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EL ALCANCE DEL DEBER DE CONFIDENCIALIDAD EN EL

PROCESO DE MEDIACIÓN FAMILIAR


Felisa-María CORVO LÓPEZ.
Profª Ayudante de Derecho Civil. Universidad de Salamanca
Aranzadi Civil-Mercantil num. 1/2011 BIB 2011\20

- 1.- Introducción
- 2.- La confidencialidad como principio rector de la mediación familiar
- 3.- Distinción entre confidencialidad, reserva y secreto profesional
- 4.- La confidencialidad: un derecho-deber del mediador y de las partes. Su necesario reflejo en el contrato de mediación
- 5.- El deber de confidencialidad: alcance y excepciones
- 6.- El incumplimiento del deber de confidencialidad
- 6.1.- Incumplimiento por parte del mediador
- 6.2.- Incumplimiento por parte de los mediados
- 7.- Extensión del deber de confidencialidad a otros profesionales que puedan participar en el proceso de mediación
- 8.- Conclusión
- 9.- Bibliografía

1- Introducción

La mediación familiar es «un instrumento de gestión y/o resolución de problemas derivados de


conflictos familiares, alternativo o complementario a otras vías como la judicial, caracterizado
por la intervención de una persona imparcial, neutral y cualificada en un proceso informal y
confidencial de autocomposición de intereses, necesidades y deseos inicialmente percibidos
como incompatibles o contradictorios, con el fin de facilitar la comunicación entre las partes y
crear un espacio de confianza mutua y de colaboración recíproca que propicie el acercamiento
de posiciones con vistas a lograr un acuerdo viable, mutuamente satisfactorio y duradero que
resuelva el conflicto o minimice, al menos, sus efectos» 1.

1 Así lo define LUQUIN BERGARECHE, R., (2007), Teoría y práctica de la mediación familiar intrajudicial y
extrajudicial en España ( BIB\2007\275) , Pamplona: Civitas, pág. 73 y 74.

La confidencialidad constituye un elemento clave para que la mediación resulte eficaz pues,
teniendo presente que las partes pueden abandonar el proceso en cualquier momento y acudir a
los Tribunales en base al principio de voluntariedad, difícilmente podría crearse ese clima de
confianza mutua y colaboración recíproca si no se garantiza a las partes que lo que se habla en
la dinámica del proceso de mediación no va a traspasar la frontera del espacio mediador a
menos que lo haga en forma de acuerdo 2; en otras palabras, si no se les garantiza que las
declaraciones que realicen acerca de los hechos que rodean el conflicto no podrán ser utilizadas
en su contra en un futuro proceso judicial 3. Como señala FERNANDEZ BALLESTEROS, el
objetivo de esta confidencialidad no es otro que permitir a las partes en conflicto «comunicarse
con creatividad, equidad y objetividad», aumentando la probabilidad de que lleguen a un
acuerdo sin presiones y sin miedo a que sus comportamientos o afirmaciones puedan ser
usados eventualmente en un proceso judicial en su contra 4.

2 Nótese, además, que la información que se maneja a lo largo de la tramitación de la solución extrajudicial afecta a la
esfera de la intimidad de los mediados, por lo que resulta merecedora de una especial protección.

3 Como indica ORTUÑO MUÑOZ, P., (2005), «El proyecto de Directiva europea sobre mediación», en RUIZ MARÍN,
M.J. (dir), Mediación y protección de menores en derecho de familia, Cuadernos de Derecho Judicial, nº 5, pág. 265,

1
«Ninguna persona expondría todas sus cartas ante el adversario si tuviera el temor de que posteriormente van a ser
utilizadas en su contra». «Es imprescindible» -insiste BOLAÑOS, I., (2008), «El mediador familiar», en HENRY
BOUCHE, J. y HIDALGO, F.L. (dir.), Mediación y orientación familiar, Madrid: Dykinson, pág. 165, «garantizar un cierto
límite entre lo que ocurre dentro y fuera del proceso».

4 FERNANDEZ-BALLESTEROS GONZALEZ, E.C., (2008), «Principios de la mediación: rol y técnicas de


comunicación», en SORIA, M.Á., VILLAGRASA, C. y ARMADANS, I. (coord.), Mediación familiar, Barcelona: Bosch,
pág. 197. ESPIN ALBA, I., (2003), «La mediación familiar en Galicia», en CABANILLAS SÁNCHEZ, A. (coord.),
Estudios jurídicos en homenaje al Prof. Luis Diez Picazo, T. III, Madrid, Civitas, pág. 4578, por su parte, insiste en la
idea de que la confidencialidad «genera un mayor grado de confianza y de aislamiento frente a presiones externas a la
mediación (familiares, medios de comunicación, círculo de allegados, etc)».

La confidencialidad se erige así en principio rector del proceso de mediación, o, si se prefiere,


en nota característica del mismo 5. Ahora bien, la confidencialidad no es absoluta, por lo que
resulta imprescindible determinar su alcance.

5 El carácter reservado de la mediación se contrapone a la publicidad propia de los procesos judiciales.

2- La confidencialidad como principio rector de la mediación familiar


En 1998, el Comité de Ministros del Consejo de Europa, consciente, entre otras cosas, de las
características específicas de los litigios en materia de familia, del creciente número de estos, de
la necesidad de asegurar el superior interés del menor, y de las ventajas que ofrece la
mediación según la experiencia vivida en otros países, recomendó a los gobiernos de los
Estados miembros: 1) Instituir o promover la mediación familiar o, en su caso, reforzar la
mediación familiar existente. 2) Adoptar o reforzar todas las medidas que se consideren
necesarias para asegurar la aplicación de una serie de principios que la misma enumera para la
promoción y el uso de la mediación familiar como medio apropiado de resolución de conflictos
familiares. Esta Recomendación [R (98) 1, 21 de Enero de 1998] contemplaba ya el principio de
confidencialidad como principio rector del proceso de mediación familiar al determinar en el
apartado III.vi, que «Las discusiones que tengan lugar durante la mediación serán
confidenciales y no podrán utilizarse posteriormente, salvo acuerdo de las partes o en los casos
permitidos en el derecho nacional».
La confidencialidad está nuevamente presente en el Libro verde sobre modalidades
alternativas de solución de conflictos en el ámbito del Derecho civil y mercantil (apartados 78-
82). En su apartado 79, este Libro verde resalta el interés que tiene para las partes el que la
información intercambiada en el procedimiento sea confidencial, añadiendo que «la
confidencialidad parece ser la condición sine qua non para el buen funcionamiento de las ADR,
porque contribuye a garantizar la franqueza de las partes y la sinceridad de las comunicaciones
durante el procedimiento». También lo está en el Código de Conducta Europeo para los
Mediadores adoptado en Octubre de 2004 por la Comisión europea. En su apartado 4, el
referido Código impone al mediador la obligación de observar «la confidencialidad sobre toda
información, relativa o con respecto a la mediación, incluido el hecho de que existe o haya
tenido lugar, a menos que haya razones legales o de orden público» , así como la obligación de
no revelar a las otras partes la información confidencialmente facilitada por una de las partes,
salvo que ésta lo consienta o lo establezca la ley.
La Directiva 2008/52/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 21 de Mayo ( LCEur 2008,
803) , sobre ciertos aspectos de la mediación en asuntos civiles y mercantiles, insiste, como no
podía ser de otra manera, en el carácter confidencial de la mediación 6. Para asegurar esa
necesaria confianza mutua en lo que respecta a la confidencialidad, la Directiva obliga a los
Estados miembros a promover, por los medios que consideren adecuados, la formación de
mediadores y el establecimiento de mecanismos eficaces de control de calidad relativos a la
prestación de servicios de mediación. Además, insiste en la necesidad de compatibilizar las
normas procesales civiles en lo relativo al modo en que se protege la confidencialidad de la
mediación en todo proceso judicial o de arbitraje ulterior, ya sea de carácter civil o mercantil.

6 La Directiva, en su art. 1.2, establece que debe aplicarse en los litigios transfronterizos, en los asuntos que versen
sobre materia civil o mercantil, siempre y cuando se trate de derechos y obligaciones que estén a disposición de las

2
partes. En su art. 2, califica como litigios transfronterizos aquéllos en los que en el momento en que comienza la
mediación (por cualquiera de los motivos recogidos en las letras a) a d) del art. 2.1), al menos una de las partes esté
domiciliada o resida habitualmente en un Estado miembro distinto del Estado miembro de cualquiera de las otras
partes. También entiende como litigio transfronterizo aquél en el que se inicie un procedimiento judicial o un arbitraje
tras la mediación entre las partes en un Estado miembro distinto de aquel en que las partes estén domiciliadas o
residan habitualmente en la fecha que contempla el apartado 1, letras a), b) o c), pero sólo a efectos de los art. 7 y 8
de la presente Directiva, es decir, en lo relativo a la confidencialidad y a los plazos de prescripción respecto del
procedimiento judicial o el procedimiento arbitral. Aunque la Directiva se dicta pensando en los litigios transfronterizos,
nada impide que los Estados miembros apliquen sus disposiciones a los procedimientos de mediación de carácter
nacional, lo cual, a nuestro modo de ver, sería deseable. Véase en este sentido el apartado 8 del Preámbulo de la
Directiva.

En España, la confidencialidad se predica como nota característica de la mediación familiar


tanto a nivel estatal como autonómico. A nivel estatal, en la Ley 15/2005, de 8 de julio ( RCL
2005, 1471) , cuya Disposición Final Tercera, obliga al Gobierno a promulgar una Ley de
Mediación teniendo presentes los principios europeos y los establecidos por las CCAA,
respetando en todo caso los de voluntariedad, imparcialidad, neutralidad y confidencialidad 7. El
pasado mes de febrero de 2010, el Consejo de Ministros aprobó el Anteproyecto de Ley de
Mediación en asuntos civiles y mercantiles que, como no podía ser de otra manera, incluye la
confidencialidad como principio informador de la mediación 8. A nivel autonómico, la
confidencialidad aparece definida como principio rector del proceso de mediación familiar en las
diferentes leyes de Mediación Familiar aprobadas por nuestras CCAA durante esta década:
Cataluña 9, Galicia 10, Comunidad Valenciana 11, Canarias 12, Castilla-La Mancha 13, Castilla-
León 14, Madrid 15, Baleares 16, Asturias 17, País Vasco 18 y Andalucía 19. En Aragón, a falta de
una ley de Mediación Familiar, la ley 2/2010, de 26 de mayo, de Igualdad en las relaciones
familiares ante la ruptura de convivencia de los padres, regula la posibilidad de que los
progenitores, de común acuerdo o por decisión del Juez, acudan en cualquier momento a la
mediación familiar para resolver sus discrepancias derivadas de la ruptura, puntualizando en su
Disposición Transitoria 2ª que uno de los principios que rigen la mediación familiar es el de
confidencialidad 20. Y en Navarra, la Orden foral 147/2007, de 23 de julio ( LNA 2007, 316) , por
la que se clasifica el servicio de Mediación Familiar, resalta el carácter confidencial del proceso
al definir el referido servicio como «un sistema para la resolución de conflictos entre los
miembros de una familia, en sentido extenso, que a través de un proceso voluntario y
confidencial, posibilita la comunicación entre las partes en conflicto para llegar a acuerdos
viables que sean satisfactorios para todos, y garanticen la atención a las necesidades del grupo
familiar».

7 La promulgación de dicha ley fue reclamada en el Congreso de los Diputados, Comisión de Justicia del Congreso de
los Diputados, Proposición no de ley presentada el 29 de abril de 2008 por el grupo parlamentario de Esquerra
Republicana-Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya Verds, sobre creación de una Ley de Mediación Familiar ( Diario
de sesiones del Congreso de los Diputados, nº 190, sesión nº 9, de 3 de febrero de de 2009, 161/000050). El principio
de confidencialidad aparece reflejado también en el informe anual de 2004 del Defensor del Pueblo español como
principio esencial de la mediación. «Sólo teniendo garantizadas las partes ese deber de secreto que afecta al mediador
-se añade-, podrán hablar y reconocer de manera clara los problemas que tratan de solucionar mediante esa
mediación». Dicho informe puede consultarse en: http://www.defensordelpueblo.es/index.asp?destino=informes1.asp.

8 Como se dice en su Exposición de Motivos, esta Ley incorporaría al Derecho español la Directiva 2008/52/CE (
LCEur 2008, 803) ; mas su regulación va más allá del contenido de esta norma de la Unión Europea pues, mientras la
Directiva establece únicamente unas normas mínimas para fomentar la mediación en los litigios transfronterizos en
asuntos civiles y mercantiles, la regulación de la Ley conforma un régimen general aplicable a toda mediación que
tenga lugar en España, y pretenda tener un régimen jurídico vinculante, si bien circunscrita al ámbito de de los asuntos
civiles y mercantiles.

9 Véanse art. 13 de la derogada Ley 1/2001, de 15 de Marzo ( LCAT 2001, 173) , de Mediación Familiar de Cataluña y
art. 7 de la vigente Ley 15/2009, de 22 de Julio ( LCAT 2009, 523) , de Mediación en el ámbito del Derecho privado de
Cataluña.

10 Art. 8 de la Ley 4/2001, de 31 de Mayo ( LG 2001, 206) , de Mediación Familiar de Galicia.

11 Véase, por ejemplo, el Preámbulo de la Ley 7/2001, de 26 de Noviembre ( LCV 2001, 375) , de Mediación Familiar
de la Comunidad Valenciana.

12 Véanse art. 4.4 y 8 párrafos 4º y 8º de la Ley 15/2003, de 8 de Abril ( LCAN 2003, 173) , de Mediación Familiar de
Canarias.

3
13 Art. 8.3 de la Ley 4/2005, de 24 de Mayo ( LCLM 2005, 161) , del Servicio Social Especializado de Mediación
Familiar de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha.

14 Art. 4.4 de la Ley 1/2006, de 6 de Abril ( LCyL 2006, 228) , de Mediación Familiar de Castilla y León.

15 Art. 4b) de la Ley 1/2007, de 21 de febrero ( LCM 2007, 93) , de las Normas Reguladoras de la Mediación Familiar
de la Comunidad de Madrid.

16 Ar. 2b de la Ley 18/2006, de 22 de noviembre ( LIB 2006, 343) de Mediación Familiar de Islas Baleares.

17 Art. 7 Ley 3/2007, de 23 de Marzo ( LPAS 2007, 117) , de Mediación Familiar de Asturias.

18 Art. 8b) Ley 1/2008, de 8 de Febrero ( LPV 2008, 63) , de Mediación Familiar del País Vasco. Al definir los conflictos
objeto de mediación en el art. 5, el legislador incide, de manera muy especial, en la confidencialidad como nota
característica del proceso de mediación que puede solicitarse por las personas adoptadas que desean acceder a la
información de su filiación biológica. A dicho proceso de mediación se refería ya el art. 84 la Ley vasca 3/2005, de 18
de febrero ( LPV 2005, 133) , de Atención y Protección a la Infancia y la Adolescencia.

