Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Las Independencias Iberoamericanas
Las Independencias Iberoamericanas
iberoamericanas
¿Un proceso imaginado?
Las independencias
iberoamericanas
¿Un proceso imaginado?
Editor:
Juan Bosco Amores Carredano
CIP. Biblioteca Universitaria
1 Véase CHUST, Manuel y José A. SERRANO (eds.): Debates sobre las independencias ibe-
cia española, Madrid, Hispánica, 1944; DELGADO MARTÍN, Jaime: La independencia de Amé-
rica en la prensa española, Madrid, Seminario de Problemas Hispanoamericanos, 1949. EN-
CISO RECIO, Luis Miguel: La opinión pública española y la Independencia Hispanoamericana
(1819-1820). Valladolid, 1967.
10 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
3 PEREIRA CASTAÑARES, Juan Carlos: Las relaciones diplomáticas entre España y América,
lor. De los que colaboraron en ese volumen fue el profesor Demetrio Ramos
quien, antes y después de esa publicación, dedicó más tiempo y esfuerzo a
la temática de la independencia, con su característico estilo a la vez fuerte-
mente positivista y peculiarmente sugerente; en cierto modo, podemos decir
que fue el primer representante del americanismo académico español que
inició los estudios sobre las independencias.7
En las dos décadas siguientes, el americanismo hispano y europeo ad-
quirió un desarrollo impresionante. Junto a abundantes trabajos de historia
institucional y de derecho indiano, cobraron especial protagonismo la histo-
ria económica y social, el estudio de las elites y el llamado reformismo bor-
bónico, de modo que el tema de las independencias quedó parcialmente re-
legado, y sólo cuando se acercaba la conmemoración del Quinto Centenario
(1992) vieron la luz algunos pocos trabajos de síntesis y biografías de pró-
ceres8. Desde estas temáticas, sin embargo, resultó inevitable asomarse al fi-
nal del periodo colonial y a menudo desde la óptica de la discusión sobre el
efecto de las reformas del absolutismo ilustrado y sus supuestas consecuen-
cias, como serían las rebeliones de origen fiscal (Quito, Comuneros, Túpac
Amaru…), los efectos contradictorios de la liberalización comercial y el de-
sarrollo del criticismo criollo9. Autores como los británicos Brading y Fisher
o los alemanes Pietschmann y Schmidt, por citar sólo algunos muy conoci-
16…) con el apoyo de la Sociedad Estatal del Quinto Centenario. Aunque breves y sin espe-
ciales pretensiones científicas, tuvieron el valor de dar a conocer a estos personajes al gran pú-
blico, especialmente de España. En los últimos años, el Programa «Iberoamérica: 200 años de
convivencia independiente» de la Fundación Mapfre ha producido algunos títulos novedosos
sobre Miranda (de M. Zeuske), Bolívar e Hidalgo, entre otros.
9 La nómina de autores y obras que habría que mencionar aquí sería demasiado extensa y
es bien conocida para la gran mayoría. Sólo para el siglo XVIII y al reformismo borbónico, en
el ámbito europeo en estas décadas destacan J. Lynch, L. Navarro, D.A. Brading, B. Hamnett,
J. Fisher, H. Pietschmann, P. Schmidt, Hans J. König y M. Mörner. Algo parecido ocurría en
América del Norte con Doris M. Ladd, Susan M. Socolow, John L. Phelan, T. Anna, D. Bush-
nell, Christon I. Archer, Nancy M. Farriss y Allan J. Kuethe, entre otros). Una obra colectiva
que sirve para resumir de algún modo lo que decimos: FISHER, J.R.; KUETHE, A.J. y A. MCFAR-
LANE (eds.): Reform and Insurrection in Bourbon New Granada and Peru, Baton Rouge, 1990.
La historia iberoamericanística francesa tenía entonces otras preocupaciones más relacionadas
con lo estructural: una obra de referencia, la de François Chevalier sobre la formación de los
latifundios en el México colonial; pero este mismo autor fomentó el inicio de las nuevas ten-
dencias historiográficas en el americanismo de su país, y ello se puede comprobar en la se-
gunda edición francesa, traducida unos años más tarde al español, de su América Latina. De la
independencia a nuestro días, México, FCE, 1999.
