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Patristica - La Trinidad - Dispensa Completa
Patristica - La Trinidad - Dispensa Completa
INTRODUCCIÓN
SIGLOS I-II
A) PADRES APOSTÓLICOS
10 Rahner observa a propósito de este error que no está totalmente ausente de las representaciones comunes
de los fieles. Cf. K. RAHNER, Quelques remarques sur la traitè dogmatique “De Trinitate”, Écrits théologiques
VIII, ed. DDB, París (1967) pp. 139-140. Citado por J. H. Nicolas, p. 65.
11 Cf. L. PADOVESE, op. cit., p. 65.
12 “La Didaché, es a lo que parece, el más antiguo escrito cristiano, no canónico, anterior incluso a algunos
libros del Nuevo Testamento”. D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, ed. BAC, Madrid (1979) p. 29.
13 SAN JUSTINO, Apologia, I, 61, 3: “Luego los conducimos a un sitio donde hay agua, y por el mismo
modo de regeneración con que nosotros fuimos regenerados, son regenerados ellos, pues entonces toman en el agua el
baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del Universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo...
para que alcancemos el perdón de nuestras faltas pasadas, se invoca en el agua, sobre el que quiere ser regenerado, en
el nombre de Dios, Padre y Soberano del Universo... y es también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado
bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que predijo por los profetas todo lo referente a Jesús...” (texto
anterior al año 150).
14 Cf. SAN IRENEO DE LYON, Demostración de la predicación apostólica, 3, 7.
15 Cf. TERTULIANO, De Baptismo, 13.
16 B. STUDER, Diccionario Patrístico y de la antigüedad cristiana (La Trinidad), ed. Sígueme, Institutum
Patristicum Agustinianum, p. 2157.
17 Según Auer-Ratzinger escrita entre los años 92 y 101. Cf. op. cit. p.189.
18 SAN CLEMENTE ROMANO, I Corintios 46,5ss: PG 1,304. Citado por Auer-Ratzinger, p. 185.
Lo que más a menudo se menciona es la divinidad de Jesucristo. Esto
puede comprobarse en expresiones de algunos Padres, por ejemplo San
Ignacio de Antioquía: “Dejadme imitar la Pasión de mi Dios”19; o también en
los nombres que se le aplican a Cristo: Luz, Ley, Principio 20, etc...; testimonios
más claros que los que pueden encontrarse respecto al Espíritu Santo.
También existen testimonios que hablan de la pre-existencia de Cristo,
por ejemplo, en la Epístola de Bernabé; allí se enseña que Cristo estaba con
Dios Padre cuando creó el mundo y que las palabras “Hagamos al hombre a
imagen y semejanza nuestra” a Él fueron dirigidas por el Padre21.
Es necesario decir algo sobre las herejías que comienzan a surgir con
diversa intensidad ya en el siglo II. Dice al respecto J. Quasten: “El
cristianismo tuvo que defenderse contra dos enemigos exteriores: el judaísmo y
el paganismo; y a la par contra dos enemigos interiores: el gnosticismo y el
montanismo”25.
Los gnósticos26 eran partidarios de un cristianismo que, ajustándose a
este mundo absorbiera los mitos religiosos de Oriente y atribuyera a la filosofía
religiosa de los griegos un papel predominante, incluso por encima de la
Revelación cristiana. Era una forma de racionalizar los misterios vaciándolos de
contenido. Los montanistas, por su parte, (que esperaban de un momento a
otro la destrucción del mundo) proponían como único ideal cristiano para todos
los fieles la renuncia total al mundo y a sus placeres y el retiro efectivo del
mismo. De ambos errores, el gnosticismo fue sin duda el más peligroso.
San Ireneo de Lyon -el teólogo más importante de su siglo-27 dirigió
contra los gnósticos su obra más importante, el Adversus Haereses28 que “fue
compuesta en los años que siguen al 180: los primeros tres libros bajo el Papa
Eleuterio (175-189) y los otros dos bajo (el Papa) Víctor (189-198)”29.
24 TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, Ad Autolycum, 2, 15: PG 6,1077. Redactado en el año 181 ó 182.
25 Patrología, t.1, p. 251.
26 “Los orígenes del gnosticismo hay que buscarlos en los tiempos precristianos. Investigaciones recientes
han demostrado que desde Alejandro Magno inaugurando el período helenístico... (334-324 a.C.) se habría ido
desarrollando esta extraña mezcla de filosofía griega y religión oriental que llamamos gnosticismo. De las religiones
orientales... heredó... su fe en un dualismo absoluto...; su teoría del origen del bien y del mal de dos principios y
substancias fundamentalmente diferentes...” (Ibid.). “El último representante del gnosticismo precristiano fue Simón
el Mago, contemporáneo de los apóstoles... (Act. 8, 9-24)” Ibid., T. 1, p. 252.
27 Ibid., T. 1, p. 287.
28 En ella pone en evidencia el carácter pseudocristiano del gnosticismo, provocando el abandono de estas
sectas de muchos fieles cristianos. Además defiende la doctrina cristiana de un modo orgánico y sistemático por lo
que merece ser considerado como fundador de la teología cristiana. Cf. ibid., T. 1, pp. 294-295.
29 G. BOSIO, E. DAL COVOLO, M. MARITANO, Introduzione ai Padri della Chiesa, Secoli II e III, ed.
SEI, Torino 1991, p.7.
Los gnósticos en general sostenían la existencia de dos principios
supremos distintos, distinguiendo al Demiurgo del Antiguo Testamento, creador
de las cosas materiales, y al Dios del Nuevo Testamento, autor de las
realidades espirituales. Por esto, Ireneo debió destacar especialmente la
unidad de Dios; más aún tuvo que acentuar la identidad del Dios verdadero,
infinitamente bueno y santo, la identidad del Dios del Antiguo Testamento,
Creador del mundo, con el Dios que se revela como Padre del Logos en el
Nuevo Testamento. Esto no atenta contra una trinidad en Dios, pero Ireneo
opta por no usar el término, aunque enseñe explícitamente ese contenido. Así,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son puestos en un mismo plano: existían
antes de la creación de las cosas, porque la palabras Hagamos al hombre... el
Padre las dirige al Hijo y al Espíritu Santo, a quienes en razón de su unidad con
el Padre y su misión en la creación del universo, llama “manos de Dios”30.
SIGLO III
A) PADRES LATINOS
30 Cf. SAN IRENEO DE LYON, Adversus Haereses, V, 1,3; V, 5, 1-2; V, 28,1; Demonstratio, 11.
31 J. QUASTEN, op. cit., T. 1, p. 546.
32 Ibid., T. 1, p. 583.
33 Cf. G. BOSIO ..., op. cit., p.113.
34 TERTULIANO, Adversus Praxeam, 4, 1. Citado por G. BOSIO ... , op. cit., p.141.
35 Ibid., 2, 1. Citado por G. BOSIO..., op. cit., p. 114-115.
distribuidos en las personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
(Adv. Prax. 2, 3-4).
“...Éste (el Hijo), como quiera que es engendrado por el Padre, siempre
está en el Padre... siempre, pues, en el Padre, pues de otra suerte el
Padre no sería siempre Padre... Tiene un origen, puesto que nace y
procede del Padre, de un modo misterioso. Con todo, a pesar de haber
nacido y tener así origen, es en todo semejante al Padre, precisamente
por su nacimiento, puesto que nace del Padre, que es el único que no
tiene origen” (De Trin. 31).
“Por esto nosotros no afirmamos, como retienen los herejes, que una
parte de la substancia del Padre se ha mudado en el Hijo, ni que el Hijo
ha sido procreado de la nada por Dios, es decir, fuera de su substancia,
y que así hubo un tiempo en el cual Él no existió...” (De Princ. IV, 4,1).
44 Para éstos, el Logos -energía divina- asume al hombre Cristo, lo “adopta”, pues no es de suyo Hijo natural
de Dios.
45 “Orígenes usa con frecuencia el término ‘trinidad’ (Trías)” J. QUASTEN, op. cit., T. 1, p. 388.
46 ORÍGENES, Comentarii in Iohannem, 2,10 (6), 75. Citado por G. BOSIO..., op. cit., p. 332.
47 “El primer y más importante de estos nombres es el de Sabiduría. En cuanto tal el Hijo es el mundo
inteligible, que contiene los principios de la creación, los gérmenes de los seres (que corresponden a las ideas
platónicas). El segundo es el de Logos, palabra y razón, que revela los misterios contemplados en el Padre,
contenidos en la Sabiduría y participados a la creatura racional” (G. BOSIO..., op. cit., p. 333, nota a pie 47).
48 “Orígenes afirma claramente algunos puntos dogmáticos esenciales sobre el Espíritu Santo (existencia,
divinidad, obrador de la santificación de los creyentes) y no profundiza otras cuestiones que serán tratadas más tarde -
en el siglo IV-” (G. BOSIO..., op. cit., p. 334, nota a pie 52).
dotados de razón y el Espíritu Santo es quien con su acción produce los santos
(“santifica”). Así la Trinidad obra en perfecto acuerdo y unidad de intención49.
Se ha acusado a Orígenes y a su Teología del Logos de
subordinacionismo en base a textos en los que el Padre viene presentado en
un cierto plano de superioridad respecto del Logos y del Espíritu Santo 50.
Contra tal acusación debe recordarse que Orígenes sostuvo que el Hijo es de
la misma substancia del Padre (homooúsios)51. Por otra parte la especulación
origeniana -y es muy importante notarlo- no se detiene en la consideración de
las Personas divinas en sus relaciones con obra de salvación en el mundo, sino
que es el primer autor oriental que indaga en el misterio trinitario en sí mismo,
especialmente las relaciona entre el Padre y del Logos52.
Finalmente, téngase presente que del pensamiento de Origenes se ha
servido toda la teología posterior, influyendo notablemente en la especulación
trinitaria de todos los Padres griegos.
EL SIGLO IV
San Atanasio (295-373) que fue el alma del Concilio de Nicea y sucesor de
Alejandro en la sede de Alejandría, defendió la consubstancialidad del Hijo con
el Padre y fue su principal intérprete; además explicó por qué fue introducido
este nuevo término en el símbolo de la fe, término que no se encuentra en la
Sagrada Escritura57.
Se trataba de precisar la perfecta identidad del Hijo con el Padre en la
divinidad: el término semejante (homóios) era insuficiente, desde el momento
que algunos querían interpretarlo como simple semejanza, sin identidad. Desde
Occidente Tertuliano había introducido la fórmula “ex substantia Patris”, que
indicaba que el Hijo no había sido producido “ex nihilo”; esta fórmula había sido
55 J. QUASTEN, op. cit. T. 1, p. 433.
56 Su doctrina es un producto típico del racionalismo teológico. Satisfacía plenamente a las inteligencias
superficiales, pues daba una respuesta sencilla y fácil a la cuestión de las relaciones que existen entre Dios Padre y
Dios Hijo. Ahorraba a sus seguidores el estudio de las relaciones al interno de la Trinidad. Cf. J. QUASTEN, op. cit.
T. 2, p. 10.
57 Cf. SAN ATANASIO, De Symbolo Quicumque; De Decretis Nicaenae Synodi.
incluida en el Símbolo, pero era necesario también precisar que la substancia
divina no se reducía en partes. La frase “ex substantia Patris” debía significar
que la misma substancia del Padre, por razón de la procesión del Hijo, era la
substancia del Hijo. Para expresar esta realidad se adoptó el término
“consubstancial” (homooúsios).
La consecuencia de generación tan particular era que, en el ámbito
trinitario, no podía haber más que un solo Hijo. San Atanasio explica este
hecho del siguiente modo:
58 SAN ATANASIO, De decretis Nicaenae Synodi, 11. Citado por Quasten, T. 2, p. 71.
59 IDEM, De Symbolo Quicumque, 41. Citado por Quasten, T. 2, p. 72-73.
B) LOS PADRES CAPADOCIOS
1) Basilio el Grande
3) Gregorio de Nyssa
SIGLO V
LA OBRA DE SAN AGUSTÍN
“La doctrina trinitaria occidental recibió su forma definitiva por obra del
Obispo de Hipona, San Agustín (+ 431), que escribió quince libros sobre la
Trinidad entre los años 398-417...”72.
Los comentadores en general coinciden en destacar la obra agustiniana
como punto de partida para la especulación trinitaria: la Trinidad considerada
en sí misma, o también llamada Trinidad inmanente. Von Campenhausen
afirma: “él (Agustín) no se acerca a la doctrina de la Trinidad siguiendo la vía
de sus orígenes históricos: encarnación del Hijo, experiencia en la comunidad
primitiva del Espíritu; él parte... ‘filosóficamente’ de la eterna existencia de la
divinidad en sí misma”73. Auer, por su parte, dice: “Agustín empieza por
desarrollar desde el neoplatonismo una cierta imagen del Dios infinito, que es
‘bueno sin cualidad, grande sin cantidad, creador sin necesidad,... siempre
duradero sin tiempo, creador de las cosas cambiantes sin cambio de Sí mismo,
un ser sin sufrimientos’. Dios, como ese ser en sí simplemente inmutable, se
entiende desde el Yo soy el que soy de Ex 3,14”74.
Es notorio -los dos textos citados lo muestran de algún modo- cómo
algunos autores modernos señalan el inicio de la especulación agustiniana en
las nociones filosóficas del neoplatonismo recibido75; en el primer texto se dice:
“Él parte... ‘filosóficamente’76 de la eterna existencia de la divinidad en sí
misma” y Auer dice: “Agustín empieza por desarrollar desde el
neoplatonismo...”. Ambas expresiones son equívocas.
Por el contrario, San Agustín comienza con la profesión de fe: “Esta es
mi fe, pues ésta es la fe católica” (De Trinitate 1,4). Luego expone las
dificultades que la razón se plantea (ibid. 1,5) y explora las Escrituras para
esclarecerlas...”77.
72 Ibid.
73 Cf. H. VON CAMPENHAUSEN, Agostino, en I Padri della Chiesa latina, trad. del alemán, ed. Sansoni,
pp. 232-233. Citado por L. PADOVESE, op. cit., p. 78.
74 AUER-RATZINGER, ... p. 207.
75 Algunos autores modernos hacen dialéctica entre una especulación trinitaria que brota puramente de los
datos bíblicos y otra que brotaría más bien de concepciones de tipo filosófico heredadas del helenismo. En nuestros
días han surgido interpretaciones mas bíblicas que parecen reducir la divinidad de Cristo a una presencia única de
Dios en él, la cual respetaba su plena personalidad y consistencia humana (cf. J. GALOT, Verso una nuova
Cristologia, Iº Parte; SAG. CONG. PARA LA DOCT. DE LA FE, Mysterium Filii Dei, 08/03/1972, nº 3).
Con esta dialéctica se pretende desacreditar el uso de las nociones filosóficas en el esclarecimiento de los
datos revelados y en los intentos de explicación de los mismos como si tal uso fuese un modo de “racionalizar” el
misterio. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que “para la formulación del dogma de la Trinidad, la Teología
debió crear una terminología propia, con ayuda de nociones de origen filosófico: ‘substancia’, ‘persona’ o
‘hipóstasis’, ‘relación’, etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo,
sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un misterio inefable, ‘infinitamente más
allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana’ (PABLO VI, Credo del Pueblo de Dios, 2)”; Cf. CI,
251).
76 Las comillas las pone el autor.
77 A. TRAPÉ, Patrología, ed. BAC, Madrid 1981, T. III, p. 511.
Veamos ahora sintéticamente los principales aportes de la doctrina de
San Agustín. Tres son los aportes más destacados de su pensamiento sobre la
Trinidad. Tales aportes serán la clave de la especulación escolástica posterior y
sobre todo de la especulación tomista, que se presenta como la cumbre en la
reflexión trinitaria:
1) Propone la doctrina de las relaciones como única vía para evitar los errores
de Arrio y Sabelio78.
2) Afirma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un único
principio79, aunque principalmente del Padre, pues el Padre que es el principio
de la deidad, concede al Hijo el espirar el Espíritu Santo 80. Además procede
como Amor, y, por tanto, no es engendrado, pues propio del amor es no ser
imagen, sino peso, don, comunión81.
3) Aporta la explicación psicológica de la Trinidad que ilustra, a la vez, el
misterio del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. En efecto, San
Agustín encuentra en la mente del hombre una imagen de la Trinidad, que
expresa con diversas fórmulas, como por ejemplo: mens, notitia, amor; o
aquella otra que es una trinidad más evidente: memoria, intelligentia, voluntas82.
78 Ibid.
79 Cf. SAN AGUSTÍN, De Trinitate, V, 14.
80 Ibid., XV, 17.
81 A. TRAPÉ, op. cit., T. III, p. 512. Así San Agustín ofrece la razón teológica -que luego recogerá Santo
Tomás- que permite vislumbrar la distinción entre la generación del Hijo y la procesión del Espíritu Santo.
82 De Trinitate, XV, 14.16.
83 De Spiritu Sancto, I, 2. Citado por Auer-Ratzinger, p. 331.
84 Cf. AUER-RATZINGER, p. 338.
De acuerdo a esta equivalencia de términos resultaba inaceptable para
los latinos que en Dios hubiese tres substancias. San Agustín lo expresa de un
modo totalmente claro y reitera la fórmula típica de occidente:
1) El término hypóstasis
Para este término hay que distinguir una doble significación: a veces
este término alude a “substancia”, “naturaleza” o “esencia” reales, y... otras
veces designa al “individuo subsistente”. Estos dos sentidos se encuentran no
sólo en escritores contemporáneos, sino incluso en los escritos de un mismo
autor. Esto ha tenido como consecuencia no pocas discusiones; sin embargo,
lo que es indudable desde el principio es que siempre el término designó una
realidad objetiva y consistente y nunca una mera abstracción.
3) El término prósopon
Así, en San Basilio, para cada hypóstasis se salva “no sólo la unidad de
substancia divina concreta (ousía) sino también la característica de los
prósopon, es decir, los aspectos bajo los cuales se presenta cada hypóstasis
en razón de las propiedades de cada una de ellas”105.
116 Istituto Patristicum “Agustinianum”, Lo Studio dei Padri della Chiesa nella ricerca attuale, Roma
1991, p. 349, citando a la Congregación para la Educación Católica, Istruzione sullo studio dei Padri della chiesa
nella formazione sacerdotale”, 10/11/1989, ed. Pontificia Universitá Lateranense, nº 33.
117 Ibid., nº 34.
118 PABLO VI, Carta a Su Emcia. el Cardenal Michele Pellegrino por el centenario de la muerte de
J.P.Migne, 10/05/1975: A.A.S. 67, p. 471.
119 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Patres Ecclesiae, 02/01/1980: A.A.S. 72, p. 6.