19 Véase art. 9 y 16 de la Ley 1/2009, de 27 de Febrero ( LAN 2009, 116) , de Mediación Familiar de Andalucía.

20 Conforme a lo previsto en la disposición final segunda de esta ley el Gobierno de Aragón deberá remitir a las Cortes
de Aragón un Proyecto de Ley de Mediación Familiar en el plazo de tres meses desde la entrada en vigor de la
presente Ley, y entró en vigor el pasado mes de septiembre.

3- Distinción entre confidencialidad, reserva y secreto profesional

Confidencialidad, reserva y secreto profesional son términos que aparecen recurrentemente en


la normativa sobre mediación. Si nos fijamos en nuestras leyes autonómicas sobre mediación
familiar, observamos que unas utilizan única y exclusivamente la expresión confidencialidad 21;
otras, en cambio, la combinan con las de reserva y secreto profesional 22. Así las cosas, parece
aconsejable diferenciar los tres conceptos.

21 Es el caso de la Comunidad Valenciana y del País Vasco. La Ley 1/2001, de 15 de Marzo ( LCAT 2001, 173) , de
Mediación Familiar de Cataluña también empleaba sólo el término confidencialidad.

22 En Andalucía y en Castilla-León se habla de confidencialidad y secreto profesional de la persona mediadora, como


puede verse en el art. 9 de la Ley andaluza y art. 4.4 de la ley castellano-leonesa. La Ley 15/2009, de 22 de Julio (
LCAT 2009, 523) , de Mediación en el ámbito del Derecho privado de Cataluña la ley de 2009, en su art. 7, habla de
deber de «confidencialidad por el secreto profesional». Las Leyes gallega ( LG 2001, 206) y balear emplean los de
deber de secreto y confidencialidad (arts. 8 y 11 de la Ley gallega y arts. 2e) y 16 de la balear. Las leyes madrileña y
castellano-manchega combinan las expresiones confidencialidad y reserva (art. 4 de la Ley madrileña y art. 8 de la
castellano-manchega).En Canarias, se utilizan las expresiones confidencialidad, secreto profesional y reserva. Las dos
primeras se predican del mediador y la última de las partes (art. 4.4 y 4.6 de la Ley canaria [ LCAN 2003, 173] ).
También en la Ley asturiana ( LPAS 2007, 117) encontramos estas tres expresiones (véanse, por ejemplo, los arts. 7,
12, 22 y 28 de su Ley de Mediación Familiar).
La confidencialidad se refiere al carácter protegido o reservado con que han de tratarse
aquellos aspectos de la intimidad de una persona de los que se hace partícipe en confianza a
otra u otras o a los que se accede en el marco de una relación.
El término «
http://www.buscon.rae.es/draeI/SrvltObtenerHtml?origen=RAE&IDLEMA=61727&NEDIC=Sirese
rva», por su parte, puede definirse como prevención o cautela para no descubrir algo que se
sabe o piensa 23.

23 Tercera acepción en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

El «secreto profesional», en cambio, es el deber que tienen los miembros de ciertas profesiones
de no descubrir a tercero los hechos que han conocido en el ejercicio de su profesión; en otras
palabras, el compromiso que adquiere un profesional de guardar silencio sobre lo que pueda
llegar a conocer en el ejercicio de su profesión 24. Con relación al mismo, conviene reseñar que
España no cuenta con una ley general de defensa del secreto profesional.
24 Son popularmente conocidos los deberes de secreto profesional que recaen sobre abogados y médicos, por
ejemplo.

4
4- La confidencialidad: un derecho-deber del mediador y de las partes. Su necesario reflejo en el
contrato de mediación
Erigida en principio rector de la mediación, la confidencialidad ha de entenderse
necesariamente como un derecho-deber no sólo del mediador sino también de las partes que
acuden a mediación. La normativa que afecta a la mediación familiar, sin embargo, no suele
considerarlo como tal.
En el ámbito europeo, suele calificarse más bien como un deber que se predica tanto del
mediador como de las partes. Según el apartado 79 del Libro verde sobre modalidades
alternativas de solución de conflictos en el ámbito del Derecho civil y mercantil, «La
confidencialidad se impone tanto a las partes como a los terceros». Idéntica conclusión se
extrae del Código de Conducta de los Mediadores Europeos, cuyo apartado 3.1, en el párrafo
2º, establece: «El mediador en especial se asegurará de que antes del comienzo de la
mediación las partes hayan comprendido y hayan acordado expresamente las condiciones del
acuerdo de mediación, que incluye en especial las disposiciones relativas a la obligación de
confidencialidad por parte del mediador y de las partes». La Directiva 2008/52/CE del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 21 de Mayo ( LCEur 2008, 803) , sobre ciertos aspectos
de la mediación en asuntos civiles y mercantiles, en cambio, lo considera un deber pero no
especifica si ese deber de guardar secreto sobre la información obtenida en el proceso de
mediación afecta tanto al mediador como a las partes. Ante la necesidad de que los Estados
miembros compatibilicen la normativa procesal civil en lo relativo a la protección de la
confidencialidad de la mediación en todo proceso judicial o de arbitraje, civil o mercantil,
determina que los mismos «garantizarán, (…), que ni los mediadores ni las personas que
participan en la administración del procedimiento de mediación estén obligados a declarar, en
un proceso judicial civil o mercantil o en un arbitraje, sobre la información derivada de un
procedimiento de mediación o relacionada con dicho proceso, (..)». Como vemos la Directiva
habla de «personas que participan en la administración del procedimiento de mediación», no de
las partes, lo que ha llevado a algunos autores a resaltar lo complicado que resulta predicar la
confidencialidad respecto de las partes, argumentando que el derecho de defensa en un
procedimiento judicial puede verse afectado por la misma 25.

25 Incide en esta cuestión ROBLES LATORRE, P., (2008), «Apuntes sobre la Directiva de Mediación en asuntos
civiles y mercantiles», RDP, Noviembre-Diciembre, pág. 108.

En nuestro país, salvo alguna excepción a la que luego me referiré, las Leyes de Mediación
Familiar aprobadas en el ámbito autonómico suelen afirmar que la confidencialidad que rige el
proceso de mediación debe ser respetada no sólo por el mediador sino también por los
mediados. Nos movemos, pues, nuevamente en la esfera del deber. Las más claras, en este
sentido, son la catalana 26, la gallega 27, la canaria 28, la balear 29, la madrileña 30 y la vasca 31.
Pero, casi todas ellas inciden más en la confidencialidad como deber del mediador 32 que en la
confidencialidad como deber de las partes. La Ley canaria, por ejemplo, no lo cita en el art. 9
cuando enumera los deberes de las partes; tampoco la balear en su art. 17. La Ley madrileña,
por su parte, en el apartado c) de su art. 10, cita como deber de las partes el de «Abstenerse de
solicitar en juicio o en actos de instrucción judicial, la declaración del mediador como perito o
testigo de una de las partes, con el fin de no comprometer su debida neutralidad, sin perjuicio de
lo previsto en la legislación penal y procesal». En la misma línea, puede verse el art. 7.2 de la
Ley catalana de Mediación en el ámbito del Derecho privado 33. Así pues, la más ecuánime es la
Ley vasca. Al describir las obligaciones específicas de las partes y del mediador, impone tanto a
las primeras como al segundo la obligación de respetar los principios rectores de la mediación
que expresa el art. 8 de su Ley de Mediación Familiar, uno de los cuales es precisamente el de
confidencialidad 34; también obliga al mediador, en el art. 16 i) y l), a «Facilitar la actuación
inspectora o de seguimiento de la Administración, teniendo en cuenta los deberes de secreto
profesional y confidencialidad»; y a «Comunicar al departamento del Gobierno Vasco
competente en materia de mediación familiar, en los términos que se establezcan
reglamentariamente, los datos de cada mediación a efectos estadísticos, respetando los
principios establecidos en laLey Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre ( RCL 1999, 3058) , de

5
Protección de Datos, y de conformidad con lo establecido en laley 4/1986, de 23 de abril ( LPV
1986, 1691) , de Estadística de la Comunidad Autónoma del País Vasco». Y, a las partes, en el
art. 16 e), a «Abstenerse de solicitar en juicio o en actos de instrucción judicial la declaración del
mediador como perito o testigo de una de las partes, con el fin de no comprometer su debida
neutralidad, sin perjuicio de lo previsto en la legislación penal y procesal». Lógicamente, el
mediador en la reunión inicial deberá informar a las partes sobre estos deberes y, muy
especialmente, sobre los principios rectores de la mediación, y deberá hacerse constar, en el
acta de inicio de la mediación, la aceptación por los participantes en la misma de los principios y
de las obligaciones de la mediación 35. En la misma dirección apunta, aunque en términos
mucho más generales, el Anteproyecto de Ley de Mediación en asuntos civiles y mercantiles,
cuyo art. 13 define al mediador como aquella persona inscrita como tal en el Registro de
mediadores y de instituciones de mediación del Ministerio de Justicia, a quien se solicita que
preste sus servicios para llevar a cabo una mediación de forma eficaz, imparcial, neutral y
competente, con respeto al principio de confidencialidad 36. El art. 11, por su parte, en su párrafo
1º determina que «Se garantiza la confidencialidad de la mediación y de su contenido, de forma
que ni los mediadores, ni las personas que participen en la administración del procedimiento de
mediación estarán obligados a declarar en un procedimiento judicial civil o mercantil o en un
arbitraje sobre la información derivada de un procedimiento de mediación o relacionada con el
mismo, excepto en los casos que más adelante comentaremos, y, en su párrafo 2º, puntualiza
que «La obligación de confidencialidad se extiende a las partes intervinientes de modo que no
podrán revelar la información que hubieran podido obtener derivada del procedimiento».

26 El art. 13.1 ( LCAT 2001, 173) de la derogada Ley de Mediación Familiar catalana comenzaba diciendo que «En la
medida en que en el curso de la mediación se puede revelar información confidencial, la persona mediadora y las
partes han de mantener el deber de confidencialidad en relación con la información que se trate». El art. 7.1 de la Ley
catalana de Mediación ( LCAT 2009, 523) en el ámbito del Derecho privado determina que «Todas las personas que
intervienen en el procedimiento de mediación (por tanto, mediador, mediados, técnicos) tienen la obligación de no
revelar las informaciones que conozcan a consecuencia de esta mediación».

27 El art. 11 de la Ley de Mediación gallega ( LG 2001, 206) establece que «Con arreglo a lo establecido en el artículo
8.1 toda información obtenida en el transcurso de la mediación estará afectada por el deber de secreto y por su
carácter confidencial, estando en consecuencia tanto las partes como la persona mediadora obligadas a mantener
reserva sobre el desarrollo del procedimiento negociador».

28 La Ley canaria ( LCAN 2003, 173) , al enunciar en su art. 4 los principios que rigen la mediación, incluye, por una
parte, el principio de confidencialidad y secreto profesional, en el sentido de que el mediador familiar actuante no podrá
desvelar o utilizar ningún dato, hecho o documento del que conozca relativo al objeto de la mediación, ni aun después,
cuando finalice la misma, haya acuerdo o no (apartado 4º); y, por otra, el principio de reserva de las partes, en el
sentido de que igualmente éstas se obligan a guardar reserva de los datos, hechos o documentos de los que hayan
tenido conocimiento en el curso de la mediación (apartado 6º).

29 La Ley balear, al explicar en su art. 2e) en qué consiste el principio de confidencialidad que rige el proceso de
mediación, puntualiza que «la persona mediadora y la parte familiar en conflicto tienen el deber de mantener la reserva
sobre los hechos conocidos».

30 Refiriéndose a la confidencialidad y reserva como uno de los principios en que se fundamentan las actuaciones de
mediación, la Ley de Mediación Familiar madrileña ( LCM 2007, 93) , en su art. 4b), señala que la confidencialidad
«afecta tanto al mediador como a las partes que intervienen en el procedimiento de mediación».

31 Véanse los art. 13 y 16 de la Ley de Mediación Familiar ( LPV 2008, 63) del País Vasco.

32 Véanse los art. 14a) de la vigente Ley catalana de Mediación ( LCAT 2009, 523) en el ámbito del Derecho privado,
que, en términos muy generales, establece que el mediador debe «Ejercer su función, con lealtad hacia las partes, de
acuerdo con la presente ley, el reglamento que la desarrolle y las normas deontológicas, (…)»; art. 8 de la Ley de
Mediación Familiar canaria; art. 16 de la Ley de Mediación familiar de Islas Baleares ( LIB 2006, 343) ; art. 14c) de la
Ley de Mediación Familiar madrileña ( LCM 2007, 93) .

33 No se aprecian, pues grandes diferencias con lo previsto en el art. 13.1 de la derogada Ley catalana de Mediación
Familiar, según el cual, en cumplimiento del deber de confidencialidad, las partes se comprometían a mantener el
secreto y renunciaban, por tanto, a proponer la persona mediadora como testigo en algún procedimiento que afecte al
objeto de la mediación».

34 Véanse los art. 13 y 16 de la Ley de Mediación Familiar del País Vasco ( LPV 2008, 63) .

35 Véanse los art. 21.1b) y 22.1 de la Ley de Mediación Familiar vasca. En términos parecidos, puede verse el art. 12

6
de la Ley de Mediación Familiar canaria ( LCAN 2003, 173) según el cual, en la reunión inicial, el mediador debe
informar a las partes sobre sus derechos y obligaciones, los derechos y obligaciones del mediador, las características
del proceso de mediación… En Cataluña, la aceptación de los deberes de confidencialidad debe constar también en el
acta que se levante de la reunión inicial tanto conforme al art. 18.1 de la derogada Ley de 2001 como al art. 16.1 de la
Ley de 2009.La Ley de Mediación Familiar de Islas Baleares ( LIB 2006, 343) , por su parte, establece en su art. 9.2
que «Una vez firmado el contrato, la persona mediadora debe entregar a la otra parte un pliego que contenga los
principios por los cuales se rige la mediación y los derechos y las obligaciones de ambas partes».

36 El mediador ha de cumplir además las exigencias previstas en el art. 14 del Anteproyecto, precepto que reza como
sigue: «Podrán ejercer funciones de mediador las personas naturales que se hallen en el pleno disfrute de sus
derechos civiles, siempre que la legislación no lo impida o que estén sujetos a incompatibilidad, que posean, como
mínimo, el título de grado universitario de carácter oficial o extranjero convalidado y que se encuentren inscritas en el
Registro de mediadores y de instituciones de mediación».
Especialmente preocupadas por el Estatuto jurídico del mediador, las leyes de Mediación
Familiar de la Comunidad Valenciana, Asturias y Castilla-La Mancha, contemplan principalmente
la confidencialidad como un deber del mediador. Pero ello no significa que no contengan
preceptos de los que quepa inferir la correlativa obligación de confidencialidad respecto de las
partes.
La Ley de Mediación Familiar de la Comunidad Valenciana, por ejemplo, enuncia, en su art. 9e),
entre los deberes del mediador, el de mantener la reserva sobre los hechos conocidos en el
curso de la mediación, pero apenas insiste en el deber de confidencialidad de las partes. En
este orden de cosas, cabe señalar que el hecho de que el art. 17 de la referida Ley establezca
que en el acta inicial se identificará el objeto de la mediación, haciendo constar, entre otras
cosas, «la aceptación de las obligaciones de confidencialidad establecidas en esta ley y en la
normativa vigente a este respecto», ha hecho dudar a algunos autores acerca de si las partes
asumen necesariamente el deber de confidencialidad en esta Comunidad Autónoma o si sólo lo
asumen en caso de que así lo acuerden 37. A nuestro modo de ver, el art. 15 de la Ley en
cuestión no deja lugar a dudas sobre este particular: la confidencialidad se exige también a las
partes 38. Lo único que nos indica el art. 17, en nuestra opinión, es que uno de los puntos que
debe figurar en el acta de inicio de la mediación es precisamente el relativo a que ambas partes
se comprometen a mantener la confidencialidad. Una forma de hacerlo constar podría ser la que
sigue:

37 Es el caso de GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación en conflictos familiares. Una construcción desde el
Derecho de Familia, Madrid: ed. Reus, pág. 414. A la vista de lo dispuesto en relación a la firma del acta inicial, la
autora se pregunta si «el carácter confidencial, que vuelve a predicarse en la Ley en relación con el acta final
señalando que afecta a «todo el resto de la información», compromete al mediador y a las restantes partes del
proceso, o sólo a aquél extendiéndose también a estas si así lo pactaron».