12 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
dos, muestran claramente esta evolución desde los estudios sobre el refor-
mismo borbónico hacia otros sobre la independencia10.
John Lynch, que también se inició con una tesis sobre la época borbó-
nica, fue el primero en ofrecer un estudio moderno sobre las independen-
cias iberoamericanas11 que, además de su valor historiográfico —a pesar de
su carácter de síntesis y de basarse casi exclusivamente en fuentes británicas
y americanas—, gozó de éxito sobre todo por tratarse de un análisis global,
de alguna manera inscrito en la corriente de «las revoluciones atlánticas» de
Palmer, y porque su tesis principal, la del neo-imperialismo español frente al
auge de la América criolla como principal causa del desencadenamiento del
proceso, parecía estar bien sustentada en los estudios sobre la época borbó-
nica anteriormente citados.
En conjunto, las principales líneas de interpretación de las independen-
cias americanas hasta la década de los noventa del pasado siglo fueron acer-
tadamente sintetizadas por Luis Navarro justo cuando finalizaba la década
anterior12. Después de John Lynch, el primero que entró de lleno en la temá-
tica fue Brian R. Hamnett y lo hizo abriendo nuevas perspectivas de análisis,
que yo resumiría fundamentalmente en dos: la relación entre el proceso de
las independencias y la política española en el contexto mundial, de un lado,
y de otro —más novedoso y de extensa influencia en la historiografía pos-
terior— la necesidad de abordar ese proceso desde la perspectiva regional y
comparativa, tanto entre las grandes circunscripciones administrativas (luego
Repúblicas) del imperio americano como al interior de cada una de ellas, es-
pecialmente de los espacios más grandes como México, Nueva Granada o el
Perú13.
En cualquier caso, de la mano de Lynch y Hamnett se ampliaba y enri-
quecía el enfoque analítico e interpretativo de las independencias, al tiempo
que quedaban superados viejos y estrechos planteamientos tanto los de ca-
10 FISHER, John: «The Royalist Régime in the Viceroyalty of Peru, 1820-1824», Journal of
Latin American Studies, 32 (2000), pp. 55-84; y El Perú Borbónico, 1750-1824, Lima, 2000.
11 LYNCH, John: The Spanish American revolutions, 1808-1826, London, Weinfeld and Ni-
colson, 1973 (1.ª edición en español: Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1824, Barce-
lona, Ariel, 1976).
12 N AVARRO G ARCÍA , Luis: «La Independencia de Hispanoamérica», en VÁZQUEZ DE
realeza y separatismo, 1800-1824), México, FCE, 1978; La política española en una época
revolucionaria, 1790-1820, México, FCE, 1985; Roots of insurgency: Mexican regions (1750-
1824), Cambridge: University of Cambridge, 1986 (trad. española: Raíces de la insurgen-
cia en México: historia regional 1750-1824, México, FCE, 1990). Además de otros muchos,
un trabajo en el que resume magistralmente las nuevas tendencias y perspectivas de análisis,
en parte por él mismo iniciadas: «Process and Pattern: A Re-examination of the Ibero-Ame-
rican Independence Movements, 1808-1826», Journal of Latin American Studies, 29 (1997),
pp. 279-328.
PRESENTACIÓN 13
tics under Bourbon rule, Cambridge, Cambridge University Press, 1993 (trad. esp.: Colom-
bia antes de la Independencia: economía, sociedad y política bajo el dominio borbón. Bogotá,
Banco de la República, 1997).
16 GUERRA, François-Xavier: Modernidad e independencias: Ensayos sobre las revolucio-
nes hispánicas. Madrid, Mapfre, 1992. RODRÍGUEZ O. y Jaime E.: The Independence of Mexico
and the creation of the New Nation, Los Angeles, UCLA, 1989; y La independencia de la
América española, México, FCE, 1996.
17 Me refiero al clásico estudio de GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Manuel: Las doctrinas populis-
noamericanas de independencia», en ÍD.: Ensayos sobre los reinos castellanos de Indias, Ma-
drid, Real Academia de la Historia, 1999, pp. 353-396.
