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Al encuentro
encuentro
con El
El Maestro
Maestro

El relato
de una peregrinación a través de los tiempos,
donde todo es posible,
incluso el encuentro con el Maestro
que nos espera en cualquier recodo del Camino.

Anciano Juan
Juan
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Inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual (España).

Tal como me fue dado así lo comparto.

El Autor

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Mi eterno agradecimiento a quienes
desde ambos lados
lados del velo
hicieron
realidad estos escritos.

Dedicado a ellos y a quienes ya no tenéis prisa.

Anciano Juan
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Escrito I
1º parte

LA VOLUNTAD

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1- Hoy aquí

En las playas del Universo,


tras los vientos de la tarde,
en medio de la soledad te encuentro sentado junto a mí.

Me hablas de grandes propósitos,


de esperanzas.
Me dices que cuentas conmigo,
con este pequeño anciano que nada sabe hacer en este mundo,
con todos.

Sólo tengo mi tiempo


que comparto contigo y el destino,
con calma y sosiego,
inquietud y temor.

Nada poseo.
Mis manos vacías están.
No tengo sabiduría.
Sólo sé que nada sé,
mas en tus manos deposito mi pequeño espíritu
para que con él haga nuestro Padre su voluntad.

Hoy aquí, mañana no lo sé.

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2- Padre

Padre,
en este mundo donde tanto se habla de ti,
unas veces con bondad,
con conocimiento y amor,
otras con vanidad e ignorancia.
Donde muchos se autoproclaman seguidores de la verdadera
iglesia y rechazan sin dudar a su hermano.
Donde te catalogan y establecen normas que tus hijos
nunca manifestaron.
Un dios creado a medida del humano,
Un dios frustrante e inalcanzable.
Un dios que nada tiene que ver contigo,
Padre.

Tú, Padre, hablas de hermandad,


de un solo cuerpo integrado por todos tus hijos;
donde no hay primeros ni últimos;
donde no vamos a ninguna parte porque ya estamos;
donde tú te manifiestas.

Los hijos que bien te conocen,


nos hablan de la fuerza del amor frente a la barbarie de la
sinrazón.
Nos hablan de esperanza,
de una realidad tangible
sólo con dejar un pequeño espacio a la posibilidad de lo
imposible.

Tú, Padre,
estás aquí entre tus hijos porque nunca nos abandonaste.
Nos creaste a tu imagen y semejanza.
Y hoy,
aquí y ahora podemos conocerte,
conocernos si así lo anhelamos con la suficiente
humildad de corazón.

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3- El Hijo pródigo

¿Cómo expresar con palabras lo inconmensurable,


compartir el gozo, el deleite,
la complacencia del encuentro con la divinidad inmanente?

Solo, en el silencio, escucho tu himno de alabanzas:

¡Alabados sois, porque veis el Reino en medio de la iniquidad!


¡Alabados sois, porque aún no siendo del mundo lo dais todo por
él!
¡Alabados sois, porque os creé a todos semejantes a Mí!
¡Alabados sois, hijas e hijos míos, porque allanáis el camino al
Maestro, vuestro hermano!
¡Alabados sois, hijas e hijos del Amor, en Mí vivís por siempre!

Tu fuego purificador ha sanado a la ignorancia


convirtiéndola en luminiscencia.
El rayo de tu luz señala el camino a seguir.
El encuentro celestial ya no es una quimera.

Hoy, aquí y ahora,


vives en cada uno de nosotros.

Hoy, el hijo pródigo vuelve a casa.

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4- Ayer me contaron

Ayer me contaron que…


junto al olivo, símbolo de paz,
unos ojos entristecidos descubren a un amigo,
Aquel que siempre está cuando se le necesita.

Sus ojos negros, penetrantes y profundos.


Su rostro con las huellas de tantos caminos recorridos
y sin embargo terso y firme;
juvenil y maduro a la vez, lleno de sabiduría.
Su cabello azabache, mecido por la brisa,
y su sonrisa,
infunden serenidad y bonanza.

Los pensamientos desordenados de quien le observa


los hace suyos.
La confusión desaparece por completo con sus respuestas sin
palabras, llenas de vida y amor.
Una Voz que resuena con nitidez en su interior
le habla de esperanza;
de la realidad divina;
del espíritu unido a tantos y tantos espíritus;
de confianza de que Su palabra se cumplirá.

Nunca se fue,
está en cada uno de nosotros,
ahora más que nunca.

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5- Es asunto tuyo

Nada sobre los mares,


sumérgete en sus profundidades,
sus corrientes te llevarán de un lado a otro.
Cuando domines el arte de la natación,
podrás andar sobre las aguas,
entonces mira hacia el cielo.

Contempla como vuelan las aves,


extiende tus brazos,
se convertirán en alas;
nada temas,
toma impulso y únete a ellas;
se alegrarán de tu llegada y te enseñarán el arte de volar;
lo demás es asunto tuyo.

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6- Contigo gloria alcanzada

En tu grandeza, Padre,
al ciego convirtiendo en visionario.

En sueños contemplando una realidad


trascendiendo los sentidos confinados.

Tu Espíritu habitando alma arrebatada,


gozoso éxtasis de amor sublimado,
entregada a tu Voluntad Divina,
devuelta magnificada,
transfigurada morada,
nunca más por el humano ocupada.

Únicamente Tú importas,
sólo tu Palabra.
La persona muere,
sin ti ya no es nada,
contigo gloria alcanzada.

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7- La Voz

Una Voz resonaba en mi interior:


—¡Despierta! ¡Sal de tu casa! ¡No estás soñando!

Miré a mi alrededor, no había nadie, aún así aturdido respondí:


—¿Ahora? ¡Aún es de noche!

La Voz siguió:
—¡La semilla que plantaste en tu jardín ha crecido lo suficiente
para dejar ver su hermosura, sal a verla!
A medio despabilar, abrí la puerta, salí, bajé unos escalones y
me encontré en medio del jardín. No veía nada fuera de lo normal
por más que miraba a mi alrededor, algunos arbustos y un ciprés
dejando entrever la luna llena en medio del infinito.

La Voz continuó:
—Como siempre, andas un poco despistado, no es con los ojos
físicos con los que has de mirar, son los del alma los que debes
usar, mantente un momento en silencio, agudiza un poco el oído y
escucha.
Así lo hice, lentamente mi respiración era más pausada, aparte
de ello todo era silencio. Pensé:”no escucho nada”.

La Voz me dijo:
—¿Estás seguro que no oyes nada?
Volví a “mi” silencio. Escuché entonces los latidos de mi
corazón, al principio agitados, aunque la calma no tardó en llegar.

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Acabé cerrando los ojos sentado en un banco. Los minutos
pasaban, o eso me parecía a mí.
Una música muy suave, un sonido indescriptible pero hermoso
me puso el bello de punta. Me pareció que todo se movía a mi
alrededor, al instante me encontré en pie… ¡frente a mi mismo!
No podía creer lo que estaba viendo, ahí estaba yo, sentado con
los ojos cerrados y a la vez en pie, creía que me estaba volviendo
loco. Y de pronto volví a escuchar la misma melodía, me serené
sin saber cómo.

La Voz, que esta vez parecía provenir de todas partes, la volví a


escuchar diciendo:
—Ya es hora que veas el ser en que te has convertido, has
tardado “unos pocos milenios”, pero ha merecido la pena la
espera. Pasaste penurias, sufrimientos, también momentos
alegres e inolvidables, todos ellos te fueron moldeando y han
hecho, has hecho de ti quien hoy eres. Lo debes a tu esfuerzo y
abnegación, los que te acompañaron y acompañaste, están muy
contentos.
—Hoy el cielo canta una canción, la tuya, la del ritmo de tu
corazón sonando en armonía junto a miles, millones de hijos de
Dios.
—Hoy ha nacido un hijo del Espíritu.

—¡Empieza a caminar!

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Escrito I
2ª parte

EL AMOR

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8- La hora del viento

Amanece en el desierto. La oscuridad va dejando paso a la luz


del alba.
El frío de la noche se aleja, dejando una estela de rocío sobre las
pocas plantas que se atreven a crecer en esta inmensidad
encantada.
Un pequeño escarabajo despierta haciendo un surco bajo la arena
comenzando su diaria tarea en búsqueda de alimento.

Poso mis manos sobre la fina arenisca, las lleno de ella


elevándolas al cielo; abriéndolas y dejando la arena caer cual reloj
sin tiempo que marcar, sus diminutas partículas se esparcen
llevadas por el viento, lejos, no importa dónde.
Los primeros rayos comienzan a perderse en el horizonte, pronto
el rey Sol se dejará ver en todo su esplendor.

Sumido en la contemplación del bello espectáculo de un nuevo


día, único, irrepetible, unas palabras resurgen en mi corazón:
«Yo envío delante de mí a mis hermanos, allanad el camino de
mi vuelta, os traigo lo que os prometí».
«Ven, conmigo ven, llegó la hora del viento».

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9- El Mar de Galilea

Llegó el atardecer tras una larga jornada caminando por las


tierras de Galilea. Mis pies cansados me llevaron a la orilla de un
mar que me traía viejos recuerdos…

La chiquillería, alborotada tras la llegada de los pescadores con


la recompensa de una jornada bajo un sol abrasador, sabía que
necesitaban de su ayuda para limpiar los peces y prepararlos para
su transporte. Las mujeres no se quedaban a la zaga, colaboraban
y no era sólo por necesidad, un espíritu de solidaridad les
embargaba a todos.
Eran los días en que el Maestro estaba junto a ellos, sus palabras
habían calado hondo en muchos, tanto que cambió radicalmente
sus vidas… Pedro, Mateo, Santiago…

Ahora todo era silencio. Alguna desvencijada barca en un mar


que ya no era el mismo. Los aviones sobrevolando a cielo raso,
rompiendo la paz que aún se respira, rumbo norte, en no se sabe
qué misión, en nombre de no sé qué paz.

«Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.


Bienaventurados los limpios de corazón, los perseguidos, los que
lloran…» Sus palabras están tan vivas como entonces.

No me apetecía dormir bajo un techo de hormigón, así que


decidí que las estrellas me acompañarían. Los grillos ya

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comenzaban su cantinela y el sonido suave del agua acariciando
la orilla eran un bálsamo para mi cuerpo cansado.
La primavera se dejaba entrever. La noche era templada. La
vegetación se mezclaba con la árida tierra alfombrándola con su
verdor. La luna creciente se asomaba a través de los montes
cercanos, reflejándose su luz en las tranquilas aguas.
Me senté a la orilla dejando que mis pies se mojaran. Una vez
más los recuerdos reaparecían…

Otro tiempo. La misma orilla. Mis pies mojándose como hoy,


pero no estaba solo, cerca dormían como niños mis compañeros
de viaje.
El Maestro se acercó, sus pasos le delataban; se sentó a mi lado,
descalzándose y extendiendo sus piernas dejando que el agua las
bañara. Su túnica acabó mojándose. Nos miramos y sonreímos.
Volví a mis pensamientos.

—Nada temas —me dijo.


—No estés preocupado por el futuro, sin duda llegará, pero este
es el momento que estás viviendo —pareció leer mis
pensamientos—, es en el ahora donde has de concentrar tus
energías. Nuestro Padre sabe de tus necesidades y de las mías,
nada te ha de faltar.
—En este momento, si todo tu ser lo centrarás en ver el Reino de
Dios lo tendrías ante tus ojos, mas la duda no deja de cegarte.
Pasarán mil, dos mil años y te seguirás haciendo las mismas
preguntas… ¡Cuando la respuesta la tienes tan cerca!
—El Reino —continuó— no es un lugar al que has de llegar, ni
siquiera una tierra que has de conquistar. ¡El Reino eres tú!

Me quedé un poco perplejo, no acababa de entenderle, a veces


sus palabras me resultaban tremendamente enigmáticas. Parecía
hablar como si estuviera dirigiéndose a los escribas y eruditos, y
yo no era más que el hijo de un pescador.

—Me dirijo a ti —volvió a leer en mi mente―. Las auténticas


verdades, las que nos hacen libres, son sencillas. Somos nosotros

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quienes para no salir de nuestra prisión tejemos una telaraña
donde nos dejamos atrapar, y le ponemos nombres que ocultan la
podredumbre que encierran.
—Eres libre si así lo deseas con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todo tu ser.
—Sólo hay un camino, el de la verdad. La verdad de que eres mi
hermano. La verdad de que somos hijos del Creador… nuestro
Padre.
—Él nos ha dado la vida, nos ha dado lo más preciado que un
padre puede tener; se ha dado a sí mismo, se ha entregado por
entero a los mundos que ha creado, se ha fundido con ellos.
—Y tú, mi pequeño hermano, no eres menos que la Luna que
contemplas, ni el Sol que alumbra tus días. Él habita en ti, como
tú habitas en Él. Este es el Reino que quiero que descubras, no
importa si hoy o en otro tiempo, solamente depende de ti.

Le miré. Su cabello negro, brillante como la luz de la luna. Sus


ojos mirándome fijamente. Los míos dejaban caer unas gotas
como el agua del Mar de Galilea.
Nunca olvidaré su rostro y su sonrisa, pero más importante,
nunca olvidaré sus palabras de vida:
«El Reino eres tú. Este es el Reino que quiero que descubras, no
importa si hoy, o en otro tiempo, depende de ti».

Abrí el saco de dormir. Tumbado contemplé el firmamento, una


estrella fugaz le recorría de este a oeste, de mis ojos brotaron unas
gotas como el agua del Mar de Galilea.

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10- El Templo de Jerusalén

El camino hasta Jerusalén transcurrió con relativa calma, los


controles del ejército israelí hacían que la puntualidad no fuera
más que una bonita palabra en el tablón de horarios de la estación
de autobuses.

Otro ejército aparecía en mi mente, soldados romanos vigilaban


la calzada observando a todos los que nos acercábamos a
Jerusalén. Aunque esos días eran tantos los que nos acercábamos
que no daban a basto, los “enemigos” de Roma entrábamos con
facilidad.

Hoy, palestinos y judíos, transitan recelosos unos de otros, el


“veneno” del odio está inoculado en cada uno de ellos. Cada
gesto, cada movimiento les delata. El miedo parece gobernar la
Ciudad Santa. Algunos políticos y dirigentes religiosos han hecho
a la perfección su labor en ambos bandos. Se respira un ambiente
de calma tensa, frío y desolador.

¡Cuántas palabras pronunciadas en nombre del amor y la verdad


con el único objetivo de tener dominado a un pueblo, adormecido,
sojuzgado!
¡Cuánto disfraz bajo el nombre de la justicia para no querer
reconocer la igualdad de todos los habitantes de esta tierra, donde
nadie es realmente superior ni inferior a nadie!

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Transitamos por las calles empedradas, los puestos apostados a
ambos lados ofrecían sus mercancías, el griterío era constante. En
aquella ocasión no estaba solo, varios amigos me acompañaban y
el Maestro nos esperaba. Sabíamos que el Sanedrín se reuniría.
Roma estaba nerviosa pues el imperio en oriente no iba todo lo
bien que esperaban, levantamientos contra su opresión ocurrían
cada poco tiempo, había que atajar el problema de raíz.
Allí estaba Él, esperándonos junto a la fuente, aún sentado
destacaba por su altura y porte. Nos saludamos efusivamente, un
abrazo dado con corazón, el reencuentro de viejos amigos.

―¡Vamos! Exclamó Él con voz firme.

Tras recorrer varias callejuelas llegamos a la plaza central frente


al Templo, subimos por la escalinata que nos adentraba en su
patio. En él todos podíamos acceder, judíos y gentiles; la vida de
éste era agitada en el Sabbat, el espectáculo era a veces
deprimente; si fuera había puestos, dentro no cabía una aguja,
todo se vendía y todo se compraba.
El Maestro se detuvo mirando con tristeza a su alrededor.
¡Continuemos! Esta vez su voz estaba apagada, su corazón
permanecía turbado.
Le pregunté:
—¿Rabí, por qué permiten que esto ocurra en tierra sagrada?
¿No habría que echarlos de aquí como fuera, aunque sea a
empujones y latigazos?
—Dejadles —dijo el Maestro— que ellos se ahoguen en su
propia agua.

El Maestro continuó en silencio hasta el edificio del Templo,


aquí ningún extranjero podía pisar, se sentó y nosotros a su
alrededor. Me miró, sus ojos estaban vidriosos y, tras un silencio
en que Él sólo sabe qué ocurre en su interior, comenzó a hablar
diciendo:
—Nunca empleéis la violencia ni aún con aquel que te ha
arrebatado tu Hogar, ninguna causa es tan importante que
justifique su uso. Pues aquel que emplea la espada y lastima a su

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hermano, no basta con que le pida perdón, si éste no se perdona a
si mismo vivirá en un infierno aquí en la Tierra. Si no lo hace así
su corazón se convertirá en una dura roca. Entonces atraerá para
sí lo que mal llamáis infortunio, desgracias, cuando sólo son el
medio que el Espíritu emplea para ablandar y volver a hacer de
carne y sangre su corazón, de luz y fuego su alma.
—Si permites que tu Templo sea ocupado por la codicia, la
avaricia, la soberbia, la mezquindad, el egoísmo. Si dejas que los
mercaderes del Templo se adueñen de tu Hogar y te arrojen fuera
de él. ¿Qué quedará de ti? ¿A dónde irás?
—Tu Hogar, tu Templo, es la Casa de mi Padre, os fue dada para
que hicierais de ella el lugar donde se reúnen el Cielo y la Tierra.

