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Derek Thomas
EDITORIAL PEREGRINO
ISBN: 84-86589-54-1
Depósito legal:
Índice
Prefacio
Introducción
1. Cuando arrecia la tormenta (1:1–2:10)
2. Reacción al dolor (1:1–2:10)
3. Job maldice el día en que nació (2:11–3:26)
4. “¡Todo va a salir bien!” (4:1–5:27)
5. “Señor, quiero morir” (6:1–7:21)
6. “Cuando el río suena, agua lleva” (8:1–22)
7. Un lugar donde gritar (9:1–10:22)
8. “¡Arrepiéntete!” (11:1–20)
9. “Aunque él me matare, en él esperaré” (12:1–14:22)
10. Responder con insultos (15:1–35)
11. “Consoladores molestos sois vosotros” (16:1–17:16)
12. Las calamidades de los impíos (18:1–21)
13. Rechazado (19:1–29)
14. Pecadores en manos de un Dios enojado (20:1–29)
15. ¡Los impíos prosperan y los justos sufren! (21:1–34)
16. Job, uno de los más grandes pecadores del mundo (22:1–30)
17. Abandonado por Dios (23:1–24:25)
18. La majestad de Dios y la depravación del hombre (25:1–6)
19. “Sea […] y fue” (26:1–14)
20. “¿Cómo conseguiré que Dios escuche mis razones?” (27:1–23)
21. Un himno himno a la sabiduría de Dios (28:1–28)
22. “El Señor dio… y quitó” (29:1–31:40)
23. El sufrimiento es la disciplina de Dios (32:1–33:33)
24. “Dios tiene algo que enseñarte, Job” (34:1–37:24)
25. Habla el Señor (38:1–40:5)
26. La tormenta amaina (40:1–42:17)
Bibliografía escogida
Prefacio
“Lo que necesitamos es un comentario sencillo al libro de Job que el lector medio pueda
comprender”. Eso dijo un compañero mío, dándome a entender que debía enfrentarme al reto.
En esta contribución a la colección “Comentarios Peregrino”, siento que he emprendido algo
que es mucho mayor de lo que jamás imaginé. Mi propia congregación escuchó con paciencia
según les fui guiando, con cierta rapidez, por el libro de Job en el espacio de cuatro meses.
Ahora no recomiendo este procedimiento con mucho entusiasmo, por al menos dos razones.
En primer lugar, hay muchas cosas repetitivas en el libro de Job. A menudo siente uno el
dolor que debió de haber sentido Job escuchando los interminables discursos de sus amigos,
pues no tenían mucho de importancia que decir. Los sermones en los que se recalca una y
otra vez que lo que se está diciendo en estos capítulos no es pertinente al caso de Job pueden
hacerse pesados.
En segundo lugar, los predicadores tienen la tentación de acudir a Job en tiempo de crisis
en la iglesia local, quizá esperando que dará respuestas para las serias y desgarradoras
preguntas que la gente hace. Job proporciona pocas respuestas y, si no se tiene cuidado, se
puede muy fácilmente inculcar escepticismo al pueblo de Dios que está sufriendo.
Aunque se puede decir de todos los libros de la Biblia, se debe decir en particular del
libro de Job que es crucial, antes de leer un fragmento concreto, comprender el mensaje
general del libro. Mucho de lo que los tres amigos de Job tienen que decir se expone en forma
de mordaz sarcasmo. Sus premisas son erróneas y sus conclusiones, por muy razonables que
parezcan ser, son necesariamente sospechosas. He intentado, por consiguiente, escribir de tal
manera que “el lector medio” pueda comprender el mensaje general y asimismo beneficiarse
devocionalmente en el proceso. Una cosa debería llevar siempre a la otra.
Soy muy consciente, según escribo estas líneas, de que algunos cristianos tal vez escojan
leer este libro porque sientan que sus circunstancias son parecidas a las de Job. Y soy muy
consciente de que Dios, por lo menos hasta ahora, ha preservado mi vida de la enormidad del
dolor sufrido por Job. Sus pruebas solo puedo imaginarlas. No puedo asemejarme a ellas
personalmente. Esto, lo sé, me hace poco apropiado para ser el mejor intérprete del dolor,
aunque hay presiones y tensiones comunes a todos nosotros que nos ayudan a entender un
poco lo que Job estaba atravesando. Confío en que aquellos cuyo dolor es grande encontrarán
algo de ayuda en estas páginas que les incite a vivir como Job, confiando en el Señor pase lo
que pase. Si eso se consigue, aun en pequeña medida, se habrá conseguido el propósito de
estas páginas.
Agradezco a muchas personas su ayuda para la publicación de este libro, en particular al
personal de Evangelical Press por sus útiles sugerencias. Nada más terminar el libro me he
enterado de que mi colega y mejor amigo, Mark Johnston, ha aceptado un llamamiento a
servir al Señor que lo llevará a él y a su familia a Londres. Mark ha sido para mí una fuente
constante de ánimo en los últimos doce años aproximadamente, y su traslado a la capital de
Inglaterra será de beneficio para esa ciudad, pero de perjuicio para Irlanda del Norte y para
mí en particular. Es a él y a su esposa, Fiona, a quienes dedico este libro.
DEREK THOMAS
Belfast
Agosto 1995
Introducción
Al contrario que los cristianos de hoy, los del pasado se preparaban para enfrentarse a los
problemas. Los esperaban. Preveían la disciplina de la Cruz a lo largo de toda su vida terrenal,
hasta la tumba. Comprendían que el dolor solo se disipa en el Cielo. La entrada en el Reino
de Dios está sembrada de días de tribulación, a veces muy grande (cf. Hechos 14:22). Es lo
que el apóstol Pablo deseaba conocer cuando habló de “la participación de sus padecimientos
[de Cristo]” (Filipenses 3:10). La unión con Cristo lleva consigo una unión con sus
sufrimientos. Esta es la llave interpretativa que abre el libro de Job, así como los profundos
misterios de la providencia que afectan a nuestras vidas. Dios sabía, por supuesto, que los
cristianos en apuros necesitarían ayuda en tales momentos. De ahí la razón de ser del libro
de Job.
Hoy día abundan los nuevos evangelios que prometen “el mundo” a los cristianos, si tan
solo siguen a Jesús. Cuando esos sinceros individuos se sienten confusos a pesar de su
evidente devoción, se preocupan tanto mental como físicamente. Las promesas de salud y
riquezas para los piadosos no son un nuevo fenómeno, por supuesto. Los consoladores de
Job prometían lo mismo, solo para recibir de Job la etiqueta de “molestos” (16:2).
El libro de Job trata “el problema del sufrimiento”. Más concretamente, hace la pregunta:
“¿Por qué permite Dios que yo sufra, aun cuando le sigo?” Digo que hace la pregunta, porque
efectivamente la hace. Una y otra vez Job ruega una explicación para sus dificultades. El
problema que plantea el libro de Job, sin embargo, es que las respuestas a esta pregunta no
llegan enseguida. Los cristianos que han acudido a Job en un momento de crisis, buscando
soluciones inmediatas a preguntas personales en torno a la pregunta “¿Por qué?”, han
terminado a menudo confusos y decepcionados. Job es un libro mucho más complicado de
lo que la mayoría de los cristianos se imaginan en un principio. Habiéndome pasado el último
año y medio, como dicen, “con Job”(*), me he dado cuenta de que la diversidad de opiniones
entre los comentaristas del libro no hace sino confirmar que no existe una interpretación
uniforme de Job. (¡Los lectores advertirán en la parte dedicada a Eliú que muy pocos
comentaristas, antiguos o modernos, están de acuerdo sobre si su contribución es de ayuda o
no!).
Teodoro Beza, cuyo comentario sobre Job se publicó en inglés por primera vez en 1587,
habló de la dificultad de la tarea: “Me propongo exponer las historias de Job, en las cuales
[…] hay muchos lugares oscuros y difíciles, hasta el punto de tener yo necesariamente que
navegar, como quien dice, entre las rocas, y confiar en que no naufragaré”.
El miedo a “naufragar” explica por qué escuchamos tan pocos sermones sobre Job. Es
interesante, por ejemplo, considerar que C.H. Spurgeon predicó ochenta y ocho sermones
sobre Job en toda su vida, aunque debe reconocerse que muchos de ellos no le hacen mucha
justicia al contexto del libro de Job. Para evitar el naufragio es necesario obtener llaves para
así poder abrir los misterios del libro. Una de esas llaves se nos da en el libro de Santiago:
“Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy
misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11). El libro de Job gira sobre dos ejes: Job como
un hombre de sufrida y perseverante piedad bajo inmensos sufrimientos, y Dios como Padre
soberano y fiel a su pacto, incapaz de abandonar a sus propios hijos. Otra llave puede
encontrarse en los sermones expositivos sobre Job de Juan Calvino, traducidos al inglés por
Arthur Golding y publicados un poco más de una década antes que el comentario de Beza,
en 1574.
La aportación de Calvino a nuestro entendimiento de Job y de sus sufrimientos es vital.
Job fue uno de los pocos libros de la Biblia sobre los que Calvino no publicó un comentario.
Sí que predicó, sin embargo, 159 sermones sobre el libro de Job, a razón de uno por día
durante un período de algo menos de seis meses. Estos sermones fueron publicados en 1574,
aunque habían sido predicados veinte años antes, en 1554, en un momento crucial en la vida
de Calvino. Aunque su obra Institución de la religión cristiana fue publicada por primera
vez en 1536 y ya había pasado por seis ediciones, aún les seguirían otras dos, y la edición
definitiva y final distaba aún cinco años de ser acabada (1559).
La doctrina de Calvino sobre la predestinación estaba siendo atacada desde todos los
frentes. Para Calvino, el asunto de la predestinación era un asunto pastoral. En su núcleo se
hallaba una reticencia a comenzar una controversia sobre cuestiones para las que no había
respuestas; hay aspectos de la soberanía de Dios que no podemos comprender. Calvino
parecía más preocupado por reflejar el sentimiento de temor reverencial y de admiración de
que era la soberanía de Dios lo que le había salvado. “La predestinación, como la entendió
Calvino, no es ni el campanario de una iglesia desde el que contemplar el paisaje humano, ni
una almohada sobre la que dormir, sino una fortaleza en tiempos de tentación y de pruebas,
y una confesión de alabanza a la gracia de Dios y para su gloria”. Esta preocupación pastoral
de someterse a la soberanía de Dios en vez de cuestionarla, o aun comprenderla, se ve
claramente en los sermones de Calvino sobre Job. Que Calvino necesitaba el consuelo que
proviene de tal sumisión es evidente si recordamos que en 1547 se encontró un trozo de papel
pegado a su púlpito en el que se le amenazaba con que si no se marchaba, “nadie te librará
de la destrucción […] Por fin habrá venganza”.
Además de esto, sabemos los problemas físicos que Calvino padecía, y el constante dolor
que sufría. Sus dolencias incluían fuertes calambres de estómago, gripe intestinal, migrañas,
fiebres, pleuresía, gota, cólico, hemorroides, artritis, dolores agudos en rodillas y pies,
cálculos biliares y piedras en los riñones. Calvino, como Job, estaba sufriendo.
En el sermón inicial sobre Job 1:1, Calvino nos da la llave que abre el libro de Job: “En
toda esta disputa, Job defiende un buen argumento y, por el contrario, sus adversarios
defienden un argumento perverso. Y lo que es más, sosteniendo Job una buena disputa, la
manejó mal, y los otros, presentando un mal argumento, lo expresaron bien. Entender esto
será como una llave que nos abrirá todo este libro”.
EL SUFRIMIENTO: ¿CASTIGO, ADVERTENCIA O QUÉ?
Así pues, ¿cuál es el mensaje del libro de Job? La respuesta de los consejeros de Job es
bastante clara: el sufrimiento es el castigo de Dios, impuesto aquí y ahora, por el pecado. El
mensaje es tan actual como el de los pretendidos consejeros que les dicen a los pacientes de
cáncer que si tan solo tuvieran más fe, serían sanados. En otras palabras, que la razón por que
están sufriendo es su pecaminosa incredulidad. La cura para el dolor, según esta opinión, es
el arrepentimiento. En este punto por lo menos, todos los comentaristas coinciden en que el
mensaje del libro de Job es que esa teología es insostenible, y ruinosa para el alma. Cualquiera
que haya sido víctima de tan equivocado consejo estará de acuerdo inmediatamente.
Eliú, por otra parte, parece señalar otra solución. El sufrimiento, piensa él, quizá no tenga
nada que ver con algún pecado del pasado; puede que suceda para impedir un pecado futuro.
Crear una sensación de dependencia, que es lo que el sufrimiento puede lograr (aunque no
siempre), puede guardarnos de caer en un error. Hasta aquí todo esto es cierto, y entonces la
contribución de Eliú lleva el razonamiento un paso más cerca hacia una “solución final”, pero
solo un paso, pues sus contribuciones son confusas y a veces erróneas. Hay ocasiones en que
él también cae presa de la premisa de los tres “amigos”, esto es, que el sufrimiento es un
castigo.
El libro, en su forma general, ofrece otra posibilidad de considerar el sufrimiento. El
sufrimiento le sobreviene a Job para justificar la afirmación que Dios le hace a Satanás de
que los hombres pueden servirle sin pensar en ganar algo con ello. Según Satanás esto es
imposible, y el libro se propone demostrar que se equivoca. El objetivo de Satanás es
conseguir que Job blasfeme contra Dios: que adore a Satanás en vez de a Dios. “La esencia
de la idolatría —dijo una vez A.W. Tozer— es el tener pensamientos acerca de Dios que no
son dignos de Él”. Todos tenemos pensamientos indignos de Dios, sobre todo durante épocas
de estrés y al atravesar dificultades. El propio Job sucumbió a pensamientos indignos durante
su prueba. Cuando lo hizo, Satanás ganó una victoria parcial. Pero no ganó el triunfo final
que deseaba: que Job maldijera a Dios. Durante toda su ordalía, en ese sentido por lo menos,
Job permaneció fiel. Job, por supuesto, no era consciente en absoluto de ese ataque de Satanás
(quizá ni siquiera lo era del propio Satanás) y tenía que confiar en Dios “en la ignorancia”.
Y esto —a pesar de sus exageradas declaraciones de inocencia y de sus arrebatos
(comprensibles como son)— es lo que Job hace. Uno de los puntos más altos de dependencia
espiritual en toda la descripción del tormento de Job es que este puede afirmar: “Aunque él
me matare, en él esperaré” (13:15).
Que el sufrimiento no es siempre un castigo es algo que Dios corrobora enérgicamente al
decirnos de manera explícita (antes y después de la prueba) que Job fue “intachable y recto”
(1:1, 8; 42:7–8 LBLA). Los amigos no eran conscientes de esta parte del libro (como tampoco
lo era Job). De ahí sus sobreexcitados e irreflexivos discursos. Cuando Job pregunta, como
lo hace en, por ejemplo, 6:30 y 9:15, y como todos nosotros tenemos tendencia a hacer, “¿Qué
he hecho yo para merecer esto?”, la respuesta que el libro de Job da es que el sufrimiento no
está relacionado con algo en particular que hayamos hecho; la razón es un inescrutable
propósito divino. Hay veces, por supuesto, en que el sufrimiento es un castigo de Dios por el
pecado. Reconocer y admitir el pecado es un paso esencial hacia el crecimiento en santidad.
Pero hay veces en que no parece haber una relación, y en tales ocasiones lo que es importante
es nuestra reacción al sufrimiento. Pues si hay algo que nos enseña el libro de Job, es cómo
reaccionar a las dificultades de nuestras vidas. Debemos reaccionar como Job.
El modo en que Job acepta su pérdida es un modelo de piedad. Cada uno de nosotros
desea ser capaz de decir, ante pruebas de tal magnitud: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el
nombre de Jehová bendito” (1:21). Aun cuando Job responde más tarde con preguntas, y aun
algo de amargura y enojo, su frustración es siempre llevada directamente a Dios. Durante
toda su terrible experiencia, Job buscó el trato con Dios. Y al final, en el tiempo fijado por
Dios, recibió una respuesta que le satisfizo. No era la respuesta que había buscado, pero
estuvo satisfecho sometiéndose a la verdad de que Dios sabe lo que hace. A diferencia de sus
tres consejeros, Job, según Dios, habló “lo recto” durante su prueba (42:7). Este es un
testimonio extraordinario, e importante para comprender los arrebatos de Job. Aun en su
enojo, Job nunca perdió su fe en Dios. Cuando nos sobrevienen problemas, y es seguro que
vendrán, todos deseamos (si tenemos el más mínimo sentido espiritual) reaccionar como Job.
Job es un modelo de cómo cargar nuestra cruz.
Acudir a Job nos enseñará a perseverar, como hizo Job. Esto es lo que el Nuevo
Testamento recuerda acerca de Job más que ninguna otra cosa: “He aquí, tenemos por
bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del
Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11). Si podemos
aprender a perseverar, aun frente a los incomprensibles designios de Dios para nuestras vidas,
habremos aprendido la lección suprema del libro de Job. Esa lección es que debemos
aferrarnos a Dios durante la adversidad y el dolor, pase lo que pase. Es el mensaje del himno
de Henry F. Lyte, “Jesús, mi cruz he tomado”:
¡Oh Jesús mío!, mi cruz yo he tomado;
Todo lo he dejado por seguirte a ti;
Aunque esté desnudo, pobre o despreciado,
Y aun yo me sintiera tan abandonado,
Todo, desde ahora, serás para mí.
Perezcan ya mismo todos mis deseos,
Los que yo buscaba, los que conocí,
Y los que esperaba sin ver mi pobreza;
Mas tengo segura la mayor riqueza,
Que es tener el Cielo, que es tenerte a Ti.
Marchad de mi vida, glorias terrenales;
Desgracias y burlas ya pueden venir,
Dolores que cambian en placer sublime.
Si lo pierdo todo, cuando Él me redime
Se torna en ganancia sirviéndote a ti.
Te llamo “Abba Padre”, pues Tú me has amado,
Y estoy bien guardado, tan dentro de Ti.
Que vengan tormentas o se junten nubes,
Tu amor me protege, contigo me subes,
Y todo aprovecha en bien para mí.
Es momento de acudir al libro de Job en sí, y de escuchar de nuevo la angustiosa historia
de un hombre cuya vida cambió radicalmente en el espacio de unos pocos días.
1
Cuando arrecia la tormenta
Léase Job 1:1–2:10
Según Ezequiel, Job fue uno de los hombres más piadosos que jamás vivieron (Ezequiel
14:14, 20).
Algunos cristianos dejan un testimonio que continúa brillando para futuras generaciones,
mucho después de haber partido ellos de este mundo. Vidas como esas nos animan a vivir
como ellos lo hicieron. Piensa en cómo las vidas de William Carey, o de David Brainerd, o
Amy Carmichael aún nos hablan hoy en día. Qué importante es vivir una vida piadosa, tanto
por parte de los demás como por la nuestra. Job vivió así. Desde que se escribió la historia
de Job por primera vez, los creyentes han acudido a ella por ayuda y ánimo en mitad de las
terribles pruebas de la vida.
LA SABIDURÍA DE JOB
En el espacio de un versículo se encuentran cuatro formas de definir la sabiduría de Job: era
“intachable” (LBLA) y “recto”, “temeroso de Dios” y “apartado del mal” (1:2). ¡La idea
de que Job era “intachable” (otras versiones lo traducen “perfecto”) parece sugerir que se le
atribuye a Job la cualidad de la perfección! Eso sería un grave malentendido. Job no estaba
exento de pecado. Más adelante, él mismo confiesa su pecado abiertamente (6:24; 7:21 y,
especialmente, 42:1–6).
Ese concepto de perfección es un tema reiterado (8:20; 9:20–22 [tres veces]; 12:4; 36:4;
37:16) y significa “integridad personal”. La rectitud está estrechamente relacionada con la
palabra “justo”, y significa “una fiel adherencia a los estatutos de Dios, y honradez y
compasión en el comportamiento para con los demás”. Estas dos características se
manifestaban en dos direcciones opuestas: Job “temía a Dios y se apartaba del mal” (1:1).
1. Positivamente, Job temía a Dios
Temer a Dios es el corazón mismo de la santidad. Es el atributo que, por encima de todos los
demás, refleja una buena relación entre un pecador y el Dios todopoderoso. Es la respuesta
de un pecador a la grandeza de Dios. La reverencia, el respeto y la sumisión son sus
principales componentes, así como la noción del miedo cuando hay buena razón para ello.
Una persona que teme a Dios pone a Dios en primer lugar en todas las áreas de su vida. Dios
no es considerado un igual, y aún menos un inferior, sino un Dios con poder sobre todas las
cosas, que sabe todo, y que está presente en todas partes, que puede hacer con nosotros lo
que quiera.
Temer a Dios no es el gesto de encogerse de miedo por parte de alguien a quien Dios le
aterroriza, si bien el pecado no confesado y no mortificado en nuestras vidas puede, y debería,
producir esa reacción. Más bien es un sincero reconocimiento de que Dios es mayor que
nosotros en todos los sentidos. Nunca estamos a su altura, y por eso la sumisión constituye
un asunto de crucial importancia en Job. La actitud de Job para con Dios terminará viéndose
como, más que ninguna otra cosa, una actitud de conformidad. Job no puede entender, y de
hecho no entiende, lo que está pasando en su vida, pero decide depositar su confianza en
Dios. Como dijo Thomas Boston: “Darse cuenta de que la mano de un Padre está sobre la
vara eliminará mucha de su amargura, y hará que la medicina sepa más dulce”. Siendo
pecador (hecho del que Job es siempre consciente), Dios está enojado por el pecado de Job.
Como Soberano, Dios tiene todo el derecho a utilizar a Job de forma que en última instancia
le dé gloria a Él.
La actitud de Job, al menos hasta ese momento, era de incondicional sumisión a Dios,
siempre cuidadoso de reconocer al Señor como Rey en su vida. Se cuidaba de no hablar nunca
sobre Dios, ni a Dios, con ligereza, ni siendo malpensado. Evitaba atribuir a Dios motivos
que no encajaran con el soberano Creador y Redentor. Procuraba atenerse cada día a la regla
de que Dios debería ser glorificado en su vida. De esa forma Job temía a Dios. Por supuesto,
es más fácil reconocer la bondad de Dios cuando la vida está exenta de dolor. Esa es la prueba
a la que ahora se somete a Job: ¿seguirá temiendo a Dios cuando se desmorone todo lo que
hay a su alrededor?
2. Negativamente, Job se apartaba del mal
¡Qué importante es tener este elemento negativo en nuestras vidas! Nueve de los Diez
Mandamientos están expresados en términos negativos: “No tendrás… No te harás…” (el
único que no tiene esa forma es el quinto: “Honra a tu padre y a tu madre”). Decir “no” al
pecado es algo que no podemos hacer sin la ayuda del Espíritu Santo en nuestros corazones.
Los cristianos dan muestras de su regeneración en su deseo de evitar ocasiones de pecar.
Volverse del pecado y hacia Dios es el más simple, pero al mismo tiempo el más completo,
entendimiento de lo que es el arrepentimiento, el cual es la otra cara de la fe. Juntos, fe y
arrepentimiento constituyen los dos elementos vitales de la religión salvadora. Constituyen,
según el puritano Thomas Watson, las dos alas con las que volamos al Cielo.
El arrepentimiento era una característica diaria de la vida de Job. Lutero incluyó en su
exposición de la verdadera naturaleza del cristianismo, que clavó en la puerta de la iglesia en
Wittenberg en 1517, la siguiente tesis: “Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo:
‘Arrepentíos’ (Mateo 4:17), deseaba que toda la vida del creyente fuese una vida de
arrepentimiento”. Lutero, al igual que Job, buscó toda oportunidad de apartarse de aquello
que Dios odiaba.
Philip Henry —un puritano que murió en 1696—, cuando se le acusó de dar demasiada
importancia al asunto del arrepentimiento contestó que esperaba llevar su arrepentimiento
hasta la misma puerta del Cielo. Una de las señales inequívocas de santidad es la
preocupación creciente por la propia justificación personal. Job era consciente de que el
pecado se hallaba en la raíz de todo intento de disuadirle de honrar a Dios, con su cuerpo y
con su alma, y por consiguiente se mantenía alerta contra toda tentación semejante, ya fuera
de la carne, del mundo o del diablo mismo. Evitaba el contacto innecesario con el mundo
caído; escogía sus compañías más cercanas cuidadosamente; rigurosamente arrancaba el
pecado que le era conocido en su vida, aplicando la regla de que la mortificación era el único
modo de tratar el pecado; y este era el camino a la gloria.
En todo esto Job mostró una sabiduría consumada. Es una llave para la vida de Job tal y
como la conoció y la presenció la gente. Es la llave que abre la puerta al tema esencial del
libro de Job: “El temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia”
(28:28). Job temía a Dios y se enfrentaba sin piedad a su pecado conocido, y este era el
secreto de su eminente sabiduría. Como escribió Calvino: “Casi toda la sabiduría que
poseemos, esto es, verdadera y sana sabiduría, consta de dos partes: el conocimiento de Dios
y de nosotros mismos”. Job aparece como un hombre que conoce a Dios y que se conoce a
sí mismo. Es un ejemplo de lo que Dios quiere que seamos, y que, por su gracia, podemos
llegar a ser.
LA RIQUEZA DE JOB
Para algunos, la descripción de la piedad de Job no encaja bien con su gran riqueza. Las
Escrituras no esconden la relación existente: “Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil
camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era
aquel varón más grande que todos los orientales” (1:3). No hay ningún indicador de que
quizá la riqueza de Job había sido obtenida de alguna forma ilegal, aunque esta acusación
será hecha por algunos de sus compañeros más tarde. Al contrario, los esfuerzos de Job por
cumplir con su papel de hombre de Dios en el mundo en que vivía, habían sido bendecidos
por Dios. Se le dio una gran familia, “siete hijos y tres hijas” (1:2) y una inmensa fortuna
(1:3). Según su propio testimonio, “moraba como rey en el ejército, como el que consuela a
los que lloran” (29:25). Lo que es más, al terminar la prueba su fortuna fue duplicada (42:10).
La gran riqueza de Salomón era considerada una señal de la bendición de Dios (1 Reyes
3:13), como lo fue también la de un contemporáneo de Job, Abraham (Génesis 12:2–3; 13:2);
y la riqueza de Isaac habría de convertirse en un motivo de gran envidia para los filisteos
(Génesis 26:14). El alcanzar la prosperidad material no es malo en sí mismo, por supuesto;
es el amor al dinero lo que es raíz de todos los males (1 Timoteo 6:10). Por eso, a los oficiales
de la Iglesia, que han de caracterizarse por una evidente piedad, se les advierte de que no
deben ser codiciosos de ganancias deshonestas (1 Timoteo 3:3). Antes de su conversión, el
dinero lo era todo para Zaqueo, pero el arrepentimiento obrado por el Espíritu cambió todo
aquello (Lucas 19:8). Fue su amor por el dinero lo que destruyó a Ananías y Safira (Hechos
5:2), y en particular a Judas, cuyas treinta piezas de plata le parecían de mayor valor que una
buena conciencia para con Dios. “No podéis servir a Dios y a las riquezas”, dijo Jesús (Mateo
6:24).
La riqueza trae consigo sus propias tentaciones: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya
tenéis vuestro consuelo” (Lucas 6:24). “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir
a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13). “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y
el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” (Mateo 6:19). “Otra vez os digo, que
es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”
(Mateo 19:24). “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).
La Escritura mira con desprecio el mal uso de la riqueza, no la mera posesión de esta.
Fue John Wesley quien dijo: “Gana todo lo que puedas, ahorra todo lo que puedas, da todo
lo que puedas”. La riqueza no es en sí misma una señal de la bendición de Dios: Dios tiene
razones por las que hace a algunos ricos y a otros pobres. Si William Carey no hubiera sido
tan extremadamente pobre en su juventud, uno se pregunta si su tenacidad habría sobrevivido
las penalidades que pasó en la India.
