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La flor-pájaro

Había nacido allí en ese mismísimo punto en el que se encontraba. Era una flor de pétalos
amarillos que en lo mustio del paisaje pasaba desapercibida. Se llamaba Cora, pero no sabía
mucho más que eso de ella misma. Pasaba los días mirando el sol, extrayendo sus alimentos
de la tierra y observando; ¡eso sobre todo!: le gustaba ver qué pasaba a su alrededor.

Una tarde vino un pajarito negro y diminuto a posarse en una de sus ramas. Hablaba solo,
como si tuviera mucho que contarse y no le importara quién estuviera oyéndole. Cora lo
escuchó atentamente y, de pronto, interrumpió su gorgoteo. ‘Eh, ¿piensas callarte en algún
momento?’

El pajarito miró para ambos lados pero no encontró indicios de seres parlantes cerca y
continuó su diálogo. ‘¿Me has oído?’ Ahora sí se detuvo y miró hacia abajo, hacia la
mismísima corola de la planta. ‘¿Acaso hablas?’ ‘¿Y ¿por qué no iba a hacerlo?’ ‘Porque
las plantas no suelen hablar’. Cora rompió la tarde con una estridente carcajada. Luego dijo
segura: ‘Que tú no tengas la capacidad de escucharlas no significa que no hablen!’

Tico, que ese era el nombre del pajarito, asumió esta certeza y desde ese día todas las tardes
viajaba hacia el punto en el que Cora pasaba su vida y le contaba las cosas que había visto.
Ella se moría de envidia porque quería conocer qué había más allá del camino.

Una tarde, Cora le dijo, ‘Llévame contigo, Tico’ ‘Pero ¡¿qué dices?! Para eso tendría que
cortarte’ ‘Por favor, no me importa morir, quiero ir más allá del camino’. Después de
mucho discutir y viendo que no conseguiría disuadirla, Tico accedió. Cortó la flor, es decir,
a la mismísima Cora, y se la llevó volando hacia las sierras.

Durante dos días surcaron juntos el cielo y disfrutaron de esa amistad. Al atardecer del
segundo día, ella le dijo. ‘Gracias. Ya puedes dejarme por aquí. Mi hora ha llegado’. Tico
lloró desconsoladamente la pérdida de su amiga, pero la dejó con delicadeza en el suelo y
se fue volando.

Pocos meses más tarde Tico olisqueaba unas amapolas cuando oyó. ‘Eh, tú ¿ya no me
saludas?’ ‘Co… Co…CORAAAAAAAAA’ Exclamó él. Su corazón no entraba ya en su
pecho. ‘¿Cómo lo has hecho? No puedes renacer después de muerta’ ‘Todas las flores lo
hacemos; que tú no puedas no significa nada. Anda, ven a contarme cómo está el paisaje’.
Y Tico se posó sobre ella y estuvieron parloteando un buen rato acerca de las posibilidades
que ofrecía el nuevo horizonte.
El Lápiz Mágico

Era un bello día para caminar por el pueblo, me gustaba mucho ir al parque y sentarme en
las bancas a observar a la gente. Ya llevaba un buen tiempo sentado, por lo que pensé en
irme, pero algo me hizo mirar al suelo y encontrar un lápiz. A la edad de 10 años un lápiz
es útil para el cole así que lo guarde en mi mochila.

En una clase que mataba de aburrimiento, se me ocurrió dibujar una mariposa, tomé el lápiz
de mi mochila y comencé. Cuando terminé el dibujo vi como poco a poco se transformaba
en una de verdad y se alejaba volando hasta la ventana, la sorpresa fue tan grande que casi
me caigo de la silla. Intenté dibujar otras cosas como una malteada, un par de caramelos e
incluso billetes; vi todo convertirse en físico justo en frente de mi.

He de decir que aproveché mucho ese lápiz. Dibuje cosas realmente fantásticas y vi como se
hacían realidad ante mis ojos, pero no todo es para siempre… Cierto día me encontré con un
niño muy infeliz y algo en mi interior me dijo que el lápiz ya no me pertenecía. Me acerqué
a el y se lo di con la condición de que se lo regalara a alguien que lo necesitara cuando sintiera
que el lápiz ya no le pertenecía. Le conté las cosas fantásticas que podía hacer con el y la
magia con la que transformaba las cosas, él me escuchó un poco incrédulo pero lo tomó
agradecido y se fue.

Hasta la fecha estoy seguro que el niño fue feliz gracias al lápiz mágico, aunque desconozco
que fue de él, ¿Quién sabe?, tal vez un día alguien te regale un lápiz y quedes encantado
cuando lo uses y veas que tus dibujos se hacen realidad…
La princesa y la piedra

En un país muy lejano, había una princesa de extraordinaria belleza, riqueza e inteligencia,
a la que todos los hombres se acercaban para conseguir su dinero. Harta de tener que
soportar a tales individuos, difundió el siguiente mensaje: solo se casaría con aquel que
fuera capaz de entregarle el regalo más lujoso,dulce y franco. Un mensaje que llegó
rápidamente a todos los rincones del reino, llenando en un abrir y cerrar de ojos, el palacio
de todo tipo de regalos, entre los que destacaba uno en particular. ¿Qué era? Una simple y
llana piedra, llena de musgo y líquenes.

Un regalo que enfureció de tal manera a la princesa, que mando llamar inmediatamente a
su dueño, para que le explicara el porqué de tan feo regalo.