Se levantó y llevándose las manos al corazón, miró al Santuario


del Templo y continuó:
—Sólo el Amor tiene cabida en la Casa de mi Padre. Todo
vuestro ser, desde los pies hasta el último cabello tienen la misma
importancia para Él.
—En cada uno de sus hijos dejó una semilla que debéis cuidar,
dejar crecer y madurar. Su Espíritu espera pacientemente este
momento, entonces se cumple su promesa de liberar a su pueblo
de la esclavitud y os convertís en su Santuario Vivo, en la Tierra
Prometida, la Nueva Jerusalén.

Nos quedamos sin palabras, nada podía salir de nosotros más


que un sentimiento indescriptible. Miré a mi alrededor y un
inmenso gentío nos rodeaba en silencio, entonces el Maestro se
introdujo en el Santuario para orar al Padre, nos pidió que le
acompañáramos y así lo hicimos.

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11- Todo tiene su tiempo y su momento

Paseando por los restos del Templo, lo que hoy llamamos el


Muro de las Lamentaciones volví al pasado, siglos atrás…

Dentro del Santuario del Templo el Maestro se sentó y nos


invitó a seguirle en su actitud. En silencio permanecimos un
tiempo hasta que de pronto unos sacerdotes, fariseos y saduceos,
vociferaban discutiendo acalorados sobre sus diferentes creencias
sobre la inmortalidad del alma; ya nada les importaba, ni siquiera
el lugar en que se encontraban. El Maestro les observó en
silencio, se levantó y salió del Templo, algunos le acompañamos
y otros se quedaron escuchando a los sacerdotes.

Dejamos el Templo atrás y atravesando varias callejuelas


llegamos a las afueras de Jerusalén. José de Arimatea, ―miembro
destacado del Sanedrín y seguidor de las enseñanzas del Maestro
muy a pesar de la inmensa mayoría de sacerdotes―, nos esperaba
frente a su morada. El Maestro se adelantó fundiéndose con él en
un efusivo abrazo, nos pidió adentrarnos en su casa y así lo
hicimos. Su vivienda era muy amplia, hecha con piedra caliza, sin
adornos.

Llegamos a una estancia superior desde donde contemplamos los


campos repletos de olivos y los montes cercanos al oriente de la
ciudad. María de Magdala se alegró al vernos y yo aún más, no
esperaba encontrarla aquí, la creía junto a sus hermanos en su
aldea natal. Pero los designios del Maestro son a veces

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inescrutables. Tras los saludos nos sentamos, José nos tenía
preparado un banquete como si de una boda se tratara. Las
mujeres andaban como locas, atareadas de un lado a otro llevando
los manjares.

Cuando hombres y mujeres estábamos sentados, el Maestro


llamó a María y le dijo:
—¡Siéntate aquí a mi lado y junto a Pedro! Bien es sabido de
vuestras desavenencias y os quiero más unidos que nunca. No
como están los sacerdotes que han olvidado su verdadero papel
entre los hombres y mi Padre, sólo se preocupan de su parcela de
poder en la Tierra y quién tiene más fieles seguidores de “su”
verdad.
—La razón —continuó—, no está en posesión de nadie como
tampoco la verdad. Cada uno tenéis vuestra pequeña parcela de
verdad que hoy os es útil, pero no dejéis que se endurezca y se
convierta en una pesada piedra que os impida avanzar; es sólo una
herramienta como la azada de un labrador, que le sirve para abrir
surcos en la tierra con ella, después la dejará y con sus manos la
sembrará. Todo tiene su tiempo y su momento.
—Pedro, el hombre no se salva por su fe solamente, por su
creencia en un Dios externo. Como tampoco, María, el hombre
sólo se salva por su autoconocimiento, es uniéndoos como le
encontraréis. Dios, nuestro Padre, está tanto dentro de cada uno de
nosotros como fuera; en todo lo que veis y conocéis como en lo
desconocido.
—Si dejáis que la balanza se incline en demasía por un lado,
crearéis un Dios lejano e inalcanzable y sumiréis en la eterna
ignorancia y dependencia a vuestros hermanos y hermanas. En
cambio si le inclináis en exceso al otro lado haréis un Dios sólo
para unos pocos iniciados y elegidos, la inmensa mayoría de la
humanidad se quedará fuera y buscará otros dioses que les suplan
su orfandad.

Por un momento volví al presente, el recuerdo de estas palabras


al ver al fondo el Monte de los Olivos me hacía comprender con

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tristeza qué reales eran sus advertencias y no las supimos ver con
claridad.
Vivimos en la actualidad en un mundo dividido en millones de
parcelas de pequeñas verdades. Cada uno percibiendo la nuestra
como la única, la verdadera, y siendo capaces de defenderla hasta
con nuestra vida si fuera necesario. No tengo más que girar la
cabeza y ver en que se ha convertido hoy Jerusalén: un símbolo
de la división de religiones, culturas, de hermanas y hermanos.
Triste destino el que estamos viviendo, pero no es tarde. Las
voces de quienes clamaban en el desierto se han adentrado en las
ciudades. Y en silencio, como un ladrón en la noche, entran en
cada morada instalándose, esperando con paciencia el suave
despertar, el amanecer de un nuevo día.

Todo tiene su tiempo y su momento.

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12- María de Magdala

El día amaneció caluroso en Jerusalén. En el hotel el aire


acondicionado brillaba por su ausencia, nada parecía funcionar,
quizás la metralla de la bomba que un suicida palestino explotó el
día anterior afectó la instalación eléctrica. La sangre inocente
seguía derramándose a cuentagotas un día sí, otro también.
Me asomé al balcón esperando que alguna ráfaga de viento
desviara su camino y me refrescara. Un rayo de luz me
deslumbró. Mi mente recorrió en un instante los casi dos mil años
que me separaban de otro tiempo, otra Jerusalén, otra morada…

Desde la ventana de la estancia donde dormimos vi al Maestro


en el patio interior de la vivienda de José de Arimatea. Un viejo
olivo en el centro y un pozo era todo lo que había en él. Extraía
agua María. El Maestro contemplaba en silencio sentado junto al
olivo la escena, ella se le acercó con un cántaro lleno de agua:
—Rabí —le preguntó con su cálida voz—, ¿quieres un poco?
—Sí —le contestó Él—, hoy va a ser un día caluroso. La
primavera está cercana y el Sol nos está bañando con su luz cada
vez con más intensidad, nada le detiene en su viaje celestial.

Absorto les observaba. ¡Cuántas palabras se vertían sobre ellos


sin conocimiento! Sí, era cierta la pasión que ella profesaba por la
figura del Maestro, pero no difería en nada por la que otros
también sentíamos por Él. Sólo algunas envidias generaban falsos
rumores. Aquellos que no veían con buenos ojos que tratara el
Maestro por igual a hombres y mujeres no dejaban pasar ocasión

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de manifestarlo públicamente. Él nos ama a todos por igual, sin
ninguna distinción.
El Maestro nos conocía aún mejor que nuestros padres, sabía de
nuestras debilidades y nos trataba con sumo cariño y respeto. Era
paciente y no dejaba de decirnos que en cada uno de nosotros
estaba en plenitud la grandeza del Universo. Claro que, no todos
lo interpretábamos del mismo modo, nuestras personalidades a
veces hacían que la humildad que Él nos solicitaba tan
encarecidamente, no surgiera.

—¡María! ¡Descansa un poco y siéntate! —exclamó el


Maestro―. Te vengo hablando con insistencia de los planes de mi
Padre para con vosotros, tú especialmente tienes un papel muy
importante en sus designios. El hombre lleva siglos gobernando
con mano dura, imponiendo sus criterios y en la mayoría de las
ocasiones anulando la sensibilidad, la belleza y la intuición que
vosotras representáis. Aún queda mucho tiempo para que este
desequilibrio termine, pero la semilla está plantada y sin ninguna
duda germinará en su momento. Debes de conservar, generación
tras generación, hasta mi vuelta, la verdad que vive adormecida
en ti.

—¡Rabí! ¿Dónde vas? ¿Nos abandonas? —Con preocupación


preguntó María.
—Nada has de temer —sonriente le contestó―. Aunque no me
veas, siempre estaré a tu lado y al lado de todas tus hermanas y
hermanos. En la Casa de nuestro Padre ya están preparados los
aposentos que por derecho os corresponden, nadie puede
arrebatároslos.
—Los ciclos del Sol como los de las demás estrellas hay que
respetarlos. Ten por seguro que la balanza se inclinará una vez
más a vuestro favor y la humanidad abrirá unos pétalos más de la
flor en la que os estáis convirtiendo, la más bella flor del Paraíso.
Vuestras cualidades femeninas harán bien su trabajo. No lo dudes.
Y después, en una armonía que nunca conoció este mundo,
trabajaréis al unísono para expandir la Verdad y el Amor por el
Universo. Mas antes, muchos rostros has de mostrar, pero no

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olvides que tras ellos un solo Espíritu les alienta, nuestro Padre
vive en Él por siempre. No lo olvides María de Magdala.

Embelesado continué contemplándoles. María, con su cabello


moreno al descubierto; su estatura algo superior a la media; su
belleza exterior reflejando la interior, con una fuerte personalidad.
Era su humildad lo que más destacaba en ella, se apreciaba que en
el norte la mujer estaba mejor considerada que aquí en Jerusalén.
Y Él con su túnica de lino blanco…
Llenaban de paz el lugar. No dejaba de escuchar con suma
atención las palabras que el Maestro le comunicaba a María.
Muchas preguntas se agolpaban en mi mente, pero no era tiempo
de interrogaciones sino de vivir con intensidad cada instante junto
a ellos. Él nos iba dando con sutileza y sabiduría aquello que
necesitábamos en cada momento, nunca dejó de hacerlo.

Una brisa de viento helado me erizó el bello. ¡Por fin el aire


acondicionado funcionaba! Me trajo a la realidad de otro tiempo,
el actual. ¡Cuánta verdad y sabiduría en su Palabra! Ésta, se iba
cumpliendo a través de los tiempos, pues los pétalos de la flor al
calor del Sol del Padre están mostrando, aún tímidamente, el fruto
que encierra, mas su perfume se extiende inexorablemente por
toda la Tierra alterando el desequilibrio de siglos y siglos de
oscuridad.
¡La oscuridad está desapareciendo en la Luz que la creó!

Y en la calle unos niños, judíos y palestinos, juegan juntos con


una pelota ajenos por completo al mundo que les rodea, son el
futuro…

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13- El rostro de un niño

El griterío de los niños me retornó una vez más a la vivienda de


José de Arimatea. Esa mañana el tiempo parecía haberse
detenido…

Unos niños entraron al patio de la casa corriendo y saltando,


María les conminó a estarse quietos, ninguno parecía hacerle caso
e incluso comenzaban a gritar.
Se giró el Maestro hacia ella diciendo:
—¡María! ¡Déjalos que jueguen!
Se levantó y se puso a corretear con ellos.

Estábamos varios discípulos observándoles en silencio.


Yo no paraba de pensar en sus últimas palabras: “Muchos
rostros has de mostrar…un solo Espíritu les alienta”. ¿Qué querría
decir?

El Maestro se volvió hacia mí sin dejar de jugar, pareció leerme


el pensamiento.

—¡Juan! —exclamó—, observa a los niños, sus rostros van


cambiando según van creciendo; llegarán a ser hasta
irreconocibles si durante un largo tiempo no les ves; irán
reflejando la madurez de sus almas, sus cicatrices, sin embargo el
mismo Espíritu les habitará. Mas no dejes de mirarles a los ojos,
sabrás reconocerlos, pues son el contacto de dos mundos que
viven en uno sólo.

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Continuó señalando:
—¡Fíjate en sus almas inocentes, limpias! Aun así, en ellas
llevan latente el conocimiento adquirido. El grado de amor que
sienten es innato en ellos. Son las lecciones aprendidas con otros
rostros en otros caminos recorridos. Nada se pierde para el
Espíritu que les alienta.
—Mi Padre nos hizo semejantes a Él, eternos. Y eterno es el
aprendizaje de sí mismo.
—El rostro del Hijo es el rostro del Padre, porque Uno es su
Espíritu e infinitas sus manifestaciones. Cuando yo me vaya al
Padre, algunos de vosotros permaneceréis aquí y tendréis
nuevamente rostros de niñas y niños, de mujeres y hombres.
Subiréis con cada rostro que mostréis un peldaño en la escala que
os conduce a mi Padre, a vosotros mismos.

—¡Rabí! —le pregunté―. ¿Cómo sabremos qué hacer, qué


itinerario tomar? Tú nos hablas con sabiduría, y sin embargo,
nosotros nada sabemos.
Sonrió. ¡Siempre su eterna sonrisa! Me desconcertaba, me sentía
como una partícula de arena en el desierto.
Prosiguió:
—¡Pequeño Juan! ¡Confía! Su Espíritu permanecerá en vosotros
y sabréis cómo actuar en cada momento. Recordad quienes sois
en realidad, sólo debéis amar y recordar.
—La Presencia Divina os irá iluminando según os vais
desprendiendo de la herrumbre que os cubre.
—La oscuridad, la sombra, es sólo una ilusión, pero eso has de
descubrirlo por ti mismo.
—Debes volver a ser un niño otra vez, porque sólo en los niños
y en los que son como ellos se encuentra pura su Presencia.
—Nunca perdáis la sonrisa y la alegría del niño que lleváis
dentro.

Con un chiquillo a hombros el Maestro conminaba a los demás


niños a alcanzarle. Parecía completamente ajeno a la situación del
mundo en que vivíamos, a la seriedad del peligro que corría y

33
nosotros con Él. Sin embargo sólo lo parecía, una vez más me leía
mis pensamientos.

Me miró y dijo:
—Nada temáis, nada ocurre bajo la capa del cielo sin que lo
permita nuestro Padre, si yo quiero que algunos de vosotros
permanezcáis, estáis cumpliendo su Voluntad. Ésta la aceptaréis
libremente pero antes habréis de morir para el mundo. Yo os
enseñaré el camino, vosotros le habréis de andar. Volveréis a
nacer no sólo de la carne y la sangre sino en Espíritu.

Una vez más debía tomar aliento, el recuerdo de sus palabras me


dejaban aturdido y siempre me recalcaba: “Confía”.
Sin lugar a dudas confiaba en su Palabra. Me demostró sin
vacilación la certeza de la realidad de la que nos hablaba a lo
largo del tiempo vivido.
El que fue al Padre no dejaba de insistir en que permanecería
con nosotros, y así lo cumplió, ya que realmente nunca se fue.

34
14- Por las tierras de Judea

Un nuevo día amanecía soleado.


Hoy abandonaría la ciudad de Jerusalén. Me desperté con un
nombre en mi mente: Tabor. No lo dudé un instante, recogí mis
pocas pertenencias que cabían en una pequeña mochila.
Me dirigí a la estación. El autocar estaba a punto de salir en su
ruta hacia Nazaret. Por poco le pierdo pero… ya estoy sentado en
él y dejando atrás una ciudad que siempre estará en mi corazón, a
la que sin duda volveré.
Poco más de cien kilómetros separan ambos lugares, sin
embargo unos acontecimientos les unen para siempre en mi alma:
Tabor. El pasado vuelve a mí como si ahora estuviera
ocurriendo…

El Maestro me despertó cuando los gallos aún no habían


saludado el nuevo día.
—¡Juan, levanta! —Me dijo en voz baja—. ¡Salimos de viaje,
nos espera una larga jornada!
En poco tiempo me encontré junto a la puerta de la casa de José
de Arimatea. Allí estaban Pedro, María y el Maestro
esperándome.
—¡Vamos, dormilón! —Entre risas me decía María—. ¡Toma
este fardo, eres más joven y tienes buena espalda!
—¿Dónde vamos? Pregunté.
Nadie pareció escucharme. Nos despedimos de José, mientras el
resto de la gran familia seguía durmiendo aún.

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El Maestro salió a paso ligero. Tomé mi cayado y los tres le
seguimos intentando alcanzarle. Enseguida dejamos atrás las
últimas viviendas de Jerusalén, tomando el camino hacia el norte,
el que lleva Samaria. Él redujo el paso y se lo agradecimos y al
cielo también, pues unas nubes casi le cubrían por completo.

Pronto nos encontramos con una caravana procedente del valle


de Hebrón con destino a Samaria y Esdrelón. El Maestro fue
reconocido por algunos de sus integrantes, esto hizo que
paráramos a descansar un poco y a compartir un ligero desayuno.
Nos pusimos al día sobre cómo estaba la situación en la ruta,
dado que algunos la recorrían asiduamente en ambos sentidos.
Parece que habría unos días de calma tras la detención de unos
salteadores, así pues el recorrido sería seguro. Se discutía de la
suerte de estos ladrones, todos parecían estar de acuerdo de que
murieran como castigo a sus desmanes.

