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AMOR

Ciruelas por basura

Adaptación del cuento popular de Bulgaria

Érase una vez un campesino que se ganaba la vida cultivando hortalizas y frutas
que luego vendía en el mercado. Con el dinero que obtenía, compraba todo lo
necesario para sacar adelante a su mujer y a su hijo.

El hombre era muy feliz porque tenía una esposa estupenda y se sentía muy
orgulloso de su hijo, un chico fantástico siempre dispuesto a ayudar en las duras
labores del campo y a colaborar en todo lo que hiciera falta. Además de
trabajador, el joven era muy educado, sensible y buena persona.

Tenía 28 años y el matrimonio creía que ya era hora de que conociese a la


persona adecuada para casarse y formar su propia familia ¡Además, los dos
estaban deseando ser abuelos!

Solo había un problemilla: el chico era muy tímido con las mujeres y todavía no se
había enamorado nunca de ninguna.

El padre pensó que podía echarle una mano y se propuso encontrar una buena
chica para su amado hijo. Un buen día, sin decir nada a nadie, cogió un enorme
saco y lo llenó de jugosas ciruelas amarillas que él mismo había recogido la tarde
anterior. Después lo metió en un pequeño carruaje que enganchó a su viejo
caballo y se fue al pueblo más cercano.

Se dirigió a la plaza donde estaba el mercado y vio que estaba repleta de gente.
Se situó en el centro y empezó a gritar como un descosido para que se le
escuchara bien:

– ¡Cambio ciruelas por basura! ¡Cambio ciruelas por basura!

Aparentemente el campesino proponía un intercambio genial, así que como es


lógico, todas las mujeres del pueblo empezaron a barrer y a limpiar sus casas para
acumular la mayor cantidad de basura posible y cambiarla por fruta.

Imagínate la extraña escena: las señoras se acercaban al campesino cargadas


con las bolsas, este las recogía, y a cambio les daba exquisitas ciruelas. Cuando
terminaba, se subía al caballo, se iba a otro pueblo, buscaba la plaza más
concurrida y repetía la operación.
– ¡Cambio ciruelas por basura! ¡Cambio ciruelas por basura!

La propuesta volvía a surtir el efecto deseado: todas las mujeres se ponían a


recoger la porquería que tenían desperdigada por la casa, llenaban varias bolsas y
se la llevaban al campesino, que muy generoso, les regalaba kilos de ciruelas
¡Para ellas el trato no podía ser más ventajoso!

Ocurrió que llegó a un pueblo en el que nunca había estado, y al igual que en las
ocasiones anteriores, buscó el lugar donde estaba la muchedumbre y empezó a
anunciar su oferta.

– ¡Cambio ciruelas por basura! ¡Cambio ciruelas por basura!

Una vez más las mujeres se pusieron a limpiar sus casas y salieron
entusiasmadas con las bolsas repletas de desperdicios. Todas, excepto una
preciosa muchacha que se acercó al campesino con una bolsita muy pequeña,
más o menos del tamaño de un monedero.

– ¡Vaya, jovencita, qué poca basura me traes!

La chica, un poco avergonzada, le explicó:

– Lo siento, pero es que yo barro y recojo todos los días la casa porque me gusta
tenerla bonita y aseada ¡Esto es lo único que he podido reunir!

El hombre intentó disimular su emoción.

– ¿Cómo te llamas?

– Mi nombre es Irina, señor.

– ¿Estás casada, Irina?

La chica se puso colorada como un tomate.

– No, no lo estoy; trabajo mucho y aún no he conocido a ningún chico que


merezca la pena, pero sé que algún día me casaré y formaré una familia
numerosa porque ¡me encantan los niños!

El campesino se quedó encandilado por su dulzura y tuvo claro que era la chica
perfecta para su hijo, justo lo que estaba buscando ¡Su plan había funcionado!

Le cogió las manos con afecto, la miró a los ojos, y se lo confesó todo.
– Irina, tengo algo que decirte: he montado todo este tinglado de cambiar basura
por ciruelas con el fin de encontrar una mujer buena y hacendosa. Tú eres la única
que vino a mí con una bolsa pequeñita porque tu casa está siempre limpia y
reluciente; en ella no hay basura acumulada y eso me demuestra que eres
trabajadora, cuidas tus cosas y te preocupas por lo que te rodea.

– Ya, pero… ¿para qué quiere encontrar una chica como yo?

– Pues porque tengo un hijo maravilloso que está deseando casarse y formar una
familia, pero el pobre trabaja tanto que nunca tiene tiempo para conocer
muchachas de su edad. Por lo que acabas de contarme a ti te pasa lo mismo, así
que creo que no sería mala idea que os conocierais.

– No, no sería mala idea…

– ¡Pues no se hable más! Te invito a merendar a mi casa ¡Me da en la nariz que


os vais a caer muy bien!

– ¡De acuerdo! Me vendrá bien tomarme una tarde libre y hacer un nuevo amigo.

El hijo del campesino estaba podando unas rosas en la entrada cuando vio
aparecer a su padre a caballo, acompañado de una mujer desconocida pero
realmente hermosa. Al llegar junto a él, ambos se bajaron del caballo.

– Hijo mío, esta es Irina, una nueva amiga que quiero presentarte. La he invitado a
merendar con nosotros para que la conozcas y de paso pruebe el riquísimo
bizcocho de naranja que prepara tu madre ¿Te parece bien?

Ni el joven ni Irina escucharon lo que el campesino estaba diciendo porque el


flechazo fue instantáneo y ambos se quedaron totalmente embobados mirándose
a los ojos, ajenos al resto del mundo.

El campesino se dio cuenta y se alejó en silencio con una sonrisa en los labios.
Sabía que los jóvenes acababan de enamorarse y todo gracias a la curiosa
prueba de cambiar ciruelas por basura.

(c) CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA


Riquete el del copete
Autor: Charles Perrault

Érase una vez una reina que dio a luz a un niño muy feo con un copete de pelo
sobre la frente. La reina comenzó a llorar en cuanto lo vio, pero un hada que
estaba presente en el momento de su alumbramiento le dijo:

- No os preocupéis majestad, porque será un niño muy inteligente y además


tendrá el don de poder hacer inteligente a la persona de la que se enamore.

Al oír sus palabras la reina se consoló un poco, y lo cierto es que con el tiempo, el
pequeño demostró sobradamente su inteligencia. Riquete el del Copete, pues así
lo llamaba todo el mundo, acabó convirtiéndose en un joven locuaz e ingenioso del
que todo el mundo quedaba encantado.

Pasados siete u ocho años la reina de un reino vecino dio a luz a dos niñas. Al ver
a la primera, bellísima, la reina se puso muy contenta, pero pronto el hada que
había estado presente durante el nacimiento de Riquete el del Copete no tardó en
advertirla de que la princesa sería tan hermosa como estúpida. La Reina se
entristeció cuando oyó esto, pero lo hizo aún más cuando vio que la segunda niña
a la que acababa de dar a luz era terriblemente fea.

- Tranquila majestad, vuestra hija tendrá tanta inteligencia como fealdad.


- Pero, ¿y qué ocurrirá con la mayor? ¿No podríais darle algo de inteligencia?
- Lo siento mucho, todo lo que puedo hacer es concederle el don de convertir
hermosa a la persona de la que se enamore.

Pasaron los años, y con ellos las virtudes, pero también los defectos de las dos
princesas se acentuaban más y más. Al verlas a las dos todo el mundo se
acercaba a la mayor para admirarla, pero en seguida perdían el interés cuando la
oían decir tonterías constantemente. De modo que la pequeña acababa captando
todo el interés gracias a su interesante conversación.

La princesa mayor se sentía tremendamente sola y por eso un día decidió ir al


bosque a llorar en soledad. Allí se encontró con un hombrecillo muy feo. Se
trataba del príncipe Riquete el del Copete, que había venido en su busca desde
muy lejos pues estaba enamorado de su belleza.

- No entiendo que hace llorando una criatura tan bella como vos.
- Preferiría ser tan fea como vos y tener inteligencia en lugar de ser tan bella y tan
tonta.
- Señora, si esa es la causa de todos vuestros males creo que podré ponerle fin.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?
- Tengo el don de hacer inteligente a la persona a la que más ame, y esa sois vos,
así que sólo tenéis que casaros conmigo…

La princesa no supo que decir, pero rápidamente Riquete el del Copete añadió:
- No os preocupéis, no tenéis que responderme ahora. Podéis tomaros un tiempo
para pensarlo.

Al cabo de un tiempo la princesa, que estaba deseando tener inteligencia, dijo a


Riquete el del Copete que se comprometía a casarse con él dentro de un año.

Desde ese mismo instante algo cambió en la princesa. Podía expresarse


fácilmente y lo hacía con gran corrección y exquisitos modales. Cuando volvió al
palacio todo el mundo quedó maravillado ante el cambio tan extraordinario que
había experimentado y no tardaron en llegar príncipes de reinos vecinos que
buscaban conquistar su corazón.