38 Según el art. 15 de la Ley de Mediación Familiar valenciana ( LCV 2001, 375) , «(…) la persona mediadora podrá
proponer la presencia de otras personas en calidad de consultoras, que deberán ser aceptadas por las partes. Estas
últimas estarán sujetas también a losprincipios que se requieren a las partes: confidencialidad, buena fe y no actuar
profesionalmente en caso de litigio entre ellas».

CONFIDENCIALIDAD
- Por razón de la confidencialidad del proceso de mediación, las partes se comprometen a no
citar como testigos antes, durante o después de la mediación, en ningún procedimiento
administrativo o judicial relacionado con la disputa al mediador o mediadores.
- Asimismo, (nombres mediados) se comprometen a no reclamar los formularios, notas o
cualquier documentación o registro producida en la mediación para ser utilizada en
procedimiento administrativo o judicial alguno. Lo anteriormente establecido no afecta al
documento final que recoja los acuerdos resultantes de la mediación, salvo que en el mismo se
pacte otra cosa.
- Autorizan la grabación en video de las sesiones con fines formativos para nuevos
mediadores siempre que se respete su anonimato.
Si las partes no estuvieran de acuerdo en mantener la confidencialidad, no podría iniciarse el
proceso de mediación. No obstante, convendría que la ley enunciara con claridad los derechos y

7
deberes de las partes en el proceso de mediación. El problema, en buena medida, viene dado
por la deficiente sistemática empleada en la ley.
Situación similar se vive en el Principado de Asturias pues, si bien su Ley de Mediación
Familiar, en el art. 7.1, proclama la confidencialidad como principio rector de la mediación,
añadiendo que las partes y el mediador familiar se comprometen a mantener el secreto sobre la
misma, lo cierto es que no hay más referencias al deber de las partes de mantener la reserva de
la información obtenida en la mediación. La Ley incide de manera primordial en los deberes del
mediador relacionados con el mantenimiento de la confidencialidad. Así, según el art. 22.1, el
mediador familiar debe entre otras cosas: «Mantener la reserva y el secreto profesional respecto
de los hechos conocidos en el curso de la mediación, aun después de haber cesado su
mediación»; «No realizar posteriormente con cualquiera de las partes y respecto a cuestiones
propias del conflicto sometido a mediación familiar funciones atribuidas a profesiones distintas a
la mediación, salvo que todas las partes estén de acuerdo y otorguen su consentimiento por
escrito y el mediador familiar disponga de la correspondiente habilitación profesional para ello»;
«Abstenerse de participar como testigo o perito en todo tipo de procedimiento o litigio que afecte
al objeto de la mediación, salvo que las partes estén de acuerdo y otorguen su consentimiento
por escrito y, en su caso, disponga de la correspondiente habilitación profesional para ello»;
«Advertir a las partes en la reunión inicial informativa de los contenidos referidos en el artículo
12.2 de esta Ley» , uno de los cuales es precisamente el alcance del deber de confidencialidad.
De esa reunión inicial de la mediación familiar -dispone el art. 12.3- se extenderá un acta, en la
cual se expresarán la fecha, la voluntariedad en la participación de las partes y la aceptación de
los principios, derechos y obligaciones del mediador familiar. A nuestro modo de ver, en este
acta debe hacerse constar también el compromiso de las partes de respetar la confidencialidad
en los términos que sugeríamos al estudiar la norma valenciana.
También en Castilla-La Mancha la confidencialidad se configura fundamentalmente como un
deber del mediador, y ello a pesar de que se reconoce abiertamente como principio rector de la
mediación 39. La única alusión que encontramos al deber de confidencialidad de las partes en su
Ley de Mediación Familiar se ubica en el art. 18, que se refiere a la sesión inicial. Según este
precepto, el mediador en esta sesión inicial debe informar a las partes, entre otras cosas, del
procedimiento de mediación familiar, su finalidad y los deberes de la persona mediadora; de la
obligación que contraen las partes de no proponer a la persona mediadora como testigo o como
perito en un eventual proceso judicial que tenga por objeto el mismo conflicto sometido a
mediación, sin perjuicio de lo establecido en las normas procesales 40; del carácter confidencial
de las actas levantadas por el mediador en el curso del procedimiento de mediación y de todas
las actuaciones llevadas a cabo en el curso de la mediación familiar… De esta sesión -añade el
precepto en su apartado 3- se levantará el acta correspondiente que deberá ser firmada por el
mediador y las partes en conflicto en prueba de conformidad; dicha acta no vinculará hasta su
ratificación en el correspondiente procedimiento ante los juzgados.

39 Véanse los art. 8 y 10d) de la Ley de Mediación Familiar castellano-manchega ( LCLM 2005, 161) .

40 Lo suyo sería que la ley dedicara un precepto a expresar los derechos y deberes de las partes y que el art. 18 se
limitara a decir, en este punto, que el mediador debe informar a las partes sobre los deberes y derechos que les
asisten.

El legislador andaluz, consciente o inconscientemente, se ha desmarcado de los anteriores. Y


ello porque, aunque la Ley de Mediación Familiar de esta Comunidad Autónoma concibe la
confidencialidad y el secreto profesional como principio de la mediación, sus art. 9 y 16h) hacen
recaer el deber de confidencialidad única y exclusivamente en el mediador 41. Tal circunstancia
impide que podamos defender que las partes deben mantener la reserva de la información que
reciban en el proceso de mediación en base al deber de carácter general que le impone el art.
5a), cual es el de cumplir el procedimiento de mediación en todos sus términos. Ligados a este
deber de confidencialidad, encontramos, por una parte, el deber que, con carácter general, la ley
impone al mediador, en su art. 16a), de informar a las partes en conflicto, previamente al inicio
del proceso de mediación, de las características y finalidad del procedimiento; y, por otra,
algunos de los derechos enunciados, en el art. 15d) y e), como derechos del mediador;

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concretamente, el derecho a «recibir de las partes en conflicto una información veraz y
completa» y el derecho a «recibir asesoramiento del equipo de personas mediadoras en el que
se encuentre inscrito en el Registro, si así se requiere, manteniendo la confidencialidad
exigida».

41 Según el art. 9 de la Ley de Mediación Familiar andaluza ( LAN 2009, 116) , ubicado en el capítulo II el cual trata de
los principios de la mediación, «La persona mediadora no podrá desvelar durante el proceso de mediación familiar, e
incluso una vez finalizado el mismo, ningún dato, hecho o documento del que conozca relativo al objeto de la
mediación, salvo (…)».

La Ley de Mediación Familiar castellano-leonesa también presenta una peculiaridad con


relación a las anteriores. Tras realizar una declaración genérica del principio de confidencialidad
y secreto profesional respecto a los datos conocidos en el proceso de mediación familiar 42,
configura el referido principio como deber para el mediador y como derecho para los mediados
43
. Sin embargo, el art. 7 -precepto que contiene los deberes de las partes- no recoge el deber
de las partes de mantener la reserva sobre los datos conocidos en el proceso de mediación
como tal; lo único que recoge, en su apartado g), es el deber de las partes de «No solicitar que
la persona mediadora sea llamada a declarar como perito ni como testigo en cualquier
procedimiento judicial relacionado con el conflicto familiar objeto de la mediación practicada».
Estos derechos y deberes a que acabamos de hacer referencia deberán constar en el
documento de compromiso de sometimiento a la mediación familiar, a la vista de lo dispuesto en
el art. 16.1 de la Ley.

42 El art. 4.4 de la Ley de Mediación Familiar castellano-leonesa incluye la confidencialidad y el secreto profesional
como principio informador de la mediación.

43 El art. 10.13 impone al mediador el deber de «garantizar el deber de secreto profesional y confidencialidad». En sus
apartados 16º, 19º y 20º, recoge otros tres deberes del mediador que guardan relación con el anterior. El mediador
debe «renunciar a intervenir como testigo o perito a propuesta o solicitud de cualquiera de las partes en todo tipo de
procedimiento o litigio que afecte al objeto de la mediación»; debe también «facilitar la actuación inspectora o de
seguimiento de la Administración, teniendo en cuenta los deberes de secreto profesional y confidencialidad»;
asimismo, debe «remitir al Registro de Mediadores Familiares la información correspondiente, en la forma que se
determine reglamentariamente, teniendo en cuenta los deberes de secreto y confidencialidad». El art. 6.2f), por su
parte, atribuye a las partes el derecho a «Tener garantizado el derecho al secreto profesional y a la confidencialidad en
los términos establecidos legalmente».
Desde nuestro punto de vista, la confidencialidad -como anunciábamos al comienzo de este
epígrafe- no constituye un mero deber sino un derecho-deber tanto para el mediador como para
las partes. El mediador actúa como confidente de las partes, siendo el ámbito de este derecho-
deber el conocimiento de todos los hechos y documentos de los que haya tenido noticia durante
el proceso de mediación, así como la información relativa al proceso mismo. Sobre esta base
podría decirse, por ejemplo, que el mediador tiene el deber de no revelar la información obtenida
en el proceso de mediación; pero, a la vez, tiene derecho a que no se le llame como testigo o
perito en un eventual juicio posterior. Las partes (los mediados), por su parte, tienen derecho a
que se mantenga en secreto lo tratado en mediación pero deben renunciar, al mismo tiempo, a
proponer al mediador como testigo o perito en un eventual proceso judicial posterior que tenga
relación con lo tratado en mediación.
El problema que observamos en las leyes autonómicas que acabamos de estudiar y en el
propio Anteproyecto de Ley de Mediación estatal reside en que olvidan esa doble vertiente del
principio de confidencialidad que afecta a mediadores y mediados. Para empezar, en la mayor
parte de las ocasiones, procuran fijar el estatuto jurídico del mediador obligándole a desplegar
una particular y depurada lex artis, sin darse cuenta de que algunos de los deberes específicos
que le imponen son algo más que un mero deber; para continuar, se centran de manera muy
especial en el estatuto jurídico del mediador cuando las verdaderas protagonistas del proceso
son las partes (los mediados); y, para terminar, no siguen la sistemática más adecuada a la hora
de fijar los derechos y deberes de las partes.
A nuestro modo de ver, sería recomendable que nuestras leyes de Mediación Familiar, tras
reconocer en términos generales el principio de confidencialidad como principio informador del

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proceso de mediación, describieran con precisión, por una parte, los derechos y deberes del
mediador, y, por otra, los derechos y deberes de los mediados. La confidencialidad habría de
presentarse y garantizarse como un derecho-deber para ambos, sobre el que el mediador -como
ponen de relieve muchas de nuestras leyes autonómicas en materia de mediación familiar-
debería informar a las partes en la reunión inicial o sesión informativa. La razón es de pura
lógica: conocedoras de la existencia de este deber «las personas involucradas se sentirán más
libres para relatar lo sucedido y cuál es su óptica del problema», pues saben que nada de lo que
se diga en la mesa de negociación podrá perjudicarles 44. Finalizada la sesión informativa, las
partes y el mediador deberían comprometerse a respetar este principio en el acta de inicio de
mediación, que no es ni más ni menos que un contrato de mediación 45. Finalmente, se
establecerían las consecuencias de su incumplimiento por parte del mediador y por parte de los
mediados.

44 Así lo pone de relieve GUILLERMO PORTELA, J., (2007), «Características de la Mediación», en SOLETO MUÑOZ,
H. y OTERO PARGA, M. (coord.), Mediación y solución de conflictos. Habilidades para una necesidad emergente,
Madrid: Tecnos, pág. 216. En la misma idea incide BOLAÑOS, I., (2008), «El mediador…», op. cit., pág. 165.

45 En Argentina se firma un convenio de confidencialidad para instrumentar el deber objeto de estudio, según exponen
VILLAGRASA ALCAIDE, C. y VALL RIUS, A.M., (2000), «La mediación familiar: una nueva vía para gestionar los
conflictos familiares», La Ley, Revista Jurídica Española de Doctrina, Jurisprudencia y Bibliografía, nº 5049, 9 de mayo
de 2000, pág. 6.

5- El deber de confidencialidad: alcance y excepciones


Lógicamente, cuando el mediador, en la reunión inicial, informe a las partes sobre el principio
de confidencialidad, sobre sus derechos y obligaciones con relación al mismo, deberá aclarar a
las partes cuál es el alcance de ese deber y explicarles las excepciones contempladas por la ley
a fin de que no incurran en el error de pensar que el «secreto» se extiende a cualquier tipo de
conducta. Así las cosas, analicemos cuál es el alcance de ese deber de confidencialidad.
El Libro Verde sobre modalidades alternativas de solución de conflictos en el ámbito del
Derecho civil y mercantil incide en esta cuestión en su apartado 80, donde, proyectando el deber
de confidencialidad hacia las partes, afirma que «La información intercambiada entre las partes
durante el procedimiento no debería admitirse como prueba en un procedimiento judicial o
arbitral posterior». No obstante, admite algunas excepciones. Así, por ejemplo, considera que:
las partes pueden decidir de común acuerdo que la totalidad o algún aspecto del procedimiento
no sea confidencial; se pueden revelar determinados aspectos del procedimiento si la legislación
aplicable así lo previene; y, por último, se pueden revelar los acuerdos alcanzados por las partes
cuando tal revelación fuere necesaria para la aplicación o la ejecución de dichos acuerdos. En
su apartado 81, tras poner de relieve el carácter especialmente riguroso que presenta el deber
de confidencialidad para los terceros que intervienen como facilitadores del proceso de
mediación, señala que el deber de confidencialidad del mediador alcanza no sólo a la
información obtenida en las sesiones conjuntas sino también a la obtenida en las sesiones
individuales (denominadas «caucus») 46; en consecuencia, el mediador no podrá revelar a la
parte adversa la información que haya obtenido en las entrevistas mantenidas únicamente con
la otra parte 47. A mayores, en su apartado 82, recomienda que, cuando la mediación no hubiera
concluido satisfactoriamente, el mediador no debería poder ser llamado como testigo de lo
ocurrido en el proceso de mediación en un proceso judicial posterior; y tampoco debería poder
intervenir posteriormente como árbitro en el mismo litigio. En definitiva, lo que está diciendo es
que el deber de confidencialidad persiste aunque la mediación no haya sido fructífera.
Seguidamente, reconoce la posibilidad de descartar la obligación de confidencialidad «si las
partes del procedimiento de ADR están de acuerdo para que se revelen algunas de estas
informaciones protegidas, o en caso de que el propio tercero, sometido por su profesión al
secreto profesional, se vea obligado a revelar parte de dichas informaciones en virtud de la
legislación aplicable»48.
46 Como indica GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 407, en estas entrevistas individuales,
«las partes, en un clima de confianza, pueden trasladar ampliamente al mediador su querer y sentir respecto al objeto
del conflicto».

