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ROCKWELL, Elsie. 2000.

« La otra diversidad: historias múltiples de apropiación de la


escritura. ». DiversCité Langues. En ligne. Vol. V. Disponible à
http://www.teluq.uquebec.ca/diverscite

Introdución

Mi argumento central es recordar que junto con la reflexión acerca de la diversidad


lingüística, es necesario incorporar otra diversidad, la de los usos sociales de la lengua
escrita. Es sabido que opera en contra de nuestra conciencia de esta diversidad un
modelo evolucionista que presupone un desarrollo lineal de la oralidad hacia la
escritura, particularmente la escritura alfabética. Esta imagen tiene fuertes raíces en el
mundo de la Ilustración (Chartier 1995, Bloch 1998), que apostó con optimismo a la
difusión de la cultura letrada hacia todos los pueblos. Simplificando la propuesta
original de Jack Goody e Ian Watt (1968, Goody 1977), entre otros, la alfabetización se
ha asociado con una larga serie de consecuencias, que abarcan desde la racionalidad y la
conciencia crítica hasta la modernización de las instituciones estatales y la aparición de
la democracia misma. Aún recientemente, David Olson (1994), respondiendo a algunas
de las críticas hechas a Goody, ha defendido una posición matizada que asigna a la
alfabetización un rol instrumental en el desarrollo social. Varios investigadores (Graff
1987, Finnegan 1988, Gee 1988, Keller-Cohen 1994) han criticado el énfasis en las
consecuencias positivas de la alfabetización, considerando esta posición como un
«mito» (literacy myth) que oculta la naturaleza contradictoria del uso social de la lengua
escrita.

Durante las últimas dos décadas, han aparecido numerosas investigaciones que ponen en
tela de juicio algunos de los supuestos de este modelo lineal y abren un campo para
hablar de la diversidad dentro de las culturas escritas, sin que ello nos exima de la tarea
de reconstruir las implicaciones sociales y cognitivas de estas historias. Por ejemplo, la
noción de una progresión desde una escritura pictográfica hacia una alfabética ha
sucumbido ante la evidencia de la compleja mezcla de elementos tanto logográficos
como fonéticos en todo sistema de escritura. Se ha mostrado, así mismo, la evidente
relatividad de las ventajas de una u otra forma de representar el lenguaje oral. Varios
autores han cuestionado también la oposición clásica entre la oralidad y la escritura
(Finnegan 1988, Street 1993, Thomas 1992, Barton 1994) y han propuesto modelos
alternativos, entre ellos la noción de un continuo oral-escrito, y la insistencia en la
imbricación constante entre oralidad y escritura en todos los actos que involucran la
palabra escrita (Tannen 1982, Heath 1982). El estudio clásico de Scribner y Cole (1981)
también cuestionó la asociación global entre la escritura y el desarrollo cognitivo.
Varios investigadores (Cook-Gumperz y Keller-Cohen 1993, Hornberger 1997) han
usado el concepto de múltiples alfabetismos (multiple literacies) para acercarse a la
diversidad de formas de utilizar y expresar la lengua escrita.

El estudio de las formas retóricas de las tradiciones orales (Bauman and Briggs1990,
Montemayor 1998) agrega una dimensión compleja al polo de la oralidad. Incluso la
práctica de la ciencia en occidente, largamente asociada con la cultura escrita, se
comprende cada vez más en función de formas retóricas de argumentación y de
indagación, enraizadas en la oralidad (Billig 1987). Es más, sin esta base oral y social,
la escritura misma no tendría la eficacia que frecuentemente se le atribuye. Nuestras
propias prácticas académicas de hacer públicas nuestras contribuciones, es decir, de
presentarlas oralmente, atestiguan este hecho. Por otra parte, la creciente evidencia de la
complejidad de algunas formaciones sociales que carecían de escritura, como nosotros
la conocemos, ha matizado la asociación entre la escritura y la evolución del Estado
(Michalowski 1994). Si bien los Estados poderosos han utilizado medios escritos para
reforzar el control administrativo y legal, también recurren al mundo oral para ocultar
sus tejemanejes y decisiones. La práctica reciente de destruir el registro escrito de
muchas transacciones y decisiones gubernamentales corrobora esta apreciación.

