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Estilísticamente es un óleo completamente identificable con la mano

de Gauguin, ya que emplea su habitual tabicado o cloissoné, y no sólo para las


figuras sino también para cada uno de los colores que componen la imagen.
También es habitual en los cuadros de Gauguin que las formas sean
excesivamente simples y un tanto esquematizadas, algo que también se puede
ver en obras de la misma época como Visión después del sermón., realizada un
año antes al Cristo Amarillo.
Y por supuesto, aquí también aparecen sus colores completamente imprevistos
y de elección arbitraria, lo cual sería el germen del movimiento
artístico fauvista.. Entre los años 1888 a 1891 fue haciendo una paleta de
colores cada vez más arbitraria y personal, siempre fruto de la emoción que le
provocaban las imágenes a pintar. Se trata de unos colores cargados de
significado y protagonistas absolutos del cuadro, ya que son colores aplicados
de forma lisa en una composición simple y equilibrada que sólo ayuda a
reforzar los simbolismos ocultos.
Su método de pintar era trazar directamente sobre la tela los contornos en
bermellón o en azul ultramar. Después construía el decorado y las figuras
extendiendo el color en el interior de los perfiles trazados al inicio.
La cruz está ligeramente desplazada a la izquierda donde tres mujeres en azul
lo rodean en arco, mientras que a la derecha queda un espacio vació que invita
al espectador a arrodillarse ante Cristo en la cruz, cuyo sufrimiento Gauguin lo
expresa gracias a ese color amarillo irreal, dramático y sobrecogedor.
Ese espacio vacío a la derecha es el que ocupó el propio autorretrato de
Gauguin en la obra Autorretrato con el Cristo Amarillo, aunque no se nos
muestra arrodillado y adorando a Jesús, sino dándole la espalda y mirando con
complicidad al espectador. Esta no fue la única vez en la que Gauguin se
autorretrató acusando muchos sus rasgos naturales indianos ante una obra
suya.

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