El Maestro, que hasta entonces permanecía callado, dijo:


—¿Quién tiene la potestad de dar o quitar la vida sino el Dios
que nos creó? Ningún ser humano tiene el poder de castigar con la
muerte sin que acarree sobre sí una deuda que deberá saldar en el
tiempo con el sacrificado.
—Ni quien robe o haga daño a otro vivirá en paz hasta que no se
perdone a sí mismo, se reconcilie con él y restituya el daño que ha
ocasionado.
—Todos hemos de encontrar la paz en nuestros corazones,
perdonando y siendo perdonados.

Tras un largo mutismo, el Maestro se levantó exhortándonos a


seguirle. Pronto dejamos atrás la caravana, aún escuchábamos en
la lejanía las voces de la acalorada discusión que siguió al
silencio.
El resto de la jornada transcurrió sin sobresaltos, llegando a la
región montañosa del sur de Samaria al anochecer. El Maestro
nos veía agotados y a Él también se le apreciaba.
Atrás quedaban las tierras de Judea.

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Nos apartamos del camino y junto a unas rocas nos sentamos.
María sacó de una bolsa pan ácimo y lo repartió. Aunque
estábamos acostumbrados a comer austeramente, nuestro cuerpo
nos lo agradecía.

—¡Gracias María! —Le dijo Pedro.

María le sonrió. El Maestro repitió el gesto mirando a ambos.


Parecía que el viaje les estaba sentando bien.
El día siguiente seguramente sería tan agotador como el de hoy,
aunque no sabía el destino, intuía que se encontraba más allá de
Samaria.

Enseguida el cansancio nos sumió a todos en un sueño profundo.

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15- Pedid al Padre

La Tierra no se detuvo y el alba de un nuevo día llegó. Abrí los


ojos, vi a María y a Pedro junto al Maestro sentados con la mirada
perdida, con un gesto me pidió que me acercara a ellos, así lo
hice, parecía que me esperaban.

Entonces el Maestro comenzó a hablar:


—Cuando os encontréis desanimados o alegres; alterados o
tranquilos; sin rumbo o con esperanza; en cualquier estado de
ánimo o actitud mental: buscad un tiempo en soledad, no importa
donde, ni a qué hora, si al alba o al anochecer. Entonces en
silencio, en voz baja o en alto, orad así: “Abbá”… Y hablad con
el corazón, con verdad. Expresaos con humildad.
―Compartid vuestro dolor, vuestro llanto y desesperación si así
lo necesitáis. Entregádselo a Él y os lo devolverá convertido en
Luz y Esperanza.
―Tened por seguro que Él os escucha y no caen en saco roto
vuestras súplicas.
―No le pidáis por vuestras necesidades materiales, pedidle por
vuestras carestías espirituales.
―Y dadle siempre gracias y amad a vuestros hermanos.
―Porque, en verdad os digo, sólo el Amor podrá satisfaceros
plenamente.

Finalizó diciendo:
—Ahora os dejo en vuestro silencio, después empezaremos a
caminar hacia nuestro destino…

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Nos quedamos una vez más callados y sumidos en nuestros
pensamientos.

Al poco emprendimos camino entre montañas. El buen tiempo


nos acompañaba otra vez y un ligero viento nos hizo así más
llevadera la travesía por estas áridas tierras.

Recordé las palabras del Maestro: “El que quiera seguirme, que
renuncie a sí mismo, tome su cruz y que me siga”.

—Sí —dijo el Maestro—, es necesario renunciar a nuestra


pequeña vida personal si deseamos alcanzar la verdadera paz, la
que nace tras el sacrificio de nuestro ego.
—Ahora vives en una encrucijada, un cruce de caminos y has de
elegir si seguir siendo el que eres, envuelto en tus dudas y
temores a merced de las mareas de tus pensamientos y
sentimientos, donde tu pequeño yo es quien importa o, tomar el
timón de tu vida y conducirte a las cálidas tierras de mi Padre.
—Sí así lo deseas puedes seguir conmigo y atravesar estas
tierras, este desierto, como ahora lo estás haciendo. No sabes
adónde vas. Únicamente conoces tu vida pasada, te aferras a ella
como si fuera lo más importante, sin embargo aún no sabiendo el
por qué, confías plenamente en mí. No pienses que dejas de
existir, nada más lejos de la realidad. El único que muere es el ser
aislado que vive en ti, para dar paso a un hombre nuevo donde la
palabra Amor cobra su auténtico sentido.
—El Amor se identifica con todos y con todo, nada queda fuera
de Él, pues Él es la Vida, lo único que de verdad existe.
—O tomas el camino de regreso a Jerusalén, donde las leyes,
con sus normas, premios y condenas te seguirán atando. Hasta
que un día te vuelvas a preguntar: ¿por qué permanezco esclavo
de mi mismo?... Y vuelvas a pedir ayuda a tu Padre.
—Hoy es el tiempo que has elegido para liberarte y los cielos se
conjugan para que así sea. Tú tienes la última palabra.

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Entonces —preguntó María—, ¿por qué vivimos sumidos en el
caos que produce el sufrimiento cuando podemos vivir en paz y
armonía?

Él contestó:
—Porque nacimos libres y vivimos las consecuencias de esta
libertad. Aprendemos de nuestras experiencias, errando y
acertando nos hacemos a nosotros mismos. Cada uno somos
únicos y nadie puede hacer el trabajo por nosotros.
―Elegimos estar viviendo en un profundo sueño o despertar de
él.
―Somos como esta planta —señaló un matorral—. Eligió el
desierto para vivir, en él encuentra su sustento, no obstante el
viento le trae aromas de otras tierras y le recuerda que un día las
lluvias también le pueden alcanzar sólo con pedirlo.

Pedro le preguntó: ¿Y cómo evitamos el sufrimiento?

—Los deseos que te atan a la carne —siguió expresando el


Maestro—, no los evites. ¡Aprende a ennoblecerlos y pon tu
mente al servicio de tu alma y no al revés! ¡Y tu alma al servicio
del Espíritu!
―No os hablo de una entelequia, una ficción. Os hablo con la
misma fuerza que creó el Sol y las estrellas, la Tierra y a todos los
que la habitamos.
―Pedid al Padre y os dará, buscad su Reino y le encontraréis.

Sus palabras nos conmovieron profundamente y al unísono le


dijimos:
—¡Elegimos despertar!

Unas carcajadas salieron de los cuatro y nos abrazamos, el


Maestro de pronto salió corriendo gritando:
—¡Agarradme si podéis!

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A pesar de ser de mayor edad que el resto no le alcanzamos. Nos
dimos por vencidos y proseguimos andando, silbando, alegres.
María cantaba una vieja canción de cuna.
¡Qué lejos queda la infancia! —dijo Pedro.
—¡Correcto! ¡Estamos creciendo! —Contestó el Maestro.

La ciudad de Sicar asomaba en el horizonte. Hoy la jornada


pareció más corta, quizás la alegría rebosante que nuestras almas
desprendían tenía algo que ver tras las palabras que no dejaban de
resonar: “Pedid al Padre…”

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16- Maayane la samaritana

Llegamos a Sicar, un oasis en el desierto que ya estábamos


necesitando.
Los últimos rayos del Sol se perdían en el horizonte.
Una posada a la entrada de la aldea nos sirvió de refugio ante
una noche que se prometía fría, los vientos del norte soplaban
intensamente desde hacía unas horas.
Exhaustos caímos sobre los lechos que el posadero nos había
preparado, aunque un poco incomodado éste por la presencia de
una mujer entre nosotros. Mas el Maestro zanjó la cuestión con
rapidez, con voz tajante le dijo:
—Ella es antes que yo. Donde ella va voy yo. Donde ella está
estoy yo.
El posadero no supo que contestarle y se alejó refunfuñando.

El sueño nos venció rápidamente…

El tercer día desde que salimos de Jerusalén amaneció como se


fue el anterior, el viento seguía soplando con fuerza. Decidimos
esperar a que amainara, aprovechamos para ver a una vieja amiga
del Maestro: Maayane.
Nos dirigimos a su hogar en las afueras, cerca del pozo de Jacob.
Allí estaba, preparando el pan cuando nos vio aparecer. Salió
corriendo hacia el Maestro. Se detuvo ante Él, unas lágrimas
caían por sus mejillas y en su intención de arrodillarse, Éste le
dijo:

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—No te arrodilles mujer, pues tú y yo somos hijos del mismo
Padre, hermanos, iguales a los ojos de Dios y ante los hombres.
El Maestro le besó en la frente y nos presentó como a sus
hermanos.

Nos invitó a entrar en su humilde casa y compartir el pan que


preparaba. Así lo hicimos.
Juntos recordaron la conversación que en una ocasión
mantuvieron.
Maayane parecía vivir feliz a pesar de su pobreza, hacia honor a
su nombre: Manantial…de alegría. La alegría de quien se siente
en las manos de Dios, de quien sabe que tras una larga búsqueda
por fin ha encontrado aquello que tanto deseaba: la paz en su
alma.

En su vida, sencilla y dura —por lo que ella misma nos había


revelado—, las vicisitudes y penurias le habían enseñado que la
humildad es un don que difícilmente se adquiere cuando el
corazón está distraído donde la abundancia material mora.

—Tuve momentos de desesperación —nos confesó— cuando


me sentía rechazada por las demás mujeres y codiciada como un
objeto por los hombres. No quería vivir, me sentía que valía
menos que una piedra del camino. Fue entonces cuando en mi
más profunda desmoralización rogué al Dios de Abraham y de
Jacob que me ayudara.
—Estaba junto al pozo cuando se acercó el Maestro. Nada sabía
de Él. Me habló de lo que nadie sabe sobre mi vida, de las
intenciones que tenía de acabar con mi sufrimiento. En un instante
mi vida cambió, fue como si un rayo de luz me hubiera sacado de
la oscuridad en la que vivía. Me devolvió la dignidad que creí
perdida para siempre.
—Yo le ofrecí agua del pozo de mis antepasados y Él me dio a
beber de un agua nueva, del manantial de agua Viva que nunca se
seca.
Nos despedimos de Maayane, con la promesa de que nos
volveríamos a encontrar. Nos ofreció alimentos para el camino

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que el Maestro aceptó con agrado. Él sabía que a pesar de su
pobreza no podría rechazarlos, era la pureza de su corazón lo que
compartía.

En poco tiempo estábamos lejos de Sicar, camino del norte.


Nuevamente los montes desérticos serían nuestra compañía
durante parte del recorrido.
Evitamos las pequeñas poblaciones que nos encontrábamos pues
el Maestro pretendía que llegáramos antes del anochecer a tierras
galileas. Cada vez los valles eran más extensos y esto nos
facilitaba la marcha.
Eludimos la aldea de Beth Haggan al atardecer, el aroma de sus
tierras fértiles me recordaban la infancia junto al mar de Galilea.
Una choza de labradores junto a una gran encina apartada del
camino nos sirvió de cobijo.
La noche estaba extrañamente luminosa. La Luna comenzaba a
alzarse imponente en el horizonte sobre las montañas al este del
Jordán, su contorno era casi perfecto.

María de Magdala, nos confesaba que le había impactado la dura


vida de Maayane la samaritana, su fortaleza a pesar de los golpes
que había recibido en ella y cómo cambió su vida.

—¡Cómo cambia la vida de todos los que nos acercamos a Él!


—En alto pensé.

El Maestro sonrió. Se alejó un poco de nosotros, quedándose en


pie contemplando el cielo nocturno. Los demás nos tumbamos,
con la mirada en las estrellas.

—¡Qué grande es el Universo! —exclamó Pedro.


—¿Estaremos solos en Él? —se preguntaba María.

La cantinela de una chicharra hizo que permaneciéramos en


silencio. Posiblemente nos estaba cantando la respuesta.

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17 (alfa)- El Monte Tabor

Tras el lento y tortuoso recorrido desde Jerusalén la llegada del


autocar a Nazaret se produjo sin problemas. Me alojé en el
albergue San Gabriel, junto a la iglesia del mismo nombre. Las
vistas de la ciudad eran preciosas desde esta colina. El monte
Tabor se alzaba al este, esplendoroso, a poco más de diez
kilómetros.
Después de un tentempié me dirigí al recepcionista, le pregunté
cómo ir al monte Tabor. Llegué en el momento adecuado, justo
un grupo de peregrinos salía en autocar hacia él, así que me
apunté a la “excursión”.

Desde la cima del monte la panorámica era preciosa, inmensos


valles pincelados de verdor arropados por un cielo azul
majestuoso. La planicie del cerro llamaba al recogimiento con sus
bellos y sencillos jardines, se distinguía la mano de los
franciscanos en su cuidado.
Entré en la Basílica, su piedra caliza le unía firmemente a la
tierra y como si fuera una prolongación de ésta se elevaba
uniéndose al cielo. Me senté a orar. Destacando en una cúpula
frente a mí la imagen del Maestro, su aureola atrajo mi atención y
me llevó a otro tiempo…

El Maestro ya no estaba con nosotros, me encontraba orando


como Él nos había enseñado: “Abbá…”
Sumido estaba en mi dolor y soledad cuando sin saber cómo me
sentí arrebatado del mundo que me rodeaba, vi al Maestro a unos

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pasos de mí rodeado por una aureola de luz dorada, permanecía
inmóvil y en silencio. Entonces su Ser se iluminó y ante mis ojos
apareció una paloma blanca revoloteando, ésta acabó posándose
frente a mí.

Una Voz tierna y compasiva exclamó:


—¡Ofrécele tu sufrimiento!
Pensé en todo aquello que me tenía sumido en un estado de
impotencia y consternación. Mi vida era una constante búsqueda
del amor y me sentía completamente perdido sin saber qué hacer
ni dónde ir, ya nada tenía sentido para mí. Lentamente unas
lágrimas brotaron de mis ojos cayendo sobre mis manos.
—¡Bríndale tus manos!
Las extendí ante la paloma. Mis lágrimas se convirtieron en
granos de trigo, ésta se acercó y se los comió.

—¡Juan! ¡Has llegado a la cumbre! ¡Te entrego mi Espíritu!

La paloma puso un pequeño huevo blanco.


―¡Trágatelo! —exclamó la Voz con firmeza. Así lo hice.
―¡Dale calor y cuídale con tu amor!
―¡Deja que crezca dentro de ti hasta que eclosione!
―¡Aliméntale con tus obras hasta que podáis echar a volar
siendo Uno!

Seguidamente surgieron ante mí rostros de niños, jóvenes y


ancianos.
—¡Todos ellos eres tú!
Me llamó por mi verdadero nombre, un nombre que no puedo
pronunciar.
—¡Toma el Libro de la Vida y escribe en Él palabras de Amor y
Verdad!
La paloma abrió las alas y emprendió el vuelo. Volví a ver al
Maestro. Me sonrió y desapareció…

Una monja se me acercó:


—¡Hermano, es la hora de cerrar el templo!

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Me levanté y salí estando entre dos universos.

Me senté ante las ruinas de la muralla, junto a la puerta llamada


"Bab el-Hawa" —puerta del viento—, a contemplar una puesta de
Sol única.
Todo era quietud y silencio.

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17 (omega)- La transfiguración

Un monje franciscano se acercó sentándose junto a mí.


—¡Bonito espectáculo! ¿Verdad?
―Sí —le contesté—, esta es una noche en la que los astros se
conjugan para hablarnos de la grandeza de nuestro Creador.
—¡Seguramente en una noche como esta, Dios se mostró en
todo su magnitud en este monte! —continuó.
―No lo dudes —le confirmé—, debió ser una noche que nunca
olvidarían quienes con Él estuvieron. Fue la constatación de la
gloria de Dios manifestada en el Maestro y la esperanza para una
humanidad perdida en los laberintos de la ignorancia.

Volví a viajar en el tiempo…

Nuevamente el Maestro fue el primero en despertar, dormía


poco, y sin embargo amanecía lozano. María de Magdala no se
quedaba a la zaga y siempre era yo el último en despegarme del
suelo.
Aún con los colores del amanecer reflejado en las nubes
comenzamos a caminar.

Varios pensamientos cruzaban mi mente… ¿Hacia dónde nos


dirigíamos? ¿A Nazaret, o a algunas de las aldeas junto al mar de
Tiberiades? ¿Quizás Betsaida? Así vería a mi familia…
Él Maestro los cortó diciendo:
—Vamos al monte Tabor, junto a Nazaret.
Nada dije y en un buen rato ya no volví a pensar.

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El Sol quedaba a nuestra espalda mientras ascendíamos por el
camino a la cumbre del monte Tabor. Desde su cima divisábamos
las colinas donde se asienta la aldea de Nazaret. El Maestro se
quedó un largo rato mirándolas.
Aprovechamos para acomodarnos en una choza, seguramente
construida por pastores; estaba repleta de paja y nos haría más
cómodo el lecho. María y yo nos ocupamos de prepararlo. Pedro
mientras buscaba un poco de leña, así se lo pidió el Maestro, pues
nos aseguró que la noche sería larga.

