LA TONA al grupo que se dirigía a la iglesia. Crisanta, fresca y rozagante, cargaba a CRISANTA descendía por la vereda su hijo seguida de Altagracia, la que culebreaba entre los peñascos de madrina. Atrás de ellas, Simón y el la loma clavada entre la aldehuela y el médico charlaban amigablemente. río, de aquel río bronco al que tributaban los torrentes que, -¿Y qué nombre le vas a poner a abriéndose paso entre jarales y mi ahijado, compadre Simón? yerbajos, se precipitaban arrastrando tras sí costras de roble hurtadas al -Pos verá usté, compadrito monte. Tendido en la hondonada, doctor… Damián, porque así dice el Tapijulapa, el pueblo de indios calendario de la iglesia… Y Bicicleta, pastores. Las torrecillas de la capilla, porque ésa es su tona, así me lo dijo la patinadas de fervores y lamosas de ceniza. años, perforaban la nube aprisionada sobre los brazos de la cruz de hierro. -Con que ¿Damián Bicicleta? Es un bonito nombre, compadre… Crisanta, india joven, casi niña, bajaba por el sendero; el aire de la -Áxcale- afirmó muy media tarde calosfriaba su cuerpo, categóricamente el zoque. encorvado al peso de un tercio de leña; la cabeza gacha y sobre la frente 1 Zoque: pueblo indígena un manojo de cabellos empapados de descendiente de los Olmecas. sudor. Sus pies –garras a ratos, pezuñas por momentos- resbalaban -Sí, con mucho gusto, Simón, tú sobre las lajas, se hundían en los me dirás. líquenes o se asentaban como extremidades de plantígrado en las -El miércoles, por favor, es el planadas del senderillo… Los muslos día en que viene el padre cura. de la hembra, negros y macizos, asomaban por entre los harapos de la -El miércoles vendré… Buenas enagua de algodón, que alzaba por noches, Simón… Adiós, Altagracia, delante hasta arriba de las rodillas, cuida a la muchacha y al niño… porque el vientre estaba urgido de preñez… la marcha se hacía más Simón acompañó al médico penosa a cada paso; la muchacha hasta la puerta del jacal. Desde ahí lo deteníase por instantes a tomar siguió con la vista. La bicicleta tomó alientos; mas luego, sin levantar la los altibajos del camino cara, reanudaba el camino con gallardamente; su ojo ciclópeo se ímpetus de bestia que embistiera al abría paso entre las sombras. Un fantasma del aire. conejo encandilado cruzó la vereda.
Pero hubo un momento en que Puntual estuvo el médico el
las piernas se negaron al impulso, miércoles por la mañana- vacilaron. Crisanta alzó por primera vez la cabeza e hizo vagar sus ojos en La esquila llamó a misa, los la extensión. En el rostro de la zoques vestidos de limpio aguardaban mujercita zoque1 cayó un velo de en el atrio. La chirimía tocaba aires angustia; sus labios temblaron y las alegres. Tronaban los cohetes. Todos aletas de su nariz latieron, tal si los ahí reunidos, hombres y mujeres, Cuando regresó Simón con el olfatearan. Con pasos inseguros la bolso vacío de cenizas, halló a su hijo india buscó las riberas; diríase llevada arropadito y fresco, pegado al hombro entonces por un instinto, mejor que de la madre. Crisanta dormía dulce y impulsada por un pensamiento. El río profundamente… El médico se estaba cerca, a no más de veinte pasos disponía a marcharse. de la vereda. Cuando estuvo en las márgenes, desató el “mecapal” -Bueno, Simón –dijo el doctor-, anudado en su frente y con apremios estás servido. depositó en el suelo el fardo de leña; luego, como lo hacen todas las - Yo quisiera darle a su mercé zoques, todas: mas que juera un puñito de sal… la abuela, -Deja, hombre, todo está bien… la madre, Ya te traeré unas medicinas para que la hermana, el niño crezca saludable y bonito… la amiga, la enemiga, -Señor doctor –agregó Simón con acento agradecido-, hágame su remangó hasta arriba de la cintura su mercé otra gracia, si es tan bueno. faldita andrajosa, para sentarse en cuclillas, con las piernas abiertas y las -Díme, hombre. manos crispadas sobre las rodillas amoratadas y ásperas. Entonces se Yo quisiera que su persona esforzó al lancetazo del dolor. Respiró juera mi compadre… Lleve usté a profunda, irregularmente, tal si todas cristianar a la criaturita. ¿Quiere? las dolencias hubiéransele anidado en la garganta. Después hizo de sus manos, de aquellas manos duras, -Regará Simón la ceniza agrietadas y rugosas de fatigas, alrededor de la casa… cuando utensilios de consuelo, cuando las amanezca saldrá de nuevo. El animal pasó por el excesivo vientre ahora que haya dejado pintadas sus huellas convulso y acalambrado. Los ojos en la ceniza será la tona del niño. Él escurrían lágrimas que brotaban de las llevará el nombre del pájaro o la bestia escleróticas congestionadas. Pero todo que primero haya venido a saludarlo; esfuerzo fue vano. Llevó después sus coyote o tejón, chuparrosa, liebre o dedos, únicos instrumentos de alivio, mirlo, asegún… hasta la entrepierna ardorosa, tumefacta y de ahí los separó por -¿Tona has dicho? inútiles… Luego los encajó en la tierra con fiereza y así los mantuvo, -Sí, tona, ella o cuidará y será pujando rabia y desesperación… de su amiga siempre, hasta que muera. pronto la sed se hizo otra tortura… y allá