Estas discusiones abren un campo para abordar las múltiples historias de apropiación de
la escritura. Quisiera reparar un momento en la idea de apropiación, utilizada por Roger
Chartier en conexión a la lectura, ya que permite -más que otros conceptos, como
difusión, socialización, o adquisición- insistir en dos cuestiones. Primero, acentúa el rol
activo de los sujetos involucrados en tomar para sí y hacer uso de la escritura. En
segundo lugar, permite examinar los cambios que pueden sufrir los bienes culturales,
como la escritura, cuando son apropiados por los sujetos. En palabras de Chartier, «.....
la apropiación siempre transforma, reformula y excede lo que recibe... » (Chartier
1991:19, mi traducción). Estos cambios se marcan en los productos de las diversas
prácticas culturales que involucran a la lengua escrita.

En este sentido, quisiera distanciarme de un uso extendido del término inglés literacy,
como concepto que se hace extensivo a diferentes medios y campos (visual literacy,
computer literacy, véase Gee 1990, Graff 1987). Este uso da una falsa idea de la
multiplicidad, al ubicar la escritura dentro de toda una gama de posibles medios de
representación y de comunicación, en lugar de examinar las múltiples expresiones de la
representación escrita en sí misma. Prefiero limitarme a la escritura como tal, aun
admitiendo la discusión actual sobre qué constituye un sistema de escritura (Boone y
Mignolo 1994). Esto permite enfocar, por el momento, en la multiplicidad de formas de
leer y de escribir utilizando los diferentes sistemas de representación gráfica de la
lengua oral

Los pueblos indios y la escritura: ¿una apropiación negada?

Aunque mi reflexión en esta ocasión abordará el plano conceptual, está referida a una
situación especial, la de los pueblos indios en México, y usaré algunos ejemplos de mi
trabajo en curso sobre comunidades de tradición indígena. En México, como en una
gran parte del mundo, las estadísticas oficiales asocian al analfabetismo con el hablar
alguna lengua indígena o vernácula. Vista desde la perspectiva del centro, el
«problema» de la alfabetización se debate en términos técnicos, tales como qué métodos
adoptar, qué idioma usar, o cómo organizar el servicio educativo para asegurar la
alfabetización. Se parte del valor incuestionable de la alfabetización universal, valor que
fue una construcción particular de las organizaciones internacionales durante la segunda
mitad del siglo XX (Graff 1987, Street 1993). Por otra parte, se esgrime un argumento
cultural para explicar el rezago en la alfabetización en zonas indígenas, al considerar a
los pueblos indios como culturas inherentemente orales o ágrafas, que presentan
resistencias a la introducción de un elemento externo, «occidental», como la escritura.
Contra este discurso antropológico y educativo, sugiero explorar la idea de que existen
formas distintas de apropiación de la escritura por los pueblos indios.
En años recientes, varias instituciones oficiales en México han fomentado la actividad
de escritores indígenas y han patrocinado la publicación de sus obras. Algunos estudios
sobre este proceso muestran que si bien se legitima la producción escrita en algunas
lenguas indígenas, se trata de un fenómeno urbano, protagonizado por profesionistas
indígenas (Montemayor 1993). El auge de estas publicaciones literarias no
necesariamente refleja la situación en las comunidades indígenas rurales.

Frente a la creciente preocupación por la escritura de las lenguas indígenas, no han


faltado quienes sostienen posiciones contrarias, defendiendo el carácter oral de las
culturas indígenas, y advirtiendo que la introducción de la escritura puede destruir la
riqueza y el sentido comunitario de la tradición oral. Considero que estas posiciones
olvidan que los pueblos indios de México no son -de hecho nunca han sido-
comunidades cerradas. Siempre han compartido -desde una posición de total desventaja-
los destinos políticos y económicos de la nación, y siempre han tenido que enfrentar el
hecho social de la escritura en el contexto nacional. Desde esta perspectiva, nos
preguntamos cómo es que los pueblos indios han vivido, sufrido, retomado, subvertido,
o resistido las prácticas escriturarias específicas con las que se han encontrado, y cómo
se han apropiado de la escritura, en cualquier lengua, a lo largo de su historia.

