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V. Érase una vez en la ciudad de Oviedo.

Érase una vez en la ciudad de Vetusta, una


mujer muy hermosa que todos llamaban la argenta. Su verdadero nombre era realidad
Ana ozores, pero todos la conocían con aquel apodo, ya que estaba casada con don
Víctor Quintanar, o sea el antiguo regente de Vetusta. Sin embargo, su matrimonio
fue una boda combinada. Como era costumbre en la época. Don Víctor era una persona
honrada, íntegra y respetable. Pero tenía muchos años más que su mujer.
Es decir. Estaba con un pie en el hoyo en pocas palabras. Entre los dos. Entonces
no había ningún sentimiento de amor y ninguna pasión. Solo había un sentimiento de
cariño y respeto. Por eso Ana sufrió mucho, ella se sentía oprimida por la sociedad
en la que vivía sociedad, en la que las apariencias y los formalismos tenían mucha
más importancia que todos los demás. Vetusta era un ambiente hostil y fue así
también cuando Ana era todavía una niña. Qué vida tan estúpida desde que era
pequeña la vida fue cruel conmigo todavía tenía pocos años cuando mis padres me
abandonaron. Mi mamá era bailarina y no se preocupó mucho cuando tuvo que dejarme.
Me pusieron una zanonato, fue terrible.
Salí solo con mis tías, me sacaron del convento. Pero ellas no me querían de
verdad. En mi solo veían una chica de belleza rara. Solamente gracias a mi
hermosura, tuve la posibilidad de casarme con un hombre de la alta sociedad,
logrando finalmente un poco de estabilidad y ganando el apodo regenta. Como si solo
fuera la mujer de regente de esta maldita ciudad. Para intentar escapar del
sufrimiento y de la opresión, Anna buscó refugio en la religión confesándose con el
magistral de la ciudad de Vetusta. Pero ese hombre, don Fermín de paz, no era
exactamente como un hombre de la Iglesia, debería ser. Ambicioso, manipulador y
obsesionado por el control, don Fermín era una persona oscura, con un lado muy
malo.
Él estaba obsesionado con la regenta, pero naturalmente no podía tener una relación
con ella, así que decidió controlarla y dominarla psicológicamente. A través de su
anteojo, él era capaz de espiar a todos los habitantes de Vetusta, sobre todo a
Ana, su presa favorita. En definitiva, don Fermín era un verdadero mirón. Pobres
habitantes de Vetusta, sus inconscientes de que yo conozco todos nuestros secretos.
Yo paso mis días esperando vuestras casas y escuchando las confesiones que me
hacéis. Yo conozco el alma de esta ciudad. Y tú Ana hermosa y dulce Ana me
encantaría tenerte conmigo en lugar de verte todo el día con tu marido. Por favor
magistral ayúdame, yo me siento sola y abandonada, yo quería sentirme acciones
fuertes y vivir mi vida al máximo. En cambio, tampoco puedo tener hijos porque ya
soy demasiado vieja. A Ana mi querida, quizás la felicidad de con la que tú sueñas
no está tan lejos, quizás está justo delante de ti. Quédate aquí conmigo, quería
decir quédate aquí con Dios y confía en la religión y tus sufrimientos terminarán.
Pasaron muchos días y la relación entre los ferminia Ana se hizo más intensa. Ana
se sentía dichosa de generar a alguien con quien desahogar sus inquietudes
espirituales y Fermín sentían más y más atracción hacia la mujer.
Mientras tanto, los rumores volaban en el pueblo y la gente empezaba a tener dudas
sobre la actitud de los dos. Una noche don Víctor fue al teatro dejando a Ana sola
en casa. Ella decidió aprovechar el tiempo para escribir una carta de don Fermín. A
falta de papel para escribir a su querido amigo. Ella salió a buscarlo, pero era
tan profunda la oscuridad de la noche que ella se quedó atrapada en una jaula de
caza que su marido utilizaba para cazar los animales. Que alguien me ayude. Me
quedaré aquí para siempre, justo en este momento, paso adelante de la casa del
regente don Álvaro mesía, presidente del casino de Vetusta. Él era un hombre muy
conocido en el pueblo, tenía mucho dinero y todas las mujeres se elaboraban de su
aspecto, tanto que se consideraba a sí mismo como una máquina de amor. Vio a Ana un
par de veces, pero en lo poco que la vio se dio cuenta de quererla como una de sus
muchas mujeres.
Al oír los gritos de Ana don Álvaro aprovechó para entrar y ayudarla. ¿Qué hace una
mujer tan fascinante en una jaula? Oh buen señor ayúdeme. Álvaro le ayudó a salir y
Ana terminó en sus brazos y después de un juegos de miradas fue evidente la
atracción entre los dos. Le agradezco que haya venido a mi rescate. Siempre es un
placer ayudar a la mujer tan hermosa como usted. Espero verla en la cena organizada
por los días mañana sin su presencia. Me aburriré mucho. Le besó la mano y se fue.
Ana pensó en ese encuentro durante toda la noche y al día siguiente decidió
presentarse a la cena en la que participaron todas las familias más importantes de
Vetusta, incluyendo don Fermín.
Durante toda la cena, Ana se sintió en el medio de un triángulo de amor. Por un
lado, el hombre que escuchaba todos sus sufrimientos, por otro, un casi desconocido
con el que compartía una atracción muy fuerte. Entonces Ana pasó la noche
intentando conocer mejor a los dos pretendientes, olvidándose de su mar.

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