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Érase una vez un campesino que se ganaba la vida cultivando hortalizas y frutas
que luego vendía en el mercado. Con el dinero que obtenía, compraba todo lo
necesario para sacar adelante a su mujer y a su hijo.
El hombre era muy feliz porque tenía una esposa estupenda y se sentía muy
orgulloso de su hijo, un chico fantástico siempre dispuesto a ayudar en las duras
labores del campo y a colaborar en todo lo que hiciera falta. Además de
trabajador, el joven era muy educado, sensible y buena persona.
Solo había un problemilla: el chico era muy tímido con las mujeres y todavía no se
había enamorado nunca de ninguna.
El padre pensó que podía echarle una mano y se propuso encontrar una buena
chica para su amado hijo. Un buen día, sin decir nada a nadie, cogió un enorme
saco y lo llenó de jugosas ciruelas amarillas que él mismo había recogido la tarde
anterior. Después lo metió en un pequeño carruaje que enganchó a su viejo
caballo y se fue al pueblo más cercano.
Se dirigió a la plaza donde estaba el mercado y vio que estaba repleta de gente.
Se situó en el centro y empezó a gritar como un descosido para que se le
escuchara bien:
Ocurrió que llegó a un pueblo en el que nunca había estado, y al igual que en las
ocasiones anteriores, buscó el lugar donde estaba la muchedumbre y empezó a
anunciar su oferta.
Una vez más las mujeres se pusieron a limpiar sus casas y salieron
entusiasmadas con las bolsas repletas de desperdicios. Todas, excepto una
preciosa muchacha que se acercó al campesino con una bolsita muy pequeña,
más o menos del tamaño de un monedero.
– Lo siento, pero es que yo barro y recojo todos los días la casa porque me gusta
tenerla bonita y aseada ¡Esto es lo único que he podido reunir!
– ¿Cómo te llamas?
El campesino se quedó encandilado por su dulzura y tuvo claro que era la chica
perfecta para su hijo, justo lo que estaba buscando ¡Su plan había funcionado!
Le cogió las manos con afecto, la miró a los ojos, y se lo confesó todo.
– Irina, tengo algo que decirte: he montado todo este tinglado de cambiar basura
por ciruelas con el fin de encontrar una mujer buena y hacendosa. Tú eres la única
que vino a mí con una bolsa pequeñita porque tu casa está siempre limpia y
reluciente; en ella no hay basura acumulada y eso me demuestra que eres
trabajadora, cuidas tus cosas y te preocupas por lo que te rodea.
– Ya, pero… ¿para qué quiere encontrar una chica como yo?
– Pues porque tengo un hijo maravilloso que está deseando casarse y formar una
familia, pero el pobre trabaja tanto que nunca tiene tiempo para conocer
muchachas de su edad. Por lo que acabas de contarme a ti te pasa lo mismo, así
que creo que no sería mala idea que os conocierais.
– ¡De acuerdo! Me vendrá bien tomarme una tarde libre y hacer un nuevo amigo.
El hijo del campesino estaba podando unas rosas en la entrada cuando vio
aparecer a su padre a caballo, acompañado de una mujer desconocida pero
realmente hermosa. Al llegar junto a él, ambos se bajaron del caballo.
– Hijo mío, esta es Irina, una nueva amiga que quiero presentarte. La he invitado a
merendar con nosotros para que la conozcas y de paso pruebe el riquísimo
bizcocho de naranja que prepara tu madre ¿Te parece bien?
El campesino se dio cuenta y se alejó en silencio con una sonrisa en los labios.
Sabía que los jóvenes acababan de enamorarse y todo gracias a la curiosa
prueba de cambiar ciruelas por basura.
Érase una vez una reina que dio a luz a un niño muy feo con un copete de pelo
sobre la frente. La reina comenzó a llorar en cuanto lo vio, pero un hada que
estaba presente en el momento de su alumbramiento le dijo:
Al oír sus palabras la reina se consoló un poco, y lo cierto es que con el tiempo, el
pequeño demostró sobradamente su inteligencia. Riquete el del Copete, pues así
lo llamaba todo el mundo, acabó convirtiéndose en un joven locuaz e ingenioso del
que todo el mundo quedaba encantado.
Pasados siete u ocho años la reina de un reino vecino dio a luz a dos niñas. Al ver
a la primera, bellísima, la reina se puso muy contenta, pero pronto el hada que
había estado presente durante el nacimiento de Riquete el del Copete no tardó en
advertirla de que la princesa sería tan hermosa como estúpida. La Reina se
entristeció cuando oyó esto, pero lo hizo aún más cuando vio que la segunda niña
a la que acababa de dar a luz era terriblemente fea.
Pasaron los años, y con ellos las virtudes, pero también los defectos de las dos
princesas se acentuaban más y más. Al verlas a las dos todo el mundo se
acercaba a la mayor para admirarla, pero en seguida perdían el interés cuando la
oían decir tonterías constantemente. De modo que la pequeña acababa captando
todo el interés gracias a su interesante conversación.
- No entiendo que hace llorando una criatura tan bella como vos.
- Preferiría ser tan fea como vos y tener inteligencia en lugar de ser tan bella y tan
tonta.
- Señora, si esa es la causa de todos vuestros males creo que podré ponerle fin.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?
- Tengo el don de hacer inteligente a la persona a la que más ame, y esa sois vos,
así que sólo tenéis que casaros conmigo…
La princesa no supo que decir, pero rápidamente Riquete el del Copete añadió:
- No os preocupéis, no tenéis que responderme ahora. Podéis tomaros un tiempo
para pensarlo.
Llegó uno rico y apuesto y aunque le gustó desde el primer momento decidió ir a
pensar al bosque. Allí se encontró con un grupo numeroso de cocineros que
preparaban un gran banquete.
Pero cuando preguntó para quien trabajaban le respondieron que para la boda del
príncipe Riquete el del Copete que se celebraba al día siguiente. ¡La princesa lo
había olvidado por completo al volverse inteligente y olvidar todas sus tonterías!
- Disculpadme pero creo que no voy a poder corresponderos como vos esperáis.
- ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? ¿Hay algo en mí que no sea mi fealdad y no os
guste?