22 Una síntesis de esos nuevos planteamientos historiográficos en C HUST , Manuel y
Y todo ello se hace ahora no sólo leyendo «de otra manera» las fuentes
clásicas del proceso —tanto los reportes oficiales de las autoridades colo-
niales como las memorias de los próceres y primeras historias nacionales—,
sino acudiendo a nuevas fuentes documentales, principalmente de archivos
americanos, hasta ahora escasamente valoradas por los historiadores profe-
sionales. Entre muchos buenos ejemplos que podríamos citar, destacaríamos
el de Clement Thibaud, uno de los últimos discípulos de Guerra, para Vene-
zuela y Colombia23 y el extenso trabajo de Eric van Young sobre México24.
Los dos tienen en común que centran su análisis en la base social —no en las
elites— de la insurgencia, y de la formación de la república o la nación; en
el primer caso, a partir del estudio de la composición de los ejércitos liberta-
dores de Bolívar; el segundo, mucho más amplio, centrado en las actitudes y
mentalidades de los diversos sectores del pueblo —especialmente del mundo
indígena o rural y sus rectores inmediatos, los caciques y los curas— apo-
yado en una abrumadora masa de documentación original, incluyendo mu-
chas «historias de vida» y testimonios individuales procedentes de las fuen-
tes judiciales.
Pero además, esos dos trabajos reabren, cada uno a su modo, el debate
sobre las características y el alcance del proceso; de hecho, al poco de ver
la luz han sido ya objeto de controversia25. En el caso de Thibaud porque,
frente a la pervivencia de muchos tópicos de la vieja «historia nacional» en
la moderna historiografía latinoamericana, niega enfáticamente que antes
de la independencia se puede hablar de identidades nacionales, y centra su
análisis en como éstas se fueron construyendo, al menos para Venezuela y
Colombia, a través del largo proceso independentista y, en concreto, a través
de las diversas formas que adquirió la guerra, no una guerra entre españoles
y americanos sino una guerra civil entre dos lealtades políticas. Fue la decla-
ración de «guerra a muerte» de Bolívar la que creó una división —artificial
pero necesaria para la causa libertadora— entre españoles y americanos.
ñola», Ayer, 74/2009 (2), pp. 13-21. Significativamente, la extensa influencia de las tesis de
F.X. Guerra se advierte, en primer lugar, en el auge de los estudios americanistas en Francia,
donde ya antes de Guerra se encuentran estudios novedosos, como el de DEMELAS, Marie-Da-
nielle e Y. SAINT-GEOURS, Jerusalén y Babilonia. Religión y política en Ecuador (1780-1880),
Quito, 1988; pero esa influencia se advierte también en Italia (Antonio Annino) y en la nueva
historiografía latinoamericana (especialmente en Argentina y Colombia).
23 THIBAUD, Clement: República en armas. Los ejércitos bolivarianos en la Guerra de In-
Struggle for Independence, 1810-1821, Stanford, 2001 (traducida al español: La otra rebelión:
la lucha por la independencia de México, 1810-1821, México, FCE, 2006).
25 Véanse, por ejemplo, la reseña de Diego ESPINOSA al libro de Thibaud en Fronteras de
la Historia, n. 9 (2004), pp. 339-342; y el comentario, mucho más profundo y extenso —con
una crítica que parece, a veces, excesiva— de Alan Knight a la obra de Van Young, de la que
dice que es «una manera audaz e inusual de escribir una historia de la insurgencia» (Historia
Mexicana, LIV:1, 2004, pp. 445-515).
PRESENTACIÓN 17
Varios de los textos que se reúnen en este volumen tienen como objetivo
principal presentar un «estado de la cuestión» en torno a la historiografía so-
bre el proceso de independencia en algún territorio. Pero no ha sido propó-
sito de los organizadores de las Jornadas ofrecer un estudio específico para
cada una de las repúblicas que resultaron de las independencias, ni siquiera
en su forma inicial de «grandes estados»; si acaso, hubo una voluntad ex-
presa de incluir a Uruguay y Brasil, por tratarse de dos países que a menudo
quedan al margen de los estudios sobre la emancipación iberoamericana.
Otros —los de Jesús Ruiz de Gordejuela y Sigfrido Vázquez, pero también
en cierto modo el de John Fisher— se centran en algún aspecto concreto del
proceso en un país determinado.
