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La bella joven se reía tanto después del baño a la orilla del mar, que como la risa es la
mayor provocadora de la curiosidad, asomó su cabeza un tritón para ver lo que pasaba.
-¡Un tritón! -gritó ella, pero el tritón tranquilo y sonriente la serenó con la pregunta más
inesperada:
Anónimo hindú
Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme
satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él
y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable.
EL DEDO
Feng Meng-lung
Anónimo japonés
-Para ti -le dijo el marido a su mujer- te he traído un regalo muy extraño que sé que te va a
sorprender. Míralo y dime qué ves dentro.
Era un objeto redondo, blanco por un lado, con adornos de pájaros y flores, y, por el otro, muy
brillante y terso. Al mirarlo, la mujer, que nunca había visto un espejo, quedó fascinada y
sorprendida al contemplar a una joven y alegre muchacha a la que no conocía. El marido se
echó a reír al ver la cara de sorpresa de su esposa.
-Veo a una hermosa joven que me mira y mueve los labios como si quisiera hablarme.
-Querida -le dijo el marido-, lo que ves es tu propia cara reflejada en esa lámina de cristal. Se
llama espejo y en la ciudad es un objeto muy corriente.
La mujer quedó encantada con aquel maravilloso regalo; lo guardó con sumo cuidado en una
cajita y sólo, de vez en cuando, lo sacaba para contemplarse.
Pasaba el tiempo y aquella familia vivía cada día más feliz. La niña se había convertido en una
linda muchacha, buena y cariñosa, que cada vez se parecía más a su madre; pero ella nunca le
enseñó ni le habló del espejo para que no se vanagloriase de su propia hermosura. De esta
manera, hasta el padre se olvidó de aquel espejo tan bien guardado y escondido.
Un día, la madre enfermó y, a pesar de los cuidados de padre e hija, fue empeorando, de manera
que ella misma comprendió que la muerte se le acercaba. Entonces, llamó a su hija, le pidió que
le trajera la caja en donde guardaba el espejo, y le dijo:
-Hija mía, sé que pronto voy a morir, pero no te entristezcas. Cuando ya no esté con ustedes,
prométeme que mirarás en este espejo todos los días. Me verás en él y te darás cuenta de que,
aunque desde muy lejos, siempre estaré velando por ti.
Al morir la madre, la muchacha abrió la caja del espejo y cada día, como se lo había prometido,
lo miraba y en él veía la cara de su madre, tan hermosa y sonriente como antes de la
enfermedad. Con ella hablaba y a ella le confiaba sus penas y sus alegrías; y, aunque su madre
no le decía ni una palabra, siempre le parecía que estaba cercana, atenta y comprensiva.
Un día el padre la vio delante del espejo, como si conversara con él. Y, ante su sorpresa, la
muchacha contestó:
-Padre, todos los días miro en este espejo y veo a mi querida madre y hablo con ella.
Y le contó el regalo y el ruego que su madre la había hecho antes de morir, lo que ella no había
dejado de cumplir ni un solo día.
El padre quedó tan impresionado y emocionado que nunca se atrevió a decirle que lo que
contemplaba todos los días en el espejo era ella misma y que, tal vez por la fuerza del amor, se
había convertido en la fiel imagen del hermoso rostro de su madre.
El hijo ingrato
Hermanos Grimm
En aquel momento fue el hijo a buscar el plato para ponerlo en la mesa, pero el pollo
asado se había convertido en un sapo muy grande que saltó a su rostro, al que se adhirió
para siempre. Cuando intentaban quitarlo de allí, el horrible monstruo lanzaba a las
gentes miradas venenosas como si fuera a tirarse a ellas, así es que nadie se atrevía a
acercarse. El hijo ingrato quedó condenado a sustentar al sapo, pues si no le devoraba la
cabeza. Así pasó el resto de sus días vagando miserablemente por la tierra.
Oscar Wilde
Había una vez un hombre muy querido de su pueblo porque contaba historias. Todas las
mañanas salía del pueblo y, cuando volvía por las noches, todos los trabajadores del
pueblo, tras haber bregado todo el día, se reunían a su alrededor y le decían:
-Vamos, cuenta, ¿qué has visto hoy?
Él explicaba:
-He visto en el bosque a un fauno que tenía una flauta y que obligaba a danzar a un
corro de silvanos.