La multiplicidad de historias de la escritura

Cada sociedad desarrolla lo que de Certeau (1996) ha acertado en llamar una economía
escrituraria. Se han documentado múltiples tradiciones en el mundo (por ejemplo:
Cavallo y Chartier 1997, Keller-Cohen 1994, Boyarin 1993, Boone y Mignolo 1994),
que dibujan justamente un panorama de diversidad cultural en el uso social de la
escritura. Quisiera comentar algunos de los rasgos de esta diversidad.

En general, las historias no siguen necesariamente una línea ascendente y progresiva.


Existen retrocesos y virajes fuertes en el uso de la escritura. La historia de la cultura
escrita, como la historia de otros elementos culturales, es vulnerable ante las vicisitudes
de la economía, la política, la migración masiva y la guerra. Estos fenómenos afectan
las oportunidades de apropiarse y de aprovechar una cultura escrita. La destrucción
masiva de los patrimonios escritos -el caso tal vez más impactante fue el de la conquista
de Mesoamérica- y la restricción de las prácticas de escritura y de lectura en
determinadas épocas son momentos claves de esta historia.

Las historias de la escritura no pueden deslindarse de la oralidad. No existe una


progresión lineal desde una cultura oral hacia una cultura escrita, sino más bien se da
una constante mezcla o imbricación de la escritura y la oralidad, en diferentes
proporciones. La apropiación de la escritura es selectiva, es decir, implica también
determinar cuándo no utilizar la escritura, cuándo no dejar registro por escrito, cuándo
preferir la oralidad. Esto no significa necesariamente un retroceso, si dejamos de mirar a
la oralidad como el polo primitivo de la línea evolutiva. Las opciones orales son
complejas y diversas. Pueden ser vistas como desarrollos de géneros discursivos muy
elaborados, cuya realización exige un alto nivel de competencia, producto de un
entrenamiento específico, cómo es el caso tanto de situaciones rituales en muchas
sociedades consideradas tradicionales (Bauman y Briggs 1990; Montemayor 1998),
como en la retórica política en las sociedades modernas.
Finalmente, estas historias involucran diversas tradiciones escritas que a menudo han
coexistido e interactuado, y por lo tanto han tenido influencias fuertes unas sobre otras.
Por ejemplo, las escrituras árabes tuvieron influencia en la tradición latina (romana-
cristiana) en la edad media. En ese sentido, al reconstruir las historias, debemos estar
alertas a los errores derivados del estudio de cada forma de escritura por separado. De
manera similar, las tradiciones marginales o vernáculas (Street 1994) de apropiación de
la escritura siempre han interactuado con las historias oficiales, aquéllas que se
desenvuelven en las instituciones como gobierno, iglesia y escuela. Es necesario
considerar los numerosos espacios de encuentro e interacción entre las diversas
tradiciones escritas.