Sentados junto al fuego —Pedro era experto en conseguirlo—


compartimos un poco de pescado seco. Hablamos sobre cómo se
encontrarían los hermanos que se quedaron en Jerusalén. El
Maestro nos tranquilizó, sabía que estando bajo la tutela de José
de Arimatea nada les pasaría, éste conocía muy bien a los demás
miembros del Sanedrín.

—Esta noche —nos comunicó Él— veáis lo que veáis no os


turbéis.
―Nuestro Padre cuida a su rebaño esté donde esté.
―El Padre envió al pastor para conducirle a la Casa que tiene
preparada para ellos.
―Aquí, en medio de la oscuridad, se mostrará en todo su
esplendor y nos dará un poco más de Luz para alumbrar el camino
al nuevo Hogar.

Nos miramos un poco perplejos, no acabábamos de comprender


sus palabras.

Se levantó y nos pidió que permaneciéramos sentados, se alejó


un poco de nosotros y permaneció en pie.

Ante nosotros la noche se hizo de día en la cumbre, a pesar de


que la Luna llena aún no había salido. Vimos que un fuerte
resplandor surgido del suelo ascendió hasta cubrir al Maestro por
completo. Su luz cambiaba rápidamente de colores,
convirtiéndose en un arco iris iridiscente. Cada vez circulaba con

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más premura alrededor de su cuerpo, tanto que se convirtió en un
torbellino, una danza llena de luz viva ahora transformada en
luminosidad blanca. Un rayo de luz emergía de su cabeza
ascendiendo hasta el firmamento.

Nos quedamos absortos ante lo que estábamos percibiendo, toda


nuestra piel estaba erizada, aún así una extraña paz se apoderó de
nosotros.

Por un momento desapareció Él en la luz, y la luz con Él.


En lo que dura un relámpago en una tormenta volvimos a verle.
Contemplamos su rostro transfigurado, todo Él brillando como
el Sol en su cénit, parecía no tener edad.
La luz ya no se encontraba fuera de Él, sino que parecía emanar
de su interior.

Le sentí inalcanzable y a la vez más próximo que nunca.

—Hoy —mirándonos, comenzó a hablarnos— se ha abierto una


puerta que permanecía cerrada eones.
―Hoy el Padre se ha unido a la Madre; el Cielo a la Tierra; la
oscuridad se ha disuelto en la Luz.
―Hoy es el principio del fin de la ignorancia en el mundo.
―En poco tiempo volveré junto a nuestro Padre. No temáis,
nunca más estaréis solos, pues lo que habéis visto es la promesa
cumplida de mi Padre a su pueblo.
―La Nueva Jerusalén ya es una realidad, sólo espera que entréis
en ella.
―Yo soy el Templo Vivo.
―Lo que Yo Soy ahora, vosotros lo seréis.
―Un poco de tiempo y no me veréis, un poco más y
permaneceremos juntos para siempre.
―Sólo hay un camino: Hacer la Voluntad del Padre. Y ésta es:
“Amar al prójimo como a ti mismo”.

Él se acercó a nosotros. La paz que sentíamos crecía según se


aproximaba, una paz que no era de este mundo.

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Su Luz nos envolvió y nos sumimos en un dulce sueño.

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Escrito II

EL CONOCIMIENTO

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1- La Palabra

“ … Su Luz nos envolvió y nos sumimos en un dulce sueño”.


Y en medio de la Luz que alumbró la noche de los tiempos una
Voz me habló:

«Dios Padre.
Eterno Omnipotente.
Inmutable.
Inmanifestado.
Inmortal.
Perpetuamente Presente.
En su incognoscible meditación se preguntó: ¿Quién Soy?
Y en el Vacío no tuvo respuesta.
Quiso entonces Conocerse a sí mismo.

En el acto incomparablemente más sublime que cualquier ser


creado pueda imaginar ÉL se negó a sí mismo y se entregó por
completo a encontrar la respuesta.
Pronunció La Palabra y la Vida fue creada.
Así nació:
La Diosa revelada.
La Eterna cambiante.
La Madre del Universo, de todo lo conocido y lo cognoscible.
Y tanto amó Dios Padre a Diosa Madre que se hizo Uno con
Ella.

Y del fruto de esa Unión nacieron dos Hijos gemelos, creados a


imagen y semejanza de ellos y poniéndoles por nombre:
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VOLUNTAD a Él y AMOR a Ella.

Diosa Madre les regaló, para que vivieran y encontraran la


respuesta, un Hogar: el Gran Universo.
Dios Padre les regaló todo su tiempo: la Eternidad.

Y les dijeron:
―Vivid siempre juntos y sed felices, amaos y creced, conoceos
y multiplicaros. Porque conociéndoos y amándoos es como nos
conoceréis y nos amaréis. Y sabiendo quienes sois, sabréis
quienes somos.

VOLUNTAD DIVINA y AMOR SUPREMO se miraron,


tomáronse de la mano aceptando los regalos de su Madre y su
Padre.

VOLUNTAD DIVINA y AMOR SUPREMO emprendieron


el viaje hacia el CONOCIMIENTO ABSOLUTO.
A su llegada al Hogar vivieron, y viven, en un Mundo perfecto
en el centro del Gran Universo, cuyo eje gira sobre sí mismo en
un eterno equilibrio, donde el tiempo y el espacio se unen.
Alrededor suyo giraban siete Universos vacíos y desconocidos
para ellos.

VOLUNTAD DIVINA y AMOR SUPREMO como resultado


de su Voluntad y Amor se hicieron UNO y tuvieron siete Hijas y
siete Hijos gemelos, creados a su imagen y semejanza. Les
pusieron un nombre por cada pareja: Voluntad, Amor,
Conocimiento, Armonía, Ciencia, Altruismo y Unificación.

A cada pareja les proporcionaron un Hogar, un Universo para


que vivieran y descubrieran el significado de sus nombres.
Las siete parejas se trasladaron a vivir a los siete Universos
alrededor del Mundo Central. Cada pareja en el transcurso del
tiempo van amándose, creciendo, conociendo y siendo UNO.
Engendraron diez Hijos por pareja: cinco Mujeres y cinco
Hombres, en total setenta hijos.

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Y los setenta, por parejas, cinco Hombres y cinco Mujeres,
moraron en cinco mundos de su Universo respectivo. En total
treinta y cinco mundos, en los que deberían encontrarse, amarse y
conocerse, y ser al igual que sus Padres, un solo Ser.

Y en cada etapa de la Vida, a través del tiempo y el espacio los


Hijos e Hijas se van encontrando y fecundando más Hijas e Hijos
semejantes a ellos. Todos a la búsqueda y encuentro de sí
mismos, de su par. Encuentro que sólo llega amando como hizo el
Padre de los Padres: negándose a sí mismo; entregándose al otro
como lo hizo Él, por amor a su par.

Por cada fusión, producido por el encuentro de un Hijo y una


Hija de Dios, nace una estrella con sus mundos, que son habitados
por sus Hijos e Hijas en una eterna y creciente espiral de la Vida.
Cada vez son más los mundos habitados dentro de los Universos.

Y en la voluntad de cada uno está el encontrarse con su par y


responder juntos a la pregunta: ¿Quién soy?
Y Dios Padre, Diosa Madre y Dios Hija-Hijo son UNO».

Quien tenga oídos para oír que oiga.

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2- La llama

Desperté en un mundo inundado por la Luz y al respirar sentí


como ésta entraba y llenaba mis pulmones. Todo mi ser vibraba,
cuanto más respiraba más vivo me sentía.
Miré al cielo. Un Sol, que no era uno sino tres, alumbrando en el
cenit de su gloria; podía contemplarle, su Luz no deslumbraba.

Tuve hambre y escuché una Voz diciendo:


—¡Toma de este alimento!
Nada vi a mi alrededor.
—¡Escucha!
Así lo hice. Comencé a percibir un sonido que parecía provenir
de todas partes y de ninguna a la vez. Éste se hacía cada vez más
intenso. Cerré mis ojos y percibí la Luz dentro y fuera de mí. Y el
sonido fue mezclando las “dos” Luces hasta que se convirtieron
en una sola. Dejé de sentir hambre y yo ya no era yo sino la Luz.
No existían dentro ni fuera.

Todo a mi alrededor cambió en un instante, ya no había un Sol


en su cúspide, sino que estaba en mí. ¡Era yo! Vi ante mí que
aparecía una Luz intensa y una Voz procedente de ella me habló:
—Yo Soy el principio de Todo. Yo Soy la Madre y el Padre.
Soy la Vacuidad. Sin Mí no eres nada, sin ti nada Soy.
—Yo Soy Tú como tú eres Yo. Aunque Me veas frente a ti, no
creas lo que tus ojos ven, pues estoy dentro de ti. Es sólo una
proyección de ti mismo para que creas, al igual que los mundos

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son tu reflejo y todo cuanto vive en ellos eres tú. Tu creación y tú
sois uno. Sois el recipiente y el agua de Vida que la llena.
—Yo soy tu Espíritu y tú eres mi Cuerpo. Soy tu Cuerpo y tú mi
Espíritu, no hay dos sino Uno, nada existe fuera del Uno. Y sin
embargo necesitas vivir en la ilusión, en la dualidad, para
encontrarme, para encontrarte, mas a partir de ahora vive
sabiendo quién eres y quienes sois todos.
—Sois mi Cuerpo de Luz Infinita y Yo el Sonido que le alimenta
por siempre.

Continuó diciendo:
—Aquellos que están cansados y agobiados encontrarán reposo
en mi Palabra.
—No me busquéis fuera. Yo, vuestro Padre, estoy en cada uno
de vosotros.
—Sólo has de escuchar. Concédeme un minuto de tu tiempo. Al
principio dudarás, me negarás y por fin me sentirás, me verás en
la naturaleza, en todo el espacio que te rodea, en los animales, en
tus hermanas y hermanos…
—En ti nacerá una llama que nunca se apagará, pues es el regalo
que os hice y es eterna como lo soy Yo, como lo eres Tú.
La Promesa de mi Hijo se cumplirá. Y mi Palabra se cumplirá.

—Él, está ya entre vosotros.


—Ahora ve y escribe cuanto has visto y oído.

La Voz enmudeció, la Luz que se encontraba frente a mí se


aproximó y se fundió conmigo.
Un estallido se produjo, después la nada lo colmó todo.
Me encontré despertando en la cima del Monte Tabor. El Sol
despuntaba en el horizonte.
Las campanas repicaron extendiendo su melodiosa canción por
los confines de la Tierra.

Un intenso sentimiento de gozo brotaba en mí, mi corazón


habló:
¡Gracias Padre, gracias Madre por este nuevo día!

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3- La Madre

Llegamos a Nazaret al mediodía. Desde que despertamos no


articulamos palabra, aún nos encontrábamos bajo el influjo de lo
visto y oído en la noche. El Maestro nos dejó descansar hasta bien
amanecido el día, sabía que teníamos que digerir lo vivido en
silencio. Y como siempre, dejó que las aguas volvieran a su cauce
con calma.

Los ojos del Maestro exultaban vida y, aunque siempre sonreía,


ahora desbordaba alegría. Su madre —María—, la encontramos
en la plaza ensimismada en la adquisición de especias, éstas le
apasionaban. Siempre experimentaba en los guisos y el Maestro
era su conejillo de indias y Él acababa siempre diciendo: “Madre,
es el amor con que lo preparas el mejor condimento”.
Él se acercó sigiloso a su madre por detrás y le tapó los ojos con
las manos, ella se volvió rápidamente, bien sabía quién era. Desde
niño, cada vez que podía sorprenderla, sus encuentros se
producían del mismo modo. Se abrazaron. Hacía meses que no se
veían y las noticias que llegaban eran confusas y siempre
temiendo que su hijo cayera en manos de los romanos, o peor aún
de Herodes, rey de Judea, pues su fama de crueldad no tenía
límite.

Entramos en el hogar del Maestro, de María; una morada


humilde como todas las de Nazaret, donde los años transcurrían
con lentitud y nada parecía cambiar. El taller de José seguía

60
activo aún después de su muerte. Santiago, hermano del Maestro,
se encargó de proseguir los trabajos a la partida de éste.
Ya sentíamos la necesidad de encontrarnos en casa y aquí se
hacía realidad. Un poco de reposo y la mano de una madre se
echaban en falta.
María nos trataba como a sus hijos, siempre pendiente de todo.

Al atardecer, el Maestro volvía de caminar junto a los olivares.


Nos encontrábamos charlando, se sentó con nosotros.

—Recuerda Madre —comenzó Él a hablarnos— que hace un


tiempo te manifesté la necesidad de dedicarme a los asuntos de mi
Padre —ella aseveró con un gesto.
―Tú, Madre, junto a mi Padre, me disteis la vida; me tuviste en
tus entrañas, aún teniendo carencias me alimentaste. Los latidos
de tu corazón eran para mí como los rayos del Sol, siempre sentía
tu calor y tus manos me calmaban cuando me agitaba.
―Los meses pasaban, los dos sabíamos que un día dejaría tu
hogar para seguir creciendo en uno mayor y seguir construyendo
el nuestro. No pensaste en ti en ese tiempo, tu deseo era que
naciera fuerte y sano, te entregaste por completo a tan digna labor.
―Y así fue como un día vi la luz de este mundo. Un mundo que
al igual que tú, ahora nos acoge a todos en sus entrañas; nos
alimenta; nos cuida y nos ve crecer sabiendo que un día sentirá
los dolores del parto. Dolores que vivirá con amor, pues sabe de
nuestro deseo de seguir progresando y que una nueva vida es
continuar con los lazos que nos unen y que nunca se separaran.
―Nuestra Madre siempre ira con nosotros allá donde vayamos.
Adoptará un nuevo rostro al igual que nosotros y crecerá con
nosotros, pues Ella y nosotros somos un solo ser.
―El momento del parto se acerca y el dolor no será más que un
abrir y cerrar de ojos; es solamente el miedo ante la
incertidumbre, el del abandono de la seguridad en el seno materno
por un mundo nuevo a descubrir.
―Nada hemos de temer pues al igual que Ella, nuestro Padre
nos cuida y está siempre con nosotros y en nosotros. No temamos

61
al crecimiento, todo nuestro ser se expande pues ese es el deseo
de nuestro Padre, nuestra Madre y el nuestro también.

―Cuando éramos niños queríamos ser como nuestros padres;


descubrir nuevas tierras; encontrar respuestas a preguntas
milenarias; ayudar a convertir el sufrimiento en gozo, dar un paso
más en ese sentido hacia nuestra meta.
―Un impulso invisible nos empuja siempre hacia delante.
Tomemos la antorcha que nuestros padres nos dan y no dejemos
que nunca se apague la llama que nos ilumina el camino hacia el
Reino de Dios. Ellos siempre irán con nosotros.
―Nuestro cuerpo cada vez será más glorioso y nuestro Espíritu
gozoso de habitarlo.

Tras las palabras del Maestro, Pedro y María de Magdala se


levantaron saliendo de la estancia, al poco volvieron con una
sabrosa y sencilla cena preparada por María.
―¡Nada como el amor de una madre! —exclamó Juan.

Todos nos reímos.

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4- El Destino

Caminaba por los lugares de Nazaret en los que el Maestro,


siglos atrás, dejó una huella imborrable, no en una piedra o en
escritos, sino en los corazones de quienes vivieron junto a Él…

De sus años de infancia junto a sus padres y hermanos nada nos


decía. Era María quien se deshacía en halagos por su hijo y Él se
ruborizaba; nos hablaba de su timidez —siempre presto a ayudar
a los mayores—; de sus primeros trabajos con José en el taller
disfrutando siempre con todo lo que hacía.

—Se solía sentar —nos indicaba María— sobre una roca junto a
la casa a observar a los demás niños en sus juegos, siempre
acababa jugando ante mi insistencia. Pero lo que más le gustaba
era, ya al atardecer, ver el ocaso del Sol y cómo las estrellas iban
asomando en el cielo. ¿Hay niños en ellas?, solía preguntarme
siendo muy pequeño. Yo me encogía de hombros, no sabía que
contestarle, mas fue Él un día quien ante tal pregunta respondió
diciendo: “Yo vengo de una estrella”. Le dije que no se lo
expresara a nadie pues le acabarían apedreando en la plaza. Me
respondió con una sonrisa.

