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Cuando arrecia la tormenta

Derek Thomas

EDITORIAL PEREGRINO

Cuando arrecia la tormenta

Publicado por Editorial Peregrino, S.L.


Apartado 19
13350 Moral de Calatrava (Ciudad Real) España

© Evangelical Press 1995

Publicado por primera vez en inglés bajo el título


When the Storm Breaks por Evangelical Press, 1995

Primera edición en español: 2001


© Editorial Peregrino, S.L. 2001
para la versión española

Traducción: Pedro Escutia


Versificación: Antonio Torres Villén

Las citas bíblicas están tomadas de la Versión Reina–Valera 1960


© Sociedades Bíblicas Unidas, excepto cuando se cite otra
LBLA = Biblia de las Américas © The Lockman Foundation
NVI = Biblia Nueva Versión Internacional © 1979 Sociedad Bíblica Internacional

ISBN: 84-86589-54-1
Depósito legal:

A Mark y Fiona Johnston,


con profunda gratitud.
Vincit qui patitur

Índice
Prefacio
Introducción
1. Cuando arrecia la tormenta (1:1–2:10)
2. Reacción al dolor (1:1–2:10)
3. Job maldice el día en que nació (2:11–3:26)
4. “¡Todo va a salir bien!” (4:1–5:27)
5. “Señor, quiero morir” (6:1–7:21)
6. “Cuando el río suena, agua lleva” (8:1–22)
7. Un lugar donde gritar (9:1–10:22)
8. “¡Arrepiéntete!” (11:1–20)
9. “Aunque él me matare, en él esperaré” (12:1–14:22)
10. Responder con insultos (15:1–35)
11. “Consoladores molestos sois vosotros” (16:1–17:16)
12. Las calamidades de los impíos (18:1–21)
13. Rechazado (19:1–29)
14. Pecadores en manos de un Dios enojado (20:1–29)
15. ¡Los impíos prosperan y los justos sufren! (21:1–34)
16. Job, uno de los más grandes pecadores del mundo (22:1–30)
17. Abandonado por Dios (23:1–24:25)
18. La majestad de Dios y la depravación del hombre (25:1–6)
19. “Sea […] y fue” (26:1–14)
20. “¿Cómo conseguiré que Dios escuche mis razones?” (27:1–23)
21. Un himno himno a la sabiduría de Dios (28:1–28)
22. “El Señor dio… y quitó” (29:1–31:40)
23. El sufrimiento es la disciplina de Dios (32:1–33:33)
24. “Dios tiene algo que enseñarte, Job” (34:1–37:24)
25. Habla el Señor (38:1–40:5)
26. La tormenta amaina (40:1–42:17)
Bibliografía escogida

Prefacio
“Lo que necesitamos es un comentario sencillo al libro de Job que el lector medio pueda
comprender”. Eso dijo un compañero mío, dándome a entender que debía enfrentarme al reto.
En esta contribución a la colección “Comentarios Peregrino”, siento que he emprendido algo
que es mucho mayor de lo que jamás imaginé. Mi propia congregación escuchó con paciencia
según les fui guiando, con cierta rapidez, por el libro de Job en el espacio de cuatro meses.
Ahora no recomiendo este procedimiento con mucho entusiasmo, por al menos dos razones.
En primer lugar, hay muchas cosas repetitivas en el libro de Job. A menudo siente uno el
dolor que debió de haber sentido Job escuchando los interminables discursos de sus amigos,
pues no tenían mucho de importancia que decir. Los sermones en los que se recalca una y
otra vez que lo que se está diciendo en estos capítulos no es pertinente al caso de Job pueden
hacerse pesados.
En segundo lugar, los predicadores tienen la tentación de acudir a Job en tiempo de crisis
en la iglesia local, quizá esperando que dará respuestas para las serias y desgarradoras
preguntas que la gente hace. Job proporciona pocas respuestas y, si no se tiene cuidado, se
puede muy fácilmente inculcar escepticismo al pueblo de Dios que está sufriendo.
Aunque se puede decir de todos los libros de la Biblia, se debe decir en particular del
libro de Job que es crucial, antes de leer un fragmento concreto, comprender el mensaje
general del libro. Mucho de lo que los tres amigos de Job tienen que decir se expone en forma
de mordaz sarcasmo. Sus premisas son erróneas y sus conclusiones, por muy razonables que
parezcan ser, son necesariamente sospechosas. He intentado, por consiguiente, escribir de tal
manera que “el lector medio” pueda comprender el mensaje general y asimismo beneficiarse
devocionalmente en el proceso. Una cosa debería llevar siempre a la otra.
Soy muy consciente, según escribo estas líneas, de que algunos cristianos tal vez escojan
leer este libro porque sientan que sus circunstancias son parecidas a las de Job. Y soy muy
consciente de que Dios, por lo menos hasta ahora, ha preservado mi vida de la enormidad del
dolor sufrido por Job. Sus pruebas solo puedo imaginarlas. No puedo asemejarme a ellas
personalmente. Esto, lo sé, me hace poco apropiado para ser el mejor intérprete del dolor,
aunque hay presiones y tensiones comunes a todos nosotros que nos ayudan a entender un
poco lo que Job estaba atravesando. Confío en que aquellos cuyo dolor es grande encontrarán
algo de ayuda en estas páginas que les incite a vivir como Job, confiando en el Señor pase lo
que pase. Si eso se consigue, aun en pequeña medida, se habrá conseguido el propósito de
estas páginas.
Agradezco a muchas personas su ayuda para la publicación de este libro, en particular al
personal de Evangelical Press por sus útiles sugerencias. Nada más terminar el libro me he
enterado de que mi colega y mejor amigo, Mark Johnston, ha aceptado un llamamiento a
servir al Señor que lo llevará a él y a su familia a Londres. Mark ha sido para mí una fuente
constante de ánimo en los últimos doce años aproximadamente, y su traslado a la capital de
Inglaterra será de beneficio para esa ciudad, pero de perjuicio para Irlanda del Norte y para
mí en particular. Es a él y a su esposa, Fiona, a quienes dedico este libro.
DEREK THOMAS
Belfast
Agosto 1995

Introducción
Al contrario que los cristianos de hoy, los del pasado se preparaban para enfrentarse a los
problemas. Los esperaban. Preveían la disciplina de la Cruz a lo largo de toda su vida terrenal,
hasta la tumba. Comprendían que el dolor solo se disipa en el Cielo. La entrada en el Reino
de Dios está sembrada de días de tribulación, a veces muy grande (cf. Hechos 14:22). Es lo
que el apóstol Pablo deseaba conocer cuando habló de “la participación de sus padecimientos
[de Cristo]” (Filipenses 3:10). La unión con Cristo lleva consigo una unión con sus
sufrimientos. Esta es la llave interpretativa que abre el libro de Job, así como los profundos
misterios de la providencia que afectan a nuestras vidas. Dios sabía, por supuesto, que los
cristianos en apuros necesitarían ayuda en tales momentos. De ahí la razón de ser del libro
de Job.
Hoy día abundan los nuevos evangelios que prometen “el mundo” a los cristianos, si tan
solo siguen a Jesús. Cuando esos sinceros individuos se sienten confusos a pesar de su
evidente devoción, se preocupan tanto mental como físicamente. Las promesas de salud y
riquezas para los piadosos no son un nuevo fenómeno, por supuesto. Los consoladores de
Job prometían lo mismo, solo para recibir de Job la etiqueta de “molestos” (16:2).
El libro de Job trata “el problema del sufrimiento”. Más concretamente, hace la pregunta:
“¿Por qué permite Dios que yo sufra, aun cuando le sigo?” Digo que hace la pregunta, porque
efectivamente la hace. Una y otra vez Job ruega una explicación para sus dificultades. El
problema que plantea el libro de Job, sin embargo, es que las respuestas a esta pregunta no
llegan enseguida. Los cristianos que han acudido a Job en un momento de crisis, buscando
soluciones inmediatas a preguntas personales en torno a la pregunta “¿Por qué?”, han
terminado a menudo confusos y decepcionados. Job es un libro mucho más complicado de
lo que la mayoría de los cristianos se imaginan en un principio. Habiéndome pasado el último
año y medio, como dicen, “con Job”(*), me he dado cuenta de que la diversidad de opiniones
entre los comentaristas del libro no hace sino confirmar que no existe una interpretación
uniforme de Job. (¡Los lectores advertirán en la parte dedicada a Eliú que muy pocos
comentaristas, antiguos o modernos, están de acuerdo sobre si su contribución es de ayuda o
no!).
Teodoro Beza, cuyo comentario sobre Job se publicó en inglés por primera vez en 1587,
habló de la dificultad de la tarea: “Me propongo exponer las historias de Job, en las cuales
[…] hay muchos lugares oscuros y difíciles, hasta el punto de tener yo necesariamente que
navegar, como quien dice, entre las rocas, y confiar en que no naufragaré”.
El miedo a “naufragar” explica por qué escuchamos tan pocos sermones sobre Job. Es
interesante, por ejemplo, considerar que C.H. Spurgeon predicó ochenta y ocho sermones
sobre Job en toda su vida, aunque debe reconocerse que muchos de ellos no le hacen mucha
justicia al contexto del libro de Job. Para evitar el naufragio es necesario obtener llaves para
así poder abrir los misterios del libro. Una de esas llaves se nos da en el libro de Santiago:
“Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy
misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11). El libro de Job gira sobre dos ejes: Job como
un hombre de sufrida y perseverante piedad bajo inmensos sufrimientos, y Dios como Padre
soberano y fiel a su pacto, incapaz de abandonar a sus propios hijos. Otra llave puede
encontrarse en los sermones expositivos sobre Job de Juan Calvino, traducidos al inglés por
Arthur Golding y publicados un poco más de una década antes que el comentario de Beza,
en 1574.
La aportación de Calvino a nuestro entendimiento de Job y de sus sufrimientos es vital.
Job fue uno de los pocos libros de la Biblia sobre los que Calvino no publicó un comentario.
Sí que predicó, sin embargo, 159 sermones sobre el libro de Job, a razón de uno por día
durante un período de algo menos de seis meses. Estos sermones fueron publicados en 1574,
aunque habían sido predicados veinte años antes, en 1554, en un momento crucial en la vida
de Calvino. Aunque su obra Institución de la religión cristiana fue publicada por primera
vez en 1536 y ya había pasado por seis ediciones, aún les seguirían otras dos, y la edición
definitiva y final distaba aún cinco años de ser acabada (1559).
La doctrina de Calvino sobre la predestinación estaba siendo atacada desde todos los
frentes. Para Calvino, el asunto de la predestinación era un asunto pastoral. En su núcleo se
hallaba una reticencia a comenzar una controversia sobre cuestiones para las que no había
respuestas; hay aspectos de la soberanía de Dios que no podemos comprender. Calvino
parecía más preocupado por reflejar el sentimiento de temor reverencial y de admiración de
que era la soberanía de Dios lo que le había salvado. “La predestinación, como la entendió
Calvino, no es ni el campanario de una iglesia desde el que contemplar el paisaje humano, ni
una almohada sobre la que dormir, sino una fortaleza en tiempos de tentación y de pruebas,
y una confesión de alabanza a la gracia de Dios y para su gloria”. Esta preocupación pastoral
de someterse a la soberanía de Dios en vez de cuestionarla, o aun comprenderla, se ve
claramente en los sermones de Calvino sobre Job. Que Calvino necesitaba el consuelo que
proviene de tal sumisión es evidente si recordamos que en 1547 se encontró un trozo de papel
pegado a su púlpito en el que se le amenazaba con que si no se marchaba, “nadie te librará
de la destrucción […] Por fin habrá venganza”.
Además de esto, sabemos los problemas físicos que Calvino padecía, y el constante dolor
que sufría. Sus dolencias incluían fuertes calambres de estómago, gripe intestinal, migrañas,
fiebres, pleuresía, gota, cólico, hemorroides, artritis, dolores agudos en rodillas y pies,
cálculos biliares y piedras en los riñones. Calvino, como Job, estaba sufriendo.
En el sermón inicial sobre Job 1:1, Calvino nos da la llave que abre el libro de Job: “En
toda esta disputa, Job defiende un buen argumento y, por el contrario, sus adversarios
defienden un argumento perverso. Y lo que es más, sosteniendo Job una buena disputa, la
manejó mal, y los otros, presentando un mal argumento, lo expresaron bien. Entender esto
será como una llave que nos abrirá todo este libro”.
EL SUFRIMIENTO: ¿CASTIGO, ADVERTENCIA O QUÉ?
Así pues, ¿cuál es el mensaje del libro de Job? La respuesta de los consejeros de Job es
bastante clara: el sufrimiento es el castigo de Dios, impuesto aquí y ahora, por el pecado. El
mensaje es tan actual como el de los pretendidos consejeros que les dicen a los pacientes de
cáncer que si tan solo tuvieran más fe, serían sanados. En otras palabras, que la razón por que
están sufriendo es su pecaminosa incredulidad. La cura para el dolor, según esta opinión, es
el arrepentimiento. En este punto por lo menos, todos los comentaristas coinciden en que el
mensaje del libro de Job es que esa teología es insostenible, y ruinosa para el alma. Cualquiera
que haya sido víctima de tan equivocado consejo estará de acuerdo inmediatamente.
Eliú, por otra parte, parece señalar otra solución. El sufrimiento, piensa él, quizá no tenga
nada que ver con algún pecado del pasado; puede que suceda para impedir un pecado futuro.
Crear una sensación de dependencia, que es lo que el sufrimiento puede lograr (aunque no
siempre), puede guardarnos de caer en un error. Hasta aquí todo esto es cierto, y entonces la
contribución de Eliú lleva el razonamiento un paso más cerca hacia una “solución final”, pero
solo un paso, pues sus contribuciones son confusas y a veces erróneas. Hay ocasiones en que
él también cae presa de la premisa de los tres “amigos”, esto es, que el sufrimiento es un
castigo.
El libro, en su forma general, ofrece otra posibilidad de considerar el sufrimiento. El
sufrimiento le sobreviene a Job para justificar la afirmación que Dios le hace a Satanás de
que los hombres pueden servirle sin pensar en ganar algo con ello. Según Satanás esto es
imposible, y el libro se propone demostrar que se equivoca. El objetivo de Satanás es
conseguir que Job blasfeme contra Dios: que adore a Satanás en vez de a Dios. “La esencia
de la idolatría —dijo una vez A.W. Tozer— es el tener pensamientos acerca de Dios que no
son dignos de Él”. Todos tenemos pensamientos indignos de Dios, sobre todo durante épocas
de estrés y al atravesar dificultades. El propio Job sucumbió a pensamientos indignos durante
su prueba. Cuando lo hizo, Satanás ganó una victoria parcial. Pero no ganó el triunfo final
que deseaba: que Job maldijera a Dios. Durante toda su ordalía, en ese sentido por lo menos,
Job permaneció fiel. Job, por supuesto, no era consciente en absoluto de ese ataque de Satanás
(quizá ni siquiera lo era del propio Satanás) y tenía que confiar en Dios “en la ignorancia”.
Y esto —a pesar de sus exageradas declaraciones de inocencia y de sus arrebatos
(comprensibles como son)— es lo que Job hace. Uno de los puntos más altos de dependencia
espiritual en toda la descripción del tormento de Job es que este puede afirmar: “Aunque él
me matare, en él esperaré” (13:15).
Que el sufrimiento no es siempre un castigo es algo que Dios corrobora enérgicamente al
decirnos de manera explícita (antes y después de la prueba) que Job fue “intachable y recto”
(1:1, 8; 42:7–8 LBLA). Los amigos no eran conscientes de esta parte del libro (como tampoco
lo era Job). De ahí sus sobreexcitados e irreflexivos discursos. Cuando Job pregunta, como
lo hace en, por ejemplo, 6:30 y 9:15, y como todos nosotros tenemos tendencia a hacer, “¿Qué
he hecho yo para merecer esto?”, la respuesta que el libro de Job da es que el sufrimiento no
está relacionado con algo en particular que hayamos hecho; la razón es un inescrutable
propósito divino. Hay veces, por supuesto, en que el sufrimiento es un castigo de Dios por el
pecado. Reconocer y admitir el pecado es un paso esencial hacia el crecimiento en santidad.
Pero hay veces en que no parece haber una relación, y en tales ocasiones lo que es importante
es nuestra reacción al sufrimiento. Pues si hay algo que nos enseña el libro de Job, es cómo
reaccionar a las dificultades de nuestras vidas. Debemos reaccionar como Job.
El modo en que Job acepta su pérdida es un modelo de piedad. Cada uno de nosotros
desea ser capaz de decir, ante pruebas de tal magnitud: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el
nombre de Jehová bendito” (1:21). Aun cuando Job responde más tarde con preguntas, y aun
algo de amargura y enojo, su frustración es siempre llevada directamente a Dios. Durante
toda su terrible experiencia, Job buscó el trato con Dios. Y al final, en el tiempo fijado por
Dios, recibió una respuesta que le satisfizo. No era la respuesta que había buscado, pero
estuvo satisfecho sometiéndose a la verdad de que Dios sabe lo que hace. A diferencia de sus
tres consejeros, Job, según Dios, habló “lo recto” durante su prueba (42:7). Este es un
testimonio extraordinario, e importante para comprender los arrebatos de Job. Aun en su
enojo, Job nunca perdió su fe en Dios. Cuando nos sobrevienen problemas, y es seguro que
vendrán, todos deseamos (si tenemos el más mínimo sentido espiritual) reaccionar como Job.
Job es un modelo de cómo cargar nuestra cruz.
Acudir a Job nos enseñará a perseverar, como hizo Job. Esto es lo que el Nuevo
Testamento recuerda acerca de Job más que ninguna otra cosa: “He aquí, tenemos por
bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del
Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11). Si podemos
aprender a perseverar, aun frente a los incomprensibles designios de Dios para nuestras vidas,
habremos aprendido la lección suprema del libro de Job. Esa lección es que debemos
aferrarnos a Dios durante la adversidad y el dolor, pase lo que pase. Es el mensaje del himno
de Henry F. Lyte, “Jesús, mi cruz he tomado”:
¡Oh Jesús mío!, mi cruz yo he tomado;
Todo lo he dejado por seguirte a ti;
Aunque esté desnudo, pobre o despreciado,
Y aun yo me sintiera tan abandonado,
Todo, desde ahora, serás para mí.
Perezcan ya mismo todos mis deseos,
Los que yo buscaba, los que conocí,
Y los que esperaba sin ver mi pobreza;
Mas tengo segura la mayor riqueza,
Que es tener el Cielo, que es tenerte a Ti.
Marchad de mi vida, glorias terrenales;
Desgracias y burlas ya pueden venir,
Dolores que cambian en placer sublime.
Si lo pierdo todo, cuando Él me redime
Se torna en ganancia sirviéndote a ti.
Te llamo “Abba Padre”, pues Tú me has amado,
Y estoy bien guardado, tan dentro de Ti.
Que vengan tormentas o se junten nubes,
Tu amor me protege, contigo me subes,
Y todo aprovecha en bien para mí.
Es momento de acudir al libro de Job en sí, y de escuchar de nuevo la angustiosa historia
de un hombre cuya vida cambió radicalmente en el espacio de unos pocos días.
1
Cuando arrecia la tormenta
Léase Job 1:1–2:10

Según Ezequiel, Job fue uno de los hombres más piadosos que jamás vivieron (Ezequiel
14:14, 20).
Algunos cristianos dejan un testimonio que continúa brillando para futuras generaciones,
mucho después de haber partido ellos de este mundo. Vidas como esas nos animan a vivir
como ellos lo hicieron. Piensa en cómo las vidas de William Carey, o de David Brainerd, o
Amy Carmichael aún nos hablan hoy en día. Qué importante es vivir una vida piadosa, tanto
por parte de los demás como por la nuestra. Job vivió así. Desde que se escribió la historia
de Job por primera vez, los creyentes han acudido a ella por ayuda y ánimo en mitad de las
terribles pruebas de la vida.

ESCENA 1: JOB, EL HOMBRE DE DIOS (1:1–5)


Tras decirnos su nombre, “Job” (1:1), y que era natural de “Uz”, un gran territorio al Este
del Jordán (cf. “los orientales”, 1:3), que incluía tanto Edom en el Sur (Génesis 36:28) como
las tierras arameas al Norte (Génesis 10:23; 22:21), la parte inicial menciona varios aspectos
de la vida de Job, que subrayan su inmensa integridad y fe. El principal de ellos es su
sabiduría: Job era “temeroso de Dios”, el sello de la sabiduría bíblica (Proverbios 9:10; cf.
1:7). Es, como veremos, una sabiduría ganada por su conocimiento de Jesucristo, “el cual
nos ha sido hecho por Dios sabiduría” (1 Corintios 1:30). Para Job, Jesucristo era aún solo
una promesa que Dios había hecho, una promesa de que un día vendría un Redentor. Sin
embargo, él creyó esa promesa, como también lo hicieron muchos antes y después de sus
días. Su fe, al igual que la de otros que de forma parecida creyeron la promesa, le fue contada
por justicia (cf. Génesis 15:6; Romanos 4:3).
Job no era de Israel, sino del “Oriente”. No obstante, la verdadera fe rebasa las fronteras,
pues de inmediato es evidente que Job era un verdadero creyente. Sus pruebas son aún más
dolorosas por esta causa. Eran muchos los que tenían la idea, en tiempos de Job, de que la fe
debía aliviar los problemas, no aumentarlos. Esta idea sigue dando muchos problemas a fieles
hombres y mujeres creyentes. Una de las lecciones perdurables del libro de Job es que los
cristianos pueden contar con el hecho de que sufrirán. Aun si la causa del sufrimiento
permanece desconocida, el hecho del sufrimiento no lo es. Algunos de los más sabios y
piadosos han conocido vidas de lo más trágico. Cuenta con ello, parece decirnos la Biblia, y
no andarás muy equivocado. Quéjate, y descubrirás que esto solo añade a tus dificultades. En
su plan para nuestras vidas, por razones que Él conoce mejor que nadie, Dios permite que
algunas cosas salgan torcidas. En cada una de nuestras vidas existe, citando una frase de
Thomas Boston, “un recodo en nuestro destino”.

LA SABIDURÍA DE JOB
En el espacio de un versículo se encuentran cuatro formas de definir la sabiduría de Job: era
“intachable” (LBLA) y “recto”, “temeroso de Dios” y “apartado del mal” (1:2). ¡La idea
de que Job era “intachable” (otras versiones lo traducen “perfecto”) parece sugerir que se le
atribuye a Job la cualidad de la perfección! Eso sería un grave malentendido. Job no estaba
exento de pecado. Más adelante, él mismo confiesa su pecado abiertamente (6:24; 7:21 y,
especialmente, 42:1–6).
Ese concepto de perfección es un tema reiterado (8:20; 9:20–22 [tres veces]; 12:4; 36:4;
37:16) y significa “integridad personal”. La rectitud está estrechamente relacionada con la
palabra “justo”, y significa “una fiel adherencia a los estatutos de Dios, y honradez y
compasión en el comportamiento para con los demás”. Estas dos características se
manifestaban en dos direcciones opuestas: Job “temía a Dios y se apartaba del mal” (1:1).
1. Positivamente, Job temía a Dios
Temer a Dios es el corazón mismo de la santidad. Es el atributo que, por encima de todos los
demás, refleja una buena relación entre un pecador y el Dios todopoderoso. Es la respuesta
de un pecador a la grandeza de Dios. La reverencia, el respeto y la sumisión son sus
principales componentes, así como la noción del miedo cuando hay buena razón para ello.
Una persona que teme a Dios pone a Dios en primer lugar en todas las áreas de su vida. Dios
no es considerado un igual, y aún menos un inferior, sino un Dios con poder sobre todas las
cosas, que sabe todo, y que está presente en todas partes, que puede hacer con nosotros lo
que quiera.
Temer a Dios no es el gesto de encogerse de miedo por parte de alguien a quien Dios le
aterroriza, si bien el pecado no confesado y no mortificado en nuestras vidas puede, y debería,
producir esa reacción. Más bien es un sincero reconocimiento de que Dios es mayor que
nosotros en todos los sentidos. Nunca estamos a su altura, y por eso la sumisión constituye
un asunto de crucial importancia en Job. La actitud de Job para con Dios terminará viéndose
como, más que ninguna otra cosa, una actitud de conformidad. Job no puede entender, y de
hecho no entiende, lo que está pasando en su vida, pero decide depositar su confianza en
Dios. Como dijo Thomas Boston: “Darse cuenta de que la mano de un Padre está sobre la
vara eliminará mucha de su amargura, y hará que la medicina sepa más dulce”. Siendo
pecador (hecho del que Job es siempre consciente), Dios está enojado por el pecado de Job.
Como Soberano, Dios tiene todo el derecho a utilizar a Job de forma que en última instancia
le dé gloria a Él.
La actitud de Job, al menos hasta ese momento, era de incondicional sumisión a Dios,
siempre cuidadoso de reconocer al Señor como Rey en su vida. Se cuidaba de no hablar nunca
sobre Dios, ni a Dios, con ligereza, ni siendo malpensado. Evitaba atribuir a Dios motivos
que no encajaran con el soberano Creador y Redentor. Procuraba atenerse cada día a la regla
de que Dios debería ser glorificado en su vida. De esa forma Job temía a Dios. Por supuesto,
es más fácil reconocer la bondad de Dios cuando la vida está exenta de dolor. Esa es la prueba
a la que ahora se somete a Job: ¿seguirá temiendo a Dios cuando se desmorone todo lo que
hay a su alrededor?
2. Negativamente, Job se apartaba del mal
¡Qué importante es tener este elemento negativo en nuestras vidas! Nueve de los Diez
Mandamientos están expresados en términos negativos: “No tendrás… No te harás…” (el
único que no tiene esa forma es el quinto: “Honra a tu padre y a tu madre”). Decir “no” al
pecado es algo que no podemos hacer sin la ayuda del Espíritu Santo en nuestros corazones.
Los cristianos dan muestras de su regeneración en su deseo de evitar ocasiones de pecar.
Volverse del pecado y hacia Dios es el más simple, pero al mismo tiempo el más completo,
entendimiento de lo que es el arrepentimiento, el cual es la otra cara de la fe. Juntos, fe y
arrepentimiento constituyen los dos elementos vitales de la religión salvadora. Constituyen,
según el puritano Thomas Watson, las dos alas con las que volamos al Cielo.
El arrepentimiento era una característica diaria de la vida de Job. Lutero incluyó en su
exposición de la verdadera naturaleza del cristianismo, que clavó en la puerta de la iglesia en
Wittenberg en 1517, la siguiente tesis: “Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo:
‘Arrepentíos’ (Mateo 4:17), deseaba que toda la vida del creyente fuese una vida de
arrepentimiento”. Lutero, al igual que Job, buscó toda oportunidad de apartarse de aquello
que Dios odiaba.
Philip Henry —un puritano que murió en 1696—, cuando se le acusó de dar demasiada
importancia al asunto del arrepentimiento contestó que esperaba llevar su arrepentimiento
hasta la misma puerta del Cielo. Una de las señales inequívocas de santidad es la
preocupación creciente por la propia justificación personal. Job era consciente de que el
pecado se hallaba en la raíz de todo intento de disuadirle de honrar a Dios, con su cuerpo y
con su alma, y por consiguiente se mantenía alerta contra toda tentación semejante, ya fuera
de la carne, del mundo o del diablo mismo. Evitaba el contacto innecesario con el mundo
caído; escogía sus compañías más cercanas cuidadosamente; rigurosamente arrancaba el
pecado que le era conocido en su vida, aplicando la regla de que la mortificación era el único
modo de tratar el pecado; y este era el camino a la gloria.
En todo esto Job mostró una sabiduría consumada. Es una llave para la vida de Job tal y
como la conoció y la presenció la gente. Es la llave que abre la puerta al tema esencial del
libro de Job: “El temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia”
(28:28). Job temía a Dios y se enfrentaba sin piedad a su pecado conocido, y este era el
secreto de su eminente sabiduría. Como escribió Calvino: “Casi toda la sabiduría que
poseemos, esto es, verdadera y sana sabiduría, consta de dos partes: el conocimiento de Dios
y de nosotros mismos”. Job aparece como un hombre que conoce a Dios y que se conoce a
sí mismo. Es un ejemplo de lo que Dios quiere que seamos, y que, por su gracia, podemos
llegar a ser.

LA RIQUEZA DE JOB
Para algunos, la descripción de la piedad de Job no encaja bien con su gran riqueza. Las
Escrituras no esconden la relación existente: “Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil
camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era
aquel varón más grande que todos los orientales” (1:3). No hay ningún indicador de que
quizá la riqueza de Job había sido obtenida de alguna forma ilegal, aunque esta acusación
será hecha por algunos de sus compañeros más tarde. Al contrario, los esfuerzos de Job por
cumplir con su papel de hombre de Dios en el mundo en que vivía, habían sido bendecidos
por Dios. Se le dio una gran familia, “siete hijos y tres hijas” (1:2) y una inmensa fortuna
(1:3). Según su propio testimonio, “moraba como rey en el ejército, como el que consuela a
los que lloran” (29:25). Lo que es más, al terminar la prueba su fortuna fue duplicada (42:10).
La gran riqueza de Salomón era considerada una señal de la bendición de Dios (1 Reyes
3:13), como lo fue también la de un contemporáneo de Job, Abraham (Génesis 12:2–3; 13:2);
y la riqueza de Isaac habría de convertirse en un motivo de gran envidia para los filisteos
(Génesis 26:14). El alcanzar la prosperidad material no es malo en sí mismo, por supuesto;
es el amor al dinero lo que es raíz de todos los males (1 Timoteo 6:10). Por eso, a los oficiales
de la Iglesia, que han de caracterizarse por una evidente piedad, se les advierte de que no
deben ser codiciosos de ganancias deshonestas (1 Timoteo 3:3). Antes de su conversión, el
dinero lo era todo para Zaqueo, pero el arrepentimiento obrado por el Espíritu cambió todo
aquello (Lucas 19:8). Fue su amor por el dinero lo que destruyó a Ananías y Safira (Hechos
5:2), y en particular a Judas, cuyas treinta piezas de plata le parecían de mayor valor que una
buena conciencia para con Dios. “No podéis servir a Dios y a las riquezas”, dijo Jesús (Mateo
6:24).
La riqueza trae consigo sus propias tentaciones: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya
tenéis vuestro consuelo” (Lucas 6:24). “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir
a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13). “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y
el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan” (Mateo 6:19). “Otra vez os digo, que
es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”
(Mateo 19:24). “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).
La Escritura mira con desprecio el mal uso de la riqueza, no la mera posesión de esta.
Fue John Wesley quien dijo: “Gana todo lo que puedas, ahorra todo lo que puedas, da todo
lo que puedas”. La riqueza no es en sí misma una señal de la bendición de Dios: Dios tiene
razones por las que hace a algunos ricos y a otros pobres. Si William Carey no hubiera sido
tan extremadamente pobre en su juventud, uno se pregunta si su tenacidad habría sobrevivido
las penalidades que pasó en la India.
En el uso de su gran riqueza, Job era impecable e irreprochable. Lo que hace que los
placeres sean apropiados, buenos y valiosos, o inapropiados, malos y pecaminosos, a menudo
lo determina lo que acompaña a la riqueza. Necesitamos examinar la motivación y el
resultado de nuestros placeres. ¿Los buscamos como si fueran de suma importancia? La
riqueza, si se obtiene de forma justa y es utilizada sabiamente, es una bendición que se ha de
disfrutar para la gloria de Dios. Pero hay peligros a su alrededor, incluyendo la falta de
moderación y la codicia (Lucas 8:14; Hebreos 11:25; cf. Isaías 58:13; 1 Timoteo 5:6; 2
Timoteo 3:4; Tito 3:3; Santiago 4:3; 5:5; 2 Pedro 2:13), junto con los cuales vienen el
aburrimiento y el desprecio (Eclesiastés 2:1–11). Job, sin embargo, era “intachable” (LBLA)
y “recto” en el cuidado de sus asuntos personales.

LA VIGILANCIA DE JOB
El soportar aflicciones y la vigilancia van de la mano en la Escritura (2 Timoteo 4:5). La
vigilancia de Job se extendía, por encima de sí mismo, a las necesidades de su familia.
Haciendo de sacerdote, Job ofrece “holocaustos” (1:5) por su familia (y es de suponer que
por sí mismo también). Con siete hijos y tres hijas (ambos números, así como su suma,
símbolos de plenitud), la gran familia de Job necesitaba expiar sus pecados, responsabilidad
que recaía sobre el padre de familia. La imagen de armonía doméstica que aquí se nos
presenta es realzada por el papel que Job adopta, de sumo sacerdote entre su propia familia.
La armonía doméstica se quiebra cuando un padre fracasa en este papel. Los hijos e hijas de
Job han se han reunido para una celebración familiar, pero Job considera apropiado otorgar
el primer lugar a las realidades espirituales.
El pecado que Job teme que sus hijos cometan es que blasfemen contra Dios en sus
corazones. Es el mismo pecado en el que Satanás espera que Job caerá (1:11; 2:5) y al cual
le incitará su mujer (2:9). Job ofrece un holocausto (la ofrenda más común, efectuada cada
mañana y tarde, y en días santos) por ellos. Era su costumbre hacerlo. Los holocaustos
completos eran para pecados en general (Levítico 1) más que para pecados específicos, para
los que se habían prescrito “ofrendas por el pecado” (Levítico 4:1–5:4). Estas cosas servían
de expiación para el hombre. La idea detrás del sacrificio es la del pago de un rescate. Es un
antecedente de aquel que vendría “para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
A diferencia de los holocaustos ofrecidos por los sacerdotes cada día, Cristo ofreció un
sacrificio: Él murió “una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” por nosotros (Hebreos
7:27).
Todo esto nos proporciona una imagen de un idílico hogar. La familia siempre ha recibido
especial importancia en la Escritura. Es una unidad espiritual y un lugar de formación donde
los niños crezcan en el modelo de un carácter adulto y maduro. Es una comunidad de
enseñanza y aprendizaje sobre Dios y sobre la piedad, y uno puede imaginarse a los hijos de
Job recibiendo un ejemplo de paternidad que incluía los mejores elementos de lo que Dios
pretendía que fuese. Los hijos de Job fueron educados en la piedad por su padre, como la
Biblia ordena (Génesis 18:18–19; Deuteronomio 4:9; 6:6–8; 11:18–21; Proverbios 22:6;
Efesios 6:4). Lo que es más, Job les instaba a tomarse esa enseñanza en serio, y a utilizarla
como cimiento para sus vidas. Evidentemente, como sugiere el hecho de los holocaustos,
desde su más temprana edad se les enseñó acerca del pecado. Job no consentía a sus hijos, ni
les ocultaba la seriedad de sus transgresiones. Les enseñó a crecer dejando atrás la insensatez
infantil, y a hacerse adultos que pudieran evidenciar sabiduría, la cual habían visto claramente
en su padre (Proverbios 13:24; 19:18; 22:15; 23:13–14; 29:15, 17). Job podía decir, como
Josué: “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Construir una familia fuerte
era una de las prioridades de Job.

ESCENA 2: EL CONCILIO CELESTIAL (1:6–12)


“Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino
también Satanás” (1:6). La escena es un concilio celestial en el que “los hijos de Dios” (1:6)
presentan sus informes a Dios. Al parecer, hay ocasiones en que los ángeles informan a Dios
de sus actividades. El verbo “presentarse” (1:6) significa “colocarse uno en su sitio ante
alguien” para recibir órdenes. “Es como cuando los coroneles se reúnen con el general para
discutir estrategias y recibir sus órdenes finales”, comenta Mark Littleton. Destacado entre
los ángeles está Satanás.

EL SATANÁS
Satanás es el “hijo pródigo” de Dios. En el idioma hebreo se le llama “el Satanás” (1:6), que
significa “el Acusador”, aunque al llegar a 1 Crónicas 21:1 el artículo determinado deja de
utilizarse, indicando que en aquel tiempo “Satanás” ya se había convertido en nombre propio.
Él es uno de los ángeles que pecaron (2 Pedro 2:4), que no guardaron su dignidad, sino que
abandonaron su propia morada (Judas 6). Es el príncipe de la potestad del aire (Efesios 2:2),
que lidera las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12). Él es el
que la Escritura llama “la serpiente” (Génesis 3:1; Apocalipsis 20:2), un dragón (Apocalipsis
12; 20:2), un león rugiente (1 Pedro 5:8), el tentador (Mateo 4:3; 1 Tesalonicenses 3:5), el
maligno (Juan 17:15 LBLA), un mentiroso y un homicida (Juan 8:44). Él pecó “desde el
principio” (1 Juan 3:8).
Packer ha escrito sobre Satanás: “La mentalidad de Satanás es un misterio cuyas
profundidades nunca podremos sondear; no solo porque él es un ángel, mientras que nosotros
somos hombres, sino también porque Satanás es puramente maligno, y nosotros no podemos
concebir cómo es la maldad pura […] La Escritura claramente nos llama a creer en un
Satanás, y en una multitud de seguidores satánicos, que son de una maldad totalmente
inimaginable; más crueles, más maliciosos, más orgullosos, más desdeñosos, más
pervertidos, más destructivos, más desagradables, más sucios, más despreciables que ninguna
cosa que pueda concebir nuestra mente”.
Que Satanás estuviera presente entre los santos ángeles de la corte del Cielo nos presenta
obvias dificultades. Es cierto que el texto no hace referencia al “Cielo”, pero sí que indica
que Dios está presente en ese lugar, y es difícil imaginar qué otro lugar podría ser.
¿No contaminaría el Cielo la presencia de Satanás? ¿Es el Cielo realmente el Cielo si se
le permite a Satanás estar presente allí? Los poderes de Satanás parecen tremendos, ¿pero
son una amenaza para Dios? El hecho de que solo a Satanás se le piden cuentas parece sugerir
que no tiene derecho a estar allí. El hecho de que está ahí, como comenta Calvino, muestra
que aun él ha de dar a Dios cuenta de sí mismo: “El Espíritu Santo quería que
comprendiéramos que no son solo los ángeles del Cielo —que obedecen a Dios
voluntariamente y tienen una total disposición y sumisión— quienes le rinden cuentas, sino
también los diablos del Infierno —que son enemigos y rebeldes ante Él con todas y cada una
de sus fuerzas— quienes se esfuerzan en subvertir su Majestad, y practican el confundirlo
todo; de manera que se les obliga (a pesar de sus poderes) a estar sujetos a Dios y a rendirle
cuentas de todos sus hechos, y no pueden hacer nada sin su permiso y su autorización”.
Satanás fue obligado a presentarse ante Dios. Él no tiene la autoridad final. Fue el Señor el
que inició la batalla con una afirmación que esencialmente señalaba a la gloria de Dios: “¿No
has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y
recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (1:8). En realidad, Dios estaba dirigiendo la
atención al hecho de que ya estaba haciendo patente su victoria sobre Satanás. El desafío
hecho a Adán en el huerto de Edén había traído la desgracia a la Humanidad, pero ahora Dios
había revelado un plan mediante el cual salvaría a un pueblo para sí mismo. Job formaba
parte de este, y su vida era una demostración de su piedad: una santidad obra de Dios y señal
de su fe en el Salvador prometido por Dios. Allí en Uz estaba la prueba de que la Palabra de
Dios, y no la de Satanás, era suprema. Satanás debía considerar a Job como un trofeo de la
gracia redentora. Tenía que admitir, después de todo, que la enemistad de la simiente de la
mujer contra él ya había demostrado ser eficaz. El pacto de Adán y Eva con la muerte había
sido anulado. Su pacto con Dios había sido renovado, y Job era una prueba viviente de ello.
En este pasaje se exponen cuatro características de la personalidad y del propósito de
Satanás.
1. Satanás “el acusador”
Es la naturaleza de Satanás el pensar, hablar y actuar en continua y maliciosa oposición a
Dios el Creador, y por consiguiente al pueblo de Dios también. Satanás es el acusador de Job.
“Él no ve en la piedad de Job nada más que una forma refinada de egoísmo. Job sirve a Dios
porque le conviene hacerlo”. En la sala de justicia del Cielo, Satanás es el fiscal. Se dedica
continuamente a presentar cargos contra los hijos de Dios, cargos que son tanto hirientes
como destinados a causar el mayor daño posible. No hay ni un gramo de bondad en el carácter
de Satanás. Todos y cada uno de sus actos están centrados en una cosa: nuestra total
destrucción.
En Zacarías vemos algo de la actividad de Satanás contra la Iglesia. Josué, el sumo
sacerdote representando a Israel ante Dios, ora por el pueblo de Dios. De manera simbólica
él lleva la culpa de la nación y entra, por ellos, al “lugar santo”. Satanás aparece como
adversario de Josué, y como su acusador (Zacarías 3). Él es quien acusa a los hijos de Dios
“día y noche” (Apocalipsis 12:10).
Satanás nuca cesa de acusarnos. Por eso se nos exhorta a que le resistamos (literalmente,
que “seamos sus adversarios” —Santiago 4:7—, ¡pues él es el nuestro!). “Del mismo modo
que el lema de David Livingstone era ‘Adonde sea, con tal de que sea hacia adelante’, el de
Satanás es ‘Lo que sea, con tal de que sea contra Dios’ ”.
2. Satanás “el vagabundo”
En respuesta a la pregunta sobre dónde había estado y qué había estado haciendo, Satanás
dijo: “De recorrer la tierra y de andar por ella” (1:7). Es la “confesión de un espíritu
vagabundo, errando por la Tierra con la frustración de un león encerrado y atacando a
víctimas desprevenidas”, comenta David McKenna, y añade: “Satanás es el arquetipo
definitivo del mal, en el que la alienación, la arbitrariedad y la ansiedad (la esencia del
Infierno) obsesionan al alma”.
3. Satanás “el cínico”
“¿Acaso teme Job a Dios de balde?”, pregunta Satanás (1:9). Al ojo con ictericia todo le
parece amarillo, y para Satanás, que es incapaz de distinguir ninguna justicia en Job, todo
acto de bondad humana ha de tener una explicación siniestra, egoísta o corrompida.
Quitándole a Job su prosperidad, dice, maldecirá a Dios; su justicia se deshará como polvo
ante los ojos de Dios (1:11). La idea es cierta en sentido general: muchos confían en Dios tan
solo si ganan algo con ello. Como advirtió nuestro Salvador, la preocupación por las cosas
del mundo, y las variadas atracciones de este, no tardan en nublar nuestra perspectiva
(Marcos 4:19). La prueba ha sido establecida: ¿servirá Job a Dios aun sin ganar nada con
ello?
No hay respeto a Dios en las palabras de Satanás. A diferencia de Job, Satanás no teme a
Dios. Es orgulloso, arrogante, insolente y rebelde, todo al mismo tiempo. Satanás cree la
mentira, pues él mismo es mentira. Satanás siempre ha querido ser Dios (cf. Isaías 14:12–14;
Ezequiel 28:11–19).
4. Satanás “el atormentador”
Satanás no es omnipotente, pero es poderoso. Su poder se hace patente en estos versículos en
su capacidad de traer sobre Job la enfermedad (2:7), rayos sobre los rebaños y siervos de Job
(1:16), así como un viento huracanado que destruye a los hijos de Job (1:19). “[La venida
del] inicuo es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos”, advierte
Pablo a la iglesia en Tesalónica (2 Tesalonicenses 2:9).
El poder de Satanás es derivado. Job estaba completamente a salvo hasta que Dios
permitiera a Satanás tocarle. Hasta que Dios no baja la cerca que Él levanta para proteger a
su pueblo, Satanás es impotente. “El Señor que tiene el viento en sus puños dio poder a
Satanás, y él trajo un gran viento”, comenta uno de los mejores expositores de Job.
Satanás y los demonios están encarcelados, y desde la Caída han estado “en oscuras
mazmorras, condenados a cadena perpetua, hasta el juicio del gran Día” (Judas 6 NVI). Están
encadenados (Apocalipsis 20:1–6). La cadena puede parecer ser larga, pero sigue siendo una
cadena. A la autoridad de Satanás se le imponen dos claros límites: en primer lugar, se le
permite a Satanás tocar todo lo que Job tiene, pero no al propio Job (1:12); y en segundo
lugar, se le permite herir el cuerpo de Job, pero no matarlo (2:6).
¿Tiene Satanás el poder de la muerte? Un pasaje importante para comprender este poder
es Hebreos 2:14–15: “Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó
de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto
es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida
sujetos a servidumbre”. Satanás utiliza el temor de la muerte para tiranizar, pero él no es el
“verdugo jefe”. Como señala H.L. Ellison, “Satanás no puede ni siquiera mencionar a Job
hasta que Dios no le invita a hacerlo” (1:8; 2:3), y añade: “Del mismo modo, no tiene ningún
poder sobre Job ni sobre sus posesiones hasta que Dios no se lo da […] Él no es el soberano
de un reino enemigo, sino un rebelde a quien Dios suelta la correa lo suficiente para glorificar
su nombre”. F. Leahy añade: “Satanás tiene un papel servil en la historia de Job. Tras quitarle
a Job su riqueza y comodidad materiales, es echado a un lado como algo que ya no interesa,
y no se le menciona al final de la historia. Una lección que aprendemos en Job, entre muchas
otras, es que todo poder y autoridad pertenecen a Dios. No hay dualismo en este asunto”.19

DIOS
Es de vital importancia comprender el papel que Satanás representa en la prueba de Job. Job
demuestra no saber nada al respecto. Pero también sería un error concentrar toda nuestra
atención en Satanás. Ese sería su deseo, pero resultaría un error fatal por nuestra parte. Quien
tiene todas las cosas bajo su control no es Satanás, sino Dios. Los poderes de Satanás están
restringidos, como ya hemos visto. Satanás no tiene ningún poder independientemente de
Dios. Satanás es la “herramienta de Dios” (aunque nunca lo ha admitido, ni lo hará). En su
malevolencia, Satanás es irracional; ha perdido su noción de la realidad. Como Hitler en el
búnker, no puede creer que la guerra ha terminado, aunque en este momento de la historia de
la redención, la batalla decisiva aún no se había luchado. Al soltarle un poco la correa, Dios
le utiliza para ejecutar un juicio sobre un mundo caído. “Igual que un hombre puede utilizar
un perro salvaje que le odia para alejar a intrusos de su propiedad, Dios utiliza a Satanás para
castigar a aquellos que han pecado”. Job, por supuesto, no está siendo castigado, sino
probado. Dios utiliza a Satanás para hacerlo.
Dios levanta una barrera alrededor de los poderes de Satanás. Juan nos dice que “aquel
que nació de Dios [Cristo] le guarda y el maligno no lo toca” (1 Juan 5:18 LBLA). Llegó un
momento en la tentación de Cristo en que Satanás recibió la orden de marcharse, y lo hizo
(Mateo 4:10–11). En repetidas ocasiones Jesús echó fuera demonios, los cuales no tenían
ningún poder para quedarse donde estaban una vez que Él dio la orden.
Dios es el responsable final del sufrimiento de Job, no Satanás. Algunos comentaristas
llegan a veces a extremos extraordinarios para negar esto, intentando evitar que Dios sea
acusado de causar la ruina de Job. Pero Job, claramente, pensaba de ese modo; hablando con
su mujer, dijo: “Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué?
¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (2:10).
Un comentarista defiende que Job estaba confuso y equivocado cuando pronunció estas
palabras:
Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allá.
Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito (1:21).
“Jehová dio y Jehová quitó —añade— no es una afirmación cierta. Dios no le hizo eso a Job.
Fue Satanás. Pero Job pensaba que Dios lo había hecho […] Job no acusó a Dios
precipitadamente, pero no conocía a nadie más a quien imputárselo, así que dijo que lo había
hecho Jehová”. Pero según esta opinión, no es solo Job quien está confuso; ¡Dios también lo
está! Pues Dios le dice muy expresamente a Satanás: “Tú me incitaste contra él [Job] para
que lo arruinara sin causa” (2:3). “La salud y la enfermedad […] sí, todas las cosas, no
llegan por casualidad sino por su mano paternal”, dice el Catecismo de Heidelberg, y es
engañoso intentar aliviar el problema del sufrimiento de Job insistiendo en que Dios no es
responsable.
Es, sin embargo, vital que recalquemos que en ningún momento es Dios responsable por
el pecado. Él permite el pecado, pero no es el autor del pecado. Esto podrá parecer un tanto
astuto, pero es absolutamente crucial resaltarlo. “Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo
que tiene está en TU mano” (1:12, énfasis añadido), lo que implica que la responsabilidad
de lo ocurrido es de Satanás, no de Dios. Dios no nos tienta a pecar, pero sí que nos prueba.
La diferencia entre ambas cosas es crucial. “Cuando alguno es tentado [peiradzo], no diga
que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a
nadie” (Santiago 1:13). “Tentación”, aquí, significa ese proceso mediante el cual somos
tentados a pecar. Constituye una de las experiencias más comunes de la vida cristiana. Somos
persuadidos a pecar constantemente. Pero no se nos permite deducir que sea Dios quien está
efectuando la tentación. Dios nunca nos empuja a desobedecer su Ley. Nunca podremos
decir: “Dios me obligó a hacerlo”. Si pecamos, lo hacemos de nuestra propia voluntad.
Nosotros somos los responsables. Pero “tentación” puede significar otra cosa: un proceso
mediante el cual algo, o alguien, es probado. Dios pondrá a sus hijos en situaciones en las
que no será fácil creer, en las que grandes reservas de fe serán necesarias para sobrevivir, en
las que las más básicas creencias serán puestas en duda. Habrá momentos en que será difícil
creer que Dios es un Dios de gracia, en que la fe será llevada hasta los límites de lo soportable,
y en que el amor de Dios será cubierto y oscurecido. Tales momentos serán ocasionados por
Dios. Quizá utilice a Satanás en el proceso, pero a fin de cuentas proviene de Él. Nuestro
sufrimiento está en manos de Alguien que nos ama, no de alguien que nos desprecia. Es Dios,
no Satanás, quien posee la llave de nuestra recuperación. “Al considerar el poder y la política
de Satanás —comenta Joseph Caryl—, bendigamos a Dios por cuanto no puede moverse un
ápice para hacernos ese mal para el que su naturaleza le dispone y le capacita, hasta que Dios
se lo permite”.
El asunto en cuestión aquí es algo del misterio del trato de Dios para con sus hijos. Hay
cosas que nos suceden que sencillamente son demasiado elevadas para que podamos
comprenderlas. La mayor contribución de Job es que nos enseña a postrarnos, en obediencia,
ante los caminos de Dios. Calvino comenta: “Debemos valorar la moderación de tal manera
que no intentemos hacer que Dios nos rinda cuentas, sino reverenciar sus juicios secretos de
modo que consideremos su voluntad como la causa verdaderamente justa de todas las cosas.
Cuando nubes espesas oscurecen el cielo, y se levanta una violenta tempestad, por cuanto cae
sobre nuestros ojos una densa niebla, truenos resuenan en nuestros oídos y todos nuestros
sentidos se paralizan de miedo, nos parece que todo está confuso y revuelto; pero todo el
tiempo permanece en el cielo un constante silencio y serenidad. Así que debemos deducir
que, si bien los trastornos del mundo nos privan de juicio [esto es, entendimiento], Dios, de
la pura luz de su justicia y sabiduría, modera y dirige esos mismos movimientos en el orden
mejor concebido, para un buen fin”.
“¿De qué nos aprovecha saber que Dios ha creado, y por su providencia aún mantiene,
todas las cosas?”, pregunta el Catecismo de Heidelberg (Pregunta 28). ¿La respuesta? “Para
que seamos pacientes en la adversidad, agradecidos en la prosperidad, y mirando al futuro
tener gran confianza en nuestro fiel Dios y Padre, de que nada creado podrá separarnos de su
amor, pues todo lo creado está en su mano de tal manera que, sin su voluntad, no puede ni
siquiera moverse”.

ESCENAS 3–5: LA SABIDURÍA DE JOB ES PUESTA A PRUEBA (1:13–


2:10)
La tercera escena cambia por completo todo lo que la ha precedido. La tranquilidad es rota
por una tormenta. La paz es destruida por el dolor. Nos muestra una devastadora imagen de
cómo llegan los problemas en la vida cristiana. Llegan sin aviso y sin haber sido solicitados.
No tienen respeto a las personas. Y detrás de ellos se halla la actividad de Satanás.
De la segunda escena, la reunión del consejo celestial ante Dios, Job, por supuesto, no
sabe nada cuando le llega el sufrimiento. Es crucial que entendamos este punto. Job tiene que
enfrentarse a sus pruebas “a oscuras”, ignorando la lucha cósmica que hay tras ellas. La lucha
de su fe no es aliviada por revelaciones divinas sobre su trascendencia. De hecho, es una de
las angustias de su prueba el que Dios guarde silencio durante la mayor parte de su terrible
experiencia. Dios no dice nada. Y a Job se le ocurre, más de una vez, la pregunta: ¿Le
preocupa esto a Dios en realidad? El silencio del Todopoderoso es una de las angustiosas
cuestiones con las que lucha.
La prueba es asombrosa en sus proporciones: en el transcurso de “un día” (1:13), Job
perdió a sus diez hijos, su enorme reserva de animales y con ella toda la fuente de su riqueza,
incluyendo sus criados (1:13–21). “Otro día” (2:1, la cuarta escena) el consejo celestial se
reúne por segunda vez para escuchar que Job “todavía retiene su integridad” (2:3). Job se
ha negado a ceder ante la prueba de manera pecaminosa. Por consiguiente, Satanás recibe
permiso para probarle de nuevo (la quinta escena). Esta vez, la salud de Job es arrebatada
(2:7–8). Lo único que le queda es su rencorosa mujer y tres amigos poco útiles. Sin duda,
Salomón llevaba razón: no sabemos “qué dará de sí el día” (Proverbios 27:1).
Inmediatamente se hacen manifiestas varias lecciones.

1. EL SUFRIMIENTO ES PARTE DE LO QUE PODEMOS ESPERAR EN LA


VIDA CRISTIANA
Job recibió lo que no quería y deseaba aquello que no consiguió. En eso consiste el
sufrimiento esencialmente. Lo que le sucedió a Job le puede suceder, y de hecho sucede, a
todo cristiano de alguna forma, pues en cierta medida todos experimentamos pérdidas, dolor
emocional y físico, pena, debilidad, rechazo, injusticia, decepción, desánimo, frustración,
ridículo, crueldad, ira y maltrato. Hay momentos en nuestras vidas en que somos expuestos
a cosas que nos hacen querer salir corriendo.
Algunas de las cosas más terribles que pueden ocurrir les suceden a quienes más aman a
Dios, y más obedientemente le sirven. Si no perdemos de vista a Jesucristo, este hecho no
nos sorprenderá demasiado. En la estrategia de las cosas, aprendemos a esperar que los
seguidores de Jesús son llamados a soportar pruebas semejantes —aunque por supuesto
mucho menos dolorosas— a las que Él soportó.
Apréndelo desde el principio: que no te sorprenda el dolor (cf. 1 Pedro 4:12). Elifaz por
lo menos llevaba razón en esto: “Como las chispas se levantan para volar por el aire, así el
hombre nace para la aflicción” (5:7). Elifaz estaba expresando lo que Pablo en su día
consideró axiomático: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Es parte de nuestra suerte; “las pérdidas y cruces”
de la vida vivida en las huellas de Jesús, como habrían dicho los puritanos. Puesto que el
mundo, caído y condenado como está, se opone a Cristo, también se opone a aquellos que
pertenecen a Cristo (Juan 15:18–19; 1 Pedro 4:4; 1 Juan 3:13). El pecado ha deformado el
mundo en que vivimos, y se esforzará todo lo posible para hacerle lo mismo a quienes siguen
a Cristo. Es una ley de la Física que toda fuerza encuentra una reacción igual y opuesta. En
el terreno espiritual, todo intento de vivir para Cristo encontrará oposición a cada paso del
camino que lleva hasta las puertas del Cielo.
Cuando sufrimos nos llevamos las manos a la cabeza, horrorizados, y preguntamos: “¿Por
qué?”. Pero nuestra respuesta no debería ser de sorpresa, sino de resignada previsión.
¡Cuando debemos preguntar “¿Por qué?” es cuando todo está en calma! La relajación
pertenece al Cielo, no a la Tierra. La vida en la Tierra está fundamentalmente deformada y
corrompida, a causa del pecado. Y Satanás se aprovecha de ello todo lo que puede. Dios,
según parece, ha permitido que esto sea así por el momento. Así que presiones, dolores,
decepciones y frustraciones de todo tipo nos esperan en el futuro, si no han salido a nuestro
encuentro ya en el pasado. Debemos prever el sufrimiento, y prepararnos para él. Es el
mensaje más claro de la Biblia (aunque muchos no lo han advertido), que toda vida cristiana
puede esperar que los buenos momentos sean interrumpidos por malos momentos, y que las
alegrías sean cortadas por aflicciones; y esto, hasta el final.
Ciertos sufrimientos en la vida cristiana solo pueden ser explicados por lo que J.I. Packer
llama “la ley de la cosecha”. Tomando como punto de partida Juan 12:24–26, “Si el grano
de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto […]”,
Packer dice: “Cada experiencia de dolor, pena, frustración, decepción, y de ser herido por los
demás, es una pequeña muerte. Cuando servimos al Salvador en nuestro mundo, hay que
morir muchas de tales muertes. Pero lo que se nos pide es que perseveremos, pues Dios
santifica nuestra perseverancia de forma que dé fruto en las vidas de otros”. Así, Pablo podía
decir de su propio ministerio: “Cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo
por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1:24). Dichas aflicciones son edificantes, no
propiciatorias. Pablo está afirmando un vínculo entre sus problemas y la obra de Cristo de
edificación de su Iglesia. Sentimientos parecidos pueden encontrarse en los siguientes
comentarios del apóstol: “Yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles”
(Efesios 3:1); “La muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida” (2 Corintios 4:12); “Todo
lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en
Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Timoteo 2:10). Dios se complace a veces en quebrarnos en
pequeños trozos, para que cada trozo a su vez pueda convertirse en alimento por el que otros
puedan nutrirse y desarrollarse.
Job puede sernos de ayuda en este sentido. Podemos aprender cosas de la forma en que
Job hace frente (o no lo hace) a su propio sufrimiento. Calvino comenta: “Por lo cual es
bueno para nosotros el tener tales ejemplos, pues nos muestran que ha habido otros hombres
tan débiles como nosotros, que no obstante han resistido tentaciones, y han continuado
firmemente en obediencia a Dios, aunque Él los haya azotado, y esto aun de forma extrema.
De manera que tenemos aquí un excelente espejo”.
2. NINGÚN TIPO DE SUFRIMIENTO, NI NINGÚN TIPO DE CRISTIANO, ESTÁ
EXENTO
Lo feroz y lo repentino de la prueba de Job es lo que nos sobrecoge. Hay ciertas cosas que
nos parecen indignas del sufrimiento de un cristiano. Parece intrínsecamente injusto, por
ejemplo, que un hijo de Dios pueda padecer SIDA sin ninguna culpa por su parte (por una
transfusión de sangre, por ejemplo, y no por mala conducta sexual o abuso de drogas). Pero
pensar en ello un momento revelará la equivocación de esa opinión. Dios no excluye ningún
sufrimiento específico.
En el caso de Job se mencionan tres pruebas específicas: pérdida de seres queridos,
pobreza y mala salud. Cada una está calculada para subrayar la enormidad de su dolor. El
camino que queda por delante será interrumpido por malas experiencias; como cristiano,
puedes contar con ello.
Si ningún tipo de sufrimiento está exento, es igual de cierto que ningún tipo de cristiano
está exento tampoco. No son solo los cristianos que se han apartado del Señor quienes sufren.
Los muy fieles sufren también. El propósito del prólogo es presentar una imagen de
perfección casi completa; todo lo perfecta que puede llegar a ser en la Tierra. Y sin embargo,
en esta escena de felicidad irrumpe la más espantosa devastación. En el Nuevo Testamento,
Timoteo, Trófimo y Epafrodito estuvieron enfermos y Pablo no pudo hacer nada para ayudar
a ninguno de ellos (1 Timoteo 5:23; 2 Timoteo 4:20; Filipenses 2:25–27). El propio Pablo
vivió con un constante “aguijón” en su carne, aunque le había pedido al Señor que se lo
quitara en tres ocasiones (2 Corintios 12:7–9). Pablo convivió con el dolor, y muchos del
pueblo de Dios lo han hecho desde entonces. La dulce y alegre Joni Eareckson Tada nos ha
enseñado que el dolor y la santidad a menudo van de la mano. Es un reflejo de la experiencia
de Job. Y a su vez, es un leve reflejo de lo que el propio Jesús conoció. Del mismísimo Hijo
de Dios se dijo que “por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8).

3. EL SUFRIMIENTO NO ES NECESARIAMENTE UN CASTIGO DE DIOS POR


NUESTRO PECADO
Pocos han comprendido el mensaje de Job mejor que Juan Calvino. Como vimos en la
Introducción, él también vivía bajo una gran presión, procedente de todas partes. Como Job,
Calvino se sentía presionado a cuestionar la soberanía de Dios. Pero al igual que Job, Calvino
resistió la tentación, considerando que la vía más sabia era someterse a lo que fuera que Dios
tenía preparado para él. Además sabemos que Calvino sufría una constante mala salud y
grandes dolores en la época en que predicó sobre el libro de Job.
En el sermón inicial sobre Job 1:1, Calvino nos da la llave que abre el libro de Job: “En
toda esta disputa, Job defiende un buen argumento y, por el contrario, sus adversarios
defienden un argumento perverso. Y lo que es más, sosteniendo Job una buena disputa, la
manejó mal, y los otros, presentando un mal argumento, lo expresaron bien. Entender esto
será como una llave que nos abrirá todo este libro”. Como lo resume Harold Decker: “El
‘buen argumento’ de Job es que la aflicción no es siempre un castigo divino, y que, por tanto,
no es necesariamente un indicador del pecado. Job presenta su argumento mal, con una
precipitada autodefensa, excesivas opiniones propias, furiosa resistencia a Dios y desbocada
pasión. El mal argumento que defienden sus amigos es que la aflicción es un castigo divino,
impuesto en proporción a los pecados del hombre. Lo presentan bien, haciendo afirmaciones
sobre Dios y sobre el hombre que son totalmente ciertas y válidas, y que deben aceptarse
como la pura enseñanza del Espíritu Santo. Esa idea clave sobre un buen argumento mal
presentado y un mal argumento bien presentado reaparece varias veces […]”.
El reiterado argumento de los amigos de Job es que Job debe de haber pecado de alguna
forma concreta para haberse acarreado ese dolor. “El sufrimiento es el castigo de Dios por el
pecado, siempre, sin excepción”, insistían. Así, cuando Frederick K. Price (uno de los
principales curanderos de fe y escritores carismáticos de Estados Unidos) comenta sobre Job
1:10 que “mientras Job caminaba con fe, la pared —la cerca— estaba alzada. Pero cuando
comenzó a caminar con incredulidad y dudas, la cerca fue derribada. ¡Job la derribó!” Lo que
está diciendo, en realidad, ¡es que Job sufría porque pecó! Price se pone a la cola de los
desgraciados consoladores de Job.
A veces esto es cierto. Algunos corintios enfermaron y murieron, y eso ocurrió como
castigo por su comportamiento pecaminoso (1 Corintios 11:30). Pero el de Job no es el mismo
caso. Job sufría por otras razones, de las cuales él mismo no era consciente. ¿Por qué sufro?
Quizá no tenga nada que ver con un escarmiento; quizá no tenga nada que ver con nada de
mi pasado. Quizá tenga que ver con lo que Dios quiere que yo sea en el futuro. Esa es la
lección que Jesús enseñó en Juan 9, acerca de un hombre que había nacido ciego. La pregunta
se formuló sobre quién había pecado, si él o sus padres. La respuesta fue: ¡Ninguno de ellos!
La razón de su desgracia se hallaba, al parecer, en lo que Dios pretendía mostrar por medio
de él cuando finalmente fuera sanado. ¡Y hasta este día recordamos a ese ciego y lo que Dios
hizo por medio de él! El sufrimiento de Job es también de este tipo.

4. EN CADA ASPECTO DEL SUFRIMIENTO HAY UNA BATALLA MAYOR QUE


TIENE LUGAR
Abraham Kuyper, que fue una vez primer ministro de los Países Bajos, en cierta ocasión
escribió lo siguiente a modo de comentario del pasaje de Efesios en el que Pablo exhorta a
todo cristiano a ponerse la armadura espiritual para luchar contra el gran enemigo de nuestras
almas (Efesios 6:10–18): “Si por un momento se corriera la cortina, y el mundo espiritual
que hay tras ella fuera visible, sería expuesta ante nuestra vista espiritual un lucha tan intensa,
tan convulsiva, barriendo todo lo que hay a su alcance, que la batalla más feroz jamás librada
en la Tierra parecería, en comparación, un simple juego. No aquí, sino allí arriba: allí es
donde se libra el verdadero conflicto”.
Existen dos errores, igual de nefastos, que se pueden cometer al considerar la actividad
de Satanás en nuestras vidas. Podemos, en primer lugar, exagerarla. Algunos cristianos se
han obsesionado por lo demoníaco hasta el punto de casi olvidar su seguridad en Jesucristo.
La Iglesia ha sido culpable de este error a lo largo de su historia, en particular durante la Edad
Media, cuando la gente desconfió del poder de Dios para mantenerlos a salvo. Los
reformadores y los puritanos recobraron el correcto equilibrio al hacer hincapié en la
soberanía de Dios, la seguridad de sus promesas y la derrota final de Satanás y de todas sus
fuerzas en la obra consumada por Cristo en la Cruz, en la cual “[despojó] a los principados y
a las potestades, [exhibiéndolos] públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”
(Colosenses 2:15). El apóstol Juan exhortaba a sus lectores a recordar que el poder del
Espíritu Santo en nuestros corazones es mayor que el de Satanás (cf. 1 Juan 4:4). Es crucial
que apreciemos en estos primeros capítulos de Job que todo poder que Satanás ostenta es tan
solo aquel que Dios le concede. Satanás no es una especie de rival para Dios. El control que
Dios tiene sobre la situación jamás se pone en duda. No hay dualismo en estos capítulos.
Si es un error exagerar mucho a Satanás, también lo es subestimar su poder. Al final
Satanás siempre termina yendo demasiado lejos, pero antes de que le llegue su día no
debemos suponer que podemos escapar fácilmente de sus ataques. No luchamos contra carne
y sangre, sino contra principados y potestades. Y el mayor poder contra el que luchamos es
Satanás. Pedro, alguien que había experimentado el poder de Satanás en su propia vida, hace
un llamamiento a la sobriedad y a la vigilancia ante un “adversario” que “como león rugiente,
anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
Es vital, no obstante, no perder la perspectiva. El diablo es solo parte de la escena. Dios
es quien tiene el poder final, no Satanás. Esta verdad fue una característica esencial para
conceder estabilidad a Job en su prueba: “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo
recibiremos?” (2:10). Aprender a confiar en Dios ante la adversidad es un proceso lento y
difícil, pero que todo cristiano debe aprender.
¿Quién será aquel que diga que sucedió algo
que el Señor no mandó?
¿De la boca del Altísimo
no sale lo malo y lo bueno?
(Lamentaciones 3:37–38).

Jesús afirmó el poder de Dios sobre el mal, respondiendo de esta forma a la creencia que
Pilato tenía en su propio poder: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de
arriba” (Juan 19:10–11). Aun la muerte de Jesús fue “por el determinado consejo y anticipado
conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Sea cual sea la explicación —y ciertamente tendremos
que intentar desenmarañar lo que Dios nos ha revelado aquí—, debemos aferrarnos a la
verdad que Jeremías halló tan valiosa en un tiempo en que su propio mundo estaba
derrumbándose a su alrededor:
Antes si aflige, también se compadece
según la multitud de sus misericordias;
porque no aflige ni entristece voluntariamente
a los hijos de los hombres
(Lamentaciones 3:32–33).

¡Pase lo que pase, aférrate a esta verdad!

2
Reacción al dolor
Léase Job 1:1–2:10

Todo parece andar bien, cuando de repente todas las fuerzas del Infierno se descargan contra
Job. Satanás había revelado su cinismo cuando dijo: “¿Acaso teme Job a Dios de balde? […]
Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en
tu misma presencia” (1:9–11). Para probar la integridad de Job (y como prueba ulterior del
poder de la obra de la gracia de Dios en el corazón de Job), Dios prueba a Job permitiendo a
Satanás que traiga la siguiente devastación a la vida de Job:
Los sabeos tomaron los bueyes y las asnas de Job y mataron a sus criados (1:15)
Rayos cayeron sobre las ovejas de Job y sus pastores (1:16)
Los caldeos robaron los camellos de Job y mataron a los criados que los cuidaban
(1:17)
Un ciclón arremetió contra la casa en que todos los hijos de Job se hallaban comiendo,
y los mató a todos (1:18–19)
Aparte de los cuatro “mensajeros” (1:14, 16, 17, 18) que sobrevivieron para contar el relato
de cada desastre, lo único que le quedó a Job fue una mujer comprensiblemente amargada.
La respuesta de Job es destacada en la Escritura como sumamente decorosa:
Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allá.
Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito
(1:21).
Como testimonio de la fe de Job, la Escritura añade: “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó
a Dios despropósito alguno” (1:22). Esto solo hace aumentar la integridad que se atribuye a
Job en la valoración inicial de su carácter. Job era verdaderamente “intachable” y “recto”
(LBLA). Ciertamente temía a Dios y se apartaba del mal (cf. 1:1; 2:3). Además, como
resultado de la primera prueba, Dios dice de Job que mantuvo su “integridad” (2:3).
En una segunda prueba, Satanás recibe permiso para atacar la persona de Job, algo que
no se le había permitido hacer en la primera (1:12). Satanás abre la herida con su cuchillo
sugiriendo que el dolor físico hará que Job blasfeme contra Dios (2:5). Debemos tener
siempre en cuenta que Job fue probado en un momento de la Historia en que muchas de las
comodidades que nosotros tenemos a nuestra disposición no existían: “Job pasó su prueba
desprovisto de muchos de esos firmes apoyos y motivos de consolación que ahora se
proporcionan en gran abundancia a los santos en su sufrimiento”. Las pruebas son la
formación de algunos hombres y la destrucción de otros. Satanás procura ahora destruir a
Job.
Consideraremos con más detalle la enfermedad de Job dentro de un momento, pero
primero debemos fijarnos en su respuesta ante ella: “En todo esto no pecó Job con sus
labios” (2:10).