Llegó uno rico y apuesto y aunque le gustó desde el primer momento decidió ir a
pensar al bosque. Allí se encontró con un grupo numeroso de cocineros que
preparaban un gran banquete.

Pero cuando preguntó para quien trabajaban le respondieron que para la boda del
príncipe Riquete el del Copete que se celebraba al día siguiente. ¡La princesa lo
había olvidado por completo al volverse inteligente y olvidar todas sus tonterías!

En ese momento el príncipe Riquete el del Copete apareció por allí.

- Disculpadme pero creo que no voy a poder corresponderos como vos esperáis.
- ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? ¿Hay algo en mí que no sea mi fealdad y no os
guste?
- No, no lo hay. Sois un hombre inteligente, bueno y educado
- Entonces está en vuestra mano convertirme en el hombre más bello de entre
todos los hombres.
- ¿En mi mano? - dijo la princesa sorprendida
- La misma hada que me concedió el don de hacer inteligente a quien amase os
concedió a vos al nacer el don de hacer hermosa a la persona a quien amáseis.
- Nada me gustaría más. Deseo con todo mi corazón que os convirtáis en el
príncipe más hermoso y agradable del mundo.

Y en cuanto la princesa pronunció estas palabras Riquete el del Copete se


convirtió en el hombre mejor plantado y más agradable que jamás había conocido.

Hay quien dice que nada tuvo que ver el hada y que todo fue fruto del amor de la
princesa, que fue capaz.
La Bella y la Bestia

Autor: Madame Leprince de Beaumont

Había una vez un mercader adinerado que tenía tres hijas. Las tres eran muy
hermosas, pero lo era especialmente la más joven, a quien todos llamaban desde
pequeña Bella. Además de bonita, era también bondadosa y por eso sus
orgullosas hermanas la envidiaban y la consideraban estúpida por pasar el día
tocando el piano y rodeada de libros.

Sucedió que repentinamente el mercader perdió todo cuanto tenía y no le quedó


nada más que una humilde casa en el campo. Tuvo que trasladarse allí con sus
hijas y les dijo que no les quedaba más remedio que aprender a labrar la tierra.
Las dos hermanas mayores se negaron desde el primer momento mientras que
Bella se enfrentó con determinación a la situación:

- Llorando no conseguiré nada, trabajando sí. Puedo ser feliz aunque sea pobre.

Así que Bella era quien lo hacía todo. Preparaba la comida, limpiaba la casa,
cultivaba la tierra y hasta encontraba tiempo para leer. Sus hermanas, lejos de
estarle agradecidas, la insultaban y se burlaban de ella.

Llevaban un año viviendo así cuando el mercader recibió una carta en la que le
informaban de que un barco que acababa de arribar traía mercancías suyas. Al oír
las noticias las hijas mayores sólo pensaron en que podrían recuperar su vida
anterior y se apresuraron a pedirle a su padre que les trajera caros vestidos. Bella
en cambio, sólo pidió a su padre unas sencillas rosas ya que por allí no crecía
ninguna.

Pero el mercader apenas pudo recuperar sus mercancías y volvió tan pobre como
antes. Cuando no le quedaba mucho para llegar hasta la casa, se desató una
tormenta de aire y nieve terrible. Estaba muerto de frío y hambre y los aullidos de
los lobos sonaban cada vez más cerca. Entonces, vio una lejana luz que provenía
de un castillo.

Al llegar al castillo entró dentro y no encontró a nadie. Sin embargo, el fuego


estaba encendido y la mesa rebosaba comida. Tenía tanta hambre que no pudo
evitar probarla.

Se sintió tan cansado que encontró un aposento y se acostó en la cama. Al día


siguiente encontró ropas limpias en su habitación y una taza de chocolate caliente
esperándole. El hombre estaba seguro de que el castillo tenía que ser de un hada
buena.
A punto estaba de marcharse y al ver las rosas del jardín recordó la promesa que
había hecho a Bella. Se dispuso a cortarlas cuando sonó un estruendo terrible y
apareció ante él una bestia enorme.

- ¿Así es como pagáis mi gratitud?

- ¡Lo siento! Yo sólo pretendía… son para una de mis hijas…

- ¡Basta! Os perdonaré la vida con la condición de que una de vuestras hijas me


ofrezca la suya a cambio. Ahora ¡iros!

El hombre llegó a casa exhausto y apesadumbrado porque sabía que sería la


última vez que volvería a ver a sus tres hijas.

Entregó las rosas a Bella y les contó lo que había sucedido. Las hermanas de
Bella comenzaron a insultarla, a llamarla caprichosa y a decirle que tenía la culpa
de todo.

- Iré yo, dijo con firmeza

- ¿Cómo dices Bella?, preguntó el padre

- He dicho que seré yo quien vuelva al castillo y entregue su vida a la bestia. Por
favor padre.

Cuando Bella llegó al castillo se asombró de su esplendor. Más aún cuando


encontró escrito en una puerta “aposento de Bella” y encontró un piano y una
biblioteca. Pero se sentó en su cama y deseó con tristeza saber qué estaría
haciendo su padre en aquel momento. Entonces levantó la vista y vio un espejo en
el que se reflejaba su casa y a su padre llegando a ella.

Bella empezó a pensar que la bestia no era tal y que era en realidad un ser muy
amable.

Esa noche bajó a cenar y aunque estuvo muy nerviosa al principio, fue dándose
cuenta de lo humilde y bondadoso que era la bestia.

- Si hay algo que deseéis no tenéis más que pedírmelo, dijo la bestia.

Con el tiempo, Bella comenzó a sentir afecto por la bestia. Se daba cuenta de lo
mucho que se esforzaba en complacerla y todos los días descubría en él nuevas
virtudes. Pero pese a eso, cuando todos los días la bestia le preguntaba si quería
ser su esposa ella siempre contestaba con honestidad:

-La Bella y la Bestia Lo siento. Sois muy bueno conmigo pero no creo que pueda
casarme con vos.

La Bestia pese a eso no se enfadaba sino que lanzaba un largo suspiro y


desaparecía.

Un día Bella le pidió a la bestia que le dejara ir a ver a su padre, ya que había
caído enfermo. La bestia no puso ningún impedimento y sólo le pidió que por favor
volviera pronto si no quería encontrárselo muerto de tristeza.

- No dejaré que mueras bestia. Te prometo que volveré en ocho días, dijo Bella.

Bella estuvo en casa de su padre durante diez días. Pensaba ya en volver cuando
soñó con la bestia yaciendo en el jardín del castillo medio muerta.

Regresó de inmediato al castillo y no lo vió por ninguna parte. Recordó su sueño y


lo encontró en el jardín. La pobre bestia no había podido soportar estar lejos de
ella.

- No os preocupéis. Muero tranquilo porque he podido veros una vez más.

- ¡No! ¡No os podéis morir! ¡Seré vuestra esposa!

Entonces una luz maravillosa iluminó el castillo, sonaron las campanas y


estallaron fuegos artificiales. Bella se dio la vuelta hacia la bestia y, ¿dónde
estaba? En su lugar había un apuesto príncipe que le sonreía dulcemente.

- Gracias Bella. Habéis roto el hechizo. Un hada me condenó a vivir con esta
forma hasta que encontrase a una joven capaz de amarme y casarse conmigo y
vos lo habéis hecho.

El príncipe se casó con Bella y ambos vivieron juntos y felices durante muchos,
muchos años.
Piel de Asno
Autor: Charles Perrault

Érase una vez un rey afortunado y amado por su pueblo que tenía por esposa a
una hermosa y virtuosa mujer. De su unión había nacido una niña con los mismos
encantos y virtudes de su madre.

El rey era conocido por amar a los asnos, especialmente a uno, al que cuidaba
como si fuera uno más de la familia.

Pero la desgracia visitó un día al rey cuando su esposa cayó gravemente enferma.
La reina, sintiendo que se acercaba su última hora, dijo a su esposo:

-Permíteme, antes de morir, que te exija una cosa. Si quisieras volver a casarte te
ruego que encuentres una princesa más bella y mejor que yo.

Después de obtener la promesa del rey, la reina cerró los ojos para siempre.

El rey lloró sin descanso durante días y el dolor le acompañó mucho tiempo. Pero
finalmente se dio cuenta de que tenía que volver a casarse, pues no tenía hijo
varón que heredara el reino.

El rey empezó a buscar esposa, pero si igualar la belleza y virtudes de su esposa


era difícil, más aún lo era encontrar una mujer que las superara.

Un día, después de conocer a muchas princesas y nobles casaderas sin que


ninguna le satisficiera, el rey se dio cuenta de que su hija, ya en edad de casarse,
era todavía más bonita y virtuosa que su madre. En una suerte de locura, el rey
decidió que se casaría con su hija.

