Una vecina suya, dama distinguida, tenía dos hijas hermosísimas. Él le pidió la mano de una de
ellas, dejando a su elección cuál querría darle. Ninguna de las dos quería y se lo pasaban una a
la otra, pues no podían resignarse a tener un marido con la barba azul. Pero lo que más les
disgustaba era que ya se había casado varias veces y nadie sabía qué había pasado con esas
mujeres.
Barba Azul, para conocerlas, las llevó con su madre y tres o cuatro de sus mejores amigas, y
algunos jóvenes de la comarca, a una de sus casas de campo, donde permanecieron ocho días
completos. El tiempo se les iba en paseos, cacerías, pesca, bailes, festines, meriendas y cenas;
nadie dormía y se pasaban la noche entre bromas y diversiones. En fin, todo marchó tan bien
que la menor de las jóvenes empezó a encontrar que el dueño de casa ya no tenía la barba tan
azul y que era un hombre muy correcto.
Tan pronto hubieron llegado a la ciudad, quedó arreglada la boda. Al cabo de un mes, Barba
Azul le dijo a su mujer que tenía que viajar a provincia por seis semanas a lo menos debido a
un negocio importante; le pidió que se divirtiera en su ausencia, que hiciera venir a sus buenas
amigas, que las llevara al campo si lo deseaban, que se diera gusto.
-He aquí -le dijo- las llaves de los dos guardamuebles, éstas son las de la vajilla de oro y plata
que no se ocupa todos los días, aquí están las de los estuches donde guardo mis pedrerías, y
ésta es la llave maestra de todos los aposentos. En cuanto a esta llavecita, es la del gabinete al
fondo de la galería de mi departamento: abrid todo, id a todos lados, pero os prohíbo entrar a
este pequeño gabinete, y os lo prohíbo de tal manera que, si llegáis a abrirlo, todo lo podéis
esperar de mi cólera.
Ella prometió cumplir exactamente con lo que se le acababa de ordenar; y él, luego de
abrazarla, sube a su carruaje y emprende su viaje.
Las vecinas y las buenas amigas no se hicieron de rogar para ir donde la recién casada, tan
impacientes estaban por ver todas las riquezas de su casa, no habiéndose atrevido a venir
mientras el marido estaba presente a causa de su barba azul que les daba miedo.
De inmediato se ponen a recorrer las habitaciones, los gabinetes, los armarios de trajes, a cuál
de todos los vestidos más hermosos y más ricos. Subieron en seguida a los guardamuebles,
donde no se cansaban de admirar la cantidad y magnificencia de las tapicerías, de las camas,
de los sofás, de los bargueños, de los veladores, de las mesas y de los espejos donde uno se
miraba de la cabeza a los pies, y cuyos marcos, unos de cristal, los otros de plata o de plata
recamada en oro, eran los más hermosos y magníficos que jamás se vieran. No cesaban de
alabar y envidiar la felicidad de su amiga quien, sin embargo, no se divertía nada al ver tantas
riquezas debido a la impaciencia que sentía por ir a abrir el gabinete del departamento de su
marido.
Tan apremiante fue su curiosidad que, sin considerar que dejarlas solas era una falta de
cortesía, bajó por una angosta escalera secreta y tan precipitadamente, que estuvo a punto de
romperse los huesos dos o tres veces. Al llegar a la puerta del gabinete, se detuvo durante un
rato, pensando en la prohibición que le había hecho su marido, y temiendo que esta
desobediencia pudiera acarrearle alguna desgracia Creyó que se iba a morir de miedo, y la
llave del gabinete que había sacado de la cerradura se le cayó de la mano. Después de
reponerse un poco, recogió la llave, volvió a salir y cerró la puerta; subió a su habitación para
recuperar un poco la calma; pero no lo lograba, tan conmovida estaba.