LA “PACIENCIA” DE JOB
El Espíritu Santo nos ha proporcionado un comentario sobre la respuesta de Job ante su
prueba. “Habéis oído de la paciencia de Job”, dice Santiago (Santiago 5:11). Quizá habríamos
esperado que Santiago señalara la impaciencia de Job, ¡pues la paciencia, en el sentido
normal de la palabra, no es una de las virtudes de Job! Según Calvino, este pasaje (1:2–22)
es “el más excelente que hay en la Sagrada Escritura para mostrarnos lo que significa la
palabra ‘paciencia’ ”. La palabra que utiliza Santiago es hupomoné y se traduce mejor por
“perseverancia” que por “paciencia”. Juntas, esta palabra y otra relacionada (makrothumia),
aparecen más de setenta veces en el Nuevo Testamento, lo cual indica que es uno de los temas
principales. Se espera de nosotros que emulemos esa capacidad de permanecer firmes bajo
presión.
Comentando la necesidad de ser paciente cuando se están atravesando aflicciones,
Calvino dice: “Pero Dios nos hará pacientes [Calvino utiliza la palabra ‘paciencia’, pero
debemos apreciar que quiere decir ‘perseverancia’] […] nos hará estar preparados para
soportarlo todo, asegurándonos que lo bueno y lo malo proceden de su mano. Nos hará
sobrellevar sus correcciones, no deseando nosotros otra cosa sino ser gobernados por Él, y
renunciar a todos nuestros afectos. Y aunque nos parezca molesto, nos hará luchar contra
nuestras perversas codicias, y resistirlas de tal manera que solo Él siga siendo nuestro señor;
pues no es posible que podamos tener esa paciencia tan franca y libre en nosotros si no
buscamos consolarnos en Dios”.
1. La necesidad de perseverancia subraya que este mundo no es nuestro hogar
“Dos metros bajo tierra nos pudrimos y somos reducidos a nada”, comenta Calvino, y añade:
“Cuando somos reducidos a la nada, entonces nos acordamos de lo que somos y de adónde
vamos”. Fijándonos en la palabra “volveré” (1:21), podemos decir que Job da testimonio del
hecho de que vivió su vida en este mundo en espera, aun en la certidumbre, de su propia
despedida de él.
Debemos aprender a vivir como vivieron los santos que nos precedieron: sub specie
aeternitatis; a la luz de la eternidad. “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que
traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12). Packer cuenta la historia de un estudiante
que visitó a Thomas Goodwin, el presidente del Magdalen College, en Oxford. En su oscuro
despacho, Goodwin inició la sesión preguntando a su visitante si estaba listo para morir. El
muchacho se fue corriendo. Cualquiera que sea lo que pensemos sobre la técnica de
Goodwin, la pregunta era bien válida; todos debiéramos estar listos para morir. Nuestro apego
a las cosas y a las personas de este mundo debe siempre tener en cuenta que un día seremos
separadas de ellas por la muerte. Cuando nuestra actitud ante la vida sea la de alguien que ha
hecho las maletas y está listo para marchar, las sorpresas no serán tan sorprendentes.
2. La perseverancia es un reconocimiento de que todo lo que poseemos pertenece a
Dios y no a nosotros
La palabra “desnudo” nos enseña que Job vivió su vida en la Tierra con el conocimiento de
que todo lo que poseía era del Señor. Es al mismo tiempo un reconocimiento de Dios como
Creador de todas las cosas. Saber que Dios creó todas las cosas, incluyéndonos a nosotros
mismos, es una idea fundamental del cristianismo. Darse cuenta, como hizo Job, de nuestra
dependencia, minuto a minuto, de Dios el Creador para nuestra propia existencia exige de
nosotros devoción, compromiso, lealtad y gratitud. Job reconoció que todo lo que tenía era
un don de Dios: su familia, su riqueza y su salud. Exigir estas cosas como un derecho está
fuera de lugar. Darle gracias cuando las tenemos es correcto. Quejarse cuando faltan no lo
es.
3. La perseverancia es la determinación a adorar a Dios pase lo que pase
La palabra “bendito” destaca la actitud de adoración que Job tenía para con Dios. Nuestro
fin principal es el glorificar a Dios y gozar de Él para siempre. Dios quiere ser alabado por
lo loable de su ser, y exaltado por su grandeza y su bondad. Quiere que se le aprecie por lo
que es. La alabanza es nuestra respuesta a su autorrevelación. No podemos hacer sino adorar.
Que se nos deje conocer parte del secreto del ser de Dios es algo que merece la más profunda
gratitud por nuestra parte. Saber que, a pesar de nuestro pecado, Él ha hecho posible que
seamos rescatados debería arrancar las más elevadas canciones de nuestros corazones. Que
el camino a la comunión estrecha con Dios en el Cielo esté salpicado de pruebas, algunas de
ellas extremadamente amargas, demanda no obstante nuestra gratitud por cuanto a cada paso
de nuestro caminar Él se está asegurando de que alcanzaremos el destino final. Job lo sabía,
y lo confesaba. La adoración es el uso mejor, y más apropiado, que podemos darle a las
aflicciones. Pero solo un verdadero creyente hallará que cargar una cruz pueda ser una fuente
de gratitud. Como lo expresó una vez el puritano John Flavel: “Una cruz sin Cristo nunca le
hizo bien a nadie”.
4. La adoración conlleva sumisión a un soberano
La paciencia de Job llevaba consigo un rechazo a cualquier cosa que achacara a Dios algo
irrazonable. Santiago 5:11 nos dice que hay dos cosas tras el sufrimiento de Job. La primera
es su perseverancia, o paciencia. ¡La otra es la compasión y la misericordia de Dios! Suena
increíble, pero eso es lo que dice Santiago. “Habéis visto el fin del Señor”, dice, y ese fin, o
propósito, era revelarle a Job que Él es “muy misericordioso y compasivo”. Dios es
glorificado en nuestro sufrimiento, pues en tiempos de debilidad y de desgracia Él revela las
gloriosas riquezas de sus recursos al mantenernos capaces de seguir adelante y de soportar.
A pesar de la irresistible presión, la fe de Job nunca se rindió. Ni tampoco le había Dios
dejado por completo en manos de Satanás. La reacción inicial de Job a su sufrimiento, sin
cuestionar la bondad de Dios, es ejemplar. Dios trata lo peor de nosotros mejor de lo que
merece lo mejor de nosotros. Esto, por supuesto, cambiará, pero al menos por el momento
Job reconoce que Dios está obrando todo para su bien.
Pablo puede preguntar, al enfrentarse a verdades inquietantes: “¿Hay injusticia en Dios?”,
a lo cual responde: “En ninguna manera” (Romanos 9:14). En este aspecto por lo menos,
tanto Eliú como Bildad llevaban razón al decir: “Lejos esté de Dios la impiedad, y del
Omnipotente la iniquidad” (34:10), y “¿Acaso torcerá Dios el derecho, o pervertirá el
Todopoderoso la justicia?” (8:3). “Jehová es recto […] en él no hay injusticia” (Salmo 92:15).
Para Job, solo hay una forma de proceder con su dolor; es el testimonio constante de la
Biblia:
Muéstrame, oh Jehová, tus caminos;
enséñame tus sendas
(Salmo 25:4).
El Dios eterno es Jehová,
el cual creó los confines de la tierra.
No desfallece, ni se fatiga con cansancio,
y su entendimiento no hay quien lo alcance
(Isaías 40:28).
[Dios] habita en luz inaccesible
(1 Timoteo 6:16).

“Piensa por un momento —escribe W.H. Green— lo que sería enfrentarse a dolores
abrumadores no solo sin Calvario y Getsemaní y la compasión del Hijo de Dios encarnado,
quien siente en sí mismo nuestras debilidades ya que fue tentado en todo como nosotros, pero
sin pecado; sino atravesar pruebas que no ofrecen ninguna luz a este lado de la tumba, sin
ninguna percepción del estado eterno de bendición comparado con el cual todas las desdichas
terrenales, por muy dolorosas que sean y por mucho que duren, son, sin embargo, leves y
momentáneas; sin la seguridad de que los dolores y sufrimientos del tiempo presente serán
compensados y rebasados por ese mucho más excelente y eterno peso de gloria […] ¿Cómo
sería enfrentarse a providencias tenebrosas sin un entendimiento claro de que, no obstante,
son coherentes con el perdurable e inalterable amor de nuestro Padre celestial?” Si hemos de
perseverar como Job, debemos seguir su ejemplo. Debemos correr la carrera como él lo hizo.
Debemos sacar fuerza de la galería de los fieles y mirar a Jesucristo en nuestro caminar hacia
el Cielo (cf. Hebreos 12:1–2). Job, por supuesto, tenía menos percepciones de Jesucristo que
las que tenemos nosotros.
Hay un anuncio de un cierto tipo de pila en el que destacan su durabilidad diciendo:
“Sigue y sigue, cuando todas las demás ya se han parado”. La durabilidad tiene que ser una
característica de nuestras vidas cristianas. Dios se glorificó a sí mismo haciendo a Job seguir
y seguir. Y promete hacer lo mismo por nosotros también.

HACER FRENTE A LA MALA SALUD


La mala salud ha estado con nosotros desde la Caída y seguirá estando, según nos indica la
Biblia, con nosotros hasta que este mundo sea destruido totalmente. Aun entre los líderes del
Nuevo Testamento, que no carecían de fe ni de poderes milagrosos, prevaleció la
enfermedad. A Timoteo se le aconsejó que tomara “un poco de vino por causa de tu estómago
y de tus frecuentes enfermedades” (1 Timoteo 5:23); Trófimo fue dejado “en Mileto
enfermo” (2 Timoteo 4:20). Y Epafrodito, ese santo ejemplar de Filipos, “estuvo enfermo, a
punto de morir […] por la obra de Cristo”. Pablo estaba desolado ante la posibilidad de
perderlo (Filipenses 2:25–30).
Por otra parte ese mismo gran apóstol, para subrayar esta cuestión, vivió con dolor todos
sus días a pesar de haber pedido durante mucho tiempo en oración que le fuera quitado (2
Corintios 12:7–9). Lo llamaba “un mensajero de Satanás” porque le tentaba a tener
pensamientos de rencor hacia el Dios que le dejaba sufrir. ¿Cómo podía seguir viajando,
predicando, trabajando día y noche, orando, preocupándose por los demás, llorando por ellos,
con ese dolor aplastándolo constantemente? Tales pensamientos eran “dardos de fuego del
maligno” (Efesios 6:16) con los que tenía que enfrentarse continuamente, pues el aguijón no
fue sanado. Pablo llegó a distinguir en su molestia una pista para la razón que había detrás
de ella. El “aguijón” le protegía de una dolencia mucho mayor: la de una enfermedad
espiritual.
Las peores enfermedades no son físicas sino espirituales: el orgullo, la presunción, la
arrogancia, el rencor, el egoísmo. El dolor fue el medio que Dios empleó para mantenerle
humilde (cf. 2 Corintios 12:7). Al no aliviar la molestia física como Pablo había deseado,
Dios le mantuvo baja su autoestima. De ese modo Pablo pudo gloriarse en sus debilidades (2
Corintios 12:9). Teodoro Beza, contemporáneo y amigo de Juan Calvino, testificó que el
dolor le había llevado a aferrarse a Jesucristo: “La enfermedad fue para mí el comienzo de la
verdadera salud”.
La enfermedad de Job ha sido diagnosticada de diversas formas, como furunculosis, lepra
y, más probablemente, elefantiasis. No es posible, en realidad, hacer un diagnóstico. Los
síntomas descritos en el libro incluyen los siguientes: dolor y debilitación de huesos (30:17)
(aunque esto bien podría ser solo una descripción de un gran dolor muy profundo); piel
ennegrecida y que se le levantaba (30:28, 30); erupciones verrugosas (7:5); anorexia (19:20);
fiebre (30:30); depresión (7:16; 30:15); llanto (16:16); insomnio (7:4); pesadillas (7:14); mal
aliento (19:17; cf. 17:1); pérdida de vista (16:16); dientes podridos (19:20). ¡Está claro que
su aspecto era terrible! “No lo reconocieron” (2:12 LBLA).
Job es un modelo de cómo cargar nuestra cruz. Como cristianos, somos llamados a seguir
los pasos de nuestro Maestro, tomando la cruz y siguiéndole (Lucas 9:23). Aquellos que
cargaban sus propias cruces eran parias, a quienes se les habían quitado todos sus derechos.
Para los fieles, el sufrimiento tiene el propósito de ayudarles a negarse a sí mismos. Debería
acercarnos a Cristo. Somos llamados a compartir los sufrimientos de Cristo (Filipenses 1:29).
“Al prensar lavanda —escribió David Watson poco antes de su muerte— encontramos que
está llena de fragancia; al exprimir una naranja, extraemos su zumo dulce. De la misma
forma, a menudo es por medio de desgracias y dolores como desarrollamos la fragancia y la
dulzura de Jesús en nuestras vidas”.

EL DOLOR NOS CONFORMA A LA IMAGEN DE CRISTO


Una faceta de la santidad de Jesús era su disposición para sufrir todo tipo de dolor para la
gloria de su Padre y el bien de los demás. Una faceta de la santidad de los discípulos de Jesús
es su disposición a dejarse conducir por una senda paralela. En una larga sección de su último
sermón sobre Job, Calvino hace una comparación del sufrimiento de Job y el de Cristo: “En
todas nuestras adversidades somos moldeados a imagen de nuestro Señor Jesucristo, quien
es el Hijo mayor en la casa de Dios. Y verdaderamente, si miramos solo a la Cruz de
Jesucristo, esta es maldita por la boca misma de Dios: no veremos en ella nada sino vergüenza
y terror; y, en pocas palabras, parecerá que el mismísimo abismo del Infierno está abierto
para tragarse a Jesucristo. Pero cuando unimos a su muerte su resurrección, he aquí en ella
nuestro consuelo, he aquí que ella mitiga todas nuestras penas, para que no estemos
demasiado desconsolados cuando a Dios le plazca afligirnos. Y esto fue cumplido
específicamente en nuestro Señor Jesucristo, con el propósito de que supiéramos que esto no
fue escrito para una sola persona: sino que —con el propósito de que todos pudiéramos
entender que el Hijo de Dios nos hará partícipes de su vida si morimos con Él, y partícipes
de su gloria si soportamos todas las penas y adversidades que a Dios le plazca poner sobre
nuestros hombros […]— deberíamos tener siempre la mirada puesta en el fin que Dios ha
prometido para sus hijos, según lo ha mostrado en efecto, tanto en Job como en David y otros,
pero principalmente en nuestro Señor Jesucristo, que es el verdadero y principal modelo de
todos los fieles”.
Todo esto va contra corriente de ciertas versiones modernas del cristianismo, que no
esperan el sufrimiento, o que esperan buscar milagros para eliminarlo tan pronto como
aparezca. Tal filosofía hace a la felicidad humana el objetivo primordial. Es una teoría que
nos lleva a esperar que Dios nos protegerá de todo lo que nos entristezca o desagrade, y es
por consiguiente falsa, pues olvida el papel que el dolor representa en la santificación. Dios
prepara a sus hijos para participar de su santidad mediante el dolor. Cuando Oral Roberts
comienza un culto diciendo: “Algo bueno te va a suceder hoy”, contradice la posibilidad de
que seamos llamados a sufrir disciplina como Job. Buena salud y prosperidad económica no
son la voluntad de Dios para todos los cristianos.
No todas las bendiciones destinadas para el Cielo pueden ser disfrutadas ahora. Colin
Urqhart, por ejemplo, comenta sobre Isaías 53:4–5 —“llevó él nuestras enfermedades”— lo
siguiente: “Cuando Jesús recibía los azotes de los soldados romanos, todos nuestros dolores
físicos y enfermedades estaban siendo amontonados sobre Él […] Es como si un azote fuera
por el cáncer, otro por las enfermedades de los huesos, otro por las de corazón…”. Y Kenneth
Hagin añade: “Dios le enfermó [a Jesús] con tus enfermedades, para que tú puedas estar
perfectamente bien en Cristo”.11 Esta opinión contradice las enfermedades de Timoteo,
Trófimo, Epafrodito y en particular la del propio apóstol Pablo, de ninguno de los cuales se
nos dice que careciera de fe, o que no pudiera recurrir a poderes de sanidad milagrosos.
Urqhart y Hagin no tienen apoyo bíblico de su parte.
La lectura del libro de Job no puede sino tener un efecto curativo para las actuales
creencias confusas acerca del lugar del sufrimiento en la vida cristiana, particularmente la
mala salud. Todos los cristianos pueden esperar pruebas de algún tipo, y algunas serán
catastróficas. “Que sepas esto —dice Norwell Hayes—: todo lo malo que te sobrevenga es
del diablo; todo lo malo procede del Infierno, no del Cielo”. Está claro que esto no es cierto.
Job continuamente atribuyó a Dios sus pruebas, no a alguna causa segunda como los sabeos
o los caldeos (cf. 1:21; 2:10). Sabía que eran los sabeos y los caldeos quienes le habían robado
(1:15, 17), pero a ellos no los mencionó. “Si no es él [Dios] —pregunta Job—, ¿quién es?”
(9:24). Las aflicciones son “los arqueros de Dios”, comenta Calvino,13 contra los cuales la
mejor reacción es la sumisión: “Contentémonos andando por dondequiera que Él nos guíe y
dirija, estando seguros de que su sola voluntad ha de ser para nosotros una guía infalible; al
ver a Job tan dominado por sus emociones, comprendamos que es muy duro para nosotros
someternos únicamente a la voluntad de Dios, sin preguntar el motivo de sus actos,
especialmente de los que sobrepasan nuestra inteligencia y entendimiento”. En su examen
del asunto del sufrimiento, el propósito del libro de Job no es proporcionar explicaciones
para este, sino indicar que la sumisión es el camino de la sabiduría.

LA MUJER DE JOB
El sufrimiento de Job no se reducía a la enfermedad física. También había de conocer el dolor
de una mujer insensible y descontenta. “Le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad?
Maldice a Dios, y muérete” (2:9). Agustín se refiere a la mujer de Job como diaboli adjutrix
(la “abogada del diablo”). Calvino se refiere a ella como organum satani (una “herramienta
de Satanás”). Tomás de Aquino teorizaba que Satanás la había librado de su primer ataque
contra Job para poder utilizarla contra él. Ella es una segunda Eva, que tienta a su marido a
pecar; aunque, al contrario que Adán, Job no le hizo caso. El análisis que de ella hace Job es
contundente: “Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado” (2:10).
Puede que Job se esté refiriendo a ella como una mujer de clase muy baja, cuyas lenguas eran
notoriamente mundanas. Ella no habría hablado de ese modo normalmente. Su respuesta
“hace más evidente la sabiduría de la santa paciencia de Job”. Ella se identifica con los impíos
con su respuesta: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1).
¿Te has parado alguna vez a pensar en la “señora de Job”? Ella sufrió cada cosa tanto
como Job. Siendo mujer, puede que sintiera la pérdida de los bienes de su hogar más que Job.
Le tomamos cariño a nuestras posesiones, por mucho que intentemos evitar apegarnos a las
cosas de este mundo. Los robos siguen siendo motivos de inmenso dolor. La gente habla de
ellos estos días como una “violación”, como si alguien se hubiera infiltrado en algo privado
y personal. Habacuc nos enseña una lección sobre esto:
Aunque la higuera no florezca,
ni en las vides haya frutos,
aunque falte el producto del olivo,
y los labrados no den mantenimiento,
y las ovejas sean quitadas de la majada,
y no haya vacas en los corrales;
con todo, yo me alegraré en Jehová,
y me gozaré en el Dios de mi salvación
(Habacuc 3:17–18).

Como madre, la mujer de Job tal vez sintiera la aplastante pérdida de sus hijos de forma
más especial y profunda que Job. La experiencia de perder repentinamente a los hijos puede
traer consigo cargas especiales, pues todos esperamos morir antes que nuestros hijos. Existe
un sentimiento de culpabilidad asociado con la pérdida de los hijos. Los padres que han
sufrido tal pérdida a menudo expresan su deseo de poder, de algún modo, cambiarse por sus
hijos muertos. Aquellos que han pasado muchas horas en una unidad de cuidados intensivos,
o quienes han cuidado de sus hijos enfermos hasta su muerte, pueden identificarse con la
mujer de Job.
La mujer de Job no tiene “paciencia”. Está enfadada y amargada, igual con su marido que
con Dios. La piedad de su marido solo había traído un agudísimo sentimiento de pérdida: de
sus hijos, de su posición social y de su sustento. Ya sea por odio hacia Dios, o por un deseo
de que el dolor de Job termine rápidamente, ella incita a su marido: “Maldice a Dios, y
muérete” (2:9).
Instintivamente sentimos compasión por la mujer de Job. Algo parecido a su reacción
brota en nuestros corazones. ¿Quién de nosotros podría estar seguro de cuál sería su reacción
en circunstancias parecidas? Cuando una joven pareja que yo conozco encontraron el cuerpo
de su hija de 9 años, Jennifer, asesinada, eso podría haberlos destruido totalmente. Ambos
han hallado paz y fuerzas en su conocimiento de Jesucristo. Dando testimonio de su fe, el
padre de Jennifer escribe: “Perdí a mi hija Jennifer. Solo tenía 9 años en aquel entonces. Salió
con su bicicleta un día y no volvió. Y esa fue la última vez que la vimos, hasta que su cuerpo
fue encontrado en un embalse una semana más tarde. Me consoló saber que aun a esa edad
ella era salva, y que estaba con el Señor”.
El novelista Somerset Maughan conservaba una taza agrietada en la repisa de la chimenea
de su hermoso hogar, en Londres. Explicando por qué permitía que ofendiera con su
presencia a los muchos y exquisitos artefactos que la rodeaban, dijo: “Durante la Primera
Guerra Mundial, cruzando el océano en un carguero de tropas, nuestras raciones de agua
fueron reducidas hasta solo un vaso por día. Yo bebía mi ración de agua de esa taza, y la
mantengo en esa repisa para recordarme que nunca debo dar por sentadas mis bendiciones”.
Cuenta los favores del Señor,
cuenta las riquezas de su amor;
mira a Cristo, Él te sostendrá;
cuenta los favores que el Señor te da.
Joni Eareckson Tada bien puede hablar sobre pruebas. Tetrapléjica a causa de un
accidente de natación, ha luchado con sus emociones en público sobre su dolor, al que llama
“el intruso”. “Hoy, ahora mismo —ha escrito—, quiero proponerme saber algo sobre el
intruso que como siempre llamará a mi puerta. Antes de levantarme a responder a su llamada,
quiero recordar que este visitante no deseado, aun con todos sus malos modos, ha venido
para mi bien, para el bien de mi carácter. A pesar de lo que me dicten mis emociones, quiero
darle la bienvenida. ¿Por qué? Porque en el fondo el verdadero carácter es más importante
para mí que el bienestar temporal”. El “verdadero carácter” de Job brilla en estas páginas,
debido en parte a la asombrosa naturaleza del contraste entre su respuesta y la de su mujer.
El estribillo “Dame gozo en mi corazón, hazme sonreír […]” puede no ser apropiado
teológicamente como una apologética cristiana, pero expresa, no obstante, una gran carencia
que hay en muchas de nuestras vidas. Sencillamente no tenemos el gozo que la Biblia insiste
que deberíamos conocer. Una parte, demasiado grande, de nuestras vidas la pasamos en una
triste derrota, cediendo a la atracción interior de nuestros pecados. Refunfuñamos demasiado,
nos quejamos demasiado. La falta de gozo en nuestras vidas da testimonio del largo camino
de santificación que aún nos queda por recorrer si hemos de asemejarnos a la imagen del
cristianismo bíblico. “Cuando pienso en Dios —escribió Franz Josef Haydn—, mi corazón
se llena de tal gozo que las notas saltan y bailan según dejan mi pluma”. Y añadió: “Puesto
que Dios me ha dado un corazón alegre, le sirvo con espíritu alegre”.
El testimonio de Job en estos primeros capítulos es inmenso. Como las secuoyas(*) de
California que se alzan hasta los cielos, Job destaca como alguien casi sobrehumano. Pero
no era sobrehumano, y la historia, según se va desarrollando, nos enseñará que Job tenía pies
de barro. Perseveró con fuerzas dadas por Dios. Si intentásemos imitarle con nuestras propias
fuerzas, nos hundiríamos al instante. David testifica que nadie “puede conservar la vida a su
propia alma” (Salmo 22:29). Job habría sido el primero en admitir que su reacción fue posible
por el poder sobrenatural de Dios.
La misma reacción se puede apreciar en el testimonio de Horatio Spafford. Tras sufrir un
desastre financiero en los incendios de Chicago en 1873, envió a su mujer y cuatro hijas a
Inglaterra a bordo del buque S.S. Ville de Havre. A medio camino del Atlántico, chocó contra
otro barco, el S.S. Lochearn. Más de 200 personas murieron ahogadas, incluyendo las cuatro
hijas de Spafford. Al llegar a orillas británicas, la mujer de Spafford mandó un telegrama.
Solo tenía dos palabras: “Única salvada”. Horatio Spafford tomó el primer barco que había
y el capitán de este le indicó el lugar donde se habían ahogado sus hijas. Se cree que fue
entonces cuando compuso las palabras de su himno:
Cuando mi alma, estando en un río de paz,
Sorprendida fuera por olas del mar,
Sea cual sea mi suerte, yo puedo afirmar:
¡¡Mi alma está en paz, sí, mi alma está en paz!!
Así es como Dios quiere que vivamos. No tenemos derecho a suponer que nuestras vidas
estarán siempre libres de problemas. Pero en toda circunstancia, si pertenecemos al pueblo
del Señor, tenemos asegurados el cuidado y la providencia de Dios. Él está elaborando cada
detalle. Él no comete errores (Romanos 8:32–39). Cada momento de nuestra existencia es
motivo suficiente para gozo: juntos, lo bueno y lo malo deberían integrarse y formar una
sinfonía de alabanza al Dios todopoderoso. La reacción de Job nos enseña esa lección.

3
Job maldice el día en que nació
Léase Job 2:11–3:26

De ser “más grande que todos los orientales” (1:3), Job ha sido reducido a ser alguien
“sentado en medio de ceniza” (2:8). Estando allí sentado, “una sarna maligna” (2:7) le sale
por todo el cuerpo. Job alivia el picor rascándose con pedazos de objetos de cerámica (2:8).
En las afueras de todas las ciudades de la antigüedad, había un lugar donde se tiraba y
quemaba la basura. El montón de ceniza crecía con cada quema, y era allí donde se juntaban
los leprosos y personas semejantes. Aquí es donde hallamos a Job. Es un símbolo de
desolación y de rechazo. David también se había sentido así: “No tengo refugio, ni hay quien
cuide de mi vida” (Salmo 142:4). Y uno no puede pasar por alto una escena de rechazo mucho
más dolorosa, que es cuando Jesús fue sistemáticamente rechazado: primero por un grupo de
soldados; luego por los principales sacerdotes, escribas y ancianos del Sanedrín; por aquellos
que celebraban la Pascua en Jerusalén y pasaron por delante de su cruz; por dos criminales a
su lado; por el Sol que se negó a darle su calor; y aun por Dios, que le abandonó (cf. Mateo
27:27–31, 39–46).
Entran en escena tres “amigos”: “Elifaz temanita, Bildad suhita y Zofar naamatita”
(2:11), tres hombres sabios del Oriente. Vienen de tres ciudades distintas, habiendo
convenido en ir juntos a consolar a su buen amigo Job. En el desarrollo de este comentario
veremos que estos tres amigos, junto con Eliú buzita, que aparece más tarde (capítulos 32–
37), creen todos ellos en Dios, el Dios verdadero, el Creador. Sus opiniones son a menudo
poco adecuadas, y a veces totalmente erróneas; pero ninguno de ellos está dispuesto a
sugerirle a Job que crea en otro dios.
Al ver a su buen amigo por primera vez, apenas pueden reconocerlo. Job está desfigurado
por su enfermedad. Además, está de luto. Su manto está rasgado y su cabeza afeitada4 (1:20).
Evidentemente, los tres amigos imitan su primer gesto, pero no el segundo. En vez de afeitar
sus cabezas, esparcen polvo sobre ellas (2:12). El polvo era un elemento simbólico de la
muerte y de la enfermedad, y de ese modo los amigos de Job estaban identificándose con él.
Era una forma de empatía, y un requisito necesario para aconsejar a quienes atraviesan
momentos de dolor.
También reaccionan llorando. No le dicen nada de nada a Job; lo tratan como si estuviera
muerto. Permanecen en silencio junto a Job en el montón de cenizas por siete días, el período
establecido para guardar luto por los muertos; en este caso por los hijos de Job, y quizá por
sus siervos, pero quizá también por el propio Job (cf. Génesis 50:10; 1 Samuel 31:13).
El silencio es muchas veces una buena primera reacción ante la desgracia de otra persona.
Joseph Caryl comenta: “Cuando un hombre se ha propuesto lamentar su pérdida, déjale
lamentarse; tus palabras tal vez le pongan furioso, pero no le ayudarán. Deja que la tristeza
se haga con las riendas por algo de tiempo, y eso abrirá el camino para el consuelo”. En
demasiadas ocasiones sentimos la necesidad de apresurarnos a dar explicaciones en tiempo
de crisis, cuando muchas veces no hay palabras que sean adecuadas. No siempre es apropiado
citar Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a
bien […]”, en plena crisis, a pesar de la gran consolación y ayuda que estas palabras
demuestran ser en su momento. Los amigos de Job, al menos al principio, hicieron lo
correcto: lloraron con el que lloraba (Eclesiastés 3:4; Romanos 12:15). Pero no decir nada
durante siete días debió de crear una gran tensión en su amistad. El silencio, transcurrido un
tiempo, puede volverse ensordecedor. Como veremos, estos “amigos” en realidad no podían
creer que Job no mereciera, al menos en parte, el tormento que estaba atravesando. Aun antes
de llegar ya habían adoptado la opinión de que todo sufrimiento humano está directamente
relacionado con nuestro pecado. Que no era posible que un “inocente” sufriera.

EL GRITO DE DOLOR DE JOB: SU PRIMER DISCURSO


Tras el período de silencio en el montón de ceniza, Job ha tenido tiempo para pensar en su
tragedia. A pesar de lo magnánimo de su reacción inicial (1:20–22; 2:10), la percepción que
Job tiene de sus dificultades ha aumentado. Descubre que no es tan fuerte como creía ser. La
batalla ha comenzado y ha revelado que bajo la superficie de la eminente piedad de Job, yace
un corazón que muy rápidamente puede avergonzarle.
El dolor ahora es insoportable; el dolor de perder a un ser querido suele aumentar cuando
se pasa la conmoción inicial. Lo que viene a continuación en el capítulo 3 es un grito
proveniente del corazón, un lúgubre lamento que nos conmueve profundamente. En ese
sentido, es como muchos de los salmos de lamentación (cf. Salmo 3–7; 140–143). C.S.
Lewis, recordando el dolor de perder a su mujer, describe sus oraciones como más parecidas
a “gritos” que a ninguna otra cosa.
En este capítulo nos hallamos ante las experiencias interiores, personales, de Job. Ahora
que ha tenido algo de tiempo para reflexionar, sus palabras están llenas de una insoportable
angustia y dolor. No sucumbe a la sugerencia de su mujer de maldecir a Dios, pero sí que
maldice “el día de su nacimiento” (3:1 LBLA; cf. 2:9). Job no es mordaz para con Dios;
menos aún hace profundas preguntas sobre la naturaleza del sufrimiento y por qué los justos
habrían de sufrir. En vez de eso, Job se siente angustiado por lo horrible que la vida puede
llegar a ser. Es el grito de un hombre vencido por la depresión, no por la ira. Pronuncia una
maldición sobre algo que no puede ser cambiado: el pasado. Sería mejor no haber existido.
¡Ojalá no hubiera nacido, o aun sido concebido! (considerados aquí como un solo evento).
Dos características lingüísticas dominan el primer discurso de Job: el modo imperativo
(“Perezca […]”, “Sea […]”), que ocurre dieciséis veces en los versículos 2–10, y la expresión
“¿Por qué?”, que aparece cinco veces en los versículos 11–26. Juntas, ambas cosas revelan
el alcance de la explosión emocional de Job. No debemos pensar que el estoicismo es la
forma correcta de reaccionar ante el dolor y el sufrimiento. Job nos está diciendo lo que
siente. “El Señor no está intentando comprobar si Job puede permanecer inconmovible como
un trozo de madera”.

EL LAMENTO: ¡UN CUMPLEAÑOS INFELIZ! (3:1–10)


Job maldice el día de su nacimiento “por cuanto no cerró las puertas del vientre donde yo
estaba, ni escondió de mis ojos la miseria” (3:10). El anuncio del nacimiento de un niño —
“Varón es concebido” (3:3)— es uno de los momentos más felices de la vida de todo padre.
También debió de serlo para los padres de Job. Pero sobrecogido por los problemas, Job
considera el dolor (y aun la vergüenza) que ahora él debe de ser para su familia y para quienes
le conocían. Job quiere que el día de su nacimiento sea quitado del calendario como si nunca
hubiera existido; así, él tampoco existiría (3:6). Pide a los adivinos que hagan
“desafortunado” el día en que nació, pronunciando una maldición sobre él de manera que les
fuese imposible a sus padres el concebir (3:8, 10). En una reacción deliberada contra el “Sea
la luz” de Dios en la creación del mundo (Génesis 1:3), Job dice del día de su propia creación:
“Sea aquel día sombrío” (3:4) y a continuación habla de “tinieblas”, “sombra”, “nublado”
y “oscuridad” con respecto a él (3:5–6).
Job llega aun a sugerir que esos adivinos despierten a “Leviatán” (3:8) para que engulla
el día y la noche de su nacimiento. ¿Quién, o qué, es “Leviatán”? En el libro de Job se
menciona a dos criaturas (monstruos): una es “Leviatán” y la otra es “Behemot” (ambos
aparecen mencionados más tarde, en los capítulos 40 y 41). No se corresponden con ninguna
criatura conocida en nuestros días. Leviatán puede que fuera uno de los grandes animales
acuáticos, ahora extinguidos; siguen existiendo informes de grandes serpientes marinas y
animales parecidos al plesiosauro en océanos y lagos profundos de todo el mundo (¡a uno le
viene enseguida a la cabeza el llamado “monstruo del lago Ness”!).
Muchos comentaristas insisten en asociar a Leviatán con el “cocodrilo”, pero la
descripción de Job 41 no cuadra del todo. Algunos han sugerido que es la “ballena”. Otros
han sugerido que estas criaturas hacen referencia a animales que existieron en tiempos pero
que ahora están extinguidos. El “leviatán” también se menciona en Isaías, donde también se
le llama “el monstruo del mar” o “el dragón que está en el mar” (Isaías 27:1; cf. Salmo
104:26). Al hablar de “monstruos” o “dragones” es posible que la Biblia esté meramente
utilizando la creencia (errónea) del hombre en la existencia de tales monstruos, de los cuales
se creía que poseían poderes sobrenaturales. En las mentes de la gente corriente existían como
monstruos; si en realidad lo eran o no, no tiene importancia. Job, pues, deja escapar de sus
labios el deseo de que esos adivinos despierten de algún modo a “Leviatán”, para que este
engulla el día y la noche de su nacimiento.
Semejantes sentimientos de angustia sobre la propia existencia no son raros. Haciendo
una comparación con Jeremías, vemos que este profeta también había atravesado ese solitario
camino. Tanto Job como Jeremías tienen “aflicción” y “amargura” (3:10, 20 LBLA; cf.
Jeremías 20:18). De ahí que Jeremías diga:
Maldito el día en que nací;
el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito.
Maldito el hombre que dio nuevas a mi padre,
diciendo: Hijo varón te ha nacido,
haciéndole alegrarse así mucho.
Y sea el tal hombre como las ciudades
que asoló Jehová, y no se arrepintió;
oiga gritos de mañana,
y voces a mediodía,
porque no me mató en el vientre,
y mi madre me hubiera sido mi sepulcro,
y su vientre embarazado para siempre.
¿Para qué salí del vientre?
¿Para ver trabajo y dolor,
y que mis días se gastasen en afrenta?
(Jeremías 20:14–18).

Jeremías había obedecido el llamamiento de Dios a ser profeta cuando era joven. En lugar de
fama y fortuna recibió rechazo, no solo por parte del pueblo y de sus amigos sino también
(en apariencia) por parte de Dios. Esa fue, igualmente, la experiencia de Job.
La lamentación ha sido siempre parte de la expresión de la fe. Casi la mitad del himnario
de Israel consistía en salmos lamentosos. Quizá una de las razones por que las iglesias del
siglo XX han dejado de cantar salmos sea el hecho de que la Iglesia ha ido dejando a un lado
las expresiones de fe bíblicas. En estos tiempos, todo tiene que tener “un cierto ritmo” para
ser incluido en la adoración cristiana. A las canciones quejumbrosas en tonos menores se las
considera insulsas y a veces subcristianas. Pero son parte del testimonio bíblico sobre cómo
nos sentimos en ciertos momentos, tanto si lo queremos reconocer como si no. Evitar el
enfrentarse a la realidad del dolor deforma la naturaleza de la fe, pues la fe muchas veces
revela sus mayores triunfos por medio del sufrimiento.
En estas protestas no censuradas se saca a la superficie la parte más profunda del alma de
Job. Quienes sufren por dentro por la pérdida de un hijo, por el recuerdo de un abuso pasado
o por una enfermedad debilitadora pueden identificarse con Job. Algo en nuestro interior tan
solo desea despotricar y reaccionar con actos irracionales. Lo que Job dice en estos versículos
no tiene ningún sentido, pero es una expresión sincera de lo que sentía.

DE MALDECIR A HACER PREGUNTAS (3:11–26)


Joni Eareckson Tada ha escrito: “Uno de los primeros lugares a los que acudí tras mi
accidente de natación fue el libro de Job. Cuando yacía inmovilizada en el hospital, muchas
preguntas daban vueltas en mi mente. Cuando me enteré de que mi parálisis iba a ser
permanente, surgieron aún más preguntas. Deseaba hallar respuestas desesperadamente. Job,
pensé, había sufrido de forma terrible e interrogaba a Dios una y otra vez. Tal vez yo pudiera
encontrar alivio y entendimiento siguiendo sus pasos en su búsqueda de respuestas”.
Job hace una serie de preguntas punzantes y cortantes en este libro:
¿Por qué no me dejaste morir cuando nací? (3:11).
¿Por qué no secaste los pechos de mi madre para que así yo me muriera de hambre?
(3:12).
¿Por qué mantienes viva a gente desgraciada como yo? (3:20–22).
¿Cómo esperas que tenga esperanza y paciencia? (6:12).
Siendo la vida tan corta, ¿ha de ser triste además? (7:1–10).
¿Por qué no dejas un rato de hacerme daño? (7:17–19).
¿Qué te he hecho yo para que me hicieras el blanco de tus flechas? (7:20).
¿Por qué no me perdonas antes de que muera y sea entonces demasiado tarde? (7:21).
¿Cómo puede el hombre, que es mortal, ser justo ante un Dios santo? (9:2).
¿Por qué favoreces a los impíos? (9:24).
Puesto que ya has decidido que soy culpable, ¿por qué habría de esforzarme? (9:29).
Tú eres quien me creó, así que ¿por qué me destruyes? (10:8).
¿Por qué escondes tu rostro y me consideras tu enemigo? (13:24).
¿Por qué no me dejas ir a verte cara a cara en algún sitio, donde pueda yo exponerte mi
causa? (23:3–6).
¿Por qué no fijas una hora en que juzgar a los impíos? (24:1).
¡Estas preguntas son duras y penetrantes! Los amigos de Job quizá esperaran ver caerle un
rayo cada vez que las hacía. Pero el rayo nunca cayó. Este es uno de los mayores motivos de
ánimo que nos da el libro de Job. A pesar de la ira y la frustración de Job, nunca es condenado.
Dios nunca le abandona. Dios escucha las preguntas de Job. Puede que Job no reciba las
respuestas que deseaba, pero se le permite hacer esas terribles preguntas.
¿Podría Job haber asimilado las respuestas, si se le hubieran dado? ¡Más bien no! Ni
tampoco nosotros. ¿Podemos entender la razón por que está teniendo lugar una batalla
cósmica cuya magnitud es mayor de lo que jamás podríamos imaginar, y cuyo resultado está
asegurado por la muerte de Cristo en la Cruz? Nuestras mentes finitas no lo pueden
comprender, lo cual es una de las razones por que la revelación bíblica al respecto es limitada.
Dios no fue de ningún modo presionado por las preguntas de Job. ¿Pero encontró Job
alguna respuesta? Solo esta: que Dios será glorificado de cualquier modo, y cuanto antes nos
humillemos y sometamos a la situación, mejor será para nuestras almas y para nuestra paz.
“¿Qué habría pasado si de repente Dios hubiera consentido en responder a todas mis
preguntas? —pregunta Joni—. ¿Podría siquiera haber comenzado a entenderlas? Habría sido
como verter verdades de un millón de litros en un pequeño recipiente; como echar un gran
depósito de agua en un vasito de papel. Mi pobre minúsculo cerebro no habría podido
procesarlo… A Dios nunca lo ponemos en un aprieto con nuestras preguntas. Así que […]
¿encontré las respuestas? ¿Respuestas a profundísimas y oscurísimas preguntas sobre una
vida de parálisis total?
“Solo una. Pero es suficiente. Creo que dejaré que Pablo lo exprese con sus propias
palabras: ‘¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién entendió la mente
del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese
recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los
siglos. Amén’ ” (Romanos 11:33–36).
Satanás quiere que creamos (¡y que expresemos!) ideas equivocadas acerca de Dios. Toda
herejía es ante todo una desviación de nuestras ideas sobre Dios. Cuando C.S. Lewis estaba
perdiendo a su mujer, enferma de cáncer, dijo: “No es que esté […] en mucho peligro de
dejar de creer en Dios. El verdadero peligro es el de llegar a creer cosas tan horribles sobre
Él. La conclusión que temo no es: ‘Entonces, después de todo, Dios no existe’, sino:
‘Entonces, así es como Dios es en realidad. No te sigas engañando a ti mismo’ ”.

MUERTO AL NACER (3:11–19)


Si “los que maldicen el día” (3:8) no pueden maldecir el día en que él fue concebido (el
argumento de 3:3–10), ahora Job desea que hubiera muerto al nacer (3:11, 16). Aludiendo a
su madre, clama: “¿Por qué hubo rodillas que me recibieron, y pechos de los que yo
mamara?” (3:12). La muerte habría sido mejor que esto, medita Job (3:13). Al menos en la
muerte, Job, paria como es ahora, compartiría la misma suerte que los reyes y los príncipes
que actualmente viven en grandes palacios. En la muerte, su plata y su oro no les serviría de
nada (3:14–15). En la muerte, aquellos que ahora sufren abusos y violencia física están en
paz, a salvo de sus tiránicos señores (3:17–19). Y si la muerte no se lo llevó al nacer, ¿por
qué no ahora? ¿Por qué ha de continuar su desgraciada vida? Job desea poder morir y reposar
de su dolor y su sufrimiento.

EL DESEO QUE TIENE JOB DE MORIR (3:20–26)


Job se une a aquellos “que esperan la muerte, y ella no llega” (3:21). En un principio Dios
había levantado una cerca alrededor de la vida de Job (2:6), pero ahora “la cerca se ha
convertido en paredes de prisión más que en un muro de defensa”. Ciertos sufrimientos hacen
a uno querer morir, pero no poder. No debemos ser demasiado duros con Job en esto. Quienes
no han conocido los efectos combinados de pérdidas múltiples y dolor intenso e incesante,
tal vez cuestionen la piedad de querer morir (aunque en ningún momento habla Job sobre
quitarse su propia vida). A la gente que se encuentra en el mismo estado que Job le es difícil
actuar racionalmente, pensar por encima de su dolor.
Job es un hombre angustiado: suspira, gime, tiene miedo; no tiene paz, ni tranquilidad, ni
reposo, sino solo turbación (3:25–26). Está cansado de vivir. No ve razón para ello. Lo único
que le daba algún placer en esta vida le ha sido robado. La vida se ha vuelto insoportable.
“Basta ya, oh Jehová —dijo Elías—, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”
(1 Reyes 19:4).
¿Qué podemos decir sobre la reacción de Job? Debemos tener cuidado, no sea que en la
objetividad de nuestra perspectiva lo juzguemos demasiado severamente. Cierto, Elifaz
advertirá a Job sobre las consecuencias de tener mal genio (5:2), y el propio Job admitirá que
sus palabras fueron “precipitadas” (6:3) (aunque pide comprensión por lo profundo de su
vejación). Los comentaristas se enlistan bajo todo tipo de opinión: Albert Barnes señala que
“aun teniendo en cuenta todos los factores, no es posible justificar este lenguaje […] se echa
en falta una correcta sumisión y paciencia”. El puritano Joseph Caryl alude al contraste con
el hecho de que Job bendijera a Dios en un principio, y exhorta que Job debería continuar
“bendiciendo, y no maldiciendo”.15 Por otro lado, Francis Andersen dice: “Por consiguiente,
no puede haber razones para desaprobar lo que Job dice”. Y John Hartley está de acuerdo,
señalando que “si Job hubiera pecado en su primer discurso, no habría nada que discutir. Sus
frecuentes apelaciones a su inocencia serían pura burla […] Sobrevive a su hora más
tenebrosa al no maldecir a Dios ni tomar su destino en sus propias manos”.17
Hay un notable dominio propio hasta este momento en lo que Job dice. Aunque desea la
muerte, ni una sola vez atribuye directamente su caída a Dios. Job aún mantiene esos
elementos de integridad que vimos en su respuesta inicial, cuando se negó a obedecer el
consejo de su mujer de maldecir a Dios y sufrir como consecuencia la muerte (2:9). Esta
continuada negativa a maldecir a Dios es un indicador de la presencia de la gracia en el
corazón de Job. Desear la muerte —no por acción propia, sino mediante un acto soberano de
Dios— no es pecaminoso en sí mismo. Desear otro desarrollo de las cosas que no sea el que
a uno se le ofrece es precisamente lo que vemos que Jesús expresa en la lucha en el huerto
de Getsemaní. Si bien Job no dice explícitamente: “Padre […] hágase tu voluntad” (cf. Mateo
26:42), sí que está implícito en su respuesta recogida en este capítulo. Las acusaciones contra
Dios vendrán en el próximo discurso (6:4), y a partir de entonces crecerán en tamaño y
número, pero por el momento la respuesta de Job tiene una extraordinaria carencia de
acusaciones de crueldad, o de injusticia, por parte de Dios.
Llegados a este punto merecen considerarse varias lecciones.
1. La gente como Job necesita comprensión, no un frío diagnóstico
Aquellos de nosotros que (¡gracias a Dios!) no sabemos casi nada de la angustia de este
desdichado podemos considerar teológicamente lo correcto y lo incorrecto de su actitud de
forma objetiva, olvidando con qué gran honradez Job está expresando sus emociones en este
momento. En la primera parte, Job “no pecó, ni atribuyó a Dios despropósito alguno” (1:22),
pero las cosas parecen distintas ahora. ¿Pecó Job maldiciendo el día de su nacimiento y
deseando haber muerto? Debe tenerse en cuenta que en ningún momento maldijo Job a Dios,
ni procuró terminar con su propia vida. Se acerca hasta el mismísimo borde del precipicio,
pero se niega a saltar. Haberlo hecho habría sido una grave violación. La maldición que
pronuncia parece ser un intento deliberado de cambiar el orden de la creación narrado en
Génesis 1:1–2:4, es decir, transformar la luz en tinieblas y deshacer la existencia del día y la
noche.
Buscar, y aun subrayar, el pecado de Job en este capítulo es prestar atención al punto
equivocado. Este capítulo parece querer hacernos comprender la angustia y el dolor de este
hombre. Ponerse a hacer un diagnóstico es como sentarse entre los consejeros de Job:
imparciales, indiferentes, preocupados por la corrección teológica a costa de la compasión y
el amor fraternales.
2. Hacerle demasiadas preguntas a Dios no es prudente
Él es el Alfarero, nosotros el barro. “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques
con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene
potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro
para deshonra?” (Romanos 9:20–21). Los propósitos de Dios son demasiado profundos para
nuestro entendimiento. Fue Milton quien describió a los ángeles caídos como pequeños
grupitos que se sentaban a discutir la predestinación y los consejos del Dios eterno. Es casi
inevitable querer pedir una explicación, pero es mejor que no lo hagamos. Tal es la mayor
prueba de la fe: confiar en Dios en la oscuridad. En ese aspecto lleva razón Eliú al decir:
Mayor es Dios que el hombre.
¿Por qué contiendes contra él?
Porque él no da cuenta de ninguna de sus razones
(33:12–13).

Nosotros, a este lado de la Cruz, podemos encontrar consuelo (algo que Job no pudo
hacer) en que sabemos de uno que atravesó este abismo de desesperación y soledad, uno que
clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Marcos 15:34).
En la oscuridad del dolor, hay Uno que está a nuestro lado cuando preguntamos qué está
pasando, y nos susurra al oído: “Yo también he pasado por esto”. Y Él aceptó la voluntad del
Señor con absoluta sumisión. Eso es algo que quiere que nosotros hagamos también.
El cristianismo es una invitación a confiar en el amor de Dios en todo momento. En vez
de responder a nuestras preguntas, nos presenta al Dios en quien radica la respuesta a todas
nuestras preguntas. El cristianismo nos dice que confiemos en Él antes de obtener las
respuestas. Éstas, en su mayor parte, nos serán dadas en el Cielo, donde la fe se convierte en
vista y donde conoceremos como somos conocidos. Esperamos con anhelo aquel día.
Algunas respuestas, no obstante, vienen a partir de la pregunta:
¿Por qué se da vida al hombre
que no sabe por donde ha de ir,
y a quien Dios ha encerrado?
(3:23).
En primer lugar, es la voluntad de Dios. Nos basta saber que nuestro Padre lo ha escogido
así.
En segundo lugar, nuestra vida es siempre mejor de lo que merecemos. Tan solo un
vistazo a la depravación de nuestros corazones nos convencerá de que hay misericordia, aun
en la prueba más dura.
En tercer lugar, Dios nos ama. ¡Sí, nos ama! Samuel Rutherford escribió una vez a una
mujer que había perdido un hijo, diciéndole: “Creo que la fe te enseñará a besar al Señor que
golpea, y así reconocer que la soberanía de Dios [en la muerte de un hijo] está por encima de
nuestro poder como hombres mortales, que podemos cortar una flor aún en su capullo y no
ser culpados por ello”.
En cuarto lugar, el propósito del dolor en las vidas de los creyentes es hacerlos más
parecidos a Jesús. Es parte de nuestro llamamiento que tengamos parte en el ministerio de
su sufrimiento. Cada borde irregular que recorta con el cincel implica un reflejo más nítido
de Jesús en nuestras vidas.
3. Las preguntas sobre nuestra salud y sobre la pérdida de seres queridos son las que
más prueban nuestra fe
Puede que no sea nuestro el sufrimiento, sino el de alguien que amamos. Puede que lleve
consigo tener que ver a un padre deteriorarse hasta la senilidad. Puede que sea tener que
sentarse junto a la cama de un niño pequeño con un cáncer incurable. Puede que sea el dolor
de un acto terrorista fortuito y sin sentido. Job ha perdido su riqueza y su descendencia;
además, sufre el dolor de tener úlceras en la piel, o quizá lepra; su amargada mujer le incita
a “maldecir a Dios y morirse” (2:9); y Job está a punto de rendirse. Job se siente
desmoralizado, inhumano, degradado. Le ha sido robada su dignidad.
El dolor trae consigo las más intensas tentaciones. Los asuntos relacionados con nuestra
propia salud o el bienestar de nuestra familia son necesariamente los que más nos afectan.
Tratarlos no será fácil. La única fórmula adecuada para semejante situación es la que se nos
da en Hebreos: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino
de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”
(Hebreos 12:11).
4. El cristianismo fue desde un principio descrito como el camino de la Cruz
“Si alguno quiere venir en pos de mí —dijo Jesús—, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su
vida por causa de mí, este la salvará”. “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede
ser mi discípulo” (Lucas 9:23–24; 14:27). Jesús utiliza el ejemplo de criminales condenados
que van hacia el lugar de su ejecución, cargando sus cruces por el camino. Dolor, rechazo,
angustia y sufrimiento: todas ellas son partes del camino de la Cruz.
Las visiones del libro de Apocalipsis, en particular los sellos y las trompetas de los
capítulos 6 al 11, revelan el plan de Dios para la Historia, que incluye el hecho de infligir su
ira a gran escala (repudio judicial y sentencia) sobre la arrogante autosuficiencia e impiedad
de la raza humana. Los cristianos serán sorprendidos en mitad de tales juicios, igual que Israel
fue sorprendida en mitad del saqueo babilonio de Jerusalén. Pestes, epidemias, hambre y
problemas colectivos de salud a gran escala se encuentran entre las formas que adopta la ira
de Dios. Es parte del coste de seguir a Jesús que tomemos nuestra porción de estos males. Él
quiere que conozcamos esto para que no nos sirvan de tropezadero. Richard Baxter de Kidder
minster fue durante la mitad de su vida tuberculoso y un auténtico museo andante de otras
enfermedades: continua dispepsia, piedras de riñón, jaquecas, dolores de muelas, hinchazón
de partes de su cuerpo, de las cuales también sangraba, y todo esto antes de la época de los
calmantes. Sin embargo, siguió siendo ecuánime, enérgico, humilde y extravertido hasta el
final. La lección es que la piedad y el dolor pueden ir de la mano, y de hecho lo hacen, y el
comportamiento de Job hasta este punto así lo demuestra.
5. El sufrimiento de Job ya le ha movido a orar
Quizá sea, utilizando la expresión de C.S. Lewis, un “grito”, pero es una oración. En su
angustia, Job eleva a Dios su voz. Hace lo que no hace un humanista: trae sus inmensos
dolores y aflicciones ante Dios. La respuesta del cristiano al dolor es entregar a Dios el
sufrimiento y pedirle que haga con él lo que Él en su sabiduría pueda hacer. Por la gracia de
Dios, puede que aun lleguemos a soportarlo, no solamente de forma valiente y estoica, sino
también con esperanza. Pues “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la
gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Si nuestro sufrimiento
es tan grande, ¿cómo será nuestra gloria? Nuestras tribulaciones presentes están produciendo
en nosotros el comienzo de esa bendita gloria que un día conoceremos en toda su plenitud
(cf. 2 Corintios 4:17).
Verdades como esta nos ayudan a seguir adelante.

4
“¡Todo va a salir bien!”
Léase Job 4–5

Los capítulos 4–27 comprenden tres rondas de discursos: un discurso, por orden, de Elifaz,
Bildad y Zofar, seguido cada uno de ellos por una respuesta de Job. La primera ronda de
discursos nos lleva hasta el final del capítulo 14:
1. Primer discurso de Elifaz (4–5), seguido por la respuesta de Job (6–7).
2. Primer discurso de Bildad 8, seguido por la respuesta de Job (9–10).
3. Primer discurso de Zofar 11, seguido por la respuesta de Job (12–14).

PRIMER DISCURSO DE ELIFAZ


Job tenía amigos en muchos países, y tres de ellos se han reunido para “ayudar” a su amigo
en su tiempo de aflicción. “Elifaz temanita” (4:1) —quien es de suponer era el mayor de los
tres y, por consiguiente, el primero en hablar— se propone ayudar a Job y, de todos los
“consoladores” de Job, es el más amable. Su contribución, sin embargo, se va pareciendo
cada vez más a un juicio a medida que avanza, y junto a las de sus compañeros termina por
sonar como un veredicto de un consejo de ancianos más que como la ayuda proveniente de
un amigo. ¡Estos discursos son en realidad otro aspecto del sufrimiento de Job! Cada
contribución es algo parecido a “poner sal” en las heridas de Job. Estos amigos, por supuesto,
no pretenden hacer tal cosa. Los tres tienen una postura tan objetiva que parece indicar que,
en general, no eran conscientes de los sentimientos de Job. Lo que Job pensara de sus
contribuciones no importaba en realidad. Lo importante era que Job supiera la verdad.
Esencialmente, la contribución de Elifaz es decir: “Eres un buen hombre, Job. Así que no
te desanimes por esto que ha sucedido. Estás siendo disciplinado porque hay algunas cosas
en tu vida que necesitan ser corregidas. Ten paciencia en esto, pues todo saldrá bien al final”.
Su discurso puede resumirse bajo los siguientes epígrafes:

“JOB, NADIE ES PERFECTO”


Elifaz comienza reconociendo el “temor a Dios” de Job, y la “integridad de tus caminos”
(4:6). Le recuerda a Job que él (esto es, Job) ha sido una ayuda para otros que sufrieron en el
pasado: “fortalecías las manos débiles; al que tropezaba enderezaban tus palabras, y
esforzabas las rodillas que decaían” (4:3–4). Pero ahora a Job le ha sobrevenido “mal” y
está “[desalentado]” y “[turbado]” (4:5). Ahora trasluce la teología práctica de Elifaz: uno
siega lo que siembra (4:8; cf. Gálatas 6:7). Agazapada en esta aparentemente acertada
observación se halla una devastadora conclusión, que es el núcleo mismo de la contribución
de Elifaz: “¿Quién siendo inocente ha perecido jamás?” (4:7 LBLA); si Job está sufriendo,
no puede ser tan inocente como él dice ser. Los impíos tienen motivo para temer la ira de
Dios cuando esta se despierta; aun los leones están, a fin de cuentas, sujetos a la santa
indignación de Dios (4:9–10). Pero Job no tiene que preocuparse innecesariamente, pues él
no es un hombre impío. Hay algo que no está bien, sin duda, pero es algo pequeño. Si Job es
paciente, saldrá ileso cuando termine todo esto.
Elifaz es un hombre convencido de su propia importancia, y basa su autoridad en dos
alegaciones.
1. Alega revelaciones personales
Implícito en el hecho de que es el primero en hablar, hay un reconocimiento de que es el
mayor de los tres amigos; mayor y, por tanto, más sabio y con más experiencia. Para apoyar
este argumento, afirma haber recibido, en una revelación sobrenatural, un mensaje de Dios
(4:12–15). Una “figura” se había puesto ante él, pero Elifaz no sabía quién era (4:16 LBLA).
El contenido del mensaje (4:17–21) no se puede decir que requiera un modo de revelación
tan extravagante, pues el mensaje es bien corriente: “¿Será el hombre más justo que Dios?
¿Será el varón más limpio que el que lo hizo?” (4:17).
Esto es injusto por parte de Elifaz. Para empezar, Job no está pretendiendo ser más justo
que Dios. Y además, Job no está sufriendo solo un poquito, en proporción a esa supuesta
percepción que Elifaz tiene de una pequeña transgresión de Job. Job está completamente
desolado; peor aún que los muertos, que están a salvo del dolor (del dolor de este mundo, por
lo menos). Job desea morir pero no puede, y la contribución inicial de Elifaz ya le ha sido
causa de dolor.
Elifaz es un ejemplo del tipo de persona que continuamente afirma tener apoyo divino
para sus argumentos. Es siempre frustrante oír a alguien decir en el curso de una
conversación: “Pero Dios me ha dicho.…”. ¿Quién puede disputar eso? Normalmente se
camufla de formas mucho más sutiles: “He estado orando por ello, y creo que debemos hacer
esto y lo otro”. Suele aflorar cuando algunos “sienten” un llamamiento al ministerio del
Evangelio o a la obra misionera. Dios les ha revelado su futura esfera de servicio. El problema
de este tipo de revelación es que ata a todo el mundo, no solo a la persona que la recibe. Si
Dios les ha “revelado” lo que deben hacer, se hace imposible el preguntar cosas que sugieran
una duda sobre la acción propuesta. Esta sigue siendo una de las principales razones por las
que hay hombres y mujeres en el ministerio de la Iglesia que no son adecuados para esa obra
en absoluto. Toda experiencia debe pasar por el escrutinio de la Palabra de Dios. “¡A la ley
y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20).
2. Alega teología ortodoxa
Elifaz ha recibido una “revelación” al efecto de que ningún hombre es más justo que Dios.
Esto es perfectamente cierto, si bien un poco banal. No tendría sentido que Job afirmara algo
distinto, pues ningún hombre es sin pecado. Ni siquiera los ángeles son perfectos. Elifaz
sugiere que Dios es tan trascendente que no tiene una total confianza ni siquiera en los
ángeles; estos son tan inferiores a Él que no les confía sus secretos (4:18); aún menos confiará
en el hombre. El hombre no es más que una “polilla” cuya vida puede durar solo un día, una
“casa de barro” (4:19–20), una tienda sujeta por una sola cuerda (4:21 LBLA). Si echamos
un vistazo a algunos de los conceptos de Elifaz, descubriremos que, en general, son bien
ortodoxos.
Según la crítica de Elifaz, las protestas de Job no tienen en cuenta dos factores: el hecho
de ser criatura y ser pecador.
La trascendencia de Dios. Elifaz apela a la trascendencia de Dios y la pequeñez del hombre
(4:18–21). Dios es incomprensible y, por tanto, nunca será posible conceptuar su justicia.
Está por encima de nuestro entendimiento. Es erróneo aun el hacerle preguntas a Dios. Job
tiene que comprender que su vida no tiene mayor importancia que un ladrillo de barro, o una
polilla. Su vida es una tienda “sujeta por una sola cuerda”. ¿Quién es Job para cuestionar los
caminos del Todopoderoso? Hay una falta de sumisión implícita por parte de Job, opinión
que es corroborada por las exhortaciones, algo pietistas, de Elifaz a Job a ponerse a orar y
dejar de quejarse (5:8).
Elifaz es demasiado calculador. Job insiste en demandar su derecho a hacer preguntas.
Dios no le negará ese derecho. Andersen comenta: “Job sabe demasiado bien que es
meramente una criatura. Pero una criatura de semejante Dios no puede ser una ‘mera’
criatura. No le harán callar porque le recuerden que no le es dado al frágil hombre cuestionar
los designios del Todopoderoso. Sus preguntas tal vez sean incontestables, pero él las hará,
e insistirá en exigir su derecho a hacerlas”.
La justicia de Dios. No solo es Dios el Creador y por consiguiente está por encima de la
impunidad; también es justo: un factor que necesariamente implica su juicio de todo hecho
pecaminoso. Detrás del discurso de Elifaz se halla el reiterado principio de que Job está
sufriendo porque pecó de algún modo concreto. Varias de sus afirmaciones lo subrayan.
“Se siega lo que se siembra” (4:8). Esto es cierto. Es un principio al que también se
refiere el apóstol Pablo cuando llama a los cristianos a mortificar el pecado y vivir vidas
santas y puras: si uno vive conforme a la carne, morirá; si vive según el Espíritu, vivirá
(Romanos 8:13). Viviendo de un modo, se segará muerte espiritual; viviendo de otro modo,
se segará vida espiritual. Igual que en el terreno físico, si sembramos calorías segamos grasa,
así también en el terreno espiritual nuestra salud y vitalidad espiritual dependen de la seriedad
con que nos aseguramos de estar progresando en nuestra santificación. Al ensalzar este
principio, Elifaz fue, a primera vista, perfectamente ortodoxo.
“¿Puede un hombre ser más justo que Dios?” (4:17). ¡Por supuesto que no! Detrás de
esta pregunta se halla la verdad de que todos somos pecadores. De donde se deduce que, de
forma muy real, hemos perdido nuestros “derechos” ante Dios; han sido sacrificados debido
a nuestro pecado. En cierto sentido, todo el mal y el sufrimiento que hay en el mundo existen
por causa del pecado. Al final Job tiene que admitir que no hay nadie que sea verdaderamente
inocente: ni siquiera él. De nuevo, la pecaminosidad universal del hombre, que le incapacita
para tener comunión con Dios y, por tanto, para merecer su favor, es algo que todo cristiano
ha de sostener como una de las ideas centrales del Evangelio. En este asunto, lo que Elifaz
dijo fue, una vez más, cierto. Hasta cierto punto.

“JOB, DEBES ESPERAR EL SUFRIMIENTO”


La insensibilidad de Elifaz se acrecienta cuando habla de que la morada del “necio” es
maldita (5:2–3). Quizá no esté llamando “necio” directamente a Job. Lo que quiere decir es
que ni siquiera los justos, como Job, pueden esperar que escaparán de tal sufrimiento. Los
problemas no suceden por casualidad; son el resultado de una acción humana:
Porque la aflicción no sale del polvo,
ni la molestia brota de la tierra.
Pero como las chispas se levantan para volar por el aire,
así el hombre nace para la aflicción
(5:6–7).
Job debe aceptar la responsabilidad de su estado y aprender a no quejarse, y a ni siquiera
hacerle preguntas a Dios. Si piensa que puede clamar al Cielo para librarse de su sufrimiento
(5:1), más le vale pensarlo otra vez.
Elifaz le anima ahora a orar (5:8). Es parte de su filosofía que Job es esencialmente un
hombre piadoso y si tan solo espera pacientemente a Dios, todo le irá bien. Irrumpiendo en
un himno a la naturaleza y atributos de Dios (5:9–16), Elifaz se crece en elocuencia sobre el
asunto del poder de Dios de cambiar cosas que al hombre le parecen imposibles; una idea
correcta, pero casi totalmente irrelevante para la situación de Job. Dios es supremo sobre la
naturaleza (5:9–10) y sobre los asuntos de los hombres (5:11–15).
Los pecadores, pues, reciben lo que merecen, y deberían estar agradecidos por las
correcciones de Dios: “Bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; por tanto, no
menosprecies la corrección del Todopoderoso” (5:17).

“JOB, TEN PACIENCIA Y VERÁS CÓMO TENGO RAZÓN”


Elifaz ha expuesto su caso: Job está siendo castigado por alguna pequeña falta. Le dice lo
que tiene que hacer: “No menosprecies la corrección del Todopoderoso” (5:17). Si espera
en el Señor, Job descubrirá que el que “hiere” es también el que “cura” (5:18). En realidad,
sugiere Elifaz, ¡la situación de Job es mucho mejor de lo que se imagina! ¡Que Dios se haya
tomado la molestia de castigarlo le convierte en un hombre bienaventurado!
¡“Bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga”! (5:17). ¡Vaya cosa para decirle a
alguien en circunstancias como las de Job! Y sin embargo, nos los encontramos de vez en
cuando: gente agresivamente alegre en tiempos de calamidad y angustia.
Lo que Elifaz dice es perfectamente ortodoxo y razonable, pero su pertinencia es
prácticamente nula para Job en su situación. De esto trata Hebreos 12:5–11. El Señor
ciertamente nos castiga por nuestro pecado, y lo hace porque nos ama. Dios utiliza cosas que
nos duelen para transformarnos a imagen de nuestro Salvador (Hebreos 12:11; cf. Romanos
5:3–5; Santiago 1:2–4). Se nos llama a “soportar” estas dificultades como “disciplina”
(Hebreos 12:7). Como lo expresa J.I. Packer: “Las cicatrices concuerdan con la santidad. El
dolor tiene un efecto educativo”. Todo esto es prueba de que Dios es nuestro Padre, pues
sigue siendo cierto que los padres normalmente no se preocupan mucho de sus hijos
ilegítimos. Dios se preocupa tanto como para reprender a sus hijos, porque los ama (Hebreos
12:8). Todo esto es bien ortodoxo. Como hijos de Dios, que llevamos su nombre, podemos
esperar problemas cuando pecamos. Pero los hijos de Dios sufren por razones que tienen
poca o ninguna relación con su pecado personal, y Elifaz se ha dejado esta posibilidad
completamente fuera de su razonamiento.
La consecuencia del consejo de Elifaz es, ahora, explícita: Job debe aceptar lo que Elifaz
dice y debe comenzar a aplicárselo a sí mismo inmediatamente (5:27). Si lo hace, será
restablecido inmediatamente.

RESUMEN DEL DISCURSO DE ELIFAZ


“Como tú has ayudado a otros en el pasado en momentos difíciles, yo te voy a decir algo a ti
ahora. Confío en que no te impacientarás. Lo que quiero decirte es esto: ¿Has conocido
alguna vez a un hombre inocente que sufriera? ¡Por supuesto que no! Es la gente que peca la
que tiene problemas como estos, no los justos.
“Sé que llevo razón porque he tenido una visión; Dios me ha hablado. Vino a mí y me
preguntó: ‘¿Puede un hombre mortal ser hallado justo en la presencia de Dios?’ Todo el
mundo es pecador, incluyéndote a ti, Job, y por esa razón estás sufriendo de este modo.
“No te enojes; busca al Señor y Él te perdonará. Humíllate delante de Él. Aprende a ver
el sufrimiento como una disciplina proveniente de Dios. Y si así lo haces, serás
verdaderamente bienaventurado. Sabes que llevo razón al decir estas cosas”.

ELIFAZ COMO CONSEJERO


Elifaz da la impresión de ser un hombre de gran sabiduría, pero poca compasión. Es difícil
no sentirse conmovido por los desgarradores lamentos de Job en el capítulo 3. Oír a un
hombre decir que desearía no haber nacido tiene que ser algo emocionalmente desolador. Sin
embargo, Elifaz no se inmuta. Solo está interesado en la reflexión teológica. Job ha
desnudado su alma, y a Elifaz solo le interesa la filosofía del sufrimiento. Los aspirantes a
consejeros que esperen ser de alguna ayuda a quienes sufran dolor o la pérdida de seres
queridos deben aprender a tener conmiseración y a escuchar.
No obstante, no debemos ser demasiado duros con Elifaz. Él es el más comprensivo de
los tres consoladores sobre el montón de ceniza. Su reconocimiento de la piedad intrínseca
de Job es algo que le honra. Y tenemos que admitirlo: dar consejo a quien sufre una depresión
es difícil. “La primera regla del ministerio a personas deprimidas es: casi con toda certeza, te
saldrá mal”. Elifaz podría haber lanzado una diatriba de reprimendas por lo exagerado de la
reacción de Job. Pero no lo hizo, y eso merece nuestro reconocimiento. Su respuesta calmada
y calculada tal vez carezca de compasión y de amor, y en aquellas circunstancias su técnica
para dar consuelo (especialmente como amigo que era) tendría que haber sido distinta. Pero,
como veremos, podría haber sido peor, ¡muchísimo peor!
En concreto, el problema de la contribución de Elifaz se divide en dos partes. En primer
lugar, carece de sensibilidad y compasión. Acusa a Job de ser pecador (4:7–8), insinúa que
él es el responsable de la muerte de sus hijos (5:4), da a entender que es un necio (5:2) y le
imputa una falta de sumisión espiritual a Dios (5:8).
Esta es, en realidad, una característica de todos los amigos de Job. Como señala Jay
Adams: “Se negaron a escuchar a Job cuando este protestó que sus suposiciones y [por
consiguiente] sus conclusiones eran erróneas. No siguieron la máxima bíblica que conduce
al éxito en aconsejar: ‘El amor todo lo cree’. Si tiene amor, el consejero bíblico pone en duda
lo que dice la otra persona solo cuando así se lo exigen los hechos”. Adams señala también
que al comenzar con sus propias hipótesis y dudar de la insistencia de Job de que decía la
verdad, cometieron en ello un tercer error: no supieron desvelar el verdadero problema de
Job y, por tanto, no pudieron ayudarle con él. En vez de proporcionar la ayuda que Job
necesitaba, lo único que lograron fue empeorar la situación.
Como consejero, Elifaz es “un inepto”. No se compadece de Job en su insoportable dolor
y aflicción. Es demasiado frío, demasiado calculador, demasiado insensible. Al sugerir que
Job es, después de todo, responsable de la muerte de sus hijos (5:4, 24), Elifaz deja ver que
su corazón es de piedra. Debemos llorar con los que lloran (Romanos 12:15).
En segundo lugar, Elifaz revela un error clásico: el mal uso de un sistema teológico muy
estricto. Esto no es una crítica de ningún credo o sistema teológico. La teología de Elifaz era
precisa y, en general, no podemos tener nada en contra. Su error radica en el uso que hizo de
ella. Su sistema no tenía en cuenta la posibilidad de que Job fuera “inocente”; no que fuese
sin pecado (Job nunca afirmó nada parecido), sino que no había cometido un pecado concreto
que explicara la severidad de su castigo.
Elifaz no tenía hueco en su sistema para la historia, recogida en Juan 9, del hombre ciego
de nacimiento. Respondiendo a la pregunta de los discípulos sobre quién había pecado, si el
hombre o sus padres, Jesús dijo que no había sido ninguno de ellos. El motivo de su
sufrimiento se encontraba en algo completamente distinto. No tenía nada que ver con su
pasado, sino que tenía todo que ver con su futuro. Había nacido ciego para que las obras de
Dios pudieran ser hechas manifiestas en él, y de ese modo causar un efecto en futuras
generaciones de personas que leerían la historia y sacarían provecho de ella. No sufrió por
ningún pecado suyo, ni por ninguna culpa heredada que fuese el resultado del pecado de
otros; sufrió para poder traer bendición a otros. Cuando estamos destrozados, deshechos en
pedacitos, es para que cada pedazo pueda llegar a ser alimento con el que otros se nutran.
Los estragos que ahora padezco pueden prepararme para ser un vehículo de bendición para
otra persona. La muerte puede obrar en nosotros para que pueda producirse vida en otros (cf.
2 Corintios 4:12). De todo esto, Elifaz no sabía nada. Su sistema teológico no era apropiado.
Ahí se revela su arrogancia, pues no era tan sabio como él creía ser. Quienes señalan
agresivamente los defectos de la teología de otros deben aprender esta lección: que es posible
tener una teología perfectamente razonada y al mismo tiempo tener un corazón frío como el
hielo.
Necesitamos recordarnos constantemente una cosa que Job desconocía: que el motivo
detrás de su sufrimiento reside en la descripción de la batalla entre Dios y Satanás recogida
en los primeros capítulos. La batalla se libraba en torno a la pregunta: “¿Qué hará Job cuando
le sobrevengan problemas?” Lo único que Elifaz tiene en mente es: “¿Qué ha hecho Job para
acarrearse esta desgracia?” Elifaz hace bien en enfrentarse a Job; ser compasivo con alguien
no quiere decir que no se haya de hacer frente a una actitud pecaminosa. Pero su
enfrentamiento va mal encaminado y es peligroso. Elifaz es un hombre peligroso que dice la
verdad en el momento equivocado y con la actitud equivocada.

5
“Señor, quiero morir”
Léase Job 6–7

RESPUESTA DE JOB A ELIFAZ


El dolor atraviesa una serie de etapas más o menos predecibles, y las respuestas de Job son,
aun hoy en día, consideradas bastante normales. Primero fue el silencio (capítulo 2), seguido
por un período de intenso cuestionamiento, estrechamente relacionado con la depresión
(capítulo 3). Aquí, en los capítulos 6 y 7, Job muestra una tremenda ira y frustración. Está
indignado, su ira ha sido avivada por la ineptitud de Elifaz. Se siente traicionado por un
amigo. La respuesta de Elifaz ha sido insulsa, como comida “insípida” o “la clara del
huevo” (6:6 LBLA). Elifaz no ha sabido tener siquiera una esencial conmiseración humana
(6:14–15). Pero Job no muestra ningún deseo de discutir con Elifaz. En general pasa por alto
lo que ha dicho su consejero.
Comienza insistiendo en que su arrebato inicial (capítulo 3) estaba totalmente justificado
(6:2–7). Tras desear no haber nacido, ahora lo que quiere es morir inmediatamente (6:8–10).
A continuación viene una parte en la que expresa su decepción en cuanto a sus amigos (6:11–
23). No han sabido compadecerse de él. Entonces les reta a hablar sin rodeos (6:24–30). Por
último, Job se dirige a Dios. Puesto que no tiene fuerza en la que apoyarse, se pregunta si
Dios no podría sencillamente abandonarlo, dejarlo en paz para vivir el resto de sus días libre
de dolor (7:1–21). “Pero hay algo más en esa acción que no se ve a simple vista; pues en el
mismo acto de rogar a Dios que lo abandone, Job se está acercando a Dios”.

