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La Eutanasia

En el tema de la eutanasia, la cuestión central es dilucidar si al médico le estaría moralmente


permitido causar la muerte de un enfermo en forma prematura o dejar que se produzca o, incluso,
si sería obligatorio hacerlo en ciertas circunstancias, y, por consiguiente, si también debería estar
jurídicamente permitida o ser impuesta. En la mayor parte de los países, la eutanasia no está
legalmente autorizada y no deja de ser un dato digno de atención que, hasta ahora, la mayoría de
las asociaciones médicas se han pronunciado en contra de ella. La legitimidad o ilegitimidad moral
de la eutanasia ha sido largamente debatida por filósofos, teólogos, eticistas y médicos, y sigue
siéndolo hoy en día. La posición de las personas respecto a la eutanasia está muy marcada por las
tradiciones morales. Se muestran en la Tabla 2 Corrientes filosóficas que se sitúan fuera de las
tradiciones religiosas, tienen un punto de vista favorable a la eutanasia, poniendo el acento sea en
evitar el sufrimiento o en la autonomía de las personas. En segundo lugar, y por varias razones,
para los médicos, el tema de la eutanasia es más delicado y sensible que para quienes no lo son.
Una primera razón es que para los médicos la eutanasia ha estado explícitamente prohibida
conforme a la tradición hipocrática de más de dos milenios: «No daré a nadie aunque me lo pida
ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia». Esta sentencia está ligada al principio
bioético contemporáneo de no-maleficencia.

