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Duele.
Kimahri obedeció, cabizbajo, y se limitó a dejar estático su propio cuerpo justo delante de ella,
como si quisiera parapetar la fragilidad de Yuna que ésta hacía patente con sus resonantes
llantos. La venstica del Monte era un testigo implacable y fiel, que recogía, ensimismada, trazos
de humanidad borrosos y húmedos.
Yuna se sentía mutilada, perdida, y otras veces cegada. Ella guardaba celosamente la esfera
entre sus enseres más personales, mas rechazaba cualquier especulación sobre su presumible
decadencia, su perdición espiritual. Declinó todo tipo de comunicación o cooperación con aquellas
facciones que se formaban, como tumultos fantasmales, a lo largo y ancho de Spira. Grupúsculos
y mercenarios, truhanes y pícaros; ninguno escapaba de la influencia de Yuna, pero ésta se
deshacía en rápidos halagos y excusas para liberarse a sí misma, para escapar del mundanal
ruido. Su esencia era harto inalcanzable, inexpugnable para la mayoría de seres mortales.
Yuna conocía muy bien a sus cofrades, sus protectores y guías. Su camino hubo de ser trazado
por alguien más dotado, experimentado que ella. Aun siendo esto algo que ella no olvidó, siguió a
partir de ahora su propio camino, a caballo entre la deshonra y la emancipación. Se olvidó de sus
seres queridos y emprendió un peregrinaje por lugares inusitados de Spira. Su viaje era proclive al
dolor, le dirían. Sus ansias y su dejadez su más perfecta traidora, le avisaban. Pero era inútil.
En una alba singular, Yuna emprendió un viaje hacia lo desconocido y más profundo de su alma.
Ajenos a la determinación tan inesperada de Yuna, sus amigos y conocidos se preocuparon, pero
tampoco quisieron ahondar en terrenos con los que ni ellos mismos se atrevían a lidiar.
Los días se deshojaban y la luna fallecía en lento desperezar. No fue hasta bien entrada la
primavera del año siguiente cuando Yuna maduró en mesura. Habían pasado dos nostálgicos
años desde que Tidus se fuera, y Yuna no pudo evitar regresar al lugar que más cerca vio posar
los cuerpos de estos dos enamorados.
Se acabó. Si eras tú, Tidus, el Lago de Macalania te honrará, y si no lo eras, no importa, este
lugar seguirá siendo el icono de nuestro amor.
-¡Yuna!
¿Kimahri? ¿Qué hace aquí? Me ha seguido en mis últimos viajes, ¿o qué? No me lo puedo creer...
¿Wakka, Lulu? ... ¿Rikku?
-Yuna, la esfera que tanto tiempo has custodiado representaba a alguien ajeno a ti. Él no era
Tidus, sino Shuyin.
-No es solo lo que dice Kimahri, Yuna. Shuyin vivió de una forma tan parecida a Tidus, que parece
que incluso esto tuvo que ver. Han pasado cosas que ni te imaginarías, pero vayamos al grano.
-Wakka, no vayas tan deprisa.-continuó Rikku.
-Quiero saberlo todo, Lulu, id todo lo deprisa que podáis, porque estaba a punto de completar mi
propia ceremonia...
-Yuna, te conozco, sé que ibas a lanzar la esfera porque te atormentaba, pero sea para bien o
para mal, debes saber que este Shuyin en realidad ha causado más revuelo de lo que te
imaginarías. Algo así como una Confederación de Spira le ha parado los pies, porque quería
hacer cosas peligrosas con el mundo.-Lulu me contestó.
-Igual ha sido un poco precipitado hablarte de la Confederación y de un tipo que se volvió loco. No
sé, han pasado tantas cosas que ya ni sé cómo se retoma la relación contigo.-me decía Rikku.
Es como un albatros, ¿sabéis? Como un ave libre. Pero si vuelan, es porque ellas conocen su
destino, pero nadie más que ellas. Por eso a veces nos parece que lloramos para nada, o erramos
en vano. Pero me he dado cuenta de que he necesitado tomar la decisión de viajar. El propio
tiempo, digamos, me ha moldeado el destino, y yo a sabiendas de que no esperaba encontrar
nada revelador...
He sido egoísta. He pecado de inocente. Pero ahora ya sé que las mejores cosas duran para
siempre, aunque no lo parezca. Tidus, no hace falta que vuelvas, no necesito seguir confiando en
tu aspecto, en tu cuerpo. Puedo confiar en que no olvidaré lo que fuiste para mí.