Tres investigaciones sobre formas particulares de apropiación de la escritura en


diferentes épocas y lugares pueden ilustrar lo anterior. El etnólogo francés, Daniel Fabre
(1993), estudió una cultura escrita que se desarrolló entre los pastores de los Pirineos
franceses y españoles, en los siglos XVII a XIX d.C. Esta historia incluye la invención
de sistemas propios de anotación, el control de los calendarios naturales, laborales y
rituales, la difusión de ideas mágicas y heréticas y la producción poética. Otro
antropólogo, Maurice Bloch (1998), describe la cultura escrita entre el pueblo Merino
de Madagascar, en donde desde hace dos siglos la alfabetización occidental, ligada a la
evangelización, entró y desplazó la tradicional cultura literaria y religiosa musulmana.
En este caso, la apropiación de la nueva escritura conservó supuestos de la tradición
local, incluyendo el peso otorgado a un texto sagrado, y las normas de la legitimidad de
ciertos estilos discursivos asociados al uso de la lengua escrita. De manera semejante,
Frank Solomon (1998) ha descrito la compleja interacción entre ritos tradicionales, la
memoria histórica y los escritos legales en los litigios comunales de una región andina,
y actualmente estudia sistemas de contabilidad comunitaria que recuerdan a los quipus.
Estas historias nos hablan de una diversidad de apropiaciones de la escritura alfabética
inscrita en tradiciones culturales de larga duración.

Si miramos el contexto de los pueblos indios de México, podemos encontrar procesos


similares. Se trata de una historia que no es progresiva, sino que fue interrumpida y
reinventada a lo largo de 500 años (Cifuentes 1998, Pellicer 1993). En el área cultural
mesoamericana, la larga historia de apropiación de una escritura alfabética no fue una
simple sustitución. En la región nahua, pese a la destrucción del registro prehispánico
durante la Conquista, sobrevivieron saberes y prácticas de escritura que marcaron
profundamente la producción de documentos, particularmente aquellos que daban
continuidad a géneros antiguos, como los mapas, los anales y las cronologías, y las
nóminas de tributación (Lockhart 1992). La apropiación indígena de la escritura
alfabética tuvo una de sus expresiones más conocidas en los «títulos primordiales»
inventados para reforzar la defensa de las tierras (Gruzinski 1991, Lockhart 1992).

Para Chiapas, la historia parece haber sido algo distinta, en parte por los antecedentes
prehispánicos. Pese a la elaborada escritura encontrada en Palenque y otros sitios,
durante la época colonial la destrucción de los usos extraoficiales de la escritura en las
lenguas indígenas fue una constante (de Vos 1994). Ciertas prácticas de resistencia
también influyeron en esa historia, ya que los pueblos indios intentaban negarse a entrar
al juego del control por medio del registro de los nombres individuales para efectos de
tributación. Por otra parte, durante ciertas sublevaciones, como la rebelión de Cancuc en
1712 (Viqueira 1995), los dirigentes utilizaban los géneros propios de la colonización,
incluyendo proclamas, cartas a la Corona española, y testimonios escritos, como armas
en sus luchas. Dado que las prácticas de escritura desde la resistencia eran perseguidas,
los pueblos tendían a desarrollar alternativas de representación por medio de la oralidad,
la plástica, los textiles, el teatro, que lograron mayor arraigo que la propia escritura.

La historia de la cultura escrita en los pueblos indios se encuentra truncada nuevamente


en el siglo XIX (Pellicer 1993, Cifuentes 1998). La apropiación de la escritura quedó
opacada por la progresiva perdida de status del náhuatl, que había ocupado un lugar
importante en el espacio público colonial. Por otra parte, la aparición de la escuela laica,
como institución dedicada a la propagación de la escritura y del castellano como lengua
oficial, orilló a la escritura de las lenguas nativas, e incluso del español usado por
indígenas, a lugares apartados de la visión antropológica e historiográfica. De hecho, en
ese siglo empieza la larga construcción de una noción de comunidades «primitivas» y
«ágrafas» que caracteriza nuestra actual percepción.

Caminos individuales hacia la lengua escrita

Es posible apoyar el argumento con una mirada hacia una escala que recupere la agencia
humana, la dimensión biográfica del acceso a la escritura. En este caso, también hay
camino andado. Por ejemplo, las autobiografías de determinados personajes del inicio
de los tiempos modernos en Europa muestran esta diversidad. Estos incluyen la notable
obra de Ginzburg (1978), sobre las interpretaciones de la doctrina católica que hace un
molinero acusado de ser hereje, así como los casos documentados por Jean Hébrard
(1985) y Daniel Roche (1982) de personas autodidactas en Francia. Aunque no conozco
estudios semejantes para México, existe cierta evidencia del aprendizaje no-escolar de
la lectura y la escritura.

