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En el más apartado espacio de la tierra, llamada la Antártida, donde todo está cubierto de hielo, descendió una familia del espacio infinito. Una mama, un papa y un niño llamado Maaniv. Al principio, a todos les pareció un lugar perfecto, por su blancura y su fresco aroma. Luego, poco a poco se fueron trasladando por otras tierras y cada vez la encontraban más hermosa. Parecía que sus ojos se abrían por vez primera, con todas las novedades que encontraban en su paso por el camino. El padre, siempre estaba feliz y le mostraba a su pequeño hijo las maravillas de la creación. La madre vivía un poco triste porque ella notaba más las desigualdades del mundo. Las diferencias entre las cosas, los colores, los aromas, y sentía un abismo entre el dolor y la alegría. En esta atmosfera siempre nueva, evolucionaba el pequeño Maaniv, construyendo un mundo sin igual. Un mundo que brotara del amor, de la compasión y del placer de ayudar. Un día, llegaron a la cima de las montañas del Tíbet, las montañas más altas de nuestro planeta tierra y encontraron alli que todas las personas parecían felices, sonreían y meditaban como si nada les preocupara. Maaniv noto que a la hora de comer, se sentaban todos juntos en forma de circulo, colocaban su comida en el centro y se alimentaban tocando los alimentos con sus manos y compartiendo todos de la misma fuente. Luego descendieron y llegaron a una zona llamada américa, allí comían con instrumentos filosos y puntiagudos, se sentaban separados o esparcidos, no compartían el alimento de sus platos. Parecían enojados y tristes, jamás reían ni saludaban a sus semejantes, ni meditaban para calmar su ansiedad. Sus preocupaciones les hacía caminar cabizbajos, ausentes del mundo en su interior y a su alrededor. El niño intrigado le pregunto a su papa: ¿porque estos están tan amargados y frustrados y aquellos están tan felices, si estos tienen más comida que aquellos? Compartir es la clave de la felicidad contesto el padre. A Maaniv le dejo satisfecho la respuesta del padre, sin embargo, pregunto de nuevo a su madre: ¿Por qué están tan felices los que viven en la cima de las montañas que tienen tan poco y aquí que tienen en abundancia están tan tristes? Te mostrare algo para que lo entiendas mejor, ven conmigo y te enseñare. Llegaron a las costas de Marfil en África, vieron a los niños hambrientos y dispersos, con armas en sus manos, luchando por sobrevivir. Sin comida, sin descanso, sin amor. ¿Qué mundo tan extraño es este? como puede existir algo así, habiendo tanta felicidad allá arriba y tanta abundancia allá abajo. ¿Dónde esta el equilibrio, pensó?
Ahora Maaniv no quería escuchar nada, ni tenia preguntas ya. Estaba resuelto a no ser un contemplativo, y también a no ser tan solo un ser de acción. Por eso le dijo a su padre y a su madre que se quedaría allí, en aquellas tierras secas y hambrientas de amor. Aquí permaneceré por largo periodo, hasta que el mundo empiece a girar al revés y la armonía se restablezca en todo el planeta. No como un sueño de dos, ni de tres, ni de arriba, ni de abajo, sino como un sentimiento pleno del corazón del universo.
Con la presencia de Maaniv en África las cosas se calmaron por algún tiempo, pero muy pronto se elevaron las voces y la consciencia empezó a crecer, como jamás había sucedido en toda la tierra. El amor de los unos por los otros fue cambiando sus mentes y cuerpos, y todos los moradores de la tierra al fin vivieron felices para siempre.
