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STORY
Lecciones con juguetes sobre el duelo
“En el juego, y sólo en él, pueden el niño o el adulto crear y usar toda la
personalidad, y el individuo descubre su persona sólo cuando se muestra creador”
Donald Winnicott, Realidad y Juego (1971)
El inicio de este artículo de Waisser nos parece magistral ya que permite empezar el bello juego
del cinéfilo (¿o en este caso cinémano?): comentar y compartir (socializar) lo que una película
inspira. Waisser nos remite a la crueldad del mundo infantil, sin embargo debemos apuntar que
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Jacqueline Waisser. Cinemanía Año 14, No. 165.
Las opiniones sobre los duelos infantiles están dividas. Algunos dicen que el duelo si ocurre, resaltando que
tal vez no notamos las formas ocultas en que los niños sufren el duelo. Otros argumentan que a tal edad tan
temprana el niño no se ha formado una idea adecuada de lo que es perder a alguien por lo que no alcanza la
tristeza verdadera. No se puede decir que están haciendo el luto hasta que tengan una idea de lo que un
objeto –o persona- es. Este último sugiere que tal vez el duelo solo es posible una vez que somos capaces de
constituirnos para nosotros mismos una idea de lo que un objeto es…Hacemos un duelo por un objeto
perdido. ¿Los niños no hacen duelo? Solo podemos hacer duelo si ya perdimos algo… en el duelo
reconocemos, a un nivel inconsciente, que una parte de aquel que amamos siempre estuvo perdida, incluso
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cuando estaba con nosotros.
Este proceso de maduración, elaboración de duelos y relación con objetos de amor, lo podemos
entender si seguimos las lecciones de esta “Historia del Juguete” cortesía de PIXAR. Recordemos lo
que Jacques Lacan menciona con respecto al juguete y su importancia para el psicoanálisis.
Todos los objetos del juego del niño son objetos transicionales. Juguetes, estrictamente hablando, el niño no
necesita que se los demos, porque se los hace el mismo con todo lo que cae en sus manos. Se trata de objetos
transicionales. No cabe preguntarse si son más subjetivos o más objetivos, son de una naturaleza distinta.
Aunque Winnicott no franquea el límite de nombrarlos así, nosotros los llamaremos simplemente
imaginarios… Lo que se olvida en esta dialéctica (la del objeto transicional)… es que uno de los mecanismos
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más esenciales de la experiencia analítica es, desde el principio, la noción de la falta del objeto.
La falta de objeto remite al mismo objeto de amor que permite el lazo transferencial, en otras
palabras, la relación con los juguetes son la expresión de la capacidad del niño para que, ante la
pérdida del objeto materno-infantil, comience a desear y establecer vínculos transferenciales.
Estos vínculos no solo remiten a la relación con otras personas, sino incluso otra forma de
relacionarse consigo mismo, la llamada tercera zona de los fenómenos transicionales según el
propio Winnicott:
Los viejos soldados nunca mueren, sólo desaparecen. El objeto transicional, tiende a ser relegado al limbo de
las cosas a medias olvidadas que-se amontonan en el fondo del cajón o en la parte posterior del estante de
los juguetes… Si es cierto que el objeto transicional y los fenómenos transicionales están en la base misma
del simbolismo, creo que podemos sostener con derecho que estos fenómenos marcan el origen, en la vida
del bebé y el niño; de una tercera zona de existencia, tercera zona que, según creo, ha sido difícil acomodar
dentro de la teoría psicoanalítica, la cual tuvo que edificarse en forma gradual según el método de la ciencia,
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Darian Leader. The new black. Mourning, melancholia and depression. (2008) Penguin Books
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Jacques Lacan. Seminario IV. La relación de objeto. Tres formas de la falta de objeto. 28-Nov-1956
Winnicott reconoce en la conferencia citada como primera zona “la realidad psíquica o interior del
individuo”, la segunda corresponde a “la realidad exterior, el mundo que paulatinamente es
reconocido como DISTINTO DE MI por el bebé”. El objeto transicional y sus fenómenos tendrán la
cualidad del arte y la cultura, la religión y la ciencia, objetos que son creados al reconocer su
ausencia. Estas presencias de ausencias es lo que introduce la dimensión simbólica, creando
retroactivamente al imaginario y el real.
Por lo anterior resaltamos la importancia de estos modernos cuentos infantiles, como las películas
de PIXAR, al brindar desde la cultura popular tanto a niños como adultos objetos artísticos para la
elaboración de fenómenos transicionales.