—Así era Él ―continuó—, siempre enigmático, no obstante


pura amabilidad. Siempre atento a las historias, que le contaba
José mientras le ayudaba, sobre cómo llegaron a estas tierras
nuestros antepasados; del esfuerzo de su pueblo por encontrar la

63
Tierra Prometida por Dios. Él se quedaba embelesado y siempre
quería saber más, su curiosidad no tenía límite…
—De este modo transcurría su infancia y adolescencia, hasta que
un día nos explicó que debía ocuparse de otros asuntos. Yo creía
que quería contraer matrimonio, pues ya estaba en edad de ello. Él
me aclaró que los asuntos eran los referentes a su Padre. Yo
estaba contenta, y así se lo manifesté, de que decidiera entonces
dedicarse por completo a la carpintería. En aquel momento su
semblante cambió y me dijo: “Debo dedicarme a los asuntos de
mi Padre, el de todos”.
—Sabía de siempre de sus inquietudes espirituales. Le pregunté
si pensaba dedicarse al sacerdocio, me contestó: “Los sacerdotes
ya me enseñaron cuanto sabían y ahora debo de retirarme por un
tiempo al desierto al encuentro con mi Padre, después volveré a
compartir sus enseñanzas”.
—Un día, ya entrado el otoño, salió de casa camino al desierto,
solo ―sus ojos se humedecían al recordarlo.
—Todo un hombre —nos decía— y sin embargo no dejaba de
ser mi niño quien se alejaba; era su destino, José y yo debíamos
respetarle y así lo hicimos.

Y aquí está Él ahora…, otra vez con los suyos y con algunos
más a quienes nos considera y nos consideramos sus hermanos;
disfrutando de la sencillez de un día como cualquier otro, y sin
embargo, único e irrepetible.

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5- Agua Viva

Salí del albergue San Gabriel, sin una clara idea sobre qué hacer
en el día, cuando andando me encontré ante un taller de autos. Me
llamó la atención un cartel sobre uno de ellos:
«Se alquila, perfecto para viajar al desierto».
Era un viejo Renault-11, su color gris estaba desgastado por los
rayos solares, parecía un auto de camuflaje.
¿Por qué no? ―me dije.

Casi sin darme cuenta me encontré conduciendo, con un mapa


de Cisjordania y sin rumbo fijo, por carreteras que parecían
trasladarme a ninguna parte. No encontraba el interruptor del aire
acondicionado. ¡No estaba! Recordaba el cartel: “Perfecto para
el desierto”, desde luego lo era pero… ¡para sentir en todo el
cuerpo su rigor!

Me detuve tras conducir un buen trecho. Al oriente divisé las


fértiles tierras del Jordán; al sur, más y más desierto. Decidí
quedarme donde estaba por un buen rato disfrutando la belleza
escondida de estas tierras. Recordé las que me vieron crecer. ¡Qué
diferentes paisajes y con todo que parecidas las gentes que las
habitan hoy!

Mi espíritu se sentía como un cactus sacado de su desierto natal


―donde lo que de verdad importa está en el interior, el agua viva,
presto a compartirlo con quien lo necesite―, fundido con el
paisaje que le rodea y llevado a otras tierras, de nieves cuasi
perpetuas; trasplantado junto a pinos en un valle precioso, no
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obstante, regado con lágrimas, donde el odio y el rencor provocan
lluvias torrenciales arrasando cuanto encuentran a su paso. ¡Si
supiéramos reconducir nuestras bajas pasiones y ennoblecerlas!
¡Aprovechar cada gota de agua y compartirla! Lo tenemos todo y
sin embargo cómo lo despreciamos.

Me sentía extraño entre extraños, acostumbrado como estaba a


vivir cada instante como único, donde el valor está en el corazón
y no en aquello que cada uno posee, pues bien sabía que la
posesión era una mera ilusión.

Y paralelamente, en el Plan de nuestro Padre todo está previsto,


nuestra libertad de elección no es un obstáculo, sino una
consecuencia. Nuestros “errores” no son más que bifurcaciones
del camino. Un camino que no está trazado de antemano, que no
es rectilíneo y muerto, sino lleno de vida en una eterna e ilimitada
espiral.

El camino del Corazón… El reencuentro con lo Sagrado hoy es


posible, al igual que lo fue hace dos mil años. Ahora, en otra
vuelta de la espiral, tenemos una nueva oportunidad para
convertir el sufrimiento del alma en una rosa que abre sus pétalos
para recibir los rayos del Sol.

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6 -La oportunidad

Ensimismado en mis pensamientos no me percaté de la


presencia de un extraño junto al auto.

—El camino del Corazón… —Escuché. Era la voz


inconfundible del Maestro.
—¡Qué diferente sería todo si hiciéramos caso a aquello que
nuestro corazón, nuestra alma, desea manifestarnos! ¡Qué
testarudos somos y cuántas veces hacemos oídos sordos a su voz!
Una voz que nos susurra en sueños, en la sonrisa de un niño, en la
mirada de quien te encuentras en la calle, en el saludo de quien
no te conoce; en quien con amor te dice: ¡cuidado! para que no
sufras, y aún en la enfermedad y la muerte. La voz no deja de
hablarnos nunca y a pesar de ello cada vez la escuchamos menos.
—Mi voz —continuó— clamó en el desierto: “¡Padre, ayúdame
a comprender! ¡Guíame en la oscuridad de la noche! ¡Hazme un
instrumento útil en la realización de tu Propósito! ¡Me faltan las
fuerzas!”
—Llegué a sentirme hundido —aseveró—, abandonado, incapaz
de poder cumplir con mi promesa. Mas su respuesta no llegaba.
Vagué días sin alimento. Creí desfallecer por momentos, nada de
lo aprendido parecía sacarme de esta inquietud. Sentí la muerte
cercana…
—Pero mi Padre me necesitaba vacío y así me encontró. De Él,
entonces, brotaron estas palabras: “Ahora ya estás preparado,
limpio y puro. Puedes comenzar a compartir con tus hermanas y

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hermanos el Amor y la Sabiduría que habita en ti, que eres tú,
que Soy Yo”.

—Es necesario que llegue la noche más oscura para poder


apreciar con todo su poder la luz del alba que nos iluminará por
siempre.
—Al igual que Él me envió en otro tiempo, junto con aquellos a
quienes llamó y respondieron a su solicitud afirmativamente, hoy
son miles quienes aceptan su llamamiento.
—La Voz a de escucharse alta y clara en todas las lenguas y en
cada rincón de la Tierra que nos acoge con amor, más allá de los
límites estrechos de vuestras religiones, y dentro de cada una de
ellas. No hay nada que abolir, simplemente transmutar vuestro
ser, permitir a la Vida que crezca nuevamente en vosotros;
convertiros en quienes realmente sois: Hijas e Hijos del Padre por
derecho propio desde aún antes de la Creación.
—Es la respuesta de nuestro Padre a las súplicas de millones de
sus Hijas e Hijos, de aquellos que se encuentran en la más
absoluta soledad, cansados de sufrimiento y angustia, deseosos de
vivir en paz. Pasó el tiempo de la niñez, mas estando aún en
plena adolescencia, ya sois capaces de dar pasos por vosotros
mismos como adultos.

—Hoy las vestiduras son diferentes. Buscadme, buscadnos en el


compañero de trabajo; en la madre, el esposo; en el ateo, el
creyente; el científico, el religioso; bajo todos los ropajes
imaginables.
—¡Escuchadles!, pues Soy Yo quien habla a través de ellos.
—¡No les sigáis! Seguid únicamente la dirección de sus dedos
que señalan a vuestro Corazón, a vuestra Alma, a vuestro
Espíritu.

—Yo, el Maestro, ―a quien llamáis el Cristo de los cristianos,


el Imán Madi de los musulmanes, Maitreya para los budistas, el
Mesías para los judíos, Wanekía para el pueblo indio, el Amor
para los amantes y la Sabiduría para los científicos―, estoy entre
vosotros visible para los limpios de corazón.

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—¡Escuchadles! ¡Por sus frutos les conoceréis! ¡No deis la
espalda a la oportunidad que tenéis! ¡No dejéis que sus vestiduras
se vuelvan negras por vuestra ceguera y ved en sus ojos limpios,
los míos!
—Os pido que sigáis cada uno con vuestra vida. Hacedlo todo
con amor. Situaos los últimos, aparentemente nada cambiará en el
exterior, será en vuestro interior donde primero lo notaréis, lo
demás lo tendréis por añadidura.
—¡Compartid! ¡Amad!
—No es tiempo de una fe superficial. Veréis y creeréis. El Cielo
y la Tierra se han aliado para que así sea.

Escuchaba sin pestañear, su sola presencia era para mí todo un


acontecimiento. Sin embargo su Ser emanaba simplicidad,
convirtiéndole en el mejor amigo que uno pueda tener, con quien
todo era confianza y naturalidad. No era amigo de ceremonias
sino de abrazos espontáneos y de este modo se despidió de mí
señalándome el valle del Jordán…

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7- El Espíritu del Hijo

El viejo auto y yo nos pusimos en marcha, atrás queda algo más


que vivencias y recuerdos, queda todo lo que uno ha sido y es.

Largo ha sido el camino recorrido hasta aquí: escarpadas


montañas, precipicios que te incitan a volar, valles llenos de vida
que te piden alojarte en ellos y echar raíces. Sin embargo algo en
lo más profundo de mi ser siempre me ha empujado a seguir
avanzando, ningún lugar era el adecuado y así me lo decía: “Juan,
hay que seguir adelante, aún no has llegado”.

Y ahora… voy camino del valle del Jordán. Presiento el


encuentro tan anhelado, no por mero deseo sino la consecuencia
de un destino escrito en el libro de la Vida. Sabiendo que no es
más que el siguiente paso, el punto de encuentro entre lo infinito
y lo finito, el eje en el espacio y el instante justo en medio de la
eternidad.

No hay vuelta atrás, mi alma está vacía, ya todo está entregado a


la Madre Tierra. Todo está decidido, la duda el viento se la llevó,
ahora parto ligero de equipaje. La entrega a la voluntad del Padre
ya es completa. Vacío de mí, simple mortal imperfecto; mas es así
como me quiere, entregado a su causa, la causa del Amor.

Llegué junto al río Jordán. Un autocar repleto de turistas se


alejaba del lugar. El Sol brillaba con todo su poder, un viejo olivo
me sirvió de cobijo. Nadie parecía encontrarse cerca y decidí

70
descansar un poco cerca del río que llevó las aguas que en otro
tiempo al Maestro bañaron…

Me despertó una bandada de palomas blancas que revoloteando


acabaron posándose en unos arbustos cercanos, parecían estar
esperando a alguien.
Al poco tiempo, todas giraron la cabeza al unísono y yo junto a
ellas, un extraño silencio se apoderó del lugar.

Sobre las aguas del Jordán una silueta iba tomando forma, mi
corazón parecía estallar, era Él, su cuerpo brillando como mil
soles, una aureola de luz tras otra le rodeaban. Se fue acercando
hacia donde me encontraba. Las palomas comenzaron a revolotear
sobre nuestras cabezas creando un ligero viento alrededor nuestro,
partículas de polvo se levantaron hasta conseguir que no viera
nada más allá de unos pocos metros.

Y ahí estaba frente a mí, su semblante no era el mismo, nunca le


vi como en este momento. Era Él y no era Él, su rostro en un
instante era joven y seguidamente se convertía en el de un
anciano, todo giraba a mi alrededor hasta sentirme mareado…
Me vi en medio del firmamento, sin forma, aún así contemplé el
más bello espectáculo que del Universo uno pueda imaginar, mas
no sólo veía sino que sentía cómo formaba parte de Él. Y el
Universo y yo éramos Uno. Miré y distinguí dos soles
acercándose, una gran explosión se produjo, todo desapareció y
de la nada fue surgiendo una niebla y de ésta una estrella recién
nacida. Me sentí atraído hacia ella hasta fundirme en su
incandescencia.
Todo lo sabía, todo lo sentía, era a la vez ínfimo y grandioso, mi
mente todo lo abarcaba y supe que el Espíritu de Dios estaba en
mí.

Sin saber cómo, me encontré de nuevo frente a Él, ahora su


rostro era el de siempre y me sonrió. Me tomó las manos junto a
las suyas y con sus dedos trazó en la izquierda un círculo que se
oscureció hasta volverse negro y en la derecha dibujó otro circulo

71
que brilló hasta volverse blanco. Con sus manos tomó las mías y
las unió dentro de las suyas. Una paloma se posó sobre ellas, al
momento una luz que brotó de ésta nos cubrió por completo, y mi
cuerpo se hizo como el suyo, no era de carne y de sangre sino de
Luz y mi espíritu era como el suyo y la Verdad nos habitó.
Él era yo y yo era Él.

Me soltó las manos, señalándome un puente sonrió


desapareciendo ante mis ojos.

72
8- El puente

A la caída del Sol caminé hacia el viejo puente de madera sobre


el río Jordán. Andaba abstraído por lo acaecido unas horas antes,
nunca dejaba de sorprenderme por los acontecimientos de cada
jornada. Cada nuevo día era imprevisible, aprendí a vivirlos sin
tener una preocupación por lo que vendría después. El mañana
dependía de hoy.

Crucé el puente y tras unos minutos andando me encontré con…


¡el viejo auto! No muy lejos se encontraba un olivo como en el
que había reposado.
¡No puede ser! —me dije—. ¡El olivo puede ser otro… pero el
auto no! ¡No había dos iguales! Me fijé en la matrícula y… ¡era la
misma! Acabé sentándome desconcertado otra vez junto al olivo.
Después de unos minutos de elucubraciones me di por vencido,
decididamente no había cruzado el puente, no encontraba otra
explicación.
Cuando mi mente se quedó ya en calma se acercó una mujer
preguntándome por el camino para llegar al puente, su rostro me
resultaba familiar. Sus ojos, su mirada, me recordaban… pero no
podía ser.
Le señalé el camino.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté.
—Meryem —me respondió—, soy palestina.
Sonrió.

Era ella sin duda, sus ojos lo confirmaban.

73
Evidentemente nada le podía manifestar de lo que pensaba,
aunque no hizo falta.

—Tú has cruzado el puente —me dijo—, aún así estás en la


misma orilla. El Maestro te señaló el puente porque buscabas una
tierra diferente donde situar su Reino. Así pues, dejó que lo
comprobaras. Y ya te has dado cuenta que el Reino de Dios no se
encuentra en un lugar al otro lado de ninguna parte, sino que es un
cambio, una expansión de conciencia, un despertar de un sueño en
el que estabas sumergido; estás en el mismo lugar del que partiste
pero ahora Despierto.

¡Te has sanado de tu propia enfermedad! —una voz masculina


exclamó.
Me di la vuelta y ahí estaba el Maestro, mirándonos.

—La comunión —continuó— con el Espíritu que siempre habéis


sido, sois y seréis, ha hecho posible que los caminos se
encuentren una vez más.
—Hoy, este mundo es comparable a un cuerpo, donde conviven
células sanas con otras enfermas. Enfermas de egoísmo que no
responden al propósito de la conciencia que les habita, la que son
en realidad. Los órganos enferman por falta de colaboración de
sus células, entre sí, así como entre diferentes órganos. La energía
de la Vida no circula libremente, es tristemente acumulada por
unas en detrimento de otras produciendo el aislamiento, la
carencia de energía y la consecuente muerte.
―Es necesario cambiar dicha situación, y la solución no vendrá
de fuera, pues no existe tal lugar como no hay otro lado del
puente. Son las células sanas que irradiando su propia energía
señalan a las enfermas dónde mirar y, sólo han de buscar dentro
de ellas mismas, en su núcleo, en su esencia, y descubrir quienes
son, de este modo despertar del sueño del aislamiento.
—La Vida es Amor, compartir, colaborar, trabajar juntos en un
propósito no ajeno a vosotros, a mí. Pues todos vosotros y yo
somos los artífices de este gran Plan que llamáis Vida.

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—Sólo el Amor traerá la Paz y la Armonía. Asimismo mi
cuerpo, vuestro cuerpo, seguirá creciendo fuerte y sano. Su Luz
irradiará con más fuerza y se propagará por el firmamento ―el
Cuerpo―, del que sois, somos, un órgano vital.

—Mi Padre, vuestro Padre, os bendice.


—¡Id en Paz!

Permanecimos en silencio…

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9- Nacimos sin nacimiento

Meryem y yo nos miramos sabiendo que una nueva etapa


emprendíamos en nuestras vidas después de escuchar las palabras
reveladoras del Maestro: “La comunión con el Espíritu que
siempre habéis sido, sois y seréis, ha hecho posible que los
caminos se encuentren una vez más”.

—Voy a Nazaret —le manifesté.


—Donde vayas tú —me contestó—, si quieres, voy yo.
—Donde vas tú, si quieres, voy yo —repliqué.
—¡Vamos! — confirmamos.

Esta vez no fue Él quien se fue, nos abrazó, seguidamente


Meryem y yo subimos al viejo auto. Sonrió y nos alejamos del
lugar rumbo a nuestro destino aún por vivir.

Durante unos minutos ninguna palabra surgía, los dos


pensábamos, sentíamos; experimentábamos sensaciones nunca
vividas.
Rompimos el silencio a la vez:
—¿Sabes…? y unas carcajadas llenaron el espacio.
Sabíamos, ciertamente sabíamos.

—Continúa —dije.
—Te respondí que soy palestina y así es, aunque me siento
ciudadana del mundo. Profesé durante años la religión de mis

76
padres. Ellos secundan la tradición, encontraron las respuestas a
sus preguntas. Yo, en cambio, sigo la búsqueda.
—Desde niña he sentido en mi interior un fuerte deseo por ir
más allá de la superficialidad, de profundizar y encontrar la
Verdad escondida. Y ésta, poco a poco, se va revelando. Me ha
llevado a madurar, a creer en una religión sin nombre ni etiquetas,
incluyente y viva, en la que crezco día a día.
—Mi religión es la Vida, es Amar. Tan simple o complicada
como quiera vivirla.

