seducción pura, la guerrera deslizó los dedos entre los
pliegues empapados de la bardo.

—Síííí... —gimió Gabrielle, apoyándose en un codo para mirar a la guerrera.

Xena clavó la mirada en Gabrielle y la joven observó con los ojos entornados
mientras las guerrera apartaba los dedos de Gabrielle y se los llevaba a la boca,
quitándose de la mano a lametones los jugos de la bardo.

—Santa Artemisa —gimió la bardo, dejando caer el cuerpo en la cama. La joven


se sentía peligrosamente cerca de una explosión de pura necesidad—. Por favor,
Xena... necesito... —rogó Gabrielle.
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—Sé lo que necesitas, cariño... —ronroneó Xena y Gabrielle pensó que había
muerto y estaba en los Campos Elíseos sólo de oír aquella voz.

Xena deslizó las manos bajo las caderas de la bardo, tirando de ella hasta
acercarla a la boca impaciente de la guerrera. Pasó la lengua por todo el sexo de la
bardo, notando que el cuerpo de Gabrielle se estremecía como respuesta. La bardo
abrió aún más las piernas, animando a la guerrera, cuando Xena hundió la lengua en
la dulzura de la bardo. Xena dejó que su lengua vagara y explorara a su amante,
deleitándose en los gemidos de placer que emitía su bardo. Se regodeó en las
texturas y el sabor de su joven amante, notando que las caderas de Gabrielle
empezaban a empujar contra su lengua.

Xena subió la lengua y se puso a acariciar suavemente la protuberancia oculta,


ahora hinchada de necesidad. Deslizó un dedo por la abertura de la bardo, luego dos,
deslizándolos fácilmente una y otra vez en las profundidades empapadas de
Gabrielle, sin dejar ni un momento de atender el centro de la bardo con la lengua.
130
Gabrielle apenas era capaz de formar un pensamiento racional, ya que su
conciencia del mundo exterior se había reducido al centro de su ser, que estaba
siendo tan amorosamente devorado por su guerrera. Enganchó con los dedos las
guedejas negras de la guerrera, apretando con más fuerza la lengua de la guerrera
contra ella.

—Oh, dioses, Xena... por favor... por favor, no pares —exclamó Gabrielle,
levantando las caderas de la cama, empujando con más fuerza contra la lengua y los
dedos que le prometían el orgasmo.

Xena abrazó las caderas de su amante, que no paraban de moverse, hundiendo


aún más la cara, succionando con fuerza mientras movía la lengua rápidamente por
la protuberancia hinchada.

Gabrielle gritó el nombre de su amante una y otra vez cuando las oleadas del
orgasmo la atravesaron, contrayéndose sobre los dedos de la guerrera que tenía
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dentro, mientras el cuerpo de la joven se convulsionaba cuando en su interior estalló


un segundo orgasmo y luego un tercero.

Cuando Gabrielle se quedó saciada, Xena subió despacio y la besó con ternura,
estrechando a la joven entre sus fuertes brazos. La bardo se acurrucó contra el cuello
de Xena, incapaz de hablar.

—Xena —empezó Gabrielle cuando hubo recuperado el aliento—. ¿Me quieres


decir... que llevamos tantos años juntas... y podríamos haber estado haciendo esto?

Xena se echó a reír suavemente y besó a la bardo en la cabeza.

—Parece que tenemos que recuperar, ¿eh?

—¿Será siempre así? —preguntó Gabrielle maravillada.

—No lo sé, amor... nunca he tenido esta experiencia hasta ahora. He tenido
muchos amantes, Gabrielle —dijo Xena con tono serio, respondiendo a la expresión
131
desconcertada de su amante—. Incluso con los que creía amar... Marcus, Hércules...
no creo que como señora de la guerra supiera lo que era el amor. No creo que
entonces fuera capaz de amar. He tenido que volver a aprender este tipo de
emociones y creo que empecé a hacerlo el día que entraste en mi vida.

Xena notó las lágrimas silenciosas de Gabrielle en su cuello mientras


continuaba.

—Gabrielle, estoy tan enamorada de ti... tú eres mi corazón, lo que me mantiene


viva. Te necesito tanto como el aire que respiro y el agua que bebo. Si dejaras de
existir, creo que mi corazón simplemente dejaría de latir —susurró la guerrera,
acariciando suavemente con los labios la sien de la bardo—. Gracias, bardo mía...
gracias por salvarme.

Gabrielle levantó la vista para mirar a su guerrera, con la cara bañada en


lágrimas.
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—Xena, nunca te he oído hablar así.