En el uso de su gran riqueza, Job era impecable e irreprochable. Lo que hace que los
placeres sean apropiados, buenos y valiosos, o inapropiados, malos y pecaminosos, a menudo
lo determina lo que acompaña a la riqueza. Necesitamos examinar la motivación y el
resultado de nuestros placeres. ¿Los buscamos como si fueran de suma importancia? La
riqueza, si se obtiene de forma justa y es utilizada sabiamente, es una bendición que se ha de
disfrutar para la gloria de Dios. Pero hay peligros a su alrededor, incluyendo la falta de
moderación y la codicia (Lucas 8:14; Hebreos 11:25; cf. Isaías 58:13; 1 Timoteo 5:6; 2
Timoteo 3:4; Tito 3:3; Santiago 4:3; 5:5; 2 Pedro 2:13), junto con los cuales vienen el
aburrimiento y el desprecio (Eclesiastés 2:1–11). Job, sin embargo, era “intachable” (LBLA)
y “recto” en el cuidado de sus asuntos personales.
LA VIGILANCIA DE JOB
El soportar aflicciones y la vigilancia van de la mano en la Escritura (2 Timoteo 4:5). La
vigilancia de Job se extendía, por encima de sí mismo, a las necesidades de su familia.
Haciendo de sacerdote, Job ofrece “holocaustos” (1:5) por su familia (y es de suponer que
por sí mismo también). Con siete hijos y tres hijas (ambos números, así como su suma,
símbolos de plenitud), la gran familia de Job necesitaba expiar sus pecados, responsabilidad
que recaía sobre el padre de familia. La imagen de armonía doméstica que aquí se nos
presenta es realzada por el papel que Job adopta, de sumo sacerdote entre su propia familia.
La armonía doméstica se quiebra cuando un padre fracasa en este papel. Los hijos e hijas de
Job han se han reunido para una celebración familiar, pero Job considera apropiado otorgar
el primer lugar a las realidades espirituales.
El pecado que Job teme que sus hijos cometan es que blasfemen contra Dios en sus
corazones. Es el mismo pecado en el que Satanás espera que Job caerá (1:11; 2:5) y al cual
le incitará su mujer (2:9). Job ofrece un holocausto (la ofrenda más común, efectuada cada
mañana y tarde, y en días santos) por ellos. Era su costumbre hacerlo. Los holocaustos
completos eran para pecados en general (Levítico 1) más que para pecados específicos, para
los que se habían prescrito “ofrendas por el pecado” (Levítico 4:1–5:4). Estas cosas servían
de expiación para el hombre. La idea detrás del sacrificio es la del pago de un rescate. Es un
antecedente de aquel que vendría “para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
A diferencia de los holocaustos ofrecidos por los sacerdotes cada día, Cristo ofreció un
sacrificio: Él murió “una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” por nosotros (Hebreos
7:27).
Todo esto nos proporciona una imagen de un idílico hogar. La familia siempre ha recibido
especial importancia en la Escritura. Es una unidad espiritual y un lugar de formación donde
los niños crezcan en el modelo de un carácter adulto y maduro. Es una comunidad de
enseñanza y aprendizaje sobre Dios y sobre la piedad, y uno puede imaginarse a los hijos de
Job recibiendo un ejemplo de paternidad que incluía los mejores elementos de lo que Dios
pretendía que fuese. Los hijos de Job fueron educados en la piedad por su padre, como la
Biblia ordena (Génesis 18:18–19; Deuteronomio 4:9; 6:6–8; 11:18–21; Proverbios 22:6;
Efesios 6:4). Lo que es más, Job les instaba a tomarse esa enseñanza en serio, y a utilizarla
como cimiento para sus vidas. Evidentemente, como sugiere el hecho de los holocaustos,
desde su más temprana edad se les enseñó acerca del pecado. Job no consentía a sus hijos, ni
les ocultaba la seriedad de sus transgresiones. Les enseñó a crecer dejando atrás la insensatez
infantil, y a hacerse adultos que pudieran evidenciar sabiduría, la cual habían visto claramente
en su padre (Proverbios 13:24; 19:18; 22:15; 23:13–14; 29:15, 17). Job podía decir, como
Josué: “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Construir una familia fuerte
era una de las prioridades de Job.
EL SATANÁS
Satanás es el “hijo pródigo” de Dios. En el idioma hebreo se le llama “el Satanás” (1:6), que
significa “el Acusador”, aunque al llegar a 1 Crónicas 21:1 el artículo determinado deja de
utilizarse, indicando que en aquel tiempo “Satanás” ya se había convertido en nombre propio.
Él es uno de los ángeles que pecaron (2 Pedro 2:4), que no guardaron su dignidad, sino que
abandonaron su propia morada (Judas 6). Es el príncipe de la potestad del aire (Efesios 2:2),
que lidera las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12). Él es el
que la Escritura llama “la serpiente” (Génesis 3:1; Apocalipsis 20:2), un dragón (Apocalipsis
12; 20:2), un león rugiente (1 Pedro 5:8), el tentador (Mateo 4:3; 1 Tesalonicenses 3:5), el
maligno (Juan 17:15 LBLA), un mentiroso y un homicida (Juan 8:44). Él pecó “desde el
principio” (1 Juan 3:8).
Packer ha escrito sobre Satanás: “La mentalidad de Satanás es un misterio cuyas
profundidades nunca podremos sondear; no solo porque él es un ángel, mientras que nosotros
somos hombres, sino también porque Satanás es puramente maligno, y nosotros no podemos
concebir cómo es la maldad pura […] La Escritura claramente nos llama a creer en un
Satanás, y en una multitud de seguidores satánicos, que son de una maldad totalmente
inimaginable; más crueles, más maliciosos, más orgullosos, más desdeñosos, más
pervertidos, más destructivos, más desagradables, más sucios, más despreciables que ninguna
cosa que pueda concebir nuestra mente”.
Que Satanás estuviera presente entre los santos ángeles de la corte del Cielo nos presenta
obvias dificultades. Es cierto que el texto no hace referencia al “Cielo”, pero sí que indica
que Dios está presente en ese lugar, y es difícil imaginar qué otro lugar podría ser.
¿No contaminaría el Cielo la presencia de Satanás? ¿Es el Cielo realmente el Cielo si se
le permite a Satanás estar presente allí? Los poderes de Satanás parecen tremendos, ¿pero
son una amenaza para Dios? El hecho de que solo a Satanás se le piden cuentas parece sugerir
que no tiene derecho a estar allí. El hecho de que está ahí, como comenta Calvino, muestra
que aun él ha de dar a Dios cuenta de sí mismo: “El Espíritu Santo quería que
comprendiéramos que no son solo los ángeles del Cielo —que obedecen a Dios
voluntariamente y tienen una total disposición y sumisión— quienes le rinden cuentas, sino
también los diablos del Infierno —que son enemigos y rebeldes ante Él con todas y cada una
de sus fuerzas— quienes se esfuerzan en subvertir su Majestad, y practican el confundirlo
todo; de manera que se les obliga (a pesar de sus poderes) a estar sujetos a Dios y a rendirle
cuentas de todos sus hechos, y no pueden hacer nada sin su permiso y su autorización”.
Satanás fue obligado a presentarse ante Dios. Él no tiene la autoridad final. Fue el Señor el
que inició la batalla con una afirmación que esencialmente señalaba a la gloria de Dios: “¿No
has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y
recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (1:8). En realidad, Dios estaba dirigiendo la
atención al hecho de que ya estaba haciendo patente su victoria sobre Satanás. El desafío
hecho a Adán en el huerto de Edén había traído la desgracia a la Humanidad, pero ahora Dios
había revelado un plan mediante el cual salvaría a un pueblo para sí mismo. Job formaba
parte de este, y su vida era una demostración de su piedad: una santidad obra de Dios y señal
de su fe en el Salvador prometido por Dios. Allí en Uz estaba la prueba de que la Palabra de
Dios, y no la de Satanás, era suprema. Satanás debía considerar a Job como un trofeo de la
gracia redentora. Tenía que admitir, después de todo, que la enemistad de la simiente de la
mujer contra él ya había demostrado ser eficaz. El pacto de Adán y Eva con la muerte había
sido anulado. Su pacto con Dios había sido renovado, y Job era una prueba viviente de ello.
En este pasaje se exponen cuatro características de la personalidad y del propósito de
Satanás.
1. Satanás “el acusador”
Es la naturaleza de Satanás el pensar, hablar y actuar en continua y maliciosa oposición a
Dios el Creador, y por consiguiente al pueblo de Dios también. Satanás es el acusador de Job.
“Él no ve en la piedad de Job nada más que una forma refinada de egoísmo. Job sirve a Dios
porque le conviene hacerlo”. En la sala de justicia del Cielo, Satanás es el fiscal. Se dedica
continuamente a presentar cargos contra los hijos de Dios, cargos que son tanto hirientes
como destinados a causar el mayor daño posible. No hay ni un gramo de bondad en el carácter
de Satanás. Todos y cada uno de sus actos están centrados en una cosa: nuestra total
destrucción.
En Zacarías vemos algo de la actividad de Satanás contra la Iglesia. Josué, el sumo
sacerdote representando a Israel ante Dios, ora por el pueblo de Dios. De manera simbólica
él lleva la culpa de la nación y entra, por ellos, al “lugar santo”. Satanás aparece como
adversario de Josué, y como su acusador (Zacarías 3). Él es quien acusa a los hijos de Dios
“día y noche” (Apocalipsis 12:10).
Satanás nuca cesa de acusarnos. Por eso se nos exhorta a que le resistamos (literalmente,
que “seamos sus adversarios” —Santiago 4:7—, ¡pues él es el nuestro!). “Del mismo modo
que el lema de David Livingstone era ‘Adonde sea, con tal de que sea hacia adelante’, el de
Satanás es ‘Lo que sea, con tal de que sea contra Dios’ ”.
2. Satanás “el vagabundo”
En respuesta a la pregunta sobre dónde había estado y qué había estado haciendo, Satanás
dijo: “De recorrer la tierra y de andar por ella” (1:7). Es la “confesión de un espíritu
vagabundo, errando por la Tierra con la frustración de un león encerrado y atacando a
víctimas desprevenidas”, comenta David McKenna, y añade: “Satanás es el arquetipo
definitivo del mal, en el que la alienación, la arbitrariedad y la ansiedad (la esencia del
Infierno) obsesionan al alma”.
3. Satanás “el cínico”
“¿Acaso teme Job a Dios de balde?”, pregunta Satanás (1:9). Al ojo con ictericia todo le
parece amarillo, y para Satanás, que es incapaz de distinguir ninguna justicia en Job, todo
acto de bondad humana ha de tener una explicación siniestra, egoísta o corrompida.
Quitándole a Job su prosperidad, dice, maldecirá a Dios; su justicia se deshará como polvo
ante los ojos de Dios (1:11). La idea es cierta en sentido general: muchos confían en Dios tan
solo si ganan algo con ello. Como advirtió nuestro Salvador, la preocupación por las cosas
del mundo, y las variadas atracciones de este, no tardan en nublar nuestra perspectiva
(Marcos 4:19). La prueba ha sido establecida: ¿servirá Job a Dios aun sin ganar nada con
ello?
No hay respeto a Dios en las palabras de Satanás. A diferencia de Job, Satanás no teme a
Dios. Es orgulloso, arrogante, insolente y rebelde, todo al mismo tiempo. Satanás cree la
mentira, pues él mismo es mentira. Satanás siempre ha querido ser Dios (cf. Isaías 14:12–14;
Ezequiel 28:11–19).
4. Satanás “el atormentador”
Satanás no es omnipotente, pero es poderoso. Su poder se hace patente en estos versículos en
su capacidad de traer sobre Job la enfermedad (2:7), rayos sobre los rebaños y siervos de Job
(1:16), así como un viento huracanado que destruye a los hijos de Job (1:19). “[La venida
del] inicuo es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos”, advierte
Pablo a la iglesia en Tesalónica (2 Tesalonicenses 2:9).
El poder de Satanás es derivado. Job estaba completamente a salvo hasta que Dios
permitiera a Satanás tocarle. Hasta que Dios no baja la cerca que Él levanta para proteger a
su pueblo, Satanás es impotente. “El Señor que tiene el viento en sus puños dio poder a
Satanás, y él trajo un gran viento”, comenta uno de los mejores expositores de Job.
Satanás y los demonios están encarcelados, y desde la Caída han estado “en oscuras
mazmorras, condenados a cadena perpetua, hasta el juicio del gran Día” (Judas 6 NVI). Están
encadenados (Apocalipsis 20:1–6). La cadena puede parecer ser larga, pero sigue siendo una
cadena. A la autoridad de Satanás se le imponen dos claros límites: en primer lugar, se le
permite a Satanás tocar todo lo que Job tiene, pero no al propio Job (1:12); y en segundo
lugar, se le permite herir el cuerpo de Job, pero no matarlo (2:6).
¿Tiene Satanás el poder de la muerte? Un pasaje importante para comprender este poder
es Hebreos 2:14–15: “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó
de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto
es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida
sujetos a servidumbre”. Satanás utiliza el temor de la muerte para tiranizar, pero él no es el
“verdugo jefe”. Como señala H.L. Ellison, “Satanás no puede ni siquiera mencionar a Job
hasta que Dios no le invita a hacerlo” (1:8; 2:3), y añade: “Del mismo modo, no tiene ningún
poder sobre Job ni sobre sus posesiones hasta que Dios no se lo da […] Él no es el soberano
de un reino enemigo, sino un rebelde a quien Dios suelta la correa lo suficiente para glorificar
su nombre”. F. Leahy añade: “Satanás tiene un papel servil en la historia de Job. Tras quitarle
a Job su riqueza y comodidad materiales, es echado a un lado como algo que ya no interesa,
y no se le menciona al final de la historia. Una lección que aprendemos en Job, entre muchas
otras, es que todo poder y autoridad pertenecen a Dios. No hay dualismo en este asunto”.19
DIOS
Es de vital importancia comprender el papel que Satanás representa en la prueba de Job. Job
demuestra no saber nada al respecto. Pero también sería un error concentrar toda nuestra
atención en Satanás. Ese sería su deseo, pero resultaría un error fatal por nuestra parte. Quien
tiene todas las cosas bajo su control no es Satanás, sino Dios. Los poderes de Satanás están
restringidos, como ya hemos visto. Satanás no tiene ningún poder independientemente de
Dios. Satanás es la “herramienta de Dios” (aunque nunca lo ha admitido, ni lo hará). En su
malevolencia, Satanás es irracional; ha perdido su noción de la realidad. Como Hitler en el
búnker, no puede creer que la guerra ha terminado, aunque en este momento de la historia de
la redención, la batalla decisiva aún no se había luchado. Al soltarle un poco la correa, Dios
le utiliza para ejecutar un juicio sobre un mundo caído. “Igual que un hombre puede utilizar
un perro salvaje que le odia para alejar a intrusos de su propiedad, Dios utiliza a Satanás para
castigar a aquellos que han pecado”. Job, por supuesto, no está siendo castigado, sino
probado. Dios utiliza a Satanás para hacerlo.
Dios levanta una barrera alrededor de los poderes de Satanás. Juan nos dice que “aquel
que nació de Dios [Cristo] le guarda y el maligno no lo toca” (1 Juan 5:18 LBLA). Llegó un
momento en la tentación de Cristo en que Satanás recibió la orden de marcharse, y lo hizo
(Mateo 4:10–11). En repetidas ocasiones Jesús echó fuera demonios, los cuales no tenían
ningún poder para quedarse donde estaban una vez que Él dio la orden.
Dios es el responsable final del sufrimiento de Job, no Satanás. Algunos comentaristas
llegan a veces a extremos extraordinarios para negar esto, intentando evitar que Dios sea
acusado de causar la ruina de Job. Pero Job, claramente, pensaba de ese modo; hablando con
su mujer, dijo: “Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué?
¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (2:10).
Un comentarista defiende que Job estaba confuso y equivocado cuando pronunció estas
palabras:
Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allá.
Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito (1:21).
“Jehová dio y Jehová quitó —añade— no es una afirmación cierta. Dios no le hizo eso a Job.
Fue Satanás. Pero Job pensaba que Dios lo había hecho […] Job no acusó a Dios
precipitadamente, pero no conocía a nadie más a quien imputárselo, así que dijo que lo había
hecho Jehová”. Pero según esta opinión, no es solo Job quien está confuso; ¡Dios también lo
está! Pues Dios le dice muy expresamente a Satanás: “Tú me incitaste contra él [Job] para
que lo arruinara sin causa” (2:3). “La salud y la enfermedad […] sí, todas las cosas, no
llegan por casualidad sino por su mano paternal”, dice el Catecismo de Heidelberg, y es
engañoso intentar aliviar el problema del sufrimiento de Job insistiendo en que Dios no es
responsable.
Es, sin embargo, vital que recalquemos que en ningún momento es Dios responsable por
el pecado. Él permite el pecado, pero no es el autor del pecado. Esto podrá parecer un tanto
astuto, pero es absolutamente crucial resaltarlo. “Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo
que tiene está en TU mano” (1:12, énfasis añadido), lo que implica que la responsabilidad
de lo ocurrido es de Satanás, no de Dios. Dios no nos tienta a pecar, pero sí que nos prueba.
La diferencia entre ambas cosas es crucial. “Cuando alguno es tentado [peiradzo], no diga
que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a
nadie” (Santiago 1:13). “Tentación”, aquí, significa ese proceso mediante el cual somos
tentados a pecar. Constituye una de las experiencias más comunes de la vida cristiana. Somos
persuadidos a pecar constantemente. Pero no se nos permite deducir que sea Dios quien está
efectuando la tentación. Dios nunca nos empuja a desobedecer su Ley. Nunca podremos
decir: “Dios me obligó a hacerlo”. Si pecamos, lo hacemos de nuestra propia voluntad.
Nosotros somos los responsables. Pero “tentación” puede significar otra cosa: un proceso
mediante el cual algo, o alguien, es probado. Dios pondrá a sus hijos en situaciones en las
que no será fácil creer, en las que grandes reservas de fe serán necesarias para sobrevivir, en
las que las más básicas creencias serán puestas en duda. Habrá momentos en que será difícil
creer que Dios es un Dios de gracia, en que la fe será llevada hasta los límites de lo soportable,
y en que el amor de Dios será cubierto y oscurecido. Tales momentos serán ocasionados por
Dios. Quizá utilice a Satanás en el proceso, pero a fin de cuentas proviene de Él. Nuestro
sufrimiento está en manos de Alguien que nos ama, no de alguien que nos desprecia. Es Dios,
no Satanás, quien posee la llave de nuestra recuperación. “Al considerar el poder y la política
de Satanás —comenta Joseph Caryl—, bendigamos a Dios por cuanto no puede moverse un
ápice para hacernos ese mal para el que su naturaleza le dispone y le capacita, hasta que Dios
se lo permite”.
El asunto en cuestión aquí es algo del misterio del trato de Dios para con sus hijos. Hay
cosas que nos suceden que sencillamente son demasiado elevadas para que podamos
comprenderlas. La mayor contribución de Job es que nos enseña a postrarnos, en obediencia,
ante los caminos de Dios. Calvino comenta: “Debemos valorar la moderación de tal manera
que no intentemos hacer que Dios nos rinda cuentas, sino reverenciar sus juicios secretos de
modo que consideremos su voluntad como la causa verdaderamente justa de todas las cosas.
Cuando nubes espesas oscurecen el cielo, y se levanta una violenta tempestad, por cuanto cae
sobre nuestros ojos una densa niebla, truenos resuenan en nuestros oídos y todos nuestros
sentidos se paralizan de miedo, nos parece que todo está confuso y revuelto; pero todo el
tiempo permanece en el cielo un constante silencio y serenidad. Así que debemos deducir
que, si bien los trastornos del mundo nos privan de juicio [esto es, entendimiento], Dios, de
la pura luz de su justicia y sabiduría, modera y dirige esos mismos movimientos en el orden
mejor concebido, para un buen fin”.
“¿De qué nos aprovecha saber que Dios ha creado, y por su providencia aún mantiene,
todas las cosas?”, pregunta el Catecismo de Heidelberg (Pregunta 28). ¿La respuesta? “Para
que seamos pacientes en la adversidad, agradecidos en la prosperidad, y mirando al futuro
tener gran confianza en nuestro fiel Dios y Padre, de que nada creado podrá separarnos de su
amor, pues todo lo creado está en su mano de tal manera que, sin su voluntad, no puede ni
siquiera moverse”.
Jesús afirmó el poder de Dios sobre el mal, respondiendo de esta forma a la creencia que
Pilato tenía en su propio poder: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de
arriba” (Juan 19:10–11). Aun la muerte de Jesús fue “por el determinado consejo y anticipado
conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Sea cual sea la explicación —y ciertamente tendremos
que intentar desenmarañar lo que Dios nos ha revelado aquí—, debemos aferrarnos a la
verdad que Jeremías halló tan valiosa en un tiempo en que su propio mundo estaba
derrumbándose a su alrededor:
Antes si aflige, también se compadece
según la multitud de sus misericordias;
porque no aflige ni entristece voluntariamente
a los hijos de los hombres
(Lamentaciones 3:32–33).
2
Reacción al dolor
Léase Job 1:1–2:10
Todo parece andar bien, cuando de repente todas las fuerzas del Infierno se descargan contra
Job. Satanás había revelado su cinismo cuando dijo: “¿Acaso teme Job a Dios de balde? […]
Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en
tu misma presencia” (1:9–11). Para probar la integridad de Job (y como prueba ulterior del
poder de la obra de la gracia de Dios en el corazón de Job), Dios prueba a Job permitiendo a
Satanás que traiga la siguiente devastación a la vida de Job:
Los sabeos tomaron los bueyes y las asnas de Job y mataron a sus criados (1:15)
Rayos cayeron sobre las ovejas de Job y sus pastores (1:16)
Los caldeos robaron los camellos de Job y mataron a los criados que los cuidaban
(1:17)
Un ciclón arremetió contra la casa en que todos los hijos de Job se hallaban comiendo,
y los mató a todos (1:18–19)
Aparte de los cuatro “mensajeros” (1:14, 16, 17, 18) que sobrevivieron para contar el relato
de cada desastre, lo único que le quedó a Job fue una mujer comprensiblemente amargada.
La respuesta de Job es destacada en la Escritura como sumamente decorosa:
Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allá.
Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito
(1:21).
Como testimonio de la fe de Job, la Escritura añade: “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó
a Dios despropósito alguno” (1:22). Esto solo hace aumentar la integridad que se atribuye a
Job en la valoración inicial de su carácter. Job era verdaderamente “intachable” y “recto”
(LBLA). Ciertamente temía a Dios y se apartaba del mal (cf. 1:1; 2:3). Además, como
resultado de la primera prueba, Dios dice de Job que mantuvo su “integridad” (2:3).
En una segunda prueba, Satanás recibe permiso para atacar la persona de Job, algo que
no se le había permitido hacer en la primera (1:12). Satanás abre la herida con su cuchillo
sugiriendo que el dolor físico hará que Job blasfeme contra Dios (2:5). Debemos tener
siempre en cuenta que Job fue probado en un momento de la Historia en que muchas de las
comodidades que nosotros tenemos a nuestra disposición no existían: “Job pasó su prueba
desprovisto de muchos de esos firmes apoyos y motivos de consolación que ahora se
proporcionan en gran abundancia a los santos en su sufrimiento”. Las pruebas son la
formación de algunos hombres y la destrucción de otros. Satanás procura ahora destruir a
Job.
Consideraremos con más detalle la enfermedad de Job dentro de un momento, pero
primero debemos fijarnos en su respuesta ante ella: “En todo esto no pecó Job con sus
labios” (2:10).
LA “PACIENCIA” DE JOB
El Espíritu Santo nos ha proporcionado un comentario sobre la respuesta de Job ante su
prueba. “Habéis oído de la paciencia de Job”, dice Santiago (Santiago 5:11). Quizá habríamos
esperado que Santiago señalara la impaciencia de Job, ¡pues la paciencia, en el sentido
normal de la palabra, no es una de las virtudes de Job! Según Calvino, este pasaje (1:2–22)
es “el más excelente que hay en la Sagrada Escritura para mostrarnos lo que significa la
palabra ‘paciencia’ ”. La palabra que utiliza Santiago es hupomoné y se traduce mejor por
“perseverancia” que por “paciencia”. Juntas, esta palabra y otra relacionada (makrothumia),
aparecen más de setenta veces en el Nuevo Testamento, lo cual indica que es uno de los temas
principales. Se espera de nosotros que emulemos esa capacidad de permanecer firmes bajo
presión.
Comentando la necesidad de ser paciente cuando se están atravesando aflicciones,
Calvino dice: “Pero Dios nos hará pacientes [Calvino utiliza la palabra ‘paciencia’, pero
debemos apreciar que quiere decir ‘perseverancia’] […] nos hará estar preparados para
soportarlo todo, asegurándonos que lo bueno y lo malo proceden de su mano. Nos hará
sobrellevar sus correcciones, no deseando nosotros otra cosa sino ser gobernados por Él, y
renunciar a todos nuestros afectos. Y aunque nos parezca molesto, nos hará luchar contra
nuestras perversas codicias, y resistirlas de tal manera que solo Él siga siendo nuestro señor;
pues no es posible que podamos tener esa paciencia tan franca y libre en nosotros si no
buscamos consolarnos en Dios”.
1. La necesidad de perseverancia subraya que este mundo no es nuestro hogar
“Dos metros bajo tierra nos pudrimos y somos reducidos a nada”, comenta Calvino, y añade:
“Cuando somos reducidos a la nada, entonces nos acordamos de lo que somos y de adónde
vamos”. Fijándonos en la palabra “volveré” (1:21), podemos decir que Job da testimonio del
hecho de que vivió su vida en este mundo en espera, aun en la certidumbre, de su propia
despedida de él.
Debemos aprender a vivir como vivieron los santos que nos precedieron: sub specie
aeternitatis; a la luz de la eternidad. “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que
traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12). Packer cuenta la historia de un estudiante
que visitó a Thomas Goodwin, el presidente del Magdalen College, en Oxford. En su oscuro
despacho, Goodwin inició la sesión preguntando a su visitante si estaba listo para morir. El
muchacho se fue corriendo. Cualquiera que sea lo que pensemos sobre la técnica de
Goodwin, la pregunta era bien válida; todos debiéramos estar listos para morir. Nuestro apego
a las cosas y a las personas de este mundo debe siempre tener en cuenta que un día seremos
separadas de ellas por la muerte. Cuando nuestra actitud ante la vida sea la de alguien que ha
hecho las maletas y está listo para marchar, las sorpresas no serán tan sorprendentes.
2. La perseverancia es un reconocimiento de que todo lo que poseemos pertenece a
Dios y no a nosotros
La palabra “desnudo” nos enseña que Job vivió su vida en la Tierra con el conocimiento de
que todo lo que poseía era del Señor. Es al mismo tiempo un reconocimiento de Dios como
Creador de todas las cosas. Saber que Dios creó todas las cosas, incluyéndonos a nosotros
mismos, es una idea fundamental del cristianismo. Darse cuenta, como hizo Job, de nuestra
dependencia, minuto a minuto, de Dios el Creador para nuestra propia existencia exige de
nosotros devoción, compromiso, lealtad y gratitud. Job reconoció que todo lo que tenía era
un don de Dios: su familia, su riqueza y su salud. Exigir estas cosas como un derecho está
fuera de lugar. Darle gracias cuando las tenemos es correcto. Quejarse cuando faltan no lo
es.
3. La perseverancia es la determinación a adorar a Dios pase lo que pase
La palabra “bendito” destaca la actitud de adoración que Job tenía para con Dios. Nuestro
fin principal es el glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. Dios quiere ser alabado por
lo loable de su ser, y exaltado por su grandeza y su bondad. Quiere que se le aprecie por lo
que es. La alabanza es nuestra respuesta a su autorrevelación. No podemos hacer sino adorar.