Por su larga experiencia y reconocido prestigio como estudioso del pro-
ceso independentista en sentido global, al profesor Brian Hamnett se le pidió
que su aportación pudiera servir de alguna manera de marco general de todo
el volumen. Su argumento principal —en el que podemos advertir su rela-
tivo desacuerdo con la tesis principal de J. Rodríguez— es que las indepen-
dencias fueron una consecuencia de la disolución de la monarquía hispana,
que estaba «en un proceso de disgregación y en curso de disolución antes de
1808, y ciertamente antes del estallido de las revoluciones hispano-america-
nas en 1810.» Señala Hamnett dos causas de largo plazo de ese proceso de
disolución: en primer lugar, la incapacidad de la monarquía para «movilizar
con eficacia los recursos materiales necesarios para sostener la posición im-
perial de España» en un contexto mundial en transformación; en segundo, el
fracaso del gobierno borbónico «para resolver el problema, de creciente im-
portancia, de la relación entre los territorios americanos y los de la Penín-
sula.» La Constitución gaditana intentó solucionarlo con una fórmula de ca-
rácter centralista que, en el fondo, era la misma que ésa de lograr «un cuerpo
unido de nación» de que hablaba en 1768 el famoso informe de los fiscales
del Consejo de Castilla27, y que fue rechazada por los patriotas americanos.
Sin embargo, el separatismo americano cristalizó y quedó definido a partir
de la torpe política metropolitana del sexenio absolutista, un tiempo durante
el cual «hubiera podido, por medio de las instituciones representativas, pro-
fundizar en el conocimiento del problema de transformarse en una gran “Na-
ción española» de tres hemisferios, como lo había definido la Constitución
de 1812».
Miguel Molina, catedrático de Historia de América de la Universidad de
Granada, analiza el papel fundamental que jugó el cabildo en el proceso de in-
dependencia hispanoamericano, especialmente en ese bienio «mágico» que va
de la primavera de 1808 a la de 1810, el periodo que con más detalle se ha es-
tudiado de todo el proceso, quizás porque, usando las palabras de F.X. Gue-
rra, fue entonces cuando se produjo la «mutación política» en el seno de la
monarquía, cambio revolucionario en el que el cabildo, la institución de ma-
yor arraigo en el mundo político hispano, y que había salido reforzada del pe-
riodo de reformas borbónicas, tuvo un protagonismo central. Demostrando un
extenso dominio de la historiografía, el profesor Molina insiste en que fueron
las teorías pactistas de la neoescolástica hispana, revitalizadas por el iusna-
turalismo europeo del siglo XVII, las que inspiraron el inicio del movimiento
emancipador. Con ese bagaje doctrinal y afirmándose como últimos deposita-
rios de la soberanía originaria en cuanto representantes del pueblo —los «se-
ñoríos colectivos» de que hablaba Guerra—, de ellos partió el movimiento
juntista y la deposición —o el intento al menos— de las viejas autoridades co-
loniales, tanto en la Península como en América. A las demandas de una re-
presentación justa y de mayor autonomía le siguieron, tras la caída de la Junta
Central, las primeras declaraciones de independencia, si bien todavía en nom-
bre de Fernando VII. No fue hasta esta fase final de este bienio revolucionario
cuando se percibe que las elites criollas, que dominan los cabildos, conocían
también las doctrinas de la Ilustración europea y la Revolución francesa.
En todo caso, queda claro el indiscutible protagonismo que los cabildos
indianos asumieron en el proceso autonomista, aun cuando la independencia
no fuera, en su opinión, «una solución política conscientemente buscada ni
prevista en los Cabildos ni tampoco en las Juntas resultantes».
El profesor McFarlane analiza el turbulento periodo de 1810-1815 en
Nueva Granada, la «patria boba» de la historia nacional tradicional. Se de-
tiene en tres temas centrales de dicho periodo: los orígenes de la crisis polí-
tica y las causas del colapso del gobierno virreinal; las formas y desarrollo
de los nuevos gobiernos que emergieron en 1810; y, por último, las causas y
consecuencias de la fragmentación del poder político que caracterizó espe-
Por último, el que firma esta breve presentación cierra el volumen con un
trabajo sobre la actitud y protagonismo específico del clero, en todos sus ni-
veles jerárquicos, en todo el proceso. Nos parecía que, siendo uno de los as-
pectos que la reciente historiografía ha puesto de nuevo en debate, no podía
quedar al margen de una obra de conjunto sobre la temática de las indepen-
dencias. Se trata solamente, como no podía ser de otra manera, de un trabajo
de síntesis en el que se analiza brevemente el papel de los principales secto-
res del clero americano en el proceso y se pone de manifiesto la necesidad
de continuar investigando en la línea de algunos de los últimos trabajos que
ponen en cuestión y revisan profundamente la interpretación que al respecto
nos ofrecía la historia nacional tradicional.