“¡QUIERA DIOS FULMINARME!” (6:1–10)


Suena a algo dicho con ligereza, por supuesto, pero es porque no apreciamos cuán en serio
dijo Job lo que dijo.
¡Quién me diera que viniese mi petición,
y que me otorgase Dios lo que anhelo,
y que agradara a Dios quebrantarme;
que soltara su mano, y acabara conmigo!
(6:8–9).
¡Para Dios, la muerte de Job hubiera sido un acto tan sencillo como cortar un hilo! ¿Y por
qué desea morir Job? Porque le asusta pensar que, si el dolor continúa, podría decir algo que
luego lamentaría; y negar “las palabras del Santo” (6:10) es algo que quiere evitar a toda
costa. Mejor morir ahora que blasfemar contra Dios. En este sentido, la petición de Job a
Dios de dejarlo morir es una expresión de su piedad, no una ligereza irreverente.
Job admite que sus palabras en el capítulo 3 bien pueden haber sido “precipitadas” (6:3),
pero deben ser consideradas en proporción a la inconmensurable carga que en estos
momentos lleva sobre sí. Dios se ha puesto en su contra: es una guerra, y Dios es un arquero
que dispara sus saetas desde su carro (6:4). ¡Y las flechas que perforan su cuerpo están
envenenadas! Al menos en este sentido, Job comparte la teología de Elifaz de que las flechas
del juicio de Dios están dispuestas contra él. Cree tener derecho a gemir y mugir como un
animal salvaje que ha sido herido (6:5).

“NO SOIS DE AYUDA” (6:11–30)


Elifaz le ha pedido que sea paciente, pero Job se queja de no tener “fuerza” (6:11); ha agotado
todas sus reservas (6:12–13). Job acusa a sus amigos de no tener “compasión” (6:14 LBLA).
Son tan inútiles como “corrientes impetuosas”, o un “torrente” (6:15): vacío cuando se
necesita agua, pero luego, repentinamente, demasiado lleno con el agua de una tormenta que,
igual de deprisa, vuelve a desaparecer (6:15–21). “Ahora ciertamente como ellas sois
vosotros” (6:21).
Job está ahora enojado. Su dolor ha adquirido una nueva forma, como le pasa a menudo.
Cuando se hace más claro el entendimiento de lo sucedido, el silencio da paso a sentimientos
de remordimiento, y estos suelen descargarse en quienes están más a mano, en particular si
se espera de ellos “consolación” o lealtad (6:14). Sus amigos temen que si se identifican con
Job demasiado, ellos también caerán bajo el juicio de Dios. Así que guardan la distancia,
¡tratando a Job como lo harían con alguien que les pidiera un préstamo! (6:22). En un
momento conmovedor, Job les pide a sus amigos que sencillamente le indiquen el crimen del
que se supone que es culpable. Eso le hará callar (6:24). Le acusan (hasta el momento, Elifaz)
de que sus palabras “son como el viento” (6:26)(*). Si ellos hubieran estado en la situación
de Job, habrían reaccionado peor. No tienen ningún derecho a adjudicarse el papel de
consejeros.

“MEJOR LA ESTRANGULACIÓN, Y […] LA MUERTE […] QUE MIS HUESOS”


(7:1–16)
Job deja ahora de hablar con sus amigos y se dirige a Dios. Está enojado, amargado, y se
queja mucho. Sugiere dos razones por las que Dios debería “[dejarle] solo” (7:16 LBLA).
1. La desdicha de su vida (7:1–5)
Su vida no es mejor que la del jornalero que ansía que termine su jornada para poder
descansar, o que la del soldado que tras una dura campaña desea que termine la guerra para
poder regresar con su familia (7:1). Y cuando llega a casa, las noches no le dan consuelo,
pues se encuentra con que no puede dormir (7:4).
2. La brevedad de su vida (7:6–10)
“Mis días fueron más veloces que la lanzadera del tejedor” (7:6); “Mi vida es un soplo”
(7:7); “Como la nube se desvanece y se va, así el que desciende al Seol no subirá” (7:9). Y
además de la aparente futilidad de su vida, sus costras están empezando a supurar (7:5).
Job se detiene a pensar en la atención que se le está dedicando. ¿Por qué habría Dios de
escogerle a él? ¿Acaso representa una amenaza para el Todopoderoso? ¿Intimida al universo
la existencia de Job? Dios le trata como a un s “monstruo marino” (7:12) que tiene que
mantenerse amordazado para que no se escape y cause algún caos terrible.

“¿QUÉ ES EL HOMBRE?” (7:17–21)


Los últimos versículos del capítulo 7 se parecen un poco al Salmo 8, solo que en forma de
“amarga parodia”. En lugar de expresar asombro por el cuidado que tiene el Todopoderoso
de una criatura en apariencia tan insignificante como es el hombre, Job está enojado porque
el hombre se ha convertido en el objeto de su escrutinio y, sí, ahora hay que decirlo, de su
crueldad y aun sadismo. Job parece ser consciente de una mirada malvada que le observa, y
suplica a Dios que le deje en paz (7:14–16). Sus palabras se vuelven violentas. Lo que en
realidad está diciendo es: “Si he pecado, ¿qué daño he causado? Tú eres demasiado grande
para que te haga daño un ser tan diminuto y débil como yo; y en cualquier caso, puesto que
soy una carga para Ti y para mí mismo, ¿por qué no acabar conmigo?” Lo que Job no sabe,
por supuesto, es que hay criaturas que refrenar que son más poderosas que monstruos marinos
mitológicos. Satanás ha desafiado lo que Dios ha dispuesto. Es necesario refrenarlo. En el
sufrimiento de Job está en juego el honor de Dios. “En la tentación de Job, la estabilidad del
universo estaba siendo atacada (como los ‘hijos de Dios’ le podrían haber explicado a Job)
por el verdadero ‘dragón’ (cf. Apocalipsis 20:2), del cual el mítico monstruo marino no era
sino una versión paganizada. Los ángeles vieron el mundo temblar con cada estremecimiento
del espíritu de Job. Pues si el poder redentor de Dios no podía preservar a Job en el temor de
Dios, no solamente Job, sino el mundo entero, estaría condenado al caos satánico”.
Job insiste en que sus arrebatos, si bien “precipitados” (6:3), están justificados. Ha
expresado su deseo de morir. Sus amigos hasta el momento solo han sido inconstantes y
decepcionantes. La mirada perversa que Job percibe al final del capítulo 7 no es de Dios,
como Job sugiere, sino del diablo. Es Satanás el que ha recibido el poder de hacerle daño.
Satanás no le deja dormir, ni le da descanso, ni paz. Su presión sobre Job es implacable.
Cuando Job piensa que es el Señor quien le acosa de tal modo, se equivoca. Satanás se está
haciendo pasar por Dios, pues anhela que le echemos la culpa al Señor, y no a él, del mal que
él comete en este mundo.
Es este un mensaje que necesitamos escuchar constantemente. Pablo advirtió a los efesios
del peligro que corremos si ignoramos las asechanzas de Satanás (cf. Efesios 6:10–18). Pedro
fue más directo, comparando a Satanás con un león rugiente que merodea a nuestro alrededor
para devorarnos (cf. 1 Pedro 5:8). El propio Pedro había experimentado los afilados dientes
de Satanás en su carne y, si no hubiera sido por la intercesión del Salvador, no se habría
recuperado (cf. Lucas 22:32).

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


“Me acusáis de ser impaciente, pero considerad lo que estoy pasando. Dios me ha herido. Lo
único que pido es que se me permita morir.
“Pero quiero que sepáis una cosa: no he negado a Dios ni he dejado mi fe. Deberíais
intentar ayudarme; en vez de eso, vuestras palabras suenan a traición. Si he pecado, como
vosotros decís, quiero que Dios me enseñe qué he hecho. Yo no puedo deciros lo que es. Tan
solo desearía que tuvierais un poco más de compasión. Estoy sufriendo y no es por un buen
motivo que yo conozca, y no me estaré callado al respecto.
“Señor, si he pecado, ¿por qué, sencillamente, no me perdonas?”

EL ENOJO DE JOB
Job siente que el mundo se ha puesto en su contra: sus amigos se han puesto en su contra y
Dios se ha puesto en su contra. Ya no puede aguantar más; su vida se le va escapando
fútilmente. Sus palabras se vuelven violentas.
En cierto modo, no tiene mucho sentido analizar las palabras de un hombre enojado con
mucho detalle. Job mismo se lamentará al final de algunos de sus arrebatos. La ira es un
instinto básico y, como tal, en circunstancias apropiadas, es una necesaria válvula de escape
para la tensión. Pablo invita a los efesios a airarse, pero al mismo tiempo a tener cuidado de
no pecar (Efesios 4:26). “Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días”
(Salmo 7:11). La ira de Dios es una expresión de su enojo, y el Calvario es su más solemne
expresión. Fue la justa ira de Dios sobre el pecado lo que hizo que Cristo clamara: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué […]?” Y por encima de todo, la Palabra de Dios revela que el Señor Jesús
estaba enojado. Al echar a los cambistas del Templo, se nos dice que el “celo” (ira justa) “le
consumía” (Juan 2:17). Y Marcos nos informa explícitamente de que miró a los fariseos “con
enojo” (Marcos 3:5).
Pero la ira es difícil de controlar. No debemos tener mal genio. Santiago nos da un sano
consejo: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable,
benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago
3:17). La ira debe mantenerse bajo control. La psiquiatría moderna promueve la libre
expresión de la ira verbal y física como forma de terapia. La Escritura, sin embargo, está
llena de advertencias sobre el efecto de semejante proceder. Diez dichos proverbiales lo
demuestran:
El necio da rienda suelta a toda su ira,
mas el sabio al fin la sosiega
(Proverbios 29:11).
Como ciudad derribada y sin muro
es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda
(Proverbios 25:28).
La cordura del hombre detiene su furor,
y su honra es pasar por alto la ofensa
(Proverbios 19:11).
¿Has visto hombre ligero en sus palabras?
Más esperanza hay del necio que de él
(Proverbios 29:20).
El hombre iracundo levanta contiendas,
y el furioso muchas veces peca
(Proverbios 29:22).
El que fácilmente se enoja hará locuras;
y el hombre perverso será aborrecido
(Proverbios 14:17).
El que tarda en airarse es grande de entendimiento;
mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad
(Proverbios 14:29).
El hombre iracundo promueve contiendas;
mas el que tarda en airarse apacigua la rencilla
(Proverbios 15:18).
El de grande ira llevará la pena;
y si usa de violencias, añadirá nuevos males
(Proverbios 19:19).
No te entremetas con el iracundo,
ni te acompañes con el hombre de enojos,
no sea que aprendas sus maneras,
y tomes lazo para tu alma
(Proverbios 22:24–25).

Job estaba enojado por al menos tres razones:


1. Job sintió que había perdido su dignidad
Job ha calificado su estado como peor que el de un esclavo. La pérdida del sueño ha
contribuido a su agitación. Se siente víctima de una represalia. Su vida no parece tener mucho
sentido. Su cuerpo está atormentado por diversos dolores. Sus llagas abiertas y sucias son un
recuerdo continuo de su dignidad perdida.
Cuando una mujer de 50 años, en su mejor momento de salud, es abatida por la
debilitadora enfermedad de Alzheimer, causándole la pérdida de su memoria del pasado,
siente que todo vestigio de su dignidad ha desaparecido. Cuando un hombre cuya jubilación
se acerca, la cual ha planeado y anhelado, sufre una apoplejía que le deja incapacitado para
hablar, comer por sí solo o llevar a cabo sin ayuda las necesidades esenciales de la vida,
siente que su dignidad le ha sido robada. “¿Por qué yo?”, se pregunta Job (cf. 7:20). Y
podemos entender por qué lo hace.
2. Job sintió que su vida era vana
La vida de Job está pasando más rápidamente de lo que nunca se imaginó. No tiene sentido
hacer planes para el futuro. De hecho, toda su existencia terrenal parece en estos momentos
no tener mucho sentido. Sería mejor que Dios pusiera fin a su vida, en vez de atormentarlo
de este modo. “En su misericordia, Dios no contesta semejantes oraciones”.
3. Job siente que ha sido tratado injustamente
Job ha dicho: “No refrenaré mi boca” (7:11); “Déjame solo” (7:16 LBLA); “¿Qué te he
hecho?” (7:20 LBLA). Y hacia el final de este discurso dice algo verdaderamente
extraordinario. Como un niño que está enojado con sus padres y sale de su casa hecho una
furia, Job parece decir: “¡Te lamentarás cuando me haya ido!” (7:21). Job está magullado, su
relación con Dios bajo una tremenda tensión, y le lanza una última contestación al
Todopoderoso. Sabedor de que Dios esencialmente lo ama, Job le dice: “Te lamentarás
cuando me haya ido”. A pesar de todo lo que le está sucediendo, Job aún piensa en Dios
como alguien que lo ama; si no fuera así, no estaría enojado. A pesar del dolor, de la
indignidad, de las preguntas sin respuesta, existe una relación entre ambos de la que Job sigue
siendo consciente. Aun en las tinieblas de la situación actual de su alma.
El diablo está atacando a Job. Está atacando su mente con dudas. Job siente que sus días
de servicio han terminado. Anhela la muerte. Matthew Henry dice: “Job le pide a Dios que
le dé alivio o que termine con él”. Y también hace su aparición un poquito de autocompasión.
La lección más difícil de aprender es que solamente Dios puede determinar lo que es mejor
para nosotros. Solamente Él ve el principio desde el final. Él es el único que sabe lo que va
a ser necesario para conformar a cada uno de sus hijos a la imagen de su Hijo. Y no va a
prescindir de nada que lo sea para alcanzar ese objetivo. La autocompasión, cual recalcitrante
vendedor, no deja de intentar evitar que se le cierre la puerta. Y lo que se nos pide es que
mantengamos la puerta cerrada, y el cerrojo echado. Si Job encontró esto por encima de sus
fuerzas, también nosotros tendremos que acudir a Dios para obtener la fuerza que nos ayude;
una fuerza que está siempre disponible “para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
6
“Cuando el río suena, agua lleva”
Léase Job 8

PRIMER DISCURSO DE BILDAD


“Bildad suhita” (8:1) lleva el argumento de Elifaz un paso más adelante. Mientras que Elifaz
había mostrado una cierta cortesía en sus comentarios, Bildad no tiene reparo en hablar con
toda franqueza. Palabras como “analítico”, “superficial” e “impasible” se utilizan para
describirle. Es un “tradicionalista”, “completamente apegado al pasado”, “un moralista” para
quien todo es o blanco o negro. El sufrimiento es un castigo, y la muerte de los hijos de Job
es prueba de ello. Elifaz había mostrado algo de aprobación del carácter justo de Job. Job
estaba sufriendo por esos pecados que los humanos no pueden evitar. Bildad, sin embargo,
no acepta la reivindicación que hace Job de su inocencia. “Cuando el río suena, agua lleva”
es la hipótesis en la que se basa Bildad. La trágica situación de Job indica algún delito, y solo
tiene que buscar en su conciencia para descubrir lo que es.
Al igual que Elifaz, Bildad no muestra compasión alguna por su amigo. Sencillamente
pasa por alto la petición de Job de comprensión y conmiseración. Muy arriba en la lista de
prioridades de Bildad está el defender el carácter justo de Dios. Bildad ha detectado en los
arrebatos de Job una crítica de la forma en que Dios hace las cosas, y está indignado. En vez
de apelar a haber tenido una visión, como Elifaz, Bildad apela a la tradición para defender su
postura. En lo que pretende ser un mensaje final de ánimo, Bildad añade que, en cualquier
caso, si Job es inocente como él dice ser, no morirá. Su discurso puede resumirse en dos
partes:

“LA MUERTE DE TUS HIJOS INDICA QUE DEBES DE SER CULPABLE” (8:1–7)
Bildad es aún menos cortés que Elifaz (quien por lo menos comenzó con unas amables
palabras sobre la integridad de Job, aun cuando tuvieran un tono sarcástico). Job es un
“charlatán”: “Las palabras de tu boca [son] como viento impetuoso” (8:2). Los tres amigos
de Job presuponen su culpa, no obstante hay sutiles diferencias entre ellos. Mientras que
Elifaz exaltó la santidad de Dios (cf. 4:7–9), Bildad presta especial atención a la justicia de
Dios: “¿Torcerá Dios el derecho, o pervertirá el Todopoderoso la justicia?”, pregunta (8:3).
Si Job tan solo volviera sus ojos hacia Dios, Él restauraría su “justa condición” (8:6 LBLA).
Para Bildad todo es absolutamente simple y sin complicaciones: se recibe lo que se
merece. Quienes prosperan en este mundo lo hacen porque son justos. Quienes sufren lo
hacen porque son impíos. No parece que haya ninguna excepción a esta sencilla regla. Y aun
un necio puede advertir que es incorrecta, pues hay personas excepcionalmente impías a las
que les va muy bien en la vida. Esto era algo, como habrá que señalar muchas veces a lo
largo de este libro, que preocupaba inmensamente al salmista: “Tuve envidia de los
arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos” (Salmo 73:3).

“JOB, ¡ES UN SIMPLE CASO DE CAUSA Y EFECTO!” (8:8–22)


Bildad apela a una larga línea de generaciones piadosas para probar su afirmación de que
Dios siempre actúa de forma justa (8:8–10). La impiedad hereda su propia recompensa (8:9–
13; cf. la teoría de Elifaz en 4:8: “Se siega lo que se siembra”). La impiedad, como una tela
de araña (8:14), o como un árbol (8:16), es una cosa frágil y que pronto perece.
“¡Anímate, pues, Job; al final todo saldrá bien!” (8:20–22).

RESUMEN DEL PRIMER DISCURSO DE BILDAD


“¡Ya estás otra vez charlataneando! ¿Ha sido Dios injusto alguna vez? La cuestión es así: si
la culpa era de tus hijos, han pagado por ella muriendo al derrumbarse la casa sobre ellos; si
tú eres inocente, como insistes en afirmar, Dios te librará.
“Aprende del pasado: la gente que peca, perece; los transgresores reciben su castigo. Dios
no rechaza al justo, ni sostiene al que hace el mal.
“Mira, Job, busca al Señor, y todo saldrá bien al final”.

LA JUSTICIA DE DIOS
Job, en su indignación, había dicho que su sufrimiento era injusto. Al dirigir la atención a la
justicia de Dios, Bildad ha empeorado la situación de Job, pues este no ve que haya cometido
ningún pecado proporcional al juicio que le ha sobrevenido. Comparándola con lo que ve en
otros, que son abiertamente mucho más pecadores que él, la justicia de Dios parece
flagrantemente injusta. Bildad no puede aceptar esto. Sin ninguna de las sutilezas del discurso
inicial de Elifaz, Bildad interviene para acusar a Job de no ser más que un charlatán. ¡Cuanto
antes cierre Job su boca y empiece a aceptar lo que le están diciendo sus amigos, mejor!
La tesis principal de Bildad es que Dios nunca pervierte (tuerce, deforma, tergiversa) lo
que es justo (8:3). La palabra que utiliza también puede significar “falsear una balanza”
(Amós 8:5), o torcer un camino (Eclesiastés 1:15; 7:13). Lo que Bildad quiere decir es que
Dios no permite que nadie sufra si no lo merece. Elifaz y Bildad trabajan con una teología de
“justicia de caja registradora”. El sufrimiento, sin excepción alguna, le llega a quienes son
culpables de transgresión. No existe otra explicación para el dolor que hay en nuestras vidas.
Algunos aspectos de lo que Bildad dice son absolutamente ciertos.
En primer lugar, quienes guardaban el pacto podían esperar recibir bendición:
“Guardaréis, pues, las palabras de este pacto, y las pondréis por obra, para que prosperéis en
todo lo que hiciereis” (Deuteronomio 29:9; cf. Éxodo 23:22). Esta bendición no dependía,
por supuesto, de una perfecta obediencia. Cuando Israel pecara, Dios había establecido unos
sacrificios que debían ofrecerse (incluyendo un corazón contrito y humillado) como norma
de obediencia. Pero es innegable que había bendiciones para aquellos que seguían el camino
de Dios, y esas bendiciones tomaban diversas formas: saber que uno pertenecía al pueblo
escogido de Dios (Deuteronomio 28:1, 9–10); no habría guerras con las naciones vecinas
(Deuteronomio 28:7); y prosperidad económica (Deuteronomio 28:3–6, 8, 11–12).
Una tosca interpretación de estos pasajes podría hacernos creer que las personas piadosas
del Antiguo Testamento conocieron tiempos de extraordinaria prosperidad material. Pero,
evidentemente, no es así. Tal suposición estaría muy alejada de lo que en realidad sucedió.
Abraham, por ejemplo, se destaca como un hombre eminentemente justo. Sin embargo, no
poseía ni un centímetro cuadrado de la tierra de Israel. Cuando tuvo que enterrar a su mujer,
Sara, se vio obligado a comprar un terreno en el que poder hacerlo. Y en cuanto a Israel, no
fue nunca la nación más próspera de la Tierra. Su historia incluye esclavitud en Egipto,
cuarenta años en el desierto, muchas generaciones de problemas con los filisteos, sufrir las
conquistas de Asiria y Babilonia, y la subyugación de Grecia y de Roma. Está claro que las
bendiciones de que hablaba el pacto eran de una dimensión más elevada que la de las riquezas
y la salud. De hecho, los piadosos pueden alcanzar las más altas cotas de bendición del pacto
(unión y comunión con Dios), y al mismo tiempo conocer gran dolor y turbación en el
“hombre exterior”. Si Job le pidiera a Dios una recompensa que le hubiera de servir como
incentivo para seguir temiéndole, sería, en cualquier caso, acceder a la acusación original de
Satanás: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (1:9). Para Satanás, y según parece, también
para los consoladores de Job, andar junto a Dios por el camino del dolor es algo imposible.
En segundo lugar, cuando los piadosos apelaban a la justicia de Dios, como hacían a
menudo en el Antiguo Testamento, era con vistas a recobrar su seguridad de que Dios no los
abandonaría en sus momentos de necesidad. Encontramos, por ejemplo, que los salmistas
frecuentemente apelan a la justicia de Dios como una fuente de confianza:
Respóndeme cuando clamo,
oh Dios de mi justicia.
Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar;
ten misericordia de mí, y oye mi oración
(Salmo 4:1).
Júzgame conforme a tu justicia, Jehová Dios mío
(Salmo 35:24).
Oh Jehová, oye mi oración,
escucha mis ruegos;
respóndeme por tu verdad,
por tu justicia
(Salmo 143:1).

Pero esto no se limita al Antiguo Testamento. Pablo obtuvo la misma confianza cuando
definió el Evangelio refiriéndose no a la gracia de Dios, sino a su justicia: “No me avergüenzo
del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío
primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por
fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:16–17); “La gracia
[reina] por la justicia” (Romanos 5:21). La confianza de Pablo radicaba en el hecho de que
Dios había provisto la justicia necesaria para la absolución. Y habiéndola recibido por fe,
Pablo tenía la seguridad de poseerla para siempre. Es exactamente la misma idea que
encontramos en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. ¡El Calvario implica necesariamente que
Dios habrá de bendecir a su pueblo! Cristo ha hecho frente a todas las amenazas contenidas
en el pacto y a la ira que merece toda violación de este. Jesús fue hecho maldición por
nosotros. Sufrió el anatema del pacto. La amenaza del pacto (que aquellos que pequen,
morirán) fue erradicada en Él.
¡La justicia de Dios es una fuente de bendición! Pero Bildad aplicó la regla torpemente y
desde un punto de vista muy materialista.

UNA FÓRMULA QUE NO CONOCE EXCEPCIONES


Si Elifaz había insinuado que Job era el responsable de la muerte de sus hijos (5:3–4), Bildad
aborda el problema desde otro punto de partida: murieron porque ellos mismos habían
pecado. Hay algo de evidencia circunstancial que respalda su teoría: se encontraban en una
fiesta en el momento de su muerte, y Job mismo sentía la necesidad de ofrecer, como
sacerdote y padre, holocaustos por ellos, temiendo que “quizá habrán pecado mis hijos, y
habrán blasfemado contra Dios” (1:5). Para Bildad, el justo proceder de Dios no admite
excepciones: el pecado recibe su justo castigo inmediatamente: “¿Acaso torcerá Dios el
derecho, o pervertirá el Todopoderoso la justicia?” (8:3).
La aplicación inflexible de una verdad, eliminando toda posibilidad de excepción o de
otras perspectivas sobre la situación, es un procedimiento peligroso y cruel. Bildad es un
hombre que ha tomado la mitad de la verdad y la ha transformado en toda la verdad. Siempre
es un error hacer tal cosa, y siempre pernicioso.
La mayoría de nosotros soportamos un daño propio mejor que un daño a nuestros hijos.
Un instinto paternal programado en nuestra naturaleza se adueña de nosotros si alguien abusa
de ellos. Que ellos sufran nos produce más dolor que algo que nos afecte a nosotros
personalmente. La postura agresiva y arrogante de Bildad envía a los hijos de Job a la
perdición. Murieron en pecado y por culpa de su pecado. Aun si esto fuera cierto, Bildad, al
dirigir la atención a ello, muestra una supina falta de tacto.

LA APELACIÓN A LA TRADICIÓN
En una época que idolatra las últimas modas, apelar a la tradición no es malo. Decir: “Pero
es que siempre ha sido así” puede ser muchas veces un medio para incorporar cordura a lo
que de otro modo sería una jungla de ideas confusas y sin dirección. Bildad comenta la
desesperación de Job en cuanto a la brevedad de su vida diciendo: “Nosotros somos de ayer,
y nada sabemos” (8:9). Es una invocación al pasado, a la antigua tradición de otra época.
Hay algo intrínsecamente fastidioso y arrogante en la costumbre que algunas personas
mayores tienen de quitar importancia a la experiencia de los más jóvenes, con comentarios
fulminantes como: “No sabes nada, hijo”. Bildad es como el hombre del mundo, el hombre
que ha experimentado algo de la vida, a quien se le ha entregado la sabiduría de la Historia,
y que rechaza todo lo que los jóvenes tienen que decir. La fe de Bildad tiene algo de artificial.
Es una fe teórica y “prestada”.
El argumento de Bildad sobre la tradición sigue tres razonamientos.
1. El junco
Refutando las alegaciones de inocencia de Job (7:20), Bildad defiende su argumento con una
“parábola del junco”. Un junco puede crecer muy rápidamente sin agua. Parece verde y
fresco, pero se marchita pronto y muere, al calor del Sol. Bildad está señalando a Job con el
dedo y diciendo, como en la parábola de Jesús sobre el sembrador, que sus palabras han caído
en pedregales (8:13). Quizá Job empezara bien, pero no ha logrado terminar la carrera. Job
no puede estar seguro de su propia salvación, y el modo en que ha reaccionado a su
sufrimiento ha demostrado su hipocresía.
2. La tela de araña
En otra parábola, Bildad compara las alegaciones de Job con una tela de araña. Las telas de
araña están diseñadas para sujetar a criaturas muy pequeñas, ¡no a seres humanos de casi dos
metros! La fragilidad de una tela de araña prueba que sería una necedad apoyar nuestro peso
en ella. La confianza que Job ha puesto en su inocencia es igual de frágil. No es posible que
sea tan inocente como él afirma, y Bildad se ha dado cuenta, en su sabiduría, de que en cuanto
Job se ha apoyado en su inocencia, esta se ha roto.
3. La calabaza
El tercer razonamiento de Bildad se basa en una parábola sobre la calabaza, “verde delante
del sol” (8:16). Cualquiera que haya intentado deshacerse de un árbol plantado demasiado
cerca de su casa, simplemente cortándolo a la altura del suelo, sabrá que tienen la frustrante
costumbre de echar ramas que crecen en su superficie una y otra vez. Sus raíces siguen vivas
en la tierra, bajo el nivel del suelo. Esta calabaza (o vid) no deja raíces una vez muerta.
Ningún brote delatador aparecerá para recordarnos que un día existió. Bildad hace ahora su
ataque más cruel. Job había hecho el quejumbroso comentario, al final del capítulo 7, de que
Dios lo echaría de menos cuando él no estuviera. ¡Era su último intento de darle lástima al
Todopoderoso, para que le tratara mejor! Bildad sugiere cruelmente que después de muerto,
nadie recordaría que Job existió, ¡ni siquiera Dios! Cualquier cosa en que Job tuviera fe es
atacada sistemáticamente.
Ha hablado el tradicionalista. La forma fría, analítica e insensible en que Bildad aplica la
justicia de Dios no ha dejado espacio a la posibilidad de que Job sea inocente y al mismo
tiempo sufra. La justicia de Dios implica necesariamente que es culpable. Que Job pudiera
estar sufriendo por otros, no para ayudarse a sí mismo sino a otros que se encuentren en
problemas, es un concepto que no se halla incluido en el sistema teológico de Bildad. Así
pues, la doctrina de la Cruz sería anatema para Bildad. Que un hombre justo sufriera en lugar
de otros sería, para Bildad, declarar a Dios injusto. La teología de Bildad, aunque correcta en
sus premisas, termina negando la posibilidad de la salvación.
Como consejero, los métodos de Bildad son crueles en grado sumo. Para él, Job no es
más que un fariseo, un sepulcro blanqueado, un hipócrita. Ese es el golpe más duro.

7
Un lugar donde gritar
Léase Job 9–10

RESPUESTA DE JOB A BILDAD


He leído en alguna parte que cierto médico opina que cada hospital debería tener una “sala
de gritos”, un lugar en el que poder expresar la irritación producida por el dolor. Job está
deseando gritar. Es el grito de alguien enojado y desesperado.
El proceso de dolor de Job llega aquí a otra nueva etapa. Ya vimos, en su respuesta al
discurso de Elifaz, cómo Job pasó de guardar silencio a hacer preguntas, a la depresión y a
la ira. Ahora cae en la desesperación. Job se siente impotente y atrapado. Tiene, además de
todo esto, la sensación de estar siendo perseguido por Dios, de que Dios no está simplemente
observándole, sino que está observándole con el fin de poder declararlo culpable. La muerte
parece la mejor opción, y Job cree que no puede estar muy lejos. ¡Ojalá Dios le dejara solo
en los últimos días de su vida, para poder morir en paz, libre de sus tormentos y de su dolor!
Job ha llegado a un momento en que expresa algunas ideas acerca de Dios que normalmente
no se atrevería ni a pensar. El dolor nos hace comportarnos así.
“¿Cómo se justificará el hombre con Dios?” (9:1–3) La teología de Bildad tenía una
carencia esencial de toda noción de gracia que pudiera atribuírsele a Dios. Las bendiciones
son meramente recompensas por buen comportamiento. Sin embargo, Job ha sobrevivido a
su desgracia. Pero aún así, por lo que respecta a quienes le rodean, la inamovible opinión es
que Job debe de ser un gran pecador. La única forma en que puede ser vindicado ante sus
ojos sería recuperando toda su riqueza y salud. Cuando Job pregunta: “¿Cómo se justificará
el hombre con Dios?”, no está haciendo la misma pregunta que Pablo hizo sobre la
justificación. Pablo preguntó cómo puede un pecador ser declarado justo ante Dios. Job, por
otro lado, está preguntando cómo puede una persona justa ser justificada (“vindicada”) ante
Dios. Lo que está ocupando el lugar primordial en la mente de Job al hacer esta pregunta no
es su conciencia de pecado, sino su percepción de llevar la razón. No ha hecho nada malo (o
al menos nada tan malo que mereciera esta calamidad). Y el deseo de Job de ser vindicado
en este asunto aumenta por momentos. Quiere que le den una fecha en que acudir con Dios
al tribunal, para poder probar que no ha cometido el tipo de pecado que merece el sufrimiento
que él está atravesando.
Job es bien consciente de ser diminuto, insignificante, para defenderse a sí mismo en la
sala del tribunal del Todopoderoso. Anteriormente, pensar en la trascendencia de Dios le
había llevado a preguntar por qué habría de molestarse Dios afligiendo a un débil hombre.
Ahora el mismo pensamiento le lleva a preguntar por qué habría un hombre débil como él de
contender con el Todopoderoso. No serviría de nada. Job ha perdido su percepción del amor
de Dios. Dios es ahora un adversario. Satanás ha triunfado, de momento, haciendo que Dios
parezca un enemigo de Job.
Pero Satanás no ha vencido; no, aún no: Job no ha blasfemado contra Dios. Ni lo hará.

LA INCOMPRENSIBILIDAD DE DIOS (9:4–13)


La petición de Job le será dada, pues en su momento Dios le hablará directamente. Pero no
sucederá de la manera como Job cree. Pues Dios no da una explicación al sufrimiento de Job.
En vez de eso, le ordena que ceda a él, reconociendo al hacerlo que Dios es justo en todo lo
que hace.
Para subrayar la futilidad de discutir con Dios, Job alude a la infinita sabiduría de Dios y
a la grandeza de su poder (9:4), y da como ejemplos referencias a demostraciones de poder
sobre montañas, terremotos y sobre la luz (9:5–7). “¿Quién se endureció contra él, y le fue
bien?” (9:4), concluye Job.
Se describen aquí cuatro características de la innata soberanía de Dios.
Fundamentalmente, Dios es incomprensible: “Él hace cosas grandes e incomprensibles, y
maravillosas, sin número” (9:10). Este es un asunto al que volveremos a referirnos muchas
veces en nuestro estudio del libro de Job. Es una llave que abre su significado. Job nunca
recibe una explicación completa de su prueba. En lugar de eso, se le pide que se someta a
Dios en humilde conformidad, confiando en que el Señor cuidará de él. Como señala Calvino,
hay dos actitudes que uno puede tomar en cuanto a la justicia de Dios (algo que, como se
recordará, señaló Bildad): “Una dice: ‘Dios es justo, pues castiga a los hombres según lo que
se han merecido’. La otra dice: ‘Dios es justo, pues al margen de cómo trate a los hombres,
debemos cerrar nuestras bocas y no murmurar contra Él, porque no podemos ganar nada con
ello’ ”. Lo que Job (y también nosotros) tiene que aprender es que “debemos reconocer la
incomprensible majestad de Dios”.2
Dios no es solo incomprensible; es, además, invisible. Moisés no pudo ver el “rostro” de
Dios en Sinaí, sino que solamente vislumbró la espalda de Dios mientras pasaba su gloria
(Éxodo 33:22–23). Elías tuvo una experiencia parecida (1 Reyes 19:12–13). “El encuentro
más cercano que Job puede tener con Dios es que pase junto a él rápidamente una figura que
no puede ver ni reconocer”: “He aquí que él pasará delante de mí, y yo no lo veré; pasará,
y no lo entenderé” (9:11).
Además de incomprensible e invisible, Dios es también insubordinable: “¿Quién le dirá:
¿Qué haces?” (9:12). Dios no necesita dar cuentas a nadie más que a sí mismo. “Antes, oh
hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó:
¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la
misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:20–21). “No le
corresponde a los hombres rogarle a Dios —dice Calvino en una curiosa afirmación—, pues
no harán sino perder el tiempo”.
Dios es asimismo irrefrenable: “Dios no retirará su ira; debajo de Él se abaten los que
ayudan a Rahab” (9:13 LBLA; cf. 26:12 LBLA). Si Dios desea mostrar su ira, nadie está en
una posición como para impedírselo. Rahab, como Leviatán (3:8; 41:1), era una criatura
marina. Era una creencia del paganismo que Rahab luchó una gran batalla contra Dios en la
creación. Job alude a la mitología para subrayar que nada, real o imaginario, supone ningún
tipo de amenaza al poder de Dios. Él es verdaderamente soberano, no importa desde qué
punto estratégico lo consideremos. ¿Cómo puede una endeble criatura como Job cambiar en
lo más mínimo a uno que es tan grande y poderoso?
Job siente que todos y cada uno de los aspectos del Ser de Dios están ahora contra él.
Dios se ha apartado de él y, en su miseria, Job se siente desesperadamente solo. Nadie le
entiende. No hay nadie que se compadezca de él, que lo rodee con sus brazos y lo consuele.
Son las suyas palabras de total desesperación.

“¿CUÁNTO MENOS LE RESPONDERÉ YO?” (9:14–35)


Job se siente atrapado. Insiste en que básicamente es inocente, pero nadie está dispuesto a
escucharle. Los razonamientos de sus amigos se desarrollan en un plano completamente
distinto. Y Dios es tan poderoso y majestuoso que Job considera imposible que Él le vaya a
escuchar. En un momento de angustia, Job dice: “Si yo le invocara, y él me respondiese, aún
no creeré que haya escuchado mi voz” (9:16). Esto, por supuesto, no es cierto. Satanás ha
engañado a Job respecto a Dios. Una vez más ha mentido sobre el carácter del Todopoderoso.
Como ya hizo en Edén, ha atacado a Dios con falsas acusaciones acerca de sus intenciones.
A Job le gustaría llevar a Dios a un tribunal y allí hacerle declarar al mundo entero que
Job es “Inocente”. Nadie podría disputar la justicia o el poder de Dios: “Si habláremos de
su potencia, por cierto es fuerte; si de juicio, ¿quién me emplazará?” (9:19). Pero tal es el
terror de Job ante esa posibilidad que está convencido de que lo estropearía y no hablaría
correctamente (9:20).
El dolor distorsiona nuestras mentes. Job parece andar tambaleándose, pasando de
momentos de confianza a momentos de puro terror. La profundidad de su desesperación al
considerar el encuentro con Dios en el tribunal alcanza su punto más bajo cuando afirma que
Dios trata a los impíos y a los justos del mismo modo: “Una cosa resta que yo diga: Al
perfecto y al impío él los consume” (9:22). Job se equivoca, por supuesto. Que los impíos
mueren igual que los justos, eso nadie lo discute. Pero lo que Job no logra entender en este
momento, aunque lo expresa majestuosamente en otra parte (19:25–27), es que aun en la hora
de la muerte, Dios guarda a su pueblo. El dolor le ha quitado su seguridad. Esta es una lección
que debemos tener en cuenta cuando hablemos con enfermos o quienes estén sufriendo: en
su tormento pueden muy a menudo razonar de manera irracional, y aun contraria a lo que en
realidad piensan.
“¿De qué sirve todo esto?” Al aumentar el dolor, Job se convence a sí mismo de que Dios
no se preocupa por él, y que ni siquiera se compadece de él. Estos pensamientos rayan en la
blasfemia, pero a todos nos han venido a la mente en épocas de depresión espiritual. Solo
tenemos que recordar qué sincero podía ser el salmista para refrescarnos la memoria sobre lo
que somos capaces de pensar:
Me acordaba de Dios, y me conmovía;
me quejaba, y desmayaba mi espíritu […]
¿Ha olvidado Dios el tener misericordia
(Salmo 77:3, 9).

Así que, ¿qué puede hacer el pobre Job? Hay varias opciones a considerar. En primer lugar,
podría intentar un poco de autohipnosis. Se podría decir a sí mismo que sus heridas no
escuecen, que el dolor que siente muy dentro de sí no es más que una ilusión. “Si yo dijere:
Olvidaré mi queja, dejaré mi triste semblante, y me esforzaré” (9:27). O como dicen Rogers
y Hammerstein: “Siempre que tengo miedo, mantengo la cabeza alta y silbo una cancioncilla,
para que nadie se dé cuenta de que tengo miedo”. Esta idea es tan sensata como una sonrisa
tonta en el rostro de cristianos dolientes, forzados a fingir un comportamiento totalmente
contrario a sus personalidades. Hay ocasiones en que sencillamente no es momento para
sonrisas, y esta era una de ellas.
A Job se le ocurre una segunda idea: podría llevar a cabo un ritual que declarara su
inocencia. Habla de lavarse las manos (9:30): un popular medio de purificación ritual y una
declaración simbólica de inocencia (Deuteronomio 21:6; Salmo 26:6; 73:13). Fue el acto
supremo de Pilato en el juicio de Jesucristo (Mateo 27:24). ¿Y qué haría Dios con Job, una
vez limpio y refrescado tras su baño aromático? ¡Echarlo a un pozo ciego lleno de
inmundicia, para que sus propias ropas rehuyeran el hedor de su piel! (9:31).
La única opción que le queda a Job es el tribunal. ¿Pero cómo podrá hablarle a Dios? La
solución sería tener un mediador: “No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre
nosotros dos” (9:33). Job se siente, en todas las formas imaginables, muy lejos de Dios. La
majestad de Dios se ha alzado sobre él, haciéndole sentirse pequeño e insignificante. La
justicia de Dios ha añadido aún más dificultad a la posibilidad de organizar una reunión entre
ambos. ¡Ojalá hubiera algún modo de establecer el contacto! Con Dios no se puede disputar,
como harían dos abogados de más o menos igual categoría en una sala de justicia. La única
forma en que esto podría hacerse posible sería con la provisión de un mediador.
Esa es la solución al problema de Job, si tan siquiera pudiera entenderlo. Pero el dolor es
demasiado grande, como lo es la amargura que siente por dentro. Lo único que Job puede
hacer es emprender la retirada una vez más, a su desesperación y a nuevos pensamientos
irracionales.

“VOY A DECIR LO QUE PIENSO” (10:1–22)


El discurso de Job empieza ahora a ir cuesta abajo, tras alcanzar su cúspide al final del
capítulo 9 con su deseo de un mediador. Al no encontrar a nadie que pudiera serlo, Job se
hunde aún más en la desesperación. Job le habla ahora a Dios directamente, insistiendo en
que tiene derecho a decir lo que piensa, lo cual sucede en dos partes.
En primer lugar, Job insiste en que los cargos presentados contra él deben ser leídos en
alto de manera formal (10:2).
En segundo lugar, al estilo de un abogado en un juicio, interroga al Todopoderoso con
una serie de profundas preguntas. ¿Ha disfrutado Dios haciéndole caer? (10:3). ¿Se ha
confundido Dios al leer los hechos? ¿No ve que Job es inocente? (10:4). ¿Se le ha escapado
el verdadero culpable a Dios, y por eso se ha desquitado con Job? (10:5–7). ¿Destruirá el
Creador su creación, aun cuando ha empleado tanta sabiduría en su obra? (10:8–17). ¿De
verdad ha hecho Dios a Job con tanto cuidado y providencia, solo para acosarle como un león
sin un buen motivo? ¿Está Job en manos de un Dios enojado y decidido a hacerle su objetivo,
ya sea culpable o inocente? Eso es lo que Job cree en estos momentos.
No hay respuestas: solo un silencio vacío. Job desea que Dios desvíe su atención hacia
otra parte. Lo único que quiere es que lo deje en paz. “Apártate de mí”,, le ruega (10:20
LBLA).

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


“Estoy de acuerdo contigo, hasta cierto punto. Dios no da su bendición a los que hacen el
mal. ¿Pero cómo puede uno justificarse ante Dios? No se puede discutir con Él y salir
vencedor. Aun si llevara razón, no podría debatir con el Todopoderoso. Aún me sería
necesario pedirle misericordia. Y si Dios me contestara, tampoco lo creería. Lo único que
haría es darme más de los mismo. Por eso es por lo que creo que todo esto es tan injusto. Yo
digo que soy inocente; Él dice que soy culpable. Así que, ¿para qué molestarme?
“A veces procuro decirme a mí mismo que debo animarme, y simplemente olvidar el
dolor. Pero el dolor está empeorando. No me da respiro. Estoy perdiendo esta batalla. Podría
resistir si Dios quitase de mí el dolor. Creo que entonces hablaría con más coherencia.
“Aborrezco mi vida. Solo quiero saber por qué Dios está tan enojado conmigo, eso es
todo. ¿Es eso mucho pedir? He escudriñado mi corazón, pero no encuentro la respuesta en
mí mismo.
“Señor, tú me hiciste. ¿Me vas a destruir ahora? ¿Por qué no lo hiciste hace mucho
tiempo, si eso es lo que querías?”

LA NECESIDAD DE JOB DE UN MEDIADOR


Un punto importante ha surgido en esta búsqueda de Job de la respuesta al problema de su
sufrimiento. Solo la presencia de un mediador puede ayudarle en su grave situación; alguien
que fuera tan poderoso como Dios, y tan lleno de compasión y comprensión como un buen
amigo. Para que Job pueda salir hacia adelante, necesita encontrar uno; un intermediario,
alguien que pueda reunir a dos partes entre las cuales no hay comunicación. Si ha de haber
una reunión, tiene que intervenir alguien que pueda mantener los intereses de ambas; alguien
en quien tanto Dios como Job tengan completa confianza.
Moisés fue un hombre así, pues habló a Israel de parte de Dios cuando fue entregada la
Ley (Éxodo 20:18–21; Gálatas 3:19), y a Dios de parte de Israel cuando Israel había pecado
(Éxodo 32:9–33:17). Pero Job no necesita un mediador porque haya pecado y esté, por
consiguiente, alejado de Dios. Necesita a alguien que se compadezca de su dolor. Necesita a
alguien que haya pasado por lo que él está pasando.
Lo que Job está buscando es un “intermediario”, un “árbitro”, alguien que lleve las
negociaciones entre dos partes entre las cuales hay una disputa. Es un concepto familiar en
el mundo moderno de negociaciones industriales e internacionales. El escenario en el que se
requieren sus servicios se desarrolla más o menos así: las relaciones se hacen tensas; ambas
partes sienten que falta un terreno común en el que continuar la discusión; una de las partes
decide retirarse; y es entonces cuando es preciso encontrar rápidamente un mediador, que
junte a ambas partes de nuevo en la mesa de negociaciones. El mediador es alguien en quien
ambas partes confían. Representa la justicia, la paz, la buena voluntad. Representa a las dos
partes recíprocamente, y encuentra una base sobre la que restablecer la amistad.
¿Pero dónde puede encontrar Job un intermediario semejante? La respuesta, por supuesto,
se halla en la revelación de Jesucristo como el mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo
2:5). Pues Jesús no solamente actúa como mediador por nuestro pecado (algo que Job
también necesita). Él es además uno que, aunque es Dios, puede “socorrer a los que son
tentados” y “compadecerse de nuestras debilidades” (Hebreos 2:18; 4:15). En este momento,
sin embargo, Job no puede divisar a tal mediador. No obstante, a medida que avancen los
acontecimientos, la niebla que hay en su mente se irá disipando, e irá apareciendo el
mediador, una visión que alcanza su más grandiosa expresión en el capítulo 19 (19:25–26;
cf. 16:20–21).
Jesucristo es la respuesta al problema del sufrimiento, pero de momento Job no puede
entenderlo.

8
“¡Arrepiéntete!”
Léase Job 11

PRIMER DISCURSO DE ZOFAR


Si Elifaz había alegado tener revelaciones personales, y Bildad había apelado a la tradición,
Zofar no apelará a nada sino a su arrogante confianza en su propia importancia y sabiduría.
Zofar, quizá el más joven y, por tanto, el último en hablar, es el menos compasivo de los
tres amigos. Según Elifaz, por lo menos al principio, Job es culpable de un pecado leve.
Elifaz comenzó con la suposición de que los inocentes no sufren para siempre: “¿Qué
inocente se ha perdido? Y ¿en dónde han sido destruidos los rectos?” (4:7). Job ha de ser uno
de esos inocentes: su pecado, pues, debe de ser trivial, y su sufrimiento terminará pronto.
“¿No es tu temor a Dios tu confianza? ¿No es tu esperanza la integridad de tus caminos?”
(4:6). Job es básicamente un hombre justo que está recibiendo un castigo temporal de Dios
(5:17–18) por algún defecto que es inevitable en todas las personas (4:17). Hemos dicho que
a Elifaz le parecía, al principio, que Job era culpable de un pecado leve. Hacia el final, sin
embargo, Elifaz parece perder la calma y presenta la acusación de que Job es un gran pecador:
“Tu malicia es grande” (22:5).
Según Bildad, Job es culpable de un pecado grave. Él también cree en el castigo
inmediato (el sufrimiento es un castigo), pero es mucho más directo al hablar. Bildad presenta
la muerte de los hijos de Job como prueba de que Dios castiga a los impíos: “Si tus hijos
pecaron contra él, él los echó en el lugar de su pecado” (8:4). Bildad duda de la justicia de
Job: “Si fueres limpio y recto…” (8:6, énfasis añadido). No existe justificación para esta
conclusión acerca de los hijos de Job; cuestiona además el valor redentor de los holocaustos
ofrecidos por ellos. A esto debe añadirse que el libro de Job no describe ningún libertinaje
por parte de los hijos de Job. Es un ejemplo de la actitud fría y analítica de Bildad, que aplica
un principio sin ninguna referencia a los hechos que constituyen el caso. El pecado de Job es
grave, aunque evidentemente no tan grave como el de sus hijos; puede que aún tenga razones,
piensa Bildad, para mantener la esperanza. Si demuestra ser inocente, recibirá su recompensa.
Según Zofar, Job es culpable de un pecado secreto. Puesto que Job se niega a admitir su
pecado (11:4), se deduce que Job debe de tener un pecado secreto (11:5–6). Tal vez Job no
sea consciente de la enormidad de su delito contra Dios, pero la omnisciencia de Dios se
asegura de que nada escape a su conocimiento. Dios sabe más sobre los pecados de Job de lo
que este podría imaginar jamás. Zofar no ve circunstancias atenuantes en el caso de Job en
absoluto.
Al final resulta que los tres amigos de Job están diciendo lo mismo. “Algunos
consoladores —comenta Calvino— solo conocen una canción, y no les importa lo más
mínimo a quién se la tienen que cantar”.

“JOB, TU PECADO ES TAN GRANDE QUE AUN DIOS OLVIDA PARTE DE TU


INIQUIDAD” (11:1–6)
Zofar está furioso con Job. Apenas puede contenerse. No deja nada fuera del alcance de su
ataque, el cual lleva a cabo con auténtica ferocidad. Job ha sido culpable de “falacias” (11:3):
palabras falsas, palabras vacías, palabras innecesarias y palabras de escarnio (11:2–3). Bildad
había acusado a Job de “charlatanear”, lo que implica que sus palabras no debían tomarse
muy en serio, pero Zofar acusa a Job de pecar con sus labios. “Según Zofar, Job es mucho
más que un ‘charlatán’: es un hereje y un blasfemo”. Job es un “parlanchín”. Dirigiéndole a
Dios palabras de escarnio, ha puesto en duda la moralidad de Dios. Zofar cree que Dios le
necesita para defender su honor de los insultos de Job.
En una escena como de sala de justicia, Zofar acusa a Job de no atender a razones: las
acusaciones de los dos primeros oradores deberían haberle hecho callar y, sin embargo,
continúa hablando. Esto es un desacato al tribunal. No quiere admitir su culpa a pesar de que
ha sido probada claramente. La pretensión de Zofar de ser un buen abogado va demasiado
lejos: pone palabras en boca de Job. Es cierto que Job había insistido que era inocente:
“Inocente soy” (9:21 LBLA); “Tú sabes que no soy impío” (10:7); pero Zofar tergiversa lo
que Job quiere decir, afirmando pues que Job ha dicho algo distinto.
En primer lugar, Zofar acusó a Job de decir: “Mi doctrina es pura” (11:4). Job había
ciertamente enseñado a otros (4:3–4), ¡pero nunca había dicho que fuese infalible!
Tampoco había dicho nunca Job: “Yo soy limpio delante de tus ojos” (11:4). Sí, Job
estaba defendiendo su inocencia (9:14–21). Y había llegado a afirmar que era “íntegro”
(9:20–21 LBLA, margen), algo que Dios había dicho en defensa de Job ante las acusaciones
de Satanás (1:8; y confirmado por el narrador del libro de Job, 1:1). Pero eso estaba muy
lejos de significar que se creyera alguien sin pecado alguno. Ni Dios, ni Job mismo, habían
atribuido a este último una perfecta ausencia de pecado.
Zofar no obedeció una de las reglas fundamentales de todo consejero: no había escuchado
a aquel que tenía el problema. Al poner palabras en boca de Job, Zofar solo hizo que aumentar
el sentimiento de frustración y dolor de aquel. Job ya se sentía abandonado e incomprendido.
El primer ataque de Zofar no hizo más que intensificar su cada vez mayor sensación de
soledad y de haber sido traicionado.
Pero el verdadero aguijón en la contribución de Zofar fue sugerir que Job necesitaba
implorar misericordia (11:5–6). Lo que eso implica está bien claro: “que Job no solo está
recibiendo un trato justo (como han defendido Elifaz y Bildad), sino más que justo: en
realidad ha salido bien parado, con un castigo menor que el que merece su pecado”. Zofar
atribuye autoridad a sus razonamientos. Es un hombre sabio. La palabra “sabiduría”
(mashal) es la que se utiliza en el Antiguo Testamento para describir la enseñanza de alguien
que era sabio (a menudo traducida “proverbio” o “parábola”, Proverbios 1:5; 4:2; 9:9; 16:21,
23). ¡Si Job tuviera entendimiento, se daría cuenta de que en realidad Dios ha pasado por alto
parte de su pecado!

“¿DESCUBRIRÁS TÚ LOS SECRETOS DE DIOS?” (11:7–12)


Zofar arremete en un himno a la soberana sabiduría de Dios. “¿Descubrirás tú los secretos
de Dios?”, pregunta (11:7). Job habría sido el primero en reconocer que no podría hacer tal
cosa. Para Zofar, el pecado es el pecado, y por mucho que la justicia haya sido templada por
la misericordia, la justicia sigue siendo el principio en el que se basa el universo. Dios es el
administrador de los castigos. ¡Dios sabe quién es culpable y quién no! Y Job es culpable:
¡tiene que serlo!
El himno en sí es muy correcto:
1. La sabiduría y el conocimiento de Dios son infinitos; sobrepasan todas las
esferas del universo creado (11:8–9).
2. La sabiduría y el conocimiento de Dios sobrepasan la comprensión humana.
Sus caminos son “inescrutables” (Romanos 11:33). Dios conoce pecados de Job que
este o bien no recuerda o bien se niega a reconocer. Puede que Job no quiera admitirlo,
y quizá sus amigos no sean capaces de detectarlo, pero Dios ha descubierto algo que
no anda bien en su vida (11:10–12).
3. La sabiduría y el conocimiento de Dios se encargan de hacer visible el
cumplimiento de la justicia: Dios traerá a los culpables a juicio (11:10–11). Dios pasa
buscando a quienes son culpables, los mete en prisión y los trae al tribunal (11:10); y
dicta sentencia sin que nadie pueda impedírselo.
Todo es cierto, por supuesto, ¿pero de dónde sale el sufrimiento de Job en todo esto?
Como comenta George Philip: “Puede que haya algo de verdad en el sermón de Zofar a Job,
pero ciertamente no hay nada de humanidad en él, y recordemos que va dirigido a un hombre
de avanzada edad cuyo corazón ha sido puesto al desnudo por el sufrimiento”.
La canción es un magnífico discurso sobre la incomprensibilidad de Dios, pero tenemos
que entender su contexto. Tenemos que darnos cuenta de que toda su intención es puro
sarcasmo y mordacidad. “Zofar habría destinado a un mejor uso su excelente doctrina de la
incomprensibilidad de Dios, no obstante, si hubiera reconocido humildemente las
limitaciones de su propio conocimiento de la divina providencia y si no hubiera supuesto que
comprendía los sufrimientos de Job a la perfección”. Zofar llevaba razón, pues esa es la
verdad que debería calmar (y que de hecho calmará) la ansiedad de Job. Al final, el dolor
resulta ser perfectamente compatible con la promesa de Dios de bendecir a sus hijos. El error
de Zofar fue no llevar a la práctica su propia doctrina. Pues si Dios verdaderamente sobrepasa
nuestro entendimiento, tendremos que admitir que sí que puede haber razones detrás del
sufrimiento que nosotros no podamos percibir. Al no lograr comprender esto, Zofar solo
consiguió herir el ya de por sí lastimado ánimo de Job con cada palabra que pronunció.
Vemos un destello de esto en dos punzantes comentarios que Zofar hace a modo de
conclusión de su himno. Primero, Zofar menciona un juicio (11:10). En las respuestas de Job
ha ido surgiendo progresivamente su deseo de que se le conceda un día en el tribunal en el
que poder justificarse delante de Dios (cf. 9:14–24, sobre todo en las referencias a “mi juez”
en 9:15, y a “[una] cuestión de justicia” en 9:19 LBLA). Pero lo que Zofar insinúa ahora es
que tal juicio sería la ruina de Job: “Si él pasa, y aprisiona, y llama a juicio, ¿quién podrá
contrarrestarle?” (11:10). Dios no es solamente el Juez, sino también el investigador, el
fiscal y el jurado. Tiene el poder para encerrar a Job, ¡para siempre! ¡Job no tendría ninguna
posibilidad de ganar!
Zofar no solo intenta quitarle la esperanza a Job de que un juicio podría probar su
inocencia, sino que además le insulta. Citando un proverbio, hace una comparación entre un
necio y un pollino. ¡En realidad, Zofar está diciendo que Job es “vano” y asnal! (11:12). Job
no es más que un pollino casquivano. Cuando un necio pretencioso, como Zofar, se da cuenta
de que su argumento ya no tiene fuerza, suele pasar a difamar el carácter de su oponente.

“JOB, DEBES ARREPENTIRTE Y BUSCAR LA MISERICORDIA DEL SEÑOR”


(11:13–20)
Solo hay una cosa que Job pueda hacer: ¡arrepentirse! Zofar utiliza dos ideas muy gráficas
para indicar que el arrepentimiento de Job ha de ser completo.
En primer lugar, Job debe “[disponer]” su corazón para Dios (11:13). Zofar revela un
conocimiento excelente de la naturaleza espiritual del arrepentimiento. “La lamentación de
los hipócritas —escribe Thomas Watson— se halla en sus rostros: ‘ellos demudan sus
rostros’ (Mateo 6:16). Ponen cara de estar apenados, pero su pena no pasa de ahí, igual que
el rocío empapa las hojas pero no llega a humedecer la raíz. El arrepentimiento de Acab fue
solamente una actuación teatral. Rasgó sus vestidos, pero no en su espíritu (1 Reyes 21:27).
La aflicción piadosa llega muy profundo, como una vena que sangra interiormente. El
corazón sangra por su pecado: ‘se compungieron de corazón’ (Hechos 2:37). Del mismo
modo que el corazón es el mayor responsable en el pecar, así ha de ser también en la
lamentación”.
En segundo lugar, utilizando una palabra que describe un acto encubierto de extorsión
(esto es, pecados secretos), una palabra que los profetas del siglo VIII a.C. emplearon para
designar violaciones de la Ley solapadas, Zofar parece insinuar que Job había adquirido su
riqueza por medio de la extorsión, y añade: “No [consientas] que more en tu casa la
injusticia” (11:14).
A modo de incentivos positivos para el arrepentimiento, Zofar concluye su discurso
diciendo que si Job se arrepiente, sincera y completamente, recibirá una bendición
instantánea. Esta incluirá paz en su conciencia: “Entonces levantarás tu rostro” (11:15, cf.
10:15); ser libre de todo tormento: sus problemas serán “como […] aguas que pasaron”
(11:16); y, puesto que Job preveía su muerte, una vida larga (11:17). Si Job sigue el plan de
Zofar para la obtención inmediata de salud y prosperidad (en placeres, riquezas y posición
social), su vida será puro gozo (11:17). Si no lo hace, Zofar le explica lo que pasará con su
habitual franqueza: Job se unirá al número de los impíos, a quienes les espera aflicción,
condenación, y la pérdida final de toda esperanza (11:20).

RESUMEN DEL DISCURSO DE ZOFAR


“Es hora de que alguien te haga callar, Job. ¿Quieres acudir a un tribunal? Ojalá bajara Dios
ahora mismo y te dijera exactamente lo que eres. Francamente, Job, no tendrías ninguna
posibilidad de éxito. A Él no le hace falta llevar a cabo una investigación para averiguar lo
que eres. Muy pronto descubrirías que, en realidad, has salido muy bien parado de todo esto.
“Escúchame, Job, solo hay una cosa que puedas hacer: arrepiéntete”.

CASTIGO INMEDIATO: ¿CORRECTO O ERRÓNEO?


En el centro de las teorías de Zofar se hallaba la creencia en la administración instantánea del
castigo. Zofar creía, como todos los cristianos que siguen las enseñanzas bíblicas, que el
núcleo de la justicia de Dios es la retribución: dar a los hombres lo que se han merecido,
recompensando el bien con bien, y el mal con mal.
La retribución es lo que esperamos de Dios. Sabemos en nuestros corazones que esto es
lo que tiene que ser. Por eso sentimos tanta pesadumbre cuando los impíos parecen prosperar.
La angustia del salmista en el Salmo 73 se debe a que los impíos “no tienen congojas […]
como los demás hombres”, lo cual, sencillamente, no debería ser así.
En el análisis que Job hace de la situación, en su respuesta a Zofar, dice que “los que
provocan a Dios viven seguros” (12:6). Zofar ha tenido el descaro de señalar a un animal
irracional como es el burro (11:12) y afirmar que aun él estaría de acuerdo con su argumento
de que el bien es recompensado y el mal, castigado. Para Zofar, este asunto es como una casa
bien barrida y ordenada. Cada cosa está en su sitio, y hay un sitio para cada cosa. Pero para
Job, la casa está hecha un desastre. Nada es como debiera ser: los jueces se han convertido
en necios (12:17); los sacerdotes son humillados (12:19 LBLA); a los consejeros se les ha
hecho callar y a los ancianos se les ha quitado el discernimiento (12:17, 20). No parece haber
ninguna justicia.
El libro de Job comienza preparándonos para esto. ¿Por qué, si no, nos dice que Job era
rico, sano y piadoso? Solo puede ser para recalcar el asombro de ver que un hombre de tan
eminente piedad reciba un trato tan duro. Esto no es en absoluto lo que algunos evangélicos
hoy en día le dicen a los cristianos que pueden esperar en sus vidas si siguen al Señor con
todo su corazón. El “evangelio de la prosperidad”, como se le suele llamar, tiene su base en
el principio de que la piedad trae consigo ser libre de enfermedades y necesidades. Esa era la
propaganda que los tres amigos de Job, sobre todo Zofar, proclamaban; a saber, que Dios no
solo recompensa a quienes le siguen con bendiciones materiales, de este mundo, y que del
mismo modo castiga a aquellos que no le siguen privándoles de tales cosas, sino que además
lo hace inmediatamente.

EN PARTE, CORRECTO
Esa opinión es, en parte, correcta. Por tomar un ejemplo negativo de retribución, solo un
momento, alguien que practique la fornicación y se contagie del virus del SIDA habrá segado
lo que sembró. No se puede decir que haya sido meramente víctima de una casualidad. Su
mala conducta ha sido la causa de su desgracia. Ha sufrido una retribución inmediata. El
hombre de negocios que efectúa una transacción un poco turbia, pero esa vez un poco más
de lo habitual, y como resultado su negocio quiebra, es igualmente el receptor de una
retribución inmediata.
¡Esto es lo que la Biblia nos enseña que debemos esperar! El autor de los libros de
Crónicas, al escribir de nuevo hechos de los libros de Samuel y Reyes, tiene precisamente
ese mismo objetivo: traer a un primer plano la doctrina de que quienes desobedecen a Dios
pueden esperar ser castigados inmediatamente. Un ejemplo bastará para demostrar esto. La
historia del rey Uzías aparece en 2 Reyes 15 (donde se le llama Azarías) en unos pocos y
breves versículos, siete en total. La narración se conforma con decirnos que fue un buen rey
y que murió de lepra. La misma historia en 2 Crónicas, sin embargo, ocupa mucho más
espacio, veintitrés versículos (2 Crónicas 26), para contarnos la vida de este desventurado
rey, y precisa que la razón por que murió de lepra fue que se volvió orgulloso y usurpó el
papel de los sacerdotes en las tareas de administración del Templo, lo cual tuvo como
consecuencia que le brotara lepra en la frente, que finalmente produjo su muerte. ¡Fue un
caso de retribución inmediata!
¿Por qué hace esto el libro de Crónicas? La respuesta se encuentra en el hecho de que el
autor (¿Esdras?) escribe a gente bajo el exilio persa del siglo V a.C. Como sus antepasados
en los dos siglos anteriores, estaban sirviendo a otros dioses, y el autor del libro de Crónicas
quiere enseñarles una lección de historia: que Dios muchas veces impone un juicio sumarial
a aquellos que viven contrariamente a sus leyes. Si no se vuelven de su idolatría muy pronto,
solo les cabe esperar un destino parecido al de Uzías. Por eso el versículo más famoso de los
libros de Crónicas es uno que recalca este mismo asunto: “Si se humillare mi pueblo, sobre
el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos
caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2
Crónicas 7:14).
Este concepto no pertenece solamente al Antiguo Testamento. El mismo punto de vista
es precisamente lo que explica por qué algunos en Corinto estaban enfermos, y otros habían
muerto: habían mostrado poco respeto a la Cena del Señor (1 Corintios 11:30). Es también
el motivo por el que Ananías y Safira experimentaron una ejecución sumarial a manos del
Señor: habían mentido (Hechos 5:1–11).
Existe también un aspecto positivo en la retribución. Bajo el antiguo pacto, era correcto
esperar bendiciones de tipo material inmediatamente (cf. Deuteronomio 28:1–14). Y en el
Nuevo Testamento se nos dice que toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de Dios
(cf. Santiago 1:17). ¡No debemos ser cristianos quejumbrosos! Al criticar a aquellos que van
por ahí vendiendo el “evangelio de la prosperidad”, no debemos pecar negando que Dios nos
ha dado mucho más de lo que jamás podríamos merecer. No podemos negar que Dios nos da
días buenos: buena salud, un buen esposo o esposa, la bendición de los hijos, días de ocio y
de diversión. Cometemos una grave injusticia con Dios cuando no reconocemos las cosas
buenas que nos da. Contar nuestras bendiciones es la manera de glorificar a Dios. ¡Esto no
es simplemente un cliché evangélico, sino una profunda y sorprendente verdad! Dios es
mejor para con nosotros de lo que merecemos, y mucho mejor de lo que reconocemos.
Zofar —todo ha de decirse— ha puntualizado una verdad que muy a menudo se pasa por
alto y que la Iglesia moderna necesita escuchar: que, a veces, Dios otorga sus bendiciones y
sus maldiciones más temprano que tarde.

EN PARTE, ERRÓNEO
Zofar se equivoca en su forma de manejar esta verdad por al menos tres razones.
En primer lugar, Dios no ejecuta siempre sus juicios inmediatamente. El autor de los
libros de Crónicas, por ejemplo, señala que hay excepciones a la regla del castigo instantáneo:
Josías fue un buen rey que murió en circunstancias trágicas (2 Crónicas 34–35), y Manasés
fue un mal rey que vivió muchos años (2 Crónicas 33:1–20). Hay ocasiones en que Dios
parece retrasarse en llevar a cabo su juicio. Ese es el núcleo de la respuesta de Job en 12:6:
“Las tiendas de los ladrones prosperan, y quienes provocan a Dios están seguros; lo que la
mano de Dios ha provisto que suceda”. Esto es también lo que el salmista observa en el Salmo
73. Los pecados de algunos hombres van delante de ellos, mientras que los de otros les
siguen.
En segundo lugar, Zofar se equivoca al decir que el tipo de bendición (o juicio) que las
personas pueden esperar es siempre material. Su argumento era que la enfermedad era una
señal de la desaprobación de Dios, una prueba de que había tenido lugar un pecado concreto.
La buena salud es, por consecuencia, el resultado de una vida de obediencia. Esto es
evidentemente falso. Me acuerdo, según escribo estas líneas, de una mujer muy piadosa a la
que parece ser que solo le quedan semanas de vida, pues está enferma de cáncer, a quien un
clérigo que apenas la conoce le ha dicho que si tan solo tuviera fe, se pondría bien de nuevo.
Según esa teoría, su incredulidad (el pecado que produce el avance de la enfermedad) es la
causa primordial de su problema. Esto es más que simple ingenuidad teológica: es una
sugerencia cruel. “Que a uno le digan que la curación que anhela no ha sucedido por culpa
de algún defecto en su fe, cuando uno se ha esforzado y afanado, de todas las maneras que
sabe, en acercarse a Dios y en creer que recibirá bendición, es ser arrojado a la angustia, a la
desesperación y a una sensación de haber sido abandonado por Dios. Este es uno de los
sentimientos más amargos que se pueden encontrar a este lado del Infierno, sobre todo
cuando, como le ocurre a la mayoría de los inválidos, el nivel de sensibilidad anda muy alto,
y el del ánimo, bajo”.11
Es cierto que hay un elemento de expectativa, en el antiguo pacto, de bendición material,
de este mundo, para Israel, pero también hay sombras de la Cruz que llegan muy profundo
en el Antiguo Testamento. Isaías, por ejemplo, había advertido a Israel de que los siervos de
Dios pueden esperar pruebas, y sufrir, no porque hayan pecado, sino como parte del
llamamiento de Dios a servirle fielmente en su Reino. Muchos de los profetas, como por
ejemplo Jeremías y Elías, conocieron días de dolor en su fiel servicio a Dios.
El Nuevo Testamento nos da una explicación más completa. Jesús, preparando a sus
discípulos para servirle en sus vidas, les advirtió sobre dos cosas que debían esperar: negarse
a sí mismo y cargar su cruz. Pablo escribió a los corintios en ese mismo sentido, cuando,
como Job, sintió que estaba a punto de morir bajo la presión, y les dijo que sentía la “sentencia
de muerte” sobre sí. La palabra griega traducida “sentencia” significa “respuesta”, lo que
implica que la contestación de Dios a su oración para ser librado de los abrumadores efectos
de sus pruebas había sido “no” (2 Corintios 1:8–9). Había razones para los sufrimientos de
Pablo que no tenían que ver con el hecho de que Pablo hubiera pecado en algo. Una de ellas
podría ser despertar las oraciones de otros, cuando vieran a Pablo sufrir (pocas cosas
producen más oraciones que el sufrimiento de un amigo). Por otro lado, la negativa de Dios
a intervenir de forma inmediata ayudó a demostrar muy gráficamente su poder soberano.
También, cuando Pablo fuese finalmente librado de su carga, se darían gracias por su
liberación únicamente a Dios (2 Corintios 1:11). Puede decirse, por consiguiente, que el
sufrimiento es una de las “señales” de la Iglesia.
Esperar que Dios vaya a actuar siempre inmediatamente, ya sea con juicio o con
bendición, es tener lo que podríamos denominar una “escatología de cumplimiento
adelantado” (un término muy complicado, ya lo sé, pero ayuda a describir esa actitud de
esperar ahora los juicios y bendiciones que se nos han prometido para tiempos venideros).
Pablo parecía estar enfrentándose a este mismo problema cuando corrige en su última carta
(2 Timoteo) a aquellos que defendían que la resurrección ya había pasado (2 Timoteo 2:18)
y que, por tanto, se podía experimentar ya una plena libertad de sufrimiento y prosperidad
material. Pablo exhorta a Timoteo, quien quizá hubiera sido tentado a abandonar su
llamamiento a servir al Señor, a no ceder a la complacencia de la carne ni a las tentaciones
del mundo. También menciona, a modo de advertencia, a Demas, alguien que según parece
hizo precisamente eso. “Cumple tu ministerio”, le dice Pablo a Timoteo, queriendo decir:
“No dejes tu llamamiento a la predicación por la atracción de las cosas de este mundo” (cf.
2 Timoteo 4:5).
En tercer lugar, esta idea también supone una idea errónea del discipulado cristiano, pues
sugiere que seguir a Cristo no implica sufrimiento necesariamente. Esto es obviamente falso.
La imagen de Cristo se cumple en nosotros por medio del sufrimiento. Pablo llega aun a
decir: “Cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la
iglesia” (Colosenses 1:24). Merece la pena analizar las palabras de Pablo cuidadosamente,
pues nos ayudan a entender por qué Dios permite que sus hijos sufran por razones que no
están directamente relacionadas con el pecado personal de cada uno. Pablo no está diciendo
que le falte algo a la expiación de Cristo. ¡Claro que no! Lo que nos dice es que Cristo
continúa sufriendo, en su pueblo y por medio de su pueblo. Cuando alguien como Job sufre,
Cristo sufre al mismo tiempo con él. Y es parte de nuestra vocación cristiana aceptar este
yugo paciente y mansamente. Job lo hará, pero no por el momento.

9
“Aunque él me matare, en él esperaré”
Léase Job 12–14

RESPUESTA DE JOB A ZOFAR


“CON VOSOTROS MORIRÁ LA SABIDURÍA” (12:1–12)
Job está empezando a cansarse de sus amigos. Lo que verdaderamente desea es hablar con
Dios acerca de su estado.
Los amigos de Job quizá hayan logrado alterarlo, pero la ira tiene una forma peculiar de
redistribuir las fuerzas. Con un amargo sarcasmo, Job insinúa que sus consejeros son
demasiado vanidosos. Tienen una opinión de sí mismos demasiado elevada: “Con vosotros
morirá la sabiduría” (12:2), les dice irónicamente. No se siente inferior a ellos en absoluto,
pues en su dolor ha aprendido algo que sus amigos no conocen. Job sabe que en los planes
de Dios es posible que un hombre justo sufra. No siempre sucede que los impíos son juzgados
inmediatamente (12:4–6). Aun los animales y los pájaros lo saben (12:7–9). Esta es una
valiosa lección a aprender; de hecho, es la lección principal del libro de Job. Apréndela ahora,
y apréndela bien —parece decirnos el libro—, y te evitarás más dolor.