Habiendo observado que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, la limpió dos o tres
veces, pero la sangre no se iba; por mucho que la lavara y aún la restregara con arenilla, la
sangre siempre estaba allí, porque la llave era mágica, y no había forma de limpiarla del todo:
si se le sacaba la mancha de un lado, aparecía en el otro. Barba Azul regresó de su viaje esa
misma tarde diciendo que en el camino había recibido cartas informándole que el asunto
motivo del viaje acababa de finiquitarse a su favor. Su esposa hizo todo lo que pudo para
demostrarle que estaba encantada con su pronto regreso. Al día siguiente, él le pidió que le
devolviera las llaves y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa que él adivinó sin
esfuerzo todo lo que había pasado. - ¿Y por qué -le dijo- la llave del gabinete no está con las
demás? -Tengo que haberla dejado -contestó ella- allá arriba sobre mi mesa. -No dejéis de
dármela muy pronto -dijo Barba Azul. Después de aplazar la entrega varias veces, no hubo más
remedio que traer la llave. Habiéndola examinado, Barba Azul dijo a su mujer: -¿Por qué hay
sangre en esta llave? -No lo sé -respondió la pobre mujer- pálida corno una muerta. -No lo
sabéis -repuso Barba Azul- pero yo sé muy bien. ¡Habéis tratado de entrar al gabinete! Pues
bien, señora, entraréis y ocuparéis vuestro lugar junto a las damas que allí habéis visto. Ella se
echó a los pies de su marido, llorando y pidiéndole perdón, con todas las demostraciones de
un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Habría enternecido a una roca,
hermosa y afligida como estaba; pero Barba Azul tenía el corazón más duro que una roca. -Hay
que morir, señora -le dijo- y de inmediato. -Puesto que voy a morir -respondió ella mirándolo
con los ojos bañados de lágrimas-, dadme un poco de tiempo para rezarle a Dios. -Os doy
medio cuarto de hora -replicó Barba Azul-, y ni un momento más. Cuando estuvo sola llamó a
su hermana y le dijo: -Ana, (pues así se llamaba), hermana mía, te lo ruego, sube a lo alto de la
torre, para ver si vienen mis hermanos, prometieron venir hoy a verme, y si los ves, hazles
señas para que se den prisa. La hermana Ana subió a lo alto de la torre, y la pobre afligida le
gritaba de tanto en tanto: -Ana, hermana mía, ¿no ves venir a nadie? Y la hermana respondía:
-No veo más que el sol que resplandece y la hierba que reverdece. Mientras tanto Barba Azul,
con un enorme cuchillo en la mano, le gritaba con todas sus fuerzas a su mujer: -Baja pronto o
subiré hasta allá. -Esperad un momento más, por favor, respondía su mujer; y a continuación
exclamaba en voz baja: Ana, hermana mía, ¿no ves venir a nadie? Y la hermana Ana respondía:
-No veo más que el sol que resplandece y la hierba que reverdece. -Baja ya -gritaba Barba Azul-
o yo subiré. -Voy en seguida -le respondía su mujer; y luego suplicaba-: Ana, hermana mía, ¿no
ves venir a nadie? -Veo -respondió la hermana Ana- una gran polvareda que viene de este lado.
-¿Son mis hermanos? -¡Ay, hermana, no! es un rebaño de ovejas. -¿No piensas bajar? -gritaba
Barba Azul. -En un momento más -respondía su mujer; y en seguida clamaba-: Ana, hermana
mía, ¿no ves venir a nadie? -Veo -respondió ella- a dos jinetes que vienen hacia acá, pero están
muy lejos todavía... ¡Alabado sea Dios! -exclamó un instante después-, son mis hermanos; les
estoy haciendo señas tanto como puedo para que se den prisa. Barba Azul se puso a gritar tan
fuerte que toda la casa temblaba. La pobre mujer bajó y se arrojó a sus pies, deshecha en
lágrimas y enloquecida. -Es inútil -dijo Barba Azul- hay que morir. Luego, agarrándola del pelo
con una mano, y levantando la otra con el cuchillo se dispuso a cortarle la cabeza. La infeliz
mujer, volviéndose hacia él y mirándolo con ojos desfallecidos, le rogó que le concediera un
momento para recogerse. -No, no, -dijo él- encomiéndate a Dios-; y alzando su brazo... En ese
mismo instante golpearon tan fuerte a la puerta que Barba Azul se detuvo bruscamente; al
abrirse la puerta entraron dos jinetes que, espada en mano, corrieron derecho hacia Barba
Azul. Este reconoció a los hermanos de su mujer, uno dragón y el otro mosquetero, de modo
que huyó para guarecerse; pero los dos hermanos lo persiguieron tan de cerca, que lo
atraparon antes que pudiera alcanzar a salir. Le atravesaron el cuerpo con sus espadas y lo
dejaron muerto. La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido, y no tenía fuerzas
para levantarse y abrazar a sus hermanos. Ocurrió que Barba Azul no tenía herederos, de
modo que su esposa pasó a ser dueña de todos sus bienes. Empleó una parte en casar a su
hermana Ana con un joven gentilhombre que la amaba desde hacía mucho tiempo; otra parte
en comprar cargos de Capitán a sus dos hermanos; y el resto a casarse ella misma con un
hombre muy correcto que la hizo olvidar los malos ratos pasados con Barba Azul.
