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COMPENDIO DE

LEYENDAS
LUDOVICENCES
JOSÉ GUILLERMO LINARES GARCÍA
La Dama de Azul
Muchos años antes de que se estableciera la fábrica de vinos Rafael
Gamba e Hijos, en el lugar existió la casa de un matrimonio
acomodado, cuya única hija siendo aún muy joven había quedado
embarazada, fruto de una relación con un trabajador de su padre.
Unas versiones afirman que, por miedo al escándalo, la mujer fue
escondida en unos antiguos túneles que había en la casa, mismos
donde más tarde se montaron las cavas de vino. Otros cuentan que
en realidad a quien encerraron en castigo fue al novio y que murió
al interior de un túnel.
De la joven y su bebé se cuenta que murieron en el túnel durante el
encierro, pero también se dice que el bebé fue dado en adopción y
la joven madre, al verse desdichada sin sus dos amores, murió de
depresión. Desde entonces su espíritu vaga en los túneles, la fábrica
y sus alrededores. Quienes le han visto, dicen que se manifiesta en
medio de un resplandor azul.
El Puente de la Calle Mina
Durante la Rebelión Cristera y la época del agrarismo, era común
ver en las calles del centro de San Luis gente muerta. Una tarde de
otoño de 1928, Mónico y su esposa Martina se dirigían a las
Adjuntas del Bozo después de haber comprado su mandado.
Al atravesar el puente de Mina, vieron varios colgados en el árbol
de junto, y no pudiendo hacer más por ellos, se dispusieron a rezar
en voz baja por su eterno descanso.
Muchos años después, en época de otoño, al atravesar el mismo
puente, los esposos escucharon claramente el crujir de las ramas
del árbol, cosa curiosa pues no había viento ni cosa alguna que las
moviera.
Nada en esta vida es casualidad, un día, Mónico y Martina tuvieron
que migrar del rancho a San Luis junto con sus hijos, llegando a vivir
al Barrio de La Banda, donde se enteraron por sus vecinos que en el
puente de Mina tenían lugar macabras apariciones de gente muerta
e incluso, terroríficos espectros colgados del árbol.
La Taconuda
Hace muchos años vivió en el barrio de La Banda la viuda Eduviges
con su padre alcohólico y su hijo de corta edad. Para sostener el
hogar, la mujer se dedicaba a la prostitución a escondidas de su
papá, quien luego de un tiempo recibió varios rumores del oficio de
su hija, los cuales lo hicieron sentirse avergonzado.
Una noche, enloquecido por el alcohol, el señor tomó un machete,
salió a la calle a buscar a Eduviges, y justo en la esquina de Velazco
y Cuauhtémoc, ambos se toparon de frente, entonces el hombre la
hirió de muerte cobardemente cercenando una de sus piernas.
Desde entonces, el fantasma de Eduviges recorre por las noches la
calle de Cuauhtémoc haciendo un singular y macabro sonido de una
sola pisada de un solo tacón. Al llegar a la esquina con Velazco,
lanza un fuerte grito para desaparecer al instante.
El padre sin cabeza
Una tarde de 1927, en plena Guerra Cristera, un grupo de soldados
federales llevaba a gritos y empujones por las calles de San Luis a
un hombre que aparentaba ser sacerdote, lo condujeron al templo
de Señor Ecce Homo y ahí lo interrogaron.
Testigos que estaban escondidos aseguraron que los federales
subieron con el sacerdote al campanario, lo arrodillaron y después
de que les diera la bendición, le cortaron la cabeza, la cual cayó al
atrio, quedando su cuerpo en el campanario. A la mañana
siguiente, unas personas recogieron los despojos del padre para
sepultarlos en lugar desconocido.
Se dice que por las noches se ve en la torre de Señor Ecce Homo la
silueta de un hombre decapitado, que se oye que las campanas se
tocan solas y además, se ha visto rondar a dentro del templo a un
triste soldado, el cual reza y porta un cirio muy apestoso.
Los fantasmas de la Pila Nueva
En 1767 los sacerdotes jesuitas fueron expulsados de todos los
territorios pertenecientes a España, incluyendo Nueva España y por
ende, San Luis de la Paz. Fue tanto el cariño de los chichimecas y
demás habitantes del pueblo hacia los padres jesuitas, que apenas
supieron de la expulsión, trataron de impedirlo con su propia vida.
Después de unos días de intensa resistencia, el ejército realista
logró su cometido y con apoyo de muchos hombres de los
alrededores pudieron sacar a los jesuitas de San Luis.
En dichos eventos se suscitaron muchas muertes, incluyendo según
leyendas, un enfrentamiento en lo que hoy es la Pila Nueva, donde
corrió mucha sangre de ludovicences sublevados. Hasta la fecha no
dejan de manifestarse por las noches en dicho lugar figuras
siniestras, lamentos escalofriantes y galopes de caballos.
Los huapangueros
En la Calle de la Muerte (hoy, calle de Zaragoza) vivió un joven que
trabajó en la hacienda de San José. Para entonces había muy pocas
casitas cerca, entre ellas la de una muchacha muy guapa y risueña
de la que el joven se enamoró. Para declararle su amor, el
muchacho le pagó a unos huapangueros para llevarle gallo, sin
embargo, un día antes de la serenata, los músicos fueron a Pozos a
tocar en un velorio, y de regreso a San Luis, fueron asaltados y
acuchillados, muriendo en el acto.
Al caer la noche, el muchacho esperaba a los trovadores, los cuales
misteriosamente acudieron a la cita y tocaron bellamente para la
joven. A la mañana siguiente, el muchacho fue a la parroquia a
buscar un padre que lo acompañara a pedir la mano de su amada,
topándose con el funeral de lo músicos. Por las noches aún suelen
oírse en las calles las canciones de esos huapangueros difuntos.
Uricuné
Carángano, importante guerrero chichimeca, en unión con la bella
Umaniré habitaron una zona del Cerro del Águila llamada
Emboringá y concibieron una hija llamada Uricuné.
Uricué tenía prohibido salir de Emboringá, pues había presagios del
hombre blanco que llegaría y dejaría muerte a su paso, sin
embargo, al cumplir 15 años de edad conoció a un muchacho de
nombre Egumhupá, del cual se enamoró, sólo que el amor entre
ambos jóvenes estaba marcado por la tragedia, pues eran
hermanos y no lo sabían.
Una noche, Uricuné escapó de su casa y fue en búsqueda de
Egumhupá. Caminando por el lomerío salió a su paso una enorme
serpiente del suelo y la devoró. Al momento, la tierra se partió
formando un manantial con lágrimas de la montaña, y su madre, al
saberla muerta, gritaba de dolor: ¡Quijay! ¡Quijay!
Se encontró el dinero
Muy cerca de La Virgencita, sobre la calle de Morelos, se cuenta
que vivía una muchacha y su familia en una casa ya muy vieja. En
cierta ocasión, al estar durmiendo, la joven sintió que la
descobijaban, y creyendo que se trataba de una broma, acusó a sus
hermanos con sus papás. Días después, al tener la misma
experiencia, la muchacha se dio cuenta de que se trataba de un
fantasma, mismo que le prometió darle un tesoro que estaba
enterrado en esa casa, a cambio de ir por el a media noche juntos,
además de mandarle decir misas y rosarios por su eterno descanso
y dejar parte del tesoro en el templo de La Virgencita.
La muchacha no quiso el tesoro y el fantasma no accedió a dárselo
a alguien más. La muchacha se casó y el fantasma la siguió hasta su
nueva casa pero el marido, al decirle de maldiciones lo ahuyentó.
Finalmente, un nieto de la mujer fue quien sacó el dinero.
La Mona de La Alameda
Por la época del porfiriato llegó a la ciudad una adinerada familia,
cuya integrante menor era una señorita muy bella. Dicha joven
acostumbraba salir hermosamente vestida, “muy mona” a pasear
por la alameda y sentarse junto a la escultura de Polimnia a leer en
compañía de sus chaperonas. Una tarde, se vio distraída su lectura
por un joven trabajador de la hacienda de Ojo de Agua quien no le
quitaba la mirada de encima.
En complicidad con sus acompañantes, los jóvenes platicaban y
paseaban, pero su romance no duraría, pues al enterarse los padres
de la muchacha, buscaron al joven para darle mucho dinero a
cambio de que no se volvieran a ver. El joven se fue de San Luis y
abandonó a la muchacha, quien se hundió en una profunda
depresión hasta quitarse la vida. Cuentan que su espíritu vaga por la
alameda en busca de su amor, y que incluso, ha poseído a escultura
de Polimnia, espantando así a los hombres malvivientes.
Enterrado con sus dioses
Corría la época de conquista y varias tribus chichimecas se
organizaban para hacer frente a los hombres blancos sedientos de
sangre y riquezas. Temiendo que se destruyera lo más sagrado para
los nativos, sus dioses, decidieron reunirse los ancianos para
acordar cómo iban a proceder ante los embates del enemigo.
Los dioses eran su contacto más íntimo con la naturaleza, pues a
través de ellos pedían por el buen temporal para que no se
acabaran las tunas, garambullos, borrachitas, pitayas y animales
silvestres.
Se llegó a la conclusión de ocultar sus dioses en un cerro sagrado,
muy probablemente en el Cerro del Águila, donde excavaron un
profundo túnel en cuyo fondo depositarían sus imágenes. El
momento de sellar el túnel llegó al fin y el anciano de mayor edad
pidió ser sepultado con sus dioses, pues no quería dejarlos solos.
La llorona (de San Luis de la Paz)
La primera incursión de españoles y sus aliados estuvo llena de paz, pues
los chichimecas huyeron a la sierra, pero pasando el tiempo, regresaron y
arrasaron con voracidad en venganza por la invasión. Nuevamente el
conquistador reconstruyó el pueblo, y ante el segundo azote de
chichimecas, el español salió vencedor.
Rutzáa Hutríi Manníi, hermosa chichimeca, fue capturada y obligada a
casarse con el Alférez Real. Al cabo de 4 años procrearon 2 hijos, pero eso
no le devolvía la alegría a Rutzáa, que se consumía en amargura y tristeza
añorando su libertad. Una noche, salió con sus hijos a caminar y de
pronto… apareció en su casa sin sus hijos… como si se hubiese tratado de
hipnosis o un sueño.
Enfurecido por no encontrar a los niños, el Alférez azotó a su esposa hasta
dejarla sin vida. De pronto, una figura vaporosa y fluida se desprendió del
cuerpo de Rutzáa, al tiempo que el Alférez se desplomó en el suelo. Desde
entonces, este espíritu ronda las calles de San Luis y sus alrededores en
búsqueda de sus lindos hijos, gritando en perfecto español: ¡Ay mis hijos!
La Misteriosa Dama (Matlazihuatl)
Hace muchos años no había policías en San Luis, así que los hombres
del pueblo se turnaban para cuidar las calles de noche. En una ocasión,
muy de madrugada, dos compadres cuidaban del Jardín Principal
desde el atrio de la Parroquia, y mientras fumaban vieron pasar frente
a ellos una mujer muy esbelta, de vestido blanco y cuyo rostro no
pudieron ver.
Al gritarle que se detuviera para interrogarla del por qué andaba a
deshoras en la calle, ella los ignoró y continuó su camino por la calle 5
de Mayo rumbo a la alameda. Uno de los compadres la siguió, pero
cual sería su sorpresa que, al llegar hasta El Chorrito, la mujer por fin
se detuvo, se volteó hacia el y pudo observar su rostro de caballo con
ojos rojos ardientes, que emitía relinchidos diabólicos. Se dice que fue
una mujer indígena que al desobedecer a sus dioses, éstos la
maldijeron con ese rostro espeluznante y está condenada a perseguir
hombres mujeriegos y borrachos.
La Misa Macabra
Basada en hechos reales. Corría el invierno de 1796, cuando hubo
una denuncia anónima de los siguientes hechos espeluznantes: Un
grupo de nativos se reúne a media noche en la Capilla de San
Luisito, el mayordomo de dicha capilla se reviste como sacerdote,
les predica al resto, le lavan pies, manos y cara y esa agua se la
beben con yerbajos alucinógenos. Posteriormente sacan cargado en
hombros al mayordomo y recorren en procesión el pueblo. Pasan al
camposanto (no se sabe dónde) y de ahí a la capilla del Calvario
(desaparecida), donde bailan unos muñecos que llaman Santa
Muerte y le piden favores como que se mueran personas o que
gane el que ellos quieren de líder indígena, azotan cruces al revés
con velas negras y sepultan en sus casas cabezas de perro en las
esquinas, dan de beber a sus enfermos sapo cocido con leche y
todos los ritos y procesiones terminan en la Capilla de La Soledad
(hoy, Parroquia de La Virgencita).
El Señor Ecce Homo
A pesar de que se conoce el origen de esta imagen, traída por los
jesuitas desde un taller de escultura en la Ciudad de México en
1701, se encuentra rodeada de varias leyendas como la siguiente:
Donde hoy se encuentra el Templo de Señor Ecce Homo
antiguamente vivía una viejita que vendía carbón para sostenerse.
Una tarde, dos extraños hombres irrumpieron en su casa para
encargarle un gran cajón de madera, comprometiéndose a regresar
pronto por él. Más por miedo que por respeto, la carbonera no
quiso investigar qué contenía el cajón y accedió a guardarlo.
Pasaron días, semanas y meses y los hombres jamás recogieron su
encargo. Llena de intriga y preocupación, la mujer se decidió a abrir
el cajón, y cuál sería su sorpresa al encontrar la imagen de un Santo
Cristo. Al morir la mujer, en su casa se edificó un templo para el
Ecce Homo.
El Nahual (de San Luis de la Paz)
En los inicios de San Luis de la Paz vivía a las orillas del camino a Xichú
de Indios (hoy, Victoria, Gto.) Don Rodrigo Martín “de la Cruz Negra”,
un extraño hombre que no gustaba de convivir con nadie, y que con
una permanente mueca de tristeza merodeaba las muy recientemente
trazadas calles del pueblo. Toda su familia había muerto ya, estaba
completamente solo.
La gente le temía porque era bien sabido que por las noches,
pronunciando unas palabras en una lengua extraña, se convertía en un
animal negro, muy similar a un perro, esto para cometer diversas
fechorías como el robo de granos, gallinas, cabras y borregas, o bien,
para asustar a los arrieros del Camino Real. Por mucho tiempo, las
autoridades trataron de perseguir sus delitos sin éxito alguno. Lo
último que se supo de este nahual fue que escapó a la sierra, donde,
se dice, aún sigue viviendo gracias a poderes sobrenaturales y continúa
haciendo de las suyas.
Las Brujas (de San Luis de la Paz)
A principios del siglo XVII era muy mentada entre los nativos la
bruja chichimeca del Embonan Dehée (Cerro Grande), pues era
cruel y atrevida. Por ese entonces estuvo de apoyo un sacerdote
misionero que se hospedó en la Hacienda de San Isidro. Una noche,
vio volar una bola de fuego, la cual bajó cerca de la entrada.
Por curiosidad, salió a su encuentro y con un escalofrío que penetró
en sus huesos atestiguó como de dicho espectro de fuego salían
risas burlonas. Petrificado, fue conducido por el fuego entre
arbustos y nopales, rasgando sus vestiduras. En un intento por
zafarse del embrujo, pronunció un Ave María que hizo que la bola
cayera al suelo y se apagara, dejando ver una horrible anciana y sin
más, el padre se desmayó. Al día siguiente partió del pueblo,
asustado y con muchas preguntas acerca de los seres demoniacos
que gozan de sus actos malvados como desorientar a la gente.
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