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Petra y Charo eran las mejores amigas del mundo hasta que ambas tuvieron
un móvil.
Hacía tiempo que Charo presumía de tener un teléfono.
Un tío suyo le había regalado uno al cumplir doce años, y desde entonces
sus padres, todas las semanas, le cargaban cinco euros para que pudiera
mandar mensajes a sus amigos.
Por eso Petra saltó de felicidad el día en que, tras sacar excelentes notas al
final de curso, su hermana mayor le regaló un precioso teléfono de color
violeta. La pantalla se llenaba de flores cada vez que una melodía de
campanitas indicaba que había entrado un mensaje.
Y lo mejor de todo era que ahora podría comunicarse con Charo, que
recibió la noticia con aparente alegría. Cuando compraron los teléfonos,
quedó claro que el de Petra era más pequeño, mucho más moderno y
coqueto, pero ¡eso no debía ser un problema entre dos amigas del alma! ¿O
sí?
Ambas registraron en la agenda del móvil sus respectivos números de
teléfono y quedaron en que Petra enviaría el primer mensaje esa misma
noche, antes de irse a dormir.
Petra volvió a casa muy contenta y esperó que fuera la hora indicada para
enviar su primer mensaje, que volaría hasta un satélite para luego regresar a
la Tierra y entrar en el móvil de Charo. Sus palabras viajarían de ida y
vuelta muchos miles de kilómetros en apenas un par de segundos.
¡Maravillas de la ciencia!
Pero lo que ella no podía imaginar era que aquel aparatito tan sofisticado y
encantador estaba a punto de desatar una guerra con su mejor amiga.
Poco después de las nueve y media de la noche, tal y como habían
acordado. Petra mandó el primer mensaje:
“¡Cómo puede ponerse así por un teléfono!”, se dijo Petra, que también
tenía su orgullo. Durante la mañana no hizo ningún intento de acercarse a
ella y hacer las paces.
Después de comer, volvieron a coincidir en clase de naturales, pero Charo
seguía con su actitud. ¡Parecía enfadadísima!
“Soy yo quien debería estar enfadada!”, se dijo Petra.
“A fin de cuentas, ella me ha llamado chulina y me ha acusado de fardear
de móvil. ¡Qué cara más dura!”
“¿Qué te pasa? No hay que ponerse así porque tenga un móvil nuevo.”
“Eres una envidiosa. No quiero saber nunca más de ti en la vida. ¿Te has
enterado?”
Cuando pulsó “Enviar” estaba tan enfadada que dio un puntapié a la puerta
de su habitación. Pero las campanillas que anunciaban la entrada de un
nuevo mensaje reclamaron nuevamente su atención:
“No puedo sentir envidia de alguien tan insignificante como tú. ¡Me das
asco! Será un placer no volver a saber de ti en la vida”.
-¡Te mandé el mensaje y me contestaste que era una chulina y una fardona!
¡Y eso es lo más suave que me has dicho!
- ¿Cómo dices?
Charo realmente parecía asombrada de lo que estaba oyendo. Luego su
expresión empezó a mudar de la confusión a la alegría.
Al entender lo que había sucedido, a las dos les dio un ataque de risa.
Luego se abrazaron e hicieron las paces. A partir de ese día, prometieron
que las cosas importantes se las dirían cara a cara.
“Nadie ha padecido dolor de estómago por tragarse las malas palabras”. (Winston Churchill)