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2 incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.
Permíteme aclarar algunas cosas. No asistí a la boda con la intención
de bailar con el padrino, desafiarlo a mostrarme una foto muy sexy en su
teléfono, o besarlo accidentalmente en el ascensor del hotel luego de que la
recepción acabara.

PERO YA SABES CÓMO SUCEDE ESTO. LAS COSAS SIMPLEMENTE


PASAN EN LAS BODAS…
Al día siguiente, Crosby y yo acordamos dejar todas esas travesuras
detrás. El jugador estelar de béisbol amante de la diversión y estúpidamente
guapo puede que sea el mejor amigo de mi hermano, pero también es mi
amigo y lo ha sido durante años, así que es fácil seguir adelante,
especialmente porque tengo un negocio de notoriedad que dirigir.
3
Pero ya que está recientemente soltero y yo soy una eterna soltera,
resulta que ambos necesitamos desesperadamente un acompañante.
Acordamos “salir públicamente” por las siguientes dos semanas de galas,
fiestas y eventos antes de que su temporada de béisbol comience.

Rules of Love #1
SINOPSIS 12 26
ÍNDICE 13 27
PRÓLOGO 14 28
1 15 29
2 16 30
3 17 31
4 18 32
4
5 19 EPÍLOGO
6 20 EPÍLOGO
7 21 OTRO EPÍLOGO
8 22 PRÓXIMO LIBRO
9 23 SOBRE LA
10 24 AUTORA
11 25 CRÉDITOS
Nadia
U
na mujer necesita tres cosas en su bolso cuando sale con sus
amigos por la noche: pañuelos de papel, lápiz labial y una
multiherramienta Leatherman.
Lo ideal para abrir la cerradura de la puerta de un baño si, por
ejemplo, tu mejor amiga se queda atrapada en el baño de mujeres en el hotel
The Extravagant justo antes del concierto con entradas agotadas que están
allí para ver.

5 ¿Quién solo necesitó cuarenta y cinco segundos y esa navaja suiza


para leñadores para hacer aparecer a Scarlett a tiempo para la canción de
apertura?
Esta chica.
Pero cuando llega la mañana, es hora de cambiar el arsenal de bolsos.
Porque durante el día, toda mujer de negocios ruda debe tener tres
armas a su disposición cuando entra en la sala de juntas.
Nada de lápiz labial. Por favor, el brillo labial funciona bien de nueve
a cinco.
Definitivamente nada de pañuelos, porque nunca dejo que un socio
comercial me vea llorar.
Y guarda al Leatherman, porque el ingenio importa más a la luz del
día.
Lo que hay en mi bolso cuando me encuentro con los hombres es esto:
mis ovarios de acero, mi mejor cara de póquer y un mantra que ni te cuento
para navegar en cualquier sala de conferencias o estadio deportivo donde
soy la única que no hace pis de pie.
No tengo miedo de hablar.
No dudo ni un poco en usar mi voz.
Mi padre me infundió una confianza altísima, ya sea en la escuela, en
la vida o en dirigir el equipo de fútbol que me dio antes de morir hace un
año.
Me preparó para llenar sus grandes zapatos desde que aprendí a
caminar, desde que aprendí a hablar, desde que pude bajar a toda velocidad
por la calle en mi bicicleta como la niña salvaje que era. ¡Mira, mamá, sin
manos! Esa era yo.
Me enseñó a ser la que pide y mi objetivo es recibir.
Te diré cuando tienes la bragueta abierta, cuando me has molestado
y cuando me has alegrado el día con tu genialidad.
Seré tu mayor campeona y también seré quien te avise cuando hayas
pisado el barro.
Así soy en los negocios y en la amistad.
Pero existe otro lado en cada mujer.

6 El lado secreto.
Tengo el mío. Oh, diablos, vaya si lo tengo. Tengo un cajón lleno de
información clasificada sobre moi.
Y cuando se trata de citas, emparejamiento y otras formas de
asociación, rara vez comparto información secreta. Primera cita, segunda
cita, no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve una tercera, nunca he
sido de las que derraman información privilegiada sobre el corazón, la mente
y el cuerpo de Nadia Harlowe.
Y así ha sido. Hasta la boda de mi hermano, cuando pedí ver la foto
del pene del padrino.
Con eso, mi secreto comienza a desvelarse, y una vez que lo hace, no
hay forma de volver a esconderlo.
Crosby

E
s oficial.
Soy radioactivo.
Los fiascos de mi relación se han vuelto tan malos que
pertenecen a una lista de los cinco mejores de BuzzFeed. De
hecho, tengo suerte de que ningún sabio haya hecho uno.
Enfrentado con la factura final de mi abogado, miro detenidamente
los resultados de mi último fracaso en el grupo de las citas. Mi prima Rachel
7 me presentó a Daria, una oradora motivacional que estuvo muy motivada
en vender una foto picante de mi parte favorita del cuerpo a una publicación
sórdida.
Bien, bien. No debería haberle enviado a Daria la foto sucia en primer
lugar, pero deberías haber visto la que ella me envió.
Junto con un desafío: La pelota está en tu cancha.
Y mis pelotas casi terminan en la corte como evidencia de su crimen.
Eso fue divertido.
Y costoso. Desde mi cómodo sofá, presiono enviar el pago a Bentley &
Cohen Partners y suspiro.
—Buen viaje, Daria —murmuro. Terminé esa aventura hace meses,
pero los restos tardaron todo este tiempo en limpiarse.
Rachel se culpa a sí misma por la debacle de Daria, y ha estado
enviando mensajes de texto a diario para preguntar cómo estoy o para
enviarme una foto de sus gatitos persiguiendo sus colas, o para reenviarme
una columna particularmente ingeniosa de mi sitio favorito de sátira
política.
Pero piensa que una nueva mujer compensará que la última fuera un
huevo podrido.
¿Qué tal Rosemary, la maestra de escuela? ¿Y Marisa, la dueña de la
boutique?
Y este último que acaba de llegar:
Rachel: ¿Puedo hacerte una cita con mi fabulosa amiga Sasha? ¡Ella
es enfermera! Le encanta el béisbol, rescatar animales y hacer caminatas en
Muir Woods, al igual que a ti. Además, es un amor.
Ha incluido una foto de su amiga, una hermosa pelirroja sonriendo en
la cima de una montaña que acaba de escalar, pero ni siquiera estoy
tentado.
De acuerdo, estoy un poco tentado. No estoy hecho de hierro, y la
compañera de senderismo de Rachel está muy caliente.
Pero estoy pasando una hoja nueva.
Me pongo de pie, agarro mis llaves y respondo mientras salgo a Pacific
Heights.
Crosby: Te quiero, Rach, pero me voy a la banca. Estoy fuera de la
8 carrera por citas, contactos, conexiones, situaciones o más.
Rachel: ¿En serio? ¿Estás diciendo eso? Lo juro, no se parece en nada
a Daria. Todavía me siento terrible.
Crosby: Está todo bien. Y sí, de verdad. Si seguía bateando en dobles
juegos o soy eliminado, mi manager me colocaría en la banca. Así que me
estoy haciendo lo mismo.
Rachel: ¿Ha habido alguna vez un momento en el que no pudieras usar
una analogía con el béisbol?
Crosby: La vida es béisbol.
Rachel: ¡Ah! Entonces, ¿qué pasa si pierdes la oportunidad de un
jonrón con esta mujer mientras estás en la banca?
Crosby: Esa es una oportunidad que tomaré. Tengo que correr, arreglo
de esmoquin con Eric en diez minutos.
Rachel: Pronto conocerás a alguien que será un encanto. ¡Lo sé! Mantén
la fe.
Respondo con una cara sonriente evasiva. Rachel es buena, pero está
completamente equivocada. No conozco encantos. Conozco chicas malas.
Me gustan las chicas malas. Y a las chicas malas les gusto.
Pero no han sido buenas para mí. Por lo tanto, es hora de un cambio.
Metiendo mi teléfono en el bolsillo de mis jeans, me abrocho mi
chaqueta de forro polar, San Francisco es jodidamente frío en febrero, y me
abro paso por Fillmore Street hasta Gabriel's Tuxedos, sintiéndome firme
con mi plan de citas.
El plan de citas cero.
En el béisbol, un jugador a veces necesita sentarse un par de entradas
para reiniciar. Y me imagino que si eso funciona en el béisbol, debe
funcionar para cualquier otra cosa, incluidas las citas.
Me encuentro con mi viejo amigo fuera de la tienda de esmoquin,
chocamos nuestros puños, luego me dirijo a los vestuarios en la parte de
atrás, donde Gabriel nos muestra los trapos de la boda.
Es mi proveedor habitual y también se ocupa de los muchachos de mi
equipo. Tengo mis propios esmóquines, todos los atletas profesionales los
tienen, pero a la novia de Eric le encanta el color azul, así que necesitaba
uno nuevo para sus nupcias.

9 Me pongo un esmoquin azul marino y luego salgo para comprobar mi


elegante reflejo en el espejo de tres direcciones.
—No puedo evitarlo. Nací para hacer que un esmoquin se vea bien.
Eric se pasa la mano por la solapa.
—¿Necesitas que Gabriel encuentre una puerta más grande para tu
ego cuando nos vayamos?
—Las puertas de carga están en la parte trasera —dice el dueño de la
tienda, con la cara seria.
—De doble ancho para la cabeza de mi amigo, espero —dice Eric.
—Me encargo. —Un nuevo cliente entra y Gabriel se excusa para
atenderlo—. Hazme saber si necesitas algo.
—Lo haré. —Me vuelvo hacia Eric cuando Gabriel se aleja—. No me
diste la oportunidad de compartir el amor. Iba a decir que tú también te ves
como un tipo genial. Ambos nos vemos bien.
—Gracias, eso fue sincero —dice Eric secamente.
—Para eso está el padrino. Apoyo moral y elogios ocasionales.
—Todo lo que pude desear.
Ajusto mis gemelos en el espejo, captando la mirada de Eric con más
seriedad. Necesito decirle que he decidido entregar las llaves del auto de
citas por el próximo tramo de la carretera. Que necesito un conductor
designado porque no se puede confiar en mí detrás del volante.
—Hablando de apoyo moral… —Me aclaro la garganta—. ¿Recuerdas
esa vez en el undécimo grado cuando juré no enviarle a Avery Forrester un
ramo de flores de un admirador secreto, mejor conocido como yo?
Eric se ríe, sacudiendo la cabeza mientras juguetea con sus mangas.
—Supe que era una mala noticia cuando afirmó que copiaste su
ensayo de F. Scott Fitzgerald para cubrir que te copió. Y, sin embargo,
todavía querías tirártela.
Entrecierro los ojos mientras disfruta mis desgracias de adolescencia.
Pero, la cuestión es, necesito el recordatorio.
—Así que lo recuerdas.
—Has sido el rey del mal juicio durante años cuando se trata de
mujeres. —Eric se anuda la pajarita—. Al igual que recuerdo esa vez el otoño
10 pasado cuando me dijiste que te quitara el teléfono por el día para que te
abstuvieras de llamar a Camille Hawthorne.
Me estremezco ante el cruel recuerdo.
—Ella robó mis mejores calcetines. Los de jirafas. Esos fueron mis
calcetines de la suerte. Los necesitaba de vuelta.
—Amigo, todos tus calcetines son de la suerte. Al menos eso es lo que
me dices. —Eric adopta un tono más bajo, imitándome—. Usé los calcetines
de erizo cuando gané el ESPY. Usé los calcetines de lobo cuando gané el MVP.
Usé los calcetines de pingüino cuando conecté mi cuadragésimo jonrón de la
temporada.
Sonrío, bastardo arrogante que soy, mientras él recita mis logros.
—Gracias, Almanaque de Crosby Cash.
—También soy el protector de tus calcetines. Si no hubiera evitado
que cedieras y llamaras a Camille, seguramente ella habría robado los
pingüinos a continuación.
Llevo una mano a mi corazón.
—Y te amo por cuidar mi trasero débil cuando se trata de mujeres. —
Levanto el dobladillo de mis pantalones de esmoquin azul, mostrándole mi
calzado—. Por cierto, recuperé las jirafas. Las llevo hoy como mis calcetines
de la buena suerte de Eric-se-va-a-casar.
Observa los animales de cuello largo en mis pies.
—¿Cómo los recuperaste? —Levanta una mano como una señal de
alto—. Espera. ¿Quiero saber? ¿Te involucra a ti y a Holden irrumpiendo en
el apartamento de Camille para un elaborado atraco?
—Ja. —Holden también es un buen amigo, a pesar de que acaba de
ser intercambiado de Los Ángeles a San Francisco para jugar en la segunda
base del otro equipo de Grandes Ligas de la ciudad. El equipo enemigo, por
así decirlo. Pero los rivales pueden ser amigos—. Hombres de poca fe. —
Muevo una ceja hacia Eric—. Implica a tu hermana.
Tararea dubitativo.
—¿Cómo se involucró Nadia? Ella todavía no está aquí en San
Francisco.
—Las conseguí justo antes de Navidad. Camille estaba en Las Vegas
entonces y le encanta la magia, así que organicé un intercambio. Y Nadia se
11 rio mucho cuando le pedí que consiguiera un par de entradas para un nuevo
acto de magia en la ciudad para Camille: el precio de rescate por mis
calcetines favoritos.
Eric niega con la cabeza, riendo.
—¿Dos entradas para un espectáculo de magia para la mujer que
retuvo tus calcetines como rehenes? Podrías haber comprado otro par,
¿sabes? Existe una cosa llamada Internet: pones: “Google, encuéntrame
calcetines morados con jirafas”.
Frunzo el ceño.
—Los usé cuando fuimos a los playoffs hace dos años. ¿No recuerdas
mi jonrón en el segundo juego? Estos son insustituibles.
Eric pone los ojos en blanco.
—Eres un tipo especial de supersticioso. Además, ¿eres consciente de
que tienes el peor gusto por las mujeres?
—Soy muy consciente. Ese es mi punto, hombre. No puedo
arriesgarme a perder mis calcetines de la suerte, o peor aún, mi cordura,
involucrándome de nuevo con la mujer equivocada. Camille fue malas
noticias. Daria fue peor. Todas son malas noticias, y me atraen las mujeres
que son malas noticias. —Le doy un puñetazo en el brazo—. Así que, al igual
que me pediste que te apoye y sea tu padrino, necesito que seas mi mejor
amigo y me mantengas alejado de las mujeres. Todas las mujeres.
Se acaricia la barbilla, asintiendo pensativamente.
—Entonces, ¿necesitas un compañero responsable de nuevo? Esto es
más grande que sostener tu teléfono durante el día. ¿Necesitas que sea tu
patrocinador?
Un carrete de imágenes parpadea ante mis ojos: mi lista personal de
BuzzFeed sobre mis principales problemas con las citas. Los calcetines
robados, la foto de un pene de contrabando, el auto perdido, la masa que
desaparece y las vacaciones en Cabo que casi me arrojan a una cárcel
mexicana.
Es la respuesta más fácil que he dado.
—Así es, hombre. De hecho, lo hago. Voy a renunciar a las mujeres
durante las próximas semanas. A través del entrenamiento de primavera.
Eric suelta una risa fuerte y loca.
—Oh, eso es rico.
12 Cuadro mis hombros.
—Puedo hacerlo.
—Lo dudo —dice Eric.
—Tengo que hacer algo. Las mujeres son mi kriptonita, hombre.
Asiente.
—Y ahora mismo eres tóxico. —Sus ojos oscuros sostienen mi mirada,
como si estuviera sopesando si hablo en serio—. ¿Sin replicar? ¿Sin
excusas?
Levanto la mano derecha y confieso:
—Soy nuclear y necesito cambiar.
—Entonces seré la goma elástica en tu muñeca y te golpearé como un
hijo de puta si te acercas a alguien.
—Entonces voy a ingresar a Donjuanes Anónimos a través de los
entrenamientos de primavera —anuncio ostentosamente.
Mirándome al espejo, considero ese desafío. Me gustan las mujeres.
Tacha eso. Amo a las mujeres.
La monogamia serial es lo mío. Me encantan las citas cuando estoy en
la ciudad y cuando estoy fuera, las citas durante la temporada y fuera de la
temporada. Disfruto de la compañía de mujeres y soy una persona a la que
le encanta conocer a alguien.
¿En verdad puedo pasar dos meses enteros sin una cita?
Respiro hondo, mirando mi reflejo como si estuviera mirando el
montículo del lanzador.
Paciencia.
Soy el rey de la paciencia en el plato y sé esperar mi lanzamiento.
Mierda, sí, puedo hacer esto.
Soy un maldito atleta. He pasado toda mi vida como un devoto de la
autodisciplina: entrenamientos matutinos, regímenes de dieta,
entrenamiento, entrenamiento y más entrenamiento.
Si puedo resistirme a un lanzamiento externo, puedo resistir a las
mujeres.

13 —Puedo hacerlo —le digo a Eric enfáticamente mientras Gabriel se


dirige hacia nosotros—. Desde ahora hasta el entrenamiento de primavera.
No puedo arriesgarme a perder otro par de calcetines, o que alguien le saque
una foto a mi preciado bate de béisbol —digo, señalando mi entrepierna.
—Voy a hacer que cumplas tu palabra, hermano. —Eric levanta una
palma para que la golpee y lo hago.
El dueño de la tienda nos alcanza, sus labios se mueven como si
estuviera riendo, luego se aclara la garganta.
—¿Todo bien?
Le doy una mirada suspicaz.
—También te estabas riendo de mí —lo acuso, moviendo un dedo
hacia él—. Tampoco crees que pueda hacerlo.
Gabriel adopta una expresión tan seria como la de un sacerdote.
—Todo hombre tiene su talón de Aquiles.
Los ojos de Eric brillan con picardía cuando interviene:
—Crosby, incluso Gabriel conoce tu debilidad.
—¿En serio? ¿Cómo sabes que este es mi talón de Aquiles? —le
pregunto a Gabriel, indignado.
Gabriel sonríe con simpatía.
—¿Recuerdas cuando Holden y tú estuvieron aquí en diciembre
comprando esmoquin para la gala de Víspera de año Nuevo?
—Sí —murmuro—. Una de mis antiguas citas de Tinder llamó
mientras estábamos aquí.
—Y dijo que había perdido sus aretes de diamantes en tu apartamento
—continúa Gabriel, equilibrado—. Dijo que los necesitaba para pagar un
procedimiento médico para su hermana. Te preguntó si los habías visto o
podrías reemplazarlos.
¿Puedo agarrar una bolsa de papel para cubrirme la cara? Desazón,
tu nombre es Crosby.
—Amigo —dice Eric, reprendiéndome.
—No caí en la trampa —insisto.
Gabriel palmea mi hombro.

14 —No lo hiciste. Porque Holden y yo te dijimos que era una estafa


conocida.
—¿Casi caíste por eso? —pregunta Eric con incredulidad.
—Bien —me quejo—. Tengo una debilidad. Quería ayudarla.
—Y queremos ayudarte —dice Eric—. Lo necesitas, hombre. No solo
eres un imán para los problemas, tu corazón es demasiado blando.
—Eso no es algo malo —digo, pero combinado con mi terrible gusto,
tal vez lo sea.
Alzo mis manos en señal de derrota. No me queda nada en el tanque
de protesta porque ambos tienen razón. Es hora de ser un hombre.
—Bien. Voy a hacer esto. Prohibición total, completa, definitiva de
mujeres durante el entrenamiento de primavera. Demonios, mejor hacerlo
hasta el Día Inaugural.
El dueño de la tienda silba.
Eric aplaude.
Hago una reverencia.
—Lo escuchaste aquí primero —bromea Gabriel—. ¿Te gustaría que le
avise a Holden cuando pase a recoger su esmoquin más tarde hoy?
Pongo los ojos en blanco.
—Corre la voz, ¿por qué no? Contrata a un piloto para que lo escriba
con su estela en el cielo. Izar una pancarta.
—Todos seremos tus patrocinadores de nada de citas, Crosby —dice
Eric con una sonrisa.
Eso es lo que necesito.
Apoyo.
Responsabilidad.
Mis chicos respaldándome.
—Me parece bien. Todos pueden regañarme si me equivoco.
Eric me mira fijamente.
—Nada de equivocarse.
—Es por tu propio bien —agrega Gabriel, luego se ríe entre dientes—.
15 Pendientes de diamantes.
Eric niega con la cabeza, divertido.
—¿Al menos te acostaste con la chica de los pendientes de diamantes?
—No —grito prácticamente.
Eric extiende los brazos en un amplio encogimiento de hombros de
ahí lo tienes. Podría ponerle un título a esta foto, te lo dije.
—Lo entiendo. Ni siquiera estuvo en mi apartamento. Pero me sentí
mal por ella.
—Eres bueno. Por eso necesitarás un equipo de hombres que te
respalde. Quiero informes diarios.
—Y cuando esté de luna de miel, puedes presentarte aquí —
interrumpe Gabriel.
—Me parece bien. —Tengo un entrenador de fitness, uno que me pone
en plena forma con despiadados esprints, sentadillas y abdominales.
Reclutaré a estos chicos como mis entrenadores de nada-de-amor—.
Además, Gabriel, me aseguraré de mencionar a tu tienda en mis redes
sociales. —Paso un dedo por la chaqueta del traje—. Porque este esmoquin
es genial.
—Gracias de nuevo por encontrar estos azules —agrega Eric,
quitándose la chaqueta para colgarla—. Mariana estará encantada.
—Esposa feliz, vida feliz —dice Gabriel con una sonrisa—. Te veré en
la caja registradora cuando estés listo.
Me quito la chaqueta y me desabrocho los botones de la camisa,
volviéndome hacia Eric.
—Hablando de tus nupcias, no necesito traer a nadie, ¿verdad? Ya
que obviamente, con la desintoxicación, prefiero ir solo.
—Te escucho, pero una advertencia justa: Mariana tiene un montón
de amigas solteras. —Eric se golpea la barbilla, perdido en sus pensamientos
por un momento—. Eso podría ser como servir cupcakes en una reunión de
la resistencia a los cupcakes. ¿Qué tenemos que hacer para que puedas
decir que no?
Es una pregunta válida. Respiro hondo y le doy vueltas al dilema.
Entonces la respuesta llega en un instante.

16 Tengo una idea genial para evitar la tentación de los cupcakes. Pero
para lograrlo, necesitaré la ayuda de la hermana de Eric una vez más.
Nadia
¿Q
uién autorizó todo esto?
Estamos hablando de cajas, estantes, cajones,
bastidores y perchas sobre perchas de ropa. Pilas sobre
pilas de suéteres.
—Mis suéteres se han estado propagando por sí mismos. Esa es la
única explicación —declaro desde el medio de mi vestidor.
Scarlett estudia la escena, tarareando pensativamente antes de
17 responder:
—Es difícil discutir eso. —Encuentra mi mirada, sus ojos verdes
destellando signos de interrogación—. Pero ¿cómo sabes que tus suéteres
se están replicando y no solo se están apareando entre sí cuando no estás
mirando?
La señalo, chasqueando los dedos.
—Quizá sean ambas cosas —digo, señalando la ropa con un gesto
violento. Toda la ropa—. No puedo haber comprado tantas cosas. Es
imposible que comprara tantos zapatos.
Aunque la evidencia sugiere lo contrario: estantes del piso al techo
llenos de tacones, sandalias, zapatos planos, botas.
Mi corazón late más fuerte mientras miro a mis bellezas. ¿Hay algo
mejor que los zapatos?
Pero antes de perderme en la belleza de todos esos pares, tengo que
llegar al fondo de este armario endemoniado.
Toco mi barbilla.
—Recientemente, escuché un podcast sobre posibles desarrollos
científicos en nanotecnología involucrando máquinas, tubos, rayos y cosas
que permitirían que el ADN y el ARN se autorrepliquen. ¿Y si eso le pasó a
mi ropa? —Paso la mano por un cuello en V de cachemira rojo bombero que
usé en una reunión de diciembre del año pasado. Está doblado sobre un
twinset rojo cereza, sobre un cuello alto de color arándano, encaramado
sobre un cuello redondo de color burdeos—. Esto es evidencia, evidencia
clara. ¿Y si mi ropa está en la frontera de la experimentación?
—Sí, eso podría explicar tu armario —dice mi amiga, luego frunce los
labios como intentando contener una risa.
—¿Cierto? Pero eso no es todo. —Salgo del armario, llevando a Scarlett
conmigo. Señalo la pila de seda, lana y vellón ascendiendo al monte
Kilimanjaro de bufandas en mi cama: bufandas que arrojé allí antes
mientras empacaba. Apunto mi dedo ferozmente en dirección del montículo
ofensivo, enrollándome aún más, porque, oh mamá, estoy tan tensa en este
momento—. Tengo sesenta y siete bufandas. Simplemente no es posible que
comprara sesenta y siete bufandas. O se están replicando, o alguien ha
estado metiendo bufandas aquí para hacerme parecer una adicta a las
compras.

18 Esta vez, Scarlett ni siquiera intenta reprimir una risa.


—¿Acaso esa persona serías tú?
Retrocedo, horrorizada. Indignada. Totalmente indignada. Por...
razones.
—No. Por supuesto que no. Jamás haría eso. Porque no puedo tener
tantas bufandas.
—¿Cómo sabes que hay sesenta y siete? ¿En serio contaste el número
de bufandas?
—¡Sí! Y me molestó que no fuera sesenta y nueve.
—Comprensible. —Desliza sus dedos por el delicado numerito de seda
verde esmeralda que lleva alegremente alrededor del cuello—. Contribuiría
a tu pila, pero, bueno, eso solo te llevaría a sesenta y ocho.
—Y sesenta y ocho es un triste número vergonzoso —digo, dejándome
caer en la cama, gimiendo como un globo quedándose sin aire.
Devastada.
Porque esa palabra.
Vergonzoso.
Me corta hasta la médula.
Estoy cubierta de vergüenza por cortesía de un correo apestoso.
Un correo electrónico que es la guinda amarga encima de mi helado
de preocupación.
—Pero, ¿en serio estás estresada por la cantidad de bufandas, zapatos
y suéteres que tienes? —pregunta Scarlett gentilmente, poniendo una mano
en mi rodilla—. ¿O tal vez, posiblemente, está pasando algo más?
Ahí va, viendo a través de mí como si estuviese hecha de envoltura
transparente. O tal vez me conoce tan bien.
Soltando un largo suspiro triste, tomo una bufanda, dejándola caer
con indiferencia alrededor de mi cuello.
—Estoy gimiendo de vergüenza. Tengo demasiadas cosas.
Simplemente no puedo trasladar todo esto de Las Vegas a San Francisco, y
soy asquerosa por haber comprado tanto. Simplemente asquerosa.
Este fracaso minimalista es una fracción del torbellino de emociones
enredándome mientras me preparo para regresar a mi ciudad natal para
dirigir el equipo de fútbol que poseo.
19 Un hogar, donde quiero estar.
Un hogar, con todas sus complicaciones.
Una madre que quiere que encuentre al Señor Correcto.
Una hermana mayor que quiere que todas las malditas personas en
un radio de cuatrocientos kilómetros amen al equipo.
Un hermano que se preocupa porque trabajo demasiado, justo como
nuestro padre.
Y un equipo de fútbol que he mudado a su ciudad original. Una ciudad
llena de fanáticos enojados que detestan la franquicia por mudarse a Las
Vegas en primer lugar, y fanáticos adoradores con expectativas altísimas
porque finalmente volvemos a casa.
Scarlett me ofrece una mano y me levanta.
—Abordemos esto uno a la vez. Donemos parte de tu ropa. Eso es
bastante fácil. Te ayudaré a organizarlo.
—Pero te vas pronto. No perdamos nuestro tiempo clasificando ropa y
esas cosas. —Hago una protesta débil, aunque me encantaría que me
ayude—. Pronto volverás a París. Esto llevará un año.
—Podemos ordenar todo en unas pocas horas. Soy muy eficiente, y
quiero ayudar. Así es cómo quiero pasar mi tiempo contigo. Mudarse es un
gran asunto.
Intento inhalar algo de su firmeza, un poco más relajada ahora que
Scarlett tiene mi ropa en la lista de tareas pendientes.
—Reducir mi guardarropa es una buena idea.
—Sí. Pero, ¿eso va a calmar tus... —baja la voz, desplaza la mirada de
un lado a otro y luego susurra—... nervios?
Uf.
Nervios
Los odio.
Scarlett es mi mejor amiga y, aunque no la veo a menudo, ya que vive
en otro país, me conoce a fondo y yo a ella. Pero no sabe lo que he estado
haciendo durante el último año.
No sabe ninguno de los secretos que guardo en mi cajón.
Y este duele un poco hoy.
20 Lo dejo escapar abruptamente.
—Fallé.
Frota mi hombro en círculos tranquilizadores.
—¿De qué diablos estás hablando?
Me dirijo a la sala de estar, incitándola a venir con la mano. Agarro mi
teléfono desde la mesita de café. Hago clic en mi correo electrónico, con las
mejillas ardiendo, y encuentro el mensaje ofensivo de Samantha Valentine,
también conocida como la casamentera más exitosa para hombres y mujeres
exigentes en esta ciudad.
Le muestro su nota a Scarlett.
—Léelo en voz alta —digo entre dientes—. Escuchar las palabras otra
vez me recordará que estoy mejor sola.
Scarlett suspira con simpatía y entonces lee la nota.

Querida Nadia,
Gracias nuevamente por tu participación. Ha sido un placer trabajar
contigo, y estoy encantada de haber tenido la oportunidad de buscar una
pareja para ti. Eres una maravillosa mujer inteligente y vivaz, y sé que algún
día encontrarás al hombre adecuado. Sin embargo, tu situación es
simplemente demasiado irritante, y creo que tendré que dejar de jugar a tu
Cupido. Eres bastante particular (¡como deberías ser!), pero simplemente
parece que no puedo encontrar un hombre que cumpla con tus criterios.
Eres un poquito directa, te gusta decir las cosas como son, y resulta que
tienes más dinero que la mayoría de los hombres a los que represento. Eso
tiende a asustar a los hombres. ¿Quizás consideres donar tus riquezas a la
caridad? Entonces, podría ser más fácil encontrar una pareja adecuada.
Te deseo todo lo mejor,
Samantha

Las fosas nasales de Scarlett se dilatan. Sus cejas se disparan hacia


la estratosfera.
—¿En serio? ¿Una casamentera acaba de romper contigo, te dijo que
dones tu dinero y luego te conformes con un hombre que no es lo
21 suficientemente hombre para tratarte como eres?
En resumidas cuentas.
—¡Sí! ¿Puedes creerlo?
—¿Quién diablos se cree que es? ¿Aún estamos en el siglo XXI o he
viajado en el tiempo? Esto es ridículo e insultante, y me niego a creer que
tantos hombres se sientan intimidados por las mujeres exitosas.
—También me gustaría creer eso —digo, gesticulando ampliamente
para abarcar Las Vegas y todos los que están en ella—. Solo que, los
hombres de esta ciudad me masticaron y escupieron como si fuera un
cartílago asqueroso. —Y estoy profundamente molesta por eso, pero también
resignada—. Sin embargo, temo que tiene razón. La mayoría de los hombres
no quieren a una mujer dueña de un equipo de fútbol. Y ahora también es
todo mío. —Recientemente lo compré a mi copropietaria, Eliza. Ella quería
los fondos para comprar un equipo de baloncesto, así que hicimos un trato
y ahora soy la única propietaria—. Samantha me consiguió seis citas en un
año. Seis citas miserables, y ninguna de ellas resultó en una segunda o
tercera. Soy cien por ciento incapaz de ligar.
—Eso es una locura. ¿Qué tipo de hombre se siente intimidado por
una mujer exitosa?
—Déjame compartirte algunas gemas. —Cuento con mis dedos—.
Uno, un propietario reconocido de fondos de cobertura dijo gracias pero no
gracias a una segunda cita porque prefiere tener la billetera más grande del
lugar. Dos, un promotor inmobiliario dijo que no tenía interés en volver a
verme mientras mi título siguiera siendo el de directora ejecutiva. Tres, un
abogado de daños personales, que tiene trillones de dólares porque
demanda a todos y gana, dijo que una cita conmigo fue suficiente para
recordarle que quiere llevar los pantalones en su casa. Y esto después de
también usar una falda en nuestra cita. Mi linda falda lápiz roja con lunares
blancos. Estaba de moda y era adorable.
Su nariz se arruga.
—Y él no se lo merecía. Cualquier hombre encontrándose contigo
mientras estás usando eso debería agradecer a las diosas de la suerte por
siquiera darle una oportunidad a un brillante bomboncito valiente como tú.
—¿Tres B? Guau.
Asiente con aprobación.
—Eres B al cubo, y algún día algún hombre reconocerá tu genialidad
exponencial. Entonces podrás regalarle tus lunares rojos y blancos y él caerá
22 de rodillas en agradecimiento.
Me reí con la imagen que pinta. Pero pronto mi risa se desvanece y
mis hombros se desploman de nuevo.
—Tal vez algún día.
Vuelvo a la frustración latente, coronada con una pizca de “dónde me
equivoqué”. La nota de Samantha fue como una inyección de desconfianza.
—Y mira, sé que este es un mega problema del primer mundo. No
llores por mí, Argentina, y todo eso. Pero parece que los hombres no quieren
salir con una mujer que gana más que ellos, o que está acostumbrada a dar
órdenes a los hombres. Tengo cincuenta y tres chicos en mi lista activa, pero
caray, no es como si fuese una dominatriz. —Frunzo la comisura de mis
labios en una media sonrisa triste—. Al menos, no lo creo. Probablemente
necesitas tener sexo para ser una dominatriz. Pero aun así, estoy bastante
segura de que no lo soy.
—No hay nada de malo en ello —dice Scarlett—. Pero tampoco creo
que seas una.
—Exactamente. Soy virgen. —No es un secreto con Scarlett. Este no
es mi discurso de “ay, mi pobre himen solitario”. Mi amiga me conoce, sabe
por qué he esperado. Mi virginidad no es un albatros, simplemente una
elección que hice—. Pero no estaba usando una casamentera para
deshacerme de mi tarjeta V. Estaba usando una porque quería algo de
compañía. Pero, por desgracia, me iré a la Costa Oste con mi virginidad
intacta, y está bien.
—Por supuesto que está bien. Estarás lista cuando estés lista.
Como parece que es mi hora de confesiones, extiendo la mano para
indicar las bufandas en el dormitorio y los zapatos más allá.
—Por eso tengo todas estas cosas. El año pasado me volví un poco
loca con las compras. Cada vez que no tenía citas, cada vez que una cita
fracasaba, cada vez que Samantha me envió un correo electrónico para decir
que “aún estaba trabajando en eso”, compré zapatos. O bufandas. O
suéteres. —Agacho la cabeza, frunciendo el ceño—. Soy la peor.
Scarlett me rodea con sus brazos.
—No eres la peor. Pero creo que hoy estás particularmente estresada
por todo lo que está sucediendo: la mudanza, el legado de tu padre y tu
costosa casamentera de élite siendo una imbécil inútil.
Tiene razón. Mudarse es estresante en sí, pero si añadimos mi
creencia de que este era el último deseo de mi padre y mis problemas de
23 citas, estoy extra retorcida y confundida.
No espero que nadie sienta pena por mí. Después de todo, soy una
heredera. Tengo salud y riquezas materiales, y estoy muy agradecida por
eso. Pero quiero hacer lo correcto por papá.
Quiero hacer lo correcto por los fanáticos.
Y algún día, sí, quiero lo que tenían mis padres: amor, felicidad,
respeto, compañerismo.
El problema es que, todos esos deseos están chocando entre sí como
autos de choque de una feria.
Y eso era antes de que Samantha me dejara al borde.
Estoy desarraigando mi vida de Las Vegas. No solo siento que es lo
que mi padre habría querido, es lo que yo quiero. El mayor arrepentimiento
de mi padre fue haber alejado al equipo de su ciudad natal. Extrañaba a los
fanáticos de San Francisco, y quería que su esposa, mi madre, sea feliz.
Toda su familia es del Área de la Bahía, de modo que se comprometió a
devolver al equipo allí para que ella pudiera estar cerca de su hermano y
hermanas nuevamente.
Luego, enfermó, así que estoy terminando el trabajo por él. El trabajo
de llevar a los Hawks a casa. Después de su muerte, no estaba segura de
estar lista para hacerlo, así que mantuve al equipo en Las Vegas. Pero
cuando vi a mi madre en la fiesta de compromiso de mi hermano, todo
encajó. Y supe que era hora de sacar el camión de mudanzas.
Trabajé duro haciendo campaña para mover el equipo, para ganar la
aprobación de la NFL y la ciudad. Además, tiene sentido comercial. La
asistencia ha disminuido aquí porque Las Vegas es la tierra de un sinfín de
distracciones de entretenimiento.
Lo logré, y ahora llevaré a los Hawks a una ciudad donde el equipo es
odiado y amado por igual.
Pero al menos puedo ver a mi madre, hermana y hermano con más
frecuencia.
Es decir, cuando no esté trabajando. Ya tengo un montón de eventos
programados en San Francisco, reuniones consecutivas con la ciudad sobre
exenciones de impuestos, citas con asesores legales sobre operaciones
comerciales y entrevistas con una gran cantidad de candidatos para el
puesto de gerente general.

24 ¿Digamos ocupada?
Quiero enorgullecer a mi padre. Cuando murió, dividió sus negocios
equitativamente, dejándolos a sus tres hijos: Eric dirige la firma de capital
privado, Brooke supervisa las propiedades inmobiliarias y yo tengo el
equipo.
Necesito ir a San Francisco lista para abordar el trabajo y eso es todo.
No necesito sesenta y siete bufandas para lograrlo.
O innumerables zapatos.
Necesito deshacerme de los recordatorios de mi falta de citas.
—Sabes, ¿qué? Al diablo con Samantha Valentine. No necesito un
hombre. Mi trabajo es llevar el Trofeo Lombardi a los Hawks —respondo
decididamente.
Scarlett agita pompones imaginarios.
—Dos, cuatro, seis, ocho, ¿a quién apreciamos? ¡Nadia!
Alzo una mano en el aire como una oradora.
—Me voy a San Francisco adoptando la soltería. He intentado tener
citas durante el último año, pero estoy siguiendo adelante. Tengo peces más
grandes que freír —declaro—. Y comenzaré con una recolecta de ropa.
—Bravo —dice Scarlett, aplaudiendo.
Envalentonada por su amistad y por mi determinación nueva, entro
tranquilamente en mi habitación, arrojo mi teléfono al borde de la cama y
luego me dirijo al armario, donde agarro un par de tacones negros.
—Los zapatos son solo una sublimación. Los zapatos son mejores que
los collares, mejores que los pendientes, mejores que el sexo, o eso he oído,
pero es hora de decir adiós.
Scarlett chasquea la lengua.
—Mmm. Voy a tener que estar en desacuerdo con eso último. Pero
independientemente, donemos ese par de tacones. —Hace un gesto hacia
un par de tacones plateados con una correa fina—. ¿Qué hay de esos
también? Parecen nuevos, pero estaba contigo cuando los compraste hace
un año. ¿Siquiera los has usado?
Cuadro mis hombros, enderezándome.

25 —Los compré como consuelo después de que Samantha me dijera que


al promotor inmobiliario tampoco le gustó que tuviera... ¡jadeo!... opiniones.
—Las opiniones son taaaan peligrosas —dice, su voz llena de burla—
. Guárdalos para ti, pequeña cosita bonita. —Mete los zapatos plateados
debajo del brazo y señala un par de tacones de aguja rojos que parecen
recién salidos de la caja—. ¿Cuál es su historia?
—Si la memoria no me falla, compré esos zapatos después de mi
quincuagésima novena noche consecutiva sin citas. Esa fue la pausa entre
el tipo de deja tu trabajo y el dueño de un casino fuera del Strip que quería
saber si usaría un donante de esperma si no encontraba un hombre pronto.
La mandíbula de mi amiga se estrella contra el suelo, luego el que está
debajo, tal vez incluso contra el estacionamiento subterráneo de mi
rascacielos.
—Por favor, dime que lo pusiste en su lugar. Por favor, por favor, por
favor.
Mis labios se curvan en una sonrisa.
—Dije: “Si lo hago, pediré un hombre con un coeficiente intelectual
alto y un gran corazón. Básicamente, lo opuesto a ti” —digo con júbilo
diabólico—. Se me ocurrió en el acto.
—Te lanzaste a un objetivo que lo merecía. Estupendo. —Frunce el
ceño con disgusto, sacudiendo la cabeza mientras agrega los tacones rojos
a la colección de donaciones—. Y estos son una donación definitiva. Nos
estamos deshaciendo de todos los zapatos de lástima, porque no necesitas
lástima en tu vida.
Cuando terminamos, la pila de mi cama ha crecido hasta el techo, una
montaña de bienes donantes.
—Esto es bueno —dice Scarlett—. Estás limpiando la casa.
Empezando de nuevo.
Asiento con entusiasmo, animada por su apoyo.
—Me voy a San Francisco lista para conquistar el mundo del fútbol y
las franquicias, y volver al Super Bowl. No me importan las citas. No me
importa nada más que unos pocos pares de zapatos para los eventos a los
que tengo que ir. Tomaré la ciudad por asalto, llevaré a casa el Trofeo
Lombardi y enorgulleceré a mi padre.
Agarra su teléfono, hace clic en su aplicación de música y canta las
primeras notas de himno de “Run the World” de Beyoncé mientras estalla a
través de mi ático.
26 Cantamos con el himno del poder femenino a medida que recogemos
mi ropa, zapatos, bufandas y carteras, las doblamos cuidadosamente y
luego las metemos en bolsas de compras para llevarlas a Dress for Success,
una fantástica organización sin fines de lucro que ayuda a las mujeres a
volver a levantarse con la ropa adecuada para la búsqueda de empleo.
Cuando termina la melodía, estoy lista para manifestar mi intención
con Scarlett como testigo.
—A partir de ahora, no más casamenteras, no más sublimación de
zapatos. Solo está el equipo.
—Te apoyo totalmente —dice—. Puedes hacer cualquier cosa que te
propongas.
Tal vez, pero hay una cosa que aún necesito resolver.
—¿Tengo que deshacerme de mi gran familia de vibradores?
—Odio decírtelo, pero nadie los acepta como donación —responde en
un susurro escénico.
Pongo los ojos en blanco.
—Sé eso. ¿Simplemente me pregunto si debería descartarlos como
parte de esta limpieza? —Pero descarto ese pensamiento loco—. Imagina que
no dije eso. Nunca haría algo tan terrible. Vamos a clasificar a mis pequeños
preciosos.
Scarlett me lanza una mirada que dice oh no, no lo hiciste.
—Noticia de última hora. No te estaba pidiendo que los toques —digo.
—Noticia de última hora. No iba a tocar los vibradores —responde.
Abro la mesita de noche y luego recojo a mis amigos.
—Tengo el presentimiento de que los necesitaré el día que llegue. —
Levanto mi conejo rosa favorito en mi mano derecha y prometo—: Por la
presente declaro mi lealtad a los vibradores y solo a los vibradores. Todos
ellos. Tenemos algo de poliamor.
—¿Tienes un pequeño harén reverso con tus amigos a base de
baterías? —pregunta Scarlett arqueando el ceño.
—Soy su reina, y viven para servirme. —Mientras empaco el rosa, mi
teléfono suena desde la cama—. ¿Puedes agarrar eso?
Lo hace y escanea la pantalla.
27
—Crosby. Es un mensaje.
Mis labios se curvan en una sonrisa ante la mención del mejor amigo
de mi hermano.
—Léemelo, por favor.
Adopta un tono masculino.
—Hola, Chica Salvaje, ¿quieres hacerme compañía en la boda de tu
hermano?
Me rio de su imitación. Crosby reclamó un favor hace unos meses, y
estaba feliz de poder ayudar. Es amigo de Eric, pero siempre me lo he pasado
bien con él.
Sus ojos brillan cuando se encuentra con mi mirada.
—¿Chica Salvaje? ¿Te llama Chica Salvaje?
Agito una mano con desdén.
—Me apodó así cuando era más joven. No quiere decir nada con eso
—digo, incluso aunque mis mejillas se sonrojan, incluso aunque mi piel se
calienta—. Lo conozco desde hace años.
—¿Y quiere que “le hagas compañía”? —Dibuja citas de aire.
Pongo los ojos en blanco.
—No es un código para sexo. Conozco a Crosby desde que Eric y él
tenían diez años y construían presas en el arroyo detrás de nuestra casa en
San Rafael. Desde que tenían doce años, filmándose a sí mismos con sables
de luz haciendo movimientos de Star Wars en el garaje. Por eso dice que “le
haga compañía”. También soy su amiga.
—Entonces, ¿por qué se te sonrojan las mejillas? —pregunta,
divertida. No, absolutamente encantada.
Me llevo la mano a la mejilla como para ocultar el calor.
Pero se está extendiendo.
—Es solo que... hace calor —murmuro.
Sus cejas se agitan. Sus labios se contraen.
—¿En serio? ¿O acaso este Crosby es todo un McArdiente? No
recuerdo la última vez que lo mencionaste —dice, incitándome—. Déjame
refrescar mi memoria del hombre que conoces desde hace tanto tiempo. —
Toca mi teléfono por un momento, luego jadea—. ¡Ajá! ¡Lo es!
28
Me muestra la foto del equipo de Crosby como si nunca hubiese visto
su imagen, pero obviamente también sé cómo se ve. Diablos, hay fotos de
Eric y él en nuestra casa familiar. Fotos de Crosby, Eric, Brooke y yo. Es
una constante en nuestras vidas.
Pero maldita sea, acaso no se ve estupendo en la foto de su equipo, a
la cabeza con su gorra de béisbol puesta y su uniforme ceñido sobre su
pecho amplio, las mangas cortas mostrando esos bíceps ganados con tanto
esfuerzo y esos pantalones abrazando sus muslos musculosos.
Dios mío, los uniformes de béisbol son tan deliciosos.
De todos los uniformes deportivos, esos son mis favoritos.
Pero la mejor parte es que está esbozando una sonrisa, su mandíbula
está bordeada por su barba incipiente característica, y sus ojos azules
resplandecen con la promesa de secretos traviesos.
Tiene toda esa vibra de atleta sexy trabajando horas extras.
Y Scarlett lo sabe.
—Diviértete haciéndole compañía al jugador más ardiente en las
Grandes Ligas en la boda de tu hermano.
Compañía.
Solo somos amigos.
Eso es todo.
Tan pronto como ella se va, me abalanzo sobre mi teléfono y le
devuelvo la llamada tan rápido como puedo.
—Hola, Chica Salvaje —dice con una voz que me hace sentir que
puede cumplir la promesa de esos ojos azules.