“CON DIOS ESTÁ LA SABIDURÍA Y EL PODER” (12:13–25)


A Job no le ha impresionado el gran himno de Zofar sobre la sabiduría soberana de Dios
(11:7–12). Job crea uno propio que lo supera (12:13–25). A Dios pertenecen “la sabiduría y
el poder” (12:13). Su soberanía se muestra en el poder destructivo de la naturaleza (12:13–
16), y en la caída de todo tipo de gobernantes (12:17–25). Todo está sujeto a su dominio:
desde las fuerzas elementales de la naturaleza hasta los más altos dignatarios civiles y
eclesiásticos. Esto es, en realidad, una exposición de algo que Pablo diría más tarde: “¿No ha
enloquecido Dios la sabiduría del mundo?” (1 Corintios 1:20). Nadie es verdaderamente
sabio en comparación con el Dios todopoderoso, ¡sobre todo estos tres pretenciosos sofistas
venidos del Oriente!
Debemos observar que el himno de Job sobre la sabiduría y el poder de Dios carece de
referencias a buenos propósitos que Dios pueda tener para su sufrimiento. Todo lo que Job
dice es cierto: Dios es todopoderoso, poseedor de toda sabiduría (12:13), omnipotente
(12:14–21) y omnisciente (12:22). Pero hay un velo sobre los ojos de Job por el dolor que
está atravesando en estos momentos, pues aún no aprecia que Dios también es amor. El himno
no es correcto como descripción completa de los propósitos de Dios en este mundo. El dolor
también se está tejiendo en el tapiz de nuestra vida para nuestro bien y perfeccionamiento
(cf. Romanos 8:28). Esto es algo que Job aún tiene que descubrir.

“QUIERO HABLAR CON EL TODOPODEROSO” (13:1–22)


Zofar no ha conseguido asustar a Job en cuanto a la cita en el tribunal con Dios (cf. 11:10),
porque no comprendió en absoluto cuál era la intención de Job en este sentido. Lo que Job
desea no es presentar cargos contra Dios, sino oír qué cargos tiene Dios para presentar contra
él (13:23). Aunque antes le pidió a Dios que le dejara en paz, ahora Job ha hallado una nueva
confianza en sí mismo. Quiere que Dios le llame al estrado: “[Llámame]”, le dice (13:22).
Sabe que el camino es peligroso: arriesga su “vida” (13:14). Pero ahora nada le detendrá:
“Quiero hablar al Todopoderoso, y deseo argumentar con Dios” (13:3 LBLA). Job
aparecerá ante Dios, no para rogar misericordia como Zofar le ha recomendado, sino para
limpiar su nombre. Tal es su confianza (no en sí mismo, aunque algo de ella hay, sino en
Dios) que en un momento triunfal exclama: “Aunque él me matare, en él esperaré; no
obstante, defenderé delante de él mis caminos” (13:15). Como un hombre en una celda
oscura que detecta un minúsculo rayo de luz a través de una grieta, confirmando que ha
amanecido y el Sol ya ha salido, Job, aunque él mismo no lo aprecia, expresa su fe en Dios
aun en su sufrimiento. Quizá no entienda la providencia, pero confía en el Dios de la
providencia. Calvino comenta: “Job muestra que, a pesar de estar abatido y, como quien dice,
apasionadamente furioso, no ha perdido toda su esperanza; no pretende suplicarle a Dios, ni
tal vez apartarse de Él, ni desea irritarle cesando su trato con Él. ¿Por qué? Job responde que
tendrá esperanza, sea cual sea el resultado de esta decisión. ‘Aunque Él me mate —dice— y
me condene, aun así no dejaré de confiar en Él; no obstante presentaré mis razonamientos
para mis caminos ante Él. He aquí, debo unir mi vehemencia, esta vehemencia que podéis
ver en mí, a la esperanza que tengo en Dios’. Y aquí tenemos un hermoso y excelente espejo
en el que mirar cómo obra Dios en nosotros. Pues Él permite que el que es fiel caiga, para
que sea probada mejor su fe”.

“¿CUÁNTAS SON MIS INIQUIDADES?” (13:23–14:6 LBLA)


Sin dejar de utilizar el lenguaje judicial, Job acusa a sus amigos de presentar falso testimonio
contra él. “Sois fraguadores de mentira”, “[habláis] iniquidad […] [y] engaño” (13:4, 7).
¿Qué tal les iría a ellos, se pregunta Job, si se volvieran las tornas y Dios los examinara a
ellos? (13:9).
Al contrario que Adán, Job no huirá de Dios si Él viene al juicio. Si Dios le concede un
momento de respiro de su sufrimiento, y deja de aterrorizarlo, Job se acercará ante su trono
y presentará su argumento (13:20–22). ¡Como Jacob, Job quiere pelear con el Todopoderoso!
Es una citación judicial, y alcanzará su punto culminante en Job 31. Nada le duele más a Job
que los silencios de Dios. Con esa expectativa, Job hace un torrente de preguntas directas
(hasta ahora solo ha hecho tales preguntas a sus amigos):
¿Cuántas son mis iniquidades?
¿Por qué ocultas tu rostro?
¿Por qué me tienes por tu enemigo?
¿Por qué habrás de tratarme como una hoja, o como paja seca, que es llevada por el
viento?
(13:23–25).
Este es el argumento que presenta Job:
1. Dios le ha castigado por los pecados de su juventud, los cuales utiliza ahora como
cargos contra él (13:26–27; cf. 25:7; Oseas 13:12).
2. La vida es corta y dura de por sí, como para además tener que ser acosado por Dios
(13:28–14:6).
3. Comparando al hombre con un árbol, Job dice que al menos las raíces de un árbol
vuelven a salir si este es cortado, pero cuando un hombre muere, ¿dónde está? (14:7–10).
“Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (14:7–22) El anhelo de Job es la vida eterna
(14:12). La pregunta que hace Job aquí se la han planteado muchos, antes y después de él:
Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?
Todos los días de mi edad esperaré,
hasta que venga mi liberación
(14:14).
Pero del mismo modo que las montañas se erosionan con el tiempo (14:18), la realidad de la
vida convierte en polvo las más firmes convicciones de los hombres. “La vida es dura, y
luego morimos” es más o menos lo único que Job alcanza a ver en este momento. Se halla
casi al borde de poder contemplar algo por encima de la muerte, una resurrección en la que
todo mal es enmendado, pero por ahora es demasiado para su entendimiento. Más tarde
aparecerá en forma de gloriosa afirmación de fe (19:25–27), pero en este preciso instante sus
ojos están fijos en el montón de ceniza sobre el que está sentado. El polvo y las cenizas son
su destino, y no mucho más. No ha hecho más que empezar a vislumbrar el Cielo, y se le ha
cerrado la puerta de golpe ante su cara (14:19–20).
El dolor de todo esto es atroz. Desnudando su alma al final de su discurso, Job piensa en
el peor de los terrores: no saber qué le sucederá a nuestra familia cuando muramos y estemos
en la tumba (14:21).

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


(Tono irónico) “Ciertamente, cuando muráis nos habremos quedado sin sabios. Solo Dios es
verdaderamente sabio. Solo Dios es soberano. Él hizo el mundo en el que vivimos, y ordena
todo lo que pasa. Puede transformar a reyes en pobres, y a jueces en necios. Puede aun
levantar una nación y destruirla.
“No sirve de nada hablar con vosotros tres; quiero hablar con Dios.
“Puesto que creéis que Dios juzga el pecado, más os vale tener cuidado con lo que habláis,
pues si decís calumnias Dios os juzgará por ello.
“En cualquier caso, quiero hablar con Dios. Aun si Él me destruyera, conservaré mi
confianza en Él. Lo único que quiero es una explicación.
“Señor, ¿cuáles son esos pecados que se supone que he cometido? ¿Por qué no me hablas?
¿Ya no te importo? ¿Qué esperanza me puede quedar si te pones en mi contra?
“Señor, lo único que deseo es que me dejes morir”.

EL JUICIO FINAL PROPORCIONARÁ LA RESPUESTA


Solamente la doctrina de la resurrección y del Juicio Final puede darle a Job la respuesta a la
angustia de su alma. Solo sabiendo que el mediador que anhelaba abriría más tarde la puerta
al hombre para resucitar de los muertos a un Juicio Final en que todo mal será enmendado,
solo entonces será librado de su sentimiento de injusticia y de abuso. El juicio al final de los
tiempos demostrará, y vindicará, la justicia perfecta de Dios. En este mundo, en el que Dios
ha dejado a las naciones “andar en sus propios caminos” (Hechos 14:16), no es de extrañar
que impere el mal. En circunstancias así, en las que se permite a Satanás tentar a gente como
Job, “surgen dudas sobre si Dios, siendo soberano, puede ser justo, ¡o si, siendo justo, puede
ser soberano! […] el Juicio Final será su autovindicación definitiva contra la sospecha de que
haya dejado de preocuparle el bien de los justos”.
Es un sentimiento que todos debemos reconocer haber tenido en alguna ocasión.
10
Responder con insultos
Léase Job 15

SEGUNDO DISCURSO DE ELIFAZ


Cuando en una discusión escasea la lógica, la gente hace una de dos cosas: o bien repiten lo
que ya han dicho antes (solo que más fuerte, algo así como lo que nos pasa a los que vamos
a un país extranjero y no sabemos hablar el idioma), o bien optan por responder con insultos.
Los “consoladores molestos” (16:2) de Job parecen recurrir a ambas cosas, comenzando por
los insultos.
Bildad llamó a Job charlatán (8:2); Zofar añadió que era un burro sin la capacidad de
razonar (11:12). Ahora interviene Elifaz y dice que Job expulsa de su vientre viento solano.
Esa alusión es tosca e indecorosa, en especial cuando proviene de alguien que pretende ser
tan sabio como Elifaz.
Elifaz parece ofendido por Job. Aunque quiso ayudarle (4:6), ahora parece preocuparle
más demostrar que lleva razón, que ofrecerle una ayuda sincera a su amigo. Los aspirantes a
consejero necesitan aprender que si quieren ser de ayuda a quienes están sufriendo, no deben
ofenderse si su ayuda es rechazada. Los tres amigos de Job se toman las cosas personalmente,
demasiado, más preocupados por sus propias situaciones que por ofrecer un alivio genuino.
Las personas que están sufriendo, al igual que los animales cuando están heridos, suelen
arremeter contra uno si este les toca; la piedad de Job no le impide reaccionar de forma
parecida en determinados momentos, y el hecho de que no se lo esperan es una prueba de la
inmadurez de sus tres amigos.

LA ACUSACIÓN DE ELIFAZ
Elifaz acusa a Job de tres errores fundamentales.
1. Job carece de reverencia
Elifaz cree que Job “[rechaza] el temor [de Dios]”, es decir, que sus palabras son
intrínsecamente irreverentes (15:4). Tal vez Elifaz esté pensando en la audacia de Job al
querer entablar un pleito con Dios (13:3, 19–24). ¿Se refiere a esto cuando dice: “Contra
Dios [vuelves] tu espíritu”? (15:13). Puede ser, pero es posible también que Elifaz esté más
preocupado por sí mismo que por Dios; no tanto porque Job haya sido irreverente hacia Dios,
como porque lo haya sido hacia él, “el Gran Sabio”. Quizá Elifaz esté sencillamente lleno de
su propia importancia: tiene más años, más madurez y, por consiguiente, más sabiduría que
Job. Representa a la escuela de la sabiduría. Cuando Job dijo antes que sabía tanto como él,
Elifaz lo tomó como un insulto (12:3). En aquellos que están llenos de sí mismos no hay
espacio para Dios, ni para los demás.
2. Job carece de modestia
En un discurso anterior, Job había dejado ver un poco de temor en su intención de presentar
su argumento ante Dios; no porque su argumento no tuviera una buena base, sino porque lo
estropearía al presentarlo (9:20). Eso es precisamente lo que Job ha hecho, según Elifaz. El
lenguaje de Job ha sido exagerado, y carente de dignidad y decencia. No es la forma en que
debería comportarse un hombre piadoso. Su propia boca le ha condenado (15:6). Pero alguien
que utiliza una expresión tan burda como la de Elifaz acerca del “viento solano” no es la
persona más apropiada para dar clases sobre dignidad, y en especial a alguien que está
sufriendo tanto. Para Elifaz, Job demuestra con tan obvia falta de paciencia que es culpable
de una grave negligencia moral. Es al mismo tiempo un pecado contra su propia conciencia
(15:6) y contra Dios (15:13).
3. Job carece de sabiduría
Elifaz, que se cree “el sapientísimo”, se queda desconcertado por la confianza con la que Job
cuestiona el conocimiento recibido por estos sabios, “cabezas canas y hombres muy
ancianos” (15:10). Job ha afirmado que sabe tanto, si no más, como estos sabios (12:2–6),
sosteniendo en concreto que la doctrina de la retribución inmediata es, como mucho, una
verdad a medias (12:6). Los consejeros de Job solo tienen una canción en su repertorio, ¡y la
han cantado hasta la saciedad!
Tras descargar sus insultos, Elifaz regresa ahora a su tema de que los justos prosperan y
los impíos sufren. Job no puede ser inocente, pues aun lo más perfecto está corrupto ante los
ojos de Dios:
¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio,
y para que se justifique el nacido de mujer?
He aquí, en sus santos no confía,
y ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos;
¿cuánto menos el hombre abominable y vil,
que bebe la iniquidad como agua?
(15:14–16).
Pasa entonces a repetir gran parte de lo que ya había dicho antes, en el capítulo 4. Elifaz
cree en la depravación total, y emplea su posición teológica para martillear a Job procurando
su derrota. La inevitable paga del pecado es dolor, tribulación, angustia, desolación, ruina,
soledad y futilidad (15:20–31).

ELIFAZ HACE UNA ADVERTENCIA SOBRE EL DESTINO DE LOS IMPÍOS


Una vez que ha condenado así a Job, Elifaz se asegura entonces de que comprenda las
consecuencias de su comportamiento pecaminoso mediante una larga advertencia sobre el
destino de los impíos (15:17–35), advertencia que es sabiduría recibida de los sabios (15:18).
¡Elifaz no es ningún universalista! Cree en el castigo de los impíos después de la muerte, y
no le da miedo decirlo. No se calla nada: “Escúchame; yo te mostraré, y te contaré […]”
(15:17). No se nos debe pasar por alto que lo que Elifaz intenta decir es que si Job no se
arrepiente (y con prontitud, además), él también estará en peligro de caer en ese mismo
castigo.
Hay, sin embargo, un par de variaciones en las palabras de Elifaz. Puesto que Job ha
rebatido la idea del castigo inmediato (diciendo que esta puede que sea la manera como Dios
obra a veces, pero desde luego no siempre), Elifaz sugiere que el castigo a veces se impone
de manera no visible. ¡Solo porque no podamos ver los castigos de Dios, eso no quiere decir
que no los haya impuesto! Los castigos de Dios quizá sean internos en vez de externos; quizá
suceda que “a pesar de toda la prosperidad externa, el hombre impío está sufriendo
interiormente por su impiedad, y el principio de la retribución ya está teniendo lugar”. Al
final, lo que ahora está ocurriendo de forma no visible dentro del impío saldrá a la superficie
y lo consumirá. Y si el castigo de Dios se retrasa, solo será por un poco de tiempo, y muy
pronto, en vida del impío, este obtendrá el justo merecido de sus actos. Para que la justicia
se cumpla, ha de verse cumplida en esta vida, insiste Elifaz.
Los impíos son aquellos que se enfrentan a Dios y, como resultado, pasan toda su vida
con dolor (15:20) y angustia (15:21), sin confianza ni fe (15:22), mendigando (15:23),
aterrorizados por la muerte (el “día de tinieblas”, 15:23), la cual se abalanza sobre ellos
cuando menos se lo esperan (15:24–25), a pesar de que se consideran invencibles (15:26). La
buena vida debilita su determinación (15:27); terminan siendo vagabundos sin hogar y sin un
lugar donde poder esconderse (15:28), desprovistos de las comodidades que una vez les
proporcionó la riqueza (15:29). Los impíos no escaparán de la muerte, “las tinieblas”
(15:30), como un árbol que se seca y muere al enfrentarse a un fuerte viento o a una grave
sequía. Y al igual que ese árbol, que no verá la próxima cosecha, el impío “será cortado
antes de su tiempo” (15:32). Los impíos tal vez prosperen durante algún tiempo, como una
vid que da frutos que aún no han madurado, o un olivo que florece. Pero no será mucho
tiempo; la catástrofe está a la vuelta de la esquina (15:33). Su condenación es segura (15:34–
35). En otras palabras, “No […] durarán sus riquezas” (15:29); el castigo que el hombre
impío merece será visible en esta vida. Los impíos están destinados a “la espada” (15:22);
son echados como “pasto a los buitres” (15:23 Cantera-Iglesias). Si Job es inocente, como
él dice, su dolor desaparecerá, pero con su comportamiento actual corre el peligro de seguir
el camino, y el destino, de los impíos.
Según esta teoría, lo que uno justamente haya de esperar en el mundo venidero, tras el
Juicio Final, ya es impuesto en esta vida. Como hemos visto, hubo algunos, a quienes Pablo
se dirigió en 2 Timoteo, que defendían que la resurrección “ya se efectuó” y que, por
consiguiente, las bendiciones del mundo venidero ya han llegado. Es uno de los temas
principales de 2 Timoteo, un asunto que Pablo se afana en disputar. ¡Un error, como vemos
ahora, tan antiguo como el libro de Job! Según Elifaz, la teología (sabiduría) de Job va por
mal camino: proclamar su inocencia no sirve de nada, pues aun los más rectos son pecadores
(15:14–16). Como Elifaz había dicho en su discurso inicial, en el capítulo 4, no existe la
inocencia perfecta; así pues, la pretensión de Job de tenerla era totalmente errónea. Nosotros,
sin embargo, sabemos, por la introducción de los capítulos 1 y 2, que no es así. Job estaba
sufriendo, no por su pecado, sino por una batalla cósmica que estaba teniendo lugar entre
Dios y Satanás.
Todo esto sería teológicamente razonable si pretendiera ser una descripción de lo que le
espera al inconverso en el mundo venidero, pero como reflejo de la situación en este mundo,
es francamente absurdo. Los piadosos declararon muchas veces (y lo siguen haciendo) su
preocupación por el hecho de que a los impíos parece irles muy bien en este mundo, como
Job mismo había expresado (12:6; cf. Salmo 37; 49; 73). La contribución de Elifaz es un
disco rayado, ¡y esto ha enfurecido a Job!

RESUMEN DEL DISCURSO DE ELIFAZ


“Job, estás lleno de viento. Peor aún, eres totalmente irreverente. Cada vez que abres la boca,
lo único que haces es empeorar la situación para tu propio mal.
“Te niegas a escuchar la sabiduría del pasado, pero te la voy a repetir de todos modos:
los que experimentan dolor toda su vida son los impíos. No tienen ninguna seguridad, ni les
van bien las cosas; Dios está contra ellos. Está muy claro. ¿Por qué no lo reconoces?”

11
“Consoladores molestos sois vosotros”
Léase Job 16–17

RESPUESTA DE JOB A ELIFAZ


La contestación de Job es un poco confusa. No podemos esperar de él una sensatez absoluta,
estando su cuerpo atormentado por el dolor y su mente torturada por malos consejos. No
obstante, su respuesta a Elifaz contiene un pensamiento clave que al final le ayudará a
atravesar su prueba victorioso. “En los cielos —dice Job— está mi testigo” (16:19).
En la última intervención de Elifaz había un aguijón. Elifaz había hablado sobre la
falsedad de los impíos, e implícitamente había acusado a Job de ocultar la verdad acerca de
sí mismo (15:35). Para los amigos de Job, el hecho de que afirmara estar sufriendo siendo
inocente no era solo una cuestión de falta de sabiduría, sino que era una prueba de que Job
no era más que un hipócrita en cuyas palabras no se podía confiar. Job es la presa no ya de
un indescriptible sufrimiento, sino de unos amigos sin sentimientos y que le insultan. Son
todos ellos “consoladores molestos” (16:2).
Job aparece como un hombre víctima de la más desesperada soledad. Había terminado su
discurso anterior expresando el doloroso pensamiento de que no viviría para ver a sus hijos
crecer (14:21). Su sensación de aislamiento alcanza su punto culminante en 17:6, cuando se
ve a sí mismo como un “refrán de pueblos”. En este aspecto, la experiencia de Job se parece
mucho a la de Cristo: “Hablaban contra mí los que se sentaban a la puerta, y me zaherían en
sus canciones los bebedores” (Salmo 69:12). ¡Parece ser que las gentes de tierras lejanas
hablaban de “ese gran pecador llamado Job”! Los hombres le escupen en la cara, añade Job
(17:6). Sus sufrimientos son conmovedores; está sufriendo en cada parte de su ser:
físicamente: “Me has llenado de arrugas” (16:8); socialmente: “Has asolado toda mi
compañía” (16:7); y espiritualmente: “Mi espíritu está quebrantado” (17:1 LBLA).

¡CÓMO SE PARECE JOB A JESÚS!


Se encuentran aquí varias alusiones que nos recuerdan los sufrimientos de Cristo. Hasta ahora
no hemos hablado mucho de esta relación entre los casos de Job y de Jesús, pero es el
momento de analizar algunos de sus puntos.
El sufrimiento formó parte de las vidas de ambos. De hecho, a cada cristiano se le dice
que debe esperarlo. El sufrimiento es una de las formas en que Dios nos hace más parecidos
a Cristo. La semejanza con Cristo es la meta de la santificación (Romanos 8:29; Juan 13:15).
Piensa en la soledad de Cristo: su huida a Egipto, lo que dijo sobre las zorras y sus
guaridas y las aves del cielo y sus nidos, y el tiempo que pasó en Getsemaní, y en la Cruz.
Piensa, también, en el modo en que sufrió.
Cristo sufrió físicamente. Tuvo un cuerpo como el nuestro. No era sobrehumano. Era un
cuerpo muy sensible al dolor. La Escritura recoge detalles de su padecimiento de hambre,
sed, cansancio y debilidad. En el Calvario soportó azotes, ser clavado a la Cruz y estar
suspendido de ella, en estado perfectamente consciente. Él conoce los peores dolores.
Cristo sufrió emocionalmente también. Poseía una psicología humana normal (salvo que
sin pecado). Conoció el gozo y la alegría, además de su experiencia del lado más oscuro de
nuestras vidas. Fue un “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). La
sombra del Calvario se extiende por toda su vida. Piensa en esos pasajes en los evangelios,
cuando “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera” y estuvo “en agonía”
(Mateo 26:37; Lucas 22:44). Supo lo que es sentirse aterrado al desatarse sobre Él la voluntad
de Dios.
También Él sufrió socialmente. Amó a su prójimo, pero su prójimo no le amó. Fue
condenado por la religión establecida, una vergüenza para su familia, traicionado por uno de
sus compañeros, y las multitudes clamaron pidiendo su sangre. Uno de los pequeños
comentarios más reveladores en el Evangelio según Marcos nos enseña que los discípulos
fueron escogidos “para que estuviesen con Él” (Marcos 3:14). ¡Jesús también necesitaba el
apoyo de la compañía humana!
En estos aspectos de la historia de Job hay más que un simple reflejo del Cristo que había
de venir. No es el caso, en mi opinión, que Job hubiera de ser un “tipo” de Cristo en sentido
formal. Más bien, Job se nos presenta como uno más en una larga cadena de almas piadosas
con un llamamiento a sufrir en este mundo a manos de Satanás.

CARGAR NUESTRA CRUZ


Al aceptar el ofrecimiento del Evangelio, cargamos con un instrumento de muerte y nos
identificamos con él. Reconocer el justo lugar y la inevitabilidad de las pruebas es una señal
de madurez cristiana. “Por nada estéis afanosos”, dice Pablo (Filipenses 4:6). ¿Cómo pudo
decir tal cosa? Una de las posibles respuestas implica aceptar que la vida cristiana conlleva
dolor. El sufrimiento (las “pérdidas y cruces”, utilizando la expresión de los puritanos) es
parte de lo que debemos esperar en la vida cristiana. Pablo da testimonio de ello en una
lección que aprendió tras su primer viaje misionero: “Es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22).
El realismo cristiano de Pablo le llevó a instarnos a esperar, entre otras cosas, dificultades.
Tanto fue así que incluyó esto como una de las partes de su entendimiento teológico de la
vida cristiana. Para Pablo, la verdad central de la vida cristiana era que la gracia le había
conducido a la unión con Cristo. El tema de Romanos 6 es que la unión a Cristo es el marco
en el que se desarrolla la santificación. Y Romanos 6 es como un resumen de aquello en que
insiste Pablo en muchas otras partes: las expresiones “en Cristo”, “en el Señor” y “en él”
aparecen 164 veces en el Nuevo Testamento (todas ellas en cartas de Pablo), lo que da
testimonio de su importancia (1 Corintios 1:2; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Colosenses 1:2,
etc.).
Antes de aquella exhortación a no estar afanosos, Pablo escribió acerca de esta misma
verdad a los filipenses: “Estimo todas las cosas como pérdida […] para ganar a Cristo, y ser
hallado en él” (Filipenses 3:8–9). Estar en Cristo era la pasión que lo consumía. “La unión
con Cristo es […] la verdad central de toda la doctrina de la salvación […] No es simplemente
una fase de la aplicación de la redención; es el fundamento de cada uno de los aspectos de la
redención…”. Así lo expuso en uno de sus libros John Murray, y son muchos los que han
compartido su opinión de que la doctrina de la unión con Cristo constituye el centro mismo
de la vida cristiana.
Pero esta unión con Cristo tiene consecuencias que se prolongan a lo largo de toda nuestra
vida cristiana. Si la gracia nos ha conducido a la unión con Cristo en su muerte y resurrección
(Romanos 6:5), la gracia también se asegurará de que una continua comunión con Cristo en
su muerte y resurrección domine toda la vida cristiana. Es, de nuevo, algo a lo que Pablo se
ha referido anteriormente, en el capítulo precedente: “[Quiero] conocerle, y el poder de su
resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su
muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Filipenses 3:10–
11).
Una de las consecuencias de ser cristiano, de estar en unión con Cristo, es que
compartimos sus sufrimientos. Nos hacemos semejantes a Él en su muerte. Pablo explicó
esta verdad en 2 Corintios 4:10–12: “[Llevamos] en el cuerpo siempre por todas partes la
muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque
nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte
actúa en nosotros, y en vosotros la vida”. Pablo observa un modelo mediante el que
interpretar la totalidad de nuestras vidas cristianas: es una especie de repetición de la vida y
la muerte de Cristo en nuestras propias vidas. Hay una especie de reduplicación de la vida de
Cristo en la nuestra. Calvino también lo vio así: “Desde el principio, la Iglesia ha sido
constituida de tal modo que la Cruz ha sido el camino a la victoria, y la muerte el camino a
la vida”. Así pues, la adversidad va unida al testimonio cristiano, lo que explica por qué Pablo
cita en Romanos 8:36 algo que ya dijera el salmista: “Como está escrito: Por causa de ti
somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero”.
Esto sin duda va contracorriente en el pensamiento contemporáneo en cuanto a la
naturaleza de la vida cristiana. Vivimos en una época en que la fe cristiana es más bien floja,
ansiosa de sus placeres e intrínsecamente egocéntrica. Palabras como “consagración”,
“santidad” y “mortificación” suenan anticuadas. El llamamiento a negarse a sí mismo, y a
identificarse con Jesús en su muerte (“llevar la cruz”, utilizando el lenguaje del Nuevo
Testamento), es ahogado por el clamor de quienes piden la autoexpresión y la búsqueda del
máximo placer. Dietrich Bonhoeffer escribió: “A cada cristiano se le da una cruz. El primer
sufrimiento de Cristo que todo hombre debe experimentar es la llamada a dejar los lazos que
le atan a este mundo. Esa muerte del viejo hombre es el resultado de su encuentro con Cristo.
Al embarcarnos en el discipulado, nos sometemos a Cristo unidos a Él en su muerte:
entregamos nuestras vidas a la muerte. Así es como comienza; la Cruz no es un terrible final
para lo que antes de ella ha sido una vida feliz en el temor de Dios, sino algo que encontramos
al principio de nuestra comunión con Cristo. Cuando Cristo llama a un hombre, le ordena
que venga a Él y muera”. Ocho años más tarde murió ahorcado por los nazis.
Cuando confesemos que la sombra de la Cruz de Cristo se extiende sobre todas las partes
de nuestra vida cristiana, no nos tomará desprevenidos la llegada de la adversidad: “Amados,
no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña
os aconteciese” (1 Pedro 4:12). Entonces, ¿cuál debería ser nuestra reacción? “Sino gozaos
por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo” (1 Pedro 4:13).
Saber que, sea cual sea el dolor, estamos compartiendo el ministerio continuado de Cristo,
nos ayudará a mantener nuestros espíritus gozosos. A esto mismo se refiere Pablo en
Colosenses en una impactante afirmación sobre el lugar del sufrimiento en la vida cristiana:
“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las
aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1:24). Pablo no está
aludiendo a la obra propiciatoria de Cristo. A esa obra no puede añadírsele nada de ninguna
forma. En lo que Pablo está pensando es la obra del Salvador en la edificación de la Iglesia,
una obra continua para la cual Él toma a mortales pecadores, los añade a su grupo de
confianza y los utiliza: un proceso que incluye dolor y persecución. Pablo —quien
comprendió después de la muerte de Esteban que él mismo le estaba haciendo tanto daño a
Cristo como le hizo a Esteban— había de hacer de esto un sello de su visión de la misión
cristiana. Los intentos del diablo de destruir todo aquello que pertenece a Cristo se
manifestarán inevitablemente en ataques constantes al pueblo de Cristo. Es así como “la
muerte actúa en nosotros” (2 Corintios 4:12). El contentamiento cristiano comienza con el
reconocimiento de que se nos llama a tener parte en esa unión en la muerte de Cristo.
Tal reconocimiento es lo que inspiró a Amy Carmichael a escribir:
Oh Señor crucificado,
Graba tu Cruz sobre mí,
Que mis motivos y anhelos,
Que mis gustos, mis deseos
Sean controlados por Ti.
En aquello que consiga
Nuestros egos controlar,
Señálanos con tus manos
Y tus pies crucificados
Lo que debemos dejar.
Cuando la muerte tocando
Vaya de aquí para allá,
Y lo precioso a mis ojos
Me quite sin avisar:
Habré visto la respuesta
Que el Señor me quiere dar
Cuando en oración pidiera
Que su Cruz fuese a grabar.

UN VALEDOR (16:1–22)
Volviendo a Job, vemos que hay más cosas en su respuesta al discurso de Elifaz que anuncian
al Cristo que ha de venir. Tras su súplica por un mediador (9:33), ahora pide un “testigo […]
en las alturas” que haga valer sus palabras ante Dios (16:19).
La respuesta de Job no añade mucho que sea nuevo. Discute con sus consoladores,
llamándolos “molestos” (16:2). Parece ser que lo suyo es más que simple ineptitud, pues el
significado de esa palabra es “personas que respiran infortunio”. ¡Son consejeros de tortura,
no de consuelo! En vez de curar, aumentan el dolor de Job. En vez de compartir su dolor, se
han sentado a enjuiciarlo desde la ventajosa posición de quienes guardan una cierta distancia
emocional y empática. Su actitud no concuerda con la de quienes se dignan ser consejeros,
que deberían, como dice Job, ofrecer “[aliento]” y “consolación” (16:5).
Job ya ha escuchado la teología de Elifaz sobre “el destino de los impíos” muchas veces
(16:2). Había sido un sermón largo, y Job responde con insultos sobre su naturaleza vana
(“palabras vacías”, 16:3; cf. 15:2), y moviendo su cabeza en señal de desaprobación (16:4).

UN LAMENTO PERSONAL (16:7–17)


Job se queja de que Dios le ha “fatigado” y le ha hecho parecer un hombre sin Dios (16:7).
Su cuerpo arrugado da testimonio de su rechazo (16:8). Dios se ha convertido en su agresor,
o adversario (16:9); la palabra original es satam, que se parece sorprendentemente a “Satán”.
Ahora Job sabe que la causa del sufrimiento viene “de arriba”, de una dimensión distinta a la
de este mundo de tiempo y espacio, pero se equivoca al señalar a Dios como su enemigo.
¡Job describe a Dios como un animal salvaje que disfruta torturando a su desventurada presa!
En un trío de metáforas, Job se describe a sí mismo como alguien que ha sido agarrado
por el cuello y apaleado, hecho una “diana de entrenamiento” para aspirantes a arquero, y
dejado sin defensas como una ciudad cuya muralla ha sido destruida por el incesante golpear
de un enemigo invasor (16:12–14). Para añadir insulto a su herida, se ve rodeado por una
muchedumbre que grita insultos y se regocija de su caída (16:10).
Lo único que Job puede hacer es lamentar su duelo, un acto que va acompañado por las
señales del dolor: cilicio, polvo y lágrimas (16:15–16), siendo estas últimas la señal de la
muerte en sus ojos (16:16). Job cree que sus heridas son mortales (16:18). ¡Y que su muerte
habrá sido un asesinato! Todo su ser clama venganza, aunque ve poca esperanza de que la
haya a este lado de la tumba; de hecho, ya ha admitido que su deseo está condenado al fracaso
(9:14–16). Pero el clamor de su sangre derramada en la tierra asegurará que finalmente se
cumpla la justicia, para lo cual Job llama a la “tierra” y a “los cielos”, los “vigilantes
incansables de los hechos de los hombres, y guardianes de los antiguos pactos”, a ser testigos
de su sangre inocente derramada, es decir, de su asesinato (16:18–19). Como en el caso de
Abel, la sangre derramada clama venganza desde la tierra (Génesis 4:10). En Ezequiel 24:7–
8, la culpa de Jerusalén se mantiene por un tiempo sin castigo porque la sangre derramada en
ella (en asesinatos y violencia) aguanta sobre una roca sin ser absorbida.
Job desea un pariente-redentor que vengue su sangre cuando su caso sea juzgado en el
Cielo. Como respuesta, recibe la confirmación de la existencia del redentor, y de que en ese
mismo momento ya está preparando su caso, su argumento para la defensa de Job: “He aquí
que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas” (16:19).
¿Quién es ese “testigo” que acude a la defensa de Job en el Cielo, cuya función es ser un
mediador entre Dios (el agresor) y Job (la víctima)? ¿De quién está hablando Job cuando dice
que esa persona va a “disputar […] con Dios, como con su prójimo”? (16:21). Es difícil
saber con certeza en quién estaba pensando concretamente, pero la respuesta parece ser Dios
mismo, como Job indica más o menos claramente en el siguiente capítulo: “Dame fianza, oh
Dios; sea mi protección cerca de ti. Porque ¿quién querría responder por mí?” (17:3).
Nosotros tenemos el privilegio de una revelación más completa que confirma la provisión de
Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad de Dios, para realizar esa misión, pero Job
sabía muy poco sobre su identidad. Job solamente parece haber obtenido la seguridad de que,
aunque Dios da la impresión de estar enojado con él, al final prevalecerá la justicia. Como lo
explica Hartley: “El drama de la redención gira alrededor de la antinomia que existe entre la
justicia de Dios —que a veces se expresa en forma de ira hacia el hombre pecador— y su
amor, que busca redimir a ese mismo hombre pecador”.9
Job dice que su “espíritu está quebrantado” (17:1 LBLA). A pesar de su confianza en la
vindicación en la vida después de la muerte, no es capaz de albergar ninguna esperanza para
el tiempo presente. No cree que vaya a vivir lo suficiente para verla en esta vida. Las afiladas
tijeras de podar del Señor han recortado su vida tan cerca de las raíces que no ve que vaya a
ser posible que vuelva a crecer alguna vez:
Cuando hayan pasado unos pocos años,
me iré por el camino sin retorno.
Mi espíritu está quebrantado,
mis días extinguidos,
el sepulcro está preparado para mí
(16:22–17:1 LBLA).
Muchas personas conocen este espíritu de abrumadora desesperación que ha invadido a
Job: una familia destrozada por el divorcio; un adolescente caído en la tela de araña de las
drogas, o de un embarazo no deseado; una pareja que se entera de que su hijo recién nacido
tiene una discapacidad. Al igual que Job, a veces sentimos que nada puede ayudarnos en este
tiempo presente. Lo único que parece abrirse ante nosotros es la realidad del dolor. Pero
mientras podamos hacer lo que hizo Job, habrá esperanza. Saber, con una percepción más
clara que la que Job jamás pudo tener, que hay uno en los cielos que ruega por nosotros como
por un amigo, es tener a nuestro alcance una fuente de poder y salud que nos dará fuerzas y
nos sostendrá.
A Job aún le queda otro argumento en su arsenal, que presenta en su defensa: sus amigos,
esos “escarnecedores” que le rodean (17:2), no deben salirse con la suya. Job los entrega al
tribunal de Dios (algo parecido sucede en 27:2–6), acusados de haberle escarnecido. Más
tarde les hará una advertencia específica sobre el castigo que les espera a quienes denuncian
a un amigo para su propio beneficio (17:5). La referencia es a la Ley recogida en
Deuteronomio 19:15–21, que dice que el castigo por falso testimonio consistirá en la
aplicación al falso acusador de la pena imputable al delito que denunciaba sin ser cierto. Job
está tan seguro de su inocencia que está dispuesto a correr el riesgo de que le declaren
culpable. No tiene una “fianza” que ofrecer por sí mismo. Esta solía ser una prenda o un
anillo que, quien pedía un préstamo, dejaba en manos de su acreedor como garantía de que
pagaría su deuda (cf. Génesis 38:17–20, donde Judá ofrece a su nuera, que se había hecho
pasar por una prostituta, su sello, su cordón y su báculo como fianza por un cabrito, que era
el pago que le había prometido por sus “servicios”). También podía ser una persona (cf.
Génesis 43:9; 44:32–34, donde Judá es la fianza por la vida de Benjamín). Puesto que Job no
tiene pertenencias ni amigos que dar como fianza, le pide a Dios que Él sea su fiador (17:3).
El testigo que se menciona en 16:19 tiene que ser Dios.
El discurso de Job termina, como ya señalamos antes, con un desesperanzado relato de
su aflicción. Se ha quedado sin amigos, las marcas de la muerte son visibles en su cuerpo y
la vida se le está escapando de las manos (17:5–16). Después de haberse recuperado tanto,
llegando a clamar por un testigo en el Cielo, vuelve a descender rápidamente al abismo una
vez más, al dejarse vencer por las circunstancias. Esto nos recuerda la experiencia de Pedro
en las aguas agitadas por la tormenta en el mar de Galilea (Mateo 14:22–36). ¡El único
consuelo que Job puede esperar para su dolor es la compañía de los gusanos! (17:14). Lo
único que le queda por hacer es prepararse para su nueva casa en “el Seol” (17:13). Y allí,
en la muerte, su esperanza morirá con él: “A la profundidad del Seol descenderán, y
juntamente descansarán en el polvo” (17:16). Es el suyo un pesimismo total. Si Job ha de
ser justificado, Dios debe actuar ahora, antes de que sea demasiado tarde y vengan por él las
fuerzas de las tinieblas.

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


“¡Atajo de miserables! Cualquiera podría hablar como lo hacéis vosotros, pero para ayudar a
un hombre que está deprimido hace falta tener compasión.
“Decís que si hablo empeoro las cosas, pero si dejo de hablar no dejo de tener dolor; así
que, ¿por qué habría de hacerlo? Estoy cubierto de llagas, me duelen los huesos y siento
como si mis riñones fueran a estallar de un momento a otro. Y lo que es peor, Dios me ha
puesto en vuestras manos, y lo único que sabéis hacer es burlaros de mí. Pero la verdad es
que no me importa lo que penséis de mí: lo importante es lo que piensa Dios de mí. Aun en
este mismo instante tengo a uno en el Cielo que está defendiendo mi caso.
“Señor, muéstrales que no soy culpable. No tengo a nadie más a quien acudir”.

DIOS NO NOS SUELTA


Estos últimos versículos nos recuerdan hasta qué punto Dios nos puede dejar caer. Tenemos
la seguridad de que su mano nos sujeta firmemente, aun cuando nosotros dejamos de
aferrarnos a Él. Pero esa verdad no excluye el hecho de que a veces permite que sus hijos
experimenten auténtica desesperación. Es, al fin y al cabo, el camino que anduvo el Salvador,
obligado a sufrir la angustia de ser desamparado por Dios (Mateo 27:46; Marcos 15:34).
Saber que el testigo de Job en los cielos puede compadecerse de sus debilidades (Hebreos
4:15) nos da una tremenda confianza. Y lo mismo sucede con todos los hijos de Dios.
Precisamente porque fue llevado hasta el borde mismo del precipicio de la desesperación,
Jesús puede ayudarnos con los recursos de su omnipotente compasión. Le oímos decirnos:
“He rogado por ti, que tu fe no falte” (Lucas 22:32). Pablo procura transmitir esta misma
verdad cuando, en un contexto que habla de enemigos y muerte, pregunta: “¿Quién es el que
condenará?” (Romanos 8:34). Quiere que recordemos que, con Cristo como Redentor,
tenemos a uno cuya preocupación por nuestro bienestar y nuestra prosperidad futura es
inamovible: “Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a
la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. ¡Él no nos soltará!
John Geere describió a uno de los antiguos puritanos ingleses en 1646 como alguien que
vivía conforme al lema “Vincit qui patitur” (“Vence quien sufre”). Es una buena descripción
para Job, aunque al final de su discurso esté desesperado. Pero vienen días mejores, y eso es
algo que nunca debemos olvidar.

12
Las calamidades de los impíos
Léase Job 18

SEGUNDO DISCURSO DE BILDAD


Varias son las descripciones que se le han dado a Bildad: “irascible”, “el tradicionalista de la
lengua afilada”,2 o alguien “más preocupado por su reputación que por paliar la necesidad de
Job”. Bildad es el sicario cuya falta de modestia y de decoro, resultado de su inexperiencia y
de su juventud, no pone freno a su boca a la hora de decir exactamente lo que piensa. No
tiene paciencia con Job, que carece de entendimiento (18:2), compara a sus amigos con
animales (18:3) y espera que el mundo dé un giro de 180 grados cuando a él le convenga
(18:4).
Apenas hay algo novedoso en las palabras de Bildad; la mayor parte es un sermón sobre
el destino de los impíos (18:5–21), algo que Job ha escuchado ya muchas veces, y que más
concretamente había sido la instrucción práctica al final de la última diatriba de Elifaz. Bildad
no ofrece la más mínima esperanza. En vez de eso, pinta un cuadro que titula “Las moradas
del impío”, que pretende ser un retrato de Job. Bildad es tan incisivo que algunos creen que
no es posible que esté describiendo a Job. Pero, según esa opinión, deberíamos encontrar su
descripción poco convincente, y es dudoso que así le pareciera a Job, pues hay evidencias
que indican que este discurso de Bildad le hirió profundamente.
Bildad emplea muchas armas.
1. La luz
“La luz de los impíos será apagada, y no resplandecerá la centella de su fuego” (18:5).
Una luz en las ventanas de la casa es señal de que hay vida en ese lugar. Job había confesado
estar en tinieblas (17:13), y Bildad echa sal a sus heridas insinuando que eso es prueba de su
impiedad. Job había desnudado su alma, y Bildad aprovechó para humillarlo aún más.
2. Un viejo que cojea
“Sus pasos vigorosos serán acortados” (18:7). Bildad presenta la imagen de un anciano que
anda a trompicones y que ya no es capaz de dar pasos largos: “De andar atléticamente ha
pasado a arrastrar los pies”. Como la luz que agoniza, el vigor de un hombre impío se apaga
muy pronto. Sus pasos acortados le hacen perder estabilidad, y se vuelve propenso a tropezar
y caerse. La idea contraria también puede hallarse en la Escritura: “Ensanchaste mis pasos
debajo de mí, y mis pies no han resbalado” (Salmo 18:36); “Cuando anduvieres, no se
estrecharán tus pasos, y si corrieres, no tropezarás” (Proverbios 4:12).
3. Trampas
Red será echada a sus pies,
y sobre mallas andará.
Lazo prenderá su calcañar;
se afirmará la trampa contra él.
Su cuerda está escondida en la tierra,
y una trampa le aguarda en la senda
(18:8–10).
Se utilizan aquí seis palabras diferentes (red, mallas, lazo, trampa [dos palabras distintas
en hebreo] y cuerda) con el propósito de recalcar que no es posible escapar. No hay
escapatoria para los impíos.
4. Enfermedad y miedo a la muerte
¿Qué le deparará el futuro a la persona impía? “Hambre”, “quebrantamiento” y
“enfermedad” que “roerá su piel” (18:12–13). El hombre que describe Bildad no es
solamente viejo; además, está enfermo. Le ha visitado “el primogénito de la muerte” (es
decir, la enfermedad), a modo de emisario de “[el] rey de los espantos” (es decir, la muerte)
(18:14) que prepara a sus víctimas para el encuentro con la Muerte, que aquí aparece
proclamada rey. Para este hombre, como para las víctimas de un estado de sitio, una llamada
en su puerta significa la llegada de oficiales que arrancan a hombres y mujeres de sus hogares
y los llevan por la fuerza ante un cruel potentado.
La experiencia humana, en todas partes, conoce el miedo que infunde la muerte. La
Epístola a los Hebreos describe a los redimidos como personas que “por el temor de la muerte
estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15). La muerte es traumática;
sobresalta, desconcierta e inquieta al más fuerte de entre los hombres. Sigue siendo el “rey
de los espantos”, y su emisario, la enfermedad, aunque sea muerto mil veces, reaparece una
y otra vez con nuevos disfraces para hacer su vil trabajo.
5. Fuego y destrucción
“Nada suyo mora en su tienda; azufre es esparcido sobre su morada” (18:15). Después de
que los que vivían allí han sido “arrancados” de su morada, la casa es quemada y destruida.
El fuego viene de lo alto, en una escena que nos recuerda las historias de Sodoma y Gomorra
(Génesis 19:24) y de Datán y Abiram (Salmo 106:17–18). El resultado es una destrucción
total, desde las “raíces” hasta las “ramas” (18:16).
Aun los recuerdos se destruyen en el fuego: “Su memoria perecerá de la tierra, y no
tendrá nombre por las calles” (18:17). Bildad está pensando en los gobernantes que, para
asegurarse de que seguirían vivos en la memoria de sus sucesores, escribían sus hazañas en
tablas de piedra (Absalón lo hizo, 2 Samuel 18:18). A veces los hechos de uno también se
escribían, para así ser “recordados”, en libros; gran parte de la motivación de Nehemías al
escribir su libro era que Dios se acordaría de él (Nehemías 5:19; 6:14; 13:14, 22, 29, 31). Es
posible que Job se esté refiriendo a esto mismo con algo que dice en el siguiente capítulo
(19:23–24).
Otra forma de asegurarse una memoria continuada de la existencia de uno era tener hijos.
Si un hombre tenía una muerte prematura, antes de tener hijos, la Ley del Antiguo Testamento
permitía el matrimonio de la viuda con un pariente de aquel (como en el caso de Rut y Booz).
Bildad declara que la “memoria” de Job desaparecerá: “No tendrá hijo ni nieto en su
pueblo” (18:19). Este es su escarnio más cruel, y abre dolorosas heridas por la pérdida de los
hijos de Job.
Bildad ha expresado su veredicto y ha dictado su sentencia: Job es un impío, y ya ha
empezado a pagar las consecuencias. Bildad se ha acogido una vez más a su teoría de la
inmediatez del castigo: que los impíos sufren aquí y ahora por sus crímenes contra Dios y
contra la Humanidad. Es una teoría simplista e ingenua. Uno se pregunta si Bildad habría
visto alguna vez aquello de lo que hablaba. Los impíos no caen en el olvido: ¡se sigue
hablando de Sodoma y Gomorra hasta el día de hoy! La visión que Bildad tiene del mundo
es pura fantasía. Job le había desconcertado. No fueron solamente las palabras de Job lo que
le inquietaba; era también el persistente pensamiento de que sabía que Job era un hombre
justo.
Bildad parece acalorarse tanto en sus intervenciones que provoca la sospecha de que sus
argumentos provienen de la desesperación, más que de una convicción. Todas las creencias
de Job son una afrenta al sistema teológico de Bildad. Está claro que le desconcierta en
extremo. Y su única defensa es atrincherarse en una opinión que —sospechamos— ni él
mismo se cree ya. Nadie en su sano juicio razonaría como lo hace Bildad; nos da la impresión
de estar ante un hombre más concentrado en mantener sus convicciones intactas que en
ofrecerle verdadera ayuda y comprensión a un amigo que sufre una terrible necesidad. A
veces tenemos que estar dispuestos a aceptar que no llevamos razón. Al menos deberíamos
tener el valor de admitir que, sencillamente, quizá estemos equivocados.

RESUMEN DEL SEGUNDO DISCURSO DE BILDAD


“Job, te estás comportando como un idiota. ¿Cuánto tiempo vas a debatir de ese modo?
Permíteme que te lo vuelva a explicar claramente: los impíos reciben castigos. Pierden su
salud, sus hogares y su descendencia. ¿Hace falta que diga algo más? Todo el mundo se ha
dado cuenta de ello, Job, menos tú. ¿De verdad eres tan tonto, o qué?”

13
Rechazado
Léase Job 19

RESPUESTA DE JOB A BILDAD


Job se siente rechazado por sus amigos, por Dios y por la sociedad.

RECHAZADO POR SUS AMIGOS (19:2–5)


La temperatura del debate está subiendo, y a Job le resulta difícil ser paciente con sus
consejeros. Su actitud parece ahora cobrar una nueva intensidad. Sus amigos le han
reprochado “diez veces” (19:3) (un número que indica plenitud; por ejemplo, es el número
de los dedos de las manos), con lo que quiere decirles que sus desvergonzados ataques
verbales han sido más que suficientes. Job hace entonces una afirmación sobre su pecado que
no puede ser sino hipotética: “Aun siendo verdad que yo haya errado, sobre mí recaería mi
error” (19:4). No es que Job esté diciendo que si ha pecado eso es asunto suyo, algo entre él
y Dios y que no tiene nada que ver con sus amigos. Más bien está afirmando que su pecado
no les ha afectado a ellos de ninguna manera. Es un problema que no sale de sus cuatro
paredes. Job no ha hecho nada que constituya un pecado contra sus amigos; los ataques que
le han dirigido no tienen ninguna justificación. ¡Parecen creer que ellos mismos fueran Dios!
(cf. 19:22).
Lo que también se discute es si la palabra “error” en 19:4 es un “término venial”. En otras
palabras, es muy posible que Job esté diciendo que está totalmente dispuesto a admitir que
ha pecado (¿quién no ha pecado?). El castigo por este “error” se encuentra en sus manos.
Pero no ha pecado gravemente, como ellos insistían; Job no está pensando en retirar su
defensa en cuanto a su inocencia, al menos en el sentido de que hubiera hecho algo que
mereciera el caos en que se halla (cf. 9:21; 10:7; 16:17).

RECHAZADO POR DIOS (19:6–12)


Lo que Job defiende es que la causa de su ruina no es su pecado: es Dios. “Dios me ha
derribado” (19:6), insiste. Con anterioridad ya expresó pensamientos similares: “Se ríe del
sufrimiento de los inocentes […] Si no es él, ¿quién es?” (9:23–24); “[Inquieres] mi
iniquidad, y [buscas] mi pecado, aunque tú sabes que no soy impío” (10:6–7); “Me ha
entregado Dios al mentiroso […] me hizo caer […] me desmenuzó […] me despedazó […]
me puso por blanco suyo […] partió mis riñones, y no perdonó; mi hiel derramó por tierra”
(16:11–13). Eso es lo que motivó la pregunta de Bildad: “¿Acaso torcerá Dios el derecho?”
(8:3), y más tarde las palabras de Eliú: “Sí, por cierto, Dios no hará injusticia, y el
Omnipotente no pervertirá el derecho” (34:12). Alcanza su punto culminante al final de este
capítulo, cuando en mitad de su ruego a sus amigos de que muestren algo de misericordia
hacia él, Job puntualiza su problema: “La mano de Dios me ha tocado” (19:21).
El problema de Job es muy común: cuando no vemos el plan completo solemos suponer
que hay algo en él que no funciona. Job no es consciente de la partida espiritual en la que él
mismo es una pieza. Por tanto la conclusión que saca es que Dios está contra él.
Las escenas se suceden rápidamente: Job se siente como atrapado en una red (19:6);
acorralado por un grupo de matones, sin poder pedir ayuda de ninguna forma (19:7);
bloqueado en su camino justo cuando se va a hacer de noche (19:8); humillado como un
príncipe destronado por un monarca extranjero (19:9); deshonrado, desarraigado y por
consiguiente sin esperanza (19:10; cf. 14:7–9, un árbol, aunque haya sido cortado, aún
conserva algo de esperanza porque sus raíces están intactas); como un guerrero forzado a un
combate en el que no tiene ninguna ayuda (19:11); rodeado por ejércitos de enemigos listos
para el asedio (19:12).
Dios es responsable de causarle daños físicos graves. En una última escena de desolación,
Job describe a Dios como un poderoso ejército rodeando una fortaleza enemiga y
construyendo una rampa, así como catapultas gigantes y arietes, para destruirlo. Cualquiera
que haya visitado Masada, en la costa Sudoeste del Mar Muerto, no habrá podido evitar sentir
algo del aislamiento que los celotes debieron de sentir cuando vieron a las legiones romanas
acampadas a su alrededor.
Job siente un aislamiento agudo: Dios le ha abandonado. Es una de las estrategias de
Satanás hacer que Dios parezca nuestro enemigo. “Presiona al alma —como lo explicó
Thomas Brooks— para que saque conclusiones falsas de los actos de la Providencia”. Vemos
esto en las inferencias de David en el Salmo 77. David se halla angustiado, sin poder dormir
y su “alma rehusaba consuelo” (Salmo 77:2). ¿Qué conclusión saca de ello? Que Dios le ha
rechazado para siempre, su amor se ha evaporado, sus promesas no se han cumplido, ha
olvidado su misericordia y ha cambiado su compasión por ira (Salmo 77:7–9). “Dios puede
parecer áspero —comenta Brooks— y reprender amargamente, y golpear duramente, aun en
una situación y en un momento en que su amor es grande. La mano de Dios estaba muy
firmemente contra Job y, sin embargo, su amor, su corazón, estaba muy firmemente a favor
de Job […] La mano de Dios fue dura con David y con Jonás, cuando su corazón estaba
grandemente con ellos. Aquel que concluya que el corazón de Dios está contra aquellos que
tienen la mano de Dios en su contra estará condenando a la generación de los justos, a quienes
Dios no condenaría injustamente”.
Hay tres remedios para este problema.
1. Lo que deseamos no es necesariamente lo mejor para nosotros. Como dice Brooks: “La
medicina suele obrar contra los deseos del paciente cuando no va contra su bien”.
2. Recordar que Dios hace que todas las cosas nos ayuden a bien (Romanos 8:28). El control
que Dios tiene sobre la providencia es absoluto. Las piezas del rompecabezas pueden parecer
muy desordenadas y no tener una forma definida, pero cuando se unen correctamente forman
una imagen perfecta. “Las operaciones de la divina providencia son tan oscuras, tan
profundas y tan cambiantes que aun las almas más sabias y más nobles no saben qué
conclusiones sacar de ellas”.
3. Todo trato que Dios nos dé (aun si nos entregara al diablo para una prueba transitoria)
no hará más que ayudarnos en nuestro caminar hacia el Cielo. Como ya hemos visto, los
consejeros de Job obraban sobre un marco de referencia “terrestre”. Olvidaron la noción de
un mundo venidero en el que se enmendarán los males y se corregirán las injusticias.
Debemos recordar constantemente que este mundo no es el único que hay, y que la vida en
la Tierra, en el mejor de los casos, no es sino una preparación para una futura vida más
completa, más plena, más importante, eterna. Con esa idea en mente Pablo obtenía las fuerzas
con que enfrentarse a sus conflictos personales: tenía el “deseo de partir”, le dijo a la iglesia
en Filipos, utilizando la palabra griega analusis: un término empleado para referirse a la
última cuerda que se soltaba del amarradero antes de que el barco saliese al puerto y partiese
de allí a un nuevo viaje.

RECHAZADO POR LA SOCIEDAD (19:13–19)


En el sentimiento de aislamiento que tiene Job hay mucho más en juego. Sus hermanos se
han apartado de él, sus conocidos lo han olvidado, sus parientes lo han abandonado, sus
amigos lo han dejado, sus siervos no le hacen caso, su mujer lo ha rechazado, los niños se
burlan de él y aquellos que una vez lo amaron ahora lo desprecian (19:13–19). Salen a la
superficie detalles de su estado físico, que incluyen: mal aliento (algo que disgusta a su mujer,
19:17 LBLA), su apariencia —que describe como “mi piel y mi carne [pegados] a mis
huesos”— y la caída de sus dientes (19:20).
Bildad no ha intentado en ningún momento ayudar a Job; ¡ni siquiera le ha estado
escuchando! “Una persona que sufre siente que se le está ayudando en cuanto nota que
alguien comienza a comprenderle. Una vez se le preguntó a un moribundo qué era lo que más
deseaba encontrar en las personas que le atendían. ‘Alguien que parezca intentar
comprenderme’, contestó. No buscaba a alguien que lo consiguiera, sino tan solo a quien le
quisiera lo suficiente como para intentarlo”.
Alguien que sufre desea poder hablar con otra persona que le comprenda. “Vi su corazón
en su rostro”, escribió Shakespeare. Uno de los aspectos más importantes de cualquier
ministerio entre aquellos que sufren es lo que alguien llamó “el ministerio de la presencia”.
Esto es fundamental en el ministerio del pacto que Dios tiene con nosotros:
Aunque pase por el valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo
(Salmo 23:4 LBLA).

Este mismo pensamiento le dio fuerzas a Pablo cuando, encarcelado en Roma, le escribió
a la iglesia en Filipos: “Bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación” (Filipenses
4:14). Job no tenía a nadie que pudiese participar con él en su desgracia. Era un hombre
desolado.

UN CAMBIO DE TONO (19:21–22)


Es sorprendente que Job pase ahora a pedirles a sus amigos que tengan “compasión” de él
(19:21), sobre todo por cuanto le sigue un discurso contra sus amigos tan agresivo como el
que más en el resto del libro (19:28–29). La verdad es que no se puede decir que Job haya
procurado ganarse la compasión de sus amigos, tras acusarles de traición (6:15), crueldad
(6:27), necedad (12:2–3; 13:2), inutilidad (13:4), mentira (13:7) y parcialidad (13:7–9). Para
Job, eran unos “consoladores molestos” (16:2) que casi habían logrado angustiarlo y hundirlo
(19:2).
¡Así no se hace uno amigos, ni se puede tener influencia sobre los demás! No obstante,
situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, y, como ya dijimos, no debemos
esperar que las palabras de Job se caractericen por un razonamiento claro y lógico. Si sus
amigos tan solo dejaran de acosarle, Job estaría satisfecho. No espera mucho de ellos.
Ciertamente no espera que se pongan de su parte; lo único que quiere es un poco de
amabilidad. Tal vez el cargo más grave contra estos consejeros sea el hecho de que no se
compadecieron de su amigo. Un cargo, por desgracia, que también se podría presentar contra
la Iglesia desde los tiempos de Job, por su falta de compasión que en demasiadas ocasiones
ha sido evidente entre sus miembros.

RESURRECCIÓN (19:23–29)
Igualmente inesperado es que Job, después de detallar su desolación, haga un inciso que
constituye la afirmación de su fe más conocida de todo el libro. De hecho, en ese momento
Job está tan convencido de la realidad de su futura justificación que pronuncia una solemne
advertencia contra sus amigos (19:28–29). Debemos situarla claramente en su contexto.
El anhelo de Job es que su alegato de inocencia quede escrito para la posteridad: está
convencido de que va a morir. Si se escribiera en un libro (19:23), o mejor aún, en piedra
(19:24), “quizá ello le consiguiera una audiencia, y probablemente un veredicto menos duro,
de las generaciones futuras. Con la inclusión de la historia de Job en las Escrituras, ese deseo
se ha cumplido más de lo que Job podía imaginar”. Dios respondió al menos a esta oración.
Creemos que surgió del punto más bajo de la vida espiritual de Job. “De lo profundo, oh
Jehová, a ti clamo”, dijo el salmista, y Job podría identificarse con ese sentimiento. ¡Dios oye
esos clamores de desesperación!
La esperanza de una futura justificación es una cosa, pero el juicio justo de las
generaciones venideras puede que suceda o puede que no. Es hora de que Job analice su
posición actual.
Hasta ahora nos ha contado lo que “sabe”. “Sabe”, por ejemplo, que Dios es su enemigo
(6:4; 10:8–14; 13:24; 16:7–14; 19:7–12); que pronto morirá (7:21; 16:22), “asesinado” por
Dios (12:15; 16:18); que no tiene ninguna posibilidad de obtener la justificación de Dios
(9:2–3, 20, 28–33; 19:7); y, sobre todo, que es inocente (13:16; 16:19–21). Pero ha llegado
el momento de aclarar algo más que también “sabe”, algo que ha estado luchando por inferir
de su tormento desde el principio: que hay un Vindicador celestial, divino, que llevará su
caso ante Dios. Job ya había intentado dos veces expresar ese pensamiento con palabras
(9:33; 16:18–22). Aquí alcanza su clímax, pues ahora no solamente sabe que su Vindicador
existe, sino que cree que será el ganador.
Yo sé que mi Redentor vive,
y al fin se levantará sobre el polvo;
y después de deshecha esta mi piel,
en mi carne he de ver a Dios;
al cual veré por mí mismo,
y mis ojos lo verán, y no otro,
aunque mi corazón desfallece dentro de mí
(19:25–27).
¿Qué es, exactamente, lo que sabe Job?
1. “Mi Redentor vive”
Un redentor (go’el) era el pariente más cercano de una persona (hermano, tío, primo o algún
otro pariente) a quien le correspondía la obligación de comprar una propiedad que había
pertenecido a la familia para así conservarla como parte de la heredad familiar (Levítico
25:25–34; Jeremías 32:6–8); o pagar la cantidad de dinero necesaria para sacar a un pariente
de la esclavitud (Levítico 25:35–54); o casarse con una viuda y darle un heredero al marido
muerto (Rut 3:12; 4:1–12); o aun vengar la muerte de un familiar asesinado (Números 35:12,
19–27; Deuteronomio 19:6, 11–12; Josué 20:2–5, 9). Cada israelita tenía que pagar un
“rescate por su vida” cuando se hacía el censo nacional; los primogénitos (que, desde la
Pascua, pertenecían a Dios), y especialmente los que excedían el número de levitas que los
sustituían, debían ser redimidos; el dueño de un toro de notoria peligrosidad, si este mataba
a un hombre, debía morir también a menos que redimiera su vida mediante el pago de la
suma adecuada; y un israelita que al arruinarse se viera obligado a venderse a sí mismo como
esclavo, podía más tarde redimirse a sí mismo o ser redimido por un pariente (Éxodo 21:28–
32; 30:12–16; 13:13; 34:20; Levítico 25:47–55; Números 3:40–51).
Lo que esto representaba era el pago que alguien debía hacer para liberar una propiedad
de una hipoteca, o a un animal de la muerte, a personas de la esclavitud o la muerte, o al
difunto de la deshonra, para conservarlos (o conservar su memoria [nombre]) en la familia.
Job está seguro de que existe un redentor semejante que defenderá su causa y actuará como
un miembro de su familia que debe proteger su honor e integridad. Job considera su vida
perdida; Dios parece haberle acechado hasta el borde de la muerte. Si muere, que es lo que
él espera, era la función del redentor vengar el derramamiento de sangre inocente. Aun si
todos los demás le repudian (sus “amigos” ciertamente lo habían hecho), Job está seguro de
que su Pariente divino hablará a su favor y presentará una apelación que ganará una audiencia
con Dios. La existencia de dicho Redentor divino formaba parte de la creencia del Antiguo
Testamento. Isaías, por nombrar un caso, se refiere a Dios como “Rey de Israel, y su
Redentor” (Isaías 44:6).
2. “Al fin se levantará sobre el polvo”
La nota al pie de página en la New International Version sugiere otra posible traducción: “Al
fin se levantará sobre mi tumba”. Aunque Job no pueda obtener justicia en este mundo;
aunque su caso permanezca dejado a un lado por los tribunales humanos; aunque, después de
todo, no pueda ni siquiera conseguir una audiencia con Dios en este tiempo presente, vendrá
un día en que Dios se levantará sobre la Tierra, se levantará a hacer un juicio, y justificará a
Job. Lo que impulsa a Job a seguir adelante es su creencia en la justicia. El juicio de Dios
supondrá su gloria. Será su absolución. En esto se refugia Job.
3. “En mi carne he de ver a Dios”
Aquí surge un problema: ¿cómo puede Job “ver” si está muerto y en su tumba, y sus ojos
destruidos? Esto ha hecho pensar a algunos que Job está expresando un deseo de poder ver a
Dios ahora, mientras sigue con vida (“en su carne”). Así lo entienden algunos intérpretes
evangélicos, como ya lo hicieran algunos de los más eminentes padres del cristianismo. Otros
intérpretes están convencidos igualmente de que lo que Job está afirmando aquí es su creencia
en cuanto a lo que le espera tras la muerte. Job está convencido de que está a punto de morir
(17:1). ¡Toda su esperanza terrenal se ha esfumado! “A su parecer, se está hundiendo en la
tumba, rodeado de todo tipo de pruebas de la implacable hostilidad de Dios; cualquier
posibilidad de recibir de nuevo el favor de Dios en esta vida ha sido, a su entender,
completamente eliminada; y sin embargo, es muy firme su convicción interior de la realidad
de la amistad y la gracia redentora de Dios para con él, atraviesa las fronteras del tiempo,
cruza los límites de lo visible y lo tangible y comprende que las muestras del amor divino,
que aquí se le niegan, se le concederán allí”.
Según esa primera interpretación (que Job esté haciendo una afirmación sobre esta vida)
el versículo siguiente será un deseo de Job, más que una confesión de su fe: “Al cual veré
por mí mismo” significará: “¡Cuánto me gustaría poder verle!” Y la intensidad del deseo es
tal que su corazón desfallece dentro de él (¡una frase tan difícil de traducir que alguien
propuso interpretarla: “Mis riñones han ido a parar a mi pecho”!).
No hace falta decir que esta interpretación encuentra su cumplimiento en los
acontecimientos del capítulo 42, cuando Dios ciertamente justifica a Job en la Tierra,
devolviéndole su fortuna y honor (42:10, 12), y donde se nos dice que Job “ve” a Dios,
cumpliéndose así su deseo punto por punto (42:5).
En el texto del libro de Job existe apoyo para esta opinión. Ha habido momentos en que
Job ha expresado un pesimismo total en cuanto a la vida después de la muerte:
Como la nube se desvanece y se va,
así el que desciende al Seol no subirá
(7:9).
Antes que vaya para no volver,
a la tierra de tinieblas y de sombra de muerte
(10:21).
Mas el hombre morirá, y será cortado;
perecerá el hombre, ¿y dónde estará él?
Como las aguas se van del mar,
y el río se agota y se seca,
así el hombre yace y no vuelve a levantarse;
hasta que no haya cielo, no despertarán,
ni se levantarán de su sueño
(14:10–12).
¿Dónde, pues, estará ahora mi esperanza?
Y mi esperanza, ¿quién la verá?
A la profundidad del Seol descenderán,
y juntamente descansarán en el polvo
(17:15–16).

Hay quienes creen que tales pasajes son incompatibles con la clara descripción que Job hace
aquí de su creencia en la resurrección del cuerpo. Hay varios factores que deben tenerse en
consideración.
En primer lugar, no es extraño que una persona en el estado mental y físico de Job
manifieste considerables variaciones en su estado de ánimo. Es muy común en personas con
depresión, o que padecen dolores, tener ataques repentinos de desesperación seguidos por
momentos de valor y firmeza en su fe. ¿Habríamos de esperar encontrar en el libro de Job
una uniformidad de razonamiento como la de un debate en un tribunal? ¡Claro que no! Al
leer el libro de Job nos sentimos como si estuviéramos sentados junto a él en su montón de
ceniza, y el hecho de que en un capítulo esté totalmente deprimido y en el siguiente eufórico
es perfectamente natural, en sus circunstancias; en realidad esto hace a Job aún más
“humano” y comprensible, pues todos hemos pasado por momentos parecidos.
En segundo lugar, esas referencias, si bien excluyen la posibilidad de regresar a esta vida
como Job la veía, no niegan una resurrección a una nueva forma de vida. Es totalmente cierto
que si Job muriera no podría esperar regresar a la vida como, por ejemplo, le ocurrió a Lázaro.
El pesimismo en cuanto al poder de retención de la tumba es ciertamente compatible con la
mayor seguridad cristiana sobre una futura resurrección del cuerpo.
En tercer lugar, toda interpretación de este pasaje ha de tener en cuenta la percepción que
muestran declaraciones de Job como las de 14:14 y 16:19. Respecto a esto, un comentarista
ha dicho: “En el núcleo de la fe de Job está la esperanza de la resurrección”. Esta es la opinión
más extendida entre los evangélicos: que Job está hablando de su fe en que será justificado
después de su muerte y en un estado corporal; es decir, que Job está afirmando su creencia
en una futura resurrección del cuerpo. “Algunos, que desean hacer alarde de su inteligencia,
arguyen que esto no debe entenderse como una referencia a la resurrección final, sino al
primer día que Job esperaba que Dios le tratara mejor”, dice Calvino. Luego añade a modo
de comentario: “Eso lo aceptamos, en parte. No obstante, les obligaremos a admitir, tanto si
quieren como si no, que Job no podría haber alcanzado tan elevada esperanza si su aspiración
hubiera permanecido en la Tierra. Debemos, por tanto, reconocer que alzó sus ojos hacia una
inmortalidad futura, pues vio que su Redentor estaría con él aun mientras yaciera en la
tumba”. Job cree que aunque tiene que morir y ser consumido, estará no obstante en la
presencia de Dios con un cuerpo nuevo. Verá a Dios como su pariente, no como el extraño
hostil que ahora es (19:11–12).
La aseveración de Job nos ha recordado (¡y a él mismo!) que esta vida no es la única que
hay. La vida en la Tierra es, en el mejor de los casos, una preparación para una vida más
completa, más plena y más importante, al otro lado de la tumba. Con la percepción que nos
da el Nuevo Testamento sabemos que, para los cristianos, la muerte no es la puerta a la
oscuridad eterna, sino el medio de reunirse con Cristo. En la disolución final del cuerpo, Él
nos lleva a una comunión más plena y más íntima que nunca. Después de todo, el Nuevo
Testamento nos asegura que en Cristo tenemos a uno que “no se avergüenza de [llamarnos]
hermanos” (Hebreos 2:11). ¡Somos sus hermanos! Él es, como quien dice, nuestro Hermano
Mayor. Él también ha pasado esta experiencia del dolor que conduce a la muerte, y se alzó
victorioso al otro lado. Nuestro Pariente-Redentor es uno que ha probado la muerte por
nosotros (Hebreos 2:9). Lo que tenemos aquí en las palabras de Job son los comienzos de lo
que la revelación progresiva revelaría más tarde como las doctrinas de la Venida de Cristo al
final de los tiempos, la resurrección del cuerpo y el Juicio Final.

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


“¡Sois el colmo! Me estáis insultando todo el rato. ¿No sabéis hacer otra cosa? Dios me ha
herido, y cuando clamo, nadie me contesta. Verdaderamente, me ha quitado todo lo que tenía.
Mis criados ya no me hacen caso; aun mi mujer se ha vuelto contra mí. Lo único que quiero
de vosotros es un poco de amabilidad.
“¡Ojalá se escribieran mis palabras! Pero sé que mi Redentor vive y que un día, sí, un día,
Él lo arreglará todo de nuevo. Sé que esto es cierto”.