fue, arrastrándose como coyota, -Ahá –dijo el médico sonriente-, hasta llegar al río: tendióse sobre la se trata de buscar al muchacho un arena, intentó beber, pero la náusea se espíritu tutelar. opuso cuantas veces quiso pasar un trago; entonces mugió su -Sí, aseguró la vieja –ése es el desesperación y rodó en la arena entre costumbre de po’acá… convulsiones. Así la halló Simón su marido. -Bien, bien, mientras tanto, bañémoslo, para que el que ha de ser Cuando el mozo llegó hasta su tona lo encuentre limpiecito y buen su mozo. Crisanta, ella lo recibió con palabras dedo tieso y torpe, ensayó una caricia duras en lengua zoque; pero Simón se en el carrillo del recién nacido. había hecho sordo. Con delicadeza la levantó en brazos para conducirla a su -Gracias, doctorcito… Me ha choza, aquel jacal pajizo, incrustado hecho usté el hombre más contento de en la falda de la loma. El hombrecito Tapijulapa. depositó en el petate la carga trémula de dos vidas y fue en busca de Y sin agregar más, el indio fue Altagracia, la comadrona vieja que hasta el fogón de tres piedras que se moría de hambre en aquel pueblo en alzaba en medio del jacal. Ahí se donde las mujeres se las arreglaban había amontonado gran cantidad de solas, a orillas del río, sin más ayuda ceniza. En un bolso y a puñados, que sus manos, su esfuerzo y sus recogió Simón los residuos. gemidos.
El médico lo seguía con la vista, Altagracia vino al jacal seguida
intrigado. El muchacho, sin dar de Simón. La vieja encendió un importancia a la curiosidad que manojo de ocote que dejó arder sobre despertaba, echóse sobre los hombros una olla; en seguida, con ademanes el costalillo y así salió del jacal. complicados y posturas misteriosas, se arrodilló sobre la tierra apisonada, -¿Qué hace ése? –inquirió el rezó un credo al revés, empezando por doctor. el “amén” para concluir con el “… padre, Dios en creo” -fórmula, según Entonces Altagracia habló ella, “linda” para sacar de apuros a la dificultosamente en español: más comprometida-. Después siguió practicando algunos con la camisa remangada, desmontaba tocamientos sobre la barriga deforme. la aguja de la jeringa hipodérmica.
No te apures, Simón, luego la -Hicimos un machito –dijo con
arreglamos. Esto pasa siempre con las voz débil y en la aglutinante lengua primerizas… ¡Hum, las veces que me zoque Crisanta cuando miró a su ha tocado batallar con ellas…! –dijo. marido. Entonces la boca de ella se iluminó con dos hileras de dientes -Obre Dios –contestó el como granitos de elote. muchacho mientras echaba a la fogata una raja resinosa. -¿Macho? –preguntó Simón orgulloso-. Ya lo decía yo… -¿Hace mucho que te empezaron los dolores, hija? Tras de pescar el mentón de Crisanta entre sus dedos toscos e Y Crisanta tuvo por respuesta inhábiles para la caricia, fue a mirar a sólo un rezongo. su hijo, a quien se disponían a bañar el doctor y Altagracia. El nuevo padre, -Vamos a ver, muchacha – rudo como un peñasco, vio por unos siguió Altagracia-: dobla tus piernas… instantes aquel trozo de canela que se así, flojas. Resuella hondo, puja, puja debatía y chillaba. fuerte cada vez que te venga el dolor… Más fuerte, más… ¿Grita, -Es bonito –dijo-: se parece a hija…! aquélla en lo trompudo –y señaló con la barbilla a Crisanta. Luego, con un Crisanta hizo cuanto se le dijo y más; sus piernas fueron hilachos, un buen trago de mezcal, aseguró sus rugió hasta enronquecer y sangró sus ligas de ciclista sobre las puños a mordidas. “valencianas” del pantalón de dril y montó en su bicicleta, mientras -Vamos, ayúdame muchachita – escuchaba a Simón que decía: suplicó la vieja en los momentos en que pasaba rudamente sus manos -Entrando por la zurda, es la sobre la barriga relajada, pero terca en casita más pegada a la loma. conservar la carga…
Cuando Simón llegó a su choza, Y los dedazos de uñas negras y
lo recibió un vagido largo y agudo, corvas echaban toda su habilidad, toda que se confundió entre el cacareo de su experiencia, todas sus mañas en los las gallinas y los gruñidos de “Mit- frotamientos que empezaban en las Chueg”, el perro amarillo y fiel. mamas rotundas, para acabar en la pelvis abultada y lampiña. Simón sacó de la copa de su sombrero un gran pañuelo de yerbas; Simón, entre tanto, habíase con él se enjugó el sudor que le corría acurrucado en un rincón de la choza; por las sienes; luego respiró profundo, entre sus piernas un trozo de madera mientras empujaba tímidamente la destinado a ser cabo de azadón. El puertecilla de la choza. chirrido de la lima que aguzaba un extremo del mango distraía el Crisanta, cubierta con un sarape enervamiento, robaba un poco la desteñido, yacía sosegada. Altagracia ansiedad del muchacho. retiraba ahora de la lumbre una gran tinaja con agua caliente, y el médico, -Anda, madrecita, grita por vida Frente al médico, un viejo tuya… Puja, encorajínate… Dime amable y bromista, Simón el indio chiches de perra; pero date prisa… zoque no tuvo necesidad de hablar Pare, haragana. Pare hembra o macho, mucho y, por ello, tampoco poner en pero pronto… ¡Cristo de Esquipulas! evidencia su mal español.