FIN
Érase una vez una viuda que vivía con su hijo, Aladino.
Un día, un misterioso extranjero ofreció al muchacho
una moneda de plata a cambio de un pequeño favor y
como eran muy pobres aceptó.
¿Qué tengo que hacer? -preguntó.
Sígueme - respondió el misterioso extranjero.
El extranjero y Aladino se alejaron de la aldea en dirección al bosque, donde este último iba
con frecuencia a jugar. Poco tiempo después se detuvieron delante de una estrecha entrada
que conducía a una cueva que Aladino nunca antes había visto.
¡No recuerdo haber visto esta cueva! -exclamó el joven- ¿Siempre a estado ahí?
El extranjero sin responder a su pregunta, le dijo:
-Quiero que entres por esta abertura y me traigas mi vieja lampara de aceite. Lo haría yo
mismo si la entrada no fuera demasiado estrecha para mí.
De acuerdo- dijo Aladino-, iré a buscarla.
Algo más- agrego el extranjero-.
No toques nada más, ¿me has entendido? Quiero únicamente que me traigas mi lampara
de aceite.
El tono de voz con que el extranjero le dijo esto último, alarmó a Aladino. Por un momento
pensó huir, pero cambio de idea al recordar la moneda de plata y toda la comida que su madre
podía comprar con ella.
No se preocupe, le traeré su lampara, - dijo Aladino mientras se deslizaba por la estrecha
abertura.
Una vez en el interior, Aladino vio una vieja lampara de aceite que alumbraba débilmente la
cueva.
Cuál no sería su sorpresa al descubrir un recinto cubierto de monedas de oro y piedras
preciosas.
"Si el extranjero solo quiere su vieja lampara -pensó Aladino-, o está loco o es un brujo. Mmm,
¡tengo la impresión de que no está loco! ¡Entonces es un ... !" -¡La lampara! ¡Tráemela
inmediatamente! - grito el brujo impaciente.
-De acuerdo, pero primero déjeme salir -repuso Aladino mientras comenzaba a deslizarse por
la abertura.
¡No! ¡Primero dame la lampara! -exigió el brujo cerrándole el paso
-¡No! Grito Aladino.
- ¡Peor para ti! Exclamo el brujo empujándolo nuevamente dentro de la cueva. Pero al hacerlo
perdió el anillo que llevaba en el dedo el cual rodó hasta los pies de Aladino.
En ese momento se oyó un fuerte ruido. Era el brujo que hacía rodar una roca para bloquear la
entrada de la cueva.
Una oscuridad profunda invadió el lugar, Aladino tuvo miedo. ¿Se quedaría atrapado allí para
siempre? Sin pensarlo, recogió el anillo y se lo puso en el dedo. Mientras pensaba en la forma
de escaparse, distraídamente le daba vueltas y vueltas.
De repente, la cueva se llenó de una intensa luz rosada y un genio sonriente apareció.
-Soy el genio del anillo. ¿Que deseas mi señor? Aladino aturdido ante la aparición, solo acertó
a balbucear:
-Quiero regresar a casa.
Instantáneamente Aladino se encontró en su casa con la vieja lampara de aceite entre las
manos.
Emocionado el joven narro a su madre lo sucedido y le entregó la lampara.
-Bueno no es una moneda de plata, pero voy a limpiarla y podremos usarla.
La está frotando, cuando de improviso otro genio aún más grande que el primero apareció.
-Soy el genio de la lampara. ¿Que deseas? La madre de Aladino contemplando aquella
extraña aparición sin atreverse a pronunciar una sola palabra.
Aladino sonriendo murmuró:
-¿Porque no una deliciosa comida acompañada de un gran postre?
Inmediatamente, aparecieron delante de ellos fuentes llenas de exquisitos manjares.