Que se nos deje conocer parte del secreto del ser de Dios es algo que merece la más profunda
gratitud por nuestra parte. Saber que, a pesar de nuestro pecado, Él ha hecho posible que
seamos rescatados debería arrancar las más elevadas canciones de nuestros corazones. Que
el camino a la comunión estrecha con Dios en el Cielo esté salpicado de pruebas, algunas de
ellas extremadamente amargas, demanda no obstante nuestra gratitud por cuanto a cada paso
de nuestro caminar Él se está asegurando de que alcanzaremos el destino final. Job lo sabía,
y lo confesaba. La adoración es el uso mejor, y más apropiado, que podemos darle a las
aflicciones. Pero solo un verdadero creyente hallará que cargar una cruz pueda ser una fuente
de gratitud. Como lo expresó una vez el puritano John Flavel: “Una cruz sin Cristo nunca le
hizo bien a nadie”.
4. La adoración conlleva sumisión a un soberano
La paciencia de Job llevaba consigo un rechazo a cualquier cosa que achacara a Dios algo
irrazonable. Santiago 5:11 nos dice que hay dos cosas tras el sufrimiento de Job. La primera
es su perseverancia, o paciencia. ¡La otra es la compasión y la misericordia de Dios! Suena
increíble, pero eso es lo que dice Santiago. “Habéis visto el fin del Señor”, dice, y ese fin, o
propósito, era revelarle a Job que Él es “muy misericordioso y compasivo”. Dios es
glorificado en nuestro sufrimiento, pues en tiempos de debilidad y de desgracia Él revela las
gloriosas riquezas de sus recursos al mantenernos capaces de seguir adelante y de soportar.
A pesar de la irresistible presión, la fe de Job nunca se rindió. Ni tampoco le había Dios
dejado por completo en manos de Satanás. La reacción inicial de Job a su sufrimiento, sin
cuestionar la bondad de Dios, es ejemplar. Dios trata lo peor de nosotros mejor de lo que
merece lo mejor de nosotros. Esto, por supuesto, cambiará, pero al menos por el momento
Job reconoce que Dios está obrando todo para su bien.
Pablo puede preguntar, al enfrentarse a verdades inquietantes: “¿Hay injusticia en Dios?”,
a lo cual responde: “En ninguna manera” (Romanos 9:14). En este aspecto por lo menos,
tanto Eliú como Bildad llevaban razón al decir: “Lejos esté de Dios la impiedad, y del
Omnipotente la iniquidad” (34:10), y “¿Acaso torcerá Dios el derecho, o pervertirá el
Todopoderoso la justicia?” (8:3). “Jehová es recto […] en él no hay injusticia” (Salmo 92:15).
Para Job, solo hay una forma de proceder con su dolor; es el testimonio constante de la
Biblia:
Muéstrame, oh Jehová, tus caminos;
enséñame tus sendas
(Salmo 25:4).
El Dios eterno es Jehová,
el cual creó los confines de la tierra.
No desfallece, ni se fatiga con cansancio,
y su entendimiento no hay quien lo alcance
(Isaías 40:28).
[Dios] habita en luz inaccesible
(1 Timoteo 6:16).
“Piensa por un momento —escribe W.H. Green— lo que sería enfrentarse a dolores
abrumadores no solo sin Calvario y Getsemaní y la compasión del Hijo de Dios encarnado,
quien siente en sí mismo nuestras debilidades ya que fue tentado en todo como nosotros, pero
sin pecado; sino atravesar pruebas que no ofrecen ninguna luz a este lado de la tumba, sin
ninguna percepción del estado eterno de bendición comparado con el cual todas las desdichas
terrenales, por muy dolorosas que sean y por mucho que duren, son, sin embargo, leves y
momentáneas; sin la seguridad de que los dolores y sufrimientos del tiempo presente serán
compensados y rebasados por ese mucho más excelente y eterno peso de gloria […] ¿Cómo
sería enfrentarse a providencias tenebrosas sin un entendimiento claro de que, no obstante,
son coherentes con el perdurable e inalterable amor de nuestro Padre celestial?” Si hemos de
perseverar como Job, debemos seguir su ejemplo. Debemos correr la carrera como él lo hizo.
Debemos sacar fuerza de la galería de los fieles y mirar a Jesucristo en nuestro caminar hacia
el Cielo (cf. Hebreos 12:1–2). Job, por supuesto, tenía menos percepciones de Jesucristo que
las que tenemos nosotros.
Hay un anuncio de un cierto tipo de pila en el que destacan su durabilidad diciendo:
“Sigue y sigue, cuando todas las demás ya se han parado”. La durabilidad tiene que ser una
característica de nuestras vidas cristianas. Dios se glorificó a sí mismo haciendo a Job seguir
y seguir. Y promete hacer lo mismo por nosotros también.
LA MUJER DE JOB
El sufrimiento de Job no se reducía a la enfermedad física. También había de conocer el dolor
de una mujer insensible y descontenta. “Le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad?
Maldice a Dios, y muérete” (2:9). Agustín se refiere a la mujer de Job como diaboli adjutrix
(la “abogada del diablo”). Calvino se refiere a ella como organum satani (una “herramienta
de Satanás”). Tomás de Aquino teorizaba que Satanás la había librado de su primer ataque
contra Job para poder utilizarla contra él. Ella es una segunda Eva, que tienta a su marido a
pecar; aunque, al contrario que Adán, Job no le hizo caso. El análisis que de ella hace Job es
contundente: “Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado” (2:10).
Puede que Job se esté refiriendo a ella como una mujer de clase muy baja, cuyas lenguas eran
notoriamente mundanas. Ella no habría hablado de ese modo normalmente. Su respuesta
“hace más evidente la sabiduría de la santa paciencia de Job”. Ella se identifica con los impíos
con su respuesta: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1).
¿Te has parado alguna vez a pensar en la “señora de Job”? Ella sufrió cada cosa tanto
como Job. Siendo mujer, puede que sintiera la pérdida de los bienes de su hogar más que Job.
Le tomamos cariño a nuestras posesiones, por mucho que intentemos evitar apegarnos a las
cosas de este mundo. Los robos siguen siendo motivos de inmenso dolor. La gente habla de
ellos estos días como una “violación”, como si alguien se hubiera infiltrado en algo privado
y personal. Habacuc nos enseña una lección sobre esto:
Aunque la higuera no florezca,
ni en las vides haya frutos,
aunque falte el producto del olivo,
y los labrados no den mantenimiento,
y las ovejas sean quitadas de la majada,
y no haya vacas en los corrales;
con todo, yo me alegraré en Jehová,
y me gozaré en el Dios de mi salvación
(Habacuc 3:17–18).
Como madre, la mujer de Job tal vez sintiera la aplastante pérdida de sus hijos de forma
más especial y profunda que Job. La experiencia de perder repentinamente a los hijos puede
traer consigo cargas especiales, pues todos esperamos morir antes que nuestros hijos. Existe
un sentimiento de culpabilidad asociado con la pérdida de los hijos. Los padres que han
sufrido tal pérdida a menudo expresan su deseo de poder, de algún modo, cambiarse por sus
hijos muertos. Aquellos que han pasado muchas horas en una unidad de cuidados intensivos,
o quienes han cuidado de sus hijos enfermos hasta su muerte, pueden identificarse con la
mujer de Job.
La mujer de Job no tiene “paciencia”. Está enfadada y amargada, igual con su marido que
con Dios. La piedad de su marido solo había traído un agudísimo sentimiento de pérdida: de
sus hijos, de su posición social y de su sustento. Ya sea por odio hacia Dios, o por un deseo
de que el dolor de Job termine rápidamente, ella incita a su marido: “Maldice a Dios, y
muérete” (2:9).
Instintivamente sentimos compasión por la mujer de Job. Algo parecido a su reacción
brota en nuestros corazones. ¿Quién de nosotros podría estar seguro de cuál sería su reacción
en circunstancias parecidas? Cuando una joven pareja que yo conozco encontraron el cuerpo
de su hija de 9 años, Jennifer, asesinada, eso podría haberlos destruido totalmente. Ambos
han hallado paz y fuerzas en su conocimiento de Jesucristo. Dando testimonio de su fe, el
padre de Jennifer escribe: “Perdí a mi hija Jennifer. Solo tenía 9 años en aquel entonces. Salió
con su bicicleta un día y no volvió. Y esa fue la última vez que la vimos, hasta que su cuerpo
fue encontrado en un embalse una semana más tarde. Me consoló saber que aun a esa edad
ella era salva, y que estaba con el Señor”.
El novelista Somerset Maughan conservaba una taza agrietada en la repisa de la chimenea
de su hermoso hogar, en Londres. Explicando por qué permitía que ofendiera con su
presencia a los muchos y exquisitos artefactos que la rodeaban, dijo: “Durante la Primera
Guerra Mundial, cruzando el océano en un carguero de tropas, nuestras raciones de agua
fueron reducidas hasta solo un vaso por día. Yo bebía mi ración de agua de esa taza, y la
mantengo en esa repisa para recordarme que nunca debo dar por sentadas mis bendiciones”.
Cuenta los favores del Señor,
cuenta las riquezas de su amor;
mira a Cristo, Él te sostendrá;
cuenta los favores que el Señor te da.
Joni Eareckson Tada bien puede hablar sobre pruebas. Tetrapléjica a causa de un
accidente de natación, ha luchado con sus emociones en público sobre su dolor, al que llama
“el intruso”. “Hoy, ahora mismo —ha escrito—, quiero proponerme saber algo sobre el
intruso que como siempre llamará a mi puerta. Antes de levantarme a responder a su llamada,
quiero recordar que este visitante no deseado, aun con todos sus malos modos, ha venido
para mi bien, para el bien de mi carácter. A pesar de lo que me dicten mis emociones, quiero
darle la bienvenida. ¿Por qué? Porque en el fondo el verdadero carácter es más importante
para mí que el bienestar temporal”. El “verdadero carácter” de Job brilla en estas páginas,
debido en parte a la asombrosa naturaleza del contraste entre su respuesta y la de su mujer.
El estribillo “Dame gozo en mi corazón, hazme sonreír […]” puede no ser apropiado
teológicamente como una apologética cristiana, pero expresa, no obstante, una gran carencia
que hay en muchas de nuestras vidas. Sencillamente no tenemos el gozo que la Biblia insiste
que deberíamos conocer. Una parte, demasiado grande, de nuestras vidas la pasamos en una
triste derrota, cediendo a la atracción interior de nuestros pecados. Refunfuñamos demasiado,
nos quejamos demasiado. La falta de gozo en nuestras vidas da testimonio del largo camino
de santificación que aún nos queda por recorrer si hemos de asemejarnos a la imagen del
cristianismo bíblico. “Cuando pienso en Dios —escribió Franz Josef Haydn—, mi corazón
se llena de tal gozo que las notas saltan y bailan según dejan mi pluma”. Y añadió: “Puesto
que Dios me ha dado un corazón alegre, le sirvo con espíritu alegre”.
El testimonio de Job en estos primeros capítulos es inmenso. Como las secuoyas(*) de
California que se alzan hasta los cielos, Job destaca como alguien casi sobrehumano. Pero
no era sobrehumano, y la historia, según se va desarrollando, nos enseñará que Job tenía pies
de barro. Perseveró con fuerzas dadas por Dios. Si intentásemos imitarle con nuestras propias
fuerzas, nos hundiríamos al instante. David testifica que nadie “puede conservar la vida a su
propia alma” (Salmo 22:29). Job habría sido el primero en admitir que su reacción fue posible
por el poder sobrenatural de Dios.
La misma reacción se puede apreciar en el testimonio de Horatio Spafford. Tras sufrir un
desastre financiero en los incendios de Chicago en 1873, envió a su mujer y cuatro hijas a
Inglaterra a bordo del buque S.S. Ville de Havre. A medio camino del Atlántico, chocó contra
otro barco, el S.S. Lochearn. Más de 200 personas murieron ahogadas, incluyendo las cuatro
hijas de Spafford. Al llegar a orillas británicas, la mujer de Spafford mandó un telegrama.
Solo tenía dos palabras: “Única salvada”. Horatio Spafford tomó el primer barco que había
y el capitán de este le indicó el lugar donde se habían ahogado sus hijas. Se cree que fue
entonces cuando compuso las palabras de su himno:
Cuando mi alma, estando en un río de paz,
Sorprendida fuera por olas del mar,
Sea cual sea mi suerte, yo puedo afirmar:
¡¡Mi alma está en paz, sí, mi alma está en paz!!
Así es como Dios quiere que vivamos. No tenemos derecho a suponer que nuestras vidas
estarán siempre libres de problemas. Pero en toda circunstancia, si pertenecemos al pueblo
del Señor, tenemos asegurados el cuidado y la providencia de Dios. Él está elaborando cada
detalle. Él no comete errores (Romanos 8:32–39). Cada momento de nuestra existencia es
motivo suficiente para gozo: juntos, lo bueno y lo malo deberían integrarse y formar una
sinfonía de alabanza al Dios todopoderoso. La reacción de Job nos enseña esa lección.
3
Job maldice el día en que nació
Léase Job 2:11–3:26
De ser “más grande que todos los orientales” (1:3), Job ha sido reducido a ser alguien
“sentado en medio de ceniza” (2:8). Estando allí sentado, “una sarna maligna” (2:7) le sale
por todo el cuerpo. Job alivia el picor rascándose con pedazos de objetos de cerámica (2:8).
En las afueras de todas las ciudades de la antigüedad, había un lugar donde se tiraba y
quemaba la basura. El montón de ceniza crecía con cada quema, y era allí donde se juntaban
los leprosos y personas semejantes. Aquí es donde hallamos a Job. Es un símbolo de
desolación y de rechazo. David también se había sentido así: “No tengo refugio, ni hay quien
cuide de mi vida” (Salmo 142:4). Y uno no puede pasar por alto una escena de rechazo mucho
más dolorosa, que es cuando Jesús fue sistemáticamente rechazado: primero por un grupo de
soldados; luego por los principales sacerdotes, escribas y ancianos del Sanedrín; por aquellos
que celebraban la Pascua en Jerusalén y pasaron por delante de su cruz; por dos criminales a
su lado; por el Sol que se negó a darle su calor; y aun por Dios, que le abandonó (cf. Mateo
27:27–31, 39–46).
Entran en escena tres “amigos”: “Elifaz temanita, Bildad suhita y Zofar naamatita”
(2:11), tres hombres sabios del Oriente. Vienen de tres ciudades distintas, habiendo
convenido en ir juntos a consolar a su buen amigo Job. En el desarrollo de este comentario
veremos que estos tres amigos, junto con Eliú buzita, que aparece más tarde (capítulos 32–
37), creen todos ellos en Dios, el Dios verdadero, el Creador. Sus opiniones son a menudo
poco adecuadas, y a veces totalmente erróneas; pero ninguno de ellos está dispuesto a
sugerirle a Job que crea en otro dios.
Al ver a su buen amigo por primera vez, apenas pueden reconocerlo. Job está desfigurado
por su enfermedad. Además, está de luto. Su manto está rasgado y su cabeza afeitada4 (1:20).
Evidentemente, los tres amigos imitan su primer gesto, pero no el segundo. En vez de afeitar
sus cabezas, esparcen polvo sobre ellas (2:12). El polvo era un elemento simbólico de la
muerte y de la enfermedad, y de ese modo los amigos de Job estaban identificándose con él.
Era una forma de empatía, y un requisito necesario para aconsejar a quienes atraviesan
momentos de dolor.
También reaccionan llorando. No le dicen nada de nada a Job; lo tratan como si estuviera
muerto. Permanecen en silencio junto a Job en el montón de cenizas por siete días, el período
establecido para guardar luto por los muertos; en este caso por los hijos de Job, y quizá por
sus siervos, pero quizá también por el propio Job (cf. Génesis 50:10; 1 Samuel 31:13).
El silencio es muchas veces una buena primera reacción ante la desgracia de otra persona.
Joseph Caryl comenta: “Cuando un hombre se ha propuesto lamentar su pérdida, déjale
lamentarse; tus palabras tal vez le pongan furioso, pero no le ayudarán. Deja que la tristeza
se haga con las riendas por algo de tiempo, y eso abrirá el camino para el consuelo”. En
demasiadas ocasiones sentimos la necesidad de apresurarnos a dar explicaciones en tiempo
de crisis, cuando muchas veces no hay palabras que sean adecuadas. No siempre es apropiado
citar Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a
bien […]”, en plena crisis, a pesar de la gran consolación y ayuda que estas palabras
demuestran ser en su momento. Los amigos de Job, al menos al principio, hicieron lo
correcto: lloraron con el que lloraba (Eclesiastés 3:4; Romanos 12:15). Pero no decir nada
durante siete días debió de crear una gran tensión en su amistad. El silencio, transcurrido un
tiempo, puede volverse ensordecedor. Como veremos, estos “amigos” en realidad no podían
creer que Job no mereciera, al menos en parte, el tormento que estaba atravesando. Aun antes
de llegar ya habían adoptado la opinión de que todo sufrimiento humano está directamente
relacionado con nuestro pecado. Que no era posible que un “inocente” sufriera.
Jeremías había obedecido el llamamiento de Dios a ser profeta cuando era joven. En lugar de
fama y fortuna recibió rechazo, no solo por parte del pueblo y de sus amigos sino también
(en apariencia) por parte de Dios. Esa fue, igualmente, la experiencia de Job.
La lamentación ha sido siempre parte de la expresión de la fe. Casi la mitad del himnario
de Israel consistía en salmos lamentosos. Quizá una de las razones por que las iglesias del
siglo XX han dejado de cantar salmos sea el hecho de que la Iglesia ha ido dejando a un lado
las expresiones de fe bíblicas. En estos tiempos, todo tiene que tener “un cierto ritmo” para
ser incluido en la adoración cristiana. A las canciones quejumbrosas en tonos menores se las
considera insulsas y a veces subcristianas. Pero son parte del testimonio bíblico sobre cómo
nos sentimos en ciertos momentos, tanto si lo queremos reconocer como si no. Evitar el
enfrentarse a la realidad del dolor deforma la naturaleza de la fe, pues la fe muchas veces
revela sus mayores triunfos por medio del sufrimiento.
En estas protestas no censuradas se saca a la superficie la parte más profunda del alma de
Job. Quienes sufren por dentro por la pérdida de un hijo, por el recuerdo de un abuso pasado
o por una enfermedad debilitadora pueden identificarse con Job. Algo en nuestro interior tan
solo desea despotricar y reaccionar con actos irracionales. Lo que Job dice en estos versículos
no tiene ningún sentido, pero es una expresión sincera de lo que sentía.
Nosotros, a este lado de la Cruz, podemos encontrar consuelo (algo que Job no pudo
hacer) en que sabemos de uno que atravesó este abismo de desesperación y soledad, uno que
clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Marcos 15:34).
En la oscuridad del dolor, hay Uno que está a nuestro lado cuando preguntamos qué está
pasando, y nos susurra al oído: “Yo también he pasado por esto”. Y Él aceptó la voluntad del
Señor con absoluta sumisión. Eso es algo que quiere que nosotros hagamos también.
El cristianismo es una invitación a confiar en el amor de Dios en todo momento. En vez
de responder a nuestras preguntas, nos presenta al Dios en quien radica la respuesta a todas
nuestras preguntas. El cristianismo nos dice que confiemos en Él antes de obtener las
respuestas. Éstas, en su mayor parte, nos serán dadas en el Cielo, donde la fe se convierte en
vista y donde conoceremos como somos conocidos. Esperamos con anhelo aquel día.
Algunas respuestas, no obstante, vienen a partir de la pregunta:
¿Por qué se da vida al hombre
que no sabe por donde ha de ir,
y a quien Dios ha encerrado?
(3:23).
En primer lugar, es la voluntad de Dios. Nos basta saber que nuestro Padre lo ha escogido
así.
En segundo lugar, nuestra vida es siempre mejor de lo que merecemos. Tan solo un
vistazo a la depravación de nuestros corazones nos convencerá de que hay misericordia, aun
en la prueba más dura.
En tercer lugar, Dios nos ama. ¡Sí, nos ama! Samuel Rutherford escribió una vez a una
mujer que había perdido un hijo, diciéndole: “Creo que la fe te enseñará a besar al Señor que
golpea, y así reconocer que la soberanía de Dios [en la muerte de un hijo] está por encima de
nuestro poder como hombres mortales, que podemos cortar una flor aún en su capullo y no
ser culpados por ello”.
En cuarto lugar, el propósito del dolor en las vidas de los creyentes es hacerlos más
parecidos a Jesús. Es parte de nuestro llamamiento que tengamos parte en el ministerio de
su sufrimiento. Cada borde irregular que recorta con el cincel implica un reflejo más nítido
de Jesús en nuestras vidas.
3. Las preguntas sobre nuestra salud y sobre la pérdida de seres queridos son las que
más prueban nuestra fe
Puede que no sea nuestro el sufrimiento, sino el de alguien que amamos. Puede que lleve
consigo tener que ver a un padre deteriorarse hasta la senilidad. Puede que sea tener que
sentarse junto a la cama de un niño pequeño con un cáncer incurable. Puede que sea el dolor
de un acto terrorista fortuito y sin sentido. Job ha perdido su riqueza y su descendencia;
además, sufre el dolor de tener úlceras en la piel, o quizá lepra; su amargada mujer le incita
a “maldecir a Dios y morirse” (2:9); y Job está a punto de rendirse. Job se siente
desmoralizado, inhumano, degradado. Le ha sido robada su dignidad.
El dolor trae consigo las más intensas tentaciones. Los asuntos relacionados con nuestra
propia salud o el bienestar de nuestra familia son necesariamente los que más nos afectan.
Tratarlos no será fácil. La única fórmula adecuada para semejante situación es la que se nos
da en Hebreos: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino
de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”
(Hebreos 12:11).
4. El cristianismo fue desde un principio descrito como el camino de la Cruz
“Si alguno quiere venir en pos de mí —dijo Jesús—, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su
vida por causa de mí, este la salvará”. “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede
ser mi discípulo” (Lucas 9:23–24; 14:27). Jesús utiliza el ejemplo de criminales condenados
que van hacia el lugar de su ejecución, cargando sus cruces por el camino. Dolor, rechazo,
angustia y sufrimiento: todas ellas son partes del camino de la Cruz.
Las visiones del libro de Apocalipsis, en particular los sellos y las trompetas de los
capítulos 6 al 11, revelan el plan de Dios para la Historia, que incluye el hecho de infligir su
ira a gran escala (repudio judicial y sentencia) sobre la arrogante autosuficiencia e impiedad
de la raza humana. Los cristianos serán sorprendidos en mitad de tales juicios, igual que Israel
fue sorprendida en mitad del saqueo babilonio de Jerusalén. Pestes, epidemias, hambre y
problemas colectivos de salud a gran escala se encuentran entre las formas que adopta la ira
de Dios. Es parte del coste de seguir a Jesús que tomemos nuestra porción de estos males. Él
quiere que conozcamos esto para que no nos sirvan de tropezadero. Richard Baxter de Kidder
minster fue durante la mitad de su vida tuberculoso y un auténtico museo andante de otras
enfermedades: continua dispepsia, piedras de riñón, jaquecas, dolores de muelas, hinchazón
de partes de su cuerpo, de las cuales también sangraba, y todo esto antes de la época de los
calmantes. Sin embargo, siguió siendo ecuánime, enérgico, humilde y extravertido hasta el
final. La lección es que la piedad y el dolor pueden ir de la mano, y de hecho lo hacen, y el
comportamiento de Job hasta este punto así lo demuestra.
5. El sufrimiento de Job ya le ha movido a orar
Quizá sea, utilizando la expresión de C.S. Lewis, un “grito”, pero es una oración. En su
angustia, Job eleva a Dios su voz. Hace lo que no hace un humanista: trae sus inmensos
dolores y aflicciones ante Dios. La respuesta del cristiano al dolor es entregar a Dios el
sufrimiento y pedirle que haga con él lo que Él en su sabiduría pueda hacer. Por la gracia de
Dios, puede que aun lleguemos a soportarlo, no solamente de forma valiente y estoica, sino
también con esperanza. Pues “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la
gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Si nuestro sufrimiento
es tan grande, ¿cómo será nuestra gloria? Nuestras tribulaciones presentes están produciendo
en nosotros el comienzo de esa bendita gloria que un día conoceremos en toda su plenitud
(cf. 2 Corintios 4:17).
Verdades como esta nos ayudan a seguir adelante.
4
“¡Todo va a salir bien!”
Léase Job 4–5
Los capítulos 4–27 comprenden tres rondas de discursos: un discurso, por orden, de Elifaz,
Bildad y Zofar, seguido cada uno de ellos por una respuesta de Job. La primera ronda de
discursos nos lleva hasta el final del capítulo 14:
1. Primer discurso de Elifaz (4–5), seguido por la respuesta de Job (6–7).
2. Primer discurso de Bildad 8, seguido por la respuesta de Job (9–10).
3. Primer discurso de Zofar 11, seguido por la respuesta de Job (12–14).
5
“Señor, quiero morir”
Léase Job 6–7
EL ENOJO DE JOB
Job siente que el mundo se ha puesto en su contra: sus amigos se han puesto en su contra y
Dios se ha puesto en su contra. Ya no puede aguantar más; su vida se le va escapando
fútilmente. Sus palabras se vuelven violentas.
En cierto modo, no tiene mucho sentido analizar las palabras de un hombre enojado con
mucho detalle. Job mismo se lamentará al final de algunos de sus arrebatos. La ira es un
instinto básico y, como tal, en circunstancias apropiadas, es una necesaria válvula de escape
para la tensión. Pablo invita a los efesios a airarse, pero al mismo tiempo a tener cuidado de
no pecar (Efesios 4:26). “Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días”
(Salmo 7:11). La ira de Dios es una expresión de su enojo, y el Calvario es su más solemne
expresión. Fue la justa ira de Dios sobre el pecado lo que hizo que Cristo clamara: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué […]?” Y por encima de todo, la Palabra de Dios revela que el Señor Jesús
estaba enojado. Al echar a los cambistas del Templo, se nos dice que el “celo” (ira justa) “le
consumía” (Juan 2:17). Y Marcos nos informa explícitamente de que miró a los fariseos “con
enojo” (Marcos 3:5).
Pero la ira es difícil de controlar. No debemos tener mal genio. Santiago nos da un sano
consejo: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable,
benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago
3:17). La ira debe mantenerse bajo control. La psiquiatría moderna promueve la libre
expresión de la ira verbal y física como forma de terapia. La Escritura, sin embargo, está
llena de advertencias sobre el efecto de semejante proceder. Diez dichos proverbiales lo
demuestran:
El necio da rienda suelta a toda su ira,
mas el sabio al fin la sosiega
(Proverbios 29:11).
Como ciudad derribada y sin muro
es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda
(Proverbios 25:28).
La cordura del hombre detiene su furor,
y su honra es pasar por alto la ofensa
(Proverbios 19:11).
¿Has visto hombre ligero en sus palabras?
Más esperanza hay del necio que de él
(Proverbios 29:20).
El hombre iracundo levanta contiendas,
y el furioso muchas veces peca
(Proverbios 29:22).
El que fácilmente se enoja hará locuras;
y el hombre perverso será aborrecido
(Proverbios 14:17).
El que tarda en airarse es grande de entendimiento;
mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad
(Proverbios 14:29).
El hombre iracundo promueve contiendas;
mas el que tarda en airarse apacigua la rencilla
(Proverbios 15:18).
El de grande ira llevará la pena;
y si usa de violencias, añadirá nuevos males
(Proverbios 19:19).
No te entremetas con el iracundo,
ni te acompañes con el hombre de enojos,
no sea que aprendas sus maneras,
y tomes lazo para tu alma
(Proverbios 22:24–25).
“LA MUERTE DE TUS HIJOS INDICA QUE DEBES DE SER CULPABLE” (8:1–7)
Bildad es aún menos cortés que Elifaz (quien por lo menos comenzó con unas amables
palabras sobre la integridad de Job, aun cuando tuvieran un tono sarcástico). Job es un
“charlatán”: “Las palabras de tu boca [son] como viento impetuoso” (8:2). Los tres amigos
de Job presuponen su culpa, no obstante hay sutiles diferencias entre ellos. Mientras que
Elifaz exaltó la santidad de Dios (cf. 4:7–9), Bildad presta especial atención a la justicia de
Dios: “¿Torcerá Dios el derecho, o pervertirá el Todopoderoso la justicia?”, pregunta (8:3).