- No, no lo hay. Sois un hombre inteligente, bueno y educado
- Entonces está en vuestra mano convertirme en el hombre más bello de entre
todos los hombres.
- ¿En mi mano? - dijo la princesa sorprendida
- La misma hada que me concedió el don de hacer inteligente a quien amase os
concedió a vos al nacer el don de hacer hermosa a la persona a quien amáseis.
- Nada me gustaría más. Deseo con todo mi corazón que os convirtáis en el
príncipe más hermoso y agradable del mundo.
Hay quien dice que nada tuvo que ver el hada y que todo fue fruto del amor de la
princesa, que fue capaz.
La Bella y la Bestia
Había una vez un mercader adinerado que tenía tres hijas. Las tres eran muy
hermosas, pero lo era especialmente la más joven, a quien todos llamaban desde
pequeña Bella. Además de bonita, era también bondadosa y por eso sus
orgullosas hermanas la envidiaban y la consideraban estúpida por pasar el día
tocando el piano y rodeada de libros.
- Llorando no conseguiré nada, trabajando sí. Puedo ser feliz aunque sea pobre.
Así que Bella era quien lo hacía todo. Preparaba la comida, limpiaba la casa,
cultivaba la tierra y hasta encontraba tiempo para leer. Sus hermanas, lejos de
estarle agradecidas, la insultaban y se burlaban de ella.
Llevaban un año viviendo así cuando el mercader recibió una carta en la que le
informaban de que un barco que acababa de arribar traía mercancías suyas. Al oír
las noticias las hijas mayores sólo pensaron en que podrían recuperar su vida
anterior y se apresuraron a pedirle a su padre que les trajera caros vestidos. Bella
en cambio, sólo pidió a su padre unas sencillas rosas ya que por allí no crecía
ninguna.
Pero el mercader apenas pudo recuperar sus mercancías y volvió tan pobre como
antes. Cuando no le quedaba mucho para llegar hasta la casa, se desató una
tormenta de aire y nieve terrible. Estaba muerto de frío y hambre y los aullidos de
los lobos sonaban cada vez más cerca. Entonces, vio una lejana luz que provenía
de un castillo.
Entregó las rosas a Bella y les contó lo que había sucedido. Las hermanas de
Bella comenzaron a insultarla, a llamarla caprichosa y a decirle que tenía la culpa
de todo.
- He dicho que seré yo quien vuelva al castillo y entregue su vida a la bestia. Por
favor padre.
Bella empezó a pensar que la bestia no era tal y que era en realidad un ser muy
amable.
Esa noche bajó a cenar y aunque estuvo muy nerviosa al principio, fue dándose
cuenta de lo humilde y bondadoso que era la bestia.
- Si hay algo que deseéis no tenéis más que pedírmelo, dijo la bestia.
Con el tiempo, Bella comenzó a sentir afecto por la bestia. Se daba cuenta de lo
mucho que se esforzaba en complacerla y todos los días descubría en él nuevas
virtudes. Pero pese a eso, cuando todos los días la bestia le preguntaba si quería
ser su esposa ella siempre contestaba con honestidad:
-La Bella y la Bestia Lo siento. Sois muy bueno conmigo pero no creo que pueda
casarme con vos.
Un día Bella le pidió a la bestia que le dejara ir a ver a su padre, ya que había
caído enfermo. La bestia no puso ningún impedimento y sólo le pidió que por favor
volviera pronto si no quería encontrárselo muerto de tristeza.
- No dejaré que mueras bestia. Te prometo que volveré en ocho días, dijo Bella.
Bella estuvo en casa de su padre durante diez días. Pensaba ya en volver cuando
soñó con la bestia yaciendo en el jardín del castillo medio muerta.
- Gracias Bella. Habéis roto el hechizo. Un hada me condenó a vivir con esta
forma hasta que encontrase a una joven capaz de amarme y casarse conmigo y
vos lo habéis hecho.
El príncipe se casó con Bella y ambos vivieron juntos y felices durante muchos,
muchos años.
Piel de Asno
Autor: Charles Perrault
Érase una vez un rey afortunado y amado por su pueblo que tenía por esposa a
una hermosa y virtuosa mujer. De su unión había nacido una niña con los mismos
encantos y virtudes de su madre.
El rey era conocido por amar a los asnos, especialmente a uno, al que cuidaba
como si fuera uno más de la familia.
Pero la desgracia visitó un día al rey cuando su esposa cayó gravemente enferma.
La reina, sintiendo que se acercaba su última hora, dijo a su esposo:
-Permíteme, antes de morir, que te exija una cosa. Si quisieras volver a casarte te
ruego que encuentres una princesa más bella y mejor que yo.
Después de obtener la promesa del rey, la reina cerró los ojos para siempre.
El rey lloró sin descanso durante días y el dolor le acompañó mucho tiempo. Pero
finalmente se dio cuenta de que tenía que volver a casarse, pues no tenía hijo
varón que heredara el reino.
La niña no quería tal cosa, por lo que partió a visitar a su hada madrina, el hada de
las Lilas, para que la ayudara. El hada, que amaba a la infanta, le dijo que ya
estaba enterada de lo que venía a decirle, pero que no se preocupara: nada podía
pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicaría.
-Tu padre quedará un poco aturdido si le pides la piel de ese asno que ama tan
apasionadamente. Ve, y no dejes de decirle que deseas esa piel.
La princesa fue a ver a su padre y le pidió la piel de aquel bello animal. Ante la
sorpresa de la joven, el rey aceptó. El pobre asno fue sacrificado y su piel fue
entregada a la princesa.
-Cúbrete con esta piel, sal del palacio y parte hasta donde la tierra pueda llevarte.
Yo me encargo de que tus cosas vayan donde tú estés. Solo tendrás que desearlo
para que tus cosas aparezcan.
La princesa se revistió con la horrible piel del asno y salió del palacio sin que nadie
la reconociera.
Al conocer su huida el rey mandó a toda la guardia que la buscara por todo el
reino. Mientras tanto, la princesa llegó muy lejos, hasta una granja de otro reino
vecino donde entró a servir. En la granja fue el blanco de las groseras bromas del
resto de sirvientes debido a la repugnancia que inspiraba su piel de asno.