La niña no quería tal cosa, por lo que partió a visitar a su hada madrina, el hada de
las Lilas, para que la ayudara. El hada, que amaba a la infanta, le dijo que ya
estaba enterada de lo que venía a decirle, pero que no se preocupara: nada podía
pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicaría.

El hada aconsejó a la princesa que le pidiera a su padre todo tipo de cosas


imposibles para lograr tenerlo entretenido. Pero su padre era diligente y conseguía
todo lo que su hija le pedía, por complicado que pareciese.

Como nada parecía funcionar, el hada le dijo a la princesa:

-Tu padre quedará un poco aturdido si le pides la piel de ese asno que ama tan
apasionadamente. Ve, y no dejes de decirle que deseas esa piel.

La princesa fue a ver a su padre y le pidió la piel de aquel bello animal. Ante la
sorpresa de la joven, el rey aceptó. El pobre asno fue sacrificado y su piel fue
entregada a la princesa.

El hada madrina fue a ver a la princesa y le dijo:

-Cúbrete con esta piel, sal del palacio y parte hasta donde la tierra pueda llevarte.
Yo me encargo de que tus cosas vayan donde tú estés. Solo tendrás que desearlo
para que tus cosas aparezcan.

La princesa se revistió con la horrible piel del asno y salió del palacio sin que nadie
la reconociera.

Al conocer su huida el rey mandó a toda la guardia que la buscara por todo el
reino. Mientras tanto, la princesa llegó muy lejos, hasta una granja de otro reino
vecino donde entró a servir. En la granja fue el blanco de las groseras bromas del
resto de sirvientes debido a la repugnancia que inspiraba su piel de asno.

Un día, la princesa decidió lavarse y ponerse sus vestidos para verse más bonita
en su cuarto, donde nadie la viera sin su piel de asno. Nadie que la hubiera visto
entonces la habría reconocido.
Un día de fiesta en que Piel de Asno se había puesto su vestido color del sol, el
hijo del rey, a quien pertenecía la granja donde trabajaba, hizo allí un alto para
descansar al volver de caza.

Mientras daba un paseo por la granja, el joven y apuesto príncipe entró por un
callejón, el callejón al que daba la ventana de Piel de Asno. El príncipe vio a la
muchacha, pero no con su piel de asno, sino arreglada con uno de sus mejores
vestidos.

El príncipe quedó prendado de ella y se escondió para que la muchacha no se


diera cuenta de que estaba allí. El príncipe fue al comedor de la granja a preguntar
quién era la joven que estaba en aquel cuarto. Le dijeron que era una sirvienta a la
que llamaban Piel de Asno por su vestidura, mugrienta y sucia.

El príncipe no hizo mucho caso de la referencias y se fue de allí, sin dejar de


pensar en la muchacha, de la que se enamoró sin remedio hasta el punto de caer
enfermo de amor.

Piel de Asno, al conocer los sentimientos del príncipe, que de sobra eran
conocidos por todo el reino, también se enamoró de él.

APiel de Asnol príncipe le costó mucho convencer a sus padres de que quería por
esposa a Piel de Asno, pues a sus padres no les parecía bien que el heredero se
casara con una sirvienta mugrienta. El príncipe accedió a casarse con quien ellos
dijeran por el bien del reino.

Pero al ver que el príncipe moría de amor, sus padres le dijeron que harían todo
cuanto estuviera en su mano para salvarlo.

El príncipe solo pidió que le encargasen a Piel de Asno que le hiciera una tarta. Un
sirviente fue a llevar el mensaje.
Piel de Asno se metió en su cuarto y se arregló para hacer la tarta, pues así se
sentía mucho mejor. Pero mientras hacía la masa se le cayó un anillo dentro.

El príncipe encontró el anillo dentro al comer la tarta. Suponiendo que ese anillo
solo podía pertenecer a una joven de alta cuna acordó con sus padres casarse
con la joven a la que le encajara en el dedo.

Todas las mujeres del reino se lo probaron, pero a ninguna le valía. Fue el propio
príncipe quien se acercó a la granja a preguntar por Piel de Asno. Ella estaba
vestida de princesa en su cuarto cuando el príncipe llegó, así que se apresuró a
colocarse la piel de asno encima.

Todo el mundo se sorprendió al ver la fina y delicada mano que salía bajo la
pezuña negra y sucia de su vestimenta, la cual se quitó para descubrirse tan
hermosa como era cuando el anillo encajó en su dedo.

El príncipe se casó con la princesa y reinaron felices para siempre.


AVENTURA
Pato Patoso

Autor: Eva María Rodríguez

Había una vez un pato muy torpe del que se reía todo el mundo. Como era el
hazmerreír del estaque todos le llamaban Pato Patoso. Y con ese nombre se
quedó.

Pato Patoso estaba dispuesto a demostrar a todos que no era tan torpe como
parecía. Tropezaba alguna que otra vez, sí, pero ¿quién no lo ha hecho alguna
vez? Pero cuanto más se esforzaba por no parecer que no era un torpe, más
veces metía la pata.

Harto ya de que todos se rieran de él, Pato Patoso abandonó el estanque, con la
idea de ir a donde no le conociera nadie, para que nadie se riera de él.

Pato Patoso pasó mucho miedo. Tuvo que esconderse de los depredadores, para
que no le comieran. Y de los cazadores, para que no le disparan.

Y así llegó un día a otro estanque lleno de animales. Era un estanque muy bonito
y muy limpio, y con mucho bullicio. Parecía un lugar alegre.

-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos -dijo Pato
Patoso. Pero allí nadie le hacía caso. Lo intentó varias veces más, pero con el
mismo resultado.

Harto de que todos le ignoraran, Pato Patoso se fue en busca de otro estanque.
Esta vez pasó menos miedo, pero tuvo que ser muy cuidadoso para no convertirse
en la cena de nadie.

Días después encontró otro estanque. Este era todavía más bonito que el anterior.
Había muchos más animales y estaba todavía más animado que el anterior.
-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos -dijo Pato
Patoso.

Pero esta vez tampoco nadie le hizo caso. Así que se marchó de nuevo.

Los peligros seguían ahí, así que Pato Patoso tuvo que ser muy cuidadoso. Y así
avanzó hasta que llegó a otro estanque. Era pequeño y había pocos animales. Y
estaba muy tranquilo. Parecía hasta triste.

-Vaya, qué triste está esto -pensó Pato Patoso-. ¿Qué habrá pasado?
Y con el mismo entusiasmo que en las otras ocasiones, Pato Patoso se dirigió a
los animales del estanque y dijo:

-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos.

-¡Pato Patoso! -gritaron todos a la vez-.

- ¡Has vuelto!

- ¡Qué alegría!

- ¡Te echábamos de menos!

Pato Patoso no se lo creía. Sin darse cuenta, había regresado a su hogar. Y todos
estaban contentos de verle.

Pato Patoso celebró con todos el regreso. Los animales se disculparon. Pato
Patoso aceptó sus disculpas y los perdonó. Y ya nadie volvió a reírse de él,
porque con tanto viaje y tanta aventura ya no era tan torpe. Y cuando metía la
pata, era él el primero que se reía de la torpeza.
El rescate del tesoro pirata

Autor: Eva María Rodríguez

El joven Tim acababa de enrolarse en la tripulación de la Isabela, una nave que se


dedicaba a llevar mercancías de acá para allá. Lo que no sabía Tim es que, en
realidad, estaba embarcando en un auténtico barco pirata. Pero para cuando lo
descubrió ya era demasiado tarde.

Tim no quería ser pirata. Él quería ser comerciante. Y estar a bordo de ese barco
lo complicaba todo. Pensando en esto estaba cuando escuchó al capitán hablar
con otros piratas:

-Tenemos que recuperar el tesoro que escondimos en Isla Madreselva. El que


robamos al barco español -dijo el capitán.

-¿El cofre que iba destinado a construir el orfanato? -preguntó uno de los piratas.

-Ese mismo -respondió el capitán.

Tim sintió que los carrillos se le enrojecían de rabia. Los muy rufianes habían
robado el dinero destinado a construir un orfanato. Eso sí que no lo podía
consentir. Así que decidió seguir escuchando, a ver qué podía hacer.

Los piratas hablaron largo y tendido sobre este tema, lo suficiente como para que
Tim urdiera un plan.

Dos días después avistaron Isla Madreselva. Tim se ofreció a acercarse en el bote
hasta la isla para comprobar que no había nadie. Como ni el capitán ni los demás
piratas sospechaban que Tim supiera lo del tesoro lo dejaron ir remando en el
bote.

Cuando llegó a la playa, Tim fue directamente a la cueva donde estaba escondido
el tesoro. Tras comprobar el contenido el cofre, Tim salió de la cueva. Con un tinte
rojo que había cogido de la enfermería Tim se pintó la cara y los brazos. Luego se
descolocó la ropa y se despeinó. Después fue corriendo a la playa, gritando:

-¡Huid! ¡Huid! La autoridad está aquí escondida. Os van a apresar. ¡Huid!