Si Job tan solo volviera sus ojos hacia Dios, Él restauraría su “justa condición” (8:6 LBLA).
Para Bildad todo es absolutamente simple y sin complicaciones: se recibe lo que se
merece. Quienes prosperan en este mundo lo hacen porque son justos. Quienes sufren lo
hacen porque son impíos. No parece que haya ninguna excepción a esta sencilla regla. Y aun
un necio puede advertir que es incorrecta, pues hay personas excepcionalmente impías a las
que les va muy bien en la vida. Esto era algo, como habrá que señalar muchas veces a lo
largo de este libro, que preocupaba inmensamente al salmista: “Tuve envidia de los
arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos” (Salmo 73:3).
LA JUSTICIA DE DIOS
Job, en su indignación, había dicho que su sufrimiento era injusto. Al dirigir la atención a la
justicia de Dios, Bildad ha empeorado la situación de Job, pues este no ve que haya cometido
ningún pecado proporcional al juicio que le ha sobrevenido. Comparándola con lo que ve en
otros, que son abiertamente mucho más pecadores que él, la justicia de Dios parece
flagrantemente injusta. Bildad no puede aceptar esto. Sin ninguna de las sutilezas del discurso
inicial de Elifaz, Bildad interviene para acusar a Job de no ser más que un charlatán. ¡Cuanto
antes cierre Job su boca y empiece a aceptar lo que le están diciendo sus amigos, mejor!
La tesis principal de Bildad es que Dios nunca pervierte (tuerce, deforma, tergiversa) lo
que es justo (8:3). La palabra que utiliza también puede significar “falsear una balanza”
(Amós 8:5), o torcer un camino (Eclesiastés 1:15; 7:13). Lo que Bildad quiere decir es que
Dios no permite que nadie sufra si no lo merece. Elifaz y Bildad trabajan con una teología de
“justicia de caja registradora”. El sufrimiento, sin excepción alguna, le llega a quienes son
culpables de transgresión. No existe otra explicación para el dolor que hay en nuestras vidas.
Algunos aspectos de lo que Bildad dice son absolutamente ciertos.
En primer lugar, quienes guardaban el pacto podían esperar recibir bendición:
“Guardaréis, pues, las palabras de este pacto, y las pondréis por obra, para que prosperéis en
todo lo que hiciereis” (Deuteronomio 29:9; cf. Éxodo 23:22). Esta bendición no dependía,
por supuesto, de una perfecta obediencia. Cuando Israel pecara, Dios había establecido unos
sacrificios que debían ofrecerse (incluyendo un corazón contrito y humillado) como norma
de obediencia. Pero es innegable que había bendiciones para aquellos que seguían el camino
de Dios, y esas bendiciones tomaban diversas formas: saber que uno pertenecía al pueblo
escogido de Dios (Deuteronomio 28:1, 9–10); no habría guerras con las naciones vecinas
(Deuteronomio 28:7); y prosperidad económica (Deuteronomio 28:3–6, 8, 11–12).
Una tosca interpretación de estos pasajes podría hacernos creer que las personas piadosas
del Antiguo Testamento conocieron tiempos de extraordinaria prosperidad material. Pero,
evidentemente, no es así. Tal suposición estaría muy alejada de lo que en realidad sucedió.
Abraham, por ejemplo, se destaca como un hombre eminentemente justo. Sin embargo, no
poseía ni un centímetro cuadrado de la tierra de Israel. Cuando tuvo que enterrar a su mujer,
Sara, se vio obligado a comprar un terreno en el que poder hacerlo. Y en cuanto a Israel, no
fue nunca la nación más próspera de la Tierra. Su historia incluye esclavitud en Egipto,
cuarenta años en el desierto, muchas generaciones de problemas con los filisteos, sufrir las
conquistas de Asiria y Babilonia, y la subyugación de Grecia y de Roma. Está claro que las
bendiciones de que hablaba el pacto eran de una dimensión más elevada que la de las riquezas
y la salud. De hecho, los piadosos pueden alcanzar las más altas cotas de bendición del pacto
(unión y comunión con Dios), y al mismo tiempo conocer gran dolor y turbación en el
“hombre exterior”. Si Job le pidiera a Dios una recompensa que le hubiera de servir como
incentivo para seguir temiéndole, sería, en cualquier caso, acceder a la acusación original de
Satanás: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (1:9). Para Satanás, y según parece, también
para los consoladores de Job, andar junto a Dios por el camino del dolor es algo imposible.
En segundo lugar, cuando los piadosos apelaban a la justicia de Dios, como hacían a
menudo en el Antiguo Testamento, era con vistas a recobrar su seguridad de que Dios no los
abandonaría en sus momentos de necesidad. Encontramos, por ejemplo, que los salmistas
frecuentemente apelan a la justicia de Dios como una fuente de confianza:
Respóndeme cuando clamo,
oh Dios de mi justicia.
Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar;
ten misericordia de mí, y oye mi oración
(Salmo 4:1).
Júzgame conforme a tu justicia, Jehová Dios mío
(Salmo 35:24).
Oh Jehová, oye mi oración,
escucha mis ruegos;
respóndeme por tu verdad,
por tu justicia
(Salmo 143:1).
Pero esto no se limita al Antiguo Testamento. Pablo obtuvo la misma confianza cuando
definió el Evangelio refiriéndose no a la gracia de Dios, sino a su justicia: “No me avergüenzo
del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío
primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por
fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:16–17); “La gracia
[reina] por la justicia” (Romanos 5:21). La confianza de Pablo radicaba en el hecho de que
Dios había provisto la justicia necesaria para la absolución. Y habiéndola recibido por fe,
Pablo tenía la seguridad de poseerla para siempre. Es exactamente la misma idea que
encontramos en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. ¡El Calvario implica necesariamente que
Dios habrá de bendecir a su pueblo! Cristo ha hecho frente a todas las amenazas contenidas
en el pacto y a la ira que merece toda violación de este. Jesús fue hecho maldición por
nosotros. Sufrió el anatema del pacto. La amenaza del pacto (que aquellos que pequen,
morirán) fue erradicada en Él.
¡La justicia de Dios es una fuente de bendición! Pero Bildad aplicó la regla torpemente y
desde un punto de vista muy materialista.
LA APELACIÓN A LA TRADICIÓN
En una época que idolatra las últimas modas, apelar a la tradición no es malo. Decir: “Pero
es que siempre ha sido así” puede ser muchas veces un medio para incorporar cordura a lo
que de otro modo sería una jungla de ideas confusas y sin dirección. Bildad comenta la
desesperación de Job en cuanto a la brevedad de su vida diciendo: “Nosotros somos de ayer,
y nada sabemos” (8:9). Es una invocación al pasado, a la antigua tradición de otra época.
Hay algo intrínsecamente fastidioso y arrogante en la costumbre que algunas personas
mayores tienen de quitar importancia a la experiencia de los más jóvenes, con comentarios
fulminantes como: “No sabes nada, hijo”. Bildad es como el hombre del mundo, el hombre
que ha experimentado algo de la vida, a quien se le ha entregado la sabiduría de la Historia,
y que rechaza todo lo que los jóvenes tienen que decir. La fe de Bildad tiene algo de artificial.
Es una fe teórica y “prestada”.
El argumento de Bildad sobre la tradición sigue tres razonamientos.
1. El junco
Refutando las alegaciones de inocencia de Job (7:20), Bildad defiende su argumento con una
“parábola del junco”. Un junco puede crecer muy rápidamente sin agua. Parece verde y
fresco, pero se marchita pronto y muere, al calor del Sol. Bildad está señalando a Job con el
dedo y diciendo, como en la parábola de Jesús sobre el sembrador, que sus palabras han caído
en pedregales (8:13). Quizá Job empezara bien, pero no ha logrado terminar la carrera. Job
no puede estar seguro de su propia salvación, y el modo en que ha reaccionado a su
sufrimiento ha demostrado su hipocresía.
2. La tela de araña
En otra parábola, Bildad compara las alegaciones de Job con una tela de araña. Las telas de
araña están diseñadas para sujetar a criaturas muy pequeñas, ¡no a seres humanos de casi dos
metros! La fragilidad de una tela de araña prueba que sería una necedad apoyar nuestro peso
en ella. La confianza que Job ha puesto en su inocencia es igual de frágil. No es posible que
sea tan inocente como él afirma, y Bildad se ha dado cuenta, en su sabiduría, de que en cuanto
Job se ha apoyado en su inocencia, esta se ha roto.
3. La calabaza
El tercer razonamiento de Bildad se basa en una parábola sobre la calabaza, “verde delante
del sol” (8:16). Cualquiera que haya intentado deshacerse de un árbol plantado demasiado
cerca de su casa, simplemente cortándolo a la altura del suelo, sabrá que tienen la frustrante
costumbre de echar ramas que crecen en su superficie una y otra vez. Sus raíces siguen vivas
en la tierra, bajo el nivel del suelo. Esta calabaza (o vid) no deja raíces una vez muerta.
Ningún brote delatador aparecerá para recordarnos que un día existió. Bildad hace ahora su
ataque más cruel. Job había hecho el quejumbroso comentario, al final del capítulo 7, de que
Dios lo echaría de menos cuando él no estuviera. ¡Era su último intento de darle lástima al
Todopoderoso, para que le tratara mejor! Bildad sugiere cruelmente que después de muerto,
nadie recordaría que Job existió, ¡ni siquiera Dios! Cualquier cosa en que Job tuviera fe es
atacada sistemáticamente.
Ha hablado el tradicionalista. La forma fría, analítica e insensible en que Bildad aplica la
justicia de Dios no ha dejado espacio a la posibilidad de que Job sea inocente y al mismo
tiempo sufra. La justicia de Dios implica necesariamente que es culpable. Que Job pudiera
estar sufriendo por otros, no para ayudarse a sí mismo sino a otros que se encuentren en
problemas, es un concepto que no se halla incluido en el sistema teológico de Bildad. Así
pues, la doctrina de la Cruz sería anatema para Bildad. Que un hombre justo sufriera en lugar
de otros sería, para Bildad, declarar a Dios injusto. La teología de Bildad, aunque correcta en
sus premisas, termina negando la posibilidad de la salvación.
Como consejero, los métodos de Bildad son crueles en grado sumo. Para él, Job no es
más que un fariseo, un sepulcro blanqueado, un hipócrita. Ese es el golpe más duro.
7
Un lugar donde gritar
Léase Job 9–10
Así que, ¿qué puede hacer el pobre Job? Hay varias opciones a considerar. En primer lugar,
podría intentar un poco de autohipnosis. Se podría decir a sí mismo que sus heridas no
escuecen, que el dolor que siente muy dentro de sí no es más que una ilusión. “Si yo dijere:
Olvidaré mi queja, dejaré mi triste semblante, y me esforzaré” (9:27). O como dicen Rogers
y Hammerstein: “Siempre que tengo miedo, mantengo la cabeza alta y silbo una cancioncilla,
para que nadie se dé cuenta de que tengo miedo”. Esta idea es tan sensata como una sonrisa
tonta en el rostro de cristianos dolientes, forzados a fingir un comportamiento totalmente
contrario a sus personalidades. Hay ocasiones en que sencillamente no es momento para
sonrisas, y esta era una de ellas.
A Job se le ocurre una segunda idea: podría llevar a cabo un ritual que declarara su
inocencia. Habla de lavarse las manos (9:30): un popular medio de purificación ritual y una
declaración simbólica de inocencia (Deuteronomio 21:6; Salmo 26:6; 73:13). Fue el acto
supremo de Pilato en el juicio de Jesucristo (Mateo 27:24). ¿Y qué haría Dios con Job, una
vez limpio y refrescado tras su baño aromático? ¡Echarlo a un pozo ciego lleno de
inmundicia, para que sus propias ropas rehuyeran el hedor de su piel! (9:31).
La única opción que le queda a Job es el tribunal. ¿Pero cómo podrá hablarle a Dios? La
solución sería tener un mediador: “No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre
nosotros dos” (9:33). Job se siente, en todas las formas imaginables, muy lejos de Dios. La
majestad de Dios se ha alzado sobre él, haciéndole sentirse pequeño e insignificante. La
justicia de Dios ha añadido aún más dificultad a la posibilidad de organizar una reunión entre
ambos. ¡Ojalá hubiera algún modo de establecer el contacto! Con Dios no se puede disputar,
como harían dos abogados de más o menos igual categoría en una sala de justicia. La única
forma en que esto podría hacerse posible sería con la provisión de un mediador.
Esa es la solución al problema de Job, si tan siquiera pudiera entenderlo. Pero el dolor es
demasiado grande, como lo es la amargura que siente por dentro. Lo único que Job puede
hacer es emprender la retirada una vez más, a su desesperación y a nuevos pensamientos
irracionales.
8
“¡Arrepiéntete!”
Léase Job 11
EN PARTE, CORRECTO
Esa opinión es, en parte, correcta. Por tomar un ejemplo negativo de retribución, solo un
momento, alguien que practique la fornicación y se contagie del virus del SIDA habrá segado
lo que sembró. No se puede decir que haya sido meramente víctima de una casualidad. Su
mala conducta ha sido la causa de su desgracia. Ha sufrido una retribución inmediata. El
hombre de negocios que efectúa una transacción un poco turbia, pero esa vez un poco más
de lo habitual, y como resultado su negocio quiebra, es igualmente el receptor de una
retribución inmediata.
¡Esto es lo que la Biblia nos enseña que debemos esperar! El autor de los libros de
Crónicas, al escribir de nuevo hechos de los libros de Samuel y Reyes, tiene precisamente
ese mismo objetivo: traer a un primer plano la doctrina de que quienes desobedecen a Dios
pueden esperar ser castigados inmediatamente. Un ejemplo bastará para demostrar esto. La
historia del rey Uzías aparece en 2 Reyes 15 (donde se le llama Azarías) en unos pocos y
breves versículos, siete en total. La narración se conforma con decirnos que fue un buen rey
y que murió de lepra. La misma historia en 2 Crónicas, sin embargo, ocupa mucho más
espacio, veintitrés versículos (2 Crónicas 26), para contarnos la vida de este desventurado
rey, y precisa que la razón por que murió de lepra fue que se volvió orgulloso y usurpó el
papel de los sacerdotes en las tareas de administración del Templo, lo cual tuvo como
consecuencia que le brotara lepra en la frente, que finalmente produjo su muerte. ¡Fue un
caso de retribución inmediata!
¿Por qué hace esto el libro de Crónicas? La respuesta se encuentra en el hecho de que el
autor (¿Esdras?) escribe a gente bajo el exilio persa del siglo V a.C. Como sus antepasados
en los dos siglos anteriores, estaban sirviendo a otros dioses, y el autor del libro de Crónicas
quiere enseñarles una lección de historia: que Dios muchas veces impone un juicio sumarial
a aquellos que viven contrariamente a sus leyes. Si no se vuelven de su idolatría muy pronto,
solo les cabe esperar un destino parecido al de Uzías. Por eso el versículo más famoso de los
libros de Crónicas es uno que recalca este mismo asunto: “Si se humillare mi pueblo, sobre
el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos
caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2
Crónicas 7:14).
Este concepto no pertenece solamente al Antiguo Testamento. El mismo punto de vista
es precisamente lo que explica por qué algunos en Corinto estaban enfermos, y otros habían
muerto: habían mostrado poco respeto a la Cena del Señor (1 Corintios 11:30). Es también
el motivo por el que Ananías y Safira experimentaron una ejecución sumarial a manos del
Señor: habían mentido (Hechos 5:1–11).
Existe también un aspecto positivo en la retribución. Bajo el antiguo pacto, era correcto
esperar bendiciones de tipo material inmediatamente (cf. Deuteronomio 28:1–14). Y en el
Nuevo Testamento se nos dice que toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de Dios
(cf. Santiago 1:17). ¡No debemos ser cristianos quejumbrosos! Al criticar a aquellos que van
por ahí vendiendo el “evangelio de la prosperidad”, no debemos pecar negando que Dios nos
ha dado mucho más de lo que jamás podríamos merecer. No podemos negar que Dios nos da
días buenos: buena salud, un buen esposo o esposa, la bendición de los hijos, días de ocio y
de diversión. Cometemos una grave injusticia con Dios cuando no reconocemos las cosas
buenas que nos da. Contar nuestras bendiciones es la manera de glorificar a Dios. ¡Esto no
es simplemente un cliché evangélico, sino una profunda y sorprendente verdad! Dios es
mejor para con nosotros de lo que merecemos, y mucho mejor de lo que reconocemos.
Zofar —todo ha de decirse— ha puntualizado una verdad que muy a menudo se pasa por
alto y que la Iglesia moderna necesita escuchar: que, a veces, Dios otorga sus bendiciones y
sus maldiciones más temprano que tarde.
EN PARTE, ERRÓNEO
Zofar se equivoca en su forma de manejar esta verdad por al menos tres razones.
En primer lugar, Dios no ejecuta siempre sus juicios inmediatamente. El autor de los
libros de Crónicas, por ejemplo, señala que hay excepciones a la regla del castigo instantáneo:
Josías fue un buen rey que murió en circunstancias trágicas (2 Crónicas 34–35), y Manasés
fue un mal rey que vivió muchos años (2 Crónicas 33:1–20). Hay ocasiones en que Dios
parece retrasarse en llevar a cabo su juicio. Ese es el núcleo de la respuesta de Job en 12:6:
“Las tiendas de los ladrones prosperan, y quienes provocan a Dios están seguros; lo que la
mano de Dios ha provisto que suceda”. Esto es también lo que el salmista observa en el Salmo
73. Los pecados de algunos hombres van delante de ellos, mientras que los de otros les
siguen.
En segundo lugar, Zofar se equivoca al decir que el tipo de bendición (o juicio) que las
personas pueden esperar es siempre material. Su argumento era que la enfermedad era una
señal de la desaprobación de Dios, una prueba de que había tenido lugar un pecado concreto.
La buena salud es, por consecuencia, el resultado de una vida de obediencia. Esto es
evidentemente falso. Me acuerdo, según escribo estas líneas, de una mujer muy piadosa a la
que parece ser que solo le quedan semanas de vida, pues está enferma de cáncer, a quien un
clérigo que apenas la conoce le ha dicho que si tan solo tuviera fe, se pondría bien de nuevo.
Según esa teoría, su incredulidad (el pecado que produce el avance de la enfermedad) es la
causa primordial de su problema. Esto es más que simple ingenuidad teológica: es una
sugerencia cruel. “Que a uno le digan que la curación que anhela no ha sucedido por culpa
de algún defecto en su fe, cuando uno se ha esforzado y afanado, de todas las maneras que
sabe, en acercarse a Dios y en creer que recibirá bendición, es ser arrojado a la angustia, a la
desesperación y a una sensación de haber sido abandonado por Dios. Este es uno de los
sentimientos más amargos que se pueden encontrar a este lado del Infierno, sobre todo
cuando, como le ocurre a la mayoría de los inválidos, el nivel de sensibilidad anda muy alto,
y el del ánimo, bajo”.11
Es cierto que hay un elemento de expectativa, en el antiguo pacto, de bendición material,
de este mundo, para Israel, pero también hay sombras de la Cruz que llegan muy profundo
en el Antiguo Testamento. Isaías, por ejemplo, había advertido a Israel de que los siervos de
Dios pueden esperar pruebas, y sufrir, no porque hayan pecado, sino como parte del
llamamiento de Dios a servirle fielmente en su Reino. Muchos de los profetas, como por
ejemplo Jeremías y Elías, conocieron días de dolor en su fiel servicio a Dios.
El Nuevo Testamento nos da una explicación más completa. Jesús, preparando a sus
discípulos para servirle en sus vidas, les advirtió sobre dos cosas que debían esperar: negarse
a sí mismo y cargar su cruz. Pablo escribió a los corintios en ese mismo sentido, cuando,
como Job, sintió que estaba a punto de morir bajo la presión, y les dijo que sentía la “sentencia
de muerte” sobre sí. La palabra griega traducida “sentencia” significa “respuesta”, lo que
implica que la contestación de Dios a su oración para ser librado de los abrumadores efectos
de sus pruebas había sido “no” (2 Corintios 1:8–9). Había razones para los sufrimientos de
Pablo que no tenían que ver con el hecho de que Pablo hubiera pecado en algo. Una de ellas
podría ser despertar las oraciones de otros, cuando vieran a Pablo sufrir (pocas cosas
producen más oraciones que el sufrimiento de un amigo). Por otro lado, la negativa de Dios
a intervenir de forma inmediata ayudó a demostrar muy gráficamente su poder soberano.
También, cuando Pablo fuese finalmente librado de su carga, se darían gracias por su
liberación únicamente a Dios (2 Corintios 1:11). Puede decirse, por consiguiente, que el
sufrimiento es una de las “señales” de la Iglesia.
Esperar que Dios vaya a actuar siempre inmediatamente, ya sea con juicio o con
bendición, es tener lo que podríamos denominar una “escatología de cumplimiento
adelantado” (un término muy complicado, ya lo sé, pero ayuda a describir esa actitud de
esperar ahora los juicios y bendiciones que se nos han prometido para tiempos venideros).
Pablo parecía estar enfrentándose a este mismo problema cuando corrige en su última carta
(2 Timoteo) a aquellos que defendían que la resurrección ya había pasado (2 Timoteo 2:18)
y que, por tanto, se podía experimentar ya una plena libertad de sufrimiento y prosperidad
material. Pablo exhorta a Timoteo, quien quizá hubiera sido tentado a abandonar su
llamamiento a servir al Señor, a no ceder a la complacencia de la carne ni a las tentaciones
del mundo. También menciona, a modo de advertencia, a Demas, alguien que según parece
hizo precisamente eso. “Cumple tu ministerio”, le dice Pablo a Timoteo, queriendo decir:
“No dejes tu llamamiento a la predicación por la atracción de las cosas de este mundo” (cf.
2 Timoteo 4:5).
En tercer lugar, esta idea también supone una idea errónea del discipulado cristiano, pues
sugiere que seguir a Cristo no implica sufrimiento necesariamente. Esto es obviamente falso.
La imagen de Cristo se cumple en nosotros por medio del sufrimiento. Pablo llega aun a
decir: “Cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la
iglesia” (Colosenses 1:24). Merece la pena analizar las palabras de Pablo cuidadosamente,
pues nos ayudan a entender por qué Dios permite que sus hijos sufran por razones que no
están directamente relacionadas con el pecado personal de cada uno. Pablo no está diciendo
que le falte algo a la expiación de Cristo. ¡Claro que no! Lo que nos dice es que Cristo
continúa sufriendo, en su pueblo y por medio de su pueblo. Cuando alguien como Job sufre,
Cristo sufre al mismo tiempo con él. Y es parte de nuestra vocación cristiana aceptar este
yugo paciente y mansamente. Job lo hará, pero no por el momento.
9
“Aunque él me matare, en él esperaré”
Léase Job 12–14
LA ACUSACIÓN DE ELIFAZ
Elifaz acusa a Job de tres errores fundamentales.
1. Job carece de reverencia
Elifaz cree que Job “[rechaza] el temor [de Dios]”, es decir, que sus palabras son
intrínsecamente irreverentes (15:4). Tal vez Elifaz esté pensando en la audacia de Job al
querer entablar un pleito con Dios (13:3, 19–24). ¿Se refiere a esto cuando dice: “Contra
Dios [vuelves] tu espíritu”? (15:13). Puede ser, pero es posible también que Elifaz esté más
preocupado por sí mismo que por Dios; no tanto porque Job haya sido irreverente hacia Dios,
como porque lo haya sido hacia él, “el Gran Sabio”. Quizá Elifaz esté sencillamente lleno de
su propia importancia: tiene más años, más madurez y, por consiguiente, más sabiduría que
Job. Representa a la escuela de la sabiduría. Cuando Job dijo antes que sabía tanto como él,
Elifaz lo tomó como un insulto (12:3). En aquellos que están llenos de sí mismos no hay
espacio para Dios, ni para los demás.
2. Job carece de modestia
En un discurso anterior, Job había dejado ver un poco de temor en su intención de presentar
su argumento ante Dios; no porque su argumento no tuviera una buena base, sino porque lo
estropearía al presentarlo (9:20). Eso es precisamente lo que Job ha hecho, según Elifaz. El
lenguaje de Job ha sido exagerado, y carente de dignidad y decencia. No es la forma en que
debería comportarse un hombre piadoso. Su propia boca le ha condenado (15:6). Pero alguien
que utiliza una expresión tan burda como la de Elifaz acerca del “viento solano” no es la
persona más apropiada para dar clases sobre dignidad, y en especial a alguien que está
sufriendo tanto. Para Elifaz, Job demuestra con tan obvia falta de paciencia que es culpable
de una grave negligencia moral. Es al mismo tiempo un pecado contra su propia conciencia
(15:6) y contra Dios (15:13).
3. Job carece de sabiduría
Elifaz, que se cree “el sapientísimo”, se queda desconcertado por la confianza con la que Job
cuestiona el conocimiento recibido por estos sabios, “cabezas canas y hombres muy
ancianos” (15:10). Job ha afirmado que sabe tanto, si no más, como estos sabios (12:2–6),
sosteniendo en concreto que la doctrina de la retribución inmediata es, como mucho, una
verdad a medias (12:6). Los consejeros de Job solo tienen una canción en su repertorio, ¡y la
han cantado hasta la saciedad!
Tras descargar sus insultos, Elifaz regresa ahora a su tema de que los justos prosperan y
los impíos sufren. Job no puede ser inocente, pues aun lo más perfecto está corrupto ante los
ojos de Dios:
¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio,
y para que se justifique el nacido de mujer?
He aquí, en sus santos no confía,
y ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos;
¿cuánto menos el hombre abominable y vil,
que bebe la iniquidad como agua?
(15:14–16).
Pasa entonces a repetir gran parte de lo que ya había dicho antes, en el capítulo 4. Elifaz
cree en la depravación total, y emplea su posición teológica para martillear a Job procurando
su derrota. La inevitable paga del pecado es dolor, tribulación, angustia, desolación, ruina,
soledad y futilidad (15:20–31).
11
“Consoladores molestos sois vosotros”
Léase Job 16–17
UN VALEDOR (16:1–22)
Volviendo a Job, vemos que hay más cosas en su respuesta al discurso de Elifaz que anuncian
al Cristo que ha de venir. Tras su súplica por un mediador (9:33), ahora pide un “testigo […]
en las alturas” que haga valer sus palabras ante Dios (16:19).
La respuesta de Job no añade mucho que sea nuevo. Discute con sus consoladores,
llamándolos “molestos” (16:2). Parece ser que lo suyo es más que simple ineptitud, pues el
significado de esa palabra es “personas que respiran infortunio”. ¡Son consejeros de tortura,
no de consuelo! En vez de curar, aumentan el dolor de Job. En vez de compartir su dolor, se
han sentado a enjuiciarlo desde la ventajosa posición de quienes guardan una cierta distancia
emocional y empática. Su actitud no concuerda con la de quienes se dignan ser consejeros,
que deberían, como dice Job, ofrecer “[aliento]” y “consolación” (16:5).
Job ya ha escuchado la teología de Elifaz sobre “el destino de los impíos” muchas veces
(16:2). Había sido un sermón largo, y Job responde con insultos sobre su naturaleza vana
(“palabras vacías”, 16:3; cf. 15:2), y moviendo su cabeza en señal de desaprobación (16:4).
12
Las calamidades de los impíos
Léase Job 18
13
Rechazado
Léase Job 19
Este mismo pensamiento le dio fuerzas a Pablo cuando, encarcelado en Roma, le escribió
a la iglesia en Filipos: “Bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (Filipenses
4:14). Job no tenía a nadie que pudiese participar con él en su desgracia. Era un hombre
desolado.
RESURRECCIÓN (19:23–29)
Igualmente inesperado es que Job, después de detallar su desolación, haga un inciso que
constituye la afirmación de su fe más conocida de todo el libro. De hecho, en ese momento
Job está tan convencido de la realidad de su futura justificación que pronuncia una solemne
advertencia contra sus amigos (19:28–29). Debemos situarla claramente en su contexto.