29
Crosby

C
hica salvaje.
Es difícil para mí llamarla de otra manera que no sea
el apodo que le di cuando éramos niños.
Desde que la conocí cuando estábamos en la escuela
primaria, Nadia Harlowe ha sido una demonio de Tasmania. Un torbellino
salvaje de energía, chispa y todo tipo de descaro.
Dos años más joven que yo, ella era la definición de las palabras
30 persona explosiva. Siempre se unía a Eric y a mí para hacer deporte en el
parque, balancear un bate o jugar a correr en un juego de fútbol americano
con banderas. En casa, le encantaba poner su música a todo volumen en
su dormitorio, fingir que estaba cantando con un cepillo para el cabello y
desafiarnos a cantar, generalmente Kelly Clarkson, Gwen Stefani o
Lifehouse. Llena de confianza e inteligencia, Nadia nunca se quedó callada
en la mesa. Mientras comía pollo y arroz, recitaba preguntas sobre el colegio
electoral, la igualdad salarial o científicas famosas.
Hizo de cada comida en la casa Harlowe un debate interesante y ese
espíritu ardiente también viajaba con ella fuera de la casa.
Un fin de semana cuando tenía diecisiete años y ella quince, su familia
me llevó a esquiar con ellos a Tahoe. Intrépida al máximo, Nadia corrió por
los senderos del Sugar Bowl en su tabla de snowboard, esquivando a los
magnates, doblando en las curvas y abordando todo tipo de terreno.
Siempre dispuesta a volver a hacerlo.
Por eso es la Chica Salvaje, el nombre que le di en mi teléfono.
Mientras camino por Fillmore, pasando por una boutique con
bufandas y chucherías en la ventana, mi teléfono suena y una foto de ella
aparece en la pantalla.
Es una foto de ella de la Gala de Premios LGO de Excelencia en
Deportes del año pasado. Ambos asistimos: ella para los premios de fútbol,
yo para los de béisbol. Cuando la vi en la gala, me acerqué a ella, la rodeé
mis brazos, la besé en la mejilla y le dije:
—Por favor, dime que me guardaste un lugar en tu tarjeta de baile.
Se rio, me devolvió el abrazo y dijo:
—Si alguna vez bailan en estos premios, me voy de aquí.
En su lugar, tomamos una copa, nos pusimos al día y brindamos por
el próximo año, ya que ninguno de los dos había ganado esa noche.
Pero maldita sea, se veía bien. Y me alegro de haber tomado esa foto
de ella ataviada con un vestido rojo rubí que adoraba sus curvas, su cabello
oscuro recogido en uno de esos elegantes moños y sus ojos viéndose
ahumados.
Sonrío cuando Nadia, con los ojos ahumados y un vestido rojo,
aparece en mi pantalla.
—Chica salvaje —digo, agradable y llevadero cuando respondo.
—Aspirante a All-Star —responde, usando su apodo para mí cuando
31 éramos más jóvenes y estaba lleno de esperanzas, sueños y bravuconería de
ojos enérgicos.
—¿Sabes que puedes llamarme All-Star ahora? Puedes dejar la parte
de “aspirante” —digo a la vez que ajusto el teléfono contra mi oído.
—Mmm. Pero me gusta mantenerte alerta. Si no lo hago, ¿quién lo
hará?
Teniendo en cuenta lo que acaba de pasar en casa de Gabriel, un
maldito equipo de hombres lo hará. Pero no quiero pensar en los chicos
mientras hablo con una mujer que hace que parezca que los vestidos rojos
se arrojan a sus pies y ruegan por la oportunidad de adornar sus curvas.
—Eres la única, Nadia. Así que sigue así.
—Hablando de los dedos de tus pies, ¿cómo van tus calcetines de la
suerte?
Me detengo en la esquina y los meneo en mis zapatos.
—Felices como perdices de estar en casa y a salvo con su cuidador.
Incluso me he puesto mis moradas hoy.
—¿Y es tu día de suerte?
Con una sonrisa que no puede ver, pero apuesto a que puede oír, le
digo:
—Estoy hablando por teléfono contigo. ¿Cómo no podría ser el más
afortunado?
—La respuesta perfecta, Señor Calcetines Morados —dice, su risa
flotando a través de la línea telefónica.
—Cuéntame algo —digo cuando cambia la luz del semáforo y cruzo la
calle—. ¿Estás emocionada de volver a San Francisco?
—Estoy contando los días —dice, pero su tono es contradictorio: un
poco demasiado alegre y un poco melancólico.
—Tonterías —digo mientras bajo la colina a grandes zancadas,
dirigiéndome al gimnasio a unas pocas cuadras de distancia—. Escucho un
poco de reticencia en tu voz.
—¿Y por qué crees que es así?
—Porque eres una mujer de Las Vegas —digo mientras mi mirada se
fija en el escaparate de la tienda de lencería por la que estoy pasando:
sujetadores de encaje rojos y combinaciones blancas y todo tipo de modelos
32 diminutos que se verían fabulosos en…
¡Vaya!
Para, cerebro. Deja de pensar en mujeres. Obligo a mi mente anfibia a
alejarse de la ropa interior bonita y las curvas encantadoras, de la piel suave
y el aroma de una mujer.
—Vas a extrañar Las Vegas, Nadia. Te encanta apostar. Te encanta el
neón y las vallas publicitarias. Te encanta ganar en la mesa de póquer.
—Eso es verdad. Soy muy buena en póquer. Tal vez solo tenga que
comenzar mi propio juego en San Francisco, abrir un casino, llevar a los
grandes apostadores allí.
Puedo ver eso perfectamente, puedo imaginarla haciendo
precisamente eso.
—Tengo todo tipo de compañeros de equipo a los que les encantaría
un juego de póquer de alto riesgo.
—Fantástico. Molly's Game será mi próximo trabajo —dice, luego
suspira, pero suena contenta—. Y a decir verdad, extrañaré a mis amigos
aquí, pero estoy emocionada de regresar al Área de la Bahía. Ha pasado un
tiempo, pero siempre es bueno estar en casa, aunque tenga mucho de lo que
ocuparme cuando llegue.
—Avísame si necesitas algo cuando llegues, ¿de acuerdo?
—Lo haré. Lo prometo.
—Voy a hacer que cumplas. Y será bueno tenerte aquí. Ha pasado
demasiado tiempo —digo.
—Por eso hice una locura. Llamé como respuesta a tu mensaje de
texto. ¿No es salvaje?
—Entre las muchas razones por las que eres la Chica Salvaje —digo—
. Quiero decir, diablos. ¿Quién hace eso? ¿Llamar en respuesta a un
mensaje de texto? Estás a punto de revolucionar las cosas.
—Esa soy yo —dice a la ligera, luego cambia su tono a un poco más
serio—. Pero cuéntame algo sobre esta solicitud de “hacerte compañía”. La
última vez que hablamos cuando estaba en París por negocios, dijiste que
no estabas seguro de llevar a alguien a la boda de Eric. ¿Cambió algo?
¿Le cuento o no? ¿Le hago saber que he renunciado a las mujeres?
—No voy a llevar a nadie —le digo, sin responder del todo, ya que no
33 estoy completamente seguro de qué decirle. En cambio, aprovecho la
oportunidad para molestarla—. Tenías que mencionar que estuviste en París
por negocios.
Se ríe.
—No solo lo menciono. Estuve realmente allí. Estoy tratando de
expandir más la NFL en Europa y tuve reuniones con especialistas en
marketing.
Tarareo apreciativamente mientras llego a la siguiente manzana.
—Es muy sexy cuando hablas de marketing y expandir los deportes a
otros lugares. Por favor, ¿puedes hacer eso con el béisbol también?
—Si tuviera un equipo de béisbol, lo haría —dice.
¿Tiene idea de lo sexy que es que sea dueña de un equipo? Eso es
calor al nivel del ecuador. Una mujer poderosa. Una mujer segura de sí
misma. Una mujer brillante. Nadia Harlowe lo tiene todo.
Espera.
Tampoco hagas eso, cerebro. No pienses así de la hermana de tu amigo.
Diablos, no pienses así de ninguna mujer ahora mismo. Estás en un tiempo
muerto con las damas.
—Entonces, compra un equipo de béisbol —digo, manteniéndome en
la conversación en lugar de ir por el camino de insinuaciones de director
que pasa por mi mente.
Se ríe.
—Reglas. La NFL las tiene. Si compro un equipo de béisbol, tiene que
ser en San Francisco, entonces, ¿quieres que compre tu equipo o los
Dragons?
Hago una mueca.
—Auch. No hables de comprar a mi rival local.
—¿Qué tal si solo regreso a San Francisco y dirijo el equipo de fútbol?
—Bien, hazlo de esa manera. Pero sabes que amas más el béisbol.
—Amo ambos deportes y me encantan las historias interesantes.
Entonces, ¿cuál es la historia para que de repente quieres que te haga
compañía? ¿Y vas a anotarme como una cita sustituta? ¿Es esto como el
34 comienzo de una comedia romántica en la que acordamos acompañarnos?
Ooh, ¿podemos llamar a nuestra historia Acompañando al Padrino?
—Vendamos los derechos de la película y hagamos una fortuna —
bromeo. Entonces respondo con sinceridad—. Sí, esperaba que pudieras
acompañar al padrino, ya que no voy a traer a nadie. De hecho, me estoy
tomando un descanso de las citas. Estoy oficialmente fuera del mercado
desde ahora hasta los entrenamientos de primavera. Probablemente
también después de eso.
Se ríe mientras me dirijo a la siguiente cuadra.
—Estoy segura de que hay una historia fabulosa detrás de eso. Pero
voy a esperar a escucharlo en persona.
—¿Ya estás encargando el entretenimiento que quieres de mí en la
mesa de la boda? Espero poder cumplir.
—Seguro que espero que puedas, Crosby.
—Estaré preparando todos mis mejores chistes para ti. Todas mis
mejores historias. Voy a ser exhaustivamente entretenido con mi esmoquin
azul. ¿Sabías que a Mariana le gusta el azul?
—¿Hola? Dama de honor aquí. Sí, lo sabía. Y tengo un vestido azul
listo para el evento. Mariana tiene muy buen gusto en vestidos de damas de
honor, y este es bastante bonito.
—También lo es mi esmoquin azul. Tiene algunos volantes rudos y
pantalones acampanados.
Hace un gruñido ronco en su garganta.
—Mmm. Detenme.
Parpadeo, procesando ese sonido. Nadia siempre sonaba así de…
¿sexy? ¿Quizás? Posiblemente. Demonios, se ve sexy, así que es lógico que
suene así también.
—Será difícil detener a alguien una vez que me veas con mis volantes
de boda —bromeo—. Considera esto tu aviso oportuno, porque me veo muy
guapo con él.
—Entonces, ¿crees que no podré apartar mis manos de ti? Porque no
creo que eso vaya a ser un problema —dice, un poco más coqueta de lo
habitual.
Pero tal vez estoy leyendo su tono, escuchando cosas que no deberían
35 estar ahí. Ella y yo siempre lo hemos pasado bien juntos. Siempre he
disfrutado de un ambiente coqueto y amistoso.
Eso es lo que somos. Nada más y nada menos.
—Supongo que tendremos que ver eso. Tal vez sea yo quien no pueda
apartar mis manos de ti —respondo y luego quiero darme un golpe mientras
me acerco al gimnasio.
Se ríe levemente, en una especie de tono desafiante, como si su risa
estuviera diciendo solo pruébame.
—Tendremos que verlo cuando llegue el gran día —dice.
—Supongo que veremos quién es mejor en mantener las manos
alejadas.
—Claro que lo veremos.
¿Por qué le hablo así? ¿Como si fuera a tocarla? No lo haré. Somos
amigos. Ella es la hermana de mi amigo. La conozco desde siempre. No la
voy a tocar. Jamás. Ella es mi acompañante a la boda de su hermano. Para
eso la necesito.
Llego a Total Body Fitness, un poco reacio a terminar esta
conversación. Es tan llevadero hablar con ella. Siempre lo ha sido.
—Oye —le digo con más suavidad.
—Oye tú.
—Me alegro de que vuelvas a la ciudad —digo, hablando desde mi
corazón, no mi necesidad de ser sarcástico—. Ha pasado un tiempo.
—Así es. Demasiado tiempo, Crosby —dice con voz cálida y tierna.
Y ahí vamos. Somos nosotros de nuevo. Como siempre lo hemos sido.
Dos buenos amigos. Un hombre y una mujer que se conocen desde siempre.
—Y aprecio que seas mi acompañante. Será bueno verte —digo.
—Y será bueno para mí evitar que tengas citas —dice.
—Cierto. Eso es cierto —digo con una sonrisa. Estoy a punto de abrir
la puerta del gimnasio cuando se me ocurre una idea—. ¿Puedo ver este
vestido azul de antemano? Ya sabes, si necesito conseguirte un ramillete.
—Es una boda. No es un baile de graduación. Pero un ramillete y una
flor en el ojal suenan un poco divertidos. —Espera un instante, tarareando—
36 . En realidad, a Mariana le encantan las flores. Ella siempre quiere que las
personas tengan las flores que más les gustan. Y estoy bastante segura de
que mi mamá dijo que las otras damas de honor las iban a tener y que
estaban eligiendo las suyas, así que sí, hagámoslo.
—Estoy en ello. Hagámoslo. Será mejor que me envíes una foto de tu
vestido para que sepa exactamente qué color conseguir cuando vaya a la
floristería —digo.
—Considéralo hecho.
Nos despedimos y me dirijo al gimnasio, más emocionado de lo que
esperaba para ir a la boda de mi mejor amigo.
Y no simplemente porque estoy feliz de ver a mi mejor amigo casarse.
Hay un salto en mi paso cuando imagino a su hermana con un vestido
azul.
Cómo podría hundirse entre sus pechos. Cómo podría balancearse en
sus caderas. Llegar a sus rodillas.
Pero eso es peligroso. No debería pensar en ella de esa manera.
Aun así, cuando una imagen aterriza en mi teléfono mientras estoy
trabajando mis cuádriceps, me quedo sin aliento.
El aire sale de mis pulmones.
Y no es por el peso extra. No se debe al entrenamiento.
Es por este maldito vestido y la forma en que se ve con él.
No se limitó a enviarme una foto de su vestido, artísticamente
colocado sobre la cama.
Me envió una foto de ella en una boutique en algún lugar de Las Vegas,
probándose el vestido. Es una selfi en el espejo y está super ardiente.
Nadia está arreglada, sus labios fruncidos como si estuviera a punto
de lanzar un beso y lleva un maldito vestido azul zafiro que se adhiere a su
esbelto y tonificado cuerpo.
Este vestido desafía cualquier idea del horrible atuendo de dama de
honor.
Este vestido es todo atractivo sexual y secretos.
Parece exactamente el tipo de vestido que me va a dificultar sentarme
37 junto a Nadia Harlowe.
Pero ese es el tipo de pensamiento que no puedo considerar.
En cambio, considero la máquina de tríceps y hago todo lo posible
para sacar de mi cabeza los pensamientos prohibidos de esta mujer.
Nadia

U
na semana después, Eric me recoge en el aeropuerto.
—Es el novio sonrojado —digo cuando salgo más allá
de la seguridad hacia un abrazo de hermano mayor.
—Sí, ese soy yo —dice, envolviendo su brazo
alrededor de mí y luego soltándome—. Estoy nervioso y ansioso antes de la
boda.
—Aww. —Le doy una palmada en el hombro—. ¿Quieres que me
38 asegure de que consigas que te froten los pies y te den un masaje antes del
gran día? ¿Así puedes relajarte? —le pregunto, colocando mi bolso en mi
hombro mientras él toma mi equipaje de mano y nos abrimos paso entre la
multitud.
—Eso suena perfecto. ¿Por qué no pasamos un día en el spa?
Hagamos nuestro cabello. —Desliza una mano por su cabello castaño
oscuro, del mismo tono que el mío—. Nos relajaremos y recibiremos
tratamientos con piedras calientes o algo así.
—Perfecto. Quiero asegurarme de que estés totalmente relajado antes
de caminar por el pasillo —digo, apretando su brazo en broma a medida que
atravesamos el aeropuerto de la SFO.
Niega con la cabeza, divertido.
—¿Sabes que Mariana va a ser la que camine por el pasillo hacia mí
en realidad?
—Dios mío, no tenía ni idea. Gracias por aclarármelo —agrego.
Eric levanta la mirada hacia el techo y luego dice, exageradamente
agraviado:
—Mi prometida, mi hermana mayor y mi hermana menor me hacen
pasar un mal rato todos los días.
—Claro que lo hacemos. Y no lo querrías de otra manera —digo,
golpeando su nariz.
—Hablando de caminar por el pasillo, Mariana quiere que tú y Crosby
caminen juntos.
Eso despierta mi interés.
Hace que mi piel hormiguee un poco.
Solo por la mención de su nombre.
Exactamente la reacción que no puedo tener.
—¿A qué se debe? —pregunto, centrándome en el plan de la boda, no
en el plan del hormigueo—. Crosby es el padrino principal y la hermana de
Mariana es la dama de honor.
Eric levanta un dedo para enfatizar.
—Pero el esposo de la hermana de Mariana es padrino, y Mariana
pensó que les gustaría caminar juntos, así que los reunió a ti y a Crosby.
39 Sonrío ampliamente.
—Lo que Mariana quiere, Mariana lo tendrá.
—Estoy bastante seguro de que ese es el secreto de un matrimonio
feliz. Pero —dice, su tono se vuelve serio cuando llegamos a la salida—, nada
de salir con él.
Me da un ataque de tos.
—¿En serio me acabas de advertir que no salga con tu mejor amigo?
¿No suele ser al revés?
Eric niega con la cabeza, sus ojos castaños oscuros son intensos.
—Crosby está en tiempo muerto en este momento. Estoy
personalmente a cargo de asegurarme de que todas las mujeres se
mantengan lejos, muy lejos de él.
Frunzo el ceño.
—No tengo ningún interés en salir con Crosby ni con nadie.
Esa es la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.
—Bien. Porque es mi deber mantenerlo a flote. Nada de citas, nada de
mujeres, nada de nada.
—Créeme, no salir con Crosby será como… como siempre ha sido.
Crosby y yo somos amigos.
—Bien. Entonces harás tu parte para mantenerlo libre de mujeres
también —dice.
—Por supuesto —digo rápidamente, porque sin duda es un amigo, así
que sin duda estoy de acuerdo con el programa.
Mientras nos deslizamos en la limusina, me digo a mí misma que
prestar atención a la advertencia de Eric será tan fácil como un mariscal de
campo lanzando un pase a un receptor abierto.
Y el receptor lo ejecuta para un touchdown.
Excepto que no habrá puntuación con Crosby.

40 Recuerda mis palabras.


En la noche anterior a la cena de bodas el siguiente viernes, entro en
la sala privada de uno de los restaurantes de chefs famosos más elegantes
de San Francisco, mis ojos exploran el lugar en busca de todas las personas
que amo: mi mamá, mi hermana, mi hermano, su novia y toda mi familia
extendida.
El calor se propaga a través de mí al ver a toda esta familia. Saludo a
mi mamá, mi hermana, mi hermano y Mariana, luciendo hermosa con sus
ondas de cabello castaño y su piel morena.
No hay rastro de Crosby, hasta que una mano agarra mi hombro.
Y una leve bocanada a pino mezclado con jabón llega a mi nariz.
Por un segundo, cierro los ojos.
Luego los abro, me doy la vuelta e ignoro las malditas sensaciones de
vuelco en mi estómago.
Crosby está aquí, luciendo tan guapo como lo hizo en la Gala de los
Premios LGO a la Excelencia en Deportes.
Pero siempre ha sido guapo y siempre lo he manejado bien.
Porque solo somos amigos.
—Cien dólares dicen que tu hermano tendrá los ojos llorosos al final
de la noche cuando dé su brindis —dice con esa voz grave y sexy que envía
una peligrosa chispa por mi columna vertebral.
Concéntrate en la manera en que somos.
—¿Ya estás lanzando apuestas? La cena ni siquiera ha comenzado.
Levanta un hombro, todo casual y confiado.
—Conozco bien a tu hermano.
—También yo. Entonces, ¿por qué apostaría en su contra?
Los ojos azules de Crosby brillan con picardía.
—¿Qué tal si hacemos una apuesta sobre cuánto tiempo en su
discurso le toma llorar?
—Eres tan cruel —digo con maliciosa alegría, luego bajo la voz—. Pero
me encanta.
Miro mi reloj, una fina correa de platino que me regaló mi padre
cuando me pidió que me hiciera cargo del equipo. Mi corazón se aprieta
41 cuando escucho el eco de su voz, la intensidad sombría en su petición y la
inscripción que leo a diario. Es tu turno.
Llevo un anillo de rubíes que él y mamá me dieron también, un regalo
de cuando me gradué de mi programa de maestría. Me recuerdan a él, a
ellos, a su amor.
Ojalá estuviera aquí esta noche.
Pero si lo estuviera, querría que todos nos divirtiéramos. Que
disfrutáramos al máximo de los amigos y la familia.
Eso es lo que prometo hacer.
Alzo mi barbilla, excavo en la parte analítica de mi cerebro y fijo mi
apuesta. Las apuestas son divertidas. Las apuestas son amistosas.
—Veinte segundos.
La sonrisa de Crosby se ladea.
—No tienes muchas esperanzas en tu hermano mayor.
Entorno los ojos.
—¿Quién puede decir que no es esperanzador? Tal vez me guste su
lado dulce y tierno.
—Lo suficientemente justo. Pero voy con cuarenta segundos —
susurra.
Le ofrezco una mano para estrecharla. La toma, luego me acerca más
hasta que estoy a centímetros de distancia.
—¿Qué tal un abrazo, Chica Salvaje?
Me quedo sin aliento. Estoy casi pegada a una pared de músculos. Su
pecho es tan ancho, tan robusto. Estoy lo suficientemente cerca para que
su aroma llegue a mi nariz y a ella le agrada cómo huele.
—Entonces, ¿vamos a sellar nuestra apuesta con un abrazo en lugar
de un apretón de manos? —pregunto, tranquilizando mi tono. No quiero
dejar ver que esta proximidad está alterando partes de mi cerebro.
Partes que no esperaba que estuvieran revueltas tan pronto.
—Demonios, sí. La mejor forma de apostar. —Crosby envuelve esos
brazos de las Grandes Ligas a mi alrededor, sujetándome. Otras vez inhalo
a hurtadillas de ese aroma fresco a madera y hombre recién duchado, y mi
42 cuerpo traidor hace un baile de salsa.
Regaño severamente a todos esos hormigueos que intentan
apoderarse de mi mente.
No es nada.
Simplemente huele bien.
Intrínsecamente, objetivamente bueno, como un anuncio de colonia en
una revista.
Eso es todo. Es simplemente una de esas eau de masculinidad que se
difunden en GQ. Te sentirías así por cualquier hombre guapo. Es lógico,
considerando cuánto tiempo ha pasado.
Cuando me suelta, le doy un puñetazo en el hombro para
mantenernos en la zona de amigos.
—Entonces quedamos así. Cien dólares. Pero para que conste —digo,
levantando la barbilla—, no hay nada de malo en que un hombre se
emocione un poco por casarse.
—¿Dije que era malo? —pregunta. A nuestro alrededor, los invitados
se mueven de un lado a otro, levantando copas de champán, poniéndose al
día, agarrando aperitivos rellenos de champiñones y sushi de aguacate de
los camareros que dan vueltas.
—No. Pero parece que te estás burlando de él.
—Ese es, literalmente, mi trabajo como su mejor amigo —dice
inexpresivo.
Señalo a mi pecho.
—Oye, ese también es mi trabajo, como su hermana.
Se inclina, su rostro cerca del mío, su voz se torna un poco… traviesa.
—Entonces, ¿deberíamos pasar la noche burlándonos de él juntos?
Ese retumbar en su voz hace que los pequeños vellos de mi nuca se
ericen, como si estuvieran acercándose a él.
¿Qué pasa con la reacción de mi cuerpo hacia él? Tranquilícense,
hormonas.
—Creo que definitivamente deberíamos burlarnos de Eric —susurro
con complicidad. Hablar de mi hermano tiene que aliviar estos aleteos de
calor inducidos por Crosby.
43 Así que eso es lo que hacemos durante la cena: burlarnos
juguetonamente de mi hermano como lo hacíamos cuando éramos más
jóvenes.
El problema es que todas estas bromas: acercarnos, susurrar chistes,
reír juntos; nos trae recuerdos de cuando crecíamos. Recuerdos y emociones
que dejé de lado, feliz de ignorarlos.
Como el enamoramiento que tuve por él en ese entonces.
Sí, ese recuerdo, que camina con aire pomposo a la vanguardia de mi
mente y trae consigo pequeñas agitaciones que se unen a los hormigueos
que aún ignoran mis regaños.
Estas son las mismas agitaciones que sentí por Crosby cuando era el
mejor amigo de mi hermano mayor en la preparatoria.
Ahora eres mayor.
No estás en segundo año mientras él está en su último año.
No eres la chica que ve al rey del baile ir al baile con otra chica.
Enderezo mis hombros, dejando que todos esos viejos recuerdos se
desvanezcan. No tengo enamoramientos. No importa lo bien que huela el
enamorarse.
Al final de la comida, mi hermano se pone de pie, da unos golpecitos
en el vaso y se aclara la garganta.
—Aquí vamos —susurra Crosby en mi oído y controlo el escalofrío.
—Gracias a todos por venir —dice Eric, sonriendo mientras examina
la mesa—. Significa muchísimo para mí ver a tantos de nuestros amigos y
familiares aquí. Miro alrededor de esta habitación y sé que soy un hombre
que no quiere nada. —Sin embargo, se toma un respiro, lamiéndose los
labios—. Lo único que me falta es mi papá.
La voz de Eric se quiebra. Llego justo a tiempo, veinte segundos
después, pero no estoy disfrutando de la victoria. También me surgen
demasiadas emociones fuertes.
Mi corazón se aprieta y el dolor aprieta mi garganta. Me tapo la boca
y Crosby busca mi mano libre debajo de la mesa y la aprieta.
Está callado, pero ese apretón lo dice todo. Sé que esto es difícil. Sé
que todos lo extrañan. Sé que todos querrían que estuviera aquí.
44
Eric continúa, y cuando termina, me vuelvo hacia mi compañero de
asiento y cómplice y le digo:
—Gracias. Y no te preocupes por la apuesta. No planeo cobrarla.
—Más te vale que sí —dice con una mirada penetrante.
Niego con la cabeza.
—No puedo. Y no ganaste, así que es mi decisión. No intentes negociar
conmigo. —Mantengo mi tono suave pero firme.
—Bien, entonces tendrás que dejarme llevarte a cenar en algún
momento —dice.
—Suena como un trato.
Pero no una cita. No entre nosotros. No puede serlo.
Cuando salimos de la cena de ensayo, Crosby recoge mi chaqueta en
el guardarropa y luego la desliza sobre mis brazos.
—Voy a recoger ese ramillete mañana, Nadia —dice—. Te verás como
una reina del baile.
Me rio. La risa es más segura que todos estos otros sentimientos.
—Y te verás como el rey del baile de graduación que fuiste.
Esboza esa sonrisa arrogante que deleita a sus fans. Que me deleita.
—Y juntos seremos compañeros de boda.
Sí.
Compañeros.
Eso es lo que somos. Mi enamoramiento adolescente fue solo eso,
olvidado hace mucho tiempo.
La amistad está bien. Mejor que bien porque la amistad es todo para
lo que tengo lugar en mi vida y me gusta tener espacio para Crosby.

45
Nadia
¿E sos pañuelos que guardo en mi bolso para una noche de
chicas? No es nada comparado con lo que empaco para una
boda.
Las bodas me hacen llorar.
De acuerdo, bien. Más bien es un borboteo.
Puedo reponer los mares que están desapareciendo en las ceremonias
de boda.
46
Lloro cuando la música comienza, cuando el novio ve el rostro de la
novia, cuando se intercambian los votos.
Eso no es del todo sorprendente, considerando que lloro por los
comerciales de comida para perros. Uno de los mayores patrocinadores de
los Hawks es una compañía de alimentos orgánicos para perros, y cada vez
que veo a ese dulce collie moviendo pacientemente la cola mientras espera
ser adoptado por su persona para toda la vida, estamos hablando de cubetas
llenas de lágrimas.
Es por eso por lo que agarro un paquete extra al día siguiente, lo saco
de un cajón en el baño de mi nuevo ático en Cow Hollow, en la cima de una
colina con una hermosa vista del Puente Golden Gate, la Bahía de San
Francisco y el resplandeciente Océano Pacífico.
Llevo aquí una semana y ya me he mudado por completo. He estado
trabajando duro, yendo y viniendo a reuniones con la ciudad, entrevistando
a candidatos a gerente general.
Este fin de semana estoy libre, enfocada únicamente en las nupcias
de Eric.
Con un vestido azul zafiro también, mi hermana, Brooke, lee Percy
Jackson a su hija de ocho años, Audrey, que está convencida de que quiere
asistir al Campamento Mestizo, como los personajes. Están acurrucadas en
la esquina de mi nuevo sofá gris paloma, rodeadas de cojines morados.
Luego de que Brooke termina un capítulo y cierra el libro, menea un
dedo bien cuidado en mi dirección.
—Vi que solo empacaste dos paquetes de pañuelos, Nadia. Eso no será
suficiente para ti. No olvides que necesitaste una toalla en mi boda.
Su hija se ríe.
—¿Una toalla? ¿Por qué necesitaste una toalla?
Brooke acaricia a su hija con su nariz.
—Tu tía Nadia llora en cada evento. Lloró en mi graduación de
preparatoria. Estuve taaaan avergonzada —dice.
Me burlo de mi hermana mayor.
—Gracias por burlarte de mí por preocuparme de tu rito de iniciación.
Brooke me lanza una sonrisa maliciosa. Ella es particularmente
47 buena en devolver eso en mi dirección.
—Eso no fue nada comparado con lo mucho que lloraste en mi boda
—dice.
—¡Tenía dieciséis años! Estaba hiper emocionada. Mi hermana mayor
se casaba. Además, conoció a su esposo en China y él se mudó a los Estados
Unidos para estar contigo. Eso es asombroso —digo, luego arqueo una ceja
altiva—. O tal vez estaba feliz de que finalmente te mudaras de casa.
—Ouch —dice Brooke, haciendo una mueca de dolor—. Veo que
todavía tienes el espíritu de listilla, Nadia.
—Y veo que todavía tienes el espíritu aplastante de una hermana
mayor —bromeo.
Mi madre repiquetea sus zapatos en el suelo, poniendo una mano en
el hombro de Brooke, siempre la pacificadora.
—Y veo que ambas tienen el espíritu de amarse totalmente.
Señalo a Brooke.
—Sí, pero tengo un corazón hecho de bizcocho y el de ella está tallado
en hielo.
Brooke me lanza una mirada descarada.
—Solo llámame Elsa.
Audrey y Brooke comienzan a interpretar la famosa canción de Frozen,
luego ambas se ríen.
—Sabes que te amo. Y toda la esponjosidad de tu corazón de pastel —
dice Brooke.
Audrey salta del sofá, su liso cabello negro, gracias a los genes de su
padre, trenzado en su espalda.
—Estoy lista para ver a Mariana con su vestido de princesa y luego
comerme todo el pastel.
—Yo también —le digo, ofreciendo una mano para chocar los cinco
con mi sobrina. Ella devuelve el golpe—. El pastel es la mejor parte de las
bodas. Pero pastel de bodas de vainilla, no pastel de corazón.
—Y en esa nota, estamos de acuerdo. —Brooke inclina la frente hacia
la puerta—. Estaré abajo en la limusina con David. Nos vemos allí en unos
minutos.
Se va con su hija para reunirse con su esposo, y solo para estar
48 segura, agarro un paquete más de pañuelos de papel y se lo entrego a mi
mamá.
—Uno más para el camino para mí.
—Toma uno extra para mí también, cariño —dice mi madre en un
susurro confesionario.
—No eres una llorona —le digo con sospecha. Mi madre no es una
mujer fría, pero es más férrea y firme.
Papá siempre fue el llorón. Duro como roca en los negocios y todo un
malvavisco cuando se trata de familia.
Fue quien tuvo lágrimas rodando por sus mejillas cuando acompañó
a Brooke por el pasillo hace nueve años.
Fue quien tuvo un labio inferior tembloroso cuando mi madre recibió
un premio por todo su trabajo filantrópico en San Francisco.
Fue a quien se le quebró la voz cuando Eric le dijo hace dos años que
acababa de conocer a la mujer con la que se iba a casar.
—¿Lo extrañas? —le pregunto a mi mamá.
Ella asiente con la voz tensa.
—Lo extraño.
—Lo querías aquí hoy —digo, y es una declaración, no una pregunta.
—Mucho. Estaría tan orgulloso de Eric. Todo lo que quería para su
hijo era que se enamorara.
—Quería que Eric tuviera lo que ustedes dos tenían —digo, frotando
su brazo.
Tiene los ojos llenos de lágrimas y la atraigo hacia mí para darle un
abrazo.
—También lo extraño mucho —le digo cuando la dejo ir—. Pero sé que
es más difícil para ti. Fue tu único amor verdadero.
Ella retrocede, dándome una sonrisa triste.
—Lo fue. Pero también creo que podemos tener más de un amor
verdadero.
Inclino la cabeza, sorprendida. Ella siempre ha parecido tan vivan las
almas gemelas.
49 —¿Lo crees?
—No estoy buscando ahora, pero amaba el amor. Me encantaba estar
enamorada. Y solo tengo sesenta y cinco. Me gustaría pensar que todavía
me quedan por delante algunos de mis mejores años. Y no me importaría
volver a enamorarme.
Mi corazón se enciende con ese pensamiento. Ante la idea de alguien
que perdió al hombre con el que estuvo casada durante más de treinta años
tiene un corazón lo suficientemente abierto como para volver a amar.
Es un pensamiento inesperado, pero que tiene perfecto sentido ahora
que lo ha expresado.
—Apuesto a que encontrarás a alguien —digo.
Se ríe dubitativa.
—¿Crees que es fácil a los sesenta y cinco?
—Bueno, es difícil a los veinticinco —digo.
Niega con la cabeza.
—Cariño, estoy ganando esta batalla. No hay nada tan difícil como
tener una cita a los sesenta y cinco.
—Bien. Ganas, pero, por otra parte, no sabría cómo son las citas a los
veinticinco. O veinticuatro, o veintitrés.
—Nunca has estado realmente enamorada, ¿verdad?
Me encojo de hombros, agarrando mi bolso plateado mientras nos
dirigimos hacia la puerta.
—Me pareció que era amor unas cuantas veces. Pero recordándolo,
no. Me gustaron mis novios de preparatoria, pero no fue amor. Y al estar en
una universidad para chicas, nunca conocí a nadie de quien me enamorara.
Honestamente, no creo que haya ido lo suficientemente en serio con nadie
como para sentirme así. Quizás por eso lloro en las bodas. Todo se siente
maravilloso, mágico y de alguna manera muy lejano.
Ella aprieta mi mano.
—No siempre se sentirá muy lejano.

50
Pero no importa si mi tiempo está cerca o lejos.
Hoy no se trata de mí. Se trata de mi hermano.
Cuando llegamos al Hotel Luxe en la cima de Nob Hill, encuentro a
Eric en la suite al lado del salón de baile, jugando con su pajarita, los otros
padrinos de boda dando vueltas en el pasillo.
—Para un hermano, te ves fantástico —digo con una sonrisa.
—Para una hermana, te ves decente —dice.
Cuando nos vamos y nos dirigimos hacia los padrinos de boda, Eric
baja la voz y dice:
—No olvides lo que dije el otro día. Sobre Crosby.
Mi frente se frunce.
—¿Por qué me lo recuerdas ahora mismo?
Me lanza una mirada que dice que sabes por qué.
—Has estado un poco enamorada de él, ¿no es así?
Mi mandíbula se abre. Niego con la cabeza en rotunda negación.
Enérgica negación.
—No. Por supuesto que no. Para nada. Ni un poco.
Una ceja dudosa se arquea.
—Nadia, vi cómo lo mirabas cuando eras más joven.
Gruño.
—Debes estar confundiéndome literalmente con todas las demás
mujeres que se cruzaron en su camino.
Eric se encoge de hombros y se alisa las solapas.
—Quizás lo estoy recordando mal. —Frunce el ceño, como si estuviera
tratando de recordar algo. Inclina la cabeza—. ¿O tal vez él estaba
enamorado de ti?
Parpadeo, deteniéndome en seco, mientras el suelo imita un
torbellino. Él no dijo eso.
—¿De qué estás hablando?
—Parecía así cuando éramos más jóvenes —dice Eric, como si esta
51 deliciosa pepita estuviera al mismo nivel que recordar un examen de tercer
año en el que obtuvo una A. Algo mundano y ordinario, cuando en realidad
es todo lo contrario. Es grande y fascinante—. Pero, ¿qué diferencia hace
ahora? —pregunta Eric filosóficamente—. De todos modos, ya no está en el
mercado y me aseguraré de que siga así. Le prometí que lo haría.
—Yo también estoy fuera del mercado —digo, ya que necesito recordar
eso. Necesito subrayarlo, ponerlo en negrita, resaltarlo.
—Bien. Solo me aseguraba. Ambos tienen demasiadas cosas en sus
vidas para que suceda algo. Pero ahora estás de vuelta en la misma ciudad
y sé que días como hoy hacen que la gente haga locuras. Conocí a Mariana
en una boda, así que sé lo que pasa en las bodas.
Pongo los ojos en blanco. Luego los pongo en blanco una vez más
hasta la parte posterior de mi cabeza.
—No va a pasar nada en tu boda —susurro.
Repito ese mantra cuando comienza la ceremonia.
Lo digo un par de veces cuando Eric camina por el pasillo hasta el
frente del salón de baile.
Lo imprimo en mi cerebro varias veces.
Cuando comienza la música para la fiesta nupcial, aprieto algunos
pañuelos estratégicamente alrededor de mi ramo, lista para secarme los
ojos.
Pero resulta que no tengo ganas de llorar cuando veo a Crosby fuera
del salón de baile.
Ocurre lo contrario cuando se acerca a mí, ofreciéndome un ramillete
y luego las palabras:
—Para ti.
Las rosas azules forman brillantes capullos y las desliza en mi
muñeca, junto a mi reloj. Mi respiración se entrecorta cuando sus dedos
rozan mi piel.
No va a pasar nada en la boda.
Sin embargo, mi piel parece sentirse de otra manera, toda iluminada
y eléctrica con el más mínimo toque.
—Precioso —susurro mientras miro las rosas, luego mi anillo de rubí,
que parece captar su reflejo. Aparto la mirada para tomar la botonera
52 decorativa a juego y pegarlo en su solapa. Mis dedos están firmes, pero mis
sentidos son radares frenéticos y fuera de control que se vuelven locos
mientras deslizo el alfiler a través de la parte posterior de la botonera. Un
leve indicio de su loción para después del afeitado llega a mi nariz, el aroma
amaderado y limpio, y revuelve mi cerebro, enviando esas neuronas salvajes
a hiper velocidad.
Huele tan tentador.
Y parece que pertenece a la portada de una revista debajo del título
“Atleta fuerte típicamente norteamericano”.
El traje, la sombra de las cinco, los ojos brillantes.
Todo.
Simplemente todo.
Doy un paso atrás.
—Excelente elección de flores —digo, haciendo todo lo posible por
sonar amigable.
—Me alegra que lo apruebes.
Ofrece su brazo y me empapo de su vista una vez más.
Mi libido ruge, se levanta, me golpea el hombro y susurra como la
diabla que es en mi oído: Se ve increíblemente sexy, ¿no?
Sí, Crosby Cash se ve increíblemente delicioso con ese esmoquin azul
sin volantes y sin pantalones en forma de campana que abraza sus
músculos y muestra su vientre plano y me dan ganas de treparlo como un
árbol.
Se ve increíble con su cabello oscuro que exige que le pasen los dedos,
con su barba que pide que unas manos lo recorran.
Y esos ojos…
Esos ojos que simplemente dicen que se está imaginando a una mujer
desnuda.
Me mira con esos ojos en este mismo segundo.
Mi piel se calienta por todas partes.
Querido Dios, mi conejo va a trabajar horas extras esta noche.
Especialmente cuando Crosby me muestra su sonrisa. Esa sonrisa
53 despreocupada en su rostro estúpidamente hermoso.
Cuando une sus brazos conmigo, un escalofrío recorre mi piel, late
entre mis piernas.
Se inclina más cerca y susurra:
—Ese vestido.
Eso es todo lo que dice.
Dos palabras que si las escribes, si las colocas en el medio de un
póster en una pared, no parecerían intrínsecamente un cumplido sexy y
lujurioso.
Pero de su boca, en este momento, con calor en sus ojos, se sienten
como la cosa más sexy que alguien haya dicho.
Mientras caminamos por el pasillo del brazo, no me siento amigable.
Siento algo completamente diferente. Algo que no he sentido en años.
Quizás nunca.
Un deseo peligroso.
Crosby

D
os semanas.
Mi experimento de apagar-el-reactor-nuclear-de-mi-
vida-amorosa lleva catorce días firme y no le he enviado un
mensaje a una ex ni he mostrado interés.
Demonios, asesiné mi cuenta de Tinder.
Eliminé toda la información de contacto de mis ex de mi teléfono.

54 Reinicio total. Puto barrido limpio.


Pero ahora comienza el verdadero trabajo.
Sin importar lo bien que se vea, huela o se sienta la hermana de mi
mejor amigo con su brazo entrelazado con el mío, no la pasaré de la zona-
amigos a la zona de me-muero-por-llevarte-a-la-cama-esta noche.
Pero estar junto a ella es una prueba inesperada de mi resolución de
Mujeriegos Anónimos.
Con cada paso por el pasillo, mi mente se reduce a pensamientos
sobre ella.
Huele a… un momento susurrado, como la insinuación de un beso.
Y se me sube a la cabeza.
El leve aroma de algo tropical, un mango jugoso o una flor exuberante,
me hace cosquillas en la nariz, provocando mis sentidos.
Para hacer las cosas más difíciles, parece una joya. Ese vestido zafiro
abraza su cuerpo ágil en todos los lugares correctos, mientras deja que mi
imaginación hiperactiva haga lo que le gusta más: imaginar lo que hay
debajo de ese material.
A mitad de camino por el pasillo, echa una rápida mirada en mi
dirección, sus ojos me muestran una sonrisa bajo sus pestañas, mientras
engancha su brazo con más fuerza en el mío.
Mi corazón late un poco más fuerte.
¿Cómo puede una persona verse tan bien, oler tan bien, sentirse tan
bien?
No tengo respuestas.
Llegamos al juez de paz, y suelto un silencioso suspiro de alivio
mientras nos separamos hacia lados opuestos: yo con el novio, ella con la
novia.
Gracias a todos los cielos por la ceremonia.
Los votos y promesas sacarán mi mente de la sobrecarga sensorial en
mi cuerpo.
Pero es más fácil decirlo que hacerlo.
Al tiempo que el juez de paz habla, mi mente divaga, retrocediendo en
el tiempo, haciendo algunas paradas rápidas a lo largo del camino en la Gala
de los premios LGO de Excelencia en el Deporte del año pasado, en los
55 Premios de la Red Deportiva del año anterior, en la recaudación de fondos
para el cáncer pediátrico en el gran hospital local hace unos años. Todos
estos eventos en los que charlé con ella, compartí una broma o una copa.
Las imágenes de nosotros riendo destellan ante mí.
Mientras el juez de paz habla sobre Eric y Mariana, mi mente se
extiende más, se adentra más en el pasado, aterrizando en el baile de
graduación de Nadia.
Acababa de regresar a casa de la universidad al final de mi segundo
año para encontrarla yendo al baile con Charlie Duncan, un estudiante de
último año también, capitán del equipo de debate y uno de esos tipos que
parecía que sería elegido el mejor amigo en un especial navideño de Netflix.
Inofensivamente guapo y completamente olvidable.
Nadia era todo lo contrario.
Prácticamente había bajado flotando las escaleras y atravesó la sala
de estar con un vestido esmeralda, con su cabello castaño recogido, varios
mechones enmarcando su rostro en rizos sueltos y ondulados.
Sus labios estaban brillantes, resbaladizos con brillo labial rosado.
Pero sus ojos casi acabaron conmigo. Me quitaron el aliento
directamente de los pulmones.
No pude respirar suficiente aire.
¿Sus ojos siempre habían sido tan imposibles de dejar de mirar? ¿Tan
marrones y cálidos? ¿Tan grandes y abiertos?
¿O acababa de darme cuenta?
Estaba ubicado en el sofá, viendo un juego de pelota con Eric y su
papá. Las bases estaban llenas y no me importaba.
Se acercó a nosotros con paso seguro, los tacones haciéndola más
alta.
—Hola, Chica Salvaje —dije, mi voz seca y ronca.
Necesitaba una botella de agua. Necesitaba diez galones. Mi garganta
era el Sahara.
—Hola, aspirante a All-Star —dijo, luego me puse de pie y me incliné
para un abrazo.
De acuerdo, fui un ladrón, robando ese abrazo. Cuando mis brazos la
56 rodearon, la fuerza de mi propio enamoramiento (había salido de la nada)
me golpeó como un lanzamiento salvaje que se estrelló contra mi muslo.
Estaba deslumbrante.
Y algún idiota iba a cosechar las recompensas.
Por otra parte, no pasó nada con el Señor Netflix, porque ella llegó a
casa antes de la medianoche, hizo palomitas de maíz y nos invitó a Eric y a
mí a unirnos a ella en la cocina.
Eric dijo que estaría allí después de SportsCenter, pero yo estuve
demasiado dispuesto a dejar atrás las noticias deportivas.
—¿Cómo estuvo el baile de graduación? —pregunté, apretando los
dientes, esperando que su regreso temprano significara que Charlie había
sido elegido para el papel de demasiado aburrido para tener otra cita.
Puso los ojos en blanco.
—De lo único que quiso hablar fue de sí mismo.
Mis hombros se relajaron. Tuve que luchar contra una sonrisa.
—¿Supongo que eso no está en tu lista de temas favoritos?
Negó con la cabeza, metiendo un mechón de cabello suelto detrás de
su oreja mientras se quitaba los tacones.
—Quiero alguien con quien reír, con quien burlarme del mundo, con
quien hablar sobre el mundo. Charlie tiene el rango de conversación de una
galleta.
—Me han dicho que las galletas no son conocidas por su ingenio
brillante —dije con el rostro serio.
—El ingenio chispeante es un requisito previo. No he tenido muchas
citas, pero sé esto: sin un ingenio chispeante, no tengo ningún interés —
dijo, luego me ofreció algunas de las palomitas de maíz. Tomé un puñado,
las metí en mi boca y mastiqué.
—Porque eres muy chispeante. Tienes buen ingenio. Y obviamente,
tienes un gusto de primera —dije, luego señalé las palomitas de maíz, tal
vez para no ser completamente transparente.
Sonrió, grande y ampliamente.
—Tengo buen gusto.
Subí la apuesta.
57 —El mejor.
Sus ojos se encontraron con los míos por un momento, tal vez más.
Se mordió la comisura del labio y luego respiró temblorosamente.
—¿Quién ganó el juego?
Ese fue el final del momento, uno terriblemente breve.
En ese tiempo, no pensé mucho en nuestra conversación. Lo archivé
en el cajón de la información de Nadia.
Pero en retrospectiva, parece que fue el comienzo de algo.
Al menos para mí.
Quizás el comienzo de verla como algo más que la hermana de mi
amigo.
Verla como una mujer. Con deseos, con intereses, con citas.
Cuando la ceremonia termina y salimos del salón de baile,
dirigiéndonos al pasillo del hotel, esperando que comiencen las fotos, quiero
saber cuál es su situación de citas.
Tacha eso. Necesito saber. Se siente importante. De la misma manera
que se sintió importante saber cómo fue el baile de graduación.
¿Y si está saliendo con alguien?
Me sumerjo de lleno.
—Ahora que has vuelto, ¿vas a romper todos los corazones en San
Francisco? Como el de Charlie Duncan seguramente se rompió la noche en
que lo declaraste más aburrido que una galleta.
Se ríe.
—Ese es un nombre que no he escuchado en mucho tiempo.
—Tu cita para el baile de graduación —le digo.
—Sí, lo sé. Fue algo… —Me mira, su mirada aterriza en la solapa de
mi chaqueta—. Tan interesante como un pañuelo de bolsillo.
Tiro del mío.
—Diría, “Pobre Charlie”, pero no puedo reunir ninguna simpatía por
un tipo al mismo nivel que una prenda ornamental.
Se ríe.
58
—Al menos no lo llamé pañuelo de mocos.
—Entonces podría haberme sentido mal por él.
Niega con la cabeza.
—No, no creo que lo hubieras hecho.
—Probablemente tienes razón —digo, entonces regreso a obtener la
información que quiero—. Entonces, debes haber dejado un rastro de
corazones rotos en Las Vegas.
Frunce el ceño.
—Ni siquiera un corazón mellado, Crosby.
—¿Qué tal cortes de papel? ¿Administraste todo tipo de cortes de
papel en los corazones de los hombres de Las Vegas?
Con una pequeña sonrisa triste, niega con la cabeza.
—Ni siquiera el más mínimo dolor o hematoma, lo juro.
Esto me resulta difícil de creer.
—¿De verdad me estás diciendo que has estado soltera todo el tiempo?
—Todo el tiempo.
¡Vaya!
¿Cómo es posible que una chica del más alto nivel no deje un rastro
de corazones destrozados?
Me rasco la mandíbula, frunzo el ceño y separo los labios, tratando de
averiguar qué decir, porque esto es una locura.
—¿Cómo es eso posible? —pregunto, tomándome mi tiempo con cada
palabra como si estuviera hablando en un idioma extranjero, pero esto es
extraño para mí. Y diablos, debería ser extraño para todos.
La miro de proa a popa. De la rodilla al pecho.
Es hermosa, brillante y fascinante.
Se aclara la garganta.
—Mis ojos están aquí arriba, Crosby —dice, señalando esos grandes
irises marrones que son como piscinas del color más cálido, con motas
doradas en los bordes, atrayéndome.
Atrapado.
59 Pero estoy bien con eso.
Fue simplemente una evaluación amistosa de la situación.
—Y son de un hermoso color marrón. Solo estaba haciendo mi debida
diligencia. Evaluando todo lo que acabas de decir. Tratando de averiguar
¿qué tipo de puta locura rectangular les está sucediendo a los hombres en
Las Vegas?
—En realidad, es una ruta locura diagonal, pero pienso lo mismo,
posiblemente lo mismo.
Me rio.
—Lo olvidé, tú no juras.
Agita sus pestañas.
—Soy una chica tan buena.
Aunque, ¿lo es?
Mi mente vaga una vez más a las imágenes de esta buena chica siendo
mala. Olvídate de eso, hombre.
—Claro que lo eres. —Entrecierro los ojos, incitándola—. Pero algún
día haré que jures.
—Tendrás que esforzarte podridamente mucho en esa —dice, toda
descarada mientras lanza un desafío.
—Es un trato —digo, ofreciéndole una mano para estrecharla.
Ella la estrecha y luego señala a mis ojos.
—Entonces, ¿todo ese deslizamiento de tu mirada de arriba abajo es
la debida diligencia? ¿Es así como se llama? —Sus labios se tuercen en una
sonrisa de te atrapé.
Cuadro mis hombros, aceptándolo.
—Sí. De hecho, así es. Me gusta reunir pruebas empíricas. Y las he
reunido con ojos, oídos y cerebro. Eres una diosa, y el hecho de que los
hombres de Las Vegas no lo sepan hace que llegue a una sola conclusión.
Los hombres de Las Vegas claramente son unas trompetas taradas.
—Iba a ir con nueces colgantes, pero el tuyo también sirve —dice.
Chasqueo mis dedos.

60 —Maldita sea.
—Sin embargo, buen intento, de intentar vencerme —dice en una
burla sexy.
—¿Pero “taradas”' es realmente una mala palabra?
—¿Lo dirías en una sala de juntas? —replica—. Esa era la lógica de
mi padre. Si no lo dirás en una sala de juntas, no lo digas.
—Ah, no voy a salas de juntas. Vestuarios para este tipo.
—Y salas de juntas para esta chica. Entonces son “nueces”, “podrido”
e “hijos de un buzón” para mí —dice, dándose golpecitos en el pecho—. En
lugar de “hijos de ya-sabes-qué”.
—Eso es perfecto, los hombres de Las Vegas son hijos de buzones.
Ella se acerca más, bajando su voz a un susurro conspirador.
—¿O has considerado que los espanto con mi perfume anti-hombre?
—¿Como repelente de mosquitos pero para hombres? —pregunto,
como si estuviera procesando este nuevo desarrollo. Metiendo la mano en el
bolsillo delantero de los pantalones de mi traje, agarro mi teléfono, hago clic
en mi aplicación de Amazon y luego hablo—. Alexa, busca repelente anti-
hombre.
La voz fríamente robótica pregunta si quiero repelente de mosquitos.
Nadia niega con la cabeza, sacudiendo su dedo.
—Tienes que pedirle repelente anti-hombre con descuento. ¿No
quieres una ganga?
Asiento, grande y largamente.
—Sí. Me conoces muy bien. —Me aclaro la garganta y hablo más
despacio—. Alexa, enséñame tus Ofertas del Día de repelente anti-hombre.
—No entendí. Por favor, repita esa solicitud —suena la voz de mi
teléfono.
—Espera. Me encargo de esto. —Nadia se inclina más cerca—.
Enséñame repelente de bollos despreciables.
El teléfono permanece en silencio durante unos segundos, luego Alexa
habla.
—Aquí están los resultados para bolas regurgitadas de ganso.
61 Hago una mueca, me estremezco.
Nadia se une a mí, al estilo de una película de terror.
—¿Quién compra bolas regurgitadas de ganso?
—¿Y son para el ganso o el devorador de ganso? —pregunto.
—¿Son incluso orgánicos?
—Batidores de huevos de ganso orgánicos. Aquí hay más resultados
—interviene la voz del teléfono, recogiendo las palabras que ambos dijimos.
Nadia se dobla y se ríe a carcajadas.
—Me niego a creer que eso exista.
—Alexa lo dijo. No puedes discutir con Alexa —digo, apagando la
aplicación y metiendo el teléfono en mi bolsillo.
—Puedo, y lo haré —responde Nadia—. Especialmente porque Alexa
no puede encontrar el perfume anti-hombre que claramente compré en
Subscribe & Save hace unos meses. Quiero decir, ¿de qué otra manera se
puede explicar mi terrible suerte?
—¿Quieres que pruebe tu perfume? ¿Ver si funciona?
—¿No te preocupa que pueda asustarte? —Su voz baja, a un tono que
sugiere que estaría en peligro si mi nariz se acerca a ella.
—Me encargo de esto. Sostén mi cerveza —digo, entregándole una lata
imaginaria.
Respiro hondo, sacudo los brazos y estiro el cuello, preparándome
como si fuera a una batalla.
Menea sus dedos a la altura de su cuello y levanta la barbilla,
dándome espacio. Esa es una imagen hermosa: ella inclinándose, ofreciendo
su cuello.
Poniendo una mano sobre la piel desnuda de su brazo, me felicito por
encontrar una excusa para acercarme a ella.
Pero aun así, todo esto es diversión y juegos.
No importa lo sexy que sea, solo somos amigos pasándolo bien.
Pasándola jodidamente bien.
Sigo mostrando un estado de ánimo bromista, acercándome más. Mi
nariz roza levemente su piel. Mis ojos se cierran. Un gruñido sube por mi
garganta y mis sentidos se vuelven locos.
62
Mis fusibles se disparan, mis nervios se crispan como un cable
eléctrico a punto de romperse.
Nadia Harlowe huele mejor que cualquier fantasía que haya tenido.
Y no quiero que este sueño termine.
Así que me entretengo allí, mi nariz rozándose a lo largo de la delicada
piel de su garganta, drogándome con su olor.
Como un día de verano, pero con un toque floral debajo.
Como una flor tropical después de una tormenta de verano, el tipo de
lluvia vespertina que deja gotas de agua adheridas a tu piel, vagando sobre
la carne suave y húmeda.
Así es cómo huele ella.
Como si llevara un bikini y un pequeño pareo, como si hubiéramos
estado vagando por los jardines verde esmeralda de Kauai, robando besos
en un día caluroso mientras el sol cae y buscamos sombra.
Mi mente está oficialmente en otra parte. Está de vacaciones con
Nadia. Está en Villa Lujuria. En Arena de la Fantasía.
¿No es este el problema? ¿No es esta mi kriptonita? ¿La cuestión que
prometí detener en la tienda de esmoquin?
Por otra parte, tal vez no lo sea.
Porque Nadia y yo no somos el problema.
Ella no es el tipo de mujer a la que necesito resistirme. Ella no es una
ex, no es una mala noticia, no es un problema.
Es todo lo contrario.
Una amiga.
Una muy buena.
Y puedo ser amigo de una mujer sexy como el pecado. No significa que
este cediendo.
De hecho, estoy bien con mi dieta.
Claro, mi amiga huele increíblemente delicioso. Pero no le voy a dar
las llaves de mi auto, el código de mi cuenta bancaria o cualquier parte de
mi corazón.
Y bum. Listo. Salgo de un trance inducido por Nadia así como así.
63 Concentrándose en la amistad. Sigo así, haciendo mi mejor impresión de un
gato vomitando una bola de pelo, al estilo del Gato con Botas en Shrek.
Falsas arcadas, me estremezco como si me repugnara su olor.
—Sí, eso es todo. Claramente eres un anatema para los hombres.
Golpea mi hombro con su ramo. Pero soy un hijo de puta rápido.
Reflejos, los tengo.
Atrapo su muñeca, la que no tiene el ramillete, rodeándola con los
dedos. Mientras mi mano se curva, su respiración se entrecorta. Traga
saliva.
Ah, diablos.
Eso es demasiado difícil de resistir. Incluso para un amigo.
Le planto un beso en la muñeca. Suave, gentil y tal vez con un toque
de mis fantasías tropicales.
Luego la miro a los ojos.
—Mi diligencia debida está hecha.
—¿Y qué has decidido? —pregunta, un poco entrecortada, muy sexy.
Sin soltar su hermosa mirada de ojos marrones, le doy mi honesta
evaluación.
—Los hombres de Las Vegas han logrado las mejores calificaciones en
el campo de imbecilidad. Y por la presente, te doy la bienvenida a San
Francisco en nombre de todos los hombres de la ciudad, como yo, que fueron
educados para apreciar a las mujeres inteligentes, seguras de sí mismas,
extrovertidas, fuertes y hermosas.
Un rubor recorre lentamente su piel y sube por su pecho, extendiendo
puntos gemelos de color rosa por sus mejillas.
—Gracias, Crosby. Necesitaba eso. En realidad, lo aprecio eso —dice
ella, su voz cálida y afectuosa. Luego toma un respiro, pareciendo centrarse
en sí misma. Cuadra sus hombros, y lo tomo como una señal para soltar su
muñeca.
Golpea mi pecho con las flores.
—Y no te olvides, me debes historias. Quiero estar completamente
sumida en tus cuentos durante la recepción. Necesito saber todo sobre tu
descanso de las citas. Somos compañeros.
Exactamente.
64
Somos compañeros.
Ella lo entiende. Yo lo entiendo. Está todo bien.
La saludo.
—Listo para entretenerte —digo, luego su hermana entra en mi línea
de visión, agita su mano, al estilo de tierra-a-Nadia, luego nos lanza una
mirada—. Vamos, tortolitos. Es la hora de las fotos —dice Brooke, con su
esposo y su hija unos metros detrás de ella.
—Tortolitos —le susurro a Nadia, agregando una burla.
—Eso es tan ridículo como bolas regurgitadas de ganso.
Nos unimos a la fiesta de bodas y, cuando el fotógrafo toma la primera
foto, deslizo mi brazo alrededor de su cintura.
Encaja perfectamente en la curva de sus caderas. Tan perfectamente
que no quiero dejarla ir.
En absoluto.
Ni un poco.
Y la bola de demolición de lo obvio golpea mis entrañas.
Me atrae locamente la hermana menor de mi mejor amigo.
Pero el resultado de eso es que no va a resultar absolutamente en
nada.
Estoy de acuerdo con esto.
Estoy de acuerdo con esto.
Juro que estoy de acuerdo con eso.