En el más apartado espacio de la tierra, llamada la Antártida, donde todo está cubierto de hielo, descendió una familia del espacio infinito. Una mama, un papa y un niño llamado Maaniv. Al principio, a todos les pareció un lugar perfecto, por su blancura y su fresco aroma. Luego, poco a poco se fueron trasladando por otras tierras y cada vez la encontraban más hermosa. Parecía que sus ojos se abrían por vez primera, con todas las novedades que encontraban en su paso por el camino. El padre, siempre estaba feliz y le mostraba a su pequeño hijo las maravillas de la creación. La madre vivía un poco triste porque ella notaba más las desigualdades del mundo. Las diferencias entre las cosas, los colores, los aromas, y sentía un abismo entre el dolor y la alegría. En esta atmosfera siempre nueva, evolucionaba el pequeño Maaniv, construyendo un mundo sin igual. Un mundo que brotara del amor, de la compasión y del placer de ayudar. Un día, llegaron a la cima de las montañas del Tíbet, las montañas más altas de nuestro planeta tierra y encontraron alli que todas las personas parecían felices, sonreían y meditaban como si nada les preocupara. Maaniv noto que a la hora de comer, se sentaban todos juntos en forma de circulo, colocaban su comida en el centro y se alimentaban tocando los alimentos con sus manos y compartiendo todos de la misma fuente. Luego descendieron y llegaron a una zona llamada américa, allí comían con instrumentos filosos y puntiagudos, se sentaban separados o esparcidos, no compartían el alimento de sus platos. Parecían enojados y tristes, jamás reían ni saludaban a sus semejantes, ni meditaban para calmar su ansiedad. Sus preocupaciones les hacía caminar cabizbajos, ausentes del mundo en su interior y a su alrededor. El niño intrigado le pregunto a su papa: ¿porque estos están tan amargados y frustrados y aquellos están tan felices, si estos tienen más comida que aquellos? Compartir es la clave de la felicidad contesto el padre. A Maaniv le dejo satisfecho la respuesta del padre, sin embargo, pregunto de nuevo a su madre: ¿Por qué están tan felices los que viven en la cima de las montañas que tienen tan poco y aquí que tienen en abundancia están tan tristes? Te mostrare algo para que lo entiendas mejor, ven conmigo y te enseñare. Llegaron a las costas de Marfil en África, vieron a los niños hambrientos y dispersos, con armas en sus manos, luchando por sobrevivir. Sin comida, sin descanso, sin amor. ¿Qué mundo tan extraño es este? como puede existir algo así, habiendo tanta felicidad allá arriba y tanta abundancia allá abajo. ¿Dónde esta el equilibrio, pensó?
Ahora Maaniv no quería escuchar nada, ni tenia preguntas ya. Estaba resuelto a no ser un contemplativo, y también a no ser tan solo un ser de acción. Por eso le dijo a su padre y a su madre que se quedaría allí, en aquellas tierras secas y hambrientas de amor. Aquí permaneceré por largo periodo, hasta que el mundo empiece a girar al revés y la armonía se restablezca en todo el planeta. No como un sueño de dos, ni de tres, ni de arriba, ni de abajo, sino como un sentimiento pleno del corazón del universo.
Con la presencia de Maaniv en África las cosas se calmaron por algún tiempo, pero muy pronto se elevaron las voces y la consciencia empezó a crecer, como jamás había sucedido en toda la tierra. El amor de los unos por los otros fue cambiando sus mentes y cuerpos, y todos los moradores de la tierra al fin vivieron felices para siempre.
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En el más apartado espacio de la tierra, llamada la Antártida, donde todo está cubierto de hielo, descendió una familia del espacio infinito. Una mama, un papa y un niño llamado Maaniv. Al principio, a todos les pareció un lugar perfecto, por su blancura y su fresco aroma. Luego, poco a poco se fueron trasladando por otras tierras y cada vez la encontraban más hermosa. Parecía que sus ojos se abrían por vez primera, con todas las novedades que encontraban en su paso por el camino. El padre, siempre estaba feliz y le mostraba a su pequeño hijo las maravillas de la creación. La madre vivía un poco triste porque ella notaba más las desigualdades del mundo. Las diferencias entre las cosas, los colores, los aromas, y sentía un abismo entre el dolor y la alegría. En esta atmosfera siempre nueva, evolucionaba el pequeño Maaniv, construyendo un mundo sin igual. Un mundo que brotara del amor, de la compasión y del placer de ayudar. Un día, llegaron a la cima de las montañas del Tíbet, las montañas más altas de nuestro planeta tierra y encontraron alli que todas las personas parecían felices, sonreían y meditaban como si nada les preocupara. Maaniv noto que a la hora de comer, se sentaban todos juntos en forma de circulo, colocaban su comida en el centro y se alimentaban tocando los alimentos con sus manos y compartiendo todos de la misma fuente. Luego descendieron y llegaron a una zona llamada américa, allí comían con instrumentos filosos y puntiagudos, se sentaban separados o esparcidos, no compartían el alimento de sus platos. Parecían enojados y tristes, jamás reían ni saludaban a sus semejantes, ni meditaban para calmar su ansiedad. Sus preocupaciones les hacía caminar cabizbajos, ausentes del mundo en su interior y a su alrededor. El niño intrigado le pregunto a su papa: ¿porque estos están tan amargados y frustrados y aquellos están tan felices, si estos tienen más comida que aquellos? Compartir es la clave de la felicidad contesto el padre. A Maaniv le dejo satisfecho la respuesta del padre, sin embargo, pregunto de nuevo a su madre: ¿Por qué están tan felices los que viven en la cima de las montañas que tienen tan poco y aquí que tienen en abundancia están tan tristes? Te mostrare algo para que lo entiendas mejor, ven conmigo y te enseñare. Llegaron a las costas de Marfil en África, vieron a los niños hambrientos y dispersos, con armas en sus manos, luchando por sobrevivir. Sin comida, sin descanso, sin amor. ¿Qué mundo tan extraño es este? como puede existir algo así, habiendo tanta felicidad allá arriba y tanta abundancia allá abajo. ¿Dónde esta el equilibrio, pensó?