El anhelo de Job es que su alegato de inocencia quede escrito para la posteridad: está
convencido de que va a morir. Si se escribiera en un libro (19:23), o mejor aún, en piedra
(19:24), “quizá ello le consiguiera una audiencia, y probablemente un veredicto menos duro,
de las generaciones futuras. Con la inclusión de la historia de Job en las Escrituras, ese deseo
se ha cumplido más de lo que Job podía imaginar”. Dios respondió al menos a esta oración.
Creemos que surgió del punto más bajo de la vida espiritual de Job. “De lo profundo, oh
Jehová, a ti clamo”, dijo el salmista, y Job podría identificarse con ese sentimiento. ¡Dios oye
esos clamores de desesperación!
La esperanza de una futura justificación es una cosa, pero el juicio justo de las
generaciones venideras puede que suceda o puede que no. Es hora de que Job analice su
posición actual.
Hasta ahora nos ha contado lo que “sabe”. “Sabe”, por ejemplo, que Dios es su enemigo
(6:4; 10:8–14; 13:24; 16:7–14; 19:7–12); que pronto morirá (7:21; 16:22), “asesinado” por
Dios (12:15; 16:18); que no tiene ninguna posibilidad de obtener la justificación de Dios
(9:2–3, 20, 28–33; 19:7); y, sobre todo, que es inocente (13:16; 16:19–21). Pero ha llegado
el momento de aclarar algo más que también “sabe”, algo que ha estado luchando por inferir
de su tormento desde el principio: que hay un Vindicador celestial, divino, que llevará su
caso ante Dios. Job ya había intentado dos veces expresar ese pensamiento con palabras
(9:33; 16:18–22). Aquí alcanza su clímax, pues ahora no solamente sabe que su Vindicador
existe, sino que cree que será el ganador.
Yo sé que mi Redentor vive,
y al fin se levantará sobre el polvo;
y después de deshecha esta mi piel,
en mi carne he de ver a Dios;
al cual veré por mí mismo,
y mis ojos lo verán, y no otro,
aunque mi corazón desfallece dentro de mí
(19:25–27).
¿Qué es, exactamente, lo que sabe Job?
1. “Mi Redentor vive”
Un redentor (go’el) era el pariente más cercano de una persona (hermano, tío, primo o algún
otro pariente) a quien le correspondía la obligación de comprar una propiedad que había
pertenecido a la familia para así conservarla como parte de la heredad familiar (Levítico
25:25–34; Jeremías 32:6–8); o pagar la cantidad de dinero necesaria para sacar a un pariente
de la esclavitud (Levítico 25:35–54); o casarse con una viuda y darle un heredero al marido
muerto (Rut 3:12; 4:1–12); o aun vengar la muerte de un familiar asesinado (Números 35:12,
19–27; Deuteronomio 19:6, 11–12; Josué 20:2–5, 9). Cada israelita tenía que pagar un
“rescate por su vida” cuando se hacía el censo nacional; los primogénitos (que, desde la
Pascua, pertenecían a Dios), y especialmente los que excedían el número de levitas que los
sustituían, debían ser redimidos; el dueño de un toro de notoria peligrosidad, si este mataba
a un hombre, debía morir también a menos que redimiera su vida mediante el pago de la
suma adecuada; y un israelita que al arruinarse se viera obligado a venderse a sí mismo como
esclavo, podía más tarde redimirse a sí mismo o ser redimido por un pariente (Éxodo 21:28–
32; 30:12–16; 13:13; 34:20; Levítico 25:47–55; Números 3:40–51).
Lo que esto representaba era el pago que alguien debía hacer para liberar una propiedad
de una hipoteca, o a un animal de la muerte, a personas de la esclavitud o la muerte, o al
difunto de la deshonra, para conservarlos (o conservar su memoria [nombre]) en la familia.
Job está seguro de que existe un redentor semejante que defenderá su causa y actuará como
un miembro de su familia que debe proteger su honor e integridad. Job considera su vida
perdida; Dios parece haberle acechado hasta el borde de la muerte. Si muere, que es lo que
él espera, era la función del redentor vengar el derramamiento de sangre inocente. Aun si
todos los demás le repudian (sus “amigos” ciertamente lo habían hecho), Job está seguro de
que su Pariente divino hablará a su favor y presentará una apelación que ganará una audiencia
con Dios. La existencia de dicho Redentor divino formaba parte de la creencia del Antiguo
Testamento. Isaías, por nombrar un caso, se refiere a Dios como “Rey de Israel, y su
Redentor” (Isaías 44:6).
2. “Al fin se levantará sobre el polvo”
La nota al pie de página en la New International Version sugiere otra posible traducción: “Al
fin se levantará sobre mi tumba”. Aunque Job no pueda obtener justicia en este mundo;
aunque su caso permanezca dejado a un lado por los tribunales humanos; aunque, después de
todo, no pueda ni siquiera conseguir una audiencia con Dios en este tiempo presente, vendrá
un día en que Dios se levantará sobre la Tierra, se levantará a hacer un juicio, y justificará a
Job. Lo que impulsa a Job a seguir adelante es su creencia en la justicia. El juicio de Dios
supondrá su gloria. Será su absolución. En esto se refugia Job.
3. “En mi carne he de ver a Dios”
Aquí surge un problema: ¿cómo puede Job “ver” si está muerto y en su tumba, y sus ojos
destruidos? Esto ha hecho pensar a algunos que Job está expresando un deseo de poder ver a
Dios ahora, mientras sigue con vida (“en su carne”). Así lo entienden algunos intérpretes
evangélicos, como ya lo hicieran algunos de los más eminentes padres del cristianismo. Otros
intérpretes están convencidos igualmente de que lo que Job está afirmando aquí es su creencia
en cuanto a lo que le espera tras la muerte. Job está convencido de que está a punto de morir
(17:1). ¡Toda su esperanza terrenal se ha esfumado! “A su parecer, se está hundiendo en la
tumba, rodeado de todo tipo de pruebas de la implacable hostilidad de Dios; cualquier
posibilidad de recibir de nuevo el favor de Dios en esta vida ha sido, a su entender,
completamente eliminada; y sin embargo, es muy firme su convicción interior de la realidad
de la amistad y la gracia redentora de Dios para con él, atraviesa las fronteras del tiempo,
cruza los límites de lo visible y lo tangible y comprende que las muestras del amor divino,
que aquí se le niegan, se le concederán allí”.
Según esa primera interpretación (que Job esté haciendo una afirmación sobre esta vida)
el versículo siguiente será un deseo de Job, más que una confesión de su fe: “Al cual veré
por mí mismo” significará: “¡Cuánto me gustaría poder verle!” Y la intensidad del deseo es
tal que su corazón desfallece dentro de él (¡una frase tan difícil de traducir que alguien
propuso interpretarla: “Mis riñones han ido a parar a mi pecho”!).
No hace falta decir que esta interpretación encuentra su cumplimiento en los
acontecimientos del capítulo 42, cuando Dios ciertamente justifica a Job en la Tierra,
devolviéndole su fortuna y honor (42:10, 12), y donde se nos dice que Job “ve” a Dios,
cumpliéndose así su deseo punto por punto (42:5).
En el texto del libro de Job existe apoyo para esta opinión. Ha habido momentos en que
Job ha expresado un pesimismo total en cuanto a la vida después de la muerte:
Como la nube se desvanece y se va,
así el que desciende al Seol no subirá
(7:9).
Antes que vaya para no volver,
a la tierra de tinieblas y de sombra de muerte
(10:21).
Mas el hombre morirá, y será cortado;
perecerá el hombre, ¿y dónde estará él?
Como las aguas se van del mar,
y el río se agota y se seca,
así el hombre yace y no vuelve a levantarse;
hasta que no haya cielo, no despertarán,
ni se levantarán de su sueño
(14:10–12).
¿Dónde, pues, estará ahora mi esperanza?
Y mi esperanza, ¿quién la verá?
A la profundidad del Seol descenderán,
y juntamente descansarán en el polvo
(17:15–16).
Hay quienes creen que tales pasajes son incompatibles con la clara descripción que Job hace
aquí de su creencia en la resurrección del cuerpo. Hay varios factores que deben tenerse en
consideración.
En primer lugar, no es extraño que una persona en el estado mental y físico de Job
manifieste considerables variaciones en su estado de ánimo. Es muy común en personas con
depresión, o que padecen dolores, tener ataques repentinos de desesperación seguidos por
momentos de valor y firmeza en su fe. ¿Habríamos de esperar encontrar en el libro de Job
una uniformidad de razonamiento como la de un debate en un tribunal? ¡Claro que no! Al
leer el libro de Job nos sentimos como si estuviéramos sentados junto a él en su montón de
ceniza, y el hecho de que en un capítulo esté totalmente deprimido y en el siguiente eufórico
es perfectamente natural, en sus circunstancias; en realidad esto hace a Job aún más
“humano” y comprensible, pues todos hemos pasado por momentos parecidos.
En segundo lugar, esas referencias, si bien excluyen la posibilidad de regresar a esta vida
como Job la veía, no niegan una resurrección a una nueva forma de vida. Es totalmente cierto
que si Job muriera no podría esperar regresar a la vida como, por ejemplo, le ocurrió a Lázaro.
El pesimismo en cuanto al poder de retención de la tumba es ciertamente compatible con la
mayor seguridad cristiana sobre una futura resurrección del cuerpo.
En tercer lugar, toda interpretación de este pasaje ha de tener en cuenta la percepción que
muestran declaraciones de Job como las de 14:14 y 16:19. Respecto a esto, un comentarista
ha dicho: “En el núcleo de la fe de Job está la esperanza de la resurrección”. Esta es la opinión
más extendida entre los evangélicos: que Job está hablando de su fe en que será justificado
después de su muerte y en un estado corporal; es decir, que Job está afirmando su creencia
en una futura resurrección del cuerpo. “Algunos, que desean hacer alarde de su inteligencia,
arguyen que esto no debe entenderse como una referencia a la resurrección final, sino al
primer día que Job esperaba que Dios le tratara mejor”, dice Calvino. Luego añade a modo
de comentario: “Eso lo aceptamos, en parte. No obstante, les obligaremos a admitir, tanto si
quieren como si no, que Job no podría haber alcanzado tan elevada esperanza si su aspiración
hubiera permanecido en la Tierra. Debemos, por tanto, reconocer que alzó sus ojos hacia una
inmortalidad futura, pues vio que su Redentor estaría con él aun mientras yaciera en la
tumba”. Job cree que aunque tiene que morir y ser consumido, estará no obstante en la
presencia de Dios con un cuerpo nuevo. Verá a Dios como su pariente, no como el extraño
hostil que ahora es (19:11–12).
La aseveración de Job nos ha recordado (¡y a él mismo!) que esta vida no es la única que
hay. La vida en la Tierra es, en el mejor de los casos, una preparación para una vida más
completa, más plena y más importante, al otro lado de la tumba. Con la percepción que nos
da el Nuevo Testamento sabemos que, para los cristianos, la muerte no es la puerta a la
oscuridad eterna, sino el medio de reunirse con Cristo. En la disolución final del cuerpo, Él
nos lleva a una comunión más plena y más íntima que nunca. Después de todo, el Nuevo
Testamento nos asegura que en Cristo tenemos a uno que “no se avergüenza de [llamarnos]
hermanos” (Hebreos 2:11). ¡Somos sus hermanos! Él es, como quien dice, nuestro Hermano
Mayor. Él también ha pasado esta experiencia del dolor que conduce a la muerte, y se alzó
victorioso al otro lado. Nuestro Pariente-Redentor es uno que ha probado la muerte por
nosotros (Hebreos 2:9). Lo que tenemos aquí en las palabras de Job son los comienzos de lo
que la revelación progresiva revelaría más tarde como las doctrinas de la Venida de Cristo al
final de los tiempos, la resurrección del cuerpo y el Juicio Final.
14
Pecadores en manos de un Dios enojado
Léase Job 20
15
¡Los impíos prosperan y los justos sufren!
Léase Job 21
21:7 5:5; 15:20; 20:15–18 La riqueza de los impíosLa riqueza de los impíos
no les supone ningunaes real y duradera (21:7);
ventaja. provee aun para su d e s
c e n d e n c i a (21:8).
21:17–19 18:5; cf. 5:4; 20:10 A los impíos se los lleva“¡Oh, cuántas veces
el viento como si fueran[…]!”, contesta Job
paja. escépticamente.
Pero sus amigos tienen
una respuesta para esto:
a veces Dios castiga a
sus hijos en vez de a
ellos. Elifaz y Zofar
lo habían
dicho (5:4; 20:10; cf.
21:19). Job encuentra
esta idea
intrínsecamente injusta.
Un hombre debería
sufrir las consecuencias
de su pecado él mismo.
21:19–21 5:4; 18:19; 20:10, 21 Dios castigará a los hijosMuchas veces, los hijos
si no castiga al que hacede los impíos son más
el mal. poderosos que sus
padres (21:8); esta
doctrina es moralmente
inaceptable (21:19–
21).
21:22 4:17; 11:5–9; 15:8–14 Los amigos de Job leLa muerte es la gran
rebaten su derecho aniveladora; tanto los
cuestionar buenos como los malos
continuamente lamueren. Eso no quiere
voluntad de Dios en ladecir nada sobre su
muerte de las personas.estado ante Dios (21:22–
Job no debería26).
cuestionar los caminos
de Dios. (5)
Quizá nos ayude fijarnos en algunas de las cosas a las que Job ha hecho referencias
concretas (ver tabla).
A Job no le ha llamado mucho la atención lo que sus amigos tenían que decir. Por muy
ciertas que puedan ser sus palabras en otro contexto, son irrelevantes por lo que a Job respecta
y, por tanto, “falacia” (21:34). Sus amigos han demostrado ser infieles. Job siente que
merece algo mejor. Han roto su confianza. Han sido desleales. Es algo de lo que Job ya les
había acusado antes (13:1–12; 16:2). “¿Cómo […] me consoláis?”, pregunta Job (21:34).
Finalmente encontraría su consuelo, pero no en estos hombres. “Los grandes corazones solo
pueden haberse formado por grandes aflicciones —escribió Spurgeon—. La pala de la
aflicción cava el estanque de la comodidad haciéndolo más profundo, creando más espacio
para la consolación”. Es evidente que Zofar y sus compañeros habían conocido poco
sufrimiento en sus propias vidas. No eran los más apropiados para ofrecer esos fríos consejos
a su atribulado amigo. No se puede evitar la sensación de que al final de su discurso, Zofar
está tan entusiasmado con su propia elocuencia que se ha olvidado por completo de Job.
Quizá no sea un juicio demasiado severo concluir que a los amigos de Job les gustaba el
sonido de sus propias voces.
¿Por qué permite Dios que sucedan ciertas cosas? ¿Por qué les ocurren cosas terribles a
personas buenas? ¿Por qué no responde Dios a nuestras oraciones? Habacuc le había pedido
a Dios que actuara, pero cuestiona los tiempos establecidos por Dios.
La queja de Habacuc era que el rey Joacim, un monarca ambicioso, cruel y corrupto,
había llevado a Judá al borde de la catástrofe al aliarse con Asiria. Era hora de que Dios lo
castigase. Pero Dios parecía guardar silencio ante los clamores del profeta. Parecía haberse
olvidado de su pueblo. Pero no era así. Finalmente, llegado el tiempo fijado por Dios, Él
levantaría a los caldeos y ellos castigarían a los asirios.
Es de esperar que Dios castigue a los impíos, pero el que aquí ha recibido tribulación de
parte de Dios es Job (21:9; cf. 19:21; 9:34). Y esto lo ha dejado trastornado. ¿Por qué? Porque
aún cree que Dios controla la situación, aun habiéndolo castigado (21:9). Y, lo que es más,
el responsable de la prosperidad de los impíos es Dios: “Su bien no está en mano de ellos”
(21:16). Muy dentro de sí, a pesar del aparente caos, Job no abandona su creencia de que
Dios controla todo lo que sucede. Aunque disputa con sus amigos, este es el secreto de su
calma, de su “paciencia” o perseverancia. No importa cuánta riqueza o seguridad tengan los
impíos; Job no quiere saber nada de ello. Aun en su miseria, Job no cambiaría su lugar por el
de un impío, por nada que este le pudiera ofrecer.
PECADOS SECRETOS
Tras sembrar las semillas de la duda, Elifaz pasa a la acción directa. Cita errónea y
deliberadamente cosas que Job ha dicho, y las vuelve en su contra. Muchos habremos visto
a sagaces periodistas hacer esto en programas de entrevistas, poner palabras en boca de otros
deliberadamente. Es algo que nos incita a gritar: “¡Eh, un momento, él no ha dicho eso!” En
su respuesta a Zofar, Job había atribuido un cierto dicho a los impíos (21:14–15), y
rápidamente Elifaz lo vuelve en contra suya. Acusa a Job de haber dicho que Dios ni sabe lo
que Job está haciendo, ni puede hacer nada al respecto:
Y tú dices: “¿Qué sabe Dios?
¿Puede él juzgar a través de las densas tinieblas? […]”
Ellos dijeron a Dios: “Apártate de nosotros”
y: “¿Qué puede hacernos el Todopoderoso?”
(22:13, 17 LBLA).
Fue Zofar quien primeramente había acusado a Job de ser un pecador secreto (11:5–6).
Ahora Elifaz se une a él en la afirmación de que la verdadera causa de la caída de Job se
hallaba en pecados ocultos de los que quizá ni el mismo Job fuera consciente. El
razonamiento se torna ahora en una total confusión, pues ya ha acusado a Job de ser un gran
(y, es de suponer, abiertamente) pecador.
A los ojos de Elifaz, Job no muestra hacia Dios nada sino desprecio. Job, por supuesto,
no ha dicho nada parecido, pero la verdad no se suele tener en cuenta en el calor de una
disputa. En un cortante comentario, Elifaz insinúa que en realidad a la gente le alegra que
Job esté sufriendo, pues a su entender es lo que se merece (22:19).
UN LLAMADO AL ARREPENTIMIENTO
La última parte (22:21–30), a primera vista, se hace un poco extraña, después de lo que Elifaz
acaba de decir. Básicamente es un llamamiento a la sumisión: a estar en paz con Dios (22:21);
a escuchar y consiguientemente guardar la Palabra de Dios en su corazón (22:22); a regresar
al Todopoderoso, y volverse de la impiedad (22:23); a deleitarse en el Señor en vez de en las
cosas materiales (22:24–26); y a dedicarse a una vida de oración y obediencia (22:27). Un
llamamiento, en apariencia, bien ortodoxo. “Esto […] —comenta Smick— no podría
mejorarlo ningún profeta ni evangelista”.6 Elifaz parece estar llamando a su “amigo” a
arrepentirse y a buscar el rostro de Dios. Le pide a Job que escuche atentamente sus palabras,
dando a entender que son las palabras de Dios:
Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz;
y por ello te vendrá bien.
Toma ahora la ley de su boca,
y pon sus palabras en su corazón
(22:21–22).
Tal es la confianza que muchas veces creemos tener: que nuestros pensamientos son los
mismos que los de Dios. Las visiones nocturnas privadas de Elifaz (capítulo 4) ahora han
adquirido proporciones autoritativas. Se confirma así la teología de Elifaz: la prueba de la
justicia de un hombre se halla en su salud y riqueza. El resultado del presunto estilo de vida
de Job, buscando el provecho y el placer (22:3–4) es su actual estado de pobreza y dolor. El
mensaje del “evangelio de la prosperidad” es que Dios quiere que prosperemos y seamos
felices; si nosotros le damos a Él, Él nos dará el deseo de nuestro corazón: salud, riqueza y
felicidad. La obvia carencia de Job en estos aspectos es una señal del descontento de Dios;
un descontento producido por la grave pecaminosidad de la vida de Job. La única fuente de
esperanza para Job se encuentra en un arrepentimiento inmediato. Es una canción que ya
oímos anteriormente, y que volveremos a oír.
No debe pasarse por alto la ironía de que serán Elifaz y sus compañeros los que
necesitarán la intercesión de Job para que los pecados de ellos sean perdonados (42:7–9).
Elifaz nos recuerda al fariseo: todo pompa y exhibición, pero sin entender que las
circunstancias externas no reflejan el estado del corazón ante Dios.
David parece estar andando por un túnel en este salmo (no hay luz, v. 3). Del mismo modo,
Job está rodeado de oscuridad: está en “tinieblas” (23:17). No puede ver a dónde se dirige,
ni la razón detrás de todo. Ambos están haciendo la misma pregunta: “¿Por qué parece que
Dios se ha olvidado de mí?”
A veces hablamos de la presencia de Dios con nosotros en nuestras vidas. Sentimos que
está cerca, y es una fuente de mucho ánimo. El sentir de Job es todo lo contrario:
¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!
Yo iría hasta su silla […]
[pero] iré al oriente, y no lo hallaré;
y al occidente, y no lo percibiré;
si muestra su poder al norte, yo no lo veré;
al sur se esconderá, y no lo veré
(23:3, 8–9).
Job había dejado de sentir la proximidad de Dios. Se sentía espiritualmente deprimido, solo,
abandonado.
La percepción de haber sido olvidados suele hacernos sentir humillados. Es una sensación
de ser pequeño y totalmente insignificante. Job no sabía hacia dónde dirigía Dios su rostro;
no podía ver la sonrisa en su cara. Estaba en un túnel. Dios lo había olvidado y se había
escondido de él y, sin embargo, Dios había advertido a su pueblo que nunca debían olvidarlo
a Él (Deuteronomio 8:11, 14, 19). Más tarde se revelaría como Aquel que no puede olvidar
a su pueblo:
Se olvidará la mujer de lo que dio a luz,
para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?
Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.
He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida
(Isaías 49:15–16).
¿Por qué se siente Job así? El capítulo 24 nos da la respuesta completa. Los impíos están
prosperando. A diferencia de lo que ocurría con Samuel, Dios no tiene un recorrido regular
para juzgar a la gente (24:1–2). Por tanto, hombres crueles y avaros recorren las tierras sin
ser detenidos. Job describe toda una lista de vicios que amenazan con deshacer la sociedad y
reducirla al caos. Su descripción nos recuerda el final del primer capítulo de la carta de Pablo
a los romanos. La lista incluye: granjeros que mueven las lindes y de esa manera permiten
que sus animales pasten en tierra que no les pertenece; trato cruel a huérfanos, viudas y
pobres; asesinos que salen de noche a cometer su malicioso propósito; adúlteros que esperan
la puesta del Sol y creen que nadie los verá al entregarse a sus lujurias (24:2–17). Hombres
malvados como estos merecen la maldición de Dios, y Job la reclama (24:18–25).
En esta respuesta de Job hay lecciones importantes que debemos aprender, acerca de la
forma en que hemos de hacer frente a la sensación, que a veces se apodera de nosotros, de
haber sido abandonados por Dios.
Como poco, Job ya ha comenzado el proceso de curación al haber identificado el
problema. Siempre que comencemos a hablar con Dios sobre nuestra sensación de abandono,
habremos dejado de estar en el punto más bajo; la marea ha cambiado: hemos empezado a
subir.
Esto se puede ver en las palabras de fe de Job que vienen a continuación. Parecen surgir
como resultado directo de su identificación del problema. Está “turbado” por su situación,
sin duda (23:16), pero esto no le hace callar (23:17 LBLA). Lo que en apariencia es la agonía
de una muerte inminente es en realidad una señal de que en la vida de Job late un corazón de
fe. Hablar con tanta franqueza como lo hace Job en estos capítulos, y en particular en este,
es señal de vida. Vigilando cada minucioso detalle de la vida de Job, hay un Dios que le ama
y al que le preocupa. ¡Y muy dentro de sí, Job lo sabe! Así lo afirma él mismo: “Mas él
conoce mi camino…” (23:10). Aunque está deprimido y confuso, aquí se aprecian detalles
de que Job está mejorando. ¡Si hasta ha llegado a hablar del Señor y de cuánto lo conoce y
lo cuida!
VER LAS COSAS CON LOS OJOS DE DIOS
¿Te has sentido alguna vez como Job? Estoy seguro de que sí. Yo también he tenido días así,
en los que Dios parece estar muy lejos. Y en momentos como esos es difícil mantener una
actitud objetiva. Tendemos a verlo todo desde nuestro particular punto de vista. Un
entenebrecido punto de vista.
Por eso necesitamos la luz. Y Job la encontró fuera de sí mismo. En vez de concentrarse
en la confusión que reinaba en su corazón, comienza a mirar la situación como Dios la vería.
Él lo expresa de esta manera: “Me probará, y saldré como oro” (23:10). Está reconociendo
que, a pesar de que su vida está llena de oscuridad y problemas, no va a pedir que se los
quiten. Esa sería nuestra reacción inmediata, ¿verdad? Job se da cuenta de que, quizá, el
hecho de que le quiten esas cosas no sea lo que más le convenga. Puede que sean, después
de todo, el vehículo mismo de su bendición.
Job quiere entender lo que está pasando. Desea poder ver que hay un propósito para lo
que le está ocurriendo. Sabe que lo hay, por supuesto, pero quiere poder verlo.
Imagínate que hubieras nacido en un lugar del mundo donde no hubiese ni una Biblia.
Un día encuentras una página del capítulo 19 del Evangelio según Juan, con los detalles de
la crucifixión, muerte y entierro de Jesucristo. ¿Te inspiraría alguna esperanza?
Probablemente no. A menos que consiguieras el capítulo 20, que relata la resurrección de
Jesucristo y el conocimiento de que aún vive, no te sería posible interpretar plenamente la
trascendencia de la muerte de Jesús. Lo mismo sucede con la interpretación de la providencia:
nos hace falta ver la escena completa. La respuesta de Job es muy conmovedora: “No sé lo
que está pasando, pero Él sí”. “En cuanto al entendimiento del misterio de los actos de la
providencia de Dios para con nosotros —comenta John Murray— esto es la cumbre, la cima
de la fe. Dicho de forma muy simple, esto quiere decir que nuestro descanso, al encontrarnos
ante el misterio de la secreta voluntad de Dios, es: ‘Yo no sé, pero sé que Dios sí que sabe’.
El Juez de toda la Tierra hará lo que es justo”.
LA PERSEVERANCIA DE JOB
¿El hecho de que Dios es soberano y nadie puede oponerse a Él (23:13) implica que podemos
vivir como queramos? ¿De qué sirve que hagamos algo, si es seguro que lo que se hará es la
voluntad de Dios? El fatalismo que reflejan estas preguntas es lo que se halla detrás de gran
parte de la falta de comprensión de la soberanía de Dios.
La verdadera fe exhibirá una “obra de […] fe” (1 Tesalonicenses 1:3). Y esta obra de fe
es el resultado de obedecer lo que Dios quiere que hagamos. “El camino de la santidad es
sencillamente esto —escribió John Murray—: que cuando la vara de Dios golpea de forma
más fuerte y misteriosa, el santo de Dios se aferra con más fuerza a la voluntad revelada de
Dios”.
La paciencia de Job es lo que le da su capacidad de resistencia. Sigue viviendo para Dios
durante la tribulación que le ha sobrevenido. Puede hacerlo gracias a dos cosas:
1. Una buena conciencia
Eso es lo que asegura tener cuando dice: “Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su
camino, y no me aparté” (23:11). “La conciencia —declaró el puritano Richard Sibbes— es
o bien el mejor amigo o bien el peor enemigo del mundo […] Un corazón sincero, una
conciencia que se ha esforzado en obedecer el Evangelio, y en guardar su pacto con Dios,
puede mirarle a Dios a la cara”. Es una valiosa compañía (cf. 1 Timoteo 1:5, 19; 2 Timoteo
1:3; 2 Corintios 1:12). La santidad es una cuestión de mantener una buena conciencia para
con Dios. Tener una conciencia en paz es una de las mayores bendiciones que podamos
imaginar. No hay un amigo mejor.
“En la hora de la muerte —continúa Sibbes— qué consuelo es tener como respuesta esa
buena conciencia, especialmente el Día del Juicio, cuando podremos mirar a Dios a la cara”.
John Bunyan, en su famoso relato del cruce del Jordán, cuenta cómo “en vida, el Sr. Honrado
había hablado con Buena Conciencia, pidiéndole que se encontrara con él allí, lo cual en
efecto hizo, y este le tendió su mano y le ayudó a cruzar”.11 Simeón pudo mirar a la muerte
a la cara con tal paz porque tenía una buena conciencia ante Dios (cf. Lucas 2:29).