La mayor parte de los trabajos que aquí se reúnen fueron expuestos en
las X Jornadas de Estudios Históricos del Departamento de Historia Medie-
val, Moderna y de América, celebradas en la Facultad de Letras de la Uni-
versidad del País Vasco el pasado mes de noviembre de 2008. Deseo termi-
nar esta Presentación dando las gracias a todos los que contribuyeron a la
realización de Esas Jornadas. De modo especial quiero mostrar mi agradeci-
miento a todos los ponentes y al entonces Director del Departamento, el pro-
fesor José Antonio Munita Loinaz. Como en las Jornadas anteriores, resultó
decisivo el apoyo institucional y económico del Decanato de la Facultad, del
Vicerrectorado del Campus de Álava, de la Diputación Foral alavesa y de la
Caja Vital.
Modelos y tendencias de interpretación
de las independencias americanas
Brian HAMNETT
University of Essex
1. Introducción
voluciones hispánicas, Madrid, Mapfre, 1993; RODRÍGUEZ O., Jaime E.: La independencia de
la América española, México, FCE, 1996; CHUST, Manuel: La cuestión nacional americana en
las Cortes de Cádiz (1810-1814), Valencia y México, 1999.
2 BENSON, Nettie Lee: La diputación provincial y el federalismo mexicano, Austin, 1955.
4 STEIN, Stanley J. y Bárbara: Apogee of Empire. Spain and New Spain in the Age of Char-
les III (1759-1788), Baltimore y Londres, 2003, pp. 258-262. MARKS, Patricia H.: «Confron-
ting the Mercantile Elite: Bourbon Reforms and the Merchants of Lima, 1765-1796», The
Americas, 60 (2004), pp. 519-58. PAQUETTE, Gabriel: «State-Civil Society Cooperation and
Conflict in the Spanish Empire: The Intellectual and Political Activities of the Ultramarine
Consulados and Economic Societies, c. 1780-1810», Journal of Latin American Studies, 39
(2007), pp. 263-298.
5 ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, Javier: Memorias políticas y económicas del Consulado
6 HAMNETT, Brian R.: «Mercantile Rivalry and Peninsular Division: the Consulados of
New Spain and the Impact of the Bourbon Reforms, 1789-1824», Ibero-Amerikanisches Ar-
chiv, IV (1976), pp. 273-305. MARICHAL, Carlos: «Beneficios y costos fiscales del colonia-
lismo: las remesas americanas a España, 1760-1814», Revista de Historia Económica, año XV,
no. 3 (otoño-invierno 1997), pp. 475-505.
7 LYNCH, John (ed.): Latin American Revolutions, 1808-1826. Old and New World Ori-
gins, University of Oklahoma Press, 1994, pp. 6-38; LYNCH, John: Spain under the Bourbons,
1700-1808, Oxford, 1989, pp. 296-297 y 302-303.
MODELOS Y TENDENCIAS DE INTERPRETACIÓN DE LAS INDEPENDENCIAS... 27
8 Véase NAVARRO GARCÍA, Luis: «La crisis del reformismo borbónico bajo Carlos IV», Te-
Britain and France, 1760-1810, Cambridge, 2007, pp. 81-118, 237-254, 255-265. Véanse tam-
bién los ensayos en SERRANO, José Antonio y Luis JÁUREGUI (eds.): Hacienda y política. Las
finanzas públicas y los grupos de poder en la Primera República Federal Mexicana, Zamora y
México, 1998.
11 HALPERÍN DONGHI, Tulio: Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850,
Russia and China, Cambridge y Nueva York, 1989 [1979], pp. 60-67 y 144-147.