EL PRIMER TEÓLOGO DE LA TRINIDAD: TERTULIANO
INTRODUCCIÓN
I. TEOLOGÍA Y FILOSOFÍA
Mientras Clemente de Alejandría sentía una profunda admiración por los pensadores
de Grecia y atribuía a la Filosofía entre los paganos la misma importancia que había tenido la
Ley entre los judíos, Tertuliano, por el contrario, estaba convencido de que la filosofía y la fe no
tienen nada en común:
“En efecto, ¿qué hay de común entre Atenas y Jerusalén? ¿Qué concordia puede
existir entre la Academia y la Iglesia? ¿qué entre los herejes y los cristianos? Nuestra
instrucción nos viene del Pórtico de Salomón, y éste nos enseñó que debemos buscar
al Señor con simplicidad de corazón. ¡Lejos de vosotros todas las tentativas para
producir un cristianismo mitigado con estoicismo, platonismo y dialéctica! Desde que
poseemos a Cristo, no nos interesa disputar sobre ninguna curiosidad; no nos interesa
ninguna investigación después que disfrutamos del Evangelio. Nos basta nuestra fe y
no queremos adquirir nuevas creencias”. (De Praescr. 7)
Habla como si toda ciencia humana tuviese que ser arrojada de la Iglesia, puesto que
“pretende (la razón humana) conocer la verdad cuando en realidad sólo la corrompe” 120. En
consecuencia,
“¿qué hay de común entre el filósofo y el cristiano, entre el discípulo de Grecia y el del
Cielo, entre el que busca la fama y el que trabaja por su salvación, entre el que teje
bellos discursos y el que obra buenas acciones, entre el que edifica y el que destruye,
entre el amigo y el enemigo del error, entre el que corrompe la verdad y el que la
guarda y la enseña?”121.
Ni siquiera Sócrates, a quien decía Justino consideraba “un cristiano”. Según Tertuliano
no fue más que un “corruptor de la juventud”122, por no hablar “del miserable Aristóteles”123. Sin
embargo no puede dejar de confesar que la especulación griega alcanzó atisbos de verdad:
“Naturalmente, no negaremos que los filósofos, a veces, han pensado como nosotros” 124. Esto
120 De Praescr., 7.
121 Apologet., 46.
122 Ibid.
123 De Praescr., 7.
124 De an., 2.
lo admite especialmente de Séneca, con quien coincide muchas veces: “Séneca saepe
noster”125.
No obstante lo dicho, no hay que decir que sobre Tertuliano influyó el estoicismo,
especialmente su noción de Dios y del alma, como así también muchos de sus principios
morales dependen de tal filosofía. Pero en los casos en que hay semejanza entre las doctrinas
de la Iglesia y las enseñanzas de los filósofos paganos, tiene mucho cuidado de advertir que
éstos “las robaron” del Antiguo Testamento, el cual, como fuente de la Revelación, pertenece a
los cristianos. Según Tertuliano los pensadores antiguos no han hecho otra cosa que
“adulterar” las verdades recibidas de Dios. Ellos son, por consiguiente, los responsables de las
herejías; son los “patriarcas de los herejes”126.
Veinte años más tarde, en los Philosophumena de Hipólito de Roma se observará la
misma tendencia a atribuir a la filosofía pagana todos los desvíos de la fe. No debe extrañar
pues que, con tal desconfianza en la inteligencia humana, jamás intentara construir un sistema
teológico con las opiniones aisladas que iban tomando forma en su mente en el curso de sus
luchas con sus adversarios.
Como abogado, Tertuliano tenía más confianza en los argumentos jurídicos que en las
pruebas filosóficas. Exigía a los perseguidores que respetasen la ley y sus normas auténticas.
Fue el derecho el que inspiró su obra más grande en defensa de la Iglesia; el Apologeticum; y
fue también el derecho el que le proporcionó el principal argumento contra la herejía: la
Praescriptio haereticorum. Según Tertuliano, este recurso jurídico hacía inútil toda controversia
con los disidentes, pues el peso de la prueba recaía sobre ellos como innovadores:
III. LA REGLA DE LA FE
Esta fórmula es la más libre de glosas y comentarios que nos ofrece Tertuliano. En otra
parte de su obra, sin embargo, se refiere a la “regula fidei”: en Adv. Prax. 2 y en De praescr.
13. Veamos el segundo pasaje, que es el más extenso y completo de los dos:
“He ahí, pues, la regla o símbolo de nuestra fe, pues vamos a hacer una declaración
pública de nuestras creencias. Creemos que no hay más que un solo Dios, autor del
mundo, que ha sacado todas las cosas de la nada por su Verbo, engendrado antes
que todas las criaturas. Creemos que este Verbo, que es su Hijo, se manifestó en
nombre de Dios bajo distintas formas a los patriarcas; que habló por medio de los
profetas; que bajó por el Espíritu y el Poder de Dios Padre al seno de la Virgen María
donde se hizo carne; que nació de ella; que es Nuestro Señor Jesucristo, que predicó
la ley nueva y la nueva promesa del reino de los cielos. Creemos que hizo milagros,
que fue crucificado; que resucitó al tercer día; que subió a los cielos y está sentado a la
diestra del Padre; que ha enviado en lugar suyo la virtud del Espíritu Santo para guiar a
los que creen; en fin, que vendrá con grande majestad para llevar a los santos y
hacerles gozar de la vida eterna y de las promesas celestes, y para condenar a los
culpables al fuego eterno, después de haber resucitado a unos y otros devolviéndoles
la carne. He aquí la regla de la fe que nos enseñó Jesucristo, como lo probaremos.
Sobre ella no hay jamás entre nosotros disensión alguna, fuera de las que provocan
las herejías y fabrican los herejes” (De praescr. 13).
Si comparamos estos dos pasajes que acabamos de citar (De virg. vel. 1 y De praescr.
13) se puede ver que en el primero no se menciona al Espíritu Santo, mientras en el segundo lo
hace claramente. En el Adversus Praxeam se hace también mención de la tercera persona; allí
el symbolum termina sin hablar de la resurrección de la carne, con un breve credo trinitario:
“Envió, como había prometido, al Espíritu Santo, al Paráclito del Padre, Santificador de la fe de
los que creen en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo” (Adv Prax.)
Finalmente, en otro pasaje del De Prascriptione, alaba la fe que la Iglesia de Roma
tiene en común con la de África: “Reconoce un Señor Dios Creador del universo, y a
Jesucristo, Hijo del Dios Creador, nacido de la Virgen María, y la resurrección de la carne” (De
praescr. 36).
Esta fórmula es similar a la ya citada en De virg. vel. 1. Parece, pues, que Tertuliano
conocía dos fórmulas, una de tres elementos y la otra sólo de dos. Si exceptuamos esta
diferencia, todas las fórmulas se asemejan entre sí en la forma y en el contenido y prueban la
existencia de un “resumen” de la fe cristiana que se acerca al símbolo bautismal citado por
Hipólito de Roma en su Traditio Apostolica del año 217.
Es, sin embargo, en su obra Adversus Praxeam donde la doctrina de la Trinidad halla
su expresión más perfecta. En el capítulo 25 de esta obra explica la relación existente entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de la siguiente manera: “Connexus Patris in Filio et Filii in
Paraclito tres efficit coherentes, alterum e altero. Qui tres unum sunt, non unus”.
Tertuliano fue también el primero en emplear el término “persona” al hablar de los Tres-
distintos en Dios, término que habría de hacerse tan famoso en la historia de la teología
posterior.
Del Logos afirma que es “otro” respecto del Padre, y en el sentido de persona no de
substancia; para distinción, no para división (“alium autem quomodo accipere debeas iam
professus sum, personae non substantiae nomine, ad distinctionem non ad divisionem” 139). La
palabra persona es también aplicada al Espíritu Santo a quien Tertuliano llama “la tercera
persona”:
De ser así, el Hijo, en cuanto tal, no sería eterno140, aunque el Logos era res et persona
ya antes de la creación del mundo “per substantiae proprietatem”141. El Padre es la sustancia
entera (“tota substantia est”), mientras que el Hijo es una emanación y porción del todo
(“derivatio totius et portio”), y la razón, como Él mismo confiesa, es “porque el Padre es mayor
que Yo” (Jn. 14, 28).
La analogías que emplea Tertuliano para explicar la divinidad revelan también sus
tendencias subordinacionistas, especialmente cuando dice que el Hijo proviene del Padre como
el rayo de luz sale del sol:
“Dios ha proferido el Verbo, como lo enseña el mismo Paráclito, como una raíz produce
retoños, como un manantial da origen a un arroyo, como el sol emite rayos de luz.
Estas manifestaciones son emanaciones de las substancias de las que se derivan. Por
consiguiente, no vacilo un momento en decir que el árbol, el arroyo y el rayo son ‘hijos’
de la raíz, del manantial y del sol. En efecto todo manantial es un ‘padre’, y lo que
procede del manantial es un engendrado. Ocurre otro tanto en el caso del Verbo de
Dios, que ha recibido con propiedad el nombre de Hijo, y así como el árbol no está
separado de su raíz, ni el arroyo de su manantial, ni el rayo del sol, de igual manera el
Verbo tampoco está separado de Dios.
Por consiguiente, siguiendo la forma de estos ejemplos, declaro que reconozco a dos
personas, Dios y su Verbo, el Padre y su Hijo. Porque la raíz y el árbol son dos cosas,
pero unidas; el manantial y el arroyo son dos manifestaciones, pero indivisas; el sol y el
rayo son dos objetos para la vista, pero el uno en el otro. Toda cosa que procede de
otra es necesariamente la segunda en relación a aquella de la cual procede, pero no
necesariamente separada.
Ahora bien, donde se encuentra un segundo hay dos, y donde se encuentra un tercero,
hay tres. El Espíritu, pues, es el tercero partiendo del Padre y del Hijo, lo mismo que el
fruto salido del árbol es tercero a partir de la raíz; o como el canal que deriva del arroyo
es tercero a partir del manantial; o, en fin, como la extremidad del rayo es tercera a
partir del sol. Pero ninguno de ellos es extraño al principio del cual procede y recibe
sus propiedades. De igual modo, la Trinidad, procediendo del Padre por medio de
grados que se encadenan indivisiblemente el uno al otro, no obsta a la monarquía,
mientras que salvaguarda el estado de la economía” (Adv. Prax. 8)
Interesa destacar particularmente dos obras de Tertuliano por el influjo que tendrán en
la Teología posterior, sobre todo en San Hilario de Poitiers: el Adversus Hermogenem y el
Adversus Praxeam.
1) EL ADVERSUS HERMOGENEM
“Abandonando a los cristianos por los filósofos, a la Iglesia por la Academia y por el
Pórtico, ha aprendido de los estoicos a colocar la materia en el mismo nivel que Dios,
como si hubiera existido desde siempre, sin haber nacido ni haber sido creada. Según
él, no habría tenido ni principio ni fin. Dios se habría servido luego de ella para crear
todas las cosas”142
2) ADVERSUS PRAXEAM
Práxeas era un modalista (o patripasiano), que identificaba al Padre con el Hijo. Según
él: "El mismo Padre descendió a la Virgen, nació de Ella, sufrió; Él fue en realidad
Jesucristo"144. Cuando ésta doctrina se propagó por Cartago, Tertuliano la refutó con su Tratado
Adversus Praxeam, que representa la contribución más importante del período anteniceno a la
doctrina de la Trinidad145.
En su argumentación contra los modalistas Tertuliano toma como punto de referencia
aquello que Dios mismo ha dicho acerca de Sí en las Sagradas Escrituras. Y allí habla de su
Sabiduría, la cual desde el principio "pensaba". Esto da fundamento para pensar que Dios
desde siempre fue Uno y Único, pero, en cierto sentido, no lo era; si pensaba significa que con
146 En efecto, aunque Sabiduría y Verbo son nombres idénticos para la Segunda Persona de la
Trinidad, Tertuliano distingue entre un "primer nacimiento", antes de la creación (en cuanto Sabiduría
personal pero inmanens), y un "segundo nacimiento" (o nativitas perfecta) al momento de la creación,
cuando el Logos fue proferido y la Sabiduría vino a ser Verbo: “Fue entonces cuando el Verbo recibió su
manifestación y su complemento, ésto es, el sonido y la voz, cuando Dios dijo: ‘¡Haya luz!'. Ese es el
nacimiento perfecto del Verbo, cuando procedió de Dios. Primero fue producido por Él en el pensamiento
bajo el nombre de Sabiduría: 'Dios me creó al principio de mis caminos'(Prov. 8,22). Luego fue
engendrado con vistas a la acción: 'Cuando Dios hizo los cielos, estaba cerca de Él' (Prov. 8,27)". Adv.
Prax. 7.
LA CRISIS ARRIANA Y EL CONCILIO DE NICEA:
DE ORÍGENES A SAN ATANASIO
“Por esto nosotros no afirmamos, como retienen los herejes, que una
parte de la substancia del Padre se ha mudado en el Hijo, ni que el Hijo
ha sido procreado de la nada por Dios, es decir, fuera de su substancia,
y que así hubo un tiempo en el cual Él no existió...” (De Princ. IV, 4,1).
147 G. BOSIO, ..., op. cit., p. 290.
Contra los adopcionistas148 afirma que el Logos ha sido generado
eternamente del Padre y que ese Logos es Cristo. Presenta a la Trinidad 149 de
personas divinas como poseedoras de una sola y misma esencia (ousía), pero
son distintas en cuanto a la hipóstasis 150.
* El Padre es principio (arché), fuente y plenitud de la divinidad en
cuanto comunica su vida divina al Hijo -por una generación eterna- y al Espíritu
Santo por medio del Hijo. De modo que, al interno de la Trinidad, el Padre es
origen del Hijo y del Espíritu Santo, y junto con éstas dos hypóstasis divinas,
origen de todas las cosas. El Padre es, por tanto, el origen de todo.
* El Hijo es al mismo tiempo Dios y hombre. En cuanto Dios, es
generado continua y eternamente por el Padre, como el rayo de la luz, como la
voluntad de la inteligencia:
A) LA DOCTRINA DE ARRIO
B) LA CRISIS ORIGENIANA
A) LA FORMULACIÓN DE LA FE NICENA
162 Cf. ATANASIO, Tomus Antioch.: PG 26, 796-809. Por otra parte, el homousios es también un punto crucial
de la investigación reciente sobre la fe de Nicea, sobre el cual los estudiosos, hasta la fecha, no se ponen de acuerdo
sobre el origen y el significado del término.
unicidad de sustancia divina sino más bien la verdadera divinidad de Cristo.
Como paralelo a la fórmula procedente de la tradición alejandrina “ex ousía toú
Patrós”, y en contraposición a la fórmula condenada “de algún otro ser” (DS
126), homooúsios más que como “de una única sustancia”, debe entenderse
como “de la misma esencia” (o de igual sustancia).
Por otra parte, con el homo-oúsios se expresaba también que la plena
igualdad del Hijo con el Padre se funda en la generación eterna, motivo por el
cual Arrio y Eusebio de Nicomedia habían rechazado el homooúsios ya antes
de Nicea163; y durante el Concilio fue la piedra de toque164.
Así, según la fe nicena, Cristo es verdadero Dios porque es verdadero
Hijo de Dios. Dicho técnicamente: Él es el monogenés; su ousía deriva del
Padre; y si Él es “nacido” del Padre y no “creado” por el Padre, su ousía es
igual a la del Padre. Las consecuencias se deducen lógicamente: Cristo es
también coeterno con el Padre y, en cuanto Hijo nacido del Padre (y nacido per
naturam, no per voluntatem) participa de tal modo en la naturaleza del Padre
que Él mismo es también Creador.
A) SU VIDA
Para la historia de su vida, las fuentes más importantes son sus propios
escritos y la introducción siríaca a sus Cartas festales. Existen también otras
fuentes: una Historia Athanasii, conservada en latín, que se conoce
generalmente con el nombre de Historia acephala por estar mutilada; el
Discurso 21 de Gregorio Nacianceno y unos fragmentos de un panegírico
copto.
Atanasio nació, hacia el año 295, en Alejandría, donde recibió formación
clásica y teológica. De la introducción a su Vida de San Antonio se desprende
167 Cf. M. SIMONETTI, La crisi ariana, 259-266.
que en su juventud se relacionó con los monjes de la Tebaida. El año 319 fue
ordenado diácono por su obispo Alejandro, a cuyo servicio entró poco después
como secretario. En calidad de tal acompañó a su obispo al Concilio de Nicea
(325), donde llamaron la atención sus discusiones con los arrianos 168. Tres
años más tarde sucedía a Alejandro.
Las palabras “no se compone de uno que crea y de otro que es creado” dan a
entender claramente que Atanasio no comparte la opinión de quienes creían que Dios
necesita del Logos como instrumento para la creación del mundo, como había
doctrina arriana según la cual Dios, cuando quiso crear la naturaleza, vio que ésta no
podría soportar la mano intemperante del Padre, e hizo y creó primeramente al Hijo y
Verbo, para que por su medio todas las cosas pudieran ser creadas luego:
Arrio colocó al Logos del lado de las criaturas, Atanasio del lado de Dios; el
Verbo no ha sido creado, ha sido engendrado. Arrio afirmó que el Hijo es una
criatura del Padre, una obra de la voluntad del Padre. Atanasio refutó esta
afirmación, indicando que el mismo nombre de “Hijo” supone que fue
engendrado; pero el ser engendrado quiere decir que es progenie de la
esencia del Padre, y no de la voluntad. La generación es cosa de la naturaleza,
no de la voluntad. Por esto no se puede llamar al Hijo “criatura” del Padre. El
Hijo tiene en común con el Padre la plenitud de la divinidad del Padre y es
enteramente Dios como Él. Atanasio recuerda repetidas veces la comparación
de la luz que se desprende del sol, tan familiar a la escuela de Aleiandría, para
demostrar que la generación en Dios difiere de la generación en los hombres,
porque Dios es indivisible:
Por esta razón, el Hijo es eterno como el Padre. Padre e Hijo son dos, pero
lo mismo (tautón), pues tienen la misma naturaleza (physis):
“Porque son uno, no como una cosa que se divide en dos partes y estas
dos partes son una sola cosa, ni como una cosa que se nombra dos veces,
de suerte que el mismo es una vez Padre y otra vez su propio Hijo; por
pensar así, Sabelio fue juzgado hereje. Mas son dos, porque el Padre es
Padre y Él mismo no es el Hijo, y el Hijo es Hijo y Él mismo no es el Padre;
pero la naturaleza (physis) es una (pues la prole no es diferente de su
progenitor, ya que es su imagen), y todo lo que es del Padre es del Hijo.