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47 El Libro verde utiliza la expresión «conversaciones bilaterales».

48 Como, en el caso de la legislación relativa a la sospecha de blanqueo de dinero, la Directiva de 19 de noviembre de


2001 por la que se modifica la Directiva 91/308/CEE ( LCEur 1991, 718) relativa a la prevención de la utilización del
sistema financiero para el blanqueo de capitales que, no obstante, excluye a los notarios, a los abogados
independientes y a los bufetes de abogados de la obligación de suministrar información sobre la sospecha de blanqueo
cuando actúan en representación de su cliente antes, durante y después de un procedimiento judicial o en el caso de
la evaluación de la situación jurídica de un cliente. Esta norma parece beneficiar a dichos profesionales como
consejeros de sus clientes, pero no cuando actúan en tanto que terceros encargados de las ADR.

El Código de conducta europeo para mediadores nos dice textualmente: «El mediador
observará la confidencialidad sobre toda información, relativa o con respecto a la mediación,
incluido el hecho de que existe o haya tenido lugar, a menos que haya razones legales o de
orden público. Salvo obligación legal, ninguna información revelada confidencialmente a los
mediadores por una de las partes se revelará a las otras partes sin su permiso». Parece, por
tanto, que el mediador debe, guardar absoluta confidencialidad sobre la mediación, su objeto,
las partes o las causas que determinen la finalización del proceso, por poner algún ejemplo 49.
Pero tal deber puede verse excepcionado en una serie de supuestos: cuando le sea requerida
de forma legalmente establecida o por motivos de orden público.

49 MARTIN DIZ, F., (2006), «Alternativas extrajudiciales para la resolución de conflictos civiles y mercantiles:
perspectivas comunitarias», Diario La Ley, nº 6480, Sección Doctrina, 11 de Mayo de 2006, Ref. D-119 (LA LEY
1031/2006), señala que la confidencialidad que debe guardar el mediador se refiere también al resultado.

La incidencia de la Directiva 2008/52/CE, de 21 de mayo ( LCEur 2008, 803) , sobre diversos


aspectos de la mediación en asuntos civiles y mercantiles en el tema que ahora nos ocupa es
mayúscula; y ello porque, consciente de la importancia de la confidencialidad en el proceso de
mediación, da un paso al frente en orden a garantizar la compatibilidad de las normas
procesales civiles con la protección de la confidencialidad de la mediación. A estos efectos,
obliga a los Estados miembros a garantizar, «salvo acuerdo contrario de las partes, que ni los
mediadores ni las personas que participan en la administración del procedimiento de mediación
estén obligados a declarar, en un proceso judicial civil o mercantil o en un arbitraje, sobre la
información derivada de un procedimiento de mediación o relacionada con dicho proceso. De
ello se infiere que los mediadores y las personas vinculadas a la administración de los servicios
de mediación ni testificarán, ni aportarán pruebas en los procesos judiciales civiles respecto de
los diversos extremos del proceso de mediación como podrían ser las opiniones expresadas por
las partes o sugerencias realizadas por ellas a lo largo del proceso, las propuestas que hubiera
podido hacer el mediador, la disposición de alguna de las partes a aceptar alguna de las
propuestas de solución, por poner algún ejemplo. Exceptuados de esta regla quedan los
supuestos en que la revelación de la información sea necesaria «por razones imperiosas de
orden público en el Estado miembro de que se trate, en particular cuando así lo requiera la
protección del interés superior del menor o la prevención de daños a la integridad física o
psicológica de una persona», o para aplicar o ejecutar el acuerdo alcanzado en el proceso de
mediación; también aquellos supuestos en los que las «partes» hubiesen acordado levantar el
deber de confidencialidad. Desde nuestro punto de vista, el empleo de la palabra «partes», en
este punto, puede suscitar algunas dudas. Y ello porque, cuando hablamos de partes, nos
referimos normalmente a los mediados, pero podríamos utilizar el mismo término para referirnos
a las partes del contrato de mediación. En el primer caso, es decir, si entendemos que las partes
son los mediados, el tenor del precepto nos llevaría a entender que, para levantar el deber de
confidencialidad, se precisa única y exclusivamente el consentimiento de éstos. Tal solución
choca frontalmente con la idea de que la confidencialidad es un derecho-deber tanto para el
mediador como para las partes-; a su favor, podría argumentarse, no obstante, que el principio
de confidencialidad rige en beneficio de las partes (mediados) por lo que si ellas renuncian, el
levantamiento de la confidencialidad afectará al mediador, a menos que suponga un perjuicio
para terceros (ej. hijos menores). Si interpretamos el término «partes» como partes del contrato
de mediación, los mediados habrían de contar también con la anuencia del mediador. Ésta es la
interpretación más plausible, a nuestro modo de ver. Como pone de relieve GARCÍA
VILLALUENGA, los mediados no pueden obligar unilateralmente al mediador a revelar la

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información obtenida en el proceso de mediación por muy de acuerdo que estén pues el
mediador es una de las partes del contrato de mediación y está sujeto a un Código deontológico
que predica la confidencialidad como principio esencial de su intervención 50. En lo referente a
este punto, la Directiva deberá ser traspuesta por los Estados miembros antes del 21 de
noviembre de 2011, pudiendo los Estados miembros aplicar medidas más estrictas para
proteger la confidencialidad de la mediación.

50 GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 408 y 418.

Descendiendo al plano nacional, observamos que: 1) los términos en que se ha redactado el art.
11 del Anteproyecto son prácticamente idénticos a los de la Directiva que pretende trasponer
por lo que son trasladables las consideraciones que acabamos de hacer en relación a la misma
51
; y 2) a pesar de la inexistencia de una ley estatal de mediación familiar, los contornos que
delimitan el deber de confidencialidad no difieren en exceso de una Comunidad a otra.

51 Según el art. 11.1 del Anteproyecto: «Se garantiza la confidencialidad de la mediación y de su contenido, de forma
que ni los mediadores, ni las personas que participen en la administración del procedimiento de mediación estarán
obligados a declarar en un procedimiento judicial civil o mercantil o en un arbitraje sobre la información derivada de un
procedimiento de mediación o relacionada con el mismo, excepto: a) Cuando las partes de manera expresa acuerden
otra cosa en el acta inicial; b) Cuando, previa autorización judicial motivada, sea necesario por razones de orden
público y, en particular, cuando así lo requiera la protección del interés superior del menor o la prevención de daños a
la integridad física o psicológica de una persona; c) Cuando, previa autorización judicial motivada, el conocimiento del
contenido del acuerdo sea necesario para su aplicación o ejecución; d) Cuando así lo establezca la legislación
procesal».
En Cataluña, la Ley 1/2001, de 15 de marzo ( LCAT 2001, 173) , reguladora de la Mediación
Familiar en esta Comunidad Autónoma, imponía en su art. 13 el deber de confidencialidad sobre
la información que se pusiera de manifiesto en el proceso de mediación, y resaltaba de manera
específica el carácter reservado de las actas que se elaboren a lo largo del mismo. El
cumplimiento de dicho deber, según el precepto, obligaba a las partes a renunciar a proponer a
la persona mediadora como testigo en algún procedimiento que afectase al objeto de la
mediación, y a la persona mediadora a renunciar a actuar como perito en los mismos casos.
Ahora bien, el principio de confidencialidad podía verse excluido. La Ley, al igual que el art. 22
del Reglamento que la desarrollaba ( Decreto 139/2002, de 14 de Mayo [ LCAT 2002, 357] ) 52,
admitía, concretamente, que se revelase la información obtenida en el curso de la mediación
cuando: a) no fuera personalizada y se utilizara para finalidades de formación o investigación 53;
b) comportase una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica de una persona. Esta
última excepción se veía complementada con la obligación que se imponía al mediador en el art.
19 d) de vigilar las situaciones en que hubiera violencia doméstica, física o psíquica, entre las
partes 54, y con la prevista en el art. 13.4 de informar a las autoridades competentes de los datos
que pudieran revelar la existencia de una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica
de una persona o de hechos delictivos perseguibles de oficio 55. Así las cosas, el mediador no
sólo podía levantar el secreto en ciertos casos sino que debía hacerlo si no quería ser
sancionado 56. La dicción del art. 13.4, sin embargo, a nuestro modo de ver, suscitaba el
siguiente interrogante: ¿Estaba obligado el mediador a denunciar cuando en el curso de la
mediación tuviera conocimiento de la comisión de un fraude fiscal, por ejemplo? Una
interpretación literal del precepto podía llevarnos a responder afirmativamente dado que hablaba
de informar sobre «hechos delictivos perseguibles de oficio». La respuesta negativa era
obligada, en cambio, si se realizaba una interpretación sistemática de la norma que tomara en
consideración el hecho de que, según el art. 13.3b), sólo se relevaba al mediador del deber de
confidencialidad cuando la información obtenida en el proceso pusiera de manifiesto la
existencia de una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica de una persona.

52 Este art. 22 del Reglamento recoge las normas de ética profesional que debe cumplir todo profesional de la
mediación familiar en Cataluña, lo que constituye un auténtico «Código Deontológico del Mediador Familiar» que no ha
sido enunciado normativamente como tal en ninguna otra Comunidad Autónoma. La Ley catalana 15/2009, de 22 de

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Julio ( LCAT 2009, 523) , de Mediación en el ámbito del Derecho Privado, como hemos señalado ya, deroga
expresamente la ley desarrollada por este Decreto por lo que cabe entender derogado tácitamente el referido
Reglamento.

53 Con relación a esta cuestión cabe señalar que: 1) Según el art. 20.3 de la referida Ley 1/2001 ( LCAT 2001, 173) ,
«A efectos estadísticos, las personas que se someten a la mediación han de responder, con carácter potestativo, un
cuestionario en el cual han de hacer constar su parecer sobre la duración del proceso y sobre la actividad de la
persona mediadora. En el tratamiento de los datos de este cuestionario se debe respetar su total confidencialidad»; 2)
Conforme a lo dispuesto en el art. 25, el mediador debe comunicar al colegio al que pertenece y al Centro de
Mediación Familiar de Cataluña, mediante un impreso normalizado, los datos relativos a cada mediación, a efectos
estadísticos y de verificación. Tales datos han de quedar protegidos por cuanto tienen carácter personal.

54 El mediador, según este art. 19d), debe «Dar por acabada la mediación ante cualquier causa previa o sobrevenida,
propia o ajena a la persona mediadora, que haga incompatible la continuación del proceso de mediación con las
exigencias establecidas por la presente Ley». Por ello, debe prestar especial atención a esas situaciones de riesgo.

55 En el caso de la existencia de una amenaza, la revelación de la información obedece a motivos preventivos; en el


caso de los hechos presumiblemente delictivos, la revelación de la información tiene por objeto facilitar la persecución
y sanción de dichos hechos por la Administración de justicia.

56 Véase art. 27g) y 28 de la Ley 1/2001 ( LCAT 2001, 173) de Mediación Familiar de Cataluña.

Derogada esta disposición por la Ley 15/2009, de 22 de Julio ( LCAT 2009, 523) , de mediación
en el ámbito del Derecho Privado, el alcance del deber de confidencialidad en Cataluña apenas
ha experimentado variaciones. El art. 7 de la nueva Ley establece el deber de todos los
intervinientes en el proceso de mediación de no revelar las informaciones que conozcan como
consecuencia del mismo, resaltando -como hiciera la Ley de 2001- el carácter reservado de las
actas elaboradas a lo largo del proceso. En principio, pues, lo único que puede trascender de la
mediación es su resultado, es decir, si se ha alcanzado o no un acuerdo y, en caso de que se
haya alcanzado, el contenido del acuerdo 57. Siguiendo la estela de la Ley abrogada pero
utilizando una redacción diferente, insiste en el hecho de que «Las partes en un proceso de
mediación no pueden solicitar en juicio ni en actos de instrucción judicial la declaración del
mediador o mediadora como perito o testigo de una de las partes, para no comprometer su
neutralidad, sin perjuicio de lo establecido por la legislación penal y procesal».
57 En términos parecidos se pronuncia SERRANO ROMERO, J.F. (2009), «La mediación en Cataluña, tras el Proyecto
de Ley de Mediación en el ámbito del Derecho privado de 27 de mayo de 2008», Act. Civ., nº 4, 2009, pág. 391.

La Ley 15/2009 amplía los supuestos en que el deber de confidencialidad puede verse
excepcionado. Así, el deber de secreto cede cuando dicha información no estuviera
personalizada y se utilizare para finalidades de formación o investigación 58 o cuando supusiera
una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica de una persona 59; pero también, y
esto constituye una novedad, cuando, obtenida en la mediación dentro del ámbito comunitario,
se utilizase el procedimiento del diálogo público como forma de intervención mediadora abierta a
la participación ciudadana.

58 Ello debe ponerse necesariamente en relación con lo previsto en el art. 26 de la nueva Ley 15/2009 ( LCAT 2009,
523) que regula el deber del mediador de comunicar determinados datos al Centro de Mediación de Derecho Privado
de Cataluña y, si procede, al servicio del colegio profesional al que pertenezca. Entre esos datos se incluyen: a) El
inicio de la mediación, enviando una copia del acta inicial firmada por las partes y por la persona mediadora; b) La
finalización de la mediación y los datos relativos a cada mediación, mediante un impreso normalizado, a efectos de
gestión y por cuestiones estadísticas y de verificación; c) La decisión de la persona mediadora de dar por terminada la
mediación, por falta de colaboración de las partes o cuando el procedimiento deviene inútil; d) La finalización de la
mediación en caso de haber detectado elementos que revelen la existencia de una amenaza para la vida o la
integridad física de una persona. El precepto termina diciendo que «El Centro de Mediación de Derecho Privado de
Cataluña y los servicios de los colegios profesionales garantizan la confidencialidad de los datos recibidos, de acuerdo
con la normativa de protección de datos». Como datos de carácter personal que son, los datos que comunica el
mediador al Centro de Mediación están protegidos; el acceso a los mismos tendrá, por ello, carácter restringido a fin de
garantizar su confidencialidad.

59 En este punto, es trasladable todo lo que dijimos con relación a la ley derogada pues el art. 7.5 de la nueva Ley
impone también al mediador la obligación de parar el procedimiento de mediación e informar a las autoridades
judiciales cuando tenga datos que revelen la existencia de una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica
de una persona o de hechos delictivos perseguibles de oficio. Los art. 30 b) y 31, por su parte, califican el
incumplimiento de este deber de denunciar como una infracción grave si no comporta perjuicios graves a las partes.