13 ADELMAN, Jeremy: Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton, 2007,
y del mismo: «An Age of Imperial Revolutions», American Historical Review, 113 (abril de
2008), pp. 319-340.
MODELOS Y TENDENCIAS DE INTERPRETACIÓN DE LAS INDEPENDENCIAS... 29
14 CHUST, Manuel: La cuestión nacional americana…, pp. 12, 14 y 16; y del mismo autor:
«La vía autonomista novohispana. Una propuesta federal en las Cortes de Cádiz», Estudios de
Historia Novohispana, 15 (1995), pp. 159-187; y «Federalismo avant la lettre en las Cortes
hispana (1810-1821)», en VÁZQUEZ, Josefina Z. (comp.), El establecimiento del federalismo
en México (1821-1827), México, 2003, pp. 77-114.
15 ANNA, Timothy E.: Spain and the Loss of America, Lincoln y Londres, 1983, pp. 82-
83, 101 y 106. COSTELOE, Michael P.: Response to Revolution. Imperial Spain and the Spanish
American Revolutions, 1810-1840, Cambridge, 1986, pp. 196-197.
30 BRIAN HAMNETT
16 LASA IRAOLA, Ignacio: «El primer proceso de los liberales (1814-1815)», Hispania, 115
(1970), pp. 327-83. HAMNETT, Brian R.: Revolución y contrarrevolución en México y el Perú.
(Liberalismo, realeza y separatismo, 1800-1824), México, Fondo de Cultura Económica,
1978, pp. 203-11. La segunda edición de este libro ya está en preparación.
MODELOS Y TENDENCIAS DE INTERPRETACIÓN DE LAS INDEPENDENCIAS... 31
17 HAMNETT, Brian R.: Revolución y contrarrevolución…, pp. 234-248. TORRES PUGA, Ga-
briel: Los últimos años de la Inquisición en la Nueva España, México, 2004, pp. 141-175.
18 HAMNETT, Brian R.: «Liberal Politics and Spanish Freemasonry, 1814-1820», History,
6. La cultura política
21 LYNCH, John: Simón Bolívar. A Life, New Haven y Londres, 2006, pp. 91-118.
22 CONNAUGHTON, Brian: Dimensiones de la identidad patriótica. Religión, política y re-
giones en México. Siglo XIX, México, 2001.
34 BRIAN HAMNETT
Un comentario final
nal of Contemporary History, 34, no. 2 (abril de 1999), pp. 163-200: p. 196.
MODELOS Y TENDENCIAS DE INTERPRETACIÓN DE LAS INDEPENDENCIAS... 35
rope, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1973; y «The Question of Narrative in
Contemporary Historical Theory», History and Theory, 23 (1984), pp. 1-33. RICOEUR, Paul:
Time and Narrative, 3 vols. translated by Kathleen Blamey and David Pellauer, Chicago, Uni-
versity of Chicago Press, 1990 [1984-88]; Temps et récits, Paris 1983-85; y Memory, History,
Forgetting, translated by Katherine Blamey and David Pellauer, Chicago and London 2006
[2004].
25 EVANS, Richard J.: In Defence of History, London, 2000 [1997]). FULBROOK, Mary: His-
torical Theory, London and New York, Routledge, 2002. RÜGEN, Jörn: Narration, Interpreta-
tion, Orientation, New York and Oxford, 2005.
36 BRIAN HAMNETT
El acierto con que Joaquín Gabaldón tituló su libro «El municipio, raíz
de la república» llega hasta nuestros días con sobrada justificación1. El paso
del tiempo transcurrido desde su publicación no ha restado un ápice de fun-
damento a dicha afirmación y resulta plenamente válida para reivindicar el
papel protagonista que ejercieron los cabildos en la andadura hacia la inde-
pendencia de las colonias españolas. Con similar fortuna Mario Briceño-Ira-
gorry afirmó que «América es continente de vida municipal» y «obra de sus
cabildos». Fue en el seno de aquellas instituciones donde tuvieron lugar los
más intensos debates acerca de los acontecimientos que a partir de 1808, con
motivo de la entrada de las tropas napoleónicas, se sucedieron en la Penín-
sula. Fue en aquel contexto municipal donde se adoptaron decisiones cuya
trascendencia está fuera de toda duda y que permiten entender la dinámica
del proceso emancipador. El riguroso soporte ideológico que exhibieron sus
miembros, la altura de miras que caracterizó sus sesiones y la convicción con
que impulsaron la formación de juntas de gobierno o la deposición de auto-
ridades convierten a la institución municipal de aquel tiempo en un tema de
estudio tan imprescindible como enriquecedor. En este sentido cabe pregun-
tarse sobre las características que los cabildos coloniales presentaban con an-
terioridad a los sucesos de 1808 y así poder comprender la naturaleza de los
debates que suscitaron, los argumentos utilizados y las actuaciones llevadas
a cabo.