El vigía gritó:

-¡Es Tim! Está cubierto de sangre. Parece que lo han apresado y ha logrado
escapar para avisarnos. ¡Huyamos!
-¿Nos delatará? -preguntó uno de los piratas.

-No sabe nada -dijo el capitán-. ¡Vámonos de aquí!

Los piratas, muy asustados, izaron velas y se pusieron en marcha, sin sospechar
nada.

Cuando Tim perdió de vista el barco se lavó y se peinó. Comió lo que pudo
recolectar y cazar, reservando todo lo que pudo para los días siguientes. Por la
noche fue a por el cofre, lo cargó en el bote y empezó a remar. Remó durante
horas hasta que apareció un barco de la Armada Real.

Cuando Tim les contó lo ocurrido el capitán se sintió muy agradecido y le ofreció
un puesto de grumete en su barco. Tin aceptó sin pensarlo dos veces.

-Devolveremos este cofre a sus legítimos dueños para la construcción del


orfanato. Esa será tu primera misión -dijo el capitán.

-Sí, mi capitán -dijo Tim.

-Puede que algún día tú también seas capitán de la Armada Real -dijo el capitán.

-Nada me gustaría más, mi capitán -dijo Tim.

Y así es como empezó la historia del que un día sería el gran Capitán Tim, temido
por todos los piratas y respetado por toda la gente de bien.
Anselmo El Valiente
Autor: Eva María Rodríguez
Había una vez un caballero al que todos conocían como Anselmo El Valiente.
Pero en realidad Anselmo no tenía un pelo de valiente. Pero, ¿qué razones tenía
él para contradecir lo que la gente decía, y más cuando con ello conseguía
importantes beneficios? Y es que, allá por donde iba, a Anselmo le colmaban de
atenciones, lo que él aprovechaba sin ningún pudor.

Las gestas que se cantaban de Anselmo El Valiente eran cada vez más
conocidas. Heroicas hazañas en forma de poemas y canciones, de historias y
cuentos que, poco a poco, elevaban a Anselmo El Valiente a la categoría de
leyenda.

- Hay que ver lo que la gente es capaz de inventar de una pequeña anécdota
inventada -pensaba Anselmo cuando oía lo que se contaba sobre él.

No en vano, Anselmo era el promotor de la mayoría de esas historias. Pero no


dejaba de sorprenderse de lo fácil que era hacer creer a la gente que eres un
héroe.

Un día, Anselmo llegó a una pequeña aldea, una de tantas. Pero esta vez no
había nadie esperando para recibirle, como ocurría siempre. En realidad, la aldea
estaba desierta.

-Tal vez debería de irme -pensó Anselmo, mientras sentía cómo las piernas
empezaban a temblarle de miedo-. Si no hay nadie por algo será.

Entonces, un grito rompió el silencio.

-Seguro que es una prueba -pensó entonces Anselmo-. Quieren ponerme a


prueba. Claro, eso es. Tengo que disimular. Iré a ver qué pasa. Parece que el grito
ha salido de aquel bosque.

Anselmo sacó su espada y se dirigió hacia el bosque. Estaba muerto de miedo,


pero no podía dejar que su leyenda se echara a perder por un juego.

Otro grito le hizo dar un respingo. Pero Anselmo siguió adelante, temblando como
una hoja, sí, pero continuó.

Anselmo llegó a una cueva. Un leve resplandor anunciaba que allí dentro había
alguien.
-Me estarán esperando dentro, seguro -pensó Anselmo-.Vamos allá.

Pero cuando entró, Anselmo descubrió algo que le heló la sangre. Decenas de
personas enjauladas, agotadas, le miraban expectantes. Las jaulas estaban
colocadas alrededor de una pequeña hoguera.

-Esto no es ninguna broma -pensó Anselmo.

-Mirad, es Anselmo El Valiente. Viene a rescatarnos -se oía decir.

Pero Anselmo estaba paralizado. No sabía qué hacer. Entonces, un dragón


enorme salió del fondo de la cueva. Anselmo salió corriendo antes de que el fuego
que empezó a escupir el dragón le alcanzase el trasero.

-Tengo que hacer algo por esa gente -pensó Anselmo, cuando se vio a salvo-.
Tengo que ser el caballero valiente que todos creen que soy. Pero tengo miedo,
mucho miedo.

Varios gritos llegaron hasta él. Cada vez más fuertes y espeluznantes.

-Tengo que hacer algo por esa gente -pensó Anselmo-. Ellos confían en mí.

Venciendo sus miedos, Anselmo regresó a la cueva. La poca luz que había le
permitió deslizarse sin ser visto. Con su espada empezó a cortar las cuerdas que
cerraban las jaulas.

-Salid despacio y sin hacer ruido -susurraba Anselmo.

Cuando todos estaban fuera, el dragón salió de su escondite al fondo de la cueva.


Anselmo quiso salir corriendo, pero se le enredaron los pies entre algunas cuerdas
y cayó al suelo.

Tirado en el suelo, sabedor de que aquello era el fin, Anselmo levantó su espada y
le gritó al dragón:

-Vamos, valiente, atrévete a escupir tu fuego sobre mí. Verás lo que es capaz de
hacer mi espada.

Al oír aquello, el dragón se asustó y se fue. Cuando lo vieron huir, todas las
personas liberadas, que esperaban escondidas en el bosque, fueron a buscar a
Anselmo.

-¿Qué te ha parecido nuestro truco? -preguntó un hombre que estaba ayudando a


Anselmo a levantarse.

-¿Qué? -preguntó Anselmo.

-Queríamos tener una historia propia que contar sobre las heroicidades de
Anselmo El Valiente y, ¿sabes qué? Ha sido mejor de lo que esperábamos.

Ese día Anselmo convirtió su leyenda en realidad, aunque eso era algo que solo él
sabía. Y se siente como un verdadero héroe, uno que ha sido capaz de
sobreponerse a sus miedos para hacer justicia y ayudar a los demás.
El sastrecillo valiente
Autor: Hermanos Grimm
Había una vez un sastrecillo que cosía alegremente un jubón en su taller. Pasó
por allí una aldeana vendiendo mermelada y el sastre, que era muy goloso, la
llamó para comprarle una poca.

Después se preparó una rebanada de pan con la rica mermelada y siguió


cosiendo. Mientras tanto las moscas empezaron a llenar el pan y cuando el
sastrecillo las vio, dio sobre la mesa un fuerte golpe para ahuyentarlas. Al levantar
la mano se sorprendió de su propia fuerza:

- ¡Pero si he matado siete de un golpe! ¡Esto sí es ser valiente! ¡Voy a contárselo a


todo el mundo!

Así que el pequeño sastre se cosió un cinturón en el que bordó la frase “Siete de
un golpe” y salió lleno de orgullo a recorrer el mundo.

Llegó a lo alto de una montaña y allí se encontró a un gigante. Al ver éste lo que
decía el cinturón del sastrecillo lo miró con desprecio y finalmente lo desafió.

- ¿Tan valiente eres que derribaste a siete de un golpe?


- Sí señor, a siete.
- ¡Si es así demuéstralo! Ven a mi cueva a pasar la noche si te atreves.
- ¡Iré encantado!

La cueva era muy grande y aunque el gigante ofreció una cama al sastrecillo, él
prefirió pasar la noche acurrucado en una esquina.

A media noche, el malvado gigante, que creía que el sastrecillo dormía


plácidamente en la cama, cogió una barra de hierro y dió un golpe sobre ella.
Pero cuando al día siguiente el gigante vió que el sastrecillo estaba vivo, tuvo
tanto miedo de que quisiera acabar con él que huyó atemorizado.

El sastrecillo continuó con su viaje y llegó al palacio del Rey. Como estaba muy
cansado de tanto andar, se tumbó un rato a descansar. Mientras dormía unas
gentes leyeron la inscripción de su cinturón: “Siete de un golpe” y como creyeron
que se trataba de un importante caballero corrieron a informar al Rey.

El Rey quiso contratarlo, pero no acababa de estar seguro, así que quiso ponerlo
a prueba.

- Deberás acabar con los dos gigantes que hay en el bosque y que asolan mi
reino. Te advierto que son malvados y que nadie se atreve a acercarse a ellos, así
que si lo consigues te otorgaré en señal de gratitud la mano de mi hija y la mitad
de mi reino.
- ¡Acepto!, dijo con firmeza el sastrecillo.

Al llegar al bosque el sastrecillo se encontró a las dos bestias durmiendo


profundamente.

Observó que justo encima de ellos caían las ramas de un árbol. Se llenó los
bolsillos de piedras y se subió a las ramas. Empezó a lanzar las piedras sobre el
pecho de uno de los gigantes, que al cabo de un rato se dio cuenta y se despertó
gritándole al otro:

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me pegas?


- ¡Pero qué dices! ¡Estás soñando!