13
La Ley de Mediación Familiar gallega circunscribe el deber de secreto y confidencialidad no sólo
a la «información obtenida en el transcurso de la negociación» sino también al «desarrollo del
proceso»60. Este deber, como en el supuesto anterior, no es absoluto. La norma gallega lo
exceptúa en varios supuestos.

60 Véase el art. 11.1 de la Ley de Mediación Familiar gallega ( LG 2001, 206) .

El deber de secreto cede, en primer lugar, cuando el Juez o el Ministerio Fiscal en ejercicio de
sus funciones requieren al mediador información relativa a un procedimiento de mediación «en
curso», lo que, de entrada, nos hace pensar que el deber de secreto se revitaliza a estos efectos
una vez finalizado el proceso, se haya alcanzado o no algún acuerdo 61. Abundando en esta
excepción, creemos que su contemplación en unos términos tan genéricos puede desvirtuar el
principio de confidencialidad ya que el respeto al mismo queda al arbitrio de la autoridad judicial
62
. Como señala GARCÍA VILLALUENGA, la obligación de prestar información al Juez y al
Ministerio Fiscal sólo tendría sentido cuando «se estuviese en el transcurso de un proceso penal
y la información que el mediador pudiera aportar fuera relevante para dilucidar la causa» 63.

61 Véase el art. 11.2a) y b) de la Ley de Mediación Familiar gallega ( LG 2001, 206) .

62 En el art. 16.2 de la Ley de Mediación Familiar encontramos otra manifestación de las amplias facultades que se
reconocen a la autoridad judicial. Según el referido precepto, «A petición de la autoridad judicial la consellería
competente en materia de familia pondrá en su conocimiento el objeto de la mediación, las actuaciones promovidas
por la persona mediadora y el acuerdo final alcanzado, en su caso, por las partes, expresando su contenido, o la
imposibilidad de llegar al mismo».

63 GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 412. Comentando este punto LUQUIN
BERGARECHE, R., (2007), Teoría…, op. cit., pág. 111 y 277, manifiesta que la regulación gallega es «inquisitorial y
dificulta la confianza de las partes en el proceso de mediación familiar y por ello no hace sino entorpecer y ralentizar su
implantación en la realidad social».
La ley permite desatender el deber de confidencialidad, en segundo término, cuando se
consultan los datos «personalizados» para fines estadísticos. Tal excepción se encuentra
íntimamente relacionada con el deber de comunicación que impone a los mediadores el art. 16.1
de la Ley, el cual reza: «Las personas mediadoras, una vez levantadas las actas finales y
firmadas por ellas y las partes, deberán comunicar a la consellería competente en materia de
familia los datos de cada mediación a efectos estadísticos, respetándose en todo caso la
confidencialidad y el anonimato de los usuarios del servicio». Si esto es así, no parece que deba
permitirse, en el art. 11.2 c), la consulta de los «datos personalizados» sino la de los datos no
personalizados. La discordancia que apreciamos entre la excepción prevista en el art. 11.2 c) y
el deber impuesto por el art. 16.1, a nuestro modo de ver, debería ser corregida.
La Ley excepciona nuevamente el deber de secreto en el supuesto del art. 11.3, es decir,
cuando en el transcurso de la mediación surjan indicios de comportamientos que supongan una
amenaza para la vida o integridad física o psíquica de alguna de las personas afectadas por la
mediación; en este caso, dichos indicios deberán ponerse inmediatamente en conocimiento de
la autoridad judicial o del Ministerio Fiscal. La Ley no aclara sobre quién recae este deber.
GARCÍA VILLALUENGA sostiene que sobre los mediados 64; a nuestro juicio, recae sobre los
mediados pero también y muy especialmente sobre el mediador; no en vano el deber de
confidencialidad obliga tanto a las partes como a la persona mediadora. En este punto,
llamamos la atención sobre la restricción que experimenta esta excepción si la comparamos con
su homóloga en otras CCAA como Cataluña: sólo cede el deber de confidencialidad cuando la
vida o integridad física o psíquica amenazada corresponda a personas afectadas por la
mediación. Así pues, quedan incluidas no sólo las partes sino también los hijos cuando lo que se
pretende resolver en el proceso de mediación es el conflicto derivado de un divorcio, por poner
un ejemplo.

64 GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 412.

14
Contemplado fundamentalmente como un deber del mediador, el mandato de confidencialidad o
reserva viene referido, en la Comunidad Valenciana, a los hechos conocidos en el curso de la
mediación 65. A diferencia de lo que sucede en otras Leyes de Mediación Familiar, la valenciana
establece una obligación de confidencialidad específica del mediador para unos supuestos muy
concretos: los de la búsqueda de los orígenes biológicos. A tenor de lo dispuesto en el párrafo
2º de su art. 9e), «la persona mediadora se abstendrá de facilitar los datos identificativos a quien
instó la mediación en tanto no disponga de la autorización expresa de la otra parte para que se
realice el encuentro»66. Tal obligación, sin embargo, resulta de difícil cumplimiento pues lo
normal es que el encuentro entre el adoptado y su familia de origen se produzca tras el
conocimiento de los datos relativos a su origen por parte de quien promueve la mediación; él es
quien facilita los datos al mediador para llevar a cabo la mediación 67.

65 Véase el art. 9e) de la Ley de Mediación Familiar de la Comunidad Valenciana ( LCV 2001, 375) . No obstante, del
art. 15 de la misma se infiere que el deber de confidencialidad se impone también a las partes y a otras personas que,
propuestas por el mediador y aceptadas por las partes, participen en el proceso de mediación en calidad de
consultoras.

66 Dicha obligación debe ponerse necesariamente en relación con lo dispuesto en el art. 3b) de la Ley de Mediación
Familiar valenciana ( LCV 2001, 375) según el cual la mediación familiar tendrá por objeto, entre otras cosas:
«Recabar en tanto el Ordenamiento Jurídico lo permita, la información referente a la filiación e identificación de la
familia biológica y de los hijos adoptados mayores de edad, para posibilitar su encuentro, protegiendo siempre la
confidencialidad de los datos identificativos de ambos».

67 Así lo pone de relieve GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 413.

Como en los supuestos anteriores, la Ley admite en el art. 9e) la posibilidad de levantar este
mandato de confidencialidad cuando sea compatible con la legislación vigente respecto al
secreto profesional o cuando lo hayan aceptado expresamente. Por lo que a esta cuestión se
refiere, llama la atención la previsión del párrafo 3º de este apartado, según el cual: «Dicha
reserva alcanzará también al supuesto de que la persona mediadora fuera citada como testigo,
si las partes han renunciado previamente al derecho de proponer lo tratado en la mediación en
una prueba testifical». LUQUIN BERGARECHE ha elogiado el hecho de que, este precepto, no
haga erróneamente alusión a la prueba pericial, lo cual, podría hacer quebrar el principio si se
citara a declarar como perito o experto al mediador 68. Por nuestra parte, sin desconocer el peso
de la autonomía de la voluntad, creemos que esta previsión resulta contraria al cariz del
principio de confidencialidad que rige la mediación; del precepto se infiere que las partes tienen
derecho a proponer lo tratado en la mediación en una prueba testifical, o, dicho con otras
palabras, que pueden llamar a testificar al mediador. Pero, ¿no decíamos que con la
confidencialidad no se pretendía otra cosa que facilitar la creación de un espacio de confianza
mutua y colaboración recíproca, de aislamiento de las presiones externas, para que las partes
pudieran negociar sin miedo a que lo que dijeran en el proceso de mediación pudiera ser
utilizado después en un proceso posterior? 69 La Directiva, desde luego, va en el sentido
contrario: no obligar al mediador a declarar, si bien una de las excepciones que contempla se
refiere precisamente al acuerdo de las partes para levantar la confidencialidad.

68 LUQUIN BERGARECHE, R., (2007), Teoría…, op. cit., pág. 111 y 277.

69 También GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 413, se muestra contraria a la posibilidad
de que el mediador sea llamado a testificar en el caso de que las partes no hayan renunciado a su derecho de
proponer lo tratado en mediación en una prueba testifical. Ello -argumenta- «va contra la función que ha de desarrollar
este profesional y los principios a que ha de someterse».

Tampoco está sujeta al deber de confidencialidad la «información obtenida que no sea


personalizada y se utilice para finalidades de formación o investigación»70, ni aquélla que
«comporte una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica de una persona, o dé
conocimiento de un posible hecho delictivo». Al igual que vimos al estudiar la norma catalana,
podría discutirse aquí la naturaleza del presunto delito, es decir, si ha de tratarse de un delito
contra la vida o la integridad física o psíquica de una persona o puede tratarse de un delito
contra otro bien jurídico.

15
70 El deber de confidencialidad está presente también en el art. 19 de la Ley de Mediación Familiar valenciana ( LCV
2001, 375) . En su último párrafo, dicho precepto obliga al mediador a respetar la confidencialidad y el anonimato de
las partes cuando cumpla con su deber de comunicar al Centro de Mediación Familiar de la Comunidad Valenciana,
directamente o a través de su colegio profesional, los datos de cada mediación a efectos estadísticos. Los Colegios
podrán, pues, disponer de los datos pero no podrán conocer las filiaciones de las partes, como indica LAPASIÓ
CAMPOS, L. y RAMÓN MARQUÉS, E., (2008), «El proceso de mediación familiar» en SORIA, M.A., VILLAGRASA, C.
y ARMADANS, I. (coord.), Mediación familiar, Barcelona: Bosch, pág. 148.

En la misma línea que la Ley valenciana, la Ley del Servicio Social Especializado de Mediación
Familiar de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, recoge en sus art. 8 y 10 d) el
deber del mediador de «mantener reserva sobre los hechos que haya conocido en las sesiones
de mediación familiar, salvo que el levantamiento de la misma sea compatible con la legislación
vigente respecto al secreto profesional o exista aceptación expresa de ambas partes»71. La
confidencialidad del expediente de mediación familiar se regula en el art. 26 de la Ley en los
términos que siguen:
71 El art. 8 de la Ley de Mediación Familiar de Castilla-La Mancha ( LCLM 2005, 161) recoge los principios de la
mediación; el art. 10, los deberes del mediador.
1. «El expediente de mediación familiar y los demás documentos relativos al procedimiento
incorporados a aquél, son confidenciales y no pueden ser divulgados, ni entregados por la
persona mediadora a terceros.
2. No obstante lo anterior, el deber de confidencialidad del mediador cesa en los siguientes
casos:
a) Si todas las partes del procedimiento autorizan que se ponga en conocimiento el
expediente o su entrega a terceras personas.
b) Si, en los casos y circunstancias previstos en las leyes procesales, el Juzgado o el
Ministerio Fiscal requieren el expediente.
3. La persona mediadora comunicará a la Consejería competente en materia de servicios
sociales, los datos de cada mediación a efectos estadísticos, respetando la confidencialidad y el
anonimato».
En Castilla-León, la confidencialidad y el secreto profesional vienen referidos a los datos
conocidos en el procedimiento de mediación familiar 72. Tras definir este principio como deber
del mediador, el art. 10.13 de la Ley deja entrever que algunas informaciones no quedan
protegidas por el deber de secreto. Concretamente: 1) «la información que no sea personalizada
y se utilice para fines de formación, investigación o estadística», entendiendo como información
no personalizada aquélla que no puede asociarse a una persona identificada o identificable 73; y
2) «la referente a una amenaza para la vida o integridad física o psíquica de una persona». Con
relación a esta última cabe señalar que la Ley castellano-leonesa, al igual que otras leyes de
Mediación Familiar ya analizadas, no sólo permite al mediador revelar la información en este
caso sino que le impone el deber de «informar a las autoridades competentes de los datos que
puedan revelar la existencia de una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica de
una persona»74. El tenor de estos dos preceptos evidencia una diferencia respecto de sus
homólogos en las leyes de mediación familiar valenciana y catalana que no podemos dejar de
reseñar: en Castilla-León, al igual que en Galicia, el deber de confidencialidad sólo parece ceder
por motivos preventivos.

72 Véase el art. 4.4 de la Ley de Mediación Familiar castellano-leonesa ( LCM 2007, 93) .

73 Conviene recordar a estos efectos que, conforme a lo dispuesto en los art. 10.20 y 17.4 de la Ley de Mediación
Familiar de Castilla-León ( LCyL 2006, 228) , el mediador debe remitir al Registro de Mediadores Familiares los datos
de cada mediación, en la forma que se determine reglamentariamente, teniendo en cuenta los deberes de secreto y
confidencialidad.

74 Véase el art. 10.14 de la Ley de Mediación Familiar castellano-leonesa ( LCyL 2006, 228) .

El deber de confidencialidad en Baleares se impone sobre los hechos conocidos en mediación


75
. Ahora bien, reconociéndose como se reconoce la confidencialidad como principio rector del
proceso y como obligación específica del mediador 76, algunos autores no comprenden el motivo

16
por el que la Ley de Mediación Familiar de esta Comunidad Autónoma, en su art. 23, obliga al
profesional de la mediación a hacer constar en un escrito, que deberá ser firmado por las partes,
las causas por las que no se ha llegado a un acuerdo en el proceso de mediación, si así fuera el
caso, y en el art. 24.2, le obliga a extender un documento sobre las causas de extinción del
contrato de mediación que habrá de poner en conocimiento de la parte familiar. GARCIA
VILLALUENGA opina, con razón, que el cumplimiento de tales obligaciones supone la
vulneración en su esencia del principio de confidencialidad, pudiendo dar lugar a que las partes
no busquen tanto colaborar desde la máxima sinceridad como protegerse de los posibles
resultados que pudiera tener la mediación 77.

75 La confidencialidad es uno de los principios rectores de la mediación según el art. 2e), el cual aclara que «la
persona mediadora y la parte familiar en conflicto tienen el deber de mantener la reserva sobre los hechos conocidos».

76 Véanse los art. 2 y 16 de la Ley de Mediación Familiar balear ( LIB 2006, 343) . La confidencialidad late también en
la obligación -calificada como «más general» por DE LA TORRE OLID, F., (2008), «Notas para una Ley de Mediación
Familiar de la Región de Murcia» ( LIB 2008, 167) , Act. Civ., nº3, pág. 267, y como «complementaria» por la propia
norma- que impone al mediador el art. 15 en su apartado c): la de cumplir su encargo de manera leal y diligente de
acuerdo con los principios que rigen la mediación.

77 GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 416.

El deber de secreto y confidencialidad presenta en la comunidad balear excepciones comunes a


las ya estudiadas al hilo de otras leyes de mediación autonómicas. Puede revelarse, según el
art. 16.2: a) «La información que no sea personalizada y se utilice para finalidades de formación,
investigación o estadística»78; y b) «La que comporte una amenaza para la vida o la integridad
física o psíquica de una persona»79.

78 Al hilo de esta cuestión, cabe recordar aquí que conforme a lo dispuesto en el art. 31c) de la Ley de Mediación
Familiar balear ( LIB 2006, 343) los Centros de mediación deben «disponer de un libro de registro de los usuarios del
centro, que debe ser confidencial». Asimismo tendrán que cumplimentar y actualizar correctamente el referido libro de
registro.