Una segunda razón, es que una cosa es pronunciarse en abstracto sobre la eutanasia y, otra, tener
que aplicarla en la vida real. Son los médicos y no los filósofos o bioeticistas los llamados a llevar a
cabo la eutanasia en situaciones concretas, con la consiguiente carga moral, psicológica y
emocional que ello significa. Parece duro y agraviante para la medicina visualizar un médico que,
intencionadamente, da término a la vida de otra persona, porque aparece contradictorio con su
propósito más esencial que es precisamente la preservación de la vida humana. Al respecto, se ha
argumentado que, en conformidad con el principio de beneficencia, también es un objetivo de la
medicina evitar el sufrimiento en enfermos irrecuperables, por ejemplo, a través de la eutanasia.
Sin embargo, la medicina dispone de recursos terapéuticos poderosos que permiten aliviar los
dolores y angustias de los enfermos terminales, sin necesidad de transgredir su propósito central.
Podrán haber excepciones, pero en la práctica, es difícil imaginar una situación clínica en que el
médico no pueda hacer nada por aliviar a un paciente de sus sufrimientos, que no sea
provocándole la muerte. Una tercera razón es que el médico ha sido formado y entrenado para
salvar vidas y no para darles término. Por eso le es difícil aceptar que el alivio del sufrimiento se
tenga que lograr a costa de dar término intencionado a la vida de una persona; nos parece que
esto es lo que marca exactamente el límite de lo que el médico puede legítimamente hacer para
evitar el sufrimiento de un enfermo. 3. El principio bioético de no-maleficencia es un principio
moral negativo que dice lo que no podemos ni debemos hacer, por ejemplo no matar, en tanto
que la beneficencia es un principio moral positivo: dice lo que se debe hacer, por ejemplo, ayudar
al prójimo. El principio de beneficencia no puede especificar a cuánta beneficencia estamos
obligados, lo que dependerá de la generosidad o virtud de cada cual. Es claro que no matar debe
ser de cumplimiento obligado para todos y no puede quedar sujeto a la generosidad de las
personas, en tanto que ésta no es exigible a todos por igual y en todas las circunstancias. Sin
embargo, pienso que el médico en el ejercicio de su rol, y a diferencia de los que no como acto
humano, el suicidio de una persona, asistido por el médico me produce la impresión de que es una
manera hipócrita de eutanasia activa: aunque no es el médico quien directamente pone término a
la vida del paciente, es cómplice directo de su muerte al proporcionarle, en su rol de médico y
utilizando sus conocimientos técnicos, los medios eficaces para su autoeliminación. Al modo de
Pilatos se lava las manos, pero la intención moral es lo que definitivamente importa, por lo que en
estos casos, el médico es tanto o más responsable de la muerte de la persona que el propio
enfermo que comete suicidio. El suicidio es un acto privado ligado al principio de la autonomía, del
cual responde moralmente la persona que se suicida, en tanto que administrar los medios para
que una persona se suicide es un acto ligado al principio de la no maleficencia, que nos prohíbe
provocar daño intencionado, en este caso el daño vital máximo: ayudar eficazmente a terminar
con la vida de una persona. Por mucho que se argumente en contrario, es difícil aceptar que
provocar la muerte de un sujeto sea un acto de beneficencia. Me parece incongruente la posición
de quienes no aceptan la eutanasia activa y, en cambio, favorecen el suicidio asistido por el
médico, ya que ambos actos comparten el mismo propósito y vulneran el principio de no-
maleficencia. En el caso del enfermo terminal, el deber ético de no abandono de un enfermo, es
ayudarlo a sobrellevar sus sufrimientos hasta el fin de su vida. El médico dispone de muchos
recursos para aliviar los dolores y angustias de los enfermos, sin necesidad de provocarle la
muerte en forma intencionada, sea directa o indirectamente. Finalmente, quiero decir que el
deseo de morir que expresan los enfermos y los ancianos, no pocas veces esconde un mensaje al
mismo tiempo de reproche y de petición de ayuda, como el siguiente: «considerando el abandono
en que me encuentro, la falta de preocupación y atención que se me brinda, es mejor que me
muera». Esto es particularmente cierto para los enfermos y ancianos más modestos que carecen
de los recursos económicos necesarios para que se le brinde una atención que les permita
sobrellevar con mínima dignidad sus dolencias. El cuidado del enfermo terminal y de los ancianos,
es sumamente, compleRev Méd Chile 2005; 133: 371-375 E T I C A M É D I C A 375 jo y de un alto
costo económico y emocional. Es un deber de la sociedad implementar los mecanismos que
posibiliten una atención de salud oportuna y eficaz, como ser la promoción de un servicio social
eficiente, la instalación de unidades de cuidados paliativos en los centros asistenciales, la atención
multiprofesional y la extensión de los cuidados paliativos al hogar, que les permita a los enfermos
y ancianos desvalidos morir en paz rodeados de sus familiares. Estas medidas de apoyo social y
humano y el uso de recursos terapéuticos proporcionados a la condición de los pacientes,
evitando el empleo de métodos extraordinarios de tratamiento en pacientes con enfermedades
irreversibles, parecen ser más humanas y éticamente aceptables que la eutanasia activa y su
variante, el suicidio médicamente asistido. A mi juicio, aceptar la eutanasia activa significaría para
la medicina un retroceso ético de 2.500 años. Según la antropóloga Margaret Mead, el Juramento
Hipocrático es un documento revolucionario no sólo para la medicina sino también para la historia
de la cultura humana, al separar para el médico, por primera vez, el poder de curar del poder de
matar que ostentaban los hechiceros.
Eutanasia: argumentos no religiosos en contra

– Al aceptar la eutanasia se acepta que algunas vidas son menos valiosas que otras.

– Podría no estar en el mejor interés de un paciente. – Afecta los derechos de otras personas no
sólo los del paciente.

– Un cuidado paliativo adecuado la hace innecesaria.

– Permitirla conducirá a un cuidado menos riguroso para el enfermo terminal.

– Expone a personas vulnerables a presiones para dar término a su vida.

– Es el comienzo de una pendiente resbaladiza que favorece eventuales abusos.

– Da mucho poder a los médicos. – No hay una manera de regularla adecuadamente.

Eutanasia: argumentos a favor

– Las personas tienen derecho a decidir cuándo y cómo morir.

– Es cruel e inhumano negar a alguien morir cuando está sufriendo de modo intolerable.

– La muerte no es una cosa mala, de modo que adelantarla no es malo.

– Debe permitirse cuando está en el mejor interés de todos los involucrados y no viola los
derechos de nadie.

– Puede proporcionar un modo costo-efectivo de atender personas que están muriendo.

– De todos modos ocurre en la práctica, de modo que es preferible que esté regulada.

Dr. Alejandro Goic G2.