Se volvieron a dormir y el sastrecillo volvió a lanzar piedras sobre el pecho, esta


vez, sobre el otro gigante.

- ¿Pero qué haces?, gritó malhumorado el gigante


- Nada, estaba durmiendo. ¡Pero me acabas de despertar!
- ¡Mentira, me estabas tirando piedras!

Discutieron un rato los dos gigantes, pero como estaban tan cansados no duró
mucho la riña y se volvieron a dormir. En ese momento el sastrecillo lanzó la
piedra más grande que guardaba sobre el primer gigante.

- ¡¡Ahora si que te has pasado!! - dijo el gigante, y saltó sobre su compañero y se


enzarzaron en una disputa con todas sus fuerzas en la que arrancaron incluso
troncos de cuajo y que finalmente acabó con la muerte de los dos.

Con su objetivo cumplido, el sastrecillo volvió al reino diciendo que había sido él
quien los había matado.

Pero el Rey seguía dudando así que le puso un nuevo reto.

- Antes de tomar la mano de mi hija y la mitad de mi reino tendrás que capturar al


unicornio que hay en el bosque.

El sastrecillo salió en su búsqueda provisto de una cuerda y un hacha y en cuanto


lo vió, éste corrió velozmente a embestirlo. Pero el sastrecillo fue más listo y se
ocultó rápidamente tras un árbol, lo que hizo que el unicornio quedara clavado con
toda su furia en el árbol. El sastrecillo le ató la cuerda al cuello, cortó con el hacha
el cuerno y volvió a presentarse ante el Rey.

Pero el monarca seguía sin estar conforme y le ordenó una nueva tarea.

- Tendrás que cazar al jabalí que hay suelto por el bosque y que produce tantos
destrozos.

El sastrecillo volvió al bosque y en cuanto el jabalí lo vió, corrió contra él dispuesto


a hacerlo añicos. El sastrecillo vio entonces una capilla que había muy cerca y de
un salto se subió a una de sus ventanas. El jabalí entró dentro de la capilla y
cuando quiso salir se encontró con que el sastrecillo había cerrado la puerta por
fuera.

De nuevo volvió el sastrecillo a palacio henchido de orgullo y esta vez el Rey no


tuvo más remedio que aceptar que se casara con su hija y se quedara con la
mitad de su reino.

Pasado el tiempo la princesa oyó a su marido hablar en sueños:

- ¡Muchacho, acábame el jubón y cose los pantalones si no quieres que te mida la


espalda con esta vara!

Rápidamente creyó que su esposo no era un guerrero sino un vulgar sastre y se


presentó ante el Rey exigiendo el divorcio. Su padre decidió que dejase la puerta
abierta del dormitorio la próxima noche y cuando el sastre volviera a repetir sus
palabras, los guardias reales lo capturarían y conducirían a un lugar lejano por
impostor.

Pero las palabras del Rey fueron oídas por un escudero fiel al sastrecillo que
acudió a contarle el plan que tenían contra él.

Al día siguiente, cuando la princesa creía que su marido dormía se levantó a abrir
la puerta y entonces él, que se hacía el dormido pero estaba en realidad bien
despierto, comenzó a gritar:

- ¡Muchacho, acábame el jubón y cose los pantalones o te mediré la espalda con


esta vara! ¡Por algo he matado a siete de un golpe, a dos gigantes, un unicornio y
un jabalí!

Tras estas palabras nadie más volvió a cuestionar al sastrecillo y menos aún, a
enfrentarse a él.
FANTASIA
La Gran Carrera del Mundo Mágico
Autor: Eva María Rodríguez
Duendes y hadas habitaban todos juntos en el reino de Mundo Mágico, un lugar
donde la magia y la fantasía brotaban por todas partes.

Un día, a alguien se le ocurrió organizar una competición para ver quiénes eran
mejores, si los duendes o las hadas. A todos les pareció una gran idea, pero no se
ponían de acuerdo en el tipo de competición que sería más justa. Las hadas
tenían alas, y eso era una gran ventaja si decidían hacer una carrera. Después de
mucho discutir, decidieron entre todos que lo mejor sería hacer una carrera
ciclista.

Duendes y hadas empezaron a montar en bici durante varias horas


al día. Tenían que ponerse en forma para la carrera. El premio era
increíble: el que ganara gobernaría sobre Mundo Mágico para
siempre.

La noticia de la carrera ciclista de Mundo Mágico llegó a todos los rincones del
reino. Cuando las brujas se enteraron salieron de los escondites en los que las
hadas las habían castigado a permanecer por sus fechorías. Gobernar Mundo
Mágico era algo por lo que merecía la pena arriesgarse a incumplir el castigo que
las hadas les habían impuesto.

- Esas brujas jamás podrán con nosotros -decían los duendes-. Y si hacen trampa,
serán descalificadas.
- ¿Qué se habrán creído esas? -decían las hadas-. Si apenas pueden caminar sin
bastón, ¿cómo pensarán hacer para montar en bicicleta?

Hadas y duendes estaban muy confiados en que las brujas no tenían nada que
hacer, y siguieron con sus entrenamientos, sin prestar atención a lo que ellas
hacían.

Y llegó el día de la carrera. El juez dio el pistoletazo de salida. El equipo de las


hadas se colocó enseguida en cabeza, pedaleando con furia. Los duendes pronto
las alcanzaron, seguros de que podían ganarles. Las brujas se quedaron detrás,
pedaleando con dificultad.

A dos vueltas del final, las brujas empezaron a pedalear cada vez más y más
deprisa. En media vuelta habían acortado la distancia y casi habían alcanzado a
duendes y hadas, que se disputaban el primer puesto.
- ¡Tenemos que hacer algo! -dijo un duende.
- ¡Nos han engañado! -dijo un hada-. Nos han hecho pensar que estaban débiles y
ahora no tenemos nada que hacer. Estamos agotadas.
- ¡Nosotros también! -dijo otro duende-. ¡No podemos pedalear más rápido!

Entonces un hada tuvo una idea:


- ¿Y si nos juntamos en un mismo equipo y pedaleamos todos juntos? Entre todos
podemos plantarles cara. El más fuerte y rápido de los duendes y la más fuerte y
rápida de las hadas, que aceleren. Los demás crearemos un pelotón lento y
cerrado que impida pasar a las brujas.

A todos les pareció un idea excelente. Los más rápidos aceleraron, mientras los
demás empezaron a pedalear más despacio, formando un muro de varias hileras
por el que no había manera de pasar.

Y así fue como hadas y duendes unieron sus fuerzas para evitar que las brujas
ganaran la carrera y se hicieran con el control de Mundo Mágico.

Pero, ¿quién ganó la carrera? El duende y el hada que salieron delante decidieron
cruzar juntos la línea de meta, porque ganar una carrera no hacía a unos mejores
que a otros. Ya habían demostrado que juntos podían solucionar grandes
problemas.
Alicia en el país de las maravillas
Autor: Lewis Carroll
Una tarde calurosa de verano estaba Alicia en el río junto a su hermana. Trataba
de matar el aburrimiento como podía cuando de repente pasó por allí un conejo
que llevaba puesto un chaleco.

- ¡Voy a llegar tarde! - decía el animal mirando su reloj

Alicia lo siguió hasta una madriguera, entró tras él y cayó por un largo pozo hasta
que de repente apareció en una sala que tenía muchas puertas, y en el centro
mesita de vidrio que contenía una llave dorada. Probó a abrir con ella todas las
puertas hasta que encontró la que abría. Al otro lado había un jardín precioso pero
la puerta era demasiado pequeña para ella. Miró hacia la mesa y vio una botellita
con una etiqueta que decía: “bébeme”.

Bebió un poco que se hizo tan pequeña que pudo pasar por la puerta hasta el
jardín. Pero entonces se dio cuenta de que se había dejado la llave encima de la
mesa y ahora no llegaba hasta ella. Hasta que descubrió que debajo de la mesa
había una cajita con un pastel en el la que ponía “Cómeme”. Alicia hizo caso y
empezó a crecer y crecer hasta que llegó casi a los tres metros de altura y se
golpeó con el techo de la habitación en la cabeza. Pero claro, ahora no podía
volver al jardín y eso hizo que se pusiera a llorar.

Al cabo de un rato apareció por allí el conejo blanco con un par de guantes
blancos en una mano y un gran abanico en la otra.

- ¡La duquesa se enfadará si la hago esperar! - decía


- ¡Señor conejo! Espere un momento por favor - gritó Alicia

Pero el conejo salió corriendo a toda velocidad. Tanto, que se le cayeron los
guantes blancos y el abanico. Como hacía mucho calor en aquel lugar, Alicia cogió
el abanico del conejo y comenzó a abanicarse con él. Como se dio cuenta de que
volvía a hacerse pequeña otra vez, lo soltó rápidamente antes de que fuese
demasiado tarde.