UN RAYO DE ESPERANZA EN EL ABISMO DE LA DESESPERACIÓN


Aún queda por hacerse una observación. Hemos visto a Job alcanzar las cumbres de la
confianza espiritual en la justicia de Dios, que finalmente le justificará. También le hemos
visto sondear los abismos de la desesperación y la confusión. ¿Podrá alguien expresar tan
esperanzados pensamientos en mitad de tales tinieblas? Robert Davis, pastor de una iglesia
estadounidense grande y en aumento, ha escrito sobre su experiencia personal de la
enfermedad de Alzheimer. En el transcurso de solamente siete meses, en los que se jubiló del
ministerio, describió su experiencia como “una combinación de cambios médicos,
psicológicos, mentales y espirituales que me zarandearon como a un corcho en el océano.
Durante ese tiempo tuve una experiencia especial, sublime, que me acercó al resplandor de
Cristo más de lo que nunca he estado. También durante ese tiempo pasé momentos de suma
oscuridad, en los que no había ni siquiera luz del resplandor de la Luna; momentos en que
me convencí de que Cristo me había abandonado a ser consumido por los terrores de las
tinieblas”.
Las aflicciones son “los arqueros de Dios”, comenta Calvino, contra los cuales la mejor
reacción es la sumisión: “Contentémonos andando por dondequiera que Él nos guíe y dirija,
estando seguros de que su sola voluntad ha de ser para nosotros una guía infalible; al ver a
Job tan dominado por sus emociones, comprendamos que es muy duro para nosotros
someternos únicamente a la voluntad de Dios, sin preguntar el motivo de sus actos,
especialmente de los que sobrepasan nuestra inteligencia y entendimiento”. En su examen
del tema del sufrimiento, Calvino nos dice una y otra vez que el propósito del libro de Job no
es proporcionar explicaciones para dicho sufrimiento, sino indicar que la sumisión es el
camino de la sabiduría.
A pesar de la confusión que había en su mente, Job permaneció convencido de la
existencia de Dios.
Janet Zorick, una cristiana luterana, perdió a su marido en un terrible incendio en un
edificio lleno de gente. Ella también había estado allí cuando se produjo el incendio, pero su
marido la salvó. Ella escapó, pero su marido no. Después de aquello, pasó un tiempo hasta
que Janet logró superarlo. Se acordaba de sus palabras: “Uno de nosotros ha de salvarse, por
nuestros hijos”. Miraba el ennegrecido reloj que le entregaron más tarde. Se acordaba del
extraño hecho de que el cuerpo carbonizado de su marido solo llevaba puesto un zapato.
¿Cómo podía Dios permitir tales cosas? Janet llegó a la conclusión de que tenía que creer en
Dios: “Tiene que haber un Más Allá; si no, ¿qué sentido tiene todo?”, dijo.
Eso es precisamente lo que Job está tratando de decir. En las tragedias de la vida hay una
providencia global, una mano benévola, en acción, y va guiando toda la Historia de la
Humanidad hacia un punto culminante: el misterio del Cielo nuevo y la Tierra nueva. En ese
proceso tienen lugar grandes trastornos, pero todos y cada uno de los hijos de Dios serán
llevados a salvo ante Él y vivirán con Él para siempre.
Esta visión es lo que nos hace seguir adelante en días de tinieblas. Es lo que sostuvo a
Job en su hora de necesidad.

14
Pecadores en manos de un Dios enojado
Léase Job 20

SEGUNDO DISCURSO DE ZOFAR


Cuando Jonathan Edwards predicó su famoso sermón “Pecadores en manos de un Dios
enojado” a su congregación en Nueva Inglaterra, se dice que sus oyentes se agarraban a sus
asientos hasta que se les ponían blancos los nudillos de las manos, por el temor de caer en el
Infierno. Quienes escucharan el sermón de Zofar bien pudiera ser que hicieran lo mismo;
todos, claro, excepto Job. Job no veía que fuese pertinente a su caso.
La advertencia que Job hizo sobre la espada (19:29) ha enfurecido a Zofar en extremo.
Le ha producido “pensamientos” y una gran “inquietud interior” (20:2 LBLA). Se siente
“reprendido” y “deshonrado” por ella (20:3). ¡Se siente obligado a hablar utilizando la gran
biblioteca de su “inteligencia”! (20:3). El problema es que su repertorio solo consiste en una
canción, y lo cierto es que no es una canción en absoluto, sino un canto fúnebre sobre el
destino de los impíos. Considerado de forma abstracta, es un sermón casi perfecto, de
destacable coherencia y apropiada aplicación práctica. Tras un primer discurso bien
equilibrado, que describía tanto el destino de los justos como el de los impíos, ahora se
concentra exclusivamente en su parte negativa.

LA DESTRUCCIÓN DE LOS IMPÍOS (20:4–11)


La alegría del impío es hueca, y no dura mucho tiempo (20:5). Lo cual no es precisamente el
pensamiento cristiano del himno que dice: “Gozo inmutable y tesoros duraderos solo los
conocen los hijos de Sion”. A Zofar le preocupa más señalar lo negativo que lo positivo. El
castigo inmediato de los impíos forma parte de su visión del mundo. Job no puede ser una
excepción. Su orgullo podrá subir hasta los cielos, pero, como dicen: “Cuanto más alto se
llega, más dura será la caída” (20:6). El impío será consumido como combustible
(“estiércol”) en el fuego (20:7). Se desvanecerá como un sueño (20:8), como un hombre que
desaparece (20:9). Su riqueza y la fuerza de su juventud se agotarán juntamente con él
(20:10–11). Al final regresará a lo que es: “polvo” (20:11).

HACER EL MAL NO ES PROVECHOSO A LA LARGA (20:12–23)


Los buenos predicadores suelen utilizar ejemplos para hacerse entender bien. Zofar no es una
excepción, y emplea aquí una prolongada metáfora (la comida) para hilvanar sus enunciados.
Así pues, se refiere a la “boca” (20:12), la “lengua” (20:12), el “paladar” (20:13), las
“entrañas” (20:14), el “vientre” (20:15, 23), y a acciones como saborear (20:12), tragar
(20:15), vomitar (20:15) y chupar (20:16), a alimentos como la “miel” y la “leche” (20:17)
y las cosas dulces (20:12) y agrias (20:14). Lo que Zofar está intentando decir lo resume un
proverbio: “El pan obtenido con falsedad es dulce al hombre, pero después su boca se llenará
de grava” (Proverbios 20:17 LBLA). El hombre impío disfruta de sus malas acciones como
un niño que chupa el último jugo de un caramelo y lo saborea. Y, como saben quienes comen
caramelos, estos al final se disuelven.
El pecado muchas veces tiene una capa exterior de azúcar, y parte de la madurez cristiana
consiste en darse cuenta de que algunas cosas que parecen dulces por fuera pueden estar
llenas de veneno mortal por dentro. Si uno se traga siquiera un bocado, su sustancia emética
se libera en el organismo, provocando el vómito.

NO HAY ESCAPATORIA PARA EL IMPÍO (20:24–29)


Quizá porque se acordó de que Job había dicho que Dios le estaba atacando como un guerrero
en una batalla (16:13), Zofar cambia su ejemplo de la comida a algo con un tono más militar.
No hay escapatoria del castigo final de Dios para el impío. Aun si se librara de un arma, lo
atrapará otra (20:24). Finalmente, quienes hacen el mal, y todas sus ganancias, serán
consumidos por el fuego y la ira de Dios (20:26, 28). Zofar parece estar contradiciendo sin
ambages la afirmación que Job hiciera anteriormente, cuando exclamó: “En los cielos está
mi testigo” (16:19), añadiendo que no sirve de nada que Job solicite un juicio, pues la Tierra
y el Cielo mismos se levantarán y darán testimonio de su iniquidad (20:27). “Esta es la
porción que Dios prepara al hombre impío”, concluye Zofar, dejando claro que quiere que
Job se lo tome como algo personal y muy serio (20:29).
Zofar no tiene nada más que decir. Estas son sus últimas palabras para Job. Parece haber
tomado una decisión en cuanto a su amigo: lo considera un caso perdido. Ni siquiera se
molesta en pedirle que se arrepienta; tal es su convencimiento de que está totalmente perdido
y condenado. Zofar ha dado la impresión de ser como un disco rayado. En un intento
desesperado de buscar algo concreto que presentar en sus cargos contra su amigo, parece
tener un rencor especial por la riqueza de Job. No puede sacarse de la cabeza que Job debió
de adquirirla de forma ilícita (cf. 20:10, 18, 21, 22, 26, 28). Es muy probable que Zofar tenga
envidia. No sería la primera vez que un predicador ha censurado a su audiencia por algo que
más bien radica en su propio corazón. Cuando nos encontremos actuando como consejeros y
debamos dar una reprensión de este tipo, tenemos que estar seguros de que nuestros motivos
son puros. Es difícil no sospechar que los de Zofar no lo eran.

RESUMEN DEL DISCURSO DE ZOFAR


“¡Job, me estás poniendo furioso! Insultas a la gente y eres arrogante. Lo que digo lo sabe
todo el mundo, ¡excepto tú, según parece! Las personas impías perecen pronto. Al final
obtienen lo que andan buscando. Puede que la vida les vaya bien por un tiempo, pero termina
por volverse contra ellos. Dios juzga a la gente así. Eso es lo único que tengo que decir”.

15
¡Los impíos prosperan y los justos sufren!
Léase Job 21

RESPUESTA DE JOB A ZOFAR


En los discursos de Job hasta ahora, este ha procurado exponer su propia defensa, a veces
irrumpiendo luego en una oración. Ha llegado el momento, no obstante, de rebatir
frontalmente los comentarios de sus amigos. Se puede ver en las palabras de Job cómo cita
directamente cosas que sus amigos han dicho, lo que demuestra, como mínimo, que ha estado
escuchando lo que tenían que decir. Comienza rogando a sus amigos que le presten atención:
“Oíd”, “toleradme”, “miradme”, “poned la mano sobre la boca” (21:2, 3, 5).
Job pide un poco de auténtico “consuelo” (21:2). Aunque ansía conseguir que todos sus
“amigos” le escuchen, parece querer captar la atención de Zofar especialmente, sugiriendo
(en singular, no en plural) que cuando haya terminado su discurso, Zofar podrá volver a
burlarse de él (21:3). Está claro que a Job le dolieron sus palabras. “Romperán mis huesos
piedras y palos, pero tus palabras no me harán daño”(*) es un refrán pueril que la verdad es
que nunca fue muy realista. Las palabras pueden herir a otros profundamente. Por eso la
Biblia se empeña tanto en darnos instrucción sobre el uso que debemos hacer de nuestra
lengua (cf. Santiago 3:1–12).
Referencia Cita de los discursos deTesis de los amigosRefutación de Job
los amigos analizada

21:7 5:5; 15:20; 20:15–18 La riqueza de los impíosLa riqueza de los impíos
no les supone ningunaes real y duradera (21:7);
ventaja. provee aun para su d e s
c e n d e n c i a (21:8).

21:7, 13 20:11 Zofar había afirmadoJob insiste en que


que los impíos mueren“siguen viviendo” (21:7
prematuramente. LBLA). Lo que es más,
al envejecer su poder
aumenta: una palabra
que “puede significar
capacidad física, aptitud
para el mando y
prosperidad
material”.
“Pasan sus días en
prosperidad, y en paz
descienden al Seol”
(21:13).

21:8, 11 18:19 Bildad había dicho queJob responde que “su


los impíos mueren sindescendencia se
hijos (como estaba arobustece a su vista, y
punto de sucederle asus renuevos están
Job). delante de sus ojos”
(21:8) y que “salen sus
pequeñuelos como
manada, y sus hijos
andan saltando”
(21:11).

21:17–19 18:5; cf. 5:4; 20:10 A los impíos se los lleva“¡Oh, cuántas veces
el viento como si fueran[…]!”, contesta Job
paja. escépticamente.
Pero sus amigos tienen
una respuesta para esto:
a veces Dios castiga a
sus hijos en vez de a
ellos. Elifaz y Zofar
lo habían
dicho (5:4; 20:10; cf.
21:19). Job encuentra
esta idea
intrínsecamente injusta.
Un hombre debería
sufrir las consecuencias
de su pecado él mismo.

21:19–21 5:4; 18:19; 20:10, 21 Dios castigará a los hijosMuchas veces, los hijos
si no castiga al que hacede los impíos son más
el mal. poderosos que sus
padres (21:8); esta
doctrina es moralmente
inaceptable (21:19–
21).

21:22 4:17; 11:5–9; 15:8–14 Los amigos de Job leLa muerte es la gran
rebaten su derecho aniveladora; tanto los
cuestionar buenos como los malos
continuamente lamueren. Eso no quiere
voluntad de Dios en ladecir nada sobre su
muerte de las personas.estado ante Dios (21:22–
Job no debería26).
cuestionar los caminos
de Dios. (5)

21:28 15:34; 18:21; 20:28 “Muéstranos, si puedes,“Muchos viajeros


a un impío que viva enpodrán contaros que hay
un palacio. ¡No haymuchos impíos que
ninguno!” viven en gran lujo. Y no
solo eso, sino que
también mueren
rodeados de lujo. Sus
funerales son
acontecimientos
esplendorosos (21:31–
33). Sus riquezas, que
ganaron ilícitamente, se
asegurarán de que sus
tumbas estén bien
cuidadas generación tras
generación”.

Quizá nos ayude fijarnos en algunas de las cosas a las que Job ha hecho referencias
concretas (ver tabla).
A Job no le ha llamado mucho la atención lo que sus amigos tenían que decir. Por muy
ciertas que puedan ser sus palabras en otro contexto, son irrelevantes por lo que a Job respecta
y, por tanto, “falacia” (21:34). Sus amigos han demostrado ser infieles. Job siente que
merece algo mejor. Han roto su confianza. Han sido desleales. Es algo de lo que Job ya les
había acusado antes (13:1–12; 16:2). “¿Cómo […] me consoláis?”, pregunta Job (21:34).
Finalmente encontraría su consuelo, pero no en estos hombres. “Los grandes corazones solo
pueden haberse formado por grandes aflicciones —escribió Spurgeon—. La pala de la
aflicción cava el estanque de la comodidad haciéndolo más profundo, creando más espacio
para la consolación”. Es evidente que Zofar y sus compañeros habían conocido poco
sufrimiento en sus propias vidas. No eran los más apropiados para ofrecer esos fríos consejos
a su atribulado amigo. No se puede evitar la sensación de que al final de su discurso, Zofar
está tan entusiasmado con su propia elocuencia que se ha olvidado por completo de Job.
Quizá no sea un juicio demasiado severo concluir que a los amigos de Job les gustaba el
sonido de sus propias voces.

“¿HASTA CUÁNDO, OH SEÑOR?”


El mensaje principal de Zofar era que los impíos solo disfrutan del fruto de sus pecados por
poco tiempo. Si el castigo de Dios se retrasa un poco, será solamente eso: un poco. Pero Job
cree que esta premisa es errónea.
Job habla de los impíos mencionando en particular su blasfemia. Los describe diciéndole
a Dios:
Apártate de nosotros,
porque no queremos el conocimiento de tus caminos.
¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos?
¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él?
(21:14–15).
¿Y se les juzga por ello? ¡No! Los impíos “pasan sus días en prosperidad, y en paz
descienden al Seol” (21:13). “Viven” hasta ser muy ancianos (21:7), al contrario de lo que
había dicho Zofar (20:11); llegan a ver cómo “su descendencia se robustece” (21:8), al
contrario de lo que había afirmado Bildad (18:19); sus casas son lugares seguros (21:9), al
contrario de lo que había insinuado Elifaz (5:24); y sus ganados (es decir, su seguridad
económica) “engendran, y no fallan” (21:10). Esto puede ser un poco exagerado, pero a
menudo es así como percibimos la situación en que nos encontramos.
En realidad, que uno sea bueno o malo no parece cambiar nada (21:22). Los ricos y los
pobres mueren juntamente, y a Dios no parece importarle (21:23–26). Aun cuando están
muertos, sus tumbas están bien cuidadas y protegidas (21:32). En otras palabras, no da la
impresión de que los que viven sin Dios sufran mucho.

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


“Escuchadme, ya sé que no estoy siendo paciente, pero digo yo que eso es comprensible. Me
tiembla todo el cuerpo al considerar lo que me está sucediendo.
“Eso que os empeñáis en repetir, sencillamente no es cierto. Sé que mucha gente impía
prospera y llega a ser muy poderosa. Ellos prosperan, y sus familias prosperan, y esto aun
después de su muerte. Tienen todo lo que necesitan, y nunca parecen tener problemas. Aun
insultan y se burlan de Dios y no les ocurre nada. De veras; lo he visto con mis propios ojos.
“No suele pasar que un impío sea juzgado en este mundo. ‘Entonces el castigo lo reciben
sus hijos’, decís vosotros. Pero Dios debiera castigarlos a ellos, y no a sus hijos.
“Lo que decís no tiene sentido. ¡Son paparruchas! Sencillamente, no es verdad”.

ANÁLISIS DE LA RESPUESTA DE JOB


La respuesta de Job es la verdad, pero solo hasta cierto punto. Es cierto que Dios derrama
los dones de su gracia común sobre los impíos así como sobre los justos. Pero existe un
propósito detrás de su forma de actuar. Pablo señala cuál es ese propósito: pretende guiar a
los impíos al arrepentimiento. “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y
longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).
Dios “hace salir su sol sobre malos y buenos, y […] hace llover sobre justos e injustos”
(Mateo 5:45) con fines evangelísticos.
Job no fue el único que se quejó por el modo de actuar de Dios. Habacuc lo hizo en su
día:
¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré,
y no oirás;
y daré voces a ti a causa de la violencia,
y no salvarás?
(Habacuc 1:2).

¿Por qué permite Dios que sucedan ciertas cosas? ¿Por qué les ocurren cosas terribles a
personas buenas? ¿Por qué no responde Dios a nuestras oraciones? Habacuc le había pedido
a Dios que actuara, pero cuestiona los tiempos establecidos por Dios.
La queja de Habacuc era que el rey Joacim, un monarca ambicioso, cruel y corrupto,
había llevado a Judá al borde de la catástrofe al aliarse con Asiria. Era hora de que Dios lo
castigase. Pero Dios parecía guardar silencio ante los clamores del profeta. Parecía haberse
olvidado de su pueblo. Pero no era así. Finalmente, llegado el tiempo fijado por Dios, Él
levantaría a los caldeos y ellos castigarían a los asirios.
Es de esperar que Dios castigue a los impíos, pero el que aquí ha recibido tribulación de
parte de Dios es Job (21:9; cf. 19:21; 9:34). Y esto lo ha dejado trastornado. ¿Por qué? Porque
aún cree que Dios controla la situación, aun habiéndolo castigado (21:9). Y, lo que es más,
el responsable de la prosperidad de los impíos es Dios: “Su bien no está en mano de ellos”
(21:16). Muy dentro de sí, a pesar del aparente caos, Job no abandona su creencia de que
Dios controla todo lo que sucede. Aunque disputa con sus amigos, este es el secreto de su
calma, de su “paciencia” o perseverancia. No importa cuánta riqueza o seguridad tengan los
impíos; Job no quiere saber nada de ello. Aun en su miseria, Job no cambiaría su lugar por el
de un impío, por nada que este le pudiera ofrecer.

UNA ANATOMÍA DEL ALMA


Cuando Calvino se dispuso a escribir un comentario sobre el libro de los Salmos, escribió
esto a modo de introducción: “Suelo llamar a este libro, no sin razón, una anatomía de todas
las partes del alma; pues no hay ni un sentimiento que pueda experimentar una persona que
no se halle aquí representado como en un espejo”. Lo mismo podría haber pensado del libro
de Job, pues en él también se nos ofrece una panorámica de cada aspecto del alma de Job.
Todo sentimiento que uno pueda imaginar aparece expresado en alguna parte de estas
páginas.
A lo largo de la Historia, la gente ha acudido al libro de Job buscando ayuda para sus
momentos difíciles. No siempre habrán encontrado respuestas a sus preguntas (¡como Job!),
pero les ha sido de ayuda simplemente saber que otras personas han expresado los
sentimientos de angustia y perplejidad que a ellos les daba miedo mencionar.
Hay un factor de identificación en el mensaje de la Biblia, y los cristianos lo reconocen
inmediatamente. Las experiencias de Moisés, David, Elías son nuestras experiencias.
Estamos “a años luz” de Job, cultural, social, geográfica y quizá aun espiritualmente. Pero
instintivamente reconocemos algo en sus páginas que es igual en nuestra propia situación.
Debemos entender las peculiaridades de la época y circunstancias de Job, pero encontramos
paralelismos por todo el libro. Si alguna vez tenemos la tentación de pensar que somos los
únicos que sufrimos, que nadie ha conocido jamás pruebas como las nuestras, dudas como
las que nos atacan, miedos como los que nos mantienen despiertos por la noche, el arraigado
rencor que sentimos cuando se nos trata mal, ¡entonces descubriremos en la lectura de Job (o
también, como dijo Calvino, de los Salmos) que no somos los únicos!
Una cosa que debemos destacar es la honradez de Job. Habla de su depresión, de su
miedo, de su dolor. No intenta ocultar sus sentimientos. Algunos lo hacemos. Otros, cuyo
temperamento es distinto, estamos siempre mucho más dispuestos a decir lo que sentimos.
No deberíamos ser demasiado críticos los unos con los otros por ello. Nos apresuramos a
juzgar a alguien por ser flemático, por ejemplo, y no hacer las cosas saltando de aquí para
allá como Tigger. ¡No todo el mundo es como Tigger! Algunos somos más como Eeyore(*).
Job, al igual que Asaf en el Salmo 73, ha pisado en falso (cf. “casi se deslizaron mis pies”,
Salmo 73:2) y casi se cae. Está airado porque los impíos prosperan y los piadosos (como él,
por supuesto) pasan graves aprietos. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? ¿Por qué me
tenía que tocar sufrir a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Job, como Asaf, no comprende los designios de Dios en este mundo y a causa de esto se
encuentra muy desconcertado. ¡Es el problema de la teodicea! Helo ahí, llevando una vida
piadosa, evitando el pecado, meditando en las cosas de Dios, pasando tiempo en oración y
demás. Se ha mantenido apartado de los efectos contaminantes del mundo. Y sin embargo,
le asedian males todo el día, y cada mañana recibe un castigo. Todo parece ir mal. Está
obedeciendo los requisitos de una vida justa pero las cosas se ponen cuesta arriba. Nada
parece estar saliendo bien en absoluto. Pero hay algo peor: ve que los impíos prosperan. Ellos
no tienen problemas. Viven bien y mueren bien. Practican el engaño y la blasfemia, pero les
van bien las cosas en todos los sentidos y destacan por su gordura. Hablan con mucha
arrogancia; el orgullo los envuelve, como un ropaje.
El libro de Job nos enseña (como el Salmo 73) las siguientes lecciones:
1. Estar confusos por el modo de obrar de Dios en nuestras vidas no debería
sorprendernos en absoluto
“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías
55:8). No podemos conocer la mente de Dios. Dios es grande y, en última instancia,
incognoscible. Es esencialmente incomprensible. “Dios no es el tipo de persona que somos
nosotros; su sabiduría, sus objetivos, su escala de valores, su forma de actuar, son tan
inmensamente distintos de los nuestros que no podemos siquiera imaginarlos utilizando
nuestra intuición, ni deducirlos utilizando analogías de nuestra noción de una humanidad
ideal. No podemos conocerle a menos que Él nos hable, y nos explique cosas acerca de sí
mismo”.
2. Estar desconcertados por el modo de obrar de Dios en nuestras vidas no es pecado
Esto parece que es repetir un pensamiento muy trillado y no muy útil, pero hay algunos que
dan la impresión de estar siempre seguros sobre la manera de actuar de Dios. Piensa en las
intervenciones de los tres consejeros de Job. Estaban convencidos de saber cómo actúa Dios.
Si tienes problemas es porque has pecado. Así de simple. Lo cierto es que Pablo nunca lo
tuvo tan claro: “Estamos […] perplejos”, admitió (2 Corintios 4:8 LBLA). Piensa en José en
Egipto; ¿no crees que estaría perplejo?
3. La tribulación es un período de gran tentación
Siempre que la tribulación está presente, Satanás está presente de algún modo. Aun cuando
la tribulación sea un castigo proveniente de Dios (y en el caso de Job se nos dice que no lo
era), el diablo la utilizará para hacerte desconfiar de Dios. Esto es algo que aun Jesús
experimentó. En el desierto se enfrentó a Satanás y sus súbditos para ganar así por nosotros
la victoria final sobre el reino de las tinieblas. La tentación es increíblemente poderosa.
4. La tribulación no tiene por qué vencernos
Esta es la enseñanza fundamental del libro de Job. Pedro obtuvo el consuelo de saber que, en
su caída, Jesús había orado por él (Lucas 22:32). Dios guardará a los suyos, aunque puede
que en ocasiones los someta a pruebas.
16
Job, uno de los más grandes pecadores del mundo
Léase Job 22

TERCER DISCURSO DE ELIFAZ


En todo debate existe siempre una tendencia a forzar el argumento que uno defiende. La
realidad se desdibuja en fantasía con tal de ganar la disputa. Los amigos de Job se han
olvidado hace mucho de Job como persona; ahora están mucho más preocupados por
demostrar que llevan la razón. Habiendo llegado tan lejos, y viendo cerca su victoria, su
metodología como consejeros se ha vuelto despiadada. De hecho, no se puede apreciar
ningún método. Al principio, los tres tenían algo personal que decir. En la segunda ronda de
discursos, los tres se concentraron en hablar del destino de los impíos. Ahora, en esta tercera
ronda, Elifaz parece contradecirse respecto a su postura anterior, Bildad solo pronuncia el
prefacio de su discurso, ¡y Zofar no habla en absoluto! En medio de todo ello, no parece que
los pensamientos sobre los sentimientos de Job tengan ningún lugar en su alegato actual; van
a condenar a Job como el peor pecador en el planeta, pase lo que pase.
Todo esto se refleja, por desgracia, en nuestros propios intentos de ayudar a otros cuando,
muy a menudo, nuestra inquietud es mayor por demostrar que llevamos razón que por ofrecer
una ayuda real y genuina a quienes están sufriendo. Y aquellos de nosotros con una posición
teológica bien definida somos los más propensos a hacerlo. Nos convendría aprender algo de
estos hombres.

“¿NO ES GRANDE TU MALDAD?”


Si bien Elifaz comenzó con una actitud amable, las muestras de esta se están desvaneciendo
rápidamente. Siendo el mayor y el más sabio, había esperado que Job aceptaría sus
explicaciones sin ponerlas en duda. Pero su diatriba de que el pecado es el causante del
sufrimiento ha pasado sin que se le hiciera caso. Job ha tenido la osadía de contradecirla
frontalmente. La base misma de la teología de Elifaz ha sido puesta en entredicho. Ha llegado
el momento de ponerse arisco. “¿No es grande tu maldad, y sin fin tus iniquidades?”,
pregunta Elifaz (22:5 LBLA).1
Elifaz se toma esto ahora como algo personal. Atrás quedaron las sutilezas del debate
formal. ¡Job es un gran pecador! Los tres amigos de Job coinciden con Satanás en acusarle
de ser un hipócrita. Aquel gran hombre de Dios, aquel en cuya persona era tan evidente la
gracia de Dios, en realidad pertenece al diablo. Dios no puede estar castigándole por su
“piedad” (22:4). ¡Tiene que ser, por consiguiente, porque Job es un pecador, un gran
pecador! Cuanto antes lo admita, mejor. Más le valdría dejar de pensar que de algún modo
tiene algo de especial a los ojos de Dios, y reconocer el hecho de que es un pecador.
En su discurso inicial, Elifaz estableció que si Job había de ser librado de su mal, sería
porque sus manos estuvieran limpias (22:30). Pero aunque Elifaz había comenzado
afirmando que Job no era una gran pecador, ahora ha cambiado de opinión. ¡Job se encuentra
entre los más grandes pecadores del mundo! No se puede decir que nos ayude a confiar en la
capacidad de Elifaz como consejero ver cómo en el desarrollo de su argumento cambia de
opinión tan radicalmente. Como comenta Clines, “Estas son las palabras más específicas,
más duras y más injustas dirigidas contra Job en todo el libro, y resulta extraño encontrarlas
en los labios de Elifaz, de entre todos sus amigos”.
¿Qué pecado ha cometido Job? Elifaz muestra la magnitud de su imaginación inventando
toda una serie de transgresiones: oprimir a los pobres (tomar las ropas de un pobre como
prenda de una deuda inexistente, y negarse a devolverlas llegada la noche, 22:6); negarle
“agua al cansado” y retenerle “el pan al hambriento” (22:7); no tener misericordia para
con las viudas y huérfanos (22:9).
Al margen de cuáles fueran los hechos, a la defensa de Job no le ayuda el hecho de que
había sido un hombre muy rico. Elifaz conoce la envidia y la desconfianza que el público
tiene a los ricos, y se aprovecha de esos sentimientos. En la opinión de la mayoría, Job tenía
que ser culpable. Elifaz lo único que hace es confirmar lo que la mayor parte de la gente
habría pensado de Job de todos modos.

PECADOS SECRETOS
Tras sembrar las semillas de la duda, Elifaz pasa a la acción directa. Cita errónea y
deliberadamente cosas que Job ha dicho, y las vuelve en su contra. Muchos habremos visto
a sagaces periodistas hacer esto en programas de entrevistas, poner palabras en boca de otros
deliberadamente. Es algo que nos incita a gritar: “¡Eh, un momento, él no ha dicho eso!” En
su respuesta a Zofar, Job había atribuido un cierto dicho a los impíos (21:14–15), y
rápidamente Elifaz lo vuelve en contra suya. Acusa a Job de haber dicho que Dios ni sabe lo
que Job está haciendo, ni puede hacer nada al respecto:
Y tú dices: “¿Qué sabe Dios?
¿Puede él juzgar a través de las densas tinieblas? […]”
Ellos dijeron a Dios: “Apártate de nosotros”
y: “¿Qué puede hacernos el Todopoderoso?”
(22:13, 17 LBLA).
Fue Zofar quien primeramente había acusado a Job de ser un pecador secreto (11:5–6).
Ahora Elifaz se une a él en la afirmación de que la verdadera causa de la caída de Job se
hallaba en pecados ocultos de los que quizá ni el mismo Job fuera consciente. El
razonamiento se torna ahora en una total confusión, pues ya ha acusado a Job de ser un gran
(y, es de suponer, abiertamente) pecador.
A los ojos de Elifaz, Job no muestra hacia Dios nada sino desprecio. Job, por supuesto,
no ha dicho nada parecido, pero la verdad no se suele tener en cuenta en el calor de una
disputa. En un cortante comentario, Elifaz insinúa que en realidad a la gente le alegra que
Job esté sufriendo, pues a su entender es lo que se merece (22:19).

UN LLAMADO AL ARREPENTIMIENTO
La última parte (22:21–30), a primera vista, se hace un poco extraña, después de lo que Elifaz
acaba de decir. Básicamente es un llamamiento a la sumisión: a estar en paz con Dios (22:21);
a escuchar y consiguientemente guardar la Palabra de Dios en su corazón (22:22); a regresar
al Todopoderoso, y volverse de la impiedad (22:23); a deleitarse en el Señor en vez de en las
cosas materiales (22:24–26); y a dedicarse a una vida de oración y obediencia (22:27). Un
llamamiento, en apariencia, bien ortodoxo. “Esto […] —comenta Smick— no podría
mejorarlo ningún profeta ni evangelista”.6 Elifaz parece estar llamando a su “amigo” a
arrepentirse y a buscar el rostro de Dios. Le pide a Job que escuche atentamente sus palabras,
dando a entender que son las palabras de Dios:
Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz;
y por ello te vendrá bien.
Toma ahora la ley de su boca,
y pon sus palabras en su corazón
(22:21–22).
Tal es la confianza que muchas veces creemos tener: que nuestros pensamientos son los
mismos que los de Dios. Las visiones nocturnas privadas de Elifaz (capítulo 4) ahora han
adquirido proporciones autoritativas. Se confirma así la teología de Elifaz: la prueba de la
justicia de un hombre se halla en su salud y riqueza. El resultado del presunto estilo de vida
de Job, buscando el provecho y el placer (22:3–4) es su actual estado de pobreza y dolor. El
mensaje del “evangelio de la prosperidad” es que Dios quiere que prosperemos y seamos
felices; si nosotros le damos a Él, Él nos dará el deseo de nuestro corazón: salud, riqueza y
felicidad. La obvia carencia de Job en estos aspectos es una señal del descontento de Dios;
un descontento producido por la grave pecaminosidad de la vida de Job. La única fuente de
esperanza para Job se encuentra en un arrepentimiento inmediato. Es una canción que ya
oímos anteriormente, y que volveremos a oír.
No debe pasarse por alto la ironía de que serán Elifaz y sus compañeros los que
necesitarán la intercesión de Job para que los pecados de ellos sean perdonados (42:7–9).
Elifaz nos recuerda al fariseo: todo pompa y exhibición, pero sin entender que las
circunstancias externas no reflejan el estado del corazón ante Dios.

RESUMEN DEL TERCER DISCURSO DE ELIFAZ


“Job, si lo que dices es cierto, ¿entonces por qué estás sufriendo? Sin duda, no puede ser
porque seas muy santo.
“No, reconócelo, Job, es porque tu impiedad es muy grande. Has robado a los pobres, los
has dejado desnudos, te has negado a darles comida y agua. También debes de haber sido
extraordinariamente tacaño con las viudas y los huérfanos. Por eso es por lo que Dios te ha
rodeado de trampas.
“Sigues diciendo que Dios está lejos y que no puede ver lo que te está sucediendo, pero
eso no es más que una forma de decir que Dios no puede ver las iniquidades que cometes.
Ahora lo veo claro: te empeñas en seguir el mal camino, niegas el poder de Dios y niegas su
bondad.
“Job, ¡más te valdría arrepentirte rápidamente! Dios te está hablando por medio de mi
boca, y te dice que el camino por el que andas termina en destrucción y miseria. Si te
arrepientes, Dios te sanará. Y aun te devolverá las riquezas que has perdido. Mejor aún, te
hará recuperar el gozo que has perdido”.
17
Abandonado por Dios
Léase Job 23–24

RESPUESTA DE JOB A ELIFAZ


A veces lo mejor es, sencillamente, no hacer caso de los consejos necios e inútiles de amigos
que no comprenden nuestra situación. En lugar de responder a la acusación de Elifaz, Job
parece reanudar su discurso donde lo dejó al término del capítulo 21. Es un discurso en el
que Job reflexiona sobre la aparente injusticia del modo en que Dios trata a los justos
(capítulo 23) y a los impíos (capítulo 24).
El dolor de Job, su “gemido” (23:2), le ha empujado hasta el límite de su dominio propio.
Siente el peso de la mano de Dios sobre él: “Su mano es pesada” (23:2 LBLA). La misma
expresión se utiliza respecto a las gentes de Asdod en tiempos de Samuel, cuando los filisteos
habían capturado el arca y la habían llevado de Eben-ezer a Asdod. “Se agravó la mano de
Jehová sobre los de Asdod, y los destruyó y los hirió con tumores” (1 Samuel 5:6).
Hay veces en que Dios parece estar muy lejos. Uno de tales momentos es el que está
pasando Job; se siente completamente abandonado. Sabe que su Redentor vive (19:25), pero
no puede encontrarlo (23:3). Su anhelo de presentar su alegato delante de Dios es mayor que
nunca (23:4–5). Cuando finalmente se le da la oportunidad de hacerlo, en los últimos
capítulos, se queda callado, lo que muestra que Job “no está tan deseoso de probar su
inocencia con una poderosa retórica como de renovar su comunión con Dios”.
Job se siente abandonado por Dios. Está experimentando lo que nuestros antepasados
habrían llamado “desamparo espiritual”, la sensación de que Dios nos ha olvidado. Es el
sentimiento de aislamiento del salmista en muchos de los Salmos de lamentación:
Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?
¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma,
con tristezas en mi corazón cada día?
¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?
Mira, respóndeme, oh Jehová Dios mío;
alumbra mis ojos, para que no duerma de muerte;
para que no diga mi enemigo: Lo vencí.
Mis enemigos se alegrarían, si yo resbalara
(Salmo 13:1–4).

David parece estar andando por un túnel en este salmo (no hay luz, v. 3). Del mismo modo,
Job está rodeado de oscuridad: está en “tinieblas” (23:17). No puede ver a dónde se dirige,
ni la razón detrás de todo. Ambos están haciendo la misma pregunta: “¿Por qué parece que
Dios se ha olvidado de mí?”
A veces hablamos de la presencia de Dios con nosotros en nuestras vidas. Sentimos que
está cerca, y es una fuente de mucho ánimo. El sentir de Job es todo lo contrario:
¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!
Yo iría hasta su silla […]
[pero] iré al oriente, y no lo hallaré;
y al occidente, y no lo percibiré;
si muestra su poder al norte, yo no lo veré;
al sur se esconderá, y no lo veré
(23:3, 8–9).
Job había dejado de sentir la proximidad de Dios. Se sentía espiritualmente deprimido, solo,
abandonado.
La percepción de haber sido olvidados suele hacernos sentir humillados. Es una sensación
de ser pequeño y totalmente insignificante. Job no sabía hacia dónde dirigía Dios su rostro;
no podía ver la sonrisa en su cara. Estaba en un túnel. Dios lo había olvidado y se había
escondido de él y, sin embargo, Dios había advertido a su pueblo que nunca debían olvidarlo
a Él (Deuteronomio 8:11, 14, 19). Más tarde se revelaría como Aquel que no puede olvidar
a su pueblo:
Se olvidará la mujer de lo que dio a luz,
para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?
Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.
He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida
(Isaías 49:15–16).

¿Por qué se siente Job así? El capítulo 24 nos da la respuesta completa. Los impíos están
prosperando. A diferencia de lo que ocurría con Samuel, Dios no tiene un recorrido regular
para juzgar a la gente (24:1–2). Por tanto, hombres crueles y avaros recorren las tierras sin
ser detenidos. Job describe toda una lista de vicios que amenazan con deshacer la sociedad y
reducirla al caos. Su descripción nos recuerda el final del primer capítulo de la carta de Pablo
a los romanos. La lista incluye: granjeros que mueven las lindes y de esa manera permiten
que sus animales pasten en tierra que no les pertenece; trato cruel a huérfanos, viudas y
pobres; asesinos que salen de noche a cometer su malicioso propósito; adúlteros que esperan
la puesta del Sol y creen que nadie los verá al entregarse a sus lujurias (24:2–17). Hombres
malvados como estos merecen la maldición de Dios, y Job la reclama (24:18–25).
En esta respuesta de Job hay lecciones importantes que debemos aprender, acerca de la
forma en que hemos de hacer frente a la sensación, que a veces se apodera de nosotros, de
haber sido abandonados por Dios.
Como poco, Job ya ha comenzado el proceso de curación al haber identificado el
problema. Siempre que comencemos a hablar con Dios sobre nuestra sensación de abandono,
habremos dejado de estar en el punto más bajo; la marea ha cambiado: hemos empezado a
subir.
Esto se puede ver en las palabras de fe de Job que vienen a continuación. Parecen surgir
como resultado directo de su identificación del problema. Está “turbado” por su situación,
sin duda (23:16), pero esto no le hace callar (23:17 LBLA). Lo que en apariencia es la agonía
de una muerte inminente es en realidad una señal de que en la vida de Job late un corazón de
fe. Hablar con tanta franqueza como lo hace Job en estos capítulos, y en particular en este,
es señal de vida. Vigilando cada minucioso detalle de la vida de Job, hay un Dios que le ama
y al que le preocupa. ¡Y muy dentro de sí, Job lo sabe! Así lo afirma él mismo: “Mas él
conoce mi camino…” (23:10). Aunque está deprimido y confuso, aquí se aprecian detalles
de que Job está mejorando. ¡Si hasta ha llegado a hablar del Señor y de cuánto lo conoce y
lo cuida!
VER LAS COSAS CON LOS OJOS DE DIOS
¿Te has sentido alguna vez como Job? Estoy seguro de que sí. Yo también he tenido días así,
en los que Dios parece estar muy lejos. Y en momentos como esos es difícil mantener una
actitud objetiva. Tendemos a verlo todo desde nuestro particular punto de vista. Un
entenebrecido punto de vista.
Por eso necesitamos la luz. Y Job la encontró fuera de sí mismo. En vez de concentrarse
en la confusión que reinaba en su corazón, comienza a mirar la situación como Dios la vería.
Él lo expresa de esta manera: “Me probará, y saldré como oro” (23:10). Está reconociendo
que, a pesar de que su vida está llena de oscuridad y problemas, no va a pedir que se los
quiten. Esa sería nuestra reacción inmediata, ¿verdad? Job se da cuenta de que, quizá, el
hecho de que le quiten esas cosas no sea lo que más le convenga. Puede que sean, después
de todo, el vehículo mismo de su bendición.
Job quiere entender lo que está pasando. Desea poder ver que hay un propósito para lo
que le está ocurriendo. Sabe que lo hay, por supuesto, pero quiere poder verlo.
Imagínate que hubieras nacido en un lugar del mundo donde no hubiese ni una Biblia.
Un día encuentras una página del capítulo 19 del Evangelio según Juan, con los detalles de
la crucifixión, muerte y entierro de Jesucristo. ¿Te inspiraría alguna esperanza?
Probablemente no. A menos que consiguieras el capítulo 20, que relata la resurrección de
Jesucristo y el conocimiento de que aún vive, no te sería posible interpretar plenamente la
trascendencia de la muerte de Jesús. Lo mismo sucede con la interpretación de la providencia:
nos hace falta ver la escena completa. La respuesta de Job es muy conmovedora: “No sé lo
que está pasando, pero Él sí”. “En cuanto al entendimiento del misterio de los actos de la
providencia de Dios para con nosotros —comenta John Murray— esto es la cumbre, la cima
de la fe. Dicho de forma muy simple, esto quiere decir que nuestro descanso, al encontrarnos
ante el misterio de la secreta voluntad de Dios, es: ‘Yo no sé, pero sé que Dios sí que sabe’.
El Juez de toda la Tierra hará lo que es justo”.

DOBLAR LA RODILLA EN HUMILDE SUMISIÓN


Lo que sale a la superficie aquí, en las luchas de Job con su dolor, constituye el núcleo mismo
del libro. Una y otra vez, Job se enfrenta al impenetrable misterio de los designios de Dios.
Nos encontramos con esto antes y lo volveremos a encontrar antes del final de este libro. Al
final, hay un misterio en los designios de Dios que nunca podremos llegar a comprender.
Dios es, y siempre será, incomprensible para nosotros.
Dios es soberano. Como Herman Bavinck escribió en la introducción de un libro sobre
la doctrina de Dios: “El misterio es el elemento vital del dogmatismo”. En última instancia,
Dios habita en luz inaccesible (1 Timoteo 6:16). Dios es grande, dice la Escritura
(Deuteronomio 7:21; Nehemías 4:14; Salmo 48:1; 86:10; 95:3; 145:3; Daniel 9:4), con lo
que quiere decir que es mayor de lo que podemos llegar a entender. No poseemos la
capacidad de comprender a Dios totalmente. Aunque insistamos en que lo que sí conocemos
de Dios lo conocemos en verdad, sigue siendo cierto que lo que conocemos de Él lo
conocemos solo en una pequeña parte. A esto se refiere Job en sus elocuentes palabras en
este capítulo:
Pero si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?
Su alma deseó, e hizo.
él, pues, acabará lo que ha determinado de mí;
y muchas cosas como estas hay en él
(23:13–14).
Pero hay otra verdad que sale a la superficie aquí que es igual de importante. Job no podía
sondear las profundidades de los designios de Dios, pero Dios sí podía, y lo hizo. Dios no es
un misterio para sí mismo. Él sabe lo que está haciendo. Y en esta verdad encontró Job su
descanso con una creciente facilidad.
En esta verdad también halló consuelo Jeremías. Viviendo, como vivió, en una época en
que la caída de Judá era evidente, y Jerusalén estaba siendo amenazada por las tropas
babilónicas, Jeremías estaba siendo testigo de la destrucción de la Iglesia de Dios. En el
capítulo 12 pronuncia una queja: “¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen
bien todos los que se portan deslealmente?” (Jeremías 12:1). Lo que es importante que
veamos aquí es el modo en que Jeremías se ayuda a sí mismo a salir de un potencialmente
doloroso ataque de depresión espiritual. “Pero tú, oh Jehová, me conoces” (Jeremías 12:3).
Puede que yo no comprenda, pero sé que Él sí. Esa seguridad es también aquí la fuente de
las fuerzas de Job. “Cuando afirmamos que Dios es omnipotente —escribe Calvino—, no es
solamente para honrarle, sino también para descansar en Él, y así poder ser invencibles ante
cualquier tentación. Pues por cuanto el gran poder de Dios es infinito, puede mantenernos y
preservarnos”.

SU PALABRA EN NUESTROS CORAZONES


La curación de Job llegó como resultado de reconocer abiertamente ante el Señor sus
sentimientos. Lo que Job descubrió fue que, aun en la oscuridad, no había perdido su fe
totalmente. El rostro de Dios podía haberse vuelto de él, pero sus promesas permanecían sin
cambio. Y Job las reclama: “Guardé las palabras de su boca más que mi comida” (23:12).
Job había procurado guardar la Ley de Dios (23:11). Pero la Palabra de Dios también contiene
el Evangelio. Lo que Job ansía recibir son las bendiciones que Dios ha prometido; quiere que
Dios sea fiel a su Palabra. Por esa razón había procurado Job conocer la Palabra de Dios.
Surgen aquí tres lecciones.
En primer lugar, necesitamos ver el valor de la Palabra de Dios en el proceso de curación
de aquellos que se sienten abandonados espiritualmente. Los consejeros seculares suelen
sugerir que la Escritura es la causa de los problemas. ¡Su consejo es que nos deshagamos de
la Biblia! El consejo correcto, sin embargo, es buscar lo que la Palabra de Dios tiene que
decir, y descubrir cuán relevante es en realidad. Un estudio disciplinado y cuidadoso de la
Biblia proporcionará grandes beneficios. Cambiará nuestra manera de pensar, y eso a su vez
cambiará nuestra manera de vivir y de sentir.
El consejero cristiano Dr. John White escribió un testimonio personal que parece
apropiado mencionar aquí. Habla desde la aventajada perspectiva de un psiquiatra titulado,
y muestra su competencia como teólogo pastoral. Animando a los deprimidos a ocuparse en
“un estudio de la Biblia sólido y detallado”, dice lo siguiente: “Hace años tuve una depresión
muy grave, y lo que me salvó de perder el juicio fue una confrontación seca y árida con la
profecía de Oseas. Pasé mañana tras mañana, durante semanas, tomando notas
meticulosamente y comprobando las alusiones históricas del texto. Poco a poco empecé a
sentir que el suelo bajo mis pies se hacía cada vez más firme. Supe, sin ninguna duda, que de
mi lucha por comprender el significado de la profecía estaba manando mi cura”.
En segundo lugar, deberíamos procurar conocer la Palabra de Dios por adelantado. “En
mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11). Cuando llega la
tribulación, es demasiado tarde para empezar a averiguar lo que Dios tiene que decir. Como
algunas de las criaturas de Dios, debemos aprender a almacenar alimento para los largos y
fríos meses de invierno. “Luego recalquemos bien —añade Calvino— que no habremos
sacado ningún provecho de la escuela de Dios hasta que su palabra esté plantada muy hondo
en nuestros corazones”.
En tercer lugar, el Dr. White subraya la necesidad de los pacientes aquejados de depresión
grave de ver que la situación no es completamente desesperada. “Muchas veces me pongo a
leer el capítulo 3 de Lamentaciones”, nos dice. ¿Por qué? Porque “la clave de Lamentaciones
3 es la negativa del poeta a renunciar a su esperanza en Dios”. Esa es exactamente la fuente
de las fuerzas de Job. Por mucho que se hunda, sabe que Dios hará lo que es justo. Es un gran
principio, si tan solo lo aprendiéramos. La Palabra de Dios está ahí para ayudarnos, y está
llena de esperanza y ánimo.

LA PERSEVERANCIA DE JOB
¿El hecho de que Dios es soberano y nadie puede oponerse a Él (23:13) implica que podemos
vivir como queramos? ¿De qué sirve que hagamos algo, si es seguro que lo que se hará es la
voluntad de Dios? El fatalismo que reflejan estas preguntas es lo que se halla detrás de gran
parte de la falta de comprensión de la soberanía de Dios.
La verdadera fe exhibirá una “obra de […] fe” (1 Tesalonicenses 1:3). Y esta obra de fe
es el resultado de obedecer lo que Dios quiere que hagamos. “El camino de la santidad es
sencillamente esto —escribió John Murray—: que cuando la vara de Dios golpea de forma
más fuerte y misteriosa, el santo de Dios se aferra con más fuerza a la voluntad revelada de
Dios”.
La paciencia de Job es lo que le da su capacidad de resistencia. Sigue viviendo para Dios
durante la tribulación que le ha sobrevenido. Puede hacerlo gracias a dos cosas:
1. Una buena conciencia
Eso es lo que asegura tener cuando dice: “Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su
camino, y no me aparté” (23:11). “La conciencia —declaró el puritano Richard Sibbes— es
o bien el mejor amigo o bien el peor enemigo del mundo […] Un corazón sincero, una
conciencia que se ha esforzado en obedecer el Evangelio, y en guardar su pacto con Dios,
puede mirarle a Dios a la cara”. Es una valiosa compañía (cf. 1 Timoteo 1:5, 19; 2 Timoteo
1:3; 2 Corintios 1:12). La santidad es una cuestión de mantener una buena conciencia para
con Dios. Tener una conciencia en paz es una de las mayores bendiciones que podamos
imaginar. No hay un amigo mejor.
“En la hora de la muerte —continúa Sibbes— qué consuelo es tener como respuesta esa
buena conciencia, especialmente el Día del Juicio, cuando podremos mirar a Dios a la cara”.
John Bunyan, en su famoso relato del cruce del Jordán, cuenta cómo “en vida, el Sr. Honrado
había hablado con Buena Conciencia, pidiéndole que se encontrara con él allí, lo cual en
efecto hizo, y este le tendió su mano y le ayudó a cruzar”.11 Simeón pudo mirar a la muerte
a la cara con tal paz porque tenía una buena conciencia ante Dios (cf. Lucas 2:29).
2. Sus problemas son una prueba
Job ha llegado a lo que será la lección más valiosa de todas. Ha llegado a ver que sus
problemas son una prueba de la que saldrá victorioso y triunfante (23:10). Está siendo
refinado para que se le quite la escoria.
Moisés comparó la experiencia de Israel en el desierto a la del águila que deliberadamente
empuja a sus polluelos fuera del nido (Deuteronomio 32:11). Mientras caen por el aire, el
águila se lanza en picado y los recoge sobre sus alas. Es un acto intencionado, cuyo propósito
es enseñarles a volar. Al principio parece cruel, pero su método no podría ser más apropiado
para ayudarlos a crecer y madurar. A cada paso de nuestros problemas, Dios está con
nosotros. Aunque permita que caigamos por el aire, está listo para tomarnos antes de llegar
al suelo.
Había cosas que Job necesitaba aprender sobre Dios y sus designios, y solo podía hacerlo
en el crisol del sufrimiento. Dios está decidido a traer a Job tan cerca de Él como sea posible.
Job no se da cuenta de esto ahora, pero llegará el momento en que lo verá. Esta lección la
ejemplifica maravillosamente C.S. Lewis: “Piensa en ti como si fueras una casa viva. Dios
llega para reconstruir la casa. Al principio, quizá, comprendes lo que va haciendo. Está
limpiando los canalones, reparando las goteras del tejado, y cosas así. Ya sabías que estas
cosas necesitaban hacerse, así que no te sorprende. Pero entonces comienza a dar golpes por
la casa de una manera que duele abominablemente y que no parece tener sentido. ¿Qué estará
tramando? La explicación es que está construyendo una casa muy distinta de la que tú
pensabas, edificando una nave nueva allá, elevando el bloque un piso más aquí, añadiendo
torres, creando patios. Creías que ibas a ser una casita normal y corriente, pero Dios está
construyendo un palacio. Su intención es venir a habitarlo Él mismo”.

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


“¡Ojalá estuviera cerca Dios para poder encontrarlo y entonces presentarle mi caso! Él no
rechazaría a un hombre justo. Pero no lo encuentro por ninguna parte.
“¿Cuándo terminará todo esto? Lo peor es que parece que aún falta más por llegar. No
podré aguantar nada más.
“¿Por qué no viene Dios a juzgar a los impíos, como vosotros decís que hace? Hay gente
malvada que parece estar prosperando. Dios parece tolerar todo tipo de males. ¡Y sin
embargo, a mí, que aprecio su Palabra más que el alimento, me castiga! Él ciertamente juzga
a los impíos al final, ¿pero por qué no lo hace ahora mismo?
“No entiendo nada de todo esto”.

18
La majestad de Dios y la depravación del hombre
Léase Job 25
TERCER DISCURSO DE BILDAD
La última intervención de Bildad es un poco como la última exhalación de un moribundo.
No tiene nada nuevo que decir, y termina repitiendo cosas ya dichas. Es un himno de
alabanza, una doxología breve, que ensalza la majestad de Dios comparándola con la
pecaminosidad del hombre. “Es un discurso reverente, pero irrelevante”. Para Bildad, es
imposible que la insignificancia del hombre ocupe la atención de semejante Dios soberano.
Pero para Job, la omnisciencia misma de Dios (su ilimitada capacidad de conocimiento)
implica que puede prestarle, y que de hecho le presta, al hombre su atención individual. A
Bildad y a Job los separa un abismo.
Todo lo que este himno afirma es cierto: Dios reina sobre todas las cosas, establece el
orden en el Cielo y en la Tierra, e irradia pureza (25:2–3). Poder, paz, perfección, pureza; los
atributos de Dios brotan de la lengua de Bildad con poética facilidad. Comparándola con Él,
la creación es imperfecta. ¿Y qué se puede decir del hombre? No es más que una “larva” y
un “gusano” (25:6 LBLA). Es una descripción clásica de la depravación del hombre. Y Job
no tendría nada que disputarle al análisis en sí. Es la conclusión lo que Job encuentra
objetable.

UNA TEOLOGÍA SIN ESPERANZA


La teología de Bildad nos recuerda al libro de William Golding El señor de las moscas, en el
que describe el naufragio de un grupo de niños, miembros de un coro, y su vida en una isla
desierta. El personaje principal, un muchacho apodado “Cerdito”, es inducido a hacerse
preguntas sobre la naturaleza del hombre: ¿es un animal, o un salvaje? En un momento de
extrema perturbación mental, cree oír cómo la cabeza de un cerdo le dice: “¡Y te pensabas
que la Bestia era algo que podías cazar o matar! ¿No lo sabías? Yo soy parte de ti”.
El problema del análisis que Golding hace de la depravación humana es que no deja lugar
para la redención. Eso es precisamente lo que le ocurre al sistema teológico de Bildad. Bildad
habla de la depravación, pero no ofrece una esperanza. La Biblia habla de la depravación,
pero ofrece un medio de salvación de sus consecuencias.
Golding refleja una visión moderna de la depravación humana, una visión basada en la
premisa de que el hombre no es distinto del resto de la creación. Es, utilizando la expresión
de Bildad, “un gusano”. Igual que los gusanos, viviendo solo para comer, carentes de
conciencia o percepción de su existencia, así es básicamente el hombre.
Los primeros capítulos del libro de Job revelan que Satanás tiene un papel vital en la
caída de Job. Pero para Bildad, como para el hombre moderno, esa figura del diablo tentador
no existe.
El hombre no es solamente un animal. No es el producto final de una cadena evolucionista
que lo vincula con los gusanos. El hombre fue creado a imagen de Dios, y vivió en ese estado
original durante un tiempo en Edén. La depravación del hombre es el resultado de su caída
de tan alta posición. Pero si el hombre fue hecho a imagen de Dios, existe la posibilidad de
que se restaure esa imagen, mediante la intervención de un poder divino. Es esta posibilidad
lo que la teología de Bildad niega.
El mensaje primordial de la Biblia no es el de la depravación humana. Esta es solo parte
de un mensaje mucho mayor, el Evangelio, que anuncia que Dios ha encontrado una forma
de justificar a pecadores y seguir siendo justo. Es el mensaje que culmina en la venida de
Jesucristo a vivir y morir por los pecadores y a ofrecer su vida en rescate por sus pecados. El
mensaje de Bildad, como el de Golding (y podríamos añadir el de todas las cruzadas morales
que denuncian los males de la sociedad sin ofrecer ninguna cura), solo conduce al cinismo y
la desesperación. Este diagnóstico del problema que hay en la vida de Job no ofrece ningún
remedio.
El mensaje de la Biblia sobre el pecado es igual de horrible que el de Bildad. ¡De hecho,
es peor! Somos mucho más pecadores de lo que podemos llegar a imaginarnos. Pero esta
verdad sobre nosotros se nos hace saber para que no cometamos el error letal de poner nuestra
confianza en nosotros para nuestra salvación. La Biblia nos enseña nuestra depravación total
para hacernos ver que no hay nada en nosotros que pueda darnos el más mínimo motivo de
ánimo. La única base de nuestra esperanza se halla en nuestro Redentor: Jesucristo; el mismo
en quien Job ha expresado tal confianza (19:25–27).

RESUMEN DEL TERCER DISCURSO DE BILDAD


“Dios es absolutamente soberano. No hay nadie como Él. Ningún pecador puede justificarse
ante Dios. Si aun la Luna es oscura en comparación con Él, ¡cuánto más el hombre, que no
es sino un gusano!”

19
“Sea […] y fue”
Léase Job 26

RESPUESTA DE JOB AL TERCER DISCURSO DE BILDAD


Bildad tenía fama de ser un hombre sabio, pero ha dejado ver que se le han agotado las ideas.
Job está enojado. Con palabras de profundo sarcasmo, Job le agradece a Bildad su
intervención. ¡Qué ayuda, qué fuerzas, qué buen consejo ha dado Bildad! (26:2–4 LBLA).
Peor aún es el hecho de que a Job le ha molestado el tono con el que ha hablado Bildad: “¿De
quién es el espíritu que de ti procede?” (26:4). La deducción está muy clara: las palabras de
Bildad las ha inspirado… ¡Satanás! Creyéndose muy sabios, los “amigos” de Job se han
convertido en secuaces de Satanás en su siniestro propósito de deshacer los efectos de la
gracia de Dios en la vida de Job.
Job necesitaba ayuda, pero lo único que ha recibido ha sido más dolor. Sus “amigos” lo
han tratado con desprecio, sin considerarlo un amigo, o siquiera una persona. Le han ido
quitando su dignidad sistemáticamente.

EL PODER DE DIOS EN LA CREACIÓN


Después de lo que parece ser una pausa, Job prosigue con su respuesta (26:5). Según un
comentarista: “El capítulo 26 es uno de los más grandiosos recitales de todo el libro […]
superado únicamente por los discursos del Señor”.
Job extiende su fe en el poder de Dios, incluyendo bajo este las regiones en que habitan
los muertos: “Las sombras tiemblan en lo profundo, los mares y cuanto en ellos mora”
(26:5). Job desciende al mundo de los muertos, al Seol y aun a los más profundos rincones
del Infierno. Este lugar está “descubierto” y “[sin] cobertura” delante de Dios (26:6).
Aunque el Seol es profundo (según Zofar, 11:8), oscuro (según Job, 17:13) y una prisión de
la que no hay salida (de nuevo según Job, 7:9), una vez que se está allí, no es posible
esconderse de Dios. ¡Aun el Infierno (“Seol” a veces significa “Infierno”, como
probablemente es el caso aquí) es lo que es solo por la presencia de Dios! Juan nos ofrece la
mejor revelación a nuestra disposición cuando nos dice que el impío “será atormentado con
fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero” (Apocalipsis 14:10, énfasis
añadido). En un sermón predicado en 1742, cuyo tema era el Infierno y sus castigos, Jonathan
Edwards hizo la advertencia de que tanto los piadosos como los impíos pasarán la eternidad
“en la inmediata presencia de Dios […] Dios será el Infierno de unos, y el Cielo de los otros”.
Dios también es soberano sobre este mundo. Él lo ha creado, y continúa sosteniéndolo.
Job podía hacer un poema de la soberanía de Dios sobre la creación tan elocuente como el de
cualquiera de sus amigos (26:5–14). Ya habló antes acerca de la creación (9:4–10; 12:16–
25), y volverá a hacerlo (28:1–28). Los elementos que incluye en esta ocasión son: Cielo,
vacío, Tierra, agua, nubes, Luna, luz, oscuridad, los cielos y el mar. Parte del vocabulario lo
toma directamente del relato de Génesis: “vacío” en el versículo 7 es la palabra que en
Génesis 1:2 ha sido traducida “desordenada”. Job está pensando en la creación de todo el
universo en estos versículos. Se puede ver la mano de Dios en todas partes: en el cielo de la
noche, en las cadenas de montañas que desaparecen tras las nubes, en las tempestades del
mar.
Dios es soberano sobre cualquier enemigo imaginable, aun “Rahab” (26:12 LBLA; cf.
9:13 LBLA) y “la serpiente tortuosa” (26:13, una posible referencia a Leviatán, del que
hablaremos más en los comentarios al capítulo 41).
No se puede recalcar demasiado la importancia de la doctrina de la creación en nuestras
vidas diarias. “Una doctrina de la creación correcta y completa es la solución a todos los
problemas que afligen a este dolido mundo actual”. Dos verdades, del ámbito de la doctrina
de la creación, nos pueden ayudar en situaciones difíciles.
1. La creación es un misterio para nosotros
En ella hay mucho más de lo que podríamos esperar comprender. Dios crea “de la nada” (ex
nihilo); nosotros no podemos hacer tal cosa. A nuestro alrededor, cada día, vemos cosas que
son un misterio para nosotros. Es más; tan “bueno” es todo lo creado que a lo largo de la
Historia vemos un reguero de actos del hombre idolatrando la creación, adorando a la criatura
antes que al Creador (cf. Romanos 1). De esa confusión es de lo que se queja Agur:
Ciertamente más rudo soy yo que ninguno,
ni tengo entendimiento de hombre.
Yo ni aprendí sabiduría,
ni conozco la ciencia del Santo.
¿Quién subió al cielo, y descendió?
¿Quién encerró los vientos en sus puños?
¿Quién ató las aguas en un paño?
¿Quién afirmó todos los términos de la tierra?
¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo,
si sabes?”
(Proverbios 30:2–4).

Cuando suceden cosas que nos resultan misteriosas, no deberíamos sorprendernos; el propio
mundo en que vivimos es un misterio para nosotros.
2. El mundo no es autosuficiente, como Dios lo es
El mundo necesita ser sustentado todo el tiempo. Esto es un ministerio especial de Jesucristo
(Colosenses 1:17; Hebreos 1:3). Sin este ministerio, toda criatura, incluyéndonos a nosotros,
dejaría de existir. El mensaje de Pablo a los atenienses destaca esta verdad: “[Dios no] es
honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida
y aliento y todas las cosas […] Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos
de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:25,
28).
Saber que Dios creó el mundo que nos rodea, y a nosotros mismos como parte de él, es
esencial en la verdadera religión. Dios ha de recibir alabanza como Creador. Debemos confiar
en Él como el Señor soberano que tiene un plan y un propósito para cada situación y detalle.
Darse cuenta de que “Momento tras momento nos guarda su amor”(*) es la única forma de
vivir. La santidad empieza por entender que Dios es quien nos hizo y quien nos sostiene. Eso
es lo que mantuvo a Job en su sano juicio durante sus pruebas. Por ese motivo concentra
ahora su mente en esto. Calvino comenta sobre 26:14 —“El trueno de su poder, ¿quién lo
puede comprender?”— lo siguiente: “Cuando un hombre dedica todo su estudio a conocer
a Dios tanto en el Cielo como en la Tierra, y si de veras quiere glorificarle en todas sus obras,
y haciendo esto llega a creer que es posible saberlo todo, ciertamente deshonrará a Dios.
¿Podemos hacerle a Dios un deshonor mayor que el de pretender encerrar su gran poder en
la capacidad de nuestro entendimiento? Es peor que si un hombre se propusiera retener mar
y tierra en su puño, o sujetarlos entre dos dedos; sí, ciertamente es una locura peor”.

RESUMEN DE LA RESPUESTA DE JOB


“¡Menuda ayuda sois, los tres! ¡Me habéis abierto los ojos! Vuestra sabiduría me ha salvado
de una destrucción segura.
“Sí, Dios es grande. Él ha hecho grandes cosas. Ha puesto la Tierra en su lugar y ha
dispuesto su recorrido. Controla el tiempo y el movimiento del mar. Pero a mí Él no me dice
nada”.

20
“¿Cómo conseguiré que Dios escuche mis razones?”
Léase Job 27
CONCLUSIONES
Los comentaristas no están de acuerdo sobre la autoría de las palabras recogidas en los
capítulos 25 al 28. Algunos creen que el discurso de Bildad que terminó al final del capítulo
25 se reanuda en 26:5–14. Hay quienes además creen que 27:2–12 es la respuesta de Job,
pero que el resto del capítulo 27, y el 28, no son palabras de Job.
Puesto que Zofar no ha intervenido, Job prosigue dirigiéndose a los tres amigos, desde
27:1 a 28:28; utiliza la forma plural en los versículos 11–12, “vosotros”, así que Job no está
simplemente respondiendo a Bildad.
Este es el discurso final de Job a sus amigos. Aún tiene otro discurso preparado (como
las conclusiones de la defensa en un juicio), que dirigirá a Dios (29–31), y una vez finalizada
esta sección, a Job solo le quedan unas pocas y breves frases que pronunciar a modo de
epílogo, al final del libro (42:2–6).
La opinión de Job sobre las intervenciones que hasta ahora han hecho sus amigos ha sido
que no han dicho más que “falacia[s]” y que le han hablado palabras de consuelo “en vano”
(21:34). Esto lo reafirma ahora; Job se mantiene inflexible: “Nunca tal acontezca que yo os
justifique” (27:5); en todo lo que le han dicho se han mostrado “enteramente vanos” (27:12).
Job va a defender su alegato (“Mi justicia tengo asida […]”, 27:6) hasta el final, en su
creencia de que Dios es justo. Ya vimos en el capítulo 26 cómo Job creía en el poder de Dios
a pesar de no entender cómo funcionaba. Del mismo modo, aquí en el capítulo 27, Job
expresa su creencia en la justicia de Dios aunque tampoco comprendía cómo funcionaba esta.
Una de las cosas más extrañas de todos los discursos de los amigos de Job es que ni una
sola vez se han dirigido a Dios directamente. Job, por otra parte, ora a Dios, se queja a Dios
y hasta pelea con Dios. Ya hemos señalado (en nuestros comentarios sobre el capítulo 23)
que esto formaba parte del proceso de curación de Job. ¿Cómo pudo mostrar tanta calma y
“paciencia” en sus terribles circunstancias? La respuesta se halla en su vida de oración. Las
luchas de Jacob en el terreno de la oración lo dejaron cojo para el resto de su vida, pero
también lo cambiaron espiritualmente: ¡se convirtió en un príncipe de Dios!
Job está dispuesto a jugárselo todo a la carta del carácter de Dios: su “vida”, su “aliento”,
sus “narices”, sus “labios”, su propia “alma” (27:2–4 LBLA). Cada gramo de confianza
que Job tiene se basa en el carácter de Dios. Hasta está dispuesto a hacer un solemne
juramento para demostrarlo: “Vive Dios” (27:2).
El Antiguo Testamento no prohibía hacer juramentos, aunque sí prohibió jurar utilizando
falsamente el nombre de Dios (Levítico 19:12). Jesús pareció cambiar esto por completo al
decir: “No juréis en ninguna manera” (Mateo 5:34). Muchos cristianos han creído que esta
afirmación en el Sermón del Monte prohíbe cualquier forma de juramento, y a primera vista
esa parece ser la interpretación correcta. Sin embargo, el propio Jesús estuvo dispuesto a
hablar bajo juramento, rompiendo su anterior silencio durante su juicio: “Entonces el sumo
sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo
de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho” (Mateo 26:63–64). Esto parece mostrarnos que Jesús
sintió la importancia de respetar el estar bajo juramento. Lo que Jesús prohíbe en el Sermón
del Monte es hacer falsos juramentos. Los fariseos no estaban cumpliendo sus juramentos,
con el pretexto de que habían jurado por “el cielo”, o “la tierra”, o “Jerusalén”, o aun por sus
propias cabezas.
Conocer el carácter de Dios es vital para comportarnos rectamente durante las pruebas
espirituales. El crecimiento de nuestro conocimiento de Dios requerirá la paciencia que Job
demostró tener. Job no podía entender lo que Dios le estaba haciendo: “Dios […] ha quitado
mi derecho, y el Omnipotente […] amargó el alma mía” (27:2), pero aun así estaba
dispuesto a confiar en Él.
Pablo comprendió que aquellos que deseen progresar en su conocimiento de Dios
necesitarán estar “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria” para
poder tener gran “paciencia y longanimidad” (Colosenses 1:11). Precisamente una de las
cosas que Dios estaba haciendo con Job era concederle un mayor conocimiento de sí mismo.
Job había de dar este testimonio al final de su prueba:
De oídas te había oído;
mas ahora mis ojos te ven.
Por tanto me aborrezco,
y me arrepiento en polvo y ceniza
(42:5–6).

Dios tal vez nos pida que pasemos por valles parecidos al que atravesó Job, y
necesitaremos ser tan pacientes como él para salir de la prueba como él lo hizo. Aferrarse a
Dios, aun cuando los caminos que nos marca no parezcan tener ningún sentido, es el secreto
de la vida de Job. Puede que Job tenga problemas para apreciar la justicia de Dios en su vida:
“Dios […] ha quitado mi derecho” (27:2), pero todo su ser le dice que abandonar a Dios en
este momento sería una acción suicida. Tiene que seguir agarrándose, aunque no tenga
sentido. En toda esta búsqueda suya de un significado y un propósito, Job está descubriendo
que no hay nadie más a quien poder acudir.
¡Qué importante es creer en la justicia! Es importante para alguien que ha sido víctima
de un grave delito desear justicia. Tales víctimas obtienen alivio cuando el criminal es
declarado culpable, y pueden pasar esa página de sus vidas y empezar a recoger los pedazos
para recomponer el resto de ellas. Cuando alguien que es culpable no recibe su castigo, las
víctimas se sienten engañadas, privadas de algo esencial para su bienestar.
También es importante creer que Dios es justo. La justicia de Dios tiene dos caras: Él
castigará lo que está mal, y defenderá lo que está bien. El hecho de que Dios se opone
implacablemente al pecado y lo castigará, cualquiera que sea la forma en que aparezca, es lo
que a veces se denomina “la justicia retributiva de Dios”. Desde el comienzo, Dios advirtió
cuáles serían las consecuencias de la desobediencia: “Mas del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).
Este principio lo respalda el Nuevo Testamento: “Todos los que dependen de las obras de la
ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas
las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).
Pero existe otro aspecto de la justicia de Dios; uno en el que el cristiano puede hallar
consuelo. Dios siempre será fiel a sí mismo y a su palabra. El salmista expresó a menudo su
confianza en la justicia de Dios:
Respóndeme cuando clamo,
oh Dios de mi justicia.
Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar;
ten misericordia de mí, y oye mi oración
(Salmo 4:1).
Júzgame conforme a tu justicia, Jehová Dios mío,
y no se alegren de mí
(Salmo 35:24).
Oh Jehová, oye mi oración,
escucha mis ruegos;
respóndeme por tu verdad,
por tu justicia
(Salmo 143:1).

En cada uno de estos salmos el salmista está expresando su confianza en que Dios
cumplirá la promesa de su pacto: ellos son la simiente de Abraham, y herederos de la promesa
de la salvación. Esto es lo que a veces se denomina “la justicia remunerativa de Dios”.
Al declararse inocente, Job, como ya hemos dicho muchas veces, no está pretendiendo
ser alguien sin pecado. Simplemente está afirmando que, por gracia, ama a Dios, confía en
Él completamente y le pide que testifique que es hijo suyo.