Por Io tanto, ni el Hijo es otro Dios, puesto que no fue producido desde
fuera; en ese caso hubieran sido varios (dioses), si es que se hubiera
producido una divinidad extraña a la divinidad del Padre. Porque, si bien el
Hijo es otro en cuanto engendrado, sin embargo es el mismo en cuanto
Dios. Él y el Padre son uno en propiedad y particularidad de naturaleza y
en la identidad de la única Divinidad, como ya se ha dicho. Porque el
resplandor es también luz, no posterior al sol, ni una luz distinta, ni por
participación de aquélla, sino su propia y total producción. Y tal producto es
por fuerza una sola luz, y nadie diría que son dos luces; sin embargo, el sol
y su resplandor son dos, pero una sola luz, la luz del sol, que en su
resplandor ilumina el universo. Así también la divinidad del Hijo es la
divinidad del Padre; por tanto, es también indivisible, y así hay un solo Dios
y ninguno más que Él. De esta manera, puesto que son uno, y la misma
Divinidad es una, las mismas cosas que se dicen del Padre se dicen
también del Hijo, fuera de llamarse Padre (Ibid., 3,4).
Además, no puede haber más que un Hijo, porque, en Sí mismo, basta para
agotar la fecundidad del Padre:
“La prole de los hombres son porciones de sus progenitores, ya que la
misma naturaleza de los cuerpos no es una naturaleza simple, sino
fluctuante y compuesta de partes; al engendrar los hombres, pierden de
su substancia y nuevamente la recuperan con sus comidas. Por esta
razón, los hombres, con el tiempo, se hacen padres de muchos hijos. En
cambio, Dios, que no tiene partes, es Padre del Hijo sin división ni
sufrimiento, pues no hay emanación de lo Inmaterial ni infusión desde
fuera, como entre los hombres, y, siendo de naturaleza simple, es Padre
de un único Hijo. Esta es la razón por la cual el Hijo es Unigénito, y solo
en el seno del Padre, y el Padre no reconoce a nadie más que a Él como
salido de Él cuando dice: ‘Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis
complacencias’ (Mt 3,17). Es el Verbo del Padre, y a través de Él se
puede entender la naturaleza impasible e indivisible del Padre, pues ni
siquiera la palabra humana se engendra con dolor o división, cuánto
menos el Verbo de Dios” (De decr. 11).
I. EL ARRIANISMO EN OCCIDENTE
* La Iglesia de Occidente empezó a ocuparse activamente de la controversia arriana sólo
tras la muerte de Constantino (337). La división del Imperio entre Constante (Occidente) y
Constancio (Oriente) facilitó a Julio I, obispo de Roma, y a los obispos occidentales la seguridad y
libertad de movimientos necesarias para apoyar a los defensores del credo niceno en Oriente,
acosados y hostigados de varias maneras por sus adversarios, encabezados por Eusebio de
Nicomedia, el protector de Arrio, y respaldados abiertamente por el emperador Constancio.
Para entender correctamente la situación de la Iglesia de Oriente es preciso tener
presente la oposición de gran parte del episcopado oriental contra la profesión de fe impuesta en
Nicea el año 325, texto de inspiración anti-arriana pero formulado en términos no exentos de
resabios monarquianos, y por ello expuesto a dejar insatisfechos y perplejos a muchos
representantes del episcopado oriental ciertamente no-arrianos, pero no menos enemigos de las
posiciones monarquianas. Eusebio de Cesarea y Eusebio de Nicomedia aprovecharon este estado
de ánimo para emprender una campaña con el fin de aislar y poner en entredicho a los más
decididos sostenedores orientales de la fe nicena y suscitar un vasto movimiento de opinión, un
verdadero frente de oposición anti-nicena, que reunió elementos de las más variadas tendencias
doctrinales, desde los arrianos moderados hasta los ortodoxos de tradición alejandrina que
consideraban la fórmula nicena demasiado expuesta al monarquianismo.
Los principales defensores de la fórmula nicena, Eustacio de Antioquia, Asclepio de Gaza,
Marcelo de Ancira y Atanasio de Alejandría, unidos en una misma causa aunque por motivos
diversos, fueron depuestos y exiliados. Autorizados a volver a sus respectivas sedes tras la muerte
de Constantino, se vieron nuevamente obligados a huir. Y no pocos de ellos, como los casos de
Atanasio y Marcelo, buscaron refugio en Roma.
Los años de exilio en Oriente fueron decisivos para la formación cultural y doctrinal de
San Hilario. En Oriente pudo conocer las obras de escritores cristianos de lengua griega -en
especial las de Orígenes- que ejercerán en él profunda influencia: disiparon en él los últimos
resabios materialistas que había heredado de Tertuliano, y lo convirtieron al espiritualismo
platónico.
Antes del exilio, Hilario adolecía -según su explícita confesión- de escasa familiaridad
con la complejidad de la controversia arriana. En Frigia mantuvo contactos con los homoio-
ousianos, netamente prevalentes en Asia Menor; y gracias a estos contactos Hilario logró
conocer a fondo la controversia arriana. En particular se convenció de dos cosas:
1º) que el correcto planteamiento del problema en sentido ortodoxo exigía mantener distancia
no sólo del arrianismo sino también del peligro opuesto, es decir, del monarquianismo
sabeliano, del cual Occidente apenas se apercibía;
2º) que la teología nicena, atrincherada en el homo-oúsion, no era la única alternativa válida
que podían oponer los ortodoxos a los arrianos, habida cuenta, sobre todo, de la sospecha de
sabelianismo que suscitaba el vocablo en Oriente. La solución homoio-ousiana en su conjunto
se presentaba, por tanto, aceptable.
Estos dos principios fundamentales, prácticamente nuevos para los occidentales,
gobernarán las obras que Hilario compuso en el exilio: el De Trinitate y el De synodis.
Hilario intervino en el Concilio de Seleucia con el grupo homoio-ousiano (septiembre
del 359). Su presencia sorprende por su condición de obispo depuesto y exiliado; Sulpicio
Severo refiere que los funcionarios encargados de convocar a los obispos de Asia Menor, a
falta de instrucciones precisas sobre el caso de Hilario, lo incluyeron en la convocatoria
general169. En todo caso es cierto -y otras noticias lo confirman- que Hilario durante el exilio
gozó de libertad de movimientos negada, en cambio, a otros occidentales que compartían su
misma suerte, como Eusebio de Vercelli y Lucifero de Cagliari.
Clausurado el Concilio, representantes homoio-ousianos y arrianos marcharon a
Constantinopla a fin de comunicar a Constancio los resultados. También Hilario viajó a
Constantinopla, y aquí, a fines de año, le llegó la noticia de la claudicación, ante las presiones
del emperador, de los obispos occidentales reunidos en Rímini y de la aceptación de la
fórmulade fe, que se podía calificar de “filo-arriana”. Turbado por noticia tan inesperada como
catastrófica, Hilario pidió a Constancio licencia para sostener una discusión pública con
Saturnino de Arlés, llegado a Constantinopla procedente de Rimini. Mas no consta que su
petición haya sido aceptada. En cambio, poco después, le fue concedido volver a su patria sin
tener que prestar adhesión a la fórmula de fe filo-arriana. Según Sulpicio Severo esta licencia,
Cuando Hilario volvió a las Galias, esta región había pasado a manos de Juliano el
Apóstata, cuya neutralidad frente a la controversia arriana favorecía la recuperación de los anti-
arrianos, que eran allí, sin duda, los más fuertes. Hilario fue acogido triunfalmente y fue el
alma de un concilio celebrado en París en el año 361, en el que logró que prevaleciera una
línea moderada tanto en el orden doctrinal como disciplinar: se adoptó una postura dogmática
compatible con la orientación tanto homo-ousiana como homoio-ousiana; y se resolvió
condenar sólo a los “cabecillas” del arrianismo occidental, mostrando, en cambio, comprensión
e indulgencia con los no pocos obispos que en Rímini o en otros lugares habían sido forzados a
prestar su adhesión a la herejía. De este modo, las Galias se vieron pronto libres de los restos
del arrianismo y se dio a los obispos de otras regiones un ejemplo de equilibrio y moderación
que se impuso rápidamente por doquier.
En el 364 encontramos todavía a San Hilario en Milán, en esta ocasión junto a Eusebio
de Vercelli intentando alejar al obispo arriano Auxencio de la importante sede milanesa, que
ocupaba desde el 355; mas no logró su intento y recibió orden de regresar a su sede. Nada
más sabemos de Hilario. San Jerónimo afirma que falleció hacia el año 367.
La actividad literaria de Hilario abarca obras doctrinales en apoyo de su acción política
y obras exegéticas, no desdeñando ejercitarse en la poesía. Gran parte de su producción ha
llegado hasta nosotros.
B) OBRAS DOCTRINALES
1) De Trinitate (Edición: PL 10, 9-472; P. SMULDERS, CCL 62 (1979)).
- La segunda parte comprende los libros IVVII. Su conexión con la primera es puramente
exterior y superficial. Recordadas las tesis arrianas, Hilario reproduce por entero, en traducción
latina, la profesión de fe que Arrio, en sus días, envió a Alejandro de Alejandría (documento
fundamental para la secta) y pasa a continuación a confutar el documento. En realidad, Hilario
se sirve del texto arriano como apoyo externo para desarrollar una amplia argumentación
personal articulada en cuatro puntos.
* En el primer punto (libro IV), con amplia documentación recabada sobre todo del Génesis y de
los libros proféticos, Hilario demuestra que el Antiguo Testamento conocía ya la presencia del
Hijo, como Dios, junto al Padre.
* En el segundo punto (libro V), volviendo sobre los mismos textos del Antiguo Testamento,
pero desde un punto de vista diverso, Hilario demuestra que el Hijo es Dios y Dios verdadero
como el Padre, pero no es un segundo Dios.
* El tercer punto (libro Vl a partir del c.23) afronta el mismo problema, examinado esta vez a la
luz de la revelación del Nuevo Testamento: Cristo es verdadero Hijo de Dios.
* Con el cuarto punto (libro VII), Hilario concluye su argumentación, demostrando, sobre la base
de textos del Nuevo Testamento, que Cristo es verdadero Dios como el Padre y un solo Dios
con Él.
En esta argumentación tan bien articulada, los c.122 del libro Vl constituyen una
especie de excursus. Hilario reproduce, por segunda vez y por entero, el texto de Arrio a
Alejandro, adjuntando una refutación concisa y completa. Hilario no explica los motivos que le
han inducido a repetir el texto de Arrio, aún a costa de introducir un evidente factor de desorden
y un trastorno en la rigurosa estructura de los libros IVVII.
- La tercera parte del De Trinitate comprende los libros VIIIXII, cuyo argumento Hilario enuncia
al principio del libro VIII: tras exponer en los libros IVVII “quae pia sunt”, es decir, la doctrina
católica, Hilario se propone ahora refutar “quae impia sunt”, es decir, los principales
argumentos aducidos por los arrianos.
* En el libro VIII, volviendo a la materia tratada al final del libro VII -es decir, la unidad del Padre
y del Hijo- impugna en este punto la doctrina arriana, que consideraba esa unión meramente
moral.
* Los libros IX, X y XI están dedicados a la refutación sistemática de los argumentos que los
arrianos usaban para demostrar la inferioridad del Hijo respecto del Padre. En el libro IX, Hilario
examina algunos textos evangélicos en los que Cristo habla de Sí mismo como inferior al
Padre; y los explica apelando a la economía de la Encarnación. El libro X trata sobre la pasión
y muerte de Cristo, que los arrianos aducían como prueba del carácter imperfecto de su
divinidad, sospecha que Hilario disipa distinguiendo la divinidad impasible de la humanidad
pasible que el Hijo ha unido a Sí. El libro XI entiende análoga interpretación a la “subiectio” de
Cristo resucitado al Padre (I Cor 15, 26).
* El libro XII, finalmente, trata de Prov. 8, 22; texto clave de la doctrina arriana, que Hilario
interpreta en medio de largas consideraciones sobre el tiempo y la eternidad. El libro termina
con el apéndice de los cc. 5556, sobre el Espíritu Santo, según ya se dijo.
En los primeros meses del 359, mientras todavía hervían los preparativos de los
Concilios de Rímini y Seleucia -a cuyos resultados todas las partes en conflicto reconocían
importancia decisiva- Hilario, aunque atareado con la redacción del De Trinitate, compuso su
obra De synodis.
Por ese tiempo abrigaba ya la convicción de que la actitud de los occidentales, que
tachaban, sin más, de “arrianos” a todos los que no aceptaban el homo-oúsion niceno, era
inadecuada como principio inspirador de una política anti-arriana verdaderamente eficaz.
El encuentro con los homoio-ousianos le había revelado que muchos orientales eran, a
la vez, anti-arrianos y anti-nicenos, pues advertían en el homo-oúsion el peligro de
sabelianismo. A Hilario no se le escapaba la diferencia existente entre afirmar que Cristo es de
la misma substancia (homo-oúsion) del Padre, y considerar a Cristo semejante según la
substancia (homoio-ousios) al Padre; pero por encima de las divergencias, entre los artífices
de una y otra fórmula advertía convergencias fundamentales en la oposición de ambos a las
principales tesis arrianas. Por otra parte, Hilario era del parecer que sólo el acuerdo entre los
anti-arrianos de Oriente y Occidente lograría encauzar la lucha contra los arrianos hacia una
conclusión favorable. Por todo ello, y para contribuir al acercamiento de las dos partes en la
inminencia de los concilios, Hilario compuso el De synodis, dirigiéndose a los obispos de las
Galias y regiones cercanas, pero en la última parte tratando de hacerse entender por los
obispos de Oriente.
La obra esta dividida en dos partes:
- La primera parte (cc. 165), con ocasión de la fórmula sirmiense del 357, Hilario somete a
exámen las diversas profesiones de fe publicadas por los orientales desde el 341 al 357 y que
los occidentales rechazaban en bloque por “arrianas”. Hilario, en cambio, considera “arriana”
sólo la más extremista, la blasphemia Sirmiensis del 357; de las otras propone una
interpretación más benévola: sacando partido de la intencionada vaguedad de las fórmulas
sobre los puntos cruciales de la controversia, y aduciendo la condenación de las tesis del
arrianismo radical, Hilario trata de demostrar su ortodoxia, medida incluso con los postulados
teológicos vigentes en Occidente.
Toda la vida de San Hilario estuvo insertada en la controversia arriana del siglo IV. Su
discusión no pretendió incurrir en el ámbito filosófico, y su teología trinitaria, a decir verdad, es
algo arcaica, sobretodo en lo que respecta al Espíritu Santo. Sin embargo se trata de una
Teología bíblica; de allí su gran valor.
La principal fuente de San Hilario fue Tertuliano, particularmente las dos obras
clásicas de este autor en lo referente a la condición del Hijo y a su relación con el Padre: el
Adversus Hermogenem y, sobre todo, el Adversus Praxeam.
Antes de su exilio en Oriente, Hilario no conoce el término homo-oúsios ni el significado
preciso de otros términos de la controversia arriana. De modo que para estudiar la doctrina
trinitaria de San Hilario es necesario distinguir en él dos etapas bien marcadas: antes y
después del exilio.
1°) Antes del exilio (el período anterior al 356), la obra que manifiesta su pensamiento
en materia trinitaria es su Comentario al Evangelio de Mateo.
2) Después del exilio (a partir del 356), la obra de referencia es el De Trinitate.
Texto 1:
“Est autem haec vera et inviolabilis fides, ex Deo aeternitatis, cui ob id quod
semper filius fuerit semper et ius Patris et nomen sit, ne, non semper filius, non
semper et pater sit, Deum filium profectum fuisse, cui sit ex aeternitate parentis
aeternitas. Nasci autem eum voluntas eius fuit cuius in virtute ac potestate inerat
ut nasceretur. Est ergo Filius Dei ex Deo Deus, unus in utroque; theotetam enim,
quam deitatem Latini nuncupant, aeterni eius parentis, ex quo nascendo est
profectus, accepit. Accepit autem hoc quod erat et natum est Verbum quod fuit
semper in Patre, atque ita Filius et aeternus et natus est, quia non aliud in eo
natum est quam quod aeternum est” (In Mt.16,4).
* Ante todo, San Hilario habla de la eternidad del Hijo como un atributo que confirma la
divinidad del mismo. Sin embargo es necesario aclarar de inmediato que no existe en el
pensamiento de nuestro autor la noción “clásica” de eternidad174. La “vida eterna”, según se
desprende de la definición de Boecio es una vida sin inicio ni fin, esto es, “sin términos”
(interminalis); que se posee toda junta y simultáneamente (“tota simul et perfecta posessio”).
Según la definición de Boecio no puede concebirse la eternidad como “un tiempo sin
fin”, pues la eternidad es una noción trascendente al tiempo; la vida eterna es una vida que no
conoce “un antes y un después”, sino que es una vida que se posee “perfecta y
simultáneamente”. Es manifiesta la dificultad que tiene el hombre para “imaginar” esta vida,
pues no puede pensar cosa alguna sin referencia al tiempo.
San Hilario no tuvo esta noción de eternidad -tampoco la tendrá San Agustín- por lo
que le será sumamente difícil explicar la relación entre el Padre y el Hijo. De todos modos para
el Obispo de Poitiers, la “eternidad” es algo propio de la “divinidad”, por lo que no puede faltar
al Hijo. Dios Hijo procede de un Dios eterno (“Dios de eternidad” 175); y la eternidad propia del
Hijo proviene de la eternidad del Padre176.
174 Nos referimos a la definición de Boecio que será luego asumida, entre otros, por Santo
Tomás: “interminalis vitae tota simul et perfecta posessio”.
175 “Ex Deo aeternitatis.....Deum Filium profectum fuisse”.
176 “Cui sit ex aeternitate parentis aeternitas”.
* En segundo lugar, en el texto que estamos viendo, San Hilario habla de la generación del Hijo
ligada a un acto de la voluntad del Padre. Así la “causa” del nacimiento del Hijo de Dios es un
acto de la Voluntad de Dios Padre. En esto puede vislumbrarse la influencia del esquema de
los diversos estadios del Verbo, común entre los padres anteriores al Obispo de Poitiers.
* Por tanto, el Hijo de Dios es Dios, puesto que procede de Dios177. En efecto, ha recibido la
divinidad que los latinos llaman "deitas"; la ha recibido de su Padre eterno, de Quien ha
procedido por su nacimiento178.
Así fue cómo ha nacido el Verbo, el Cual ha estado siempre en el Padre; y de ese
modo el Hijo es al mismo tiempo Eterno y Nacido179.
Texto 2:
"Quos si per fidem vitaque probitatem capaces evangeliorum esse potuissent,
scirent Verbum in principio Deum et hoc a principio apud Deum et natum esse ex
eo qui erat et hoc in eo esse qui natus est quod is ipse est penes quem erat ante
quam nasceretur, eamdem scilicet aeternitatem esse et gignentis et geniti" (In Mt.
31,3).
San Hilario hace aquí nuevamente referencia a la dificultad de conciliar el hecho que el
Hijo haya nacido con la eternidad del mismo. Para San Hilario el problema se resuelve
sabiendo que: lo que recibió el Hijo por el nacimiento, lo recibió de aquello que Él mismo era; y
lo que nació es aquello mismo que Él era junto al Padre, Aquél junto a Quien estaba antes de
nacer180. De este modo se explica -para Hilario- que el Hijo que nació del Padre, sea eterno
como el Padre181.