He reunido diversos relatos de las vías alternativas de acceso a la escritura en


comunidades indígenas. Entre éstos, resalta el caso que me contaron en Chiapas de un
joven huérfano que vivía con su padrino; debía trabajar todo el día y no tenía permiso de
ir a la escuela. Durante la misa, escuchaba la lectura del Evangelio en tzeltal y quedó
impresionado. Pidió permiso a su padrino de aprender a leer por su cuenta, pero éste no
le permitió prender una vela de noche mientras los demás dormían. Entonces construyó
su propio cuartito para pasar la noche en vela, estudiando, y al cabo de una quincena, se
dice, logró entender el texto, a tal grado que pudo participar leyendo en la siguiente
celebración dominical. Seguramente este logro presuponía un conocimiento previo de la
«Palabra de Dios», un conocimiento que provenía de una práctica oral, o más bien aural,
que le permitió un rápido desciframiento del código alfabético. El joven llegó a ser
diácono de su comunidad. Otros relatos semejantes dan testimonio de esfuerzos
individuales realizados para aprender a leer y a escribir, frecuentemente ante la
necesidad de resolver alguna situación vital, como los requerimientos de un trabajo o la
necesidad de ayudar a los hijos con la tarea.

El entretejido social de historias personales de aprender a leer y escribir muestra una


distribución desigual de oportunidades de apropiarse de la escritura. Los caminos de
acceso a menudo pasan por la participación en ciertos oficios -el de tipógrafo, el de
cartero, incluso el de soldado-- que ponen a las personas en contacto con los medios
escritos. A partir de estos testimonios, podemos constatar que la escuela no siempre
detenta el monopolio pretendido sobre el acceso a la escritura, ni tampoco garantiza este
aprendizaje, como lo evidencia el gran número de analfabetas funcionales que egresan
del nivel básico. Los individuos se apropian la escritura en determinadas situaciones de
vida, que a su vez están impregnadas por diversas historias culturales. En cada momento
o situación, diversos procesos sociales impulsan la diseminación de la palabra escrita y
conforman los contextos de apropiación posible. Por ello, una apreciación del carácter
múltiple de la cultura escrita requiere entrelazar las trayectorias particulares de los
individuos con las historias sociales de diseminación de la escritura.

El uso de la escritura ha llegado a las localidades más apartadas por diversas vías, como
las reformas religiosas y las campañas políticas, las instituciones administrativas o
jurídicas, o la extensión agrícola. Han sido particularmente importantes los
movimientos sociales, con su profundo arraigo en los sectores populares y su tendencia
a romper con las limitaciones impuestas por un orden institucional dominante. Entre
éstos, destacan los movimientos herejes de la Europa occidental (Biller 1994), que
diseminaron nuevos textos, o bien promovieron interpretaciones heterodoxas de los
existentes. Asimismo, muchas rebeliones campesinas intentaron legitimar su lucha
recurriendo a documentos originales o apócrifos, y utilizaron los medios escritos
disponibles para apoyar la organización. Como lo ha mostrado Stephen Justice (1994),
en su estudio sobre un movimiento campesino medieval de Inglaterra, los cronistas
oficiales tienden a negarle a quienes participan en rebeliones campesinas el estatus de
personas letradas. Algo parecido ha ocurrido en la historia de movimientos indígenas y
populares en México, incluyendo el de Emiliano Zapata, que han defendido sus
intereses con un uso político de documentos escritos (Sotelo Inclán 1991).

La escritura: ¿herramienta o práctica cultural?

Al abordar la historia social de la escritura, he intentado distinguir y evaluar las


implicaciones de diferentes concepciones acerca de la cultura escrita. En particular,
encuentro interesantes los contrastes entre dos concepciones, la noción de escritura
como herramienta cultural, o bien, la idea de escritura como práctica cultural.

