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Daniel Camilo Fajardo Vanegas

Análisis de Tabaquería

(Carta enviada a Álvaro de Campos por Alberto Caeiro)

Universidad Nacional de Colombia

CMA Fernando Pessoa

Bogotá

2021-1

Otromundo, 18 de enero de 1929


Mi muy estimado amigo,

Recibí ayer una copia de sus más recientes versos, aquellos a los que ha decidido dar el
título conjunto de Tabaquería. Según entiendo, estas composiciones reciben el nombre de
“poemas” en los círculos letrados de las ciudades. Comprenderá usted que me resulte
difícil reconocer la existencia de los poemas, pues estos no son más que agrupaciones de
versos, y no existen las agrupaciones de versos, tan sólo existen los versos. Bien
podríamos decir lo mismo sobre estos: los versos son apenas hileras de palabras y las
palabras, a su vez, son uniones arbitrarias de letras que significan aquello que es y que no
necesita ser dicho. Aunque reconozca esto último que le refiero como una verdad, caeré
en la tentación de recurrir a la confusa jerga de los literatos para comunicarle mi opinión
sobre su poema Tabaquería.

Lo primero que he de señalar es lo siguiente: las dieciocho estrofas que componen su


poema están escritas con una enorme libertad, una libertad que me recuerda al gran sabio
estadounidense que cargó en vida el nombre de Walt Whitman. La desatada música que
late en sus versos, su arrolladora vida, supo alegrar mi tarde en este distante paraje de
Otromundo en que me encuentro. Los recursos retóricos que ha decidido utilizar en su
poema repetidas veces —la anáfora y el polisíndeton— le han infundido a su obra un
espíritu eufónico digno de aplausos, halagos y festejos.

Debo confesarle, también, que he preferido este poema a aquellos que me envió en
meses pasados: el maquinal éxtasis erótico de Oda triunfal y el melancólico, desesperado
spleen de Opiario han sido sublimados, han madurado en el núcleo de su más reciente
poema. En Tabaquería usted ha logrado superar la neurosis que los productos
tecnológicos de la civilización moderna le habían causado; usted ha reconstituido su verso
después del desenfreno futurista y, al hacerlo, ha recobrado los más encantadores rasgos
del decadentismo que precedió al mentado desenfreno sin necesidad de inmolarse en el
altar de la angustia existencial. Lo felicito por ello.
Quisiera ahora detenerme en unos cuantos versos que capturaron mi atención. En la
segunda estrofa usted alude al misterio de las cosas bajo las piedras y los seres, un
misterio que dice percibir desde la ventana de su cuarto. Me veo forzado a discernir en
esta pequeña aseveración; yo no creo que existan misterios o sentidos ocultos tras los
seres, las cosas no tienen significado, tienen existencia, las cosas son el único sentido
oculto de las cosas. Es necesario reconocer que todo es como es y así es como es —
aceptar el mundo sin caer en el abismo del pensamiento y la viciosa elucubración
filosófica—. Recuerde: pensar es no comprender, pensar es tener los ojos enfermos.
Considero que su terca insistencia en el pensamiento, bastante incisiva en las estrofas
iniciales, es la causa de la frustración de los grandes propósitos campesinos que usted se
había fijado. El no abandonar el pensamiento impidió que usted viese en el campo algo
distinto a hierbas, árboles y gentes corrientes.

Esto me lleva a otro asunto que quería tratar, el de la famosa metafísica. La mayor
conquista que usted ha logrado en Tabaquería consiste en superar la metafísica, esa torpe
confusión de los ontólogos, tan recurrente en los primeros poemas que leí firmados con
su nombre. A pesar de reincidir en el pensar, usted ha dado en el clavo en uno de los más
brillantes versos de su poema: no hay en el mundo una metafísica distinta a la de los
chocolates, el sentir ha de bastar. Aférrese a esa intuición, Álvaro, ¡hay bastante
metafísica en no pensar en nada! Por eso mismo juzgo loable el cierre que ha decidido
darle a Tabaquería: fumar y saborear en el cigarro la liberación de todos los
pensamientos. El universo se reconstituye —sin ideales o esperanzas— en los
sentimientos directos, en las sensaciones. Podríamos, entonces, concluir del siguiente
modo: saber sentir es la única misión en el mundo, existir claramente y hacerlo sin pensar
en eso. Celebro que haya reconocido, al término de sus versos, esta verdad que nos une a
pesar de las distancias que existen entre su mundo y el mío.

Sólo me resta recordarle que espero, con gran interés, su próxima carta.

Siempre suyo,

Alberto Caeiro (El guardador de rebaños)


Bibliografía

Fernando Pessoa, A. C. (2018). Obra poética completa. (A. R. Vargas, Trans.) Bogotá: Ataraxia .

Fernando Pessoa, P. B.-J. (2012). Todos los sueños del mundo . (J. Pizarro, Ed., & J. P. Gastao Cruz,
Trans.) Medellín: Tragaluz.

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