Durante su exilio San Hilario conoce la teología de Oriente, por lo que su obra De
Trinitate (escrita en este período) superará las ambigüedades del Comentario al Evangelio de
Mateo.
El De Trinitate es un verdadero tratado de Teología. San Hilario coloca una premisa
para quien se acerca a investigar sobre del misterio de la Ssma.Trinidad: la humildad para
escuchar lo que Dios se ha dignado revelar a los hombres. Y para hablar de la Trinidad es
necesario ante todo purificar los conceptos humanos. Sólo con esa disposición es posible
recibir toda la grandeza de los misterios de Dios. Los herejes se desviaron por la perenne
tentación de concebir los misterios divinos al modo humano; y así, en la relación del Hijo de
Dios con el Padre, tuvieron una idea demasiado grotesca de la generación de Dios,
interpretándola en modo antropomórfico. De allí se siguieron nefastas consecuencias. Sólo la
humilde actitud de escucha permite captar el misterio en toda su grandeza y profundidad.
Texto 3:
"Baptizare iussit in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, id est in confessione
et Auctoris et Unigeniti et Doni. Auctor unus est omnium: unus est enim Deus
Pater ex quo omnia. Et unus Unigenitus Dominus noster Jesus Christus per
quem omnia (I Cor. 8,6). Et unus Spiritus Sanctus Donum in omnibus. Omnia ergo
sunt suis virtutibus ac meritis ordinata: una potestas ex qua omnia, una
progenies per quam omnia, perfectae spei munus unum. Nec deesse quicquam
consummationi reperietur intra quam sit in Patre et Filio et Spiritu Sancto
infinitas in aeterno, species in imagine, usus in munere"182 (De Trin. II, 1).
Cristo mandó a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu
Santo; es decir en nombre de las divinas Personas, a las que San Hilario asigna nombres
especiales (Auctor, Unigenitus, Donus) y define de modo original: Infinitas in aeterno, Species
in imagine, Usus in munere. Veamos en primer lugar esta fórmula "trinitaria" para luego decir
algo sobre cada una de las Personas divinas en particular.
* Infinitas... El Obispo de Poitiers caracteriza al Padre por la infinitud. Lo que debe entenderse
en dos sentidos: de indeterminación (sentido negativo) y de sobreabundancia (sentido positivo).
Debe excluirse del Padre toda determinación debido a la sobreabundancia que hay en el
Padre; Él es el "principio" y la "fuente" absoluta de todas las cosas.
* ...in aeterno Ya se destacó que San Hilario considera la eternidad como algo propio de la
divinidad. En el Padre no hay tiempo; más aún, el Padre es antes del tiempo, antes del
nacimiento del Hijo; existe desde siempre y comunica a su Hijo en el nacimiento esa eternidad.
San Hilario caracteriza al Hijo por ser la total y perfecta forma del Principio que es el
Padre. Cuando el Padre decide manifestarse, expresar sus abismos, no es como nosotros que
cuando nos expresamos no logramos decir todo lo que querríamos. Si bien Dios está "más allá"
de toda forma o representación, cuando el Padre decide expresar a los hombres sus designios
lo hace mediante su Hijo. Y este Hijo es la plena y perfecta expresión del Padre, pues no es
una criatura183. Así, el Padre es infinitas, pero el Hijo es species, forma que manifiesta
perfectamente al Padre.
San Agustín define al Espíritu Santo como "el abrazo eterno entre el Padre y el Hijo" 184;
abrazo que no existe sin Amor y Gozo. El Doctor de Hipona concibe, pues el usus a nivel intra
trinitario. No así San Hilario. Cuando éste habla del Espíritu Santo lo hace en referencia a las
182 “Mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, en la
confesión del Autor, del Unigénito y del Don. Uno solo es el Autor de todas las cosas, pues Uno solo es
Dios Padre, del que todo procede. Y Uno solo es el Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, por medio del
cual todo fue hecho (I Cor. 8,6). Y un solo Espíritu, Don en todo. Todas las cosas están ordenadas
según sus atributos y su actuación: una sola Potencia, de la que todo procede; un solo Engendrado, por
medio del cual todo fue hecho; un solo Don, en el que tenemos perfecta esperanza. Nada faltará en una
perfección tan grande, en la cual, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, se hallan la inmensidad
en el Eterno, la revelación en la Imagen, el gozo en el Don”.
183 No olvidar que estamos ante una Teología primitiva y arcaica que se encuentra con la
dificultad de decir "lo indecible". San Hilario se cuida mucho de no reducir el misterio a la categoría de
nuestra representaciones (causa principal de las herejías). En el mismo momento que se expresa una
representación, debe afirmarse inmediatamente que tal representación no puede, en absoluto,
comprender la realidad del misterio.
184 Cf. De Trinitate VI, 10-11.
criaturas, en cuanto "don a los cristianos"; es el don comunicado a los hombres que sacarán
provecho de Él, es decir a los miembros de la Iglesia de Cristo. Evidentemente, se trata de una
expresión "económica" de la Tercera Persona de la Trinidad.
A) EL PADRE
En el texto citado, el Padre es designado "Auctor", lo que podría traducirse más bien
que Autor como "Principio" o "Fuente"; y esto -según Hilario- en dos sentidos:
- "Auctor Trinitatis", ésto es, Principio de la Trinidad en cuanto engendra al Hijo y en cuanto
comunica a los cristianos sus bienes por el “don” del Espíritu Santo.
- "Auctor Dispensationis", en cuanto es también Principio de todas las cosas185; cualquier cosa
que tenga entidad, "consistencia" viene del Padre.
El Padre, Principio y Fuente de todas las cosas, es Infinito (pues su sobreabundancia
no nos permite determinarlo en modo alguno) y es Eterno (existe desde siempre, antes de todo
tiempo). Sin embargo, ese Dios trascendente, fuente absoluta de todos los seres, inaccesible
por su infinitud y su eternidad, ha querido manifestarse en un Verbo, en una "species" perfecta
de su Ser, que es su mismo Hijo el cual recibió en su generación lo que ya era desde siempre
junto al Padre.
Evidentemente estas afirmaciones de San Hilario no pueden librarse de ciertas
dificultades por ejemplo: cómo se concilia el nacimiento del Verbo con el hecho de no ser
criatura sino Dios; cómo se relaciona esta generación del Hijo de Dios con la Creación; etc.
B) EL HIJO
* Ante todo el Hijo es para Hilario, verdadero Dios, "igual" al Padre; y el fundamento de esta
afirmación se halla en las Sagradas Escrituras. En efecto, en Gen. 1,1 se lee que Dios, cuando
crea al hombre, dice: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Esta acción
expresada en plural está indicando a un mismo tiempo que el Hijo, si bien se distingue del
Padre ("Hagamos"), es sin embargo Uno con el Padre ("nuestra"). El Padre ha creado todas las
cosas por el Hijo y en el Hijo.
Texto 4:
"Apostolica igitur fides, sive Pater praedicabit, praedicabit Deum unum; sive
Filium confitebitur confitebitur Deum unum: quia et eadem atque indissimilis Dei
natura sit in utroque, et quod dum Pater Deus et Filius Deus est, et unum sit
naturae nomen utriusque, unus utrumque significat. Nam ex Deo Deus, vel in Deo
Deus, nec deos duos perficit, cum unus ex uno in natura et nomine maneat
unius; nec in solitarium Deum deficit, cum unus et unus in significatione non
solus sit"187 (De Trin. VII, 32).
185 “Auctor Unus est omnium: unus est enim Deus Pater ex quo omnia »
186 Si bien luego Plotino (y el neoplatonismo) atribuirán cierta “multiplicidad” al nous, en
oposición al Uno, de ningún modo numerable o cuantificable.
187 “Por tanto, la fe apostólica, si anuncia al Padre, anuncia al Dios Uno; si confiesa al Hijo,
confiesa al Dios Uno; porque en los dos está la misma e indiferenciada naturaleza de Dios, y puesto que
el Padre es Dios y el Hijo es Dios, así como el nombre de la naturaleza de los dos es uno solo, así un
San Hilario, aún conciente de la diversidad de Personas divinas, afirma la plena y verdadera
Unidad de Dios. Hablar de Dios, para el Obispo de Poitiers es hablar de una unidad no
numérica. El hecho de que el Hijo proceda del Padre no significa que Dios no sea Uno; el Hijo
es plena y totalmente expresión del Padre; todo lo que el Padre es, lo ha comunicado a su Hijo.
En estas afirmaciones hay un principio de base: la cosa comunicada no es divisible; el Uno
comunica todo su ser al Uno.
C) EL ESPÍRITU SANTO
La Teología del Espíritu Santo presentó grandes dificultades a los Padres de los
primeros siglos. Respecto a la Segunda Persona de la Ssma. Trinidad no había problemas,
pues las Sagradas Escrituras hablaban clarísimamente de una generación; se podía, entonces,
hablar sin temor de un verdadero Hijo en el seno de la Trinidad divina. No sucedía lo mismo
con el Espíritu Santo; no podía hablarse, en su caso, de una generación; no hay en Dios dos
hijos naturales. ¿Qué es, entonces el Espíritu Santo? La mayoría de los Padres no
afrontaron este problema. Tampoco San Hilario toca el problema; siempre que hace referencia
al Espíritu Santo lo hace en clave económica.
Para el doctor de Poitiers el Padre, que es la Fuente de donde todo procede, comunica
al Hijo el ser como Él y el poder de comunicar a todos los elegidos su condición divina. Esta
condición divina que el Hijo posee y comunica es la misma que recibió totalmente del Padre.
Pero esta “recapitulación” de los hombres en la condición divina, el Hijo la hace enviando su
Espíritu, que viene a ser el “tercer eslabón” de la cadena. La misión del Espíritu Santo en la
concepción hilariana, será, pues, la de transformar a los elegidos, llevándolos a participar de la
condición divina. De allí que para Hilario el Espíritu sea “Don”.
Pero este "Don" de Dios, el obispo de Poitiers lo entiende en referencia a los hombres.
Habrá que esperar hasta San Agustín para interpretarlo como el Don amoroso que el Padre y el
Hijo se intercambian en la eternidad; San Hilario habla del Espíritu Santo en el ámbito de la
"dispensatio". Frecuentemente habla del Espíritu en referencia a su naturaleza divina; en otros
pasajes de su obra (en pocos textos) se refiere a la Tercera Persona de la Trinidad, pero
siempre con relación a la "economía" salvífica.
En Asia Menor, Hilario profundizó su reflexión teológica, la cual maduró en una síntesis
original: el De Trinitate, obra que testimonia la madurez de la Teología latina.
A diferencia de los de Mario Victorino, los escritos de Hilario tienen escaso valor en sus
argumentos filosóficos, comparado con la total adherencia al dato de la Escritura. Por otra
parte, el doctor de Poitiers retoma la cuestión trinitaria sobre la tensión de los términos
naturaleza (sustancia) - persona, de la época de Tertuliano y luego Novaciano. Por otra parte,
Hilario poseía una aguda sensibilidad anti-sabeliana (consecuencia de su contacto con los
homoio-ousianos de Oriente) como así también anti-arriana. En su obra utiliza ampliamente
temas tradicionales, como el de Cristo Logos, Sabiduría y Potencia de Dios194, o el del Logos en
relación con la creación del mundo según Jn 1,1-3195. Releva particularmente el tema del Verbo
como Imagen (= forma) del Padre196. El Hijo es "Imagen" viva y verdadera197 -no circunscripta,
incorpórea e invisible198- de Dios invisible199.
Veamos un texto del Santo para luego hacer algunas consideraciones.
Texto 5:
"Est Pater ut est, et ut esse credendus est. Filium mens consternatur attingere et
trepidat omnis sermo se prodere. Est enim progenies ingeniti, unus ex uno,
verus ex vero, vivus a vivo, perfectus a perfecto, virtutis virtus, sapientiae
sapientia, gloria gloriae, imago Dei invisibilis (Col. 1,15), forma200 Patris
ingeniti...Non est abscissio aut divisio: impassibilis est enim ille qui geniti et
imago invisibilis Dei est ille qui natus est... Nom est asssumptio: verus enim filius
Dei est..."201 (De Trinitate II,8)
* Ante todo es para destacar una vez más la actitud de fe que tiene San Hilario ante el misterio:
"El Padre es como es; y se ha de creer que es así..." Y cuando se dispone a hablar sobre el
Hijo se estremece su inteligencia y tiembla cada palabra al ser pronunciada”, pues con
frecuencia el discurso humano deforma el misterio y traiciona el mensaje revelado por Dios a
los hombres.
191 Cf. Jn 16,13.
192 Cf. De Trin. XI,40; I Cor. 15,28.
193 Para este tema cf. M.SIMONETTI, La crisi ariana nel IV secolo, pp. 298-312.
194 Cf. De Trinit.VII,11.27; IX,12; XII,52.
195 Se puede ver, por ejemplo, II,18.20; IV, 16.21.
196 Es raro en él, en cambio, el tema de la Luz (cf. VII,27), fundamental en San Atanasio.
197 Cf. II,8; III,23; VII,37; VIII,51.
198 Cf. VIII,49.
199 Mientras Tertuliano y Novaciano veían en la Humanidad de Cristo la Imagen de Dios,
no así San Hilario, para quien el Hijo refleja la realidad del Padre no exteriormente, como un espejo,
sino “dum vivens natura naturae viventi indifferens est” (De Trinit. IX,69).
200 “Forma” quiere decir aquí, posiblemente, lo mismo que “imagen”; igual en II,4. También
en el De Synodis las palabras “imagen” y “forma” aparecen juntas. Cf. III,23; VII,37 y XII,24.
201 “El Padre es como es; y se ha de creer que es así. Alcanzar al Hijo hace estremecer
nuestra mente y cada palabra tiembla al ser pronunciada. Pues es la descendencia del in-generado, Uno
que procede del Uno, verdadero del Verdadero, Vivo del Vivo, Perfecto del Perfecto, Potencia de la
Potencia, Sabiduría de la Sabiduría, Gloria de la Gloria, Imagen del Dios Invisible (Col. 1,15), forma
del Padre in-generado... No hay ningún corte o división, pues impasible es el que engendró, así como el
que ha nacido es Imagen de Dios invisible... No se trata de una adopción, puues Él es el verdadero Hijo
de Dios”.
* En segundo lugar, este texto remarca la igualdad que hay entre el Padre y el Hijo: Uno que
procede del Uno, Verdadero del Verdadero, Perfecto del Perfecto, etc.
* Sin embargo, es la expresión tomada de la Epístola a los Colosenses 1,15 ("Imago Dei
invisibilis") la que merece particular atención en la doctrina de Hilario.
Para Hilario, el Padre es "Auctor Trinitatis" y "Auctor Dispensationis", de modo que sus
perfecciones son tales que debe ser reconocido y confesado como el ser que está más allá de
toda forma, por lo que no puede ser representado por forma alguna; cuando se representa al
Padre en alguna "forma" se lo traiciona.
Sin embargo, al Padre le ha parecido bien manifestarse a los hombres, y lo ha hecho
en su Hijo, que es la forma perfecta del Padre202. Según San Pablo203, Dios ha hablado a los
hombres de muchos modos y en diversas circunstancias, pero en los últimos tiempos -y de un
modo perfecto- ha comunicado "en una sola Palabra" todos sus tesoros. El razonamiento de
San Hilario es, por tanto, el siguiente:
- el Padre es invisible e inefable;
- pero el Hijo es la perfecta expresión de las insondables perfecciones de Dios;
- luego, el Hijo es propiamente "forma" del Padre en cuanto lo expresa perfectamente. Es en
este sentido que San Hilario entiende Imagen (= forma) cuando habla del Verbo como "Imagen
de Dios invisible".
Texto 6:
"Est Filius ab eo Patre qui est 209, unigenitus ab ingenito, progenies a parente, vivus a
vivo. Ut Patri vita in semetipso. Perfectus a perfecto, quia totus a toto; non divisio aut
discissio, quia alter in altero, et plenitudo divinitatis in Filio est 210. Incomprehensibilis ab
incomprehensibili; novi enim nemo, nisi invicem. Invisibilis ab invisibili; quia imago Dei
202 Ver más adelante el excursus sobre el concepto de “forma” en San Hilario.
203 Cf. Hb. 1,1-2.
204 Cf. entre otros: II,1; II,8; II,10; II,11.
205 Cf. II,24.
206 II,8: “imago invisibilis Dei est ille qui natus est”. III,18: “ingeniti est imago qui genitus
est”.
207 Por ejemplo en II,8: "imago invisibilis Dei, forma Patris ingeniti"
208 En su Comentario a los Salmos tiene una expresión muy clara a este respecto: “Forma et
vultus et facies et imago non differunt” (In Ps.LXVIII, c.25).
209 Probable alusión a Ex. 3,14.
210 Cf. Col. 2,9.
invisibilis est (Col. 1,15); et quia qui vidit Fillium, vidit et Patrem (Jn 14,9)"211 (De Trinitate
II,11).
211 “El Hijo procede del Padre que tiene el ser; es unigénito que procede del ingénito,
descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Paddre tiene vida en Sí mismo, también se le ha
dado al Hijo tener la vida en Sí mismo.Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de
aquél que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo
habita la plenitud de la divinidad. Es el incomprehensible que procede del incomprehensible: nadie les
conoce, sino ellos entre Sí. Es el Invisible que procede del Invisible, porque es la Imagen del Dios
invisible y porque el que ve al Hijo, ve también al Padre”
3º) DEUS TOTUS. Estadio que va desde la Resurrección hasta el momento en que habrá
sometido y entregado todo al Padre212. Entonces, la Divinidad transformará de tal modo la
humanidad que la hará participar de la incorrupción e inmortalidad propiamente divinas. De
este modo el Hijo de Dios recuperará la "forma Dei", pero entonces con su Cuerpo Místico
completado con el número de los elegidos.
En el Libro IX, hay un hermoso texto donde, explicando en qué sentido debe
entenderse el texto de Jn 14,28 ("el Padre es más grande que Yo"), San Hilario reproduce
libremente el esquema "descenso-ascenso" de Flp.2, 6-11. He aquí el texto:
Texto 7:
"Maior itaque Pater Filio est. Et plane maior, cui tantum donat esse, quantus ipse
est; cui inascibilitatis esse imaginem sacramento nativitatis impertit; quem ex se
in formam suam generat; quem rursum de forma Servi in forma Dei renovat;
quem in gloria sua secundum Spiritum Christum Deum natum, donat rursum
esse in gloria secundum carnem Iesum Christum Deum mortuum"213 (De Trin.
IX,54).
Ciertamente el Padre es más grande que el Hijo; pero en el sentido que el Padre, que
es la "Fuente"del misterio, concede al Hijo ser todo lo que Él es. El Padre genera al Hijo de Sí
mismo (en su condición divina); y también el Padre, como en un "segundo nacimiento" renueva
al Hijo de la "forma de Siervo" a la "forma de Dios", acontecimiento éste que se cumple el día
de Pascua. De modo que habría en el hijo de Dios como dos nacimientos:
* El primero, en la eternidad: es el nacimiento del Hijo en la Gloria del Padre, según el Espíritu.