Sin duda ha sido importante considerar a la escritura como herramienta cultural, desde
la perspectiva histórico-cultural de Vygotski, o como outillage mental, siguiendo la
escuela de los Annales. Permite prestar atención ante todo a los soportes y los
instrumentos materiales que se utilizan al escribir, y concebir a la escritura como
instrumento cultural, más que como representación de la lengua o como código
simbólico. Desde esta postura, las múltiples historias de la escritura se pueden explicar
en cierta medida por los cambios -algunos de ellos radicales, como los del códice al
libro y luego del libro a la pantalla (Chartier 1994)- que han sufrido los implementos y
los sistemas de escritura. La cultura material asociada con la escritura constituye una
primera condición para los usos sociales de la lengua escrita.

Si examinamos esta dimensión en las comunidades rurales indígenas, encontramos


circunstancias poco conducentes a la apropiación de la escritura. Existen restricciones
materiales fuertes: las condiciones climáticas y la precariedad de las construcciones
hacen sumamente difícil conservar textos escritos. A pesar de que una de las prácticas
constantes en las comunidades es la búsqueda de contenedores seguros -como cofres y
cajas, sobres y bolsas de plástico- para salvaguardar los documentos más importantes,
es posible imaginar lo que estas condiciones significan respecto a la legendaria función
de la escritura de preservar la memoria. De hecho, el desarrollo de la memoria oral en
estos pueblos puede verse como una respuesta a la imposibilidad material de confiar en
la durabilidad del registro escrito. A la vez, un sentido de economía acompaña el uso de
la escritura en estas comunidades, tanto en el cuidado y la distribución de los materiales
necesarios (papel, lápices), como en la asignación selectiva del trabajo de escribir a
determinadas personas de cada familia o comunidad.

Al utilizar esta perspectiva para aproximarnos a las comunidades indígenas, podemos


reconocer algunas de las limitaciones de pensar en la escritura como herramienta. La
pobreza económica de las comunidades se traduce, ciertamente, en una pobreza de
instrumentos materiales de la lectura y la escritura. Sin embargo, al examinar sólo la
dimensión material de una esfera cultural, se corre el riesgo de desconocer otras
dimensiones, expresadas en prácticas y concepciones propias de la localidad. Si bien en
muchas comunidades indígenas el trazo de la escritura es poco visible y nada duradero,
algunas bien pueden albergar un saber acumulado acerca del mundo escrito.

La escritura tiene un arraigo importante en la diversidad de instrumentos, materiales y


máquinas utilizadas para leer y escribir, sin embargo, no se puede reducir a ellas. Algo
podemos avanzar si llevamos la metáfora de una herramienta al plano simbólico, donde
se presta para considerar la relación entre la escritura, el conocimiento, y la producción
cultural. La noción de la escritura como una herramienta cultural puede incluir saberes
compartidos que subyacen a otras formas de expresión. Por ejemplo, en algunos lugares
se encuentran ciertos géneros que se desarrollan como tradiciones orales a partir de un
texto cuya lectura ya no se requiere. La reproducción oral de textos sagrados, versos y
cuentos (Cavignac 1998), así como la referencia cotidiana a ciertos preceptos legales y
morales, se sostiene sin la presencia del soporte material original. No es excepcional
encontrar este tipo de tradiciones en las comunidades indígenas de México
(Montemayor 1998).

Las limitaciones de la noción de herramienta cultural llevan a examinar una segunda


metáfora: la idea de la lectura y la escritura como prácticas culturales (Chartier 1995, de
Certeau 1996, 145-152). El cambio de foco nos lleva a observar cómo se encuentran las
prácticas escriturarias inmersas en diversas situaciones sociales. Numerosas acciones
cotidianas involucran la lengua escrita, ya sea como actividad presente o como referente
distante. De hecho, el recurso a la lengua escrita rara vez acontece sin alguna
interacción oral en torno al contenido o sentido de los textos leídos o escritos (Heath
1982). Las formas culturales que norman las situaciones y la interacción pueden influir
en las prácticas de lectura y escritura aun más que la tecnología utilizada.