La joven no hacía esfuerzo ya; -¿Por qué se les ocurrirá a las
el dolor se había apuntado un triunfo. mujeres hacer sus gracias precisamente a esta horas? –se Simón trataba ahora de insertar preguntó el doctor a sí mismo, a golpes el mango dentro del arillo del mientras un bostezo ahogaba sus azadón; de su boca entreabierta salían últimas palabras… Mas luego de sonidos roncos. desperezarse, añadió de buen talante-: ¿Por qué se nos ocurre a algunos Altagracia sudorosa y hombres ser médicos? Iré, muchacho, desgreñada, con las manos tiesas iré luego, no faltaba más… ¿Está abiertas en abanico, se volvió hacia el bueno el camino hasta tu pueblo? muchacho quien había logrado, por fin, introducir el astil en la argolla de -Bueno, parejito, como la palma la azada; el trabajo había alejado un de la mano… poco a su pensamiento del sitio en que se escenificaba el drama. El médico guardó en su maletín algunos instrumentos niquelados, una -Todo es de balde, Simón, viene jeringa hipodérmica y un gran paquete de nalgas –dijo la vieja a gritos, de algodón; se caló su viejo “panamá”, echó “a pico de botella” Simón, los dos corrían. mientras se limpiaba la frente con el dorso de su diestra. Le está ayudando doña Altagracia… Por luchas no ha Y Simón, como si volviese del quedado. sueño, como si hubiese sido sustraído por las destempladas palabras de una -¿Quieres un consejo, Simón? región luminosa y apacible:
-Viene… -¿De nalgas? Bueno… ¿y’hora
qué? Vete al campamento de los ingenieros de la carretera. Ahí está un La vieja no contestó; su vista doctor que es muy buena gente, vagaba por el techo del jacal. llámalo. -De ahí –dijo de pronto-, de ahí, -¿Y con qué le pago? de la viga madre cuelga la coyunda para hacer con ella el columpio… -Si le dices lo pobres que Pero pronto, muévete –ordenó somos, él entenderá… Anda, déjate de Altagracia. Altagracia. -No, eso no -gimió él. Simón ya no reflexionó más y en lugar de torcer hacia la tienda, -Anda, vamos a hacer la última tomó por el atajo que más pronto lo lucha… Cuelga la coyunda y ayúdame llevaría al campamento. La luna, muy a amarrar a la muchacha por los alta, decía que la media noche estaba sobacos. cercana. Simón trepó sin chistar por los la haga toser. Ella ya no puede, se está amarres de los muros pajizos e hizo pasando… Mientras tú vas y vienes, pasar la cinta de jarcia sobre el morillo yo sigo mi lucha con la ayuda de Dios horizontal que sostenía la techumbre. y de María Santísima… Le voy a trincar la cintura con mi rebozo, a ver -Jala fuerte… fuerte, con ganas. si así sale… ¡Corre por vida tuya! ¡Hum, no pareces hombre…! Jala, demonio. Simón ya no escuchó las últimas palabras de la vieja; había A poco Crisanta era un títere salido en carrera para cumplir el que pateaba y se retorcía pendiente de encargo. la coyunda. En el camino tropezó con Altagracia empujó el cuerpo de Trinidad Pérez, su amigo el peón de la la muchacha… Ahora más que pelele, carretera inconclusa que pasaba a era una péndola de tragedia, un pezón corta distancia de Tapijulapa. de delirio… -Aguárdate, hombre, saluda Pero Crisanta ya no hacía nada siquiera –gritó trinidad Pérez. por ella, había caído en un desmayo convulsivo. Aquélla está pariendo desde antes de que el sol se metiera y es hora -Corre, Simón –dijo Altagracia que todavía no puede -informó el otro con acento alarmado-, ve a la tienda y sin detenerse. compra un peso de chile seco; hay que ponerlo en las brasas para que el humo Trinidad Pérez se emparejó con