-Comprendo vuestro enfado-dijo el joven pretendiente-, pues no es un regalo que os pueda


parecer a vuestra altura. Dejadme deciros, que esa fea roca que contempláis, no es lo que
vuestros ojos ven, ya que lo que he querido representar con ella, es mi humilde corazón.
Como veis, es algo tan valioso como vuestras riquezas, franco porque no os pertenece y
llegará a ser dulce, si lo colmáis con amor.

Al escuchar estas palabras, la princesa cayó totalmente enamorada de este perspicaz joven,
al que envió durante un largo período de tiempo, una ingente cantidad de regalos para
atraerle. Pero nada de esto parecía atraerle a su curioso pretendiente. Cansada de esforzarse,
sin obtener resultado, lanzó la piedra al fuego, descubriendo con su calor una preciosa
estatua dorada.

Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que si quería conquistar el corazón de su amado,
debía alejarse de las cosas superficiales y prestar atención a lo verdaderamente importante.
De esta manera, dejó atrás todos sus lujos y altanería, ayudando a todos aquellos habitantes
que la necesitaban, gracias a los cuales consiguió casarse con su amado.
El curioso Spark

Había una vez una tortuga llamada Spark, quien era muy curiosa. Un día, su mejor amigo
Jim, el conejo, le mostró una pequeña caja de madera, diciéndole que dentro de ella estaba
lo que más valoraba en el mundo.

– ¿Spark, ya sabes que eres mi mejor amigo, no es así? – Dijo el conejo.

– ¡Claro Jim! Tu también eres mi mejor amigo.

– Bueno, me voy de viaje unos días, y no puedo llevarla conmigo, por eso quiero que la
cuides tú mientras no estoy, sabes que ahí tengo lo que más valoro en esta vida, y tu eres en
quien más confío.

Spark, como el buen amigo que era, aceptó cuidar de la caja. El primer día nada ocurrió, la
tortuga cuido de la caja como si fuera su posesión mas preciada.

Tras el paso del tiempo Spark se preguntaba sobre el contenido de la caja, pero no se
atrevía a destaparla.

El quinto día, Spark ya no pudo más y decidió abrirla, cuando tomó la caja en sus manos se
dio cuenta de que necesitaría una llave, no lo dudó ni un segundo y fue a la casa de su
amigo Jim a buscarla.

Cuando por fin encontró la llave, escondida debajo de la cama de Jim, fue corriendo a su
casa para por fin descubrir qué era lo que su amigo escondía dentro.

Justo cuando había metido la llave a la cerradura, sonó el timbre y alguien llamó a la puerta
diciendo:
-Spark, soy Jim, ya volví de mi viaje

Al escuchar esto, Spark salió lo más rápido que pudo a al jardín y en un montículo de tierra
enterró la llave, después de hacerlo abrió la puerta.

-Bienvenido de vuelta, amigo, ¿qué tal te fue?

– Muy bien realmente… ¿tienes mi caja?

– Claro – dijo Spark quien fue a traerla y se la dio.

– Muchas gracias por cuidar de ella amigo. – dijo el conejo – me gustaría platicarte sobre
mi viaje, ¿vamos a tu jardín a platicar?

Spark accedió, un poco nervioso. Justo cuando llegaron al jardín una tormenta comenzó, y
convirtiendo en lodo el montículo de tierra, la llave comenzó a aparecer. Spark casi se
desmaya de la vergüenza al ver la cara de decepción de su amigo quien le dijo:

– Esa es la llave de mi caja, ¿no es así?

– Si, lo siento mucho amigo pero me dio curiosidad – respondió tristemente Spark –
Aunque no pude abrirla.

– No te culpo… hagamos un trato: yo te enseño lo que hay en la caja a cambio de que


me prometas no volver a traicionar mi confianza., ni la de alguien más, eso es algo muy
malo. ¿Hecho?

– Hecho – aceptó Spark sonriendo por la emoción de que su amigo lo perdonara y por
que al fin vería el contenido de la caja.

Cuando el conejo tomó la llave y abrió la pequeña caja, Spark tuvo ganas de llorar y reír al
mismo tiempo, ya que lo que estaba dentro de la caja, lo que su amigo más valoraba en el
mundo, era una foto de cuando eran pequeños y se convirtieron en amigos. Al final Spark
abrazó a Jim y su amistad duró para toda la vida.
La zorra y las uvas

En un bosque muy lejano, al llegar el mediodía, una zorra muy hambrienta iba buscando su
comida. Sin ningún inocente animalillo que llevarse a la boca, se encontró con una hermosa
y frondosa parra, de la que colgaban unos hermosos y apetecibles racimos de uvas.

Tanta era el hambre que tenía, dejo de pensar en otras presas y se concentró en dar con la
forma de alcanzar este pequeño manjar. Primero intentó saltar todo lo alto que pudo para
llegar a la primera uva del racimo y tirar de él hacia abajo, pero no consiguió rozar tan
siquiera su objetivo. Después, se le ocurrió la gran idea de trepar por su tronco y comer
todo lo que estuviera a su alcance, pero sus uñas no eran lo suficientemente fuertes para
agarrarse a la parra.

Tras muchos intentos, en los que únicamente conseguía un fracaso tras otro, dijo en voz
alta:

-No pienso perder un minuto más para atrapar unas uvas que no están ni siquiera maduras.

Si hay algo que no consigues tras muchos intentos, no debes impacientarte, pues tal y como
hizo la zorra con las uvas, siempre podrás decir tan ricamente: ¡No está maduro! y pasar de
ello olímpicamente.

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