2. Sus problemas son una prueba
Job ha llegado a lo que será la lección más valiosa de todas. Ha llegado a ver que sus
problemas son una prueba de la que saldrá victorioso y triunfante (23:10). Está siendo
refinado para que se le quite la escoria.
Moisés comparó la experiencia de Israel en el desierto a la del águila que deliberadamente
empuja a sus polluelos fuera del nido (Deuteronomio 32:11). Mientras caen por el aire, el
águila se lanza en picado y los recoge sobre sus alas. Es un acto intencionado, cuyo propósito
es enseñarles a volar. Al principio parece cruel, pero su método no podría ser más apropiado
para ayudarlos a crecer y madurar. A cada paso de nuestros problemas, Dios está con
nosotros. Aunque permita que caigamos por el aire, está listo para tomarnos antes de llegar
al suelo.
Había cosas que Job necesitaba aprender sobre Dios y sus designios, y solo podía hacerlo
en el crisol del sufrimiento. Dios está decidido a traer a Job tan cerca de Él como sea posible.
Job no se da cuenta de esto ahora, pero llegará el momento en que lo verá. Esta lección la
ejemplifica maravillosamente C.S. Lewis: “Piensa en ti como si fueras una casa viva. Dios
llega para reconstruir la casa. Al principio, quizá, comprendes lo que va haciendo. Está
limpiando los canalones, reparando las goteras del tejado, y cosas así. Ya sabías que estas
cosas necesitaban hacerse, así que no te sorprende. Pero entonces comienza a dar golpes por
la casa de una manera que duele abominablemente y que no parece tener sentido. ¿Qué estará
tramando? La explicación es que está construyendo una casa muy distinta de la que tú
pensabas, edificando una nave nueva allá, elevando el bloque un piso más aquí, añadiendo
torres, creando patios. Creías que ibas a ser una casita normal y corriente, pero Dios está
construyendo un palacio. Su intención es venir a habitarlo Él mismo”.
18
La majestad de Dios y la depravación del hombre
Léase Job 25
TERCER DISCURSO DE BILDAD
La última intervención de Bildad es un poco como la última exhalación de un moribundo.
No tiene nada nuevo que decir, y termina repitiendo cosas ya dichas. Es un himno de
alabanza, una doxología breve, que ensalza la majestad de Dios comparándola con la
pecaminosidad del hombre. “Es un discurso reverente, pero irrelevante”. Para Bildad, es
imposible que la insignificancia del hombre ocupe la atención de semejante Dios soberano.
Pero para Job, la omnisciencia misma de Dios (su ilimitada capacidad de conocimiento)
implica que puede prestarle, y que de hecho le presta, al hombre su atención individual. A
Bildad y a Job los separa un abismo.
Todo lo que este himno afirma es cierto: Dios reina sobre todas las cosas, establece el
orden en el Cielo y en la Tierra, e irradia pureza (25:2–3). Poder, paz, perfección, pureza; los
atributos de Dios brotan de la lengua de Bildad con poética facilidad. Comparándola con Él,
la creación es imperfecta. ¿Y qué se puede decir del hombre? No es más que una “larva” y
un “gusano” (25:6 LBLA). Es una descripción clásica de la depravación del hombre. Y Job
no tendría nada que disputarle al análisis en sí. Es la conclusión lo que Job encuentra
objetable.
19
“Sea […] y fue”
Léase Job 26
Cuando suceden cosas que nos resultan misteriosas, no deberíamos sorprendernos; el propio
mundo en que vivimos es un misterio para nosotros.
2. El mundo no es autosuficiente, como Dios lo es
El mundo necesita ser sustentado todo el tiempo. Esto es un ministerio especial de Jesucristo
(Colosenses 1:17; Hebreos 1:3). Sin este ministerio, toda criatura, incluyéndonos a nosotros,
dejaría de existir. El mensaje de Pablo a los atenienses destaca esta verdad: “[Dios no] es
honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida
y aliento y todas las cosas […] Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos
de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:25,
28).
Saber que Dios creó el mundo que nos rodea, y a nosotros mismos como parte de él, es
esencial en la verdadera religión. Dios ha de recibir alabanza como Creador. Debemos confiar
en Él como el Señor soberano que tiene un plan y un propósito para cada situación y detalle.
Darse cuenta de que “Momento tras momento nos guarda su amor”(*) es la única forma de
vivir. La santidad empieza por entender que Dios es quien nos hizo y quien nos sostiene. Eso
es lo que mantuvo a Job en su sano juicio durante sus pruebas. Por ese motivo concentra
ahora su mente en esto. Calvino comenta sobre 26:14 —“El trueno de su poder, ¿quién lo
puede comprender?”— lo siguiente: “Cuando un hombre dedica todo su estudio a conocer
a Dios tanto en el Cielo como en la Tierra, y si de veras quiere glorificarle en todas sus obras,
y haciendo esto llega a creer que es posible saberlo todo, ciertamente deshonrará a Dios.
¿Podemos hacerle a Dios un deshonor mayor que el de pretender encerrar su gran poder en
la capacidad de nuestro entendimiento? Es peor que si un hombre se propusiera retener mar
y tierra en su puño, o sujetarlos entre dos dedos; sí, ciertamente es una locura peor”.
20
“¿Cómo conseguiré que Dios escuche mis razones?”
Léase Job 27
CONCLUSIONES
Los comentaristas no están de acuerdo sobre la autoría de las palabras recogidas en los
capítulos 25 al 28. Algunos creen que el discurso de Bildad que terminó al final del capítulo
25 se reanuda en 26:5–14. Hay quienes además creen que 27:2–12 es la respuesta de Job,
pero que el resto del capítulo 27, y el 28, no son palabras de Job.
Puesto que Zofar no ha intervenido, Job prosigue dirigiéndose a los tres amigos, desde
27:1 a 28:28; utiliza la forma plural en los versículos 11–12, “vosotros”, así que Job no está
simplemente respondiendo a Bildad.
Este es el discurso final de Job a sus amigos. Aún tiene otro discurso preparado (como
las conclusiones de la defensa en un juicio), que dirigirá a Dios (29–31), y una vez finalizada
esta sección, a Job solo le quedan unas pocas y breves frases que pronunciar a modo de
epílogo, al final del libro (42:2–6).
La opinión de Job sobre las intervenciones que hasta ahora han hecho sus amigos ha sido
que no han dicho más que “falacia[s]” y que le han hablado palabras de consuelo “en vano”
(21:34). Esto lo reafirma ahora; Job se mantiene inflexible: “Nunca tal acontezca que yo os
justifique” (27:5); en todo lo que le han dicho se han mostrado “enteramente vanos” (27:12).
Job va a defender su alegato (“Mi justicia tengo asida […]”, 27:6) hasta el final, en su
creencia de que Dios es justo. Ya vimos en el capítulo 26 cómo Job creía en el poder de Dios
a pesar de no entender cómo funcionaba. Del mismo modo, aquí en el capítulo 27, Job
expresa su creencia en la justicia de Dios aunque tampoco comprendía cómo funcionaba esta.
Una de las cosas más extrañas de todos los discursos de los amigos de Job es que ni una
sola vez se han dirigido a Dios directamente. Job, por otra parte, ora a Dios, se queja a Dios
y hasta pelea con Dios. Ya hemos señalado (en nuestros comentarios sobre el capítulo 23)
que esto formaba parte del proceso de curación de Job. ¿Cómo pudo mostrar tanta calma y
“paciencia” en sus terribles circunstancias? La respuesta se halla en su vida de oración. Las
luchas de Jacob en el terreno de la oración lo dejaron cojo para el resto de su vida, pero
también lo cambiaron espiritualmente: ¡se convirtió en un príncipe de Dios!
Job está dispuesto a jugárselo todo a la carta del carácter de Dios: su “vida”, su “aliento”,
sus “narices”, sus “labios”, su propia “alma” (27:2–4 LBLA). Cada gramo de confianza
que Job tiene se basa en el carácter de Dios. Hasta está dispuesto a hacer un solemne
juramento para demostrarlo: “Vive Dios” (27:2).
El Antiguo Testamento no prohibía hacer juramentos, aunque sí prohibió jurar utilizando
falsamente el nombre de Dios (Levítico 19:12). Jesús pareció cambiar esto por completo al
decir: “No juréis en ninguna manera” (Mateo 5:34). Muchos cristianos han creído que esta
afirmación en el Sermón del Monte prohíbe cualquier forma de juramento, y a primera vista
esa parece ser la interpretación correcta. Sin embargo, el propio Jesús estuvo dispuesto a
hablar bajo juramento, rompiendo su anterior silencio durante su juicio: “Entonces el sumo
sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo
de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho” (Mateo 26:63–64). Esto parece mostrarnos que Jesús
sintió la importancia de respetar el estar bajo juramento. Lo que Jesús prohíbe en el Sermón
del Monte es hacer falsos juramentos. Los fariseos no estaban cumpliendo sus juramentos,
con el pretexto de que habían jurado por “el cielo”, o “la tierra”, o “Jerusalén”, o aun por sus
propias cabezas.
Conocer el carácter de Dios es vital para comportarnos rectamente durante las pruebas
espirituales. El crecimiento de nuestro conocimiento de Dios requerirá la paciencia que Job
demostró tener. Job no podía entender lo que Dios le estaba haciendo: “Dios […] ha quitado
mi derecho, y el Omnipotente […] amargó el alma mía” (27:2), pero aun así estaba
dispuesto a confiar en Él.
Pablo comprendió que aquellos que deseen progresar en su conocimiento de Dios
necesitarán estar “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria” para
poder tener gran “paciencia y longanimidad” (Colosenses 1:11). Precisamente una de las
cosas que Dios estaba haciendo con Job era concederle un mayor conocimiento de sí mismo.
Job había de dar este testimonio al final de su prueba:
De oídas te había oído;
mas ahora mis ojos te ven.
Por tanto me aborrezco,
y me arrepiento en polvo y ceniza
(42:5–6).
Dios tal vez nos pida que pasemos por valles parecidos al que atravesó Job, y
necesitaremos ser tan pacientes como él para salir de la prueba como él lo hizo. Aferrarse a
Dios, aun cuando los caminos que nos marca no parezcan tener ningún sentido, es el secreto
de la vida de Job. Puede que Job tenga problemas para apreciar la justicia de Dios en su vida:
“Dios […] ha quitado mi derecho” (27:2), pero todo su ser le dice que abandonar a Dios en
este momento sería una acción suicida. Tiene que seguir agarrándose, aunque no tenga
sentido. En toda esta búsqueda suya de un significado y un propósito, Job está descubriendo
que no hay nadie más a quien poder acudir.
¡Qué importante es creer en la justicia! Es importante para alguien que ha sido víctima
de un grave delito desear justicia. Tales víctimas obtienen alivio cuando el criminal es
declarado culpable, y pueden pasar esa página de sus vidas y empezar a recoger los pedazos
para recomponer el resto de ellas. Cuando alguien que es culpable no recibe su castigo, las
víctimas se sienten engañadas, privadas de algo esencial para su bienestar.
También es importante creer que Dios es justo. La justicia de Dios tiene dos caras: Él
castigará lo que está mal, y defenderá lo que está bien. El hecho de que Dios se opone
implacablemente al pecado y lo castigará, cualquiera que sea la forma en que aparezca, es lo
que a veces se denomina “la justicia retributiva de Dios”. Desde el comienzo, Dios advirtió
cuáles serían las consecuencias de la desobediencia: “Mas del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).
Este principio lo respalda el Nuevo Testamento: “Todos los que dependen de las obras de la
ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas
las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).
Pero existe otro aspecto de la justicia de Dios; uno en el que el cristiano puede hallar
consuelo. Dios siempre será fiel a sí mismo y a su palabra. El salmista expresó a menudo su
confianza en la justicia de Dios:
Respóndeme cuando clamo,
oh Dios de mi justicia.
Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar;
ten misericordia de mí, y oye mi oración
(Salmo 4:1).
Júzgame conforme a tu justicia, Jehová Dios mío,
y no se alegren de mí
(Salmo 35:24).
Oh Jehová, oye mi oración,
escucha mis ruegos;
respóndeme por tu verdad,
por tu justicia
(Salmo 143:1).
En cada uno de estos salmos el salmista está expresando su confianza en que Dios
cumplirá la promesa de su pacto: ellos son la simiente de Abraham, y herederos de la promesa
de la salvación. Esto es lo que a veces se denomina “la justicia remunerativa de Dios”.
Al declararse inocente, Job, como ya hemos dicho muchas veces, no está pretendiendo
ser alguien sin pecado. Simplemente está afirmando que, por gracia, ama a Dios, confía en
Él completamente y le pide que testifique que es hijo suyo.
IMPRECACIONES
La creencia de Job en la justicia de Dios le lleva ahora a pronunciar una maldición contra sus
enemigos (¡sus amigos!). Acusar a alguien falsamente hacía al que había hecho la acusación
merecedor del castigo para el delito de que se tratara. De ahí que Job quiere que a sus amigos
se les dé el mismo epíteto que le aplicaron a él: “impío[s]” (27:7). Las palabras salen a
borbotones de su boca: son “enemigo[s]”, “adversario[s]”, “inicuo[s]”. No tienen ningún
derecho a invocar a Dios (27:10).
En un pasaje que es bien parecido a lo que los amigos de Job han estado diciendo, Job
ahora les aplica la verdad de la justa retribución de Dios a estos enemigos suyos (y, según lo
ve Job, también de Dios). Consiste en una maldición sobre la familia (27:14–15), las
posesiones (27:16–17, 19), casa (27:18) y finalmente sobre la vida misma (27:20–21). Al
final, el hombre impío será arrebatado (27:21–23).
Muchos comentaristas liberales han intentado reconstruir este capítulo de manera que los
versículos 7–23 se conviertan en el discurso “perdido” de Zofar, el que sería su tercero. Gran
parte de lo que Job tiene que decir suena parecido a cosas que ya dijeran sus tres amigos.
Pero hay una diferencia crucial. Los amigos de Job hablaron, uniformemente, de una
retribución inmediata. Job estaba sufriendo ahora porque había pecado y Dios le estaba
castigando por ello. Job, sin embargo, reconoce en este pasaje que puede ocurrir que los
impíos prosperen durante algún tiempo. Pero al final su castigo los alcanzará. Como dice
Calvino: “Los juicios de Dios normalmente no se ejecutan en esta vida presente, aunque de
vez en cuando tenemos indicios de ellos”.
Los cristianos siempre han tenido problemas con la presencia de imprecaciones en la
Biblia. Sienten que de algún modo es indigno de un cristiano pronunciar maldiciones. No
debemos, según la opinión más extendida, ser críticos. Serlo se considera una actitud áspera,
amarga, poco caritativa y, ¡en fin, “nada cristiana”! Un cristiano se guía por el amor, y
maldecir no concuerda con este.
Reflexionar un poco, sin embargo, revelará la vacuidad de tal forma de pensar.
1. Los intereses del Reino de Dios son siempre primordiales
Es cierto que el Nuevo Testamento hace una advertencia explícita de que no debemos
maldecir: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Romanos 12:14).
Pablo, por supuesto, no hace sino reflejar la enseñanza de Cristo en el Sermón del Monte:
“Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mateo 5:44
LBLA). No tenemos derecho a procurar nuestro avance o victoria personal sobre nuestros
enemigos, quienesquiera que sean, y cualquiera que sea lo que nos estén haciendo. Es el
Reino de Dios lo que debe avanzar, como sea; y si ese avance requiere nuestro sufrimiento
personal, entonces se nos llama a ceder en sumisión a él. “El Reino de Dios —razonaba
Johannes Vos— no puede venir sin que antes se destruya el reino de Satanás. No se puede
cumplir la voluntad de Dios en la Tierra sin la destrucción del mal. No se puede destruir el
mal sin la destrucción de los hombres que constantemente se identifican con él”.3 Al
convertirnos en cristianos, todos nuestros derechos los sometemos a Él.
2. La base de las imprecaciones (maldecir a los enemigos de Dios) nunca ha de ser una
venganza personal
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque
escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Maldecir a los
enemigos de Dios es una forma de desear el cumplimiento de su pacto, el cual incluye la
maldición de sus enemigos (Deuteronomio 28). Dios se opone implacablemente a los
impenitentes, y al final los destruirá. Job está dispuesto a sufrir y a aguantar sin tener odio ni
buscar su venganza personal, siempre que sea al servicio del Reino de Dios. “Si decimos
amar la verdad de Dios —comenta Calvino— debemos protegerla a toda costa, y todo aquel
que se oponga a nosotros habrá de ser nuestro enemigo, y debemos aborrecerlo, teniendo la
seguridad de que no es mayor el acuerdo entre la verdad y la mentira que entre el fuego y el
agua”.
3. El objetivo de maldecir, bíblicamente, ha de ser la conversión de nuestros enemigos
Esto suena descaradamente falso, pues el fin de la maldición de Dios es la destrucción de sus
enemigos (cf. 2 Tesalonicenses 1:6–10). Sin embargo, los juicios de Dios en el tiempo tienen
como finalidad guiar a pecadores al arrepentimiento (Romanos 2:2–4). La manera que Pablo
tiene de expresarlo es verdaderamente asombrosa: “Su benignidad te guía al arrepentimiento”
(Romanos 2:4). Ese verbo “guiar” es el mismo utilizado en el capítulo 8 de Romanos para
describir el ministerio del Espíritu Santo en el corazón del cristiano: “Todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Romanos 8:14). Es como si Dios
le tirara de la manga al inconverso, diciéndole: “¡Por aquí!” Ningún juicio es demasiado
grande si consigue que un pecador busque al Señor. Solo tenemos que recordar lo que le
ocurrió a Nabucodonosor (Daniel 4), o a Saulo de Tarso (Hechos 9).
¿Crees que podrías orar con estas palabras? “Nubes y oscuridad hay a tu alrededor;
justicia y juicio son el cimiento de tu trono. Tu santidad es como un fuego que consume.
Consumirá a tus enemigos, quienquiera que sean. La Tierra entera se estremece delante de
ti; todos ven tu gloria, aunque lo nieguen. Haz que se avergüencen todos los que adoran a
ídolos. Señor, ven en tu poder y muestra tu gloria. Establece tu Reino trayendo juicio sobre
los impíos que se oponen a ti. Maldícelos para que te busquen… y si no lo hacen, oh Dios,
destrúyelos. Haz que toda la Tierra sepa que Tú, y solo Tú, eres Dios”. Si tu respuesta es
“No”, entonces lee el Salmo 97 y piénsalo de nuevo. ¡Quizá tu forma de orar no sea tan
bíblica como creías!
4. Tenemos aquí la base para considerar lo que finalmente les sucederá a quienes no
se arrepientan
El pacto de Dios es la garantía de que los impíos serán finalmente juzgados por sus pecados.
Es un solemne aleccionamiento leer la descripción que se hace en los versículos 14–23 de
este capítulo y considerar cuál será el estado final de los no creyentes. Hay, en particular, una
advertencia de que la prosperidad de los impíos no es su destino final (27:19–23). Martín
Lutero comentó una vez: “Hay tres conversiones que deben producirse: la del corazón, la de
la mente y la del monedero”. En el muro del Patio de las Mujeres en el Templo de Jerusalén
había trece contenedores de latón, con forma de trompetas. Es una reflexión aleccionadora
pensar que Jesús debió de sentarse delante de aquellas trompetas y escuchar el tintineo de las
monedas que ceremoniosamente se depositaban en ellas. Oyó el sonido de “dos blancas” que,
haciendo un gran sacrificio, dio una viuda que había ido al Templo a adorar, e hizo un
comentario al respecto (Marcos 12:41–44). Aprovechó la ocasión para hablar de dar
sacrificadamente, sin duda un asunto de que hablar tan difícil en aquel entonces como lo es
ahora. Amamos el dinero demasiado, y Jesús nos advierte de las consecuencias (Lucas 16:13;
Mateo 19:24; Lucas 6:30; 12:15, 33). “Es más fácil —advirtió Jesús— pasar un camello por
el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19:24). Nuestros corazones
solo tienen espacio para un dueño, y para muchos, demasiados, ese dueño es Mamón. Y eso
será su perdición.
21
Un himno a la sabiduría de Dios
Léase Job 28
Salomón llega a hacer una personificación de la sabiduría, y le permite hablar por sí misma:
Bienaventurado el hombre que me escucha,
velando a mis puertas cada día,
aguardando a los postes de mis puertas.
Porque el que me halle, hallará la vida,
y alcanzará el favor de Jehová.
Mas el que peca contra mí, defrauda su alma;
todos los que me aborrecen aman la muerte
(Proverbios 8:34–36).
La sabiduría es lo que nos hace falta: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como
necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios
5:15–16). El ruego principal de Pablo en su oración por los colosenses era que se les
concediese sabiduría: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos
de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda
sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9). Santiago hace esta promesa: “Si alguno
de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin
reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).
La necesidad de sabiduría es el tema de Eclesiastés. Solo tienes que pensar en la vida si
no hubiera Dios; ¿qué ves? Un círculo sin sentido de acontecimientos que se repiten
(Eclesiastés 1:4–11); una interminable sucesión de acontecimientos sobre los que no tenemos
ningún control (Eclesiastés 3:1–18); una ilimitada serie de muertes, que no tiene en cuenta la
calidad de las vidas que se han vivido (Eclesiastés 3:19–21; 9:2–6). No parece tener ningún
propósito: “El hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que
trabaje el hombre buscándola, no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso
podrá alcanzarla” (Eclesiastés 8:17).
¿Para qué sirve, pues, trabajar? ¿Para hacer dinero? ¿Para comenzar una empresa? ¿Para
estudiar y hacerse uno sabio a sí mismo? (Eclesiastés 1:3; 2:11, 15; 5:11). Para ninguna de
estas cosas, si Dios no está en nuestros corazones y si Él no es la razón por que vivimos. Este
es también el tema de Job 28. La vida sin Dios no tiene sentido. No tiene ninguna finalidad.
En un mundo en el que no fijemos nuestra vista en Dios, no hay sabiduría bajo el Sol.
22
“El Señor dio… y quitó”
Léase Job 29–31
Job ya dijo de su dolor que era “sin […] tregua” (6:10). Eliú se referirá a él más tarde
como un “dolor grande” (33:19). “Me duelen las fibras de mi corazón”, dice Jeremías, quien
también habla luego de su “perpetuo […] dolor” (Jeremías 4:19; 15:18).
¡Es Dios quien lo ha causado!
Clamo a ti, y no me oyes;
me presento, y no me atiendes.
Te has vuelto cruel para mí;
con el poder de tu mano me persigues.
Me alzaste sobre el viento, me hiciste cabalgar en él,
y disolviste mi sustancia
(30:20–22).
“Me persigues […] Me alzaste […]”, dice Job; es como si Dios le estuviera mirando con
gesto indiferente, impávido, impasible, como un torturador cruel y despiadado.
Una de las palabras que la Biblia utilizaría para describir lo que le ocurrió a Job es
“tribulación”. La raíz de esta palabra significa “trillar”. Es el proceso mediante el que se
arroja el trigo al aire para extraer el grano. “Simón, Simón —le advirtió Jesús a Pedro—, he
aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31). Lo que Job está
describiendo aquí es exactamente el mismo proceso. Es un proceso siempre doloroso y difícil.
Pablo nos dice que “la tribulación produce paciencia” (Romanos 5:3). Job ha sido zarandeado
por el aire como se hace con el grano en la trilla. Pero está surgiendo un nuevo rasgo en el
carácter de Job. Job nunca volverá a ser el mismo. Está aprendiendo cada vez más sobre el
Señor y sus designios; aprendiendo a confiar en Él, a apoyarse en Él, a acercarse a Él, a
clamar a Él en momentos de dolor. Dios ha puesto a Job como paladín suyo contra Satanás.
Y aunque el paladín está sangrando por sus heridas recibidas en la batalla, va ganando. Dios
lo ha escogido, tal y como predijo Jesús, para que dé fruto (Juan 15:16). Bajo esa luz, todos
los golpes y zarandeos merecen la pena. Y esto lo reconocerá Job muy pronto.
Tiene uno que estar muy seguro de sí mismo para hacer este tipo de juramento.
Job cita una lista de diez pecados: lujuria (31:1–4), falsedad (31:5–8), adulterio (31:9–
12), opresión (31:13–15), descuido de los necesitados (31:16–23), codicia (31:24–25),
idolatría (31:26–28), rencor (31:29–30), parquedad, o tacañería (31:31–32), hipocresía
(31:33–34) y explotación (31:38–40). Cuando hayamos examinado cada uno de ellos,
tendremos que volver a este punto y preguntar qué queremos decir exactamente al afirmar
que Job es inocente, o que tiene “integridad” (31:6). Por ahora nos basta con recordar que
Job no está alegando una absoluta perfección. Por otro lado, también es cierto que su
declaración de defensa va demasiado lejos. Job no parece ver lo engañoso que es el pecado.
Parece haber “una extraordinaria intensidad de creencia en su propia justicia” en estos
momentos. Esto lo señalará Eliú en el capítulo siguiente.
LUJURIA (31:1–4)
Job comienza diciéndonos que ha hecho un “pacto” con sus “ojos [para no] mirar a una
virgen” (31:1). Aquí Job anuncia las palabras de nuestro Salvador en el Sermón del Monte:
“Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella
en su corazón” (Mateo 5:28).
Estos versículos nos muestran el conocimiento que Job tenía del poder de la tentación, y
su resolución de ser más fuerte que el pecado en su vida. Si somos sinceros, hay al menos
dos cosas en nuestras vidas que deberíamos reconocer: la primera, nuestra incapacidad para
enfrentarnos a nuestro pecado; y la segunda, el modo nada adecuado en que intentamos
hacerlo. Job trata aquí ambas cuestiones, y revela una extraordinaria afinidad con la
insistencia de nuestro Señor Jesucristo al repetir la necesidad de vencer nuestras tendencias
pecaminosas. “Sácalo”, “Córtala”, “Niéguese a sí mismo”, fueron las órdenes de Jesús.
Teniendo mucho cuidado con lo que miraba, Job actúa de forma parecida. Para él, igual que
para Jesús, un crecimiento positivo en gracia era imposible sin un control negativo del
pecado.
Hay varios elementos del método de Job que merecen destacarse.
1. Hay que enfrentarse al pecado
El primero es que Job siente la necesidad de enfrentarse al pecado. Obviamente, es consciente
de que si descuidara su análisis de lo que mira, caería sin duda en el pecado. Por mucha
confianza en su propia justicia que Job parezca tener en este capítulo, está claro que conoce
el potencial que tiene en sí mismo de caer en pecado. Admite que su corazón y su mente son
campos de batalla en el conflicto que mantienen la carne y el espíritu. El pecado no se
marchará por su propia voluntad. Job comprende la necesidad de hacer algo para conquistar
el pecado. Lo que le pasaba a Job también se puede afirmar de cada uno de nosotros. Por
mucho que hayamos avanzado desde sus tiempos, no podemos llegar a un momento en el
que ya no haya que enfrentarse a la tentación. Cuando olvidemos esto será con toda seguridad
cuando caeremos. Todos estamos enfermos y deteriorados, deformados y heridos por el
pecado, mucho más de lo que jamás nos damos cuenta, y ciertamente más de lo que nunca
admitimos. Nos engañamos pensando que somos fuertes, cuando no lo somos. Cuando mi
hijo adolescente nos despertó a toda la familia en mitad de la noche asegurándonos que había
gente en su habitación, supimos enseguida que estaba teniendo alucinaciones como resultado
de una fiebre. Por mucho que insistimos en decirle que allí no había nadie excepto nosotros,
tuvimos la desconcertante sospecha de que él creía que los que no estaban del todo bien
éramos nosotros, y no él. De forma parecida, algunos cristianos se engañan a sí mismos
pensando, confiados, que han superado alguna de sus debilidades y que esta ya no tiene
ningún poder sobre ellos.