65
Crosby

M
e dirijo a la recepción cuando una voz brama a la vuelta
de la esquina.
—Número veintidós. Una palabra.
Eso es todo lo que obtengo antes de que una
chaqueta cubra mi cabeza, unos brazos se envuelvan alrededor de mi torso
y mi mundo se oscurezca.
Soy empujado a lo que presumiblemente es una sala de conferencias
66 en el hotel, pero las luces permanecen apagadas y la cubierta permanece
puesta, incluso después de que me lleva a una silla para sentarme.
—¿Qué tienes que decir a tu favor?
La pregunta surge como si un sargento de instrucción estuviera
hablando, pero conozco la voz. Ese es Holden, que juega para el otro equipo
de la ciudad. Conozco a este tipo desde hace un par de años, y aunque solo
fue presentado al resto de nuestro equipo cuando se mudó aquí a San
Francisco para unirse al equipo rival de la ciudad, los llamados enemigos,
encaja perfectamente. Es un compañero loco por los entrenamientos, ya que
está jodidamente organizado con estricta regularidad. En el campo, no toma
prisioneros en el plato, y lo cuenta como es a la prensa. Para mí también—
. Estás jugando con fuego, veintidós —brama Holden.
Otra voz interviene, tranquila, afable. El timón firme de los Cougars.
—Démosle al hombre la oportunidad de explicarse —interviene Grant,
el tranquilo entre los dos—. Podría haber una explicación perfectamente
razonable para todo ese coqueteo. Como que tal vez Crosby haya sido
reclutado para enseñar un curso para amigos que están en tiempo fuera
pero quieren coquetear. ¿Verdad, Crosby? ¿No es así?
Grant es el receptor de los Cougars. El tipo en el que todos los
lanzadores confían detrás del plato, el que siempre está mirando el lado
positivo de las cosas. Cada vaso está medio lleno para Grant, incluso cuando
está lleno de sarcasmo. Como ahora.
—De hecho, hay algo de eso. Amigos es la palabra clave —digo.
—¿Piensas que nos vamos a creer eso? Eres un Colbert normal —dice
Holden.
—Es la verdad —digo con un encogimiento de hombros casual,
recostándome en mi silla como si esto no fuera nada importante, mi cabeza
cubierta con una de sus chaquetas, sujeto a esta inquisición masculina.
Pero necesito convencerlos de que entendieron esto al revés.
Porque así lo hicieron.
Nos están leyendo mal a Nadia y a mí. Creen que mi inofensivo
coqueteo con ella es algo de lo que preocuparse.
Cuando no lo es.
Seguirá siendo inofensivo. No importa lo bien que ella huela.

67 ¿Esos recuerdos durante la ceremonia? ¿Qué tan sexy se vio para el


baile de graduación? Eso fue simplemente el cerebro masculino procesando
algunas imágenes sexys que encontró en los cajones de la memoria.
Los he ordenado y guardado las fotos en “Pueblo de la Amistad”
después de mi breve parada en boxes en Arena de la Fantasía. Y quiero que
los chicos lo sepan. Confiamos mutuamente, nos cuidamos unos a otros.
Los apoyo cuando me necesitan, y ellos me apoyan, así que les digo:
—Vamos. Hablo muy en serio respecto a esto. No cometí un desliz.
Voy a llegar al comienzo de la temporada con un récord limpio. Les he estado
pasando informes durante las últimas dos semanas, y voy a pasar uno hoy.
—Espero un segundo, luego puntúo cada palabra—. He. Sido. Bueno.
—Más vale que así sea —agrega Grant—. Porque no quiero tener que
quedarme sin mujeres solo por mantenerte en la cima.
—No hay necesidad de ese tipo de solidaridad —digo—. Pero agradezco
tu disposición a querer ser monje.
—¿Qué tan difícil sería eso, Grant? —desafía Holden.
—Muuuuy difícil. Pero lo haría para apoyar a un compañero de equipo
que se siente tentado por los problemas —agrega Grant.
Pongo los ojos en blanco debajo de la tela. No habrá problemas con
Nadia. Simplemente me uní a una amiga.
—Nadia es una amiga desde hace mucho tiempo y solo eso.
—Entonces sabes su nombre —dice Holden, como un detective en una
novela dura.
Lanzo mis manos al aire, echándome a reír.
—Sí, maldito autoritario. También conoces su nombre. Todos lo
conocemos. Es la hermana de Eric. Y no va a pasar nada.
Grant tararea. Holden gruñe.
—Está bien. Démosle el beneficio de la duda —dice Grant, el primero
del par en ceder, naturalmente.
—Bien, pero te estoy observando —ladra Holden.
—Ambos estaremos observando a nuestro chico —dice Grant
mientras sueltan la chaqueta y me la quitan de la cabeza—. Ese es nuestro
trabajo. Pero ha pasado la prueba.
Mis ojos escanean la habitación rápidamente, adaptándose a la
68 oscuridad incluso en medio del día. Holden es el que no tiene chaqueta. Me
paso las manos por los brazos como si estuviera limpiando la suciedad o la
pelusa de él.
—Tuve la sensación de que era tuyo —digo, arrugando mi nariz y
alzándola con disgusto—. Esa chaqueta olía a Drakkar Noir. Probablemente
te rociaste al estilo de los 80 y viniste aquí para tomar desprevenidas a las
mujeres.
—¿Tomar desprevenidas? —pregunta Holden, entrecerrando los ojos
y luego moviendo un dedo en mi dirección—. Ni siquiera intentes darle la
vuelta al asunto. Yo tengo permitido tomarlas desprevenidas. Tú no. Le
hiciste una promesa inquebrantable a Eric y Gabe, luego nos reclutaron
para que te ayudáramos —agrega Holden, haciendo un gesto entre él y
Grant.
Grant me da una palmada en el hombro y sonríe en mi dirección.
—Puedes hacer esto, amigo. —Deja caer su voz—. No me hagas
arrepentirme de haberte apoyado.
—Puedes vaciar mi casillero y robar toda mi ropa si cedo.
Grant se da golpecitos en la barbilla, sus ojos se agrandan con deleite,
por el destello en sus ojos celestes.
—Eso sería muy divertido, pero creo que preferimos que admitas en
la televisión nacional que somos mejores que tú en el mejor deporte de todos
los tiempos.
—Sí. Eso. Quiero eso, veintidós —dice Holden, demasiado alegre para
mi gusto. Sobre todo porque está en nuestro equipo rival.
Agito la bandera blanca.
—Bien. Lo acepto. Lo admitiré en la televisión si caigo, pero no caeré.
Tengo esto resuelto. Y los esmóquines los pago yo, idiotas. Como
agradecimiento por su servicio.
—Vaya. Eres tan generoso. Todo lo que siempre he querido es un
esmoquin gratis —dice Holden, llevándose una mano al corazón.
Le muestro el dedo medio a la vez que me levanto de la silla.
—Noticia de última hora. Llevo dos semanas evitando a la ladrona de
calcetines y a las fotógrafas aficionadas de mi pasado. Lo tengo resuelto, al
igual que tengo resuelto las bolas curvas suspendidas —digo, ya que esos
69 son mis lanzamientos favoritos para apostar.
Holden arquea una ceja dudosa.
—¿Nadia es una bola curva suspendida?
Grant se rasca la mandíbula.
—No estoy seguro de que sea correcto. Las bolas curvas suspendidas
son tu tentación. No puedes resistirte a ellas. Intentas golpearlas todo el
tiempo.
—Y logro pegarles —digo—. Intento golpear las bolas curvas
suspendidas porque puedo mandarlas por encima de la cerca y entrar en la
bahía de San Francisco. —Levanto un puño—. Booyah. ¿Quién conectó un
jonrón sobre los asientos de las gradas y entró en la bahía el año pasado?
Esa mierda es difícil de hacer y lo logré.
Grant se golpea el pecho.
—¿Olvidaste que yo también le pegué a una?
Me aclaro la garganta.
—Escuchen, no es un problema. No hay nada de qué preocuparse.
Nadia y yo somos amigos, y lo hemos sido desde siempre. Estoy pasando el
tiempo con ella. La estamos pasando bien. Estoy en tiempo fuera. Ella está
en tiempo fuera —digo, un poco alterado porque ¿cómo es que no lo están
entendiendo? ¿Cómo no ven lo obvio?—. Por lo tanto, no puede pasar nada
entre nosotros. —Hago un gesto con mi brazo hacia fuera de la habitación,
en la dirección general de Nadia, luego de vuelta a mí mismo. Paso una mano
por mi chaqueta—. Y ahora, si me disculpan, tengo una recepción a la que
asistir.
Me marcho, uniéndome a Nadia en la mesa. Huele muy bien, pero no
voy a ceder a la tentación.
Tengo esto resuelto.

70
Crosby

C
ulpo a las semillas de chía.
Y col rizada.
Los arándanos sin duda también son responsables.
Me convirtieron en el monstruo orgánico que soy cuando se
trata de comida.
No obstante, mi mamá es la razón más importante, ya que me
alimentó con todo eso antes de que pudiera caminar. Fue y es la reina de
71 todo lo orgánico, y comenzó su propio café orgánico en San Rafael cuando
yo estaba en la escuela primaria.
Cuando el camarero pasa con el plato principal de pollo, mi reacción
instintiva es hacer la pregunta habitual.
—¿El pollo es orgánico?
Con una ligera inclinación de cabeza, responde:
—Sí, lo es, señor.
Cuando deposita los platos frente a los otros invitados, Nadia me da
una palmada en mi hombro.
—Estás a salvo aquí, Crosby. Te conocemos a ti y a tu corazón amante
de mango.
—Los mangos y yo somos así —digo, cruzando los dedos índice y
medio—. De todos modos, viejos hábitos —digo encogiéndome de hombros
y sonriendo, porque de esto es de lo que estoy hablando: Nadia y yo nos
conocemos, hasta nuestras familias y el meollo de nuestras preferencias
alimenticias.
Nadia inclina su frente en dirección a mi mamá, a unas pocas mesas
de distancia, su cabello rojo rizado cayendo por su espalda.
—¿Cómo está Sunny? —pregunta.
Mi mamá está ubicada junto a la mamá de Nadia, escuchándola con
atención.
Esa es mi mamá. La única forma en que sabe escuchar es con
atención.
El universo nos dio una boca y dos oídos, le gusta decir.
—Ella y Kana abrieron un noveno local de Green Goddess —digo,
luego hago un gesto a la mujer junto a mi madre, una dama de aspecto regio
que viene de Japón, con el cabello negro y liso. Han sido algo importante
desde hace algunos años y están tomadas de la mano en la mesa—. Y va
bien.
—¿Y eso también va bien, supongo? —Su tono dice que está
preguntando por el interés romántico de mi madre.
Ver a mi mamá feliz de nuevo enciende una sonrisa en mi rostro y
calidez en mi pecho.
72 —Oh, sí. Gran momento. Sigo diciéndole a Sunny que ate el nudo,
pero ella insiste, “Todo sucede de acuerdo con su propio calendario lunar” —
digo, imitando a mi mamá y su tono tranquilizador para dispensar adagios.
Lo que más le gusta servir, junto con col rizada y quinoa.
—Eso suena exactamente como tu mamá. Tiene un mantra para todo
—dice Nadia después de darle una probada a su plato de pollo.
—Lo tiene. Y absolutamente se me pegó. Soy un gran admirador de
los mantras —digo, porque los mantras me están ayudando a atravesar esta
dieta de chicas en este momento. Con respecto a eso último, tal vez debería
empezar a pensar en Nadia como azúcar. Y pastel. Y galletas.
Todas las golosinas prohibidas que no tocarán mis labios.
Resístete a las galletas. Resístete a Nadia.
Allí. Perfecto.
Levanta su copa de vino y toma un trago, frunciendo el ceño como si
estuviera sumida en sus pensamientos.
—¿Es difícil acostumbrarse a ella con otra persona?
Niego con la cabeza.
—Nah, está feliz. Si soy honesto, está tan feliz como cuando estaba
con mi papá —digo, ya que mi mamá siempre ha sido una persona cariñosa.
Fue así con mi papá antes de que muriera cuando me encontraba en la
universidad después de una rápida batalla contra el cáncer de páncreas.
—¿Te sorprendió? ¿Que se haya enamorado de una mujer?
Recuerdo la noche en que mamá nos contó a mi hermana y a mí. En
su forma habitual, Sunny fue franca, directa. No se aclaró la garganta y dijo,
tengo un anuncio que hacer. Simplemente nos invitó a cenar a Haley y a mí
después de un juego de la tarde y nos dijo que se había enamorado de Kana
y que estaba feliz de que Afrodita le hubiera vuelto a sonreír.
—Tal vez durante unos dos segundos —digo—. Pero cuando Sunny
dijo que era pansexual, simplemente tuvo sentido.
Nadia sonríe mientras ensarta otro trozo del ave de corral.
—Puedo ver eso en ella. Sabiendo cómo es con la gente y cómo siempre
pareció más atraída por los corazones que cualquier otra cosa.
—Exactamente —digo, deseando que Nadia lo entienda de una
73 manera que pocos otros lo han hecho. Cuando Daria conoció a Sunny el año
pasado, no podía imaginarse que mi mamá había estado con mi papá
durante un par de décadas antes de enamorarse de una mujer. Daria no es
la única novia que he tenido cuya expresión se tornó toda arrugada y
confusa cuando conocieron a Sunny—. Eso fue lo que Haley y yo nos dijimos
la noche que Sunny nos lo contó. Nos miramos el uno al otro y dijimos: “Sí,
tiene mucho sentido. Pásame los arándanos”. —Le doy un bocado al pollo,
mastico y luego pregunto—: ¿Qué hay de ti?
Nadia se lleva una mano al pecho y frunce el ceño con confusión.
—¿Soy pansexual?
Me rio, negando con la cabeza. Entonces lo pienso mejor.
—¿Lo eres? Supongo que asumí por nuestra conversación anterior
que no lo eras, pero tal vez lo seas. Trato de operar bajo la suposición de
que no asumo la orientación de nadie en absoluto; no me corresponde a mí
tratar de averiguar a quién ama la gente.
Niega con la cabeza.
—Me gustan los hombres, a pesar de los pocos hijos de buzones.
—Los tarados —digo, ya que ella no lo dirá—. O como se podría decir,
las lentejas.
Una sonrisa se extiende agradable y tranquilamente por su rostro.
—Lo entiendes.
—Entonces, ¿ya terminaste con los hombres?
—Hora de la confesión —dice en un susurro—. Probé una
casamentera en Las Vegas y fue un desastre. Estamos hablando de un nivel
de huracán categoría cinco.
—¿Eso significa que fuiste atrapada en el ojo de una tormenta de
hombres?
Riendo, niega con la cabeza.
—Quizás esa fue la analogía equivocada. Más como un agujero negro.
El vacío del espacio profundo. De hecho, no pudo encontrar a nadie para mí
—dice, con un suspiro de qué le puedes hacer.
Pero eso me sorprende muchísimo. Nada de suspiros por aquí. Solo
una caída de mandíbula.

74 —Los hombres deberían estar tropezándose con tal de llegar a ti.


—Ojalá pudiera decirte que me estuve tropezando con una larga fila
de hombres —dice—. Fue más como un juego de béisbol de Tampa Bay —
dice y me rio de la comparación con el equipo con la peor asistencia en las
Grandes Ligas. Estamos hablando de filas y filas de asientos vacíos.
—¿Por qué diablos no querrían estar contigo?
Nadia toma un sorbo de vino.
—Digamos que estaban más interesados en su propia capacidad de
comprar entradas para una suite elegante en el partido de fútbol que en una
cita con la propietaria.
La sorpresa me atraviesa.
¿Qué diablos les pasa a algunas personas?
—Eso ni siquiera se computa en mi mundo. Mi papá fue un tipo
relajado que se tomó unos años para criarnos cuando mamá estaba
construyendo su negocio, luego volvió a su práctica contable. Y mi madre
siempre ha sido de mente abierta sobre todo.
Nadia me da un codazo en el brazo y me lanza una sonrisa de
agradecimiento.
—Y te lo contagiaron. —Entonces ella sonríe—. Pero honestamente,
no importa. Quizás al final estaba destinada a venir a San Francisco y
quedarme soltera.
Quizás estaba destinada a eso.
Quizás me gusta ese plan.
Porque es más fácil pasar el rato con ella, me refiero.
Y diablos, es bueno que ella esté tan a bordo con su soltería como yo
con la mía.
—¿Crees que el universo te estuvo haciendo un favor? —pregunto.
—Tengo mucho en qué concentrarme con la construcción del equipo
y quiero que esa sea mi prioridad. Quizás por eso la casamentera no pudo
encontrarme a nadie. Quizás estaba destinado a ser así —dice, extendiendo
su brazo ampliamente para indicar la recepción, y quizás este momento
también, ella y yo, pasando el rato.
Si fue el universo o la mala suerte, ¿quién lo sabe?
75
Sea como sea que pienses esta noche, me alegro de estar aquí con ella
y quiero que lo sepa. Me gana de mano cuando dice:
—Por cierto, es bueno ponernos al día.
La sonrisa que me lanza me desconcierta durante unos segundos. Me
dan ganas de tocar su brazo, meter un mechón de cabello detrás de su oreja
y susurrar: Pienso igual.
Hago una de esas tres.
—Pienso igual —le digo—. Pienso igual.
Nadia

A
mo el champán.
Me hace sentir que puedo… flotar.
Tan efervescente.
Como si todo estuviera cubierto de un brillo cálido y delicioso.
Los brillos son geniales. Absolutamente, oficialmente genial.
Me gustaría encargar un resplandor que me rodee donde quiera que
76 vaya.
Esta noche estoy radiante después de la ceremonia, después de los
brindis, después del pastel que Crosby no tocó, por supuesto.
Después del momento en el pasillo antes, cuando pasó su nariz por
mi cuello, como si estuviera bebiendo mi olor, y luego, después de esa
fantástica charla de conocerte-aún-mejor en la mesa.
Ahora estamos bailando, junto con el resto de la fiesta de bodas.
—Prometiste historias. Necesito los cuentos —digo.
Arquea una ceja.
—¿Estás segura de que puedes manejarlos?
—Oh, estoy segura. Me encantan los cuentos anti-hadas.
—Eso es todo lo que tengo cuando se trata de romance —dice,
haciéndome girar en un círculo y luego acercándome de nuevo, pero no
pegados uno contra el otro. La música es lo suficientemente rápida como
para menearnos, pero lo suficientemente lenta como para que mantenga las
manos sobre sus hombros.
Traducción: no estamos haciendo ese baile lento de fundirnos uno
contra el otro.
Sus labios se curvan en esa deliciosa sonrisa torcida que luce tan
bien. Esa despreocupada y alegre.
—Empecemos por Alabama.
—¿Como en el estado?
—Como en el nombre.
—¿Su nombre era Alabama?
—Sí, ciertamente. Alabama Venus.
Sonrío.
—¿Dónde conociste a Alabama Venus? Suena como un nombre de
stripper —digo, luego niego con la cabeza, pensándolo mejor. Me llevo los
dedos a los labios, como si me estuviera callando—. Finge que no dije eso —
susurro.
Sus ojos azules brillan de alegría.
—Oh, lo dijiste, Chica Salvaje. Lo escuché. Y espero que no insinúes
77 que solo las strippers tienen nombres de estados. O que hay algo de malo
en salir con una stripper.
Le doy una palmada en el hombro juguetonamente.
—No tengo problemas con las strippers. De hecho, te haré saber que
dirigí una campaña para asegurarme de que las trabajadoras de los clubes
de striptease calificaran para el seguro médico en Las Vegas.
—Vaya, mírate, señorita Progresista.
—Pero el nombre suena… deliberadamente sexy —explico a la vez que
pasamos junto a otras parejas en la pista de baile, incluido mi hermano,
quien nos da esos ojos de te estoy mirando, como Robert De Niro le hizo a
Ben Stiller en La Familia de mi Novia.
Crosby y yo nos reímos del novio.
Amigos, vocalizo.
Compañeros, agrega Crosby.
Se siente bastante cierto por ahora.
—Sí, su nombre suena abiertamente sexy —dice Crosby—. Y supongo
que tenía tendencias stripper, como aprenderás, pero en realidad era una
adivina.
Suelto una carcajada.
—¿Le pediste que mirara en tus bolas… de cristal?
El brillo de sus ojos se convierte en un brillo travieso.
—Sigue con eso. Me gusta tu lado atrevido.
Lo curioso es que a mí también.
Puedo decirle cosas a Crosby que normalmente no les digo a los
hombres. Quizás porque no he tenido la oportunidad, ya que mi vida
amorosa ha sido anémica, ir a una universidad para mujeres y luego ir
directamente a un programa de maestría donde todo lo que haces es
estudiar, estudiar, estudiar, puede hacerle eso a una mujer que busca
hombres.
Pero tal vez sea el champán aflojando mis labios.
La otra opción es… que sea él.

78 —Tal vez tú lo sacas a relucir en mí —sugiero, con un toque de


coquetería.
—Haré mi mejor esfuerzo para que… siga así —dice, meneando las
cejas, haciéndome sonreír—. Y para responder a tu pregunta, conocí a
Alabama Venus en Whole Foods.
Suelto un bufido.
—¡Espera, espera! ¿Estabas peleando por quién consiguió la última
canasta de frambuesas orgánicas?
—Supongo que tienes una bola de cristal —dice, luego se sumerge en
la historia—. También era una fanática de los alimentos orgánicos. Quizás
no sea el mejor de los puntos en común, pero ahí estaba. Salimos por un
tiempo. Parecía que iba bastante bien. Así que fuimos a Cabo, y una noche
quiso ir a bailar. Fuimos a un club y bailamos hasta que se cayeron nuestros
traseros.
Quizás impulsada por el comentario “subido de tono”, retrocedo
bruscamente, una mano se desliza de su hombro y aterriza en su cadera,
para poder darle un vistazo rápido a su trasero. Echando un vistazo a su
trasero, comento:
—Todavía está aquí. ¿Perdiste tu trasero en Cabo y luego lo
recuperaste?
Arquea una ceja.
—Tuve un trasplante de glúteos.
Me rio y, mientras lo hago, mi mano parece tener mente propia.
Envalentonada por el champán, o la boda, o las historias de Crosby.
¿Y si mi palma le rozara el trasero?
Solo un poco.
Eso es todo.
Estamos en la esquina más alejada de la pista de baile, su trasero
fuera de la vista de la multitud.
Y mi mano está en su cadera. Puedo deslizarla un poco más abajo.
La diablilla que hay en mí gana, mi mano rozando la parte superior
de una mejilla firme y exprimible.
Sus ojos se abren de par en par cuando mi mano baja, luego baja aún
más.
79
Oh, gracias, champán.
De hecho, me siento flotando.
Sus ojos se oscurecen, un destello de deseo en ellos, seguido por ese
brillo burlón.
—Nadia, ¿estás revisando mi trasplante de trasero? —pregunta, pero
no suena como si me estuviera regañando.
Más como él… invitándome.
Aun así, el calor recorre mis mejillas. Retiro mi mano, alzándola de
nuevo para doblarla sobre su hombro.
—Perdón. Lo siento mucho. Fue una especie de apretón accidental,
impulsado por champán y baile —digo, tropezando con mi disculpa.
Uf, eso es mentira.
Odio mentir.
No fue accidental.
Fue deliberado y deliberadamente furtivo.
Su voz baja, un susurro áspero solo para mí.
—¿Lo fue? ¿Accidental?
Su tono sexy envía una llamarada de chispas a través de mi pecho.
Un escalofrío que hace que todo mi cuerpo hormiguee.
—O tal vez fue… ¿curiosidad? —planteo, un poco entrecortada.
—Por supuesto, complace tu curiosidad —murmura.
Mi respiración se acelera, saliendo de mis pulmones en una ráfaga
inesperada que envía punzadas de calor a lo largo de mi piel.
—Este no es mi modus operandi normal —susurro, acercándome,
pero no demasiado, a mi confesión de virginidad. Crosby no sabe que nunca
he tenido sexo. No echo ese pequeño hecho en una valla publicitaria. Pero
lo mínimo que puedo hacer es hacerle saber que no soy una apretadora de
traseros normalmente—. Solo quería que supieras eso. No ando apretando
traseros accidentalmente. O deliberadamente.
Se toma un momento, lamiendo la comisura de sus labios.
—Razón de más para comprobarlo. Deliberadamente —dice, tan cálido
y sexy en esa última palabra.
80
Echando un vistazo detrás de mí para confirmar que el resto de los
invitados están atrapados en su propio mundo, deslizo mi mano hacia su
trasero una vez más.
Cubro su firme mejilla con mi mano.
Mis entrañas dan un salto mortal. Mi pulso se acelera.
Su trasero se siente fantástico.
Lo aprieto más fuerte, murmurando mi apreciación.
A cambio emite un ruido sordo, un gruñido bajo en su garganta que
me excita.
—Sí, es mejor cuando no es accidental —dice.
—Tengo que estar de acuerdo —digo, sin saber cómo estoy formando
las palabras en este momento.
Tampoco estoy segura de lo que sucede a continuación.
Porque el estado de ánimo ha cambiado una vez más.
Pero cuando la música cambia a Ella Fitzgerald y una canción de amor
tan embelesada que tienes que mecerte con tu amante, nos separamos.
Nos desenredamos rápidamente.
—¿Bebida? —Pregunto, mi voz suave, insegura—. Después de todo,
necesito el resto de la historia de bailaste-hasta-que-se-te-cayó-el-trasero.
—Hagámoslo.
Nos dirigimos a un bar en la otra esquina de la sala, lejos de la mayoría
de las festividades y pedimos dos copas de champán más.
Después de que el camarero nos sirve, levantamos nuestras copas
para brindar.
—Para mi compañero de boda —digo.
Él devuelve la sonrisa.
—Y por la mía.
Brindamos y me siento levemente recalibrada.
Solo levemente.

81 —Entonces, Alabama la adivina era un poco exhibicionista —dice,


volviendo al cuento—. Y cuando estábamos bailando, sonó “Girls Just Want
to Have Fun”. Decidió quitarse toda la ropa, hasta la tanga roja.
Me quedo boquiabierta.
—¿Hablas en serio?
—Cien por ciento.
—Supongo que sí quería divertirse.
—Cuando le di mi camiseta para taparla, fue justo cuando la policía
entró al club y pensaron que yo estaba involucrado en su striptease.
Hago una mueca, un poco nerviosa.
—¿Cómo saliste de eso?
—Mis compañeros de equipo.
Mi frente se arruga.
—¿Estaban contigo?
—No. Pero como la mayoría de los beisbolistas, tengo muchos
compañeros que son latinos y hablan español. Así que hice mi misión
durante los últimos años aprender el idioma. Hablo con Juan, uno de mis
lanzadores abridores en español todo el tiempo. Entonces, cuando estuve
en México, hice mi mejor esfuerzo para hablar con la policía, y creo que ellos
lo apreciaron. Uno de ellos dijo que debería encontrar una buena chica, no
una loca.
—¿Y qué pasó con la loca?
Suelta un silbido, su brazo baja en el signo universal de un avión
volando.
—La llevé en avión a casa esa noche. Literalmente subí al siguiente
avión con ella y luego tomé un vuelo a Anchorage. Fui a ver ballenas el resto
de nuestras vacaciones. Solo.
Mi sonrisa se extiende a mis mejillas.
—Puedo imaginarlo perfectamente. Apuesto a que te encantó.
—Fue tan pacífico. Muy zen y, no tengo miedo de admitirlo, bastante
emotivo —dice—. Ver las ballenas emergiendo del agua. Ver los glaciares
romperse. Estar en medio de toda esa naturaleza. Fue todo lo que
necesitaba.

82 Mientras bebemos nuestro champán, se sumerge en sus otras


historias de aflicción, contando una historia sobre una mujer que intentó
robar su anillo de la Serie Mundial, luego otra que intentó huir con su Tesla
una noche, solo para olvidarse de cargarlo, por lo que se quedó sin energía
en el puente Golden Gate.
Me rio mientras me entretiene con sus historias.
Luego modifico mi expresión.
—Igual que yo, Crosby. ¿Crees que te atraen las ladronas?
Sus ojos se vuelven intensamente serios.
—La evidencia ciertamente parecería sugerirlo. Además de problemas.
Mi prima Rachel me arregló una cita con la última mujer con la que salí y
todavía se siente horrible al respecto. No es su culpa, y Rachel es un encanto
a la que le gusta mantenerse ocupada, ya que tiene un ex idiota y juro que
intenta compensarlo arreglándole citas a los demás. No obstante, a veces,
no hace las mejores parejas —dice mientras tomo el último sorbo de mi
bebida—. Teniendo en cuenta que la última mujer con la que me arregló una
cita intentó vender la foto de mi pene.
Las burbujas me hacen cosquillas en la nariz. Me hacen toser. Pero a
lo mejor también se me suben a la cabeza, porque más que reírme, las
siguientes palabras que salen de mi boca me sorprenden.
—¿Puedo verlo?

83
Crosby

E
so no era lo que esperaba oír de Nadia.
Para nada.
Me está sorprendiendo de muchas maneras esta
noche, pero, por otra parte, tal vez no debería
sorprenderme, porque siempre ha sido audaz.
Pero, ¿sobre esto? ¿Sobre apretarme el culo y ver mi pene?

84 Este es un terreno nuevo y bien, no es territorio de amistad, pero no


puedo resistirme a cruzarlo. Talón de Aquiles, aquí voy.
Ella lo es esta noche.
Ella es mi debilidad y recibo otro golpe.
—La foto —digo, tomándome mi tiempo, lento y tranquilo, dejando que
mi intención se registre—. ¿O mi pene?
Con las mejillas enrojecidas, frunce los labios, mirando a la derecha
y luego a la izquierda. Ella susurra, su voz elevándose en una pregunta:
—¿Ambos?
Santo cielo.
Lo dijo en serio, al parecer.
Se me seca la garganta. Mi piel tiene chispazos. Y mi mente está muy
intrigada con esta mujer.
—¿Hablas en serio? —pregunto, porque necesito saber si estamos
bromeando o si estamos jugando con fuego.
Traga, como si estuviera tragando saliva, luego parpadea y exhala con
fuerza.
—No debería haber pedido eso. Es una locura. No debería haber
pedido eso.
—No estoy ofendido —digo, extendiendo la mano y tocando su brazo
solo para enfatizar mi punto—. Ni un poco.
Deja escapar un suspiro de alivio.
—No soy el tipo de mujer que pide ver eso. Lo juro. Honestamente, ni
siquiera creo que me gusten esas fotos.
Tampoco puedo resistirme a ese dato.
—¿Pero te gustan los penes?
—¿No te lo dije ya? Ahora deja de avergonzarme aún más —dice, con
un juguetón pisotón de su pie.
—¿En verdad estás avergonzada? —pregunto suavemente.
—Eres un amigo, y pedí eso, y no debería haberlo hecho. —Agita su
mano en el aire—. Por favor, finge que no lo hice. Fue el champán el que
85 habló.
Pero, ¿puedo fingir realmente que ella no dijo eso?
No pareció un comentario casual. O una broma. Parecía que había
una parte de ella que quería ver la foto.
Y le habría mostrado la foto por la que pagué un buen dinero para
mantenerla fuera de los periódicos.
¿Qué diablos es eso?
¿Soy una especie de pervertido que agita pollas?
¿Por qué diablos le mostraría a Nadia una foto de mi pene cuando
claramente estoy en el tiempo de descanso? Para el caso, ¿por qué se lo
mostraría en cualquier momento?
Pero una respuesta parpadea ante mis ojos. Me gusta la idea de
compartir ese tipo de picardía con ella. Me gusta la idea de que quisiera ver
la foto.
De hecho, estoy bastante seguro de algo, espera a escuchar esto, me
gusta ella.
Y porque me gusta, quiero suavizar el aterrizaje para ella, para que no
se regañe más. Me apoyo en nuestra palabra favorita de la noche.
—Si te hace sentir mejor, podría mostrarte accidentalmente la foto de
la polla.
Poniendo los ojos en blanco, se ríe, algo de su vergüenza parece
desaparecer.
—Gracias. Historia de la noche: apretón accidental de glúteos,
accidental… foto de berenjena.
Mi cerebro tarda dos segundos en conectar los puntos, y cuando lo
hago, le doy una mirada que dice vamos.
—¿No dices “pene”?
Pestañea de manera muy inocente.
—Quizás no. Quizás sí.
—Tal vez lo averigüe. Accidentalmente. Ahora, sobre esa berenjena…
Saco mi teléfono de mi bolsillo.
—Crosby —dice, su tono de preocupación.
86
Pero esto debería aliviar su vergüenza. Desbloqueo mi teléfono, deslizo
el pulgar por la pantalla y meneo una ceja, como si estuviera tramando algo
terriblemente travieso.
Y lo hago.
Busco la foto perfecta mientras ella protesta:
—Crosby, lo juro, solo estaba teniendo…
Le paso la pantalla.
Ella se estremece.
Retrocede.
Entonces una risa brota de sus labios.
—Sam Spade. Eso es brillante.
—Es un idiota1 privado —digo, volviendo el teléfono hacia atrás para
ver la imagen del idiota privado que interpretó Humphrey Bogart en El
halcón maltés.

1 NT: juego de palabras entre dick de pene y dick de idiota.


—Eres el mejor —dice, luego se acerca para un abrazo.
Con mi teléfono en una mano, la rodeo con mis brazos, disfrutando
de la sensación de ella en mi abrazo.
Furtivamente inhalo una última vez su cuello, luego la suelto, y
mientras lo hago, mi botonera roza el tirante de su vestido, amenazando con
engancharse.
Eso no servirá.
Paso mi mano sobre su hombro.
—Quédate quieta. Déjame asegurarme de que mi botonera no cause
que se te vea un pezón —digo, soltando con cuidado el alfiler del delgado
tirante azul.
Da un suspiro de alivio cuando le quito mi accesorio de su tirante.
—Mis pezones y yo te lo agradecemos —dice cuando nos separamos.
Ella mueve el brazo, quitando el ramillete—. Esto resalta el atuendo,
¿verdad?
—Sin duda. El corpiño es un ganador.

87 —Y tu botonera es fuego —dice—. Incluso si trató de aparearse con


mi vestido.
—Botonera inteligente. —Jugueteo con él—. Es bastante elegante y se
mantiene bien. Incluso podría volver a usarlo en los Premios de la Red
Deportiva esta semana.
—No me dijiste que ibas a asistir. Tengo que presentar un premio allí.
Una sonrisa se apodera de mi rostro. Un plan se apodera de mi mente.
—¿Qué crees? También yo —digo, y los engranajes hacen clic—. ¿Irás
sola?
—Soltera siempre.
Arqueo una ceja.
—¿Estás pensando lo que estoy pensando?
Mira alrededor de la recepción, como si estuviera buscando opciones,
luego se toca la barbilla.
—Podría llevarme a Brooke, o su hija, o mi mamá, o tu mamá. ¿Eso
es lo que tenías en mente?
Riendo, niego con la cabeza.
—Podemos hacer un buen uso de nuestro corpiño y botonera.
¿Compañeros de nuevo?
Su sonrisa es eléctrica.
—Somos increíbles en eso. Hagamos un juego doble.
Tarareo apreciativamente.
—Me encanta cuando usas analogías de béisbol. Y sí, estoy pensando
que tú y yo volvamos a emparejarnos antes que tenga que ir a los
entrenamientos primaverales —digo, solo para dejar claro lo que tengo en
mente—. Podemos ser, como, citas de eventos del otro.
—¿Algo así como escoltas para diversas funciones?
No puedo resistirme a eso.
—¿Quieres el paquete completo de servicios de acompañantes? —
pregunto, bajo y sucio.
Mordisquea la comisura de sus labios, adoptando una sonrisa
descarada.
88 —Depende de la tarifa. —Luego se vuelve profesional—. Pero ya que
te estás ofreciendo, y ya que estás fuera del mercado, ¿quieres ser mi más
uno en un evento de caridad el próximo fin de semana? Tengo una cosa de
golf al que voy a asistir.
Hago un ronroneo.
—Mmm. Golf. La adicción de todo deportista profesional. Sí, por favor.
—Seremos el más uno del otro.
—Tenemos que hacerlo, especialmente porque Hollywood está
haciendo nuestra comedia romántica: Más Uno con el Padrino.
—Y me alegro de que el padrino sea mi más uno —dice.
Mi pecho se calienta y mi mente vibra ante la perspectiva de otro
evento con ella.
Otro más uno.
Es tanto una gran oportunidad como un enigma.
Me paso el resto de la boda tratando de averiguar qué hacer con el
hecho de que me gusta la hermana de mi amigo.
Cuando cae la noche, Eric me lleva a un lado y me da una palmada
en el hombro.
—No olvides que tengo ojos en todas partes. El hecho de que esté en
las Maldivas no significa que no te esté mirando. Y tú me pediste que lo
hiciera —dice, severo, como si estuviera en la tienda de esmoquin.
Yo se lo pedí. Sé lo que es bueno para mí. Y oye, no ha pasado nada.
Así que todavía estoy en abstinencia.
—Y ya fui interrogado por tus secuaces —digo.
—Bien. Te estarán vigilando mientras yo no esté —dice, luego inclina
la cabeza hacia Holden y Grant, que están bebiendo cervezas en el bar.
Holden está charlando con una mujer con un vestido color melocotón, Grant
con un tipo barbudo.
—Sí, se ven súper concentrados en su misión de mantenerme a raya
—bromeo.
89
—Están bastante concentrados. Nueve días más hasta el
entrenamiento de primavera. Puedes hacerlo. Y luego te comportarás
durante los entrenamientos de primavera porque estarás ocupado todo el
tiempo.
—Lo tengo resuelto. Y te vas de luna de miel. Adora a tu esposa.
Fóllala hasta dejarla sin sentido. Bebe piña colada. Estaré bien —le digo y
se siente mayormente cierto.
Hasta que entro en el ascensor a solas con Nadia al final de la noche.
Nadia

N
o me gustan las fotos de penes.
No se debe a que sea una mojigata. Y no se debe a
que todavía tenga mi tarjeta V. se debe a que cuando veo
porno, y lo veo, muchas gracias, en modo incógnito, no me
interesa simplemente el pene.
Quiero saber qué hace el hombre con él. Cómo hace sentir a la mujer.
Pero también cómo parece sentirse cuando él hace otras cosas por ella.
90 Practicándole sexo oral, besando sus senos, adorando su cuerpo.
Entonces, ¿por qué mi cerebro sigue plantando imágenes de cómo se
vería el pene de Crosby?
No es útil.
Como no es útil permanecer como más uno.
Especialmente porque él está en una dieta de citas.
Quizás necesito asegurarle que no soy una especie de pervertida que
se muere para que él saque su anaconda para la cámara.
Que soy su amiga. Que apoyo su cruzada anti-citas.
A medida que el ascensor nos sube a mi piso, ya que reservé una
habitación para pasar la noche, pongo mi mano en su brazo.
—Solo quiero que sepas, mientras nos embarcamos en el más uno con
el padrino, que me comportaré como tu amiga como planeamos. No habrá
tomas deliberadas o incluso accidentales de fotos de penes, y no habrá
preguntas deliberadas o incluso accidentales sobre ellas. Y nunca intentaría
venderlas.
Se pasa una mano por la frente en un gesto de alivio.
—Porque vivo con la creencia de que los amigos no deben pedirles
fotos de penes a sus amigos. Y ellos tampoco deberían tomarlas —digo,
levantando mi dedo para expresar mi punto.
Se ríe.
—Creo que he visto eso en una calcomanía de parachoques en alguna
parte. Junto con Los amigos no les piden a sus amigos que los follen y los
amigos no les piden a sus amigos fotos de senos —dice cuando el ascensor
se detiene en mi piso. Salimos y, mientras caminamos por el pasillo, me
rodea con un brazo, al estilo de un amigo—. Además, te dije que averiguaría
si decías “pene”. Estoy bastante seguro de que puedo hacer que digas “follar”
ahora.
Pongo mi mano sobre mi boca, al estilo Bette-Boop, interpretándola.
—¡Oops! Dije… —Me tomo mi tiempo, haciéndolo esperar, antes de
terminar con—, ¿pene?
Se lame los labios y gruñe sexualmente.
—Mejor que “berenjena”. Pronto estarás diciendo “polla”.
No tengo nada en contra de polla.
91 Demonios, no tengo para nada algo en contra de las pollas.
Algún día me gustaría disfrutar de una polla contra mí.
Pero como no digo esas palabras en la sala de juntas, y como no he
tenido la oportunidad de decirlas en el dormitorio, lo que siento en mi lengua
es un territorio verdaderamente virgen.
—Nunca se sabe —digo con un coqueto encogimiento de hombros—.
Por ahora, alégrate de que haya dicho “pene”, ya que es mucho mejor que
“foto de salchicha”.
—¿Qué tal “foto del palo”?
—Oh, esa es buena. Pero qué hay de… “foto del miembro”?
Se golpea la barbilla, murmurando su aprobación.
—Me gusta ese porque es muy eufemístico, la cantidad perfecta de
insinuaciones.
—Es una foto de miembro —declaro, golpeando un mazo imaginario.
—Puedes pedirme accidentalmente que te muestre una foto de
miembro en cualquier momento —dice con una risa, luego la risa se
desvanece cuando meto la mano en mi bolso de mano, sacando la tarjeta de
acceso cuando llegamos a mi puerta.
Se encuentra con mi mirada. Sus irises son ricos en posibilidades.
—Sabes, si esto fuera Más uno con el padrino, esta sería la escena en
la que accidentalmente él le muestra una foto de un miembro, se doblan de
la risa, ella se tropieza hacia adelante y él la atrapa —dice.
El rollo de película de ese momento se despliega ante mis ojos.
Y me gusta.
Me gusta mucho.
El calor me atraviesa, un fósforo encendido.
—Me pregunto cómo se vería eso. La parte del tropiezo.
—Y la parte de la captura —añade.
—Y lo que sea que venga después —digo con voz más suave.
Como si ambos estuviéramos tentando al destino.
Probando posibilidades.
92 —En una situación de más uno, es importante saber esas cosas —
dice, su voz ronca, una pizca de anhelos y deseos.
—Definitivamente me gustaría saber —digo, tomándome mi tiempo
con cada palabra.
Sus ojos azules brillan. La vena de su cuello palpita. Sus labios se
separan y mira hambriento los míos.
—Me imagino que después de que ella tropieza, hay un beso
accidental.
Esas palabras.
Beso accidental.
Encienden una revuelta en mi pecho. Envían ráfagas de chispas a
través de mi piel. Encienden mis entrañas.
Mi corazón late como un tambor salvaje.
—Me pregunto cómo se verá eso.
Levanta una ceja, su voz es toda ahumada.
—O cómo se sentirá.
—¿Se parece mucho a un beso de verdad? —pregunto, mi estómago
dando un vuelco.
Hay una carga entre nosotros. Los iones y los átomos se autorreplican,
se multiplican a un ritmo exponencial y esa electricidad me acerca a él.
—Pero tal vez deberíamos probarlo para estar seguros. Después de
todo, probamos el apretón accidental de glúteos —digo.
Por unos segundos, me pregunto quién es esta mujer atrevida dentro
de mí. Quién es esta mujer que está tratando de tener un beso con este
hombre. ¿Es el champán? ¿Es él? ¿Soy yo? Y, sobre todo, ¿me arrepentiré
de esto por la mañana? Pero no me arrepiento del baile, no me arrepiento
de hablar, y definitivamente no me arrepiento del apretón de trasero. Eso no
fue en absoluto accidental, sino totalmente deliberado.
Y como en serio no creo en los accidentes, creo en hacer las cosas a
propósito, decido hacer precisamente eso.
Si hemos pasado esta noche como amigos que coquetean, como
amigos que aprietan, como amigos que bromean y juegan, entonces
seguramente podremos resistir un beso.
Dando un paso, finjo tropezar.
93
Crosby me atrapa, equilibrándome. Pasa sus manos por mis brazos,
me quita el cabello del hombro y luego presiona el beso más sexy y tierno
en el hueco de mi garganta, murmurando:
—Hueles tan bien. Toda la noche. Has estado en mis sentidos.
Mis ojos se cierran y mi cuerpo grita, tócame.
Susurro:
—Definitivamente estás en los míos.
Sus labios viajan suavemente a lo largo de mi cuello, más cerca de mi
mandíbula, rozando allí y haciéndome temblar. Acuna mi mejilla.
—Así es como se ve un beso accidental en las películas —dice.
Luego pasa sus labios por los míos.
Me derrito.
Estamos hablando de hormigueo por todas partes.
A lo largo de mis brazos, bajando por mi pecho, entre mis piernas.
Hormigueos de deseo y nostalgia mientras me besa en un beso que
acaba con todos los besos.
Es un beso que ilumina el cielo. Un beso que te da ganas de anotar
cada detalle, imprimir cada segundo, grabarlo en tu mente para toda la
posteridad, para que luego puedas recordar lo que se siente al ser besada
así.
Se siente como besar debería ser.
Un delicioso y decadente beso de buenas noches.
Sus labios rozan los míos suavemente al principio, un susurro de un
beso. Su respiración es suave, una exhalación necesitada, como si hubiera
deseado esto toda la noche.
Y Dios mío, yo también.
Lo he estado anhelando mientras lo negaba, pero no quiero negar
nada ahora.
No el tierno movimiento de sus labios, no la deliciosa exploración, no
la forma en que desliza su lengua por la comisura de mi boca.
Mmm, ese momento tentador envía un escalofrío salvaje a través de
94 mis células.
Nos demoramos en el beso, labios y bocas tomándose su tiempo,
conociéndose. Saboreando cada segundo exuberante.
Sus labios son mágicos.
Hacen que mi cuerpo realice todo tipo de trucos, como el acto de
desaparición de mi fuerza de voluntad.
Ha desaparecido, desaparecido como un conejo dentro de un
sombrero.
Y no me importa.
Este beso se extiende desde el centro de mi pecho hasta la punta de
mis dedos. Me excita de la cabeza a los pies.
Me hace desearlo desesperadamente.
Luego lo deseo aún más cuando me besa profundamente.
Ávidamente.
Dándome exactamente el tipo de beso que necesitábamos probar esta
noche. Como si supiera que este es el único tipo de beso que deberíamos
tener.
Una promesa.
Pero es más que una promesa. Esto abre un nuevo mundo de
posibilidades.
Y termina antes de que lo dejemos ir demasiado lejos.
Por eso, también estoy agradecida.
Pasa su mano por mi brazo, dándome una sonrisa tonta.
—Para que lo sepas, me gustan los besos accidentales incluso más
que los apretones de trasero accidentales.
Sintiéndome envalentonada, acerco una mano y aprieto su trasero
una vez más.
—Lo mismo aquí, pero me gustan ambos.
Su sonrisa es torcida.
No me puedo resistir. Inclinándome, dejo un beso rápido en sus labios
95 y luego me doy la vuelta. Deslizo la tarjeta de acceso por el lector, abro la
puerta y entro. Pero antes de que la puerta se cierre, vuelvo a asomar la
cabeza, necesitando tranquilidad.
—Seguimos siendo amigos, ¿verdad?
Pone los ojos en blanco como si fuera la cosa más loca que alguien
haya dicho jamás. Toca mi mejilla, deslizando un pulgar por mi mandíbula.
—Absolutamente somos amigos, aunque me gustaría mucho besarte
deliberadamente de nuevo.
Mi corazón martillea.
Mi cuerpo late.
Oh sí, quiero todos los besos deliberados.
En todas partes.
Y estoy bastante segura de que eso es lo que se llama amigos con
beneficios. Porque soy el tipo de mujer que dice lo que piensa, a la que le
gusta la claridad, eso es lo que hago.
—Ese fue un tipo de beso de amigos con beneficios, ¿verdad?
—Y fue un muy buen beneficio de nuestra amistad, ¿no crees?
No puedo dejar de sonreír.
—Definitivamente diría que sí.
Esta vez me despido de verdad, cierro la puerta, suspiro muy feliz,
apoyo la cabeza contra la pared y cierro los ojos.
Acabo de besar al padrino.
Y fue espectacular.

96
Nadia
D
ejándome caer en el suave sofá, con un brazo colgando de un
lado, no puedo dejar de sonreír.
Simplemente no es posible. Esta sonrisa parece no
poder borrarse.
Pasando mi dedo por mi labio inferior, dejé que el carrete se
reproduzca ante mis ojos una vez más.
La forma en que pasó su pulgar sobre mi mandíbula, sostuvo mi
97 rostro, exploró mis labios.
Con un suspiro de satisfacción, saboreo las secuelas del beso
demoledor con el hombre del que he estado enamorada desde que era
adolescente.
Me hormiguea la piel y, cuando cierro los ojos, la pantalla de cine me
muestra Un beso con Crosby una y otra vez.
Es una fantástica función doble.

