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CAPÍTULO 6

LA FELICIDAD DE
AMAR
La indigencia de quien ama

La naturaleza del hombre, herida por el


pecado original, es una realidad que aún hoy
sigue produciendo sus efectos no sólo en su
naturaleza en cuanto constitución visible e
indefinible, sino también todo lo que el
hombre por nacimiento y esencias lleva
aparejado; esto es, su ser en cuanto criatura
La tradición cristiana sigue considerando como perteneciente al
depósito de sus verdades lo siguiente:
 Pertenece al concepto de ser creado el que la criatura no pueda
disponer por sí misma del ser que tiene por creación; por tanto, que
no pueda ni cambiar ni destruir, aunque quisiera, su propia
naturaleza. Por creación de su ser con personalidad identidad propia.
Y es amigo persona con todo su yo es la que en el amor se dirige a
otra persona y le dice: ¡es bueno que existas! Por tanto si en alguna
cosa el hombre no es canal mi conducto si no sujete persona, es en
el acto de la inclinación amorosa. Y por lo que se refiere al amor
sobrenatural, llámese Cáritas o ágape, y a pesar de que se esté
nutriendo de la gracia, también somos nosotros los que amamos.
 Lo segundo que nuestro amor es todo lo contrario de soberano,
nunca crea los valores ni hace que una persona o un sujeto sea
amable; más bien ocupa, como es natural, el rango que le
corresponde.
En nuestro estudio esto significa: lo primero es la real existencia de
lo amable, la cual está dada al margen de nosotros mismos; por lo
tanto es preciso que esa existencia sea experimentada por nosotros.
Santo Tomás afirma: "suponiendo por un imposible que Dios no
fuese para el hombre un bien de verdad, algo que bueno, no habría
para el hombre tampoco razón alguna para amar". Con ello adquiere
su fundamentación y justificación en la realidad del ser bueno de la
persona amada y este orden de cosas tiene vigor no sólo para
nuestro amor a las cosas sino también a Dios incluso la vida cara.
LA NATURAL EXIGENCIA DE FELICIDAD

ESTE AMOR INDIGENTE ES EL PRINCIPIO Y EL NÚCLEO DE TODO


NUESTRO AMOR. ES EL DINAMISMO ELEMENTAL PUESTA EN
MOVIMIENTO EN EL ACTO MISMO DE LA CONSTITUCIÓN DE NUESTROS
SER. ES EL SÍ A LO QUE NOSOTROS YA SOMOS ANTES DE QUE
CONSCIENTEMENTE PODAMOS DECIR SÍ O NO. EL DOMINIO QUE
TENEMOS SOBRE ESTE IMPULSO ORIGINARIO ES NULO: HAY QUE
ADMITIR COMO INEVITABLE E IRREVERSIBLE QUE EL INSTINTO
NATURAL QUE PIDE SATISFACCIÓN Y PERFECCIONAMIENTO ES, EN EL
FONDO, AMOR PROPIO. EL HOMBRE, LO MISMO QUE EL ÁNGEL, TIENDE
POR NATURALEZA A SU PROPIO BIEN Y PERFECCIÓN.
El Eros es el símbolo y compendio de todo lo que es
enriquecimiento de la existencia, satisfacción del ansia de
felicidad a los que no sólo pertenece la proximidad y el
calor humano sino también el amor a Dios, es un impulso
radicalmente natural que se nos ha dado de manera
inmediata juntamente con el ser creacional. Por ello, a la
pregunta de Karl Barth sobre si el hombre tiene que elegir
entre el eros y el ágape como manera de amar, éste
tendrá antes que responder:¿acaso puede elegir? ¿Puede
el hombre elegir no ser feliz? Santo Tomás responderá
negativamente. Por su propia naturaleza pide ser feliz: no
puede no desear la felicidad
La exigencia natural de felicidad es el comienzo
irreemplazable de todo amor consumado. Por otro lado, se
comete difamación de esta ansia humana cuando se
desvaloriza el Eros, ya que de este modo se ve con mirada
turbia y se deforma el fenómeno del amor. Sólo cuando se
vuelve a la explicación cristiana se tiene de nuevo la mirada
limpia y libre para el contenido fundamental de que el amor
no sólo tiene como fruto natural a la alegría sino que también
toda felicidad del hombre a la que tendremos infaliblemente
tendemos, por lo tanto, también es, en el fondo, la felicidad
del amor, llámese Eros o Cáritas, Ágape, si se quiere, y sea
dirigido al amigo, al amada, al hijo, al prójimo o al mismo
Dios.
AMOR Y ALEGRÍA
Muchas expresiones del tipo "felicidad del amor" han pasado a
ser representaciones desprestigiadas cuyo sentido es preciso
regenerar. Se trata de la relación esencial entre el ser feliz y la
alegría que proviene del amor. Y una relación que, como
veremos, no es tan clara como a primera vista pudiera
parecer.
Por su misma naturaleza, la alegría es algo producido por otra
cosa de la que proviene o depende. No se busca estar alegre
sin más; el hombre quiere tener motivos para alegrarse. "No
hay nadie que no prefiere sufrir dolores en la cordura a
alegrarse en la locura". El hombre sólo puede y quiere
alegrarse en verdad cuando para ello tiene motivos
verdaderos.
San Agustín, la ciudad de Dios, 11, página 27.
Pero si la alegría del amor existe, ¿cómo puede ser
que esta alegría sea algo que provenga de otra
persona?: porque amamos el amor, estamos
disfrutando ya de algo amado en el hecho mismo
de amar.
Si quisiéramos entender todo esto debemos
considerarlo mirando el reverso de la medalla: el
reverso es el no poder amar, la no participación de
la realidad del amor. Lo auténticamente contrario al
amor no es el odio, sino la desesperada
indiferencia de aquel para quien nada tiene
importancia ¿y qué es el infierno sino el dolor de no
poder amar?
EL AMANTE DESGRACIADO Y LA FALTA DE
AMOR