79 Nótese que en Baleares no se obliga al mediador a poner en conocimiento de las autoridades competentes la
existencia de esa amenaza.
La Ley de Mediación Familiar madrileña ( LCM 2007, 93) , en su art. 4b), circunscribe el deber
de confidencialidad -el cual afecta tanto al mediador como a las partes intervinientes en el
proceso- «a las entrevistas y a los datos y documentos producidos en el procedimiento de
mediación con arreglo a lo establecido en los apartados 3 y 4 del art. 18». El art. 14 c), por su
parte, utiliza una terminología diferente al enunciar el deber de confidencialidad que pesa sobre
el mediador: el mediador debe «mantener, de acuerdo con la legislación vigente, la reserva
respecto de los hechos conocidos en el curso de la mediación y la confidencialidad de todos los
hechos tratados haya habido, o no, acuerdos». El art. 18, en su apartado 3, insiste en la idea de
que toda información obtenida en el transcurso de la mediación está sujeta al deber de
confidencialidad, conforme a las normas de esta Ley de Mediación Familiar, y a la Ley Orgánica
15/1999, de 13 de diciembre ( RCL 1999, 3058) , de Protección de Datos de Carácter Personal,
y Ley 8/2001, de 13 de julio ( LCM 2001, 381) , de Protección de Datos de Carácter Personal en
la Comunidad de Madrid. Seguidamente, en el apartado 4, expresa los supuestos en que se
levanta el deber de confidencialidad: 1) cuando se consultan los datos no personalizados, para
fines estadísticos o de investigación, debiéndose respetar el anonimato de los usuarios del
servicio; 2) cuando en el transcurso de la mediación surjan indicios de comportamientos que
supongan una amenaza para la integridad física o psíquica de una persona. El motivo por el que
se permite la revelación de esta última información es, como venimos diciendo, de índole
preventivo. Comparando esta disposición con las estudiadas hasta el momento, observamos
que no habla de amenazas para la vida y que en Madrid esta excepción no va seguida de la
imposición al mediador del deber de poner en conocimiento de las autoridades competentes los
referidos indicios.
La Ley de Mediación Familiar asturiana confiere carácter confidencial a toda la información que

17
se manifieste con ocasión del proceso de mediación, incluso frente a actuaciones litigiosas y
cualquiera que sea el resultado de la mediación. Como novedad, incide en el carácter
confidencial de las conversaciones que, de forma excepcional, el mediador pudiera mantener
con cualquiera de las partes, señalando que, a menos que la persona confidente lo autorice, el
mediador no puede comunicar a la otra parte la información que hubiera obtenido en ellas 80. Tal
precisión contribuye a aclarar el alcance del deber de confidencialidad, que es uno de los
aspectos sobre los que el mediador debe informar a las partes antes de iniciar el proceso de
mediación (en la sesión informativa), como indica el art. 12.2. También el art. 22.1 de la Ley
incide en el alcance de este deber al regular los deberes específicos del mediador. Conforme a
su apartado c), la reserva y el secreto profesional ha de mantenerse con relación a los hechos
que se hubieran conocido en el curso de la mediación, no sólo durante la mediación sino
también una vez que ésta haya cesado. A la vista de lo dispuesto en el apartado f) del referido
precepto debe «abstenerse de participar como testigo o perito en todo tipo de procedimiento o
litigio que afecte al objeto de la mediación, salvo que las partes estén de acuerdo y otorguen su
consentimiento por escrito y, en su caso, disponga de la correspondiente habilitación profesional
para ello». Cabe la posibilidad, por consiguiente, de que las partes liberen al mediador del deber
de confidencialidad fuera del supuesto de las sesiones individuales, que contempla el art. 7.2 81.

80 Véase el art. 7 de la Ley de Mediación Familiar del Principado de Asturias ( LPAS 2007, 117) , donde se regula la
confidencialidad como principio rector de la mediación familiar.

81 Otro deber que, de alguna manera, encuentra su fundamento en el deber de confidencialidad del mediador es el
que le impone el art. 22.1e) de la Ley asturiana: «No realizar posteriormente con cualquiera de las partes y respecto a
cuestiones propias del conflicto sometido a mediación familiar funciones atribuidas a profesiones distintas a la
mediación, salvo que todas las partes estén de acuerdo y otorguen su consentimiento por escrito y el mediador familiar
disponga de la correspondiente habilitación profesional para ello».

Finalmente, y como en supuestos anteriores, la ley del Principado determina que no está sujeta
al principio de confidencialidad la información obtenida que: a) «No sea personalizada y se
utilice para fines estadísticos, de formación o investigación»82; y b) «Comporte una amenaza
para la vida o la integridad física o psíquica de una persona, en cuyo caso se pondrá en
conocimiento de las autoridades competentes».

82 Íntimamente relacionado con este inciso se encuentra el art. 22.2 de la Ley de Mediación Familiar asturiana, según
el cual: «(…) el mediador familiar estará obligado a comunicar a la Consejería competente en materia de bienestar
social los datos estadísticos que ésta solicite, asegurando en todo caso la protección de datos personales de los
usuarios y el deber de confidencialidad del mediador familiar, en el marco de laLey del Principado de Asturias 7/2006,
de 3 de noviembre ( LPAS 2006, 331) , de Estadística».
En el País Vasco, la confidencialidad alcanza a toda la información obtenida -verbal o
documentalmente- en el transcurso del proceso de mediación, incluyendo el resultado.
A diferencia de lo que sucede en las demás Comunidades, la confidencialidad se ve
excepcionada en los supuestos que siguen 83: a) cuando las partes acuerden la ejecución,
ratificación u homologación de los acuerdos alcanzados en el proceso 84; b) en los casos
previstos a este respecto en la Ley Orgánica 15/1999, de 13 de diciembre, de Protección de
Datos de Carácter Personal. Al exponer los principios de la protección de datos, la LO de
Protección de Datos admite que se comuniquen los datos si se cuenta con el consentimiento del
interesado o, incluso, sin él en los supuestos que especifica 85. De todos ellos, llamaremos la
atención (por el interés que pueden tener en el ámbito que nos ocupa) sobre los contemplados
en el art. 11.2 d) y e), para ponerlos en relación con dos de los deberes que el art. 13 de la Ley
de Mediación impone al mediador.

83 Véase el art. 8 de la Ley de Mediación Familiar vasca ( LPV 2008, 63) .

84 Incide nuevamente en esta cuestión el art. 22.2 de la Ley de Mediación Familiar vasca.

85 El art. 11 de la LO de Protección de Datos de carácter personal ( RCL 1999, 3058) , en sus apartados 1 y 2,
establece: 1. «Los datos de carácter personal objeto del tratamiento sólo podrán ser comunicados a un tercero para el

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cumplimiento de fines directamente relacionados con las funciones legítimas del cedente y del cesionario con el previo
consentimiento del interesado. 2. El consentimiento exigido en el apartado anterior no será preciso: a) Cuando la
cesión está autorizada en una ley. b) Cuando se trate de datos recogidos de fuentes accesibles al público. c) Cuando
el tratamiento responda a la libre y legítima aceptación de una relación jurídica cuyo desarrollo, cumplimiento y control
implique necesariamente la conexión de dicho tratamiento con ficheros de terceros. En este caso la comunicación sólo
será legítima en cuanto se limite a la finalidad que la justifique. d) Cuando la comunicación que deba efectuarse tenga
por destinatario al Defensor del Pueblo, el Ministerio Fiscal o los Jueces o Tribunales o el Tribunal de Cuentas, en el
ejercicio de las funciones que tiene atribuidas. Tampoco será preciso el consentimiento cuando la comunicación tenga
como destinatario a instituciones autonómicas con funciones análogas al Defensor del Pueblo o al Tribunal de
Cuentas. e) Cuando la cesión se produzca entre Administraciones públicas y tenga por objeto el tratamiento posterior
de los datos con fines históricos, estadísticos y científicos. f) Cuando la cesión de datos de carácter personal relativos
a la salud sea necesaria para solucionar una urgencia que requiera acceder a un fichero o para realizar los estudios
epidemiológicos en los términos establecidos en la legislación sobre sanidad estatal o autonómica».

El primero es su deber de «Prestar una atención particular a cualquier signo de violencia


doméstica, física o psíquica, entre las partes». El establecimiento de este deber hace que nos
preguntemos por el fin con que se impone. En este sentido, teniendo presente que, conforme a
lo previsto en el art. 5.4 de la Ley, quedan fuera de la mediación los supuestos en que exista
violencia doméstica contra la pareja, los hijos, o cualquier otro miembro de la unidad familiar,
cabría entender que dicho deber se impone porque el mediador debe poner fin al proceso de
mediación cuando no se den las condiciones establecidas para la mediación y éso es
precisamente lo que sucede cuando detecta signos de la referida violencia 86. En el País Vasco,
no se impone al mediador el deber de informar a las autoridades competentes cuando detecte
una posible amenaza para la vida o la integridad de alguna de las partes. Sin embargo, a la vista
de lo previsto en el art. 11.2d) de la LO de Protección de Datos -precepto que acaso tenga un
carácter demasiado amplio para aplicarse en el ámbito de la mediación familiar- podría
defenderse que el mediador no se encuentra sujeto al deber de confidencialidad cuando la
información ponga de manifiesto la existencia de una amenaza para la vida o la integridad física
o psíquica de una persona.

86 Véase el art. 24 de la Ley de Mediación Familiar vasca ( LPV 2008, 63) .


El segundo de los deberes del mediador que nos interesa resaltar, en este punto, es el de
«Comunicar al departamento del Gobierno Vasco competente en materia de mediación familiar,
en los términos que se establezcan reglamentariamente, los datos de cada mediación a efectos
estadísticos, respetando los principios establecidos en la Ley Orgánica 15/1999, de 13 de
diciembre, de Protección de Datos, y de conformidad con lo establecido en la ley 4/1986, de 23
de abril, de Estadística de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Para ello se podrán utilizar
los medios telemáticos que determine el departamento del Gobierno Vasco competente en
materia de mediación familiar». Si el mediador debe comunicar estos datos es evidente que,
aunque la ley no lo dice expresamente, el deber de confidencialidad cede también cuando la
información se revela con fines estadísticos, e incluso, con fines de formación e investigación, a
la vista de lo dispuesto en el art. 11.2e) de la LO de Protección de Datos, si bien dicha
disposición hace referencia a la cesión de datos entre AAPP.
El art. 9 de la Ley de Mediación Familiar andaluza predica la confidencialidad de los datos,
hechos o documentos que conozca el mediador en relación al objeto de la mediación. Dice
textualmente el precepto: «La persona mediadora no podrá desvelar durante el proceso de
mediación familiar, e incluso una vez finalizado el mismo, ningún dato, hecho o documento del
que conozca relativo al objeto de la mediación, salvo autorización expresa de todas las partes
que hayan participado y sin perjuicio de lo establecido en el artículo 16, letra h». Este art. 16 h),
tras establecer que el mediador debe «Mantener la reserva y el secreto profesional respecto de
los hechos conocidos durante el curso de la mediación»87, contempla otras dos excepciones a
este deber. La primera le exime de mantener la reserva «cuando, de la información obtenida en
el proceso de mediación, se infiera la existencia de hechos delictivos o de amenazas para la
vida o la integridad física de alguna de las partes o de cualquier otra persona que tenga o haya
tenido algún tipo de relación con éstas, descendientes o ascendientes que integren el núcleo
familiar, aunque no sean parte en el proceso de mediación»; es más, en estos casos, la ley
obliga al mediador a informar a las autoridades competentes de tales hechos. En segundo lugar,

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la ley autoriza «la exposición o divulgación oral, impresa, audiovisual u otra de las sesiones o de
la información obtenida de las mismas cuando se utilice con fines de investigación y formación»,
siempre y cuando se realice «de forma anónima, de modo que no sea posible la identificación
de las personas intervinientes en las mismas, y bajo el consentimiento expreso de quienes estén
directamente afectados, incluidos los niños y niñas mayores de 12 años, y debiendo ser oídas
las personas menores de esta edad».
87 En su apartado c), el art. 9 de la Ley de Mediación Familiar andaluza ( LAN 2009, 116) obliga al mediador a
«Ejercer la actividad mediadora conforme a la buena fe y a la adecuada práctica profesional, y en su caso respetando
las normas deontológicas del colegio profesional al que pertenezca».
Parecido es el tenor de la Ley de Mediación familiar canaria pues en su art. 8, párrafo 4º,
impone al mediador el deber de confidencialidad y secreto profesional, impidiéndole desvelar o
utilizar cualquier dato, hecho o documento de que hubiera tenido conocimiento con motivo de la
mediación, tanto durante el transcurso de la misma como una vez finalizado el proceso, con o
sin acuerdo; En el párrafo 8º del mismo precepto, el legislador canario incide nuevamente en el
alcance del deber de confidencialidad del mediador al establecer que éste no debe intervenir
como mediador familiar cuando haya intervenido como profesional a favor o en contra de alguna
de las partes, «ni actuar posteriormente en caso de litigio entre ellas, no pudiendo actuar en
calidad de testigo de las partes». Llegados a este punto llama la atención que la norma canaria,
a diferencia del resto de las leyes de mediación familiar autonómicas, no contemple excepción
alguna al deber de confidencialidad.
En resumen, la confidencialidad alcanza a toda la información obtenida en el proceso de
mediación, ora en las sesiones conjuntas ora en las individuales, y también a la información
relativa al proceso 88. Por consiguiente, toda esta información -que en buena medida afecta a la
esfera íntima y personal de las partes, a su situación familiar- quedará en reserva 89. Ahora bien,
¿alcanza la confidencialidad al resultado del proceso? En nuestra opinión, el resultado es lo
único que puede trascender de la mediación. No en vano, los acuerdos alcanzados por las
partes son tan obligatorios y exigibles como cualquier otro contrato 90; mas, para tener fuerza
ejecutiva han de ser ratificados judicialmente o elevados a escritura pública. Ello explica por qué
la ley vasca afirma primero que la confidencialidad alcanza incluso al resultado pero
seguidamente excepciona el supuesto en que las partes acuerden la ejecución, ratificación u
homologación de los acuerdos alcanzados en el proceso; dicha excepción se contempla
también en la Directiva y en el Anteproyecto cuando admiten la posibilidad de revelar la
información relacionada con el proceso si ello fuere necesario para aplicar y ejecutar los
acuerdos alcanzados. Cuando no se hubiera alcanzado acuerdo alguno, tal circunstancia habría
de hacerse constar en el acta final de mediación; pero, eso sí, sin expresar la causa. Por eso,
nos parece conveniente la reforma en este punto de la ley de Mediación Familiar de Islas
Baleares.

88 «¿Para qué ha servido?», por ejemplo. El Anteproyecto de la Ley de Mediación en asuntos civiles y mercantiles es
tajante a estos efectos. «El procedimiento de mediación y la documentación utilizada en el mismo es confidencial» ,
comienza diciendo el art. 11.2. Estrechamente ligado a él se encuentra el art. 25.3 de ese mismo texto, según el cual,
«El mediador comunicará a todas las partes la celebración de las reuniones que tengan lugar por separado con alguna
de ellas cuando ello no infrinja su deber de confidencialidad, informando del contenido de las mismas y distribuyendo la
documentación que la parte reunida haya proporcionado al mediador. Ello no obstante, el mediador no podrá ni
comunicar ni distribuir la información o documentación que la parte le hubiera aportado, salvo autorización expresa de
ésta».