Intentó de nuevo coger la llave de la mesa, resbaló y de repente apareció metida


en agua salada hasta la barbilla. Pero no era agua salada. ¡Era el estanque de
lágrimas que había producido antes al echarse a llorar!

Pronto el estanque se llenó de toda clase de animales: un dodo, un ratón, pájaros,


un pato… todos empezaron a nadar juntos y lograron llegar hasta la orilla del
estanque. Como todos estaban muy mojados y querían secarse, el dodo propuso
un divertido juego: todos correrían en círculo a su antojo y se detendrían en el
momento en que quisieran. Alicia pensó que era un juego un poco extraño, pero
como todos ganaron le pareció divertido.

Entonces pasó por allí de nuevo el conejo. Estaba muy nervioso y miraba a todos
lados buscando algo.

- ¡Tengo que encontrarlos! Tengo que encontrarlos como sea o sino la duquesa…

Alicia, que oyó al conejo, supo enseguida que lo que andaba buscando eran sus
guantes blancos y su abanico.

- ¡Mary Ann ve a casa ahora mismo y tráeme un par de guantes y un abanico!

Alicia pensó que le estaba confundiendo con su doncella, pero como quería
ayudarle le obedeció.
En la casa encontró una mesa sobre la que había un abanico y dos o tres pares
de diminutos guantes blancos. Al lado una botellita de cristal sin etiqueta alguna.
Decidió probarla y de repente, creció tanto que quedó encajada dentro de la casa
y ya no pudo salir.

El conejo y otros animales trataron de sacarla y hasta pensaron en quemar la casa


y finalmente sucedió que cayó una granizada de piedrecillas. Por supuesto, no
eran piedras comunes y Alicia se dio cuenta de que se convertían en pastas de té
cuando caían al suelo. Comió una y…. ¿qué creéis que pasó? Que Alicia volvió a
hacerse pequeña y salió corriendo de la casa.

Se adentró por el bosque y decidió que primero debía hacer era recuperar su
tamaño, y lo segundo, regresar al precioso jardín.

Al cabo de un rato se encontró con una oruga que desde lo alto de una seta,
fumaba en un narguile.

- ¿Quién eres? - preguntó la oruga


- Creo que ya no lo sé. He cambiado tantas veces de tamaño que me siento un
poco confundida - dijo Alicia
¿De qué tamaño quieres ser?
- Me gustaría ser un poco más grande...
- Un lado de te hará más grande y el otro más pequeña - contestó la oruga
mientras se bajaba de la seta y se alejaba entre la hierba

Alicia permaneció unos instantes tratando de entender lo que había dicho la oruga
hasta que por fin lo consiguió. Arrancó un pedazo del lado derecho de la seta y lo
mordió. Se hizo tan pequeña que su barbilla se golpeaba con los pies, así que
mordió un trozo del lado izquierdo de la seta. Pero su cuello empezó a crecer tanto
que sus manos no le llegaban a la cabeza y un pájaro la confundió con una
serpiente. Volvió a comer de uno y otro lado hasta consiguió recuperar su tamaño
habitual.

Llegó a un claro en el bosque en el que había una casa de un metro de altura.


Comió otro pedazo de la seta para hacerse más pequeña y entró dentro. En la
cocina de la casa había una cocinera que estaba preparando una sopa que olía
muchísimo a pimienta, junto a ella había un gato que no paraba de sonreír y en el
centro estaba la duquesa sentada en un taburete arrullando a un bebé. Sin duda,
era un lugar muy curioso.

- Disculpe, ¿podría decirme por qué el gato sonríe de oreja a oreja? - preguntó
Alicia
- Porque es un gato de Cheshire - dijo la duquesa - Por cierto, tengo que irme a
jugar al croquet con la reina. Toma, puedes arrullarlo tú si quieres - dijo la duquesa
lanzándole el bebé a Alicia.

Alicia se adentró de nuevo en el bosque con el bebé, que por otro lado, no se
parecía en nada a un niño. Cuando lo apoyó en el suelo éste se convirtió en cerdo
y se marchó trotando felizmente.

Alicia empezaba a estar realmente perdida cuando se encontró con el gato de


Cheshire.
- Gatito de Cheshire, ¿podrías decirme qué dirección debo tomar?
- Depende de dónde quieras ir… Si continúas por allí te encontrarás con el
Sombrerero y si lo haces por allí con la Liebre de marzo. Pero no importa, porque
los dos están igual de locos.

Alicia decidió visitar a la Liebre de marzo, ya que ya había conocido antes a otros
sombrereros.

En el jardín de la casa de la Liebre estaban ella y el Sombrerero tomando el té.


Alicia decidió sentarse junto a ellos, aunque parece que eso no les gustó
demasiado.

- ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? - preguntó el Sombrerero a Alicia


abriendo mucho los ojos

Tras unos instantes pensando, Alicia acabó contestando:

- Me rindo, no lo sé
- Yo tampoco. No tengo la más remota idea - dijo el Sombrerero - Por cierto, son
las seis. Aquí son siempre las seis. Así que es la hora del té.

Alicia no entendía muy bien las cosas de las que hablaban la Liebre y el
Sombrerero así que decidió marcharse.

Volvió a adentrarse en el bosque cuando se encontró con un árbol con una puerta.
Entró y volvió a lla sala con la mesa de cristal. Pero esta vez Alicia lo consiguió:
cogió la llave dorada y abrió la puerta que daba al jardín, mordió un trozo de seta
hasta que midió unos 30 centímetros de altura y se adentró por el pasillo hasta
llegar al hermoso jardín.

En ese momento, sonó un gran ruido y comenzaron a llegar soldados, cortesanos


e infantes, todos ellos vestidos como la baraja de cartas. Al final de todo este
séquito apareció el conejo blanco y el Rey y la Reina de corazones.

- ¿Quién es esta? - preguntó la Reina señalando a Alicia


- Soy Alicia, su majestad.
- ¿Sabéis jugar al croquet?
- Sí - contestó Alicia
- ¡Entonces, ven!

La pequeña no había visto nunca jugar al croquet de esa manera. El campo


estaba lleno de agujeros; las bolas eran erizos; los mazos, flamencos; y los
soldados permanecían doblados formando los aros. Además todos jugaban a la
vez discutiendo todo el rato y cada vez que la Reina se enfadaba gritaba “¡Que le
corten la cabeza!”

Cuando ya no quedaron jugadores, porque todos habían sido condenados a


muerte por la reina, se acabó la partida de croquet.

Alicia continuó sus aventuras en el País de las Maravillas, conoció a la Falsa


Tortuga y también al Grifo, un animal fantástico mitad águila, mitad león.

Hasta que un día el país entero se paralizó porque empezó el juicio.

El conejo blanco hizo sonar tres veces la trompeta y expuso en voz alta:

- La Reina de Corazones preparó unas tartaletas en un día de verano y la Jota de


Corazones le robó las tartaletas y se las llevó a otro lado.

Se armó un gran revuelo en la sala y empezaron a declarar los testigos. El primero


en hacerlo fue el Sombrerero, tras él lo hizo la cocinera de la Duquesa y cuál fue
la sorpresa de la pequeña Alicia cuando escuchó su nombre como próximo testigo
que debía declarar. Al levantarse había crecido tanto que volcó un banco de la
sala, y con él, todos los animales que estaban en él sentados.

La muchacha dijo no saber nada del asunto de las tartaletas. El juicio continuó y
cuando el acusado de robar las tartaletas, la Jota, estaba a punto de ser
condenado Alicia intervino en su ayuda.

- ¡¡Que le corten la cabeza!! - gritó la Reina con todas sus fuerzas señalando a
Alicia

Entonces toda la baraja se elevó por el aire y cayó sobre Alicia asustándola.

- ¡Alicia, despierta! Llevas durmiendo un buen rato - dijo su hermana


- ¿Eh? Ah sí… Si supieras todas las cosas que he soñado…

Y la pequeña comenzó a contar a su hermana tal y como las recordaba todas


aquellas extrañas historias que había vivido en el País de las maravillas.

Al cabo de un rato Alicia se levantó y salió corriendo y su hermana se quedó


dormida pensando en la pequeña Alicia y en sus aventuras hasta que ella también
empezó a soñar. En su sueño vio al Conejo Blanco, al Ratón cruzando el
estanque, a la Liebre de marzo tomando el té, y la Reina de Corazones
condenando a muerte a sus invitados...

Tras esto pensó en su hermana. En cómo en un tiempo se haría mayor pero pese
a eso seguro que contaría historias maravillosas a otros niños recordando con
ellas sus felices días de infancia.
El gato con botas

Autor: Charles Perrault

Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos
por herencia el molino, un asno y un gato. En el reparto el molino fue para el
mayor, el asno para el segundo y el gato para el más pequeño. Éste último se
lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.

- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo
tengo un pobre gato.

El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:

- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que


pensáis.

- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo

- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.

El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un
gato astuto le dio lo que pedía.