—Lo siento, Gabrielle. Siento no decir siempre las cosas que necesitas oír y no
ser siempre la clase de persona que te gustaría que fuese. Puede que no siempre lo
consiga, pero te prometo que voy a hacer todo lo que pueda para no decepcionarte ni
avergonzarte.

Gabrielle nunca había oído a Xena hablar tan abiertamente de sus sentimientos
y la joven bardo estaba algo anonadada.

—Oh, Xena... tu amor jamás podría decepcionarme ni avergonzarme... ¿lo


decías en serio... cuando has dicho que estabas enamorada de mí? —preguntó
Gabrielle.

Xena se volvió para mirar a Gabrielle, estrechándola más entre sus brazos y
apretando más a la bardo contra ella. Xena besó a Gabrielle en la frente y rozó con
los labios sus mejillas llenas de lágrimas. 132
—Con todo mi corazón, amor mío... con todo mi corazón. —Xena se echó hacia
atrás para mirar a Gabrielle a la cara, acariciándosela tiernamente con el dorso de los
dedos—. Pero te mereces algo mejor, mi amor. Lo sé... —Xena puso un dedo sobre
los labios de la bardo para acallar lo que sabía que iba a venir—. Eres una mujer
adulta y eres libre de amar a quien quieras. Me has hecho tuya y mi corazón no
podría ser más feliz, pero te aseguro que no consigo imaginarme qué ves en una
vieja guerrera quemada como yo.

—Oh, Xena... ojalá te vieras a través de mis ojos —dijo Gabrielle antes de pasar
una mano por el cuello de Xena y besarla más concienzudamente de lo que la
guerrera había sido besada en su vida—. Eres tan bella y te quiero tanto. Te quiero
entera, Xena... la mujer, la guerrera, la luz y la oscuridad y todo lo que hay entre
medias —dijo entre beso y beso.
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Fue el turno de las lágrimas de Xena y aunque la guerrera rara vez permitía que
nadie la viera llorar, disfrutó de esta liberación agridulce y se deleitó en la sensación
de ser abrazada, mientras los dedos de Gabrielle le acariciaban suavemente el pelo.

Ambas mujeres estaban a punto de quedarse dormidas, la una en los brazos de


la otra, cuando Xena abrió perezosamente un ojo para mirar a la bardo.

—¿Gabrielle...?

—Mmm-mmm —contestó Gabrielle adormilada.

—Esta semana... todas esas cosas que estabas haciendo, o sea, cuando...
Gabrielle, ¿me estabas seduciendo? —preguntó Xena.

Gabrielle abrió los ojos de par en par y se despabiló rápidamente.

—Mmm... ¿sí?
133
—¿Estás preguntándomelo o estás diciéndomelo? —Xena también estaba
ahora totalmente despierta.

—¿Diciéndotelo? —Dioses, eso me suena patético hasta a mí.

Xena se apartó de los brazos de la bardo y colocó el cuerpo encima de la joven.

—¿Me estás diciendo que me has hecho todo eso a propósito? ¿Y te ha


gustado ver lo desquiciada que estaba?

—Pues... yo... yo... en el momento me pareció una buena idea... y la verdad es


que no lo he hecho a propósito... al principio. Pero, bueno, luego... pues me gustaba
ver cómo te afectaba. —Gabrielle miró a la guerrera con su mejor expresión de
inocencia.

—Mi amor, eres una provocadora —dijo Xena enarcando una ceja dirigida a la
mujer que tenía debajo.
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—Técnicamente no puedes decir que sea una provocadora —respondió la bardo


con tono desafiante—. Al fin y al cabo, una persona provocadora es alguien que se
comporta de forma incitante, sin la menor intención de cumplir lo que promete... yo,
por mi parte, tenía toda la intención de cumplir lo que prometía —terminó Gabrielle
con una sonrisa suficiente, sintiéndose como si acabara de salir bien librada de algo.

—Ga-bri-elle... —dijo Xena despacio—. ¿Sabes lo que les hacen los guerreros a
las mujeres que los provocan... incluso a las que aman con todo su corazón? —Xena
pronunció las palabras despacio, envolviendo a la joven entre sus brazos y
olisqueando el cuello de la bardo, mordisqueándole la carne suave.

—¿Buscar revancha? —dijo Gabrielle débilmente, perdiendo la sonrisa de


satisfacción al tiempo que se le aceleraba el pulso.

—Mmm-mmmm —murmuró Xena, mordiendo un lóbulo delicadamente.

Tengo la sensación de que esto de la "revancha" puede resultar muy 134


agradable... si no acaba primero conmigo, fue el último pensamiento coherente de
Gabrielle cuando Xena cubrió la boca de la bardo con un beso ardiente.

FIN

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