Aladino y su madre comieron muy bien ese día y a partir de entonces, todos los días durante
muchos años.
Aladino creció y se convirtió en un joven apuesto, y su madre no tuvo necesidad de trabajar
para otros. Se contentaban con muy poco y el genio se encargaba de suplir todas sus
necesidades. Un día cuando Aladino se dirigía al mercado, vio a la hija del Sultán que se
paseaba en su litera. Una sola mirada le bastó para quedar locamente enamorado de ella.
Inmediatamente corrió a su casa para contárselo a su madre:
-¡Madre, este es el día más feliz de mi vida! Acabo de ver a la mujer con la que quiero casarme.
-Iré a ver al Sultán y le pediré para ti la mano de su hija Halima dijo ella.
Como era costumbre llevar un presente al Sultán, pidieron al genio un cofre de hermosas joyas.
Aunque muy impresionado por el presente el Sultán preguntó:
-¿Cómo puedo saber si tu hijo es lo suficientemente rico como para velar por el
bienestar de mi hija? Dile a Aladino que, para demostrar su riqueza debe enviarme
cuarenta caballos de pura sangre cargados con cuarenta cofres llenos de piedras
preciosas y cuarenta guerreros para escoltarlos.
La madre desconsolada, regreso a casa con el mensaje. -¿Dónde podemos encontrar
todo lo que exige el Sultán? -preguntó a su hijo.
Tal vez el genio de la lampara pueda ayudarnos -contestó Aladino. Como de costumbre,
el genio sonrió e inmediatamente obedeció las ordenes de Aladino.
Instantáneamente, aparecieron cuarenta briosos caballos cargados con cofres llenos de zafiros
y esmeraldas. Esperando impacientes las ordenes de Aladino, cuarenta Jinetes ataviados con
blancos turbantes y anchas cimitarras, montaban a caballo.
-¡Al palacio del Sultán!- ordenó Aladino.
El Sultán muy complacido con tan magnifico regalo, se dio cuenta de que el joven estaba
determinado a obtener la mano de su hija. Poco tiempo después, Aladino y Halima se casaron
y el joven hizo construir un hermoso palacio al lado de el del Sultán (con la ayuda del genio
claro está).
El Sultán se sentía orgulloso de su yerno y Halima estaba muy enamorada de su esposo que era
atento y generoso.
Pero la felicidad de la pareja fue interrumpida el día en que el malvado brujo regreso a la
ciudad disfrazado de mercader.
-¡Cambio lamparas viejas por nuevas! -pregonaba. Las mujeres cambiaban felices sus lamparas
viejas.
-¡Aquí! -llamó Halima-. Tome la mía también entregándole la lampara del genio.
Aladino nunca había confiado a Halima el secreto de la lampara y ahora era demasiado
tarde.
El brujo froto la lampara y dio una orden al genio. En una fracción de segundos, Halima y el
palacio subieron muy alto por el aire y fueron llevados a la tierra lejana del brujo.
-¡Ahora serás mi mujer! -le dijo el brujo con una estruendosa carcajada. La pobre Halima,
viéndose a la merced del brujo, lloraba amargamente.
Cuando Aladino regreso, vio que su palacio y todo lo que amaba habían desaparecido.
Entonces acordándose del anillo le dio tres vueltas. -Gran genio del anillo, ¿dime que sucedió
con mi esposa y mi palacio? -preguntó.
-El brujo que te empujo al interior de la cueva hace algunos años regresó mi amo, y se llevó
con él, tu palacio y esposa y la lampara -respondió el genio.
Tráemelos de regreso inmediatamente -pidió Aladino.
-Lo siento, amo, mi poder no es suficiente para traerlos. Pero puedo llevarte hasta donde se
encuentran. Poco después, Aladino se encontraba entre los muros del palacio del brujo.
Atravesó silenciosamente las habitaciones hasta encontrar a Halima. Al verla la estrechó entre
sus brazos mientras ella trataba de explicarle todo lo que le había sucedido.
-¡Shhh! No digas una palabra hasta que encontremos una forma de escapar -susurró Aladino.
Juntos trazaron un plan. Halima debía encontrar la manera de envenenar al brujo. El genio del
anillo les proporciono el veneno.
Esa noche, Halima sirvió la cena y sirvió el veneno en una copa de vino que le ofreció al brujo.