El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto


junto a él. Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia
el palacio del Rey.

- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás -


pues éste fue el nombre que primero se le ocurrió - este conejo.

- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.

Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey,
quien le dio una propina en agradecimiento.

Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba
al Rey de parte del Marqués de Carabás.

Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y
le dijo a su amo:
- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me
encargaré del resto.

El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó
a gritar diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus
guardias que lo salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos
forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en
agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó rápidamente
que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba
especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo
que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo.

El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos


segando corrió hacia ellos.

- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando
pertenece al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.

Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó
de quién era aquél prado, contestaron que del Marqués de Carabás.

Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se
acercó el gato.

- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales
pertenecen al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de
pastel.

Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos
campos también fueran del marqués.

Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía


que su dueño era un ogro así que fue a hablar con él.

- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es
eso cierto?

- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león

Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil
plan.
- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros
en un animal muy pequeño como un ratón.

- ¿Ah no? ¡Mirad esto!

El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue


más rápido, lo cazó de un zarpazo y se lo comió.

Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del
ogro y el gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués
de Carabás.

El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del
candidato perfecto para casarse con su hija.

El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar


ratones para entretenerse.
Hänsel y Gretel
Autor: Hermanos Grimm
Había una vez un leñador y su esposa que vivían en el bosque en una humilde
cabaña con sus dos hijos, Hänsel y Gretel. Trabajaban mucho para darles de
comer pero nunca ganaban lo suficiente. Un día viendo que ya no eran capaces
de alimentarlos y que los niños pasaban mucha hambre, el matrimonio se sentó a
la mesa y amargamente tuvo que tomar una decisión.

- No podemos hacer otra cosa. Los dejaremos en el bosque con la esperanza de


que alguien de buen corazón y mejor situación que nosotros pueda hacerse cargo
de ellos, dijo la madre.

Los niños, que no podían dormir de hambre que tenían, oyeron toda la
conversación y comenzaron a llorar en cuanto supieron el final que les esperaba.
Hänsel, el niño, dijo a su hermana:
- No te preocupes. Encontraré la forma de regresar a casa. Confía en mí.

Así que al día siguiente fueron los cuatro al bosque, los niños se quedaron junto a
una hoguera y no tardaron en quedarse dormidos. Cuando despertaron no había
rastro de sus padres y la pequeña Gretel empezó a llorar.

- No llores Hänsel. He ido dejando trocitos de pan a lo largo de todo el camino.


Sólo tenemos que esperar a que la Luna salga y podremos ver el camino que nos
llevará a casa. Pero la Luna salió y no había rastro de los trozos de pan: se los
habían comido las palomas.

Así que los niños anduvieron perdidos por el bosque hasta que estuvieron
exhaustos y no pudieron dar un paso más del hambre que tenían. Justo entonces,
se encontraron con una casa de ensueño hecha de pan y cubierta de bizcocho y
cuyas ventanas eran de azúcar. Tenían tanta hambre, que enseguida se lanzaron
a comer sobre ella. De repente se abrió la puerta de la casa y salió de ella una
vieja que parecía amable.

- Hola niños, ¿qué hacéis aquí? ¿Acaso tenéis hambre?

Los pobres niños asintieron con la cabeza.

- Anda, entrad dentro y os prepararé algo muy rico.

La vieja les dio de comer y les ofreció una cama en la que dormir. Pero pese a su
bondad, había algo raro en ella.
Por la mañana temprano, cogió a Hänsel y lo encerró en el establo mientras el
pobre no dejaba de gritar.

- ¡Aquí te quedarás hasta que engordes!, le dijo

Con muy malos modos despertó a su hermana y le dijo que fuese a por agua para
preparar algo de comer, pues su hermano debía engordar cuanto antes para
poder comérselo. La pequeña Gretel se dio cuenta entonces de que no era una
vieja, sino una malvada bruja.

Pasaban los días y la bruja se impacientaba porque no veía engordar a Hänsel, ya


que este cuando le decía que le mostrara un dedo para ver si había engordado,
siempre la engañaba con un huesecillo aprovechándose de su ceguera.

De modo un día la bruja se cansó y decidió no esperar más.

- ¡Gretel, prepara el horno que vas a amasar pan! ordenó a la niña.

La niña se imaginó algo terrible, y supo que en cuanto se despistara la bruja la


arrojaría dentro del horno.

- No sé cómo se hace - dijo la niña


- ¡Niña tonta! ¡Quita del medio!

Pero cuando la bruja metió la cabeza dentro del horno, la pequeña le dio un buen
empujón y cerró la puerta. Acto seguido corrió hasta el establo para liberar a su
hermano.

Los dos pequeños se abrazaron y lloraron de alegría al ver que habían salido
vivos de aquella horrible situación. Estaban a punto de marcharse cuando se les
ocurrió echar un vistazo por la casa de la bruja y, ¡qué sorpresa! Encontraron
cajas llenas de perlas y piedras preciosas, así que se llenaron los bolsillos y se
dispusieron a volver a casa.

Pero cuando llegaron al río y vieron que no había ni una tabla ni una barquita para
cruzarlos creyeron que no lo lograrían. Menos mal que por allí pasó un gentil pato
y les ayudó amablemente a cruzar el río.