* Este artículo forma parte del Proyecto I+D HUM 2005-03410/HIST del Ministerio de
Educación y Ciencia sobre «La dinámica de los grupos de poder en Quito, siglos XVII, XVIII y
XIX».
1 GABALDÓN MÁRQUEZ, Joaquín: El municipio, raíz de la república, Caracas, 1977. El
texto original data de 1960 y en su mayor parte se refiere a la situación municipal antes de
la independencia. Paradójicamente la parte republicana se reduce a un epílogo de seis pá-
ginas.
38 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
2 LYNCH, John: Administración colonial española (1782-1810), Buenos Aires, 1967, p. 191
3 FISHER, John: Gobierno y sociedad en el Perú colonial. El régimen de las intendencias
(1784-1814), Lima, 1981, p. 194.
4 LOHMAN VILLENA, Guillermo: Los regidores perpetuos del Cabildo de Lima (1535-
México, 1979.
7 LYNCH, John: «Intendants and Cabildos in the Viceroyalty of La Plata (1782-1810)»,
American Historical Review, XLIX, 3 (1969), pp. 430-453; FERNÁNDEZ ALONSO, Serena: «Ini-
ciativas renovadoras…», pp. 518-522.
9 PALACIO, Ernesto: Historia de la Argentina, Buenos Aires, 1954, I, p. 137; MOORE, John
P.: The Cabildo in Perú under the Bourbons. A Study in the decline and resurgence of local go-
vernment in the Audiencia of Lima (1700-1824), Durham, 1966, p. 160.
IMAGINARIO POLÍTICO Y MOVIMIENTO JUNTISTA EN IBEROAMÉRICA 39
VÁZQUEZ, Josefina: Interpretaciones del siglo XVIII mexicano. El impacto de las reformas bor-
bónicas, México, 1992, pp. 142-145.
13 MORELLI, Federica: «Las reformas en Quito. La redistribución del poder y la consolida-
ción de la jurisdicción municipal», Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesells-
chaft Lateinamerikas, núm. 34 (1997), pp. 183-207.
14 Su Proclama, fechada en Coro el 2 de agosto de 1806 y dirigida a los pueblos del Con-
tinente Américo-Colombiano, afirmaba que «los cabildos y ayuntamientos de todas las ciuda-
des, villas y lugares ejercerán en el ínterin todas las funciones de gobierno, civiles, adminis-
trativas y judiciales con responsabilidad, y con arreglo a las Leyes del País»; y proseguía: «los
cabildos y ayuntamientos enviarán uno o dos diputados al cuartel general del Ejército, a fin de
reunirse en Asamblea general a nuestro arribo a la capital y formar allí un gobierno proviso-
rio que conduzca en tiempo oportuno a otro general y permanente con acuerdo de toda la Na-
ción». Véase ROMERO, José Luis y ROMERO, Luis Alberto (eds.): Pensamiento político de la
emancipación, Caracas, 1977, p. 22.
40 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
15 Sobre las iniciativas de los cabildos y el nuevo papel que asumen, véase: LAVALLÉ, Ber-
nard: «Del espíritu colonial a la reivindicación criolla», en Las promesas ambiguas. Criollismo
colonial en los Andes, Lima, 1993, pp. 23-43; LYNCH, John: Administración colonial…, p. 266;
LOBOS, Héctor Ramón: «Los cabildos y la dinámica revolucionaria en el Río de la Plata»,
Anuario de Estudios Americanos, XLVI (1989), pp. 383-407; LANGE, Frédérique: «Antagonis-
mos y solidaridades en un Cabildo colonial: Caracas (1750-1810)», Anuario de Estudios Ame-
ricanos, XLIX (1992), pp. 371-393.