Sin quitarle los ojos de encima, espero a que se tomara hasta la última gota. Casi
inmediatamente este se desplomo inerte.
Aladino entró presuroso a la habitación, tomó la lampara que se encontraba en el
bolsillo del brujo y la froto con fuerza.
-¡Cómo me alegro de verte, mi buen Amo! -dijo sonriendo-.
¿Podemos regresar ahora?
- ¡Al instante! - respondió Aladino y el palacio se elevó por el aire y floto suavemente hasta el
reino del Sultán.
El Sultán y la madre de Aladino estaban felices de ver de nuevo a sus hijos. Una gran fiesta fue
organizada a la cual fueron invitados todos los súbditos del reino para festejar el regreso de la
joven pareja.
Aladino y Halima vivieron felices y sus sonrisas aún se pueden ver cada vez que alguien brilla
una vieja lampara de aceite.
FIN
El Rey León
Autor: Walt Disney
Simba es sucesor al trono, algo que no le gusta a su tío Scar, el hermano menor de Mufasa,
resentido por no poder reinar y por lo que prepara un plan para ocupar el trono.
Con la ayuda de tres malvadas y tontas hienas, Scar urde una treta en la que su hermano y rey
Mufasa muere en una estampida y provoca que Simba crea que ha sido por su culpa, ya que su
padre murió para rescatarlo a él de la estampida y decida huir a la selva, después de que las
tres hienas quisieran matarlo también.
Allí conoce a un suricato llamado Timón y a un facóquero llamado Pumba, que le adoptaran y,
además de entablar amistad, le enseñan la filosofía de vivir sin preocupaciones: el Hakuna
Matata. Mientras tanto, su tío Scar, en el funeral de Mufasa y su hijo Simba, toma el trono y
anuncia el nacimiento de una nueva era.
Años después, un Simba ya adulto rescata a Pumba de ser comido por una leona. Ésta resulta
ser su antigua amiga de infancia Nala, que al reconocerlo le pide que vuelva para recuperar el
trono.
En ese momento, un trueno cae sobre el pastizal seco e inicia un incendio. Simba resbala y
trata de sostenerse, con sus patas delanteras sobre el borde. Entonces Scar lo toma de sus
patas y confiesa en ese momento, que él fue el verdadero asesino de su padre. Simba lleno de
rabia salta sobre Scar y lo obliga a confesar públicamente.
Tras una batalla final, en la que Scar termina siendo asesinado por las hienas, que eran además
sus aliadas, el ciclo de la vida se cierra con el ascenso al trono de Simba, con el remate final de
un epílogo, en el que Simba y Nala se casan y Rafiki presenta a la nueva y futura sucesora de
ambos, Kiara.
FIN
Peter Pan
Autor: James Matthew Barrie
-¡Ay Wendy......! Cuánto me gustaría poder viajar con él y no tenerme que dormir ahora, y
mañana madrugar para ir al colegio.
-Y a mí también......yo no quiero estar aquí.
-Pero ¡será posible que todavía estéis despiertos, vamos todos a la cama!, y tú Wendy, por
favor, no les cuentes más cosas. ¡Ala, buenas noches, un beso a los cuatro y a dormir!
-Buenas noches papaíto.
-Oíd, ¿Estáis viendo lo que veo yo? Hay alguien en la ventana.....Si son Peter Pan y
Campanita..........
-Hola a todos, he oído que no queríais dormir y que os gustaría visitar con nosotros la isla de
Nunca Jamás.
-¡Sí.....sí......!
-Muy bien. Campanita, échales un poquito de tu polvo mágico.
Y campanita, la niña mariposa, sacudió un poco sus alas, y en un instante los niños se
encontraban volando junto a ella y a Peter Pan.
Peter Pan, nada más llegar, se acercó a vigilar la goleta del capitán Garfio. Éste era un pirata
malísimo y gran enemigo de Peter Pan, desde que, por su culpa, según contaba él, le había
comido una mano un cocodrilo que siempre le perseguía. En lugar de la mano, llevaba un
garfio, y por eso le llamaban así. Cuando Peter Pan avistó el barco, enseguida comprendió que
algo extraño ocurría, se acercó un poco más y lo que vio lo llenó de asombro.
-¡Dios mío, ha raptado a Flor Silvestre, la princesa india! Seguramente querrá sonsacarle donde
está mi escondite. Iré inmediatamente a rescatarla del garfio de ese tunante.