89 Recordemos que lo que se pretende es facilitar la comunicación entre las partes; crear un ámbito en el que las
partes puedan resolver sus conflictos manteniendo la privacidad y el respeto a los intereses de la familia, expresando
sus sentimientos y sus preocupaciones, actuando de buena fe, colaborando recíprocamente, presentando la
documentación pertinente…, un ámbito, en definitiva, en el que las partes puedan poner de manifiesto los intereses
que se ocultan tras sus posiciones para alcanzar acuerdos que resulten satisfactorios para ambos y beneficiosos para
el conjunto del sistema familiar. VILLAGRASA ALCAIDE, C. y VALL RIUS, A.M., (2000), «La mediación…», op. cit.,
pág. 5, distinguen entre mediación abierta y mediación cerrada. Señalan que la confidencialidad no constituye un
principio absoluto pues la propia legislación puede establecer la mediación abierta aunque normalmente se prefiere la
mediación cerrada «puesto que la toma de decisiones a través del diálogo o de la comunicación requiere que los
aspectos íntimos y personales, que son revelados por la pareja en las sesiones conjuntas o individuales, no
trasciendan a terceros (e incluso al otro miembro de la pareja, en muchas ocasiones), puesto que si los participantes
pueden expresarse libremente se favorece una mediación eficaz, en la que se pongan de manifiesto los intereses y

20
motivaciones subyacentes a las posiciones, para alcanzar con éxito sus objetivos negociadores».

90 Nuestra normativa autonómica hace referencia constantemente a los acuerdos de las partes en relación con el acta
final. Al hilo de esta cuestión, queremos señalar que, como ya pusimos de relieve en nuestro trabajo (2009), «La
mediación como forma de solución del conflicto familiar» en LLAMAS POMBO, E. (coord.), Nuevos conflictos del
Derecho de Familia, Madrid: La Ley, pág. 309, en nuestra opinión, es imprescindible establecer una distinción entre el
acta final de mediación y el negocio jurídico mediado. El acta en cuestión acredita que el proceso de mediación ha
terminado y, por tanto, las obligaciones del mediador y de los mediados (salvo el deber de confidencialidad) respecto
del contrato inicial firmado; por eso, es lógico que lo firmen mediador y mediados. El negocio jurídico mediado, en
cambio, es el acuerdo surgido del proceso de mediación y, en tanto que pertenece únicamente a las partes, en tanto
que sólo vincula a las partes, el mediador ha de quedar excluido de su firma. Sobre esta base, convenimos con
GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 497 y 498, en que, en aquellos casos en que la
mediación termina en acuerdo, «se puede firmar directamente el negocio jurídico mediado haciendo referencia a que el
mismo trae causa de un proceso de mediación válidamente concluido», sin necesidad de firmar el acta final salvo que
la normativa autonómica lo exija expresamente; en los supuestos en que no haya acuerdo, el acta final será,
necesariamente, «la prueba de la extinción de las obligaciones contraídas por las partes y el mediador».

En contra de lo que se pudiera pensar, el deber de confidencialidad no cesa con la firma del
acta final de mediación por parte de mediados y mediador. La confidencialidad ha de
mantenerse no sólo mientras se desarrolla el proceso de mediación sino también una vez
terminado el mismo; de lo contrario, nada impediría a las partes servirse de la información
obtenida en un proceso judicial ulterior, y eso es precisamente lo que se pretende evitar.
Garantizar la confidencialidad es la clave para conseguir que las partes confíen y se impliquen
en el proceso de mediación. Como hemos visto, algunas de nuestras leyes de Mediación
Familiar autonómicas inciden bien en el deber del mediador de abstenerse de declarar como
testigo o como perito en un proceso judicial posterior sobre el mismo conflicto tratado en
mediación, salvo acuerdo en contra de las partes, o bien en el deber de las partes de no solicitar
la intervención del mediador como perito o testigo en un litigio que pudieran mantener con
posterioridad 91. Tales deberes deberían quedar reflejados en el acuerdo de inicio de mediación
o en un convenio de confidencialidad específico. Ante la falta de una Ley estatal que regule el
Estatuto de los mediadores y de una ley general de defensa del secreto profesional, ésa podría
ser la forma de blindar los contenidos de la mediación frente a eventuales procesos judiciales
futuros 92. Así las cosas, si el mediador fuera llamado a declarar como testigo sobre los hechos
conocidos en el curso de la mediación o sobre el desarrollo del mismo, podría acogerse a su
derecho a guardar silencio en base a lo pactado en el contrato de mediación; mas su derecho a
guardar silencio también puede venir respaldado por su estatuto profesional -cuando nos
encontramos ante un mediador colegiado como abogado o como psicólogo- (art. 371 de la
LEC), o por lo dispuesto en la normativa autonómica pues en algunas de nuestras CCAA, como
hemos visto, se impone al mediador el deber de secreto profesional. La Directiva comunitaria da
un paso más en orden a garantizar la compatibilidad de las normas procesales civiles con la
protección de la confidencialidad de la mediación, obligando a los Estados miembros a
garantizar que no se pueda obligar al mediador a declarar en un proceso judicial sobre la
información derivada de un procedimiento de mediación o relacionada con el mismo, salvo:
cuando lo acuerden las partes; cuando ello sea necesario por razones de orden público; y,
cuando el conocimiento de la información sea necesario para aplicar o ejecutar el acuerdo
alcanzado. En tanto que las CCAA carecen de competencias en el orden procesal, las referidas
garantías habrán de otorgarse a nivel estatal. Con la aprobación del Anteproyecto de Ley de
Mediación en asuntos civiles y mercantiles por el Consejo de Ministros en febrero de 2010
avanzamos en la consecución de tal fin 93.

91 Tras estos deberes planea el derecho de los mediadores a que no se les llame a declarar, por eso, si la
confidencialidad puede levantarse con el acuerdo de las partes, parece necesario que los mediadores presten su
consentimiento. De las palabras de FERNANDEZ-BALLESTEROS GONZALEZ, E.C., (2008), «Principios…», op. cit.,
pág. 198, se infiere que el reconocimiento de este derecho supone un alivio para los mediadores.

92 En tal sentido, puede verse LUQUIN BERGARECHE, R. (2007), Teoría…, op. cit., pág. 318, quien manifiesta que
«la actuación del mediador y de las partes en el curso de un proceso de mediación no quedan totalmente protegidas
por el secreto profesional (al menos, a efecto de ser llamados para declarar en un eventual proceso judicial sobre los
hechos), salvo que la profesión de origen del mediador (abogacía, por ejemplo) le reconozca este derecho».

93 Clave a estos efectos resulta el art. 11 del Anteproyecto pero también la Disposición final 2ª que propone una nueva
redacción para el párrafo 2º del apartado 1 del art. 347 LEC, el cual quedaría redactado en los siguientes términos: «El

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tribunal sólo denegará las solicitudes de intervención que, por su finalidad y contenido, hayan de estimarse
impertinentes o inútiles, o cuando existiera un deber de confidencialidad derivado de la intervención del perito en un
procedimiento de mediación anterior entre las partes».

Hablando de la mediación familiar y de la imposibilidad del mediador de actuar como testigo o


perito en un eventual proceso posterior debido al deber de secreto que pesa sobre él, no
podemos dejar de hacer referencia al «dictamen de especialistas debidamente cualificados»
que, según el art. 92.9 CC, el juez puede recabar con relación a la idoneidad del modo de
ejercicio de la patria potestad y del régimen de guarda y custodia de los hijos menores.
Conforme a lo que venimos diciendo, parece estar fuera de toda duda el hecho de que el
mediador queda inhabilitado para intervenir como testigo o como perito en un proceso posterior
que verse sobre la materia objeto de la mediación. Por eso, cuando, en el marco de una
actuación psico-social, se ofrezca a las partes la posibilidad de reconducir el conflicto por la vía
de la mediación, es preciso alertar a las partes y a sus abogados sobre las condiciones de
voluntariedad y confidencialidad en que se desarrolla el proceso de mediación. De esta forma, si
el proceso no es coronado con éxito, todos sabrán que no pueden llamar a declarar en calidad
de perito o de testigo a quien ha actuado como mediador en el asunto pues, por la función que
ha desempeñado, ha obtenido información sobre las partes en régimen de confidencialidad 94.

94 Así lo pone de relieve ORTUÑO MUÑOZ, P., (1995), «El «dictamen de especialistas» como prueba pericial «sui
generis» en el Derecho de familia y la mediación» ( BIB 1995, 383) , Poder Judicial, nº 37, marzo, pág. 193-212, y, muy
especialmente, pág. 210 y 211. Haciéndose eco de su opinión, GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op.
cit., pág. 418 y 419, insiste en la necesidad de una regulación legal que impida que el criterio dispar de los jueces dé al
traste con el sentido de la mediación.
Para terminar, debemos insistir en algo que hemos puesto ya de manifiesto: el deber de
confidencialidad y secreto no es absoluto; decae en presencia de un interés superior digno de
tutela. Con carácter general, a la vista de nuestra normativa autonómica, puede decirse que
cede:
1) cuando la información no es personalizada y se utiliza con fines de formación o
investigación o con una finalidad estadística. Esta excepción permite superar algunos de los
inconvenientes que derivan del establecimiento de una confidencialidad absoluta,
particularmente los que se plantean en los campos de la formación y la investigación. A nadie se
le escapa que una confidencialidad absoluta dificulta que los profesionales puedan compartir
experiencias, realizar determinadas investigaciones… El tenor de la excepción que ahora
comentamos podría llevarnos a barajar la posibilidad de grabar las sesiones con fines formativos
para nuevos mediadores, respetando en todo caso el anonimato de las partes, pero sin
necesidad de contar con su consentimiento; por lo que sabemos, en la práctica, sólo se graban
las sesiones si se recaba la autorización de las partes, algo que, por otra lado, no es muy
frecuente pues las partes suelen estar muy interesadas en preservar su intimidad y se ven
tremendamente incomodadas ante la presencia de una cámara. Esta situación hace que, en
muchas ocasiones, haya que recurrir a grabar sesiones representadas con actores para que los
alumnos puedan visionar las imágenes del proceso y analizar cómo se desarrolla, cómo y por
qué el mediador interviene de una determinada manera en un momento concreto del proceso,
cómo debería haber actuado el mediador en el supuesto de que consideren que su intervención
no fue adecuada, etc.
2) cuando pone de manifiesto una amenaza para la vida o la integridad física o psíquica de
una persona. En este caso, el mediador debe detener el proceso de mediación y, dependiendo
de las leyes, debe denunciar la gravedad de los hechos inmediatamente ante las autoridades
competentes, especialmente en los casos de violencia de género o maltrato de los hijos en
común.
3) cuando las partes, en aplicación de su libertad de consenso y autonomía de la voluntad,
permitan al mediador revelar informaciones protegidas o, incluso, intervenir como testigo en un
proceso civil sobre la materia objeto del litigio. Como expusimos al analizar la Directiva, creemos
que, en tanto la confidencialidad es un derecho-deber de las partes y del mediador y que
mediados y mediador son las partes del contrato de mediación, es precisa la anuencia de todos
ellos para poder levantar el deber de confidencialidad.

22
6- El incumplimiento del deber de confidencialidad

6.1- Incumplimiento por parte del mediador


El art. 11.3 del Anteproyecto de Ley de Mediación en asuntos civiles y mercantiles determina,
con carácter general, que «La infracción del deber de confidencialidad generará responsabilidad
personal del mediador implicando la inhabilitación para el ejercicio de la mediación».
Descendiendo al plano autonómico, hemos de señalar que la mayor parte de nuestras leyes
autonómicas de Mediación familiar catalogan el incumplimiento del deber de confidencialidad
por parte del mediador como una infracción muy grave 95. No obstante, en algunas CCAA como
Cataluña y la Comunidad Valenciana la calificación de dicho incumplimiento como infracción
grave o muy grave depende de si los hechos comportan perjuicios graves a las partes o no; la
infracción sólo será muy grave cuando se produzcan tales perjuicios (art. 27 y 28 de la derogada
Ley catalana de 2001 y art. 30 y 31 de la vigente Ley catalana 15/2009, de 22 de julio de
mediación en el ámbito del Derecho Privado 96 y art. 26 y 27 de la Ley de Mediación Familiar
valenciana). En Castilla-La Mancha, en cambio, el incumplimiento del deber que nos ocupa
constituye una infracción grave según el art. 31.3a) de la Ley de Mediación familiar de esta
comunidad.

95 Véanse el art. 21c) de la Ley de Mediación Familiar gallega ( LG 2001, 206) ; el art. 17c) de la Ley canaria ( LCAN
2003, 173) ; art. 23e) de la Ley castellano-leonesa ( LCyL 2006, 228) ; art. 24e) de la Ley de Mediación familiar
madrileña ( LCM 2007, 93) ; art. 34a) y 35c) de la Ley de Mediación Familiar de Islas Baleares ( LIB 2006, 343) si la
infracción es cometida por la persona mediadora y 39.3d) si la infracción es cometida por el Centro de Mediación; art.
28c) de la Ley asturiana; art. 31d) de la Ley andaluza ( LAN 2009, 116) ; art. 28 de la Ley del País Vasco ( LPV 2008,
63) . En sus apartados c), h) y m) este art. 28 determina que constituyen infracciones muy graves el comenzar o
proseguir la mediación cuando no se cumplan los principios exigidos en el artículo 8 de la ley infracciones muy graves,
el mantenimiento de la función mediadora aun con el incumplimiento de alguno de los principios rectores, y la quiebra
del deber de confidencialidad.

96 Poniendo en relación lo dispuesto en el art. 13 de la Ley 1/2001 ( LCAT 2001, 173) con las infracciones tipificadas
en los art. 27 y 28, hemos de llamar la atención sobre el hecho de que, a diferencia de lo que sucede con la infracción
del deber de confidencialidad, el incumplimiento del deber de denunciar impuesto al mediador en el art. 13.4 no
constituye en ningún caso infracción muy grave; el precepto, sorprendentemente, sólo lo cataloga como infracción
grave cuando no comporta perjuicios graves a las partes. Lo mismo sucede en la nueva Ley 15/2009 ( LCAT 2009,
523) , a la vista de lo dispuesto en los art. 7.5, 30 y 31.

