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EL MITO DEL CARRO

ALADO
Ambos caballos parecían no cansarse nunca. Azotados por el auriga, habían recorrido
kilómetros batiendo sus alas enormes. El caballo blanco corría plácidamente,
disfrutando la carrera, pues era su voluntad hacerla; sin embargo, el caballo negro
parecía estar violentamente obligado a hacer lo que no quería.
Fue mucho el tiempo que así aguantaron, pero llegó el momento. Días, quizá semanas
después (es difícil controlar la noción del tiempo en aquel lugar idílico), el brazo
azotador del auriga comenzó a quejarse, empezó a doler.
Qué debió hacer, ¡Quién sabe! Pero qué hizo... faltó la fuerza, la Razón, y en un
momento de debilidad del auriga el caballo negro aprovechó para cambiar la
dirección de su trayectoria, guiada por la Pasión. No hicieron falta más fallos, pues el
carro volcó, y él, ella, el auriga, la Razón, cayó de ese mundo y quedó encerrada en un
cuerpo mortal.
Ahora no recuerda nada, el golpe le hizo perder la memoria. De vez en cuando, este
mundo sensible en que vive, reflejo imperfecto del Mundo de las Ideas, le revela
imágenes fugaces de su verdadero hogar. Y él, ella, solo piensa, razona y reflexiona,
preparándose para el día en que pueda volver, preparándose para el día en que se
despedirá del cuerpo, preparándose para el día en que, disfrazado de muerte, alguien
le lleve de nuevo a casa.
¿COMO SABEMOS QUE CONOCEMOS?

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