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LA DOMINACIÓN

MASCULINA
PIERRE BOURDIEU (1999)
Pierre Bourdieu aborda el análisis de la división sexual, para contribuir al
estudio de las relaciones entre los géneros y reconstruir la historia de sus
naturalizaciones.

Lo hace a través de una etnografía que analiza las estructuras


mitológicas de la cultura de los bereberes argelinos de la Kabilia.

La Kabilia es una cultura relativamente poco


conocida y que le sirve al autor como estrategia de
alejamiento, para ver una sociedad distinta. Bourdieu
articulará sus reflexiones sobre la Kabilia con el
análisis de las novelas de Virginia Woolf y algunos
estudios relativos a nuestro entorno, mostrándonos la
homología estructural entre la cultura kabileña y la
occidental en lo que a la dominación masculina se
refiere.
El autor parte de historizar la relación entre los sexos como elemento
clave para entender la dominación masculina y sus efectos. Bourdieu
considera que de la división entre los sexos es una división fundante, es
decir es la primera división jerárquica que existe en la historia de la
humanidad.

Esta dominación se institucionaliza en las estructuras sociales en forma de


mitos, rituales, prácticas discursivas y en las estructuras cognitivas, en
forma de formas de pensamiento, capacidades perceptivas, formas de
sensibilidad, etc.

“Legitima una relación de dominación inscribiéndola en una naturaleza


biológica que es en sí misma una construcción social naturalizada” (pág.
37).
Nuestra percepción de los órganos sexuales no es inmediata, sino que
viene de una historia anterior que nos ha sido transmitida.
Donde los órganos sexuales masculinos –que son externos- son
interpretados como lo público, lo viril, el poder y la dominación.
Mientras los órganos sexuales femeninos –que son internos- se interpretan
como lo privado, lo cerrado, lo tímido, lo frágil y lo dominado.

Cultura Occidental Cosmovisión Andina Cultura Oriental


A partir de estas interpretaciones, se llevan esas características al plano
social, económico y político:
Los hombres son los que deben estar en lo público, en el exterior, son los
que deben dar la cara y los que deben dominar.
Las mujeres deben estar en lo privado, en el interior, deben hacer el
trabajo oculto, son débiles y deben ser sumisas.

Al hombre se lo vincula con los actos heroicos, las batallas y el trabajo


más intelectual, mientras que la mujer está destinada al trabajo
doméstico, a la tierra y a la fertilidad.

Debido a la debilidad que se asume en lo femenino, las mujeres han


tenido que ser constantemente vigiladas y controladas y por mucho
tiempo no se consideraba que las mujeres podían tomar decisiones.
Durante el oscurantismo y fechas próximas a la Inquisición (s. XV), a causa
del fallo de Eva en el antiguo testamento, se asumió que las mujeres, al
ser débiles, eran más fácilmente inducidas por el demonio. Además
como las mujeres estaban vinculadas a la tierra y el uso de plantas
medicinales para prácticas curativas, se las relacionaba con brujería y
artes oscuras. De esta manera, lo que se entendía por “femenino” pasó a
tornarse “corrompible”.

Una vasta documentación recopilada en los tratados jurídicos e


inquisitoriales (El Martillo de Brujas, de los dominicos J. Sprenger y Enrique
Institoris, 1486 o 1487), da cuenta de la persecución a las mujeres y de los
“crímenes de brujería” que se les atribuyeron. Su persecución se
exacerbó entre los siglos XV y XVII; el 80% de los juicios y ejecuciones en
Occidente por estos motivos por lo regular fueron por brujería.
También debido a la condición genital femenina y masculina se
caracterizó la relación sexual de acuerdo a la participación de los
sujetos en el acto y esto traspasó el aspecto sexual.
Dentro de la caracterización del acto sexual, se da una polarización
entre compañeros "activos" y "pasivos", penetrador y penetrado,
dominador y dominado, donde el papel fuerte lo tiene el hombre y el
papel débil lo tiene la mujer.