-¡Atención se acerca Peter Pan! ¡Socorro!
-¡Al ataque! ¡Socorro!
-¡Vamos! ¡Acabemos con él!
-Dejádmelo a mí, yo lo atraparé. No te escaparás Peter Pan.....jajaja.
El capitán Garfio lanzó un terrible mandoble sobre Peter Pan, pero éste lo esquivó y en un
momento desarmó al malvado pirata.
-¡Tú si que estás listo, quieto!, si das un paso más caerás al agua y allí está tu amiguito el
cocodrilo esperándote. Vamos ríndete.
-Me rindo, me rindo......¡Maldita sea!
Entonces Peter Pan, tomó en sus brazos a la princesa india y se alejó volando del barco de los
piratas para llevarla a su campamento. La princesa y su padre, el gran jefe, agradecieron tanto
lo que había hecho, que lo invitaron a él y a sus amiguitos a una gran fiesta en el poblado.
Y así fue, fueron todos juntos a recorrer la isla. Comían sus frutos, se bañaban en sus playas, y
jugaban cuanto querían......Todos lo pasaban sensacional, menos campanita, que estaba toda
enfurruñada porque tenía celos de Wendy.
-Desde que han venido los niños sólo tiene ojos para Wendy, y a mí no me hace caso, ¡Qué
desgraciada soy!.
Tanto lloraba y tan clara se oía su voz por el bosque que su pena llegó a oídos del Capitán
Garfio, y éste decidió raptarla, para ver si por rabia, le decía dónde podría encontrar a Peter
Pan. -¡Id ahora mismo, tú “ojo oblicuo” y “tú poco pelo” a raptar a Campanita, y que no se
haga de noche sin que hayáis cumplido mi orden! ¿Entendido?. -Sí, sí jefe, seguro que la
traeremos.
Mucho trabajo les costó a “ojo oblicuo” y “poco pelo” capturar a Campanita que volaba muy
bien. Pero en un momento de descuido se hicieron con ella utilizando un cazamariposas.
Enseguida se la llevaron al capitán que se puso contentísimo al verla.
-¡Jajaja, jajaja! Aquí tenemos a Campanita bien agarradita......jajaja......me han dicho que
últimamente Peter Pan no te hace mucho caso ¿verdad?.
-Pues no mucho la verdad.......como está enseñando la isla de Nunca Jamás a los niños......
-Pues ¿sabes una cosa Campanita? Eso puedo yo arreglarlo, si tú me dices dónde vive Peter
Pan, yo te prometo separar a los niños de él......jajaja.....
-Pero ¿promete usted también no hacer daño a Peter Pan, Capitán Garfio?
-Claro querida Campanita......prometo no hacerle daño yo personalmente.
-Bueno siendo así.........el escondite de Peter Pan es en el árbol de la alegría, mire en este mapa
de la isla, ¿ve? Aquí.
El Capitán Garfio dio un salto entusiasmado, y metiendo a Campanita en un farol para que no
pudiera escapar, se puso a dar órdenes a sus hombres:
-Tú “poco pelo” vas a ir inmediatamente al árbol de la alegría y dejas allí este paquete. Ten
mucho cuidado que es una bomba que estallaráa las 12 en punto. Así que vete rápidamente,
¡vamos, vamos!.
Eran las 11 y media cuando “poco pelo” depositó el paquete en casa de Peter Pan. A las 12
menos cuarto, llegó éste con los niños y al ver el paquete lo cogió y leyó en él: “No abrir hasta
las doce en punto” y firmaba Campanita.
-Vaya, un regalo de Campanita, parece que suena algo dentro. Ahhhh, me da la impresión de
que es un reloj, ¡qué bien!, pero hasta las 12 no puedo abrirlo, esperaré.
Mientras tanto, Campanita, que había oído toda la terrible maquinación del Capitán Garfio
contra Peter Pan, estaba nerviosísima, intentando salir del farol donde la había encerrado el
pirata.
-Tengo que avisar a Peter Pan, si no salgo de aquí estallará la bomba y morirán todos. Tengo
que escapar como sea.