Sus palabras las hacía mías y así se lo expresé:


—Pienso y siento como tú, me costó mucho esfuerzo
comprender. Desde niño sentía que una fuerza interior me
estimulaba. Nada de lo que veía a mi alrededor satisfacía mi ansia
de saber; de concebir por qué tanto sufrimiento, ¿era necesario?
El por qué y para qué estamos aquí. Y encontré algunas
respuestas.

—Tengo muchos maestros —continué—que me van señalando


el camino. Maestros en mi madre, mi padre, mis hermanos; en
cada persona con la que me encuentro a lo largo de mi vida, en la
naturaleza que me rodea; en los sucesos cotidianos. Todos ellos
me enseñan a conocerme. Si alguno me irrita, acabo
agradeciéndoselo, pues así comprendo cuales son mis puntos
débiles, mi “enfermedad”, que debo esforzarme en sanar.
Intentando comprender a los demás, me conozco más a mí mismo
y conociéndome conozco a los demás.
—Las respuestas son sencillas y como bien dices también se
resumen en una palabra: Amar.
—Amar se vive, se experimenta continuamente, sin fin.

—Y Amar —dijo Meryem— no es una palabra, es el generador


de la Vida, la fuerza de la gravedad que nos une y sostiene; es el
impulso que hace que las galaxias, estrellas y planetas nazcan;
hace que tú y yo nos encontremos una y otra vez a lo largo del
tiempo y el espacio.

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—Nacimos sin nacimiento, vibramos al unísono siempre y sin
embargo nos alejamos, pero sólo aparentemente, para volvernos a
encontrar. Y en cada encuentro nos sentimos más y más unidos y
al unirnos generamos Vida.

Nos dimos la mano y seguimos en silencio hasta llegar a


Nazaret.

Llegamos al taller y me despedí del viejo auto, con un…


¡perfecto para viajar al desierto! ¡Gracias viejo amigo!
—¡Hasta siempre! —me acompañó con su dulce voz Meryem.

—Quiero que conozcas a una persona —me indicó—, es mi


profesor de historia, vive en Damasco.
¿Por qué no? —pensé.
—¡Vamos!

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10- Los Maestros

Entramos a la caída de la tarde en Damasco. Al salir de la


estación de autobuses nos adentramos por unas callejuelas
cercanas, más bien parecía un laberinto del que no se si yendo
solo podría salir de él.
Al situarnos frente a una casa me llamó la atención su entrada:
una puerta de madera antigua con clavos desgastados ―pintados
de azul turquesa― y rodeada por un marco de piedra con el
puente arqueado.
—¡Ya hemos llegado! —exclamó Meryem—. Mi corazón se
aceleraba por momentos, algo me decía que tras la puerta nuestras
vidas darían un giro.

La puerta se encontraba abierta. Un patio empedrado en los que


los pilares, que sostenían una planta superior, estaban rodeados
por rosales trepadores espléndidamente florecidos. Su perfume
embriagaba el lugar de una extraña sensación de paz.
Atravesamos el patio entrando a una estancia donde sentado se
hallaba un hombre de edad mediana haciendo anotaciones sobre
un libro.
Él debe ser el profesor de historia —pensé.
Se levantó al escuchar nuestros pasos. Nos saludó.
—¡Hola, Meryem! ¡Hola, Juan! ¡Bienvenidos a mi casa!
—¡Hola, Jeshua! —contestó ella.
—¡Hola Jeshua! —dije yo.

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Al mirarle cara a cara, me percaté de su sonrisa, una sonrisa que
me era muy familiar.
Meryem se percató de mis pensamientos y me dijo:
—Tu intuición es correcta, es el maestro Jesús, Hoy, él al igual
que tú y yo, tenemos diferentes cuerpos, diferentes apariencias,
oficios y costumbres.

—No me consideres tu maestro —dijo Jeshua—, ni siquiera


Jeshua es mi nombre actual, como tampoco los que tenéis son los
vuestros. No soy tu maestro, somos hermanos y discípulos del
Maestro, el Maestro de maestros.
—Hemos llegado hasta aquí no porque seamos especiales, ni
hijos predilectos del Padre, Él ama a todos por igual, simplemente
hemos dado un paso más en el camino del Amor, el camino de
regreso al Hogar.
—El Padre está en cada uno de sus Hijos. La única diferencia
reside en el nivel de conciencia, en la capacidad de Amar que
cada uno hemos adquirido a través de las edades y de la
experiencia vivida, más la Voluntad que ponemos en ello. Y, no
hay que olvidar que somos libres de escribir nuestro destino.
Tenemos un don: el libre albedrío.
—Nosotros, tomamos en un punto del camino la determinación
de no mirar atrás, poner al otro por delante de nosotros…, que la
Voluntad del Padre y la nuestra sea Una.
—Mi mensaje, nuestro mensaje, de hace dos mil años es hoy el
mismo: “Amarás al prójimo como a ti mismo por encima de todo
tipo de separatividad”.
—Hoy hay que romper las barreras mentales que se han
construido a lo largo de este tiempo. Volver a la esencia de
nuestro mensaje: la Paternidad, la Hermandad y la Eternidad. Y
estos son los motivos que han hecho que hoy, nosotros y algunos
más, nos volvamos a encontrar aquí.
—Que nadie nos busque pues no nos encontrarán, pasamos
desapercibidos ya que en nada nos diferenciamos del común de
los mortales. Estamos en todos los estamentos de la sociedad,
horadándola donde hay que hacerlo, desde dentro; aquella que se

80
va adaptando a la nueva situación que se está creando
permanecerá, la que no, ella sola irá desapareciendo.
—No hemos venido como representantes de malos augurios.
Quitad el temor de vuestras mentes, éste sólo reside en los que se
aferran al pasado, mental y sentimentalmente, y creen que sólo las
posesiones materiales son lo importante.
—Nuestro Padre nos da aquello que necesitemos sin necesidad
de pedírselo. Y desde luego, lo conseguido a costa del sufrimiento
ajeno será arrebatado, pero no por una mal llamada “justicia
divina”, pues Él nos ama a todos por igual, sino porque en lo más
profundo de nuestro Ser sabemos qué es justo y qué no lo es, por
lo que nosotros mismos nos estamos juzgando, condenando y
perdonando.
—Él, sólo sabe Amar y cuando así lo deseemos haremos como
Él: poner nuestra Voluntad al servicio del otro. No es tan difícil,
amplía tu capacidad de conciencia, mira a los ojos al otro; a tu
hija, hijo, quizás te resulte fácil; a tu vecino quizás también; ve
dando pasos según vas aumentando el tamaño de tu “corazón”, de
tu Alma y acabarás amando a aquellos que un día te hicieron
daño, a los que hoy te lo hacen y aún a los que te lo harán. No
olvides que ellos son los maestros que te señalan tus
imperfecciones como tú señalas las de otros. Son tus hermanos
como lo somos nosotros, ninguno por encima de nadie y ninguno
por debajo de nadie.
—No adores más que al Dios que mora en ti y al Dios en el que
vives, los demás somos simplemente… sus hijas e hijos, donde no
hay segundos porque somos todos el primero, el Único Hija e
Hijo del Creador.

El silencio se hizo presente y el perfume de las rosas entró por


las ventanas inundándonos con su Amor. El Amor que reside en
toda la Creación y que únicamente sabe compartir su Esencia, su
Alma, su Espíritu. El Espíritu que compartimos con El Que Viene
y al que estamos preparando su Morada.

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11- La resurrección

Nos trasladamos al jardín, un olivo centenario situado en su


centro ensalzaba el lugar. Jeshua nos invitó a sentarnos en un
viejo banco de piedra. Salió, después de unos minutos volvió con
tres vasos de té con hierbabuena, nos los ofreció sentándose frente
a nosotros.

—Ahora —comenzó a hablarnos Jeshua—, primera luna llena de


la primavera, mi mente se traslada a un tiempo pasado, hace casi
dos mil años. Eran días difíciles, pues mis palabras que aun
habiendo llegado al fondo de los corazones de algunos fueron
tergiversadas, mal interpretadas e incomprendidas por otros. Mi
mensaje era claro y sencillo: “Amaos los unos a los otros como yo
os he amado”.
—Aquel que dice que ama a su hermano no debe utilizar la vieja
ley del ojo por ojo y diente por diente. Si realmente desea
encontrar la paz en su corazón, sus palabras han de ser de paz y
más importante: sus obras. Así, si desea compartir esa paz y
ayudar a acabar con la verdadera injusticia, sus medios han de ser
justos.
—Un manzano sano da frutas sanas, tomad de ese árbol. Muchos
serán quienes llegarán en el futuro hablando de amor y paz, sus
palabras debéis examinarlas con sumo cuidado, pues vendrán
lobos vestidos de corderos intentando confundiros. Manipularán
la Verdad. Vosotros sólo habladles de Amor, del Amor que une y
que vuestras obras sean un fiel reflejo de vuestro Espíritu. A pesar

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de ello habrá quienes os calumnien, abominen, traicionen e
intenten destruiros en nombre de la Verdad y la Libertad.
—Al igual que yo, moriréis, pues de aquellos que os dicen amar
uno os traicionará. Creerá en su ceguera hacer un bien a la
humanidad liberándola de falsos profetas que según él, sólo les
llevan al aborregamiento, a la prisión de la mente. En su interior,
aún asaltándole la duda, tomará la daga que ejecute el homicidio.
Mas no sabe que ya está escrita en el libro de la Vida su traición.
Que nada escapa al Creador, pues Él viendo en su libre albedrío
su debilidad, contempla en su mente la traición y os avisa y aún
así sé que le amáis puesto que el odio y el rencor no tienen cabida
en vuestros corazones.
—Nada temáis, pues volveréis a la Vida con una fuerza que no
es de este viejo mundo, la fuerza que mueve y sostiene el
firmamento: el Amor.

Nos miró fijamente y continuó:

—Y recordad que nuestro Padre nos regaló la Eternidad. La


muerte no es más que un paso hacia la verdadera Vida; poned el
énfasis sobre la Vida y no sobre la muerte, ésta pertenece a los
que fomentan el temor en sus múltiples facetas.
—La muerte separa el cuerpo en los elementos básicos de la
Vida, no obstante, no es más que un proceso necesario para que
toméis un cuerpo que siendo dignos de él, ésta ya no tenga poder
sobre vosotros. Estaréis unidos para siempre a la Vida, seréis un
solo Ser, un solo Espíritu. Un día, todos pasarán por el mismo
proceso, pero aún muchas muertes físicas y sobre todo mentales
han de ocurrir.
—El miedo, el temor, han de ceder su lugar al Amor.

Así es, así será.

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12- La paz interior

Jeshua nos sugirió adentrarnos en tierras jordanas…


Llegamos los tres a Petra, escondida en el corazón de los montes
de Shara en el desierto jordano, tras largas horas de viaje en
autobús. Al bajar decidimos adentrarnos andando por el largo
desfiladero que nos lleva al alma de una ciudad roja excavada y
esculpida en la piedra.

—Estas ruinas ―Meryem nos señaló― nos recuerdan una vez


más que estamos de paso en este mundo y cuánto hemos de
aprender de nuestra historia, de nuestros errores y aciertos.

—Vamos asentándonos poco a poco ―expuse―, unas veces


sobre nuestras ruinas, otras construyendo donde antes no había
nada. Creciendo y madurando como seres humanos pasamos de
una etapa de la vida a otra, unas veces casi sin darnos cuenta y
otras a regañadientes, mas nuestro porvenir no se detiene por ello.

—El cuerpo —prosiguió Jeshua— que fue polvo en la Tierra


resurge una y otra vez como el ave fénix, dándonos siempre una
nueva oportunidad de madurar aprendiendo y creciendo en un
mundo lleno de experiencias que nos van enriqueciendo.
—Y aprender es también perdonarse a sí mismo. Reconocer que
no somos perfectos y por lo tanto sujetos a las consecuencias de la
imperfección, pero no por ello hemos de flagelarnos y vivir el
resto de nuestra vida como si ya el presente y el destino, el futuro,
fuera algo inevitable, destructor y amargo.

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—El Creador nos habla en el silencio. Él de antemano ya “nos
ha perdonado”, aún antes de materializar aquello que nuestra
mente nos sugiere que hagamos en contra del Amor como
consecuencia de nuestra ignorancia. Reconozcamos sinceramente
que no siempre seguimos el camino que nos hemos trazado, que a
veces entramos en bifurcaciones que nos llevan a laberintos y
callejones sin aparente salida. Mas… siempre hay una salida, es
pensar, sentir y actuar con humildad.
—Debemos dejar de vivir construyendo máscaras, colocando
una sobre la otra, tantas que ya no reconocemos quién se
encuentra al fondo. Y al fondo siempre estarás, estás tú, estoy yo:
un ser humano que simplemente vivió su propio destino en
libertad… siempre.
—No hay un camino trazado de antemano por nadie, salvo por ti
mismo. Tú, yo, nosotros, elegimos nuestro destino y desde luego
el que elegimos aún antes de nacer era y es de Amor y Felicidad,
y nada impedirá que le vivamos en plenitud. Tenemos todo el
tiempo del mundo para comprenderlo y cuando así lo hagamos
nos veremos como realmente somos. Habremos despertado de
una pesadilla, de un mal sueño y la realidad se abrirá ante
nosotros tal cual es.
—Ni siquiera es necesario que nadie nos guíe, en ti, en mí,
tenemos al mejor guía que podamos desear, pues estamos hechos
de la misma esencia del Sol y de la esencia de la Vida. Somos
Espíritu encarnado en nuestra propia creación. Todos somos Dios,
nada hay fuera de Él, fuera de ti, fuera de mí, ya que nuestro
Espíritu abarca lo creado y lo aún por crear, la plenitud y el vacío.
Puedes reconocerte como, no un dios, sino Dios, o negarte el
tiempo que desees. Puedes seguir viviendo en el viejo mundo que
palidece ante su próxima muerte, o pensar, sentir y actuar como si
el nuevo mundo ya estuviera aquí. Porque, y aún os digo más: ¡ya
está aquí!
—Únicamente hemos de vivir sin máscaras. Reconocernos tal
cual somos y reconciliarnos con nosotros mismos y con la Vida,
con quienes nos rodean y logrando que nuestra Voluntad se funda
cada vez más con el Amor.

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—Quienes sientan como tú nada te tendrán que perdonar, pues
saben que el perdón nos lo hemos de dar a nosotros mismos, y
vivir en paz, la paz del que se sabe realmente liberado, sin
ataduras de ningún tipo.
—Quienes siguen aún los dictados del viejo mundo, no te
creerán. Intentarán confundirte y confundir a los demás con malas
artes, querrán que juegues a su propio juego que nunca les sacia y
no les deja vivir en paz. Pues emprendieron una guerra en
realidad contra sí mismos, no contra los demás. Hasta que en un
instante de humildad deseen acabar con tan desastrosa situación,
entonces y sólo entonces, con este pensamiento, toda su vida
cambiará, han pasado el puente que les conduce a sí mismos y al
otro.
—Ninguno nacimos instruidos, nos vamos creando como el
aprendiz trabaja el barro hasta que consigue darle a la pieza la
forma que desea, con esfuerzo, paciencia y constancia. Cada vez
él se identifica más con ella y fruto de su experiencia alcanza la
maestría, se convierte en alfarero y nuevamente crea formas más
bellas y sublimes, de tal modo que se funde con aquella que para
él es el súmmum de la belleza.
—Tomémonos el tiempo que queramos para conseguirlo, eso sí,
con mucha Voluntad y Amor.

Y con estas últimas palabras resonando en las paredes del


desfiladero se abre ante nosotros la majestuosa ciudad escondida
de Petra.

La paz se respira en el lugar y en nuestros corazones.

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13- La comunión

Tras el paso por el estrecho desfiladero, ante nosotros,


imponente, como salido de un cuento: la fachada de Al-Khazneh,
el Tesoro de Petra. Percibimos el sendero como el de la estrecha
franja que separa la vida de la Vida. Y ahora sentíamos al entrar
en Al-Khazneh, en su sala funeraria, como si algo de nosotros se
fuera desprendiendo, una vieja piel ya inservible, aquella que
cumplió el propósito para la que fue concebida: llevarnos hasta
este punto de no retorno. Salimos de ella más que impresionados.

Seguimos caminando por el valle y esculpidas en las paredes


cientos de tumbas nos encontramos a nuestro paso, a la vez que
las ruinas de las civilizaciones que la fueron habitando a través
del tiempo hasta que la ciudad cayó en el olvido.
Tras un ligero descanso, al final de la vía romana contemplando
este maravilloso enclave, frente a nosotros se abría un camino con
cientos de escalones ascendentes que nos llevan a Ad-Deir, el
Monasterio, una subida que Jeshua nos propuso sin vacilar.