2. Se debe proteger el corazón y la mente
El segundo es que Job reconoce la necesidad de guardar su mente y, del mismo modo, su
corazón. El hombre que mira lujuriosamente a una mujer comete adulterio en su corazón. Es
pecado pensar en relaciones sexuales ilícitas, ya sean heterosexuales u homosexuales.
Restringiendo lo que permitía observar a sus ojos, Job estaba en realidad protegiendo los
pensamientos de su mente. El ojo, tomando una frase prestada de Bunyan, es la puerta por la
que entra todo tipo de cosas malas. Y las relaciones sexuales se han convertido en la puerta
por la que muchos cristianos han entrado a su destrucción. El secreto de la santidad se
encuentra en la mente. A eso se refiere Pablo cuando nos dice que aquellos que viven de
manera pecaminosa lo hacen porque permiten que sus mentes piensen de manera pecaminosa.
Por el contrario, quienes viven según los principios de la santidad lo hacen porque sus mentes
siguen el paso del Espíritu (Romanos 8:5). Al final, lo que nos permitamos pensar
determinará el estado de nuestras vidas. Detrás de esto se halla el principio de que el pecado
se comete mucho antes de encontrar su fruto en una acción externa. Aun el pensar en la
lujuria es pecado.
Job entendió que al pecado hay que cerrarle el oxígeno; no se le debe dejar que eche
raíces y crezca. Para señalar esto, Santiago escribió: “Cada uno es tentado, cuando de su
propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha
concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago
1:14–15).
3. Se deben tomar medidas prácticas
A los dos anteriores les sigue un tercer principio: que es necesario tomar medidas prácticas
para progresar en santidad. ¡El pecado tiene que ser mortificado, no modificado! Jugamos
con la idea de que podemos permitirnos una forma modificada de un determinado pecado, si
lo compensamos luego pasando más tiempo en oración y estudio de la Biblia. Job, sin
embargo, estaba dispuesto a andar de un lado a otro llevando anteojeras, antes que permitirse
ese tipo de sofisma. Si tu ojo derecho te está ofendiendo, dijo Jesús, entonces no queda más
que una cosa que se pueda hacer: ¡sacarlo! (Mateo 5:29). Está muy bien hablar sobre la
santidad, y aun el desearla. Pero la santidad solo se consigue aplicando medidas prácticas en
nuestras vidas diarias. Vigilar lo que vemos quizá signifique en nuestro caso concreto cosas
como apagar el televisor, o negarnos a comprar ciertas revistas y periódicos. Cualquiera que
sea lo que esto implique en la práctica, solo haciendo tales cosas podremos estar en posición
de afirmar que nos tomamos en serio el deseo de ser santos. ¿Será esta tu oración?: “Aparta
mis ojos, que no vean la vanidad” (Salmo 119:37).
4. La vida debe vivirse a la luz de la presencia de Dios
El cuarto principio es igual de importante: hemos de vivir nuestras vidas con la aprobación
de Dios todo el tiempo en nuestra mente. Vivir —como habrían dicho nuestros antepasados—
“coram Deo”, “delante de Dios”. Job pregunta: “¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis
pasos?” (31:4). Pensar que el Dios que todo lo ve y todo lo sabe conocía cada uno de sus
pensamientos y actos era lo que motivaba a Job para buscar la santidad. Si hay algo que Job
nos ha enseñado hasta este momento, es que Dios es grande y digno de nuestro temor. ¡Dios
es imponente! Jesús no lo podía haber dicho más claramente: si cedes ante deseos
pecaminosos de lujuria, estarás cediendo ante algo que finalmente conduce al Infierno (Mateo
5:29–30). Eso es exactamente lo que Job quiere decir: “¿No hay quebrantamiento para el
impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad?” (31:3). ¡Fija esto en tu mente!
FALSEDAD (31:5–8)
Que a uno lo llamen mentiroso es un insulto muy grande, pues no se puede confiar en un
mentiroso. La verdad es sagrada y preciosa, y a los cristianos nos parece que parte de la
corrupción que caracteriza a nuestra sociedad es que la verdad suele considerarse un artículo
de consumo que se puede modelar. Job insiste en que ha evitado la “mentira” en todas las
áreas de su vida, ¡lo cual podríamos pensar que es una afirmación muy atrevida! La palabra
que utiliza aparece en otras partes de la Biblia y engloba el habla indecorosa —incluyendo
el uso impropio del nombre de Dios (Éxodo 20:7)—, el falso testimonio ante un tribunal
(Éxodo 23:1; Deuteronomio 5:20) y las declaraciones de profetas falsos, no inspirados
(Ezequiel 12:24; 13:6–9, 23; 21:23, 29; 22:28). Todas estas cosas son mentiras (Salmo 144:8,
11).
La prohibición de la falsedad se consagra en el noveno mandamiento. Las falsedades
están intrínsecamente opuestas a la verdad, y quienes comercian con ellas son poco honrados
e indignos de confianza. Es el pensamiento que expresa el Salmo 24, donde se nos dice que
el hombre piadoso es “el limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a
cosas vanas, ni jurado con engaño” (Salmo 24:4). Las mentiras son la moneda de cambio de
Satanás, y parte de su imagen (cf. Juan 8:44). Fue una mentira lo que ocasionó la Caída de
Adán y Eva en Edén, y la traición a Jesús (Génesis 3:4; Mateo 26:59–68). Mentir es tan
universal que es sobrada evidencia del estado caído del hombre. Mentir es insultar a nuestro
prójimo y a Dios, el cual odia “la lengua mentirosa” y “el testigo falso que habla mentiras”
(Proverbios 6:16–19). Y Job no quiere tener nada que ver con la mentira y la deshonestidad.
No hay santidad donde no hay verdad. Todo aquel que “hace mentira” será excluido de la
ciudad de Dios (Apocalipsis 22:15).
¿Pero en qué tipo de falsedades está pensando Job? La maldición que prevé para tal delito,
una mala cosecha (31:8), sugeriría que está pensando en un turbio manejo de los negocios.
Esa era la acusación de Elifaz, como ya hemos visto muchas veces, y el hecho de que Job
vuelve a referirse a esto una y otra vez parece indicar que le había herido profundamente.
¿Has empleado falsedades alguna vez: verdades a medias, exageraciones, mentiras? Una
vez, una mujer comenzó a orar de esta manera: “Señor, tú sabes que tengo esta debilidad, que
exagero las cosas…”, y en ese momento su pastor irrumpió en la oración, diciendo:
“¡Llámalas mentiras!”
Job asegura tener “integridad” (31:6). Sus manos están limpias (31:7). ¡La verdad es
sagrada!
ADULTERIO (31:9–12)
Job ya ha mencionado la lujuria (31:1–4). Ahora va un paso más allá e incluye el adulterio y
la seducción (31:9–12). La ley de Dios prohíbe el adulterio (Éxodo 20:14). El castigo en el
Antiguo Testamento era la muerte (Levítico 20:10).
El pasaje está lleno de expresiones de doble sentido: “si estuve acechando a la puerta
de mi prójimo” (31:9) alude a un acto sexual ilícito, como también lo hace la frase: “muela
para otro mi mujer” (31:10). ¡El sexo es para el matrimonio, y solo para el matrimonio! Y
el matrimonio está basado sobre la confianza y la fidelidad. Si infringes estos dos principios,
¡atente a las consecuencias! Las relaciones sexuales promiscuas suponen un abuso de la
dignidad del otro y de su misma persona, aunque ese otro consienta de buena gana. En estos
tiempos necesitamos recordarnos a nosotros mismos que el adulterio, en cualquier forma que
tome, es pecado. Quizá también sea necesario subrayar que una vida sin sexo es tan
satisfactoria como una en la que sí lo hay. Jesús vivió una vida perfecta siendo célibe, y Pablo
fue soltero durante todo su ministerio (aunque es posible que antes estuviese casado).
La Biblia está llena de auges y depresiones de la experiencia espiritual, pero pocos valles
son tan profundos como la experiencia de David con Betsabé (2 Samuel 11). Una de las cosas
que nos enseña esa historia es que el pecado nunca es un asunto simple. El adulterio fue solo
una parte de la deshonra que cayó sobre David. Sabía quién era Betsabé (y que estaba casada),
y su adulterio trajo consigo tanto codicia como robo. Y cuando se descubrió que Betsabé
estaba embarazada, David se enredó en mentiras y engaño para intentar hacer creer a la gente
que el bebé que iba a nacer era de Urías. Finalmente, condujo al asesinato, y pocas cosas
podrían subrayar la seriedad del adulterio más que esto. Y lo que es peor, el adulterio rompe
nuestra relación con Dios. Por eso lo compara Job con “fuego que devoraría hasta el
Abadón” (31:12).
Esa expresión nos recuerda la forma en que otro de los escritores de la Biblia advierte
sobre el peligro del adulterio:
¿Tomará el hombre fuego en su seno
sin que sus vestidos ardan?
¿Andará el hombre sobre brasas
sin que sus pies se quemen?
Así es el que se llega a la mujer de su prójimo;
no quedará impune ninguno que la tocare
(Proverbios 6:27–29).
OPRESIÓN (31:13–15)
“También vemos aquí una doctrina general, común a todos los hombres; la cual es, en primer
lugar, que aquellos que han alcanzado un alto nivel en cualquier autoridad deben saber que
Dios no los ha puesto en tal lugar para darles una brida con la que afligir a otros y pisotearlos
bajo sus pies, sino que les incumbe contenerse siempre en humildad y afabilidad”.
Job tenía “muchísimos criados” (1:3). Pero Job da testimonio del hecho de que aun sus
criados tienen derechos humanos que hay que respetar. Aquí salen a la superficie dos de ellos:
el derecho de un criado a llevar a su amo a juicio (31:14), y el derecho de las mujeres
(“sierva[s]”) a la justicia, igual que los hombres (“siervo[s]”) (31:13).
En Gran Bretaña podemos tomar como ejemplo la Carta Magna, que el rey Juan firmó en
1215 y que el rey Enrique III volvió a instituir diez años después. Entre sus muchas
provisiones se hallaba la garantía de que un hombre sería juzgado justamente por sus iguales.
Los americanos pueden referirse a la Declaración de Independencia que Thomas Jefferson
hizo en 1776, que contiene las famosas palabras que vienen a decir que es “evidente” que
“Todos los hombres son creados iguales y son dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables”, en particular los derechos a “la vida, la libertad y la consecución de la
felicidad”.
Los derechos humanos se basan en el hecho de que todos somos criaturas de Dios: todos
hemos sido hechos por Él: “El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¿Y no nos
dispuso uno mismo en la matriz?” (31:15). Como lo resume John Stott, “Los derechos
humanos se reducen en su nivel más básico al derecho a ser humano y, por consiguiente, a
disfrutar la dignidad de haber sido creado a imagen de Dios y de poseer, como consecuencia,
una relación única con Dios mismo, con los demás seres humanos y con el mundo material”.
Hay tres cosas que se desprenden del hecho de que Dios creó al hombre: dignidad, por
cuanto cada ser humano refleja, al menos hasta cierto punto, la imagen de Dios (Génesis
1:26); igualdad, por cuanto Dios no muestra parcialidad en su trato de aquellos a quienes ha
creado (Deuteronomio 1:16–17; 10:17; 16:18–19); y responsabilidad, por cuanto somos
responsables de estar siempre listos para dejar a un lado nuestros derechos por el bien de
otros. De esto último, Jesús es el supremo ejemplo (Filipenses 2:6–7).
Lo que Job testifica aquí es lo mismo que Pablo exhorta en el Nuevo Testamento: “Y
vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de
ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas” (Efesios 6:9).
Somos guardas de nuestros hermanos. Pertenecemos a la misma familia humana y tenemos
responsabilidades los unos para con los otros. Los cristianos debieran ser los primeros en dar
ejemplo con su comportamiento para con sus empleados: “Acordaos de los presos, como si
estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros
mismos estáis en el cuerpo” (Hebreos 13:3).
CODICIA (31:24–25)
De nuevo, era Elifaz quien había insinuado que había un rasgo de avaricia en Job (22:24).
Job lo niega rotundamente. No ha puesto “en el oro [su] esperanza, [ni dicho] al oro: Mi
confianza eres tú” (31:24).
No pongas tu confianza en los tesoros de este mundo, advirtió Jesús, porque un día
podrías encontrarte con que se han esfumado. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la
polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde
esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19–21). Al decir “tesoros”,
Jesús se estaba refiriendo a las cosas que solemos valorar más. Y con demasiada frecuencia,
es el dinero. De ahí que haya tantas advertencias: “¡Ay de vosotros, ricos!” (Lucas 6:24). “No
podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13). “Otra vez os digo, que es más fácil pasar
un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19:24).
“La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).
“Vended lo que poseéis, y dad limosna” (Lucas 12:33). “A cualquiera que te pida, dale; y al
que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva” (Lucas 6:30).
¡Invierte en el Cielo, no en la Tierra! Cuando Zaqueo comenzó a hacerlo fue cuando Jesús
declaró: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19:9).
Toma mi oro y mi plata;
no deseo quedarme nada.
La consagración muchas veces comienza santificando el monedero.
IDOLATRÍA (31:24–28)
“Tirar un beso” es una señal de cariño en el mundo de hoy. En Israel, era un símbolo de
adoración y, por tanto, estaba prohibido, como indican claramente dos pasajes en el Antiguo
Testamento: uno es cuando el Señor le asegura a Elías cuando estaba deprimido que no estaba
solo, pues había más de 7000 como él, escondidos en Israel, “cuyas rodillas no se doblaron
ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Reyes 19:18); el otro es cuando el profeta Oseas
reprende a Efraín por adorar a Baal, hacer sacrificios humanos y decir “a los hombres […]
que besen los becerros” (Oseas 13:2). Job está de acuerdo con que si hubiera cometido
semejante idolatría, “besar” la riqueza, o el “sol” o “la luna”, serían actos merecedores de
juicio; pero, por supuesto, no lo ha hecho (31:26–27 LBLA).
Muy pocos en nuestra sociedad podrían hacer suyas estas palabras de Job. En nuestros
comentarios en la sección anterior ya hablamos de la adoración del dinero. Wesley dijo una
vez: “Si tienes el más mínimo deseo de escapar de la condenación del Infierno, da todo lo
que puedas; si no, no tendré mayor esperanza por tu salvación que por la de Judas Iscariote”.
Calvino señala que a Job se le describe en este pasaje como si en realidad le estuviera
hablando a su dinero. Tal es el poder de las riquezas que parecen tomar la forma misma de
una persona, que se comunica con nuestro corazón y aparentemente lo controla.
RENCOR (31:29–30)
Puede que sea natural sentir algo de satisfacción cuando un enemigo sufre, pero hacerlo está
mal:
Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes,
y cuando tropezare, no se alegre tu corazón;
no sea que Jehová lo mire, y le desagrade,
y aparte de sobre él su enojo
(Proverbios 24:17–18).
¿Podemos de veras amar a quienes nos aborrecen? Los principios por los que se guía este
mundo nos animarán o bien a no hacerles caso o bien a tomar represalias. Pero Job
comprendió cuáles eran los principios del Reino de Dios, los cuales nos proveen una
motivación que nos dirige por un camino muy distinto: nuestro Padre muestra amor hacia sus
enemigos cada día, al dar el sol y la lluvia tanto al justo como al impío. No abusaría de sus
derechos si decidiera tomar represalias contra los pecadores, por la deshonra cometida contra
Él. Pero, en lugar de eso, muestra misericordia y paciencia. Job, evidentemente, ha hecho lo
mismo. No ha abusado de su lengua pronunciando una maldición mortal sobre un enemigo
precipitadamente (31:30).
TACAÑERÍA (31:31–32)
Ningún invitado se había levantado jamás de la mesa de Job con hambre. El “forastero” y el
“caminante” habían recibido toda muestra de hospitalidad en casa de Job (31:32). Y esto no
es ninguna presunción por parte de Job, pues sus propios “siervos” podían confirmarlo
(31:31). Job había testificado de la gracia de Dios que obraba en su vida.
El pueblo de Dios ha de “[practicar] la hospitalidad” (Romanos 12:13). Y la motivación
para hacerlo es extraordinaria: todo lo que se le haga a uno necesitado de hospitalidad se le
hace a Aquel que en el gran Día del Juicio dirá: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis” (Mateo 25:35). Y las
recompensas son igual de asombrosas, pues Abraham, Gedeón y Manoa descubrieron que,
al ofrecer su hospitalidad a forasteros, en realidad habían hospedado a ángeles sin darse
cuenta (Génesis 18; Jueces 6; 13; cf. Hebreos 13:2).
HIPOCRESÍA (31:33–34)
Job no había intentado ocultar su pecado de ninguna manera, puesto que no había pecados
de importancia en su vida (31:33). A Job no le daba miedo estar bajo el foco de la atención
pública, como le pasa a muchos famosos. Ningún reportero podría desenterrar algún “trapo
sucio” de Job y poner en peligro su posición social. En él no se encuentra hipocresía. Ha
practicado lo que predicaba. El Espíritu Santo ya nos ha informado a quienes leemos el libro
de Job que su vida era “intachable y recta”; no que Job fuera sin pecado, sino fiel en lo que
concernía al pacto. Era lo que llaman por ahí “un hombre piadoso”. Su profesión de fe estaba
en armonía con su vida. No era un hipócrita, como Satanás y, más tarde, los amigos de Job
habían insinuado.
En Edén, Adán había intentado ocultar su pecado, y existe una posibilidad de que la
correcta traducción del versículo 33 fuera: “Si encubrí como Adán mis transgresiones
[…]”(*). Escondiéndose en el huerto, Adán abrigaba la idea de que Dios no era consciente
de su transgresión. Esta es una estratagema que Satanás utiliza constantemente. Adán fue el
primer hombre que cometió hipocresía, y nos ha pasado esa tendencia a todos nosotros. Como
comenta Calvino: “Sin duda, el diablo obtiene una victoria a nuestra costa cuando nos incita
a encubrir nuestras faltas; pues si las reconocemos, necesariamente tendremos que
avergonzarnos de ellas. Pero una vez que hemos cubierto el mal cometido, creemos estar
seguros y nos permitimos echarnos a dormir […]”.17
“No parece haber nada que a Cristo le desagrade tanto como la hipocresía y la falsedad”,
comenta J.C. Ryle. “El cristianismo que es del Espíritu Santo —dijo más tarde— siempre
tendrá una visión muy clara de la pecaminosidad del pecado. No considerará el pecado
meramente como una mancha y una desgracia, lo cual hace a hombres y mujeres el objeto de
la lástima y la compasión. Verá en el pecado la cosa abominable que Dios odia, la cosa que
hace al hombre culpable y perdido ante los ojos de su Creador, la cosa que merece la ira y la
condenación de Dios. Considerará el pecado como la causa de todo dolor e infelicidad, de
dificultades y guerras, de luchas y disputas, de la enfermedad y la muerte, la plaga que ha
arruinado la buena creación de Dios, la cosa maldita que hace que toda la Tierra gima y se
retuerza de dolor. Ante todo, verá en el pecado aquello que ocasionará nuestra ruina eterna,
a menos que encontremos quien pague un rescate; que nos llevará cautivos, a menos que
podamos romper sus cadenas; y que destruirá nuestra felicidad, tanto aquí como en la otra
vida, a menos que luchemos con ella a muerte”.
EXPLOTACIÓN (31:38–40)
Job pronuncia una última negación: no ha sido culpable de ningún abuso de sus tierras. La
Ley tenía requisitos concretos para los que poseyeran tierras: la tierra no debía sembrarse con
dos tipos de semillas (Levítico 19:19); debía dársele un descanso cada siete años (Éxodo
23:10–11; Levítico 25:2–7; 26:34–35); y sobre todo, no debía derramarse ninguna sangre
sobre ella, pues si así sucediera, la tierra clamaría pidiendo venganza, como la muerte de
Abel puso de manifiesto (Génesis 4:10–12; cf. Números 35:33–34). Job no ha infringido esas
leyes sobre la tierra, ni ha comido de su fruto sin antes pagar el salario justo a los trabajadores
alquilados para la labor (31:39). Como hombre de negocios, Job se declara inocente. En su
trabajo, al igual que en su casa, ha demostrado la fe que profesa. Si no ha sido así, está
preparado para ver caer sobre sus tierras la maldición pronunciada en Edén (31:40; cf.
Génesis 3:17–18).
Hay algo que aparece en este capítulo que no debemos dejar pasar inadvertido. Es que
nuestras vidas han de estar gobernadas en todas sus partes por la autoridad de la Palabra de
Dios. No basta con que tengamos la conciencia tranquila en una o dos áreas; tenemos que
estar dispuestos a dejar que la Ley de Dios sea aplicada a la totalidad de nuestras vidas. Como
Calvino, de forma peculiar, lo explica: “Job no habla sobre una sola virtud, sino que abarca
en general toda la regla del buen vivir que Dios nos ha dado. Y desde luego, no es suficiente
que hayamos cumplido una parte de la Ley (si siquiera nos fuera posible hacerlo). Pero a
nosotros nos corresponde esforzarnos en gobernar y organizar nuestra vida entera según todas
las cosas que Dios ordena”.
23
El sufrimiento es la disciplina de Dios
Léase Job 32–33
“ESCUCHADME” (32:6–22)
Hay rasgos de Eliú que son dignos de admiración:
1. Eliú sabe escuchar
Eliú ha escuchado con atención todo lo que los otros tres tenían que decir. Como alguien que
sabe escuchar, les ha dejado hablar sin interrumpirles (32:11). Les ha prestado toda la
atención posible (32:12). Es cierto que ahora su corazón se siente como el vino que se
fermenta en odres nuevos, y casi “se rompe” (32:19), añadiendo que aunque ha obedecido el
protocolo guardando su lengua, ya no puede esperar más: las palabras están adquiriendo
forma en su lengua (33:2); pero se ha ganado nuestro respeto con su paciente espera.
2. Eliú es cortés
Era en aquel tiempo, y sigue siendo hoy en día, un rasgo del mundo oriental que se le tiene
mucho respeto a la edad. El siguiente texto es típico de la sabiduría recibida del pasado: “Qué
hermoso es el juicio justo con cabello blanco, y que las barbas canosas sepan dar consejo.
Qué hermosa es la sabiduría en los de muchos años, y el consejo sabio de los labios de
hombres distinguidos. Corona de los ancianos es la experiencia madurada, y su verdadera
gloria el temor del Señor”.
Aunque eran mayores que Eliú, los tres amigos de Job habían fracasado rotundamente en
su propósito de comunicar su sabiduría (32:9, 12, 15–16). No obstante, Eliú estaba dispuesto
a concederles su justo lugar. Observamos, pues, su respeto a la edad y a la experiencia (32:6–
7). No sucede lo mismo con los jóvenes del mundo occidental de nuestro tiempo. La sabiduría
bíblica nos insta a recuperar ese respeto debido a los que han experimentado más, aprendido
más, visto más, que nosotros, pues como dice Calvino: “Cuando Dios permite que un hombre
viva mucho tiempo en el mundo, le da gracia para que pueda ser provechoso para los que son
más jóvenes que él”. Pablo exhorta a Timoteo a no dejarse dominar por las pasiones juveniles
(2 Timoteo 2:22). Y no es que Timoteo practicara “la depravación, el juego, el adulterio, ni
que se emborrachara o cometiese otros actos disolutos. Timoteo era tal espejo y molde de
toda santidad que san Pablo tuvo que exhortarle a beber vino (1 Timoteo 5:23). Y sin
embargo, le advierte sobre las pasiones de la juventud. ¿Por qué? Porque, siendo joven, aún
era posible que se precipitara en algunas cosas […] Porque la gente joven, al no haber
experimentado las dificultades inherentes a muchas cosas, dan el paso adelante enseguida,
pues no se paran a pensar en el costo de nada; para ellos, nada es imposible. La juventud,
pues, siempre conlleva la presunción, y es un mal demasiado común […]”. Los jóvenes
pueden aprender mucho de Eliú.
3. Eliú procura dar la gloria a Dios
Eliú no acepta ningún mérito por su “sabiduría” para sí mismo. Es el Espíritu, “el soplo del
Omnipotente” lo que da sabiduría (32:8; cf. 33:4). No afirma tener una revelación especial,
como hizo Elifaz en su primer discurso. Todo el mundo puede acceder a esta fuente de
sabiduría. Un espíritu humano dotado de la sabiduría del Espíritu de Dios será
verdaderamente sabio.
A muchos críticos no les gusta Eliú. Lo consideran un joven egocéntrico y presuntuoso,
lleno de sí mismo y sin nada que decir que tenga alguna trascendencia. Es cierto que es joven,
confiado, inexperto, hablador y que está obviamente furioso, pero ninguna de estas cosas le
impide poder hacer su contribución. Eliú es lo suficientemente audaz como para cuestionar
la sabiduría recibida del pasado, y quizá hace falta ser como él para hacer tal cosa. ¡Pues lo
cierto es que la sabiduría recibida del pasado no le habría permitido decir nada!
4. Eliú es apasionado
Eliú siente que debe hablar (32:20), pero lo hace sin parcialidad. No hay nada en él aburrido
o meramente académico. Lo que dice, lo dice de corazón, aunque no todo lo que dice sea
correcto. Pocas cosas son peores que un predicador aburrido. Y un consejero desinteresado
no tarda mucho en delatarse a sí mismo. Pero Eliú es tan apasionado que le advierte a Job
que no sabe cómo adular (32:22). ¡Más le vale a Job irse preparando para oír a alguien hablar
sin florituras!
DIOS ES JUSTO
Eliú cita las palabras de Job cuando se quejó de que Dios era injusto al castigar a alguien que
era inocente:
Job ha dicho: Yo soy justo,
y Dios me ha quitado mi derecho.
¿He de mentir yo contra mi razón?
Dolorosa es mi herida
sin haber hecho yo transgresión
(34:5–6).
Es verdad que Job ha dicho eso. Pero Eliú prosigue su cita y afirma que Job ha dicho: “De
nada servirá al hombre el conformar su voluntad a Dios” (34:9). Job no ha dicho tal cosa,
por supuesto. Lo que sí ha dicho es que los impíos parecen prosperar sin que, aparentemente,
reciban ningún juicio en este mundo (21:7–34). También ha señalado la evidente e irrefutable
verdad de que los problemas parecen caerles encima tanto a los buenos como a los malos
(9:22–24). Eliú es injusto con Job, muy injusto, pues habla de él como si hubiera sucumbido
a aquello de lo que le acusaba Satanás: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (1:9). Si Job
hubiera dicho eso, la prueba habría terminado y Satanás habría sido el vencedor. Aun con
toda su inteligencia, Eliú, sin saberlo, se ha puesto del lado de Satanás. Según Eliú, el único
motivo por el que Job confía en Dios es el provecho personal que saca de ello. Pero Job no
ha llegado a tal extremo, ni lo hará. A pesar de su ira y de su confusión, Job aún conserva su
confianza en Dios.
La respuesta de Eliú consiste en aclarar la doctrina de la justicia de Dios:
Por tanto, varones de inteligencia, oídme:
Lejos esté de Dios la impiedad,
y del Omnipotente la iniquidad
(34:10).
No se dirige a Job, sino a los “sabios” (34:2), probablemente los tres amigos. Su proposición
es simple y contundente: si Dios es justo (como sin duda lo es), toda crítica que se le haga
habrá de ser necesariamente injusta. Puesto que Job ha estado criticando a Dios, Job es el que
está equivocado. La acusación contra Job parece irrefutable.
El problema de este tipo de razonamiento es que no ha tenido en cuenta la realidad del
apuro de Job. Eliú habla de una manera que parece pasar por alto totalmente la existencia del
dolor de Job. Lo que dice es cierto en general, pero no capta lo que Job está diciendo. Su
teología es impecable: el derecho a gobernar que tiene Dios no se debe a nadie sino a Dios
mismo (34:13). Él es quien soberanamente sustenta todas las cosas, y revela su gracia cada
momento del día dando vida y aliento al hombre (34:14–15). Él es el “Justo poderoso”
(34:17 LBLA). Gobierna sin hacer “acepción de personas” (34:18–19). Los poderosos
mueren si Él da la orden (34:20), sin que ellos tengan ningún control sobre ello (34:23). No
tiene que dar cuenta de sus actos; puede humillar a los poderosos rápida y repentinamente
(34:24–25). Los que hayan abusado de su poder serán castigados (34:26–28). Aun si Dios
parece demorar su intervención, está en su derecho: no se le puede acusar de injusticia
(34:29–30).
