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UNA MENTIRA TRAS OTRA

(Sinceridad)

Todo empezó por culpa del programa “El payaso más cafre del mundo”. Antón
disfrutaba cada tarde con las gamberradas que el protagonista hacía a sus pobres
víctimas, que no sabían que salían por televisión.

Con su cámara oculta en la flor de la solapa, el payaso entraba en una pastelería y pedía
un enorme pastel de nata. “No es necesario que me lo devuelva”, decía, y un segundo
más tarde le estampaba el pastel en la cara al dependiente y salía corriendo.

Antón se reía tanto con estas bobadas que un martes por la tarde, entre gamberrada y
gamberrada, se olvidó de que la maestra les había dado como deber que dibujaran un
mapa de África.

Tras pasar dos horas sentado frente al televisor le entró sueño. Así que Antón cenó y se
fue a dormir tan pancho.

No recordó el asunto del mapa hasta la mañana siguiente, cuando entró en la clase y vio
que sus compañeros se mostraban unos a otros sus láminas con la silueta de África. Él
sabía perfectamente que la maestra le regañaría. Además, tal vez le escribiría una nota
de advertencia para sus padres, tras lo cual se quedaría sin tele durante una buena
temporada. ¡Tenía que pensar algo!

La maestra fue recogiendo las láminas. A algunos, incluso, les felicitó por la limpieza y
la buena combinación de colores.

Cuando llegó a la mesa de Antón, éste le soltó:

– Ha sucedido una catástrofe en África.


– ¿Cómo?- preguntó la maestra sorprendida.
– Una inundación. Ayer estuve toda la tarde dibujando el mapa- mintió Antón- y
luego lo pinté con acuarelas. Como la lámina estaba húmeda, la dejé sobre la
mesa de mi habitación para que se secara por la noche. No había pensado que en
casa hay goteras, así que cuando esta mañana me he levantado me he dado
cuenta de que se había echado a perder. ¡Se ha corrido toda la pintura y no se ve
nada!

Toda la clase estalló en una tremenda carcajada mientras a Antón le subían los colores.
Estaba claro que no se creía ni una palabra de lo que acababa de contar. Y al aparecer la
maestra tampoco, pues lo miraba muy seriamente, con los brazos cruzados.

– Así que hay goteras en tu casa…- repitió-. Tenía entendido que vives en una
casa nueva.
– Cierto- dijo Antón-, pero está mal construida. Si miras atentamente las paredes,
parece un queso de los agujeritos que tiene.
Tras una nueva carcajada general, aún más fuerte que la anterior, la maestra dijo:

– Bueno, entonces hablaré esta tarde con tus padres sobre las goteras.
– Ellos no saben nada. Las goteras han aparecido en mi habitación hace unos días,
pero no se lo he dicho para que no se preocuparan.

La maestra escuchó estas palabras con incredulidad. Finalmente, para zanjar la cuestión,
declaró:

– Si es así, mañana me traerás dos láminas con el mapa: la mojada y la nueva.

Cuando Antón llegó a su casa por la tarde, estaba tan nervioso por todo lo que le había
pasado que decidió relajarse un rato. Encendió la tele para ver qué gamberrada había
preparado “El payaso más cafre del mundo”.

Si el día anterior había tirado un pastel de nata contra la cara de un dependiente, ahora
se dedicaba a asustar a los niños de un parque disfrazado de hombre-lobo.

Antón no podía parar de reír mientras los niños corrían con lágrimas en los ojos y se
lanzaban a los brazos de sus padres. Y así, entre un susto y otro, llegó la hora de cenar
sin haber pintado ninguna lámina, ni seca ni mojada. Después de cenar Antón se dirigió
bostezando a su habitación.

– ¿Qué te pasa?- le preguntó su madre-. Pareces preocupado.


– Tengo que terminar un mapa que empecé ayer- mintió- ¿Hay acuarelas en casa?
– Mira en tus cajones. Ni tu padre ni yo pintamos. Pero, ¿no es un poco tarde para
ponerse a hacer los deberes?

Antón se encogió de hombros y fue hasta su habitación. Empezó a buscar en los cajones
el material escolar y encontró lápices de colores, rotuladores, pinturas pastel…¡pero no
tenía acuarelas!

Podía hacer el mapa nuevo con rotuladores, pero necesitaba acuarelas para mojar la otra
lámina como si le hubieran caído goteras durante toda la noche. Como la bronca era
segura, Antón pensó que era lo mismo presentarse con una lámina que con ninguna, así
que se fue a acostar deseando que a la mañana siguiente se le ocurriera una nueva
excusa.

En clase de dibujo todos sus compañeros estaban esperándole. Incluso habían hecho
apuestas con caramelos sobre si Antón traería las dos láminas, una o ninguna. Sólo un
niño había apostado a que llevaría las dos láminas, porque el resto pensaba que era
mentira que se le hubiera mojado el mapa.

– ¿Y bien?- le preguntó la maestra, plantada frente a él.

Antón había ensayado en el camino a la escuela lo que le diría aquella mañana. Tomó
aires antes de explicar:

– No he traído la lámina mojada porque a la nueva le ha sucedido otra desgracia.


– ¿La has dejado toda la noche bajo la gotera?- preguntó la maestra, burlona, con
los brazos cruzados.
– Peor aún. Se la ha comido un ratón.

La clase escuchó esta excusa con una atronadora carcajada. Algunos compañeros de
Antón lloraban y se retorcían de la risa, mientras los que habían apostado a que no
traería ninguna lámina recibían caramelos del resto de los alumnos.

La maestra acalló las risas de los alumnos con la mano y le dijo, desafiante, a Antón:

– Voy a confiar en ti. Mañana me traerás tres mapas coloreados: uno nuevo, el que
te ha mordido el ratón y el que se mojó por culpa de las goteras. Si falta alguno
de los tres, habrás suspendido la asignatura y tendré que hablar con tus padres.

Antón respiró aliviado. Se había salvado de la catástrofe… o al menos la había retrasado


hasta el día siguiente.

A penas llegó a casa, abrió la hucha y corrió con sus ahorros hasta la papelería más
cercana para comprar acuarelas. Los mordiscos del ratón podía simularlos él mismo con
sus dientes. En cualquier caso, ¡ahora tenía que dibujar y pintar tres mapas de África!

Con la tranquilidad de saber que el estuche de acuarelas estaba sobre su mesa, Antón se
premió con su programa favorito. “El payaso más cafre del mundo”. Y así fue como
llegó nuevamente la hora de cenar sin haber empezado a pintar ningún mapa. Estaba tan
nervioso que sólo comió medio plato de espaguetis. Luego corrió a su habitación a
iniciar los trabajos. Entonces se dio cuenta de algo terrible: ¡no tenía ninguna lámina! Y
lo peor de todo era que las tiendas estaban cerradas.

Antón rompió a llorar. Lloraba tanto, que sus padres entraron a su habitación para saber
qué pasaba. Esta vez no le quedó más remedio que contar la verdad de lo que había
sucedido.

– Voy a escribir una nota de disculpa a tu maestra- dijo la madre. Le diré que a
partir de mañana nos ocuparemos personalmente de que hagas tus deberes. Yo
misma compraré las láminas…y un candado para el televisor.

Guardar un secreto

Una de las pruebas de confianza entre amigos es saber guardar un secreto. Podemos
perder muchos puntos ante los demás si ellos saben que de nuestra boca ha salido
aquello que habíamos prometido no decir. Por lo tanto, cuando te comprometas a
guardar un secreto, imagina que echas la llave y no la abres hasta que quien te lo ha
confiado te dé su permiso para contarlo.

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