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ORFEO Y EURDICE

(Gergicas, IV, 464-503, Virgilio)

Orfeo, buscando el consuelo de su amor desgraciado en la cncava lira, te cantaba a ti, dulce esposa, a solas en la playa solitaria, a ti te cantaba, cuando llegaba el da, a ti, cuando el da se marchaba. Tambin penetr en las fauces del Tnaro, la boca profunda de Dite, y en el bosque neblinoso de sombro terror; lleg hasta los manes y su rey escalofriante, hasta los corazones que no saben ablandarse ante las splicas humanas. Sin embargo, movidas por tu canto, de los profundos aposentos del Erebo, iban las sombras sutiles y los espectros de los seres privados de la luz, tan numerosos como los miles de aves que se meten en las hojas cuando Vspero o la lluvia del invierno los echa de los montes: madres, varones, cuerpos de hroes magnnimos que acabaron la vida, nios y nias sin casar, y jvenes puestos en las piras ante los ojos de sus padres. A su alrededor, el barrizal negro y las caas horribles del Cocito, y una laguna de odiosa de agua casi inmvil los cerca, y la Estigia, dividida en nueve crculos, los aprisiona. Incluso quedaron atnitas las propias mansiones de la Muerte, la parte ms recndita del Trtaro, y las Eumnides que cogen sus cabellos con culebras azulencas. Cerbero contuvo abiertas sus tres bocas y la rueda de Ixin se par con el viento. Y ya, volviendo sobre sus pasos, haba superado todos los imprevistos, y Eurdice, a la que haba recuperado, llegaba a las auras de arriba, siguindole detrs (pues Proserpina haba puesto esta condicin), cuando cogi al imprudente enamorado un acceso sbito de locura, perdonable ciertamente, si los manes supiesen perdonar. Se detuvo, y ya al borde mismo de la luz, sin acordarse, ay, y sin poderse contener, se volvi para mirar a su querida Eurdice. En ese instante, todo su esfuerzo se perdi, qued roto el pacto del cruel tirano y por tres veces se oy un fragor en las marismas del Averno. Ella grit: Qu locura, qu locura tan grande me ha perdido, desgraciada de m, y te ha perdido, Orfeo? He aqu que por segunda vez los hados crueles me hacen volver y el sueo cierra mis ojos embriagados. Y ahora, adis. Me llevan envuelta en la vasta noche, y tiendo hacia ti, sin ser tuya, ay!, mis manos imprudentes. Dijo, y de repente escap de su vista, alejndose como el humo se une a las brisas sutiles, y no lo vio ms, mientras l agarraba en vanos las sombras y quera decirle muchas cosas. Y el barquero del Orco no le permiti atravesar ms la laguna que se interpona.

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