Así pues, Eliú opina que la reclamación de justicia que hace Job es una continua
acusación de que Dios se equivoca. Con esa reclamación Job ha añadido “rebeldía” a sus
pecados (34:37). Eliú pronuncia una imprecación: “Deseo yo que Job sea probado
ampliamente, a causa de sus respuestas semejantes a las de los hombres inicuos” (34:36).
Al margen de cualquier pecado que hubiera cometido en un principio (de lo cual le acusaban
sus tres amigos, y a lo cual Eliú no da ni su apoyo ni su rechazo), lo cierto es que ahora Job
ha sumado a ello una serie de necias declaraciones en respuesta a sus sufrimientos. Ha
añadido incredulidad a su pecado, al quejarse tan amargamente contra Dios. El sufrimiento
de Job tiene alguna relación con esa ira y ese rencor que ahora expresa. Lo único que podría
hacer sería aceptar el castigo de Dios, arrepentirse de su pecado y escuchar lo que Dios le
está diciendo (34:31–33).
Todo esto lo hemos oído antes. Eliú ha llegado a la misma conclusión que los otros tres
consejeros. Su enojo con ellos solo se debe al hecho de que no habían logrado descubrir el
verdadero problema de Job, que no era nada de su pasado, sino del presente: la rebeldía con
que había respondido a su prueba. “Eliú hace lo correcto al defender la justicia de Dios, y ha
llevado la discusión un paso adelante sugiriendo que el mayor pecado de Job quizá no fuera
algo que dijo o hizo antes de que comenzase el sufrimiento, sino la rebeldía que está
demostrando durante el sufrimiento”. La única opción que le queda a Job es arrepentirse
(34:31–33). A Eliú no se le pasa por la cabeza que Job pueda ser inocente.
JOB ES TONTO
Al final de su segundo discurso, animado por la inteligencia de su argumento, Eliú se dirige
a aquellos que puedan estar escuchándole y les pide que le presten atención: “Los hombres
inteligentes dirán conmigo, y el hombre sabio que me oiga […]” (34:34). ¿Y qué es lo que
le oirán decir? ¿Cuál es su conclusión? ¡Que Job es tonto! “Job no habla con sabiduría […]
sus palabras no son con entendimiento” (34:35). Job no es solamente un pecador; además,
es un necio. Es, también, culpable de sedición, de rebelarse contra Dios. Según Eliú, Job
“bate palmas” (34:37) en señal de desafío. La situación de Job no es como para hacer tal
cosa, por supuesto; esto no es más que un ejemplo de lo mucho que Eliú se ha dejado llevar
por su retórica.
La mayor parte de los comentaristas creen que aquí Eliú es demasiado duro. Otros, no
obstante, han sido más comprensivos con él. Es interesante observar que la contribución de
Eliú no recibe ni aprobación ni condenación a su término. La razón de esto tal vez sea, como
señala Carson, que “si no se le alaba, es porque su intervención es eclipsada por las palabras
de Dios; si no se le critica, es porque no dice nada incorrecto”.4 Después de todo, Eliú ha
dicho lo mejor que puede decir un hombre que no posee toda la verdad. No sabe nada del
papel de Satanás en todo esto. Con ese desconocimiento, y atribuyendo a Job algo que no ha
dicho, Eliú ha fracasado en su intento de ministrar a las necesidades de Job.
Serán palabras dramáticas, pero no menos que las de Eliú. ¡Y de cuánto mayor ánimo y
ayuda!
El Señor rompe su silencio. Por fin ha llegado el momento que Job pedía.
Job pidió poder encontrarse con Dios para presentarle su caso (31:35). Quería que Dios
“formulara un cargo con acusaciones concretas, que él estaba preparado para contestar, o si
no, que su Juez hiciera un veredicto, que él esperaba confiado que sería una declaración de
inocencia”. Las dos respuestas del Señor no parecen, a primera vista, responder a las
preguntas de Job, ni ser las respuestas que sus amigos creían haber dado. Los discursos de
Dios no parecen tener mucho que ver con la cuestión principal: por qué Job sufrió tanto
cuando había hecho todo lo humanamente posible para mantener una buena relación con
Dios. “El Señor no parece decir nada sobre ello. De hecho, hace muy pocas declaraciones o
afirmaciones que sean positivas. Sus discursos no son oráculos; responde a las preguntas de
Job con una avalancha de contrapreguntas”.2
Llegados a este punto es necesario señalar una importante cuestión interpretativa, crucial
para entender estos capítulos. Hasta ahora hemos estado haciendo un análisis más o menos
crítico de los discursos de los tres amigos de Job, así como de la contribución de Eliú. En
ocasiones hemos advertido que, aunque el contenido de sus discursos era bastante ortodoxo,
no era relevante en el caso de Job. Otras veces hemos tenido que indicar que el contenido
mismo de lo que decían era erróneo (como sucedía en su continua insistencia en que Job
estaba sufriendo a causa de su pecado). En los siguientes capítulos, que recogen las palabras
dirigidas por Dios directamente a Job, no podremos tomar esa postura. Tendremos que
extraer la enseñanza de la forma y el contenido de estos dos discursos.
Es más; como veremos a continuación, la interpretación de todo el libro de Job debe
hacerse sobre la base de los primeros dos capítulos y estos cinco últimos. Si tenemos esto en
cuenta, no nos saldremos del buen camino.
EL MISTERIO DE DIOS
La enseñanza principal de este combate es que Dios y sus designios son fundamentalmente
incomprensibles para nosotros. El misterio es el elemento vital de toda nuestra formulación
teológica. Al final, Dios habita en luz inaccesible (1 Timoteo 6:16). Dios es grande, nos dice
la Escritura (Deuteronomio 7:21; Nehemías 4:14; Salmo 48:1; 86:10; 95:3; 145:3; Daniel
9:4), con lo cual nos quiere decir que es mayor de lo que jamás podremos imaginar. No
poseemos la capacidad de comprender a Dios totalmente. Aunque insistamos en que lo que
sí conocemos de Dios lo conocemos en verdad, sigue siendo cierto que lo que conocemos de
Él lo conocemos solo en una pequeña parte. Calvino dijo que Dios, en su autorrevelación, se
había “acomodado” a sí mismo a nuestra capacidad. “Los fieles deben contentarse con
aquello que se les ha revelado; y es una sabiduría mucho mayor y mejor que la de hacer
preguntas de todas las cosas sin excepción […] no es que [Dios] sea tacaño en cuanto a
mostrarnos más de su voluntad, sino que Él sabe lo que nos conviene”. “Tengamos siempre
presente que aun en las cosas más básicas hay algo de la incomprensible sabiduría de Dios”.6
“Y cuando el hombre haya debatido la cuestión a fondo, del derecho y del revés, es necesario
que llegue a la ya dicha conclusión, a saber, que no comprendemos la grandeza y la altura de
los actos de Dios en mayor medida que la que Él tiene a bien dejarnos atisbar, rebajando su
sabiduría a nuestra capacidad, la cual es diminutamente pequeña”.
Tal es la importancia de esta cuestión en el pensamiento de Calvino que comienza un
sermón con estas palabras: “Tenemos que avanzar en el tema que empezamos ayer, que es
que la Escritura nos muestra muchas cosas que nuestro entendimiento no puede admitir”. Es
interesante observar que al discutir “El conocimiento de Dios el Creador” en su Institución
de la religión cristiana, Calvino dice de la esencia de Dios que es “incomprensible […] su
deidad transciende todo sentimiento humano”. Algo parecido escribió en su catecismo de
1542: “Nuestro entendimiento no es capaz de comprender su esencia”. Para Calvino, la mejor
ayuda que se puede ofrecer a quienes están atribulados es decirles que deben rendirse
pacientemente a los propósitos de un Dios soberano. ¡Esa es la paciencia de Job! Es su
disposición, finalmente, a someterse a los designios de Dios, a pesar de su falta de
entendimiento.
Hay una historia que cuentan del general británico Bernard Montgomery (“Monty”), un
hombre famoso por su alto concepto de sí mismo. En un discurso, describió una conversación
entre Dios y Moisés. Montgomery dijo: “Como Dios le dijo a Moisés, y en mi opinión,
correctamente […]”. Arrogancia como esa es una de las cosas que Dios quiere desalentar, y
de las que trata este libro. Los esfuerzos de Job por comprender los designios de Dios en este
mundo no han llegado a ninguna parte. Como Asaf en el Salmo 73, Job ha descubierto que
el intento mismo de comprenderlos le ha producido dolor de cabeza. Asaf compara su propio
comportamiento con el de una bestia (Salmo 73:22). Job también ha estado cuestionando a
Dios, ¡sí, cuestionando a Dios! El Señor, pues, despliega ante Job una magnífica visión de
las maravillas de su creación. Es un escenario en el que le muestra a Job la ingenuidad de su
sabiduría. Es algo que al final termina por rebajar el orgullo de Job:
Respondió Job a Jehová, y dijo:
Yo conozco que todo lo puedes,
y que no hay pensamiento que se esconda de ti.
¿Quién es el que oscurece el consejo
sin entendimiento?
Por tanto, yo hablaba lo que no entendía;
cosas demasiado maravillosas para mí,
que yo no comprendía.
Oye, te ruego, y hablaré;
te preguntaré, y tú me enseñarás.
De oídas te había oído;
mas ahora mis ojos te ven.
Por tanto me aborrezco,
y me arrepiento en polvo y ceniza
(42:1–6).
Job se había olvidado de lo que era. Como hijo de Dios, tenía que aprender que a Dios le
preocupaba más su semejanza con Cristo que su prosperidad material o su salud.
Jesucristo se hizo pequeño e insignificante a los ojos del mundo. Habitó en un cuerpo finito
para llevar a pecadores como nosotros al Cielo. Cuando leemos que el Creador del universo
dedicó parte de su tiempo a hablar con niños pequeños, descubrimos que verdaderamente no
hay nada demasiado pequeño para Él (Mateo 19:13–14).
¿Cuál es el tema de este capítulo? Dios está reduciendo sistemáticamente a Job a su
tamaño real, desinflando el orgullo que sobraba en su interior mediante la eliminación de
todo pensamiento que empequeñece a Dios en la mente de Job. Es una de las consecuencias
en la práctica de algo que dijo Eliú: “En Dios hay una majestad terrible” (37:22). Parte de
esa majestad se le ha mostrado a Job en una tremenda exhibición de la sabiduría y el poder
de Dios en la naturaleza. Al no poder Job estar a su misma altura, sino más bien siendo
ridículamente enclenque en comparación con Él, no le corresponde cuestionar los actos de
Dios.
El combate de lucha libre continúa: “Cíñete ahora como varón tus lomos […]” (40:7; véanse
comentarios de 38:3 en el capítulo anterior). Job ya se ha rendido como resultado del primer
asalto de esta contienda:
He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé?
Mi mano pongo sobre mi boca.
Una vez hablé, mas no responderé;
aun dos veces, mas no volveré a hablar
(40:4–5).
Técnicamente, pues, según las reglas de la lucha libre, el combate ha terminado. ¡Dios ha
ganado! Pero Job recibe una segunda oportunidad; de hecho, se le pide que vuelva a ceñirse
con su cinturón. “Su sumisión inicial había sido buena, pero era solo el comienzo de su
arrepentimiento. Tiene que reconocer no solo la irracionalidad, sino también la
pecaminosidad de criticar al Todopoderoso”.
Job había ido demasiado lejos en la defensa de su inocencia. Había despotricado contra
Dios y cuestionado su justicia. Al justificarse a sí mismo, lo que Job había hecho en realidad
era condenar a Dios (40:8). ¿Pero podrá Job mejorar su situación? Al fin y al cabo, los jueces
que pronuncian las sentencias tienen la responsabilidad de asegurarse de que las condenas se
llevan a cabo. ¿Tiene Job suficiente poder para cambiar las cosas a su favor? (40:9). ¿Tiene
suficiente carácter divino para ejecutar el castigo que él cree que merecen sus enemigos?
(40:10–13).
¿Adónde quiere llegar Dios? Sencillamente a esto: que Job no está en posición de juzgar
cómo gobierna Dios el mundo. Si el mundo lo ha tratado mal, es por un motivo que sobrepasa
su capacidad para hacer algo al respecto. Y en una tremenda demostración de
condescendencia, Dios ofrece inclinarse en deferencia ante los poderes divinos de Job si este
puede probar ser capaz de hacer algo sobre la impiedad que hay en el mundo: “Y yo también
te confesaré que podrá salvarte tu diestra” (40:14). Job ha estado usurpando el puesto de
Dios como gobernador del mundo. Ha “codiciado el conocimiento divino del bien y del mal
(cf. Génesis 3:5)”.
Siempre que nos quejamos sobre lo que nos está pasando en nuestra vida estamos
haciendo lo mismo que Job: estamos diciendo que podríamos hacer las cosas mejor que el
Dios todopoderoso. Merece la pena meditar esto un momento; ¿qué haríamos nosotros con
aquellos que nos tratan mal, si tuviéramos todo el poder? La Historia del mundo es un
catálogo de la inhumanidad y brutalidad del hombre cuando se le ha dado un puesto de
autoridad y poder. Dios tiene el poder de manipular los acontecimientos de tal manera que
aun las cosas malas resulten para nuestro bien. Pablo insiste: “Y sabemos que a los que aman
a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). Job no puede esperar llegar jamás
a ese nivel. ¡Job no solo es impotente, sino que también es ignorante! Detrás de estos
acontecimientos se hallan las maquinaciones de Satanás; una malevolencia de la que Job no
parece ser consciente en absoluto. En realidad, Dios está ordenando todos los actos de
Satanás de forma que ayuden a bien en la vida de Job.
Las tijeras de podar de Dios habían recortado su vida tan cerca de las raíces que Job había
perdido toda esperanza de volver a crecer.
Los años contados vendrán,
y yo iré por el camino de donde no volveré.
Mi aliento se agota,
se acortan mis días,
y me está preparado el sepulcro
(16:22–17:1).
Los actos de Dios parecían haber carecido de misericordia. Parecía que nada tenía sentido.
El hundimiento de Job en la ira y la amargura parece comprensible. Pero la primavera
ciertamente llega en la vida de Job una vez más. Es una primavera hermosa y fragante.
Regresa la esperanza. La fe se reaviva. La confianza florece. Aparecen nuevas y frescas
señales de gracia.
Las primeras palabras de Isaías 61 prometen, entre otras cosas, que Dios traerá belleza a
las vidas que han sido rotas. Él dará hermosura en lugar de cenizas (Isaías 61:3). Lo hará para
que esas mismas personas puedan ser llamadas “árboles de justicia, plantío de Jehová, para
gloria suya”. ¡Job va a ser visto como un árbol! De esa figura rota y sin forma que era Job se
eleva una confesión de confianza en Dios que solo puede describirse como hermosa.
Mediante el dolor, Job había crecido en su comprensión del carácter de Dios. Las pruebas
habían tenido un efecto educativo en él. Le habían enseñado cosas que de otro modo nunca
habría sabido. ¿Qué cosas? Cuatro palabras las resumen.
1. Poder
Job, como otros personajes de la Biblia, logró atisbar algo del señorío, o soberanía, de Dios.
Isaías tuvo un atisbo de ella mientras adoraba en el Templo (Isaías 6) y Ezequiel vio la
grandeza de Dios en una nube durante su exilio en Babilonia (Ezequiel 1). Otros también la
expresaron: el Salmista, proclamando en un salmo tras otro que “Dios es Rey”; el apóstol
Juan, durante un solitario destierro en una isla-prisión donde tuvo una visión de un trono en
el Cielo y alguien sentado en él (Apocalipsis 4:2). Saber que Dios es soberano en la
providencia es enormemente fortalecedor. Le dio fuerzas a Job cuando más las necesitaba.
Saber que no hay nada que suceda en este mundo sin el consentimiento de Dios es algo que
solo aterra a quienes no creen en sus designios. Para aquellos que, como Job, han recibido la
promesa de que Dios al final no abandonará a los suyos, aunque entre tanto les pida que pasen
por pruebas de fuego, es una verdad estabilizadora. Todo ha sido planeado. Todo tiene un
significado. Todo está en las manos de Dios, aun cuando no veamos que algo tenga sentido.
Esta es una verdad que atañe no ya solo a asuntos que nos conciernen a nosotros, sino
aun a la Cruz misma. En cierto sentido la crucifixión de Jesucristo fue un acto de brutalidad
y odio por parte de los judíos de Jerusalén. Pero también era parte del plan de Dios: “A este,
entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y
matasteis por manos de inicuos, crucificándole […]” (Hechos 2:23, énfasis añadido). Saber
que Dios tiene el control, aunque las cosas parezcan estar descontroladas, nos protege de
desmoronarnos bajo la presión de los acontecimientos. Para Job demostró ser una verdad de
un apoyo maravilloso.
2. Grandeza
Otra de las características se hace evidente: Dios no es solo soberano, también es grande. La
demostración exterior de la humildad de Job, ya sea sentándose en polvo y cenizas o
esparciendo estas sobre su cabeza, pretende expresar su pequeñez e insignificancia en
comparación con Dios. Utilizando los términos de la visión de Isaías, Dios es “alto y sublime”
(Isaías 6:1). Job se había dado cuenta de la inutilidad de intentar curiosear en los secretos de
Dios. Ahora se contentaba viviendo con lo que Dios le había revelado. Había querido conocer
más, pero el deseo fue fútil y despertó los peores aspectos de su personalidad. Una vez le
preguntaron a Agustín: “¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo?”, a lo cual contestó:
“Crear el Infierno para quienes hacen preguntas como esa”. Era una respuesta calculada para
subrayar la irreverencia del que hizo la pregunta. La enseñanza que hemos de aprender,
comenta Calvino sobre un pasaje anterior de Job, es “mantener nuestra boca cerrada” aun
siendo objeto de una gran provocación. Dios no es como el genio de la lámpara de Aladino,
controlable a nuestro capricho. Esta es la lección que con tanta profundidad enseñó Jesús en
el jardín de Getsemaní, cuando se le oyó clamar: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”
(Lucas 22:42).
La confianza de Job no es en sí mismo, sino en Dios. Es la misma confianza del apóstol
Pablo, quien alabó a Dios aun cuando no sabía por qué sucedían las cosas de la forma en que
estaban sucediendo. Muchas veces se encontró en situaciones en las que no sabía qué le
esperaría a la vuelta de la esquina. No sabía por qué sucedían las cosas, ni qué le esperaba
más adelante, ni cómo serían de dificíles, pero sí que sabía a quién creía: “Por lo cual
asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy
seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12). Conocer
a Jesucristo es lo único que necesitamos conocer.
3. Pureza
Otra característica de la reacción de Job es su comprensión de la pureza de Dios. Comparado
con Él, el lugar que le corresponde a Job es el montón de ceniza. Para subrayar este hecho,
Job esparce las cenizas sobre sí mismo. El pecado no es solo una cuestión de haber o no haber
sido culpable de rebeldía. Es un estado de impureza. Job demuestra ahora que durante este
encuentro han ocurrido cosas que han dejado una mancha en él. La reacción de Job no tiene
nada de neurótica. Es lo que enseña la sabiduría bíblica; reconocer que la pureza de Dios
pone al descubierto nuestras mugrientas naturalezas. Job ha pecado en lo que ha hablado, y
la Biblia tiene mucho que decir sobre tales pecados, pues reflejan lo que hay en el corazón
de una persona. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). Las palabras
pueden expresar los peores aspectos de nuestras naturalezas. La charla soez degrada nuestras
vidas; la cháchara irresponsable arruina las relaciones entre las personas.
Job está frente al Dios que es “muy limpio […] de ojos para ver el mal” (Habacuc 1:13).
4. Gracia
Otro elemento que ahora se ha inscrito firmemente en el conocimiento de Dios que tiene Job
es su misericordia y gracia. Job no se inclina en humilde sumisión ante el Todopoderoso solo
porque el puro poder y grandeza de Dios lo hayan llenado de un temor reverencial. Eso es
solamente parte de la cuestión, aunque sea una parte muy grande. Job ha llegado a tener un
atisbo del amor de Dios, de su misericordia, su gracia para con los pecadores. El verdadero
arrepentimiento lleva consigo no solo un “verdadero sentimiento de su pecado” sino también
una “[comprensión de] la misericordia de Dios en Cristo” (Catecismo Menor, Respuesta 87).
La magnitud total de la misericordia de Dios se revela en la restauración de Job (42:7–17).
Hablando con Job, y ahora presentándose ante él en una teofanía, Dios había revelado el amor
de su gracia. No había, después de todo, abandonado a su siervo.
Los amigos de Job habían afirmado una y otra vez que el favor de Dios dependía de la
justicia de Job. Si eso hubiera sido cierto, su única consecuencia habría sido la desesperación.
La última declaración que Job le presenta a Dios es una declaración de reconocimiento de su
injusticia. Tal vez no entienda por qué le había sobrevenido el sufrimiento; no había ningún
pecado obvio en su vida que suscitara la ira de Dios. No obstante, Job no era tan justo como
quizá él había creído ser. El sufrimiento había hecho que Job pronunciara palabras de enojo,
de arrogancia y de odio respecto a Dios. Job descubre, sin embargo, que hay un modo de
llegar a conocer el favor de Dios. El cual es la confesión y el arrepentimiento.
Durante su prueba, Job había puesto en duda la bondad de Dios y dijo que Dios le había
denegado la justicia. Era un alegato muy grave. Como dijo Philip Hughes: “Poner en duda la
bondad de Dios es, en el fondo, insinuar que al hombre le preocupa más la bondad que a Dios
[…] [es] sugerir que el hombre es más bondadoso que Dios […] [es] subvertir […] la
naturaleza misma de Dios […] Es negar a Dios”. Es el alegato que Satanás hizo en Edén.
Bibliografía selecta
Andersen, Francis, I. Job. Tyndale Old Testament Commentaries. IVP, 1976.
Un buen comentario moderno, ideal para quienes solo puedan permitirse comprar una
pequeña obra de referencia. La comprensión de Andersen del argumento teológico es buena
a lo largo de todo el libro.
Calvino, Juan. Sermons on Job. Banner of Truth, 1993 (facsímile de la edición de 1574).
Esta reciente reproducción en facsímile de los sermones de Calvino sobre Job marca un
hito oportuno e importante en nuestra comprensión del libro de Job, y de Dios mismo.
Ninguna alabanza podría exagerar la ayuda que se obtiene de la lectura de estos sermones.
Calvino comprende claramente la llave que abre el significado del libro: Job tiene un buen
argumento, pero lo defiende mal, y sus amigos tienen un mal argumento, pero lo defienden
muy bien. Calvino entiende, en particular, que el libro de Job fundamentalmente expone la
incomprensibilidad de Dios; no que no se pueda conocer a Dios, sino que Él sobrepasa
infinitamente nuestra comprensión.
Los lectores deben advertir que el facsímile está en inglés isabelino. No obstante, la
perseverancia pagará grandes recompensas, y aquellos que buscan un tesoro se volverán
pacientes muy pronto en su costosa búsqueda.
Puede que a algunos lectores les interese saber que he escrito dos artículos sobre Calvino
y su comprensión del libro de Job, en los números 336 y 337 de la revista Banner of Truth
(correspondientes a Marzo y Abril de 1994).
Carson, D.A. How Long, O Lord? Reflections on Suffering and Evil. Inter Varsity Press,
1990.
El libro contiene referencias al problema del mal en general, pero también incluye un
excelente resumen del libro de Job.
Caryl, Joseph. Exposition of Job. Sovereign Grace Publishers, 1959.
Caryl comenzó sus exposiciones del libro de Job en mayo de 1643 y las terminó al cabo
de casi veinticuatro años más tarde, en 1666. La edición de Sovereign Grace contiene solo
una selección de los doce volúmenes originales, que se publicaron por orden expresa de un
comité de la Cámara de los Comunes. Caryl fue un ministro independiente que predicó a
menudo ante el “Parlamento Largo”. Miembro de la Asamblea de Westminster en 1643, fue
elegido ministro de St. Magnus, en London Bridge, donde continuó hasta su expulsión en
1662. Sirvió como vicario general castrense a Carlos I y a Oliver Cromwell. En el año de la
Gran Expulsión (1662), Caryl reunió una congregación independiente en Leadenhall Street,
Londres. Dicha congregación contaba con 130 miembros cuando Caryl murió, y más tarde
se unió a la de John Owen.
Su exposición de Job consta de más de 500 conferencias y sermones, y ocupa más de
8000 páginas. Los lectores que puedan hacerse con la colección se beneficiarán de su estilo
preciso y práctico.
Clines, David J.A. Job 1–20. Word Biblical Commentary, vol. 17. Waco, Texas: Word
Books, 1989.
El estilo y formato de la colección Word Commentary en general son terriblemente
desalentadores. La colección está dirigida a estudiantes “serios” (es decir, estudiantes para el
ministerio, y ministros). Clines es con mucho el mejor comentarista moderno de Job. La obra
es exhaustiva, aunque es una lástima que el autor sea tan reticente a ver repercusiones
cristológicas en algunas de las declaraciones de Job. Para un lector entendido, ha de ser una
obra altamente recomendada.
Clines, David J.A. “Job”, New Bible Commentary, 21st Century edition. Inter Varsity Press,
1994(*).
Una versión resumida de la más complicada colección Word. Es magistral; nadie que
intente estudiar el libro de Job debería perderse las aportaciones de Clines. Para el lector
“medio”, este bien puede ser un buen lugar donde empezar.
Ellison, H.L. From Tragedy to Triumph: The Message of the Book of Job. The Paternoster
Press, 1958.
Una obra concisa, y algo floja.
Green, J.H. The Argument of the Book of Job Unfolded. Klock & Klock, 1977.
Este es quizá el mejor resumen disponible del libro de Job, desde un punto de vista
reformado.
Hartley, John E. Job. The New International Commentary on the Old Testament. Eerdmans,
1988.
Útil como obra de referencia rápida en cuanto al significado de ciertas palabras en el libro
de Job.
Hengstenberg, E.W. “Interpreting the Book of Job”, Classical Evangelical Essays in Old
Testament Interpretation, editado por Walter Kaiser. Baker, 1972.
Otro útil resumen del mensaje de Job, aunque demuestre una percepción menor que la de
Green.
Kline, Meredith. “Job”, The Wycliffe Bible Commentary. Moody Press, 1962.
¡El mejor comentario a Job que hay! Es un enfoque de Job conciso y coherentemente
reformado, con una percepción magistral del argumento teológico.
Kline, Meredith. “Trial by Ordeal”, Through Christ’s Word: A Festschrift for Dr. Philip E.
Hughes, editado por W.R. Godfrey y Jesse L. Boyd III. Presbyterian and Reformed, 1985.
Un análisis general esencial de lo que es el libro de Job.
Littleton, Mark R. When God Seems Far Away —Biblical Insight for Common Depression.
NavPress, 1987.
Un enfoque informal del libro de Job que sirve de lectura de ayuda, en especial para
quienes quieran algo “sencillo”.
McKenna, David L. Job: The Communicator’s Commentary. Waco, Texas: Word Books,
1987.
Con un estilo sermonario y algo norteamericano, McKenna tiene a veces destellos de
percepción útiles para aplicar el mensaje de Job a nuestro tiempo. Útil como una ayuda para
la preparación de sermones.
Philip, George M. Lord, From the Depths I Cry: A Study in the Book of Job. Glasgow:
Nicholas Gray Publishing, 1986.
Una exposición breve (y la mayor parte del tiempo, brevísima) del libro de Job, con
muchos comentarios de carácter pastoral que son de mucha ayuda.
Smick, Elmer B. “Job”, Expository Bible Commentary, vol. 4. Zondervan, 1988.
Un comentario a Job actualizado, pero que añade poco a lo ya existente.1
1
Thomas, D. (2001). Cuando arrecia la tormenta. (P. Escutia, Trad.) (Primera edición, pp. 349–396).
Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.