Un día, la princesa decidió lavarse y ponerse sus vestidos para verse más bonita
en su cuarto, donde nadie la viera sin su piel de asno. Nadie que la hubiera visto
entonces la habría reconocido.
Un día de fiesta en que Piel de Asno se había puesto su vestido color del sol, el
hijo del rey, a quien pertenecía la granja donde trabajaba, hizo allí un alto para
descansar al volver de caza.
Mientras daba un paseo por la granja, el joven y apuesto príncipe entró por un
callejón, el callejón al que daba la ventana de Piel de Asno. El príncipe vio a la
muchacha, pero no con su piel de asno, sino arreglada con uno de sus mejores
vestidos.
Piel de Asno, al conocer los sentimientos del príncipe, que de sobra eran
conocidos por todo el reino, también se enamoró de él.
APiel de Asnol príncipe le costó mucho convencer a sus padres de que quería por
esposa a Piel de Asno, pues a sus padres no les parecía bien que el heredero se
casara con una sirvienta mugrienta. El príncipe accedió a casarse con quien ellos
dijeran por el bien del reino.
Pero al ver que el príncipe moría de amor, sus padres le dijeron que harían todo
cuanto estuviera en su mano para salvarlo.
El príncipe solo pidió que le encargasen a Piel de Asno que le hiciera una tarta. Un
sirviente fue a llevar el mensaje.
Piel de Asno se metió en su cuarto y se arregló para hacer la tarta, pues así se
sentía mucho mejor. Pero mientras hacía la masa se le cayó un anillo dentro.
El príncipe encontró el anillo dentro al comer la tarta. Suponiendo que ese anillo
solo podía pertenecer a una joven de alta cuna acordó con sus padres casarse
con la joven a la que le encajara en el dedo.
Todas las mujeres del reino se lo probaron, pero a ninguna le valía. Fue el propio
príncipe quien se acercó a la granja a preguntar por Piel de Asno. Ella estaba
vestida de princesa en su cuarto cuando el príncipe llegó, así que se apresuró a
colocarse la piel de asno encima.
Todo el mundo se sorprendió al ver la fina y delicada mano que salía bajo la
pezuña negra y sucia de su vestimenta, la cual se quitó para descubrirse tan
hermosa como era cuando el anillo encajó en su dedo.
Había una vez un pato muy torpe del que se reía todo el mundo. Como era el
hazmerreír del estaque todos le llamaban Pato Patoso. Y con ese nombre se
quedó.
Pato Patoso estaba dispuesto a demostrar a todos que no era tan torpe como
parecía. Tropezaba alguna que otra vez, sí, pero ¿quién no lo ha hecho alguna
vez? Pero cuanto más se esforzaba por no parecer que no era un torpe, más
veces metía la pata.
Harto ya de que todos se rieran de él, Pato Patoso abandonó el estanque, con la
idea de ir a donde no le conociera nadie, para que nadie se riera de él.
Pato Patoso pasó mucho miedo. Tuvo que esconderse de los depredadores, para
que no le comieran. Y de los cazadores, para que no le disparan.
Y así llegó un día a otro estanque lleno de animales. Era un estanque muy bonito
y muy limpio, y con mucho bullicio. Parecía un lugar alegre.
-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos -dijo Pato
Patoso. Pero allí nadie le hacía caso. Lo intentó varias veces más, pero con el
mismo resultado.
Harto de que todos le ignoraran, Pato Patoso se fue en busca de otro estanque.
Esta vez pasó menos miedo, pero tuvo que ser muy cuidadoso para no convertirse
en la cena de nadie.
Días después encontró otro estanque. Este era todavía más bonito que el anterior.
Había muchos más animales y estaba todavía más animado que el anterior.
-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos -dijo Pato
Patoso.
Pero esta vez tampoco nadie le hizo caso. Así que se marchó de nuevo.
Los peligros seguían ahí, así que Pato Patoso tuvo que ser muy cuidadoso. Y así
avanzó hasta que llegó a otro estanque. Era pequeño y había pocos animales. Y
estaba muy tranquilo. Parecía hasta triste.
-Vaya, qué triste está esto -pensó Pato Patoso-. ¿Qué habrá pasado?
Y con el mismo entusiasmo que en las otras ocasiones, Pato Patoso se dirigió a
los animales del estanque y dijo:
- ¡Has vuelto!
- ¡Qué alegría!
Pato Patoso no se lo creía. Sin darse cuenta, había regresado a su hogar. Y todos
estaban contentos de verle.
Pato Patoso celebró con todos el regreso. Los animales se disculparon. Pato
Patoso aceptó sus disculpas y los perdonó. Y ya nadie volvió a reírse de él,
porque con tanto viaje y tanta aventura ya no era tan torpe. Y cuando metía la
pata, era él el primero que se reía de la torpeza.
El rescate del tesoro pirata
Tim no quería ser pirata. Él quería ser comerciante. Y estar a bordo de ese barco
lo complicaba todo. Pensando en esto estaba cuando escuchó al capitán hablar
con otros piratas:
-¿El cofre que iba destinado a construir el orfanato? -preguntó uno de los piratas.
Tim sintió que los carrillos se le enrojecían de rabia. Los muy rufianes habían
robado el dinero destinado a construir un orfanato. Eso sí que no lo podía
consentir. Así que decidió seguir escuchando, a ver qué podía hacer.
Los piratas hablaron largo y tendido sobre este tema, lo suficiente como para que
Tim urdiera un plan.
Dos días después avistaron Isla Madreselva. Tim se ofreció a acercarse en el bote
hasta la isla para comprobar que no había nadie. Como ni el capitán ni los demás
piratas sospechaban que Tim supiera lo del tesoro lo dejaron ir remando en el
bote.
Cuando llegó a la playa, Tim fue directamente a la cueva donde estaba escondido
el tesoro. Tras comprobar el contenido el cofre, Tim salió de la cueva. Con un tinte
rojo que había cogido de la enfermería Tim se pintó la cara y los brazos. Luego se
descolocó la ropa y se despeinó. Después fue corriendo a la playa, gritando:
El vigía gritó:
-¡Es Tim! Está cubierto de sangre. Parece que lo han apresado y ha logrado
escapar para avisarnos. ¡Huyamos!