IMPRECACIONES
La creencia de Job en la justicia de Dios le lleva ahora a pronunciar una maldición contra sus
enemigos (¡sus amigos!). Acusar a alguien falsamente hacía al que había hecho la acusación
merecedor del castigo para el delito de que se tratara. De ahí que Job quiere que a sus amigos
se les dé el mismo epíteto que le aplicaron a él: “impío[s]” (27:7). Las palabras salen a
borbotones de su boca: son “enemigo[s]”, “adversario[s]”, “inicuo[s]”. No tienen ningún
derecho a invocar a Dios (27:10).
En un pasaje que es bien parecido a lo que los amigos de Job han estado diciendo, Job
ahora les aplica la verdad de la justa retribución de Dios a estos enemigos suyos (y, según lo
ve Job, también de Dios). Consiste en una maldición sobre la familia (27:14–15), las
posesiones (27:16–17, 19), casa (27:18) y finalmente sobre la vida misma (27:20–21). Al
final, el hombre impío será arrebatado (27:21–23).
Muchos comentaristas liberales han intentado reconstruir este capítulo de manera que los
versículos 7–23 se conviertan en el discurso “perdido” de Zofar, el que sería su tercero. Gran
parte de lo que Job tiene que decir suena parecido a cosas que ya dijeran sus tres amigos.
Pero hay una diferencia crucial. Los amigos de Job hablaron, uniformemente, de una
retribución inmediata. Job estaba sufriendo ahora porque había pecado y Dios le estaba
castigando por ello. Job, sin embargo, reconoce en este pasaje que puede ocurrir que los
impíos prosperen durante algún tiempo. Pero al final su castigo los alcanzará. Como dice
Calvino: “Los juicios de Dios normalmente no se ejecutan en esta vida presente, aunque de
vez en cuando tenemos indicios de ellos”.
Los cristianos siempre han tenido problemas con la presencia de imprecaciones en la
Biblia. Sienten que de algún modo es indigno de un cristiano pronunciar maldiciones. No
debemos, según la opinión más extendida, ser críticos. Serlo se considera una actitud áspera,
amarga, poco caritativa y, ¡en fin, “nada cristiana”! Un cristiano se guía por el amor, y
maldecir no concuerda con este.
Reflexionar un poco, sin embargo, revelará la vacuidad de tal forma de pensar.
1. Los intereses del Reino de Dios son siempre primordiales
Es cierto que el Nuevo Testamento hace una advertencia explícita de que no debemos
maldecir: “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Romanos 12:14).
Pablo, por supuesto, no hace sino reflejar la enseñanza de Cristo en el Sermón del Monte:
“Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mateo 5:44
LBLA). No tenemos derecho a procurar nuestro avance o victoria personal sobre nuestros
enemigos, quienesquiera que sean, y cualquiera que sea lo que nos estén haciendo. Es el
Reino de Dios lo que debe avanzar, como sea; y si ese avance requiere nuestro sufrimiento
personal, entonces se nos llama a ceder en sumisión a él. “El Reino de Dios —razonaba
Johannes Vos— no puede venir sin que antes se destruya el reino de Satanás. No se puede
cumplir la voluntad de Dios en la Tierra sin la destrucción del mal. No se puede destruir el
mal sin la destrucción de los hombres que constantemente se identifican con él”.3 Al
convertirnos en cristianos, todos nuestros derechos los sometemos a Él.
2. La base de las imprecaciones (maldecir a los enemigos de Dios) nunca ha de ser una
venganza personal
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque
escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Maldecir a los
enemigos de Dios es una forma de desear el cumplimiento de su pacto, el cual incluye la
maldición de sus enemigos (Deuteronomio 28). Dios se opone implacablemente a los
impenitentes, y al final los destruirá. Job está dispuesto a sufrir y a aguantar sin tener odio ni
buscar su venganza personal, siempre que sea al servicio del Reino de Dios. “Si decimos
amar la verdad de Dios —comenta Calvino— debemos protegerla a toda costa, y todo aquel
que se oponga a nosotros habrá de ser nuestro enemigo, y debemos aborrecerlo, teniendo la
seguridad de que no es mayor el acuerdo entre la verdad y la mentira que entre el fuego y el
agua”.
3. El objetivo de maldecir, bíblicamente, ha de ser la conversión de nuestros enemigos
Esto suena descaradamente falso, pues el fin de la maldición de Dios es la destrucción de sus
enemigos (cf. 2 Tesalonicenses 1:6–10). Sin embargo, los juicios de Dios en el tiempo tienen
como finalidad guiar a pecadores al arrepentimiento (Romanos 2:2–4). La manera que Pablo
tiene de expresarlo es verdaderamente asombrosa: “Su benignidad te guía al arrepentimiento”
(Romanos 2:4). Ese verbo “guiar” es el mismo utilizado en el capítulo 8 de Romanos para
describir el ministerio del Espíritu Santo en el corazón del cristiano: “Todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Romanos 8:14). Es como si Dios
le tirara de la manga al inconverso, diciéndole: “¡Por aquí!” Ningún juicio es demasiado
grande si consigue que un pecador busque al Señor. Solo tenemos que recordar lo que le
ocurrió a Nabucodonosor (Daniel 4), o a Saulo de Tarso (Hechos 9).
¿Crees que podrías orar con estas palabras? “Nubes y oscuridad hay a tu alrededor;
justicia y juicio son el cimiento de tu trono. Tu santidad es como un fuego que consume.
Consumirá a tus enemigos, quienquiera que sean. La Tierra entera se estremece delante de
ti; todos ven tu gloria, aunque lo nieguen. Haz que se avergüencen todos los que adoran a
ídolos. Señor, ven en tu poder y muestra tu gloria. Establece tu Reino trayendo juicio sobre
los impíos que se oponen a ti. Maldícelos para que te busquen… y si no lo hacen, oh Dios,
destrúyelos. Haz que toda la Tierra sepa que Tú, y solo Tú, eres Dios”. Si tu respuesta es
“No”, entonces lee el Salmo 97 y piénsalo de nuevo. ¡Quizá tu forma de orar no sea tan
bíblica como creías!
4. Tenemos aquí la base para considerar lo que finalmente les sucederá a quienes no
se arrepientan
El pacto de Dios es la garantía de que los impíos serán finalmente juzgados por sus pecados.
Es un solemne aleccionamiento leer la descripción que se hace en los versículos 14–23 de
este capítulo y considerar cuál será el estado final de los no creyentes. Hay, en particular, una
advertencia de que la prosperidad de los impíos no es su destino final (27:19–23). Martín
Lutero comentó una vez: “Hay tres conversiones que deben producirse: la del corazón, la de
la mente y la del monedero”. En el muro del Patio de las Mujeres en el Templo de Jerusalén
había trece contenedores de latón, con forma de trompetas. Es una reflexión aleccionadora
pensar que Jesús debió de sentarse delante de aquellas trompetas y escuchar el tintineo de las
monedas que ceremoniosamente se depositaban en ellas. Oyó el sonido de “dos blancas” que,
haciendo un gran sacrificio, dio una viuda que había ido al Templo a adorar, e hizo un
comentario al respecto (Marcos 12:41–44). Aprovechó la ocasión para hablar de dar
sacrificadamente, sin duda un asunto de que hablar tan difícil en aquel entonces como lo es
ahora. Amamos el dinero demasiado, y Jesús nos advierte de las consecuencias (Lucas 16:13;
Mateo 19:24; Lucas 6:30; 12:15, 33). “Es más fácil —advirtió Jesús— pasar un camello por
el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19:24). Nuestros corazones
solo tienen espacio para un dueño, y para muchos, demasiados, ese dueño es Mamón. Y eso
será su perdición.

RESUMEN DEL ARGUMENTO PRESENTADO HASTA AHORA


Podría haberse esperado que Zofar fuera a intervenir llegados a este punto. Es el único de los
tres que no ha hecho un tercer discurso. Parece que no tiene nada que decir. Quizá le ha
tocado la advertencia de Job sobre el destino de los impíos.
¿Estás un poco cansado de los argumentos que se han presentado hasta ahora? Ha habido
un cierto parecido entre todos los discursos. Muy poco de lo que han estado diciendo los tres
amigos de Job ha tenido algo de verdadero valor (y han ocupado nueve de los primeros
veintisiete capítulos). Los tres consejeros han insistido en que Job está equivocado, y que
está sufriendo por ello. Job ha insistido en que no está en absoluto equivocado, sino que lo
equivocado ha sido el trato que Dios le ha dado. Ha sido cada vez más difícil para Job
conservar su integridad. Ha defendido su inocencia demasiado. A medida que ha pasado el
tiempo, su salud ha ido empeorando progresivamente; su actitud ha ido perdiendo el
optimismo de los primeros capítulos. Toda crítica que se haga de Job ha de ser moderada. Su
forma de reaccionar supera la que cualquiera de nosotros tendríamos en tales circunstancias.
Él es uno de esos hombres de los cuales no somos dignos (Hebreos 11). No obstante, debemos
interpretar a Job con la revelación que se nos da al final del libro, cuando confiesa que ha
sido culpable en su modo de reaccionar a su prueba (40:4–5; 42:2–6).
Ha llegado el momento de que Job se libre de esta gente, y piense por sí mismo. Es hora
de examinar su situación de una manera distinta. Hay momentos en nuestras pruebas en que
debemos reunirnos a solas con Dios y discutir el asunto con Él. El remedio para Job es
considerar de nuevo al Dios que controla su vida. Las respuestas, si es que hay alguna, se
encuentran en Él. Es hora de dejar de escuchar a los consejeros y ponerse a pensar en Dios.
Es ahora cuando empieza la curación de Job. Ese es el tema del siguiente capítulo.

21
Un himno a la sabiduría de Dios
Léase Job 28

JOB CONSIDERA LA SABIDURÍA DE DIOS


Si estuviéramos viendo una obra representada sobre el escenario de un teatro (y el libro de
Job es un poco así), podríamos decir que ahora hemos llegado al “intermedio”. Tras las
severas advertencias sobre el destino de los impíos en el capítulo anterior, nos sentimos como
con ganas de tomar un descanso para dejar que se calmen las cosas. ¿Qué mejor forma de
apaciguar los nervios que cantar un himno de alabanza al Todopoderoso? Pues eso es
precisamente el capítulo 28, un grandioso himno en alabanza de la sabiduría de Dios.
“A menos que uno se familiarice con la sabiduría de Dios —escribe Sinclair Ferguson—
, no podrá hacer un auténtico progreso en la vida cristiana”. Sin duda, Ferguson tiene razón.
Dos veces pregunta Job: “¿Dónde se hallará la sabiduría?” (28:12, 20). Lo que más
aflicción le ha causado a Job ha sido el no lograr comprender los designios de Dios. Job desea
saber por qué su vida es como es. Y él no es el único que quiere respuestas para las preguntas
más complicadas de la vida: todos sentimos la necesidad de que se le dé algún tipo de sentido
a nuestras vidas. Estudiantes universitarios desilusionados, enfrentados a ideas y teorías que
ponen en duda la base misma de lo que siempre habían creído, se encuentran totalmente
desconcertados. Lo que necesitan es sabiduría. Las personas que sufren al descubrir que sus
ambiciones para el futuro se han esfumado, claman pidiendo sabiduría. Los jóvenes que
tienen que tomar decisiones, algunas de las cuales los llevarán por el camino equivocado,
necesitan sabiduría. ¿Pero dónde se hallará? Este capítulo nos da una respuesta que trasciende
los confines de los particulares apuros de Job.
La respuesta consiste en considerar la sabiduría de Dios: su decisión, su decreto, “su
propósito eterno, según el consejo de su voluntad por cuya virtud, y para su propia gloria, ha
preordenado cuanto acontece”. Todo lo que sucede está ordenado por Dios (Efesios 1:11), y
esto forma parte de lo que queremos decir cuando hablamos de “la sabiduría de Dios”. Lo
que descubriremos en este himno es que Dios tiene un poder infinito, un conocimiento
infinito y una sabiduría infinita (28:20–28). La sabiduría de Dios, como Job aprende aquí, es
algo enormemente poderoso. “La omnisciencia gobernando la omnipotencia, el poder infinito
regido por la sabiduría infinita, es una descripción bíblica fundamental del carácter divino”,
como lo expresó J.I. Packer. No es la primera vez que Job ha pensado en esto: “Él es sabio
de corazón, y poderoso en fuerzas” (9:4). “Con Dios está la sabiduría y el poder […]” (12:13).
Es un testimonio que otros corroborarán: “Suyos son el poder y la sabiduría” (Daniel 2:20).
“Al que puede confirmaros […] al único y sabio Dios” (Romanos 16:25, 27). Pero es hora
de examinar lo que Job tiene que decir.

EL INGENIO DEL HOMBRE (28:1–11)


Desde el principio mismo, el ingenio y la habilidad del hombre se hicieron evidentes. Lamec,
de la quinta generación desde Caín (cuyo nombre significa “herrero”), tuvo tres hijos, y uno
de ellos se llamó Tubal-caín. Se dice de Tubal-caín que fue “artífice de toda obra de bronce
y de hierro” (Génesis 4:22). Es obvio que la explotación de los recursos naturales de la Tierra,
ordenada por Dios (Génesis 1:28), y la subsiguiente habilidad minera y metalúrgica fueron
facultades tecnológicas que el hombre desarrolló rápidamente. Job nos presenta aquí una
detallada descripción de la tecnología minera de su época.
Habla de hacer minas y túneles, fundir y forjar. Se sabe que en aquel tiempo se utilizaban
tres técnicas: un tipo de minería a cielo abierto (especialmente en lechos de ríos secos),
canteras en superficies rocosas verticales y minería de pozos profundos. La mención de
“fuego” en el versículo 5 posiblemente se refiera a un proceso por el que se hacían fuegos
en un túnel. Al calentarse las paredes del túnel, se echaba agua sobre este, lo que hacía que
la roca se resquebrajara. Las rocas desprendidas se sacaban entonces al exterior. Pero no
debemos detenernos en la ciencia del asunto, pues Job tiene algo más que quiere decir. Ya es
sabida la habilidad del hombre, y su ingenio, y aun su persistencia. Los hombres estaban
dispuestos a morir en su búsqueda de metales preciosos y piedras preciosas, para lo cual
“examinan todo a la perfección, las piedras que hay en oscuridad y en sombra de muerte”
(28:3). Su ingenio sobrepasaba aun el del “buitre” o el del “león” (28:7, 8). Ninguna otra
criatura es tan curiosa, osada o inteligente como el hombre.
Si Job hubiera escrito su libro en nuestros tiempos, habría hablado de la habilidad de los
cirujanos modernos, o de las telecomunicaciones internacionales, o de los microcircuitos, o
aun de los vuelos espaciales pilotados. ¡Quizá también habría mencionado la creación del
Eurotúnel! Pero su propósito al describir el ingenio del hombre es señalar el hecho de que, a
pesar de todo esto, el hombre no está más cerca de obtener la respuesta a las preguntas
fundamentales de la vida: “¿Quién soy?” “¿Para qué estoy aquí?”
Job ya preguntó: “¿Qué es el hombre?” (7:17; cf. Salmo 8:4). La pregunta es aún más
pertinente cuando recordamos la conclusión de Bildad de que el hombre es una “larva” o un
“gusano” (25:4–6). ¿Dónde hallaremos sabiduría para responder esas preguntas? El filósofo
Arthur Schopenhauer estaba un día sentado en el Tiergarten en Frankfurt, con un aspecto,
según cuenta la historia, un poco desaliñado. Un guarda del parque, tomándole por un
vagabundo, le preguntó: “¿Quién es usted?” El gran filósofo, con cierta amargura, le
contestó: “Ojalá lo supiera”.
La respuesta bíblica a la identidad del hombre se encuentra al analizar la expresión “a
nuestra imagen” en el texto del relato de la creación: “Entonces dijo Dios: Hagamos al
hombre a nuestra imagen […]” (Génesis 1:26). La divina imagen, o semejanza, de Dios en
el hombre se aprecia en muchos aspectos, incluyendo su racionalidad consciente (su
capacidad de pensamiento creativo), su aptitud para tomar decisiones morales, su capacidad
de relacionarse amorosamente y su sed de Dios. También puede apreciarse en el dominio del
hombre sobre los recursos y el potencial de la Tierra, como se decretó en Génesis 1:26.
Ese último punto nos atañe aquí, pues parece ser que Job se está refiriendo a ello: la
imagen de Dios en el hombre se halla en su poder de creatividad inventiva y artística; en
concreto, en la minería y la metalurgia. Dios ha dado al hombre la capacidad para la creación
y el ingenio con los que extraer los recursos naturales del planeta.8 El hombre es capaz de
examinar, investigar y analizar cómo son las cosas; es capaz de idear medios con los que
obtener unas cosas de otras, y crear otras nuevas; es capaz de apreciar lo que es hermoso.
Esto es parte de lo que es el hombre; mucho más sabio que ninguna otra criatura en este
mundo. Es una sabiduría derivada, un pálido reflejo de la sabiduría del Creador del hombre,
para quien este himno es un cántico de adoración. Nadie ha podido superar lo que dice “el
Vate”(*): “¡Qué obra es el hombre! ¡Cuán noble en su razonamiento! ¡Cuán infinitas sus
facultades! ¡En acción, qué parecido a un ángel! ¡En entendimiento, qué parecido a un dios!
¡Lo más bello del mundo! ¡El arquetipo de los animales!”9
EL VALOR DE LA SABIDURÍA (28:12–19)
¿Cuál es el valor de la sabiduría? ¿Puede comprarse? ¿Qué pasos debe dar el hombre para
conseguirla? Estas son las preguntas que Job pasa a hacer en la segunda parte del himno. El
hombre invierte toda su vida en la búsqueda de la sabiduría, pero es en vano (28:12–14). Y
le es totalmente imposible comprarla (28:15–19). Si fuera posible, el hombre moderno
intentaría sacar al mercado acciones de sabiduría. Imagínatelo: ¡la sabiduría, privatizada! En
cierto sentido, eso es precisamente lo que el hombre hace. Todo credo personal de vivir la
vida “al máximo” es un anuncio de una visión personal de la sabiduría. Pero los intentos de
expresar esa visión se estrellan contra un muro. En el mundo occidental, el hombre moderno
está aprendiendo, a base de cometer errores, que la sabiduría no se halla en el afán de poder,
sexo y dinero.
La Biblia, por otro lado, tiene mucho que decir sobre la consecución de la sabiduría. Los
nueve primeros capítulos de Proverbios son una continua lista de exhortaciones a
conseguirla:
Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría;
y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia.
[…] Retén el consejo, no lo dejes;
guárdalo, porque eso es tu vida
(Proverbios 4:7, 13).

Salomón llega a hacer una personificación de la sabiduría, y le permite hablar por sí misma:
Bienaventurado el hombre que me escucha,
velando a mis puertas cada día,
aguardando a los postes de mis puertas.
Porque el que me halle, hallará la vida,
y alcanzará el favor de Jehová.
Mas el que peca contra mí, defrauda su alma;
todos los que me aborrecen aman la muerte
(Proverbios 8:34–36).

La sabiduría es lo que nos hace falta: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como
necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios
5:15–16). El ruego principal de Pablo en su oración por los colosenses era que se les
concediese sabiduría: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos
de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda
sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9). Santiago hace esta promesa: “Si alguno
de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin
reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).
La necesidad de sabiduría es el tema de Eclesiastés. Solo tienes que pensar en la vida si
no hubiera Dios; ¿qué ves? Un círculo sin sentido de acontecimientos que se repiten
(Eclesiastés 1:4–11); una interminable sucesión de acontecimientos sobre los que no tenemos
ningún control (Eclesiastés 3:1–18); una ilimitada serie de muertes, que no tiene en cuenta la
calidad de las vidas que se han vivido (Eclesiastés 3:19–21; 9:2–6). No parece tener ningún
propósito: “El hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que
trabaje el hombre buscándola, no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso
podrá alcanzarla” (Eclesiastés 8:17).
¿Para qué sirve, pues, trabajar? ¿Para hacer dinero? ¿Para comenzar una empresa? ¿Para
estudiar y hacerse uno sabio a sí mismo? (Eclesiastés 1:3; 2:11, 15; 5:11). Para ninguna de
estas cosas, si Dios no está en nuestros corazones y si Él no es la razón por que vivimos. Este
es también el tema de Job 28. La vida sin Dios no tiene sentido. No tiene ninguna finalidad.
En un mundo en el que no fijemos nuestra vista en Dios, no hay sabiduría bajo el Sol.

LA FUENTE DE LA SABIDURÍA (28:20–28)


La sabiduría no se encuentra en la tierra de los vivos (28:21) ni en la de los muertos (28:22).
Tras agotar todos los recursos humanos, y aun los de más allá de la tumba, a Job solo le queda
una fuente a la que acudir: Dios. La fuente de la sabiduría se halla en Aquel que lo sabe todo
(28:23), lo ve todo (28:24) y tiene todo el poder (28:25). Es la sabiduría del Creador (28:26–
27). Es la palabra de su voluntad, ¡el conocimiento revelado de Aquel que posee todo el
conocimiento!
Ya hemos mencionado el resumen que Calvino hacía de la sabiduría, diciendo que
consiste en conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos. Es la primera parte, conocer a
Dios, lo que Job quiere tratar aquí. Tenemos que recordar que ya ha empezado el proceso de
conocerse a sí mismo, en su forma de reaccionar a la creciente crisis en su vida.
La sabiduría procede de conocer a Dios y estar reconciliado con Él: “He aquí que el
temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” (28:28; cf. Salmo
111:10; Proverbios 9:10). Esta es precisamente la característica que ha distinguido a Job
desde el principio (1:1). La reverencia a Dios es la cualidad primordial que nos hace sabios.
Hasta que no nos hagamos humildes y dispuestos a recibir enseñanza, y no tengamos un
temor reverencial a la santidad y majestad esenciales de Dios, preparados para un cambio
radical de nuestros gustos y nuestra voluntad, no podremos llegar a ser verdaderamente
sabios.
¿Qué significa temer a Dios? Ya hemos considerado este asunto en el primer capítulo.
Ahora, sin embargo, estamos en una posición que nos permitirá considerarlo un poco más de
cerca, sabedores como somos ahora de que Job está hablando desde la experiencia del
sufrimiento. Al menos dos cosas aparecen aquí.
1. Conocimiento de Dios
Job ha conservado su sano juicio durante su prueba, a pesar de la ineptitud de sus consejeros,
porque conoce a Dios. Le han sucedido cosas que en sí mismas son incomprensibles. En lo
que se refiere a sabiduría humana, para él la vida no tiene sentido. Solo al fijar su mirada en
Dios —el Dios que lo ama, el Dios que hace promesas y pactos, el Dios que sabe lo que él
no sabe— consigue Job mantener su cordura. Dios tiene un propósito en todo esto que Job
no comprende, pero este se deja a sí mismo solamente en manos de Dios para obtener un
sentido para su vida, y así también nosotros debemos apoyarnos en el conocimiento de Aquel
que nos dice: “Confía en mí”.
Para Job, conocer a Dios significaba conocer al Intercesor, Abogado y Mediador que se
sienta a la derecha de Dios (9:32–34; 16:19–21; 19:25–27). “Yo sé que mi Redentor vive
[…]”, dice Job; ha descubierto el secreto de la vida: conocer a Jesucristo (en su caso, como
tipo y sombra). Es en Cristo donde fundamentalmente se revela la sabiduría de Dios. Él “nos
ha sido hecho por Dios sabiduría” (1 Corintios 1:30). En su carta a los efesios, Pablo afirma
que “la multiforme sabiduría de Dios” se revela “conforme al propósito eterno que hizo en
Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 3:10–11). La sabiduría de Dios, la sabiduría que quiere
que conozcamos, se muestra en lo que Cristo ha hecho por su pueblo.
2. Temor reverencial a los designios de Dios
Tras decirles a los efesios que la sabiduría de Dios se ha revelado en el Evangelio de
Jesucristo, Pablo pasa a hablar de sus propios sufrimientos (Efesios 3:13). Está en la cárcel,
y les pide a sus amigos en Éfeso que no se desanimen por ello. “Considerando lo que os he
dicho acerca de la sabiduría de Dios, no os desaniméis por mis tribulaciones”, parece ser lo
que Pablo está diciendo. ¡Sería comprensible que estuvieran desanimados! Pablo era su guía.
No obstante, no estaban deprimidos. ¿Por qué no? Porque si podían ver la obra de Dios en su
salvación, por medio de la muerte de Jesucristo en el Calvario, también debían confiar en que
Él estaba obrando para su bien en sus vidas cotidianas.
Eso es lo que Job quería decir. La reverencia hacia Dios significa sentir un temor
reverencial ante sus designios. El tapiz que Dios teje es maravilloso, ¡sí, lleno de maravillas!
Puede que yo no lo comprenda, pero tengo que aceptarlo. Es la opción más sabia. Debo
inclinarme en humildad ante su voluntad: “Con los humildes está la sabiduría” (Proverbios
11:2). Esto es, al menos en parte, lo que Job quiere decir con “apartarse del mal”. Es caminar
en obediencia a lo que Dios ha revelado, tanto en la revelación natural del mundo creado,
como en la Palabra de Dios escrita, infaliblemente inspirada. “Aprendamos a ser llenos de
tal celo por nutrirnos de la Sagrada Escritura —predicó Calvino sobre este pasaje— que
preservemos la doctrina contenida en ella, antes que nuestros propios deseos, y antes que
todas las vanidades de este mundo que nos llevan en otra dirección”.
Samuel Rutherford, al prever algo de la tribulación que se le avecinaba a una amiga
cristiana, Jean Brown, dijo lo siguiente: “Debemos enfrentarnos firmemente a lo que pueda
ocurrirnos si seguimos hacia adelante, hasta que Él y nosotros dejemos atrás las zarzas y los
arbustos, y lleguemos a tierra firme. Nuestra débil naturaleza será así llevada por en medio
de las aflicciones de esta miserable vida en los brazos de Cristo; y es su sabiduría, la de Aquel
que sabe de qué estamos hechos, que sus hijos lleguen con los zapatos mojados y los pies
fríos al Cielo […] El tiempo roerá y arrancará nuestras desgracias y dolor. Nuestro Cielo está
floreciendo, y creciendo hacia la cosecha”.13

22
“El Señor dio… y quitó”
Léase Job 29–31

JOB HACE UN RESUMEN FINAL DE SU CASO


Job ya no les habla directamente a sus amigos, sino a Dios: “Clamo a ti” (30:20). Esta parte
del libro nos recuerda los momentos finales de un dramático caso presentado en un tribunal,
cuando el abogado hace su resumen final, sus “conclusiones”. Este es el caso que Job
presenta, para bien o para mal. Estas palabras supondrán su absolución o su caída. Job habla
casi exclusivamente sobre sí mismo, y el patetismo y el sentimiento de dolor expresados en
estos capítulos hacen de esta parte una de las más conmovedoras de todo el libro.
Los tres capítulos pueden sintetizarse así: La felicidad anterior de Job (capítulo 29); El
dolor actual de Job (capítulo 30); Job presenta la defensa final de su inocencia (capítulo 31).

LA FELICIDAD ANTERIOR DE JOB


Es muy común, en tiempos de prueba, rememorar cómo eran las cosas antes. “¡Ojalá todo
volviera a ser como era!”, nos decimos. Job hace eso en este capítulo. Su mente se detiene a
pensar en los días felices, cuando el Sol brillaba y todo parecía ser maravilloso. Pensamientos
así pueden, por supuesto, ser una forma pecaminosa de expresar descontento con el presente.
Pero también pueden ser terapéuticos: “Cuenta los favores del Señor […]”, dice el viejo
himno, y es un sabio consejo. No tenemos en cuenta las bendiciones de Dios lo suficiente. Si
lo hiciéramos, ello transformaría nuestras vidas espirituales.

CUATRO BENDICIONES CONCRETAS (29:1–6)


1. La protección de Dios sobre él
Dios “guardaba” a Job (29:2). Los peregrinos que viajaban a Jerusalén, conscientes de que
era muy probable que hubiera merodeadores o bandidos esperándoles escondidos en las
colinas, encontraban confianza en el conocimiento de que su ayuda provenía del Señor que
los guardaba aun durante su sueño (Salmo 121:3–5, 7–8). En cierto momento del Salmo 121,
se describe el modo en que Dios guarda a su pueblo como si extendiera sobre ellos su
“sombra”: “Jehová es tu sombra a tu mano derecha” (Salmo 121:5). El mismo pensamiento
aparece en el Salmo 91, donde los piadosos hallan un lugar seguro bajo la “sombra” de “alas”
divinas que los cubren y los rodean (Salmo 91:1, 4). El simbolismo utilizado es el de una
gallina clueca que con gran esmero protege su nidada; el propósito es subrayar la promesa
del pacto de la infalible presencia Señor con su pueblo, especialmente en épocas de
tribulación.
La manera como Job describe la protección de Dios sobre su siervo es recordando lo
tranquilizadora que puede ser una luz para un niño al que le da miedo la oscuridad: “Cuando
hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara, a cuya luz yo caminaba en la oscuridad”
(29:3). Job se acuerda de momentos de su vida en los que no tenía miedo de nada porque el
Señor estaba con él.
2. La amistad de Dios
Que Dios nos guarde es una cosa, pero gozar de su “favor” es otra (29:4). Una vez más
encontramos el mismo pensamiento en las palabras del salmista: “La comunión íntima de
Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto” (Salmo 25:14). El Señor
tiene una relación íntima con su pueblo. Los hace partícipes de su confianza y les revela
secretos que al resto de la Humanidad le son ocultos. Cuando Dios preguntó: “¿Encubriré yo
a Abraham lo que voy a hacer?”, nos estaba revelando una asombrosa verdad: que Abraham
era un amigo de Dios (Génesis 18:17–19). Es una verdad que todo discípulo de Jesús tiene
en gran estima: que Él nos hubiera de considerar sus “amigos” (Juan 15:14).
¡Pero la intimidad que tenemos con Dios por el Evangelio es mayor aún que la amistad!
Después de la resurrección, Jesús llamó a sus discípulos “hermanos” (Juan 20:17). “La sangre
tira”, como dicen; ser parte de una familia es importante para nosotros. Quienes han perdido
el contacto con sus familias suelen sentirse desamparados, aislados en un universo hostil. Es
importante para nosotros saber que hay alguien más que comparte nuestra misma estructura
genética, los mismos padres, el mismo trasfondo, los mismos recuerdos. En Jesús tenemos a
Uno que comparte nuestras experiencias. Él es nuestro Hermano Mayor.
3. La provisión de Dios
Con palabras que nos recuerdan el primer capítulo del libro, Job habla de las bendiciones de
los “hijos” (29:5), los rebaños y las cosechas (29:6). Tal era la abundancia de “leche” y
“aceite” (29:6 LBLA) que Job nos dice que se podría haber bañado en ellos. “Proclamarán
la memoria de tu inmensa bondad, y cantarán tu justicia”, dice el salmista (Salmo 145:7). La
gracia de Dios se nos revela “por uno solo, Jesucristo” como una gran “abundancia”
(Romanos 5:17).
Lo que Job está expresando aquí es el cumplimiento de las condiciones del pacto
(Deuteronomio 28:11). Pero la verdadera bendición no era la abundancia de cosas materiales,
si bien esta era parte de aquella; ¡la verdadera bendición era la presencia de Dios!
4. La presencia de Dios
“Aún estaba conmigo el Omnipotente” (29:5). Nada es tan tranquilizador como tener la
presencia de Dios con nosotros. La esencia misma del pacto de Dios con nosotros es que Él
repite una y otra vez: “Yo estaré contigo” (cf. Génesis 39:2; Éxodo 3:12; Josué 1:5, 9; Isaías
43:2, 5; Mateo 1:23; 28:20). Ahora, Job ha perdido la seguridad de la presencia de Dios. Sus
amigos se están burlando de él, igual que hicieron los enemigos de los salmistas cuando les
decían: “¿Dónde está tu Dios?” (Salmo 42:3, 9, 10; 43:1–2). Pero antes, en aquellos
maravillosos días que precedieron a su prueba, Dios estaba con él, ¡y él lo sabía!
Cuando John Wesley estaba muriéndose recibió la visita de muchos de sus amigos. Todos
ellos deseaban poder ayudar y animar a su amigo, y muchos citaron algunas de las promesas
de las Escrituras. Se dice que Wesley pronunció estas palabras: “Sí, todas esas promesas son
ciertas, pero lo mejor de todo es que Dios está con nosotros”.

UN HOMBRE DE GRAN HONRA (29:7–17)


Los hombres ricos solían ser más despreciados que respetados. De muchos ricos se tenían
sospechas sobre la forma en que habían hecho su fortuna. Elifaz, como ya hemos visto, acusó
a Job de esto mismo (22:5–11), algo que Job negará rotundamente (31:16–23). Cualquiera
que fuese el motivo de la acusación de Elifaz (¿tal vez la envidia?), Job parece haber sido un
hombre respetado por toda la ciudad de Uz. Es más, se hablaba de él con gran deferencia
entre la población.
Una visita a una ciudad de Oriente Medio, aun en nuestros días, nos revelaría que la
entrada de la ciudad es el lugar donde se reúne la gente. Desenrollan sus alfombras, exponen
sus mercancías y rápidamente montan un mercado. La gente acude a las puertas de la ciudad
para hacer negocios e intercambiar noticias. En la antigüedad, la puerta de la ciudad era el
sitio donde se reunían los ancianos de la ciudad para tratar sus asuntos y tomar decisiones
importantes. A casi cualquier hora se podía reunir a un grupo de ciudadanos para actuar como
jurado. Uno de los ancianos presidiría (a modo de juez) la discusión de una disputa. Amós
hace referencia a “establece[r] la justicia en la puerta” (Amós 5:15 LBLA).1
Está claro que Job era un anciano de la ciudad, un miembro del concilio gobernante de
Uz. Podría ser que a todos los hombres adultos se los considerase ancianos en ciudades
pequeñas y en los pueblos, pero lo más probable es que en ciudades de mayor tamaño, como
Uz, se hiciera algún tipo de elección sobre la base de su edad, sabiduría, aptitudes y honra.
La honra con que se consideraba a Job es evidente, pues a su paso los jóvenes se apartaban y
los hombres de más edad “se levantaban, y estaban en pie” (29:8). Era costumbre estar en
pie en presencia de hombres ancianos (Levítico 19:32). Pero eso no es todo; los oficiales de
la ciudad, del gobierno y del ejército imponían silencio por donde Job pasaba (29:9–10). Lo
hacían por la fama que tenía de ayudar a los pobres, los huérfanos y las viudas (29:12–13),
aun en casos que no conocía personalmente (29:15–16). Esto es lo que Santiago llama una
“religión pura” (Santiago 1:27).
La vida de Job había estado dirigida por los principios de la “justicia” y la “rectitud”,
los cuales había ostentado como si fueran prendas de vestir (29:14). Que Job no exagera su
valoración de sí mismo lo demuestra el hecho de que todos los hombres “daban testimonio”
de estas cosas (29:11).
Al final del capítulo hay otra sección que describe las cualidades de Job como anciano de
la ciudad (29:21–25). En ella aparecen tres cualidades.
1. Sabiduría (29:21–23)
De muy pocas personas se puede decir que la gente espere cada palabra suya con expectación,
como fue el caso de Job.
2. Rectitud moral (29:24)
A Job se le describe en cuanto a su función sacerdotal: su “sonrisa” y “la luz de [su] rostro”
eran una bendición para la gente. Las palabras empleadas aquí se parecen a las bendiciones
sacerdotales de Números 6:
Jehová te bendiga,
y te guarde;
Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti,
y tenga de ti misericordia […]
(Números 6:24–25).

3. Capacidad de liderar (29:25)


Job era “el jefe” de la ciudad de Uz. Es evidente que era más que un anciano solamente.
Como “jefe”, él sería el encargado de dirigir la lucha contra los merodeadores, hablar en
ocasiones de trascendencia cívica y restablecer el orden en tiempos de catástrofes y
necesidad. ¡Como quien dice, Job, el alcalde de Uz! Job era ciertamente como un rey o un
general, infundiéndole fuerzas y ánimo al pueblo (29:25).

ASPIRACIONES DE JUVENTUD (29:18–21)


A nadie le gustaría morir joven. Es más, la gente joven apenas piensa en la muerte ni un
minuto: es algo que siempre se deja para otro día. De joven, Job daba por hecho el tener
salud. Había expresado su deseo de vivir una vida larga y próspera. Se refiere a su casa
utilizando el término “nido”, añadiendo una connotación hogareña que nos indica que su
casa debió de ser una fuente de gozo para él (29:18).
Job pensaba en lo que habría podido ser: en primer lugar, llegar a una edad avanzada, tras
haber madurado (Job había esperado madurar como un árbol plantado a la orilla de un río,
29:19; cf. Salmo 1:3); y en segundo lugar, morir en su propia casa, rodeado de aquellos que
le amaban. Es lo que cada uno de nosotros desearía para sí mismo. Las imágenes son muy
gráficas: Job se imagina lleno del vigor de un árbol joven que crece junto a una constante
provisión de agua, y tan fuerte como un guerrero, “arco” en mano (29:19–20).
Hay ciertas cosas cuyo valor nunca aprendemos, hasta que nos enfrentamos a la
posibilidad de perderlas, o peor aún, nos despertamos y nos damos cuenta de que ya no están.
La salud es una de ellas. La paz interior es otra. Una tercera sería la dignidad.
Job ha perdido las tres cosas. Su ausencia es lo que más presión está poniendo sobre su
fe y su relación con Dios. En particular, se está poniendo a prueba su confianza en el amor
de Dios. “Maldice a Dios, y muérete”, le había instado a hacer su mujer. Cada día que pasaba,
ese reto se hacía más atractivo. La molestia en el ámbito físico, la indignidad de estar sentado
en un vertedero, el desprender la supuración de sus heridas al rascarse, le han hecho sentirse
deshumanizado y desmoralizado. Los recientes acontecimientos en su vida han puesto en
duda seriamente el futuro de sus más profundas ambiciones.
Tal vez Job necesitaba aprender la lección de que no somos dueños de nuestras vidas.
Podemos aspirar a tener una vida larga, pero a Dios le corresponde el derecho de otorgarnos
tal cosa. ¡Todos debiéramos estar listos para morir en cualquier momento! Los cristianos de
ayer vivieron según este principio mejor que los de hoy, pues vivían siguiendo el lema del
obispo Ken: “Vive cada día como si fuera el último”. Debemos hacer planes sabiamente para
varios años (Salmo 90:10), pero puede que Dios nos llame antes. Y si lo hace, será como
haber sido ascendidos en el trabajo.
Calvino hace unos sabios comentarios sobre esa aspiración a vivir muchos años: “Si Dios
nos envía prosperidad, no nos volvamos perezosos: recordemos que esta vida mortal está
sujeta a la posibilidad de toda clase de cambios que podamos imaginar […] Y aunque el
mundo entero pareciera ponerse de nuestro lado, y que tuviéramos cien mil hombros en los
que apoyarnos, aun así debemos pensar que aquí abajo no hay nada fijo, sino que todo es
transitorio, y todo puede cambiar de la noche a la mañana […] Pues nada le es más fácil a un
hombre que creer que siempre ha de continuar su dicha, una vez que la tiene”.
Es el mismo pensamiento que llevó al salmista a afirmar que el hombre impío “dice en
su corazón: No seré movido jamás; nunca me alcanzará el infortunio” (Salmo 10:6). Esta es
la razón por que Jesús dirige una advertencia a quienes están obsesionados con hacer grandes
planes para sí mismos en esta vida: “Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma;
y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:20). “Clamemos a Dios —recomienda
encarecidamente Calvino— y esperemos la provisión de su mano, cualquiera que sea lo que
le plazca enviarnos”.

EL DOLOR ACTUAL DE JOB


Job ha estado soñando despierto. Por un momento ha olvidado el dolor del montón de ceniza,
y en su lugar ha recordado los gloriosos días pasados. ¡Qué deprisa habían cambiado las
cosas! Aunque, por supuesto, no hacía mucho de todo aquello, a Job le debía de parecer una
eternidad. La muerte, la mala salud, la ruina económica o un desliz moral, pueden destruir el
equilibrio de nuestras vidas, que tanto amamos. Quizá uno de sus dolores le había hecho
despertar de nuevo a la realidad. O quizá fue el oír a alguien maldiciéndole lo que le hizo
abrir otra vez los ojos ante su situación. Oyó algo, y se dijo a sí mismo: “Se burlan de mí”
(30:1 LBLA), ¡dos veces, además! (30:9).

LOS ATAQUES DE OTROS HOMBRES (30:1–15; 24–31)


A los ojos de la gente, Job ha caído desde el respeto a la deshonra. Ha pasado de ser el objeto
de su adulación a ser el blanco de sus insultos; del tipo de hombres a quienes antes no les
habría confiado ni el cuidado de sus perros (30:1). Los describe como hombres desterrados,
y que buscan su comida entre la basura (30:3–8). Son como animales; fijémonos en los verbos
que utiliza: “roían” (30:3 LBLA); “bramaban” (30:7). Bandas de marginados sociales, que
pasan las noches vagando por las calles, invierten sus fuerzas en mofarse de él. Job es un
“refrán” entre ellos (30:9). Como ya vimos antes, los insultos duelen, y la lengua, nos
recuerda Santiago, “es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros
miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es
inflamada por el infierno” (Santiago 3:6). Es obvio que Job está muy dolido por los insultos
dirigidos contra él.
La lengua puede utilizarse para hacer dormir a un niño, o como embajadora en la
búsqueda de la paz entre dos naciones en guerra. Con ella un abogado defiende la causa de
la verdad en un tribunal, y un general infunde ánimo a los soldados que se preparan para la
batalla. Pero es un instrumento muy volátil, como Job sabía muy bien. Había sido víctima de
un veneno verbal, de un despiadado ataque con insultos. Se sentía magullado y dolido. Un
periodista americano llamado William Norris, cuya especialidad eran las rimas sencillas,
escribió una vez:
Si tu boca has de guardar
de tropezones y males,
cinco cosas mirarás:
a quién hables; de quién hables;
y el modo, tiempo y lugar.
Job había sido víctima de un falso testimonio. Tanto bandas callejeras como sofisticados
consejeros habían dado un testimonio falso contra su prójimo, contraviniendo el
mandamiento de Dios (Éxodo 20:16). Comentando ese mandamiento, Thomas Watson
escribió: “Dios ha puesto dos barreras naturales para la lengua: los dientes y los labios; y este
mandamiento es una tercera barrera contra ella: ‘Tampoco hablarás contra tu prójimo falso
testimonio’ ”.
Además del abuso verbal, Job también ha sido el objetivo de ataques emocionales,
psicológicos y físicos. Le “abominan” y le escupen en la cara (30:10). El “arco” con el que
había soñado, que en otro tiempo tuvo en su mano y que había sido el símbolo de su fuerza,
ahora ha sido quebrado (30:11). Se le ha robado su hombría. Su cuerpo está muy débil
(30:13). Es una víctima indefensa: han puesto trampas para sus pies, sitiado sus muros y
desbaratado las rutas de escape (30:12–13). Pronto abrirán brecha en sus muros (30:14
LBLA).
Aquellos que han sufrido accidentes que les han causado una parálisis, o quienes han
sufrido enfermedad, o han sido despedidos de su empleo, pueden identificarse con Job. A
esas circunstancias las acompaña la pérdida de la dignidad. Job se siente sin fuerzas; “la
cuerda de su arco” se “ha aflojado” (30:11 LBLA).
Una de las cosas que nos irrita cuando vemos fotografías de los judíos perseguidos en
Europa es el modo en que hombres, mujeres y niños fueron tratados sin ninguna dignidad.
Transportados en masa en trenes de mercancías, obligados a guardar fila desnudos, privados
de las cosas básicas, torturados, víctimas de abusos, esa gente perdió su dignidad mucho antes
de que comenzara la masacre. Es ese sentido de la dignidad, esa percepción de que las cosas
no deberían ser así, lo que aflige a Job. Sus heridas desprenden un olor y una supuración muy
desagradables (30:30). Nadie quiere acercarse a él (30:24). El único sonido que sale de él es
su clamor (30:24, 28, 31).
Quienes sufren como él, saben lo que Job quiere decir. Se compadecen de su sentimiento
de frustración y dolor. Estamos creados a imagen de Dios, para reflejar algo de su gloria,
pero es difícil apreciarla en la figura de un hombre mayor reducido a la senilidad, el babeo y
la incontinencia. ¿Dónde está la gracia divina en esa imagen? La identificamos enseguida en
la estampa de un golden retriever, de un delfín o una mariposa, ¿pero y en Job, en sus
circunstancias actuales? Hemos sido diseñados para tener dignidad, y eso es algo que no
debemos olvidar. Es cierto que somos pecadores, un hecho que debiera humillarnos; pero
también somos, por la fe en Jesucristo, hijos de Dios redimidos y coherederos con Jesús, un
hecho que nos recuerda nuestra esencial y divina dignidad. Recordar la grandiosidad de lo
que somos (“Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser
[…]”, 1 Juan 3:2) es lo que más nos cuesta cuando nuestros cuerpos, mentes y espíritus son
deformados por el dolor. Lo que Job expresa aquí es el diminuto sentido de la dignidad que
posee ahora mismo.

LA PARTE DE DIOS (30:16–23)


El dolor que Job ha sentido, según el resumen que hace ahora de todo lo acontecido, no lo ha
causado tanto lo que han hecho las bandas callejeras, ni aun la ineptitud de sus amigos, como
otra cosa, mucho peor que todo eso. Y es que Dios ha sido el causante de todos sus dolores
(30:11). La vida de Job se aleja de él como la marea (30:16). Se le han agotado los recursos.
La esperanza se está desvaneciendo. Lo único que le queda son días y noches de agudo dolor
(30:16–17). “Mis entrañas se agitan, y no reposan”, dice Job (30:27).
¿Cuánto dolor puede soportar un ser humano? ¿Cuánto puede sufrir la familia viéndole?
El dolor de Job es continuo (30:16–17), humillante (30:18–19), despiadado (30:20–21),
violento (30:22) y mortal (30:23). Las metáforas son impresionantes: Job siente que su alma,
su vitalidad misma, ha sido derramada como agua de una jarra. Le duelen todas las partes del
cuerpo. Es, en palabras de Hartley, “como si Dios le hubiera agarrado por su manto y hubiera
tirado de él tan fuerte que cada parte de su cuerpo gritara por el angustioso dolor (30:18)”.
“El dolor, como sensación, está estrechamente relacionado con la ansiedad, la
preocupación, el miedo, la ira, la depresión y otros tipos de emoción. Cuando un paciente
tiene miedo o ansiedad suele afirmar que su dolor se ha intensificado; por el contrario, cuando
se siente más relajado y despreocupado acerca del estímulo causante del dolor, suele afirmar
que su dolor es menos intenso. El conjunto de la experiencia del dolor está compuesto por
una compleja mezcla de sensaciones desagradables y de emociones”.
Un revelador ejemplo de algunos de los aspectos psicológicos del dolor se encuentra en
las Lamentaciones de Jeremías:
¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino?
Mirad, y ved
si hay dolor como mi dolor
que me ha venido;
porque Jehová me ha angustiado
en el día de su ardiente furor.
Desde lo alto envió fuego
que consume mis huesos;
ha extendido red a mis pies,
me volvió atrás,
me dejó desolada,
y con dolor todo el día
(Lamentaciones 1:12–13).

Job ya dijo de su dolor que era “sin […] tregua” (6:10). Eliú se referirá a él más tarde
como un “dolor grande” (33:19). “Me duelen las fibras de mi corazón”, dice Jeremías, quien
también habla luego de su “perpetuo […] dolor” (Jeremías 4:19; 15:18).
¡Es Dios quien lo ha causado!
Clamo a ti, y no me oyes;
me presento, y no me atiendes.
Te has vuelto cruel para mí;
con el poder de tu mano me persigues.
Me alzaste sobre el viento, me hiciste cabalgar en él,
y disolviste mi sustancia
(30:20–22).
“Me persigues […] Me alzaste […]”, dice Job; es como si Dios le estuviera mirando con
gesto indiferente, impávido, impasible, como un torturador cruel y despiadado.
Una de las palabras que la Biblia utilizaría para describir lo que le ocurrió a Job es
“tribulación”. La raíz de esta palabra significa “trillar”. Es el proceso mediante el que se
arroja el trigo al aire para extraer el grano. “Simón, Simón —le advirtió Jesús a Pedro—, he
aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31). Lo que Job está
describiendo aquí es exactamente el mismo proceso. Es un proceso siempre doloroso y difícil.
Pablo nos dice que “la tribulación produce paciencia” (Romanos 5:3). Job ha sido zarandeado
por el aire como se hace con el grano en la trilla. Pero está surgiendo un nuevo rasgo en el
carácter de Job. Job nunca volverá a ser el mismo. Está aprendiendo cada vez más sobre el
Señor y sus designios; aprendiendo a confiar en Él, a apoyarse en Él, a acercarse a Él, a
clamar a Él en momentos de dolor. Dios ha puesto a Job como paladín suyo contra Satanás.
Y aunque el paladín está sangrando por sus heridas recibidas en la batalla, va ganando. Dios
lo ha escogido, tal y como predijo Jesús, para que dé fruto (Juan 15:16). Bajo esa luz, todos
los golpes y zarandeos merecen la pena. Y esto lo reconocerá Job muy pronto.

JOB PRESENTA LA DEFENSA FINAL DE SU INOCENCIA


Job comenzó su resumen recordando las bendiciones que había recibido de Dios en el pasado
(capítulo 29). Después ha añadido el testimonio de sus circunstancias actuales, que casi son
demasiado dolorosas para escribirlas (capítulo 30). La pregunta ahora, la misma que nos ha
acompañado desde el principio, es, por supuesto: ¿Por qué sufre Job? Al menos, esa es la
pregunta que Job se hace. No es, como veremos al llegar a la conclusión, una pregunta que
el libro de Job tenga un particular interés en contestar. De hecho, Job no recibirá una respuesta
satisfactoria al problema de su sufrimiento. Por ahora, sin embargo, Job sigue haciendo la
pregunta, y, en su opinión, no es posible que la respuesta se halle en que él sea un gran
pecador. Ha refutado las alegaciones presentadas por sus amigos una y otra vez. Ahora ha
llegado el momento de enterrar esa acusación de una vez para siempre.
En el capítulo 31 Job procede a hacer toda una lista de pecados, y luego a negarlos. La
forma que toma su negación requiere ser examinada. Job hace algo que habría sido muy
común en su época. Para negar su participación en un delito, le pide a Dios una maldición
sobre él si se demuestra que esté diciendo una mentira. La idea detrás de esto, en la que está
pensando Job, es hacer un “pacto” (31:1) con Dios, en espera de que la obediencia obtendrá
su recompensa. Para Job, Dios parece haber dejado su papel de “protector de Job” y en vez
de eso se ha convertido en su enemigo.
Básicamente, Job está haciendo un juramento de lealtad, comprometiéndose a seguir a
Dios con todo su corazón. Es un juramento de un pacto de obediencia, que Job afirma haber
cumplido desde antes que empezaran sus pruebas. Está tan seguro de su inocencia que está
dispuesto a dejar que se investigue toda su vida anterior. Sus amigos le habrían aconsejado
que no lo hiciera, por supuesto. Cuando Job preguntó: “¿Cuántas iniquidades y pecados tengo
yo? Hazme entender mi transgresión y mi pecado” (13:23), Elifaz había sugerido que su
delito había sido oprimir a los pobres (22:5–11). Job ya rechazó esta acusación, defendiendo
su inocencia (29:11–12).
Hay algo más que Job puede hacer. Según la costumbre de la época, podía hacer un
juramento, una declaración legal mediante la cual un acusado jura su inocencia bajo la
condición de que, si se descubre su culpa, se aplicaría una maldición (una pena establecida
de antemano). Estamos acostumbrados a oír hablar de maldiciones, o imprecaciones,
pronunciadas contra otras personas, pero en este caso la maldición se dirige a uno mismo:
“Si he cometido tal o cual pecado, entonces que venga sobre mí este castigo”. Es semejante
en su forma a lo que dice el salmista:
Si me olvidare de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar,
si de ti no me acordare
(Salmo 137:5–6).

Tiene uno que estar muy seguro de sí mismo para hacer este tipo de juramento.
Job cita una lista de diez pecados: lujuria (31:1–4), falsedad (31:5–8), adulterio (31:9–
12), opresión (31:13–15), descuido de los necesitados (31:16–23), codicia (31:24–25),
idolatría (31:26–28), rencor (31:29–30), parquedad, o tacañería (31:31–32), hipocresía
(31:33–34) y explotación (31:38–40). Cuando hayamos examinado cada uno de ellos,
tendremos que volver a este punto y preguntar qué queremos decir exactamente al afirmar
que Job es inocente, o que tiene “integridad” (31:6). Por ahora nos basta con recordar que
Job no está alegando una absoluta perfección. Por otro lado, también es cierto que su
declaración de defensa va demasiado lejos. Job no parece ver lo engañoso que es el pecado.
Parece haber “una extraordinaria intensidad de creencia en su propia justicia” en estos
momentos. Esto lo señalará Eliú en el capítulo siguiente.

LUJURIA (31:1–4)
Job comienza diciéndonos que ha hecho un “pacto” con sus “ojos [para no] mirar a una
virgen” (31:1). Aquí Job anuncia las palabras de nuestro Salvador en el Sermón del Monte:
“Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella
en su corazón” (Mateo 5:28).
Estos versículos nos muestran el conocimiento que Job tenía del poder de la tentación, y
su resolución de ser más fuerte que el pecado en su vida. Si somos sinceros, hay al menos
dos cosas en nuestras vidas que deberíamos reconocer: la primera, nuestra incapacidad para
enfrentarnos a nuestro pecado; y la segunda, el modo nada adecuado en que intentamos
hacerlo. Job trata aquí ambas cuestiones, y revela una extraordinaria afinidad con la
insistencia de nuestro Señor Jesucristo al repetir la necesidad de vencer nuestras tendencias
pecaminosas. “Sácalo”, “Córtala”, “Niéguese a sí mismo”, fueron las órdenes de Jesús.
Teniendo mucho cuidado con lo que miraba, Job actúa de forma parecida. Para él, igual que
para Jesús, un crecimiento positivo en gracia era imposible sin un control negativo del
pecado.
Hay varios elementos del método de Job que merecen destacarse.
1. Hay que enfrentarse al pecado
El primero es que Job siente la necesidad de enfrentarse al pecado. Obviamente, es consciente
de que si descuidara su análisis de lo que mira, caería sin duda en el pecado. Por mucha
confianza en su propia justicia que Job parezca tener en este capítulo, está claro que conoce
el potencial que tiene en sí mismo de caer en pecado. Admite que su corazón y su mente son
campos de batalla en el conflicto que mantienen la carne y el espíritu. El pecado no se
marchará por su propia voluntad. Job comprende la necesidad de hacer algo para conquistar
el pecado. Lo que le pasaba a Job también se puede afirmar de cada uno de nosotros. Por
mucho que hayamos avanzado desde sus tiempos, no podemos llegar a un momento en el
que ya no haya que enfrentarse a la tentación. Cuando olvidemos esto será con toda seguridad
cuando caeremos. Todos estamos enfermos y deteriorados, deformados y heridos por el
pecado, mucho más de lo que jamás nos damos cuenta, y ciertamente más de lo que nunca
admitimos. Nos engañamos pensando que somos fuertes, cuando no lo somos. Cuando mi
hijo adolescente nos despertó a toda la familia en mitad de la noche asegurándonos que había
gente en su habitación, supimos enseguida que estaba teniendo alucinaciones como resultado
de una fiebre. Por mucho que insistimos en decirle que allí no había nadie excepto nosotros,
tuvimos la desconcertante sospecha de que él creía que los que no estaban del todo bien
éramos nosotros, y no él. De forma parecida, algunos cristianos se engañan a sí mismos
pensando, confiados, que han superado alguna de sus debilidades y que esta ya no tiene
ningún poder sobre ellos.
2. Se debe proteger el corazón y la mente
El segundo es que Job reconoce la necesidad de guardar su mente y, del mismo modo, su
corazón. El hombre que mira lujuriosamente a una mujer comete adulterio en su corazón. Es
pecado pensar en relaciones sexuales ilícitas, ya sean heterosexuales u homosexuales.
Restringiendo lo que permitía observar a sus ojos, Job estaba en realidad protegiendo los
pensamientos de su mente. El ojo, tomando una frase prestada de Bunyan, es la puerta por la
que entra todo tipo de cosas malas. Y las relaciones sexuales se han convertido en la puerta
por la que muchos cristianos han entrado a su destrucción. El secreto de la santidad se
encuentra en la mente. A eso se refiere Pablo cuando nos dice que aquellos que viven de
manera pecaminosa lo hacen porque permiten que sus mentes piensen de manera pecaminosa.
Por el contrario, quienes viven según los principios de la santidad lo hacen porque sus mentes
siguen el paso del Espíritu (Romanos 8:5). Al final, lo que nos permitamos pensar
determinará el estado de nuestras vidas. Detrás de esto se halla el principio de que el pecado
se comete mucho antes de encontrar su fruto en una acción externa. Aun el pensar en la
lujuria es pecado.
Job entendió que al pecado hay que cerrarle el oxígeno; no se le debe dejar que eche
raíces y crezca. Para señalar esto, Santiago escribió: “Cada uno es tentado, cuando de su
propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha
concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago
1:14–15).
3. Se deben tomar medidas prácticas
A los dos anteriores les sigue un tercer principio: que es necesario tomar medidas prácticas
para progresar en santidad. ¡El pecado tiene que ser mortificado, no modificado! Jugamos
con la idea de que podemos permitirnos una forma modificada de un determinado pecado, si
lo compensamos luego pasando más tiempo en oración y estudio de la Biblia. Job, sin
embargo, estaba dispuesto a andar de un lado a otro llevando anteojeras, antes que permitirse
ese tipo de sofisma. Si tu ojo derecho te está ofendiendo, dijo Jesús, entonces no queda más
que una cosa que se pueda hacer: ¡sacarlo! (Mateo 5:29). Está muy bien hablar sobre la
santidad, y aun el desearla. Pero la santidad solo se consigue aplicando medidas prácticas en
nuestras vidas diarias. Vigilar lo que vemos quizá signifique en nuestro caso concreto cosas
como apagar el televisor, o negarnos a comprar ciertas revistas y periódicos. Cualquiera que
sea lo que esto implique en la práctica, solo haciendo tales cosas podremos estar en posición
de afirmar que nos tomamos en serio el deseo de ser santos. ¿Será esta tu oración?: “Aparta
mis ojos, que no vean la vanidad” (Salmo 119:37).
4. La vida debe vivirse a la luz de la presencia de Dios
El cuarto principio es igual de importante: hemos de vivir nuestras vidas con la aprobación
de Dios todo el tiempo en nuestra mente. Vivir —como habrían dicho nuestros antepasados—
“coram Deo”, “delante de Dios”. Job pregunta: “¿No ve él mis caminos, y cuenta todos mis
pasos?” (31:4). Pensar que el Dios que todo lo ve y todo lo sabe conocía cada uno de sus
pensamientos y actos era lo que motivaba a Job para buscar la santidad. Si hay algo que Job
nos ha enseñado hasta este momento, es que Dios es grande y digno de nuestro temor. ¡Dios
es imponente! Jesús no lo podía haber dicho más claramente: si cedes ante deseos
pecaminosos de lujuria, estarás cediendo ante algo que finalmente conduce al Infierno (Mateo
5:29–30). Eso es exactamente lo que Job quiere decir: “¿No hay quebrantamiento para el
impío, y extrañamiento para los que hacen iniquidad?” (31:3). ¡Fija esto en tu mente!

FALSEDAD (31:5–8)
Que a uno lo llamen mentiroso es un insulto muy grande, pues no se puede confiar en un
mentiroso. La verdad es sagrada y preciosa, y a los cristianos nos parece que parte de la
corrupción que caracteriza a nuestra sociedad es que la verdad suele considerarse un artículo
de consumo que se puede modelar. Job insiste en que ha evitado la “mentira” en todas las
áreas de su vida, ¡lo cual podríamos pensar que es una afirmación muy atrevida! La palabra
que utiliza aparece en otras partes de la Biblia y engloba el habla indecorosa —incluyendo
el uso impropio del nombre de Dios (Éxodo 20:7)—, el falso testimonio ante un tribunal
(Éxodo 23:1; Deuteronomio 5:20) y las declaraciones de profetas falsos, no inspirados
(Ezequiel 12:24; 13:6–9, 23; 21:23, 29; 22:28). Todas estas cosas son mentiras (Salmo 144:8,
11).
La prohibición de la falsedad se consagra en el noveno mandamiento. Las falsedades
están intrínsecamente opuestas a la verdad, y quienes comercian con ellas son poco honrados
e indignos de confianza. Es el pensamiento que expresa el Salmo 24, donde se nos dice que
el hombre piadoso es “el limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a
cosas vanas, ni jurado con engaño” (Salmo 24:4). Las mentiras son la moneda de cambio de
Satanás, y parte de su imagen (cf. Juan 8:44). Fue una mentira lo que ocasionó la Caída de
Adán y Eva en Edén, y la traición a Jesús (Génesis 3:4; Mateo 26:59–68). Mentir es tan
universal que es sobrada evidencia del estado caído del hombre. Mentir es insultar a nuestro
prójimo y a Dios, el cual odia “la lengua mentirosa” y “el testigo falso que habla mentiras”
(Proverbios 6:16–19). Y Job no quiere tener nada que ver con la mentira y la deshonestidad.
No hay santidad donde no hay verdad. Todo aquel que “hace mentira” será excluido de la
ciudad de Dios (Apocalipsis 22:15).
¿Pero en qué tipo de falsedades está pensando Job? La maldición que prevé para tal delito,
una mala cosecha (31:8), sugeriría que está pensando en un turbio manejo de los negocios.
Esa era la acusación de Elifaz, como ya hemos visto muchas veces, y el hecho de que Job
vuelve a referirse a esto una y otra vez parece indicar que le había herido profundamente.
¿Has empleado falsedades alguna vez: verdades a medias, exageraciones, mentiras? Una
vez, una mujer comenzó a orar de esta manera: “Señor, tú sabes que tengo esta debilidad, que
exagero las cosas…”, y en ese momento su pastor irrumpió en la oración, diciendo:
“¡Llámalas mentiras!”
Job asegura tener “integridad” (31:6). Sus manos están limpias (31:7). ¡La verdad es
sagrada!

ADULTERIO (31:9–12)
Job ya ha mencionado la lujuria (31:1–4). Ahora va un paso más allá e incluye el adulterio y
la seducción (31:9–12). La ley de Dios prohíbe el adulterio (Éxodo 20:14). El castigo en el
Antiguo Testamento era la muerte (Levítico 20:10).
El pasaje está lleno de expresiones de doble sentido: “si estuve acechando a la puerta
de mi prójimo” (31:9) alude a un acto sexual ilícito, como también lo hace la frase: “muela
para otro mi mujer” (31:10). ¡El sexo es para el matrimonio, y solo para el matrimonio! Y
el matrimonio está basado sobre la confianza y la fidelidad. Si infringes estos dos principios,
¡atente a las consecuencias! Las relaciones sexuales promiscuas suponen un abuso de la
dignidad del otro y de su misma persona, aunque ese otro consienta de buena gana. En estos
tiempos necesitamos recordarnos a nosotros mismos que el adulterio, en cualquier forma que
tome, es pecado. Quizá también sea necesario subrayar que una vida sin sexo es tan
satisfactoria como una en la que sí lo hay. Jesús vivió una vida perfecta siendo célibe, y Pablo
fue soltero durante todo su ministerio (aunque es posible que antes estuviese casado).
La Biblia está llena de auges y depresiones de la experiencia espiritual, pero pocos valles
son tan profundos como la experiencia de David con Betsabé (2 Samuel 11). Una de las cosas
que nos enseña esa historia es que el pecado nunca es un asunto simple. El adulterio fue solo
una parte de la deshonra que cayó sobre David. Sabía quién era Betsabé (y que estaba casada),
y su adulterio trajo consigo tanto codicia como robo. Y cuando se descubrió que Betsabé
estaba embarazada, David se enredó en mentiras y engaño para intentar hacer creer a la gente
que el bebé que iba a nacer era de Urías. Finalmente, condujo al asesinato, y pocas cosas
podrían subrayar la seriedad del adulterio más que esto. Y lo que es peor, el adulterio rompe
nuestra relación con Dios. Por eso lo compara Job con “fuego que devoraría hasta el
Abadón” (31:12).
Esa expresión nos recuerda la forma en que otro de los escritores de la Biblia advierte
sobre el peligro del adulterio:
¿Tomará el hombre fuego en su seno
sin que sus vestidos ardan?
¿Andará el hombre sobre brasas
sin que sus pies se quemen?
Así es el que se llega a la mujer de su prójimo;
no quedará impune ninguno que la tocare
(Proverbios 6:27–29).

¡El adulterio es jugar con fuego!

OPRESIÓN (31:13–15)
“También vemos aquí una doctrina general, común a todos los hombres; la cual es, en primer
lugar, que aquellos que han alcanzado un alto nivel en cualquier autoridad deben saber que
Dios no los ha puesto en tal lugar para darles una brida con la que afligir a otros y pisotearlos
bajo sus pies, sino que les incumbe contenerse siempre en humildad y afabilidad”.
Job tenía “muchísimos criados” (1:3). Pero Job da testimonio del hecho de que aun sus
criados tienen derechos humanos que hay que respetar. Aquí salen a la superficie dos de ellos:
el derecho de un criado a llevar a su amo a juicio (31:14), y el derecho de las mujeres
(“sierva[s]”) a la justicia, igual que los hombres (“siervo[s]”) (31:13).
En Gran Bretaña podemos tomar como ejemplo la Carta Magna, que el rey Juan firmó en
1215 y que el rey Enrique III volvió a instituir diez años después. Entre sus muchas
provisiones se hallaba la garantía de que un hombre sería juzgado justamente por sus iguales.
Los americanos pueden referirse a la Declaración de Independencia que Thomas Jefferson
hizo en 1776, que contiene las famosas palabras que vienen a decir que es “evidente” que
“Todos los hombres son creados iguales y son dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables”, en particular los derechos a “la vida, la libertad y la consecución de la
felicidad”.
Los derechos humanos se basan en el hecho de que todos somos criaturas de Dios: todos
hemos sido hechos por Él: “El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¿Y no nos
dispuso uno mismo en la matriz?” (31:15). Como lo resume John Stott, “Los derechos
humanos se reducen en su nivel más básico al derecho a ser humano y, por consiguiente, a
disfrutar la dignidad de haber sido creado a imagen de Dios y de poseer, como consecuencia,
una relación única con Dios mismo, con los demás seres humanos y con el mundo material”.
Hay tres cosas que se desprenden del hecho de que Dios creó al hombre: dignidad, por
cuanto cada ser humano refleja, al menos hasta cierto punto, la imagen de Dios (Génesis
1:26); igualdad, por cuanto Dios no muestra parcialidad en su trato de aquellos a quienes ha
creado (Deuteronomio 1:16–17; 10:17; 16:18–19); y responsabilidad, por cuanto somos
responsables de estar siempre listos para dejar a un lado nuestros derechos por el bien de
otros. De esto último, Jesús es el supremo ejemplo (Filipenses 2:6–7).
Lo que Job testifica aquí es lo mismo que Pablo exhorta en el Nuevo Testamento: “Y
vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de
ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas” (Efesios 6:9).
Somos guardas de nuestros hermanos. Pertenecemos a la misma familia humana y tenemos
responsabilidades los unos para con los otros. Los cristianos debieran ser los primeros en dar
ejemplo con su comportamiento para con sus empleados: “Acordaos de los presos, como si
estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros
mismos estáis en el cuerpo” (Hebreos 13:3).

DESCUIDO DE LOS NECESITADOS (31:16–23)


Una vez más volvemos a la acusación de Elifaz de que Job había abusado de los pobres y los
desamparados (22:7–9). Job ya ha hecho frente dos veces a esa acusación, censurando a
quienes son culpables de tal cosa (24:1–12) y negando que él haya sido culpable de ello
(29:12–16). Ahora vuelve a rechazar la acusación. Ha sido generoso dando alimentos (31:17)
y ropa (31:19–20) a los necesitados. ¿Por qué? Porque teme a Dios (31:23). Y aquí nos
encontramos con algo que aparece casi de forma fortuita: que entre los hijos de Job había
huérfanos que él había adoptado (31:18).
“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y
a las viudas en sus tribulaciones […]” (Santiago 1:27).

CODICIA (31:24–25)
De nuevo, era Elifaz quien había insinuado que había un rasgo de avaricia en Job (22:24).
Job lo niega rotundamente. No ha puesto “en el oro [su] esperanza, [ni dicho] al oro: Mi
confianza eres tú” (31:24).
No pongas tu confianza en los tesoros de este mundo, advirtió Jesús, porque un día
podrías encontrarte con que se han esfumado. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la
polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde
esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19–21). Al decir “tesoros”,
Jesús se estaba refiriendo a las cosas que solemos valorar más. Y con demasiada frecuencia,
es el dinero. De ahí que haya tantas advertencias: “¡Ay de vosotros, ricos!” (Lucas 6:24). “No
podéis servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13). “Otra vez os digo, que es más fácil pasar
un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19:24).
“La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).
“Vended lo que poseéis, y dad limosna” (Lucas 12:33). “A cualquiera que te pida, dale; y al
que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva” (Lucas 6:30).
¡Invierte en el Cielo, no en la Tierra! Cuando Zaqueo comenzó a hacerlo fue cuando Jesús
declaró: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19:9).
Toma mi oro y mi plata;
no deseo quedarme nada.
La consagración muchas veces comienza santificando el monedero.

IDOLATRÍA (31:24–28)
“Tirar un beso” es una señal de cariño en el mundo de hoy. En Israel, era un símbolo de
adoración y, por tanto, estaba prohibido, como indican claramente dos pasajes en el Antiguo
Testamento: uno es cuando el Señor le asegura a Elías cuando estaba deprimido que no estaba
solo, pues había más de 7000 como él, escondidos en Israel, “cuyas rodillas no se doblaron
ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 Reyes 19:18); el otro es cuando el profeta Oseas
reprende a Efraín por adorar a Baal, hacer sacrificios humanos y decir “a los hombres […]
que besen los becerros” (Oseas 13:2). Job está de acuerdo con que si hubiera cometido
semejante idolatría, “besar” la riqueza, o el “sol” o “la luna”, serían actos merecedores de
juicio; pero, por supuesto, no lo ha hecho (31:26–27 LBLA).
Muy pocos en nuestra sociedad podrían hacer suyas estas palabras de Job. En nuestros
comentarios en la sección anterior ya hablamos de la adoración del dinero. Wesley dijo una
vez: “Si tienes el más mínimo deseo de escapar de la condenación del Infierno, da todo lo
que puedas; si no, no tendré mayor esperanza por tu salvación que por la de Judas Iscariote”.
Calvino señala que a Job se le describe en este pasaje como si en realidad le estuviera
hablando a su dinero. Tal es el poder de las riquezas que parecen tomar la forma misma de
una persona, que se comunica con nuestro corazón y aparentemente lo controla.

RENCOR (31:29–30)
Puede que sea natural sentir algo de satisfacción cuando un enemigo sufre, pero hacerlo está
mal:
Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes,
y cuando tropezare, no se alegre tu corazón;
no sea que Jehová lo mire, y le desagrade,
y aparte de sobre él su enojo
(Proverbios 24:17–18).

¿Podemos de veras amar a quienes nos aborrecen? Los principios por los que se guía este
mundo nos animarán o bien a no hacerles caso o bien a tomar represalias. Pero Job
comprendió cuáles eran los principios del Reino de Dios, los cuales nos proveen una
motivación que nos dirige por un camino muy distinto: nuestro Padre muestra amor hacia sus
enemigos cada día, al dar el sol y la lluvia tanto al justo como al impío. No abusaría de sus
derechos si decidiera tomar represalias contra los pecadores, por la deshonra cometida contra
Él. Pero, en lugar de eso, muestra misericordia y paciencia. Job, evidentemente, ha hecho lo
mismo. No ha abusado de su lengua pronunciando una maldición mortal sobre un enemigo
precipitadamente (31:30).

TACAÑERÍA (31:31–32)
Ningún invitado se había levantado jamás de la mesa de Job con hambre. El “forastero” y el
“caminante” habían recibido toda muestra de hospitalidad en casa de Job (31:32). Y esto no
es ninguna presunción por parte de Job, pues sus propios “siervos” podían confirmarlo
(31:31). Job había testificado de la gracia de Dios que obraba en su vida.
El pueblo de Dios ha de “[practicar] la hospitalidad” (Romanos 12:13). Y la motivación
para hacerlo es extraordinaria: todo lo que se le haga a uno necesitado de hospitalidad se le
hace a Aquel que en el gran Día del Juicio dirá: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis” (Mateo 25:35). Y las
recompensas son igual de asombrosas, pues Abraham, Gedeón y Manoa descubrieron que,
al ofrecer su hospitalidad a forasteros, en realidad habían hospedado a ángeles sin darse
cuenta (Génesis 18; Jueces 6; 13; cf. Hebreos 13:2).

HIPOCRESÍA (31:33–34)
Job no había intentado ocultar su pecado de ninguna manera, puesto que no había pecados
de importancia en su vida (31:33). A Job no le daba miedo estar bajo el foco de la atención
pública, como le pasa a muchos famosos. Ningún reportero podría desenterrar algún “trapo
sucio” de Job y poner en peligro su posición social. En él no se encuentra hipocresía. Ha
practicado lo que predicaba. El Espíritu Santo ya nos ha informado a quienes leemos el libro
de Job que su vida era “intachable y recta”; no que Job fuera sin pecado, sino fiel en lo que
concernía al pacto. Era lo que llaman por ahí “un hombre piadoso”. Su profesión de fe estaba
en armonía con su vida. No era un hipócrita, como Satanás y, más tarde, los amigos de Job
habían insinuado.
En Edén, Adán había intentado ocultar su pecado, y existe una posibilidad de que la
correcta traducción del versículo 33 fuera: “Si encubrí como Adán mis transgresiones
[…]”(*). Escondiéndose en el huerto, Adán abrigaba la idea de que Dios no era consciente
de su transgresión. Esta es una estratagema que Satanás utiliza constantemente. Adán fue el
primer hombre que cometió hipocresía, y nos ha pasado esa tendencia a todos nosotros. Como
comenta Calvino: “Sin duda, el diablo obtiene una victoria a nuestra costa cuando nos incita
a encubrir nuestras faltas; pues si las reconocemos, necesariamente tendremos que
avergonzarnos de ellas. Pero una vez que hemos cubierto el mal cometido, creemos estar
seguros y nos permitimos echarnos a dormir […]”.17
“No parece haber nada que a Cristo le desagrade tanto como la hipocresía y la falsedad”,
comenta J.C. Ryle. “El cristianismo que es del Espíritu Santo —dijo más tarde— siempre
tendrá una visión muy clara de la pecaminosidad del pecado. No considerará el pecado
meramente como una mancha y una desgracia, lo cual hace a hombres y mujeres el objeto de
la lástima y la compasión. Verá en el pecado la cosa abominable que Dios odia, la cosa que
hace al hombre culpable y perdido ante los ojos de su Creador, la cosa que merece la ira y la
condenación de Dios. Considerará el pecado como la causa de todo dolor e infelicidad, de
dificultades y guerras, de luchas y disputas, de la enfermedad y la muerte, la plaga que ha
arruinado la buena creación de Dios, la cosa maldita que hace que toda la Tierra gima y se
retuerza de dolor. Ante todo, verá en el pecado aquello que ocasionará nuestra ruina eterna,
a menos que encontremos quien pague un rescate; que nos llevará cautivos, a menos que
podamos romper sus cadenas; y que destruirá nuestra felicidad, tanto aquí como en la otra
vida, a menos que luchemos con ella a muerte”.