* El segundo, en el momento de la Resurrección: es el nacimiento del Hijo según la carne
glorificada
En el primer caso, San Hilario habla de un "Dios nacido" según el espíritu; en el
segundo de un "Dios muerto" según la carne que recibe una "segunda vida": la gloria que
comunica a la caro la incorruptibilidad y la inmortalidad214.
212 “Quibus (inimicis) subjectis, subjicietur subjicienti sibi omnia, Dominus silicet, ut sit
Deus omnia in omnibus, naturae assumpti corporis nostri natura paternae divinitatis invecta.....Non alia
itaque subjectionis causa est quam ut omnia in omnibus Deus sit...” (De Trin. 11,40). Cf. I Cor.15, 24-
28.
213 “Así, pues, el Padre es mayor que el hijo. Y ciertamente es mayor porque le da el ser
todo lo que Él mismo es: le concede ser la Imagen de Sí mismo para que reproduzca su forma; o
renueva otra vez de su forma de Siervo a la forma de Dios; y habiendo nacido en su Gloria Cristo según
el Espíritu, concede de nuevo a Jesucristo estar en su Gloria como Dios según la carne después de haber
muerto”.
214 Para la noción de Gloria en San Hilario véase A. FIERRO, Sobre la Gloria en San
Hilario. Una síntesis doctrinal sobre la noción bíblica de doxa, Roma 1964.
ENTRE NICEA Y CONSTANTINOPLA: LOS PADRES CAPADOCIOS
Cuando Arrio se vio condenado en el sínodo de Alejandría del año 318, se refugió en
Nicomedia, en Asia Menor, encontrando allí un firme apoyo en varios obispos influyentes y en
los emperadores. Fue también en Asia Menor donde se reunió, en el año 325, el primer
Concilio ecuménico de Nicea para zanjar la candente cuestión. Pero, no obstante las
decisiones de la gran asamblea, el conflicto siguió su curso. El problema planteado en la
controversia quedó resuelto, pero la querella misma estaba aún lejos de apaciguarse. Por el
contrario, en los años que siguieron, el arrianismo se hizo dueño de la situación en las
diócesis civiles de Póntica y Asiana. Es significativo que los jefes de los cuatro partidos arrianos
(Eusebio de Nicomedia, Eustacio de Sebaste, Eunomio de Cícico y el sofista Asterio, primer
escritor arriano) vivieran en Asia Menor. Fue también en Asia Menor donde un obispo arriano,
Eusebio de Nicomedia, bautizó al primer emperador cristiano, Constantino, en Aquirón, cerca
de Nicomedia. Constantino autorizó a Arrio a volver del exilio y desterró a Atanasio como
perturbador de la paz. Èl y su sucesor Constancio estuvieron completamente sometidos a la
influencia de Eusebio de Nicomedia. De esta suerte, Asia Menor se convirtió en el centro del
poder arriano. Sin embargo, fue también Asia Menor la que engendró a los tres grandes
doctores de la Iglesia oriental, a los firmes defensores de la fe nicena contra el arrianismo y sus
abogados imperiales: los “Padres Capadocios”, quienes darán a la doctrina de la Trinidad su
forma definitiva.
La Historia eclesiástica revela hasta qué extremos sufrió la Iglesia del Asia Menor en la
primera mitad del siglo IV, a causa de las controversias arrianas. Pero a mediados de este
siglo, la provincia de Capadocia vio surgir a tres grandes teólogos: Basilio de Cesarea, su
amigo Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nyssa, hermano menor de aquél, a quienes se les
conoce como “los tres grandes Capadocios”. En esta espléndida tríada, la obra teológica de
Atanasio encontró su continuación y llegó a su cumbre; y a la muerte de los tres, la derrota del
arrianismo y la victoria definitiva de la fe nicena estaban ya a la vista.
La contribución de estos Padres al progreso de la teología, a la solución del problema
“helenismo y cristianismo”, al restablecimiento de la paz y a la expansión del monaquismo
cristiano, tuvieron una influencia duradera en la Iglesia universal. Aunque unidos por intereses
comunes de inteligencia y espírítu, así como por los lazos de una estrecha amistad que duró
toda la vida, cada uno de ellos representa un tipo distinto de personalidad. Así, a Basilío se le
conoce como organozador y hombre de acción; a Gregorio Nacianceno, como teólogo y
maestro de oratoria, a Gregorio de Nyssa, como pensador y místico.
A) SU VIDA
Nació en Cesarea de Capadocia, hacia el año 330, de una familia famosa por su
nobleza y por su espíritu cristiano. La formación elemental la recibió de su propio padre, Basilio,
célebre retórico de Neo-Cesarea del Ponto e hijo de Santa Macrina la mayor, quien fue
discípula de San Gregorio Taumaturgo. Su madre, Emelia, hija de un mártir, trajo al mundo diez
hijos, tres de los cuales llegaron a ser obispos: San Basilio de Cesarea, San Gregorio de Nyssa
y San Pedro de Sebaste, mientras que su hija mayor es bien conocida como Santa Macrina la
joven, modelo de vida ascética.
Para cursar estudios superiores, el inteligente joven asistió a las clases de Retórica en
su ciudad natal, Cesarea, más tarde en Constantinopla y, finalmente -después del año 351- en
Atenas. Su estadía en esta última ciudad coincidió con la de Gregorio de Nacianzo, con quien
entabló una amistad que habría de durar toda la vida. Hacia el año 356 volvió a su tierra natal y
empezó en Cesarea su carrera como retor. Pero pronto renunció a ella para abrazar una vida
enteramente dedicada a Dios215.
Su primer paso fue recibir el sacramento del bautismo; el siguiente, hacer un viaje por
Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, para relacionarse con los ascetas más célebres. En sus
vidas encontró inspiración. A su retorno, distribuyó sus riquezas entre los pobres y se retiró a la
soledad no lejos de Neo-Cesarea, en el Iris. Se vio pronto rodeado de compañeros que querían
compartir su vida cenobítica. Cuando, en el año 358, le visitó Gregorio de Nacianzo, preparó
junto a su amigo dos escritos: la Philocalia, una antología de las obras de Orígenes, y las dos
Reglas, que luego tendrán una influencia decisiva en la expansión de la vida monástica. Ello
hizo que a Basilio se le concediera el título de “legislador del monaquismo griego”. No obstante
esto, aun en este período demostró ser hombre de acción y en poco tiempo fundó unos
cuantos monasterios.
No sorprende, por tanto, que el metropolitano de Cesarea, Eusebio, intentara poner al
servicio de su diócesis los grandes talentos de Basilio. Hacia el año 364 persuadió a Basilio
que se hiciera sacerdote. Basilio aceptó, y fue para el Obispo “un buen consejero, un hábil
auxiliar, un comentador de las Escrituras, un intérprete de sus deberes, báculo de su vejez,
sostén de su fe, merecedor de su confianza más que ningún otro de sus clérigos, con más
experiencia que cualquier seglar”216.
A la muerte de Eusebio, en el año 370, le sucedió como obispo de Cesarea,
metropolitano de Capadocia y exarca de la diócesis civil del Ponto. En sus nuevas funciones se
granjeó inmediatamente el amor de su pueblo. Fundó hospitales para enfermos y para las
víctimas de enfermedades contagiosas, hogares para los pobres y hospicios para viajantes y
extranjeros, hasta el punto de que Gregorio Nacianceno habla de toda una “nueva ciudad”.
* En su lucha contra el arrianismo, que gozaba del apoyo estatal, supo combinar una
actividad incesante con una gran sabiduría y prudencia. En sus relaciones con el emperador
Valente y con sus Prefectos no conoció el miedo ni la intimidación.
* Pero la preocupación principal de Basilio fue la unidad de la Iglesia. La falta, casi
total, de unidad entre los cristianos del Oriente y entre los obispos del Este y del Oeste le movió
a buscar el patronato de Atanasio en su empeño por mejorar las relaciones entre Roma y el
Oriente. Llegó a escribir una carta al Papa Dámaso en la que le describía la terrible situación en
que se encontraban las iglesias de Oriente y le rogaba que viniera a visitarlas217. Estaba
convencido de que la ortodoxia triunfaría únicamente el día en que dejara de haber discuciones
y derroche de energías entre los creyentes. Por desgracia, en el camino de la deseada armonía
entre el Este y el Oeste surgía un grave obstáculo: la disputa entre Paulino y Melecio sobre
quién de los dos era el legítimo obispo de Antioquía. La apelación que hizo Basilio a Atanasio y
a Roma para zanjar aquel cisma fue rechazada, principalmente porque la jerarquía occidental
se oponía a Melecio, a quien él favorecía, y reconocía a Paulino. Así es que las cartas que
volvieron de Roma afirmaban la comunión en la fe, pero no ofrecían ninguna ayuda.
Sin embargo, vivió lo suficiente para ver, al menos, el amanecer de días mejores,
cuando en agosto del año 378 moría el emperador Valente y las condiciones externas hacían
posible el restablecimiento de la paz. Basilio murió el 1 de enero de 379, a la edad de sólo
cincuenta años. Dos años más tarde se reunía en Constantinopla el llamado segundo Concilio
ecuménico, donde el emperador Teodosio el Grande trajeron orden y paz a la Iglesia, abriendo
las puertas a todos los que se habían mantenido fieles a la fe de Nicea. No caben dudas de
que las bases para este gran momento de la historia de la cristiandad las había puesto Basilio.
* SOBRE EL ESPÍRITU SANTO. La obra De Spiritu Sancto, escrita hacia el año 375, trata
también de la consubstancialidad de las dos divinas Personas (del Hijo y del Espíritu Santo)
con el Padre. Empieza Basilio explicando que le habían criticado por haber usado en público la
doxología: “Gloria al Padre con el Hijo juntamente con el Espíritu Santo”, en vez de la fórmula
corriente: “Gloria al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo”.
Era considerada la primera como una innovación. Basilio se justifica diciendo que la
primera es tan ortodoxa como la segunda e insiste en que la Iglesia usa ambas. Siendo el Hijo
y el Espíritu Santo de la misma e idéntica substancia del Padre, les corresponde a los dos
igual honor que al Padre, como lo prueban la Sagrada Escritura y la Tradición. Por
consiguiente, la primera fórmula, “con el Hijo juntamente con el Espíritu Santo”, es hasta más
apropiada que la segunda, porque establece la distinción de las Personas divinas, pero al
mismo tiempo da claro testimonio de la eterna comunión y perpetua conjunción que existe
entre ellos. De esta manera sirve para refutar al sabelianismo y al arrianismo a la vez. De este
tratado, que Basilio dedicó a su amigo Anfiloquio, obispo de Iconio, se sirvió seis años más
tarde San Ambrosio como de fuente para su obra De Spiritu Sancto. Por este medio las ideas
de Basilio Magno llegaron a Occidente.
C) DOCTRINA TRINITARIA
“Ousía dice a hypóstasis la misma relación que lo común a lo particular. Cada uno de
nosotros tiene parte en la existencia por el término común de ousía y es tal o cual por
sus propiedades partículares. De la misma manera, en la cuestión que tratamos, el
término común es ousía, como bondad o divinidad o cualquier atributo parecido,
mientras que hypóstasis la contemplamos en la propiedad especial de Paternidad, de
Filiación o del Poder de santificar”.
Por esta razón piensa que hypóstasis es una expresión más apropiada que prósopon,
pues este término lo empleó Sabelio para expresar en Dios distinciones que eran meramente
temporales y externas. Dice San Basilio:
“Es indispensable saber con claridad que, así como quien deja de confesar la
comunidad de ousía (esencia o de substancia) cae en el politeísmo, así también quien
no reconoce la propiedad de las hypostáseis se deja arrastrar al judaísmo. Porque es
preciso que nuestra mente se apoye, por decirlo así, sobre una substancia y que,
formándose una impresión clara de sus características, llegue al conocimiento de lo
que desea. Porque supongamos que no advertimos la Paternidad ni tenemos en
cuenta a Aquel de quien se afirma esta propiedad; ¿cómo podremos admitir la idea de
Dios Padre? Pues no basta enumerar las diferencias de persona (prósopon); hay que
confesar que cada persona (prósopon) existe en una substistencia verdadera, en una
hypóstasis real. Ahora bien, ni siquiera Sabelio rechazó esa ficción carente de
hypóstasis de personas. (...) Decía él que el mismo Dios, siendo uno en substancia, se
mudó en la medida en que lo exigían las necesidades del momento, y unas veces se
expresó como Padre, otras veces como Hijo y otras como Espíritu Santo. Los
inventores de esta herejía anónima están renovando un error viejo que hace tiempo se
extinguió; me refiero a los que repudian las hypostáseis y rechazan el nombre del Hijo
de Dios. Si no cesan de proferir iniquidades contra Dios, tendrán que gemir con los que
niegan a Cristo (Ep. 210,5)
De esta manera San Basilio hizo avanzar la doctrina trinitaria (particularmente en los
términos que debía usarse para su expresión) en una dirección que acabará desembocando en
la definiciones de los Concilios de Constantinopla (481), de Éfeso (431) y de Calcedonia (451).
Los otros dos Capadocios, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nyssa, siguieron las huellas de
su maestro, dando mayor firmeza a sus posiciones teológicas y utilizándolas como base para
ulteriores progresos.
2) El homo-oúsios
3) El Espíritu Santo
“Sus enemigos estaban alerta sobre la mera expresión ‘el Espíritu es Dios’ que, aunque
verdadera, ellos y el malvado jefe de la impiedad imaginaron que era impía, para
desterrarle de la ciudad a él y a su poder de enseñanza teológica, adueñándose ellos de
la Iglesia y convirtiéndola en base de operaciones desde donde podrían invadir, como
desde una ciudadela, el resto del mundo con su doctrina malvada. En consecuencia,
usando otras expresiones y testimonios inequívocos que tenían el mismo sentido y
empleando argumentos que llevaban a la misma conclusión, se impuso a sus
adversarios, de manera que quedaron sin réplica, envueltos en sus propias admisiones -
prueba ésta, la más grande posible, de habilidad dialéctica-. Esto mismo se deduce
también del tratado que (Basilio) sobre este tema escribió, como con pluma que mojara
en el tintero del Espíritu. Reservó para más tarde el uso del término exacto, rogando
como un favor al mismo Espíritu y a sus celosos campeones que no se incomodaran por
su ‘oikonomía’ (al evitar la afirmación expresa: “el Espíritu Santo es Dios”) ni pusieran en
peligro por ambición toda la causa por aferrarse a una sola expresión, en una crisis en
que estaba en peligro la religión. Les aseguró que no sufrirían daño por un leve cambio
de palabras y porque enseñara la misma verdad con términos distintos. Nuestra
salvación, en efecto, no es tanto cuestión de palabras como de acciones.
El reconoció más que ningún otro que el Espíritu es Dios; esto es evidente, porque lo
proclamó públicamente muchas veces, siempre que se le ofrecía la ocasión, y lo
confesaba con vehemencia a los que le preguntaban en privado. Pero me lo manifestó
aún más claramente a mí en mis conversaciones con él; no me ocultaba nada cuando
hablábamos sobre este particular. No se contentaba con afirmarlo simplemente, sino
que llegó hasta imprecar sobre sí, cosa que no lo había hecho antes más que en raras
ocasiones, la terrible suerte de la separación del Espíritu si es que no adoraba al Espíritu
juntamente con el Padre y con el Hijo como consubstancial e igual a ellos.
Y si alguno quisiera aceptar mi testimonio como el de un colaborador suyo en esta
causa, manifestaré un detalle que desconoce la mayoría. Bajo la presión de las
dificultades de la época, él, por su parte, puso por obra la ‘oikonomía’, mientras que a
nosotros nos autorizó a usar de la libertad de expresión, no siendo probable que nadie
nos sacara de la oscuridad para llevarnos al tribunal o al destierro, a fin de que, gracias
a los esfuerzos de ambos, el Evangelio quedara firmemente establecido. No menciono
yo esto para defender su reputación, pues él es más fuerte que sus atacantes, si es que
éstos existen; lo hago para evitar que algunos piensen que las expresiones que se
encuentran en sus escritos son la única norma de piedad, con peligro de que se debilite
su fe y consideren que su propio error encuentra apoyo en la teología de Basilio, que era
el resultado combinado de las exigencias de la época y del Espíritu, en vez de
considerar el significado de sus escritos y la intención con que fueron escritos, a fin de
acercarse más a la verdad y reducir a silencio a los partidarios de la impiedad. ¡Ojalá su
teología sea la mía y la de todos los que me son caros!”
“¿Qué fundamento hay para aplicar al Espíritu todos los demás atributos igual que al
Padre y al Hijo, y privarle solamente de la divinidad? Es de todo punto necesario o
reconocerle la comunidad esto o no concederle tampoco en todo lo demás. Si es digno
de todo lo demás, no es ciertamente indigno de esto. Si, como arguyen nuestros
adversarios, Él es demasiado insignificante para concederle comunidad con el Padre y
el Hijo en el atributo de la divinidad, no es digno de compartir con ellos ni uno solo de
los atributos divinos; porque, cuando se consideran cuidadosamente los términos,
comparando los unos con los otros según el sentido que se contempla en cada uno de
ellos, se ve que implican nada menos que el título de Dios... Pero pretenden que este
atributo expresa la naturaleza; que su naturaleza el Espíritu no la tiene en común con
el Padre y el Hijo, y que, por consiguiente, tampoco tiene en común con ellos el
nombre. A ellos les toca, por tanto, demostrar cómo han llegado a comprobar esta
diversidad de naturaleza... En la investigación de la naturaleza divina hemos de
dejarnos guiar por fuerza de sus operaciones. Si vemos que las operaciones del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo se diferencian las unas de las otras, de la diversidad de las
operaciones deduciremos que son diversas también las naturalezas que operan.
Porque es imposible que seres que son distintos en lo que a su naturaleza se refiere,
estén asociados en cuanto a la forma de sus operaciones. El fuego no enfría, el hielo
no calienta. La diferencia de naturalezas implica diferencia entre ellas y entre las
operaciones que de ellas proceden. Si, pues, percibimos que la operacíón del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo es una única e idéntica operación, que no presenta
ninguna diferencia o diversidad en nada, es fuerza que de esta identidad de operación
deduzcamos la unidad de naturaleza... Por tanto, la identidad de operación en el
Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo arguye claramente la semejanza de naturaleza.
Se sigue de aquí que, aun cuando la divinidad signifique naturaleza, la comunidad de
esencia prueba que este título se adapta perfectamente al Espírítu Santo”.
