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“Cuentos desde Gotiasan” – Vol.

I
Oiga la narración del cuento en: http://www.cuentosdesdegotiasan.blogspot.com

“Deseo Cumplido”
Iris Herrera de Milano
Santiago, 8 de Febrero de 2010

No podemos depositar total confianza en los refranes. El pueblo es muy sabio y


también se equivoca muchas veces. Por ejemplo, al antiguo dicho sobre la
perseverancia “El que la sigue, la consigue” otros responden con aquél que dice
“Tanto nadar para morir en la orilla”. Así pues, para decirlo con otro refrán:
“todo depende del color del cristal con que se mire”

Engracia era una joven muy pobre y con poca instrucción. Como era la costumbre de la
época, su madre -viuda desde hacía algunos años, luego de que su esposo muriera de
tuberculosis- había hablado con Don Trajano y le había presentado a Engracia, ya
adolescente, quien podría convertirse en una diligente esposa y madre de sus hijos.

Dicho y hecho. La madre de Engracia garantizó el futuro de su única hija entregándosela a


Don Trajano como esposa. Al poco tiempo, la madre de Engracia enfermó y murió; sin
embargo vivió lo suficiente como para ver que su hija no había sido capaz de engendrar
hijo alguno y que eso la había llevado a ganarse el sutil rechazo de Don Trajano. Éste, a
falta de hijos dentro del matrimonio, procreó unos cuantos con varias queridas…
Esto era sabido y soportado mansamente por Engracia quien, mientras tanto, pasaba los
días en la soledad de su hogar, manteniendo la pulcritud de la casa, la cual se había
convertido para ella en un refugio contra la maledicencia de los vecinos y sólo se alejaba
para asistir a la misa dominical.

Engracia vivía de manera muy frugal ya que Don Trajano le entregaba lo indispensable
para subsistir sin que hablaran mal de él. Total, ella no había servido para nada… Ya era
mucho que él siguiera dándole casa y comida…

Así pasó el tiempo y de aquella adolescente de catorce años recién casada con Trajano, sólo
quedaba una mujer de edad madura, que había pasado la mayor parte de su vida sola en la
casa, resignada a su suerte de esposa abandonada por el marido. Trajano iba a veces a la
casa matrimonial y se quedaba algunos días, en una habitación separada de la de Engracia.
Llevaba la ropa sucia para que ella, su esposa, la lavara y planchara y le dejaba algún
dinero para que se mantuviera viva.. ¡No daría pie a que lo acusaran de negligente con
quien todavía era su esposa ante Dios!.

Un día, Trajano se enfermó. Los médicos dijeron que le había dado “un ataque” y que
quedaría inútil. Lo trasladaron del hospital de la Santísima Trinidad a la casa de su señora
esposa y allí lo acostaron en su habitación.

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Engracia asumió la nueva tarea de cuidadora, con frialdad y sentido del deber. No lo
amaba en lo más mínimo, pero estaba viva gracias a él. Así que simplemente estiraba hasta
donde podía la menguada suma que –luego de diligencias hechas por Don Asterio,
párroco del pueblo, ante el gerente del banco- se le permitía retirar de los ahorros de
Trajano, para mantenerlo y comprarle las medicinas que su gravedad requería.

Se dio cuenta de que podía disminuir la cantidad de comida que le daba a Trajano y comer
ella un poquito más. Total, el no servía para nada y no necesitaba comer mucho.
Así lo hizo y en eso se le fueron unos cuantos años: darle poca comida, administrarle los
remedios para los dolores, asearlo, voltearlo para que no se llenara de llagas, ir al banco a
retirar el dinero, y reiniciar el ciclo….
Le convenía mantenerlo vivo y, por decirlo de alguna manera, en buen estado de
funcionamiento, ya que de otra manera no recibiría más dinero del banco y no tendría
cómo mantenerse.

Un día, Don Trajano no se despertó y Engracia tuvo que encarar la realidad de que su
“amuleto viviente” había dejado de existir.

Estaba aterrorizada. Ahora, muerto Trajano y no habiendo procreado hijos en el


matrimonio, la casa y el dinero en el banco serían reclamados por la numerosa prole
habida por su esposo con sus queridas…
Era cuestión de días que Engracia, ya vieja, se quedara sin medios de subsistencia.
Se fue a la iglesia para sentarse un rato y pensar con calma qué iba a hacer.

Como única salida se le ocurrió que podía irse al convento cercano y meterse a monja. Las
viudas adineradas de esa época lo hacían. Ella tendría que rogar que, por misericordia, la
recibieran como monja pobre, para estar al servicio del resto de las religiosas y poder vivir
y comer en el convento.
Decidió hablar con Don Asterio, el señor cura, para pedirle que intercediera por ella ante la
superiora del convento.
Él le dijo que esperara un poco y que después lo harían.

Pasaron los días y Engracia se consumía en la preocupación, Sin embargo, nadie había
reclamado todavía la casa ni el dinero.

Unas semanas más tarde, el padre Asterio le avisó a Engracia que la superiora la invitaba a
irse a vivir en el convento; y así lo hizo ella.
Una vez en el convento firmó sus votos de castidad, pobreza, obediencia y silencio, y le
asignaron una habitación. Le llamó la atención que recibía el mismo trato que todas las
demás.

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Meses después tuvo la oportunidad de hablar a solas con la superiora y le dio las gracias
por el trato que recibía. La superiora la felicitó por su humildad, bella virtud, y le indicó
que todas las monjas tenían los mismos derechos y deberes ante Dios.
Engracia se atrevió a comentar que había pensado que ella tenía que servirle a las demás,
dada su condición de viuda sin bienes de fortuna. La superiora no le entendía.

Engracia le recordó que ella había llegado sin “dote” al convento. La superiora, a su vez, le
aclaró que los bienes habían pasado a la parroquia del padre Asterio. La casa de Trajano y
Engracia se había convertido en la Casa Parroquial y el dinero le había sido entregado al
convento. Engracia se sorprendió.

El día en que el Padre Asterio acudió a decir misa en el convento, Engracia le preguntó de
donde había salido la “dote”.
Él le explicó:
“Como cura del pueblo yo sabía que ninguna mujer había bautizado a ningún niño
como hijo de Trajano. Resultó que quien no podía tener hijos era él, y sus queridas
–a cambio de algún dinero- le guardaban el secreto.
Al morir Trajano todo te correspondía.
Tú quisiste venir al convento. Yo te ayudé.
Así que ahora te aguantas y te quedas aquí. Recuerda los votos que firmaste.
¡Que Dios te bendiga!”

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