Tanta era su desesperación que rompió el farol y voló tan rápido como pudo hacia el árbol de
la alegría. Faltaban sólo unos segundos para las doce. Campanita se lanzó empicada hacia el
paquete que Peter Pan sostenía en sus manos y arrebatándoselo lo lanzó todo lejos que pudo.
-Pero Campanita, ¿qué ocurre, porque has hecho eso, porque explota el paquete como una
bomba? No entiendo nada.
-Era todo un plan para mataros, era una bomba de verdad, preparada por el Capitán Garfio que
me raptó. Yo por celos de Wendy le dije donde vivías. Por favor, Peter Pan, te pido que me
perdones, he podido mataros a todos.
-¡Claro que estás perdonada! Si no es por tu rapidez, no sé lo qué hubiera pasado. Ahora hay
que ir y darle su medicina al Capitán Garfio.
En un instante se plantó Peter Pan en el barco de los piratas y se los encontró a todos
cantando:
-“........Ahora podremos hacer muchísimas más fechorías, porque el tema de Peter Pan ha
pasado a mejor vida....... ahora podremos hacer muchísimas más fechorías, porque el tema de
Peter Pan ha pasado a mejor vida.......”
-¡Atención, se acerca Peter Pan!.
-¡Eh, maldición, está vivo, a él piratas, no lo dejéis escapar!
Esta vez, Peter Pan, luchaba con la fuerza de un ejército entero, y especialmente luchaba
contra el Capitán Garfio que estaba empeñado en empujarlo hacia el agua, donde esperaba el
cocodrilo con su enorme boca abierta.
-¡Ah.....Peter Pan, esta vez acabaré contigo, ya estoy harto de que me estropees todos mis
planes....!
Estaba diciendo esto cuando tropezó con una soga y cayó al agua.
-Por favor, Peter Pan, no nos hagas nada a nosotros. Perdónanos y te prometemos cambiar de
vida y ser buenos de ahora en adelante.
-Está bien, así sea.
Y los piratas se marcharon y no volvieron a hacer de las suyas. Peter Pan se reunió con los
niños, y todos decidieron volver a su casa para que sus padres no se preocuparan por la
tardanza. Así lo hicieron, pero había sido una aventura tan bonita la que vivieron con Peter
Pan, que nunca la olvidaron en su vida, así que se la contaron a sus hijos cuando los tuvieron, y
éstos a sus hijos, y éstos a los suyos, y éstos a los suyos
FIN
Autor: Anónimo
- La mía será de paja - dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede sujetar con facilidad.
Terminaré muy pronto y podré ir a jugar. El hermano mediano decidió que su casa sería de
madera:
- Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores – explicó a sus hermanos,
- Construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré también a jugar. El
mayor decidió construir su casa con ladrillos. - Aunque me cueste mucho esfuerzo, será muy
fuerte y resistente, y dentro estaré a salvo del lobo. Le pondré una chimenea para asar las
bellotas y hacer caldo de zanahorias. Cuando las tres casitas estuvieron terminadas, los
cerditos cantaban y bailaban en la puerta, felices por haber acabado con el problema:
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! - cantaban desde dentro los cerditos. De nuevo el
Lobo, más enfurecido que antes al sentirse engañado, se colocó delante de la puerta y
comenzó a soplar y soplar gruñendo: - ¡Cerditos, abridme la puerta! - No, no, no, no te vamos a
abrir. - Pues si no me abrís... ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!
La madera crujió, y las paredes cayeron y los dos cerditos corrieron a refugiarse en la casa de
ladrillo de su hermano mayor.
Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno. Sopló y sopló, pero la casita de
ladrillos era muy resistente y no conseguía derribarla. Decidió trepar por la pared y entrar por
la chimenea. Se deslizó hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor estaba
hirviendo sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío salió huyendo hacia el lago. Los
cerditos no lo volvieron a ver. El mayor de ellos regañó a los otros dos por haber sido tan
perezosos y poner en peligro sus propias vidas, y si algún día vais por el bosque y veis tres
cerdos, sabréis que son los Tres Cerditos porque les gusta cantar:
FIN
Pinocho
- ¡Qué bien me ha quedado! - exclamó una vez acabado de construir y de pintar-. ¡Cómo me
gustaría que tuviese vida y fuese un niño de verdad!
Como había sido muy buen hombre a lo largo de la vida, y sus sentimientos eran sinceros. Un
hada decidió concederle el deseo y durante la noche dio vida a Pinocho.
Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su taller, se llevó un buen susto al oír que alguien
le saludaba:
Gepetto quería cuidar a su hijo como habría hecho con cualquiera que no fuese de madera.
Pinocho tenía que ir al colegio, aprender y conocer a otros niños. Pero el carpintero no tenía
dinero, y tuvo que vender su abrigo para poder comprar una cartera y los libros.
A partir de aquel día, Pinocho empezó a ir al colegio con la compañía de un grillo, que le daba
buenos consejos.
Pero, como la mayoría de los niños, Pinocho prefería ir a divertirse que ir al colegio a aprender,
por lo que no siempre hacía caso del grillo. Un día, Pinocho se fue al teatro de títeres para
escuchar una historia. Cuando le vio, el dueño del teatro quiso quedarse con él:
- ¡Oh, Un títere que camina por sí mismo, y habla! Con él en la compañía, voy a hacerme rico –
dijo el titiritero, pensando que Pinocho le haría ganar mucho dinero.
A pesar de las recomendaciones del pequeño grillo, que le decía que era mejor irse de allí,
Pinocho decidió quedarse en el teatro, pensando que así podría ganar dinero para comprar un
abrigo nuevo a Gepetto, que había vendido el suyo para comprarle los libros.
Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando para el titiritero. Pasados unos días, cuando
quería volver a casa, el dueño del teatro de marionetas le dijo que no podía irse, que tenía que
quedarse con él.
Pinocho se echó a llorar tan y tan desconsolado, que el dueño le dio unas monedas y le dejó
marchar. De vuelta a casa, el grillo y Pinocho, se cruzaron con dos astutos ladrones que
convencieron al niño de que, si enterraba las monedas en un campo cercano, llamado el
“campo de los milagros”, el dinero se multiplicaría y se haría rico.
Confiando en los dos hombres, y sin escuchar al grillo que le advertía del engaño, Pinocho
enterró las monedas y se fue. Rápidamente, los dos ladrones se llevaron las monedas y
Pinocho tuvo que volver a casa sin monedas.
Durante los días que Pinocho había estado fuera, Gepetto se había puesto muy triste y,
preocupado, había salido a buscarle por todos los rincones. Así, cuando Pinocho y el grillo
llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte, el hada que había convertido a Pinocho en
niño, les explicó que el carpintero había salido dirección al mar para buscarlos.
- Al País de los Juguetes – respondió un niño-. ¡Allí podremos jugar sin parar! ¿Quieres venir
con nosotros?
- ¡Oh, no, no, no!- le advirtió el grillo-. Recuerda que tenemos que encontrar a Gepetto, que
está triste y preocupado por ti.
- ¡Sólo un rato! - dijo Pinocho- Después seguimos buscándole. Y Pinocho se fue con los niños,
seguido del grillo que intentaba seguir convenciéndole de continuar buscando al carpintero.
Pinocho jugó y brincó todo lo que quiso. Enseguida se olvidó de Gepetto, sólo pensaba en
divertirse y seguir jugando. Pero a medida que pasaba más y más horas en el País de los
Juguetes, Pinocho se iba convirtiendo en un burro.
Cuando se dio cuenta de ello se echó a llorar. Al oírle, el hada se compadeció de él y le devolvió
su aspecto, pero le advirtió:
Geppetto, que había salido en busca de su hijo Pinocho en un pequeño bote de vela, había
sido tragado por una enorme ballena.
Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió por favor que le devolviese a su papá, pero
la enorme ballena abrió muy grande la boca y se lo tragó también a él.
¡Por fin Geppetto y Pinocho estaban nuevamente juntos!, Ahora debían pensar cómo
conseguir salir de la barriga de la ballena.
- ¡Ya sé, dijo Pepito hagamos una fogata! El fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la
balsa salió volando con sus tres tripulantes.
Una vez a salvo Pinocho le contó todo lo sucedido a Gepetto y le pidió perdón. A Gepetto, a
pesar de haber sufrido mucho los últimos días, sólo le importaba volver a tener a su hijo con
él. Por lo que le propuso que olvidaran todo y volvieran a casa.
Pasado un tiempo, Pinocho demostró que había aprendido la lección y se portaba bien: iba al
colegio, escuchaba los consejos del grillo y ayudaba a su padre en todo lo que podía.
FIN