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La parábola de la bicicleta describe cómo la hija del autor, Sarah, quería una bicicleta pero no tenía suficiente dinero para comprarla. A pesar de ahorrar todas sus monedas, el precio de la bicicleta que quería estaba fuera de su alcance. Sin embargo, el autor compró la bicicleta a cambio de un abrazo, un beso y los 61 centavos que Sarah tenía ahorrados. Esta historia es una parábola del plan de salvación de Cristo, quien paga el precio de la perfección que está fuera
Descripción original:
la historia de un padre y su hija sobre la expiacion de jesucristo
La parábola de la bicicleta describe cómo la hija del autor, Sarah, quería una bicicleta pero no tenía suficiente dinero para comprarla. A pesar de ahorrar todas sus monedas, el precio de la bicicleta que quería estaba fuera de su alcance. Sin embargo, el autor compró la bicicleta a cambio de un abrazo, un beso y los 61 centavos que Sarah tenía ahorrados. Esta historia es una parábola del plan de salvación de Cristo, quien paga el precio de la perfección que está fuera
La parábola de la bicicleta describe cómo la hija del autor, Sarah, quería una bicicleta pero no tenía suficiente dinero para comprarla. A pesar de ahorrar todas sus monedas, el precio de la bicicleta que quería estaba fuera de su alcance. Sin embargo, el autor compró la bicicleta a cambio de un abrazo, un beso y los 61 centavos que Sarah tenía ahorrados. Esta historia es una parábola del plan de salvación de Cristo, quien paga el precio de la perfección que está fuera
Cuando mi esposa y yo analizamos estas cosas aquella noche, hace ya algunos aos, pareca que no haba nada que la convenciera. Entonces record algo que haba sucedido en nuestra familia unos meses antes y a lo cual ahora nos referimos en nuestro hogar como la parbola de la bicicleta. Una tarde, estaba leyendo el peridico en casa, y nuestra hija Sarah, que en ese entonces tena siete aos de edad, vino y me pregunt: "Pap, me compraras una bicicleta? Soy la nica en el vecindario que no tiene una." Le contest algo afirmativo entre dientes, pero Sarah levant el peridico y, mirndome a los ojos, me pregunt: "cmo y cundo?" En ese momento en particular nuestras condiciones econmicas no nos iban a permitir comprarle una bicicleta, as que fui un poco evasivo con ella. "Te dir lo que hacemos, Sarah", le dije, "ahorra todas tus monedas y vas a ver que en poco tiempo tendrs el dinero suficiente para tu bicicleta". "Est bien", dijo, y se march y, por el momento, yo haba logrado salir del apuro. Pasaron algunas semanas, y un buen da yo estaba otra vez en casa leyendo el periodo despus del trabajo. Esta vez saba que Sarah estaba haciendo algunas tareas especiales para su mam, por las cuales ella le estaba pagando. Desde su dormitorio oa el ruido de las monedas. "Sarah, qu ests haciendo?" le pregunt. Vino hasta la sala donde yo estaba, trayendo su pequea alcanca, la cual ella misma haba hecho de lo que una vez fuera un frasco de jalea. En el fondo de la alcanca haba unas cuantas monedas. Sarah me mostr el frasco y me dijo: "Me prometiste que si ahorraba todas mis monedas, pronto tendra suficiente dinero para comprar una bicicleta. Aqu estn, pap, ahorr todas las monedas que gan." Pues bien, Sarah es mi hija y la amo. En realidad, no le haba mentido, pues si ahorraba todos sus centavos, con un tiempo habra tenido suficiente dinero para comprarse una bicicleta. Pero es posible que para entonces quisiera un automvil. Por el momento, la pequea estaba haciendo todo lo posible por seguir mis instrucciones, pero an le resultaba imposible cristalizar su deseo. Me sent abrumado. "Muy bien, Sarah", le dije, "vamos al centro a ver bicicletas." Recorrimos todas las tiendas de Williamsport y, finalmente, en uno de los comercios donde venden mercanca rebajada, la