Rev Méd Chile 2005;

https://scielo.conicyt.cl/pdf/rmc/v133n3/art14.pdf

La Pena De Muerte

Clemente alejandrino es el primer autor cristiano que justifica el sistema penal con argumentos
racionales. Presenta a Moisés como el mejor legislador y muestra los castigos de la Ley mosaica
como medios que orientan a la virtud. Hace el elogio de la Ley en implícita alusión a Marción,
quien rechazaba al Dios Creador, Justo y Legislador: «Que nadie insulte a la ley como inepta y
malvada solo a causa de los castigos que inflije». Explica el sistema penal desde la imagen médica:
un delicuente es como una extremidad infectada que contamina el cuerpo social. Concibe el fin
primario de la ley penal como reforma del delincuente, sin embargo, cuando se piensa que el
mismo se vuelve irreformable, justifica la pena de muerte como liberación de futuros males para
la sociedad1 . Al tratar sobre los premios y castigos en la pedagogía del Logos relaciona la terapia
de la mutilación con la moral expresándose así: «La reprensión es semejante a una operación
quirúrgica realizada en las pasiones del alma. Las pasiones son la úlcera de la verdad y deben
eliminarse dividiéndolas por la amputación»2 . Resulta interesante destacar que, ya antes de
Clemente, la equiparación de la administración de justicia con la medicina se remonta a Platón, el
cual considera al delincuente como un enfermo incurable que amenaza al cuerpo social3 . Esta
teoría hace escuela y entra en el medioevo. Por otra parte hay autores apologistas, que aún sin
hablar de la ilegitimidad de la pena capital, dicen que los cristianos se hacen culpables cuando
miran una ejecución aunque fuese decretada por la ley4 . Cipriano con ironía dice: «Al homicidio
se lo considera un crimen cuando se comete privadamente, más se lo llama virtud cuando se
ejecuta en nombre del Estado»5 . Los autores africanos anteriores a Constantino se muestran
partidarios de la no-violencia y presentan la objeción de conciencia para participar en el ejército.
Ellos consideran al cristiano como miles Christi y la vida cristiana como la única milicia válida.
Contra la pena de muerte, siendo severo con los soldados que cumplen la orden de matar y con
los jueces que aplican la pena capital Este testimonio de la disciplina de la Iglesia primitiva, aun
cuando no explica los motivos de fe que van contra la pena muerte, apunta con sus disposiciones a
eliminar situaciones de vida que desdigan de la vida cristiana. El que tenga el poder de la espada o
el magistrado si no renuncia se lo considera como no dispuesto a conformar su conducta con el
Evangelio y por esa razón se lo aleja de la instrucción prebautismal. En esta misma línea Tertuliano
tiene una postura muy clara cuando dice que si alguien quiere servir a Dios en los puestos de
poder como lo hicieron el patriarca José en Egipto y el profeta Daniel en Babilonia «no debe juzgar
sobre la cabeza de nadie»6 . El autor más interesante con su postura contraria a la pena de muerte
es el africano Lactancio. Vivió al final de las persecuciones y a inicios de la libertad de culto. Es
estudiado como el mejor teórico de la no-violencia7 . Rechaza la pena de muerte de modo
absoluto. En temas de moral trata sobre los placeres de los sentidos, especialmente de la vista, y
de modo particular sobre la participación en los espectáculos. Reconoce en los filósofos la
presentación correcta de este placer, pero a su vez los critica por no haber rechazado los
espectáculos donde se mata a hombres, aún cuando se trate de condenados justamente Dentro
del catálogo de pecados que prohíbe el mandamiento «no matar», Lactancio incluye acusar a
alguien de pena capital. El rechazo de la pena de muerte no es algo aislado sino que se encuentra
en íntima relación con el rechazo de la participación en el ejército, en los espectáculos violentos y
obscenos. El motivo principal radica en su concepción del hombre como un animal sacrosanctum,
que se puede traducir como un ser sagrado e inviolable10. Por eso la pena de muerte para este
autor además de ser siempre un crimen (semper nefas) es siempre un sacrilegio. Y para este
Cicerón cristiano, como lo llamaban los humanistas del siglo XV y XVI, el sentido de la humanitas lo
coloca en una posición enfrentada a la pena capital. Lo contrario sería canino modo vivere. La
humanitas junto con la aequalitas y la innocentia son para él las grandes virtudes sociales. De él se
dice que es el autor que describe mejor en el plano filosófico y sin invocar el Evangelio las
actitudes que convienen al hombre en el seno de la comunidad humana.

Hernán Giudice Teología y Vida, Vol. LII (2011)

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