Esta tercera dimensión se relaciona con los llamados “4 elementos del duelo” que el mencionado
Darian Leader describe:
1. Un drogadicto o un fetichista, por ejemplo, puede hablar de su síntoma por años, pero en el
momento que ese síntoma aparece como un elemento en sus sueños, su estatus ha cambiado. Ya no
es simplemente una representación, un tema de su habla cotidiana, sino que ahora ha cambiado de
nivel: existe una nueva aproximación en su calidad de representación. En nuestros términos, ha
pasado de ser una representación a ser la representación de una representación… Así, el duelo
implica un cierto tipo de artificialidad... Un marco, una ventana para situar la representación…
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Introducir una dimensión simbólica.
La dimensión simbólica como algo que al enmarcar, el “hacer cuadro” artístico/lacaniano, crea una
distancia con respecto al objeto que deja de ser angustiante y se vuelve de deseo. Resulta de
interés clínico los ejemplos con los que inicia Leader su explicación al hablar de “Un drogadicto o
un fetichista”; ejemplos que en los que la relación con el objeto ahoga cuando desesperadamente
tratamos de obturar nuestra falta o desesperadamente no se acepta la falta en el Otro,
respectivamente. Vamos al segundo.
2. El segundo elemento que nos muestra lo que un proceso de duelo trata lo podemos encontrar de
nuevo en los sueños. Es común que ocurra que el deudo sueñe que mata a la misma persona por la
que llora. (Aparece el proceso de la separación que conlleva a la posibilidad de la culpa). Se vuelve
una terrible carga para el doliente cuando diferentes dimensiones de la lealtad se confunden (las
deudas que se pueden pagar y las que no). Deseos de muerte y protección contra el autoreproche.
Leader recuerda las enseñanzas de los ritos mortuorios de diferentes culturas. Una característica
es constante, es necesario asegurarse de que el muerto no vuelva, que experimente la segunda
muerte como una necesidad para la vida del doliente permitiendo los deudos, dejar sin pagar las
deudas impagables con el difunto.6
3. El tercer elemento del duelo concierne al objeto. Hacemos un duelo por un objeto perdido. ¿Los
niños no hacen duelo? Solo podemos hacer duelo si ya perdimos algo… en el duelo reconocemos, a
un nivel inconsciente, que una parte de aquel que amamos siempre estuvo perdida, incluso cuando
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Donald Winnicott. El destino del objeto transicional (1959)
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Darian Leader, Op.Cit.
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Desarrollamos más esta idea en nuestro artículo: “Inception: El origen… de una idea obsesiva”.
Los dos últimos elementos, separados todos meramente por razones académicas, remiten a los
personajes que están en relación, el difunto y el deudo. ¿Qué duele de la pérdida del objeto
amado? El reconocimiento de la pérdida misma. Pérdida que sin embargo constituye nuestra
personalidad como Freud argumenta sobre la creación del Yo:
“Cuando el yo cobra los rasgos del objeto, por así decir se impone él mismo al ello como objeto de amor,
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busca repararle su pérdida diciéndole: «Mira, puedes amarme también a mí; soy tan parecido al objeto...».”.
La identidad se basa en esa relación con la pérdida, por lo que cuál, en el proceso de duelo,
tenemos que hacernos de una nueva identidad ya que algo de nosotros murió con el difunto.
Alguien cuando ve las fotos con la persona perdida, no solo llora al ver al ausente, sino también al
ver lo perdido en él mismo y que si tenía en su imagen en la foto.
El psicoanálisis, como posiblemente otras experiencias, funciona como artefacto para acompañar
a alguien en el proceso de esa re-creación de personalidad, propiciando que emerja en el sujeto
un nuevo Ste para identificarse (No hay que olvidar que en la prehistoria del psicoanálisis hubo un
duelo, Freud comienza su autoanálisis con Fliess a partir de la muerte de su padre).
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Sigmund Freud. El yo y el ello. (1923) (Das Ich und das Es). AE. XIX.
“Nos resulta sencillo subestimar los efectos de la pérdida en los niños. ¡Los niños
se distraen con tanta facilidad, y la vida sigue bullendo, les guste o no! Pero la
pérdida de un progenitor, un amigo, una mascota o un juguete predilecto puede
quitarle todo valor al vivir, de manera tal que lo que erróneamente creemos que
es la vida constituye para el niño un enemigo, que engaña a todos menos a él. El
niño sabe que hay que pagar un precio por estar vivo.”
Donald Winnicott, Efectos de la pérdida en los niños (1968)
Así es, el tema central de Toy Story no es la amistad, como se cree y vocifera Randy Newman en sus
canciones, sino el abandono: el de una madre al nacer otro hermano (o al llegar un juguete nuevo a la
familia –sí, Woody: te estamos hablando a ti-), el de un amigo al encontrar nuevos caminos o personas más
interesantes que uno (por un momento pensamos que Japón sería la nueva residencia de Woody) o sólo el
miedo a que la infancia te deje (¿creías que Andy tendría ocho años para siempre?, ni que fuera Bart
Simpson), o simplemente a que las circunstancias cambien, a que la vida, tal y como la conocemos,
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evolucione…”
Toy Story: Woody es el juguete preferido de Andy y ve con temor la posibilidad de perder ese lugar
privilegiado cuando llega un nuevo juguete, Buzz mientras éste tiene que resignar su identidad
como héroe intergaláctico por la de un juguete infantil.
