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- Sólo espero que sean rápidos para no sufrir durante más tiempo. Estoy cansado de
todo esto – dijo, un tanto apesadumbrado.
- No es por eso. Fue por algo que ocurrió hace treinta años, durante mi juventud. Yo
diría inclusive, mi extrema juventud. Y así, apenas siendo un joven de veinte años, fui
capaz de estremecer a Londres. Lo hice de tal modo, y con tanto arte, que la ciudad
vivía en el terror por causa mía.
- Y es bastante probable que, aún siendo un adolescente, escucharas sobre alguien que
fue el más grande asesino del barrio obrero – acotó Silver.
- No viene a mi mente algún nombre en especial. Supe, por ejemplo, de un tal Israel
Lipski, que envenenó con ácido nítrico a una mujer embarazada. Fue un crimen
horrendo y que marcó sobremanera a la comunidad judía de ese lugar, porque Lipski
era de confesión judía. El hombre terminó ahorcado en prisión en 1887…obviamente
no fuiste tú, pero el apellido “Lipski” acabó convirtiéndose en una forma de insulto
dirigido a cualquier judío.
- Escúchame, no me queda mucho tiempo – dijo Silver con cierta vehemencia – Pero
tampoco me iré de este mundo sin que alguien sepa la verdad. Cuando yo empecé a
matar en Londres, las personas hablaban de mí sin cesar. Mis actos deplorables
llenaban las páginas de los periódicos, y cuando me animé a enviar algunas cartas
para la prensa, ellos de inmediato las divulgaron, y colocaron en grandes letras de
imprenta mi nombre. Ellos tal vez no se lo esperaban, pero el nombre era perfecto, y
no se hablaba de nadie más. Mi nombre era…
- Vengo con la orden expresa para trasladar al condenado hasta el lugar de ejecución.
Todo se encuentra acondicionado y el pelotón espera sólo a cumplir su trabajo – dijo en
forma imperativa el mensajero dirigiéndose al guardia que custodiaba a Silver – Aquí
tengo el documento firmado, por lo tanto, abre la celda.
- Pero, el prisionero estaba por decirme algo de sumo interés y que convendría el
comunicarlo al alto mando – respondió el guardia.
- Señor carcelero, la sentencia de muerte ha sido confirmada por el tribunal, y no
queda más que proceder a la ejecución – agregó ofuscado el mensajero – No
entorpezca las cosas, además tenemos instrucciones de retirarnos en pocas horas de
este lugar. Los franceses vienen con un amplio contingente, varias poblaciones han sido
atacadas con gas pimienta. Debemos cumplir con nuestras diligencias y
reincorporarnos a los batallones.
Al leer el nombre, hizo memoria, y recordó la historia que le narraron sobre una bella
chica de veinticinco años, la cual ocupó una habitación muy cercana al lugar donde
vivió en Londres, en la calle Dorset. Le contaron que fue ultimada de manera jamás
vista…De pronto lo supo, y salió corriendo hacía el campo de fusilamiento. Pero, el
sonido de una descarga de balazos lo detuvo, y a lo lejos vio el cuerpo de Silver,
cayendo a tierra en medio de una espesa humareda. Con prontitud, el cadáver fue
rematado y puesto dentro de una caja de madera.
- Señor, - continuó – ese hombre cometió una serie de asesinatos en Londres durante
1888, pero logró escapar de las autoridades. Antes de morir me entregó este medallón,
y puede examinarlo. Dijo que fue de su mujer, y que él mismo se encargó de eliminar.
- Señor, - prosiguió - ese medallón perteneció a Mary Jane Kelly, quien resultó
asesinada y despedazada al interior de una habitación en noviembre de 1888. Era la
última víctima de una serie de cinco mujeres muertas con ferocidad por un solo
hombre…ese que está ahora ejecutado por nosotros. Su identidad nunca se conoció, y
pasó a la historia con un apelativo infame que será recordado para siempre de modo
terrorífico.
Wilson Valdelomar.