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Mamut Eliot patalea en la falsa negrura de la noche

Esta es mi última carta, la escribo sobre el capó de este volkswagen blanco al que llamé “perro
tiburón” un día lluvioso.

Hace tiempo dejaron de pasar buenas películas en la tele y la gente suele divertirse con lo que
creen que puede ser su cadáver, por eso trato de escribir esta carta con los ojos de zorro en medio
de la calle.

Quizá alguna vez podamos arreglar todo, te dije un día, pero me preocupa que aún lleves esa ropa
incompetente que compras a los chinos, la misma que usabas cuando te dio ese ataque de locura,
apropiadamente tuyo.

Francamente ya sabes lo que es ser mirado por el ojo de la cerradura. Me pregunto si aún tienes
esa perrita que cumple años cada “blanca navidad”; me muero de ganas por verla, las
recompensas de la memoria son pocas y hoy no significa nada llevar un sombrero de copa. Me
pregunto si algún día volverás a mirar esas caricaturas del Oso Yogui, dicho sea de paso, nunca
entendí cómo podía ponerse una corbata de moño con esas garras, pienso en ello mientras
empujo este lento barco hacia tu culpa donde siempre serás la equivocada.

Hubo un tiempo en que tuve miedo a las preguntas del mecánico cuando me estaba quedando sin
dinero, y como ahora, también lamía la tinta de tus manos ansioso por cuchichear novedades
sobre tus pechos. ¿Qué quiere decir todo esto? Francamente nada, no estamos hechos a prueba
de ruido, pero ya sabes que a mi esas cosas no me interesan, un día el sabor raro de tu boca
volverá a llamarme, junto con todas esas cosas de ti “que no se ha comido el aire”.

Divago nuevamente y me pregunto: ¿cómo puedo recordar tus piernas de tres cuartas y media
después de tanta felonía? La culpa la tienen los sentimientos: la facilidad con que reverberan en el
cerebro las influencias mutuas; las células que se mantienen juntas con la esperanza de volver
ensamblar partes del mecanismo vital roto. Somos seres sintientes y refinados, dijo alguien,
esclavos de la alegría y de la pena.

No hay tiempo para las respuestas; sólo escorpiones que suministran negrura a tu mente. Me
pregunto si la calidad de los electrodomésticos hace que una familia permanezca unida, sin
derrames cerebrales, sin delirios de ancianas cretinas, sin usar el pasado como soborno, solo
entretenidos, deseando viajar mientras pasamos el tiempo matando sapos: el mismo hombre de
los libros, la misma mujer con su vestido blanco de la suerte. La hija y el padre pateando el culo a
una gallina amarilla confundida con el sol. Mi hija sin padre y sin gallina, solo escorpiones
suministrando negrura a la mente.

¿Qué quiere decir todo esto? Francamente nada, sólo que me parece increíble cómo el Oso Yogui
puede ponerse una corbata de moño con esas garras.

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