Actualmente es claro que no hubo una secuencia fija de introducción de la escritura en


los diferentes dominios de vida o trabajo en la historia de las sociedades occidentales
(Graff 1987), ya que cada historia privilegió ciertos espacios, estratos y oficios como
escenarios de la alfabetización. Los contextos de apropiación de la escritura en los
pueblos indios también han sido diversos. Ciertamente, la escritura ha sido un hecho
ineludible en la esfera de contacto con las instituciones del gobierno que exigen la
producción y conservación de documentos. En cambio, no suele encontrarse un uso
doméstico de la escritura, como el registro de cuentas o la biografía personal, como se
ha descrito para el periodo premoderno en Europa (Burke y Porter 1987). En muchas
localidades, en cambio, la escritura ha entrado en apoyo a la música y el canto, o bien,
para la comunicación con los parientes que han migrado a otras partes del país o al
extranjero.

Las herramientas y prácticas culturales que expresan la apropiación de la escritura


pueden ser diferentes de un pueblo a otro, aun en la población rural indígena. En la zona
central de Tlaxcala, durante siglos ha sido importante el contexto jurídico, por los
documentos y testimonios necesarios para entablar demandas y juicios civiles (Sullivan
1987; Rockwell 1992, Hill and Hill 1986). En los pueblos indios de Chiapas, dos
contextos de apropiación que han destacado en décadas recientes son la lucha por la
tierra, con toda la secuela de trámites que ello ha requerido, y la vida religiosa, renovada
por las sectas protestantes y por la nueva evangelización católica (Viqueira 1995, Leyva
Solano 1995). En los dominios del litigio, la gestión y el ritual, entre otros, estos grupos
indígenas han adoptado o generado estrategias para utilizar la lengua escrita desde sus
propias perspectivas culturales. Ciertamente, la lengua escrita no existe en abstracto,
como herramienta que se puede utilizar en cualquier momento o para cualquier fin. Sólo
se le apropia como parte de una práctica cultural concreta, y difícilmente es transferida a
otros ámbitos.

Reflexiones finales

Esta revisión somera de algunas investigaciones sobre la historia de la escritura como


objeto cultural sugiere formas concretas de abordar el tema de la escritura en las
culturas indígenas de México.

Primero, es necesario reconstruir la historia de la apropiación de la escritura alfabética


(y la conservación o modificación de las diversas escrituras prehispánicas) por parte de
los pueblos indios, a lo largo de la colonización y formación nacional. Durante todo este
periodo, los pueblos entraron en contacto con la lengua escrita en una variedad de
contextos, incluyendo el administrativo, el religioso y el escolar. Al reconstruir este
proceso, es posible que descubramos que la escritura ha sido una constante de la historia
de los pueblos indios, no una novedad reciente.

Segundo, la apropiación de la escritura implica la transformación de este objeto cultural


y su adaptación a las disposiciones culturales propias de las comunidades indígenas. En
el proceso, influyen en la lengua escrita los usos sociales y las prácticas cotidianas, las
imitaciones y las resistencias culturales. Se ha sugerido que la adopción de la escritura
alfabética en determinados dominios puede influir en las pautas locales de
comunicación y percepción (Olson 1994). No obstante, también es claro que las
prácticas de escritura sufren cambios significativos dentro de cada contexto cultural.

Tercero, es necesario situar las múltiples historias de la escritura dentro de un panorama


más amplio de las historias de la representación. Esto incluye tanto los diversos géneros
orales, particularmente aquellos cuyas raíces se encuentran en el mundo colonial (la
expresión musical, teatral y plástica) y los medios electrónicos, como el video y audio
grabación, de reciente adopción en muchas comunidades indígenas.
El reconocimiento de la diversidad de prácticas culturales que involucran a la escritura
puede enriquecer la teoría sociolingüística, y además abonar una mejor comprensión de
las vías de socialización de los saberes asociados a estas prácticas.

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