-¿Nos delatará? -preguntó uno de los piratas.
Los piratas, muy asustados, izaron velas y se pusieron en marcha, sin sospechar
nada.
Cuando Tim perdió de vista el barco se lavó y se peinó. Comió lo que pudo
recolectar y cazar, reservando todo lo que pudo para los días siguientes. Por la
noche fue a por el cofre, lo cargó en el bote y empezó a remar. Remó durante
horas hasta que apareció un barco de la Armada Real.
Cuando Tim les contó lo ocurrido el capitán se sintió muy agradecido y le ofreció
un puesto de grumete en su barco. Tin aceptó sin pensarlo dos veces.
-Puede que algún día tú también seas capitán de la Armada Real -dijo el capitán.
Y así es como empezó la historia del que un día sería el gran Capitán Tim, temido
por todos los piratas y respetado por toda la gente de bien.
Anselmo El Valiente
Autor: Eva María Rodríguez
Había una vez un caballero al que todos conocían como Anselmo El Valiente.
Pero en realidad Anselmo no tenía un pelo de valiente. Pero, ¿qué razones tenía
él para contradecir lo que la gente decía, y más cuando con ello conseguía
importantes beneficios? Y es que, allá por donde iba, a Anselmo le colmaban de
atenciones, lo que él aprovechaba sin ningún pudor.
Las gestas que se cantaban de Anselmo El Valiente eran cada vez más
conocidas. Heroicas hazañas en forma de poemas y canciones, de historias y
cuentos que, poco a poco, elevaban a Anselmo El Valiente a la categoría de
leyenda.
- Hay que ver lo que la gente es capaz de inventar de una pequeña anécdota
inventada -pensaba Anselmo cuando oía lo que se contaba sobre él.
Un día, Anselmo llegó a una pequeña aldea, una de tantas. Pero esta vez no
había nadie esperando para recibirle, como ocurría siempre. En realidad, la aldea
estaba desierta.
-Tal vez debería de irme -pensó Anselmo, mientras sentía cómo las piernas
empezaban a temblarle de miedo-. Si no hay nadie por algo será.
Otro grito le hizo dar un respingo. Pero Anselmo siguió adelante, temblando como
una hoja, sí, pero continuó.
Anselmo llegó a una cueva. Un leve resplandor anunciaba que allí dentro había
alguien.
-Me estarán esperando dentro, seguro -pensó Anselmo-.Vamos allá.
Pero cuando entró, Anselmo descubrió algo que le heló la sangre. Decenas de
personas enjauladas, agotadas, le miraban expectantes. Las jaulas estaban
colocadas alrededor de una pequeña hoguera.
-Tengo que hacer algo por esa gente -pensó Anselmo, cuando se vio a salvo-.
Tengo que ser el caballero valiente que todos creen que soy. Pero tengo miedo,
mucho miedo.
Varios gritos llegaron hasta él. Cada vez más fuertes y espeluznantes.
-Tengo que hacer algo por esa gente -pensó Anselmo-. Ellos confían en mí.
Venciendo sus miedos, Anselmo regresó a la cueva. La poca luz que había le
permitió deslizarse sin ser visto. Con su espada empezó a cortar las cuerdas que
cerraban las jaulas.
Tirado en el suelo, sabedor de que aquello era el fin, Anselmo levantó su espada y
le gritó al dragón:
-Vamos, valiente, atrévete a escupir tu fuego sobre mí. Verás lo que es capaz de
hacer mi espada.
Al oír aquello, el dragón se asustó y se fue. Cuando lo vieron huir, todas las
personas liberadas, que esperaban escondidas en el bosque, fueron a buscar a
Anselmo.
-Queríamos tener una historia propia que contar sobre las heroicidades de
Anselmo El Valiente y, ¿sabes qué? Ha sido mejor de lo que esperábamos.
Ese día Anselmo convirtió su leyenda en realidad, aunque eso era algo que solo él
sabía. Y se siente como un verdadero héroe, uno que ha sido capaz de
sobreponerse a sus miedos para hacer justicia y ayudar a los demás.
El sastrecillo valiente
Autor: Hermanos Grimm
Había una vez un sastrecillo que cosía alegremente un jubón en su taller. Pasó
por allí una aldeana vendiendo mermelada y el sastre, que era muy goloso, la
llamó para comprarle una poca.
Así que el pequeño sastre se cosió un cinturón en el que bordó la frase “Siete de
un golpe” y salió lleno de orgullo a recorrer el mundo.
Llegó a lo alto de una montaña y allí se encontró a un gigante. Al ver éste lo que
decía el cinturón del sastrecillo lo miró con desprecio y finalmente lo desafió.
La cueva era muy grande y aunque el gigante ofreció una cama al sastrecillo, él
prefirió pasar la noche acurrucado en una esquina.
El sastrecillo continuó con su viaje y llegó al palacio del Rey. Como estaba muy
cansado de tanto andar, se tumbó un rato a descansar. Mientras dormía unas
gentes leyeron la inscripción de su cinturón: “Siete de un golpe” y como creyeron
que se trataba de un importante caballero corrieron a informar al Rey.
El Rey quiso contratarlo, pero no acababa de estar seguro, así que quiso ponerlo
a prueba.
- Deberás acabar con los dos gigantes que hay en el bosque y que asolan mi
reino. Te advierto que son malvados y que nadie se atreve a acercarse a ellos, así
que si lo consigues te otorgaré en señal de gratitud la mano de mi hija y la mitad
de mi reino.
- ¡Acepto!, dijo con firmeza el sastrecillo.
Observó que justo encima de ellos caían las ramas de un árbol. Se llenó los
bolsillos de piedras y se subió a las ramas. Empezó a lanzar las piedras sobre el
pecho de uno de los gigantes, que al cabo de un rato se dio cuenta y se despertó
gritándole al otro:
Discutieron un rato los dos gigantes, pero como estaban tan cansados no duró
mucho la riña y se volvieron a dormir. En ese momento el sastrecillo lanzó la
piedra más grande que guardaba sobre el primer gigante.