encontramos: la bicicleta perfecta (probablemente la que haba tenido en la vida pre terrenal). A pesar de estar del otro lado del saln, ella saba que sa era su bicicleta. Corri hasta all y tras sentarse en el asiento dijo: "Pap, sta es la bicicleta que quiero." No poda disimular su emocin. De pronto, vio la etiqueta con el precio que colgaba del manillar y, con una sonrisa en el rostro, extendi la mano y la dio vuelta. A1 principio, se qued mirndola fijamente y despus su sonrisa fue desapareciendo. Se le ensombreci el rostro y empez a llorar. "Ay, papi", dijo con voz quebrantada, "nunca voy a tener suficiente para una bicicleta." Esa fue su primera dosis de realidad adulta. Si mal no recuerdo, la bicicleta costaba ms de cien dlares, precio que estaba totalmente fuera del alcance de sus posibilidades. Pero puesto que Sarah es mi hija y la quiero con toda mi alma, lo que ms deseo es que sea feliz. As que le pregunt cunto dinero tena. Con voz tmida y entre sollozos me contest: "Sesenta y un centavos." "Te dir lo que haremos, cario. Vamos a ver si podemos llegar a un arreglo. Dame todo lo que tienes, los sesenta y un centavos, un abrazo y un beso y la bicicleta es tuya". Bueno, tonta mi nia nunca fue; as que me dio un abrazo, un beso y los sesenta y un centavos. El viaje de regreso fue muy lento pues Sarah no quiso bajarse de la bicicleta, as que fue en ella hasta la casa por la vereda (menos mal que eran unas pocas cuadras), mientras yo conduca el automvil muy lentamente a su lado. Durante el trayecto se me ocurri que sta era una parbola sobre la expiacin de Cristo. El asunto es que todos anhelamos algo desesperadamente, aunque no es una bicicleta; lo que anhelamos es el reino de Dios. Deseamos regresar dignos y sin mancha a nuestro hogar celestial. Pero el tremendo precio un proceder perfecto est completamente fuera de nuestro alcance. En determinado momento de nuestro progreso espiritual, nos damos cuenta de cul es el precio para ser admitidos en ese reino, y tambin comprendemos que no lo podemos pagar, y entonces nos invade la desesperacin. Cuando por fin comprendemos nuestra incapacidad de perfeccionarnos y salvarnos a nosotros mismos, cuando nos damos cuenta de nuestra desesperante situacin en esta vida mortal y la necesidad que tenemos de ser salvos por medio de una intervencin exterior, es en ese preciso momento que llegamos a apreciar plenamente a ese Ser que viene a salvarnos. Es entonces que el Salvador nos dice: "Has hecho todo lo posible y comprendes que no es suficiente . . . pero no te desesperes. Te dir lo que haremos; vamos a ver si podemos llegar a un arreglo. Cunto tienes? Cunto es lo que razonablemente se puede esperar de ti? Dame todo lo que tengas (por insignificante que sea, como los sesenta y un centavos), y haz todo cuanto puedas hacer y yo me encargar del resto por ahora. Dame lo que tengas y un abrazo y un beso (o sea, hagamos de sta una relacin personal), y el reino es tuyo. La perfeccin seguir siendo nuestra meta suprema, pero en tanto no la alcances por ti mismo, te dejar usar la ma. Qu te parece? T haces todo cuanto puedas, y yo har todo lo que t no puedes hacer an? Entre los dos nos haremos cargo de la situacin y t estars cien por ciento justificado." Hay muchas otras personas que desean servir a Dios y guardar Sus mandamientos, que tienen hambre y sed de justicia, que debido a lo encomiable y noble de sus deseos, se desesperan ante la realidad de su rendimiento. A todas y a cada una de esas personas declaramos: "Cristo es la respuesta. l es el puente entre el lugar donde se encuentran ahora y el lugar a donde quieren llegar. l es la solucin al Gran Dilema." Pedid, y se os dar; buscad, y hallaris; llamad, y se os abrir. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrir" Mateo 7:7-8/. Por cierto, que stas son buenas nuevas.