Las sanciones para estas infracciones varían de una comunidad a otra; básicamente, consisten
en la suspensión durante un periodo de tiempo (o incluso con carácter definitivo) para ejercer
como mediador pero pueden implicar también el pago de una multa, por ejemplo 97.
97 Véase, a estos efectos, el art. 29 de la derogada Ley de Mediación Familiar catalana de 2001 ( LCAT 2001, 173)
similar en este punto al vigente art. 32 de la Ley catalana de Mediación en el ámbito del Derecho privado de 2009, (
LCAT 2009, 523) el art. 24a) de la Ley gallega ( LG 2001, 206) , el art. 28 de la Ley valenciana ( LCV 2001, 375) , el
art. 20 de la Ley canaria ( LCAN 2003, 173) , el art. 32.2 de la Ley castellano-manchega ( LCLM 2005, 161) , el art.
26.1a) de la Ley castellano-leonesa ( LCyL 2006, 228) , el art. 26.1c) de la Ley madrileña ( LCM 2007, 93) , los art.
36c), 40.3 y 40.4 de la Ley de Islas Baleares ( LIB 2006, 343) que imponen respectivamente las sanciones para la
persona mediadora y para el centro de mediación; el art. 31.1 de la Ley asturiana ( LPAS 2007, 117) , el art. 32c) de la
Ley vasca ( LPV 2008, 63) , y el art. 33.3 de la Ley andaluza ( LAN 2009, 116) .

Tampoco podemos desconocer, a estos efectos, que el art. 199 del Código Penal tipifica
como delito la revelación de secretos por quien tenga conocimiento de los mismos por razón de
su oficio o relaciones laborales. Establece concretamente:
1. «El que revelare secretos ajenos, de los que tenga conocimiento por razón de su oficio o
sus relaciones laborales, será castigado con la pena de prisión de uno a tres años y multa de
seis a doce meses.
2. El profesional que, con incumplimiento de su obligación de sigilo o reserva, divulgue los
secretos de otra persona, será castigado con la pena de prisión de uno a cuatro años, multa de
doce a veinticuatro meses e inhabilitación especial para dicha profesión por tiempo de dos a
seis años».
Aunque no afectaba a un mediador, cabe traer a colación aquí la STS de 4 de abril de 2001

23
(RJ 2001, 2016) en la que se condena por un delito de revelación de secretos a una médico
residente que tras visitar a una paciente en estado de gestación para prestar asistencia
neurológica (motivo por el que tuvo que examinar su historial clínico en el que constaba la
existencia de dos interrupciones legales del embarazo como antecedentes quirúrgicos) y
reconocerla por proceder sus respectivas familias de una pequeña localidad de Cuenca,
manifestó aquella circunstancia a su madre, quien en la primera ocasión, en el pueblo, indicó a
la hermana de la gestante el hecho del estado de gravidez en que se encontraba así como la
existencia de aquellas dos interrupciones legales del embarazo. El hecho, según el Tribunal, es
subsumible en el art. 199.2 del Código Penal, precepto que tipifica un delito que «protege la
intimidad y la privacidad como manifestaciones del libre desarrollo de la personalidad y de la
dignidad de las personas. Se trata de un delito especial propio, con el elemento especial de
autoría derivado de la exigencia de que el autor sea profesional, esto es que realice una
actividad con carácter público y jurídicamente reglamentada. La acción consiste en divulgar
secretos de otra persona con incumplimiento de su obligación de sigilo, tal obligación viene
impuesta por el ordenamiento, Ley General de Sanidad 14/1986, de 25 de abril ( RCL 1986,
1316) , cuyo artículo 10.3 establece el derecho de los ciudadanos «a la confidencialidad de toda
la información relacionada con su proceso y con su estancia en instituciones sanitarias» y
concurrente en el historial clínico-sanitario, en el que deben «quedar plenamente garantizados el
derecho del enfermo a su intimidad personal y familiar y el deber de guardar el secreto por
quien, en virtud de sus competencias, tenga acceso a la historia clínica» (art. 6.1). En este
sentido, la STC 37/1989 ( RTC 1989, 37) . La acción típica consiste en divulgar los secretos de
una persona entendida como la acción de comunicar por cualquier medio, sin que se requiera
que se realice a una pluralidad de personas toda vez que la lesión al bien jurídico intimidad se
produce con independencia del número de personas que tenga el conocimiento. Por secreto ha
de entenderse lo concerniente a la esfera de la intimidad, que es sólo conocido por su titular o
por quien él determine. Para diferenciar la conducta típica de la mera indiscreción es necesario
que lo comunicado afecte a la esfera de la intimidad que el titular quiere defender. Por ello se ha
tratado de reducir el contenido del secreto a aquellos extremos afectantes a la intimidad que
tengan cierta relevancia jurídica, relevancia que, sin duda, alcanza el hecho comunicado pues
lesiona la existencia de un ámbito propio y reservado frente a la acción y conocimiento de los
demás, necesario -según las pautas de nuestra cultura- para mantener una calidad mínima de
vida humana ( STC 28-2-1994 [ RTC 1994, 57] )». La pena impuesta fue de 1 año de prisión y
multa de 12 meses con cuota diaria de 1.000 pesetas, y la inhabilitación especial para el
ejercicio de su profesión por dos años, pena mínima prevista en el tipo penal; asimismo fue
condenada a abonar como indemnización civil la cantidad de 2.000.000 de pesetas, cantidad
que se considera proporcionada a la lesión producida, declarándose la responsabilidad civil
subsidiaria a la Diputación Provincial de Valencia.
6.2- Incumplimiento por parte de los mediados

Como hemos señalado anteriormente, dada su esencialidad, el deber de confidencialidad no


cesa con la firma del acta final de mediación. El compromiso de confidencialidad que adquirieron
las partes tras la firma del acuerdo de inicio de mediación -o, si se prefiere, tras la firma del
contrato de mediación- sigue, por consiguiente, vinculándoles una vez finalizado el proceso 98. A
diferencia de lo que sucede con el mediador, ni el Anteproyecto ni la normativa sobre mediación
familiar prevén las consecuencias que podrían derivar para las partes del incumplimiento de
este deber. Tampoco suelen fijarse en el acta de inicio de mediación. Ahora bien, si el art. 14 de
la Ley de Mediación Familiar balear establece que «Al aceptar el contrato, la persona mediadora
queda obligada a cumplir su encargo y responde de los daños y perjuicios que ocasione a la
parte familiar en la ejecución del contrato» , ¿por qué no iba a poder pactarse que si alguna de
las partes (mediados) incumple su deber de confidencialidad deberá indemnizar a la otra? El
problema que planteamos, no obstante, puede resolverse acudiendo a lo dispuesto en el art. 7
CC 99, ya que, si, finalizado el proceso de mediación, las partes fuesen contra lo pactado e
incumpliesen su deber de confidencialidad, su conducta podría considerarse desleal y contraria
al principio de buena fe 100.
98 Recuérdese que, conforme a los dispuesto en el art. 1091 CC, «Las obligaciones que nacen de los contratos tienen
fuerza de ley entre las partes, y deben cumplirse a tenor de los mismos».

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99 A tenor del art. 7 CC, «1. Los derechos deberán ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe. 2. La ley no
ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial del mismo. Todo acto y omisión que por la intención de su autor,
por su objeto o por las circunstancias en que se realice sobrepase manifiestamente los límites normales del ejercicio
de un derecho, con daño para tercero, dará lugar a la correspondiente indemnización y a la adopción de las medidas
judiciales o administrativas que impidan la persistencia del abuso».

100 Apunta esta solución GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 421.

En el ámbito procesal, si alguna de las partes solicitara la práctica de una prueba que tuviera por
objeto actos relacionados con el proceso de mediación, parece que podría oponerse la
impertinencia o inutilidad de la actividad probatoria (art. 283 LEC) 101 o, incluso, la ilicitud de la
prueba (art. 287 LEC) 102, argumentando que el proceso de mediación tiene en nuestra
normativa un carácter esencialmente reservado y que la confidencialidad es expresamente
aceptada por las partes en el contrato de mediación 103. También podría impedirse que las
partes fueran interrogadas sobre cuestiones relacionadas con sus manifestaciones en el
proceso de mediación o con el desarrollo del mismo, con base en lo dispuesto en los art. 303 y
307 LEC 104.

101 Según el art. 283 LEC: «1. No deberá admitirse ninguna prueba que, por no guardar relación con lo que sea objeto
del proceso, haya de considerarse impertinente. 2. Tampoco deben admitirse, por inútiles, aquellas pruebas que,
según reglas y criterios razonables y seguros, en ningún caso puedan contribuir a esclarecer los hechos
controvertidos. 3. Nunca se admitirá como prueba cualquier actividad prohibida por la ley».

102 En su primer apartado, este art. 287 LEC establece: «Cuando alguna de las partes entendiera que en la obtención
u origen de alguna prueba admitida se han vulnerado derechos fundamentales habrá de alegarlo de inmediato, con
traslado, en su caso, a las demás partes. Sobre esta cuestión, que también podrá ser suscitada de oficio por el
tribunal, se resolverá en el acto del juicio o, si se tratase de juicios verbales, al comienzo de la vista, antes de que dé
comienzo la práctica de la prueba. A tal efecto, se oirá a las partes y, en su caso, se practicarán las pruebas
pertinentes y útiles que se propongan en el acto sobre el concreto extremo de la referida ilicitud».

103 Véase, en este sentido, GARCÍA VILLALUENGA, L., (2006), Mediación…, op. cit., pág. 421, quien sigue a PRATS
ALBENTOSA.

104 Según el art. 303 LEC, «La parte que haya de responder al interrogatorio, así como su abogado, en su caso,
podrán impugnar en el acto la admisibilidad de las preguntas y hacer notar las valoraciones y calificaciones que,
contenidas en las preguntas, sean, en su criterio, improcedentes y deban tenerse por no realizadas». Conforme al art.
307 del referido texto legal, «1. Si la parte llamada a declarar se negare a hacerlo, el tribunal la apercibirá en el acto de
que, salvo que concurra una obligación legal de guardar secreto, puede considerar reconocidos como ciertos los
hechos a que se refieran las preguntas, siempre que el interrogado hubiese intervenido en ellos personalmente y su
fijación como ciertos le resultare perjudicial en todo o en parte. 2. Cuando las respuestas que diere el declarante
fuesen evasivas o inconcluyentes, el tribunal, de oficio o a instancia de parte, le hará el apercibimiento previsto en el
apartado anterior».

7- Extensión del deber de confidencialidad a otros profesionales que puedan participar en el


proceso de mediación

Como contrapartida al derecho al asesoramiento por profesional ajeno al mediador que tienen
las personas que acuden a mediación, se impone a éste el deber de propiciar que las partes
dispongan de la información y el asesoramiento suficiente para alcanzar los acuerdos de forma
libre, voluntaria y exenta de coacciones 105. Ahora bien, como la función del mediador no es
asesorar, esta función debe recaer en otros profesionales: abogados de las partes, por ejemplo,
pero también personas que, propuestas por el mediador y aceptadas por las partes, participen
en el proceso de mediación en calidad de consultoras 106. Llama la atención, a estos efectos, la
fórmula empleada por la ley de Mediación Familiar castellano-leonesa por cuanto establece que
la persona mediadora, sí, decimos bien, la persona mediadora tiene derecho «A recibir
asesoramiento del profesional que libremente designe la persona mediadora, respetando sus
obligaciones legales de confidencialidad, y de común acuerdo con las partes» (art. 9.7 de la
Ley). Desde nuestro punto de vista, la ley está pensando realmente en los supuestos en que las
partes necesitan asesoramiento y el mediador, para no perder su neutralidad y cumplir
concienzudamente su función, acude a un tercero -que puede ser un compañero del equipo de
mediación que no ejerce en el caso en cuestión o un tercero- para que explique a las partes una
determinada cuestión o les asesore sobre un tema en particular. A pesar del tenor del precepto,
pensamos que lo que interesa y que la actuación que mejor se adapta a los principios de

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neutralidad e imparcialidad que rigen el proceso de mediación es que el asesoramiento llegue a
las partes de forma directa; es decir, que ese tercero se reúna con las partes y con el mediador
a fin de aclarar las dudas que tengan, orientarles, indicarles, en su caso, cuál es la opción que
mejor le parece a él y por qué....

105 La Ley de Mediación Familiar vasca ( LPV 2008, 63) en sus art. 15 y 13 g) es muy clara a estos efectos. El art.
21.1 d) del mismo texto legal, por su parte, incide en la necesidad de abordar en la reunión informativa la cuestión
relativa a "que las partes podrán recibir asesoramiento externo del tipo que consideren».

106 Véanse el art. 15 de la Ley de Mediación Familiar valenciana ( LCV 2001, 375) ; art. 12 de la Ley de Mediación
Familiar vasca ( LPV 2008, 63) .

Pues bien, el deber de confidencialidad alcanza a los abogados que prestan asesoramiento
jurídico a sus clientes inmersos en el proceso de mediación en función de su estatuto jurídico
profesional pero también a estos otros profesionales que participan en el proceso en calidad de
consultoras 107. Estos profesionales, por consiguiente, también habrían de firmar el
correspondiente convenio de confidencialidad, en los términos ya expuestos 108. 107 Véanse, en
este sentido, el art. 15 de la Ley de Mediación Familiar valenciana ( LCV 2001, 375) ; los art. 12.2 y 8 de la Ley de
Mediación Familiar vasca ( LPV 2008, 63) ; y con los matices que hemos visto, art. 9.7 de la Ley de Mediación Familiar
castellano-leonesa ( LCyL 2006, 228) .

107 Véanse, en este sentido, el art. 15 de la Ley de Mediación Familiar valenciana ( LCV 2001, 375) ; los art. 12.2 y 8
de la Ley de Mediación Familiar vasca ( LPV 2008, 63) ; y con los matices que hemos visto, art. 9.7 de la Ley de
Mediación Familiar castellano-leonesa ( LCyL 2006, 228) .

108 En opinión de FERNANDEZ-BALLESTEROS GONZALEZ, E.C., (2008), «Principios…», op. cit., pág. 198, «Toda
persona que asiste a un proceso de mediación, ya sea en calidad de mediador, co-mediador, abogado, participante,
persona que está recibiendo formación, etc. está sometida a la confidencialidad y debe firmar el llamado convenio de
confidencialidad. En este convenio deben figurar los nombres completos de todos los participantes y de los abogados
de parte, de los mediadores y de todos los observadores si los hubiera, todos con su correspondiente documento de
identidad, las cláusulas que establecen el carácter confidencial de todo el proceso y especialmente de las reuniones
privadas, y por supuesto, el ser eximidos de ser citados como testigos ante sede judicial».

8- Conclusión
La confidencialidad constituye uno de los pilares en que se asienta la metodología empleada
en mediación, pues permite ofrecer a las partes un espacio seguro en el que abordar su
conflicto con franqueza y sinceridad, sin presiones de terceros y sin temor a que lo que digan
pueda ser utilizado después en un proceso judicial; precisamente por ello, es imprescindible
garantizar que el mediador no pueda ser llamado a declarar ante los Tribunales como testigo en
un proceso ulterior, ni tampoco obligado a presentar informes al órgano jurisdiccional o a
cualquier otra autoridad. La confidencialidad, en definitiva, coadyuva para poder crear un marco
que resulten satisfactorios para ambos y beneficiosos para el conjunto del sistema familiar.
A la vista de la normativa existente, la confidencialidad será, sin lugar a dudas, uno de los
principios en que se basará la futura ley estatal de mediación. A nuestro modo de ver, erigida en
principio rector de la mediación, la confidencialidad ha de configurarse como un derecho-deber
tanto para el mediador como para las partes, mas dicho derecho-deber no tendrá carácter
absoluto: decaerá cuando se halle en presencia de un interés superior digno de tutela.
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