Con su objetivo cumplido, el sastrecillo volvió al reino diciendo que había sido él
quien los había matado.
Pero el monarca seguía sin estar conforme y le ordenó una nueva tarea.
- Tendrás que cazar al jabalí que hay suelto por el bosque y que produce tantos
destrozos.
Pero las palabras del Rey fueron oídas por un escudero fiel al sastrecillo que
acudió a contarle el plan que tenían contra él.
Al día siguiente, cuando la princesa creía que su marido dormía se levantó a abrir
la puerta y entonces él, que se hacía el dormido pero estaba en realidad bien
despierto, comenzó a gritar:
Tras estas palabras nadie más volvió a cuestionar al sastrecillo y menos aún, a
enfrentarse a él.
FANTASIA
La Gran Carrera del Mundo Mágico
Autor: Eva María Rodríguez
Duendes y hadas habitaban todos juntos en el reino de Mundo Mágico, un lugar
donde la magia y la fantasía brotaban por todas partes.
Un día, a alguien se le ocurrió organizar una competición para ver quiénes eran
mejores, si los duendes o las hadas. A todos les pareció una gran idea, pero no se
ponían de acuerdo en el tipo de competición que sería más justa. Las hadas
tenían alas, y eso era una gran ventaja si decidían hacer una carrera. Después de
mucho discutir, decidieron entre todos que lo mejor sería hacer una carrera
ciclista.
La noticia de la carrera ciclista de Mundo Mágico llegó a todos los rincones del
reino. Cuando las brujas se enteraron salieron de los escondites en los que las
hadas las habían castigado a permanecer por sus fechorías. Gobernar Mundo
Mágico era algo por lo que merecía la pena arriesgarse a incumplir el castigo que
las hadas les habían impuesto.
- Esas brujas jamás podrán con nosotros -decían los duendes-. Y si hacen trampa,
serán descalificadas.
- ¿Qué se habrán creído esas? -decían las hadas-. Si apenas pueden caminar sin
bastón, ¿cómo pensarán hacer para montar en bicicleta?
Hadas y duendes estaban muy confiados en que las brujas no tenían nada que
hacer, y siguieron con sus entrenamientos, sin prestar atención a lo que ellas
hacían.
A dos vueltas del final, las brujas empezaron a pedalear cada vez más y más
deprisa. En media vuelta habían acortado la distancia y casi habían alcanzado a
duendes y hadas, que se disputaban el primer puesto.
- ¡Tenemos que hacer algo! -dijo un duende.
- ¡Nos han engañado! -dijo un hada-. Nos han hecho pensar que estaban débiles y
ahora no tenemos nada que hacer. Estamos agotadas.
- ¡Nosotros también! -dijo otro duende-. ¡No podemos pedalear más rápido!
A todos les pareció un idea excelente. Los más rápidos aceleraron, mientras los
demás empezaron a pedalear más despacio, formando un muro de varias hileras
por el que no había manera de pasar.
Y así fue como hadas y duendes unieron sus fuerzas para evitar que las brujas
ganaran la carrera y se hicieran con el control de Mundo Mágico.
Pero, ¿quién ganó la carrera? El duende y el hada que salieron delante decidieron
cruzar juntos la línea de meta, porque ganar una carrera no hacía a unos mejores
que a otros. Ya habían demostrado que juntos podían solucionar grandes
problemas.
Alicia en el país de las maravillas
Autor: Lewis Carroll
Una tarde calurosa de verano estaba Alicia en el río junto a su hermana. Trataba
de matar el aburrimiento como podía cuando de repente pasó por allí un conejo
que llevaba puesto un chaleco.
Alicia lo siguió hasta una madriguera, entró tras él y cayó por un largo pozo hasta
que de repente apareció en una sala que tenía muchas puertas, y en el centro
mesita de vidrio que contenía una llave dorada. Probó a abrir con ella todas las
puertas hasta que encontró la que abría. Al otro lado había un jardín precioso pero
la puerta era demasiado pequeña para ella. Miró hacia la mesa y vio una botellita
con una etiqueta que decía: “bébeme”.
Bebió un poco que se hizo tan pequeña que pudo pasar por la puerta hasta el
jardín. Pero entonces se dio cuenta de que se había dejado la llave encima de la
mesa y ahora no llegaba hasta ella. Hasta que descubrió que debajo de la mesa
había una cajita con un pastel en el la que ponía “Cómeme”. Alicia hizo caso y
empezó a crecer y crecer hasta que llegó casi a los tres metros de altura y se
golpeó con el techo de la habitación en la cabeza. Pero claro, ahora no podía
volver al jardín y eso hizo que se pusiera a llorar.
Al cabo de un rato apareció por allí el conejo blanco con un par de guantes
blancos en una mano y un gran abanico en la otra.
Pero el conejo salió corriendo a toda velocidad. Tanto, que se le cayeron los
guantes blancos y el abanico. Como hacía mucho calor en aquel lugar, Alicia cogió
el abanico del conejo y comenzó a abanicarse con él. Como se dio cuenta de que
volvía a hacerse pequeña otra vez, lo soltó rápidamente antes de que fuese
demasiado tarde.
Entonces pasó por allí de nuevo el conejo. Estaba muy nervioso y miraba a todos
lados buscando algo.
- ¡Tengo que encontrarlos! Tengo que encontrarlos como sea o sino la duquesa…
Alicia, que oyó al conejo, supo enseguida que lo que andaba buscando eran sus
guantes blancos y su abanico.
Alicia pensó que le estaba confundiendo con su doncella, pero como quería
ayudarle le obedeció.
En la casa encontró una mesa sobre la que había un abanico y dos o tres pares
de diminutos guantes blancos. Al lado una botellita de cristal sin etiqueta alguna.
Decidió probarla y de repente, creció tanto que quedó encajada dentro de la casa
y ya no pudo salir.
Se adentró por el bosque y decidió que primero debía hacer era recuperar su
tamaño, y lo segundo, regresar al precioso jardín.
Al cabo de un rato se encontró con una oruga que desde lo alto de una seta,
fumaba en un narguile.