Aunque el calor apretaba, un ligero viento nos hacía compañía.


Jeshua no dejaba de decirnos que merecía la pena la ascensión.
Así pues, comenzamos a subir, no sin antes respirar consciente y
profundamente llenando nuestros pulmones del aire sano del
lugar. Más de un alto tuvimos que hacer en el camino, eran
muchos peldaños estando algunos muy desgastados y
resbaladizos que nos dieron más de un pequeño susto. Sus

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palabras no dejaban de alentarnos, Jeshua conocía bien el lugar al
que íbamos.
—Unos pocos peldaños más y ya llegamos ―nos decía él sin
dejar de sonreír.

—Sí —le contestó Meryem—, pero esto parece que no acaba


nunca.

Y los tres nos reímos a carcajadas.

Ante nosotros una extensa planicie y a su derecha la


deslumbrante fachada del Monasterio, inmensa y aún más según
nos acercábamos a ella, parecía que dentro íbamos a encontrar
algo similar al interior de una catedral; sin embargo no fue así,
sino que la sencillez más absoluta nos sorprendió, sólo había una
cámara con sus paredes desnudas y lisas, desproporcionadamente
pequeña ante la grandeza de su fachada. Quizás un lugar de culto
iniciático o tumba de algún rey, fuera como fuese sin igual en el
mundo conocido.

Más majestuoso que los monumentos erigidos en Petra era la


contemplación de la ciudad, la eterna ciudad de tonos rosáceos, y
las montañas desérticas desde este incomparable lugar.

El Sol lucía esplendoroso. Decidimos permanecer unos minutos


refugiados dentro del Monasterio y, ante nuestro asombro
escuchamos la voz del Maestro.

—¡Bienvenidos!

Los tres nos volvimos siguiendo la dirección del sonido y ahí se


encontraba Él, a nuestra espalda. Juntó sus manos y se las acercó
a su pecho bajando un poco su rostro, respondimos del mismo
modo. El lugar, nuestros espíritus, se impregnaron de una
inenarrable sensación de paz. Él, parecía tener un aspecto
diferente a como le solíamos ver en otras ocasiones. Si sublime

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era su figura, en este momento lo era aún más. El resplandor que
emanaba de su Ser iluminaba la estancia.
Salió del recinto y salimos tras sus pasos.

Una espesa neblina comenzó a cubrir la planicie hasta


alcanzarnos por completo, miríadas de luces como estrellitas se
entremezclaron con ésta y una multitud de gente surgida de ellas
se congregó en torno a Él.
La niebla desapareció.

El Maestro se sentó en el suelo, juntó sus manos a la altura de la


cintura y las enlazó, cerró sus ojos, nos invitó a todos a hacer lo
mismo y así lo hicimos.

—Como habéis visto —comenzó a decirnos—, estáis en un


lugar singular con una historia que se remonta a siglos donde
diversas civilizaciones han dejado su huella.
—Habéis comprobado cómo los recintos funerarios están por
doquier, cómo la muerte está muy arraigada en ésta y en el resto
de las culturas humanas.
—Mas al igual que en otros lugares, aquí algunos supieron
comprender que existe un camino que trasciende esa etapa
necesaria en la vida. Y comenzaron a labrar en la piedra, escalón
a escalón, los cientos de ellos que llevan a esta planicie, desde
donde percibieron con más claridad el mundo que les rodeaba y
donde construyeron este Monasterio o Templo en el que
reposaban antes de dejar el último vestigio de su mortalidad,
viviendo la trascendencia no para alejarse del mundo sino para ser
uno con él.
—No se convertían en dioses, sino que su conciencia abarcaba
según subían peldaño a peldaño un poco más de su infinitud,
hasta comprender, sentir y ser Uno con la Vida.
—¡Eternos! ¡Vivos! Porque vieron cómo atrás fueron dejando
los cascarones que les sirvieron en cada paso, en cada
encarnación. Comprendieron y supieron quienes fueron. El
objetivo de cada paso dado, tanto en el valle como en la

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ascensión, como nuevamente en el descenso al valle aquellos que
así lo decidieron.
—Dios convirtiéndose en ser humano, éste ascendiendo; Dios
contemplándole y descendiendo hasta encontrarse originándose la
fusión, la unión. El encuentro deseado de Dios consigo mismo en
el ser humano. El encuentro deseado del Hijo-Hija con Dios: La
Comunión.
—Hace dos mil años a través de Jeshua trasmití este
conocimiento a vuestra civilización, como anteriormente lo hice
con otras y seguiré haciéndolo, una y otra vez más.
—Y paso a paso por el valle, peldaño a peldaño, vais
ascendiendo, teniendo al principio pequeños encuentros conmigo
de acuerdo a vuestra comprensión y Amor hasta que en la cumbre
de este mundo vivimos una mayor Comunión. Pero esto no es
más que el principio de lo que nuestro Padre anhela para vosotros.
—Vosotros vivís en Mí como Yo en el Padre y Él en Vosotros.
En Comunión.

Dichas estas palabras se levantó y con el mismo gesto con el que


llegó se despidió de todos nosotros.

La niebla volvió a envolvernos y quienes se encontraban con


nosotros volvieron a transformarse en pequeñas luminarias
desapareciendo al poco con la niebla, quedándonos los tres solos
ante el bello paisaje de un atardecer en la antigua ciudad de Petra.

Al igual que Petra, los cuerpos de barro continúan siendo


moldeados por las manos del Alfarero.

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14- El Santo Grial

Alcanzamos Madaba, cerca de Ammán ya anochecido. A la


mañana siguiente Jeshua nos ofreció, con su característica sonrisa,
unos billetes de avión.
—No hagáis preguntas —nos dijo—, si los aceptáis son
vuestros.
Nos miramos y asentimos. Meryem los tomó y vio su destino:
Paris. Me los pasó, me fijé en la fecha y horario y la salida era…
¡en dos horas!
No nos quedaba mucho tiempo.
—No os preocupéis —nos recalcó—, ya está todo solucionado,
un taxi os espera en la puerta del hotel.

En cuestión de segundos recogimos las pocas pertenencias que


poseíamos. Nos despedimos de Jeshua con un fuerte abrazo y el
corazón acelerado con un… ¡Hasta pronto!
En pocos minutos embarcamos en un avión de las Aerolíneas
Jordanas…

A la llegada al aeropuerto de Orly un hombre, junto a la salida


de pasajeros, destacaba con un cartel con nuestros nombres. Nada
nos indicó Jeshua sobre él. Nos aproximamos, él al vernos, nos
saludó, parecía reconocernos.
—Quizás Jeshua le dio nuestra descripción, ―me comentó
Meryem.
—Posiblemente —le contesté.

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—¡Hola! —nos saludó—, Jeshua me pidió que os recogiera en el
aeropuerto y os entregara un sobre.
No nos dijo su nombre. Vestía con un traje negro impecable, en
la solapa destacaba una insignia con una rosa roja. Todo en él
era… intachable.
Nos acompañó hasta el aparcamiento proporcionándonos las
llaves de un coche.
—Abrid el sobre y sabréis hacia donde os dirigiréis —nos dijo el
enigmático anfitrión.
Sin más se despidió.
Le agradecimos lo que hacía por nosotros e inmediatamente nos
introdujimos en el vehículo.
Unos segundos de silencio y un sobre que encerraba nuestro
próximo destino nos quemaba en las manos. Así pues, sin dudar
más Meryem le abrió, dentro un mapa y un nombre: Rennes-le-
Château.

Nos esperaba una larga jornada en carretera hasta alcanzar el


sudeste francés.
Llegamos a Carcassonne al atardecer. Paseamos por sus viejas
murallas llenas de historia, una triste historia que algunos desean
que permanezca en el olvido. Y sin embargo, anclada en el
subconsciente resurge una vez más para cerrar viejas heridas que
no acaban de cicatrizar.

Recordaba la historia vivida en estas tierras tiempo atrás…

Los cátaros no aceptaban la autoridad de reyes, obispos, ni del


Papa. Vivían en la austeridad y entregados por completo con sus
semejantes rechazando los bienes materiales, se ganaban el pan
con su sudor al contrario de los sacerdotes católicos de la época.
Para ellos, hombres y mujeres eran iguales en todo. Todo un
peligro para un cristianismo venido de Roma que esclavizaba a
los pueblos y discriminaba cuando no negaba a la mujer.
Rechazaban la violencia, y en una Europa hastiada de ésta y del
autoritarismo sus adeptos fueron creciendo convirtiéndose en un
peligro real para el “orden” establecido.

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El enfrentamiento con la iglesia de la época debido a las
profundas diferencias entre ella y los cátaros hizo que estos
últimos fueran exterminados, masacrados, en nombre de un
cristianismo que nada tenía que ver con el mensaje de Jesús de
Amor y Verdad y sí mucho con el poder terrenal…

Amanecía en Carcassonne, la primavera se sentía en todo su


esplendor y el nuevo día prometía ser cuanto menos singular.
Salimos hacia Rennes-le-Château temprano, poco más de media
hora de carretera y la colina en que se asienta este pequeño pueblo
se abría ante nosotros. Un enclave privilegiado para contemplar
un hermoso panorama con las altas montañas pirenaicas al sur.
Llegamos a la cumbre del monte y paseamos por sus calles
llegando a la iglesia consagrada a María Magdalena que tanta
controversia genera hoy en día, pero mejor que las leyendas…
impregnarnos del lugar. Después de observarla con detenimiento
nos sentamos en un banco, pues el silencio que reinaba nos
invitaba al recogimiento.

Una suave música comenzamos a percibir. Meryem y yo, de


pronto, nos encontramos en un lugar diferente y atemporal. Ante
nosotros una potente luz que nos deslumbraba sin dañar se fue
acercando hasta cubrirnos por completo y una Voz nos habló:

—Yo soy la Luz y vosotros el Cáliz.


—Estoy en vosotros como vosotros estáis en Mí. Somos un solo
Ser, como fue, es y será por la eternidad.
—La Sangre Real es hoy la Luz que ilumina los corazones y las
mentes de quienes buscan la Verdad.
—Mi linaje se perpetua en aquellos que aman y mi Luz os
guiará en todos los pasos que deis. Nada debéis de temer pues la
oscuridad nada es, su realidad sólo vive en las almas cubiertas con
corazas, las cuales están cayendo por momentos y quedando
desnudas ante sí mismas.
—Estoy en cada uno y todos los seres, escuchaos a vosotros
mismos y me oiréis.

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—Amo por igual a ricos y pobres; a los que me adoran y me
niegan; a quienes me conocen y repudian; a quienes me aman y
me odian.
—Poco a poco me encontraréis en vuestro interior, pues no hay
uno solo de vosotros que no anhele la liberación y cuando llame a
mi puerta se dará cuenta que siempre estuvo abierta para él.
—Mi Hijo pródigo volverá a su Hogar cuando así lo desee.
Cuando comprenda que el mundo ilusorio ya no le satisfaga sus
deseos, entonces las palabras: “Yo Soy la Verdad, el Camino y la
Vida” resonaran en su mente y en su corazón. Un hermano suyo
guiará sus primeros pasos como el padre guía las de su pequeño
hijo para después dejarle que él elija su camino: senda de
iluminación y liberación.
—Y mi Luz les colmará como hoy es una realidad en vosotros.
—Y recordad siempre que el Amor consiste en DAR, pues sólo
el que da puede recibir. Dad, compartid mi Luz y ésta se
multiplicará y entonces conoceréis. Y aquello que pidiereis de
corazón, lo recibiréis.
—Así, este mundo se elevará a sí mismo cuando la rosa esté a
punto de abrirse. Seguid regándola y dándole vuestra Luz,
entonces la trasplantaré a mi jardín y a vosotros con ella. Aún hay
tiempo.

La Luz no se fue de nosotros, se hizo una con nosotros, nos


miramos y comprendimos el misterio del Santo Grial, el Cáliz
Sagrado.
El Grial buscado desde hace siglos. ¡Cuántos lo buscan y que
pocos lo encuentran!

La Voz enmudeció y nos encontramos otra vez sentados. La


iglesia se había llenado de feligreses y curiosos, cada uno
buscando posiblemente su propio camino de regreso al Hogar.

Salimos y contemplamos en la lejanía cómo las nieves perpetuas


cubrían las más altas montañas reflejando el Sol de la mañana.

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15- La Torre Magdala

Un pequeño paseo por los jardines aledaños a la iglesia de


Rennes-le-Château nos llevó hasta situarnos frente a una torre
amurallada, que según nos contaba un vecino del lugar, fue
ordenada construir a finales del siglo XIX por el mismo sacerdote
que mandó restaurar la iglesia, Torre Magdala la llamó.
Se podía visitar, por lo tanto, decidimos entrar en ella. Denotaba
ser un lugar de estudio y recogimiento. Sobrio, con unas librerías
que aún conservaban algunos ejemplares en sus estantes, pero que
al parecer no eran los que originalmente habían sido consultados
por el sacerdote.
Una escalera de caracol nos trasladó a una segunda planta, una
amplia terraza desde donde contemplamos toda la comarca. Nos
quedamos ensimismados con el paisaje. Desde este punto la
Tierra nos hacía sentir lo infinitamente pequeños que somos, unas
simples criaturas del universo rodeadas de una naturaleza que nos
invita a fundirnos en ella.
Los gorriones vestidos como antiguos monjes mendicantes
alabando con su piar a la vida; los viñedos amamantándose de la
tierra, prestos a ofrecernos su jugo en unos meses; los árboles
incitándonos a elevarnos junto a ellos hasta el cielo.
Nuestras almas se sentían unidas con el entorno…

Un leve susurro y... la Madre Tierra comenzó a hablarnos:

—Como veis, mis pequeños — una dulce y suave Voz femenina


parecía salir tanto del entorno como de nuestro interior—, no me

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presento bajo el manto de una virgen como hice en otro tiempo.
Me estáis viendo a través de vuestros ojos, contempláis mi ropaje
en la naturaleza que os rodea y, sobre todo, me sentís en la
profundidad de vuestro ser.
—Cerrad los ojos y percibiréis una llama que arde en vosotros,
que asciende desde mi esencia, desde lo más profundo de esta
tierra, su núcleo, que sube por vuestra columna alumbrándoos en
la oscuridad de vuestras noches. Una llama que crece día a día a
través de las edades y que hoy a vosotros, a todos mis pequeños,
está permitiendo que os sintáis más y más unidos, no sólo unos
hermanos con otros, sino con todos mis hijos. Sí, con los que
llamáis animales irracionales, con los árboles y demás plantas que
pueblan este planeta, con los minerales que creéis inertes y con
aquellos seres aún invisibles a vuestros ojos.
—Todo está vivo en mí, y está llegando el momento en que yo
también despierto de mi ensueño.
—Un amanecer nuevo, una nueva era comienza y aunque
algunas heridas tengo en mi cuerpo, nada podrá impedir que éste
crezca. Vosotros me ayudaréis a sanarlas al igual que yo ayudo a
sanar las vuestras.

Un breve silencio colmó el lugar y la Voz femenina continuó:


—No os dejéis llevar por el desaliento quedándoos sólo con el
acontecer superficial ya que es necesario que se produzcan
algunos cambios, pero nada que os haga pensar que la vida aquí
desaparecerá. Haced oídos sordos a quienes anuncian un final
apocalíptico, pues éstos solamente viven y sienten bajo el antiguo
sistema del temor… Un sistema que tiene el tiempo contado.
—Mi llama arde cada vez con más poder, está ascendiendo y me
elevará a mí con todas mis criaturas. Yo os protejo, pero ya es
llegado el momento en que seáis dueños de vuestro propio
destino. Aunque sigáis viviendo en el seno materno conoceréis
que la vida trasciende los límites de mi cuerpo.
—Desde hace millones de años mis “hermanas” y yo
intercambiamos la vida que nos habita, que somos, al igual que en
vosotros vuestras células se intercambian de unos a otros. Nada

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habéis de temer, pues lo iréis experimentando según vuestra
capacidad de entendimiento.
—Todo en el universo es comunión, no hay nada que viva
aislado, esto sólo es producto del estado mental en que os
sumisteis y del que estáis, estamos, emergiendo.
—Estamos ahora viviendo en una comunión cada vez mayor.
—Así, como tenéis una Madre y un Padre que se manifiesta ante
y en vosotros, hay un modelo de Hija-Hijo, un ideal que está
grabado a fuego en vosotros y que se manifiesta a través de las
edades. Según crecéis, maduráis, le sentís cada vez más próximo,
está en vuestros genes. La presencia de mi Hijo manifestada hace
dos mil años volverá a vosotros para que crezcáis con Él y en Él
en una nueva conciencia más incluyente, más amorosa y
comprensiva de la Vida. Su presencia es sentida en el corazón de
muchos de vosotros y cada día lo será aún más. Su comunión es
vivida y conocida en quienes mi llama asciende y ha ascendido
hasta fundirse en ellos con el Cielo.
—No veáis a mi Hijo independiente de vosotros, ajeno a
vuestras vidas, como un ser lejano e inalcanzable. No penséis que
Él sólo vendrá desde el exterior, olvidad esa visión infantil. Le
contemplaréis en vosotros y os mostrará un rostro sin igual, un
semblante que señalará el primer paso del siguiente peldaño de la
humanidad donde se funden el día y la noche. Un rostro que será
el vuestro y que… no olvidaréis.
—Mi Hijo sois todos.
—El Cielo y la Tierra se unen cada día un poco más.
—Yo, vuestra Madre, estoy en vosotros al igual que vuestro
Padre lo está.
—Mis pequeños… ¡Ascended conmigo!
—¡Soy el Amor!