* Por otra parte, San Basilio sostiene abiertamente, con la mayoría de los Padres
griegos, que el Espíritu Santo procede del Padre, POR MEDIO del Hijo. Procede del Padre,
pero no por generación, como el Hijo: es el hálito de su boca 223. Le llama también “Espíritu del
Hijo”, pero con ello no quiere decir que sea el Hijo la fuente única del Espíritu, como pretendía
Eunomio224. La Sagrada Escritura le llama “Espíritu del Padre” y “Espíritu del Hijo”, porque el
Hijo tiene todo en común con el Padre225. Basilio da a entender, aunque no lo diga
expresamente, que el Espíritu Santo es, en cierto sentido, por el Hijo y procede de Él226.
A) SU VIDA
Al igual que su amigo Basilio, Gregorio de Nacianzo era también hijo de una familia
aristocrática y pudiente de Capadocia. Era casi de la misma edad que Basilio y siguió el mismo
curso de estudios; pero su carácter era totalmente distinto. No tuvo el vigor del gran príncipe,
obispo de Cesarea, ni su habilidad de jefe.
Entre los teólogos del siglo IV fue una especie de “humanista”, en cuanto prefería la
contemplación tranquila al esplendor de una vida activa, o la piedad ascética combinada con la
cultura literaria a una buena posición eclesiástica. Sin embargo, su naturaleza débil e
Gregorio empieza así una de las cartas que dirigió a San Basilio: “Desde
el principio te torné, y sigo teniéndote, como mi guía en la vida y maestro en el dogma”. Con
estas palabras, el propio Gregorio reconoce la deuda que tiene en Teología con el gran obispo
de Cesarea. Todo estudio serio que se haga sobre su pensamiento no hará sino confirmar esta
dependencia.
A pesar de ello, Gregorio representa un claro progreso respecto de San
Basilio, no sólo en su terminología y en sus fórmulas dogmáticas, que son mejores, sino
también en la realización de la Teología como ciencia y en un conocimiento más profundo de
sus problemas. Se justifica, pues, que la posteridad le haya otorgado el título de “el teólogo”. En
más de una ocasión trata explícitamente, en sus obras, acerca de la naturaleza de la Teología.
Así, en sus cinco Discursos teológicos (2731) y en los Sermones 20 y 32 (que están en
estrecha relación con aquéllos) desarrolla una serie de “discursos sobre el método"; una
verdadera metodología en el sentido más pleno de la palabra. Discute las fuentes de la
Teología, las características del teólogo, la ecclesia docens y la eccIesia discens, el objeto de
la Teología, el espíritu de la Teología, las relaciones entre fe y razón, la autoridad de la Iglesia
para formular definiciones dogmáticas que obliguen, etc.
1) Doctrina trinitaria
“Te doy esta profesión de fe para que te sirva de compañera y protectora durante toda
la vida: Una sola divinidad y un solo poder, que se encuentran conjuntamente en los tres y que
comprende a los tres por separado; no es distinta en substancias o naturalezas ni aumenta ni
disminuye por adiciones o substracciones; es igual bajo todos los conceptos, idéntica en todo:
la conjunción infinita de tres infinitos, siendo cada cual Dios si se le considera aparte, tanto el
Padre como el Hijo como el Espíritu Santo, conservando cada cual su propiedad (idiótes,
“proprietas”); los tres un solo Dios cuando se les contempla conjuntamente. Lo primero, por
razón de la consubstancialidad (homousiótes); lo segundo, por razón de la monarquía
(monarchía)”.
En esta profesión de fe, Gregorio trata de evitar, como dice él expresamente, tanto la
herejía de Arrio como la de Sabelio. Dice en su Oratio 39,11:
prósopa (personas), pues no reñiremos por cuestión de palabras, siempre que las
decir, en cuanto a la divinidad. Porque están divididos sin división, por decirlo así, y
en quienes está la divinidad, o, para decirlo más exactamente, que son la divinidad.
Evitaremos las exageraciones y las deficiencias, sin hacer de la unidad una confusión
opuestos entre sí, pero de igual malicia. En efecto, ¿qué necesidad hay de contraer a
“El Padre es Padre sin principio, porque no procede de nadie. El Hijo es Hijo y no es sin principio, porque procede del
Padre. Pero si hablas de principio en el tiempo, también Él es sin principio, porque es el Hacedor del tiempo y no está
sometido al tiempo. El Espíritu Santo es Espíritu de verdad, que procede del Padre, pero no a manera de filiación,
porque no procede por generación, sino por procesión (me veo precisado a acuñar palabras por amor a la claridad).
Porque ni el Padre dejó de ser ingénito por haber engendrado, ni el Hijo dejó de ser engendrado por proceder del
Ingénito. ¿Cómo podrían hacerlo? Tampoco el Espíritu se ha convertido en Padre o Hijo porque procede o porque es
Dios, aunque no lo crean así los impíos" (Or. 39,12).
2) El Espíritu Santo
228 Y que el Concilio de Florencia (04/02/1441) definiría “in Deo omnia sunt unum, ubi no obviat
relationis oppositio”
229 Orat. 34: PG 36,352ª; Orat. 20: PG 35, 1073ª; Orat. 31: PG 36, 165B; Orat. 41: PG 36, 441C.
230 Adv. Eunom. 3, 6-7.
231 Cf. Orat. 25,16; 26,19.
la divinidad del Espíritu Santo. Ya en el año 372, en un sermón público, le llama “Dios”, y se
pregunta:
“¿Hasta cuándo vamos a ocultar la lámpara bajo el celemín y privar a los demás del
colocarse encima del candelabro para que alumbre a todas las iglesias y a todas las
almas del mundo entero, no ya con metáforas ni bosquejos intelectuales, sino con una
“El Antiguo Testamento proclamó abiertamente al Padre, pero al Hijo de una manera
más obscura. El Nuevo Testamento reveló al Hijo claramente, pero sólo insinuó la
divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu Santo convive con nosotros y se nos
del Hijo mientras no se reconociera la del Padre; tampoco lo era el imponer el peso
del Espíritu (si vale una expresión tan atrevida) mientras no se admitiera la divinidad
Si se compara a Gregorio de Nyssa con los otros dos Capadocios, como teólogo, salta
a la vista su superioridad. A él se debe, después de Orígenes, la primera exposición orgánica y
sistemática de la fe cristiana. Sus especulaciones doctrinales tienen un alcance muy superior a
las controversias de su tiempo y son una contribución al progreso de la Teología como tal.
1) Filosofía y Teología
Ningún otro Padre del siglo IV hizo un uso tan vasto de la filosofía como Gregorio de
Nyssa en su empeño por hacer más accesibles a la inteligencia humana los misterios de la fe.
Compara a la Filosofía con la “esposa” del Cantar de los Cantares, pues nos enseña la actitud
que hemos de adoptar ante lo divino234. Por otra parte, no duda, es verdad, en criticar a la
filosofía pagana y en compararla con la hija estéril y sin hijos del Rey egipcio (Epist. 2,110).
Dice en su obra De Vita Moysis:
“La filosofía pagana es verdaderamente estéril; siempre a punto de parir, pero nunca
acaba de dar a luz un ser vivo. ¿Qué fruto ha producido la filosofía que esté a la altura de
tan grandes dolores? ¿No es verdad que todos (sus frutos) son vacíos, imperfectos, y se
malogran, como abortivos que son, antes de llegar a la luz del conocimiento de Dios? (De
Vita Moysis 2,11).
Sin embargo, considera como un deber hacer un uso discreto de la sabiduría pagana.
De la misma manera que los tesoros de los egipcios en manos de los hijos de Israel estaban
destinados a servir para fines más elevados, así también hay que rescatar la sabiduría de la
esclavitud de la filosofía pagana para emplearla en el servicio de la vida superior de la virtud:
“Hay algo, en verdad, en la filosofía pagana que no debe rechazarse y que merece que
lo apropiemos con el propósito de engendrar la virtud. En efecto, la filosofía ética y natural bien
puede convertirse en esposa, amiga y compañera de la vida superior, con tal de que sus partos
no traigan ninguna polución extraña” (De Vita Moysis 2,378).
2) Doctrina trinitaria
En sus esfuerzos por conciliar la Trinidad y la Unidad, Gregorio sigue, por una parte,
las huellas de Platón, y por otra anticipa el realismo extremo de la Edad Media. En el párrafo
con que empieza su tratado Que no hay tres dioses241 escribe:
“Decimos en primer lugar que la costumbre de llamar a los que no están divididos
por naturaleza con el nombre mismo de la naturaleza común en plural y decir que son
‘muchos hombres’ es un abuso; sería lo mismo que decir que hay ‘muchas
naturalezas humanas’... Así, pues, hay muchos que participan de la misma naturaleza
del individuo como tal, sino a la que es común... Por esta razón sería mucho mejor
“Ya que es difícil corregir un hábito..., no estamos muy equivocados al no ir contra esta costumbre tan extendida
cuando se trata de la naturaleza inferior, puesto que del mal uso del nombre no resulta ningún daño; pero tratándose de
afirmaciones que se refieren a la naturaleza divina, el uso ambiguo de términos no está exento de peligro, porque lo que
es de poca monta ya no es bagatela en estos temas. Por consiguiente, debemos confesar un solo Dios, según el
testimonio de la Escritura: ‘Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es un solo Señor’, aun cuando el nombre de la Divinidad
se extienda a la Trinidad Santa”.
Según Gregorio, la distinción entre las tres Personas divinas consiste exclusivamente
en sus relaciones mutuas inmanentes. Por esta razón, su actividad “ad extra” no puede ser más
que una y es común a las tres Personas divinas243:
“En los hombres, las acciones de cada uno en los mismos oficios se distinguen; por
eso se dice, con razón, que son muchas, porque cada una de ellas está separada de las
hace por Sí solo nada en que no tome parte el Hijo con Él; tampoco el Hijo tiene
ninguna operación propia independientemente del Espíritu. Por el contrario, todas las
según el número de las Personas, sino de suerte que no hay más que una moción v
disposición de la buena voluntad que del Padre, a través del Hijo, desemboca en el
Espíritu Santo... Por consiguiente, no se puede llamar tres dioses a los que, conjunta
cuanto a la causa y a lo que es causado; sólo de aquí deducimos que una Persona se
distingue de otra, es decir, porque creemos que una es la Causa y que otra procede de
mediatamente y a través del que procede directamente del primero. De esta manera,
mediación (mesiteía) del Hijo, sin perder su propiedad de ser Unigénito, tampoco
3) El Espíritu Santo
Lo hasta aquí expuesto permite observar que, al igual que los demás Padres griegos,
Gregorio también opina que el Espíritu Santo procede del Padre a través del Hijo, es decir,
inmediatamente del Hijo, mediatamente del Padre. Esta misma idea la expresa con exactitud
en su tratado De Spiritu Sancto 3. Allí compara al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo con tres
antorchas: la primera comunica su luz a la segunda, y por medio de la segunda le es
comunicada a la tercera. Sin embargo, otro pasaje de su De oratione dominica avanza un paso
más cuando dice: “Del Espíritu Santo se dice también que es del Padre y se afirma, además,
que es del Hijo (...) Así, pues, el Espíritu que procede de Dios es también Espíritu de Cristo”.
Concluyendo, debe decirse que Gregorio no enseña solamente la divinidad y
consubstancialidad del Espíritu Santo y su procesión del Padre -confirmando así la doctrina de
los otros dos Padres Capadocios- sino que profundiza más que ellos en el estudio de sus
relaciones con el Hijo.
A) EXPOSICIÓN DE LA TEORÍA
B) FUNDAMENTOS DE LA TEORÍA
245 Así lo pretende Harnack, exponiendo brillantemente una idea lanzada ya por Zahn
en las explicaciones que se dan la ousía, elemento común a las tres hypóstasis, juega respecto
de los caracteres hypostáticos, el mismo papel que el género o la especie (tó koinón) respecto
de las propiedades, (tó ídion), o que la naturaleza humana, en los diferentes individuos, juega
respecto de las notas personales.
* En tercer lugar, el Concilio de Constantinopla omite la expresión ek tes ousías tóu Patrós
(“de la sustancia del Padre”) que disgustaba a los semiarrianos.
Sabemos que la doctrina fundamental de los arrianos fue la afirmación de que el Verbo
no es Hijo de Dios por naturaleza, es decir, no es propiamente Hijo; por consiguiente, no es de
la misma esencia que el Padre, sino de una esencia heterogénea.
Por el contrario, la consubstancialidad específica, por sí misma, implica el origen por
una generación propiamente dicha. Por lo tanto, demostrada ésta, consta que el Verbo es Hijo
de Dios por naturaleza, o sea, que posee la esencia divina común con el Padre. Demostrado
esto, quedaba refutado el error fundamental de los arrianos. Ésta fue la razón por la que los
doctores católicos, San Atanasio y San Hilario, defendieron “in recto” la consubstancialidad
específica, sin llevar más lejos su argumentación. Bastan algunos textos de San Atanasio y de
San Hilario para probar lo dicho.
1) San Atanasio
San Atanasio se subleva contra las impiedades de Arrio y sus partidarios. Sabe, porque
la Escritura y la Tradición se lo han enseñado, que no hay más que un solo Dios; pero sabe
también que el Verbo es Dios, que posee, en consecuencia, todas las cualidades divinas y
particularmente la eternidad. Afirma, por lo tanto, su creencia y no se cansa de expresarla. Hay
más. Para San Atanasio, el Verbo es otra cosa que el instrumento de la creación, otra cosa que
el Pensamiento del Padre, es decir, una Persona lejana y misteriosa. Ante todo hay que
buscarlo y adorarlo en Jesucristo. Ahora bien, Jesucristo es una persona histórica que ha vivido
en medio de los hombres; es el Verbo encarnado por amor a nosotros; y, si queremos saber
por qué Dios se ha hecho hombre, es a fin de que los hombres devengan dioses. Tal era ya la
doctrina de San Ireneo. San Atanasio toma esta doctrina y la comenta incansablemente. Sabe
que estamos llamados a la vida divina, que hemos recibido el espíritu de adopción, que hemos
sido hechos participantes de la naturaleza divina. ¿Cómo podría ser así, si el Cristo no fuese
Dios? ¿Y el Cristo sería Dios si el Verbo no fuese más que una creatura? Todo está trabado en
la doctrina cristiana; y se puede, como lo hace Atanasio, partir de la Encarnación para
remontarse a la Trinidad, eterna e indivisible. Este movimiento de pensamiento presenta,
incluso, la ventaja de ser más fácilmente accesible al pueblo fiel, y reproducir el acto mismo de
la Revelación, porque es por Cristo que hemos conocido la Paternidad de Dios”249.
Quizás sea el descuido de esta postura germinal de San Atanasio lo que ha llevado a
algunos historiadores del dogma a estudiar su doctrina trinitaria como un dominio reservado a
las especulaciones teológicas y a un registro de expresiones desprendidas de este contexto
general.
Atanasio sabe que afirmar rotundamente la divinidad del Verbo suscita una serie de
cuestiones y de dificultades, y se esfuerza por resolverlas:
El Padre es eternamente Padre; por consiguiente, es necesario que el Hijo sea engendrado
desde toda la eternidad:
“Jamás la substancia del Padre ha sido imperfecta, de manera que lo que le es propio
a la existencia del Padre. Él es engendrado de Dios y, siendo propio Hijo del Dios
eterno, existe desde toda la eternidad. Los hombres engendran en el tiempo porque
de Él. Eterno es el Padre, inmortal, poderoso, Luz, Rey, Dueño absoluto, Dios,
Señor, Creador y Autor. Todo esto debe estar en la Imagen para que,
verdaderamente, aquel que ve al Hijo vea al Padre. Si no es así, como dicen los
Es cierto que San Hilario se esfuerza de tal manera en mostrar una “piadosa”
equivalencia entre el “consubstantialis” y el “similis essentiae” que a veces parece apenas no
advertir que el homoioúsios no es empleado más aptamente que el homooúsios. Sin embargo,
él mismo rechaza esta sospecha: “Acaso alguien puede pensar que yo quiera recibir el
homoiousios”253.
Respecto a la aparente ambigüedad de Hilario en este punto, hay que afirmar dos
cosas:
1º) que se explica por el estado de la controversia que sostenía el Obispo de Poitiers contra el
arrianismo;
2º) que no excluye en absoluto, el que el Obispo de Poitiers entendiese la consubstancialidad
no meramente como específica, sino como numérica.
“¿Qué novedad de naturaleza puede traer la natividad del Hijo para que no sea Dios?...
¿Qué clase de demencia es, el que la natividad del Unigénito de Dios reproduzca una
naturaleza desnaturalizada procedente de Dios?” ... “Por la natividad la naturaleza no
degenera para no ser la misma”... “La natividad no es ni disminución ni diversidad”254.
Dentro del marco general de esta polémica, hay que atender a la finalidad particular del
libro De Synodiis que es una obra conciliadora, que trata de hacer conocer los malentendidos
que podían existir entre una parte y la otra.
Hilario se dirige a los Orientales que, contra los anomeos, defienden hasta tal punto la
divinidad propiamente dicha del Hijo, que afirman que Éste es “similis essentiae” con el Padre;
y se esfuerza por hacerles ver que ya no tienen por qué no profesar el “consubstantialis”. Sabe,
sin embargo, que lo que obstaculiza el entendimiento son los malignos sentidos en que puede
ser entendido el “consubstantialis”; de manera especial aquel en que, suprimida la
substancialidad del Hijo -o sea su real distinción del Padre-, se introduzca, como él mismo dice,
la unidad personal de Uno y Otro. Por eso, dice que no se predique de las Personas el
homooúsios sino después de afirmar y poner fuera de dudas, la substancialidad y real
distinción de las mismas.
En otras palabras, quiere que, en la expresión de la doctrina, se comience por la
consideración de cada Persona en singular, de modo que, considerado el Hijo en sí mismo, se
afirme que le pertenece realmente una verdadera ousía con lo cual se evite que sólo sea un
nombre vacío, distinto del Padre sólo de palabras. Una vez puesto esto a buen recaudo, se
puede hablar de la esencia del Hijo no menos que de la del Padre; ya se entiende que una se
dice engendrante y la otra engendrada. Comparada la una con la otra, se puede negar toda
diferencia o degenerancia, y afirmar la similitud o igualdad. Por consiguiente, sin equivocación,
se puede decir que la esencia del Padre y del Hijo es una sola y la misma.
Como quiera que la semejanza sea por la natividad “ex Deo”, ella implica la igualdad,
puesto que la naturaleza por el nacimiento no se hace disímil ni es disminuida; se admite que el
Hijo, realmente, es semejante no sólo “según la esencia”, sí que también “según el poder, la
gloria y el tiempo”255.