Alicia permaneció unos instantes tratando de entender lo que había dicho la oruga
hasta que por fin lo consiguió. Arrancó un pedazo del lado derecho de la seta y lo
mordió. Se hizo tan pequeña que su barbilla se golpeaba con los pies, así que
mordió un trozo del lado izquierdo de la seta. Pero su cuello empezó a crecer tanto
que sus manos no le llegaban a la cabeza y un pájaro la confundió con una
serpiente. Volvió a comer de uno y otro lado hasta consiguió recuperar su tamaño
habitual.
- Disculpe, ¿podría decirme por qué el gato sonríe de oreja a oreja? - preguntó
Alicia
- Porque es un gato de Cheshire - dijo la duquesa - Por cierto, tengo que irme a
jugar al croquet con la reina. Toma, puedes arrullarlo tú si quieres - dijo la duquesa
lanzándole el bebé a Alicia.
Alicia se adentró de nuevo en el bosque con el bebé, que por otro lado, no se
parecía en nada a un niño. Cuando lo apoyó en el suelo éste se convirtió en cerdo
y se marchó trotando felizmente.
Alicia decidió visitar a la Liebre de marzo, ya que ya había conocido antes a otros
sombrereros.
- Me rindo, no lo sé
- Yo tampoco. No tengo la más remota idea - dijo el Sombrerero - Por cierto, son
las seis. Aquí son siempre las seis. Así que es la hora del té.
Alicia no entendía muy bien las cosas de las que hablaban la Liebre y el
Sombrerero así que decidió marcharse.
Volvió a adentrarse en el bosque cuando se encontró con un árbol con una puerta.
Entró y volvió a lla sala con la mesa de cristal. Pero esta vez Alicia lo consiguió:
cogió la llave dorada y abrió la puerta que daba al jardín, mordió un trozo de seta
hasta que midió unos 30 centímetros de altura y se adentró por el pasillo hasta
llegar al hermoso jardín.
El conejo blanco hizo sonar tres veces la trompeta y expuso en voz alta:
La muchacha dijo no saber nada del asunto de las tartaletas. El juicio continuó y
cuando el acusado de robar las tartaletas, la Jota, estaba a punto de ser
condenado Alicia intervino en su ayuda.
- ¡¡Que le corten la cabeza!! - gritó la Reina con todas sus fuerzas señalando a
Alicia
Entonces toda la baraja se elevó por el aire y cayó sobre Alicia asustándola.
Tras esto pensó en su hermana. En cómo en un tiempo se haría mayor pero pese
a eso seguro que contaría historias maravillosas a otros niños recordando con
ellas sus felices días de infancia.
El gato con botas
Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos
por herencia el molino, un asno y un gato. En el reparto el molino fue para el
mayor, el asno para el segundo y el gato para el más pequeño. Éste último se
lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.
- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo
tengo un pobre gato.
El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un
gato astuto le dio lo que pedía.
- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.
Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey,
quien le dio una propina en agradecimiento.
Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba
al Rey de parte del Marqués de Carabás.
Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y
le dijo a su amo:
- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me
encargaré del resto.
El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó
a gritar diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus
guardias que lo salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos
forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en
agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó rápidamente
que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba
especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo
que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando
pertenece al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó
de quién era aquél prado, contestaron que del Marqués de Carabás.
Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se
acercó el gato.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales
pertenecen al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de
pastel.
Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos
campos también fueran del marqués.
- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es
eso cierto?
Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil
plan.
- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros
en un animal muy pequeño como un ratón.
Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del
ogro y el gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués
de Carabás.
El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del
candidato perfecto para casarse con su hija.
Los niños, que no podían dormir de hambre que tenían, oyeron toda la
conversación y comenzaron a llorar en cuanto supieron el final que les esperaba.
Hänsel, el niño, dijo a su hermana:
- No te preocupes. Encontraré la forma de regresar a casa. Confía en mí.
Así que al día siguiente fueron los cuatro al bosque, los niños se quedaron junto a
una hoguera y no tardaron en quedarse dormidos. Cuando despertaron no había
rastro de sus padres y la pequeña Gretel empezó a llorar.
Así que los niños anduvieron perdidos por el bosque hasta que estuvieron
exhaustos y no pudieron dar un paso más del hambre que tenían. Justo entonces,
se encontraron con una casa de ensueño hecha de pan y cubierta de bizcocho y
cuyas ventanas eran de azúcar. Tenían tanta hambre, que enseguida se lanzaron
a comer sobre ella. De repente se abrió la puerta de la casa y salió de ella una
vieja que parecía amable.
La vieja les dio de comer y les ofreció una cama en la que dormir. Pero pese a su
bondad, había algo raro en ella.
Por la mañana temprano, cogió a Hänsel y lo encerró en el establo mientras el
pobre no dejaba de gritar.
Con muy malos modos despertó a su hermana y le dijo que fuese a por agua para
preparar algo de comer, pues su hermano debía engordar cuanto antes para
poder comérselo. La pequeña Gretel se dio cuenta entonces de que no era una
vieja, sino una malvada bruja.
Pero cuando la bruja metió la cabeza dentro del horno, la pequeña le dio un buen
empujón y cerró la puerta. Acto seguido corrió hasta el establo para liberar a su
hermano.
Los dos pequeños se abrazaron y lloraron de alegría al ver que habían salido
vivos de aquella horrible situación. Estaban a punto de marcharse cuando se les
ocurrió echar un vistazo por la casa de la bruja y, ¡qué sorpresa! Encontraron
cajas llenas de perlas y piedras preciosas, así que se llenaron los bolsillos y se
dispusieron a volver a casa.
Pero cuando llegaron al río y vieron que no había ni una tabla ni una barquita para
cruzarlos creyeron que no lo lograrían. Menos mal que por allí pasó un gentil pato
y les ayudó amablemente a cruzar el río.
Al otro lado de la orilla, continuaron corriendo hasta que vieron a lo lejos la casa
de sus padres, quienes se alegraron muchísimo cuando los vieron aparecer, y
más aún, cuando vieron lo que traían escondido en sus bolsillos. En ese instante
supieron que vivirían el resto de sus días felices los cuatro y sin pasar penuria
alguna.
