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-I-Debe ser rubia, tener los ojos azules, una figura sentimental -dijo Santiago.
-Te equivocas -replic Anselmo-; debe ser morena, con brillantes ojos negros,
cabellos de azabache, abundantes y sedosos...
-No -interrumpi Genaro-; ni lo uno ni lo otro. Pelo castao, ojos garzos,
plida, hermosa, elegante, esbelta.
-De quin se trata? -pregunt Rafael, entrando en la habitacin de la fonda
donde discutan sus tres amigos.
-Ven aqu, Rafael -dijo Santiago-; nadie mejor que t puede sacarnos de esta
duda. Aunque has llegado al pueblo hace pocos das, de seguro habrs observado
que enfrente de tu casa vive una mujer acompaada de dos criados viejos,
verdaderos Argos que la guardan y la vigilan, sin permitir que nadie se aproxime a
su morada. Ninguno de nosotros ha alcanzado la suerte de ver a tu vecina, y
hablbamos del tipo que imaginbamos deba tener. T, sin duda, la habrs visto,
y podrs decirnos cul acierta de los tres.
-S, en efecto, que enfrente de mi casa vive una mujer que, como vosotros,
supongo ser joven y hermosa -contest Rafael-; de noche llegan hasta m las
dulces melodas que sabe arrancar de su arpa o los suaves acentos de su voz;
pero en cuanto a haberla visto, os aseguro que jams he tenido esa suerte, y slo
he logrado vislumbrar una vaga sombra detrs de las persianas de sus balcones.
Hasta ahora me he ocupado muy poco de ella; la muerte de mi to, su recuerdo,
que me persigue sin cesar en esa casa que l habit y que hered a su
fallecimiento, todo contribuye a que no busque gratas sensaciones; as es que
apenas me he asomado a la ventana desde que llegu, y cuando lo hago es como
mi misteriosa vecina, detrs de las persianas; as observo sin que nadie pueda
fijarse en m.
-De modo que no te es posible decirnos nada respecto a ella? -pregunt
Anselmo.
-Nada -contest Rafael.
-Yo apuesto un almuerzo a que he acertado -dijo Genaro.
-Y yo lo mismo -aadi Santiago.
-Y yo igual -murmur Anselmo.
-En cuanto sepa quin gana, os lo comunicar -dijo Rafael-. En mi calidad de
vecino, podr saber antes que vosotros lo que deseis averiguar, y tendr el gusto
en dar la nueva al vencedor.
-Maana -repuso Santiago-, partiremos los tres de caza al monte, y
volveremos dentro de unos ocho das; entonces nos dirs cul ha ganado de los
tres.
-T no nos acompaas? -pregunt a Rafael Anselmo.
Carlota
Dominga
Roque