Toy Story 2: Ahora Woddy está en la encrucijada de enfrentar la posibilidad de que algún día será
desechado por Andy cuando crezca o mantenerse siempre adorado como juguete de colección en
Japón.
Toy Story 3: El momento final llega cuando Andy se va a la universidad y Woody intenta no ser
desechado tratando, junto con sus amigos, de volver con Andy.
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Jacqueline Waisser. Cinemanía Año 14, No. 165.
Otro aspecto esencial de esta tercera parte es el villano Lotso. En los mitos, el papel del villano es
vital, el Némesis, como lo muestra su etimología griega es el efecto del mismo héroe. Los villanos
de los cuentos funcionan como el alter-ego de Woody. En la primera, el vecino de Andy, Sid como
el otro niño que no sabe jugar. De cierta forma Woody es ese niño agresivo por envidioso de la
hermana que va a realizar lo que Woody desea en su propia envidia, destruir a Buzz. El otro
villano, el apestoso Pete enojado ya que sabe que lo abandonarán y decide vivir encerrado en su
Según me comentaba un amigo, en el cine le tocó escuchar como dos niños hablaban de Lotso.
Uno decía algo como “Méndigo Lotso era bien malo, ¿verdad?” y el otro le respondía “Si, se me
figuro que Lotso era como los Zetas”. Resaltemos la sabiduría de la ocurrencia infantil y hagamos
el juego de invertir la premisa lógica llegando a: Los Zetas son como Lotso. ¿Esta ocurrencia del
niño no hace recodar el pasado de ese grupo delictivo? ¿No son los dirigentes una élite –grupo
especial (Los Zetas originales)- entrenada por el gobierno que fue abandonado por presiones
políticas y presupuestarias? ¿No fueron los sicarios, soldados de menor rango en la organización
(jovencitos de entre 14 a 17 años) también de cierta forma abandonados por el estado en las
zonas marginadas no pudiendo lograr algo más sino por medio de la violencia y viviendo en la
desconfianza hacia el otro?
El clímax de la película, que funciona para toda la serie, se da en dos momentos. El primero es
cuando intentando escapar, los juguetes terminan en un horno triturador de basura
enfrentándolos con la muerte. En un momento, al verlo todo perdido, no les queda más que
tomarse de las manos, dirigirse unas miradas de aceptación y compañerismo, y aceptar lo
inevitable. He de aceptar que como espectador, si ese hubiera sido el fin, me hubiera dolido pero
aceptado que era un final digno. En ese momento de la verdad, lo más vivo fue la amistad.
Afortunadamente, la historia nos brindó otra posibilidad de elaborar el duelo en el verdadero final.
Andy deja sus juguetes con un niña de camino a la universidad por una misteriosa nota (escrita por
Woody). Comienza a despedirse de sus juguetes al presentárselos a la niña. Al fondo de la caja
está, para sorpresa de Andy, Woody, a quien planeaba llevarse a la universidad. En ese momento,
Andy se despide de Woody y sus amigos para finalmente agradecerles en silencio el haberlo
acompañado en su infancia, pudiendo así, finalmente partir. De esta forma, la historia fue la del
juguete Woody, metáfora de la de Andy con respecto a su madre y hermana (confieso que solo
hasta esta película me pregunté por el papá de Andy) y de esta forma de la niñez como menciona
Weisser. Solo que al perder la niñez se tuvo retroactivamente una, como Wendy de Peter Pan que
sabe que dejará de ser niña cuando ve la rosa que acaba de cortar su madre en la obra de James
M. Barrie. Woody es el que le hace el favor de la separación a Andy y a él mismo, Woody es el que
acepta dejarlo ir. Woody, como acto de amor le dio a Andy lo que no tenía (por la diferencia entre
el tener y el ser): la niñez. Nos encontramos con las respuestas pretexto de este escrito. Los
adultos sienten el nudo en la garganta al recordarles la pérdida y constitución de su niñez, pérdida
que los ha llevado a descubrir nuevos mundos y diversos amores, sus lágrimas son el homenaje a
ese paraíso perdido y construido por la misma pérdida. Los niños están ante otros tipos de
procesos, probablemente después verán la película como parte de esa niñez como el amable
recuerdo de los amigos de la infancia de cuando eran, como dice Barrie, “alegres, inocentes y
crueles”. Un tiempo donde están aprendiendo la vieja lección de la vida, y que entre los
psicoanalistas se ubica como el juego edípico, que es un juego que solo se gana perdiendo.
Héctor Mendoza