Al otro lado de la orilla, continuaron corriendo hasta que vieron a lo lejos la casa
de sus padres, quienes se alegraron muchísimo cuando los vieron aparecer, y
más aún, cuando vieron lo que traían escondido en sus bolsillos. En ese instante
supieron que vivirían el resto de sus días felices los cuatro y sin pasar penuria
alguna.
INFANTILES
El misterio del tarro de miel
Autor: Eva María Rodríguez
El misterio del tarro de miel En una cabaña en medio del bosque vivían Don
Antonio y Doña Antonia, junto a sus dos perros, varios gatos, una vaca y tres
ovejas.
Una vez a la semana Don Antonio salía a recoger miel a unas colmenas que había
cerca de su casa. Cuando llegaba a casa Don Antonio dejaba el tarro con la miel
en la mesa del porche y se iba a atender otras tareas.
Doña Antonia, un rato después, recogía la miel. Una parte la empleaba para hacer
galletas o magdalenas y la otra la guardaba para endulzar la leche, el yogur o para
otros usos.
Un día, cuando Doña Antonia fue a recoger el tarro de miel, vio que este estaba
vacío, así que no pudo hacer galletas ni magdalenas.
Cuando Don Antonio vio que no había dulces a la hora de la merienda le preguntó
a Doña Antonia:
-Esposa mía, ¿ha ocurrido algo? Echo de menos tus deliciosos dulces de miel.
Doña Antonia respondió:
-El tarro de miel estaba vacío.
Don Antonio se quedó muy extrañado y dijo:
-Esta mañana dejé el tarro lleno en el porche. No sé qué habrá pasado. Mañana
mismo iré de nuevo a por miel.
Y así lo hizo. Pero cuando Doña Antonia fue a buscar el tarro este estaba vacío,
otra vez.
Don Antonio volvió a por miel al día siguiente. Pero una vez más, cuando Doña
Antonia salió a buscar la miel, el tarro estaba vacío.
-Está claro que hay un ladrón que se lleva la miel -dijo Don Antonio
-Lo que no entiendo es por qué el ladrón no se lleva el tarro - Dijo Doña Antonia.
Ambos acordaron esconderse y esperar para descubrir al ladrón. Y eso hicieron.
Después de esperar un buen rato, Don Antonio y Doña Antonia vieron acercarse al
ladrón.
-¡Un oso! -exclamaron los dos a la vez.
Un pequeño osezno era el ladrón que se comía la miel que Don Antonio
recolectaba. Desde ese día, Don Antonio trae todas las semanas dos tarros de
miel. Uno lo deja en el porche para que se lo coma el osito. El otro lo lleva
directamente a la cocina, para evitar que el oso se coma toda la miel.
Claudia y la mariposa
Autor: Eva María Rodríguez
Claudia y la mariposa Claudia estaba jugando en el parque cuando, de repente,
vio una mariposa posada en un flor. Claudia se acercó hacia ella. No quería
asustarla. Cuando estaba cerca, la niña se acercó despacito para ver bien a la
hermosa mariposa.
-¡Qué bonita eres! -dijo la niña, muy bajito.
La mariposa, como si la hubiera entendido, batió dos veces sus alas. A Claudia le
encantó ver aquello, y dijo:
-¡Y qué simpática!
La mariposa volvió a batir sus alas, para regocijo de la niña. Y así se pasaron un
buen rato Claudia y la mariposa, una diciéndole cosas bonitas y la otra batiendo
sus alas para la niña.
Al día siguiente Claudia volvió al parque y se acercó a la flor donde había estado
la hermosa mariposa el día anterior. Y allí estaba. La mariposa, en cuanto Claudia
llegó, empezó a batir sus alas. Pero esta vez se elevó en el aire y se posó en el
brazo de la niña, que la miraba admirada y contenta.
La risa de la niña debió gustar a la mariposa, que empezó a revolotear a su
alrededor, posándose en su nariz, en su hombro, en sus pies e incluso en sus
orejas.
Un día unos niños que habían estado observando a Claudia jugando con la
mariposa llegaron una red y un frasco de cristal con la tapa agujereada. Su
intención estaba clara: atrapar a la mariposa sin levantar sospechas.
Los niños echaron la red y cazaron a la mariposa. Pero Claudia la liberó justo a
tiempo y los niños no pudieron meterla en el bote.
Al día siguiente Claudia volvió al lugar del parque donde se encontraba con la
mariposa. Pero esta vez no estaba allí. Estaba a punto de irse cuando un perro
empezó a ladrar. Claudia miró y vio que un perro enorme iba corriendo hacia ella.
La niña quiso salir corriendo, pero el miedo la dejó paralizada.
Pero cuando el perro estaba a punto de llegar hasta la niña apareció la mariposa,
que se puso a revolotear alrededor del perro y a posarse en su nariz. Esto
despistó al perro. En ese momento llegó la madre de Claudia, la cogió en brazos y
salió con corriendo con la niña, que se abrazaba fuertemente a su madre mientras
veía cómo su amiga mariposa despistaba a aquel enorme perro.
Claudia y la mariposa-Me ha salvado, mamá -dijo la niña-. La mariposa me ha
salvado. Yo la salvé a ella y ella ha hecho lo mismo por mí.
-Hiciste bien respetándola. Si la hubieras cazado o la hubieras molestado ella no
hubiera estado por allí y ese perro te habría mordido.
Claudia siguió acudiendo a ver a su amiga mariposa, que siempre aparece cuando
Claudia llega, cada día acompañada por nuevas compañeras aladas. ¡Qué
hermoso es ver a las mariposas volar libres entre las flores y los árboles!
El extraño caso del ladrón de globos
Autor: Eva María Rodríguez
El extraño caso del ladrón de globos Había una vez un ladrón muy peculiar que se
dedicada a robar los globos a los niños. El ladrón permanecía escondido hasta un
niño inflaba un globo y, en cuanto lo ataba, salía corriendo y le quitaba el globo.
Pronto corrió la noticia de que había un ladrón que robaba los globos a los niños
nada más hincharlos, así que la gente empezó a tomar precauciones. Niños y
mayores se rodeaban de gente para hinchar sus globos y enseguida les colocaban
una cuerda que ataban a sus muñecas para que el ladrón no pudiera llevárselos.
-¡Maldición! -dijo el ladrón de globos cuando descubrió lo que estaba haciendo la
gente-. Tendré que cambiar de estrategia.
Por aquellos días llegó a la ciudad una caravana de feriantes. Y entre los puestos
de algodón dulce y manzanas caramelizadas se colocó un vendedor de globos.
-Esos sí que son buenos globos -dijo el ladrón-. ¡Qué maravilla! ¡Si flotan y todo!
Tengo que conseguir unos cuantos.
Pero los globos estaban muy bien atados. Además, el vendedor no se separaba
de ellos.
-Se los quitaré a los niños antes de que se los aten a la muñeca -pensó el ladrón.
El ladrón se escondió muy bien y, en cuanto el vendedor soltaba el globo del
racimo para dárselo al niño, salía corriendo a la velocidad del rayo y se lo llevaba.
-Esto tiene que acabar -dijo el capitán de policía-. Hay que pensar algo para
atrapar a este malhechor.
-Tengo una idea -dijo el agente Ramírez-. El ladrón debe ser bastante pequeño
para pasar desapercibido, así he pesando que…. -Y le contó su plan.
-No hay nadie tan grande como para poder llevar a cabo ese plan -dijo el capitán.
-Sin ánimo de ofender, capitán, usted es bastante grande -dijo el agente Ramírez-.
Pesa por lo menos 120 kilos, y si le añadimos algo de peso para ayudarle….
-Vale, vale, está bien, Ramírez -dijo el capitán-. Mañana mismo lo haremos.
Al día siguiente, el gran capitán de policía se disfrazó de vendedor de globos y
cogió un racimo de globos enorme. Como el que no quiere la cosa, hizo como que
se despistaba y enganchó el racimo de globos en un gancho que habían colocado
estratégicamente en un banco del parque donde estaban los puestos de los
feriantes.
En cuanto lo vio, el ladrón salió corriendo y cogió el racimo de globos. Pero el
racimo tenía tantos globos y el ladrón era tan pequeño que no pudo sujetarlos y
salió volando con ellos.
-¡Suelta los globos! -le gritaban desde abajo. Pero el ladrón no estaba dispuesto a
renunciar a sus globos, y se fue volando con ellos.
Los policías tuvieron que seguir al ladrón y esperar a que los globos fuera
perdiendo aire para que el ladrón pudiera aterrizar. Allí lo apresaron y lo llevaron al
calabozo.
El ladrón de globos fue condenado a inflar los globos de los niños pequeños hasta
que aprendiera a portarse bien. Pero el ladrón estaba tan contento inflando globos
que decidió seguir ayudando a los niños. Y así se quedaron todos contentos.
La niña solitaria
Autor: Eva María Rodríguez
La niña solitaria Había una vez una niña llamada Elisa que siempre estaba sola.
Elisa no hablaba con nadie en todo el día. En el recreo se ponía lejos de los
demás y no quería jugar con nadie. En clase no hablaba nunca, y siempre
respondía haciendo señales con la cabeza o con la mano.
Por la tarde Elisa no salía a jugar al parque. Y si la obligaban a ir, Elisa se
quedaba sentada en un banco, dando la espalda a los demás niños.
Nadie sabía por qué Elisa se alejaba de la gente. Tampoco sabía por qué no
hablaba.
-A lo mejor es muda -pensaban algunos niños. Pero no, Elisa no era muda.
Porque alguna vez la habían oído decir algo, muy bajito.
Al principio, los niños se acercaban a Elisa e intentaban hablar con ella. La
invitaban a jugar y le ofrecían galletas y gominolas. Pero Elisa siempre se daba la
vuelta, se iba o se escondía. Así que los niños dejaron de acercarse y de hablar
con ella.
Un día todos los niños fueron de excursión. Elisa estaba muy molesta, pero no
tuvo más remedio que ir. Se sentó sola en el autobús y no dejó de mirar por la
ventana durante todo el camino.
Fueron a una granja. Allí vieron muchos animales, les dieron de comer e incluso
pudieron acariciar a alguno. Ordenaron una vaca, recogieron huevos e hicieron
otras muchas cosas interesante. Elisa, como era de esperar, ni se acercó.
Ya casi había acabado de hacer la visita cuando un gran trueno rompió el cielo. Y
empezó a llover con fuerza. Todos los niños fueron corriendo al establo más
cercano, un poco asustados.
-¿Estamos todos? -preguntó la maestra?-. Vamos a contarnos.
Faltaba uno. Faltaba Elisa.
-Hay que ir a buscarla -dijo uno de los niños.
-Sí, pobrecita -dijo otro.
-Yo iré -dijo uno de los trabajadores de la granja, que estaba con ellos-. No os
preocupéis. Es la niña que no quería acercarse ni contestaba cuando le hablaba
alguien, ¿cierto?
-Sí -contestaron todos a coro.
El trabajador se cubrió con una capa y salió a buscar a la niña. La encontró
escondida en las cuadras.
-Tranquila, Elisa -dijo el trabajador-. Me quedaré aquí contigo hasta que pare de
llover.
Elisa no dijo nada, en todo el rato que estuvieron esperando. Cuando por fin
pudieron salir, Elisa fue con su acompañante a buscar a los demás. Cuando llegó
todos los niños estaban ya fuera del establo.
-¡Elisa, Elisa! -gritaron los niños. Y fueron a abrazarla.
-Estábamos preocupados por ti. ¡Qué susto nos has dado!
Ella no sabía qué hacer. Estaba un poco agobiada con tanto abrazo. Tímidamente,
consiguió decir:
-Gracias, estoy bien. Siento haberme quedado atrás. Creí que no queríais saber
nada de mí -dijo de pronto Elisa.
-¿Por qué? -dijo la maestra-. Todos te dejan espacio porque parece que quieres
estar sola.
-No quiero estar sola -dijo Elisa-. Mi madre dice que soy muy tímida.
-Pues eso tiene arreglo -dijo una niña-. ¡Vamos a bailar!
Todos los niños empezaron a bailar y a cantar alrededor de Elisa para celebrar
que estaba bien. Elisa, poco a poco se fue contagiando de su alegría. Una niña le
cogió la mano y Elisa se dejó llevar.
Desde entonces Elisa siempre tiene alguien con ella. Aunque le cuesta, se
esfuerza por estar con los demás. Y como todos saben lo que le pasa, procuran
tratarla con cariño y dulzura. Y así Elisa nunca volvió a estar sola.

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