INFANTILES
El misterio del tarro de miel
Autor: Eva María Rodríguez
El misterio del tarro de miel En una cabaña en medio del bosque vivían Don
Antonio y Doña Antonia, junto a sus dos perros, varios gatos, una vaca y tres
ovejas.
Una vez a la semana Don Antonio salía a recoger miel a unas colmenas que había
cerca de su casa. Cuando llegaba a casa Don Antonio dejaba el tarro con la miel
en la mesa del porche y se iba a atender otras tareas.
Doña Antonia, un rato después, recogía la miel. Una parte la empleaba para hacer
galletas o magdalenas y la otra la guardaba para endulzar la leche, el yogur o para
otros usos.
Un día, cuando Doña Antonia fue a recoger el tarro de miel, vio que este estaba
vacío, así que no pudo hacer galletas ni magdalenas.
Cuando Don Antonio vio que no había dulces a la hora de la merienda le preguntó
a Doña Antonia:
-Esposa mía, ¿ha ocurrido algo? Echo de menos tus deliciosos dulces de miel.
Doña Antonia respondió:
-El tarro de miel estaba vacío.
Don Antonio se quedó muy extrañado y dijo:
-Esta mañana dejé el tarro lleno en el porche. No sé qué habrá pasado. Mañana
mismo iré de nuevo a por miel.
Y así lo hizo. Pero cuando Doña Antonia fue a buscar el tarro este estaba vacío,
otra vez.
Don Antonio volvió a por miel al día siguiente. Pero una vez más, cuando Doña
Antonia salió a buscar la miel, el tarro estaba vacío.
-Está claro que hay un ladrón que se lleva la miel -dijo Don Antonio
-Lo que no entiendo es por qué el ladrón no se lleva el tarro - Dijo Doña Antonia.
Ambos acordaron esconderse y esperar para descubrir al ladrón. Y eso hicieron.
Después de esperar un buen rato, Don Antonio y Doña Antonia vieron acercarse al
ladrón.
-¡Un oso! -exclamaron los dos a la vez.
Un pequeño osezno era el ladrón que se comía la miel que Don Antonio
recolectaba. Desde ese día, Don Antonio trae todas las semanas dos tarros de
miel. Uno lo deja en el porche para que se lo coma el osito. El otro lo lleva
directamente a la cocina, para evitar que el oso se coma toda la miel.
Claudia y la mariposa
Autor: Eva María Rodríguez
Claudia y la mariposa Claudia estaba jugando en el parque cuando, de repente,
vio una mariposa posada en un flor. Claudia se acercó hacia ella. No quería
asustarla. Cuando estaba cerca, la niña se acercó despacito para ver bien a la
hermosa mariposa.
-¡Qué bonita eres! -dijo la niña, muy bajito.
La mariposa, como si la hubiera entendido, batió dos veces sus alas. A Claudia le
encantó ver aquello, y dijo:
-¡Y qué simpática!
La mariposa volvió a batir sus alas, para regocijo de la niña. Y así se pasaron un
buen rato Claudia y la mariposa, una diciéndole cosas bonitas y la otra batiendo
sus alas para la niña.
Al día siguiente Claudia volvió al parque y se acercó a la flor donde había estado
la hermosa mariposa el día anterior. Y allí estaba. La mariposa, en cuanto Claudia
llegó, empezó a batir sus alas. Pero esta vez se elevó en el aire y se posó en el
brazo de la niña, que la miraba admirada y contenta.
La risa de la niña debió gustar a la mariposa, que empezó a revolotear a su
alrededor, posándose en su nariz, en su hombro, en sus pies e incluso en sus
orejas.
Un día unos niños que habían estado observando a Claudia jugando con la
mariposa llegaron una red y un frasco de cristal con la tapa agujereada. Su
intención estaba clara: atrapar a la mariposa sin levantar sospechas.
Los niños echaron la red y cazaron a la mariposa. Pero Claudia la liberó justo a
tiempo y los niños no pudieron meterla en el bote.
Al día siguiente Claudia volvió al lugar del parque donde se encontraba con la
mariposa. Pero esta vez no estaba allí. Estaba a punto de irse cuando un perro
empezó a ladrar. Claudia miró y vio que un perro enorme iba corriendo hacia ella.
La niña quiso salir corriendo, pero el miedo la dejó paralizada.
Pero cuando el perro estaba a punto de llegar hasta la niña apareció la mariposa,
que se puso a revolotear alrededor del perro y a posarse en su nariz. Esto
despistó al perro. En ese momento llegó la madre de Claudia, la cogió en brazos y
salió con corriendo con la niña, que se abrazaba fuertemente a su madre mientras
veía cómo su amiga mariposa despistaba a aquel enorme perro.
Claudia y la mariposa-Me ha salvado, mamá -dijo la niña-. La mariposa me ha
salvado. Yo la salvé a ella y ella ha hecho lo mismo por mí.
-Hiciste bien respetándola. Si la hubieras cazado o la hubieras molestado ella no
hubiera estado por allí y ese perro te habría mordido.
Claudia siguió acudiendo a ver a su amiga mariposa, que siempre aparece cuando
Claudia llega, cada día acompañada por nuevas compañeras aladas. ¡Qué
hermoso es ver a las mariposas volar libres entre las flores y los árboles!
El extraño caso del ladrón de globos
Autor: Eva María Rodríguez
El extraño caso del ladrón de globos Había una vez un ladrón muy peculiar que se
dedicada a robar los globos a los niños. El ladrón permanecía escondido hasta un
niño inflaba un globo y, en cuanto lo ataba, salía corriendo y le quitaba el globo.
Pronto corrió la noticia de que había un ladrón que robaba los globos a los niños
nada más hincharlos, así que la gente empezó a tomar precauciones. Niños y
mayores se rodeaban de gente para hinchar sus globos y enseguida les colocaban
una cuerda que ataban a sus muñecas para que el ladrón no pudiera llevárselos.
-¡Maldición! -dijo el ladrón de globos cuando descubrió lo que estaba haciendo la
gente-. Tendré que cambiar de estrategia.
Por aquellos días llegó a la ciudad una caravana de feriantes. Y entre los puestos
de algodón dulce y manzanas caramelizadas se colocó un vendedor de globos.
-Esos sí que son buenos globos -dijo el ladrón-. ¡Qué maravilla! ¡Si flotan y todo!
Tengo que conseguir unos cuantos.
Pero los globos estaban muy bien atados. Además, el vendedor no se separaba
de ellos.
-Se los quitaré a los niños antes de que se los aten a la muñeca -pensó el ladrón.
El ladrón se escondió muy bien y, en cuanto el vendedor soltaba el globo del
racimo para dárselo al niño, salía corriendo a la velocidad del rayo y se lo llevaba.
-Esto tiene que acabar -dijo el capitán de policía-. Hay que pensar algo para
atrapar a este malhechor.
-Tengo una idea -dijo el agente Ramírez-. El ladrón debe ser bastante pequeño
para pasar desapercibido, así he pesando que…. -Y le contó su plan.
-No hay nadie tan grande como para poder llevar a cabo ese plan -dijo el capitán.
-Sin ánimo de ofender, capitán, usted es bastante grande -dijo el agente Ramírez-.
Pesa por lo menos 120 kilos, y si le añadimos algo de peso para ayudarle….
-Vale, vale, está bien, Ramírez -dijo el capitán-. Mañana mismo lo haremos.
Al día siguiente, el gran capitán de policía se disfrazó de vendedor de globos y
cogió un racimo de globos enorme. Como el que no quiere la cosa, hizo como que
se despistaba y enganchó el racimo de globos en un gancho que habían colocado
estratégicamente en un banco del parque donde estaban los puestos de los
feriantes.
En cuanto lo vio, el ladrón salió corriendo y cogió el racimo de globos. Pero el
racimo tenía tantos globos y el ladrón era tan pequeño que no pudo sujetarlos y
salió volando con ellos.
-¡Suelta los globos! -le gritaban desde abajo. Pero el ladrón no estaba dispuesto a
renunciar a sus globos, y se fue volando con ellos.
Los policías tuvieron que seguir al ladrón y esperar a que los globos fuera
perdiendo aire para que el ladrón pudiera aterrizar. Allí lo apresaron y lo llevaron al
calabozo.
El ladrón de globos fue condenado a inflar los globos de los niños pequeños hasta
que aprendiera a portarse bien. Pero el ladrón estaba tan contento inflando globos
que decidió seguir ayudando a los niños. Y así se quedaron todos contentos.
La niña solitaria
Autor: Eva María Rodríguez
La niña solitaria Había una vez una niña llamada Elisa que siempre estaba sola.
Elisa no hablaba con nadie en todo el día. En el recreo se ponía lejos de los
demás y no quería jugar con nadie. En clase no hablaba nunca, y siempre
respondía haciendo señales con la cabeza o con la mano.
Por la tarde Elisa no salía a jugar al parque. Y si la obligaban a ir, Elisa se
quedaba sentada en un banco, dando la espalda a los demás niños.
Nadie sabía por qué Elisa se alejaba de la gente. Tampoco sabía por qué no
hablaba.
-A lo mejor es muda -pensaban algunos niños. Pero no, Elisa no era muda.
Porque alguna vez la habían oído decir algo, muy bajito.
Al principio, los niños se acercaban a Elisa e intentaban hablar con ella. La
invitaban a jugar y le ofrecían galletas y gominolas. Pero Elisa siempre se daba la
vuelta, se iba o se escondía. Así que los niños dejaron de acercarse y de hablar
con ella.
Un día todos los niños fueron de excursión. Elisa estaba muy molesta, pero no
tuvo más remedio que ir. Se sentó sola en el autobús y no dejó de mirar por la
ventana durante todo el camino.
Fueron a una granja. Allí vieron muchos animales, les dieron de comer e incluso
pudieron acariciar a alguno. Ordenaron una vaca, recogieron huevos e hicieron
otras muchas cosas interesante. Elisa, como era de esperar, ni se acercó.
Ya casi había acabado de hacer la visita cuando un gran trueno rompió el cielo. Y
empezó a llover con fuerza. Todos los niños fueron corriendo al establo más
cercano, un poco asustados.
-¿Estamos todos? -preguntó la maestra?-. Vamos a contarnos.
Faltaba uno. Faltaba Elisa.
-Hay que ir a buscarla -dijo uno de los niños.
-Sí, pobrecita -dijo otro.
-Yo iré -dijo uno de los trabajadores de la granja, que estaba con ellos-. No os
preocupéis. Es la niña que no quería acercarse ni contestaba cuando le hablaba
alguien, ¿cierto?
-Sí -contestaron todos a coro.
El trabajador se cubrió con una capa y salió a buscar a la niña. La encontró
escondida en las cuadras.
-Tranquila, Elisa -dijo el trabajador-. Me quedaré aquí contigo hasta que pare de
llover.
Elisa no dijo nada, en todo el rato que estuvieron esperando. Cuando por fin
pudieron salir, Elisa fue con su acompañante a buscar a los demás. Cuando llegó
todos los niños estaban ya fuera del establo.
-¡Elisa, Elisa! -gritaron los niños. Y fueron a abrazarla.
-Estábamos preocupados por ti. ¡Qué susto nos has dado!
Ella no sabía qué hacer. Estaba un poco agobiada con tanto abrazo. Tímidamente,
consiguió decir:
-Gracias, estoy bien. Siento haberme quedado atrás. Creí que no queríais saber
nada de mí -dijo de pronto Elisa.
-¿Por qué? -dijo la maestra-. Todos te dejan espacio porque parece que quieres
estar sola.
-No quiero estar sola -dijo Elisa-. Mi madre dice que soy muy tímida.
-Pues eso tiene arreglo -dijo una niña-. ¡Vamos a bailar!
Todos los niños empezaron a bailar y a cantar alrededor de Elisa para celebrar
que estaba bien. Elisa, poco a poco se fue contagiando de su alegría. Una niña le
cogió la mano y Elisa se dejó llevar.
Desde entonces Elisa siempre tiene alguien con ella. Aunque le cuesta, se
esfuerza por estar con los demás. Y como todos saben lo que le pasa, procuran
tratarla con cariño y dulzura. Y así Elisa nunca volvió a estar sola.