No sólo se da el hecho del amor desafortunado, sino que sólo


el amante es capaz de ser desgraciado ya que el amor
incluso es "la vivencia de la más extrema vulnerabilidad". Sólo
a un amante le puede suceder que no llegue a poseer o que
pierda lo que ama y esto significa comenzar a ser
desgraciado. La incapacidad de sufrir proviene de la
incapacidad de amar. Esa falta de posesión de lo que
deseaba puede tener lugar de diferentes maneras. No
solamente en la forma de un amor no correspondido, cuando
la persona amada se distancia (hasta los místicos hablan de
esa sensación de desamparo llamada noche).
También el amante sufrirá cuando la persona amada
se lanza por caminos torcidos o hace el mal, puesto
que al amar se desea que todo le vaya bien al
amado. Por tanto amor y alegría van de la mano
pero también el amor y la tristeza. De hecho,
puede darse amor sin dolor y sin amargura en
cambio no puede darse amor sin alegría; además
hasta el amante desgraciado es más feliz que el que
no puede amar ya que conserva un motivo real de
alegría y un trozo, por pequeño que sea, del
paraíso; y de ese modo puede quebrar el principio
de separación sobre el que descansa toda la
filosofía del infierno.
AMAR ES ALEGRARSE CON EL OTRO
Leibniz da una magnífica definición del amor: "amor quiere
decir alegrarse de la felicidad del otro... quiere decir sentirse
inclinado alegrarse la perfección, en el bien de la felicidad el
otro". Cien años antes que este autor, San Francisco de
sales había dicho casi lo mismo en su tratado del amor de
Dios: el amor es el acto en el que la voluntad se identifica y
reúne con la alegría y el bienestar de otro.
En realidad, el alegrarse con otro, si se pregunta y compara la
propia experiencia con la de muchos, es una señal más
segura del amor que la compasión dado que en la compasión
que pueda acompañar al amor puede mezclarse algún
elemento que no tiene nada que ver con el amor el amor de
compasión no es un caso tan claro de amor como el amor con
alegría.
Kant desconfía de todo lo que la persona hace llevada por la
inclinación y, por tanto, por la alegría. Para él es el deber el
único sentimiento ético serio. Kant piensa que el bien es
difícil y que el criterio del valor moral de una cosa es la
dificultad que esa misma cosa implica. Sin embargo tiene que
reconocer que hay una relación entre amor y alegría. Su gran
insistencia en afirmar que la verdadera prueba del amor son
las obras merece respeto y atención y no debería
desecharse de buenas a primeras como un rigorismo moral.
En el Nuevo Testamento hay pasajes que nos recuerdan a
Kant: "si me aman, guardarán mis mandamientos". Amar al
prójimo quiere decir cumplir gustosamente las obligaciones
que se tienen para con él, esto es; cumplir esas obligaciones
con alegría.
Juan 14,15.

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