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Caso estrella Sirius

En el año 1974 el acusado conoció en una discoteca a H.T., nacida en 1951, quien
se mostraba como una joven dependiente y acomplejada. H.T. inició una relación
de amistad con el acusado, cuatro años mayor que ella, en la que el contacto
sexual no era lo esencial. Durante meses mantuvieron encuentros y largas
conversaciones telefónicas en el transcurso de las cuales debatían sobre filosofía y
psicología. Con el paso del tiempo el acusado se convirtió en el maestro y
consejero de H.T. en todas las cuestiones de la vida. Siempre estaba ahí para ella.
Confiaba y creía en él a ciegas. En el transcurso de sus innumerables
conversaciones filosóficas el acusado hizo creer a H.T. que él era un habitante de
la estrella Sirius y que los sirianos pertenecían a una raza que filosóficamente
estaba a un nivel superior al de la humanidad. Afirmaba que había sido enviado a
la tierra para ocuparse de que personas valiosas, entre las cuales figuraba ella,
pudieran continuar viviendo en Sirius después de la desintegración de su cuerpo
con su alma.
Sin embargo, para conseguir su objetivo, H.T. necesitaría un perfeccionamiento
espiritual y filosófico. Cuando el procesado se dio cuenta de que H.T. creía
plenamente en él, decidió enriquecerse a su costa abusando de su confianza. Le
explicó que ella podía seguir viviendo en otro cuerpo después de su muerte, pero
que ello sólo sería posible haciendo pasar a un conocido suyo, el monje Uliko, un
tiempo de meditación. No obstante, el proceso requería pagar 30.000 DM al
monasterio en el que vivía Uliko. Como ella no poseía dicha cantidad, consiguió
el dinero a través de un crédito bancario. El procesado se gastó el dinero.
Ante las preguntas que le hiciera H.T. acerca de los esfuerzos realizados por
Uliko, el acusado le aclaró que el monje no había tenido éxito porque el cuerpo de
ella creaba una barrera que impedía el perfeccionamiento del espíritu.
El bloqueo sólo podía ser eliminado con la destrucción del viejo cuerpo y el
aprovisionamiento de un nuevo.
El acusado le contó que había un nuevo cuerpo preparado para ella en una
habitación roja en el lago Genfer, y que se transformaría en una artista en cuanto
se separara de su viejo cuerpo, añadiendo que, como en su nueva vida necesitaría
dinero, debía contratar un seguro de vida en el que constara como beneficiario el
acusado. Y le aseguró que, después del pago por parte de la compañía, le
entregaría la suma asegurada. H.T. subscribió el seguro siguiendo las indicaciones
del acusado. También debía despedirse de su vida actual simulando un accidente,
lo que, siguiendo el plan ideado por el acusado, debía llevar a cabo sentándose en
la bañera y dejando caer un secador enchufado. H.T. intentó llevar a cabo el plan
el 1 de enero de 1980 en su vivienda en Wildbad. Sin embargo, la descarga
eléctrica letal no llegó a producirse.
Debido a una cuestión técnica, al sumergir H.T. el secador en la bañera, sólo
sintió un hormigueo en el cuerpo. Al acusado, que se encontraba en Baden-Baden,
le sorprendió que H.T. contestara a su llamada de control. Durante
aproximadamente tres horas, le estuvo dando instrucciones por teléfono para
continuar con el intento de acabar con su vida. Pero terminó desistiendo de
ulteriores esfuerzos, dándola por inútil. H.T. actuó en todo momento confiando
plenamente en las explicaciones del acusado. Dejó caer el secador en el agua con
la esperanza de despertar en un nuevo cuerpo. En ningún momento se representó
la idea de cometer un suicidio en sentido estricto, a través del cual su vida habría
de acabar para siempre. Ella rechazaba el suicidio. El procesado era consciente de
que el comportamiento de la mujer, totalmente dependiente de él, estaba
determinado por sus simulaciones e instrucciones.
El BGH confirma la sentencia del LG que condena al acusado por tentativa de
asesinato en autoría mediata y lesiones dolosas, junto con otras infracciones penales,
a una pena de siete años de prisión . El recurso de casación interpuesto por el acusado
con respecto a la calificación de tentativa de asesinato es rechazado por el BGH. El
supuesto de hecho referido plantea el problema de la delimitación entre el homicidio
(intentado) en autoría mediata y la participación en el suicidio. En ordenamientos
jurídicos como el alemán la cuestión es especialmente controvertida porque ni la
inducción ni la cooperación al suicidio son punibles.

Se afirma que la solución de aquellos supuestos en los que un sujeto determina a otro
a quitarse la vida empleando engaño depende en el caso concreto de la clase y
magnitud del error. Según el BGH, «si el autor oculta a quien se dispone a matarse el
hecho de que está emprendiendo una acción que va a determinar su propia muerte,
cualquiera que provoca el error y con ayuda del mismo pone en marcha el proceso que
conduce o debería conducir a la muerte del engañado, es autor de un delito de
homicidio (intentado o consumado) en virtud de un conocimiento superior, a través del
cual dirige al que está en error, convirtiéndolo en un instrumento contra sí mismo».

Respecto al caso objeto de análisis, el BGH considera que lo decisivo es que el engaño
no consistió en hacer creer a la víctima «que tras la puerta de la muerte se adentraba
en una vida trascendente», sino que simplemente quería experimentar una
transformación, manteniendo su individualidad.
La mujer no quería su propia muerte, sino que pretendía seguir viviendo su vida en la
tierra, «si bien modificada corporal y espiritualmente, de manera que su desarrollo
hacia un ser astral quedaba garantizado». Y añade que «el convencimiento de T de
que su identidad e individualidad física y psíquica sólo experimentaría modificaciones
no sólo derivaba de pensar, tal como le dijo A, que sobreviviría en este planeta y
necesitaría dinero para su subsistencia, sino también del hecho de que le hizo creer
que en la habitación roja del lago Genfer encontraría tranquilizantes y en la habitación
contigua los papeles necesarios». El BGH reconoce que la mujer sucumbe ante una
serie de sugestiones absurdas, pero afirma expresamente que la mujer no
manifestaba ninguna perturbación psíquica. Insiste en que la calificación jurídica de los
hechos no puede ser cuestionada por el dato de que la mujer se dejara convencer de
modo inverosímil. Según el Tribunal, lo sorprendente del proceso no descarga al
acusado de responsabilidad.
Aún más lejos en sus afirmaciones llega el BGH cuando en un obiter dictum sostiene
que la misma solución de la autoría mediata habría que aplicar incluso en el supuesto
de que T creyera que para «despertar en la habitación roja del lago Genfer» primero
tenía que morir, y «que, tras la muerte, empezaría una nueva vida, que no suponía
una continuación de su (sólo más o menos modificada) individualidad, sino que la
convertiría en otro ser (superior)». También en esta versión modificada del caso, el
error de la víctima sobre el «concreto sentido de la acción» conduciría, a juicio del
Tribunal, al «dominio del hecho en virtud de un conocimiento superior». Bajo la
simulación de que la muerte no es más que el comienzo de una nueva vida, el error
tendría el peso de un error sobre la no realización de la muerte. Según el BGH, «el
engaño sobre el concreto sentido de la acción sería inmanente a la simulación de que
la muerte no es otra cosa que el comienzo de una nueva vida»

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