EXPLOTACIÓN (31:38–40)
Job pronuncia una última negación: no ha sido culpable de ningún abuso de sus tierras. La
Ley tenía requisitos concretos para los que poseyeran tierras: la tierra no debía sembrarse con
dos tipos de semillas (Levítico 19:19); debía dársele un descanso cada siete años (Éxodo
23:10–11; Levítico 25:2–7; 26:34–35); y sobre todo, no debía derramarse ninguna sangre
sobre ella, pues si así sucediera, la tierra clamaría pidiendo venganza, como la muerte de
Abel puso de manifiesto (Génesis 4:10–12; cf. Números 35:33–34). Job no ha infringido esas
leyes sobre la tierra, ni ha comido de su fruto sin antes pagar el salario justo a los trabajadores
alquilados para la labor (31:39). Como hombre de negocios, Job se declara inocente. En su
trabajo, al igual que en su casa, ha demostrado la fe que profesa. Si no ha sido así, está
preparado para ver caer sobre sus tierras la maldición pronunciada en Edén (31:40; cf.
Génesis 3:17–18).
Hay algo que aparece en este capítulo que no debemos dejar pasar inadvertido. Es que
nuestras vidas han de estar gobernadas en todas sus partes por la autoridad de la Palabra de
Dios. No basta con que tengamos la conciencia tranquila en una o dos áreas; tenemos que
estar dispuestos a dejar que la Ley de Dios sea aplicada a la totalidad de nuestras vidas. Como
Calvino, de forma peculiar, lo explica: “Job no habla sobre una sola virtud, sino que abarca
en general toda la regla del buen vivir que Dios nos ha dado. Y desde luego, no es suficiente
que hayamos cumplido una parte de la Ley (si siquiera nos fuera posible hacerlo). Pero a
nosotros nos corresponde esforzarnos en gobernar y organizar nuestra vida entera según todas
las cosas que Dios ordena”.

UNA PETICIÓN DE UN JUICIO JUSTO


Job termina su lista de pecados (tras insistir en que es totalmente inocente de todos ellos)
pidiéndole a Dios que se le conceda un juicio justo. Informa al jurado celestial de que ha
añadido su firma a este “juramento de inocencia”: “He aquí mi firma” (31:35 LBLA). Es
interesante que la palabra que Job emplea para decir “firma” es en realidad la letra taw, la
última letra del alfabeto hebreo. Es el equivalente de una persona analfabeta escribiendo una
“X” para firmar un documento.
Job añade que acudirá a la presencia de Dios portando esta declaración de su inocencia
claramente a la vista de todos, entrando en presencia del Todopoderoso “como príncipe”
(31:37). Algunos comentaristas opinan que Job está siendo arrogante en este momento. Sin
embargo, Job parece estar insistiendo en que ciertos alegatos hechos contra él eran
completamente falsos. Como ya se ha dicho muchas veces, Job no es libre de pecado. “No
quiere decir —prosigue Calvino— que hubiera sido perfectamente limpio, de tal manera que
no fuera posible encontrar falta alguna en él”, y añade que Job ya se había confesado pecador,
aunque no un pecador hipócrita (cf. 31:33–34).
Esto es lo último que Job tiene que decir sobre el asunto. “Aquí terminan las palabras
de Job” (31:40). Las únicas palabras que pronunciará después de estas serán palabras de
arrepentimiento (40:4–5; 42:2–6). Esas últimas palabras, como ya veremos, nos servirán para
interpretar las apelaciones de inocencia de Job.

RESUMEN DEL DISCURSO DE JOB


“¡Cuánto me gustaría poder regresar a aquellos días cuando el Señor y yo caminábamos
juntos, en comunión! Me acuerdo de los tiempos en que yo caminaba hasta las puertas de la
ciudad y la gente me mostraba respeto. Los príncipes detenían sus palabras. Todos reconocían
mi bendición. Solía dar dinero a los pobres, y ayudar a los menos privilegiados. Llegué a ser
el representante de muchos en el tribunal.
“Pero ahora todos están contra mí. Aun aquellos necesitados a los que una vez ayudé me
tratan como si fuese basura. Y cuando le pido ayuda a Dios, no me escucha. He procurado
hacer lo recto, pero no ha servido de nada. Todo está saliendo mal. Los chacales aguardan
mi muerte. Mi piel está ennegrecida y mis huesos arden de fiebre.
“Pero no voy a ceder ante el pecado. Si he mentido, que Dios haga que mis cosechas sean
arrancadas. Si me ha atraído otra mujer, que se lleven a mi mujer como esclava. Si he
maltratado a mis siervos, que me lleven ante un tribunal. Si no he sido generoso con los que
tenían necesidad, que disloquen mi hombro y me corten el brazo a la altura del codo.
“No, no he pecado, como vosotros decís”.

23
El sufrimiento es la disciplina de Dios
Léase Job 32–33

PRIMER DISCURSO DE ELIÚ


Llegados a este punto hace su aparición otro personaje: Eliú, el más joven de todos los que
han intervenido (32:4). No se le menciona en el prólogo inicial, y su repentina presentación
en este momento podría hacernos pensar que quizá, después de todo, hay alguien que
comprende a Job. Estos capítulos han sido descritos como “los más interesantes y los más
difíciles” del libro de Job. Es importante recordar que Eliú ignora la batalla celestial entre
Dios y Satanás tanto como Job y sus tres amigos. Sus intervenciones son, por tanto,
necesariamente erróneas. Sin conocer la escena completa, todo intento de analizar el
sufrimiento de Job se quedará corto respecto a la verdad. Los comentaristas que no tienen en
cuenta este hecho no lograrán, necesariamente, valorar la trascendencia total de las palabras
de Eliú.
Eliú parece confiado en su propia habilidad. Su contribución es muy prometedora, y
ciertamente supera a sus tres predecesores. Mucho de lo que dice está ya muy machacado,
pero también contiene un avance en el razonamiento hecho hasta ahora: Job no está sufriendo
necesariamente por algo que haya hecho en el pasado, sino para sacar a la luz el pecado
latente, oculto en su corazón. El sufrimiento es la disciplina de Dios. Elifaz se refirió a este
concepto brevemente en su primer discurso, pero no logró sacar nada en claro. En estos
capítulos comienza a brillar un rayo de luz que prepara el camino para los (definitivos)
discursos de Dios.
Tal vez nos preguntemos cuál es la razón por que Eliú tendría que aparecer siquiera.
Podríamos haber esperado que Dios contestara inmediatamente después de los dramáticos
ruegos de Job en los capítulos 26–31. Pero Dios no responde tan rápido. Hace a Job esperar.
“Dios obra a su tiempo; no está siempre a disposición de los humanos para todos sus
caprichos”.

UN JOVEN AIRADO (32:1–5)


Eliú es un joven lleno de “ira” (esta palabra aparece cuatro veces en los primeros versículos
en el idioma hebreo original: 32:2 [dos veces], 3, 5); está enojado tanto con Job como con
sus tres amigos.
Está enojado con Job porque fue demasiado lejos en sus declaraciones de inocencia. Es
culpable “por cuanto se justificaba a sí mismo más que a Dios” (32:2). Al defender su
inocencia, Job ha dejado en mal lugar a Dios, como si Él fuese el que se equivocaba. Es una
acusación muy grave.
Eliú lleva razón en parte. Nadie es absolutamente inocente, y de un modo que nos
recordaría a lo que Hamlet le dijo a Ofelia, se podría decir de Job que “Ese hombre se queja
demasiado”. Su apelación alcanza su cúspide en una larga protesta hallada en Job 31:1–40.
Job está mudo de asombro porque Dios le ha visitado con las maldiciones, en vez de las
bendiciones, del pacto (Deuteronomio 28:18, 31, 35). “A Job le parece que Dios ha
abandonado su papel de monarca protector y por alguna extraña razón se ha vuelto el enemigo
de su obediente vasallo”. Pero en ese capítulo Job también demuestra tener una gran
confianza en su propia justicia. Su ceguera ante la depravación de su corazón no es señal de
un defecto mortal (es decir, que fuese un inconverso), pero sí de una seria necesidad espiritual
y, cuando Eliú pone el dedo sobre esto, está subrayando que uno de los factores del
sufrimiento de Job era que este hubiera salido a la luz. La opinión de Calvino es que “Job
había ido demasiado lejos, a pesar de que tenía una causa justa y razonable; los otros se
habían opuesto a Dios, aunque emplearon buenos argumentos, pues tenían un propósito
erróneo”.4 En otras palabras, Job presenta un buen argumento pero mal expresado, y sus tres
amigos tienen buenos argumentos, pero mal utilizados.
Eliú también está enojado con los tres consejeros de Job. Está airado con ellos porque
han fracasado estrepitosamente en su intento de convencer a Job de que Dios no estaba
equivocado. Llegados a este momento, se han quedado callados, en parte porque están
horrorizados ante el aparente deseo de Job de justificarse a sí mismo (32:1), y en parte porque
no tienen nada más que decir. Es interesante observar que ya no se les llama “amigos” (como
en 2:11; 19:21; 42:10), sino “tres varones” (32:1). Ninguno de ellos ha contestado a la
pregunta fundamental de Job en cuanto a por qué estaba sufriendo. Cada uno de ellos, en
mayor o menor medida, ha intentado encontrar la razón del sufrimiento de Job en su pecado
de rebelión contra Dios. El remedio, por lo que a ellos respecta, es que Job se arrepienta
inmediatamente.
Eliú ha sido un oyente en todo el debate anterior, pero por respeto a la edad (y
consiguiente sabiduría) de los tres hombres, se ha abstenido de intervenir mientras estos
continuaran su diálogo con Job. Ahora que guardan silencio, no se puede contener más. Está
a punto de reventar, “como el vino que no tiene respiradero”, por hacerles saber sus ideas
(32:19).
El linaje de Eliú es impresionante. Su nombre, que se parece al de Elías, significa “Él es
mi Dios”. El nombre de su padre, “Baraquel” (32:2), significa “Bendice, oh Dios”, y el
hecho de que era “buzita” le identifica como descendiente de Abraham (Buz era uno de los
hijos de Abraham, Génesis 22:21). Estos factores parecen indicar que el significado de la
aparición de Eliú sería que ha venido para defender el honor de Dios.
Han sido muchas, y muy distintas, las opiniones que ha suscitado este Eliú. Algunos
consideran su contribución rebuscada y egocéntrica. Es cierto que se menciona mucho a sí
mismo. Dice que está “lleno […] de palabras” (32:18). Solo en el capítulo 32, utiliza la
palabra “yo” diecinueve veces, y “mí”, “mi” y “mío” trece veces. Y se muestra bastante
severo con Job, acusándole en cierto momento de rebeldía (34:37). Puesto que no obtiene
ninguna respuesta, hay quienes han creído que la intervención de Eliú es un texto añadido al
libro de Job más tarde.
Otros han sacado conclusiones diferentes. George Philip, por ejemplo, dice lo siguiente:
“Algunos eruditos sugieren que esto indica que la sección de Eliú no es una parte auténtica
del Libro de Job. Parece más apropiado decir que Eliú no debiera haber abierto nunca su
boca. Hace falta gracia para saber cuándo es mejor callar, y al fin y al cabo el propio Eliú
confiesa, en el capítulo 37:23, no comprender a Dios”.
Otros, sin embargo, han señalado que su teología es mucho más teocéntrica y ortodoxa.
Destaca el hecho de que Eliú cree que a veces Dios utiliza el sufrimiento para enseñarnos
algo. Hacia el final de su discurso hace una magnífica descripción del poder de Dios en el
mundo natural. Da la impresión de ser como un puente que nos lleva a la intervención de
Dios en los capítulos 38–42. Tiene sus defectos; después de todo, habla impulsado por un
corazón lleno de ira: contra Job, porque le pareció que se estaba justificando a sí mismo en
vez de a Dios (32:2), y contra los amigos de Job porque no habían dado ninguna respuesta
(32:3).
Dar consejo a otros estando airado nuestro corazón puede ser peligroso. Hay momentos
en que es justo enfadarse, pero en tales ocasiones el diablo andará cerca: “Airaos, pero no
pequéis; no […] deis lugar al diablo” (Efesios 4:26–27). Enfadarse puede muy fácilmente
dar paso a muestras de mal genio, y aun de violencia. “Nunca le abras la puerta al diablo.
Cuando pierdes los estribos, la abres de par en par; no podría abrirse más. Nada abre la puerta
más que el enfadarse, y por esta buena razón: en el momento en que tu genio se apodera de
ti, dejas de ser capaz de razonar, dejas de ser capaz de pensar, ya no te es posible hacer un
juicio equilibrado, pues estás completamente influido a favor de una de las partes, y en contra
de la otra […] ¿Hay algo que produzca más problemas que un enojo? ¡Las cosas que se dicen
cuando uno está enojado, o amargado! Casi te ofrecerías a cortarte la lengua, si pudieras, para
borrarlas; y a veces, aunque hayan sido perdonadas, dejan heridas y cicatrices permanentes.
¡Cuántos estragos causa en el mundo el airarse pecaminosamente!”
Pero no toda la ira es mala; la furia de los jóvenes ha sido el motor de muchas protestas
contra las injusticias y prejuicios que hay en el mundo. Aunque puede que no entiendan el
asunto en su totalidad, los jóvenes suelen saber puntualizar el mal al que otros se han
acostumbrado y que por su cinismo no desean cambiar. Eliú tiene algo que decir que hace
falta escuchar.

“ESCUCHADME” (32:6–22)
Hay rasgos de Eliú que son dignos de admiración:
1. Eliú sabe escuchar
Eliú ha escuchado con atención todo lo que los otros tres tenían que decir. Como alguien que
sabe escuchar, les ha dejado hablar sin interrumpirles (32:11). Les ha prestado toda la
atención posible (32:12). Es cierto que ahora su corazón se siente como el vino que se
fermenta en odres nuevos, y casi “se rompe” (32:19), añadiendo que aunque ha obedecido el
protocolo guardando su lengua, ya no puede esperar más: las palabras están adquiriendo
forma en su lengua (33:2); pero se ha ganado nuestro respeto con su paciente espera.
2. Eliú es cortés
Era en aquel tiempo, y sigue siendo hoy en día, un rasgo del mundo oriental que se le tiene
mucho respeto a la edad. El siguiente texto es típico de la sabiduría recibida del pasado: “Qué
hermoso es el juicio justo con cabello blanco, y que las barbas canosas sepan dar consejo.
Qué hermosa es la sabiduría en los de muchos años, y el consejo sabio de los labios de
hombres distinguidos. Corona de los ancianos es la experiencia madurada, y su verdadera
gloria el temor del Señor”.
Aunque eran mayores que Eliú, los tres amigos de Job habían fracasado rotundamente en
su propósito de comunicar su sabiduría (32:9, 12, 15–16). No obstante, Eliú estaba dispuesto
a concederles su justo lugar. Observamos, pues, su respeto a la edad y a la experiencia (32:6–
7). No sucede lo mismo con los jóvenes del mundo occidental de nuestro tiempo. La sabiduría
bíblica nos insta a recuperar ese respeto debido a los que han experimentado más, aprendido
más, visto más, que nosotros, pues como dice Calvino: “Cuando Dios permite que un hombre
viva mucho tiempo en el mundo, le da gracia para que pueda ser provechoso para los que son
más jóvenes que él”. Pablo exhorta a Timoteo a no dejarse dominar por las pasiones juveniles
(2 Timoteo 2:22). Y no es que Timoteo practicara “la depravación, el juego, el adulterio, ni
que se emborrachara o cometiese otros actos disolutos. Timoteo era tal espejo y molde de
toda santidad que san Pablo tuvo que exhortarle a beber vino (1 Timoteo 5:23). Y sin
embargo, le advierte sobre las pasiones de la juventud. ¿Por qué? Porque, siendo joven, aún
era posible que se precipitara en algunas cosas […] Porque la gente joven, al no haber
experimentado las dificultades inherentes a muchas cosas, dan el paso adelante enseguida,
pues no se paran a pensar en el costo de nada; para ellos, nada es imposible. La juventud,
pues, siempre conlleva la presunción, y es un mal demasiado común […]”. Los jóvenes
pueden aprender mucho de Eliú.
3. Eliú procura dar la gloria a Dios
Eliú no acepta ningún mérito por su “sabiduría” para sí mismo. Es el Espíritu, “el soplo del
Omnipotente” lo que da sabiduría (32:8; cf. 33:4). No afirma tener una revelación especial,
como hizo Elifaz en su primer discurso. Todo el mundo puede acceder a esta fuente de
sabiduría. Un espíritu humano dotado de la sabiduría del Espíritu de Dios será
verdaderamente sabio.
A muchos críticos no les gusta Eliú. Lo consideran un joven egocéntrico y presuntuoso,
lleno de sí mismo y sin nada que decir que tenga alguna trascendencia. Es cierto que es joven,
confiado, inexperto, hablador y que está obviamente furioso, pero ninguna de estas cosas le
impide poder hacer su contribución. Eliú es lo suficientemente audaz como para cuestionar
la sabiduría recibida del pasado, y quizá hace falta ser como él para hacer tal cosa. ¡Pues lo
cierto es que la sabiduría recibida del pasado no le habría permitido decir nada!
4. Eliú es apasionado
Eliú siente que debe hablar (32:20), pero lo hace sin parcialidad. No hay nada en él aburrido
o meramente académico. Lo que dice, lo dice de corazón, aunque no todo lo que dice sea
correcto. Pocas cosas son peores que un predicador aburrido. Y un consejero desinteresado
no tarda mucho en delatarse a sí mismo. Pero Eliú es tan apasionado que le advierte a Job
que no sabe cómo adular (32:22). ¡Más le vale a Job irse preparando para oír a alguien hablar
sin florituras!

EL SUFRIMIENTO ES UN CASTIGO DE DIOS: UNA ADVERTENCIA PARA


MANTENERNOS ALEJADOS DEL PELIGRO (33:1–33)
Eliú es extremadamente prolijo. Le ha costado veinticuatro versículos decir: “¡Preparaos, que
ahora voy a hablar yo!”, y aún no ha comenzado. Aún tiene que llegar al mensaje central de
su primer discurso. ¡Algunos lo han apodado “Eliú el interminable”!
Tras dirigirse a la audiencia en general, ahora pasa a hablarle directamente a Job y le pide
que le preste su atención (33:1–7). A diferencia de los otros tres amigos, en su primer discurso
Eliú se dirige dos veces a Job por su nombre (33:1, 31). Puede que esto refleje su “carácter
impetuoso”, pero ha de elogiarse su disposición para hablar sin temor de los hombres, ni
buscando su favor. Los predicadores y maestros de la Escritura tienen que ser, utilizando el
ejemplo de Jeremías, valientes y firmes como el bronce (cf. Jeremías 15:20). Y quienes son
instruidos por otros no deben irritarse si son reprendidos por sus pecados. No deben tener
rencor si sus pecados son traídos a la luz.
Las palabras ya están adquiriendo forma en la boca de Eliú (33:2). Eliú declara su
integridad (33:3) y a continuación se lanza directamente a la acusación, actuando él mismo
de fiscal: “Respóndeme si puedes; ordena tus palabras, ponte en pie” (33:5; cf. 33:32); las
palabras traducidas “responder” y “ordenar” tienen su origen en el lenguaje judicial. Pero no
quiere que Job tenga temor de lo que le espera; en al menos dos ocasiones, Job se ha quedado
paralizado en silencio al pensar en sí mismo presentando su defensa ante Dios (9:34; 13:21).
Eliú, por otra parte, no es más que un ser humano igual que él, creado y diseñado por el
mismo Espíritu (33:6). Job no tiene nada que temer de sus palabras.
Aquí, al menos en su comienzo, Eliú demuestra tener un carácter más amable que los
otros tres amigos. Parece tener en cuenta que no es mejor que Job en ningún aspecto; es una
criatura igual que él. Quienes no son conscientes de su propia pecaminosidad tendrán poca
compasión de sus semejantes. “Cuando desean reprender a quienes han hecho mal, lo hacen
con tal violencia que hacen que los pobres hombres que andan perdidos se alejen más, en vez
de traerlos de nuevo al buen camino […] Por tanto, si queremos enseñar la Palabra de Dios
como debiéramos, empecemos examinando nuestras propias faltas. Y cuando las
conozcamos bien, tendremos la modestia y la afabilidad que harán que nuestra proclamación
de la Palabra de Dios provenga de un buen espíritu”.14
Finalmente, llegamos al núcleo de lo que Eliú tiene que decir en este primer discurso
(33:8–30). Eliú contesta a tres argumentos que ya presentara Job.
Argumento número 1: Dios es injusto
Lo primero que Eliú hace es citar (aunque no textualmente, como parece sugerir en 33:8) lo
que Job ha dicho: “Yo soy limpio y sin defecto; soy inocente, y no hay maldad en mí” (33:9).
Job ha afirmado ser “íntegro” (9:21) y ha dicho: “No soy impío” (10:7), retando a cualquiera
a encontrar faltas en él (13:19), ¡incluyendo a Dios mismo! (13:23). Es más, en cierto
momento aseguró no haberse apartado nunca de los mandamientos de Dios (23:10–12). Al
menos una persona, Elifaz, había interpretado esto como una afirmación por parte de Job de
ser libre de pecado (15:14–16), pero ese no puede ser el caso, porque vemos a Job admitir
abiertamente que era pecador (7:21; 13:26). Lo que Job estaba afirmando ser (aunque él no
lo sabía, por supuesto) era lo que ya Dios lo había declarado ser (1:8; 2:3). Job no afirmó ser
sin pecado, sino ser íntegro. De momento, ya tenemos la sospecha de que Eliú estaba
insinuando que Job había afirmado más de lo que en realidad había hecho. Eliú va por el
camino de los tres amigos.
Al poner Eliú en boca de Job las palabras “Yo soy […] sin defecto […] y no hay maldad
en mí”, le está imputando algo que Job no ha dicho. Aunque esta distinción pueda parecer
académica, es una cuestión crucial para la comprensión del libro de Job. Job en ningún
momento se atribuye a sí mismo una perfección absoluta, aunque en ocasiones parece
sobrevalorar su propia justicia. Kline dice que su vanidad llega a ser “increíblemente directa
y atrevida, en las últimas palabras de Job”.
Job no había cometido ningún pecado de importancia, pero eso no le daba derecho a
acusar a Dios de injusticia (como había hecho, 27:2). Eliú lleva mucha razón cuando le dice:
“He aquí, en esto no has hablado justamente”. ¿Por qué? Porque “mayor es Dios que el
hombre” (33:12). Dios “es inescrutable” (cf. 36:26 LBLA). Con la esperanza de poder
defender tanto la justicia de Dios como la inocencia de Job, Eliú se dispone a plantear que
Job no está sufriendo por causa de algún pecado pasado (como insistían los tres amigos de
Job), sino porque Dios quiere hacerle una advertencia para que no cometa pecados futuros.
En otras palabras, los caminos de Dios no son nuestros caminos. Job no puede presumir que
entenderá todas las cosas que Dios hace. Dios sabe lo que hace. Tenemos que estar
preparados para cuando llegue el momento de decir: “No entiendo por qué, pero creo que Él
sí, y lo acepto”. Ese es el núcleo mismo de la fe: creer en el amor de Dios, cuando todo lo
demás señala en otra dirección.
Argumento número 2: Dios no responde a la oración
Eliú cita palabras de Job diciendo que Dios “no da cuenta de ninguna de sus razones”
(33:13). La respuesta de Eliú es que Dios utiliza pesadillas para comunicar al hombre una
advertencia (33:14–18). Estos sufrimientos nocturnos son eficaces para advertirnos contra
peligros aún mayores, y para guardarnos de “[mala] obra”, “soberbia” (33:17), y finalmente
del “sepulcro” (33:18, 22, 24, 28, 30), es decir, la muerte. Dios nos está hablando aun cuando
no logremos darnos cuenta.
Dios también habla por medio del dolor:
También sobre su cama es castigado
con dolor fuerte en todos sus huesos,
que le hace que su vida aborrezca el pan,
y su alma la comida suave.
Su carne desfallece, de manera que no se ve,
y sus huesos, que antes no se veían, aparecen.
Su alma se acerca al sepulcro,
y su vida a los que causan la muerte
(33:19–22).
Esta es la contribución más noble de Eliú al argumento del libro de Job. El sufrimiento
puede ser correctivo (33:19–28). Es muy posible que Dios esté tratando a Job de una manera
que le ayude a crecer en justicia y en fe. Es muy posible que los propósitos de Dios sean
educativos. Los que leemos el libro de Job conocemos la verdadera razón de su sufrimiento,
el reto que Satanás le hace a Dios; pero los amigos de Job deberían haber supuesto que era
posible que hubiese otras razones. Entre las cuales bien cabría la de que Dios permitiera el
sufrimiento de Job para darnos un ejemplo de un hombre que supo resistirlo.
Mark Littleton relata la siguiente historia: “Una misionera en Pakistán lo pasó muy mal
cuando su bebé de seis meses murió. Una anciana punjabí fue a verla y le dijo: ‘Una tragedia
como esta es parecida a ser arrojado en agua hirviendo. Si eres un huevo, tu aflicción te
volverá duro e insensible. Si eres una patata, saldrás blanda y maleable, flexible y adaptable’.
“La misionera comentaba que, aunque podría sonarle raro a Dios, muchas veces oraba
diciendo: ‘Oh Señor, hazme una patata’ ”.
Nuestro sufrimiento edifica el carácter. Dios puede usar nuestro dolor para
transformarnos en la imagen de nuestro Salvador (Romanos 5:3–5; Santiago 1:2–4). Ese es
el razonamiento de Hebreos 12:5–11. El padecimiento de tribulación y dolor en los hijos de
Dios es una prueba del amor del Padre, y un campo de entrenamiento moral que Dios dispone
para desarrollar el carácter. Sufrir para corrección es la clave (cf. Hebreos 12:7 LBLA). Al
final, la prueba de Job producirá en él “carácter” (Romanos 5:4 LBLA), un estado de triunfo
con el sello de aprobación de Dios sobre él.
A veces hace falta el dolor para hacernos escuchar. “Dios nos susurra al oído en nuestro
placer, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestro dolor: es el megáfono con
el que despierta a un mundo sordo”, dice C.S. Lewis. Eliú lleva razón en esto. Dios
ciertamente utiliza el dolor y la enfermedad y otras tribulaciones como un cincel para esculpir
nuestras vidas. Volveremos a hacer referencia a esta contribución de Eliú en nuestros
comentarios sobre su cuarto discurso.
Argumento número 3: Nadie me entiende
Tras hacer un retrato de un hombre afligido por el dolor (33:19–21), Eliú conjetura que esta
experiencia quizá demuestre ser un tiempo de gran bendición (33:23–26): “Orará a Dios
[…] y verá su faz con júbilo” (33:26). ¿Por qué? Porque el dolor puede reajustar nuestras
vidas y hacerlas ser lo que se pretendía que fuesen. Darse cuenta de esto solo puede tener
como resultado alabanza. Alabar a Dios fue la reacción de Pablo y Bernabé al ser metidos,
con sus pies en el cepo, en la cárcel de Filipos (Hechos 16:23–25). La Escritura parece querer
enseñarnos que cuanto más feroz sea la oposición, más fuerte debería ser la voz de nuestra
alabanza. Y en el acto mismo de alabar se hallará la fuerza para resistir. Bien dice Richard
Baxter, el puritano inglés que tanto sabía de sufrimientos:
Santos que estáis en la Tierra,
A vuestro Rey adorad;
Mientras marcháis adelante,
Con regocijo cantad;
Aceptando lo que os diere
Y alabando sin cesar
Al que vive eternamente:
Vuestro Padre Celestial.
Lleva tu carga, alma mía,
Y tendrás victoria en Dios;
Con un corazón dispuesto,
Cantarás himnos de amor.
Que en lo que Él quiera enviarte,
Siempre alabes al Señor,
Que hasta el final de tu vida
Sea tu constante oración.
¿Cómo es posible tener ese espíritu de alabanza? Es posible “si hay un ángel que sea su
mediador, uno entre mil, para declarar al hombre lo que es bueno para él” (33:23 LBLA).
Eliú cree que hay un intercesor celestial que defiende la causa de quienes sufren. Pero él no
es tan específico como lo fue Job. El mediador del que habla Eliú parece ser un ángel de
algún tipo, y su descripción es menos clara que la que hiciera Job en sus clamores, recogidos
en 16:19 y 19:25. Este intercesor celestial puede librar a Job del “sepulcro”, y le dirá “que
halló redención” (33:24).
Los hombres viven bajo la sombra de “los que causan la muerte” (33:22), los ángeles de
la muerte. A veces la liberación llega a última hora, cuando un severo castigo ha llevado a
un hombre hasta el borde mismo del sepulcro (33:19–22). Pero la liberación llega, y restaura
las bendiciones del justo. Y cuando esto sucede, es momento de dar gracias y de cantar
alabanzas a Dios (33:27–28 LBLA). Job ha descubierto que lo que en realidad ha hecho el
castigo de Dios ha sido guardarlo del sepulcro. “De este modo, Eliú quita el aguijón del
sufrimiento del justo y la prosperidad del impío”.19

ANÁLISIS DEL PRIMER DISCURSO DE ELIÚ


Eliú ha venido con una idea que los otros tres no consiguieron siquiera empezar a formular.
Dios no ha estado callado: ha estado gritándole a Job, por medio de su dolor. Hay un uso
correctivo del sufrimiento que puede no tener nada que ver con un pecado concreto. Su
propósito puede ser preventivo; puede impedir que una persona caiga por el resbaladizo
camino de la destrucción. Eliú no es del todo claro, pero lo es mucho más que los otros tres
amigos de Job. Por lo menos, Eliú no cree que Job esté sufriendo por algún pecado que haya
cometido en el pasado. Quizá su sufrimiento suceda para impedirle caer en pecado en el
futuro. Este pensamiento contiene mucha verdad, pero no logra solucionar el verdadero
dilema de Job. Lo cierto es que Eliú no tenía una comprensión de las razones que había detrás
del sufrimiento de Job mayor que la que tenía el propio Job. Solo Dios tenía la llave de ese
conocimiento, y, al menos de momento, había decidido guardar ese conocimiento para sí.
Habría sido mejor que Eliú hubiera estimulado a Job a confiar en Dios pasara lo que pasara,
en lugar de tratar de conjeturar sobre respuestas cuya veracidad, al fin y al cabo, le era
imposible demostrar.

RESUMEN DEL PRIMER DISCURSO DE ELIÚ


“Como soy más joven que todos vosotros, he estado callado hasta ahora. Estaba convencido
de que vuestras contribuciones serían de ayuda. Pero la verdadera sabiduría solo proviene de
Dios, y Él puede escoger a alguien joven para comunicarla, así que voy a hablar.
“He estado escuchando lo que los tres teníais que decir, pero ninguno habéis podido
probar que Job esté equivocado. No me voy a molestar en repetir vuestros argumentos. Voy
a decir lo que pienso, y quiero que sepáis que seré completamente justo. No voy a intentar
adular a nadie; diré simplemente la verdad.
“Job, no pretendo llevar la razón en todo, porque soy solo un hombre igual que tú. No
temas, pues, lo que te tengo que decir.
“Has dicho que eres puro, ‘sin pecado’. Llegaste a decir que Dios ha inventado toda clase
de pecados de los que acusarte. No está bien que acuses a Dios de esa forma. Sus designios
sobrepasan nuestro entendimiento; eso es algo que debes apreciar. ¿Por qué te quejas si no te
da una explicación completa de sus actos? Dios emplea todo tipo de medios para hablar a las
personas, incluyendo el dolor. Utiliza el dolor para traer a los hombres de vuelta a Él.
“Por favor, escúchame. Luego podrás rebatir lo que digo, si quieres”.
24
“Dios tiene algo que enseñarte, Job”
Léase Job 34–37

SEGUNDO DISCURSO DE ELIÚ


El segundo discurso de Eliú (34:1–37) no es muy distinto del primero: comienza pidiendo
que se le preste atención (34:2–4), cita algunas de las cosas que Job ha dicho (34:5–9) y a
continuación procede a contestarlas (34:10–28). El discurso termina con un reto (34:29–37).
Sin embargo, el segundo discurso de Eliú es muy diferente del primero en cuanto a contenido
y tono. Toda la compasión que tenía ha desaparecido. Esas prometedoras palabras acerca de
un mediador en el tribunal celestial que defiende la causa de gente como Job también han
desaparecido. Aquí, en el segundo discurso, aparece la voz de la lógica, fría y analítica. El
primer discurso había finalizado con una nota de gozo. Este termina hablando de
condenación. ¿A qué se debe este cambio? La explicación parece encontrarse en la
fascinación de Eliú por su propia retórica, y quizá en un poco de orgullo por haber conseguido
atraer la atención de los viejos sabios.
Las palabras de Eliú se vuelven un tanto fantasiosas. ¡Dice tener la habilidad de un gran
cocinero en su presentación del argumento! (34:3). Eliú pertenece a la escuela de la sabiduría,
y corre el peligro de confiar demasiado en sus conocimientos. No se ha enojado con los tres
amigos de Job porque al final llegaran a una conclusión errónea, pues él llega a la misma; la
razón de su enojo —se vislumbra ahora— era lo inadecuado de sus argumentos. Tenemos
que concluir que Eliú, después de todo, está del lado de los amigos de Job: defiende la justicia
de Dios y condena a Job como pecador.

DIOS ES JUSTO
Eliú cita las palabras de Job cuando se quejó de que Dios era injusto al castigar a alguien que
era inocente:
Job ha dicho: Yo soy justo,
y Dios me ha quitado mi derecho.
¿He de mentir yo contra mi razón?
Dolorosa es mi herida
sin haber hecho yo transgresión
(34:5–6).
Es verdad que Job ha dicho eso. Pero Eliú prosigue su cita y afirma que Job ha dicho: “De
nada servirá al hombre el conformar su voluntad a Dios” (34:9). Job no ha dicho tal cosa,
por supuesto. Lo que sí ha dicho es que los impíos parecen prosperar sin que, aparentemente,
reciban ningún juicio en este mundo (21:7–34). También ha señalado la evidente e irrefutable
verdad de que los problemas parecen caerles encima tanto a los buenos como a los malos
(9:22–24). Eliú es injusto con Job, muy injusto, pues habla de él como si hubiera sucumbido
a aquello de lo que le acusaba Satanás: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (1:9). Si Job
hubiera dicho eso, la prueba habría terminado y Satanás habría sido el vencedor. Aun con
toda su inteligencia, Eliú, sin saberlo, se ha puesto del lado de Satanás. Según Eliú, el único
motivo por el que Job confía en Dios es el provecho personal que saca de ello. Pero Job no
ha llegado a tal extremo, ni lo hará. A pesar de su ira y de su confusión, Job aún conserva su
confianza en Dios.
La respuesta de Eliú consiste en aclarar la doctrina de la justicia de Dios:
Por tanto, varones de inteligencia, oídme:
Lejos esté de Dios la impiedad,
y del Omnipotente la iniquidad
(34:10).
No se dirige a Job, sino a los “sabios” (34:2), probablemente los tres amigos. Su proposición
es simple y contundente: si Dios es justo (como sin duda lo es), toda crítica que se le haga
habrá de ser necesariamente injusta. Puesto que Job ha estado criticando a Dios, Job es el que
está equivocado. La acusación contra Job parece irrefutable.
El problema de este tipo de razonamiento es que no ha tenido en cuenta la realidad del
apuro de Job. Eliú habla de una manera que parece pasar por alto totalmente la existencia del
dolor de Job. Lo que dice es cierto en general, pero no capta lo que Job está diciendo. Su
teología es impecable: el derecho a gobernar que tiene Dios no se debe a nadie sino a Dios
mismo (34:13). Él es quien soberanamente sustenta todas las cosas, y revela su gracia cada
momento del día dando vida y aliento al hombre (34:14–15). Él es el “Justo poderoso”
(34:17 LBLA). Gobierna sin hacer “acepción de personas” (34:18–19). Los poderosos
mueren si Él da la orden (34:20), sin que ellos tengan ningún control sobre ello (34:23). No
tiene que dar cuenta de sus actos; puede humillar a los poderosos rápida y repentinamente
(34:24–25). Los que hayan abusado de su poder serán castigados (34:26–28). Aun si Dios
parece demorar su intervención, está en su derecho: no se le puede acusar de injusticia
(34:29–30).
Así pues, Eliú opina que la reclamación de justicia que hace Job es una continua
acusación de que Dios se equivoca. Con esa reclamación Job ha añadido “rebeldía” a sus
pecados (34:37). Eliú pronuncia una imprecación: “Deseo yo que Job sea probado
ampliamente, a causa de sus respuestas semejantes a las de los hombres inicuos” (34:36).
Al margen de cualquier pecado que hubiera cometido en un principio (de lo cual le acusaban
sus tres amigos, y a lo cual Eliú no da ni su apoyo ni su rechazo), lo cierto es que ahora Job
ha sumado a ello una serie de necias declaraciones en respuesta a sus sufrimientos. Ha
añadido incredulidad a su pecado, al quejarse tan amargamente contra Dios. El sufrimiento
de Job tiene alguna relación con esa ira y ese rencor que ahora expresa. Lo único que podría
hacer sería aceptar el castigo de Dios, arrepentirse de su pecado y escuchar lo que Dios le
está diciendo (34:31–33).
Todo esto lo hemos oído antes. Eliú ha llegado a la misma conclusión que los otros tres
consejeros. Su enojo con ellos solo se debe al hecho de que no habían logrado descubrir el
verdadero problema de Job, que no era nada de su pasado, sino del presente: la rebeldía con
que había respondido a su prueba. “Eliú hace lo correcto al defender la justicia de Dios, y ha
llevado la discusión un paso adelante sugiriendo que el mayor pecado de Job quizá no fuera
algo que dijo o hizo antes de que comenzase el sufrimiento, sino la rebeldía que está
demostrando durante el sufrimiento”. La única opción que le queda a Job es arrepentirse
(34:31–33). A Eliú no se le pasa por la cabeza que Job pueda ser inocente.
JOB ES TONTO
Al final de su segundo discurso, animado por la inteligencia de su argumento, Eliú se dirige
a aquellos que puedan estar escuchándole y les pide que le presten atención: “Los hombres
inteligentes dirán conmigo, y el hombre sabio que me oiga […]” (34:34). ¿Y qué es lo que
le oirán decir? ¿Cuál es su conclusión? ¡Que Job es tonto! “Job no habla con sabiduría […]
sus palabras no son con entendimiento” (34:35). Job no es solamente un pecador; además,
es un necio. Es, también, culpable de sedición, de rebelarse contra Dios. Según Eliú, Job
“bate palmas” (34:37) en señal de desafío. La situación de Job no es como para hacer tal
cosa, por supuesto; esto no es más que un ejemplo de lo mucho que Eliú se ha dejado llevar
por su retórica.
La mayor parte de los comentaristas creen que aquí Eliú es demasiado duro. Otros, no
obstante, han sido más comprensivos con él. Es interesante observar que la contribución de
Eliú no recibe ni aprobación ni condenación a su término. La razón de esto tal vez sea, como
señala Carson, que “si no se le alaba, es porque su intervención es eclipsada por las palabras
de Dios; si no se le critica, es porque no dice nada incorrecto”.4 Después de todo, Eliú ha
dicho lo mejor que puede decir un hombre que no posee toda la verdad. No sabe nada del
papel de Satanás en todo esto. Con ese desconocimiento, y atribuyendo a Job algo que no ha
dicho, Eliú ha fracasado en su intento de ministrar a las necesidades de Job.

TERCER DISCURSO DE ELIÚ


El tercer discurso de Eliú (35:1–16) sigue un esquema parecido al de los dos precedentes:
comienza citando algo que Job ha dicho (35:2–4) y entonces pasa a refutarlo (35:5–16).
Eliú no ha terminado su tesis contra Job. Aún cree que este está diciendo que “de nada
servirá al hombre el conformar su voluntad a Dios” (34:9), pues pone estas palabras en boca
de Job: “¿Qué ventaja sacaré de ello? ¿O qué provecho tendré de no haber pecado?”
(35:3). Es verdad que Job había dicho algo muy parecido a esto, pero Eliú no tiene en cuenta
los gritos de un hombre cuyo dolor es inmenso y le da un sermón sobre lo inapropiado de
esperar obtener una ganancia del hecho de ser justo. Las cartas están ahora sobre la mesa, y
se ha hecho claro que Eliú no acepta la inocencia de Job en absoluto.
Eliú le atribuye a Job otras dos preguntas, que después se propone contestar. Las
preguntas: “¿De qué sirve ser bueno?” y “¿Por qué no responde Dios a la oración?”, ya fueron
tratadas antes (34:9; 33:13) y nos dan la impresión de que a Eliú se le están agotando las
ideas. Quizá la lección que se pretende que aprendamos es que debemos saber cuándo dejar
de hablar y comenzar a escuchar.

1. ¿DE QUÉ SIRVE SER BUENO?


“¿Qué ventaja sacaré de ello? ¿O qué provecho tendré de no haber pecado?” (35:3). La
respuesta de Eliú es pedirle a Job que piense en “los cielos” (35:5). ¡Qué pequeño es él en
comparación con la inmensidad de la creación de Dios! Lo que Eliú quiere decir es que Dios
está tan lejos de nosotros que lo que hagamos, tanto si es bueno como si no, no le va a afectar.
No está bien, sugiere Eliú, esperar beneficio del hecho de ser justo: “Si fueres justo, ¿qué le
darás a él? ¿O qué recibirá de tu mano?” (35:7). El carácter de Dios no puede cambiar por
nada que un hombre haga. Elifaz ya presentó un argumento parecido (22:2–4). Es un
argumento tan común que uno no puede por menos que preguntarse por qué se molesta en
hacerlo. A Dios, nuestro pecado ni le hace daño ni le beneficia; a los únicos que les afecta es
a los demás hombres (35:8). Todo esto es cierto, pero Eliú está casi afirmando que a Dios no
solo no le afecta el pecado humano sino que además le es indiferente. ¿Está Eliú de veras
diciendo que todo lo que pasa en la Tierra, aun la impiedad, no le preocupa gran cosa a Dios?
Eso parece. Da la impresión de que Eliú casi está hablando solo por hablar. El dolor de Job
lo olvidó hace mucho. La realidad es que a Dios le aflige el pecado y le agrada la justicia. La
capacidad de Eliú como consejero está en una situación muy incierta.
La pregunta que hace Job merece una mejor respuesta que la que le da Eliú. Ciertamente
sucede a veces que los cristianos que sufren dolor preguntan: “¿De qué sirve intentar llevar
una vida justa?” En el clima actual es una pregunta cuya respuesta nos es vital, pues se ha
dejado de dar importancia a la santidad. Las librerías están llenas de libros y vídeos sobre
cómo pueden los cristianos obtener salud, riqueza y felicidad. Lo que se valora en estos
tiempos no es la santidad, sino la habilidad, el carisma y la personalidad. Se descubren casos
de líderes cristianos que han cometido faltas de tipo sexual y, por consiguiente, demuestran
no tener ningún sentido de responsabilidad como quienes tienen que dar cuenta. Muchas
veces se les ha permitido volver al pastorado muy deprisa, lo que subraya la realidad de que
se considera que la santidad no vale mucho, y los cristianos indignados, confusos y dolidos
tienen la tentación de unirse a Job y preguntar: “¿Tiene algún sentido vivir para Dios?”
¿Qué es lo que hace que hombres como Robert Murray M’Cheyne digan: “La mayor
necesidad de mi congregación es mi santidad personal”? La sencilla respuesta es que Dios la
exige, Cristo la refuerza y la Escritura, por todas partes, exhorta a ella. Desde Abraham en
adelante, Dios ha llamado a su pueblo a andar en sus caminos y a ser “perfecto” (Génesis
17:1). La “perfección” de Job (1:1, 8) era un indicador de que él también conocía ese
requisito, aunque ahora, bajo el gran peso de su prueba, esté muy tentado a negarlo. Al
contrario de lo que Eliú parece decir, ser bueno (obedecer los mandamientos de Dios) agrada
a Dios enormemente y, al margen de los beneficios que recibamos o no en esta vida, somos
llamados a agradar a Dios “en las duras y en las maduras”.

2. ¿POR QUÉ NO RESPONDE DIOS A LA ORACIÓN?


Eliú ha hablado de esto antes (33:13; véase la sección “Argumento número 2” del capítulo
anterior). Ahora vuelve a enfrentarse al asunto, considerando esta vez la situación de aquellos
que claman “a causa de la multitud de las violencias […] y se lamentan por el poderío de
los grandes” (35:9). Pero no siempre son librados de ese poderío. ¿Por qué no? La respuesta
de Eliú es extremadamente simplista: porque no han clamado a Dios de corazón (35:10–12).
Si lo hubieran hecho, habrían recibido fuerzas aun para “cantar en la oscuridad”: “Ninguno
dice: ¿Dónde está Dios mi Hacedor, que da cánticos en la noche?” (35:10). El
razonamiento es complicado, pero la deducción es clara: en su tribulación, Job no se ha
dirigido a Dios. Sus palabras han sido vacías: “Job abre su boca vanamente, y multiplica
palabras sin sabiduría” (35:16). ¡Según Eliú, pues, Job no se ha dirigido a Dios en ningún
momento, sino que ha estado meramente quejándose de sus sufrimientos! Y si se ha dirigido
a Dios, lo ha hecho con la suposición de que Dios es esencialmente injusto y, al hacerlo así,
Dios no le va a responder. Según Eliú, el problema de Job es que no sabe mantener la boca
cerrada durante su prueba (35:16).
Así que la respuesta que Eliú ofrece a los cristianos que atraviesan momentos difíciles,
preguntándose por qué Dios no responde a sus oraciones, ¡es que no han orado de corazón!
Además de errónea, es desoladora. La respuesta de Eliú es inapropiada y engañosa por varias
razones. En primer lugar, contradice la experiencia de hombres piadosos como Job, que han
orado con confianza pidiéndole a Dios ser librados de su aflicción, y solo han obtenido
desilusión. Hay cristianos que han orado pidiendo sanidad, pero han visto a sus seres queridos
morir. Han orado por la salvación de sus hijos, pero los han visto vivir y morir en rebeldía.
Han rogado con todo su ser por un avivamiento, pero han terminado sus días sin verlo.
¿Hemos de creer, como Eliú, que no han orado de corazón? Pablo oró fervientemente por
que se le quitara el aguijón de su carne. Sin embargo, a pesar de haberle rogado al Señor tres
veces por ello, no halló sino desilusión (2 Corintios 12:8). Su oración fue apasionada,
concreta y persistente. Pero Dios no la contestó. Otra oración que nos enseña la misma
lección es la de Cristo en Getsemaní. Postrándose en su angustia, le suplicó al Padre que
pasase de Él aquella copa. Pero no pasó. ¡No se puede decir que el Señor no tuviera suficiente
fe en lo que pedía, que no estuviera orando de corazón! Pero a eso es a lo que nos conduce
la teología de Eliú.
El Nuevo Testamento ciertamente nos conduce a la esperanza de que Dios nos dará todo
lo que le pidamos en oración, con tal de que lo pidamos con fe (Mateo 21:22). Pero hay una
advertencia: debemos pedir lo que esté de acuerdo con la voluntad de Dios. “¿Qué es orar
con fe? —preguntó Thomas Watson—. Es orar por aquello que Dios ha prometido —
respondió, añadiendo—: Si no hay promesa, no podemos orar con fe”.
Existen razones por las que Dios no nos da lo que le pedimos. Una de ellas se encuentra
en la pobreza de nuestro juicio a la hora de saber lo que es bueno (o lo mejor) para nosotros.
Para Pablo, el aguijón en la carne era un inconveniente. Estaba seguro de que sin él podría
servir a Dios mejor. Pero Dios sabía más que él. La razón del aguijón en su carne era “impedir
que [se] enalteciera” (2 Corintios 12:7 LBLA). El dolor fue el medio por el que Dios lo
mantuvo humilde y maleable.
Amy Carmichael pasó toda su vida en condiciones de eminente semejanza con Cristo.
Como misionera en el sur de la India fue un testimonio vivo de la gracia de Dios en la
transformación de vidas a la imagen de Cristo. Sin embargo, terminó sus días sufriendo gran
dolor. Todas las oraciones hechas por su curación fueron vanas. Dios dijo: “No”. ¿Por qué?
La única respuesta es afirmar que aunque el motivo se guarde fuera de nuestro alcance, no lo
está de Aquel que todo lo sabe.
Cuando John L. Girardeau, el teólogo sureño presbiteriano, regresó de visitar al ejército
confederado y a un descorazonado Charleston, muchos se preguntaron por qué Dios no había
escuchado sus fervientes oraciones pidiéndole que les concediera la victoria en sus luchas
por la independencia sureña. Las palabras que Girardeau dirigió a su congregación contenían
la siguiente explicación:
A aquel que así está decepcionado y dolido, perplejo en cuanto a sus esperanzas y tentado
por el escepticismo, pero que no obstante honra a Dios con una sumisión mansa y resignada,
como corresponde a una criatura pecadora y de pequeño entendimiento, ante la sabiduría
infinita y la soberanía absoluta, se le revelará claramente (con tanta claridad como un rayo de
sol que atraviesa las fisuras de una nube casi disuelta) que algunos beneficios fueron negados
para otorgar otros mayores; que el sufrimiento temporal no es sino el preludio de la eterna
bendición, una breve decepción antes del amanecer de un honor imperecedero; y que la
verdad y la justicia desaparecen bajo un horizonte de oscuridad y un océano de tormentas
solo hasta la mañana, en cuya gloria reaparecen en eterna victoria.
Jesús, estando ya muy débil, un ser humano agonizante, aplastado bajo la maldición de
todo un mundo, oró pidiendo ser librado de sufrir la segunda muerte. Su oración no tuvo
respuesta, y murió; pero su tumba fue el escenario del destronamiento de la muerte, y el lugar
donde nacieron incontables millones de almas inmortales, redimidas de Satanás, del pecado
y del Infierno.
¡No desmayes, hermano cristiano! No desesperes porque tus oraciones por ciertas
bendiciones […] no hayan obtenido respuesta durante cierto tiempo. ¿Dónde está tu fe?
¿Dónde está tu lealtad a tu Soberano todopoderoso, infinitamente sabio y misericordioso?
Incorpórate. Ponte toda la armadura de Dios […] Alza tus ojos. Dios, tu Redentor y
Libertador, reina.
Míralo, allá a lo lejos, sentado en su trono, bajo cuyos pies los soles y las galaxias de
estrellas son solo como polvo brillante. Miles de millares de resplandecientes serafines
ministran en su presencia. En su mano tiene el imperio infinito […] Sus ojos están sobre su
pueblo afligido.
Míralo, míralo, se acerca, se acerca, cabalgando en las alas del tornado, blandiendo su
deslumbrante espada radiante del fulgor del Cielo, apartando a sus enemigos como paja
delante de su rostro, y acudiendo a toda prisa al socorro de sus santos con los recursos de su
ilimitado poder y su gracia infinita.

Serán palabras dramáticas, pero no menos que las de Eliú. ¡Y de cuánto mayor ánimo y
ayuda!

CUARTO DISCURSO DE ELIÚ


El tono que emplea Eliú parece un poco más compasivo en este último discurso (36:1–37:24).
En él vuelve al tema que ya iniciara en el primer discurso: el sufrimiento es un castigo. Dios
observa a sus hijos y les hace saber si están cayendo en transgresión enviándoles aflicciones.
El discurso comienza con una introducción general en la que Eliú informa a Job de que
“todavía hay más que decir en favor de Dios” (36:2 LBLA). Pero Eliú se excede hablando
de sí mismo. Su grandilocuencia se ha adueñado de él. Ahora afirma ser perfecto: “Uno
perfecto en conocimiento está contigo” (36:4 LBLA). ¡Pero Job no tiene por qué asustarse!
¿Será por ser el más joven, y quizá el menos cualificado, que Eliú siente la necesidad de
atribuir perfección a lo que tiene que decir?6 Puesto que utiliza una expresión casi idéntica
en 37:16 para referirse a Dios, parece, al menos superficialmente, que Eliú está afirmando
ser igual que Dios. Puede que esta deducción sea injusta, pero lo cierto es que el lenguaje de
Eliú se está elevando a niveles estratosféricos.
En cualquier caso, los comentaristas están de acuerdo en que Eliú hace varias
contribuciones positivas en este pasaje. “El tono áspero que Eliú había adoptado en su
segundo y tercer discursos se suaviza ahora. Job 36:1–21 es una declaración de teología
ortodoxa más madura y atractiva que ninguna otra en el resto del libro”. Ortodoxa, puede ser;
pero si es o no pertinente en las circunstancias de Job es algo que tendremos que analizar
cuando examinemos los comentarios finales de Eliú.

EL DOLOR COMO DISCIPLINA


Eliú ya ha mencionado que el sufrimiento puede ser el medio por el que Dios disciplina a sus
hijos (33:15–30; véase la sección “Argumento número 2” del capítulo anterior de este libro).
En su último discurso Eliú vuelve a tratar el tema; de hecho, Job 36:6–9 es un pasaje clásico
sobre el tema, tanto o más que ningún otro en el libro de Job. Empieza con una afirmación
del poder de Dios: “Dios es grande […] es poderoso” (36:5). A continuación habla del
conocimiento que Dios tiene de lo que sucede: “No aparta sus ojos del justo” (36:7 LBLA).9
Entonces procede a expresar su idea principal, que es que el sufrimiento tiene un propósito
educativo:
Y si estuvieren prendidos en grillos,
y aprisionados en las cuerdas de aflicción,
Él les dará a conocer la obra de ellos,
y que prevalecieron sus rebeliones
(36:8–9).
Según esto, Job, que se siente como encadenado, es culpable de pecar arrogantemente y Dios
se lo está haciendo saber por medio de sus aflicciones. “Despierta además el oído de ellos
para la corrección, y les dice que se conviertan de la iniquidad” (36:10). Aquellos que
escuchan a Dios cuando viene el dolor se beneficiarán de hacerlo. Como comenta Calvino:
“La aflicción es la verdadera maestra que lleva a los hombres al arrepentimiento para que
aprendan a odiar las faltas en las que antes se hallaban inmersos”. Los que “no oyeren”
(36:12) morirán jóvenes y en circunstancias vergonzosas (36:14).
Hay un elemento de verdad en lo que dice Eliú aquí. El dolor puede ablandar el corazón;
pero también puede endurecerlo (Hebreos 3:8). El sufrimiento puede hacer que algunos
cuestionen el carácter mismo de Dios (Salmo 73:11). En 1755 un terremoto en Lisboa causó
60 000 muertos. Goethe, el poeta alemán del siglo XVIII, tenía solo 6 años cuando ocurrió.
Más tarde escribiría: “Al muchacho no le afectó lo más mínimo. Dios, creador y señor de
Cielo y Tierra, a quien la declaración del primer artículo de fe [esto es, de la Confesión Belga]
presenta tan lleno de sabiduría y gracia, no demostró, al sacrificar de ese modo a justos e
injustos, tener lo más mínimo de paternal”. Como dijo el puritano John Flavel: “Una cruz sin
Cristo nunca le hizo bien a nadie”. El hombre sabio se desliza sobre la ola; el necio se ahoga
en ella.
La proposición de Eliú (o al menos parte de ella) es que el sufrimiento es más que un
simple castigo. Da al sufrimiento un propósito creativo así como destructivo. El dolor del
parto se olvida rápidamente debido a su resultado: el nacimiento de un niño. El dolor de tener
piedras en el riñón, por otro lado, suele recordarse mucho tiempo. La ausencia de un
propósito creativo tiende a aumentar el dolor. En el caso de Job se pretende que aprenda algo
de su dolor. No debe considerarlo sencillamente como un castigo por pecados pasados
(aunque Eliú no ha descartado esa idea en absoluto). ¿Qué clase de cosas hemos de aprender
de nuestros sufrimientos?
1. El sufrimiento puede revelar nuestro auténtico carácter
Job no fue afligido porque hubiera pecado, pero la aflicción, no obstante, ha sacado a la luz
la pecaminosidad latente que hay en su corazón. El dolor ha revelado su auténtico carácter;
en cierto sentido, ha puesto a prueba su integridad, pues se ha negado a ceder a la insinuación
de Satanás de que solo sirve a Dios por la ganancia personal que obtiene de ello. Por otra
parte, sus declaraciones han revelado un corazón pecador. El sufrimiento puede revelar de
qué estamos hechos por dentro. Saber esto es fundamental para progresar en nuestras vidas
cristianas. “La cruz trae consigo una crisis en la historia de Job, cuyo resultado final es
limpiarlo de la escoria del orgullo y la confianza en su propia justicia. Y esa era la raíz de
pecado que aún tenía su lugar en lo más profundo de su ser. Todo hombre tiene esta raíz de
pecado dentro de sí, y nadie puede decir de Satanás lo que el unigénito Hijo de Dios dijo de
él: ‘Él nada tiene en mí’. Aun los discípulos más íntimos del Señor, y aun los santos apóstoles,
habían de ceder a la voluntad de Satanás de tomarlos y zarandearlos como a trigo, y debían
estar satisfechos si por lo menos su fe no les fallaba”.
Aunque no fue así en el caso de Job, el salmista confiesa que el dolor le hizo darse cuenta
de lo desesperado que era su estado espiritual, del cual no era consciente, ni lo habría sido
nunca si el dolor no le hubiera parado en seco: “Antes que fuera afligido, yo me descarrié,
mas ahora guardo tu palabra” (Salmo 119:67 LBLA). Cuando tales experiencias nos revelan
nuestra necesidad, deberíamos decir junto a George Matheson:
Oh gozo, que a buscarme a mí
Viniste con mortal dolor.
2. El sufrimiento puede enseñarnos cosas sobre el carácter de Dios
Martín Lutero admitió una vez: “Nunca conocí el significado de la Palabra de Dios hasta que
me llegó la aflicción. Siempre ha sido uno de mis mejores maestros”. Se podría pensar,
seriamente, que después de su prueba, Job repetiría las palabras del salmista: “Bueno me es
haber sido humillado [afligido, LBLA], para que aprenda tus estatutos” (Salmo 119:71). Una
de las verdades que Job aprendió en su prueba fue la de la incomprensibilidad de Dios.
Cuando no pudo entender lo que Dios estaba haciendo, y las respuestas a sus preguntas no
llegaban, Job finalmente cedió, pero se negó a maldecir a Dios. “Es muy duro para nosotros
someternos a la simple voluntad de Dios, sin preguntar el motivo […] Es una sabiduría
perfecta y mayor que la de los ángeles tener la capacidad de rendir tanto honor a Dios como
la de mera y simplemente confiar en su voluntad, y aunque el asunto nos parezca extraño y
[…] totalmente opuesto a toda verdad y razón, aun así bajar nuestras cabezas y decir: ‘Señor,
aunque tus juicios sean como un profundo abismo, no pretenderemos sondearlos’ ”.
3. El sufrimiento puede enseñarnos cosas sobre la naturaleza de la fe
Job se encontró un día con que estaba preguntando por qué las cosas habían salido así. Al
hacerlo, su fe estaba siendo puesta a prueba. Pero esa es una de las lecciones, que “el carácter
general de la fe no debe basarse en las apariencias actuales de la situación. La fe no es lo
mismo que la vista”. Cuando se reacciona al sufrimiento correctamente, este puede subrayar
el hecho de que la fe implica confiar en Dios “en la oscuridad”. En esto es donde algunas de
las observaciones de Eliú no son nada útiles. “[Dios] nos pide muchas veces que andemos en
la oscuridad, confiando plenamente en Él, y durante largos períodos cada vez […] Ahora
bien, si Dios no revela las explicaciones, no le corresponde al hombre darlas. En tal
tribulación, son mucho más provechosas las lágrimas de comunión con el sufrimiento que
los discursos de acre teología”.15 El dolor de Job le estaba enseñando lo que significa confiar
en Dios.
El sufrimiento disciplinario es el medio por el que Dios nos entrena para poder seguir
adelante. Un uso correcto de la aflicción puede servirnos para nuestro beneficio eterno, y
deberíamos dar gracias a Dios por ella. Lo que en este sentido dice Eliú es cierto.

EL SUFRIMIENTO COMO CASTIGO


Pero hay un elemento en la enseñanza de Eliú que no es correcto. Una vez más, menciona
momentáneamente la teología de la retribución inmediata, una expresión que ya hemos
utilizado para describir la creencia de los otros consejeros en cuanto a que las recompensas
y los castigos son administrados de forma instantánea. Eliú cree que quienes escuchan lo que
Dios les está diciendo mediante su dolor pueden esperar ser librados de él, ¡en ese mismo
momento y lugar! Y quienes no lo hacen solo pueden esperar una muerte prematura (36:14).
Si Job tan solo confesara su pecado y se arrepintiera, Dios le llevaría “a lugar espacioso,
libre de todo apuro, y [le] preparar[ía] mesa llena de grosura” (36:16). Pero Eliú no parece
creer, después de todo, que Job esté entre los justos que pueden esperar dicha liberación.
Según él, Job ha sido “llenado [del] juicio del impío” (36:17); prefiere “la iniquidad” a “la
aflicción” (36:21). Quizá haya cometido algún gran pecado en su vida anterior (como
insinuaron los tres consejeros) o quizá no, pero en su rebeldía y desafío actuales,
especialmente al poner en duda la justicia de Dios, Eliú detecta la causa de su sufrimiento:
Dios lo está disciplinando. Al menos en esto, Eliú lleva razón. “La búsqueda de una
explicación de los sufrimientos de Job investigando su origen y su causa ha fracasado. Se
obtendrá más luz en la búsqueda de su resultado y su objetivo”.

UN HIMNO A LA BONDAD DE DIOS (36:26–37:24)


Eliú concluye su discurso pidiéndole a Job que piense en la bondad de Dios, en su
incomprensibilidad y en que es digno de ser alabado:
He aquí que Dios es excelso en su poder;
¿qué enseñador semejante a él?
¿Quién le ha prescrito su camino?
¿Y quién le dirá: Has hecho mal?
Acuérdate de engrandecer su obra,
la cual contemplan los hombres
(36:22–24).
Al llegar a este punto, Eliú irrumpe en un himno de alabanza al Dios de la creación. Incluye
en su himno referencias al ciclo de evaporación y precipitación del agua, que produce la
lluvia (36:26–28), a tormentas (36:29–37:5) y a la escarcha, hielo y nieve invernales (37:6–
13). Nosotros comprendemos mejor que Job y sus contemporáneos el modo en que las fuerzas
naturales desatan su gran poder, pero sigue siendo cierto que lo hacen “por sus designios”
(37:12).
Es importante apreciar que cada parte de este himno comienza con una referencia a la
incomprensibilidad de Dios: “Dios es grande, y nosotros no le conocemos” (36:26);
“¿Quién podrá comprender la extensión de las nubes […]?” (36:29); “Truena Dios
maravillosamente con su voz; él hace grandes cosas, que nosotros no entendemos” (37:5).
Lo que Eliú quiere decir es que si el hombre no puede entender completamente lo que
Dios hace en el mundo natural, tampoco podrá entender completamente lo que hace en
nuestras vidas individuales. Eliú se mueve ahora en buen terreno. Lo que dice en estos
versículos nos prepara para lo que vendrá después, en los capítulos finales, cuando Dios
hablará con Job sobre su situación. En la “solución” final a las preguntas de Job se encontrará
este mismo punto: que no sirve de nada hacer demasiadas preguntas, pues las respuestas no
serán dadas, ni pueden ser dadas (pues no tenemos la capacidad de asimilar todas las razones
que hay para ellas). La última palabra es que “no nos toca que la razón sepamos, sino solo
obedecer hasta que muramos”. Y Eliú ha preparado el terreno para ella.
Eliú hace una serie de preguntas que pretenden despertar la humildad de Job (37:15–20),
y recordarle lo pequeño que es comparado con Dios, en quien “hay una majestad terrible”
(37:22). Es verdad que parte de lo que Eliú quiere señalar es la necedad que supone disputar
con Dios (37:19–20, 24). “El camino de la sabiduría es temer a Aquel que es incomprensible
y excelente en todos sus atributos (23–24)”. Pero Eliú también sugiere que no tiene sentido
que Job pretenda tener una audiencia con Dios (algo en lo que Job había insistido, 31:35). En
eso va demasiado lejos, pues Dios ciertamente se aparece personalmente a Job en su
tribulación, en el capítulo inmediatamente posterior a este. A fin de cuentas, y con todo lo
bueno que Eliú es, su contribución no deja de ser inadecuada, precisamente por la razón que
él le ha estado inculcando a Job: que su conocimiento de Dios y de sus designios no era
apropiado. No sabe nada sobre la acusación de Satanás. Tampoco ha aceptado del todo la
aprobación que Dios hace de la piedad de Job. Los consejeros humanos no han logrado
contestar las preguntas de Job. Es momento de dirigirse al Señor mismo, y oír lo que Él tiene
que decir. Pues será en sus discursos donde la tribulación de Job recibirá alivio.

RESUMEN DEL SEGUNDO, TERCER Y CUARTO DISCURSOS DE ELIÚ


“Has dicho que Dios no te ha concedido justicia aunque llevas la razón. Dios ha sido injusto,
según dices. Y has llegado a la conclusión de que no tiene sentido servir a Dios. Dices que
‘de nada servirá al hombre el conformar su voluntad a Dios’.
“Permíteme que te diga dos cosas. La primera es que Dios nunca es injusto, ¡nunca! Él
es justo. No puede pecar. ¿Podría gobernar el mundo como lo hace si no fuera justo? ¡Claro
que no! Todos sus actos son perfectamente justos. Si Dios no estuviera ahí gobernando de
ese modo, el mundo entero se desintegraría.
“Pero la segunda es que Dios castiga. Nos disciplina cuando cometemos errores. Tengo
que decir que esto es lo que creo que te está ocurriendo, y espero que aprenderás a aceptar lo
que Dios te da y que dejarás de ser tan arrogante, acusando a Dios de esa forma. Has afirmado
que Dios comete injusticias, y eso es algo terrible, de lo cual espero que te arrepentirás; yo
te ruego que lo hagas.
“Has dicho que no sirve de nada ser bueno; que para la diferencia que iba a suponer, lo
mismo te daría ser malo. Pero yo te digo a Dios no le afectará ni que hagas lo bueno ni que
hagas lo malo. Quiero decir que no aumentará su gloria el que tú hagas algo bueno, ni le
quitará algo de su perfección el que hagas el mal. Tú eres el responsable de tus actos. Si has
orado y Dios no te ha respondido, es porque en tu orgullo has creído que Dios está obligado
a contestarte por tu gran bondad. Pero la cosa no funciona así. Esas son palabras llenas de
orgullo, y Dios no va a permitirlas.
“Pero aún tengo algo más que decir: Dios es poderoso, pero no despreciará a los débiles.
Él no hace acepción de personas. Cuando disciplina a los hombres, lo hace para ayudarlos a
volverse de su pecado. Si efectivamente se arrepienten, les dará prosperidad. Si no lo hacen,
perecerán pronto. También los impíos, por otro lado, muchas veces mueren en su juventud.
“Debes tener cuidado, Job. Reconoce que Dios tiene algo que enseñarte en tus pruebas.
Quiere hacerte una persona mejor, así que no respondas tontamente de forma egoísta. Procura
exaltar su nombre. Mira a tu alrededor y aprecia su grandeza. Piensa en el tiempo: tormentas,
rayos, truenos y demás; en todo eso Dios nos habla. Él controla todas las cosas. ¿Puedes tú
controlarlas? No, claro que no. Por eso digo que debemos temer a Dios. Si quieres que te
mire con buenos ojos, deja de decirnos, a nosotros y a Él, que lo sabes todo”.
25
Habla el Señor
Léase Job 38:1–40:5

El Señor rompe su silencio. Por fin ha llegado el momento que Job pedía.
Job pidió poder encontrarse con Dios para presentarle su caso (31:35). Quería que Dios
“formulara un cargo con acusaciones concretas, que él estaba preparado para contestar, o si
no, que su Juez hiciera un veredicto, que él esperaba confiado que sería una declaración de
inocencia”. Las dos respuestas del Señor no parecen, a primera vista, responder a las
preguntas de Job, ni ser las respuestas que sus amigos creían haber dado. Los discursos de
Dios no parecen tener mucho que ver con la cuestión principal: por qué Job sufrió tanto
cuando había hecho todo lo humanamente posible para mantener una buena relación con
Dios. “El Señor no parece decir nada sobre ello. De hecho, hace muy pocas declaraciones o
afirmaciones que sean positivas. Sus discursos no son oráculos; responde a las preguntas de
Job con una avalancha de contrapreguntas”.2
Llegados a este punto es necesario señalar una importante cuestión interpretativa, crucial
para entender estos capítulos. Hasta ahora hemos estado haciendo un análisis más o menos
crítico de los discursos de los tres amigos de Job, así como de la contribución de Eliú. En
ocasiones hemos advertido que, aunque el contenido de sus discursos era bastante ortodoxo,
no era relevante en el caso de Job. Otras veces hemos tenido que indicar que el contenido
mismo de lo que decían era erróneo (como sucedía en su continua insistencia en que Job
estaba sufriendo a causa de su pecado). En los siguientes capítulos, que recogen las palabras
dirigidas por Dios directamente a Job, no podremos tomar esa postura. Tendremos que
extraer la enseñanza de la forma y el contenido de estos dos discursos.
Es más; como veremos a continuación, la interpretación de todo el libro de Job debe
hacerse sobre la base de los primeros dos capítulos y estos cinco últimos. Si tenemos esto en
cuenta, no nos saldremos del buen camino.

¿TEME JOB A DIOS DE BALDE?


El libro ha trazado una circunferencia completa: volvemos a la corte celestial. Satanás había
proferido su insulto: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (1:9). Por una razón que sigue
siendo un misterio, se le ha dado permiso a Satanás para probar la fe de Job. A lo largo del
libro, aunque nunca aparezca en la conversación, y el propio Job parezca no ser consciente
de su presencia, Satanás ha estado ahí, cumpliendo su papel de acusador de los hijos de Dios
(Apocalipsis 12:10). Detrás del mundo visible hay uno invisible de espíritus, poderes de las
tinieblas y el mal con personalidades muy malignas, que planean la destrucción de las almas
de hombres y mujeres. Al mismo Satanás que se describe como el acusador, también se le
conoce como Apolión, el destructor (Apocalipsis 9:11). Actúa en nuestras vidas procurando
destruir y desintegrar. Job ha conocido en su vida la capacidad de Satanás de “desgarrar”.
Job, como Cristiano en la obra de Bunyan El progreso del peregrino, ha atravesado el Valle
de Sombra de Muerte y ha experimentado tal trastorno, opresión y confusión espirituales,
que su mente pareció estar a punto de ser destruida. Job, por supuesto, no ha sido consciente
de la presencia de Satanás y ha dirigido su ira contra Dios. Ahora, por fin, Dios habla. Pero
no es lo que Job esperaba oír. Hasta el mismísimo final Job tiene cosas que aprender sobre
Dios. Y esto ha sido así gracias a la experiencia del dolor.
Es hora de escuchar lo que Dios tiene que decir. Se dirige a Job dos veces (38:1–40:2;
40:6–41:34) y en ambas ocasiones Job da una breve respuesta (40:3–5; 42:1–6).