Y la Voz cesó.

Una fina lluvia empezó a deslizarse sobre nuestros cuerpos,


sentimos su frescura penetrando como un bálsamo nuestras almas.
El cielo no distingue y a todos nos impregna por igual con su
savia.

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Nos miramos y salimos de la Torre Magdala caminando sin
prisas, empapados de Vida. Un rosal lucía sus mejores galas, sus
flores con sus pétalos escarlatas al igual que llamas vivas
destacaban en el jardín, recordándonos que aún hay mucho
trabajo por hacer hasta que la llama de la Vida se instale en todos
los corazones.

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16- La ceremonia de Wesak

Nos despedimos de la aldea de Rennés-le-Château y tomamos la


carretera que nos adentraba en los Pirineos. El verdor embellecía
un paisaje cada vez más encantador y apacible.
Llegamos, tras circular por sinuosas carreteras, a Artigues, una
preciosa aldea francesa rodeada de montañas con un aroma fresco
y entrañable en la que plácidamente viven sus lugareños.
Tras una ligera comida continuamos, con el vehículo,
internándonos por la ladera de la montaña hasta aproximarnos a la
vertiente más próxima al pico de Le Roc Blanc. Aparcamos y
proseguimos andando ascendiendo a través de una estrecha senda
ya marcada a través de los siglos. Al poco tiempo las primeras
nieves se encontraban ya bajo nuestros pies. El día soleado
primaveral nos hacía más confortable la subida y, un arroyo que
trasladaba las cristalinas aguas a los valles cercanos nos alivió la
sed. Después de unos pocos kilómetros conseguimos llegar a la
cima.

Nuestros cansados cuerpos se posaron en la nieve, sobre una


roca. Ante nuestros ojos una panorámica inigualable. Nos
aquietamos contemplando tan sublime belleza dejándonos
impregnar de la energía del lugar.

Meryem pensó en alto:


—Al mismo tiempo, en otro lugar similar, una ceremonia está a
punto de comenzar.

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—Así es —le confirmé—, un lugar que no aparece en los mapas
y sin embargo tan real como en el que nos encontramos.

Y continué:
—Un valle donde se dan cita en el plenilunio de Tauro aquellos
que expresan en su fuero interno la voluntad enfocada al
desarrollo espiritual del ser humano; al despertar de la conciencia
para toda la humanidad; al encuentro con el maestro que hay
dentro y fuera de uno: La Ceremonia de Wesak.

Y con estas palabras, en un instante, nuestros cuerpos de luz


dejaron la carcasa que envolvían y en el mismo momento nos
encontramos en un valle sin nombre. Advertíamos cómo, a su
vez, se aproximaban multitud de almas con vestiduras
blanqueadas por sus cuerpos de luz. El lugar cada vez más
concurrido. Los peregrinos de la luz fuimos tomando asiento a lo
largo y ancho de su extensión, todos en un profundo e íntimo
silencio, formando círculos concéntricos. Su centro se quedó sin
ocupar y en un momento dado entonamos un antiguo cántico
aparentemente perdido en el tiempo...

Sobre el foco central se concentró una esfera luminiscente


blanquecina, poco a poco fue transparentándose. Tres siluetas se
fueron dibujando en ella; una se percibía resplandeciente como un
Sol que no ciega, sin rostro, de ésta surgieron dos rayos de luz
que enlazó a las otras dos siluetas entre sí y con ella. A la derecha
de la silueta como el Sol, un Ser vestido con una túnica azul dio
un paso hacia delante sentándose en silencio; en sus ojos se podía
apreciar el Amor más sublime, sentí su profundidad entrar dentro
de mí, todo mi ser parecía un viento mecido hasta convertirse en
torbellino a punto de provocar una explosión. A su izquierda el
otro Ser hizo lo mismo sentándose en silencio, su túnica era
blanca; sus ojos como el fuego, mas no un fuego que quema sino
que purifica.

Absorto en la escena, de pronto noté cómo el vehículo de mi


conciencia se elevaba por encima de todos y contemplé una

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escena que nunca olvidaré: el valle repleto de seres de luz
semejante a una flor extendiendo sus pétalos; millones de estos
abriéndose alumbrados por la luz de un Sol que está en su centro.
Este Sol, esta esfera de luz, como una burbuja transparente, se fue
agrandando abarcando el lugar y trascendiéndole. Seguí
ascendiendo y contemplé cómo la esfera cubría el globo terrestre
con su manto de Luz. Giré la vista y percibí un rayo de luz
inmenso que proveniente del Sol alcanzaba al planeta Venus y
rebasándole llegó al centro de la flor. En ese momento volví a
encontrarme sentado junto a los demás.

Acto seguido, el Ser “resplandeciente como el Sol” unió los dos


rayos que de Él procedían. Los otros dos Seres, a la vez, fueron
acercándose hasta que se hicieron uno sólo; sus cuerpos se
desvanecieron ante el Ser “resplandeciente como el Sol” y todos
los que allí nos encontrábamos. Un punto de luz se fue formando
y extendiéndose como un remolino. Al poco, de él, surgió un Ser
cubierto con una túnica dorada; me fijé en su rostro, un rostro que
es la fusión de los dos anteriores.

Una voz proveniente del Ser “resplandeciente como el Sol” dijo:


—Este es mi Hijo. Es la Luz y el Amor fusionados.
—Hasta ahora visteis sus múltiples efigies a lo largo de las
edades, a partir de ahora sólo veréis una. Él no es distinto a
vosotros, ni vosotros sois diferentes de Él. Así como vosotros os
hacéis uno con vuestra alma, os haréis uno con el Espíritu que os
habita desde la eternidad, esto es lo que habéis contemplado hoy.
Porque así es para Mí, siempre un presente al que vosotros tendéis
por libre elección.
—Es el momento en que todos los velos han de caer; los miedos,
los recelos, van a ir dando paso a la confianza y de ésta por la
experiencia, a la certeza vivida por todos y cada uno de vosotros.
Y no me refiero sólo a los que estáis aquí, todos habéis sido
llamados a este evento, pero no todos han atendido la llamada.
Sois libres y libres seréis por siempre. Yo seguiré llamándoos una
y otra vez hasta que el último de mis Hijos vuelva al Hogar.

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—Id cada uno al lugar donde vivís, mas vivid en la Luz y en el
Amor, de ese modo seréis un solo ser con vuestra alma y
comenzaréis la ascensión hacia algo más grandioso. Vivid vuestra
religión con Amor; quienes en su mente y corazón han elegido
otros caminos de reunificación, vividlos igualmente con Amor.
Pues por Amor estáis hoy aquí, no por vuestro conocimiento y
posición social o poder terrenal, estos no son nada para mi, son
sólo herramientas con las que os estáis construyendo día a día,
creadas por y para vosotros. Pues creadores sois siempre y
cuando vuestra creación ya no os satisfaga, la destruiréis y
volveréis a comenzar, una y otra vez, siendo cada vez más
perfectos a vuestra imagen y semejanza, que es la mía.

Continuó…
—El rostro que habéis visto es el del que viene a vuestro mundo,
es el molde, el ideal, el futuro que habéis pedido con vuestras
oraciones y es el que habéis creado con Amor. Cuando Él se
manifieste entre vosotros le reconoceréis, porque el Amor sólo
tiene un rostro, el de la Verdad.
—La Luz que hoy os he dado, mi Espíritu de la Verdad y el
Amor, os iluminará en los días oscuros que aún os quedan por
vivir; Él os guiará y seréis Uno con Él, Uno conmigo. Y nada
habréis de temer pues así como di el Pan de Vida en el pasado, del
mismo modo os lo doy a vosotros ahora, no tendréis hambre ni
sed. Él hablará por vuestra boca, vuestros actos serán los suyos.
Así, por el resto de vuestros días, hasta que os llame a mi
presencia y sabréis que sois eternos como eterno es vuestra Madre
y vuestro Padre, pues sois todos mis Hijas y mis Hijos: Uno.
—Marchad en paz, con Amor y Verdad, pues éstas son vuestras
únicas defensas y mi único Evangelio. Se acerca el tiempo en que
la cosecha estará lista. Mi Hijo es el camino hacia Mí y DAR
Amor es su único mensaje. DAD todo lo que sois pues sólo así
recibiréis. No excluyáis a nadie, mas dejad que cada uno siga su
camino, pues todos os llevan a Mí a su debido tiempo, disponéis
del que necesitéis...

102
Sin saber cómo, nos encontramos en nuestra carcasa, nuestro
cuerpo físico, nuevamente contemplando las cumbres cercanas
cubiertas de blanca nieve. El espacio divisado nos empequeñeció
aún más y sin embargo nos sentimos acogidos por el Amor de la
tierra que pisábamos y del cielo que nos protegía con su manto de
Luz.

Nos miramos, nos dimos la mano y reanudamos el camino de


vuelta al Hogar. Las palabras sobraban, comprendimos el mensaje
vivido unos instantes antes y sabíamos qué debemos hacer.
Sonreímos mientras nuestros pies se hundían en la nieve, Meryem
tomó un poco de ésta y me la arrojó, hice lo propio y nuestras
carcajadas se extendían por las cimas y el eco nos las devolvía
amplificadas.

Unas horas más tarde, desde la orilla del lago surgido hace
millones de años en el valle cercano a la aldea, avistamos al
oriente como emergía la Luna llena sobre el horizonte y al
poniente el Lucero con sus destellos reflejando la luz del Sol
oculto por poco tiempo.

103
17- Yo Soy Uno

En el silencio de nuestras mentes, en la calma de nuestros


cuerpos, supimos y conocimos. Escuchamos la Voz del Sin
Nombre:
—Dejad que vuestros corazones se abran como una flor y así, a
través de ésta, descubridme, sentidme, amadme.
—Yo Soy y me reconozco en mi Creación.
—Yo Soy el Ser manifestado en cada instante.
—Una sola Conciencia emana de mi Ser profundo.
—Yo Soy Uno con “Mi” personalidad en Cuerpo y Alma
encumbrados.
—Ya no hay dualidad sino Unidad…

—Mi Espíritu, mi Alma, mi Cuerpo, son Uno y Yo Soy Uno con


Ellos y en Ellos.
—Ellos ya no son Ellos sino Yo.
—La Trinidad es Una y Yo Soy Uno con Ella y en Ella…

—Mi Vida es Una y múltiples mis manifestaciones y aún así


sigo siendo Uno.
—He transmutado la palabra “Tú” y la convierto en “Nosotros”.
—Y Nosotros y Yo somos Uno, no hay dualidad.
—Yo Soy el único Yo Soy.

Continuamos en silencio, de pronto, me sentí fuera y dentro de


mí a la vez y una espesa bruma me envolvió. Mi conciencia se

104
expandió. Contemplé un rostro joven y otro longevo, más el que
nunca se muestra. La Voz prosiguió:
—Cuando me sentís alejado e inalcanzable es sólo el juego de
vuestras mentes por seguir siendo quienes tomen las decisiones,
cuando en realidad vuestras mentes solamente son una
herramienta mía para reconocerme en mis emanaciones.
—Creé la palabra “tú” y “él” para tomar cierta distancia de Mí
mismo y en la lejanía poder reconocerme en mi Creación. Y en un
rincón del cosmos, hoy, ahora, en este pequeño mundo… Yo
Soy...

—…He unificado el Cielo y la Tierra en Mí.


—Mi Hija y mi Hijo no son sólo mi Hija y mi Hijo, Soy Yo.
—Extendí mis brazos en Ellos, mi Hija y mi Hijo primigenios, y
hoy en Ellos me manifiesto como en La Realidad Yo Soy: un
solo Ser.
—No es a Ella y Él a quien veis. Yo Soy a quien veis en Ellos,
pues Ellos y Yo somos Uno. Si Le contempláis, ya sea en unidad
o dualidad, os reconocéis a Vosotros mismos y Me descubrís.
—Así, en el pasado con sus ejemplos os señalé el Camino, tanto
en la Renunciación del mundo ilusorio como a través del
sacrificio del ego en la Crucifixión; también os mostré la
Esperanza en la Iluminación, en la Resurrección y en la
Ascensión.
—Hoy, en una vuelta más de la espiral de la Vida, viviréis la
Unificación del Ser de la Luz Dorada. La gran Profecía no
revelada aún se hará una realidad en este mundo y se convertirá
en un ideal a alcanzar por la Humanidad, que todos lograréis pues
en la Realidad ya Es…
—…Aquietad vuestros intelectos, vaciad vuestras mentes, llenad
vuestros corazones; sólo así os reconocéis, sólo así me conocéis.
—Mi Voluntad… vuestros Deseos. Vuestras Esperanzas… mi
Voluntad.
—Unifico cada día un poco más en todos Mi Camino de regreso
al Hogar.
—Recordad, sólo el Amor es la llave que abre la puerta a la
Vida…

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—Y, conoced que no sois distintos a Mí.
—Y viviréis cada instante con más intensidad y diréis: Yo Soy.
—Y sentiréis que Yo Soy quien en La Realidad siempre Es.
—Tú y Yo Somos Uno.
—Vosotros y Yo somos Uno.
—Uno…

—…Decid con el Cuerpo, con el Alma, con el Espíritu…“Yo


Soy”, porque en verdad así Es...

—El Maestro que habéis buscado siempre ha estado con y en


vosotros y es quien os ha ido señalando el Camino hacia Vosotros
mismos, hacia Mí.
—Vuestro verdadero Maestro es vuestro propio Espíritu: El
Cristo que sois, el verdadero “Yo Soy”.
—Siempre estuve dentro de cada uno de vosotros; siempre estáis
dentro de Mí.
—Porque no lo olvidéis: Tú no eres Tú. Vosotros no sois
Vosotros: Soy Yo.
—El Amor es quien nos une. Éste es todo el Conocimiento que
precisáis, que existe en la Realidad...

—Yo Soy… Uno, en el Cielo y en la Tierra.

La Voz cesó y… ya no somos más dos, sino UNO en “Dos”.

* *

106
“…Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

Así Es…
Acaba una etapa y emprendemos
emprendemos
otra nueva en nuestras impermanencias.

Estos escritos…
Comienzan el tres de febrero y terminan el siete de mayo del año dos mil siete
siendo una conexión con el Maestro que vive en todos los seres.

Anciano Juan

107
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ÍNDICE
Escrito I
1ª parte LA VOLUNTAD

Capítulo 1 Hoy aquí ……………………………………………………… 9


“ 2 Padre …………………………………………………………. 10
“ 3 El Hijo pródigo ………………………………………………. 11
“ 4 Ayer me contaron …………………………………………… 12
“ 5 Es asunto tuyo ……………………………………………….. 13
“ 6 Contigo gloria alcanzada ……………………………………. 14
“ 7 La Voz ………………………………………………………… 15

2ª parte EL AMOR

Capítulo 8 La hora del viento ……………………………………………. 19


“ 9 El Mar de Galilea ……………………………………………. 20
“ 10 El Templo de Jerusalén ……………………………………… 23
“ 11 Todo tiene su tiempo y su momento ………………………… 26
“ 12 María de Magdala …………………………………………… 29
“ 13 El rostro de un niño …………………………………………. 32
“ 14 Por las tierras de Judea ……………………………………... 35
“ 15 Pedid al Padre ………………………………………………… 38
“ 16 Maayane la samaritana ……………………………………… 42
“ 17 (alfa) El Monte Tabor ……………………………………………… 45
“ 17 (omega) La transfiguración …………………………………………… 48

Escrito II
EL CONOCIMIENTO

Capítulo 1 La Palabra ……………………………………………………. 55


“ 2 La Llama ……………………………………………………... 58
“ 3 La Madre …………………………………………………….. 60
“ 4 El destino …………………………………………………….. 63
“ 5 Agua Viva …………………………………………………….. 65
“ 6 La oportunidad ………………………………………………. 67
“ 7 El Espíritu del Hijo ………………………………………….. 70
“ 8 El puente ……………………………………………………… 73
“ 9 Nacimos sin nacimiento ……………………………………... 76
“ 10 Los Maestros …………………………………………………. 79
“ 11 La resurrección ………………………………………………. 82
“ 12 La paz interior ……………………………………………….. 84
“ 13 La comunión …………………………………………………. 87
“ 14 El Santo Grial ………………………………………………... 91
“ 15 La Torre Magdala …………………………………………… 95
“ 16 La ceremonia de Wesak ………….…………………………. 99
“ 17 Yo Soy Uno …………………………………………………… 104

Epílogo ………………………………………………………………… 107

109
110
111

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