253 Respuesta a los reprensores del libro sobre los sínodos, P.L. 10, 547 B.
254 De Trinitate, 7, 14; 22; 39; P.L. 210 B-C; 218 B, 232 B.
255 De Synodiis 73-74.
Por cierto que una semejanza o igualdad de este tipo no puede darse a no ser que el
Padre le haya dado su propia esencia al Hijo, puesto que si el Padre no le dio al Hijo una
naturaleza distinta ni disímil ni de menor poder, no puede haberle dado sino la suya propia: “Y
así la semejanza es propiedad, la propiedad es igualdad, y la igualdad no difiere nada. Las
cosas que no difieren en nada, son uno no por la unión de la persona sino por igualdad de la
naturaleza”256.
b) La consubstancialidad numérica
“Como quiera que esté condenado decir que el Padre y el Hijo son dos dioses, sea
también anatema negar que el Hijo es Dios; la opinión de una substancia diversa de la
otra es excluida en la predicación de dos dioses. No hay otra esencia fuera de la de
Dios Padre, de la cual el Hijo de Dios nació Dios intemporal. Pues... como quiera que
es irreligiosa la confesión de dos dioses, no pueden, según la indiferencia de la
naturaleza y el nombre indiferente, no ser uno en el género de la esencia, aquellos de
quienes el nombre de la esencia no puede ser sino uno”258.
San Hilario excluye el que la substancia del Padre sea comunicada al Hijo de un modo
tal que traiga consigo el que ella sea, en cuanto comunicada, numéricamente otra:
- Enseña que la comparación con la generación humana debe ser cuidadosamente corregida,
cuando se trata del modo como la misma substancia es común al engendrante y al
engendrado259.
- Afirma que “nativitatis hoc (esse) sacramentum (misterio), ut Pater et Filius in unitate naturae
sint” y por cierto no sería misterio si fuesen “in unitate naturae”, meramente específica, puesto
que así lo son todos los padres y los hijos.
- Excluye explícitamente que la comunicación de la substancia del Padre al Hijo se haga de
algún modo que introduzca dos dioses. Esta posición del Santo Doctor es clara, ya que excluye
una interpretación del vocablo homooúsios, con la que se induciría o el que una sola substancia
se divide en dos, o el que alguna substancia superior es participada en común por dos: “non sit
una substancia aut ex portione, aut ex unione, aut ex communione”260.
Al explicar cómo el Padre y el Hijo sean “unum”, lo hace de tal manera que es evidente
que entiende que, en Uno y Otro, hay una sola y misma, -numéricamente hablando- naturaleza,
esencia y divinidad.
- El misterio de la generación divina no es un misterio “de división” del Hijo del Padre, por el
que “sea dividido el espíritu” que es la substancia de Dios261.
1) Novedad de la fórmula
A la fórmula “una esencia, tres hypóstasis” se la llama nueva, tanto por haber
prevalecido más tarde en Oriente para enunciar el misterio de la Trinidad, cuanto por el hecho
que los vocablos ousía e hypóstasis son tomados en ella con un sentido más preciso y
determinado a como se solían usar antes.
Directamente, ousía ya no significa sino la esencia, o sea, aquello por lo que algún ser
es constituido en su especie; hypóstasis, por su parte, significa el ser substancial en cuanto
existe o es considerado distinto de otro también de su misma esencia, especie o naturaleza.
Esta distinción de sentidos no se daba, o por lo menos no era tan firme, en tiempos del Concilio
de Nicea. La misma por largo tiempo fue reconocida de mala gana en Occidente; en Oriente,
por su parte, no se impuso sino en la doctrina trinitaria, puesto que cuando se trataba de la
Encarnación, hypóstasis se entendía de la substancia real en cuanto tal, razón por la que San
Cirilo de Alejandría decía que en Cristo había dos hypóstasis.
Ya hacía tiempo que se había abierto un camino para la distinción, o mejor, la precisión
que distingue entre ousía e hypóstasis, en cuanto con este último vocablo se hacía notar que
algo tenía consistencia objetiva, o sea en la realidad, y que no era una mera apariencia
fenoménica ni una ficción de la mente. De aquí que cuando los autores católicos, contra los
sabelianos, hubieron de afirmar e inculcar, en Dios, la realidad substancial de las Personas,
espontáneamente dijeron que el Hijo y el Espíritu Santo tienen o son, no menos que el Padre,
hypóstasis265.
De aquí que San Basilio explique que es necesario admitir que el Hijo es
consubstancial al Padre, como está escrito, pero hay que admitir también, que “el Padre es en
su hypóstasis particular, el Hijo en una hypóstasis particular, y el Espíritu Santo en una
hypóstasis particular. Como los Padres mismos lo han expuesto claramente” 266. Por la misma
razón, San Hilario aprobó el que los semiarrianos distinguiesen la hypóstasis del Hijo de la
“innascible esencia de Dios”267, y el que los eusebianos, contra Marcelo de Ancira, dijeran: “El
Padre y el Hijo y el Espíritu Santo no son meros y ociosos nombres, sino que significan la
hypóstasis propia de cada uno de ellos”268.
3) Prevalencia de la fórmula
269 SAN ATANASIO prosigue: “Luego hemos examinado también a los que se les reprochaba
decir una sola hypostasis, para ver si era en el sentido de Sabelio, para suprimir el Hijo y el Espíritu Santo,
o negar que el Hijo sea substancial y el Espíritu Santo realmente subsistente. Ellos también afirmaron
enérgicamente que jamás habían dicho ni pensado nada semejante. Hablamos de hypostasis -dijeron-
porque identificamos la hypóstasis y la substancia; decimos una hypóstasis porque el Hijo es de la
substancia del Padre y la causa de la identidad de naturaleza. Creemos en la única divinidad y en su única
naturaleza, y no admitimos una substancia diferente para el Padre a quien serían extraña la del Hijo y la del
Espíritu Santo”. CONCILIO DE ALEJANDRÍA, Tomo 5, 6. P.G. 26, 800-801.
dogma trinitario. Se creía, desde los orígenes de la Iglesia, que había “un solo Dios y Tres...”.
Aquí faltaba el término propio para traducir lo que en Dios es trino y era necesario, a la vez,
evitar los escollos del triteísmo y sabelianismo. En Alejandría se convino en designar por la
palabra hypóstasis cada una de esas realidades inseparables. Es manifiesto el progreso en el
vocabulario.
A los Occidentales les costó mucho aceptar la nueva terminología. Desde Tertuliano se
habían habituado a designar con la palabra “persona”, el proprium quid de las Personas
divinas. Esta palabra correspondía, literalmente a prósoopon; pero en el lenguaje latino, por la
fuerza de las cosas, había tomado una significación más precisa, e indicaba una cosa
totalmente distinta a un mero aspecto pasajero, a un rol o una máscara de teatro. Aplicada a
las Personas divinas, expresaba realidades subsistentes, aunque inseparables y no
independientes las unas de las otras. Por el contrario, veían en la palabra hypóstasis, el
correspondiente exacto de “substancia”, y no podían aceptar hablar de tres substancias en
Dios. La fórmula “tres hypóstasis”, les parecía una profesión de triteísmo.
Sin embargo la fórmula prevaleció como enunciadora, recta y completamente, del
misterio de la Trinidad, afirmando que en Dios se den tres realidades substanciales
(hypostáseis), y no sólo tres meros nombres (prósopa), en el sentido sabeliano.
Para hablar de la interpretación que de la fórmula “una ousía, tres hypóstasis” hicieron
los Padres Capadocios, bastaría mencionarlos entre los autores y propugnadores de la fórmula
que negaron explícitamente el deseo de introducir con ella varios dioses. Sin embargo, los
Capadocios, y en especial San Basilio, fueron los más acusados de haber favorecido el
“neoniceanismo”; es conveniente, por tanto, probar -al menos de modo general- que pensaron
rectamente en su enseñanza trinitaria270.
Digamos a modo de prefacio general, que en varias oportunidades, San Basilio, San
Gregorio de Nacianzo y San Gregorio de Nyssa, protestaron contra la acusación de triteísmo,
cosa que debieron admitir, aunque más no fuese confusamente, si hubiesen enseñado una
consubstancialidad meramente específica. Contra esta consecuencia herética (el triteísmo), los
tres Capadocios se irguieron con la misma energía con que lo hicieron contra el sabelianismo.
Mencionemos, a modo de ilustración, alguna expresión de cada uno de los padres:
“A fin de no dividir la naturaleza divina en varios dioses, hay que confesar que no hay
más que una sola naturaleza divina para el Padre y el Hijo”271.
“Te doy esta profesión de fe para que te sirva de compañera y protectora durante toda
la vida: Una sola divinidad y un solo poder, que se encuentran conjuntamente en los Tres y que
comprende a los Tres por separado; no es distinta en substancias o naturalezas ni aumenta ni
dismimuye por adiciones o sustracciones; es igual bajo todos los conceptos, idéntica en todo:
la conjunción infinita de Tres infinitos, siendo cada cual Dios si se le considera aparte, tanto el
Padre como el Hijo como el Espíritu Santo, conservando a cada cual su propiedad; los Tres un
solo Dios cuando se les contempla conjuntamente; lo primero, por razón de la
consubstancialidad; lo segundo, por razón de la monarquía...”
“Conviene que sea aprobada esta fe (la de Nicea) que es común a vosotros, nosotros y
a todos los que no pervierten la palabra de la verdadera fe, como quiera que (es)
antiquísima y conforme al bautismo, y nos enseña a creer en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, de modo, por cierto, que se crea que una es la divinidad, el
poder y la substancia (ousía) del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, e igual la
dignidad, co-eterno el imperio en tres perfectas hypóstasis, o en tres perfectas
Personas (prosópois), para que no encuentre lugar la peste de Sabelio, con la que se
confunden la hypóstasis y se suprimen las propiedades; ni tengan fuerza la blasfemia
de los eunomianos y de los arrianos y de los que combaten al Espíritu Santo,
(blasfemia) que desgarra la substancia (ousía) o naturaleza, y la divinidad, e introduce
en la increada, consubstancial y coeterna Trinidad, una cierta posterior o creada
naturaleza de substancia diversa (...) Esto es, en suma, lo que atañe a la fe; con lo cual
podréis satisfacer a nuestros ánimos, si os dignáis examinar el Tomos del Sínodo de
Antioquía (379) y el que, el año anterior (381), fue editado por el sínodo universal de
Constantinopla, en el que expusimos más abundantemente una profesión de la fe, y
dimos sentencia con anatemas contra las herejías recientemente inventadas” 273.
Respecto de la omisión ek tes ousías (“de la sustancia”) en el Símbolo, hay que decir
que no tiene la fuerza o significación que se le atribuye. Varias son las razones que se le
pueden asignar a la omisión que luego se impuso: o bien la fórmula fue añadida al Símbolo
niceno para excluir la fórmula arriana “del no ser”, y como ésta ya no fuese sostenida, y por lo
demás fuese excluida por otras afirmaciones, ya no había el mismo motivo para que se
afirmase explícitamente el ‘ex essentia’; o bien la fórmula era apta para sugerir una falsa
interpretación, a saber, la división de la esencia divina, lo que fue, desde el comienzo, la
perversa interpretación, por parte de los adversarios, de la fe de Nicea. Por lo tanto, como
quiera que hacía ya tiempo, San Atanasio hubiese afirmado que el ‘de la esencia’ no dijera más
que el ‘del Padre’, se entiende que se pudo omitir, tanto para evitar en el Símbolo una palabra
demasiado metafísica, cuanto para precaver una falsa interpretación de la misma.
Escolio:
1) Sentido de la afirmación
2) Argumento general
“El último de los Padres de la Edad de Oro, San Agustín, emerge en aquella tierra
romana del otro lado del mar, que había producido en el siglo tercero a Tertuliano y Cipriano.
Del primero posee la magia de la palabra, la formación juridica; del segundo, el alma pastoral;
de los dos y quizá de aquella tierra africana la finura de espíritu unida al orgullo de pertenecer a
aquella Iglesia de África, madre de tantos doctores y mártires” (A. Hamman).
A) FUENTES
2) Fuentes no-agustinianas.
La Vida de San Agustin, obra de Posidio, escrita entre el 431 y el 439 (ibid., 28,1011) a base
de los recuerdos personales (quae in eodem vidi et aedivi. praef. 1) y de las fuentes escritas
existentes en la biblioteca de Hipona, es obra de excepcional valor historico y guia insustituible
para conocer la vida y la actividad de San Agustín desde su ordenación sacerdotal hasta su
muerte.
II. LA PERSONALIDAD
Agustín es una personalidad compleja y profunda: es filósofo, teólogo, místico, poeta,
orador, polemista, escritor y pastor, dotes todas que se completan entre sí y hacen de él una
persona “a la que casi nadie o muy pocas de cuantas han florecido desde el principio del
género humano hasta hoy se le pueden comparar”274. Altaner escribe:
En el ámbito del cristianismo, Agustín dió vida a la primera gran síntesis de filosofía,
que sigue siendo un momento esencial de la historia de Occidente. Partiendo de la evidencia
del conocimiento de sí, se adentra por los temas del ser, de la verdad y del amor, e ilumina la
comprensión de los problemas de la búsqueda de Dios y de la naturaleza del hombre, de la
eternidad y del tiempo, de la libertad y del mal, de la Providencia y de la historia, de la felicidad,
de la justicia y de la paz.
Con humildad y audacia ilustró los misterios cristianos, determinando el más
sorprendente progreso dogmatico que la historia de la Teología haya conocido, no sólo en la
doctrina de la gracia, sino, asimismo, en la teologia de la Trinidad, de la Redención, de la
Iglesia, de los Sacramentos y en la Escatología; se puede afirmar que no hay asunto teológico
que San Agustin no haya iluminado. Explicó abundantemente la doctrina moral, centrada en el
amor, la doctrina social y política, defendió los caminos del ascetismo cristiano y exploró las
cimas más altas de la mística.
Como orador supo combinar la profundidad y la precisión dogmática del doctor, la
elevación lírica del poeta, la vibrante conmoción del místico y la sencillez evangélica del pastor
que se hace todo para todos. Conoce los diversos estilos de la oratoria, que él mismo expondrá
al fin de su vida en el De doctrina christiana, y los utiliza pasando con naturalidad del estilo
sencillo al moderado, y de éste, muy a menudo, al estilo sublime.
Fue un polemista formidable. Profundamente convencido de la verdad y de la
originalidad de la doctrina católica, la defendió contra todos (paganos, judíos, cismáticos y
herejes) con las armas de la dialéctica y con los recursos de la fe y la razón. Pero tuvo,
asimismo, respeto del adversario, estudiando sus escritos, citando los textos que confutaba,
reconociendo sus méritos y disimulando y perdonando sus ofensas. De su atormentada
experiencia del error aprendió a ser bueno con los que yerran.
Fue un maestro consumado de retórica. De ella se sirvió y enseñó a los demás a
servirse de ella (cf. De doct. chr. 4), mas subordinándola siempre al contenido: “Se ha de
anteponer el contenido a las palabras, como el alma al cuerpo” (De cat. rud. 9,13). Cuando era
necesario para hacerse entender, no tenía escrupulos en introducir neologismos o saltarse las
reglas de la gramática: “Prefiero ser criticado por los ‘grammatici’ a no hacerme entender por el
pueblo” (In Ps. 138,19; In Ps. 36; Serm. 3, 6; 37,14). Si el estilo en sus primeros escritos es aún
de sabor clásico (“henchido de la familiaridad con las letras profanas”, Retract., Prol. 3), en las
otras se inspira, cada vez más, en la Biblia y en los autores eclesiásticos, contribuyendo de
este modo a la configuración del latín cristiano. No cultivó un solo estilo, sino tantos cuantos
exigían los argumentos de sus obras. Por ejemplo: las Confesiones, el De civitate Dei, los
Sermones y las Epistolae -y éstas según la diversidad del argumento- ostentan un estilo
claramente diverso en la estructura de la frase y en el vocabulario, acomodado a la fisonomía
de cada una de las obras.
Especial interés reviste el estudio del alma de Agustín. Sus extraordinarias dotes
intelectuales se conjugaban con cualidades morales no inferiores: carácter noble, generoso y
fuerte, búsqueda insaciable de la sabiduría, necesidad profunda de la amistad, amor vibrante
por Cristo, por la Iglesia y por los fieles, capacidad sorprendente para el trabajo, ascetismo
moderado, humildad sincera, que no teme reconocer sus errores (cf. Confesiones,
Retractationes); dedicación asidua al estudio de la Biblia, a la oración, y a la contemplación.
Éste es, en suma, el “maestro” más seguido de Occidente y que bien merece, por todo
o dicho, el apelativo de Padre común. Dice B. Altaner:
“Lo que fue Orígenes para la ciencia teológica de los siglos III y IV, ha sido Agustín,
aunque de un modo más puro y eficaz,... Su influencia se ha dejado sentir no sólo en la
filosofía, teología, moral y mística, sino también en la vida social, en la política
eclesiástica, en el derecho civil; en una palabra, fue el gran artifice de la cultura
occidental del Medioevo”.
Como estudioso y polemista, quiso ser intérprete fiel de la doctrina católica, que es
siempre la clave más segura para interpretar su pensamiento.
- Celestino I defendió su memoria y lo incluyó “entre los maestros óptimos”, declarando que
siempre había sido amado y honrado de todos (DS 237);
- En las cuestiones acerca de la gracia, Hormisdas (DS 366), Bonifacio II (DS 399) y Juan II
recurrieron a San Agustin, “cuya doctrina, en conformidad con las decisiones de mis
predecesores -así declara el último de los citados-, sigue y conserva la Iglesia romana” (PL
66,21).
- Los papas de la época moderna -León XIII (Acta I 270), Pío XI (AAS 22,233), Pablo VI (AAS
62,420) y recientemente Juan Pablo II ensalzaron su doctrina y santidad.
- Los Concilios: de Orange, sobre el pecado original y la gracia; de Trento, sobre la justificación;
el Vaticano I, sobre las relaciones entre la razón y la fe, y el Vaticano II, sobre el misterio de la
Iglesia, la Revelación y el misterio del hombre, han recurrido abundantemente a su doctrina,
mostrando así que no era de Agustín, sino de la Iglesia, la cual, en consecuencia, la reconocía
como propia. Inútil advertir que en casos semejantes no estaba ya en juego el Obispo de
Hipona, sino la Iglesia misma.
Que su pensamiento haya sido interpretado de forma tan diversa a lo largo de los
siglos, no es signo de oscuridad: San Agustín no es un autor oscuro, aunque debe reconocerse
que no es un autor fácil. Y no es un autor fácil por varias razones: por la profundidad de su
pensamiento; por la multiplicidad de sus escritos; por la extrema variedad de las cuestiones que
afronta y d el modo cómo las afronta; por la diversidad del lenguaje y también, a veces, por la
incertidumbre típica de los grandes iniciadores; por la evolución de su pensamiento y la falta de
sistema; y también, en fin, por los límites de que adolece, como todo pensamiento humano.
Sólo quien logre superar con paciencia todos estos obstáculos hallará al verdadero Agustín; el
Agustín de los escritos, “en los que los fieles lo encuentran siempre vivo” (POSIDIO, Vita 31,8);
el Agustín de la historia, mucho más rico y armonioso de como lo hacen aparecer
interpretaciones precipitadas o los “agustinismos” a la moda.