Ahora Maaniv no quería escuchar nada, ni tenia preguntas ya. Estaba resuelto a no ser un contemplativo, y también a no ser tan solo un ser de acción. Por eso le dijo a su padre y a su madre que se quedaría allí, en aquellas tierras secas y hambrientas de amor. Aquí permaneceré por largo periodo, hasta que el mundo empiece a girar al revés y la armonía se restablezca en todo el planeta. No como un sueño de dos, ni de tres, ni de arriba, ni de abajo, sino como un sentimiento pleno del corazón del universo.
Con la presencia de Maaniv en África las cosas se calmaron por algún tiempo, pero muy pronto se elevaron las voces y la consciencia empezó a crecer, como jamás había sucedido en toda la tierra. El amor de los unos por los otros fue cambiando sus mentes y cuerpos, y todos los moradores de la tierra al fin vivieron felices para siempre.
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En el más apartado espacio de la tierra, llamada la
Antártida, donde todo está cubierto de hielo, descendió una familia del espacio infinito. Una mama, un papa y un pequeño pingüino llamado Maaniv. Al principio, a todos les pareció un lugar perfecto, por su blancura y su fresco aroma. Luego, poco a poco se fueron trasladando por otras tierras y cada vez la encontraban más hermosa. Parecía que sus ojos se abrían por vez primera, con todas las novedades que encontraban en su paso por el camino. El padre, siempre estaba feliz y le mostraba a su pequeño hijo las maravillas de la creación. La madre vivía un poco triste porque ella notaba más las desigualdades del mundo. Las diferencias entre las cosas, los colores, los aromas, y sentía un abismo entre el dolor y la alegría. En esta atmosfera siempre nueva, evolucionaba el pequeño Maaniv, construyendo un mundo sin igual. Un mundo que brotara del amor, de la compasión y del placer de ayudar. Un día, llegaron a la cima de las montañas del Tíbet, las montañas más altas de nuestro planeta tierra y encontraron allí que todas las personas parecían felices, sonreían y meditaban como si nada les preocupara. Maaniv noto que a la hora de comer, se sentaban todos juntos en forma de circulo, colocaban su comida en el centro y se alimentaban tocando los alimentos con sus manos, compartiendo todos de la misma fuente. Luego, la familia descendió y llegaron a una zona llamada américa, aqui comían con instrumentos filosos y puntiagudos, se sentaban separados o esparcidos, no compartían el alimento de sus platos. Parecían enojados y tristes, jamás reían ni saludaban a sus semejantes, estaban siempre ocupados con mil quehaceres, no meditaban para calmar su ansiedad. Sus preocupaciones les hacía caminar cabizbajos, ausentes del mundo en su interior y a su alrededor. El pequeño intrigado le pregunto a su papa: ¿porque estos están tan amargados y frustrados y aquellos en la cima están tan felices, si estos tienen más comida y comodidad que aquellos? Compartir es la clave de la felicidad contesto el padre. A Maaniv le dejo satisfecho la respuesta del padre, sin embargo, pregunto de nuevo a su madre: ¿Por qué están tan felices los que viven en la cima de las montañas que tienen tan poco y aquí que tienen en abundancia están tan tristes? Te mostrare algo para que lo entiendas mejor, ven conmigo y te enseñare. Llegaron a las costas de Marfil en África, vieron a los niños hambrientos y dispersos, con armas en sus manos, luchando por sobrevivir. Sin comida, sin descanso, sin amor. ¿Qué mundo tan extraño es este? ¿Cómo puede existir algo así?, habiendo tanta felicidad allá arriba y tanta abundancia del otro lado, allá abajo. ¿Dónde está el equilibrio, pensó?
Ahora Maaniv no quería escuchar nada, ni tenia preguntas
ya. Estaba resuelto a no ser un contemplativo, y también a no ser tan solo un ser de acción. Por eso les dijo a su padre y a su madre que se quedaría allí, en aquellas tierras secas y hambrientas de amor. Aquí permaneceré por largo periodo, hasta que el mundo empiece a girar al revés y la armonía se restablezca en todo el planeta. No como un sueño de dos, ni de tres, ni de arriba, ni de abajo, sino como un sentimiento pleno del corazón del universo.
Con la presencia de Maaniv en África, las cosas se calmaron
por algún tiempo, pero muy pronto se elevaron las voces y la consciencia empezó a crecer, como jamás había sucedido en toda la tierra. El amor de los unos por los otros fue cambiando sus mentes y cuerpos, y todos los moradores de la tierra al fin vivieron felices para siempre.