HABLA EL SEÑOR (38:1–3)


Se forma una tormenta, y desde ella Dios habla (38:1). En el Antiguo Testamento, esta es
una de las formas preferidas de Dios para darse a conocer (Salmo 18:7–15; Ezequiel 1:4, 28;
Habacuc 3; Zacarías 9:14). Eliú ya la había anunciado (37:1–5, 22). Pero es más importante
observar que es una respuesta al clamor de Job: “¡Que me responda el Todopoderoso!”
(31:35). Y lo que nos llama la atención inmediatamente no es lo que Dios dice, sino lo que
no dice. No existe el más mínimo intento de contestar a las preguntas de Job sobre su
sufrimiento, ni ninguna aclaración de que ha sido la víctima de una lucha cósmica contra
Satanás. En lugar de eso, se nos ofrece un recorrido por la creación: los cielos y después la
Tierra. Y en lo que a primera vista parece una burda trivialización del problema, ¡se le pide
a Job que piense en el hipopótamo!
Aquí tenemos a un hombre que ha perdido su dinero, sus hijos, su salud, cuyo matrimonio
atraviesa una grave crisis y cuya posición social ha caído a lo más bajo, y se le dice que se
fije en el hipopótamo; ¿habla Dios en serio? ¿Nos atreveríamos alguno a tratar con semejante
indiferencia a alguien que está pasando tanta necesidad y dolor? Pero un estudio más
detallado revelará que hay una mente de gracia divina actuando en todo esto.
Por primera vez desde el prólogo inicial, el texto del libro de Job menciona el nombre de
Dios en el pacto, Jehová, o más exactamente “Yahveh” (38:1). Al margen de cualquier otra
cosa que pueda ser cierta al respecto, Dios quiere que quienes leemos este libro entendamos
que no ha abandonado a Job, ni lo hará, ni puede hacerlo. ¿Y por qué no? Porque está
obligado por un pacto que Él mismo ha hecho. Este era el nombre de Dios que le fue
manifestado a Moisés en un momento muy difícil, para asegurarle que Dios seguía
protegiéndolo y sustentándolo con su poder. En una zarza que ardía sin consumirse, Dios
reveló un aspecto de su carácter a Moisés en lo que podríamos denominar un modo
tridimensional. Ya se había identificado como el Dios que se había dado a conocer a los
patriarcas, y ahora completó un poco más esa identidad añadiendo que había de ser conocido
como “YO SOY EL QUE SOY” (o “Yo seré lo que seré”), luego acortado a “YO SOY” y
finalmente cambiado en “Jehová (Yahveh en hebreo, que suena muy parecido a “yo soy” en
hebreo), el Dios de vuestros padres” (Éxodo 3:6, 13–16). Más tarde Moisés, que había pedido
poder ver la “gloria” de Dios, oyó el “nombre” de Dios proclamado de esta forma: “¡Jehová!
¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y
verdad” (Éxodo 34:6). La idea que se pretende comunicar aquí es que Dios no puede
abandonar a Job, aunque lo haya expuesto a las llamas de la prueba.
¿Qué hace, pues, Dios pidiéndole a Job que piense en el hipopótamo? La respuesta se
halla en la escena ejemplificada en el versículo 3 (y repetida otra vez en 40:7): “Ciñe como
varón tus lomos”. Es una escena tomada del mundo de la lucha libre. ¡El Señor le pide a Job
que luche con Él! Eso es lo que Job ha estado pidiendo todo el tiempo. Su mente se ha estado
llenando de furia por lo que él considera un trato injusto. No acepta que Dios tenga derecho
a tratarlo así. Quiere explicaciones. Quién le diera que pudiese encontrarse con Dios…
“¡Quién me diera […]!” (31:35). El deseo de Job se ha hecho realidad: debemos tener cuidado
con lo que pedimos, porque algunas veces lo recibiremos.
Dios no intenta dar una explicación del sufrimiento de Job, ni tampoco justificarse a sí
mismo. En vez de eso, reta a Job. Nos hace recordar lo que le pasó a Jacob en Peniel (Génesis
32:22–32). No se dan razones para el trato dado a Job; tampoco se le ofrece a Job la
oportunidad de defenderse ante el tribunal de los presuntos cargos presentados contra él. En
vez de eso, Dios reta a Job a un duelo: un combate de sabiduría, pues se ha hablado
demasiado, demasiadas “palabras sin sabiduría” (38:2). Es una prueba de conocimiento
(38:3; 40:7), en forma de preguntas acerca de la Tierra (38:4–21), los cielos (38:22–28) y el
reino animal (38:39–39:30). ¡Como resultado, Job se queda sin palabras! (40:1–5). Es una
prueba en la que Job ha de aprender su falta de sabiduría: sus propias limitaciones humanas,
su condición de criatura. En una tremenda demostración de condescendencia, Dios está
dispuesto a concederle ventaja. En lugar de seguir peleando con Job Él mismo, pone a una
de sus criaturas como su paladín: “behemot” (40:15). Job tiene ahora un rival a su altura.
Cuando se le pide que dé una explicación del hipopótamo, Job no encuentra ninguna. “El
sufrimiento inocente es un hipopótamo. El único sentido que esto tiene, lo tiene para Dios,
pues no es comprensible para la razón humana”.

EL MISTERIO DE DIOS
La enseñanza principal de este combate es que Dios y sus designios son fundamentalmente
incomprensibles para nosotros. El misterio es el elemento vital de toda nuestra formulación
teológica. Al final, Dios habita en luz inaccesible (1 Timoteo 6:16). Dios es grande, nos dice
la Escritura (Deuteronomio 7:21; Nehemías 4:14; Salmo 48:1; 86:10; 95:3; 145:3; Daniel
9:4), con lo cual nos quiere decir que es mayor de lo que jamás podremos imaginar. No
poseemos la capacidad de comprender a Dios totalmente. Aunque insistamos en que lo que
sí conocemos de Dios lo conocemos en verdad, sigue siendo cierto que lo que conocemos de
Él lo conocemos solo en una pequeña parte. Calvino dijo que Dios, en su autorrevelación, se
había “acomodado” a sí mismo a nuestra capacidad. “Los fieles deben contentarse con
aquello que se les ha revelado; y es una sabiduría mucho mayor y mejor que la de hacer
preguntas de todas las cosas sin excepción […] no es que [Dios] sea tacaño en cuanto a
mostrarnos más de su voluntad, sino que Él sabe lo que nos conviene”. “Tengamos siempre
presente que aun en las cosas más básicas hay algo de la incomprensible sabiduría de Dios”.6
“Y cuando el hombre haya debatido la cuestión a fondo, del derecho y del revés, es necesario
que llegue a la ya dicha conclusión, a saber, que no comprendemos la grandeza y la altura de
los actos de Dios en mayor medida que la que Él tiene a bien dejarnos atisbar, rebajando su
sabiduría a nuestra capacidad, la cual es diminutamente pequeña”.
Tal es la importancia de esta cuestión en el pensamiento de Calvino que comienza un
sermón con estas palabras: “Tenemos que avanzar en el tema que empezamos ayer, que es
que la Escritura nos muestra muchas cosas que nuestro entendimiento no puede admitir”. Es
interesante observar que al discutir “El conocimiento de Dios el Creador” en su Institución
de la religión cristiana, Calvino dice de la esencia de Dios que es “incomprensible […] su
deidad transciende todo sentimiento humano”. Algo parecido escribió en su catecismo de
1542: “Nuestro entendimiento no es capaz de comprender su esencia”. Para Calvino, la mejor
ayuda que se puede ofrecer a quienes están atribulados es decirles que deben rendirse
pacientemente a los propósitos de un Dios soberano. ¡Esa es la paciencia de Job! Es su
disposición, finalmente, a someterse a los designios de Dios, a pesar de su falta de
entendimiento.
Hay una historia que cuentan del general británico Bernard Montgomery (“Monty”), un
hombre famoso por su alto concepto de sí mismo. En un discurso, describió una conversación
entre Dios y Moisés. Montgomery dijo: “Como Dios le dijo a Moisés, y en mi opinión,
correctamente […]”. Arrogancia como esa es una de las cosas que Dios quiere desalentar, y
de las que trata este libro. Los esfuerzos de Job por comprender los designios de Dios en este
mundo no han llegado a ninguna parte. Como Asaf en el Salmo 73, Job ha descubierto que
el intento mismo de comprenderlos le ha producido dolor de cabeza. Asaf compara su propio
comportamiento con el de una bestia (Salmo 73:22). Job también ha estado cuestionando a
Dios, ¡sí, cuestionando a Dios! El Señor, pues, despliega ante Job una magnífica visión de
las maravillas de su creación. Es un escenario en el que le muestra a Job la ingenuidad de su
sabiduría. Es algo que al final termina por rebajar el orgullo de Job:
Respondió Job a Jehová, y dijo:
Yo conozco que todo lo puedes,
y que no hay pensamiento que se esconda de ti.
¿Quién es el que oscurece el consejo
sin entendimiento?
Por tanto, yo hablaba lo que no entendía;
cosas demasiado maravillosas para mí,
que yo no comprendía.
Oye, te ruego, y hablaré;
te preguntaré, y tú me enseñarás.
De oídas te había oído;
mas ahora mis ojos te ven.
Por tanto me aborrezco,
y me arrepiento en polvo y ceniza
(42:1–6).
Job se había olvidado de lo que era. Como hijo de Dios, tenía que aprender que a Dios le
preocupaba más su semejanza con Cristo que su prosperidad material o su salud.

“¿DÓNDE ESTABAS TÚ…?” (38:4–38)


Ver a nuestros hijos crecer puede ser apasionante. La puerta de la cocina de mi madre
conserva las marcas de años y años de rayitas hechas a lápiz que constataron los progresos
del crecimiento de sus siete nietos. La puerta se guarda con gran cuidado y es objeto de una
estricta vigilancia, para que ningún jovencito desobediente se salte las reglas y marque su
altura más arriba de la realidad. Crecer es un proceso natural que disfrutamos mucho. Pero
hay una regla en el Reino de Dios que es contraria a la ley natural: para crecer hacia arriba
espiritualmente, necesitamos crecer hacia abajo; para subir hacia Cristo necesitamos bajar al
nivel de la humildad. Como lo expresa Packer: “Los cristianos […] se hacen mayores
haciéndose más pequeños”.
La conducta de Job, todo tiene que decirse, ha demostrado una cierta cantidad de orgullo
en los últimos capítulos del libro, y el orgullo es algo que nos hincha como un globo. La
gracia, por otro lado, pincha nuestra arrogancia, haciendo salir de nuestro organismo el aire
caliente del orgullo. El resultado es que nos encogemos, haciéndonos menos importantes a
nuestros propios ojos. Hay que considerar estos capítulos finales que recogen el encuentro
de Dios con Job como un proceso de encogimiento. Job tiene que darse cuenta de que es
pequeño, hasta insignificante. Dios no está planteando aquí una teología de edificación de la
propia estima, aunque esta tenga valor en otro contexto. ¡Job va a tener que arrastrarse!
Joni Eareckson Tada rememora en un libro una excursión de pesca que hizo con su
marido a un paraje que “dejaba los pulmones sin una pizca de aliento”. Comentando el efecto
que tuvo sobre ella aquella experiencia, añadió: “Qué pequeña me hizo sentirme flotar a la
deriva en la pequeña barca de remos, con las cumbres de las montañas elevándose a mi
alrededor, en aquella gran extensión de azules aguas y rodeada por vientos tempestuosos. Era
como estar en una inmensa catedral. Sentía que debía hablar susurrando”.
“¿Dónde estabas tú —le pregunta Dios a Job— cuando yo fundaba la tierra?” (38:4).
Y con mordaz ironía, añade: “¡Tú lo sabes! Pues entonces ya habías nacido, y es grande el
número de tus días” (38:21). Job, por supuesto, no estuvo presente cuando Dios creó el
mundo. No sabía nada acerca de cómo se hizo la Tierra (38:4–7), o cómo se formó el mar
(38:8–11), o cómo la rotación del planeta da lugar al día y la noche (38:12–15, 19–21). Job
no había medido la profundidad del mar ni la anchura de la Tierra (38:16–18).
El caso es que Job no puede esperar comprender todo lo que Dios hace con este mundo.
Job, como el resto de la creación, tiene un entendimiento limitado, finito. De ahí que se le
pregunte: “¿Quién puso la sabiduría en el corazón? ¿O quién dio al espíritu inteligencia?”
(38:36). En nuestros días se ha alcanzado un gran conocimiento sobre algunas de estas
materias: la rotación terrestre (38:12–15), las corrientes oceánicas (38:16), cartografía
(38:18), el origen y la propagación de la luz (38:19, 24) y la meteorología (38:28–30, 35). La
mención de estos temas anticipa los grandes adelantos científicos hechos por hombres como
Newton, Maury, Faraday y Morse, quienes se esforzaron por cumplir el mandato de la
creación (o dominio) de Dios: conocer el pensamiento de Dios mediante la investigación y
descubrimientos científicos (cf. Génesis 1:28). Algunas cosas siguen relativamente
inexploradas, entre las que se incluyen la investigación astronómica de “las Pléyades”,
“Orión” y “la Osa Mayor” (38:31–32; cf. 9:9) y algo de mayor trascendencia: el estudio de
la naturaleza y significado de la muerte (38:17).
Escuchando lo que Dios le explicó, Job debió de decirse a sí mismo: “Todas estas cosas
son mayores que yo; nunca podré comprenderlas. Yo soy demasiado pequeño. No puedo ni
empezar a entender la mente que las hizo y fijó su rumbo”.
Y sin embargo, a pesar de nuestra pequeñez e insignificancia, Dios mismo se hizo como
uno de nosotros cuando se encarnó en Jesucristo y vivió entre nosotros. Como escribió Pablo:
Cristo Jesús,
el cual, siendo en forma de Dios,
no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres;
y estando en la condición de hombre,
se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz
(Filipenses 2:5–9).

Jesucristo se hizo pequeño e insignificante a los ojos del mundo. Habitó en un cuerpo finito
para llevar a pecadores como nosotros al Cielo. Cuando leemos que el Creador del universo
dedicó parte de su tiempo a hablar con niños pequeños, descubrimos que verdaderamente no
hay nada demasiado pequeño para Él (Mateo 19:13–14).
¿Cuál es el tema de este capítulo? Dios está reduciendo sistemáticamente a Job a su
tamaño real, desinflando el orgullo que sobraba en su interior mediante la eliminación de
todo pensamiento que empequeñece a Dios en la mente de Job. Es una de las consecuencias
en la práctica de algo que dijo Eliú: “En Dios hay una majestad terrible” (37:22). Parte de
esa majestad se le ha mostrado a Job en una tremenda exhibición de la sabiduría y el poder
de Dios en la naturaleza. Al no poder Job estar a su misma altura, sino más bien siendo
ridículamente enclenque en comparación con Él, no le corresponde cuestionar los actos de
Dios.

PREGÚNTALE A LOS ANIMALES (38:39–39:30)


La intención original de Dios en la creación parece haber tenido en mente que hubiese
armonía entre el hombre y los animales. La mayor parte del reino animal teme al hombre, y
algunos animales han sido perseguidos hasta su extinción. Lo que se está afirmando en este
pasaje es que Dios, y no el hombre, provee para las necesidades del reino animal, que incluye
animales carnívoros (v. gr. “el león”, 38:39–40), animales herbívoros (v. gr. el “caballo”,
39:19–25), aves de rapiña (v. gr. el “cuervo”, 38:41) y aves de carroña (v. gr. “el águila”,
39:27–30).
Otros animales mencionados en esta sección incluyen algunos ahora extinguidos, como
por ejemplo “el búfalo” (39:9–12). Se cree que la palabra hebrea (traducida “unicornio” en
la versión Reina-Valera 1909) hace referencia al enorme y feroz uro (o bisonte) que habitó
el Oriente Medio pero que ahora está extinguido. Se dice que era un toro enorme, de más de
dos metros de anchura entre las paletillas, con largos cuernos que señalaban hacia adelante.
El salmista pide en el Salmo 22 que se le libre de esos cuernos (Salmo 22:21). El faraón
egipcio Tuthmosis III presumía de haber matado setenta y cinco uros en una sola cacería.
Otras criaturas destacadas son: “cabras monteses” (o íbice de Nubia, 39:1), “las ciervas” (o
gamo, 39:1–4), el “asno montés” (u onagro, 39:5–8), el “avestruz” (39:13), “el gavilán”
(posiblemente un halcón o cernícalo, 39:26) y aun la “langosta” (39:20).
Job ya había señalado antes que el mundo natural en su totalidad es producto de la
creación de Dios. Hasta había expresado un deseo de aprender a apreciar más el papel de
Dios como Creador (12:7–10). No es un hecho sin importancia que cuando Jesucristo vino
al mundo estuvo rodeado de los animales que Él había creado. Más tarde diría: “¿No se
venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de
Dios” (Lucas 12:6).
El error que cometieron los tres amigos de Job fue que redujeron a Dios a definiciones
manejables. Pero poco a poco, Job se ha dado cuenta de que Dios es mayor de lo que
imaginamos. Ya ha hablado del trascendente poder de Dios sobre las montañas, la Tierra y
el Sol (9:5–7). También es soberano sobre los monstruos del caos (26:13). Puede que Job no
tenga respuestas al problema de su sufrimiento, pero de eso precisamente se trata: está siendo
moldeado de tal forma que, venga lo que venga, la confianza será lo más importante en su
corazón. En esto hay una semejanza entre Job y el libro de Eclesiastés. Todo, dice el
desilusionado Predicador, tiene “un tiempo y un modo” establecido por Dios (Eclesiastés
3:1–8, 17; 8:6). “El libro —comenta Stafford Wright— es un relato de una búsqueda de la
llave de la vida. Es un esfuerzo por darle un sentido a la vida, por verla como un todo. Y no
hay ninguna llave debajo del Sol. La vida ha perdido la llave que la abre. ‘Vanidad de
vanidades, todo es vanidad’. Si quieres la llave, tendrás que acudir al cerrajero que hizo la
cerradura. Dios tiene la llave de todo lo desconocido. Y no te la dará. Puesto que no puedes
conseguir la llave, deberás confiar en el cerrajero para que te abra las puertas”. La vida es
ininteligible sin el Creador. Las pruebas de Job no tienen sentido ni para él ni para nadie. Lo
único que puede hacer es mirar a Dios, el Creador y Sustentador de todo lo que existe, y
confiar en Él. Él tiene la llave del acertijo, y debemos confiar en Él para que nos abra la
puerta.
Dios creó el mundo según un plan perfecto. Y a pesar de la llegada del pecado, y de sus
consecuencias para el mundo, Dios sigue gobernando el mundo entero, animado e inanimado.
No hay ni una pequeña parte de todo el universo donde no llegue el dominio de Dios. Y Él
lo gobierna sabiamente. Las cosas quizá parezcan estar fuera de control algunas veces, pero
no lo están. Él pone límites que ni el pecado ni el reino del mal pueden traspasar. Al igual
que restringe la actividad del mar (“¿Quién encerró con puertas el mar?”, 38:8), así también
restringe el progreso del mal. Puede que en apariencia reine la injusticia, pero no es la
realidad. Dios es quien reina, aun cuando espere algo de tiempo antes de ejecutar su justicia
sobre los transgresores.
Esto me recuerda a un colega en el ministerio, un hombre mayor que yo y mucho más
sabio, no dado a soportar bien la necedad. Una tarde en que había una reunión de oración, el
asunto por el que se iba a orar era la próxima excursión organizada por la Escuela Dominical
de la iglesia. Desgraciadamente, la previsión del tiempo para el día siguiente estaba repleta
de malas noticias: lluvia y vientos huracanados. Algunos ya habían intercedido para que Dios
cambiara la situación, pero con pocos indicios de celo, dada su confianza en la fiabilidad del
conocido hombre del tiempo. El pastor se puso en pie finalmente y comenzó así una sincera
intercesión: “Señor, concédenos buen tiempo […]”, y añadió: “Además, ¿quiénes se creen
que son esos hombres del tiempo?” La historia es graciosa, pero contiene una importante
verdad. Tanto si Dios nos deja saber sus intenciones en cuanto al tiempo por la ciencia de la
meteorología como si no (y no hay duda de que sí lo hace), a fin de cuentas el tiempo proviene
del Señor. Según escribo estas líneas, sopla un viento huracanado y está nevando. Los pájaros
se han cobijado en grupo en mi ventana, cosa que nunca había visto antes. Y esto me recuerda
lo que se le estaba enseñando a Job:
¿Alzarás tú a las nubes tu voz,
para que te cubra muchedumbre de aguas?
¿Enviarás tú los relámpagos, para que ellos vayan?
¿Y te dirán ellos: Henos aquí?
¿Quién puso la sabiduría en el corazón?
¿O quién dio al espíritu inteligencia?
¿Quién puso por cuenta los cielos con sabiduría?
Y los odres de los cielos, ¿quién los hace inclinar,
cuando el polvo se ha convertido en dureza,
y los terrones se han pegado unos con otros?
(38:34–38).
¡Si dependiera de mí, empujaría hacia el Norte el calor de un verano español de manera
que cubriese las islas británicas! Pero eso tendría un grave impacto en alguna otra parte del
mundo, y debo confiar en que Dios en su sabiduría ha hecho las cosas como son (¡teniendo
aquí en Belfast, según parece, más lluvia que casi cualquier otra parte del mundo!). Debe de
haber algún propósito en ello. Y yo debo simplemente confiar en Él (¡o emigrar!).
Dios controla también a los animales salvajes y a los pájaros. Y una vez más, la lección
es bastante simple: que si Dios conoce las necesidades de estas criaturas que habitan las partes
del mundo más solitarias e inaccesibles, cuánto más le preocuparán los seres humanos, a
quienes ha hecho a su imagen, y en particular aquellos que, como Job, tienen un pacto con
Él. Las pruebas de Job no han cuestionado de ningún modo el gobierno soberano de Dios.
Cualquiera que sea la explicación del sufrimiento de Job, no es que Dios haya perdido el
control de la situación.
No es este un tema exclusivo del libro de Job. El Hijo de Dios sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder (Hebreos 1:3). Tampoco están los acontecimientos más nimios
fuera del dominio de su voluntad (Mateo 10:29). Este es el tema de la adoración que los
santos dan a Dios por todas las Escrituras:
Tú solo eres Jehová; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército,
la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos;
y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran
(Nehemías 9:6).
Abres tu mano,
y colmas de bendición a todo ser viviente
(Salmo 145:16).
Él cuenta el número de las estrellas;
a todas ellas llama por sus nombres
(Salmo 147:4).
Levantad en alto vuestros ojos,
y mirad quién creó estas cosas;
Él saca y cuenta su ejército;
a todas llama por sus nombres;
ninguna faltará;
tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio
(Isaías 40:26).

“¿TE RENDIRÁS POR FIN AHORA?” (40:1–2)


Continuando con el ejemplo que ya hemos advertido en el texto, de un reto a un combate de
lucha, esta sección concluye pidiéndosele a Job que ceda ante la mayor fuerza y sabiduría del
Señor. Es, básicamente, pedirle a Job que se rinda.
Dios le ha hecho preguntas a Job acerca de la Tierra (38:4–21), el Cielo (38:22–38) y el
reino animal (38:39–39:30), abarcando la totalidad del transcurso del tiempo, desde la
creación hasta los gritos de los capitanes en las últimas conquistas militares (39:25). Job no
ha podido detener el aluvión de preguntas. Cada una de ellas ha ido revelando un poco más
su impotencia. No ha logrado obtener una decisión a su favor. Cuando se le da, por fin, la
oportunidad de responder, no puede hacer nada más que poner su mano sobre su boca (40:4).
“Soy vil” (40:4), contesta Job. La palabra que utiliza es el exacto antónimo de la que
utilizó antes al hablar de su “honra” (29:20; cf. 19:9). Job había llegado a sugerir que se
acercaría hasta Dios como un “príncipe” (31:37). Una vez que Dios habla, el ego de Job se
ha esfumado. Se le rebaja hasta hacerle afirmar que en sí mismo no posee honra ni valor. Al
poner su mano sobre su boca (un gesto de silencio producido por el respeto) Job expresa que
las acusaciones hechas por Dios contra él son ciertas y reconoce que está apropiadamente
avergonzado por ellas. Job es culpable de haber dicho cosas que estaban fuera de lugar, algo
que lamenta profundamente. Es culpable, y ya no intenta justificarse.
Llega un momento en el desarrollo de los planes que Dios tiene para nosotros en que lo
mejor es que reconozcamos que lo que Él dice de nosotros es cierto. Necesitamos aprender a
aceptar los problemas que Él pone en nuestro camino para poder aprender a someternos a Él
en todo. La reacción de Job merece especial atención por varias razones.
1. Necesitamos decrecer a nuestros propios ojos
Como ya hemos visto, menguar en importancia ante la grandeza de Dios es una parte esencial
del proceso de crecer en la vida cristiana. Crecer hacia abajo al nivel de la humildad (que
proviene de la palabra latina humilis, que significa “bajo”) es lo que Dios quiere que hagamos
cada uno de nosotros. Lo que necesitamos hacer es reventar esa burbuja del alto concepto
que tenemos de nosotros mismos. Job refleja aquí lo que Juan el Bautista diría mucho después
sobre su Señor: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). Debemos
conformarnos con ser insignificantes y prescindibles. Job, cuya confianza en los designios
de Dios había estado flojeando, ahora expresa su absoluta obediencia, dependencia, paciencia
y disposición para aceptar lo que sea que Dios ponga en su camino durante el resto de su
relación mutua. Sus sueños han sido hechos pedazos. Es imposible pensar que somos grandes
cristianos y al mismo tiempo afirmar que Jesucristo es un gran Salvador.
2. Necesitamos arrepentirnos
El decrecimiento de Job incluía una expresión de arrepentimiento. Cuando se le acusó de dar
demasiada importancia al asunto del arrepentimiento, el puritano Philip Henry (padre del más
conocido Matthew Henry) expresó su deseo de llevar su arrepentimiento consigo hasta las
mismas puertas del Cielo. ¿Qué es el arrepentimiento? La reacción de Job indica dos de sus
características fundamentales.
La primera era el reconocimiento de que le había fallado a Dios, diciendo cosas que no
eran verdad. Job se había estado engañando a sí mismo (pues todo pecado es esencialmente
engañoso, cf. 1 Juan 1:8). Había sido culpable de lo que los consejeros modernos llaman
“cerrarse a la realidad”. Pero Job ha recibido la convicción de su error: ¡su pecado! La boca
de Job ha sido cerrada (cf. Romanos 3:19).
En segundo lugar, a Job lo invade el remordimiento. La honra de Dios ha sido puesta en
duda por algunos de sus comentarios y Job está lleno de pesar. El desánimo ha hecho que Job
defendiera su buen argumento de mala manera. Ha ido demasiado lejos. Y ahora lo lamenta.
3. Debemos tener un temor reverente a Dios
Job también nos enseña aquí que la reacción correcta ante una visión de la majestad de Dios
es una reacción de temor reverencial. A Dios, que se ha revelado a Job desde el centro de un
torbellino, no se le puede tratar de cualquier forma. Su majestuoso poder debería cultivar en
nosotros un sentimiento de impotencia y de temor reverente. Este fenómeno que le sucede a
Job se repite en las vidas de muchas otras personas en la Biblia, incluyendo a Isaías (Isaías
6:5), Habacuc (Habacuc 3:16), Pedro (Lucas 5:8) y Juan (Apocalipsis 1:17).
El primer asalto lo ha ganado Dios al rendirse Job.
26
La tormenta amaina
Léase Job 40–42

El combate de lucha libre continúa: “Cíñete ahora como varón tus lomos […]” (40:7; véanse
comentarios de 38:3 en el capítulo anterior). Job ya se ha rendido como resultado del primer
asalto de esta contienda:
He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé?
Mi mano pongo sobre mi boca.
Una vez hablé, mas no responderé;
aun dos veces, mas no volveré a hablar
(40:4–5).
Técnicamente, pues, según las reglas de la lucha libre, el combate ha terminado. ¡Dios ha
ganado! Pero Job recibe una segunda oportunidad; de hecho, se le pide que vuelva a ceñirse
con su cinturón. “Su sumisión inicial había sido buena, pero era solo el comienzo de su
arrepentimiento. Tiene que reconocer no solo la irracionalidad, sino también la
pecaminosidad de criticar al Todopoderoso”.
Job había ido demasiado lejos en la defensa de su inocencia. Había despotricado contra
Dios y cuestionado su justicia. Al justificarse a sí mismo, lo que Job había hecho en realidad
era condenar a Dios (40:8). ¿Pero podrá Job mejorar su situación? Al fin y al cabo, los jueces
que pronuncian las sentencias tienen la responsabilidad de asegurarse de que las condenas se
llevan a cabo. ¿Tiene Job suficiente poder para cambiar las cosas a su favor? (40:9). ¿Tiene
suficiente carácter divino para ejecutar el castigo que él cree que merecen sus enemigos?
(40:10–13).
¿Adónde quiere llegar Dios? Sencillamente a esto: que Job no está en posición de juzgar
cómo gobierna Dios el mundo. Si el mundo lo ha tratado mal, es por un motivo que sobrepasa
su capacidad para hacer algo al respecto. Y en una tremenda demostración de
condescendencia, Dios ofrece inclinarse en deferencia ante los poderes divinos de Job si este
puede probar ser capaz de hacer algo sobre la impiedad que hay en el mundo: “Y yo también
te confesaré que podrá salvarte tu diestra” (40:14). Job ha estado usurpando el puesto de
Dios como gobernador del mundo. Ha “codiciado el conocimiento divino del bien y del mal
(cf. Génesis 3:5)”.
Siempre que nos quejamos sobre lo que nos está pasando en nuestra vida estamos
haciendo lo mismo que Job: estamos diciendo que podríamos hacer las cosas mejor que el
Dios todopoderoso. Merece la pena meditar esto un momento; ¿qué haríamos nosotros con
aquellos que nos tratan mal, si tuviéramos todo el poder? La Historia del mundo es un
catálogo de la inhumanidad y brutalidad del hombre cuando se le ha dado un puesto de
autoridad y poder. Dios tiene el poder de manipular los acontecimientos de tal manera que
aun las cosas malas resulten para nuestro bien. Pablo insiste: “Y sabemos que a los que aman
a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). Job no puede esperar llegar jamás
a ese nivel. ¡Job no solo es impotente, sino que también es ignorante! Detrás de estos
acontecimientos se hallan las maquinaciones de Satanás; una malevolencia de la que Job no
parece ser consciente en absoluto. En realidad, Dios está ordenando todos los actos de
Satanás de forma que ayuden a bien en la vida de Job.

BEHEMOT Y LEVIATÁN (40:15–41:34)


Puesto que Job no puede subir al Cielo y probar cómo se le daría juzgar a los impíos, Dios
propone una prueba más fácil para que demuestre su grandeza. Dios está dispuesto, o eso
parece, a concederle una ventaja; en lugar de enfrentarse a Job Él mismo, permitirá que lo
hagan dos de los seres que Él ha creado. Quizá así sea un combate más “justo”, ¡sobre todo,
teniendo en cuenta que ambas criaturas son de una especie inferior al hombre! “He aquí
ahora behemot, el cual hice como a ti” (40:15); “¿Sacarás tú al leviatán con anzuelo?”
(41:1). Behemot y leviatán: ¿son la fuerza y la sabiduría de Job iguales a las de estas dos
criaturas?
Puede que esta sea la respuesta a la oración de Job. ¿No había pedido en oración una
audiencia justa para su caso? ¿No había pedido una lucha justa? (9:34–35; 13:21). ¿Qué
podría ser más justo que una lucha con uno de los animales de la creación de Dios? ¡Sin duda
tendría que ser más fácil enfrentarse con el rey de las bestias que con el Rey de reyes! ¿Pero
quiénes (o qué) son “behemot” y “leviatán”?
“Behemot” parece significar “bestia por excelencia”, y la identificación más comúnmente
aceptada es la del hipopótamo o el elefante. “Leviatán”, por otro lado, describe una criatura
acuática, y la creencia general ha sido que se refiere al cocodrilo. Pero estas identificaciones
no dejan de tener sus dificultades. Para empezar, es difícil entender cómo la “cola” de un
hipopótamo puede moverse “como un cedro” (40:17), pues su cola es bastante insignificante.
Algunos han identificado a “behemot” con el cocodrilo y a “leviatán” con la ballena. Una
posible explicación es que ambos nombres hacen referencia a un misma criatura (el
cocodrilo) y que “behemot” es solo una forma más enfática de describirla (“jefe por
excelencia”). Algunos no han querido aceptar la identificación con el hipopótamo, ni con el
elefante ni con el cocodrilo, y en vez de eso han dicho que las características que aparecen
en estos capítulos no concuerdan con las de ningún animal conocido. También puede ser que
ambas criaturas se hayan extinguido.4 Por otra parte, es posible que estos versículos ofrezcan
una imagen puramente figurativa o simbólica, al estilo de la de Apocalipsis que describe a
Satanás como un “dragón” (Apocalipsis 12:7; 13:2; 20:2). Pero esta última interpretación
parece improbable, porque se nos dice que “behemot” fue creado del mismo modo que Job:
“He aquí ahora behemot, el cual hice como a ti…” (40:15). Y este detalle es crucial, pues lo
que se le está mostrando a Job es su incapacidad para pelear con otra criatura. Las
interpretaciones mitológicas parecen, pues, quitarle peso a la enseñanza que se pretende
transmitir.
Aunque pueda parecer una conclusión insatisfactoria, una identificación exacta no es
relevante; procurarla sería dejar pasar de largo la cuestión más importante. Se le pide a Job
que pelee con una poderosa criatura, o posiblemente con dos. Es una pelea desigual, pues Job
es más inteligente que “behemot” y que “leviatán”. Debería ser fácil, “un paseo”. Pero, como
veremos, Job también va a perder este asalto. ¿Qué esperanza podría tener en una disputa
contra el Creador? Job no está a la altura del trascendente Dios de la creación:
¿Quién, pues, podrá estar delante de mí?
¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya?
Todo lo que hay debajo del cielo es mío
(41:10–11).
“Si temblamos al ver un animal salvaje, ¿deberíamos hacernos los valientes con Dios, y
pelear con Él, contra Dios, enfrentarnos a Él cuando nos disciplina […]?”
Job está descubriendo que Dios es justo, después de todo. Aunque no se le han dado todas
las respuestas a sus preguntas (en ese sentido el libro de Job ha sido una decepción), la
pregunta esencial ha sido: “¿Es Dios justo en lo que hace?” A esto es a lo que Dios dirige
ahora la atención de Job en los últimos versículos del libro: “¿Invalidarás tú también mi
juicio? ¿Me condenarás a mí, para justificarte tú?” (40:8). Dios no tiene por qué explicar
la justicia de sus designios ni a Job ni a ninguna otra persona. Basta el hecho de que Él es
Dios. ¡Dios es Dios, y no hay otro! Él es el Señor soberano de toda la creación, y la lección
que se le pide a Job que aprenda es que la sumisión es la mejor forma de ser un discípulo. Él
es el Dios que existe: infinito, eterno e inmutable en su Ser, y sabio, poderoso, santo, justo,
bueno y verdadero. La vida cristiana tiene la naturaleza de un pacto, y en su centro se halla
una demanda de consagración por nuestra parte.
¡Piensa en el cocodrilo!
Suponiendo que “leviatán” se refiera a un cocodrilo, Job recibe un resumen detallado de sus
características esenciales; como McKenna dice, ¡es una especie de libro titulado “Todo lo
que siempre quiso saber sobre el cocodrilo pero que no se atrevió a preguntar”! No se le
puede capturar (41:1–2), no tiene sentimientos (41:3), ni se puede confiar en él (41:3–4), es
incontrolable (41:5), indeseable (41:6) y totalmente despiadado (41:8–9). A continuación se
dan otros detalles biológicos (41:12–24), finalizando con una nueva descripción de lo
indomable que es (41:25–32).
¿Qué quiere decir todo esto? ¿Por qué le presenta Dios a Job un hipopótamo y/o un
cocodrilo? Como vimos en el capítulo anterior, la lección principal de esta parte es que,
fundamentalmente, Dios y sus designios son incomprensibles para nuestra mente. Muchas
cuestiones en esta vida requieren que nuestra reacción sea la modestia. Como dijo Calvino:
“La Escritura nos enseña muchas cosas que nuestro entendimiento no puede asimilar”.
Bestias de la imaginación
Pero bien pudiera ser que haya una segunda lección en estas páginas, detrás de la elección de
“leviatán” en particular. El nombre “Leviatán” se asociaba en la mitología antigua con un
dragón marino de siete cabezas. No debemos suponer que al escoger este nombre se nos esté
diciendo que antiguamente se creyera que tal criatura existió de verdad. Es perfectamente
posible que Job creyera que la palabra significaba “cocodrilo”, pero que ocultos en lo
profundo de su mente hubiera temores relacionados con descripciones mitológicas de una
extraordinaria bestia marina. Según escribo estas líneas, ha habido un reciente comentario en
las noticias sobre unas famosas fotografías del monstruo del lago Ness que han resultado ser
falsas. Algunos de los más eminentes científicos de nuestro tiempo habían confirmado su
autenticidad y fiabilidad. Aun los que en aquel entonces nos tomamos esto con escepticismo
nos lo habríamos pensado dos veces antes de meternos a nadar en el lago Ness. Y ahora,
después de estas noticias, sin duda seguirá habiendo muchos que tendrán miedo de los
posibles peligros asociados con este gran dragón de los lagos escoceses.
Todos somos susceptibles a tener temores, algunos de ellos basados en cosas que se sabe
que son mitos. Hasta este día, me sucede que me inquietan las casas supuestamente
encantadas y los cementerios, aunque ahora sepa mejor lo que es verdad y lo que es mentira.
Así también, Job estaba siendo probado en cuanto a sus mayores temores. Era una prueba
psicológica. Leviatán era una criatura relacionada con el mal; ¿qué mejor forma de hacerle
ver a Job que la verdadera pelea en la que estaba inmerso era contra fuerzas del mal que
sobrepasaban su imaginación? Al mostrarle a Job esa criatura, leviatán, Dios estaba haciendo
pensar a Job a fondo en la complejidad de la providencia que había formado su vida hasta
entonces, y darse cuenta de que el universo es mucho más complicado de lo que imaginamos.
Una batalla cósmica está teniendo lugar entre las fuerzas de las tinieblas y las fuerzas del
bien, en la que Jesucristo ya ha obtenido una completa victoria. En la Cruz, “despojando a
los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos”
(Colosenses 2:15). “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”
(1 Juan 3:8). Y también, “por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también
participó de lo mismo, para destruir [o quitar el poder, o desarmar] por medio de la muerte
al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor
de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14–15).

LA CONFESIÓN: EL CAMINO DE LA SABIDURÍA (42:1–6)


Quizá sea útil llegados a este punto recordar la estructura del libro de Job, y señalar una o
dos cosas que nos ayudarán a entender mejor su contenido. El libro comenzó con una
descripción de la sabiduría de Job, una sabiduría que Satanás pretende poner a prueba (1:1–
2:10). Inmediatamente después hay una queja por parte de Job, en la que pasa de la paciencia
a un profundo desaliento al hacerse cada vez más evidente que sus pruebas no han terminado
(2:11–3:26). Le sigue la parte más larga del libro, en la que se toman en consideración las
contribuciones de los tres amigos de Job, así como la de Eliú (4:1–37:24). Entonces el Señor
mismo procede a hablar (38:1–41:34). Dos pequeñas secciones finales se relatan en el último
capítulo; la primera recoge la confesión que hace Job de su pecado (42:1–6), y en la segunda,
Job es curado y su sabiduría es justificada de nuevo a los ojos de toda la gente (42:7–17).
El pecado que Job confiesa aquí en el capítulo 42 se hace evidente en su queja de los
primeros capítulos. En otras palabras, la reacción de Job a su prueba ha llevado las marcas
del pecado desde el principio. Los alegatos de inocencia de Job tenían un aire de verdad,
como ya hemos visto. No había cometido ningún delito perceptible. Pero en sus protestas se
había excedido un poco; si bien no era tan pecador como otros a su alrededor (y Dios mismo
había testificado de su integridad y de su carácter justo, 1:1, 8), eso no quería decir que fuese
sin pecado. La prueba había sacado a la superficie pecados latentes (y grandes) que de otro
modo habrían permanecido ocultos a la vista; esto es, ocultos a nuestra vista pero no a la de
Dios, pues Él ve y sabe todas las cosas. “[Jesús] dijo: Vosotros sois los que os justificáis a
vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones” (Lucas
16:15). La prueba de Job, entre otras cosas, ha sacado a la superficie su tendencia interior al
pecado, algo de lo que ahora se ha arrepentido. En ambas respuestas (40:4–5; 42:2–6) Job se
muestra arrepentido.
Juan Calvino señaló, en la primera frase de su Institución de la religión cristiana, que
toda la sabiduría que podríamos necesitar conocer se encuentra en conocer a Dios y
conocernos a nosotros mismos. Eso prácticamente resume lo que Job ha aprendido en su
prueba.
Antes, Dios le había pedido a Job que le diera una respuesta (42:4, citando 38:3 y 40:7),
respuesta que en aquel momento no se produjo. Se le ha acosado con preguntas, pero Job no
ha dado ninguna respuesta. Son preguntas incontestables. Dios no ha dicho nada de nada
sobre el sufrimiento de Job, ni ha tocado el asunto de lo justo o injusto del caso. Job no recibe
ni una declaración de culpabilidad ni un veredicto de inocencia. Un detalle más importante
es que Dios no humilla a Job, ni lo condena, algo que habríamos esperado que ocurriese si
hubieran llevado razón los consejeros en todo lo que dijeron. Se implica, por consiguiente,
que Job ha sido justificado. Esto quedará claro en la parte final del libro, cuando Job es sanado
y su posición es reafirmada. En este momento, no obstante, Job ya está preparado para
responder porque ha llegado a comprender dos cosas: una verdad acerca de Dios y una verdad
acerca de sí mismo (40:5–6).
Antes, en 19:24–27, Job había deseado poder ver a Dios para que Él le diera algún tipo
de justificación a su situación. Ese deseo se ha hecho realidad en parte con las visiones de
Dios que Job ha tenido en la tormenta (aunque para su cumplimiento definitivo, Job habrá de
esperar a la resurrección). Pero Job ya ha aprendido algo sobre Dios que antes no sabía. Por
medio de su prueba, Job ha llegado a estar, de algún modo, cara a cara con Dios. Lo que Job
sabía sobre Dios anteriormente lo sabía “de oídas”. Aun así, había creído en Él y vivido para
Él. Ahora, Job ha tenido una experiencia personal de Dios. Lo que viera a nivel físico no
tiene importancia. Quizá la tormenta le transmitiera una sensación de la presencia de Dios.
Pero lo que había aumentado el conocimiento que de Dios tenía Job era el hecho de que Dios
le había hablado. Ahora conocía a Dios mejor que antes.
En respuesta, pues, a los retos que antes hiciera Dios (38:2–3; 40:7), Job ahora admite
que no está en posición de cuestionar el plan de Dios para el universo puesto que no estaba
en posición de comprenderlo completamente. “Yo hablaba lo que no entendía; cosas
demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía” (42:3). Si bien su sufrimiento no
había tenido ningún sentido para él, sí que lo habia tenido para Dios, aunque Dios hubiera
decidido no compartir con él esa información. Exigir una respuesta al problema del
sufrimiento era, reconoce Job, inmiscuirse en un terreno que estaba fuera del alcance de su
entendimiento. La suya había sido una reacción de rebeldía contra la soberanía de Dios, una
rebeldía que ahora admite haber sido pura insensatez.
Job ha aprendido algo sobre sí mismo. “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en
polvo y ceniza”, dice (42:6). Si Job había sido culpable de rebeldía, esa rebeldía era en sí
misma un indicador de lo pecaminoso de su corazón. En algunas de sus respuestas se hallan
pruebas de que Job había pecado contra Dios. En particular, esta sección de Job corresponde
a los capítulos 2 y 3, donde aparece su reacción inicial. Desde el mismo comienzo, Job había
errado en su forma de reaccionar a su prueba. Este pecado que ahora confiesa no lo había
cometido antes de su sufrimiento: no era la causa de su sufrimiento. Había pecado con las
palabras y la actitud que había adoptado para con Dios. ¡En más de una ocasión se había
presentado como un dios rival! Esto es algo que ahora lamenta amargamente. Se arrepiente
de su arrogancia al poner en duda la justicia de Dios. Se arrepiente de la actitud con la que
simplemente exigía una respuesta, como si se le debiera. Se arrepiente de no haber conocido
a Dios mejor.
Tan consciente es Job de su mal proceder que se aborrece a sí mismo. Más precisamente,
no es su persona lo que más aborrece, sino sus palabras.
Se arrepiente “en polvo y ceniza” (42:6), lo que probablemente significa que esparció
cenizas sobre su cabeza como señal de humildad (cf. 2:12). “Muchas veces me ha llevado a
caer de rodillas la abrumadora convicción de que no tenía ningún otro lugar adonde acudir”,
dijo Abraham Lincoln. Pero aun detrás de estas palabras de lamentación se halla aún una
afirmación de su integridad e inocencia originales. Job no está cediendo ni un centímetro a
las acusaciones de sus amigos de que estaba sufriendo por culpa de su pecado. ¡En absoluto!
La causa de su sufrimiento sigue siendo un misterio para él al final tanto como lo era al
principio. Lo que ha cambiado es su actitud ante él. En vez de exigir una explicación, Job
ahora calmadamente decide dejarla en manos de Dios. Esto es la consecuencia práctica de lo
que Pablo quería decir cuando declaró que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan
a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Hubo un momento en que Job no podría haber imaginado que su vida volvería a ser feliz
una vez más. Sus pensamientos se habían dirigido a la primavera, cuando las ramitas secas
estallan con nuevos brotes de vida. Era algo que Job creía que no volvería a ver.
Si el árbol fuere cortado,
aún queda de él esperanza;
retoñará aún, y sus renuevos no faltarán.
Si se envejeciere en la tierra su raíz,
y su tronco fuere muerto en el polvo,
al percibir el agua reverdecerá,
y hará copa como planta nueva
(14:7–9).

Las tijeras de podar de Dios habían recortado su vida tan cerca de las raíces que Job había
perdido toda esperanza de volver a crecer.
Los años contados vendrán,
y yo iré por el camino de donde no volveré.
Mi aliento se agota,
se acortan mis días,
y me está preparado el sepulcro
(16:22–17:1).

Los actos de Dios parecían haber carecido de misericordia. Parecía que nada tenía sentido.
El hundimiento de Job en la ira y la amargura parece comprensible. Pero la primavera
ciertamente llega en la vida de Job una vez más. Es una primavera hermosa y fragante.
Regresa la esperanza. La fe se reaviva. La confianza florece. Aparecen nuevas y frescas
señales de gracia.
Las primeras palabras de Isaías 61 prometen, entre otras cosas, que Dios traerá belleza a
las vidas que han sido rotas. Él dará hermosura en lugar de cenizas (Isaías 61:3). Lo hará para
que esas mismas personas puedan ser llamadas “árboles de justicia, plantío de Jehová, para
gloria suya”. ¡Job va a ser visto como un árbol! De esa figura rota y sin forma que era Job se
eleva una confesión de confianza en Dios que solo puede describirse como hermosa.
Mediante el dolor, Job había crecido en su comprensión del carácter de Dios. Las pruebas
habían tenido un efecto educativo en él. Le habían enseñado cosas que de otro modo nunca
habría sabido. ¿Qué cosas? Cuatro palabras las resumen.
1. Poder
Job, como otros personajes de la Biblia, logró atisbar algo del señorío, o soberanía, de Dios.
Isaías tuvo un atisbo de ella mientras adoraba en el Templo (Isaías 6) y Ezequiel vio la
grandeza de Dios en una nube durante su exilio en Babilonia (Ezequiel 1). Otros también la
expresaron: el Salmista, proclamando en un salmo tras otro que “Dios es Rey”; el apóstol
Juan, durante un solitario destierro en una isla-prisión donde tuvo una visión de un trono en
el Cielo y alguien sentado en él (Apocalipsis 4:2). Saber que Dios es soberano en la
providencia es enormemente fortalecedor. Le dio fuerzas a Job cuando más las necesitaba.
Saber que no hay nada que suceda en este mundo sin el consentimiento de Dios es algo que
solo aterra a quienes no creen en sus designios. Para aquellos que, como Job, han recibido la
promesa de que Dios al final no abandonará a los suyos, aunque entre tanto les pida que pasen
por pruebas de fuego, es una verdad estabilizadora. Todo ha sido planeado. Todo tiene un
significado. Todo está en las manos de Dios, aun cuando no veamos que algo tenga sentido.
Esta es una verdad que atañe no ya solo a asuntos que nos conciernen a nosotros, sino
aun a la Cruz misma. En cierto sentido la crucifixión de Jesucristo fue un acto de brutalidad
y odio por parte de los judíos de Jerusalén. Pero también era parte del plan de Dios: “A este,
entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y
matasteis por manos de inicuos, crucificándole […]” (Hechos 2:23, énfasis añadido). Saber
que Dios tiene el control, aunque las cosas parezcan estar descontroladas, nos protege de
desmoronarnos bajo la presión de los acontecimientos. Para Job demostró ser una verdad de
un apoyo maravilloso.
2. Grandeza
Otra de las características se hace evidente: Dios no es solo soberano, también es grande. La
demostración exterior de la humildad de Job, ya sea sentándose en polvo y cenizas o
esparciendo estas sobre su cabeza, pretende expresar su pequeñez e insignificancia en
comparación con Dios. Utilizando los términos de la visión de Isaías, Dios es “alto y sublime”
(Isaías 6:1). Job se había dado cuenta de la inutilidad de intentar curiosear en los secretos de
Dios. Ahora se contentaba viviendo con lo que Dios le había revelado. Había querido conocer
más, pero el deseo fue fútil y despertó los peores aspectos de su personalidad. Una vez le
preguntaron a Agustín: “¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo?”, a lo cual contestó:
“Crear el Infierno para quienes hacen preguntas como esa”. Era una respuesta calculada para
subrayar la irreverencia del que hizo la pregunta. La enseñanza que hemos de aprender,
comenta Calvino sobre un pasaje anterior de Job, es “mantener nuestra boca cerrada” aun
siendo objeto de una gran provocación. Dios no es como el genio de la lámpara de Aladino,
controlable a nuestro capricho. Esta es la lección que con tanta profundidad enseñó Jesús en
el jardín de Getsemaní, cuando se le oyó clamar: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”
(Lucas 22:42).
La confianza de Job no es en sí mismo, sino en Dios. Es la misma confianza del apóstol
Pablo, quien alabó a Dios aun cuando no sabía por qué sucedían las cosas de la forma en que
estaban sucediendo. Muchas veces se encontró en situaciones en las que no sabía qué le
esperaría a la vuelta de la esquina. No sabía por qué sucedían las cosas, ni qué le esperaba
más adelante, ni cómo serían de dificíles, pero sí que sabía a quién creía: “Por lo cual
asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy
seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12). Conocer
a Jesucristo es lo único que necesitamos conocer.
3. Pureza
Otra característica de la reacción de Job es su comprensión de la pureza de Dios. Comparado
con Él, el lugar que le corresponde a Job es el montón de ceniza. Para subrayar este hecho,
Job esparce las cenizas sobre sí mismo. El pecado no es solo una cuestión de haber o no haber
sido culpable de rebeldía. Es un estado de impureza. Job demuestra ahora que durante este
encuentro han ocurrido cosas que han dejado una mancha en él. La reacción de Job no tiene
nada de neurótica. Es lo que enseña la sabiduría bíblica; reconocer que la pureza de Dios
pone al descubierto nuestras mugrientas naturalezas. Job ha pecado en lo que ha hablado, y
la Biblia tiene mucho que decir sobre tales pecados, pues reflejan lo que hay en el corazón
de una persona. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). Las palabras
pueden expresar los peores aspectos de nuestras naturalezas. La charla soez degrada nuestras
vidas; la cháchara irresponsable arruina las relaciones entre las personas.
Job está frente al Dios que es “muy limpio […] de ojos para ver el mal” (Habacuc 1:13).
4. Gracia
Otro elemento que ahora se ha inscrito firmemente en el conocimiento de Dios que tiene Job
es su misericordia y gracia. Job no se inclina en humilde sumisión ante el Todopoderoso solo
porque el puro poder y grandeza de Dios lo hayan llenado de un temor reverencial. Eso es
solamente parte de la cuestión, aunque sea una parte muy grande. Job ha llegado a tener un
atisbo del amor de Dios, de su misericordia, su gracia para con los pecadores. El verdadero
arrepentimiento lleva consigo no solo un “verdadero sentimiento de su pecado” sino también
una “[comprensión de] la misericordia de Dios en Cristo” (Catecismo Menor, Respuesta 87).
La magnitud total de la misericordia de Dios se revela en la restauración de Job (42:7–17).
Hablando con Job, y ahora presentándose ante él en una teofanía, Dios había revelado el amor
de su gracia. No había, después de todo, abandonado a su siervo.
Los amigos de Job habían afirmado una y otra vez que el favor de Dios dependía de la
justicia de Job. Si eso hubiera sido cierto, su única consecuencia habría sido la desesperación.
La última declaración que Job le presenta a Dios es una declaración de reconocimiento de su
injusticia. Tal vez no entienda por qué le había sobrevenido el sufrimiento; no había ningún
pecado obvio en su vida que suscitara la ira de Dios. No obstante, Job no era tan justo como
quizá él había creído ser. El sufrimiento había hecho que Job pronunciara palabras de enojo,
de arrogancia y de odio respecto a Dios. Job descubre, sin embargo, que hay un modo de
llegar a conocer el favor de Dios. El cual es la confesión y el arrepentimiento.
Durante su prueba, Job había puesto en duda la bondad de Dios y dijo que Dios le había
denegado la justicia. Era un alegato muy grave. Como dijo Philip Hughes: “Poner en duda la
bondad de Dios es, en el fondo, insinuar que al hombre le preocupa más la bondad que a Dios
[…] [es] sugerir que el hombre es más bondadoso que Dios […] [es] subvertir […] la
naturaleza misma de Dios […] Es negar a Dios”. Es el alegato que Satanás hizo en Edén.

LO EDUCATIVO DEL DOLOR


Si hay una lección en el libro de Job que es obvia, es que la soberanía de Dios y la constancia
de su amor por los suyos no implican que no debamos esperar adversidades. Como señala el
autor de Hebreos, el dolor es una prueba del amor de un padre: “Habéis ya olvidado la
exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina
del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque el Señor al que ama, disciplina,
y azota a todo el que recibe por hijo” (Hebreos 12:5–6). La disciplina es la marca de un padre
que ama tanto a sus hijos que los reprende. Nuestra adversidad tampoco es señal de un pecado
específico. No es tan importante lo que Job haya hecho, como lo que él mismo es. Todos
subestimamos la corrupción que queda en nuestros corazones. No alcanzamos a apreciar la
envergadura del orgullo y del prejuicio que hay en nuestros corazones, y la aflicción tiene su
propia manera de sacarlos a la superficie, igual que el fuego del refinador hace subir las
impurezas ocultas a la superficie del metal fundido. Le guste o no, Job no es tan puro como
cree, y esta prueba lo ha dejado bien claro.
Comer harina y levadura crudas no es nuestra idea de una buena comida, ni siquiera si se
mezclan con sal y agua. Es solo tras cocinar los ingredientes en el horno cuando el aroma de
pan recién hecho pone en marcha nuestras glándulas salivares. Y es solo cuando Dios ha
mezclado los ingredientes de la vida en los fuegos de la aflicción que el “bien” de las palabras
“todas las cosas les ayudan a bien” del Apóstol se hace aparente. Confiar en Dios aun cuando
todo parece estar saliendo mal es algo que Job ha llegado a reconocer como el camino de la
sabiduría.
Job parece tener paz ahora mismo, aun antes de que su restauración sea plena y completa.

LA RESTAURACIÓN: EL TRIUNFO DE LA SABIDURÍA (42:7–17)


La historia de Job aún no ha terminado. Es cierto que su relación con Dios ha sido
restablecida. Aunque no ha progresado mucho en su comprensión de los designios de Dios
ni en la de los propósitos cósmicos detrás de su sufrimiento (no se le ha dicho nada sobre la
parte de Satanás en el asunto, por ejemplo), Job, no obstante, se ha rendido a la soberanía de
Dios. Se ha arrepentido de sus reacciones, que evidenciaban la pecaminosidad de su corazón.
Se ha aborrecido a sí mismo, se ha “derretido hasta reducirse a nada”, que es una posible
traducción de la palabra “aborrezco” en el texto. Puede que siga en el montón de ceniza, pero
su encuentro con Dios ha eliminado la amargura. Pero no sería posible que la historia
terminase aquí. Job había deseado una justificación, es decir, algún tipo de demostración
pública de que no se merecía ese castigo. Había estado dispuesto a aceptarlo en cualquier
caso, tanto si se lo merecía como si no, pero seguía teniendo el sentimiento subyacente de
haber sido tratado injustamente. Ahora parece como si Job estuviera dispuesto a vivir con el
sentimiento de haber sido tratado injustamente el resto de su vida, sabiendo que todo sería
resuelto en la justicia del mundo venidero. Pero Dios tiene otros planes.
La justificación de Job es total y pública. Dios les recuerda a los amigos de Job cuatro
veces que solo él es “mi siervo” (42:7–8). En esta referencia se indican siete cosas.
1. La relación salvadora de Job con Dios
Job ha declarado su fe varias veces, llamando a Dios “mi Redentor” (19:25). Ahora es como
si un eco rebotara del Cielo que le confirma a Job que Dios también considera que su relación
con él es especial. Job es quien conoce a Dios de esa forma especial, y no sus amigos. Al
margen de lo que aparenten las circunstancias externas, Job y Dios tienen una relación íntima,
una unión que es evidentemente inseparable. Y las preposiciones personales no hacen sino
aumentar la realidad de la relación redimida.
2. La sabiduría de Job
Esa expresión sirve para recordarnos que Job, y no sus amigos, ha “hablado de [Dios] lo
recto” (42:7). Los consejeros estaban convencidos de llevar razón, pero su contribución ha
sido una “insensatez” (42:8 LBLA). El contraste que se hace es entre la sabiduría y la
necedad. Job ha sido el sabio todo el tiempo; sus amigos han sido necios. Ahora se enteran,
para su sorpresa, de que Dios está enojado con ellos (42:7). Lo que es más, los consejeros de
Job, que han tenido una actitud de desprecio hacia Job desde el primer momento, descubren
ahora al final que el único medio de liberación de la ira de Dios es que Job intervenga orando
por ellos. ¡Qué necios han sido!
Si hay un consejo que la Escuela de Sabiduría del Antiguo Testamento deseaba
comunicar más que ningún otro acerca del uso de las palabras, era este: cuantas menos, mejor.
“En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente”
(Proverbios 10:19). Escuchar es una señal de sabiduría; parlotear, una señal de necedad.
Como Salomón bien recordaba, la cháchara vana produce la ruina (cf. Proverbios 10:8, 10).
¡Ojalá hubieran escuchado el consejo Elifaz y sus amigos!
3. La necesidad de un sacrificio
Como siervo de Dios, se le pide a Job que ofrezca un sacrificio a Dios por sus amigos para
obtener perdón para ellos. Es un sacrificio costoso: siete becerros y siete carneros (42:8).
Solo la realeza podía permitirse hacer semejantes ofrendas. Se describe el sacrificio como un
“holocausto”, la ofrenda más común en el Antiguo Testamento. Como parte del ritual, se
ponían las manos sobre la cabeza del animal, en primer lugar para identificar a la víctima con
el adorador, pero también, lo que era más importante, para darle un significado representativo
y sustitutivo al acto en sí, que se hacía a continuación. De todos los sacrificios que se ofrecían,
el holocausto era el que más claramente demostraba la ira de Dios contra el pecado, ya que
la víctima del sacrificio era consumida totalmente. La ofrenda, que representaba y sustituía
al ofrecedor, literalmente se deshacía en humo. Esto subraya varias cosas, incluyendo la
realidad de la ira de Dios y la seriedad con la que Dios trata las palabras de ofensa de los tres
amigos. Las palabras que se dicen fuera de lugar son armas mortales (Mateo 5:21–26;
Santiago 1:19–20; 3:1–6).
4. La derrota de Satanás
Esa expresión, “mi siervo”, es una advertencia para Satanás de un alarde que Dios había
hecho al principio respecto a Job: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo
Job…?” (1:8; cf. 2:3). La causa del sufrimiento de Job ha sido la lucha que han mantenido el
bien y el mal a escala cósmica. Pero ahora ha llegado el fin del engrandecimiento de Satanás.
Ha sido derrotado. Dios ha vencido.
Un elemento vital en nuestra comprensión de la naturaleza de la obra redentora de Dios
es que Jesucristo vino al mundo para derrocar el orgullo de Satanás. “Para esto apareció el
Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). “Por cuanto los hijos
participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de
la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por
el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14–15;
cf. Colosenses 2:14–15). En sus comentarios sobre Colosenses 2:14–15, Calvino escribe:
“Por tanto, es con buen motivo como Pablo proclama espléndidamente el triunfo que Cristo
obtuvo para sí mismo en la Cruz, como si la Cruz, que estaba cubierta de vergüenza, hubiera
sido transformada en un triunfal carro de batalla”. De un modo parecido, Dios ha exhibido
en la vida de Job su victoria sobre los alegatos infundados de Satanás. Es Dios, y no Satanás,
quien ha resultado victorioso.
5. El Reino de Dios venidero
La expresión “mi siervo” es un anticipo de las palabras que Job, así como todos los hijos
fieles de Dios, escuchará en el Reino que ha de venir: “Su señor le dijo: Bien, buen siervo y
fiel” (Mateo 25:21). La relación actual de Dios con sus hijos es la confirmación de una unión
que no puede romperse. El dolor no ha conseguido destruir la relación; solo la ha confirmado.
6. La relación del creyente con su Señor
Aquí tenemos un recordatorio de que el nivel más básico de nuestra relación con Dios es el
de un siervo con su Señor. R.A. Torrey escribió una vez: “Si quieres ser un cristiano feliz, si
quieres ser un cristiano fuerte, si quieres ser un cristiano poderoso en oración, empieza
inmediatamente a trabajar para el Señor y no dejes pasar ni un solo día sin hacer un trabajo
concreto para Él”.
7. La intercesión de Job por sus amigos
Los amigos de Job accedieron a la petición de Dios de un “holocausto”, ofrenda que
supervisaría Job en capacidad de sacerdote (igual que hicieran los patriarcas), controlando
los aspectos prácticos del sacrificio, pero también intercediendo por ellos en oración por el
perdón y la reconciliación (42:9).
Varias facetas de la vida y el testimonio de Job hacen referencia aquí a su imagen
tipológica de Jesucristo. Job es el siervo sufriente de Dios, que ofrece una oración por sus
amigos, por medio de la cual la ira de Dios es aplacada y ellos, a su vez, son reconciliados
con Él. Como representante sacerdotal de Dios, Job supervisa la expiación de sus amigos. La
analogía de esta escena con la que Isaías describe con respecto a Cristo es difícil de evitar.
Isaías también dirige nuestra atención a un “siervo” que se pone en el lugar de quienes
componen el pueblo de Dios, intercediendo por ellos y ofreciendo la expiación de sus pecados
(Isaías 42:1–4; 49:16; 50:4–9; 52:13–53:12). Como muy acertadamente lo explica Atkinson:
“Una vez más, el libro de Job señala, por encima de sí mismo, al Mediador entre Dios y los
seres humanos, Jesucristo hombre, quien se entregó como ofrenda por los pecados, viviendo
ahora siempre para interceder por nosotros”. En el desarrollo de la revelación de los planes
de Dios para su pueblo, a los amigos de Job se les concedió un atisbo del Salvador que había
de venir.
En una larga sección de su último sermón sobre Job, Calvino hace una comparación entre
los sufrimientos y consumada paciencia de Job y los de Cristo: “[…] en todas nuestras
adversidades somos moldeados a imagen de nuestro Señor Jesucristo, quien es el Hijo mayor
en la casa de Dios. Y verdaderamente, si miramos solo a la Cruz de Jesucristo, esta es maldita
por la propia boca de Dios: no veremos en ella nada sino vergüenza y terror; y, en pocas
palabras, parecerá que el mismísimo abismo del Infierno está abierto para tragarse a
Jesucristo. Pero cuando unimos a su muerte su resurrección, encontramos en ella nuestro
consuelo, encontramos que ella mitiga todas nuestras penas, para que no estemos demasiado
desconsolados cuando a Dios le plazca afligirnos. Y esto fue cumplido específicamente en
nuestro Señor Jesucristo, con el propósito de que supiéramos que esto no fue escrito para una
sola persona: sino con el propósito de que todos pudiéramos entender que el Hijo de Dios
nos hará partícipes de su vida si morimos con Él, y partícipes de su gloria si soportamos todas
las penas y adversidades que a Dios le plazca poner sobre nuestros hombros […] deberíamos
tener siempre la mirada puesta en el fin que Dios ha prometido para sus hijos, según lo ha
mostrado en efecto, tanto en Job como en David y otros, pero principalmente en nuestro
Señor Jesucristo, que es el verdadero y principal modelo de todos los fieles”.

JUSTIFICACIÓN PÚBLICA (42:10–17)


Tras ser justificado a los ojos de sus amigos, ahora Job es además justificado a los ojos de su
familia y sus conciudadanos. Se le devuelve el doble de su riqueza. En ninguna parte se dice
que Job reciba esta fortuna como recompensa por su fidelidad. El cristianismo no es un medio
por el que alcanzar la prosperidad, a pesar de lo que algunos han defendido y siguen
defendiendo. La doble bendición se extiende tanto a su propiedad (42:12) como a su familia
(42:13–15). En los nombres de sus hijas se aprecia algo del gozo que debió de sentir como
padre: “Jemima” significa “paloma”; “Cesia” significa “canela”; “Keren-hapuc” significa
“cajita de antimonio”, que era un maquillaje negro para los ojos muy valorado. También se
ve en el hecho de que, al contrario de lo que era la norma, sus hijas recibieron una parte de
su riqueza, la cual normalmente se dividía solo entre los hijos varones (Números 27).
El doble favor divino también se extendió a su vida, llegando a vivir el doble de la edad
normal (42:16–17; cf. Salmo 90:10).
Como ya hemos visto, hubo un momento en que Job no podía imaginar que Dios volvería
a ser bueno con él, ni que en su vida pudiera haber ninguna renovación. Todo lo que él amaba
se le había arrebatado. Solo quedaba la certidumbre de la muerte. Las tijeras de podar de Dios
habían parecido carentes de misericordia, y, al contrario que para un árbol cortado, para él
no había ninguna esperanza.
Pero la primavera volvió a llegar en la vida de Job. Era una primavera de tal belleza y
fragancia que la amargura pasada parecía casi olvidada. La esperanza y la vida y el gozo
regresaron en gran abundancia. En el modo que Dios tiene de hacer las cosas, al invierno le
sigue la primavera. Algunos verán esto en el trato que se le da a Job solamente. Pero otros
verán que la bendición será aún mayor. No será una bendición de vida en este mundo, sino
una vida más plena y mejor en el mundo venidero.
Calvino tenía una teoría sobre la razón por que a los patriarcas se les permitió vivir tanto
tiempo. Era porque vivieron tan lejos de la plena revelación que es Jesucristo. Necesitaban
más tiempo que les confirmara la bondad de Dios: “Los padres de antaño acostumbraban a
confirmar su fe por la duración de la vida que Dios les daba […] [pero nosotros] no debemos
procurar vivir mucho para alcanzar el conocimiento del paternal amor de Dios: pues si no
viviésemos más que tres días en este mundo, serían suficientes para dejarnos saborear la
bondad y la misericordia de Dios, y para confirmar nuestra fe […] Así pues, tan pronto como
Él nos dé el conocimiento de la verdad de su Evangelio, estemos siempre preparados para
morir, teniendo la seguridad de que nos ha adoptado como hijos suyos, y que demostrará ser
nuestro Padre tanto en la vida como en la muerte […] Por lo cual, pidámosle en oración
constantemente que, habiéndonos guiado continuamente por su Espíritu Santo, nos conduzca
así hasta Él; y que podamos llegar completamente satisfechos, porque nos habrá nutrido y
sustentado, y enseñado que nuestra vida y felicidad eterna están preparadas para nosotros en
el Cielo”.
Así termina el libro de Job, como había comenzado, con una escena de gran bendición y
favor divino. Job ha recibido gracia, y lo demuestra ahora perdonando la doblez de sus
amigos, no teniendo ningún rencor, dando a quienes legalmente no tenían derecho a nada. “Y
murió Job viejo y lleno de días” (42:17).
El escudo de Juan Calvino era una mano que sujetaba un corazón, rodeada por el lema
“Cor meum tibi offero Domine prompte et sincere” (“Te ofrezco mi corazón, Señor, con
prontitud y sinceridad”). Este lema bien podría haber sido también el de Job, pues también
él dio testimonio de que la mejor forma de vivir esta vida es ofreciéndola, humilde y
sumisamente, a Dios, en cualquier problema que le plazca enviar a nuestras vidas.

Bibliografía selecta
Andersen, Francis, I. Job. Tyndale Old Testament Commentaries. IVP, 1976.
Un buen comentario moderno, ideal para quienes solo puedan permitirse comprar una
pequeña obra de referencia. La comprensión de Andersen del argumento teológico es buena
a lo largo de todo el libro.
Calvino, Juan. Sermons on Job. Banner of Truth, 1993 (facsímile de la edición de 1574).
Esta reciente reproducción en facsímile de los sermones de Calvino sobre Job marca un
hito oportuno e importante en nuestra comprensión del libro de Job, y de Dios mismo.
Ninguna alabanza podría exagerar la ayuda que se obtiene de la lectura de estos sermones.
Calvino comprende claramente la llave que abre el significado del libro: Job tiene un buen
argumento, pero lo defiende mal, y sus amigos tienen un mal argumento, pero lo defienden
muy bien. Calvino entiende, en particular, que el libro de Job fundamentalmente expone la
incomprensibilidad de Dios; no que no se pueda conocer a Dios, sino que Él sobrepasa
infinitamente nuestra comprensión.
Los lectores deben advertir que el facsímile está en inglés isabelino. No obstante, la
perseverancia pagará grandes recompensas, y aquellos que buscan un tesoro se volverán
pacientes muy pronto en su costosa búsqueda.
Puede que a algunos lectores les interese saber que he escrito dos artículos sobre Calvino
y su comprensión del libro de Job, en los números 336 y 337 de la revista Banner of Truth
(correspondientes a Marzo y Abril de 1994).
Carson, D.A. How Long, O Lord? Reflections on Suffering and Evil. Inter Varsity Press,
1990.
El libro contiene referencias al problema del mal en general, pero también incluye un
excelente resumen del libro de Job.
Caryl, Joseph. Exposition of Job. Sovereign Grace Publishers, 1959.
Caryl comenzó sus exposiciones del libro de Job en mayo de 1643 y las terminó al cabo
de casi veinticuatro años más tarde, en 1666. La edición de Sovereign Grace contiene solo
una selección de los doce volúmenes originales, que se publicaron por orden expresa de un
comité de la Cámara de los Comunes. Caryl fue un ministro independiente que predicó a
menudo ante el “Parlamento Largo”. Miembro de la Asamblea de Westminster en 1643, fue
elegido ministro de St. Magnus, en London Bridge, donde continuó hasta su expulsión en
1662. Sirvió como vicario general castrense a Carlos I y a Oliver Cromwell. En el año de la
Gran Expulsión (1662), Caryl reunió una congregación independiente en Leadenhall Street,
Londres. Dicha congregación contaba con 130 miembros cuando Caryl murió, y más tarde
se unió a la de John Owen.
Su exposición de Job consta de más de 500 conferencias y sermones, y ocupa más de
8000 páginas. Los lectores que puedan hacerse con la colección se beneficiarán de su estilo
preciso y práctico.
Clines, David J.A. Job 1–20. Word Biblical Commentary, vol. 17. Waco, Texas: Word
Books, 1989.
El estilo y formato de la colección Word Commentary en general son terriblemente
desalentadores. La colección está dirigida a estudiantes “serios” (es decir, estudiantes para el
ministerio, y ministros). Clines es con mucho el mejor comentarista moderno de Job. La obra
es exhaustiva, aunque es una lástima que el autor sea tan reticente a ver repercusiones
cristológicas en algunas de las declaraciones de Job. Para un lector entendido, ha de ser una
obra altamente recomendada.
Clines, David J.A. “Job”, New Bible Commentary, 21st Century edition. Inter Varsity Press,
1994(*).
Una versión resumida de la más complicada colección Word. Es magistral; nadie que
intente estudiar el libro de Job debería perderse las aportaciones de Clines. Para el lector
“medio”, este bien puede ser un buen lugar donde empezar.
Ellison, H.L. From Tragedy to Triumph: The Message of the Book of Job. The Paternoster
Press, 1958.
Una obra concisa, y algo floja.
Green, J.H. The Argument of the Book of Job Unfolded. Klock & Klock, 1977.
Este es quizá el mejor resumen disponible del libro de Job, desde un punto de vista
reformado.
Hartley, John E. Job. The New International Commentary on the Old Testament. Eerdmans,
1988.
Útil como obra de referencia rápida en cuanto al significado de ciertas palabras en el libro
de Job.
Hengstenberg, E.W. “Interpreting the Book of Job”, Classical Evangelical Essays in Old
Testament Interpretation, editado por Walter Kaiser. Baker, 1972.
Otro útil resumen del mensaje de Job, aunque demuestre una percepción menor que la de
Green.
Kline, Meredith. “Job”, The Wycliffe Bible Commentary. Moody Press, 1962.
¡El mejor comentario a Job que hay! Es un enfoque de Job conciso y coherentemente
reformado, con una percepción magistral del argumento teológico.
Kline, Meredith. “Trial by Ordeal”, Through Christ’s Word: A Festschrift for Dr. Philip E.
Hughes, editado por W.R. Godfrey y Jesse L. Boyd III. Presbyterian and Reformed, 1985.
Un análisis general esencial de lo que es el libro de Job.
Littleton, Mark R. When God Seems Far Away —Biblical Insight for Common Depression.
NavPress, 1987.
Un enfoque informal del libro de Job que sirve de lectura de ayuda, en especial para
quienes quieran algo “sencillo”.
McKenna, David L. Job: The Communicator’s Commentary. Waco, Texas: Word Books,
1987.
Con un estilo sermonario y algo norteamericano, McKenna tiene a veces destellos de
percepción útiles para aplicar el mensaje de Job a nuestro tiempo. Útil como una ayuda para
la preparación de sermones.
Philip, George M. Lord, From the Depths I Cry: A Study in the Book of Job. Glasgow:
Nicholas Gray Publishing, 1986.
Una exposición breve (y la mayor parte del tiempo, brevísima) del libro de Job, con
muchos comentarios de carácter pastoral que son de mucha ayuda.
Smick, Elmer B. “Job”, Expository Bible Commentary, vol. 4. Zondervan, 1988.
Un comentario a Job actualizado, pero que añade poco a lo ya existente.1

1
Thomas, D. (2001). Cuando arrecia la tormenta. (P. Escutia, Trad.) (Primera edición, pp. 349–396).
Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

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