-Al llegar a la orilla del mar he visto, al filo de las olas, a tres sirenas que peinaban sus
verdes cabellos con un peine de oro.
Una mañana dejó su pueblo, como todas las mañanas... Mas al llegar a la orilla del mar,
he aquí que vio a tres sirenas, tres sirenas que, al filo de las olas, peinaban sus cabellos
verdes con un peine de oro. Y, como continuara su paseo, en llegando cerca del bosque,
vio a un fauno que tañía su flauta y a un corro de silvanos... Aquella noche, cuando
regresó a su pueblo y, como los otros días, le preguntaron:
Él respondió:
Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo
no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:
El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las
rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el
camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese
a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a
cenar.
Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con
las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la
cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole
toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los
zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó:
«Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada».
Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta,
y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un
traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.
La carta
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé
enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe
el alministradol de la central allá.
La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en
una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un
regalito al nene de ella.
Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.
El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que
yo.
Juan
Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la
carta.
La salvación
Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano
por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el
extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra:
una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y
disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su
protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfimo" -
sin duda estaba pensando el tirano- "es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy
incapaz?" Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el
escultor discurrió la idea que lo salvaría. "Por humildes que sean" -dijo indicando al
pájaro- "hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".
Lo timó
Anton Chejov
-¡Usted me compró a mí, como un hombre que debe ser colgado -dijo el delincuente
carcajeándose-, pero yo lo timé a usted! ¡Yo voy a ser quemado! ¡Ja-já!
El espejo chino
Anónimo chino
Julio Cortázar
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una
cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy
felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes;
no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás
contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo
pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que
atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca.
Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda
para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las
vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan
el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te
regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la
tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el
regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
La prisionera
Estoy en el jardín de un antiguo palacio que no sé de quién fue ni cuál es hoy su dueño.
La tarde es húmeda, y otoñal el ocaso; en el blando suelo las hojas mueren adheridas al
barro. No hace viento, no oigo ningún ruido entre los árboles que forman paseos en los
que mudas estatuas, sobre pedestales de hiedra, alzan su desnudez.
Quisiera recorrer este extraño jardín, pero estoy quieto. Nadie lo visita, nadie hace crujir
el puentecillo de madera sobre el constante arroyo. Nadie se apoya en las balaustradas
del parterre ante la fila de bustos que la intemperie enmascaró con manchas verdinegras.
Estoy ante la gran fachada cubierta de ventanas que termina en altas chimeneas sobre el
oscuro alero del tejado. Todo en ella muestra haber sufrido los ataques del tiempo pero
estos rigores no dañaron a la única ventana que yo miro. Cada día, tras los cristales,
aparece ella, su delicada silueta, y aparta la cortina de tul y largamente pasea su mirada
por los senderos que se alejan hacia el río. Vestida de color violeta, siempre seria,
eternamente bella, conserva su rostro juvenil, su gesto de candor, atenta a la llegada de
alguien que ella espera. Inmóvil, tras el cristal, no habla, no muestra si acepta mi
presencia, acaso no me ve. Resignada se dobla mi cabeza sobre el hombro mordido por
las lluvias; desearía que sus dedos me rozasen antes de que su mano se haga
transparencia. Desfallece mi cabeza enamorada; tras mis ojos vacíos atesoré palabras y
palabras de amor dedicadas a ella. Acaso un día logren mover mis labios de durísima
piedra.
El ciervo
Lieu Tsang-Yeu
Un día el ciervo salió de casa. En el camino vio una jauría. Al punto corrió a unirse a
ella, deseoso de jugar. Pronto se vio rodeado por ojos inyectados y dientes largos. Los
perros lo mataron y devoraron, dejando sus huesos esparcidos en el polvo. El ciervo
murió sin entender lo que pasaba.
BIBLIOGRAFÍA:
- http://www.geocities.com/juliocortazar_arg/prembreloj.htm
- http://elcajondesastre.blogcindario.com/2006/03/00532-la-prisionera-juan-eduardo-
zuniga-micro-cuento.html
http://www.sappiens.com/castellano/articulos.nsf/Literatura/Imaginaci%C3%B3n_y_rea
lidad:_el_cuento_como_encrucijada/869F53EE4F3A1D7241256B29003E5B37!opendo
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