EL MÉTODO TEOLÓGICO
* Por otra parte, San Agustín lee la Escritura en la Iglesia y en conformidad con la
Tradición. A los maniqueos replica: “No creería en el Evangelio si a ello no me moviera la
autoridad de la Iglesia católica”284. Recuerda a los donatistas las dos cualidades de la Tradición
apostólica: la universalidad y la antigüedad285; y a los pelagianos responde que debe ser tenido
por verdadero todo lo que la Tradición nos ha transmitido, aunque no se logre explicarlo 286,
pues los Padres “han enseñado en la Iglesia lo que en la Iglesia aprendieron”287.
4) Sentido profundo del misterio, que confiere al estudio teológico valentía y discreción a la vez;
y lo dispone a saber respetar el umbral de la trascendencia divina. San Agustín invoca
repetidas veces este sentido del misterio302, y lo aplica a todos los misterios cristianos: a la
incomprensibilidad de Dios303; a la Trinidad304, a la Encarnación305, al pecado original306, a la
6) Viva atención a la precisión del lenguaje teológico, puesto que “los filósofos hablan con
palabras desmandadas ... pero nosotros debemos atenernos a reglas precisas para que la
libertad de las palabras no engendre falsas opiniones de las cosas significadas por las
palabras”314.
Hay que decir, ante todo, que la doctrina trinitaria de San Agustín constituye un gran
progreso en la línea de la Tradición y gobierna el desarrollo posterior de la Teología trinitaria en
Occidente.
* San Agustín inicia su obra con una profesión de fe (“Ésta es mi fe, pues ésta es la fe
católica ”, De Trin, I, 4,7) para luego exponer las dificultades que la razón se plantea317 y
esclarecerlas a la luz de las Sagradas Escrituras. Posteriormente estudia la unidad y
propiedades distintivas de las tres personas318, aclara que las procesiones y misiones de que
habla la Escritura manifiestan el orden de origen de una persona respecto a otra, y no una
“sub-ordinación”319; destaca que todas las operaciones ad extra de la Trinidad son comunes (la
creación y las teofanías del Antiguo y del Nuevo Testamento), aunque sólo el Hijo se ha
encarnado320.
* Por otra parte, propone la doctrina de las relaciones como única vía para evitar los
errores de Arrio y Sabelio321. Además, fija las reglas para hablar correctamente de este
misterio322, ilustra su sentido contra los “gárrulos razonadores” y, recurriendo a la imagen de la
Trinidad en el hombre, expone su fecundidad espiritual y encamina al lector al amor y a la
contemplación de la Trinidad323.
El principio de la igualdad y distinción de las Personas divinas San Agustín lo enuncia
en los siguientes términos: “Dios es lo que tiene, excepción hecha de la relación que dice una
Persona a otra. El Padre tiene Hijo, pero no es el Hijo...”324. La primera parte del principio
profesa la absoluta simplicidad de Dios, en razón de la cual las Personas se identifican con la
naturaleza divina, que no es, por tanto, común a ellas, “como una cuarta entidad”, sino que es,
INTRODUCCIÓN
Dos son las razones principales que nos llevan a estudiar esta magna obra del Obispo
de Hipona:
1) Porque, junto a las Confesiones, constituye el “camino espiritual” de San Agustín, en donde
el genio del Doctor de Hipona ha dado el fruto más acabado. En efecto, el camino de la
“interioridad” señalado por San Agustín -que culmina con la experiencia mística de Ostia- se
continúa con la contemplación del misterio mismo de Dios, realizado por “la fe que busca la
inteligencia” del objeto amado.
2) Porque San Agustín ha sido el primero en Occidente en trazar y describir el camino de la
contemplación que conduce al hombre hasta el Dios revelado en el misterio trinitario. En lo
esencial, todos los místicos y autores espirituales posteriores retomarán los itinerarios que el
Doctor de Hipona ha descubierto y delineado.
San Agustín reconocía la dificultad que representaba escribir sobre un misterio tan
augusto como el de la Santísima Trinidad; el mismo Doctor de Hipona llama al De Trinitate
“opus laboriosum”339 y esperaba muy poca acogida en el público a causa de la dificultad del
tema que exige mucho esfuerzo para comprenderlo340. Cuando se trata de Dios -escribe San
San Agustín comienza mostrando, con la ayuda de las Sagradas Escrituras que la
Trinidad es un solo Dios verdadero; que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de una misma
y única sustancia divina, en contra de la opinión de Arrio.
* Libro I: Introducción. Unidad e igualdad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
* Libro II: Misiones del Hijo y del Espíritu Santo. Las teofanías del Antiguo Testamento.
* Libro III: Acción de Dios en el mundo y las teofanías.
* Libro IV: Las teofanías de Dios están ordenadas a la Encarnación y a la misión redentora y
mediadora de Cristo.
Luego de establecer los fundamentos de la fe, Agustín se esforzará por satisfacer las
exigencias de la razón. En estos libros el hiponenese se propone descubrir en la vida del alma
341 "Verius cogitatur Deus quam dicitur, et verius est quam cogitatur" (De Trin.VII, 4,7).
342 Ep. 120, c.III, n.3.
343 Ep. 174. Cf. Retract. l.II, c.5.
humana algunas analogías que permitan representar y aclarar de algún modo la vida íntima de
Dios. Por ejemplo:
* amans (el que ama) - quod amatur (lo amado) - amor (el amor mismo). Esta Trinidad la
expone en el Libro VIII, donde habla del Amor como el “lugar” donde debe buscarse la Trinidad.
* mens (alma intelectiva) - notitia qua se novit (conocimiento que el alma tiene de sí misma) -
amor quo se notitiamque suam diligit (amor por el cual el alma se ama y ama el conocimiento
que ella tiene de sí). Esta “trinidad” la presenta en el libro IX.
* memoria - inteligentia - voluntas. Esta mejor imagen de la Trinidad se encuentra en el Libro X.
A) INTENCIÓN APOLOGÉTICA
En las primeras palabras de su obra San Agustín advierte el carácter apologético del
De Trinitate:
“Ante todo, conviene advertir al futuro lector de este mi tratado sobre la Trinidad que mi
pluma está vigilante contra las calumnias de aquellos que, despreciando el principio de
la fe, se dejan engañar por un prematuro y perverso amor a la razón”. (De Trin. I, 1,1)
B) INTENCIÓN TEOLÓGICO-ESPIRITUAL
Sin embargo, esta finalidad apologética no sitúa a San Agustín en un plano puramente
filosófico, donde la fe sea puesta entre paréntesis El punto de partida es una investigación
teológica -incluso espiritual- en cuyo seno se desarrollará el trabajo racional. Dice el Santo:
“...marcharemos por las sendas de la caridad en busca de aquél de quien está escrito:
‘Buscad siempre su rostro’. Ésta es la piadosa y segura regla que brindo, en presencia
del Señor Nuestro Dios, a quienes lean mis escritos, especialmente este tratado,
donde se defiende la unidad en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues no existe
materia donde con mayor peligro se desbarre, ni se investigue con mayor fatiga o se
encuentre con mayor fruto”.(I, 3,5)
344 Modernamente, diríamos tres falsas concepciones de Dios: 1) una concepción materialista;
2) una concepción antropomórfica; y 3) una concepción evolucionista.
345 « ...quantum possumus, reddere rationem, quod Trinitas sit unus et solus, et verus Deus, et
quam recte Pater et Filius et Spiritus Sanctus unius eiusdemque substantiae vel essentiae dicatur, credatur,
intelligatur; ... » (I, 2, 4)
Esta característica es más evidente aún si se la compara con otra obra apologética
como es la Summa contra Gentiles de Santo Tomás. El Aquinate, divide su obra según un
principio, a saber: es necesario distinguir dos tipos de verdad; unas, accesibles a la razón
natural; otras, que la sobrepasan y sólo pueden ser reveladas por la fe. A partir de este
principio santo Tomás procede en su argumentación de un modo más organizado, resultando
un orden inverso al de San Agustín. Esquemáticamente:
SANTO TOMÁS
SAN AGUSTÍN
C) INTENCIÓN DE CARIDAD
“Es menester dar respuesta a las dificultades que experimento en mis lecturas y a las
preguntas de mis prójimos, puesto que así lo exige mi calidad de siervo de Cristo y el celo que
en mí arde en defensa de nuestra fe contra los errores de hombres carnales y bestias;...” (L.III,
Pról.).
D) INTENCIÓN ASCÉTICO-MÍSTICA
El Prólogo del libro IV retoma lo mejor del “camino de la interioridad” señalado por
Agustín en sus Confesiones. Nuestro autor opone la ciencia del mundo terrestre y celeste que
cautiva a los hombres (incluye aquí la Filosofía), con la ciencia de sí, la cual se perfecciona en
el hombre por el descubrimiento de su debilidad y miseria bajo la acción del Espíritu Santo;
este conocimiento lo impulsa a llorar dulcemente sus faltas y a suplicar de Dios la curación.
Ahora bien, esta ciencia de sí no consiste en una reflexión de sí de orden filosófico,
como podía hacerlo Sócrates o Plotino. San Agustín va más lejos, en una dirección
desconocida para la filosofía cristiana. Se trata de un conocimiento de sí en cuanto débil y
pecador delante de Dios, provocando el desprecio de sí ante el amor divino, y el sufrimiento de
verse enfermo y lleno de miserias ante la pureza divina. Esto excita dulces lágrimas por la
confianza en la misericordia divina y el poder de la oración y por la intercesión de Cristo.
Se trata de un conocimiento de sí en el pecado y el arrepentimiento, que es una etapa
de la conversión y que revela al hombre el camino de la humildad, indispensable para conocer
y seguir a Cristo, y por Él, ir al Padre.
Concluyendo esta parte puede decirse que el De Trinitate no es simplemente una obra
de alta especulación teológica; ella tiene también una dimensión espiritual, incluso mística, que
le es esencial; por lo que en este tratado, el lector puede encontrar suficiente materia para
alimentar un estudio de Espiritualidad.
El libro VIII del De Trinitate es “clave”, pues hace de unión entre las dos grandes partes
de la obra y, además, coloca las bases de la “búsqueda” de una “imagen” de la Trinidad en el
hombre.
Habiendo hablado de la Trinidad como de la Verdad plena y del Bien sumo para el
hombre, Agustín llega a decir: “Es necesario permanecer con Él y adherirse a Él por amor
(“dilectione”) si anhelamos gozar de su presencia, porque de Él recibimos el ser, y sin Él no
podríamos existir”346.
Pero existe una dificultad: en esta vida el hombre no puede ver a Dios ni le puede
conocer directamente. Pero, “¿Quién ama lo que ignora? -se pregunta San Agustín- Se puede
conocer una cosa y no amarla; pero ¿es posible amar lo que se desconoce?”347. La respuesta
está en buscar por el lado de la fe que “purifica” el corazón y lo hace capaz y digno de ver a
Dios. San Agustín lo expresa del siguiente modo:
“Pero antes que podamos contemplar y conocer a Dios como es dado contemplarlo y
conocerlo (cosa asequible a los limpios de corazón: ‘Bienaventurados los limpios de
corazón porque ellos verán a Dios’) es menester amarle por fe; de otra manera el
corazón no puede ser purificado ni hacerse idóneo y apto para la visión”. (VIII, 4,6)
Y luego añade:
“¿Dónde, pues, encontrar las tres virtudes que el artificio de los Libros Santos tiende a
edificar en nuestras almas, fe, esperanza y caridad, sino en el alma de aquel que cree
lo que intuye, y espera y ama lo que cree?” (Ibid.).
2) En San Agustín
346 VIII, 4, 6.
347 Ibid.
348 Sermo 53, 11.
mismo, y del prójimo por Dios”; mientras que la cupiditas (su opuesto) será definida como “un
movimiento del alma para gozar de sí, del prójimo y de toda cosa corporal sin orden a Dios”349.
Concluyendo esta parte, San Agustín usa habitualmente “amor” en sentido
ambivalente; “dilectio” y “caritas” en sentido bueno (salvo pocas excepciones); pero cuando se
interroga sobre la diferencia existente entre estos tres términos, él mismo los considera
intercambiables.
definitivo, la primacía de la caridad en la vida del creyente. Todo esto está expresado
“El que ama al prójimo ... ama al amor. Pero Dios es amor, y quien permanece en el
amor, en Dios permanece (I Jn 4,16). Y es lógico, en consecuencia, que principalmente
ame a Dios”. (VIII, 7,10)
* Una reflexión semejante pero más sintética se encuentra en el Libro VIII del De
Trinitate. Partiendo de la afirmación que en la cuestión de la Trinidad y del conocimiento de
Dios, el punto principal es la naturaleza del verdadero amor, San Agustín define a éste último a
partir del doble precepto del amor a Dios y al prójimo. Sin embargo, destaca nuestro autor, con
frecuencia la Escritura menciona uno sin el otro y, particularmente, el amor al prójimo solo
como resumen de la Ley y los Profetas. Agustín explica el silencio del amor a Dios porque éste,
necesariamente, está presente en el amor verdadero al prójimo351. En el amor fraterno, según
el Santo, Dios está presente no sólo en cuanto objeto de Amor, sino que allí mismo se ofrece
como objeto a nuestro conocimiento. Más aún, allí Dios es mejor conocido que el mismo
prójimo amado. Dice el Santo:
“Nadie diga: ‘No sé que amar’. Ame al hermano y amará al amor. Mejor conoce la
dilección que le impulsa a amar que al hermano a quien ama. He aquí cómo puedes
“porque aquél que no ama a su hermano tampoco está en la luz; y por tanto, no puede
ver a Dios, ni tampoco ver a su hermano como conviene. El que no ama a su hermano,
lo verá con una visión ‘humana’ que no le permitirá ver ‘a Dios’ en él. Si, en cambio,
amara a su hermano con verdadera caridad, “vería a Dios”, que es la Caridad misma.
(Ibid)
Al comienzo del libro XV352, San Agustín estima necesario presentar al lector un
resumen de toda la obra (esto es, de los catorce libros precedentes) y poner bajo su mirada las
líneas esenciales de la marcha seguida en la búsqueda de la imagen de la Trinidad en el
hombre. El hiponense teme que los múltiples rodeos dados en su estudio hayan desviado al
lector; por tanto le parece conveniente en el momento de ingresar en la última etapa del
Tratado, retomar el “hilo conductor” de la investigación353.
Repasemos las etapas del itinerario seguido por San Agustín:
-Libro XIV: trata aquí la Trinidad a nivel de la SABIDURÍA: es la Trinidad del alma espiritual,
verdadera imagen de Dios, que se renueva en el alma que “conoce, recuerda y ama a Dios” y
en la contemplación de las realidades eternas:
1- Eternidad (inmortalidad, inmutabilidad, incorruptibilidad): el PADRE.
352 Cap.III.
353 Leer Cap. III del Libro XV.
2- Sabiduría (vida, poder, belleza): el HIJO.
3- Caridad (bondad, justicia, espiritualidad): el ESPÍRITU SANTO.
Esta correspondencia de Eternidad - Sabiduría - Caridad (o felicidad) con las Personas
divinas no es más que una atribución imperfecta, ya que el Padre posee la Sabiduría y el Amor;
el Hijo, asimismo, tiene la eternidad y la caridad; y el Espíritu Santo posee la eternidad y la
sabiduría; y ello según una perfecta igualdad e identidad entre ellas.
La Trinidad en el alma, en la doctrina agustiniana, será concebida como un
aenigmate”.
B) LA SABIDURÍA Y LA CIENCIA
354 Esta distinción será retomada más tarde por Santo Tomás. Cf. S.Th. I-II, q.74, aa.9-10.
“Hecha esta distribución encontramos no sólo la Trinidad, sino la imagen de Dios en la
región superior del alma, que pertenece a la contemplación de las cosas eternas;
porque en la parte delegada para la acción en lo temporal puede encontrarse una
Trinidad, pero no la imagen de Dios”. (L. XII,4)
1) La Trinidad en la fe y en la ciencia
En la fe y en la ciencia que la misma procura, San Agustín distingue una Trinidad que
pertenece al hombre interior:
“Todos los conocimientos que existen en el alma del hombre fiel, que proceden de esta
fe y de una vida conforme a tal fe, cuando son retenidos por la memoria, contemplados
por el recuerdo, agradables para la voluntad, forman una especie de trinidad”.(L. XIII,
20,26)
San Agustín también habla de “una trinidad que se forma en nosotros al recordar, ver y
amar la fe presente”356. Sin embargo, por rica que sea esta trinidad, no es la imagen de Dios
que Agustín busca en el hombre. La razón es la siguiente: la fe, sin duda, nos enseña al mismo
tiempo verdades eternas y verdades temporales. Pero la misma fe no es una realidad eterna,
sino pasajera, temporal, que un día deberá desaparecer para dar paso a la visión. Por tanto, se
ha de buscar la “imagen de Dios” en el hombre más allá de la trinidad que se forma en la fe y
en la ciencia temporal que de ella deriva, es decir, debe buscarse en la sabiduría.
“Así como damos propiamente el nombre de Sabiduría al Verbo Único de Dios, aunque
en sentido universal el Padre y el Espíritu Santo son Sabiduría, allí llamamos por
apropiación al Espíritu Santo Amor, aunque en sentido universal sean también amor el
Padre y el Hijo. Mas el Verbo de Dios, es decir, el Hijo unigénito de Dios es llamado
abiertamente por boca del Apóstol, Sabiduría de Dios. Dice: ‘Cristo, Poder de Dios y
Sabiduría de Dios’ (I Cor.1, 24)”. (L. XV, 17,31)
355 I Cor.13,12.
356 L.XIV, III, 5.
* No es en este primer sentido que San Agustín concibe la Sabiduría en su búsqueda
de la Trinidad -como él mismo lo expresa al comienzo del libro XIV-. Es en la Sabiduría
participada por el hombre que él busca la imagen de Dios. Se ha visto ya que Agustín definía la
sabiduría como “culto de Dios”, según las palabras del justo Job. Pero en relación con la
imagen de la Trinidad en el hombre, dará a esta expresión un sentido más enriquecido. El
Obispo de Hipona distingue en el alma (en la “mens” del hombre) una trinidad espiritual
superior: el alma, estando íntimamente presente a sí misma, se recuerda de ella misma, se
conoce ella misma, y se ama ella misma. Dice nuestro autor:
“Se puede llamar, sin temor al absurdo, memoria a la facultad de estar presente a sí
misma, para poder conocerse por su propio pensamiento y puedan así las dos
realidades ser unidas por el amor”. (L. XIV, 11,14)
Esta trinidad del alma encuentra su unidad en sí: presencia en sí, conocimiento de sí y
amor de sí. Sin embargo, si esta trinidad del alma es verdadera “imagen de Dios”, ello no es
porque el alma se recuerda de sí misma, se conoce a sí misma y se ama a sí misma; la imagen
de Dios le viene de que el alma puede recordar, conocer y amar a Aquél por quien ha sido
creada. Haciendo esto es que el alma se hace sabia. Veamos un texto que expresa lo dicho: