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Adoramos a un solo Dios en Trinidad y la Trinidad en unidad,

sin confundir sus personas


ni dividir su sustancia.
Porque es una la persona del Padre,
otra la del Hijo,
y otra la del Espíritu.
Pero la divinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo es una,
igual en gloria, coeterna en majestad.

Credo de Atanasio
Creemos y también enseñamos que el Hijo eterno de Dios eterno se hizo hombre, criatura humana, de la
simiente de Abraham y David; pero no en virtud de ser engendrado por un varón, como ha dicho Ebión, sino que
fue concebido de la forma más pura y limpia posibles por el Espíritu Santo y nació de María, que siempre
fue Virgen, como lo relata concienzudamente la historia evangélica (Mat. 1).
Segunda Confesión Helvética (1564)
Artículo 11

Confesamos, pues, que Dios consumó la promesa hecha a los antiguos padres por boca de sus santos
profetas, enviando al mundo, en el tiempo por El determinado, a Su único, unigénito y eterno HIJO. El
cual tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres, tomando realmente una verdadera
naturaleza humana: con todas sus debilidades (excepto el pecado), siendo concebido en el seno de la
bienaventurada virgen María por el poder del Espíritu Santo, sin intervención de varón. Y no solamente
tomó la naturaleza humana en que al cuerpo se refiere, sino que también tomó una verdadera alma
humana, a fin de que El fuese un verdadero hombre. Pues, ya que tanto el alma como el cuerpo estaban
perdidos, así era necesario que El tomara los dos para salvarlos a ambos. Por eso confesamos contra la
herejía de los anabaptistas, quienes niegan que Cristo tomó carne humana de su madre
Confesió n Belga (1561)
Artículo 18
El Hijo de Dios, la segunda persona en la Santa Trinidad, siendo Dios verdadero y eterno, el resplandor de la
gloria del Padre, consustancial con aquel e igual a él, que hizo el mundo, y quien sostiene y gobierna todas las cosas que ha
hecho, cuando llegó la plenitud del tiempo, tomó sobre sí la naturaleza del hombre, con todas sus
propiedades esenciales3 y con sus debilidades concomitantes, aunque sin pecado; siendo concebido por
el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, al venir sobre ella el Espíritu Santo y cubrirla el
Altísimo con su sombra; y así fue hecho de una mujer de la tribu de Judá, de la simiente de Abraham y
David según las Escrituras; de manera que, dos naturalezas completas, perfectas y distintas se unieron
inseparablemente en una persona, pero sin conversión, composición o confusión alguna. Esta persona es
verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, aunque un solo Cristo, el único mediador entre Dios y
el hombre.

Confesión de fe de Westminster (1646)


Cap. 8, par.2

Confesió n Bautista de fe (1689)


Cap. 8, par. 2
único, unigénito y eterno HIJO. El cual tomó
forma de siervo, y se hizo semejante a los
hombres, tomando realmente una verdadera
naturaleza humana: con todas sus
debilidades (excepto el pecado), siendo
concebido en el seno de la bienaventurada
virgen María por el poder del Espíritu Santo,
sin intervención de varón. Y no solamente
tomó la naturaleza humana en que al cuerpo
se refiere, sino que también tomó una
verdadera alma humana, a fin de que El fuese
un verdadero hombre. Pues, ya que
tanto el alma como el cuerpo estaban
perdidos, así era necesario que El tomara los
dos
para salvarlos a ambos. Por eso confesamos
contra la herejía de los anabaptistas,
quienes niegan que Cristo tomó carne humana
de su madre, que Cristo tomó la misma
carne y sangre que los niños; que El es el fruto
de los lomos de David, según la carne,
nacido del linaje de David según la carne; fruto
del seno de María, nacido de mujer;
vástago de David; retoño del tronco de lsaí;
retoño de la tribu de Judá; descendiente de
Creemos y también enseñamos que el Hijo eterno de Dios eterno se hizo hombre, criatura humana, de la
simiente de Abraham y David; pero no en virtud de ser engendrado por un varón, como ha dicho Ebión, sino
que fue concebido de la forma más pura y limpia posibles por el Espíritu Santo y nació de María, que
siempre fue Virgen, como lo relata concienzudamente la historia evangélica (Mat. 1).

Segunda Confesión Helvética (1564)

Creemos y

(1) La segunda Confesión Helvética, preparada


por Bullinger, 1564.
«La aceptaron todas las Iglesias Reformadas
de Suiza con excepción de Basilea (que
se conformó con la primera Confesión
Helvética, su antiguo símbolo,) y por las
Iglesias
Reformadas de Polonia, Hungría, Escocia y
Francia.» (History of Christian Doctrine, por
Shedd)
Las Sagradas Escrituras constituyen la única regla suficiente, segura e
infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadores. Aunque la luz
de la naturaleza y las obras de la creación y de la providencia manifiestan
de tal manera la bondad, sabiduría y poder de Dios que dejan a los
hombres sin excusa, no obstante, no son suficientes para dar el
conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la
salvación3 . Por lo tanto, agradó al Señor, en distintas épocas y de
diversas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su
iglesia; y posteriormente, para preservar y propagar mejor la verdad y
para un establecimiento y consuelo más seguros de la iglesia contra la
corrupción de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó
poner por escrito esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas
Escrituras muy necesarias habiendo cesado ya las maneras anteriores
por las cuales Dios revelaba su voluntad a su pueblo

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