Bourdieu presenta la concepción de la sexualidad en la antigua


Grecia, donde esta polarización activo/pasivo estaba asociada con
roles sociales dominantes y sumisos: el rol activo se asociaría con la
masculinidad, con un estatus social alto y con la edad adulta, mientras
que el papel pasivo se asociaría con la feminidad, con un estatus
social bajo y con la juventud.
Según esta visión, cualquier actividad sexual en la que un hombre
penetrara a alguien socialmente inferior se consideraba normal; se
consideraba “socialmente inferior” a mujeres, jóvenes, extranjeros,
prostitutas, esclavos y enemigos derrotados. Igualmente, ser
penetrado, especialmente por alguien socialmente inferior, podía ser
considerado vergonzoso.
Bourdieu plantea que la interpretación que se le da a la genitalidad
femenina y masculina desde un inicio, establece ciertas características
que van más allá de lo sexual, a los planos culturales, políticos,
económicos, religiosos, entre otros. Se asigna un rol, un
comportamiento y una forma de pensar determinados a hombres y
mujeres que luego son institucionalizados en lo social y aceptados
como algo natural, como una esencia propia de los hombres y de las
mujeres y eso ha generado que se asuma que el papel de los hombres
sea el de dominar y el de las mujeres el de ser dominadas.
“Las estructuras de dominación son el producto de un trabajo
continuado (histórico por tanto) de reproducción al que contribuyen
unos agentes singulares (entre los que están los hombres, con unas
armas como la violencia física y la violencia simbólica) y unas
instituciones: Familia, Iglesia, Escuela, Estado” (p.50).

Las estructuras se institucionalizan socialmente y se vuelven parte de


la forma en que los sujetos sociales (hombres y mujeres) interpretan la
sociedad.

VIOLENCIA SIMBÓLICA
“La violencia simbólica es esa violencia que arranca sumisiones que ni
siquiera se perciben como tales apoyándose en unas «expectativas
colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas” (Bourdieu,
1999c: 173).

La sociedad espera que los hombres piensen y se comporten de


determinada forma y que las mujeres piensen y se comporten de
determinada forma (expectativas colectivas):
Se supone que la mujer debe ser pasiva, dócil y delicada, debe ser la
Se
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sociedad.de la sociedad.
La visión que muchas mujeres tienen de su cuerpo
como inadecuado a los cánones estéticos impuestos
por la moda y debido a ello tienen una valoración
disminuida de sí mismas.

La preferencia generalizada de las mujeres de tener


parejas mayores y más altas que ellas.

La aceptación generalizada de que un hombre


pueda estar con una mujer mucho más joven, y el
rechazo generalizado de lo contrario.

La tendencia a pensar que en una pareja el hombre


debe ganar más que la mujer.
El efecto de la dominación simbólica (trátese de etnia, de sexo, de
cultura, de lengua, etc.) se produce a través de los esquemas de
percepción, de apreciación y de acción, no son parte de la voluntad
de los sujetos sino que son “inclinaciones, gustos y preferencias”
construidas socialmente.

Los dominados contribuyen, unas veces sin saberlo y otras a pesar


suyo, a su propia dominación al aceptar tácitamente los límites
impuestos, que adoptan a menudo la forma de emociones
corporales -vergüenza, humillación, timidez, ansiedad, culpabilidad- o
de pasiones y de sentimientos -amor, admiración, respeto-.
Pierre Bourdieu (2000) ha propuesto un abordaje del honor/decencia
como capital simbólico. El honor estaría también relacionado con las
formas de reconocimiento social que permiten a los individuos
justificar su existencia y encontrar una razón de existir.

El lugar preponderante otorgado al capital simbólico en las culturas


se relaciona con la necesidad de establecer códigos de conducta
personal pública.
Las mujeres, cuyo honor sólo puede ser defendido o perdido, se
convierten entonces en una suerte de bienes que hay que mantener
a salvo de la ofensa y de la sospecha, especialmente en sociedades
en las cuales la adquisición del capital simbólico constituye la
principal forma de acumulación.

Para incrementar el capital una forma es a partir de mantener el valor


simbólico de las mujeres disponibles para el intercambio (para el
matrimonio), la reputación y la castidad de éstas representa el honor,
no solo de la mujer sino de toda la familia, por tanto las mujeres
deben ser protegidas y vigiladas minuciosamente por esposos, padres
y hermanos.
Si las mujeres son instruidas el aprendizaje de las virtudes de
abnegación, resignación y silencio, los hombres también están
prisioneros y son víctimas de la representación dominante.

Bourdieu nos dice que los hombres no son propensos a la dominación


de forma natural, sino que esta forma de ver y entender el mundo, este
comportamiento, estas actitudes, esta forma incluso de mover el
cuerpo, son construcciones que le son inculcadas a los hombres desde
que nacen y de ello se encarga toda la sociedad.
A cada hombre se le impone el deber de afirmar en cualquier
circunstancia su virilidad.

La virilidad, entendida como capacidad reproductora, sexual y social,


pero también como aptitud para el combate y para el ejercicio de la
violencia (en la venganza sobre todo), es fundamentalmente una
carga. En oposición a la mujer, cuyo honor, esencialmente negativo,
sólo puede ser definido o perdido, al ser su virtud sucesivamente
virginidad y fidelidad, el hombre «realmente hombre» es el que se
siente obligado a demostrar su virilidad, que tiene que ser revalidada
por los otros hombres.

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