El sol de la mañana entra por la ventana. Un aliento pesado tira de


mi pecho. Un bostezo tira de mi boca a medida que me despierto.
Una mirada lenta revela que me quedé dormida con mi vestido. Debo
haberme quitado los zapatos, pero, por lo demás, todavía llevo puesto el
vestido de alta costura de dama de honor.
Arrastrándome del sofá, me dirijo al baño, me lavo los dientes y me
quito el vestido. Regreso a la suite, saco una camiseta de mi bolso de viaje
y encuentro mi teléfono en la mesa.
Llamo a Scarlett por FaceTime. Sus ojos se abren de par en par en el
segundo en que me ve.
—Alguien durmió con su maquillaje y su cabello todavía peinado al
estilo de una dama de honor —dice ella, y una sonrisa de sé lo que hiciste
anoche iluminando su rostro.
Finjo inocencia.
—Y aun así me veo fabulosa, ¿verdad?
—Sí, te ves como si hubieras sido follada fabulosamente —dice, sin
pelos en la lengua.
—¿Es buen aspecto? —pregunto en broma, acariciando mi cabello del
día después. Es un lío salvaje, el cabello se levanta por todas partes.
—La digna portada de un catálogo de Joy Delivered. Así de fantástico.
—Scarlett agita una mano alegremente mientras pasea por la Abadía de
Saint-Germain-des-Prés en el sexto distrito, con sus hermosas agujas
98 apenas fuera de la vista de la cámara del teléfono—. Ahora dame el informe
de la follada. Es hora. Llevas todas las pruebas. Mira tu cabello, mujer. Es
un desastre. —Mira la pantalla, como si buscara a alguien más detrás de
mí—. ¿Dónde está él?
Riendo, me arrojo al sofá.
—No follamos. Tampoco follamos con pollas ni dedos —digo, ya que
definitivamente puedo hablar sucio con mis amigas. Pero la charla de chicas
es una bóveda de nivel de cono-de-silencio.
—¿Follaron con lengua? —pregunta, con un tono esperanzado en su
voz.
Un temblor atrevido me recorre ante la perspectiva de que la lengua
de Crosby me explore por todas partes.
Pero ahora no es el momento de soñar despierta con sus habilidades
céntricas.
Aunque quiero. Oh, diablos, quiero. Puede que sea virgen, pero mi
imaginación es muy activa sexualmente.
—Nos besamos y fue fantástico —digo en una salvaje y maravillosa
confesión—. Y besos como en primera base.
Parpadea varias veces.
—Cielos. Estaba bromeando. Pero más o menos no. ¿En serio besaste
a tu cita de la boda? ¿Con el que ibas a ir como amigos?
—Sí —digo, tarareando mientras frunzo el ceño—. ¿Debería sentirme
mal?
Una pizca de culpa se clava en mi pecho. Se suponía que éramos
compañeros. Solo amigos.
Violé nuestro pacto de amistad.
—¿Fue un mal beso?
Me quedo boquiabierta.
—Lávate la boca con jabón. Fue increíble. Increíble al nivel de París
iluminado en Navidad. Asombroso al nivel de besos bajo la farola a lo largo
del Sena —digo, usando términos cercanos y queridos por mi amiga.
Se lleva la mano al corazón.
—Entonces, ¿fue el beso perfecto?
—Precisamente —digo, luego le comparto más detalles de la noche: la
99 conversación, las provocaciones, el baile. La foto de la polla que nunca vi, la
aparición de un pezón que nunca sucedió, nuestras bromas accidentales.
Aun así, ¿fue un terrible error empeorar las cosas hasta el nivel de un
beso?
Pero no dejamos que el genio saliera de la botella.
El genio todavía está en la lámpara, estoy segura.
—Sin embargo, ¿el beso fue bastante intencional? —pregunta
Scarlett, como si necesitara confirmarlo.
—Lo fue.
Suspira.
—Interesante.
Me siento, mi piel cosquillea, mi sentido-araña en alerta.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, pasaste de ir como amigos a terminar la noche con un beso.
Eso es interesante. —Se detiene en la esquina de una calle, el sonido de un
autobús retumbando a lo largo del bulevar llega a mis oídos.
—¿Interesante bueno o interesante malo? —Los nervios salpican mi
voz. Mi ansiedad resurge. ¿Eché a perder las cosas?—. ¿Debería estar
preocupada por algo?
Se ríe, sacudiendo la cabeza.
—No. Al menos, no lo creo. Pero, ¿cómo terminaste con él?
Mi corazón late más rápido de preocupación. Como si hubiera hecho
algo mal al cruzar de puntillas esa línea. Quizás ambos lo hicimos.
—Lo veré a finales de esta semana porque será mi más uno en los
Premios de la Red Deportiva. ¿Por qué suenas como si estuvieras
preocupada por mí? ¿Debería estar preocupada?
Ella niega con la cabeza.
—No lo estoy, amiga mía. Eres una mujer ruda. Una adulta. Una
fuerza formidable de la naturaleza y la dueña más dura de la NFL. —Respira
hondo mientras cruza la calle—. Pero también te entretuviste con un beso
espectacular con el hombre que querías anoche.
—Bien, pero acordamos ser amigos con beneficios. Ambos estábamos
en la misma página. Además, tiene entrenamiento de primavera en poco
100 más de una semana, por lo que se irá. No es como si hubiera una posibilidad
de que esto continúe —digo, diciéndole y recordándomelo. Claro, cruzamos
la línea, pero ambos estuvimos de acuerdo, ambos quisimos hacerlo, y
ambos sabemos que podemos manejarlo—. Simplemente vamos a dos
eventos juntos, y si pasa algo, está bien. Pero no es como si hubiéramos
hecho planes para besarnos de nuevo per se.
Aunque cuando hago esa voz, las palabras suenan extrañas, como si
me estuviera convenciendo a mí misma.
—Ah, es el plan de amigos con beneficios. Eso debería ser bastante
sencillo —dice, asintiendo con la cabeza mientras pasa junto a una tienda
de chocolates.
Ver eso me hace la boca agua, incluso cuando sus palabras secas
hacen que se me revuelva el estómago.
—¿Crees que estoy siendo tonta?
Se ríe suavemente.
—No creo que estés siendo tonta —dice, tomándose su tiempo y
hablando lentamente—. Pero tampoco creo que deberías ser realista sobre
lo que es esto. Los amigos con beneficios son riesgosos, tanto para los
beneficios como para la amistad. Incluso con una fecha de culminación.
Me incorporo más, absorbiendo sus palabras.
—Por supuesto —digo, sacando mis reservas de confianza, mi fuerza
interna—. Sé eso. Lo recordaré. Lo juro. Y la fecha de culminación tiene
sentido.
—Bien. Siempre recuerdas al primero —dice.
Parpadeo.
—No estoy pensando en acostarme con él.
Scarlett se ríe, arqueando una ceja dudosa.
—¿Escuchaste cuán aguda fue tu voz?
—Porque quería que supieras cómo me siento.
—Sí, ¿cómo te sientes después de besarlo?
Entrecierro los ojos.
—Estás tratando de engañarme.
Se ríe, pero es un sonido tranquilizador.
—Bien, tal vez no estés pensando en eso, pero lo estoy pensando por
101 ti. Y solo quiero que pienses bien las cosas. Solo para que sepas cómo son
las cosas, Nadia. Y entres preparada para… cualquier cosa.
—Lo haré. Lo prometo —digo, tanto a ella como a mí misma, y trato
de no pensar en primeras veces con Crosby.
Hablamos más y me pone al día sobre la vida en París con el apuesto
y encantador inglés del que se enamoró recientemente.
—Las cosas van fantásticas con Daniel —dice—. Desde que
terminamos nuestra adquisición de los hoteles boutique, lo celebramos
yendo a Ámsterdam durante el fin de semana y nos dimos el gusto de bailar,
probar comidas y todo tipo de decadencias.
—Feliz respiro —digo, mientras me entretiene con más historias de su
vida europea y su amor. Revisaron castillos, hicieron un recorrido en barco
y saborearon cada segundo juntos.
Todo suena demasiado bueno para ser verdad, excepto que es real y
ella trabajó duro para ser felices para siempre. Además, dado cómo su
primer marido le rebanó el corazón, se lo merece.
Creo que las buenas personas merecen amor.
Scarlett es una de las mejores personas que conozco y ha encontrado
el amor verdadero.
Como lo encontraron mis padres.
Como lo encontró Brooke con su marido.
Como Eric parece haberlo encontrado con Mariana.
Amo ese tipo de amor. Quiero de ese tipo… algún día. Del tipo que es
para siempre. Del tipo verdadero.
Pero no ahora. Tengo demasiado en mi plato, y Crosby no está
interesado en las citas, así que no hay razón por la que dos viejos amigos
que se conocen desde hace mucho tiempo no deban disfrutar de los
beneficios de nuestra amistad.
Me despido de Scarlett, decidida a estar preparada para cualquier
cosa que se me presente.
Eso es todo lo que tengo que hacer cuando vuelva a ver a Crosby. Solo
estar preparada.
Me dirijo al baño para tomar una ducha, revisando mi teléfono una
última vez antes de entrar. Un mensaje de texto de Crosby parpadea hacia
102 mí.
Crosby: Para que lo sepas, dormí bien anoche. Fue un sueño
accidental. Pero fue el mejor sueño accidental que he tenido. De hecho, creo
que anoche estuvo llena de todo tipo de accidentes terribles que deberían
repetirse.
Prácticamente aprieto el teléfono contra mi pecho, meneo mis
hombros y corro sobre las baldosas antes de responder.
Nadia: ¿“Repetir” es una palabra sucia?
Crosby: Quizás lo sea. Lo averiguaremos. PD: siéntete libre de
enviarme fotos de lo que vas a usar para el evento. Ya sabes, para mis
compras de ramilletes. Creo que voy a conseguirte uno nuevo.
Nadia: Cuando me decida, tomaré una foto.
Crosby: No puedo esperar.
Yo tampoco puedo.
Me siento vertiginosa y electrificada el resto del día. Regreso a casa
para terminar de organizar mi nuevo lugar, incluida la clasificación de mis
pequeños queridos, aunque algunos son bastante grandes, los grandes
queridos suena tan torpe. Dejo un trozo de tela satinada en el cajón de mi
mesita de noche, arreglo mis favoritos y luego cargo otros en el baño.
Otro mantra mío: no hay excusa para un vibrador descargado.
Aprendí esa lección de la manera difícil una noche cuando ansiaba
pasar un rato con mi delfín favorito.
Farfulló, se agotó y luego murió.
Nunca más, dije.
Esa noche, el delfín se levanta a la altura de las circunstancias.
Oh, sí, lo hace.
Y me siento vertiginosa de nuevo, y de una manera mucho más
traviesa.
Pero a la mañana siguiente, soy toda profesional.
Mientras me dirijo a las oficinas ejecutivas en el estadio de los Hawks
en las afueras de la ciudad, barro a Crosby de mi mente.
Es hora de los negocios.

103 Tengo mi bolso, mis ovarios de acero, mi mejor cara de póquer, y mi


mantra de no tengas miedo de expresarte.
Eso me sirve bien cuando me reúno con mi director ejecutivo,
consejero general, director de reclutamiento universitario y otros. Todos se
mudaron aquí desde Las Vegas, pero nuestro gerente general no lo hizo. En
la sala de conferencias, establecí la agenda y las expectativas para el
próximo año, incluida la contratación de un nuevo gerente general, el puesto
más importante cuando se trata de contratos de jugadores, contrataciones
y despidos.
Luego agrego al terminar:
—Solo hay una cosa que hacer en el futuro. El Super Bowl se jugó a
principios de este mes. El hecho de que no estuviéramos allí es lo único que
importa. El año que viene quiero que este equipo vuele a Miami para ganar
el Trofeo Lombardi —les digo.
Una vez que el resto de los ejecutivos abandonan la sala de
conferencias, mi mano derecha, Matthew Harris, se recuesta en su silla de
cuero, luciendo como un gato que encantó a todos los mininos.
Con una sonrisa de dime más, me encuentro con su mirada, ambos
esperando que el otro se rompa primero. Es lo nuestro. No solo es el director
ejecutivo del equipo; también es un gran amigo, y el raro británico que
prefiere al futbol jugado en un campo. Fútbol americano.
Dejo caer mi barbilla en mi mano y lo estudio, esperando, esperando.
Silba, luego resopla.
—Bien, tú ganas.
Hago un gesto con mi mano de que siga.
—Suéltalo. ¿Cuál es el trato, como dicen los niños estos días?
—Podría tener una solución a la situación del gerente general. Tengo
algunas pistas sobre un gerente general. Algunos candidatos no
tradicionales.
Me ha intrigado
—Sigue hablando.
Con un brillo de satisfacción en sus ojos verdes, dice:
—Se dice en la calle que hay una mujer que ascendió de rango en
Dallas y que podría querer un puesto aquí.

104 Me siento con la espalda recta, la emoción atravesándome.


—¿Kim Lee?
—La única.
—Ella es una de las ejecutivas de más alto rango en la NFL.
Contratarla como gerente general sería un gran golpe. Además, es brillante.
—Jodidamente brillante, dirían algunos.
—Sí. Consíguela —digo, luego junto mis palmas—. Por favor.
—Haré una llamada. Ella sería fantástica.
—Te diría que eres mi persona favorita aquí, pero…
Frunce el ceño, como si fuera historia antigua.
—Ya lo sé. Me dices eso todo el tiempo.
—Es cierto, además necesitas tus cumplidos —digo.
Pasando una mano por su cabello rubio oscuro, sonríe admitiéndolo.
—Efectivamente, los necesito. El sustento de cualquier ejecutivo
deportivo es la piel dura y una obsesiva devoción por los elogios —bromea,
ajustándose la corbata. El hombre es la definición de apuesto: usa trajes de
tres piezas todos los días para trabajar y el aspecto del chaleco es muy
elegante.
—Hablando de cumplidos, ¿quieres pedir un almuerzo y trabajar en
nuestro plan para Kim?
—Como si quisiera hacer cualquier otra cosa.
Ordenamos, ideamos una estrategia, y el enfoque me da energía.
Matthew también, al parecer, lo que me hace feliz, ya que se mudó aquí a
pesar de que la mujer con la que estaba saliendo en Las Vegas no quería
que lo hiciera.
—¿Cómo va todo con Phoebe? —pregunto.
Suelta un suspiro.
—¿Bien? ¿Algo así? Creo.
Frunzo el ceño.
—¿Qué pasa, amigo? ¿Está teniendo dificultades contigo estando
aquí?

105 —Parece que así es. Cada día que hablamos, se asegura de hacerme
saber lo disgustada que está —dice, luego se encoge de hombros,
siguiéndolo con un suspiro.
—Lamento oír eso —digo, una pizca de culpa clavándose en mí—. Me
siento responsable.
—No lo sientas. Elegí mudarme. Además, debería estar con alguien
que apoye tu carrera en lugar de frenarla. —Pasa un instante, sus labios se
curvan en una sonrisa—. ¿No es eso lo que te dije el año pasado cuando
pasaste por tu desfile de hombres horribles?
—Hijos de buzones de correo —digo con una sonrisa, pensando en el
dicho de Crosby.
Matthew frunce el ceño.
—Por favor, dime que no es un nuevo dicho estadounidense que
necesito aprender. Apenas he llegado a un acuerdo con “hacerse bola”,
“enfríate” y “fue asesino”.
—Es algo que Crosby dijo para referirse a los hombres de Las Vegas.
Arquea una ceja.
—¿Crosby Cash? ¿El jugador de béisbol?
—Sí. Fuimos juntos a la boda de mi hermano.
—Oh, ¿así que fueron juntos? —Sus cejas se disparan hasta la línea
de su cabello.
—Somos amigos —digo, pero trato de controlar la sonrisa que lo
acompaña.
—Claro. Seguro.
—Lo juro —digo, aunque el beso no se sintió en absoluto amistoso—.
Y vamos a ir a la gala de premios esta semana.
—Interesante —dice, parecido a un gato una vez más—. Muy
interesante.
Muevo un dedo.
—No te hagas ideas sobre nosotros.
Pero a decir verdad, todas las ideas sobre Crosby son mías.
Ideas deliciosas y tentadoras.

106 Ideas sobre las que quiero actuar.


Menos mal que tengo un día ajetreado con Matthew,
arremangándonos y haciendo un plan para la próxima temporada.
Al final del día, estoy tomando al toro por los cuernos.
No vuelvo a casa hasta pasadas las diez, después de una cena con los
administradores de la ciudad, donde preparo las bases para los planes de
expansión del estadio.
A las once en casa, me desvisto, me quito mi anillo y mi reloj, me
sumerjo en la bañera y me relajo.
Tengo resuelto esto.
Puedo ser Nadia Harlowe, la hija de mi padre durante el día, y el más
uno de Crosby durante la noche.
Crosby

E
nviar al corredor a home.
Ese es el objetivo.
Pongo una mano sobre el hombro de Jacob mientras
él clava la punta del botín en la tercera base.
El bateador en el plato de home hace un par de golpes de práctica.
—Si él se conecta, simplemente vas. ¿Entendido? El juego está en la
107 cuerda floja.
Jacob me da un asentimiento breve y ansioso.
—Entendido, entrenador Cash.
Me rio.
—Crosby. Solo Crosby.
Jacob me muestra una sonrisa.
—Entrenador Cash.
Al otro lado del diamante, Grant se encarga de la primera base,
mientras nuestro lanzador de cierre, Chance, espera junto a la caseta,
observando la acción en el out final de la entrada final.
Es lanzador contra bateador, mano a mano. El feroz y poderoso
alumno de cuarto grado prepara su lanzamiento y lanza una perversa bola
rápida, enviándola directamente a través del plato. El bateador de diez años
conecta en el primer golpe, lanzando una sarta de gritos.
Mi pulso se acelera.
—¡Ve, ve, ve, ve, ve!
Pero Jacob apenas necesita mi dirección. Está derribando la tercera
línea de fondo, empeñado en cruzar el plato de home. La pelota grita más
allá del campocorto, deslizándose por el césped, mientras Jacob va
pateando. Pongo mis manos delante de mi boca.
—¡Lo tienes! ¡Lo tienes! ¡Solo ve, ve, ve!
Jacob cruza el plato con la carrera ganadora, victorioso mientras el
resto de su equipo sale de la caseta justo cuando el bateador aterriza en
primera base.
Grant le da al bateador un choque de puños. Troto hacia el plato de
home, y cuando los niños se separan de su fiesta de vítores, Jacob se dirige
directamente hacia mí, con una brillante sonrisa en su joven rostro.
—Gracias, entrenador Cash.
—No fue nada —digo, chocando cinco con el niño.
Pero no se trató de nada. Sé que el entrenamiento le importaba a
Jacob. A estos otros niños. Por eso estamos aquí. Estos estudiantes de
primaria han trabajado duro toda la temporada y lo lograron, ganando su
campeonato de la liga local.

108 Hacen que mi corazón se hinche de orgullo. Señalo el pecho de Jacob,


clavando un dedo en su esternón.
—Eres el hombre.
Niega con la cabeza.
—Tú eres el hombre.
Niego con la mía.
—No, tú eres el hombre.
Grant trota hacia nosotros y llega al plato de home con una gran
sonrisa.
—Tal vez, yo soy el hombre —dice, golpeando las palmas de las manos
con los niños, luego conmigo.
Chance se acerca y se une a la celebración.
—Sí, todo va para ti, Grant. No podríamos hacer nada sin ti —le dice
Chance al tipo que es la fuerza constante detrás del plato en nuestros juegos
de Grandes Ligas. Son una combinación dura de lanzador-receptor, una de
las mejores parejas de todo el béisbol profesional, con el tipo de ritmo que
Posada y Rivera tenían con los Yankees en el pasado.
Después de felicitar a los niños, ayudarlos a empacar su equipo y
enderezar el diamante, los tres salimos del campo donde hemos servido
como entrenadores honorarios, jugando con un equipo local de estudiantes
de cuarto grado en una sección muy peligrosa de la ciudad.
Los niños necesitaban equipo, un campo y algunos vítores a su
espíritu. Así que los tres nos ofrecimos como voluntarios para hacerlo,
comprando su equipo y colaborando como entrenadores.
Una vez que dejamos el campo, dirigiéndonos hacia mi Tesla rojo
cereza, Grant señala el asiento delantero.
—Copiloto.
Chance pone los ojos en blanco.
—El asiento trasero también tiene mucho espacio para las piernas.
Siempre piensas que me estás engañando, ¿no es así?
Grant le guiña un ojo.
—El asiento delantero es mejor. Puedes intentar justificarlo. Pero la
verdad es que soy más rápido.
Chance levanta una ceja, sus ojos oscuros burlándose.
109
—Eso es lo que ella dijo de ti.
Grant le lanza una mirada. Se aclara la garganta.
—Quizás eso es lo que ella dijo de ti. Pero ningún hombre ha dicho
eso de mí.
Chance tararea dubitativo, entrecerrando los ojos oscuros.
—No lo sé. ¿No estuviste entrando y saliendo, como, quince minutos
con tu ligue de Grindr la última vez que salimos?
Grant dispara rayos láser mortales directamente a Chance.
—Amigo. Ese fue de DoorDash. Maldición, ordené en DoorDash.
—¿Te enganchaste con el tipo de DoorDash? Maldita sea, Grant —
dice, silbando.
Grant resopla.
—Estaba en DoorDash pidiendo comida tailandesa para llevar a casa.
Ni siquiera estoy en Grindr, hombre. —Se mete la mano en el bolsillo trasero
y luego lanza su teléfono a través del techo del auto hacia Chance.
Chance lo agarra con una mano.
—Genial. ¿Quieres que te registre ahora? ¿Debería ponerte como Tipo-
Que-Entra-y-Sale-en-Cinco?
Grant pone los ojos en blanco.
—No tengo una sola aplicación de citas ahí. Porque, espera a escuchar
esto, no las necesito.
Chance guiña un ojo.
—Claro. Seguro. DoorDash es tu aplicación de citas.
Grant se ríe a carcajadas, negando con la cabeza.
—Es un milagro que hayas tenido una cita.
Llego a la puerta del lado del conductor, haciendo un gesto hacia el
acto de comedia de los dos hombres.
—Por favor, díganme que no vamos a pasar todo el viaje en automóvil
con ustedes dos debatiendo su destreza en el dormitorio con sus conquistas.
Grant y Chance se miran confundidos.

110 —¿De qué más hablaríamos? —pregunta Grant.


Chance se rasca la mandíbula.
—Ese es, literalmente, nuestro único tema de conversación —dice a la
vez que se desliza hacia el asiento trasero—. Si no podemos golpearnos el
pecho y burlarnos mutuamente, no sé de qué discutiríamos. Así que quizás,
cierra la boca, Crosby.
Levanto una mano en señal de rendición mientras entro en el auto.
—De todos modos, fue un buen partido. Una buena temporada
también. Me alegro de que ustedes, payasos, no me lo hayan cagado.
Grant aprieta mi mejilla.
—Oh, ¿solemos joderlo para ti, pequeño Crosby?
Le doy un golpe en la mano.
—A veces lo haces. Pero juego limpio —digo, cambiando a un tono
ligeramente serio mientras enciendo el motor—. Ustedes, cabrones, lo
hicieron bien hoy. ¿Vieron cómo Carson conectó en su turno al bate en el
cuarto tiempo?
Grant sonríe, una sonrisa que hace brillar sus ojos azules.
—Eso fue genial. Estaba tan jodidamente orgulloso de él. Ha llegado
tan lejos esta temporada.
Chance le da una palmada en el hombro a Grant.
—También es un gran receptor. Puedo verlo siguiendo tus pasos,
hombre.
Grant le ofrece un puño para chocar.
—Lo mismo para ti. Christian, Vance, Marco: todos los lanzadores que
entrenaste hicieron grandes progresos esta temporada. Christian va a ser
tan temible limpiando el desorden en el montículo como tú, hombre.
Es el turno de Chance de sonreír como un tonto.
—Gracias. Lo aprecio.
Como lanzador de cierre de los Cougars, Chance es de hecho nuestro
chico de limpieza en el montículo. Es en quien confiamos para sacarnos de
aprietos. ¿Bases cargadas, sin salidas? ¿Zurdo duro en el plato? ¿Ganar la
carrera en tercera? Chance es el hombre. Los locutores de radio del equipo
lo apodaron Última Chance del Tren Saliendo de la Estación debido a la
forma en que congela a los oponentes cuando sube al montículo al final de
111 la novena.
Sus habilidades con una bola rápida cortada de noventa y ocho millas
por hora son incomparables, pero también lo es su sonrisa. Su risa. De
hecho, se ríe y sonríe mientras está en el montículo, rasgos gemelos que son
tan desconcertantes como la velocidad de su brazo.
—Es lindo verlos a ustedes dos llevándose bien de vez en cuando —
comento mientras miro los espejos, luego salgo del lugar de estacionamiento
y me meto en el tráfico.
—Es sabido que sucede de vez en cuando —dice Chance encogiéndose
de hombros.
—Porque somos increíbles y también los niños que entrenamos —
digo—. Y es por eso que ustedes dos me invitarán a tomar una cerveza esta
noche.
—Estoy dispuesto a eso. —Grant toca un tambor en el tablero y luego
mira la hora. Cerca de las seis y media—. ¿A dónde quieres ir?
—¿Spotted Zebra? —sugiero.
—Buena respuesta. Tenemos que apoyar a mi hermana —dice
Grant—. ¿Sabías que su bar fue nombrado el más moderno de Valle Hayes
en SF Weekly?
Chance interviene desde el asiento trasero:
—Además, te gusta recoger chicos en el Spotted Zebra.
Grant nos lanza una sonrisa maliciosa.
—No puedo evitarlo si el bar atrae una mezcla ecléctica de hombres
calientes, e incluso hombres más calientes que se sienten atraídos por mí.
—¿Sabes que el bar también atrae a las mujeres? —interviene Chance.
Grant hace un gesto con la mano con desdén.
—Sí. Quiero decir, claro. Quédatelas.
—Gracias. En realidad, lo aprecio —dice Chance secamente.
Grant, el sabelotodo, adopta una mirada desdeñosa.
—No me ves buscando las mismas oportunidades que tú estás
buscando. Creo que te alegrará que no intente entrar en tu territorio.

112 Miro a Chance por el espejo retrovisor.


—Sí, ¿no estás tan contento de que no tengamos que competir con
este feo hijo de puta por las damas?
Grant interrumpe.
—Todo lo que digo es que no creo que ustedes, gatos, aprecien lo que
hago por sus probabilidades. Un agradecimiento sería bueno.
Chance se inclina hacia adelante y coloca la mano sobre el respaldo
del asiento de Grant.
—Vaya. Muchas gracias por follarte hombres para que no tengamos
que competir contigo.
Grant asiente, largo y confiado.
—De eso estoy hablando. De nada.
—Por la misma razón, también de nada —dice Chance, todo de
improviso y casual.
—¿Por qué? —pregunta Grant, desconcertado.
Reduzco la velocidad hasta detenerme en el semáforo, divertido
porque el lanzador y el receptor se alientan mutuamente. Ese es su estilo.
Como uña y carne en el campo, enojadizos como leones con manadas en
guerra. En el espejo veo a Chance meneando las pestañas mientras dice:
—Que no arruino tus probabilidades.
Grant se ríe a carcajadas.
—Bien jugado, hermano. Bien jugado.
—Y mientras jugamos —agrega Chance, fresco como una lechuga—,
si alguna vez quieres ver quién puede acumular más números, házmelo
saber.
—¿De verdad? ¿Crees que puedes atraer más chicas de las que yo
puedo atraer sujetos?
—Creo que puedo.
Grant suelta una carcajada.
—Te amo, hombre, pero no conoces a los sujetos. Así que ni siquiera
intentes eso o serás educado.

113 Echo un vistazo al lanzador.


—Grant tiene razón. ¿Alguna vez has visto la forma en que acuden en
masa a él? Es hora de dimitir, amigo mío.
—Bien, bien. —Chance resopla y luego se acaricia la barbilla—. Tal
vez simplemente charle con Sierra entonces.
Grant gira su cabeza completamente hasta el asiento trasero, mirando
fijamente al lanzador de cierre.
—No. No te acerques a Sierra. No. No. No.
Chance sonríe con malicia.
—Tal vez debería esta noche. ¿Qué piensas de eso, Grant?
Grant se recuesta en su asiento, cierra los ojos y se pasa la mano por
la cara.
—Puedes anotar tantos dígitos como puedas. Solo mantente alejado
de Sierra —murmura Grant, luego se vuelve hacia mí, su tono cambia—.
Hablando de hermanas, ¿qué diablos pasó en la boda contigo y la hermana
de Eric?
—Sí, ¿cómo te queda ese collar de perro alrededor del cuello, Crosby?
—pregunta Chance—. ¿Es lindo y apretado, para mantenerte en línea?
Tiro de un collar imaginario mientras me incorporo al carril derecho
para poder girar.
—Me mantiene alejado de las mujeres al otro lado de la cerca eléctrica.
—Excepto Nadia. Ustedes dos se veían bastante juntitos en la pista de
baile —dice Chance, con tono dudoso—. No pude unirme a los muchachos
para la inquisición porque tuve que hablar con mi agente en ese momento.
Pero claro que pareció que estuviste siendo íntimo con ella el resto de la
noche.
Enciendo la señal, giro a la derecha y evito la pregunta.
—Tan íntimo como parecía Grant la otra noche cuando se encontró
con… ¿con quién te encontraste la última vez que estuvimos en Spotted
Zebra?
Chance se aclara la garganta.
—Crosby, no te desvíes. Tenemos que informar a Eric. Somos sus
apoderados. ¿Cuál es la historia con Nadia?
114 Mientras conduzco, recuerdo la noche del sábado en la boda.
El ascensor, el pasillo, el beso fuera de la puerta de su habitación de
hotel.
La forma en que Nadia se derritió en mis brazos, sus labios suaves y
exuberantes contra los míos, su cuerpo como un sueño, su aroma
invadiendo mi mente.
Luego reproduzco nuestros mensajes de texto a la mañana siguiente.
¿Lo confieso?
¿Les digo que nos besamos?
Pero no hay nada que confesar.
Ni una sola cosa.
Simplemente hicimos planes para asistir juntos a un evento al que
ambos ya estábamos invitados. Potencialmente, disfrutaremos de más
ventajas.
Eso no es romper el pacto. El pacto especificaba no tener citas. No voy
a salir con ella. Solo estoy… beneficiándome con ella.
Ergo, todo está bien.
—Iremos a los Premios de la Red Deportiva a finales de esta semana.
Como fuimos a la boda. Vamos como amigos —digo, tranquilo y sereno.
Los ojos de Grant se abren de par en par.
—¿Como amigos?
—Como amigos —repito.
—¿De verdad sabes cómo ser amigo de una mujer? —plantea Chance
desde el asiento trasero.
—Sí, lo sé, hamburguesa de pavo. He sido amigo de Nadia desde hace
años. Desde que éramos adolescentes. Desde que éramos aún más jóvenes.
Sé muy bien cómo ser su amigo, muchas gracias.
—No estoy seguro de creerte —dice Chance, su tono rebosa de
escepticismo.
—Mira, es para mejor. Es nueva en la ciudad, no conoce a mucha
gente y es la dueña del equipo de fútbol, por lo que es bueno que la vean
con alguien cuando va a estos eventos. Del mismo modo, es bueno para mí
que me vean con alguien que no sea…
115
—¿Un desastre? —aporta Grant.
—¿Una criminal? —interviene Chance.
—¿Condenada por abuso de información privilegiada? —continúa
Chance, su voz se vuelve seria—. ¿Crees que quizás tengas problemas para
elegir el tipo de mujer equivocado?
Pongo los ojos en blanco mientras nos acercamos a Spotted Zebra y
busco un lugar para estacionar.
—Caramba. Me pregunto si los tengo.
Grant deja escapar un suspiro de simpatía.
—Dejas entrar a la gente demasiado pronto. Eso es todo. Tienes que
proteger ese corazón. —Me golpea el pecho—. Confía en mí.
Por un segundo, el tono de Grant es mortalmente serio y un poco
triste.
—¿Hablando por experiencia? —pregunto, sin bromas esta vez, sin
burlas.
Chance se inclina más cerca, su tono bajo y amenazante.
—Sí, ¿algún tipo te lastimó? Porque cortaré a ese hijo de puta.
Grant se encoge de hombros como si no fuera gran cosa.
—Estoy bien ahora. Fue hace un tiempo. Justo antes de mi temporada
de novato.
—¿Quién fue? —pregunto, ya que no me estoy creyendo la rutina de
nada-importante.
Grant hace un gesto con la mano restándole importancia.
—Nadie.
—¿Te lastimó y no es nadie? ¿Fue un ligue de entrenamiento de
primavera? —pregunta Chance.
—Sí, lo fue.
—¿Estabas enamorado? —insiste Chance.
Por el rabillo del ojo, veo que Grant mueve su mandíbula, aprieta y
luego la suelta.
—No importa. Era joven y tonto. Está en el pasado. No es problema
ahora.
116
—¿Estás seguro? —presiono.
—Seguro —dice Grant con un asentimiento enérgico, cortando esta
línea de preguntas—. De todos modos, volvamos a Crosby. —Se golpea el
esternón—. Debes tener cuidado con tu corazón.
—Entonces, ¿Crosby debería mantener a las mujeres a distancia? —
pregunta Chance.
—¿Hola? Todavía estoy aquí —señalo.
—Lo que sea —dice Chance—. Deja que tus hermanos te apoyen.
—Bien. Entonces, ¿qué sabio consejo me darían mis hermanos esta
noche? —pregunto a la vez que me detengo en un lugar de estacionamiento.
—Este es el consejo que te daré. Ten cuidado. Ten mucho cuidado de
a quién dejas entrar. Así mantendrás tu corazón a salvo —dice Grant,
mientras me estaciono en paralelo en tres movimientos perfectos.
Cuando apago el motor, me pongo un poco más serio.
—Todo está bien con Nadia. Vamos como amigos, y eso es todo.
Honestamente, sería lo mismo que sí, digamos, Grant fuera con tu hermano
a algún tipo de evento —le digo a Chance.
Grant finge un escalofrío mientras abre la puerta.
—¿Estás bromeando? ¿TJ? ¿Crees que debería salir con su gemelo?
—Sí —sugiero, incitándolo—. Como, tal vez si necesitaras una cita.
Un más uno para un evento. ¿Por qué no llevar a TJ?
Grant se queda boquiabierto. Con la mandíbula desencajada. Ésta cae
a la acera. Me da una mirada duh.
—Se ve igual que Chance. De ninguna manera podría besar a alguien
que se parece a mi amigo.
—Aww. Ahora somos amigos —dice Chance, llevándose la mano al
corazón—. Estoy conmovido.
Grant le muestra el dedo medio.
—Sí, idiota. Somos amigos. Pero no voy a salir con tu hermano. Eso
es demasiado extraño.

117 La idea es realmente extraña. Pero también distractora.


El debate sobre salir con el gemelo de un amigo los ocupa a los dos
durante la siguiente hora mientras entramos en el bar de la hermana de
Grant, pedimos cervezas y charlamos.
Ninguno de los dos intenta ligar. Están demasiado metidos en su
debate en el bar.
Deciden que las posibilidades de Grant de salir con TJ son menores
que cero.
¿Son las mismas que mis posibilidades con Nadia?
Deberían ser cero.
Pero cuando hago clic en abrir mis mensajes después de terminar mi
cerveza, se carga una foto.
En realidad, dos fotos.
La primera es una foto de una tela sedosa en su cama, un primer
plano de su vestido. Es del color del vino y un gruñido se forma en mi
garganta mientras imagino cómo se verá ese vestido en su cuerpo.
Sin embargo, la siguiente foto me quita el aliento de los pulmones.
Me envió una foto de sus pies con un par de tacones sexys como el
pecado.
Mi mente se adelanta varios pasos, imaginando esas piernas dobladas
sobre mis hombros.
Envueltas alrededor de mi cintura.
Abiertas en la cama para mí.
Ah, diablos.
Las posibilidades de que me resista a ella no son cero.
Ni siquiera cerca.

118
Nadia

V
eré a Crosby en menos de cuarenta y ocho horas.
Definitivamente estoy contando las horas que quedan.
Ni siquiera voy a fingir que no lo hago.
Estoy contando y comprando.
Ya que me compré zapatos cuando las citas han salido mal, maldita
sea, voy a comprar zapatos antes de una que estoy segura de que irá
119 fantásticamente.
Bien, de acuerdo. No es una cita. Es un evento al que vamos a ir
juntos. Aun así, los eventos requieren zapatos.
Con un par de tacones rojos en la mano, mi madre se acomoda en un
lujoso cojín rosa en una silla en una de nuestras tiendas favoritas en Union
Street.
Mi madre y yo congeniábamos en muchas cosas, una de ellas las
compras. Porque ir de compras es genial para hablar y eso es algo que
siempre hemos hecho bien. Hablamos y compartimos.
—Más de una semana de vuelta al trabajo aquí en San Francisco.
¿Cuál es tu veredicto?
Miro por la ventana de la tienda.
—Es… neblinoso aquí.
Se ríe mientras se pone los zapatos.
Mis labios forman una O mientras reviso el calzado nuevo.
—Mi veredicto sobre esos zapatos es que debes comprarlos —digo,
señalando con decisión las bellezas de sus pies.
—Los amo —dice, frunciendo los labios mientras estudia la forma en
que encajan—. ¿Dónde los usaría?
—En cualquier lugar —digo, cuando la empleada de ventas regresa
con un hermoso par de zapatos de terciopelo color amatista para mí. Le doy
las gracias, luego continúo mi oda a los zapatos rojo cereza de mamá—. En
todos lados. Jardinería. Rompecabezas. Compras. Salir a tomar el té.
Diablos, usaría esos bebés caminando por la casa. Y me detendría y
admiraría mis pies en el espejo cada vez que pasara junto a uno.
Se da golpecitos en la barbilla.
—Todas buenas ideas. Me pregunto si debería hacerlo…
La bombilla se apaga.
—Espera. ¿Son para una cita?
Agacha la cabeza, su tímida sonrisa me da la respuesta que necesito.
Lo confirma con un asentimiento y un chillido suave, apenas audible.
Me siento a su lado, agarro los zapatos como una joya de la caja y
deslizo mi pie izquierdo en uno.
—Cuéntamelo todo, guardiana de secretos.
120
Levanta la cara, luciendo una sonrisa que no puede contener.
—Tengo una cita para cenar este fin de semana en Napa.
—¿Con quién? —pregunto, necesitando desesperadamente la
respuesta.
—La mamá de Crosby me arregló una cita con un hombre que conoce
—dice, al borde de la risa. Es la cosa más adorable que he visto en mi vida.
—¿Quién es? ¿Es un ciudadano respetable? ¿Recicla? ¿Tiene un
trabajo decente? ¿Fue a la universidad? —pregunto, acribillándola con el
mismo tipo de preguntas con las que me acribillaría a mí—. Y, lo más
importante, ¿le gustan los perros?
Abrocho la correa de los zapatos mientras espero sus respuestas.
—Es originario de Sídney. Es dueño de un par de viñedos.
Sonrío.
—Excelente. Entonces le gusta el vino. Punto a su favor.
—Hace una donación a un refugio de animales local. De hecho, es uno
de los mayores donantes.
Bien, apruebo silenciosamente.
—Vino aquí a la universidad. Fue a UCSF. Recicla y composta.
Suspiro soñadoramente.
—Y apuesto a que tiene un perro.
Levanta dos dedos.
—Ambos perros callejeros rescatados. Y le gusta la música en vivo.
Miro al techo, con las manos en alto, como si los ángeles hubieran
enviado a este hombre desde lo alto.
—Déjame adivinar. James Taylor, Melissa Etheridge y Jackson
Browne. ¿Estoy en lo cierto?
Le da un golpe mi pierna.
—No soy tan vieja.
—Tienes razón. Melissa Etheridge no es tan mayor como esos tipos.
—¿Pensaste que alguien de mi edad preferiría a Katy Perry?
—No. No eres una persona de Katy Perry. Pero eres una persona muy
121 de Jackson Browne. —Levanto un dedo para hacer un punto—. Y por lo
tanto eres exactamente muy vieja.
Pone los ojos en blanco.
—Bien, bien. Amo a Jackson Browne. Mi corazón de los 70 late con
fuerza. No puedo evitarlo.
—¿Te llevará al concierto de Jackson Browne este fin de semana?
Escuché que hay uno en el centro de Napa.
Me lanza una mirada de estoy muy impresionada.
—Sí, ahí es donde será nuestra cita. Lo sabes todo.
—Oye, es mi trabajo estar informada sobre todo lo relacionado con el
Área de la Bahía. Además, voy a hablar con varias personas para el trabajo
de gerente general y una a la que entrevisté esta semana vive allí, y mencionó
que él también irá.
—¿Cómo va la búsqueda de un gerente general?
Mientras me pruebo los zapatos, le hablo de los candidatos que he
conocido en lo que va de semana y de los que vendrán en las próximas.
—Quiero encontrar a alguien que pueda negociar los intercambios y
los cambios de personal que necesito para causar un gran impacto. Alguien
que sepa exactamente cómo devolver el Trofeo Lombardi a los Hawks. Quiero
estar a la altura de la reputación de papá.
Le da una palmadita a mi pierna, dándome una cálida sonrisa.
—Él estaría orgulloso de ti, defendiéndote en el trabajo. Has hecho un
gran trabajo los últimos años y seguirás haciéndolo.
Un nudo se forma en mi garganta.
—Gracias, mamá. Necesitaba escuchar eso. Algunos días son duros y
ajetreados. —Hago un gesto hacia los zapatos—. Pero los zapatos facilitan
los días difíciles. Necesitas comprar esos zapatos. De hecho, te los voy a
regalar como regalo para tu cita.
Sonríe.
—Gracias. Eso es muy dulce de tu parte. —Entonces su expresión
flaquea, su sonrisa se desvanece—. Nadia, ¿crees que es terrible que vuelva
a salir? ¿Estaría molesto?
Aprieto su hombro, negando con la cabeza rotundamente.
122 —Te amaba tanto. Querría que fueras feliz. No olvides la nota que
escribió.
Se lleva la mano a la boca. Una lágrima se desliza por su mejilla.
También se me llenan los ojos de lágrimas mientras un recuerdo
parpadea ante mí. El declive de mi padre fue rápido y furioso. En cierto
modo, eso fue lo mejor. No tuvo que sufrir por mucho tiempo. Cuando estaba
en el hospital con él, me pidió que lo ayudara a escribir una nota para su
esposa.
Quería que ella volviera a ser feliz. Quería que saliera y encontrara el
amor. Del tipo que habían tenido.
—No dejes que tu madre me llore por mucho tiempo. Ella es joven y
vibrante. Querrá volver a amar. Y debes seguir recordándole que eso es lo
que querría para ella —me dijo.
Escribimos un breve manual de instrucciones para que se lo diera a
cualquier hombre que saliera con ella después de su muerte. Aunque no en
una primera cita.
Instrucciones para salir con mi esposa: debes seguirle el ritmo, te deben
gustar los rompecabezas, disfrutar de la jardinería, reciclar todo lo posible,
poder bromear sobre las noticias, cocinar una comida de vez en cuando, pero
también llevarla a los mejores restaurantes de la ciudad, así como a un bar
de mala muerte ocasionalmente porque a ella le encantan. También ayuda si
puedes hornear, porque le encantan los dulces. Lo más importante es que
tiene el corazón más grande del mundo y, si lo rompes, te perseguiré para
siempre.
Memoricé cada hermosa palabra. Reproducirlas en mi cabeza trae una
oleada de emoción a mi corazón. Un nudo en mi garganta.
—Él no quiere tener que perseguir a este tipo —susurro, buscando en
mi bolso mis prácticos pañuelos para secar la amenaza de las lágrimas—.
Así que sí, mamá, estaría muy feliz.
Ella asiente un par de veces, una pequeña sonrisa jugando en sus
labios, reorganizando su ceño fruncido.
—Creo que él también lo estaría. —Se toma un momento para
recomponerse—. ¿Y tú y Crosby? Parecían disfrutar el uno del otro en la
boda.
Disfrutar por decir lo menos.
Lo saboreé.
123
Fantaseé con ello.
Me he corrido pensando en ello.
Pero no le voy a decir eso a mi mamá.
Me acerco a los asuntos prácticos de Crosby y yo.
—Iremos a los Premios de la Red Deportiva a finales de esta semana.
Estoy deseando que llegue —digo, tratando desesperadamente de mantener
una cara seria a pesar de que estoy vertiginosa de emoción al verlo en menos
de cuarenta y ocho horas.
Arquea una ceja irónica.
—¿Estás saliendo con él?
Ojalá fuera así.
Pero no hay espacio en mi vida para eso. Es lo mejor que él ya ha
erigido muros.
—Se está tomando un descanso de las citas. Estoy concentrada en el
trabajo. La verdad es que voy a ir como su amiga. —Amigos con beneficios
quizás, agrego en silencio, recordando a mis labios que no se curven en una
sonrisa traviesa mientras imagino algunos de los beneficios.
¿Más besos?
¿Más que besos?
¿Besos por todas partes?
Un escalofrío me recorre…
Juntando las palmas de sus manos, mi madre mira hacia el techo.
—Algún día podrías salir con él.
Le doy una palmada juguetonamente.
—No seas tonta. Solo dije que ninguno de los dos está buscando una
relación. Estoy ocupada con el equipo. Tiene entrenamiento de primavera y
luego, ya sabes, la temporada regular. Que dura seis largos meses.
—A eso le digo: bla, bla, bla.
Me rio.
—Me alegra que tengas tu propia opinión.
124 —Efectivamente. Y los he estado apoyando desde que te miró la noche
que fuiste al baile de graduación.
Echo la cabeza hacia atrás.
—¿Qué? ¿Cómo me miró?
—Como si él quisiera ser Charlie Duncan. —Se encoge de hombros,
un poco diabólicamente—. Vi algo en sus ojos entonces.
Me quedo inmóvil por un momento, recordando no hace ocho años,
sino hace unas noches. En la boda de Eric, Crosby mencionó a Charlie y su
corazón roto. ¿Mi madre tiene razón? ¿Crosby me miró como si quisiera
haberme llevado al baile de graduación hace ocho años?
Tan rápido como llegó, rechazo el pensamiento al instante.
Ese era el pasado.
Pero en el presente, ¿quiere más que nuestro más uno?
Dejamos la puerta abierta.
¿Quiere abrirla de una patada?
¿Quiero yo?
Mi estómago da un vuelco cuando imagino su mano en mi rostro de
nuevo, sus labios recorriendo los míos, nuestros alientos mezclándose.
Y más. Mucho más.
Vuelvo al presente.
—Y vi algo en tus ojos cuando miraste estos zapatos. —Señalo los
tacones rojos—. Vamos a comprarlos.

Unas horas más tarde, tomo un sorbo de chardonnay y disfruto de


cómo me calienta.
Cómo alimenta pensamientos de beneficios.
¿Qué tipo de beneficios hay sobre la mesa?
Hundiéndome en mi edredón velloso, mi mente se pone a deambular
por el carril de amigos con beneficios, observando el paisaje. Ahí están las
palabras que me dijo Crosby la otra noche. Absolutamente somos amigos,
125 aunque me gustaría mucho besarte deliberadamente de nuevo.
Doy una vuelta para ver su mensaje de texto de la mañana siguiente.
De hecho, creo que anoche estuvo llena de todo tipo de accidentes terribles
que deberían repetirse.
¿Qué pasa en la siguiente curva del carril?
¿Qué quiero que venga después?
No estoy del todo segura, pero sé esto: quiero más.
A medida que me desplazo por nuestros mensajes de texto recientes,
aterrizo en uno donde me invitó a enviarle una foto de lo que voy a usar para
el evento de este fin de semana.
¿Por qué no?
Dejo el vino, me pongo los zapatos y me acomodo en la cama.
Esto será divertido. Solo más de un más uno con el padrino.
Le mando una foto.
En la cama, con estos zapatos, los pies cruzados por los tobillos.
Junto con algunas palabras.
Nadia: Compré estos para nuestro evento, mi más uno.
Su respuesta llega a la velocidad del rayo.
Crosby: No tenía un fetiche de pies, pero ahora lo tengo. De hecho, lo
tengo.
Nadia: Me gusta este fetiche tuyo.
Crosby: Y me gustaría mucho besarte los tobillos.
Tiemblo, imaginándome sus labios en mis tobillos, su boca rozando a
lo largo de mi piel. No es un tipo de respuesta más uno por su parte. Es
mucho mejor.
Nadia: Creo que me gustaría eso.
Crosby: ¿Sabes lo que me gustaría?
Nadia: ¿Qué te gustaría?
Mientras espero su respuesta, saboreo las sensaciones flotando a
través de mí, los escalofríos recorriendo mi cuerpo arriba y abajo, el
cosquilleo en mi pecho. Se siente tan bien coquetear. Tan bueno para
126 impulsarnos más allá del más uno.
Crosby: Me gustaría desabrocharlos lenta y deliciosamente, quitártelos
y darte besos a medida que subo hasta tus rodillas.
El fuego me recorre, quemando mis venas. Dios mío, ¿se puso al rojo
vivo aquí de repente? Sí, lo hizo.
Nadia: Apuesto a que se sentiría muy bien.
No soy una experta en coquetear y espero estar haciendo esto bien.
Pero la rapidez de su respuesta me dice que lo estoy haciendo exactamente
como ambos queremos.
Crosby: Besarte detrás de la rodilla, lamerte los muslos, presionar mis
labios contra tus piernas.
Nadia: Quiero…
Crosby: ¿Quieres qué?
Respiro hondo.
¿Voy a hacer esto?
¿Romper este muro de amistad? ¿Derribarlo? ¿Enviar estas bromas a
un terreno oficialmente travieso?
Me retuerzo, mi cuerpo está caliente, mi centro late.
Sí. Sí, voy a hacer esto.
Escribo mi mayor deseo ahora mismo. Me siento atrevida y audaz
mientras lo escribo, sin importar cuán arriesgado pueda ser. Hemos
acelerado a sesenta millas por hora en el lapso de una foto caliente de mis
pies en tacones.
Pero tal vez eso era todo lo que necesitábamos, un fósforo para nuestra
leña.
Nadia: Quiero que me beses por todas partes.
Crosby: Maldición, Nadia. Me encantaría. Te verás muy bien con esos
zapatos. Y apuesto a que sabes igual de bien en todas partes. Cada
centímetro de ti.
Agito una mano frente a mi cara, como si eso fuera a bajar mi
temperatura. Pero mi piel está sonrojada, caliente de lujuria y necesidad.
Estoy peligrosamente mojada y perversamente excitada.
127 Hay una sola solución.
Nadia: En ese sentido, necesito un momento. Ya regreso.
Soltando el teléfono, me bajo mis bragas, pateándolas al suelo. Al abrir
el cajón de la mesita de noche, agarro mi consolador favorito. Lo enciendo,
levanto mis rodillas, luego dejo que se separen mientras cierro los ojos.
Las orejas del conejo zumban, provocando mi clítoris húmedo.
Un grito ahogado sale de mis labios, hambriento y salvaje.
Deslizo la cabeza del conejo por mi centro caliente. Se mueve con
facilidad. Estoy así de resbaladiza, así de excitada.
Así de lista para Crosby.
Mi piel hormiguea por todas partes, las células estallan con
electricidad, chisporroteando de placer mientras me froto.
Mis piernas se abren más y subo la velocidad, buscando fricción,
dulce fricción, mientras busco alivio. Respiro más fuerte, meciendo mis
caderas, abandonándome a los sentimientos que se encienden dentro de mí.
A los zarcillos de deseo que se enroscan en mis dedos de los pies, se
enroscan en mi estómago, palpitan en mi centro dolorido.
Mientras me imagino a Crosby.
Su rostro. Su boca. Sus labios. Susurro su nombre en un jadeo
áspero.
—Crosby.
Luego lo digo de nuevo, amando cómo se siente en mi lengua en el
calor del momento, lo que le hace a mi cuerpo, la forma en que me vuelve
hambrienta de lujuria por todas partes. Cómo estoy caliente con la
perspectiva de la dicha. Levanto mis caderas, empujando al conejo hacia mí.
Gimo, dejando que mis piernas se abran más mientras el eje de
silicona se hunde más y me imagino que es Crosby.
Empujando, hundiéndose, embistiendo, hasta que me llena por
completo y jadeo.
Crosby.
Oh, Dios.

128 Por favor.


Sí. Más.
Así, follándome con el conejo, sus orejas acariciando salvajemente mi
clítoris a la velocidad de un cohete, gimo y grito. Me retuerzo y me derrito.
Me imagino. Lo pienso.
Mi mente reproduce imagen sucia tras imagen más sucia, cambiando
despiadadamente entre él lamiéndome, devorándome y luego follándome.
Lo que nunca tuve. Lo que deseo desesperadamente ahora.
Sexo, sexo hermoso, precioso, caliente y duro.
Lo quiero dentro de mí.
Tomándome, teniéndome, follándome.
Detono, corriéndome con fuerza y ferocidad mientras grito su nombre.
Suena increíblemente bien. Lo imagino inclinado sobre mí, apoyado
en fuertes brazos, agachando la cabeza, rozando un suave y gentil beso en
mis labios.
Diciéndome lo increíble que fue para él también.
Todo eso. Quiero todo eso. Quiero más que un más uno con el padrino.

Después de que el conejo regresa a su madriguera, levanto mi


teléfono. Leo un mensaje nuevo.
Crosby: ¿Qué tipo de momento necesitas? ¿Todo bien? ¿Crucé una
línea?
Respondo, como más que una amiga.
Nadia: Necesitaba un momento… para cruzar todo tipo de líneas yo
misma.
Crosby: ¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?
Nadia: Digo que me siento muy satisfecha en este momento.
Crosby: Y apuesto a que no fue un accidente en absoluto.
Nadia: Fue una satisfacción muy deliberada.
129
Crosby
D
espués de un entrenamiento de StairMaster que me induce a
sudar a mares, un estiramiento similar a un pretzel digno de
un yoguini de YouTube y una sesión de castigo con mi
entrenador personal en el gimnasio, porque las sesiones con entrenadores
personales siempre deben ser un castigo, un vistazo rápido al reloj me dice
que faltan siete horas para ver a Nadia.
Agarro mi botella de agua y me abrocho la sudadera, inclinando mi
barbilla hacia uno de mis compañeros de entrenamiento. Juan, un lanzador
130 de mi equipo. Está arrasando con la cinta. Se quita un AirPod de la oreja.
—¿Casi has terminado?
—¿Parece que casi he terminado? —contraataca, respirando con
dificultad, atacando la máquina con ferocidad.
—Parece que estás dando un paseo por el parque.
Se ríe y luego me muestra el dedo medio.
—Jódete.
—También jódete.
—¡Oye! ¿Quieres cuidar de los niños otra vez?
—Cuando quieras. Solo avísame.
—Hombre, gracias.
Me vuelvo hacia Holden.
—¿Ya estás listo? —le pregunto mientras se pone su sudadera de LA
Bandits, su equipo antiguo.
—Así es. Ya registré mis seis kilómetros esta mañana. Así que esto
solo fue un extra.
—Presumido.
—Tú también podrías trabajar más duro. Podrías mejorar tus
estadísticas —dice, con un brillo diabólico en los ojos.
—Mis estadísticas destruyen tus estadísticas.
Él resopla y luego se ríe.
—Ya quisieras. ¿Listo para comer algo?
—¿Estás seguro de que puedes incluirlo en tu horario? Probablemente
tengas una sesión a la una en punto con un sándwich, luego a las dos en
punto para lavar la ropa.
—Tienes razón. Cenaré solo.
Le doy una palmada en el hombro.
—Vamos. El almuerzo contigo matará una hora.
Pone los ojos en blanco.

131 —Gracias. Me alegro de ser una forma de pasar el tiempo.


—Ese es de hecho uno de tus beneficios. Junto con la demostración
ocasional de amistad y apoyo —digo con un guiño soy un sabelotodo. Hago
un gesto hacia su sudadera—. ¿Alguna noticia de tu agente o del equipo
sobre si los Dragones tienen ya un manager nuevo?
Sacude la cabeza y suspira profundamente. Holden se unió a los
Dragones después de un intercambio reciente. Una vez que la exaltada
franquicia de béisbol de la ciudad, el equipo de toda la vida es ahora el azote
de las Grandes Ligas después de un escándalo de robo de señales que
avergonzaría a cierto equipo de Texas. Nuestros fanáticos llaman a los
Dragones nuestros enemigos mortales, diciendo que la ciudad no es lo
suficientemente grande para dos equipos, cuando uno es más conocido por
hacer trampa. Las trampas corrieron de arriba abajo por la alineación, con
el manager reclutando jugadores, lanzadores, bateadores emergentes,
chicos de bate, operadores de cámara, equipo de campo y más en una
artimaña elaborada para robar las señales de los receptores de los equipos
oponentes para acumular victorias mal habidas. Tantas victorias y tantos
robos de señales que el equipo ganó dos Series Mundiales seguidas.
Dos campeonatos manchados uno tras otro.
Cuando un periodista deportivo emprendedor dio la noticia del
escándalo, el propietario de los Dragones estaba totalmente furioso. Limpió
la casa como un equipo de riesgo biológico con esteroides, destripando la
organización con una sacudida en la lista de popa.
Todos los jugadores de la alineación haciendo trampa fueron echados.
También todos los entrenadores, desde el mánager hasta la primera base,
tercera base, lanzadores, etc. El propietario trajo talentos nuevos, como
Holden.
Pero una de las últimas piezas en encajar es un patrón nuevo.
—No tengo idea de cuándo va a venir eso. Sería bueno saber quién va
a determinar la alineación de bateo —dice Holden mientras nos dirigimos
hacia Fillmore.
—¿Cómo está el ambiente hasta ahora con los jugadores nuevos?
¿Alguna idea después de hablar con los chicos? —pregunto.
Niega con la cabeza.
—Solo he conocido a un puñado. Parecen decentes y tan disgustados
con el robo de señales como deberían estar.

132 —Demonios, sí. Si fuera el comisionado de béisbol, prohibiría a todo


el ex equipo de por vida.
—Prohibirlos ahora mismo. Justo ahora. —Sacude la cabeza con
evidente disgusto.
—Considérate afortunado de estar en el equipo en la ciudad con una
imagen impecable.
Nos detenemos en el semáforo.
—Definitivamente me considero afortunado por eso. De hecho, podría
tener que conseguir un nuevo par de calcetines de la suerte solo para
celebrar estar en un equipo excelente.
Con esa nota, entramos en Esmoquin Gabriel en la siguiente cuadra.
—Necesito un par nuevo para esta noche. Cada evento necesita sus
propios calcetines inaugurales —digo, dirigiéndome a una exhibición del
artículo de vestuario en cuestión. Hojeando los pares, encuentro uno que se
adapta a mi gusto. Calcetines de zorro—. Considero que estos son mis
nuevos calcetines de la suerte.
Sostengo el par sobre mi cabeza, al estilo Simba.
—Esos son más feos que el pecado, así que son perfectos para ti —
dice Holden.
—O tal vez solo soy un zorro y combinan conmigo.
—Sigue diciéndote eso.
En la caja registradora, Gabe nos saluda y luego me lanza una mirada
ansiosa de noticias.
—¿Cómo vas con el plan?
—Sí, las mentes inquisitivas quieren saber —agrega Holden con ojos
ávidos. El hombre conoce mi tentación. Muy particular.
Pero no he caído demasiado lejos del vagón. Me aferro a las ruedas.
Les doy dos pulgares en alto.
—Estoy bien.
—¿Estás siendo un chico bueno? —pregunta Gabe, queriendo estar
seguro.
—Tan bueno.
Por ahora, eso se siente bastante cierto.
133
Salimos con los calcetines en mi mano, y nos dirigimos a mi lugar
favorito de ensaladas y tazones de cereales para almorzar. Mientras
comemos, Holden y yo charlamos más sobre la temporada que se avecina, y
lo que quiere hacer de manera diferente para distanciarse de la vieja
guardia.
—Hombre, lo siento por ti. No puede ser fácil. Pero tengo fe en que vas
a hacer un gran trabajo. Solo tienes que trabajar en tu personaje mediático
—le digo, ya que no es conocido por ser un favorito de los reporteros con
caras sonrientes.
Se burla y luego entrecierra los ojos.
—Esa va a ser una tarea difícil. La última vez que me senté con un
reportero deportivo local en Seattle no fue muy bien.
—¿Te destrozó?
—Más bien me apuñaló por la espalda, hizo una mierda e invadió
totalmente la privacidad de mi familia.
—Ah, eso fue todo. ¿Por eso no te gusta hablar con los medios?
—No tengo mucho aprecio por la prensa.
—Te entiendo. Hombre, es un equilibrio. Aunque, es parte del trabajo.
Ayuda con los patrocinios.
—Cierto. Y mi agente dice lo mismo. Así que, estoy seguro de que
necesito trabajar en ello. Algún día. —Mientras toma un bocado de su
almuerzo, frunce el ceño—. Oye, si dijiste en la boda que no estaba pasando
nada con Nadia, entonces ¿por qué diablos estás contando las horas hasta
la ceremonia de premiación de esta noche? —Se frota la barbilla, como un
detective desmenuzando el caso—. Watson, siento un giro en la trama.
—Sin giros. La respuesta es tan simple como la evidencia que tienes
frente a ti.
—¿Qué evidencia?
Me inclino más cerca, adoptando una sonrisa satisfecha.
—Ella es más bonita a la vista que tú.
Levanta un bocado de su ensalada de pollo.
—Ahí no hay discusión. Es preciosa.
Me erizo, pero no estoy en desacuerdo.

134 Los hechos son hechos.

Seis horas después, estoy en esmoquin negro. Me pongo mis


calcetines nuevos de la suerte, me ajusto la pajarita y agarro el ramillete y
la botonera de la nevera.
Frunzo el ceño ante el recipiente de plástico que tengo en la mano.
Esto es cursi, ¿verdad?
Como en niveles extra de queso que se derriten en rebanadas de
hamburguesa.
¿En serio quiere esto para cada evento?
Es un poco… infantil. Fue algo gracioso cuando fue requerido en la
boda.
¿Pero esta noche? ¿Para una gala?
No necesitamos caminar por la Línea de los Recuerdos del Baile de
Graduación.
Que se jodan estas flores. Nadia es una mujer sexy y sofisticada. Voy
a conseguirle algo que combine con su mística.
Miro la hora en mi teléfono, luego abro la foto que me envió de la tela
de su vestido, y luego salgo a toda prisa de mi casa, buscando en Google las
tiendas más cercanas a medida que avanzo.
Saltando por los escalones de la entrada, llego a la puerta de la
limusina justo cuando el conductor sale.
—Buenas noches, señor Cash.
—Hola, Jasper —le digo—. ¿Puedes llevarme a esa tienda en Fillmore
que vende esas cosas que las mujeres usan alrededor de sus hombros?
—¿Un chal, señor?
Chasqueo mis dedos.
—Sí. Esos.
Ni siquiera parpadea, probablemente ni siquiera cerca de la petición
135 más extraña que ha recibido.
—De inmediato.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo a medida que me deslizo hacia la parte
trasera de la limusina. Cuando hago clic en el texto de mi prima, está
adjuntada una foto de una linda rubia con una cara en forma de corazón.
Rachel: ¿Qué tal Caitlin? ¡Enseña preescolar! ¡Y cría gatitos! Es
taaaaan buena.
Crosby: Rachel, te amo, pero no me interesa. Además, esta noche
llevaré a mi vieja amiga Nadia a los Sports Network Awards.
Rachel: ¡OH DIOS MÍO!
Crosby: No es nada. Te juro que no es nada.
Rachel: ¡Hurra! ¡Quiero un informe!
Crosby: No te daré tal cosa. Pero bueno, tal vez debería encontrarte un
chico. ¡Venganza, prima!
Rachel: Dices eso como si fuera algo malo, citándome con alguien.
Estoy bastante segura de que conoces a algunos hombres fabulosos.
Idealmente, me gustaría un hombre que ame su trabajo, le guste relajarse con
algo peculiar y creativo, y que se dedique apasionada y locamente a mí, que
hable y trate de hacer lo mejor de la vida juntos.
Crosby: Estoy en eso.
Me meto el teléfono en el bolsillo cuando llegamos a la tienda por la
que pasé la otra semana, la que tiene bufandas y mierdas en el escaparate.
—Vuelvo enseguida —digo a Jasper, y corro al interior. Le muestro la
tela del vestido a una vendedora, y tres minutos después, salgo con un
regalo para mi… vieja amiga Nadia.
Aun así, difícilmente parece la forma de describirla.
Estoy de vuelta en la limusina cuando Rachel responde con otro
mensaje.
Rachel: Pero volvamos a ti y a Nadia. Todo lo que diré es que estoy
muy emocionada por ti, pero ten cuidado. Dejas entrar a la gente demasiado
pronto.
Crosby: Es curioso. Grant también dijo eso el otro día. Te prometo que
tendré cuidado.
Pero en la puerta de Nadia unos minutos después, no sé si me siento
136 cuidadoso.
Hambriento, eso es lo que siento cuando abre la puerta.
Un vestido del color de un rico merlot abraza sus curvas y luce sus
pechos fantásticos, que están espolvoreados con una especie de polvo
reluciente. Toda esa piel resplandeciente me hace querer jalarla contra mí,
enterrar mi rostro en el valle de sus pechos, y besarla por todos lados,
comenzando por esos jodidos labios, todos sensuales, rosados y brillantes.
Su cabello castaño cae suelto sobre sus hombros en ondas espesas
por las que quiero pasar mis manos. Y su cara. Esos pómulos. Esa boca.
Esos grandes ojos marrones.
Mi cerebro se acelera de deseo. Se me corta el aliento, y la lujuria
zumba en mis huesos.
—Nadia Harlowe —digo—, no hay nada accidental en lo sexy que te
ves, o en lo mucho que quiero besarte en este momento.
Sus labios se abren, se pasa la lengua por el labio inferior y se
estremece.
—Bésame —susurra.
Dejo la bolsa de regalo en la mesa de la entrada.
Esta vez, solo tengo cuidado con una cosa. No arruines su peinado.
Entro, pateo la puerta para cerrarla, y acuno sus mejillas. La acerco.
Con un gemido que ya retumba en mi garganta, cubro sus labios con los
míos y la beso tan jodidamente deliberadamente.
Lo contrario de nuestro primer beso.
Un beso avivado por el fuego.
Uno forjado a partir de las llamas de la lujuria lamiendo entre
nosotros, avivado por noches de textos coquetos y obscenos.
O tal vez, solo tal vez, de años de sentimientos latentes.
Sea lo que sea, necesito tocarla, consumirla, saborear esos labios
aplastados contra los míos. Su aroma a isla tropical baila en mi cabeza,
mareándome, zumbando con ella.
La beso como si no pudiera tener suficiente de ella. Como si ambos
estuviéramos dedicando años de nostalgia a este momento. Como si nuestro
beso estuviera alimentado por una necesidad profunda de entregarnos a
este deseo.
137
A este beso.
A esta conexión.
Paso mi pulgar a lo largo de su mandíbula mientras la beso más
brusco, más apasionadamente, mi lengua explorando su boca, mis labios
rozando los de ella, nuestras respiraciones mezclándose.
Suspira y murmura, devolviéndome el beso con la misma fiereza, sus
manos viajando por mi pecho, extendiéndose sobre mis pectorales como si
quisiera poseer mi cuerpo.
Demonios, sí.
Es tuyo.
Dejo caer una mano de su rostro, deslizándola hacia abajo sobre la
curva de su pecho. Tiembla cuando mis dedos la rodean y bajan por su
columna hasta que mi palma se enrosca sobre su trasero, y la empujo contra
mí para que pueda sentir el contorno de mi polla.
—¡Oh! —jadea.
Es tan jodidamente sexy, esa sílaba y la forma en que lo dice, teñida
de desesperación.
Rompo el beso, jadeando con fuerza.
—Creo que necesito un momento —digo, repitiendo su línea de la otra
noche.
—Creo que también necesito un momento —dice.
Ambos sonreímos como si compartiéramos un secreto, y lo hacemos:
la verdad de lo que sentimos el uno por el otro.
Pero ahora no hay tiempo para explorar estos sentimientos.
Mira su reloj y me lanza una sonrisa triste.
—Creo que será mejor que nos vayamos. Tengo que presentar un
premio —dice, su respiración aún irregular, llena de deseo.
—Yo también. —Suavemente, paso mis dedos por un rizo suave de su
cabello—. Pero debes saber esto: nada me encantaría más que saltarnos el
evento, desabrochar tu vestido, desnudarte y besar cada centímetro de tu
cuerpo desnudo. —Me encuentro con su mirada una vez más, mirándola
directo a los ojos para que pueda ver en los míos cuánto la deseo.
138 Alcanzando su muñeca, paso mi pulgar sobre ella y siento que se estremece
bajo mi toque—. Nada me encantaría más que besarte, tocarte, follarte.
Se estremece, sus ojos revoloteando cerrados por un segundo.
—También quiero eso —susurra, y no sé cómo voy a pasar las
próximas horas.
—Será mejor que nos vayamos —gruño—. O te tomaré ahora mismo.
—No puedo permitirlo —dice, sexy y burlona.
De alguna manera nos separamos de verdad esta vez.
Sin tocarnos.
Agarra su bolso, levantando una ceja mientras revisa su contenido.
—No necesito mi Leatherman, pero necesito estas dos necesidades. —
Saca un pañuelo de papel para limpiar su pintura embarrada, luego se
inclina hacia mí y me limpia también los labios, con una sonrisa de deleite
en su precioso rostro—. Listo. Ahora no parece que te hayan besado de todas
las formas posibles.
—Pero así fue. Definitivamente así fue.
Arroja el pañuelo a la basura, saca el lápiz labial y se lo vuelve a
aplicar.
Levanto una mano.
—Hum, retrocede un segundo. ¿Leatherman?
—Toda mujer debería llevar uno. ¿De qué otra manera podría quitar
una púa de puercoespín si salgo de excursión?
—Por supuesto.
Agarra sus llaves y las deja caer en su bolso.
—Déjame agarrar un chal.
Sonrío.
—Permíteme.
Me lanza una mirada curiosa a medida que alcanzo detrás de ella la
pequeña bolsa de compras.
—Me deshice del ramillete. Esta noche no es la fiesta de graduación.
Es una gala, y esto parecía más apropiado. —Le entrego la bolsa, la
anticipación patinando sobre mi piel, junto con la esperanza de que le guste.
139
Sacando el papel de seda, mete la mano dentro y saca un trozo de tela
de color vino de la bolsa.
—Es una de esas cosas para envolverse —digo. Sale áspero y un poco
torpe.
Una sonrisa ilumina su rostro.
—Puedes llamarlo simplemente un chal —dice, luego pasa la mano
por la tela suave—. Es sedoso y hermoso.
Mi corazón late con fuerza ante el cumplido.
—Me alegro de que te guste.
Se lo echa por los hombros y lo abraza sobre sus pechos. Exhalo con
fuerza, gimiendo mi agradecimiento por lo jodidamente bien que se ve en
todo, especialmente en algo que le conseguí.
—Precioso. Como tú.
—Gracias —dice, toda susurrante y sexy, y me muero de deseo por
ella.
Salimos al pasillo, y cierra la puerta detrás de nosotros. En el
ascensor, se vuelve hacia mí con expresión pensativa pero decidida.
Se acerca, juguetea con mi corbata, luego me mira a los ojos.
—Antes de que hagamos cualquiera de esas cosas que dijiste, hay algo
que quiero que sepas.

140
Nadia
E
s curioso, normalmente no le digo a un chico el estado de mi
tarjeta V en una segunda cita.
Tampoco en una tercera o cuarta cita.
Durante mucho tiempo, pensé que mi virginidad era un secreto
susurrado, una pequeña pepita de privacidad muy bien guardada. En este
momento, aquí mismo, lo veo como lo que es, no un secreto, sino un hecho.
Tener sexo o no tener sexo no dice nada sobre quién soy, qué quiero
141 como mujer o qué quiero en la cama.
Recuerdo mis elecciones con otros hombres.
Para cuando estaba lista para tener relaciones sexuales, los hombres
con los que salía eran aburridos. En la universidad, nunca salí con nadie el
tiempo suficiente como para querer darle las llaves. Luego, en mi programa
de maestría, me gustó bastante un chico, pero cuando me quitó los
pantalones por primera vez, me tocó como si fuera un pavo de Acción de
Gracias.
Me quitó las ganas.
No quise más con él ni con los demás.
Así que nunca les dije que era virgen.
Nadie se ha ganado el estado de necesita-saberlo todavía, porque
nunca he conocido a nadie con quien quisiera acostarme.
Hasta ahora.
Deseo al hombre de pie frente a mí con esmoquin.
Mi amigo.
Mi amigo con beneficios.
El mejor amigo de mi hermano.
Lo deseo, inequívocamente, apasionadamente, y muy jodidamente
pronto.
Me doy cuenta de esto de repente, como las luces encendidas en una
casa que ha estado a oscuras.
Interruptor.
Cada habitación iluminada.
Y sé sin lugar a duda que quiero tener sexo con él.
Y entonces, no voy a confesar mi virginidad. La estoy compartiendo.
Cuando las puertas del ascensor se cierran rápidamente, me
encuentro con la mirada de Crosby.
—Entonces, ¿todo lo que me acabas de decir: tomarme, tenerme, tener
sexo conmigo?
Sus ojos se abren de par en par, brillando con el deseo que he visto
en él desde que apareció en mi puerta esta noche.
142
—¿Sí? —Su voz está llena de anticipación.
Respiro hondo, pero encuentro que es muy fácil decírselo. Quizás
porque nos conocemos desde hace años, o porque somos amigos.
O quizás porque hemos sido sinceros sobre lo que somos.
Amigos con beneficios.
Termino el pensamiento.
—Deseo eso. En realidad, me gustaría tener sexo por primera vez. Y
tenerlo contigo.
Eso fue fácil.
Tan fácil como comprar zapatos, tan fácil como hablar con un amigo,
tan fácil como estar con la familia.
—Esta noche —agrego. Es un alivio decirlo porque lo deseo mucho. Lo
deseo con cada parte de mí y deseo tenerlo con él.
Pero Crosby está congelado.
Exhala. Inhala.
Bien, parpadea un poco.
Pero eso es todo.
Me rio, un sonido nervioso.
—Tal vez necesito un Leatherman para que hables. —Los nervios que
me faltaban antes ahora me golpean en la cabeza como un criminal que se
me acerca sigilosamente en un callejón, y cruzo mis dedos—. ¿Crosby? Di
algo, ¿no?
Eso es lo que pregunto.
Y luego espero, terriblemente, espantosamente preocupada por
haberlo roto.

143
Crosby
¿P or qué no me estoy volviendo loco por desflorar a la hermana
de mi mejor amigo?
Tal vez porque resistirse a Nadia nunca se ha tratado
de que ella sea la hermana de Eric. Es porque le pedí a Eric que fuera mi
padrino de abstinencia.
Pero Eric no está aquí.
Y estoy jodidamente agradecido porque no quiero parar.
144
Quiero decirle: Absolutamente, vayamos en este puto segundo.
Muy bien, su bomba de la verdad me deja sin aliento, y tengo que
recuperarlo antes de poder responderle. Está vibrando de nervios, y no
puedo dejarla así.
—Sí. —Golpeo un lado de mi cabeza, poniendo en marcha mi cerebro
paralizado por la conmoción—. Sí. Sí. Sí.
Sus hombros se relajan, y suelta una carcajada, perseguida con un
suspiro largo de alivio. Luego sonríe como una zorra sexy e inocente.
Eso es lo que más me sorprende. Nadia es un enigma.
—No esperaba que dijeras eso. Eres tan… —Tengo que buscar la
palabra correcta—. Audaz y confiada. Eres una mujer que se conoce a sí
misma. Eres tan… sexual. No esperaba que fueras virgen. No pareces
inocente.
Las puertas del ascensor se abren, y ella sale primero.
—Crosby, no soy inocente. Simplemente no tengo experiencia. Pero
nada es virginal aquí arriba. —Se da un golpecito en la sien.
Me encantaría conocer todos sus pensamientos sucios, y me muero
por saber si coinciden con los míos.
—¿Qué hay ahí, Chica Salvaje? Dime. Quiero saber cada cosa
obscena.
Su sonrisa es diabólica.
—¿La otra noche? ¿Cuándo me tomé un momento?
Asiento, mi cuello caliente, el cuello de mi camisa de repente
demasiado apretado.
—Sí, lo recuerdo perfectamente.
—Te imaginé contra mí, sobre mí, en mí. Quiero sentir todo eso
contigo.
Paso una mano por la parte posterior de mi cuello, dejando escapar
un gemido bajo, mi temperatura disparándose a niveles peligrosos. Con mi
otra mano en la parte baja de su espalda, la guío fuera del vestíbulo y dentro
de la limusina esperando. Le digo al conductor hacia dónde nos dirigimos y
luego levanto la partición de modo que estemos solos en el enorme asiento
trasero.
145 Tomo su mano, entrelazando mis dedos con los de ella.
—Maldición, te deseo tanto. Pero esto es grande. Esto es enorme. No
quiero que te arrepientas.
Frunce el ceño, bajando la mirada a nuestras manos unidas y luego
vuelve a subir.
—Lo que siento ahora no es arrepentimiento.
Me rio ligeramente.
—Tampoco yo. Pero no quiero que lo sientas más tarde.
Es curioso, cómo decirle a Nadia cómo me siento es mucho más fácil
que cualquier cosa que haya hecho con cualquier otra mujer, años luz más
fácil que hablar con cualquier otra persona.
—Quiero hacer todo contigo, por ti, para ti. Quiero que sea
espectacular para ti. Te lo mereces. Mereces sentirte increíble —digo.
Sus ojos brillan con lujuria y una cálida clase de felicidad. El tipo de
felicidad que viene de adentro, de que alguien te conozca, te comprenda.
—Me gustaría sentirme así —dice en un susurro tentador.
Dios mío, es mi perdición: tan dulce y atrevida a la vez.
Paso una mano por su brazo, disfrutando la forma en que tiembla. Mi
otra mano aprieta sus dedos con más fuerza, y no quiero dejar de tocarla.
No quiero romper esta conexión.
—Mereces sentirte como una reina siendo adorada. Un diosa siendo
venerada. Una mujer siendo consumida.
Sus ojos flotan hasta cerrarse, y se queda sin aliento. Cuando vuelve
a abrir esos grandes ojos color chocolate, resplandecen de deseo. Abre los
labios, su voz un poco más suave, inocente y esperanzada, cuando
pregunta:
—Crosby, ¿vas a consumirme?
—¿Lo haré? Eso ni siquiera es una pregunta —digo con voz ronca.
Cada centímetro de mí está ardiendo con una lujuria tan fuerte, tan
poderosa, que se siente como una locura.
Miro la curva sensual de su boca, la piel tentadora de sus hombros
sensuales, la parte superior de sus delicados pechos maravillosos. Quiero
tocarla, saborearla, complacerla. Pero deberíamos hablar de expectativas.
146 Paso un dedo por la parte superior de su mano.
—Primero establezcamos las reglas.
Agita una ceja.
—Ambos estamos en los deportes. Las reglas son buenas.
Mi sonrisa se torció.
—A esto lo llamaremos el Libro de Reglas de una Virgen.
—¿La regla número uno puede ser que tengamos sexo?
Me rio mucho.
—Sí, mujer. Pero establezcamos las menos obvias. Mira, somos
amigos, ¿verdad?
—Obviamente.
—¿Quieres que sigamos siendo amigos?
Pone los ojos en blanco.
—Por supuesto. Y no te interesan las citas, así que solo somos amigos
con beneficios. Estoy de acuerdo con eso. ¿Esa es la segunda regla?
¿Seguimos siendo amigos?
—Sí. Hagamos esa la regla número dos.
Hace una marca de verificación.
—Amigos con beneficios ahora. Amigos por siempre.
—Bien. Esa regla me gusta mucho. —Significa que no la perderé.
No arruinaré esto. Porque no puedo joder esto. No dejaré entrar a
alguien demasiado rápido, porque ella ya está dentro. Por lo tanto, esto que
se está gestando entre nosotros no cuenta como una recaída. Este no soy yo
engañando mi depuración.
Esto es todo lo contrario. Esto es seguro. Esto está bien. Esto está
mucho más que bien. Esta es una llamada al servicio.
Para servirla. Y no puedo negar mi deber.
—Esto es parte de todo el asunto de ser mi acompañante —digo.
—¿Eso es una regla, o más bien un apéndice?
147 —Es un apéndice.
—La cláusula de Amigos con Beneficios. —Su expresión es segura,
profesional. Probablemente de la misma forma en que se ve cuando está
negociando tratos.
—Pero la regla número tres es no tener sexo esta noche —le digo a
regañadientes.
Sobresale su labio inferior, frunciéndome el ceño.
—¿Por qué no?
Maldita sea, esto es duro.
Juego de palabras intencionado. Miro mi entrepierna. Mi polla está
más dura que el granito. Sí, esto es jodidamente duro. Pero no puede haber
dudas con esto.
Ella me importa. En diez años, seguiré siendo su primera vez. Y en
diez años, aún quiero ser su amigo.
—Me importas mucho. Eres tan jodidamente importante para mí. No
quiero nada más que follarte en este mismo segundo y hacerte el amor más
tarde esta noche, pero quiero asegurarme de que no te arrepentirás. Y quiero
que sea especial para ti —digo, mi mano vagando sobre su hombro y bajando
por su espalda.
Tiembla a su paso, luego asiente.
—Lo entiendo. Pero creo que te odio por tener razón, porque estoy tan
ridículamente excitada en este momento. —Sus dedos se entrelazan con los
míos aún más fuerte, su agarre tornándose más necesitado. Incluso,
desesperado. La mirada en sus ojos es completamente salvaje.
Un gemido sube por mi garganta.
—Tal vez podría hacer algo al respecto para que no me odies.
—¿Qué tienes en mente?
Bajo mi rostro, besando su hombro desnudo.
—Regla número cuatro. Puedo hacer que te corras. Mucho.
Jadea, temblando. Su voz es cargada, llena de nostalgia.
—Como en, ¿ahora mismo?
Gruño un sí.

148 Entonces escucho la llamada a la acción, tirando de la falda de su


vestido, subiéndola más alto, luego aún más alto. Allí. Perfecto.
—¿Por qué no te subes a mi regazo y meces ese hermoso cuerpo contra
mi polla mientras juego con tu coño?
Se muerde el labio, sonriendo como si hubiera ganado dos boletos
para un viaje a la luna.
Eso es exactamente lo que pretendo darle.
Crosby
C
on su vestido recogido por la cintura y sus piernas a
horcajadas sobre las mías, saboreo mi primer vistazo a las
bragas de la mujer.
Dejemos constatado que Nadia podría usar ropa interior de abuelita,
aburrida y gris que llega hasta el ombligo, y aun así la desearía.
Pero en cambio, el encaje combina con su vestido. Borgoña. Son de
encaje, diminutas y del color del deseo, tan atractivas como el resto de ella.
149 Cada centímetro de ella.
Con una mano aferrando su cadera, deslizo mi otra mano entre sus
piernas, la yema de mi pulgar tocando esa deliciosa mancha húmeda en el
panel de algodón.
Me recompensa un jadeo gutural.
—Ohhhh.
Sus manos vuelan a mis hombros. Se estabiliza, enroscando sus
dedos alrededor de ellos, agarrándolos con más fuerza.
Una sonrisa cruza mi rostro. Me encanta que se esté aferrando con
todas sus fuerzas. Que ya se está haciendo cargo, meciéndose contra mí,
frotando su dulce centro caliente contra la cresta de mi polla.
El único problema es… mis pantalones.
—Dame un segundo —digo, bajando la cremallera de mis pantalones
de esmoquin, ya que, bueno, no quiero entrar al evento con una mancha
húmeda en ellos. Los empujo hacia abajo, pero dejo mis calzoncillos bóxer
puestos, pensando que es un poco presuntuoso sacar mi pene para su
placer de montarlo.
Además, de todos modos es aún más caliente así.
Empujo sus caderas hacia abajo sobre el contorno de mi polla,
frotándola contra mi erección.
Ella gime cuando volvemos a hacer contacto, luego gira las caderas.
—Te sientes tan jodidamente bien —gruño a medida que trabajamos
en tándem, meciéndonos, frotando, empujando.
Mi mano se enrolla con más fuerza alrededor de su cadera. Inclina su
pelvis, buscando la fricción que necesita, usando el contorno de mi erección
como su dispositivo de placer.
Bien por mí.
—Úsame, Chica Salvaje. Usa mi polla para masturbarte. Es toda tuya.
Asiente salvajemente, jadeando, dejando que su rostro caiga en el
hueco de mi cuello mientras susurra:
—Por favor, ahora tócame.
—¿Qué quieres que toque? —pregunto, bromeando—. Estoy
esperando.
150 Pero Nadia no lo duda.
—Mi coño —susurra.
Mi piel arde. Mi polla se endurece increíblemente más.
—Dios, es tan jodidamente sexy cuando dices malas palabras. —
Sumerjo mis dedos debajo del encaje, empujándolo hacia un lado y tocando
su carne por primera vez.
Mis dedos viajan sobre mechones de vello suave, encontrando su
clítoris duro.
Me estremezco de lujuria.
Ella tiembla de deseo.
Esta es la dicha pura, la jodida felicidad perfecta, esta evidencia de su
excitación en la deliciosa cresta de su clítoris.
Está tan mojada, tan resbaladiza. Sus gemidos son como descargas
eléctricas cuando la froto, viajando a lo largo de sus suaves pliegues
húmedos.
Jadea y gime.
—Sí, haz eso. Nunca… —Pero no termina el pensamiento.
Mis oídos se animan al escuchar lo que no se dice.
Nunca.
¿Eso significa lo que creo que hace?
Su ritmo montando mi polla se acelera, su respiración se entrecorta,
sus gemidos y jadeos son más frenéticos.
Con una mano aun aferrando su cadera, mi otra mano se deleita en
el paraíso de su dulce coño húmedo. Sigo sus ruidos, tocando su clítoris
exactamente como ella parece querer.
Una forma que la hace murmurar y suspirar, gemir y retorcerse.
Es un espectáculo para la vista a medida que persigue su placer.
Una belleza sensual absoluta meciéndome.
Mi pene es como una varilla de acero en mis calzoncillos bóxer.
Demonios, es su puto consolador en este momento, y tan cachondo como
estoy, tan excitado como estoy, estoy tan jodidamente feliz de que me esté
usando así, como un caballo que quiere montar. Que galope sobre mí hacia
151 la puesta de sol de un orgasmo masivo.
—Nena, úsame para lo que necesites —le digo, urgiéndola mientras se
mece, sumerge y folla. Beso mi camino hasta su oreja—. Me encantan los
ruidos que haces. Me encanta la forma en que me montas.
Jadea, las palabras pareciendo fuera de su alcance a medida que me
trata como su bronco salvaje.
Soy un horno, pero no me importa si me sobrecaliento, lo único que
quiero es que se rompa. Levanta su rostro de mi hombro. Su mandíbula está
apretada, sus ojos cerrados con fuerza. Cuando los abre, están cubiertos de
lujuria.
Empujando más fuerte contra mi polla, deja caer sus labios sobre los
míos, besándome salvajemente, y luego tan jodidamente descuidada.
—Sí, oh Dios, voy a correrme.
Con otra caricia de mis dedos, otro roce sobre su clítoris de diamante,
tiembla y se sacude, gritando su liberación.
Todo su cuerpo parece sonrojarse de placer. Y Dios sabe que también
el mío. Levanta la cara y me mira a los ojos, luciendo tan jodidamente feliz.
Sonríe con la sonrisa más maravillosa que he visto en mi vida, y Dios,
estoy cachondo como un león en celo. Aprieto los dientes porque pronto
estaremos en la gala y necesito controlar esto.
Es hora de imaginarse animales bebés.
Patitos flotando a través del estanque, gatitos amamantándose de sus
mamis, cualquier cosa para olvidar que toda mi sangre se ha precipitado al
sur de la frontera.
Pero entonces Nadia se desliza fuera de mí, se deja caer entre mis
piernas y se pone de rodillas.
Apenas tengo tiempo para pensar.
Demonios, no quiero pensar.
Me mira a medida que coloca una mano en el contorno de acero de mi
polla en mis calzoncillos.
—¿Puedo?
Bueno, no voy a decir que no.
Estoy diciendo:
152 —Mierda, sí.
Empujo mis calzoncillos hacia abajo, liberando mi polla.
Sus ojos se abren del todo, y su sonrisa se vuelve completamente
malvada.
—Me gusta tu polla.
Bombeo un puño.
—Sabía que dirías “polla”.
—Puedo decir “polla”, y puedo chuparte la polla —dice. Mi pene se
contrae en agradecimiento.
Ella lleva la cabeza entre sus labios, y entonces gimo cuando me toma
aún más lejos. Mis caderas se mueven hacia arriba. Mis músculos se tensan
de placer. Envuelve una mano alrededor de la base y lame un largo camino
burlón en mi eje.
—Sí —susurro con voz ronca.
Y luego todo se vuelve un borrón de labios y calor.
De placer y lujuria.
Paso mis dedos por sus rizos, con cuidado por su peinado. Envuelvo
mi otra mano alrededor de su cuello, dejándola marcar el ritmo. No
necesitaré mucho. Ya estoy al borde. Ya estoy preparado, listo para disparar.
No necesita llevarme a lo profundo de su garganta. Su boca cubriendo
la mayor parte de mí es todo lo que necesito, y me la da mientras chupa,
besa y lame. Las sensaciones chisporrotean por mi columna vertebral como
un cable eléctrico rompiéndose con una explosión de chispas.
Llego al borde en cuestión de segundos, mi orgasmo atravesándome a
una velocidad vertiginosa, y gruño:
—Voy a correrme.
Mi amiga, mi acompañante, la virgen entre mis rodillas, me chupa,
bebe mi semen, luego me deja salir de sus labios con un fuerte y húmedo
sonido hueco a medida que se pasa la lengua por el labio inferior.
Llevo mi mano al puente de mi nariz, pellizcándolo con una
incredulidad deliciosa.
Es una mujer que conoce su mente y su cuerpo. Es la arpía inocente
más sexy de la historia, y quiero experimentarla por completo.

153 Tomo su mano, la acerco a mí, la rodeo con los brazos y luego le doy
un beso en los labios.
—Eres impresionante, y ahora te quiero aún más.
—Es curioso cómo funciona eso. También te quiero más.
Le aparto el cabello de la cara, ayudándolo a alisarlo.
—Pero, tengo una pregunta para ti. Dijiste “nunca” cuando te estaba
tocando. ¿Nunca te habías corrido así?
Sonríe, después se encoge de hombros con picardía.
—Otros lo han intentado. Otros han fracasado. Esta fue otra novedad.
El orgullo me invade. Pero es más que orgullo.
Es algo completamente diferente.
¿Deleite?
No.
¿Felicidad?
Eso parece demasiado obvio.
Quizás simplemente estoy feliz de darle a esta mujer tantas primicias.
Sí, se las merece. Pero también me encanta que las esté
experimentando conmigo.
Encuentra un enjuague bucal en la limusina, un aplauso para el
conductor por estar bien provisto, y nos arreglamos plenamente y luego
salimos de la limusina, una vez más recompuestos.
En la calle, me mira de arriba abajo.
—Te ves bien, veintidós. Nadie sospecharía que hemos estado
haciendo algo.
—Exactamente. Solo que hemos estado siguiendo todas las reglas.
Se ríe como si tuviéramos una broma privada, y lo hacemos.
—Definitivamente hemos estado siguiendo nuestras reglas —susurra.
—Nuestras reglas son importantes —agrego.
Se gira para dirigirse al hotel y entonces gira nuevamente, su mirada
vagando por mi rostro.
—Espera —dice, deteniéndose para arreglar un mechón de cabello
154 errante en mi frente. Sus dedos rozan mi piel ligeramente. Su toque suave
se siente inesperadamente familiar, como si hiciéramos esto cada vez que
salimos, como si me arregla la corbata o alisa mi cabello, y como si hiciera
lo mismo por ella.
Así que lo hago, metiendo un rizo castaño detrás de su oreja.
Levanta la barbilla, sus ojos encontrándose con los míos. Una ráfaga
chisporrotea en el aire, pero esta vez no está llena de lujuria.
Está zumbando con… algo completamente diferente.
Me lanza una sonrisa suave.
—Te ves bien, Crosby —dice, y sus palabras envían un cosquilleo
inesperado por mi espalda.
Ese cosquilleo, no se siente sexual. Se siente… cálido, y tampoco sé
qué hacer con eso.
Así que, le ofrezco mi brazo, y ella lo toma. Cuando entramos juntos
a la gala, mi corazón late un poco más rápido. Un poco más duro.
Un ritmo que se parece menos a que somos amigos con beneficios y
más a esa otra cosa.
La que no sé cómo nombrar.
Pero se siente esperanzado.
Y se siente peligroso.

155
Nadia

U
n asistente se acerca corriendo, pidiéndome mi chal.
Un escalofrío privado me recorre: mi chal.
Mi regalo de Crosby.
—Gracias. —Se lo entrego mientras me da un tiquete, que dejo caer
en mi bolso.
Luego, una mujer con un vestido plateado y lindas gafas rojas se
156 acerca a nosotros con un iPad en la mano.
Solo puede ser una publicista.
—Hola, señorita Harlowe y señor Cash. Nos encantaría sacarles una
foto en la alfombra roja.
Crosby le lanza una sonrisa, luego a mí.
—Por supuesto.
—Eso sería estupendo —repito, aunque mis hombros se tensan
brevemente.
¿Cómo nos veremos juntos con las luces parpadeando?
En muchos sentidos, esta foto no es diferente a las fotos de la boda
del fin de semana pasado.
Y al mismo tiempo, es un universo aparte.
Acabamos de corrernos juntos en el auto.
Dejando a un lado el enjuague bucal y el cabello arreglado, ¿tengo un
aura de orgasmo a mi alrededor?
Quiero inclinarme cerca de Crosby y susurrar:
—¿Parezco… obvia?
Pero claro, tampoco estoy segura de querer decirle que aún estoy
flotando en una nube de polvo clímax.
Solo sonríe para la cámara.
La publicista sensata en lentejuelas plateadas nos guía por la
alfombra roja hasta un fondo salpicado con el logotipo de los premios
Deportes Network.
Un joven fotógrafo con el encanto de Russell Wilson nos saluda con
un saludo rápido y luego levanta su Nikon.
—Tomemos una de la mujer que nos traerá una victoria en el Super
Bowl.
Sonrío.
—Ese es el objetivo.
Toma algunas fotos mías.
—Fantástico. Y ahora uno de los Cougars más conocidos… —Se
detiene, le lanza una sonrisa maligna a Crosby y continúa—: Su pelota larga.
157 Crosby pone los ojos en blanco.
—Gracias, Leo.
El fotógrafo se encoge de hombros.
—Lo llamo como lo veo. Pero bueno, nadie lo vio. Es una pena.
—Ah, eres tan dulce, Leo. Te extrañé mucho —dice Crosby, sonriendo
para el chico que conoce claramente.
—¿Y ahora qué tal algunas de la bella y la bestia juntos?
Crosby señala a Leo.
—Es un Seinfeld normal.
—Oye, ¿qué pasa con las fotos de pollas? —pregunta el fotógrafo,
imitando al famoso cómico.
—No sé. ¿Por qué no te envío una más tarde? —responde Crosby, y
las bromas me deleitan, la forma en que hacen malabares como antorchas
encendidas.
—Que comience la cuenta regresiva —dice Leo, luego nos hace un
gesto para que nos acerquemos más—. Allí. Finja que le gusta, señorita
Harlowe. Actúe como si pudiera soportarlo.
Me acerco aún más, riendo.
No tiene idea de que no estoy fingiendo nada.
Snap, snap, snap.
—Perfecto. Solo una más. Pon tu brazo alrededor de su cintura,
Crosby. Lo siento, señorita Harlowe. Prometo que esto solo dolerá por un
segundo.
—Sin dolor no hay ganancia —digo mientras sonreímos para la
cámara.
Cuando termina, Leo nos hace señas.
—Necesito que vayas mucho más a menudo la próxima temporada.
Ayudaría a mis estadísticas de fantasía —le dice a Crosby.
—Leo, la fantasía y tú. Van de la mano —dice Crosby, luego le devuelve
el saludo al chico.

158 Cuando entramos en el área de recepción, digo:


—Ustedes dos fueron amistosos. ¿Cómo lo conoces?
—Es un fotógrafo independiente. Hizo las fotos de nuestro equipo el
año pasado. Leo es un buen tipo. Se necesita tiempo para conocer a todos,
por eso puedo bromear con él de esa manera —dice.
Murmuro y luego le doy un codazo ligero, bajando mi voz a un
susurro.
—Odio decírtelo, pero creo que él fue quien hizo las bromas, Crosby.
Y también buenas.
Sonríe en reconocimiento.
—Lo hizo. ¿Pero adivina qué? Tengo la última palabra. O la última
carcajada, más bien, ya que esas fotos me dieron otra oportunidad de
ponerte las manos encima.
Las chispas se deslizan sobre mi piel mientras nos dirigimos al bar.
Ciertamente es el aura del orgasmo.
Lo que más me gusta de los Deportes Network Awards es que incluye
fanáticos. La mayoría de las galas de premios solo son de la industria:
jugadores, agentes, propietarios, publicistas, etc.
Pero cada año, la red de deportes pone entradas a disposición de un
puñado de personas habituales, generalmente a través de subastas
benéficas.
Le da a la fiesta una energía diferente, la hace más real. Te mantiene
alerta.
Por un lado, un grupo de banqueros de inversión de treinta y tantos
se arrodillaron y me dieron la bienvenida al estilo de “No somos dignos” del
Mundo de Wayne, agradeciéndome por traer a los Hawks de regreso a
California. Por otro lado, me dieron una serenata con “Fly Away” de John
Denver, cambiaron las palabras a “Fly away, Hawks”. Mensaje recibido.
El equipo es amado y desairado.
Así es el deporte. Poco más puede engendrar tanta pasión, y esa
159 pasión es la razón por la que amo mi trabajo.
Diablos, es por eso que tengo trabajo.
—Es seguro decir que aquí es una cosa de amor-odio —dice Matthew,
apoyándose casualmente contra la barra mientras nos enganchamos unos
minutos para charlar después de la serenata.
—Ni me lo digas —digo.
—Pero solo es parte del día a día —dice, apretando mi hombro.
—Exactamente. Solo es parte del trabajo. Y eso es lo que estamos
haciendo.
—Hablando de hacer —dice, bajando la voz—, ¿estás ligando esta
noche?
—¿Qué? —susurro, sorprendida.
Pone los ojos en blanco.
—Oh, vamos, Nadia. Nos conocemos bien. No puedes engañarme. Algo
está sucediendo con el Señor Interesante de la boda. También vi la forma en
que lo mirabas cuando presentó antes un premio. Entonces, ¿lo haces? —
pregunta, asintiendo hacia mi… cita.
Sí, Crosby se siente como mi cita.
Mis ojos vagan hacia el hombre que deseo. Está charlando con
Holden, así como con Juan Rodríguez, uno de los lanzadores abridores de
los Cougars. Me encanta lo cerca que está de sus compañeros de equipo,
cómo son buenos amigos y se cuidan unos a otros. Recientemente me dijo
que Chance y él cuidaron al hijo pequeño de Juan cuando Juan quería
invitar a su esposa a cenar.
Mientras observo al hombre con el que compartí un paseo en
limusina, lucho contra una sonrisa, y luego cambio de tema. Matthew es mi
amigo, pero lo que está pasando entre Crosby y yo en este momento es
privado.
—Nunca se sabe —digo evasivamente—. ¿Qué está pasando con
Phoebe? ¿Ha cambiado de tono?
—Lo contrario. Ha subido el volumen de sus quejas.
—Esperemos que solo sea una mala racha —digo.
—Tengo la sensación de que es más como un camino difícil hacia la
ruptura —dice, y frunzo el ceño, pero lo rechaza—. Probablemente de todos
modos estaba destinado a suceder. Y mira, cuando me arroje a la basura
160 oficialmente, tengo toda la intención de retomar el vino y la pintura.
Me rio.
—¿Por qué?
—Bueno, ¿puedes pensar en una mejor manera de conocer a una
mujer encantadora en San Francisco que ir a una de esas clases de pintura
y vino?
Me echo a reír.
—Caramba. No había pensado en tu plan de respaldo. Pero
claramente tú lo has hecho.
—En realidad estoy bromeando. De hecho, no tengo un plan. Y
ciertamente no tengo un plan que involucre vino y pintura.
—Por ahora —digo.
Hace un gesto hacia el escenario, luego golpea su reloj.
—Mejor te adelantas, amor. Es casi tu turno de presentar.
Me dirijo detrás del escenario, esperando mi oportunidad de presentar
un premio.
Una voz resuena desde el podio: la bonita y segura voz soprano de Lily
Whiting, la presentadora principal de The Sports Network. Me he encontrado
a Lily en Las Vegas algunas veces. Es una reportera fantástica que se casó
recientemente, pero volvió a usar su nombre profesional en lugar de su
apellido de casada. Admiro eso de ella. No es fácil ser una mujer fuerte en
una posición alta y quiere valerse por sus propios méritos. Es la prueba de
que puedes estar ridículamente enamorada y ser tu propia mujer en los
negocios.
—Y ahora, presentando el premio al mejor deportista masculino y
femenino tenemos a una mujer a la que admiro mucho —dice Lily—. Una
mujer que lucha arduamente por la igualdad de remuneración para otras
mujeres en este campo dominado por los hombres, que está avanzando a
pasos agigantados para atraer a más mujeres a los deportes y que ya ha
traído un equipo de primer nivel al Área de la Bahía. Abraza la comunidad
con la participación de su equipo en organizaciones benéficas locales. Estoy
muy orgullosa de dar la bienvenida a una de los nuestros con el regreso de
los Hawks a San Francisco, dirigido por Nadia Harlowe.
Entro al escenario, agradezco a Lily, luego me dirijo al micrófono para
entregar el premio.

161 A medida que miro a la audiencia de dueños de equipos, reporteros,


atletas de todo el país y muchos fanáticos, sonrío, imaginándome a mi padre
observándome. Le envío una oración silenciosa rogando estar honrando su
visión, lo que construyó desde cero con la fortuna que había amasado en
otros campos antes de perseguir su sueño de ser dueño de un equipo de
fútbol.
Tengo tanta suerte de haberlo heredado de él, y quiero que siempre
esté orgulloso.
A eso me aferro para poder sonreír a la multitud. Mis ojos se enfocan
muy brevemente en la cara más amigable, y Crosby me sonríe, articulando:
“Tú puedes”.
No estaba buscando aliento, pero seguro que es bueno saber que ese
hombre me respalda. No había sentido antes eso en este entorno, pero
disfruto de la sensación de complicidad.
Me alimenta. Es otra novedad.
—Es un honor volver a la ciudad que amo —digo.
Un abucheo suena a través de la audiencia.
—¡Vuelve a Las Vegas con las coristas!
—¡Mejor cálmate! —grita otra voz.
—Las mujeres no pueden dirigir equipos.
—Las mujeres pueden dirigir equipos.
Simplemente sonrío. Es lo que es. Incluso en una ceremonia de
premiación, hay abucheos y es un recordatorio del trabajo que debo hacer.
—Sé que para algunos de ustedes los Hawks siguen siendo unos
intrusos, pero tengo la plena intención de enorgullecer a esta ciudad. San
Francisco es lo suficientemente grande para muchos equipos deportivos.
Después de todo, apuesto a que aquí tenemos fanáticos de los Cougars. Y
también de los Dragons.
Holden aplaude junto a Crosby.
—Pero esto no se trata de mí —continúo—. Este momento se trata de
un premio que significa mucho para tantos de nosotros. Quizás ese sea el
mayor honor. Este es un premio para el hombre o la mujer que ejemplifica
la retribución. Y esta noche me complace compartir que el destinatario del
premio al Mejor Deportista es para… —Me detengo para deslizar un dedo
debajo de la solapa del sobre, luego saco la tarjeta en relieve.

162 Sonrío cuando veo el nombre. Uno de los buenos amigos y


compañeros de equipo de Crosby.
—Grant Blackwood, receptor de los Cougars de San Francisco, quien
ejemplifica la retribución con sus esfuerzos voluntarios para varias
organizaciones benéficas locales, incluyendo el apoyo a jóvenes atletas
desfavorecidos y atletas LGBTQ. Felicitaciones, Grant.
Aplaudo mientras el receptor corre hacia el escenario, una sonrisa
ilumina sus ojos. El hombre es jodidamente atractivo, totalmente
estadounidense, desde el cabello rubio oscuro hasta los ojos celestes y su
amistosa personalidad extrovertida. Le estrecho la mano una vez que está
en el escenario, pero me atrae para un gran abrazo y me da un beso en la
mejilla.
—Gracias. Pero mantén tus malditas manos fuera de mi tercera base
—dice en un tono deliberadamente burlón.
Me rio, le doy una palmada en el hombro y le digo:
—Prometo hacer lo mejor que pueda.
Me hago a un lado a medida que Grant da un rápido agradecimiento
sincero desde el podio. Cuando termina, lo aplaudo una vez más, luego me
dirijo al backstage con él antes de salir a la multitud nuevamente, buscando
a Crosby.
Sin embargo, antes de encontrarlo, una criatura alta, morena y
hermosa se inclina hacia atrás desde un grupo de atletas y agentes, llama
mi atención y me guiña un ojo.
—¡Declan! —Sonrío radiante, cerrando los metros finales al
campocorto en esmoquin de los Comets de New York. Se aleja de su grupo
para encontrarse conmigo.
—Futura Dueña del Equipo de Béisbol —dice con esa sexy voz del
chico de al lado, y luego me atrae para un abrazo.
Me rio, rodeándolo con los brazos.
—¿Por qué todos los hombres de mi vida intentan que compre un
equipo de béisbol?
—¿Qué? —pregunta mientras nos separamos—. ¿No soy el único
hombre en tu vida? ¿Quién es? ¿Quién es este otro tipo?
Le doy un manotazo, a medida que pongo los ojos en blanco.
—Por favor. Eres el único —digo, bromeando con mi amigo, un chico
163 que decididamente solo ha sido un amigo. Nos conocimos hace unos años
cuando estaba en Nueva York por negocios y nos llevamos bien, uniéndonos
en una fiesta por un amor compartido por la comida del desayuno y la
misma música rock fuerte.
—¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad? —pregunto.
Mira su reloj como si incluyera su calendario.
—Me voy mañana por la tarde.
Le lanzo una mirada con los ojos totalmente abiertos.
—Hola. ¿Por qué no estás en mi horario para desayunar mañana?
—Podría decirte lo mismo.
—Tú, yo, mañana. Hagámoslo.
—Todo lo que escuché fue que me estás invitando a comer las mejores
tortillas de la ciudad—dice.
—Tienes una audición tan selectiva. Y te enviaré un mensaje de texto
con un lugar para desayunar.
Le doy un beso en la mejilla y reanudo mi búsqueda de Crosby. Lo veo
en el borde del salón de baile, y avanzó hasta ahí. Está pasando el rato con
Holden, que se ha colgado el esmoquin del brazo y se ha subido las mangas
de la camisa. Un tatuaje adorna su antebrazo, una ilustración de un árbol
que se extiende sobre sus músculos hasta la muñeca.
Holden me ofrece un puño para chocarlo a modo de saludo.
—Bien dicho, Nadia. Me gustó la parte de espacio suficiente para
ambos equipos.
—Gracias —le digo, chocándolo en respuesta.
—Es difícil cuando sientes que estás diez pasos atrás desde el
principio.
—Lo es. Pero creo que es mejor intentar no permitir que los
comentarios negativos afecten la forma en que haces tu trabajo. —Inclino
mi cabeza, estudiando su rostro—. ¿Supongo que estás lidiando con algunas
de las consecuencias del escándalo de trampas de los Dragons?
—Mucho de eso. —Suspira profundamente, pasando una mano por la
parte posterior de su cuello—. Los medios quieren hablar constantemente
de ello, incluso fuera de temporada.
164
Crosby le hace un gesto a su amigo.
—Sigo diciéndole que necesita a alguien que lo ayude a manejar los
medios. Alguien más allá del equipo.
Me encuentro con la mirada de ojos verdes de Holden.
—¿Qué piensas, Holden?
Se encoge de hombros, rascándose la mandíbula.
—Supongo que lo pensaré cuando comience la temporada.
Le doy una sonrisa comprensiva.
—Avísame si puedo ayudar. Conozco algunos expertos que pueden
darte muchos consejos.
Sus ojos brillan con el atisbo de una sonrisa.
—Gracias. Te lo agradezco.
Holden se vuelve hacia Crosby, inclinando su frente hacia mí.
—Ella es genial. Tal vez dejaré pasar esto —dice.
El entrecejo de Crosby se frunce.
—¿Dejarás pasar qué?
Holden pone los ojos en blanco, le da una palmada en el hombro a
Crosby y dice:
—Nos vemos mañana. Por ahora, no hagas nada frente a mí que
requiera una llamada a las Maldivas.
Se aleja tranquilamente. Una vez que está fuera del alcance del oído,
Crosby se inclina más cerca, su voz cálida y tentadora cerca de mi oído,
haciéndome temblar.
—Pero en privado, me gustaría hacerte todo tipo de cosas.
El placer recorre mi cuerpo, y no puedo esperar a que termine este
evento.
Lo hace, pronto, y salimos del salón de baile. Lily Whiting nos atrapa
y detiene a Crosby para preguntarle si hará una entrevista antes de irse a
los entrenamientos de primavera.
—Por supuesto —le dice.

165 —Estupendo. Me pondré en contacto para organizarlo.


Cuando se va, Crosby se vuelve hacia mí.
—¿Ves? Soy bueno con los medios.
—Si fuera la dueña de tu equipo, estaría muy orgullosa de ti.
—Si fueras la dueña de mi equipo, igual querría follarte —susurra.
Me rio, negando con la cabeza.
—Lo digo en serio. Tu trabajo es sexy. Las mujeres inteligentes son
sexis. Las mujeres poderosas son sexis. Además, eres sexy.
De hecho, lo soy, gracias a sus cumplidos, aquellos que son el polo
opuesto de lo que escuché en mi último año saliendo en Las Vegas.
Crosby es lo opuesto a muchos hombres, y me encanta que no se
sienta amenazado por mí. Que, en todo caso, me admira y apoya.
Aun así, una vez que estamos afuera, me pongo los pantalones de niña
grande y digo lo difícil.
Nadia
F
uera del hotel del evento, doy un paso más cerca de mi
acompañante y reduzco la velocidad del tren aunque no quiero
del todo.
—Quiero invitarte, pero creo que rompería la regla número tres —digo,
mi voz baja y solo para él a medida que me aprieto un poco más el abrigo
alrededor de los hombros, la noche sumergiéndose mientras las estrellas
brillan en el cielo nocturno.

166 Crosby suelta un suspiro y luego asiente en acuerdo.


—Me lees la mente. Si esta noche estoy a solas contigo, voy a tener
más dificultades para mantener mis manos fuera de ti.
—No son tus manos lo que me preocupa —digo en un tono coqueto
cuando la limusina se detiene.
Deja que su mirada se desplace hacia abajo, directamente a su
entrepierna.
—Aw, es tan dulce de tu parte preocuparte por mi pene.
—Oh, no estoy en absoluto preocupada por tu pene —respondo audaz.
Crosby agarra la puerta antes de que salga el conductor, sacudiendo
la cabeza con admiración a medida que me deslizo dentro del largo auto
negro.
—Eres una mujer desatada. Tan pronto como dices una palabrota, las
estás diciendo todas.
—Eso es una… pena —digo con una sonrisa maliciosa.
—Hablando de… vamos a conseguirnos un pedido de cócteles.
Quince minutos después, entramos en Spotted Zebra.
La decoración divertida encaja perfectamente con el nombre. Una
pared es rosa. Otra es negra. Otra más es de ladrillo. Rock alternativo suena
en el sistema de sonido, y los camareros y meseros de moda con uniformes
monocromáticos rodean el lugar con bebidas.
Sofás bajos con rayas blancas y negras atraen a los clientes,
invitándolos a descansar.
Pasamos por la barra, saludando a Sierra, la hermana de Grant, quien
nos sonríe mientras se mete un mechón de su cabello rubio con mechas
rosadas en su moño desordenado.
—Hola. —Tatuajes corren de arriba abajo por su brazo derecho, y
ambos lóbulos de sus orejas están perforados muchas veces.
—Hola, Sierra —saludo—. Qué bueno verte.

167 —Bienvenida de nuevo, hija pródiga —dice sarcásticamente, luego se


inclina para darme un abrazo rápido a través de la barra.
—Ja. Ese será mi apodo nuevo.
Agita su mano con desdén.
—No dejes que los abucheos te desanimen. Reproduciremos los juegos
de los Hawks aquí. —Asiente hacia la televisión donde suena un partido de
hockey en la esquina—. Bueno, cuando no sea temporada de hockey.
—¿Hola? ¿Qué tal el béisbol? —interviene Crosby.
Sierra bosteza, grande y exagerada.
—El béisbol es taaan aburrido.
Crosby se aprieta el corazón.
—Me estás matando.
Sierra deja un par de servilletas en la barra.
—¿Qué les puedo traer a ustedes dos?
Crosby me pide un vino, luego una cerveza para él, y cuando Sierra
nos entrega las bebidas, tomamos un lugar en la esquina, acomodándonos
en un sofá a rayas.
Ya se quitó la chaqueta y la pajarita en el auto, así que ahora se
remanga la camisa, mostrando sus antebrazos fuertes. Admiro la vista por
un segundo, imaginándome cómo se verían con él cernido sobre mí, sus
brazos sujetándome.
Me atraviesan sensaciones salvajes, un torrente caliente de
adrenalina. Cruzo las piernas, intentando controlar mis deseos.
Levanta su vaso.
—Bebamos por…
—¿Para no llamar a las Maldivas?
Sus labios se curvan en una sonrisa traviesa.
—Aunque es muy tentador.
—No podría estar más de acuerdo.
Tomo un sorbo de vino, y luego lo dejo en la mesa. Hace lo mismo con
168 su cerveza.
—Me impresionaste en el escenario —dice—. Eres el equilibrio
personificado.
Sonrío radiante, agradecida por el cumplido.
—Gracias. Eso significa mucho para mí. Sobre todo teniendo en
cuenta lo que otros hombres han pensado de mi trabajo.
—Que se jodan —se burla. Y eso es todo. Eso es, literalmente, todo lo
que tiene que decir—. Tienes el plato lleno, y aun así te manejas como la
chica ruda que siempre has sido.
Sonrío.
—Detente o me harás sonrojar.
Sacude la cabeza.
—No eres de las que se sonrojan. Te conozco.
—Cierto. No me sonrojo en absoluto.
Se inclina un poco más cerca, su voz bajando a ese bajo rango ronco
que amo.
—¿Pero eres de las que se sonrojan en el dormitorio?
Un hormigueo se extiende por mis hombros.
—No sé. Quizás ambos lo averigüemos.
Se ríe, después se acerca un poco más. Pero en lugar de susurrar, se
aclara la garganta.
—Entonces, ¿nunca has conocido a un hombre con el que quisieras
tener sexo? ¿Estabas esperando una relación? ¿O nunca fue el momento
adecuado? ¿O fue algo completamente diferente? Lo cual, por supuesto,
supongo que plantea la cuestión de… ¿por qué ahora?
Me encanta la falta de juicio, el interés genuino en el elefante en la
habitación: el por qué.
Pero primero me deslizo con una broma.
—¿Te refieres a otra cosa que no sea tu destreza y puro atractivo
sexual crudo y masculino?
Da un encogimiento de hombros casual.
—Bueno, sí, obviamente eso.
169 Le cuento lo básico, sobre la universidad y la falta de hombres allí,
luego sobre mi enfoque en las clases durante mi programa de maestría y,
finalmente, sobre los problemas de la casamentera el año pasado, aunque
en su mayoría conoce esos detalles.
—Pero más que eso —termino—, nunca he querido ir allí con nadie.
Nunca sentí el deseo con la suficiente intensidad. Aunque, no me
malinterpretes, tengo mucho deseo sexual.
Sus ojos fulguran.
—Puedo decirlo.
—Y hay muchas cosas que quiero hacer. Hay muchas cosas con las
que fantaseo. Y, oye, mis juguetes se esfuerzan bastante.
Se pasa una mano por la frente como para secarse el sudor.
—Esta noche no estás ayudando a mantener la regla número tres.
Echo la cabeza hacia atrás y me rio.
—Créeme, también es difícil para mí. Cualquiera que sea el caso
antes, ahora estoy muy interesada en el sexo. Y estoy muy interesada en
tener sexo contigo.
Agita una servilleta como una bandera blanca.
—Me rindo.
Le doy un golpe en el brazo juguetonamente.
—Lo que estoy intentando decir es esto: no me estaba aferrando a mi
virginidad porque es algo precioso, o porque tengo la idea de que caminaré
por el pasillo en cinco años, o cuando sea, aún virgen.
—¿Cinco años? ¿Ese es el plan de boda?
Una oleada de vergüenza hace que la sangre me suba a las mejillas.
—No tengo un plan de boda. Solo solté una fecha.
—Entonces, sin presiones para ti o tu futuro esposito. —Su sonrisa
es juguetona, pero atrapa mi mirada en esas últimas palabras, casi como si
las estuviese probando.
Hago una mueca dolida, no estoy del todo segura de por qué me roe:
futuro esposito.
—Claro —digo—. Puede desflorarme en nuestra noche de bodas —
continúo, haciendo una vieja broma sobre quien sea el futuro esposito
170 porque es más fácil que lidiar con esta sensación molesta. En cambio, me
pongo más seria—. Pero sí, quiero, algún día, lo que tenían mis padres.
Ahora no, sino en el futuro. Quiero lo que tenían tus padres. Lo que tienen
Brooke y Eric. —Respiro profundo, dejando que me llene—. ¿Pero ahora
mismo? Tengo mucho trabajo por delante con el equipo, así que me gusta
esto que tú y yo tenemos. Y ya no quiero seguir teniendo sexo conmigo
misma —digo, nuestros ojos se conectan con un destello de deseo entre
nosotros, como un espejismo de calor brillante.
—Como dije, esta noche la regla número tres está siendo muy difícil
de resistir. Pero puedo esperarte. Quiero esperar —dice, sus ojos azul oscuro
se encuentran fijamente con los míos, y no puedo apartar la mirada. No
quiero, porque la forma en que dice quiero esperar hace que mi corazón se
atore en mi garganta. Otro sentimiento extraño que en realidad debería
ignorar. Lástima que se sienta tan bien.
Tomo otro trago, dándole la vuelta a las cosas, ya que estas emociones
explosivas en mí son un juego de ping-pong al que no quiero jugar.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu historia? Pareces atraído por las citas. No como
si fueses un mujeriego, sino más bien como si disfrutases teniendo novias.
¿Es cierto?
Asintiendo pensativamente, levanta su cerveza, bebe más y luego deja
el vaso en la mesa.
—Nadia, supongo que soy igual que tú. Me gustaría lo que tenían mis
padres. Demonios, lo que mi mamá tiene ahora con Kana.
Mi pecho se calienta, mi corazón se siente resplandeciente por ese
sentimiento hermoso, uno que no escuchas tan a menudo como quisieras,
de mujeres o de hombres.
—La mayoría de la gente tiene miedo de admitir que quiere eso: amor,
conexión, intimidad. Me gusta que simplemente lo expongas. En general.
Me gusta que lo estés diciendo en general —agrego rápidamente, ya que no
quiero que se preocupe porque tenga motivos ocultos—. No te preocupes.
No voy a ponerme toda pegajosa. Entiendo las reglas. Seguimos siendo
amigos. Regla número dos —agrego, como si estuviese orgullosa por
recordar las leyes que establecimos.
Me da una sonrisa tranquilizadora.
—No estaba preocupado. En absoluto —dice, levantando una mano
para apretar mi hombro. Una especie de apretón amistoso.
Mmm.
171
¿Es extraño que quiera un apretón no tan amistoso en este momento?
Pero sigo, me alegra que esté en la misma página. De verdad, es bueno
que no esté preocupado. Quiero que sigamos siendo amigos después de que
terminemos con todo este Libro de Reglas de una Virgen. Definitivamente
quiero que sigamos siendo amigos. Me deshago de cualquier idea caprichosa
que se extienda más allá de la amistad.
Este plan de acompañante es fantástico. Además, tengo la suerte de
ser amiga de alguien que es tan tolerante y abierto al mismo tiempo. Y
alguien que sea tan… follable.
—Es un poco reconfortante cuando alguien admite que quiere lo que
todos en realidad queremos —digo.
Sonriendo en reconocimiento, bebe un poco de su cerveza.
—Te entiendo. Culpo a mi mamá. Siempre decía que tenemos que
estar en contacto con nuestras emociones. “No tengas miedo de tus
sentimientos. Un hombre de verdad puede admitir cuando se ha enamorado”.
—dice, imitando a su madre.
—Es curioso, suenas exactamente como ella.
—Supongo que me alegro de que sea así. El problema es que, no soy
muy bueno siguiendo sus consejos.
Mi frente se arruga.
—¿Qué quieres decir?
Exhala pesadamente, frotando una mano por la parte posterior de su
cuello.
—¿Mis problemas con las citas? ¿Todas esas historias de exnovias?
Todo es culpa mía.
—¿Por qué dices eso? Tu solo… —Sin embargo, me interrumpo, sin
saber cómo terminar el pensamiento de manera justa. ¿Elegiste a las
mujeres equivocadas? No necesito decir eso, él lo sabe.
—¿Elegí a las mujeres equivocadas? —suministra.
—Tú lo dijiste —respondo, riendo.
—Es mi talón de Aquiles. Grant y mi primo tienen razón cuando dicen
que no me tomo mi tiempo para conocer a una mujer antes de dejarla entrar.
Dicen que confío demasiado pronto. Eso es cierto, y todo depende de mí. —
Levanta la mano derecha como si estuviera prestando juramento en la
172 corte—. Lo juro. Como le dije a tu hermano. Sucede que tengo un gusto
horrible. Me atraen las chicas malas.
Mi estómago se hunde de preocupación.
Extiende una mano, tomando la mía.
—Me atraían las chicas malas. Excluyendo la compañía actual.
—No tengo nada en contra de las chicas malas, pero no creo que lo
sea —digo, tal vez un poco a modo de disculpa.
Aprieta mi mano con más fuerza.
—No eres una chica mala, y me atraes jodidamente. Quizás mi gusto
está cambiando.
Espero que así sea.
—Quizás —digo evasivamente, sin saber qué más decir.
—O quizás siempre he sentido algo por ti —dice encogiéndose de
hombros—. Quizás eres la única chica buena que he querido.
—¿Eso es bueno o malo? —pregunto, genuinamente curiosa.
Pasa un dedo por la parte superior de mi mano, haciendo que mi piel
se caliente.
—Ahora mismo se siente bien —dice—. Y esto entre nosotros es
bueno. Ya nos conocemos.
—Lo hacemos —repito, y como para probarlo, la conversación se aleja
por sí sola a medida que vemos el final del juego de hockey, quejándonos de
algunas jugadas, animando otras, debatiendo quién va a ganar mientras
terminamos nuestra bebidas y luego salimos del bar después de despedirnos
de Sierra.
Crosby me lleva a casa, sale de la limusina y me acompaña a la puerta
principal de mi edificio. Se detiene antes de que la abra, mete las manos en
los bolsillos y se balancea de un lado a otro sobre los talones.
Es el momento de ahora qué. Los nervios me atraviesan.
—Entonces —comienza—. Tenemos lo del golf este fin de semana.
Antes de volar a Arizona.
—Tiempo de la liga del cactus —digo, usando la jerga de información
privilegiada, el término para los equipos de béisbol que hacen su
entrenamiento de primavera en Arizona.
173
—Me voy el lunes —dice.
Intento no insistir en su partida. Después de todo, ¿a quién le importa
que se vaya? Va a volver. El entrenamiento de primavera no dura para
siempre. Tampoco los amigos con beneficios, así que no hay necesidad de
estar volviéndose completamente loco.
—Pero hay muchos días en el calendario antes de eso —agrega, y sale
como una invitación, un poco coqueta.
—Muy cierto —digo, esperando, ansiando que él quiera lo mismo.
Se acerca más, sumerge su rostro en mi cuello e inhala mi aroma.
Tiemblo cuando su nariz recorre mi cuello, viajando hasta mi oreja, donde
mordisquea el lóbulo muy suavemente y luego retrocede.
—No quiero esperar hasta el asunto del golf para verte de nuevo.
Mi corazón baila a través de un escenario de Broadway en mi pecho.
—Yo tampoco.
Murmura a medida que acaricia mi piel con besos decadentes.
—Nadia, invítame a venir mañana por la noche.
Mi cuerpo está lanzando un desfile de estoy listo.
—Ven mañana —digo.
Se separa de mí, su mirada vagando por mi figura por última vez.
—Traeré la cena.
—Traeré el apetito —digo.
—Entonces, te veré a las ocho, Mujer Salvaje.
Vuelve a su limusina y se marcha, habiéndome dado un apodo nuevo.
¿Soy una mujer salvaje?
Quizás lo averigüemos.
No puedo esperar a mañana. Aunque, cuando entro, también extraño
tenerlo aquí esta noche.
Mucho.

174
Nadia
B
rooke batea primero, con un mensaje de texto parpadeando
como un letrero de neón mientras me aplico el maquillaje a la
mañana siguiente.
Brooke: Lo sabía. Tortolitos. Como dije en la boda.
¿De qué está hablando?
Mientras el álbum nuevo de mi cantante favorito, Stone Zenith,
irrumpe en mi baño, dejo mi varita de rímel y abro la foto que envió Brooke.
175
Mi pecho aletea. Mis labios forman una sonrisa estúpida.
“The Guy in the Picture” inunda el baño, la canción de amor
resonando a través de las paredes de azulejos mientras miro una foto de
Crosby y yo de la alfombra roja publicada en la cuenta de Instagram de
Sports Network.
Hago zoom en la imagen, y me asaltan un aluvión de preguntas.
¿Su mano en serio estaba envuelta posesivamente alrededor de mi
cintura de esa manera?
¿Sus ojos me miraban como si fuera la única mujer para él?
¿Su sonrisa estaba telegrafiando lo mucho que deseaba seguir la regla
número uno? ¿Dormir conmigo?
Mi estómago se agita, luego hace una rumba. Quizás también una
samba. Demonios, podría estar tomando una clase de Zumba por lo que sé.
Esta foto es una pieza condenatoria de evidencia que muestra dos
personas que están interesados entre sí. En realidad interesados.
Porque lo miro como si fuera el único que quiero conmigo.
Anoche, esta noche, cualquier noche.
Mi corazón late más rápido y la música inunda mis oídos cuando
Stone llega al coro.
La canción se apodera de mis sentidos, se aloja en mi corazón y en mi
mente.
Algo está sucediendo entre Crosby y yo.
Algo que es más que amistad.
Y no sé qué hacer al respecto.
He intentado negarlo.
He jugado la carta de la lógica.
Pero la lógica se ha esfumado, y las emociones están ocupando ahora
el mazo.
Ese hombre simplemente me hace algo.
Algo que no es solo físico.
Por eso quiero verlo esta noche, por eso quiero tener sexo con él. No
176 porque esté cachonda, no porque sea su amiga, no porque me atraiga.
Me atrae porque me gusta.
El teléfono se desliza de mi mano y cae al suelo con estrépito.
Me tambaleo hacia atrás con un jadeo entrecortado, me aferro a la
pared y procedo a entrar en pánico.
Durante unos diez segundos. Luego me recompongo, levanto el
teléfono, bajo la música y llamo a Scarlett.
—Emergencia —digo al segundo en que responde.
—¿Qué es?
—Esto —le digo, luego le envío la imagen—. Revisa tus mensajes de
texto.
Unos segundos después, dice:
—Ohhhh. Eso parece complicado.
—Lo sé —digo, caminando hacia la bañera, sentándome en el borde y
dejando caer mi cabeza en mi mano—. Creo que algo se está gestando… No,
eso está mal —digo, corrigiéndome rápidamente.
Levanto la cara, inhalo profundamente y me apoyo en mi lado que uso
en las salas de juntas. La mujer que habla.
—No creo… lo sé. Me gusta mucho.
La admisión es tanto un alivio como una carga nueva.
Las palabras y el tono de Scarlett son amables.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con este asunto de los amigos con
beneficios?
Es una gran pregunta. Mientras me imagino esta noche, él viniendo,
nosotros conectando, no veo un camino hacia la resistencia. No quiero
tomar uno. Una vez más, voy con toda la verdad.
—Supongo que me acostaré con él, y después me ocuparé si me duele
el corazón.
Puedo escuchar una sonrisa comprensiva en su rostro cuando dice:
—Al menos tienes los ojos bien abiertos.
Supongo que sí.
Me despido cuando llega un mensaje de texto nuevo a mi teléfono.
177
Mamá: Parece que te lo pasaste muy bien anoche.
Nadia: Lo hice. Absolutamente lo hice.
Mamá: ¿Ese algún día llegará pronto?
Cierro mis mensajes de texto, porque ¿cómo puedo responder si el
algún día de nosotros saliendo, el algún día que ella imagina, se acerca?
No tengo idea.
Termino de vestirme, luego me dirijo a un café cercano para
desayunar con Declan, donde nos ponemos al día sobre la vida y el amor en
Nueva York.
—Entonces, ¿qué hay de nuevo? ¿Algún hombre nuevo, caliente e
inteligente en tu vida que sacuda tu mundo? —pregunto mientras levanto
mi café con leche de canela y agito una ceja.
Él niega con la cabeza.
—Me he estado tomando un descanso.
Eso me sorprende. Siempre ha parecido un monógamo en serie.
—¿Un descanso? ¿De las citas en general?
—Sí. La última vez que vi a alguien fue hace más de un año.
No puedo no preguntar.
—¿Hay alguna razón para la ruptura?
—Solo intento hacer algunos cambios en mi vida.
Bueno, ahora en serio tengo que saberlo.
—¿Cambios buenos?
—Digamos que si fuera un tipo supersticioso estaría usando
calcetines de la suerte —responde con un brillo esperanzado en su
expresión.
Me rio.
—Es curioso, conozco a alguien así. —Me tomo un segundo, estudio
a mi amigo, intento leer sus ojos, y veo lo que pasa detrás de ellos—. Así
que, estos calcetines de la suerte hipotéticos. ¿Los estarías usando, si los
fueras a usar, con la esperanza de encontrar a esa persona especial?
Sonríe.
178
—Te estás acercando.
Y creo que sé por qué.
—¿No hubo una vez alguien especial? —pregunto. En otro tiempo tuve
la sensación de que se había enamorado de alguien. Sin embargo, nunca
había compartido los detalles, y no había fisgoneado. ¿Quizás esa es la razón
por la que se está tomando un descanso?
—Sí. —Su respuesta es enfática. Por un momento parece perdido en
el tiempo, luego regresa al aquí y ahora—. Alguien muy especial. Quizás lo
sea otra vez.
Una sonrisa se apodera de mi rostro.
—No hay nada como encontrar a alguien especial, ¿verdad?
—No podría estar más de acuerdo. —Levanta su café, toma un trago
y entonces pregunta pensativo—. ¿Y tú?
—No he tenido antes a nadie especial.
—¿Y ahora sí?
Una sonrisa baila en mis labios.
—Tal vez —contesto contra mi café con leche.
—Explícate —instruye.
No le doy los detalles sórdidos. No divulgo el nombre, el promedio de
bateo ni el número de uniforme. Declan también es un jugador de béisbol,
pero incluso si no lo fuera, no entregaría tal información personal.
Pero le doy suficiente.
—Espero que sea alguien especial —dice mientras se toma el resto de
su café.
—Ya veremos —digo, intentando ocultar la sonrisa que no se va.

Después del desayuno, me dirijo al estadio y me sumerjo en el trabajo.


Matthew y yo entrevistamos a una mujer fantástica llamada Kim, quien ha
sido asistente de gerente general de otros dos equipos. Es inteligente, astuta
y segura, y sabe cómo manejar el arbitraje, el análisis y el reclutamiento.
179 Los tres hablamos durante dos horas, y durante ese lapso de ciento
veinte minutos, no pienso para nada en esta noche.
Es una porción maravillosa de tiempo.
Me recuerda que puedo hacer mi trabajo. Puedo hacer lo que vine a
hacer aquí.
Claro, incluso si lastiman mis emociones, incluso si mi corazón
termina apaleado, estaré bien.
Saldré ilesa del otro lado de los amigos con beneficios.
Seguro que lo haré.
Cuando me despido de Kim y le hago saber que pronto nos pondremos
en contacto, Matthew y yo realizamos la disección.
—Es estupenda. Deberíamos ofrecerle más de lo que ganas —digo,
bromeando.
Pero muestra una sonrisa cálida y asiente.
—Hazlo, si eso es lo que se necesita.
Resoplo.
—Matthew, estoy bromeando.
—Yo no —dice, intenso, serio—. No me la paso contando quién gana
más dinero. O quién tiene el puesto más importante. Solo quiero lo mejor
para el equipo.
Suspiro feliz.
—Me gustaría clonarte para literalmente todos los trabajos que
necesite cubrir.
—Me gustaría clonarme en algún momento. ¿Puedo enviar a uno de
mis clones a comer tartas y pasteles durante todo el día, mientras yo me
mantengo esbelto y en forma?
—Yo también quiero uno de esos clones —digo con una sonrisa.
—En cualquier caso, tenemos algunos candidatos más para el puesto,
pero deberíamos asegurarnos de saber exactamente lo que quiere Kim. Y
luego ofrecérselo a ella.
—Es como si compartiéramos un cerebro.
Entrecierra los ojos.

180 —Algunas veces. Pero llámame loco, creo que es mejor que no
podamos leer la mente del otro.
Concuerdo, con una risa.
—No hay palabras más verídicas.
Me alegra que nadie más tenga acceso a mis pensamientos cuando
reviso mi teléfono un poco más tarde.
La anticipación me atraviesa cuando veo el nombre de Crosby en la
pantalla.
Simplemente vuela a través de mi cuerpo, iluminándome.
Crosby: No sé tú, pero me he pasado la mañana acosado por esa foto
que Leo nos tomó. Quiero decir, en defensa de los acosadores, ciertamente
parece que quiero devorarte. Así que, es justo. Quiero, y planeo hacerlo, y lo
haré esta noche. Antes de eso, necesito saber: ¿quieres pasta, tailandés o un
cuenco de cereales del café de mamá para esta noche?
Inclinándome hacia atrás en mi silla, sonrío como una tonta mientras
la lujuria ruge a través de mí.
Este hombre me enciende y me hace reír.
Ese es el problema.
Le respondo pidiendo el cuenco de cereales. Al menos eso es fácil.

181
Crosby

L
anzo la pregunta a mi sacerdote.
—¿Se supone que debo confesar?
Raj se toca la barbilla, frunciendo el ceño mientras
trabajo en la increíble cantidad de abdominales que me
ordenó hacer.
—En situaciones como esta, me pregunto: “¿Qué haría Kenneth?”

182 —¿Quién? —pregunto a medida que giro mis oblicuos.


—Kenneth de Thirty Rock. Él es mi punto de referencia para la toma
de decisiones —dice Raj, agachándose a mi lado en el gimnasio.
—¿Kenneth? ¿El mejor chico del mundo? ¿El dulce e inocente
Kenneth que es básicamente un sustituto de Mister Rogers y Kermit the
Frog?
Raj sonríe, sus dientes blancos resplandeciendo mientras asiente. El
ex especialista de Bollywood ahora es un entrenador personal increíble, y
tuve la suerte de conseguir un lugar en su lista de clientes.
—Sí. Y bueno, todos esos muchachos sabían cómo tomar decisiones
buenas.
—Entonces, ¿estás diciendo que debería decirles a mis amigos que me
caí del vagón?
Raj pone los ojos en blanco, agarra su teléfono y me muestra la foto
de anoche.
—Hombre, ¿las fotos mienten? Cambia a los abdominales en bicicleta.
—Todo el mundo me ha mostrado eso —digo, tomando mi teléfono del
piso, abriéndolo y empujándolo antes de pasar al ejercicio nuevo—. Abre mis
mensajes.
Él hace clic en ellos, luego se ríe, su mano volando hacia su vientre.
—Colega.
—Lo sé —digo, poniendo los ojos en blanco a medida que giro el codo
hacia la rodilla opuesta, luego el otro, y así sucesivamente.
Raj se aclara la garganta, leyendo en voz alta.
—De Grant a las nueve y media: Amigo. Sé que ella no robó tus
calcetines, tu anillo o tu auto, pero ¿no tienes autocontrol? De Chance a las
nueve cuarenta y cinco: Amigo. Estás pillado. De Holden a las diez y cuarto:
Amigo. ¿Adivina quién está admitiendo en la televisión que somos los mejores
en el mejor deporte del mundo? —Raj se deja caer en la colchoneta—. Cros,
parece que no necesitas confesar. Ellos ya te descubrieron.
—De una foto. ¿Qué diablos es tan obvio en esa foto?
—Cambia a las planchas laterales —dice, estudiando la imagen—. Oh,
ya veo.
183 —¿Qué es? —pregunto a medida que me sostengo sobre mi lado
derecho, con el brazo izquierdo en el aire.
—Son los ojos —dice, tocando el teléfono y luego mostrándome un
primer plano de mis ojos—. ¿Lo ves?
—¿Qué estoy viendo?
—La miras como si estuvieses enamorado de ella.
Caigo sobre mi cadera, deslizándome fuera de la tabla, aterrizando en
mi costado con un sonoro uf.
—¿De qué estás hablando? —pregunto, recuperándome rápidamente.
Mientras me levanto, él se sienta atravesado junto a mí y luego
procede a explicar en detalle cómo mis ojos delatan todo.
—Hum —digo, estudiando la foto, la forma en que estoy mirando a
Nadia, en cómo mis labios están torcidos en una sonrisa, en cómo mi mano
está apretada alrededor de su cintura.
Quizás la miro de esa manera.
Quizás me estoy enamorando de ella.
Santo cielo.
Es como si acabara de enterarme de que un lanzador contra el que he
bateado durante años ahora está lanzando una bola matadora.
Y no sé cómo pegarle.
Intento averiguar el resto del día qué diablos hacer con esta bola
matadora de Nadia.
La situación empeora cuando paso por el café de mi mamá en la
ciudad para recoger la cena.
Me entrega una bolsa de papel llena de comida.
—Entonces, ¿cómo vas a lidiar con el hecho de que todos parecen
pensar que te mueres por la hermana de Eric?
—¿Por la foto?
Se ríe suavemente, sacude la cabeza y me sienta en una mesa.
—Cariño, no es por una foto. —Me lanza una sonrisa de complicidad—
. Es por los años.

184
Nadia

C
amino por mi casa de un lado a otro.
Pongo mi mano en mi pecho.
Inhala, exhala.
Falta una hora para… ¿despedirme de mi himen?
Pero no, ese barco se fue hace mucho tiempo. Quiero decir, no lo sé
con certeza, pero mi familia de pequeños y grandes queridos seguramente
185 rompió mi virginidad hace mucho tiempo.
Uf.
Virginidad.
¿Quién dice “virginidad”?
A decir verdad, ¿quién dice “himen”?
Pero bueno, tal vez esas palabras ridículas me calmen.
—Virginidad, virginidad, virginidad —murmuro, pero aun así, la
palabra repetida no hace nada para estabilizar la sobremarcha de mi cuerpo.
Mi corazón da un vuelco.
Es como un conejo en mi pecho, corriendo en círculos, latiendo
frenéticamente.
Cálmate.
Me dejo caer en el sofá, dejo caer la cabeza entre mis manos, y trato
de respirar.
Mis pulmones no se llenan.
Mi respiración es corta, aguda.
Nada funciona.
Voy a arrancarme la piel. ¿Y por qué?
¿Por qué estoy tan nerviosa?
Quiero esto. Lo quiero a él. Estoy lista.
Pero dile eso a mis nervios que están martillando mis células.
Me dirijo al baño y abro el grifo de la bañera. De todos modos,
planeaba ducharme, pero tal vez lo que necesito es un baño.
Una pequeña sesión de relajación.
Me quito la ropa, pongo la temperatura a caliente, y arrojo una bomba
de baño con fragancia a isla tropical.
Cierro los ojos, dejando que el vapor se arremoline a mi alrededor
mientras la bañera de mármol se llena. Entro en la bañera cuando está casi
llena, bailando el hula oh-Dios-mío-esto-es-tan-caliente durante unos
segundos antes de sumergirme con cautela en el agua.
Y me quemo.
186
Estoy asándome.
¿De quién fue la idea de hacer esto tan jodidamente caliente?
Me levanto, salgo, agarro una toalla y envuelvo el material esponjoso
a mi alrededor.
Resoplo hacia el caldero.
Vaciando la bañera, me dirijo a la ducha, abro el agua para que esté
tibia, y luego me ducho.
Los baños oficialmente no son relajantes.
Cinco minutos después, salgo de la ducha, pero mi corazón aún está
intentando huir de mi pecho.
¿Música? ¿Necesito música?
¿Debería empezar a practicar un poco de yoga?
¿Quizás el champán funcionaría?
Esta noche, de camino a casa del trabajo, compré una botella.
Orgánico, naturalmente. Pero no puedo abrirla sin él.
Así que, mientras me unto loción, luego me visto con jeans y una blusa
rosa informal, en serio, de verdad intento descubrir lo que aliviará mis
nervios.
No es un baño caliente.
Ni una bebida.
Y no más tiempo de chicas.
Me miro en el espejo, estudiando mi rostro, haciendo las preguntas
difíciles.
¿Qué quieres? ¿Qué necesitas?
Quiero al hombre.
Y quiero saber que estamos bien. Quiero saber que tenemos esto.
Quiero hablar con él, o enviarle un mensaje de texto.
Así que levanto mi teléfono, abro nuestro hilo de mensajes, y le escribo
una nota.
Algo que creará el ambiente.
El ambiente de quiénes somos.
187
Nadia: ¿Recuerdas aquella vez que pedí ver la foto de tu pene?
Dejo el teléfono sobre la encimera del baño a medida que me aplico
un poco de polvo, rubor y luego rímel, ya sintiéndome un poco más
tranquila. Responde rápidamente, por lo que estoy agradecida.
Crosby: ¿Estás cambiando de opinión en cuanto a esta noche y quieres
una foto en lugar de lo real? SUPONGO que puedo vivir con eso. Pero la
pregunta más importante es: ¿aún quieres el tazón de cereal?
Nadia: Quería decir que me alegra en secreto de que no me mostraras
la foto, porque me gustó experimentarlo en vivo anoche.
Crosby: Vaya. Entonces, ¿quieres el tazón de cereales y la salchicha?
Menos mal, porque voy de camino con los dos.
Nadia: Excelente. Estaré esperando con esto…
Me alejo del espejo, me desabrocho la camisa a un grado escandaloso
y luego le envío una foto.
De la parte superior de mis pechos.
Su respuesta es instantánea.
Crosby: ¿Escuchaste eso? Fue el sonido que hice al tropezar y caer de
bruces por tu SENSUALIDAD ARDIENTE. Espero que tengas una tirita para
mi nariz.
Nadia: Tengo tiritas con zorros. Sé que te encantan tus lindos calcetines
de animales, así que estos combinarán.
Crosby: Me conoces bien. Además, gracias por la foto más sexy del
mundo.
Nadia: Puedes verlos en vivo en unos minutos.
Crosby: Mujer Salvaje, tengo la intención de hacerlo. Tengo toda la
intención de verlos, tocarlos, sentirlos, lamerlos, besarlos y devorarlos.
Nadia: Mmmm…
Ya, mi pulso está desacelerando, el calor regresa a mis mejillas y mi
mente está tranquila, pero ansiosa.
Y como hablar con él parece calmar mis nervios, supongo que hacerlo
reír podría ser aún más eficaz, así que hago una búsqueda rápida en Google.
Luego le envío una foto de un gato descansando seductoramente sobre
una cama.
188
Nadia: Te mando una foto traviesa.
Segundos después, mi teléfono suena.
Crosby: ¡Miau! Además, te mando tu foto del falo.
Crosby: Quiero decir, te mando tu foto de la salchicha.
Me carcajeo cuando la foto de un perro salchicha llena la pantalla.
Estoy oficialmente relajada. Todo lo que necesitaba era esto. Esta
broma, esta conexión, esta diversión.
Cuando el reloj marca las ocho, envía un mensaje de texto diciendo
que está en el vestíbulo. Lo hago subir y, un minuto después, abro la puerta.
—Hola, tú —dice con una voz tierna que envía una ráfaga eléctrica por
mi columna vertebral.
—Hola, a ti también.
Aún estoy nerviosa.
Pero también estoy lista.
Ayuda el champán y la comida.
Mi pecho palpita ligero a medida que tomo otro bocado de la comida,
otro sorbo de champán.
—¿Sabías que esto es orgánico? —pregunto, sosteniendo mi copa.
Toma un bocado de su cena y luego sonríe, hablando cuando termina
de masticar.
—Es posible que lo hayas mencionado algunas veces.
—Oh, cierto —digo, agitando una mano. Pero aún estoy diciendo cosas
al azar sobre el champán—. Mira, cuando fui esta tarde a la tienda, quería
asegurarme de que funcionaría para ti. El champán. Está elaborado sin
sulfitos. Y tampoco tiene productos químicos. Además, está elaborado con
uvas sostenibles. Oye, ¿qué son las uvas sostenibles? ¿Hay uvas
insostenibles? ¿Qué hace que una uva sea insostenible?
Deja su tenedor y toma mi mano.

189 —Es una uva que está tremendamente nerviosa.


Dejo escapar un largo suspiro pesado.
—No estoy nerviosa —digo, mintiendo, mintiendo evidentemente.
—Nadia, no tenemos que hacer esto.
La tensión me atraviesa a medida que lo miro fijamente.
—No digas algo tan horrible.
Sonríe, se pone de pie y me ofrece la mano.
—Ven conmigo.
—Pero la mesa es un desastre —digo, agarrándome de cualquier cosa.
—Lo limpiaremos más tarde.
Toma mi mano, me guía hasta el sofá y extiende su mano suavemente
para indicar que me siente. Lo hago.
Vuelve a buscar las copas de champán y se sienta a mi lado, toma mi
mano y pasa el pulgar por la parte superior.
—Si no estás lista, no hay resentimientos.
Trago con brusquedad.
—Estoy lista, solo estoy…
—¿Nerviosa? —suministra.
Asiento, admitiéndolo por fin.
—Sí, lo estoy.
—¿Quieres hablar de por qué?
Tomo un sorbo de mi bebida y luego dejo la copa en la mesa,
esperando que la sensación de ingravidez se active.
Pero el champán no es la respuesta.
Crosby deja su copa en la mesa junto a la mía, esperando que le diga
la verdad que estoy conteniendo.
Separo los labios, respiro temblorosamente y luego dejo escapar de
golpe:
—No quiero ser terrible en la cama.
Una risa brota de su pecho.
190 —Nadia —dice en voz baja, luego entrelaza sus dedos con los míos—.
¿Pensarías que es una locura si digo lo mismo?
Resoplo.
—No hay forma de que puedas pensar eso.
Se encoge de hombro a modo de pero, lo hago.
Mi mandíbula cae.
—¿En serio te preocupas por eso?
Se acerca más, apretándome la mano con más fuerza.
—Quiero que esto sea bueno para ti. Maldita sea, eso está mal —dice,
pasando una mano por su cabello. Se detiene como si estuviese ordenando
sus pensamientos, luego sus ojos azules se encuentran con los míos. Su
resplandor caliente, pero también algo más, algo dulce, algo vulnerable—.
Quiero que sea espectacular.
Mi corazón se aloja en mi garganta, y trago más allá de un bulto que
aparece de la nada. ¿Qué demonios?
Ahora no es el momento para que se active mi glándula lacrimógena
al instante. Respiro para estabilizarme.
—No quiero ser espectacular —admito, sintiéndome también
terriblemente vulnerable—. Quiero que también te sientas bien.
Toma mi cara entre sus manos y presiona su frente contra la mía.
—Se sentirá bien porque eres tú, y soy yo, y somos nosotros. —Su
susurro embriagador me hace girar en un torbellino de lujuria, anhelo y
también algo más, algo que se siente peligrosamente cerca de otra palabra
con A.
Roza sus labios contra los míos, el indicio de un beso, luego se aparta.
—Pero por ahora podemos frenar esto. O para siempre, si quieres. No
hay presión. Demonios, si quieres jugar al póquer, ver SportsCenter o
desplazarte por Netflix con la esperanza de encontrar una comedia nueva
que no hayas visto, podemos hacerlo.
Niego con la cabeza.
—Me gusta el póquer, pero no quiero hacer eso. Creo… —Hago una
verificación de estado, y mi corazón finalmente late con normalidad—. Creo
191 que solo necesitaba hablar primero contigo. Ahora me siento mejor.
—Podemos hablar toda la noche si quieres. Quise decir lo que dije
anoche. Sin arrepentimientos. Sin presión. —Me aparta el cabello del
hombro, haciéndome estremecer—. ¿Quieres hablar más?
La verdad es que… lo hago. Porque hablar con él me tranquiliza. Esta
conexión con Crosby es lo que me gusta. Por eso quiero estar con él esta
noche. Mis ojos se deslizan por su cuerpo, observándolo nuevamente: su
suéter azul marino se estira plácidamente sobre sus pectorales firmes y
muestran sus bíceps fuertes, sus descoloridos jeans azules le quedan tan
bien, luego finalmente sus… ¿corgis?
Miro sus calcetines morados, luego lo miro a los ojos, arqueando una
ceja a modo de en serio.
—¿Hay traseros de corgi en tus calcetines?
Agita un pie.
—Pues, sí, los hay. Estos son mis nuevos calcetines de la suerte. Los
compré hoy.
Me rio, me rio de verdad, desde lo más profundo.
—Entonces, ¿el trasero de un perro? ¿Esos son tus calcetines de la
suerte?
Desliza su pie por mi pierna.
—¿Qué es más caliente que el trasero de un corgi? —pregunta, su
dedo cubierto llega a mi rodilla.
Me carcajeo más fuerte, apartando su pie.
—En serio amas tus amuletos de buena suerte.
—Soy un tonto supersticioso.
—Entonces, sin los calcetines nuevos, ¿no pasaría nada esta noche?
Desliza sus brazos alrededor de mi cintura y niega con la cabeza, el
estado de ánimo cambiando, intensificándose.
—Nadia, honestamente, me gustan mucho los calcetines. Son algo
mío. Y tal vez el ritual me tranquiliza, me hace sentir centrado.
—¿Te sientes tranquilo ahora mismo?
Se humedece los labios.

192 —Me siento seguro.


Mi cuerpo tararea ante sus palabras, ante su mirada, todo posesivo y
abierto al mismo tiempo.
—¿Seguro de qué?
—De ti —responde, un sonido ronco que enciende un escalofrío de
chispas por mi columna vertebral.
—¿Qué hay de mí? —pregunto con la respiración entrecortada.
—Esto. —Se inclina de nuevo, toma mi rostro entre sus manos una
vez más y vuelve a conectar con mis labios.
Es tortuosamente lento y deliberadamente gentil, como si me
estuviese besando en cámara lenta.
Desliza su lengua por mi labio inferior, y me estremezco. Estamos
hablando de un temblor de cuerpo entero, el placer arremolinándose por
mis venas.
Es dolorosamente tierno, besándome como si se deleitara con cada
segundo, como si estuviese explorando mi boca de la manera más pausada
posible. Pasa su lengua a través de él, luego pellizca la esquina, chupando
mi labio inferior entre sus dientes.
—Ohhh —gimo, y comienzo a derretirme.
Comienza como una cálida sensación nebulosa que se desliza sobre
mi piel. Luego se vuelve más intenso con cada roce de sus labios, con cada
fricción sensual de su boca sobre la mía.
Me siento sin huesos, mis rodillas debilitándose a pesar de estar
sentada, mientras él toma mi rostro y me besa como si yo fuese la respuesta
a cada pregunta.
Sus manos se deslizan por mi cabello, sus dedos enredándose en los
mechones mientras profundiza el beso.
Y lo profundizo en respuesta, besándolo como él me besa a mí.
Porque él también es la respuesta. Es la respuesta a todas mis
preguntas sobre sexo, sobre intimidad.
Especialmente, tal vez, sobre por qué esperé.
Esperé por esto.

193 Esta conexión.


Esta sensación de que somos los únicos en el mundo, que nuestros
besos son todo lo que existe.
Que nadie ha tocado nunca la forma en que nos tocamos.
Son besos infinitos, flotantes y hambrientos que se convierten en
experiencias extracorporales. Pronto, se está moviendo, estirándome en el
sofá, deslizándose a mi lado, tomándome en sus brazos.
No dejamos de besarnos.
Nos atacamos a la boca con más intensidad, nuestra respiración se
acelera, nuestras piernas se envuelven, nuestros cuerpos se enredan.
Su erección presiona contra mi pelvis, y sentirlo envía una emoción
salvaje y erótica girando a través de mí, instalándose entre mis piernas.
Sí, me he derretido oficialmente en sus brazos.
Y mucho tiempo después, rompemos el beso, saliendo a tomar aire.
Sus labios están rojos, y sus ojos están brillando con algo más que deseo.
Algo tremendamente poderoso.
Quizás lo mismo que siento.
Aferro el cuello de su camisa y me adueño de este momento.
—No estoy nerviosa. Ya no.
—Entonces, los traseros de los corgis funcionaron —murmura.
Me rio suavemente y luego paso mi mano por su nuca, mis dedos se
enroscándose en su cabello.
—¿Crosby?
—¿Sí?
Lo miro, hablando desde el corazón. No quiero juegos, o
acompañantes.
—Tú eres el que quiero. Quiero esto contigo. Lo sabes, ¿verdad?
Una sonrisa tira de sus labios, juguetona y feliz.
Salvajemente feliz.
—Lo hago —susurra—. Lo sé.
—Bien. —Todos esos nervios se van del todo, y aquí estoy tan, tan
194 lista.
Tan segura.
—Y quiero que sea tan bueno para ti —dice—. ¿Sabes por qué?
—¿Por qué? —pregunto, sintiendo que estamos al borde de algo
nuevo.
Se queda callado al principio, luego se humedece los labios.
—Porque, Nadia, esto no se siente como solo ser amigos con beneficios
—dice, inesperadamente intenso—. Para nada, ya no.
Mi respiración se acelera, y un hormigueo ilumina mi cuerpo de la
cabeza a los pies. Pero no solo son hormigueos del deseo. Son de mi corazón.
De la posibilidad de que él sienta exactamente lo mismo.
Mi pecho está brillando, mi corazón se aprieta. ¿Y el resto de mí? El
resto de mí está deseando.
Anhelando.
Tiro de su cabello, arrastrándolo más cerca.
—Estoy muriendo por ti.
Sus labios se curvan.
—Déjame encargarme de eso.
Se sienta y desabotona mi blusa, manteniendo su mirada fija en mí
todo el tiempo.
—Cariño, primero quiero probarte —dice, y arqueo la espalda,
arqueándome ante esa palabra nueva.
Cariño.
Ya no soy Chica Salvaje o Mujer Salvaje.
Soy cariño, y el significado no se me escapa.
El apodo afectivo, el tono posesivo.
—Quiero eso. —Le ayudo a desabrocharme los jeans—. Pero tengo que
advertirte sobre algo.
Me lanza una mirada curiosa a medida que me bajo mis jeans.
—¿Qué?
Espero un segundo, sonriendo con malicia, porque puedo ser virginal,
195 pero no soy inocente.
—En este momento, estoy escandalosamente mojada.
El gemido que sale de sus labios es carnal, y de alguna manera me
hace sentir aún más mojada.
Somos un borrón de ropa y desnudez mientras me quita los jeans y
yo me bajo las bragas de encaje.
Se desliza por el sofá, moviéndose hasta el final, arrodillándose entre
mis muslos a medida que separa mis piernas y me mira como si fuera su
próxima comida.
Y lo soy.
—Mierda, cariño, estás empapada.
No tengo nada más que decir.
Tampoco él.
Hablar está sobrevalorado cuando está esto.
Este hombre deslizando sus manos por mis muslos y luego
presionando el beso más decadente en mi centro.
Crosby

T
iembla al instante en que rozo mis labios sobre su calor.
Y gime.
Es el sonido más fantástico de todos los tiempos, el tipo
de ohhh que dice que los dedos de sus pies se están
enroscando.
Demonios, tal vez los míos también lo hacen.

196 Porque… Dios mío.


Sabe espectacular.
Tan resbaladiza, suave y excitada.
Quiero enterrar mi cara en su dulce coño, pero también quiero
tomarme mi tiempo, para saborear cada segundo desenvolviendo a Nadia
Harlowe.
Es un enigma delicioso, y desenvolver su sexualidad es el mejor regalo
que he recibido.
Mientras beso su humedad, gimo, una carga eléctrica atravesándome.
Dios mío, es increíble y jodidamente receptiva.
Retorciéndose.
Gimiendo.
Suspirando.
Quiero imprimir cada sonido que hace, cada levantamiento de sus
caderas. Mis manos recorren sus muslos a medida que la beso, dejando que
su aroma se me suba a la cabeza, inunde todos mis sentidos. Sabe a
nostalgia, a lujuria, a ese escape de ensueño a un jardín tropical.
Es salvaje y embriagador, y quiero mucho más. Pero necesito
mantener el ritmo de Nadia, así que presiono suaves besos tiernos en su
coño, mis manos viajando de arriba abajo por la piel suave de sus muslos.
Cuando muevo mi lengua por ese botón delicioso de su clítoris, ella arquea
la espalda y desata un oh Dios estrangulado. Sus manos vuelan a mi cabeza,
sus palmas enroscándose alrededor de mi cráneo.
Oh, sí, cariño. Agarra mi maldita cara. Agárrame fuerte.
Pasaré felizmente horas devorando su coño.
Con una sonrisa maliciosa, escucho sus señales, dándole más besos,
más movimientos de mi lengua y largas lamidas persistentes mientras lamo
todos los sabores de su deseo.
Dulce, salado, desesperado.
Sabe como la mujer que he estado deseando.
Enlaza sus dedos con más fuerza en mi cabello a medida que presiono
un poco más fuerte, la beso más profundamente.
Mis manos viajan detrás de sus piernas, sobre su trasero, curvándose
sobre su carne.
197 Eso la hace tambalearse. Sus caderas se sacuden, y su voz golpea el
techo en un largo y fuerte:
—Síiiiiii.
Así que a mi Nadia le gusta un poco de atención. Estoy de acuerdo
con eso. Definitivamente estoy de acuerdo con eso.
Mientras adoro el altar de su clítoris, agarro su carne, apretando sus
nalgas con más fuerza.
—Por favor —murmura.
Considéralo hecho, cariño.
Amaso su trasero mientras devoro su humedad, besándola más
fuerte, lamiendo más rápido y apretando este culo de lo más exquisito a
medida que avanzo.
Mi polla palpita en mis calzoncillos, dura como el acero. Demonios, mi
polla está goteando, y no me importa una mierda, porque ella está perdiendo
el control. Arqueándose y gimiendo. Gritando y balanceando sus caderas.
Es hermoso y desenfrenado, la forma en que busca su placer.
Es tan descarada.
Tan audaz.
Y me encanta ser el receptor afortunado de todos sus deseos.
Todo lo que quiere.
Abre las piernas aún más, abriéndose para mí, una invitación
libertina a consumir su carne.
Sí, lo aceptaré con mucho gusto.
Rompo el contacto por un segundo, levantando la cara. Mi boca está
cubierta por su humedad.
—Cariño, fóllate mi cara. Vuélvete loca conmigo —digo con voz ronca.
Ella me mira, sus ojos marrones brillando con un deseo cada vez más
oscuro. Abre los labios, los humedece y luego me mira a los ojos.
—Te follaré la cara —susurra, diciendo esa palabra sucia por primera
vez.
Dejando ir su trasero por un segundo, paso mi mano por su cuerpo y
deslizo un dedo por sus labios.
198
—Tu boca traviesa.
Ella muerde mi dedo.
—Fóllame con tu boca traviesa —murmura, y casi me muero de estar
ridículamente excitado.
Esta mujer. Sus palabras. Su necesidad.
Su entrega.
Vuelvo mis manos a su culo, mi cara a su coño.
Y nos volvemos locos.
Ella se suelta, meciéndose y empujando, teniendo un día de campo.
Ahora soy su juguete, mi lengua es su vibrador, y me usa con fiereza, de
manera experta, arqueando las caderas hacia arriba, hacia arriba, y hacia
arriba.
Mientras mi lengua se mueve, mueve, y mueve.
Mientras mis manos agarran su trasero, clavándose más profundo,
apretándola.
—Sí, oh Dios, sí —gime, sus dedos aferrando mi cráneo.
Trabajamos juntos para encontrar su felicidad. Manos, caderas, boca,
lengua y una dulce fricción frenética.
Eso es lo que necesita.
Eso es lo que le doy a medida que suplica por la liberación.
Grita, un sonido delirante y agudo que es mitad mi nombre y mitad:
—Me corro.
Y es jodidamente caliente.
Se tensa, luego se estremece, sus muslos apretando mi cara mientras
se corre sobre mi lengua, mis labios, mi boca.
Devoro su clímax, perdiendo la cabeza ante el sabor de su liberación.
Por sus gemidos.
Sus jadeos.
Sus oh Dios a medida que baja de la cima.
Cuando suelta una risa suave, supongo que ha golpeado contra una
199 pared, que está demasiado sensible. Dejando ir su trasero, levanto la vista,
la miro a los ojos y sonrío como un tonto feliz.
Porque, maldita sea, eso es lo que soy.
Estoy tan jodidamente feliz con ella.
Ella está feliz, su cabello revuelto, su sonrisa gloriosamente obscena,
y sus mejillas sonrojadas por el orgasmo.
—Hola —susurra.
Mi corazón golpea feroz contra mi pecho.
Mi polla golpea dentro de mis jeans.
Por primera vez en mucho tiempo, los dos órganos están
completamente sincronizados, trabajando en conjunto, y eso es
terriblemente peligroso.
Pero es un riesgo que estoy tomando.
Necesito más de ella.
Pasando una mano por mi rostro, me arrastro hacia ella, me apoyo en
mis palmas sobre ella y me encuentro con su mirada.
—Hola.
Una sonrisa aparece en mi camino.
—¿Qué número de regla era ese? No puedo pensar.
Agito una ceja.
—Regla número cuatro, cariño. Y aún está vigente.
—Cierto. —Su ceño fruncido por la borrachera sexual es adorable—.
Y la regla número cuatro dice…
—La regla número cuatro —digo—, dice que puedo hacer que te
corras. —Hago una pausa—. Mucho.
Me pongo de rodillas y le ofrezco una mano. Ella la toma, y tiro de ella.
—Y ahora voy a llevarte a tu cama, donde voy a follarte y hacerte el
amor —le digo.
Deja escapar un suspiro de satisfacción, sus labios temblando en una
sonrisa.
—Gracias a Dios por los traseros corgi afortunados.

200

En su dormitorio, Nadia tira del dobladillo de mi camisa, su mirada


acalorada yendo hacia abajo, revisando mi ropa.
Aún estoy vestido. Ella está medio desnuda, lo que en su mayoría
funciona para mí. Esa blusa tiene que irse. También el sujetador.
De inmediato.
—¿Ya puedo desvestirte? —pregunta, jugando con la tela de mi suéter,
levantándolo unos centímetros para que sus dedos recorran mis
abdominales.
Su toque enciende la piel de gallina en mi carne. Quiero sentir esas
manos sobre mí, excitándome, volviéndome loco.
—Quítalo. Quítalo todo. —Quiero que todo salga. Su ropa. La mía.
Quiero desnudarme y rodar con ella toda la noche, nuestros brazos y piernas
enredados. Quiero sentir su piel desnuda. Explorar cada centímetro,
descubrir cada reflejo.
Riendo, tira de la tela sobre mi cabeza.
—¿No quieres admirar mi seducción a la luz de las velas, las rosas y
la música suave? —Hace un gesto hacia su dormitorio a medida que arroja
mi camisa al suelo.
Con una mirada rápida, evalúo su decoración: sin velas, sin flores, sin
melodías. Su dormitorio es simple: una colcha de color rojo arándano en su
cama tamaño king y montones y montones de almohadas.
—Mujer, ¿dónde está la seducción? ¿Cómo esperas que me excite sin
pétalos de rosa por todas partes?
Extiende sus palmas sobre mi pecho, y respiro fuerte y caliente
mientras las chispas me atraviesan.
Su toque es eléctrico, y me cortocircuita el cerebro.
—No sé. Crosby, ¿estás excitado?
Mis ojos se entrecierran a medida que coloco una mano alrededor de
su cintura desnuda, atrayéndola contra la cresta de mi polla.
—Dímelo tú.

201 —Eso parece —murmura.


Luego, sus manos ocupadas continúan su viaje, viajando sobre los
planos de mi estómago en un camino hacia el botón de mis jeans.
Abriendo el broche, se dirige a la cremallera a continuación.
Tampoco pierdo el tiempo, jugueteando con el resto de los botones de
su camisa rosa, abriéndola, dejando al descubierto la parte superior de esas
tetas deliciosas a las que solo he echado un vistazo.
Esta noche voy a quedar boquiabierto. Puedo complacerme con ellas.
Suelta mis jeans para quitarse la camisa. Ayudo a la causa de la
desnudez desabrochándole el sujetador, dejando que el encaje blanco caiga
donde-diablos-quiera.
—Maldita sea —gimo a medida que libero sus tetas, sus preciosos
pechos alegres con pezones rosa oscuro que se paran en atención. Pongo
uno en cada mano, y ella deja escapar un jadeo gutural, arqueando la
espalda, presionando mi toque mientras masajeo estas bellezas.
—Eso me gusta —ronronea.
Mi polla intenta salir de mis jeans, sacudiéndose contra mi ropa,
haciendo una impresión de rascacielos para llamar la atención.
Pero que se joda mi polla.
Porque… estos pechos.
Dejo caer mi cara entre ellos, acariciando, lamiendo, chupando.
También gimiendo. Podría pasar todo el día aquí. Podría perderme en
el valle de sus pechos. No se molesten con un equipo de búsqueda y rescate;
no voy a irme.
No parece que ella tampoco quiera que lo haga. Nadia agarra mi
cabello, me acerca más, me insta a que preste mucha atención a sus globos
hermosos.
—Sí, Crosby. Dios, sí —dice, pero unos segundos después, con las
manos quietas, susurra:— Oye.
Al sonido de su alarma, levantando la vista instantáneamente,
buscando su rostro.
—Me encanta la segunda base —susurra, sin alarmarse en absoluto,
pero resulta que, como dice—, pero quiero llegar al plato.
202
Sonrío, luego me rio, negando con la cabeza.
—¿Qué hay de mí? Quedar todo estancado en segunda, cuando
claramente es hora de anotar. —Me aclaro la garganta, y sermoneo con
severidad—: Sin embargo, para que conste el libro de reglas dicta que tengo
que regresar a la segunda base y pasar toda la noche aquí. Hay tanto que
quiero hacer con estas tetas hermosas.
—Y tanto que quiero que hagas con tu… ¿bate de béisbol? —pregunta
mientras toma mi erección.
—Polla, eje, verga. —Cubro su mano con la mía, presionando la de
ella con más firmeza contra mi erección.
Ah, sí. Maldición, sí. Eso se siente tan bien.
—Follar, follar, follar —murmura con una sonrisa traviesa.
Suspiro felizmente, ante sus palabras, sus hechos, su palma
acariciando mi pene a través de mis jeans. Está donde quiero que esté.
Bueno, quiero movernos horizontalmente.
Quitando suavemente su mano, me agacho para quitarme los
calcetines, porque ninguna mujer debería ver a un hombre solo con sus
calcetines de la suerte; así es como adquieren mala suerte.
Luego, voy por los jeans, y pronto ella está quitando mis calzoncillos
y mi pene la saluda con un hola y un vamos a conocernos íntimamente en
este preciso segundo.
Su respiración se acelera bruscamente y se queda quieta, parada
frente a mí con las manos a los lados.
—¿Estás bien, cariño? —pregunto, preocupado por lo incómoda que
parece de repente.
Aprieta los labios y luego respira de forma audible.
—Simplemente me golpeó. No sé qué hacer a continuación.
Su voz es pequeña, pero no tímida, ni nerviosa. Es una admisión y
una solicitud de orientación.
—Te tengo, cariño —susurro. Todo lo que quiero es ser su guía.
Pero entonces, a medida que la llevo a la cama y la acuesto
suavemente sobre ella, sé que es mentira. Quiero ser más.
203
Más que su amigo.
Más que un amigo para follar.
Quiero ser su hombre.
¿Por qué demonios tuve que estar en un tiempo de espera
autoimpuesto cuando reconecté con la mujer de mis sueños?
Porque estoy bastante seguro de que eso es lo que es Nadia Harlowe.
Audaz y hermosa, abierta y vulnerable, tendida sobre su colcha roja y
esperando a que le haga el amor por primera vez.
Mientras me arrastro sobre ella, alcanzando un condón, me detengo,
acuno su mejilla y le pregunto:
—¿Aún estás segura?
Sus ojos marrones son tan profundos, tan hermosos cuando los fija
en los míos. En esos iris veo confianza, certeza, tal vez incluso… años.
—Creo que he estado lista para esto por un tiempo —susurra,
alcanzándome y pasando sus manos ligeramente sobre mis hombros—.
Contigo —agrega, y mi corazón tonto se dispara sobre sí mismo, corriendo
para acercarse a ella.
Eso es lo que quiero.
Estar cerca de ella.
Quizás sea lo que siempre he querido. Quizás este deseo ha estado
dando vueltas en el fondo de mi mente durante mucho tiempo.
Solo que ahora, ella está al frente y al centro.
No estoy seguro de que pueda quedarse allí, pero ahí es donde la
quiero. Por esta noche y más allá.
Dejo un beso delicado en sus labios, susurrando:
—Por eso quiero que sea bueno para ti. Porque esto es mucho más
que sexo.
Ella tiembla por todas partes, y es una vista hermosa.
Aún más hermosa es la forma en que la felicidad se extiende a sus
ojos.
Una felicidad que dice que estamos juntos en esto.
204
La pregunta no es si estamos listos para follar, sino ¿estamos listos
para permanecer juntos?
Nadia

A
diós virginidad. Hola, acción mejor que mi conejo.
Al menos, estoy bastante segura de que lo real será
mejor que la silicona. Sin embargo, en defensa de ese
material plástico, los fabricantes de juguetes sexuales
pueden moldear algunas salchichas muy realistas.
En cuanto a la circunferencia, mi conejo no está tan lejos de este
hombre, ni tampoco de su longitud. Lo que significa que sí, Crosby podría
205 ser un modelo de pollas.
El pensamiento me hace sonreír.
Pero la sonrisa desaparece cuando se acerca, acomodándose entre mis
piernas, haciéndolo todo mucho más real. Trago con brusquedad.
—¿Qué quieres que haga? —Mi voz se acelera, entrelazada con nervios
una vez más.
—Solo relájate, cariño. Iré lento. Probablemente dolerá un poco. Pero
me detendré cuando quieras, ¿de acuerdo?
Asiento un par de veces, mis manos curvándose sobre sus hombros.
—Está bien. —Trago pesado, tomando un respiro—. ¿Dejo mis manos
aquí?
—Eso es perfecto. Puedes poner tus manos en cualquier lugar, pero
los hombros funcionan —responde, después se acomoda entre mis piernas,
frota la cabeza de su polla contra mí, y salto.
Pero es un buen salto.
Un salto de placer.
Mi pulso se acelera, y mi corazón da un vuelco ante la sensación
intoxicante de su polla sobre mí, de dureza contra la humedad.
Respirando profunda y decididamente, dejo que el aire llene mis
pulmones, todo mi cuerpo. E imagino la relajación inundándome.
Mis piernas se abren de par en par mientras él continúa frotando la
cabeza contra mí. Me quedo mirándonos, hipnotizada, completamente
hipnotizada por la visión erótica, su gran mano enroscada alrededor de la
base de su polla, la lenta forma sensual en que frota la corona a través de
mis pliegues húmedos, luego cómo la presiona contra mi clítoris.
Una ráfaga de placer me golpea, y enrosco mis manos con más fuerza
alrededor de sus hombros fuertes, enterrando mis dedos en sus músculos,
su carne.
—Se siente tan bien —murmuro.
Una sonrisa curva sus labios.
—Maldita sea, puedes apostar que sí.
Sus ojos se oscurecen, la excitación apoderándose de ellos, pero
también la pasión, pasión por mí.
206 Lo siento.
Lo percibo.
Esto no solo es sexo.
No solo estamos follando.
Nos estamos conectando.
La anticipación enciende una oleada nueva de hormigueos por mi
columna vertebral. El placer me recorre a medida que empuja.
Mis muslos se tensan, apretándose por un segundo, agarrando sus
caderas. Luego me rio, dejándome ir.
—Hola.
—Hola —dice, apoyándose en las palmas de las manos—. ¿Se siente
bien?
—Muy bien —susurro a medida que engancho una pierna sobre la
parte posterior de su muslo, atrayéndolo un poco más cerca, un poco más
profundo.
Se hunde unos centímetros más, y me arqueo, saboreando de
inmediato la intoxicación total de él comenzando a llenarme al mismo
tiempo que contengo el ardor.
Él profundiza, y me estira.
Es bueno, pero también incómodo.
Tanta presión, tanto empuje, como una invasión.
Mis dedos se hunden. Necesito agarrarlo, y mientras lo agarro con
más fuerza, él gime, un largo sonido sensual y lento que envía una ola de
chispas calientes a través de mi piel.
De su reacción.
De su respuesta desenfrenada a hundirse en mí.
Sus ruidos me ayudan a relajarme, y relajarme me ayuda a asimilarlo.
Está a mitad de camino, tal vez más, y lo acomodo aún más
profundamente, mi muslo enganchándose con más fuerza alrededor de él
mientras aprieto los dientes momentáneamente.
Sus ojos se clavan en los míos.
207 —Nadia, te estoy lastimando. Puedo decirlo.
Sacudiendo la cabeza, inhalo, exhalo.
—Es un dolor bueno. Déjame sentirlo.
—¿Estás segura? —Su pregunta es desesperada, como sus ojos, como
su expresión.
Quiere esto tanto como yo. Él me quiere como yo lo quiero a él.
Y lo quiero.
En todos los sentidos.
En lo profundo de mis huesos, en lo profundo de mi corazón.
Gracias a Dios soy aficionada a los juguetes.
He hecho esto, he estado aquí.
Sí, lo real es diferente, pero puedo manejar esto y quiero hacerlo.
Lo quiero tanto. Envuelvo ambas piernas alrededor de él,
enganchándolas sobre su trasero firme, luego lo empujo más cerca para que
se hunda aún más en mí.
—Oh Dios —jadeo.
—Mierda, cariño —gime, luego aprieta los dientes, aprieta la
mandíbula.
Darme cuenta de que él está tan afectado, tan perdido, como yo me
deshace.
Me destroza y me desgarra.
Inhalo profundamente, deslizo mis manos por su cuerpo, cubro su
trasero y me agarro fuerte, cerrando los ojos a medida que él se hunde por
completo.
Todo. El. Camino.
Me tenso, tiemblo, me muerdo el labio ante una oleada de dolor.
Irradia en mi centro, una quemadura y una picadura a la vez.
Pero respiro a través de ello, una y otra vez.
Y pronto, el dolor cede, como una marea fluyendo hacia el mar y
dejando una calma suave a su paso.
Un empujón tierno, un tirón delicioso.
208
Y la sensación de estar llena, de ser uno.
Así es cómo me siento con Crosby.
Conectada.
Y también locamente excitada.
Levanto las caderas, lo busco, le pido más.
Él aprieta los dientes, una gota de sudor formándose en su frente. Se
retira, centímetro a centímetro, hasta que está casi completamente fuera,
luego gira las caderas y se hunde de nuevo en mí.
—¡Ah! —jadeo, arqueándome hacia él.
—Sí —gruñe, luego retrocede, hace una pausa y se desliza hacia
adentro, su eje rozando mi clítoris a medida que avanza.
Y eso de ahí es mejor que un conejito.
Más caliente que un delfín.
Y mucho más intenso que cualquiera de mis pequeños queridos que
funcione con pilas.
Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, mis dedos jugando con
su cabello mientras mis piernas se deslizan por su cuerpo, mis muslos
aferrando su trasero.
Se inclina sobre sus antebrazos ondulados, sus músculos tensos. Su
expresión es tortura y felicidad a la vez, pero pronto se convierte en una
determinación sensual cuando encontramos un ritmo, seguimos un paso y
nos movemos juntos.
Gimo, retorciéndome debajo de él, agarrándolo, amando esto.
Saboreando esta conexión.
Lo que más amo es cuando sumerge su rostro, roza sus labios contra
los míos y luego suspira con un soñador suspiro necesitado, como si
tampoco pudiera tener suficiente de mí.
Todo mi cuerpo está cubierto de felicidad.
Espolvoreado en deseo.
No quiero que esto termine, pero anhelo desesperadamente la
explosión de un orgasmo épico.
Y creo que necesitaré un poco de ayuda para llegar allí.
209
Echo la cabeza hacia atrás, separo los labios y pido lo que quiero.
—¿Me tocas? ¿Juegas conmigo hasta que me corra?
—Mierda, sí —responde con voz ronca, luego empuja hacia arriba con
un brazo fuerte y desliza el otro por mi cuerpo, entre mis piernas.
Me acaricia.
Oh, Dios.
Sí.
Eso.
Sus dedos se deslizan por mi clítoris y me frota donde más lo deseo,
más rápido, luego más rápido aún, empujándome, presionando y
acercándome al borde.
Mientras gira sus caderas, mientras me folla más profundo, me frota
y lo agarro. En un instante, el placer crepita en mis venas, estalla como
brillantes luces de neón y luego se enciende todo a la vez.
Una brillante oleada caliente y poderosa dentro de mí.
Grito a medida que todo mi cuerpo sucumbe a la hermosa dicha recién
descubierta.
Corriéndome con el hombre del que me estoy enamorando.
Una parte de mí se siente como un cliché absoluto: la virgen
enamorándose del primer chico con el que se acuesta.
Otra parte se siente como la mujer más afortunada del mundo.
Y aún otra parte está completamente frustrada. No por el sexo, sino
por el absoluto inconveniente de estos sentimientos.
El terrible momento de mis emociones.
¿Por qué ahora?
En unos días más se va a los entrenamientos de primavera.
Está fuera del mercado.
Estoy hasta los lóbulos de mis orejas en responsabilidades.
Pero esas preocupaciones se desvanecen cuando estas sensaciones de
lujo se roban mis sentidos, y las dejo ir con mucho gusto.

210
Nadia

T
engo un millón de preguntas.
Pero solo una respuesta.
Solo hay una respuesta cuando la vida se vuelve
demasiado complicada.
Está bien, de acuerdo. Dos respuestas: zapatos y helado.
Pero como es tarde y las tiendas están cerradas, Crosby y yo estamos
211 en mi sofá, acurrucados en una manta, compartiendo helado de cintas de
caramelo salado de Salt & Straw después de que él corrió a la calle a buscar
una pinta.
Lo que ciertamente no me hace quererlo menos.
¿Debería dejar de quererlo? Cada parte lógica de mí dice que sí, y
todas las demás dicen que no quiero detener nada.
El problema es que, no estoy segura de hacia dónde vamos a partir de
aquí.
Desde estar cómodos en un sofá, comiendo un postre después del
sexo, hasta lo que sea que sigue.
Somos un torbellino. La boda de mi hermano fue hace solo una
semana. Caí en ese sentimiento derribada y pisoteada por Cupido,
rechazada incluso por la mejor casamentera de Las Vegas. Ahora estoy
pasando el mejor momento de mi vida con mi buen amigo y amante nuevo.
Esto es lo que quería: el verdadero asunto.
Quería esto con un amigo.
Y lo estoy teniendo.
Pero, ¿podemos confiar en algo que se encendió en una semana? ¿Una
semana en la que se suponía que íbamos a estar fuera del mercado?
Crosby hunde la cuchara una vez más.
—¿El mejor helado de todos los tiempos?
Considero el recipiente, y luego me quedo anonadada.
—Espera. ¿Esto es incluso orgánico?
Agita las cejas y se lleva un dedo a los labios.
—Shhh. Esta noche estoy rompiendo todas las reglas.
Quizás eso es lo que estamos haciendo. Rompiendo un poco las reglas,
luego volveremos a ser como éramos.
Pero cuando guardamos el helado, me acerca a él y pasa un brazo por
mi cintura.
—Pídeme que pase la noche contigo. Pista: diré que sí.
Sonrío desde lo más profundo de mi alma.
—Quédate a pasar la noche conmigo.
212 —Sí.
Me lleva a la cama, atrae mi espalda a su pecho y me pregunta si
quiero hacerlo otra vez.
—Oh, sí.
Esta vez se desliza por detrás de mí, engancha mi pierna sobre su
muslo y me penetra así, tomando la exuberante ruta escénica hacia el
placer. Me hace el amor mientras me sujeta desde atrás, hasta que me corro,
y él se corre, y se siente como si fuéramos nuevos amantes, viejos amantes,
verdaderos amantes.
Especialmente cuando me atrae más cerca después. Cuando enhebra
sus manos en mi cabello. Y cuando susurra:
—Me haces romper todas las reglas. Estoy bastante seguro de que la
regla número cinco era no enamorarse el uno del otro. —Se encoge de
hombros, sus labios curvándose en una sonrisa de qué le puedes hacer—.
Pero rompí esa.
Mi corazón da un salto sobre sí mismo. Mi sonrisa no se queda atrás.
—Supongo que también rompí esa.
El problema es que, las reglas no dicen lo que sucede ahora.
Por la mañana, sé que quiero que suceda mucho más de esto: comida
y orgasmos.

Nos duchamos juntos, y cuando Crosby me pide que me dé la vuelta


para poder lavarme el cabello, le lanzo una mirada dudosa.
—¿Eso es un código para algo?
—¿Crees que voy a hacerte algo malo mientras te lavo el cabello?
Me encojo de hombros.
—Quizás.
—¿Quieres que lo haga?
—No, pero tal vez una vez que enjuagues el champú, querré que lo
hagas —respondo, arrastrando una mano por sus pectorales y sus
213 abdominales antes de que me dé la vuelta—. O tal vez ahora.
Presiona un beso en mi nuca, haciéndome temblar. Murmuro a
medida que sus labios recorren mi piel, mi espalda, mi columna vertebral.
El sonido de sus rodillas tocando el azulejo resuena en la cabina de la ducha
humeante.
Roza su boca por la curva de mi trasero, luego mordisquea mi carne.
Y oh Dios.
Eso se siente… increíble.
No tenía idea de que morder traseros fuera lo mejor.
Pero lo es. Oh, santo infierno, lo es.
Trabaja su boca sobre mis nalgas, mordisqueando y mordiendo.
Una tormenta se acumula dentro de mí, aumentando en intensidad
mientras mordisquea.
Gimo y jadeo, más fuerte y aún más fuerte, a medida que su lengua
mapea mi carne, a medida que sus dientes marcan mi piel.
Un pulso late entre mis piernas, insistente, exquisito.
Estoy bastante segura de que está descubriendo que mi trasero es
una zona erógena. También lo estoy descubriendo, porque no tenía ni idea.
Ahora lo hago, y me gusta.
Me gusta la atención que le presta a mi trasero. Me encanta sus
manos sobre mi carne, su boca sobre mi piel, sus dientes chupando y
mordiendo.
¿Algún día irá a tomar mi trasero?
Querido Dios.
¿Qué me pasa? Arrojé mi tarjeta V a la hoguera del placer, ¿y ahora
voy a renunciar también a mi virginidad anal?
Además, oye, ¿no se supone que él debe estar lavando mi cabello?
Pero, ¿a quién le importa el cabello limpio cuando su lengua acaricia
el contorno de mi nalga justo donde se encuentra con mi muslo, justo donde
se siente espectacular?
Viaja a lo largo del borde de mi trasero, y estoy bastante segura de
que mis huesos se funden y mi sangre es lava.
—¿Se supone que debe sentirse tan bien? —gimo.
214
Crosby gruñe y luego vuelve a mordisquear mi trasero.
—Tuve el presentimiento de que te gustaría eso —susurra, luego se
levanta y azota mi trasero.
Grito y sonrío al mismo tiempo que un delicioso cóctel de placer y
dolor van recorriendo mis células.
—¿En serio? ¿Cómo supiste?
Sus labios aterrizan en mi hombro. Sus manos se deslizan por mi
estómago, viajando a mis senos. Sus brazos firmes me enjaulan.
—Porque anoche te encantó cuando jugué con tu trasero mientras me
acostaba contigo —susurra—. Cuando te apreté fuerte mientras me comía
tu coño.
Un escalofrío me atraviesa, encendiendo una intensa ola de chispas
poderosas. Como fuego corriendo por mis venas.
Jadeo, ardiendo por él.
—¿Puedes hacer eso otra vez? ¿Amasar mi trasero mientras me tocas?
Creo que eso también me encantará.
Sus dientes aterrizan en mi cuello, posesivos y hambrientos,
perseguidos con un gemido que suena como si lo hubieran arrancado de su
pecho.
—Nadia, me encanta cómo pides lo que quieres. Eres tan jodidamente
audaz. Me excita mucho. Todo en ti me excita —dice con voz ronca,
empujando su polla contra mi trasero, su longitud dura presionando contra
mis nalgas.
—Me gusta pedirte lo que quiero. Me encanta poder hacerlo —digo,
abriéndome a él de otra manera.
Me estremezco contra él, luego me suelta, me hace girar y se
encuentra con mi mirada. Sus ojos se oscurecen a azul medianoche,
brillando con una excitación salvaje.
—Puedes pedirme cualquier cosa. Quiero que lo hagas. Quiero dártelo.
—Gracias. —Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello—. Lo digo en
serio. He tenido todos estos deseos, todos estos anhelos. Y hacerlos real
contigo… —Mi voz se detiene y no estoy del todo segura de cómo terminar.
Hablamos de sexo, pero también de intimidad.
Intimidad verdadera y real.
215
Eso es lo que siento con Crosby.
Hundiendo su rostro, deja caer sus labios sobre mi mandíbula, me
muerde, y luego se aparta.
—Quiero que los compartas conmigo. Tus deseos. Tus anhelos —dice,
su tono se acerca a la desesperación. Suena tan perdido como yo me
siento—. Compártelos en cualquier momento. Te los daré.
Me estremezco con las emociones y la lujuria atravesándome al mismo
tiempo, entrelazándose como hebras de una cuerda.
—Lo haré.
—Bien —dice, bajo y sensual—. Ahora, déjame darte lo que pediste.
Me empuja hacia la pared de la ducha, arrastrando una mano por mi
cuerpo para deslizarse entre mis piernas a medida que la otra serpentea
alrededor de mi trasero.
Jadeando, balanceo mis caderas, buscando su toque en un acto de
desesperación pura. Sus dedos conectan conmigo en una explosión de calor.
El fuego en mí lame más alto, arde más brillante.
Me trabaja, frotando mi clítoris, apretando mi trasero, luego
estampando esos labios contra los míos.
Estoy rodeada por el deseo, por el dulce tormento del tacto en todas
partes. De la forma en que me atraviesa con un placer loco, y de la forma en
que lo necesito, lo anhelo.
La lujuria me clava las garras.
Me siento fuera de control, salvaje y animal.
Siento que estoy perdiendo la cabeza. Perdiendo mi razón, mi lógica,
mis inhibiciones.
Siento que no quiero volver a ninguno de ellos.
Mientras presiona sus labios contra los míos, mete sus dedos dentro
de mí, pasa su pulgar por mi clítoris y agarra mi trasero, casi muero de
felicidad.
Mi clímax se apodera de mí, se apodera de mi cuerpo, de mi mente.
Me sacude hasta los huesos. Rompe el beso y yo grito, jadeando su
nombre, el nombre de Dios, cada nombre.

216 Ni siquiera sé lo que estoy diciendo.


Solo estoy sintiendo.
Sintiendo el éxtasis vibrando desde mi núcleo a través de cada célula.
En algún momento, quién sabe cuándo, nos separamos y soy como
un fideo.
Un fideo aguado.
Parpadeo y me mira con una intensidad nueva en sus ojos azul
oscuro.
Sí, eso fue intenso.
Pero fue intenso porque confío en él. Porque me está descubriendo.
Estamos descubriendo cómo estar juntos.
Traga bruscamente, sus ojos parpadeando con pasión.
—¿Qué me has hecho?
Mi garganta se aprieta por la emoción, por la necesidad de tocarlo, de
ser tocada.
—¿Tú qué me has hecho a mí?
Sacude la cabeza, tal vez con incredulidad, luego sumerge su rostro
cerca de mi oreja, rozando su mejilla contra la mía.
—Necesito acercarme a ti ahora mismo, cariño. Quiero estar dentro
de ti.
El deseo aprieta mi pecho.
—Sí. Por favor. Dios, sí.
Sale de la ducha, agarra un condón y vuelve hacia mí.
El agua aún nos golpea a medida que desliza el condón en su polla,
envuelve mi pierna alrededor de su cadera, y me dice que lo sostenga.
Luego se desliza dentro de mí.
Jadeamos al mismo tiempo.
Nos miramos de la misma manera.
Y cuando se hunde en mí, ambos lo sentimos, algo más. Algo nuevo.
Puede que no sepa mucho de sexo.
Puede que nunca me haya enamorado.
217 Pero esto lo sé muy bien. De alguna manera me he enamorado de él.
Duro, rápido, implacablemente.
Estoy bastante segura de que a él le pasa lo mismo.
Así es cómo me folla en la ducha.
Como si me quisiera, como si me necesitara, y como si estuviera tan
completamente anonadado por lo que pasó en una semana como yo.
Cuando llega al borde y lo sigo allí, corriéndome nuevamente,
corriéndonos juntos, no quiero detenerme.
No quiero que nos detengamos.
Y no quiero fingir en absoluto, ni un poco.
Tal vez él tampoco, ya que toma mis mejillas, presiona su frente contra
la mía y susurra:
—Nadia, estoy tan loco por ti.
Mi corazón palpita salvajemente.
—Crosby, estoy bastante loca por ti. Y no tiene nada de accidental.
Se ríe suavemente, luego su risa se desvanece.
—¿Qué diablos vamos a hacer al respecto?
Me encojo de hombros.
—Lavarme el cabello, después desayunamos y averiguamos qué clase
de lío fenomenal hemos hecho con nuestro plan de amigos con beneficios.
—Es un lío fantástico, eso es seguro.

218
Crosby

A
hora sé tres cosas.
Estos huevos en Helen's Organic Café a la vuelta de la
esquina de la casa de Nadia provocan gemidos.
El té da vida.
Y la mujer frente a mí es posiblemente la razón por la que he elegido
a las mujeres equivocadas durante años.

219 ¿Estuve esperando a Nadia todo el tiempo? ¿Ya había conocido a la


mujer correcta cuando éramos más jóvenes, así que arruiné todo lo demás
con decisiones terribles?
Apuesto a que sí. Todo en Nadia se siente bien.
Reímos. Hablamos. Conectamos. Compartimos.
Y ardemos sin llamas.
Es una amiga y una amante.
¿Esto que estamos haciendo ahora mismo? ¿Desayunar después de
hacer el amor? ¿Después de ese tipo de sexo, ese tipo de intimidad
profunda?
Diablos, lo quiero. Lo quiero con ella, desesperadamente.
Pero algo me fastidia desde el fondo de mi mente.
Varios algos.
El trato que hice con su hermano. El mismo que también hice con
Gabe y los chicos.
Es la misma promesa que me hice a mí mismo. Hace unas semanas,
estaba tan harto de mi propio mal juicio que les pedí a mis amigos que
fueran la goma elástica que pongo en mi muñeca para romper mi mal hábito.
Porque estoy cansado de vadear los escombros de mi propia relación.
Sé que no tomo las mejores decisiones.
Ese es el quid del problema.
¿Qué pasa si esta decisión, querer estar con Nadia, es otra decisión
desastrosa, solo que aún no lo sé? ¿Como no me di cuenta de que Camille
era solo problemas? ¿Como no supe que Daria sería terrible para mí?
Aquí estoy desenredando los restos de mis novias pasadas, y aunque
Nadia no se parece en nada a mis exnovias, sigo siendo yo. Yo soy el que
necesita ser arreglado, necesita un restablecimiento por completo.
No quiero que cualquier cosa que sea esto con Nadia sea
contraproducente simplemente porque tengo un historial malo.
Dejo mi tenedor, luego paso una mano por mi cabello.
—No sé qué hacer.
Parpadea, como si estuviera cambiando de rumbo mental, pero
220 pregunta:
—¿Sobre qué? —como si ya sospechara la respuesta. Quizás ha estado
pensando en los mismos círculos.
—Sobre cómo diablos nos convertimos en nosotros en una semana.
Se encoge de hombros un poco impotente.
—Lo sé. Vine a la ciudad para concentrarme en el equipo. Tú
necesitabas un descanso de las relaciones. —Resopla a la ligera—. Y ahora
míranos.
Deslizo mi mano por la mesa, agarrando la suya.
—No sé si debería confiar en mí mismo. Hace unas semanas, le estaba
contando a tu hermano que era radiactivo. Que necesitaba desintoxicarme.
Y eso es lo que más me asusta.
—¿Desintoxicarte? —pregunta, un poco confundida.
Niego con la cabeza.
—No. Que necesitaba hacer una cosa, pero hice lo contrario. Me
intoxiqué. Te intoxiqué. —Mi corazón se llena y se vacía al mismo tiempo—.
Me estoy enamorando mucho de ti, Nadia —le digo, y se siente maravilloso
contarle la verdad de mi corazón, pero también terrible.
—Estoy completamente enamorada de ti —dice ella. En su voz
escucho el mismo tipo de esperanza que siento, y también un hilo de la
misma preocupación.
Ese es el problema. ¿Es una esperanza falsa?
—Pero lo último que quiero en todo el universo es arruinar esto, Nadia
—digo.
Ella asiente lentamente en comprensión, tal vez incluso de acuerdo.
—¿Porque está sucediendo tan rápido?
—Es como una montaña rusa salvaje en la que estamos, y no sé cómo
tirar del freno, o si deberíamos hacerlo. Quiero estar contigo, pero al mismo
tiempo, no quiero arruinar esto al apresurar las cosas cuando el momento
no es el adecuado, o el momento está en nuestra contra.
Hace una mueca, pero también asiente, pasando un mal rato.
—Siento lo mismo. No quería tener nada que ver con una relación
cuando me mudé, y ahora…
221
Termino el pensamiento.
—¿Prácticamente estamos teniendo una? —Sale pesadamente.
También responde.
—Así es. Una relación instantánea, solo agrega agua.
Froto una mano sobre mi mandíbula. Estoy bastante seguro de que
enamorarte debería hacerte estúpidamente feliz, no estar constantemente
preocupado de arruinar lo mejor que te haya pasado con un movimiento en
falso.
Pero tal vez haya una manera de lograrlo. Tal vez podamos llevarnos
a cabo de la manera que planeamos originalmente.
Tiene que haber una forma de volver a encarrilarnos. De salvar
nuestra intención inicial. Si se trata de ser solo amigos o perderla por
completo, lo haré.
Me preparo para lo que voy a proponer.
—Sé lo que debemos hacer.
Sus ojos se mueven rápidamente hacia los míos, esperanzados.
—¿En serio? Por favor, dime.
—El plan era seguir siendo amigos, ¿verdad? Tenemos que ser unos
putos adultos con esto. Esta vez tenemos que ser adultos de verdad. En
realidad nunca intentamos hacernos amigos. Dijimos que lo haríamos, pero
no lo hicimos.
Ella salta de lleno, retoma el hilo como si estuviésemos resolviendo un
problema comercial.
—Tienes razón. Planeamos hacernos amigos, y en lugar de eso nos
metimos en la cama.
—Se supone que debemos intentar ser amigos. Probarlo de verdad. No
envolvernos el uno en el otro.
—Exactamente —dice ella, de acuerdo, sus ojos marrones intensos,
cómo sospecho que es en el trabajo—. No podemos simplemente juntarnos
tan rápido. Así no es cómo funcionan las relaciones.
—Tenemos que hacer esto de manera inteligente. El camino medido.
Necesitamos ser pacientes.
Levanta su taza, tomando un trago largo de su café, como si se
222 estuviese dando tiempo para analizar el problema. Cuando deja su taza, sus
cejas se fruncen, sus palabras son lentas y serias, casi cautelosas.
—¿Acabamos de aceptar ser amigos?
Miro su mano, aún unida a la mía, y luego la suelto. Los amigos no se
toman de la mano como si estuvieran locos el uno por el otro. Los amigos
desayunan y se van por caminos separados. No se envían mensajes de texto
más tarde en el día, y no preguntan cuándo se volverán a ver.
Mi corazón se tensa como una cuerda atada a su alrededor,
apretándolo.
No quiero ser solo amigos.
No quiero nivelarme con Nadia Harlowe.
Y es jodidamente seguro que no quiero ser menos que amantes con
ella.
Pero ser amigos sin beneficios parece la primera decisión responsable
que he tomado sobre esta mujer en semanas.
Es lo que necesito hacer.
—Salgo el lunes para el entrenamiento de primavera. Me voy a
principios de este año para hacer algunos entrenamientos adicionales
cuando los lanzadores y receptores se reporten. De todos modos, después
me iré por un poco más de un mes. —No puedo comprender cómo estoy
terminando voluntariamente con algo que apenas ha comenzado. Pero tengo
que hacer esto. Tengo que saber que ya no soy nuclear.
Me obligo a pensar con la cabeza en lugar del órgano patético en mi
pecho que quiere asfixiarla con besos, esconderse con ella en la cama el
resto del día y nunca dejarla ir.
Cerebro, estás al bate.
Solo da un puto swing.
—Y mientras estoy entrenando, ya que no podemos estar juntos —
continúo, haciendo todo lo posible por ser racional—, tal vez usemos el
tiempo para estar separados. Para tomárnoslo con calma y mesura. Ser
pacientes. —Trago con brusquedad—. Podemos ir al evento de golf mañana
como amigos —le ofrezco, como si estuviera muriendo por ser platónico con
ella.
Ser solo amigos simplemente suena como un terrible premio de
223 consolación, pero es lo opuesto a mis errores pasados, y eso es lo que tengo
que hacer.
—Claro —dice Nadia, un poco insegura. Pero respira entre escalofríos
y parece más resuelta—. De todos modos, es lo que se suponía que debíamos
hacer. Además, necesito concentrarme en encontrar un gerente general
nuevo y todos mis planes para el equipo. No me falta trabajo —dice, vivaz y
profesional.
—Entonces, veremos cómo van las cosas después de los
entrenamientos de primavera. Después de que hayamos hecho de verdad la
cosa de la amistad —digo en un tono similar. Sueno mucho más decidido
de lo que me siento—. Esperaremos nuestro lanzamiento. Esa será nuestra
regla nueva. Regla número seis.
Me da una sonrisa ligera, apura su café, luego asiente como si todo
estuviese arreglado.
—Amigos.
—Por ahora —coincido. No lo vamos a llamar renunciar a una relación
para siempre. Simplemente vamos a ralentizar sensiblemente.
Entonces, ¿por qué siento que acabamos de romper?
Nadia
M
i sobrina Audrey blande un libro de bolsillo en cada mano,
moviendo uno luego el otro.
—¿Chica espía o chica guerrera? —pregunta,
debatiendo su compra mientras examinamos los estantes de An Open Book.
Frunzo los labios, y me toco la barbilla con el dedo, estudiando cada
portada.
—Buena pregunta. Pero con los libros, en realidad puedes tenerlo
224 todo. Voto por ambos —declaro.
Ella asiente con resolución, su coleta negra rebotando.
—Tienes razón. Le pediré a mi papá que me compre los dos.
Esta es una de mis librerías favoritas en la ciudad, ubicada al borde
de la Marina, una vista altísima del Puente Golden Gate más allá. Escaneo
los títulos y dejo una copia de una biografía deportiva en mi mano.
—Ya que estás en eso, tal vez agregue este. Las atletas femeninas son
geniales.
Ella lo toma con manos ansiosas, lee la parte trasera, luego me mira
con ojos inquisitivos.
—¿Alguna vez tendrás una atleta femenina en tu equipo?
—Ha habido algunas pateadoras. Nunca se sabe. Quizás tengamos
una en la NFL algún día. ¿Pero quieres escuchar algo genial?
—Sí, claro.
Bajo mi voz a un susurro.
—Creo que podría contratar a una gerente general femenina.
—Eres tan genial, tía Nadia. —Gira sobre sus talones y se apresura a
encontrar a su padre en la sección de viajes, arrojándole los libros.
Me llega un codazo en el costado.
—¿Acabo de oírte decir que estás contratando a una gerente general?
Me dirijo a mi hermana, Brooke, quien se ha unido a mí en la sección
de niños, con algunos thrillers nuevos bajo el brazo.
—Así parece. Es la principal candidata.
—Papá trabajó duro para crear igualdad de oportunidades y construir
una fuerza laboral diversa. Él estaría orgulloso de ti por seguir adelante con
eso.
—Gracias —le digo, con un nudo en mi garganta. Hoy las emociones
me montan como si fuera una tabla de surf.
Romper con un chico con el que técnicamente no estabas saliendo es
lo peor.
Especialmente cuando te estás enamorando de él.
Brooke estudia mi rostro.
225 —No pareces tan feliz por eso como esperaba. ¿Qué está pasando?
Esa es mi hermana, viendo a través de mí.
—No pasa nada —digo con fingida alegría.
Alegría que descarta con un resoplido brusco.
—Seguro. No me lo creo. ¿Cuál es la historia del hombre?
Suspiro profundamente, dejándome caer contra el Jenny Hans.
—Ojalá hubiera una historia. —Mi voz es tensa, mi pecho pesado. Pero
no soy de los que viven quejándose, yendo por hombre pensando “pobre de
mí”. Por otra parte, nunca he experimentado a un hombre como Crosby.
Brooke pone su mano en mi brazo, apretándolo suavemente.
—¿Qué pasó?
No estoy segura de querer abrir otra vez la herida. La sesión de adultos
de esta mañana en el café se sintió necesaria, pero en la forma en que lo es
un examen dental. Lo necesitas, incluso si es jodidamente doloroso cuando
el higienista saca esa cosa del bisturí de dientes y raspa cualquier placa por
ahí, todo mientras charla alegremente sobre su día.
—No pasó nada —digo, aunque, en realidad, esa cosita del bisturí de
dientes no es nada.
Ella agarra mi brazo.
—Oh no, no es así.
—Está bien. Estoy bien. —Me pellizco el puente de la nariz, intentando
descartar todos estos sentimientos que no quería enfrentar cuando regresé
a la ciudad. Simplemente quería ser Nadia Toma las Riendas. La Jefa Nadia.
Nadia con su Leatherman que puede abrir cualquier puerta. La hija de mi
padre. No quería ser Nadia con un corazón blando y debilucho que podía
pisarse, aplastarte y pisotearse hasta convertirlo en un lío pulposo.
—¿Se trata de Crosby? —pregunta Brooke, un poco demasiado
perspicaz. Niego con la cabeza, y ella pone los ojos en blanco—. No puedes
engañarme, pastelito. Ustedes dos están enamorados. ¿Qué está pasando?
Esas palabras son como un estallido de luz solar en mi pecho.
Enamorados. No se equivoca. Pero el momento sí. Es total y completamente
incorrecto.
—El tiempo es un bisturí de dientes —digo.

226 Arquea una ceja a modo de qué demonios.


—Puede doler como un hijo de banshee, pero a veces el momento no
funciona.
—Nadia, eso solo es una excusa.
Mis hombros se hunden, y una pizca de tristeza se expande en mi
pecho, las raíces extendiéndose por todo mi cuerpo.
¿Estoy molesta con Crosby?
A lo mejor sí.
Pero tal vez no debería estarlo.
Podría haber asestado el golpe fatal a nuestros beneficios, pero estuve
de acuerdo con él desde el principio hasta la mitad y el final.
Su decisión fue inteligente.
Lógica.
Correcta.
Habría hecho lo mismo.
Creo.
—Mira, probé todo el asunto de las citas en Las Vegas. —Cuadro mis
hombros, escarbando en mi bolso metafórico en busca de mis ovarios de
acero—. No funcionó. Pero está bien. El universo quiere claramente que sea
soltera y me concentre en este momento en el equipo.
Brooke se aclara la garganta, sus ojos desviándose deliberadamente
hacia el frente de la tienda. David se está riendo con Audrey cuando llegan
al mostrador y ella deja caer los tres títulos. Le revuelve el cabello negro.
Ella echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Estoy enamorada, y puedo concentrarme en el trabajo —señala
Brooke.
Mi corazón se tambalea ante sus palabras y luego se aprieta cuando
David le lanza a Brooke una sonrisa de te amo.
Desde el otro lado de la tienda.
Ella le arroja una de vuelta.
Es todo.
Todo lo que siempre he querido.
227
Ese tipo de amor. Ese tipo de confianza. Una relación que nace de
hablar, caer, cuidarse.
Como lo habían hecho mis padres.
Pero apuesto a que no empezaron como amigos con beneficios.
Las relaciones deben comenzar de la manera correcta, en una
secuencia adecuada y en un orden específico. No deberían comenzar con
una solicitud de la foto de un pene, luego convertirse en un beso accidental
en una puerta, después transformarse en un libro de reglas para una virgen
para así definir el comportamiento de amigos con beneficios.
Uf. Hice todo al revés.
Debí haberlo sabido.
—Pero David y tú se conocieron a través de un amigo cuando
trabajaron en China. Tuvieron citas por todo Beijing. Se enamoraron. Te
propuso matrimonio antes de que te mudaras a California. Así debería ser
—señalo.
Brooke niega con la cabeza.
—No hay una regla sobre cómo comienzan las relaciones buenas.
—Debería haberlo —digo con voz plana.
—¿De verdad crees eso?
—Sí, lo hago. —Pero en realidad no sé lo que creo. Todo lo que sé es
que extraño a Crosby, y tengo una montaña de trabajo que escalar esta
noche.
Me uno a Brooke y su familia para almorzar, intento ser una compañía
decente, luego me dirijo a la oficina, donde escucho a todo volumen el último
single de mi amigo Stone y me pongo a trabajar.
Después de todo, por eso estoy aquí.
Nada más.

228
Crosby
H
olden lanza la pelota en el plato de home, balancea y conecta
con ella, enviándola por la tercera línea de fondo.
Jacob la alinea perfectamente por centésima vez
consecutiva.
Le doy una palmada en el hombro.
—Amigo, sigue así. Tienes esto.

229 El chico me sonríe.


—¿Podemos repetirlo unas cuantas veces más?
Pongo mis manos sobre mi boca y le grito a Holden en el plato de
home:
—¡Danos algunos más de esos!
Mi amigo asiente con fuerza y golpea otra pelota en la tercera línea de
fondo.
Jacob la vuelve a colocar pulcramente.
—Apenas necesitas que te diga qué hacer —le digo, orgulloso de este
tipo.
Me lanza una mirada dudosa.
—¿Quizás olvidas cuántos recorridos de línea me perdí al comienzo de
la temporada?
—¿Estás diciendo que mi memoria apesta? —pregunto.
—Tal vez un poco —responde bromeando.
Terminamos y cuando salimos del campo, el niño nos agradece.
—Me alegra que tengas memoria suficiente como para poder
convencerte de que me des algo de práctica adicional.
—Ahora te hemos hecho un adicto, ¿verdad? —pregunto.
—Eso creo —dice—. Puedo venir de nuevo mañana.
—Hombre, así se hace —le digo, dándole una palmada en el hombro—
. Practica como si fuese todo lo que siempre quisieras hacer. ¿Verdad,
Holden?
—Eso es lo que se necesita —agrega Holden sabiamente—. Eso es lo
que hice cuando tenía tu edad. Practicar, practicar, practicar. Eso es lo que
aún hago.
—Esa es la clave del éxito —digo—. Tienes que dedicar las horas
previas a la temporada si quieres tener una oportunidad en el banderín al
final.
Ahí es donde me equivoqué con Nadia: no dedicarle horas. No tener
citas como es debido, no tomarme mi tiempo. Y cuando me di cuenta de que
las cosas se estaban moviendo demasiado rápido, debí haber disminuido la
velocidad.

230 Pero no. Es como si no hubiese aprendido jodidamente nada de mis


errores. Aún estoy lanzándome de cabeza por el precipicio de la relación. ¿Y
qué me ha traído eso? Honorarios legales, calcetines robados, la posibilidad
de pasar tiempo en la cárcel en un país extranjero.
Y no puedo arreglarlo, no puedo volver y salir con ella correctamente,
porque me voy a Arizona en dos días, y eso es todo.
Holden y yo acompañamos a Jacob a casa, luego llamo a un Lyft desde
fuera de su casa, me abrocho la sudadera con capucha mientras esperamos,
y maldigo el clima frío congelándome las bolas.
—No extrañaré San Francisco en febrero, eso es seguro. Dame el
desierto de Arizona cuando quieras.
—Apuesto a que extrañarás algo de aquí —dice Holden secamente.
Levanto una ceja.
—Ah, ¿sí?
Me echa un vistazo a medida que nos subimos al auto, dirigiéndonos
de vuelta a la ciudad.
—Sí —dice, imitándome directamente.
—Colega.
—¿Por qué me dices colega? He estado esperando un informe. Tú y la
hermana de Eric. ¿Cuál es el trato? Obviamente estás mal por ella.
—Y obviamente hice un pacto para no hacer nada al respecto —digo
a la defensiva.
Holden se ríe, sacudiendo la cabeza.
—Me importa una mierda tu pacto.
—Vamos. Hace una semana me secuestraste. Tú, Drakkar Noir, me
abordaste.
Levanta un violín imaginario, fingiendo tocarlo.
—Pobre Crosby.
Le disparo mi dedo medio.
—Hijo de fruta —murmuro.
—¿Hijo de fruta? ¿Qué carajo? ¿Ni siquiera puedes maldecir
correctamente?

231 —Evidentemente no puedo. Y pagué tu esmoquin. Honraré el trato. Sé


que lo arruiné.
—Whoa. No estoy diciendo esto para poder sacar provecho.
—Entonces, ¿por qué lo dices? —disparo, cabreado con él, conmigo,
con todo el maldito universo.
—Alguien está irritable.
Paso una mano por mi cara, exhalando con dificultad, intentando
dejar ir todas mis frustraciones burbujeando dentro de mí.
—Hombre, lo siento. Es mi culpa.
—No te preocupes —dice mientras el conductor se dirige hacia el
vecindario de Grant, pasando por una cafetería que conozco.
—¿Podemos detenernos aquí? Necesito comprar algo. Tienen té negro
orgánico —digo, un poco avergonzado.
—No hay problema —dice el conductor, deteniéndose frente al
Emporio de Café y Té del Doctor Insomnia.
Una vez que salimos del vehículo, me acerco a Holden.
—Mira, estaba pasando algo con Nadia. Pero ahora no es nada.
Resopla.
—La otra noche no parecía nada.
—¿Y qué parecía?
Se toma un segundo, luego me mira a los ojos, como si fuera el
objetivo.
—Todo. Parecía todo.
Mi pecho se paraliza. ¿Fuimos tan obvios? Quizás lo fuimos. Porque
se sintió como todo con Nadia.
—Pero ese es el problema. Maldita sea, necesito ir más despacio.
Necesito practicar la soltería —digo a medida que entro en la tienda, pido
un té, le doy las gracias al barista y salgo con la taza humeante.
—¿Pero en serio necesitas practicar la soltería? —pregunta Holden
mientras caminamos calle arriba.
—¿Hola? ¿Me conoces? La otra noche todos ustedes no pararon de
criticarme por mi gusto horrible —digo, luego tomo un sorbo hirviente.
232 El té me quema la lengua.
—Pero, todos hemos cometido errores. Tal vez solo necesitas reconocer
cuando algo no es un error. —Holden se rasca la mandíbula a medida que
se vuelve filosófico.
También me quedo pensativo, considerando sus palabras sabias.
Intentando entender qué es y qué no es un error.
—Pero, ¿cómo lo sabes? —pregunto, queriendo ahora su consejo, ya
no irritable.
—Tal vez cuando no puedes sacarla de tu sistema —responde,
metiendo las manos en los bolsillos de sus jeans—. Porque siempre hay una
mujer así, ¿no? ¿La que no puedes sacarte de la cabeza? Quizás tuviste una
noche con ella, un beso, una conversación. Tu mujer del qué pasaría si…
—Estás hablando por experiencia, ¿no?
—Fue hace un tiempo —contesta mientras cruzamos la calle.
—¿Quién es? —pregunto, más intrigado ahora por su situación que
por la mía.
—No importa. Ya ni siquiera sé lo que está haciendo.
—¿Vas a buscarla?
—Tal vez —dice encogiéndose de hombros, luego sacudiendo la
cabeza—. Pero tal vez debería concentrarme en el equipo.
Asiento, entendiéndolo, comprendiendo plenamente la confusión.
—De eso estoy hablando. Eso es lo que también necesito hacer. Pero
mientras tanto, cuéntame más sobre tu chica del qué pasaría si.
Esboza una sonrisa.
—Definitivamente es la mujer del qué pasaría si. Fue una noche. Hace
un par de años.
—¿La aventura de una noche que no puedes olvidarte?
No se ríe. No resopla. Solo suspira con nostalgia.
—Casi. Pero no exactamente. Ni siquiera fue una aventura de una
noche. Más como una gran conversación y un beso fuera de este mundo, un
gran momento. Un poco loco, ¿verdad?
Doblamos la esquina, y luego me detengo en seco cuando veo una cara
familiar. Es Declan, saliendo de otra cafetería; este vecindario los tiene
233 brotando como conejitos. Lleva una gorra de béisbol de los Hawks en la
cabeza, y una taza en la mano. Levanta la barbilla a modo de saludo.
—Hola, chicos.
Le doy una mirada curiosa.
—¿Sigues en la ciudad? Supuse que te habías ido.
—Tengo amigos y familiares aquí —responde—. Me quedé una noche
más, pero tomaré un vuelo de regreso a Nueva York en dos horas.
—¿Fue bueno ver a tu gente? —pregunta Holden.
Los labios de Declan se contraen, tal vez en la insinuación de una
sonrisa.
—Sí. Principalmente. —Mira su reloj, distraído—. Debería irme. Te
atraparé en la primera base en casa. Estarán en mi territorio, y planeamos
destruirlos —me dice.
Ah, ese es el Declan que conozco. Es el bastardo más competitivo de
la liga.
—Como si los Cometas pudieran hacer cualquier cosa menos
ahogarse con nuestro polvo —digo.
—Te estarás ahogando en el plato —dice con una sonrisa maliciosa,
luego tira de la visera de su gorra antes de inclinar la frente en dirección al
aeropuerto—. Tengo que despegar.
—Nos vemos —dice Holden.
Declan se marcha, y nos dirigimos hacia la manzana y doblamos la
esquina, listos para llamar a la puerta de Grant. Pero ya está bajando los
escalones con su ropa deportiva, su cabello revuelto, como si hubiera metido
el dedo en un enchufe eléctrico.
Le lanzo una mirada.
—¿Has estado haciendo entregas un sábado por la tarde?
Pone los ojos en blanco, disparándome el dedo medio.
—Sí, tuve una hamburguesa y una mamada. Vayamos al gimnasio.
Lo hacemos, y los tres parecemos un poco perdidos en nuestros
propios mundos mientras nos ejercitamos.
En cuanto a mí, no puedo dejar de pensar en los comentarios de
Holden.

234 No los de las mujeres del qué pasaría si.


Los de reconocer los errores.
Nadia
C
uando estaba en mi fase de casamentera, leía columnas de
citas religiosamente: artículos sobre las últimas tendencias en
citas, sobre dónde ir, temas ideales para debatir en la primera
cita y cómo leer entre líneas.
Y quiero presentar una queja ahora mismo.
Alguien debe escribir una columna sobre lo incómodo que es ser
amiga del chico al que le diste tu virginidad anteanoche.
235 Aquí estamos en un campo de golf en las afueras de la ciudad,
charlando un poco.
La charla trivial es dolorosa. Demonios, es peor que, que te raspen la
placa. Fuertemente.
—Entonces, ¿estás deseando que llegue el entrenamiento de
primavera?
—Absolutamente. Me encanta —responde Crosby, todo alegre y
optimista.
—Debes sentir que todo es posible —ofrezco, igualmente alegre, así no
pienso en él haciéndome cosas malas o susurrándome cosas dulces al oído.
—Sí, eso es exactamente. El mundo es tu ostra —dice a medida que
charlamos junto a un carrito de golf mientras el evento termina—. Tenemos
mucho en lo que trabajar con nuestra ostra, pero estoy feliz de hacer el
trabajo. Siempre es bueno volver a tomar las riendas.
Uf, quiero vomitar.
Me habla como si estuviese charlando con un reportero al final del
juego.
Me rio, pero es triste, tal vez incluso frustrante.
Crosby arquea una ceja.
—¿Por qué fue eso?
¿Debería dejarlo pasar? A la mierda.
—Simplemente sonaste como si me estuvieras dando una respuesta
de relaciones públicas —le digo.
Se ríe.
—Supongo que lo hice. La verdad es que, estoy ridículamente
emocionado. Siempre me siento un poco como un león paseando en una
jaula, o tal vez un poco perdido, sin el béisbol.
—¿Ves? Esa es una respuesta mejor. Porque te encanta —digo, feliz
de hablar ahora con sinceridad.
Su sonrisa es magnética, genuina. Como un niño en bicicleta por
primera vez.
—Sí, lo hago. Definitivamente es mi primer amor —dice.
De alguna manera, tal vez debería sentirme celosa. Pero no lo hago.
236 Me alegra que tenga algo que le guste tanto. Que el béisbol sea eso para él.
—Eso es lo que también es para mí. No estoy jugando en el campo,
obviamente, pero crecí con una visión del mundo del fútbol es la vida gracias
a mi padre. No puedo imaginarme haciendo otra cosa. ¿Es una locura que,
incluso cuando era niña, quisiera dirigir el equipo de fútbol de mi padre?
—De ninguna bendita manera —dice, sonriendo ampliamente.
—Veo que te he contagiado.
—En más de un sentido —dice con nostalgia, con los ojos un poco
perdidos.
Siento lo mismo. Dios mío, siento lo mismo.
—Fue bueno hablar contigo —le digo, haciendo un gesto de él hacia
mí—. De esta forma.
—Lo fue, Nadia. Fue genial —dice, y ambos cambiamos de peso de un
pie a otro.
Es ese momento incómodo en el que no sabes si deberías abrazarlo o
no.
Optamos por el abrazo incómodo y completo, y su olor, el aroma
jabonoso alucinante y que debilita mis rodillas, me hace sentir perdida otra
vez.
Mi corazón está vacío, pero sé exactamente cómo se sentiría de nuevo
lleno.

Cuando regreso a casa, estoy lista para escribir a los sitios de citas y
decirles lo que deben decir. Cómo lidiar con este bendito lío.
Enfréntalo al discutirlo.
Quiero la amistad.
Quiero el amor Quiero ser la chica guerrera y la mujer que se enamora
duramente del hombre. Quiero tenerlo todo. ¿Eso es tan loco?
Le envío una nota a Scarlett.
Nadia: ¿Es una locura pensar que de hecho podemos tenerlo todo?
237
Es tarde en París y no responde, pero está bien. Creo que conozco la
respuesta.

Tengo una cena tardía con mi mamá esa noche.


Después de pedir jurel y edamame en mi restaurante de sushi favorito,
la miro con los ojos del todo abiertos.
—Entonces, ¿Jackson Browne te engrasó las ruedas este fin de
semana, mamá? —Un rubor sube por sus mejillas, y mi mandíbula se
afloja—. ¿Estás bromeando, mamá? ¿En serio?
—Eso no es lo que estoy diciendo —responde, silenciándome, pero es
una negación a medias.
—Entonces, ¿qué estás diciendo, mamita linda? —Bateo mis
pestañas.
Levanta su té verde y toma un sorbo, sus ojos marrones brillan con el
tipo de deleite que no he visto en ellos en un tiempo.
—Lo que estoy diciendo es que lo pasé muy bien y voy a verlo otra vez.
Quiero ver lo que pasa. Parece un poco tonto no hacerlo.
Repito sus palabras en mi cabeza: un poco tonto no hacerlo.
Se sienten ciertas.
Se sienten importantes.
Se sienten como una de esas declaraciones que alguien hace y se
queda contigo.
Que se convierte en un mantra completamente nuevo.
Más poderoso que el de hablar.
O tal vez sea el corolario perfecto.
—¿Vivirás según esas palabras?
—Creo que lo haré —dice, luego inclina la cabeza, estudiándome—.
¿Hay algo que sería tonto no hacer?

238 La respuesta es tan obvia como saber a quién quiero contratar para
director general.
Tan instintivo como elegir qué par de zapatos usar.
Tan simple como hablar con mi mamá.
Sé lo que quiero.
—Me enamoré de Crosby —confieso, con un nudo en la garganta—, y
creo que no es el momento adecuado.
—¿Pero crees que sería una tontería no intentar que funcione?
Una lágrima se desliza por mi mejilla.
—Sí. Quiero tenerlo todo. Y en realidad, ¿por qué ser tonta?
Ella levanta su taza y la choca con mi vaso.
Esa noche, cuando me deslizo en mi cama, dos mensajes se iluminan
en mi teléfono.
Uno es una respuesta de mi amiga en Europa.
Scarlett: Deberías tenerlo todo. Y si algo se interpone en tu camino,
averigua cómo deshacerte de él e ir a buscarlo todo.
Luego una nota de mi hermano.
Eric: Acabo de aterrizar. ¿Pasó algo interesante mientras estuve en las
Maldivas?
Paso mi pulgar sobre su mensaje. ¿Debería decirle? Bueno, no que
descubrí que me encanta cuando Crosby juega con mi trasero.
Pero ¿que estoy enamorada de su mejor amigo?
Recuerdo el mantra que me ha servido bien.
No tengas miedo de hablar.
Le respondo a Eric con tres palabras.
Nadia: Sí. Crosby sucedió.

239
Crosby
A
pagué el motor en el camino de entrada de mi madre,
agradecido de que se quedara despierta por mí. Subo los
escalones de su casa victoriana de color amarillo limón,
alineada entre las damas pintadas en Steiner Street, y al momento en que
llego arriba, abre la puerta con un silbido suave.
Se lleva un dedo a los labios, haciéndome saber que Kana está
dormida. Asiento y me quito los zapatos a medida que entro. Caminamos
silenciosamente hasta la terraza acristalada en la parte trasera de su casa,
240 al otro lado de los dormitorios.
La luz de las estrellas entra a raudales por las ventanas, me siento en
el sofá de mimbre y lanzo las llaves sobre la mesa. Mamá me da una palmada
en la pierna.
—¿Quieres un poco de té? ¿Un poco de mango en rodajas? ¿Sopa de
col rizada?
Riendo en voz baja, niego con la cabeza.
—No. Solo un buen consejo a la antigua.
—Ah, eso es un trozo de pastel de zanahoria —dice, luego vuelve a
palmear mi pierna—. ¿Supongo que se trata de Nadia?
—¿Cómo supiste? —pregunto, pero sinceramente, no me sorprende.
—Como dije la otra noche, han pasado años.
—Sí, ¿qué quisiste decir con eso?
Se humedece los labios, señal de que está pensando.
—Significa que siempre vi algo entre ustedes dos. Pero especialmente
en ti. Estabas tan… encantado con ella.
Mi corazón se calienta como el sol.
—Suena bastante acertado.
—Te encantaba escucharla contar historias, te encantaba hablar con
ella y era casi imposible alejarte de ella cuando estabas en su casa —agrega.
Gimo, dejando caer mi cabeza en mi mano.
—¿Qué voy a hacer?
Su risa suave llena la habitación.
—Supongo que, ¿dejar de ser tan supersticioso?
Levanto la vista.
—¿Por qué asumes que estoy siendo supersticioso?
—Porque te crie. Siempre te gustó tu rutina, todo en orden. Practica
en un momento determinado. Poniendo tanto trabajo. Usando tus calcetines
de la suerte. Si tuviste un mal juego, descubrías lo que hiciste de manera
diferente y tratarías de deshacerlo —dice, tranquila y consciente.
Lanzo una risa forzada.

241 —Suena como yo.


Ella sonríe como si fuera un buen recuerdo.
—Y analizarías cada juego. Verías lo que podrías aprender de él. Lo
harías mejor. Te ha servido bien en el béisbol, hasta las ligas mayores. —
Aprieta mi pierna—. Pero sospecho que no estás preocupado por el béisbol
en este momento.
Me dejo caer contra el sofá, suspiro y me paso la mano por la nuca.
—No. Estoy aquí por la mujer. La que me encanta.
Se ríe a sabiendas.
—Está bien, entonces.
Ladeo la cabeza y la miro a los ojos.
—Está bien, entonces, ¿qué?
Pone los ojos en blanco, algo que rara vez hace.
—Siento como si tu pregunta ya hubiera sido respondida.
Frunzo el ceño, intentando desentrañar su significado.
Pero luego me detengo.
Dejo de analizar, y escucho lo que acaba de decir.
No puedo aplicar la lógica del béisbol a las mujeres. No puedo forzar
supersticiones en el amor. Y definitivamente no puedo esperar que el
razonamiento del calcetín de la suerte se aplique a mi pasado.
O mi presente.
O el futuro que quiero tener.
—¿Y si renuncio a las mujeres? —digo, enderezándome—. ¿Y si me
estoy tomando un descanso? —Me pongo de pie para pasear por la
habitación—. ¿A quién le importa si debiera tomar las cosas con calma o si
no es el momento adecuado? Nada de eso importa.
Mamá simplemente sonríe.
Agarro mis llaves de la mesa.
—No se trata de ser inteligente, mesurado o paciente. Se trata de no
ser un idiota que deja pasar a la mujer que me encanta.
Se pone de pie, agarrándome por los hombros.
242 —Ni yo misma podría haberlo dicho mejor.
La abrazo con fuerza, la beso en la mejilla y luego salgo de allí y llamo
a Eric desde el auto.
Empieza a hablar tan pronto como contesta.
—Bueno, apuesto a que…
—Escucha, rompí el pacto. No me importa. Estoy enamorado de tu
hermana. Algunas personas simplemente no están destinadas a ser solo
amigos.
Tose, farfulla y luego se ríe.
—No estoy en lo más mínimo sorprendido.
Diez minutos más tarde, me acerco a la acera frente a la casa de
Nadia, apago el auto y la llamo tan pronto como llego a la acera.
Responde de inmediato, sonando sin aliento.
—Hola, ¿qué pasa?
—Espera. ¿Vas a alguna parte?
—Estoy en el ascensor. Iba a verte.
Sonrío de oreja a oreja.
—Hablando de calcetines de la suerte. Estoy aquí, esperando a que
me dejes entrar.
Treinta segundos después, la veo a través de la puerta de vidrio,
entrando por el pequeño vestíbulo, con una sonrisa salvaje en su rostro.
Me deja entrar y la levanto en mis brazos, beso su boca preciosa y digo
lo que debí haber dicho ayer por la mañana.
—Al diablo con ser adultos. Estoy enamorado de ti.

243
Crosby
N
adia me envuelve como un koala, sus piernas alrededor de mis
caderas, sus tobillos enganchados uno sobre el otro detrás de
mi espalda, sus brazos alrededor de mi cuello.
No podría estar más feliz de que ella se volviera un marsupial conmigo.
Aun así, la inclino hacia atrás para poder mirarla. Se ve
absolutamente adorable con una sudadera con capucha color melocotón,
jeans y zapatillas Converse.
244 —¿Ibas a buscar un Lyft o algo así?
Ella asiente, riendo y sonriendo.
—Te dije que iba a verte. Y sí, será mejor que cancele el Lyft. Pero
primero solo quiero decir: la adultez apesta. —Deja caer un beso en mis
labios—. Y estoy enamorada estúpidamente de ti. No me importa el tiempo
o cómo se supone que suceden las cosas. No me importa tener citas de cierta
manera o en cierto orden.
La admisión hermosa escapa de sus labios a una velocidad fantástica.
Una prisa que hace que mi corazón truene, y mi felicidad alcance las
líneas rojas, saliendo de las listas.
—Estás sacando las palabras de mi boca, cariño. A mí tampoco me
importa. Estaba tan atrapado en mis viejos errores que no me di cuenta
hasta esta noche que dejar las cosas entre nosotros como amigos habría
sido el mayor error de todos.
—Estoy tan contenta de que estés aquí —dice, rodeando mi cuello con
sus brazos aún más fuerte—. También iba a perseguirte para decirte eso,
porque sería una tonta si te dejaba ir sin decir cómo me siento.
—No seamos tontos —digo en voz baja.
Besa la comisura de mis labios.
—No lo seamos. —Se echa hacia atrás, arqueando una ceja—. Pero
debería cancelar el Lyft.
La dejo en el suelo, saca el teléfono del bolsillo trasero y, unos pocos
toques más tarde, proclama:
—¡Listo! —Y estrella su cuerpo contra el mío, acurrucándose contra
mí. Santo infierno, amo el cariño de esta mujer. Me encanta cómo quiere
acercarse.
—Haz eso de nuevo —murmuro.
—Quiero hacerlo todo contigo. —Se presiona más fuerte contra mí,
luego me mira, su tono volviéndose vulnerable y completamente dulce—.
Esto es lo que comprendí este fin de semana: quería una relación como la
que tienen Eric y Mariana, o Brooke y David, o mis padres. Pensé que
teníamos que hacerlo de esa manera. Cómo ellos lo hicieron. —Hace una
pausa, toma aire y sonríe una vez más—. Pero tú y yo, podemos hacer las
cosas a nuestra manera.

245 —Seguro que podemos, cariño —le digo, zumbando con la posibilidad
mientras rozo otro beso en sus labios, saboreando el momento, el contacto,
la conexión—. Podemos hacer todo a nuestra manera. Y solo espero que me
perdones por ser tan estúpido ayer —digo, deslizando mis manos por su
espalda, sin querer dejar de tocarla.
—No hay nada que perdonar. También acepté ser una adulto al
respecto. Qué idea más ridícula —dice con la mirada más adorable.
Me rio.
—Tan ridículo. —Mi mano derecha se desliza por su cabello—. Dios,
amo tu cabello. Es tan suave y fantástico, y solo quiero tocarlo, tocarte,
besarte, probarte y hacerte el amor.
—Bueno, pasaste bastante rápido de “tan ridículo” a querer follarme
—dice, un poco descarada. O quizás mucho.
—Nadia, esa es la cosa —digo, apretando sus caderas—. Quiero todo
contigo. Quiero todas las cosas. Y no puedo creer que pensara que teníamos
que parar. Pero espero que sepas que la razón es que te amo muchísimo.
Mierda, tanto que estaba aterrorizado de estropear esto. —La observo,
asegurándome de que sepa que, aunque podemos divertirnos en cualquier
momento, ahora lo digo en serio—. Te dejé ir porque quería asegurarme de
que algún día pudiéramos tener algo. No quería arriesgarme a estropear lo
mejor que me ha pasado. —Levanto una mano, acariciando su mejilla—.
Eres lo mejor y me has estado pasando durante años.
Esta es la verdad que aprendí en la última semana con ella. Me atraían
las chicas incorrectas, pero solo porque me faltaba un pedazo de mi corazón
durante mucho tiempo.
Lo había entregado cuando esta mujer preciosa fue al baile de
graduación con otro hombre. Cuando sentí el primer indicio de celos por la
mera posibilidad de algo.
Desde entonces, he estado buscando ese algo en todos los lugares
equivocados. Pero desde que Nadia me miró con esos ojos abiertos y
vulnerables, supe que ella es el tesoro perdido que he estado buscando.
—También han pasado años para mí. —Toma mi cara, deslizando su
pulgar a lo largo de mi mandíbula. En esos iris marrones, veo mi larga
búsqueda reflejada en mí, todas mis esperanzas resonando—. Me di cuenta
en la cena de ensayo que he estado enamorada de ti durante mucho, mucho
tiempo. —Suena vertiginosa de felicidad. Sus ojos brillan con ello.
Levanto el pulgar, limpiando la insinuación de una lágrima.
246 —No llores, cariño.
—Es porque estoy feliz. Porque esto es una locura, asombrosa y
maravillosa. De eso me di cuenta en la cena: cuánto me preocupo por ti,
cuánto siento por ti. Y me he dado cuenta una y otra vez. Pero no tu ser
adolescente. Es quién eres ahora, el hombre al que he llegado a conocer en
la última semana. Es la forma en que me hablas, te ríes conmigo, me tomas
el pelo y me cuidas. Es la forma en que me tocas, me abrazas y me deseas.
Es la forma en que me entiendes.
Sonrío radiante desde lo más profundo de mi ser.
—Nadia, amo todo de ti. Y amo conocer a la mujer que eres ahora. Esa
es la mujer de la que estoy enamorado. Así que, lo último que quiero hacer
es subir a ese avión mañana por la mañana con nosotros en espera. No me
importa si me voy por un mes. Y sé que estoy mucho en la carretera, pero
quiero que seas mía y quiero ser tuyo, pase lo que pase.
Riendo, presiona otro beso en mis labios.
—Está el FaceTime, sexting y las llamadas telefónicas. Y luego,
cuando vuelvas a casa después de una semana en la carretera, está el sexo
súper caliente de bienvenida.
Gruño, entrecerrando los ojos, la lujuria atravesando mi cuerpo.
—Me encantan tus planes obscenos para nosotros.
—También tengo planes obscenos para nosotros esta noche.
Paso mis manos por su cabello.
—Pídeme que pase la noche contigo, y te diré que sí.
—Pasa la noche conmigo.
Es más una orden que un pedido, pero lo acepto.

A pesar de que rechazamos todo el esquema de amigos con beneficios,


definitivamente seguimos siendo amigos, y definitivamente estamos
disfrutando de los beneficios.
Por ejemplo, mi polla se está beneficiando ahora mismo del
entusiasmo de Nadia por probar una posición nueva. Trepa por encima de
247 mí en la cama, después de haberme desnudado en un tiempo récord. A
horcajadas sobre mí, pone sus manos en mi pecho. Luego desliza su coño
mojado contra la dura cresta de mi polla. De ida y vuelta, sedoso y caliente.
Una y otra vez. Gimo de placer, cerrando los ojos.
—Será mejor que no me provoques toda la noche, cariño.
—¿Pero y si lo hago? —ronronea.
Y en serio, ¿y si lo hace?
—Está bien, está bien. Provócame toda la noche. Soy tuyo.
Mece sus caderas de arriba hacia abajo a lo largo de mi eje, sus pechos
balanceándose, su cabello flotando. Es una bruja ansiosa, lista para
explorar todo este terreno nuevo.
La electricidad chispea a lo largo de mis neuronas a medida que el
calor aumenta y aumenta con cada giro lujoso.
Pero luego ralentiza sus movimientos y presiona sus manos con más
fuerza contra mi pecho, aclarándose la garganta.
—¿Tienes algún consejo para esta posición?
Me encanta que no tenga miedo de hacer preguntas. También me
recuerda que a veces podría necesitar enseñarle. No me importa en absoluto.
—Ve despacio cuando me tomes —le digo, pasando mi pulgar sobre
su labio inferior.
Ella pellizca mi piel.
—Está bien, puedo hacer eso.
—Porque es nuevo para ti. Eso es todo. Y si no te gusta, dímelo. Nos
ajustaremos. Me ajustaré.
Con un gesto de alivio, alcanza un condón de la mesita de noche. Se
desliza hacia abajo, abre el envoltorio, luego lo mira como si fuera un
rompecabezas de mil piezas, uno de esos donde cada pieza es del mismo
color.
Se lo quito con una carcajada.
—Practicaremos las cosas del condón en otro momento. Por ahora, me
encargaré de envolverlo —digo, haciendo rodar la protección por mi eje.
—Tal vez la próxima vez no lo necesitemos —dice con una sensual voz
de dormitorio—. Voy a usar anticonceptivos.
248
Me sobresalto de placer ante la perspectiva de follarla sin nada. Pero
follarla cubierto también es un regalo.
Sostengo la base de mi polla y se la ofrezco. Ella se mueve sobre mí,
agarrando mi longitud al mismo tiempo y luego frotando la cabeza contra su
centro.
Sus ojos revolotean cerrados, y un gemido suave sale de sus labios.
—Se siente tan bien —susurra mientras me toma en lo más mínimo.
Luego más.
Baja sobre mí centímetro a centímetro, su coño como un guante
apretado.
Mi cuerpo tiembla cuando se hunde.
Ambos jadeamos por lo bien que se siente esto, lo cerca que estamos
conectados, lo mucho que queremos esto.
Respira profundamente, temblando, sus manos agarran mi pecho,
sus dedos juegan con mis pezones. A principio está callada, y quieta. Tal vez
ajustándose.
O posiblemente saboreándolo, a juzgar por la forma en que sus ojos
se oscurecen, se cierran flotando y luego se abren de nuevo. Cómo le
tartamudea la respiración.
Luego, se inclina más cerca.
Moviéndose y balanceándose, tomando y dando.
A medida que mi cuerpo se calienta, dejo que ella marque el ritmo,
dejo que encuentre el ritmo que necesita.
Porque tengo todo lo que quiero ahora mismo. La tengo, sobre mí,
conmigo.
Muy pronto, nos movemos en tándem, jadeando y gruñendo, el sudor
resbalando entre nosotros, nuestra piel ardiendo. Sus ruidos se intensifican,
aumentan, duran más, sus gemidos como una canción sucia, como música
obscena para mis oídos mientras me monta.
Mis manos se deslizan de arriba hacia abajo por su espalda, viajando
a lo largo de su piel suave, pasando por su cabello.
A medida que nos enredamos, estoy agradecido, muy agradecido, de
estar aquí esta noche, antes de irme, disfrutando cada segundo de amar y
249 follar, follar y amar.
Y corriéndonos como uno. Eso es lo que hacemos, llegar al borde,
despegando, un borrón de calor y placer, de sonidos y gritos. De cuerpos y
corazones chocando entre sí.
Después de que ambos gemimos, reímos y jadeamos, dejé escapar un
largo suspiro feliz.
—A pesar de que ya no estamos haciendo el asunto de los amigos con
beneficios, quiero que sepas que nunca he disfrutado tanto de los beneficios
como contigo.
Sus ojos brillan con picardía.
—Tal vez sea porque somos amigos y amantes.
—Sí, estoy bastante seguro de que es por eso. Y no hay nada
accidental en eso.
Un poco más tarde, se queda dormida en mis brazos, algo que espero
que haga todas las noches cuando esté en la ciudad. Así es como quiero que
esto sea con nosotros. Este nuevo nosotros. Cada día, cada noche.
Por la mañana me despierto al amanecer, me doy una ducha rápida y
me pongo la ropa. Ella se cepilla los dientes mientras abrocho la cremallera
de mis jeans.
Al verme vestido, escupe la pasta de dientes.
—Entonces, ¿supongo que esto es todo?
Miro mi reloj, mi corazón pesado porque tengo que irme pero lleno
porque, bueno, estamos enamorados y es jodidamente increíble.
—Tengo que tomar un avión.
Cierra el grifo, deja la pasta de dientes y se acerca a mí, deslizando
sus manos por mi pecho.
—Entonces, ¿esto somos nosotros? ¿Somos, como, una cosa ahora?
Sonrío, más que confiado cuando le digo:
—Eres mía. Ni siquiera intentes salir de eso. Voy a llamarte y escribirte
desde Arizona todos los días. Cuando vuelva aquí, voy a estar tan
250 jodidamente cachondo y encendido que probablemente voy a pasar toda la
noche acosándote, toqueteándote, follándote, haciéndote el amor.
Ella mueve sus caderas.
—Será más de un mes, así que volveré a ser casi virgen.
Me rio, acuno su mejilla y beso su boca.
—Te amo, Mujer Salvaje.
—También te amo, All-Star.

Tres horas después estoy en el aeropuerto, comprobado mis bolsos.


Camino hacia la puerta donde está estacionado el avión del equipo.
Lily Whiting, la reportera de Sports Network espera, con un pase de
prensa alrededor de su cuello. Está aquí para entrevistar a algunos
miembros del equipo antes de que nos dirijamos a los entrenamientos de
primavera.
Bien. Tengo algo que decir a la cámara. Cuando Lily se acerca a mí y
me pregunta si estoy listo, le digo que sí.
Su camarógrafo me pasa un micrófono, luego Lily me hace algunas
preguntas sobre la próxima temporada. Mientras Chance y Grant esperan a
unos metros de distancia, con los brazos cruzados, mirando atentamente,
le digo las cosas en las que quiero trabajar, lo que el equipo debe hacer para
ganar, lo que tengo más ganas de hacer. Entonces cumplo mi promesa.
—Y principalmente lo que estoy esperando, Lily, es trabajar con
Chance Ashford y Grant Blackwood —digo, señalando a mis compañeros de
equipo—. ¿He mencionado que esos muchachos son absolutamente los
jugadores más talentosos de todo el béisbol? Y también Holden Kingsley de
los Dragons de San Francisco. Son los mejores. Son mejores que yo —digo,
ya que esos eran los términos del pacto. El que rompí. El que estoy
jodidamente contento de haber roto.
Lily me mira con curiosidad.
—Esas son cosas que no se escuchan muy a menudo de los atletas
sobre otros jugadores, especialmente sus rivales.
Me encuentro con los ojos de mis amigos, quienes están boquiabiertos
251 pero claramente divertidos.
—Cierto. Pero a veces, cuando sabes la verdad, solo tienes que decirla
en voz alta. Y son los mejores. —Sonrío, agradecido de estar dando esta
confesión por lo que significa. Lo que tengo gracias a eso.
Ella se vuelve hacia la cámara.
—Y ahí lo tienen.
Le doy las gracias y me dirijo al avión del equipo con mis muchachos.
Grant me da una palmada en la espalda mientras caminamos por el Jetway.
—Entonces, ¿somos los mejores?
Chance interrumpe.
—Lo dijo. Debe decirlo en serio.
—Por supuesto que lo digo en serio —digo a medida que entramos en
el avión.
Grant me lanza una mirada escéptica.
—O tal vez estás locamente enamorado.
Lanzo una mirada a mis compañeros de equipo, encogiéndome de
hombros, sonriendo, reconociéndolo.
—No hay un “tal vez” al respecto. Definitivamente lo estoy.
Pronto el avión despega. Miro mis pies y me tenso cuando me doy
cuenta de que olvidé elegir un par de calcetines de la suerte para hoy. Estoy
usando calcetines de vestir básicos y ordinarios con mis pantalones de traje.
Pero entonces, me relajo porque está bien. Porque los calcetines no
dan suerte. Haces lo tuyo al encontrar lo que amas y asegurándote de no
ser demasiado supersticioso para dejar que se escape.
Le envío un mensaje de texto a la mujer que adoro.
Crosby: Solo para que lo sepas, no les estoy dando crédito a los
traseros de los corgi por lo que siento por ti. Eres tú. Estoy locamente
enamorado de ti. Además, tu trasero es mucho más lindo que el de cualquier
corgi.

252
Nadia
APROXIMADAMENTE UN MES DESPUÉS

A
quí está el otro problema que tengo con los sitios de citas.
En ninguna parte mencionan que las aventuras
amorosas a distancia son peores que los exámenes dentales.
Está bien, de acuerdo. Hay unos pocos beneficios. La
primera vez que tienes sexo por Skype es una locura.
253 Y está bien, la segunda, tercera, cuarta y quinta veces también son
incendiarias. Tengo una familia de pequeños y grandes queridos, y a Crosby
le gusta verme usarlos todos. Tal vez soy una descarada, o tal vez solo sé lo
que me gusta, pero esta lección oral me funciona junto con sus palabras
mientras me insta a seguir adelante, mientras me habla sucio y me envía
sobre el acantilado saltando con mi conejito.
Además, en su habitación de hotel al otro lado de la cámara, mi novio
se ve ardiente cuando toma su gruesa polla en su mano, desliza su puño de
arriba hacia abajo, y se mete hasta el final en su rol, diciéndome las cosas
que quiere hacerme cuando regrese a San Francisco.
No lo he visitado en Arizona. El tiempo no se ha alineado. Mi agenda
de trabajo preparándome para la próxima temporada ha sido una locura,
pero Matthew y yo contratamos al director general que queríamos, y Kim
está haciendo un trabajo fantástico.
Una noche, durante una cena tardía, mi amigo inglés y yo brindamos
por cómo estamos ganando fanáticos nuevos de manera lenta pero segura
incluso antes de que comience la temporada, gracias en parte al magistral
juego de ajedrez de Kim con los atletas y los acuerdos que firmó para una
estrella en ascenso nueva, un ala cerrada y un fantástico liniero defensivo,
entre otros.
—Admítelo, somos brillantes por contratarla —le digo, levantando mi
copa de vino.
—Somos los más brillantes —bromea Matthew.
—Y vamos a lograr una victoria en el Super Bowl, y luego imagínate,
no tendrás que tomar clases de vino y pintura para conocer mujeres nuevas
—digo, antes de tomar un trago de chardonnay—. Se arrojarán contra el
CEO de los Hawks.
Se ríe a carcajadas, luego deja su copa de vino tinto, su expresión
repentinamente seria.
—Tal vez no tenga que esperar hasta entonces para conocer a alguien
nuevo.
Mis ojos se abren del todo.
—Entonces, ¿eso significa que la historia de Phoebe termina
oficialmente? —Sabía que estaba terminando, al parecer cada día se
apagaba más. Pero aún no había escuchado que su relación estaba en la
254 tabla de cortar.
—No te veas tan feliz. Pero sí. A principios de esta semana dijo que
había tenido suficiente, pero a decir verdad, yo también. Odiaba mi trabajo.
Quería que lo dejara. —Suena práctico, pero sé que no es fácil.
Entrecierro los ojos, resoplando.
—Nunca te dejaré ir.
—Más te vale que no. Porque no quiero irme.
—Bien. Tendré que hacer que mi misión sea encontrarte una nueva
mujer fantástica en esta ciudad.
—¿De verdad crees que debería empezar a salir otra vez? —Suena
escéptico—. Estaba bromeando sobre todo sobre el tema del vino y la
pintura. Sinceramente, solo iría por mí.
—Entiendo por qué no querrías tener de nuevo una cita. Pero te
conozco. Te gusta estar con alguien. Cuando sea correcto, claro está.
—¿Y cómo sabría si es correcto?
Sonrío, respondiendo desde el corazón.
—Si se siente demasiado bien para ser verdad, pero es completamente
cierto.
—Suena como una película.
—Sí, y a veces historias como las de las películas se hacen realidad.
Si te vuelves a exponer ahí fuera.
Se toma un segundo, quizás considerándolo, luego asiente.
—entonces, tal vez lo haga.
Aplaudo una vez, feliz por mi amigo.
—Veamos. ¿Dónde conozco a una mujer soltera divertida, parlanchina
y de gran corazón?
Él ríe.
—En ninguna parte, porque no existen.
—Cállate. —Tarareo pensativa—. Quizás Crosby conozca a alguien.
Matthew se ríe dubitativo, con un brillo en sus ojos verdes.
—Estoy seguro de que tu novio estrella del béisbol conoce un montón
255 de mujeres solteras.
Tiene un buen punto. Excepto que, espera un segundo.
—Podría conocer a alguien. —Me inclino más cerca y susurro—:
Averiguaré si le gusta el vino y la pintura.
—Haz eso.

El día en que termine el entrenamiento de primavera y mi chico aborde


un vuelo de regreso al Área de la Bahía, seré como uno de esos muñecos de
cabeza bamboleante, lista para saltar con deseo al segundo que lo vea. Solo
unas horas más ahora.
Es viernes por la noche, y salgo a cenar con mi familia. Eric y Mariana.
Brooke y David. Mi mamá y su novio nuevo, Craig, a quien le encanta charlar
sobre la música de los 70 y es completamente adorable.
Durante las aplicaciones y la cena en un restaurante cerca de mi casa,
nos ponemos al día con lo que todos han estado haciendo durante las
últimas semanas. Durante el postre, Eric levanta su tenedor para tomar un
bocado del tiramisú, luego se aclara la garganta y se encuentra con mi
mirada.
—¿Supongo que todo lo que estás esperando es ver a mi mejor amigo
esta noche?
Asiento con una sonrisa deliciosa.
—De hecho, sí.
Brooke se ríe.
—Sí, solo ha estado revisando su teléfono durante toda la comida.
Le lanzo una mirada severa.
—No he estado haciendo eso.
Mi mamá frunce los labios como si estuviera conteniendo una sonrisa.
—Nadia, en cierto modo, lo has hecho.
Levanto las manos en señal de rendición.
—¿Me culpan?
256 —No. Lo entiendo completamente —dice Brooke, deslizando su mano
por el brazo de su esposo.
David se sonroja y luego deja caer un beso en su mejilla.
—No te culpo por querer tus manos sobre mí.
Aparentemente, mi familia está llena de pervertidos.
Incluyendo esta humilde servidora.
Al final de la comida, casi salto de mi asiento, mucho más cerca de
ver a Crosby. Me despido y camino las pocas cuadras a casa, disfrutando
del aire de la noche, la insinuación de una brisa cálida mientras marzo se
acerca a su fin en San Francisco.
Me encanta estar en casa. Pensé que extrañaría Las Vegas, pero no es
así. Aquí es donde estaba destinada a estar.
Con la familia, con los amigos nuevos, con un trabajo que me encanta
absolutamente.
Y con un chico al que conozco desde hace tantos años pero que estoy
entendiendo de una manera nueva e increíblemente maravillosa.
Quizás después de todo esto es lo que el universo tenía en mente.
O quizás, solo quizás, me aseguré de no ser lo suficientemente tonta
como para perder mi oportunidad cuando llegó.
Una hora más tarde, el tercera base de ojos azules, sonrisa torcida,
deportista firme y buen tipo entra por mi puerta, acuna mis mejillas y me
besa jodidamente.
Me derrito en sus brazos, devolviéndole el beso con la misma fuerza,
con la misma hambre.
Con la misma desesperación.
Se siente jodidamente bien compartir este maravilloso deseo salvaje
con él. Tiro de su camisa, lo arrastro al dormitorio y le arranco la ropa.
—Supongo que sé lo que más extrañaste —dice, con una voz ronca.
—Averigua cuánto —le digo, mis manos recorren su piel.
Y, oh, lo descubre. Se mueve sobre mí, deslizándose dentro de mí y,
por primera vez, llenándome sin barreras entre nosotros.
Estamos aún más cerca así, aún más conectados. Es una dicha
257 eléctrica, es lujuria sobrealimentada y es un amor loco y apasionado cuando
nos unimos.
Cuando terminamos con la primera ronda, arrastro una mano por su
pecho.
—Sobre tu prima Rachel —digo.
—¿Qué hay de ella? —Inclina la cabeza, curioso.
—Bueno, dijiste que tenía un ex idiota y que le gustaba mantenerse
ocupada uniendo a otras personas.
—Dije eso.
—Resulta que tengo un muy buen amigo que acaba de estar soltero y
es un gran tipo.
—No lo digas —dice, entendiendo lo que quiero decir.
—Tal vez la casamentera necesita que hagamos de casamenteros —le
digo, luego le cuento más sobre Matthew y él me cuenta más sobre Rachel,
y decidimos que serían perfectos el uno para el otro.
Él le envía un mensaje de texto y yo le envío uno a Matthew, y unos
minutos más tarde, hemos organizado una cita a ciegas para ellos.
—Ahora que lo hemos logrado, estaba pensando que podríamos
necesitar algunas reglas nuevas para nosotros —digo con una sonrisa.
Besa mi hombro, arrastrando sus labios a lo largo de mi piel cálida.
—¿Y cuáles serían?
—Que tengamos mucho sexo —respondo.
—Regla número uno —dice poniendo los ojos en blanco.
—Que sigamos pidiendo lo que queremos —agrego.
—Regla número dos.
—Y que tal vez compre tu equipo —digo.
Se ríe a carcajadas.
—¿Estás bromeando?
También me rio.
—Sí, lo hago.
—Está bien, entonces, esta es mi regla —dice, su tono se vuelve serio.

258 Me empujo sobre mis codos, haciéndole saber que estoy prestando
atención.
—Adelante.
Acaricia mi cabello y luego pasa su pulgar sobre mi mandíbula.
—Me dejas seguir amándote.
Beso sus labios, susurrando la única respuesta posible.
—Sí.
Luego, me levanto de la cama y agarro un regalo del escritorio.
Hundiéndome en el colchón, le doy un par de calcetines de ardilla.
—Para la temporada. Serán tus nuevos calcetines de la suerte.
Simplemente no los uses durante el sexo.
Se ríe a carcajadas.
—¿Por qué usaría calcetines de la suerte cuando ya tengo suerte?
Parece que tenemos un trato.
Holden
E
s una hermosa noche de abril cuando Crosby pasa y me recoge
para ir a un evento en la Legión de Honor. Chance también
está con él, así que nos dirigimos al cóctel en beneficio de
varias organizaciones benéficas locales.
En el camino, mi agente me llama para avisarme que los Dragones
finalmente contrataron a un gerente nuevo.
—Justo a tiempo. El día de apertura es solo… mañana.
259 —Más vale tarde que nunca —dice, luego me da detalles sobre el tipo.
Tiene un buen currículum y lo conocí una vez. Hizo un gran impacto.
Algo que me pesaba se convirtió en algo asombroso.
—Excelente elección —le digo a Josh.
Mientras me dirijo a la Legión de Honor con mis amigos, les cuento
todo sobre el gerente nuevo.
—Suena como el buda del béisbol —dice Crosby.
Estoy agradecido de haber hecho buenos amigos en la ciudad, y de
estar jugando para un equipo que está apuntando hacia arriba. Estoy
decidido a hacer todo lo posible para mantener el arduo trabajo. Nada puede
interponerse en mi camino.
Excepto que, una vez que me dirijo al evento, una silueta familiar
entra en mi línea de visión.
Ojos azules. Cabello rubio. Labios carnosos que conozco tan bien.
Labios que exploré tarde una noche hace casi dos años. ¿En serio es ella?
¿Mi mujer del qué pasaría si? En la que no he podido dejar de pensar. Doy
un paso más cerca. Ella se vuelve hacia mí. Nuestros ojos conectan. Mi piel
hormiguea. Es ella. En carne. En persona. En el mismo maldito pueblo una
vez más. Esto se siente como el comienzo de una segunda oportunidad.
La mujer que nunca he podido quitarme de la cabeza.

260
Crosby
UN AÑO DESPUÉS

H
a sido un año increíble y no me puedo quejar.
Ni siquiera necesité calcetines de la suerte para
hacer realidad esta temporada fantástica.
Aún uso mis ardillas, solo que ya no son el todo ni el
fin de todo. Son simplemente divertidos, algo que disfruto.
Calcetines de ardilla, calcetines de flamencos, calcetines de burro con
261 gafas (también conocidos como los “sabelotodo”)… Nadia me regala un par
nuevo cada mes. También le doy regalos.
Cada vez que vamos a un evento, le doy un chal nuevo.
Otras ocasiones requieren lencería de encaje.
Y a veces abre una caja de zapatos de mi parte, ya que soy bastante
bueno eligiendo tacones jodidamente sexis para que los use mi mujer.
Como, digamos, cuando la inclino sobre la cama, el sofá o la mesa.
La vida es buena. Hacemos un amplio uso de sus juguetes, sus
muebles y todos mis trajes de etiqueta, porque tenemos muchos eventos a
los que asistir.
Somos una de esas parejas conocidas. La dueña del equipo
multimillonario y su novio estelar. No me importa ser el segundo violín de
alguien tan influyente. Encuentro que el poder en una mujer es afrodisíaco.
Otros hombres podrían sentirse intimidados por el tamaño de su…
cartera.
No soy esos otros hombres.
Además, sé lo que le hago en el dormitorio, y fuera de él. Me deja
cuidar de ella en todos los sentidos, y eso es todo lo que quiero.
Esta noche, me pongo las ardillas con mi esmoquin para la ceremonia
de premiación donde se honrará a la directora general de Nadia. Nadia no
podría estar más orgullosa. Kim ha logrado mucho en el último año: registró
una temporada excelente, atrapó jugadores maravillosos y recuperó
toneladas de viejos fanáticos mientras gana nuevos.
Dejo mi teléfono en el bolsillo de mi chaqueta y me dirijo a la puerta
principal de su casa, recogiendo su bolso para ella mientras se apresura a
unirse a mí.
Me detengo en la puerta, luego me golpeo la frente, como si hubiera
olvidado algo.
—No podemos irnos sin que yo te dé el regalo que recogí para ti para
el evento de premios —le digo, todo mandón.
Está agitada, corriendo, con ganas de salir de aquí.
—Está bien. Pero, ¿puedo abrirlo en el auto?
Niego con la cabeza.
262 —No. Tienes que abrirlo ahora porque vas a querer usarlo para el
evento.
Ella ríe.
—Tienes razón —dice, mirando sus hombros desnudos—. Hace frío en
San Francisco y siempre me das los mejores chal.
—Efectivamente.
Pero no tengo un chal para ella esta noche.
En cambio, en su puerta, el mismo lugar donde la besé vorazmente la
noche que establecimos las reglas, me arrodillo, tomo su mano en la mía y
hablo desde el corazón.
—Nadia, ¿recuerdas esa noche hace un año cuando fuimos a los
Sports Network Awards?
Parpadea y susurra:
—Sí, lo hago. —Su voz tiembla y me encanta ese sonido, me encanta
la forma en que usa sus emociones de manera tan visible.
—Esa fue la noche en que en realidad nos juntamos —digo, con
vulnerabilidad en mi tono. Pero también certeza—. Esa noche comenzamos
a reconocer todo lo que estaba pasando entre nosotros dos —digo, mi pecho
se llena de calidez, con claridad—. Esa fue la noche en que admitimos que
sentíamos algo el uno por el otro, y no nos detuvimos. No permitimos que
cosas como las reglas o pautas se interpusieran. Creamos nuestras propias
reglas todos los días.
Con una sonrisa que podría iluminar la ciudad, aprieta mi mano.
—Seguro que hicimos nuestras propias reglas.
Respiro para estabilizarme.
—Quiero seguir inventando reglas y romperlas contigo. Quiero seguir
amándote y haciéndote feliz. Quiero que seas mi acompañante, mi pareja,
mi amiga, mi amante y mi esposa. ¿Quieres casarte conmigo?
Con lágrimas ya corriendo por su rostro hermoso, cae de rodillas,
envuelve sus brazos alrededor de mí y dice:
—Sí. He estado tan lista para casarme contigo durante mucho, mucho
tiempo.

263 —Bien —le digo, radiante, con la alegría llenando cada célula a medida
que saco la caja de mi bolsillo, la abro y disfruto de la forma en que ella mira
boquiabierta.
Es todo un anillo.
Es grande, brillante y contiene todo tipo de quilates.
Le queda bien.
Es una mujer de ciudad. Cuando va a reuniones, conferencias, cenas,
haciendo sus cosas rudas, quiero que todos sepan que la han cautivado a
lo grande.
La forma en que también me cautivó.
Solo ella.
Deslizo el anillo en su dedo y ella lo mira, asombrada.
—Entonces, ¿ahora seré la acompañante de mi prometido? ¿Esa es la
comedia romántica que Hollywood va a hacer sobre nosotros?
—Así es —digo—. Y alerta de spoiler, tiene un final feliz. Todos los días
y todas las noches, tiene un final muy feliz.
Justo como nosotros.

Fin

264
L
a mujer que quiero está tan
fuera de los límites como puede
ser.
Tuve una excusa hace dos
años cuando la conocí en el
campus. Me entrevistó para una historia
sobre las estrellas en ascenso de las grandes
ligas del béisbol y compartimos una caliente
noche apasionada que terminó demasiado
pronto, y sin mencionar quién era su padre.
Ahora sé que la mujer inocente pero
sexy en la que no puedo dejar de pensar es la
hija del entrenador.
265
Eso significa que su papá es el tipo que
determina si bateo cuarto en la alineación
titular en cada juego, o me quedo en la banca.
Razón de más para resistirme a la seductora, confiada e inteligente
Reese cada vez que me encuentro con la reportera convertida en publicista
deportiva.
Eso debería ser bastante fácil, hasta el momento en que confiesa que
todavía lleva su tarjeta V, y quiere canjearla desde el día que nos conocimos.
Mantenerse alejado de ella va a ser más difícil que resistir una bola
rápida por el medio.
Especialmente porque estoy bastante seguro de que ella es la que se
escapó, y dejar que se me escurra entre los dedos otra vez sería un error de
novato.
Rules of Love #2
266
Desde que autopublicó su primer romance CAUGHT UP IN US hace
tres años, Lauren Blakely ha vendido más de un millón de libros. Es
conocida por su estilo sexy de romances contemporáneos, llenos de calor,
corazón y humor.
Una devota fanática del pastel y los caninos, Lauren ha trazado
novelas enteras mientras caminaba con sus amigos de cuatro patas. Vive en
California con su familia. Con diez éxitos en ventas en Nueva York, sus
títulos han aparecido en las listas de libros éxitos en ventas de New York
Times, USA Today y Wall Street Journal más de cuarenta veces.
Rules of Love Serie:
1. The Rules of Friends with Benefits
2. The Virgin Rule Book
3. The Rules of Blind Dates
4. The Virgin Game Plan
5. The Virgin Replay
6. The Virgin Scorecard
TRADUCCIÓN
Flochi y LizC

CORRECCIÓN, RECOPILACIÓN Y REVISIÓN


LizC y Vickyra

267 DISEÑO
Tolola
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