16 Este episodio se ha convertido en un tema recurrente de la historiografía. Una buena
ha llegado hasta nuestros días y se mantiene con fuerza. Sirva como referen-
cia la afirmación de Etayo-Piñol:
Américas Latinas. En torno a la figura de Miranda», en SOTO ARANGO, Diana y Miguel Ángel
PUIG-SAMPER (eds.): Recepción y difusión de textos ilustrados, Madrid, 2003, p. 218.
18 Un análisis de las teorías de estos pensadores y su difusión puede leerse en STOETZER,
res, 1967.
22 ARCINIEGAS, Germán: El continente de los siete colores. Historia de la cultura en Amé-
La independencia del Perú, Lima, 1972, pp. 167-194. Originalmente se publicó en el Bulletin
de la Faculté des Lettres de Strasbourg, III (1963), pp. 5-23.
27 Sobre este debate, véase CAÑIZARES-ESGUERRA, Jorge: «La Ilustración hispanoameri-
cana: una caracterización», en RODRÍGUEZ O., Jaime E.: Revolución, independencia y las nue-
vas naciones de América, Madrid, 2005, pp. 87-98; KEEDING, Ekkart: Surge la nación. La
ilustración en la Audiencia de Quito (1725-1812), Quito, 2005; KOSSOK, M: «Notas acerca
de la recepción del pensamiento ilustrado en América Latina», en Ilustración española e In-
dependencia de América. Homenaje a Noël Salomón, Barcelona, 1979, pp. 149-157; LÓPEZ,
44 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
pendencia», en TERÁN, Marta y José Antonio SERRANO ORTEGA: Las guerras de independencia
en la América Española, El Colegio de Michoacán, 2002, p. 109.
46 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
nes hispánicas, Madrid, 1992, p. 116; y del mismo autor, «El ocaso de la monarquía hispánica:
revolución y desintegración», en ANNINO, Antonio y François-Xavier GUERRA (coords.): Inven-
tando la nación, México, 2003, p. 117.
38 GUERRA, François-Xavier: «La ruptura originaria: mutaciones, debates y mitos en la In-
Inés: La conjura de los mantuanos. Ultimo acto de fidelidad a la monarquía española, Cara-
cas, 2000; LANGUE, Frédérique: «Antagonismos y solidaridades…», p. 392.
IMAGINARIO POLÍTICO Y MOVIMIENTO JUNTISTA EN IBEROAMÉRICA 47
1808 y poco después, al lado del gobernador y los oidores, reconocía la sobe-
ranía de la Junta Suprema41; en México, la noticia de los levantamientos pe-
ninsulares fue seguida de manifestaciones populares sin precedentes en la ciu-
dad42; el cabildo de Buenos Aires dio muestras de su júbilo con motivo de la
exaltación al trono de Fernando VII43. En Quito los cabildos secular y ecle-
siástico, los tribunales, el clero, cuerpo militar, gremios y plebe se daban cita
en la catedral para celebrar una misa solemne y Te Deum declarando su fideli-
dad al rey44.
Sirvan estas breves referencias para certificar la naturaleza de los senti-
mientos iniciales que compartieron los americanos. Comparados estos tex-
tos con otros posteriores, se impone la conclusión de que la dinámica de los
acontecimientos provocó cambios ideológicos, las «mutaciones» de las que ha-
blaba François-Xavier Guerra. Por consiguiente, es preciso considerar que
los pronunciamientos de la primera fase no fueron exactamente los mismos
que los de los años posteriores, ni tampoco se inspiraban en las mismas doc-
trinas. Así pues, aquel tiempo fue testigo de un intenso debate político con-
cretado en un pensamiento que osciló entre el exaltado patriotismo hispano
y la generalizada y radical manifestación de agravios. Con acierto Jorge Co-
Católica, Apostólica y Romana, en cuyo seno tuvimos la felicidad de nacer; sostener su unidad
y pureza. Juramos inviolable fidelidad a nuestro legítimo y único soberano, el Señor Don Fer-
nando Séptimo y su Real Familia, de no reconocer dominación ninguna extraña…»; citado en
DUEÑAS DE ANHALZER, Carmen: Marqueses, cacaoteros y vecinos de Portoviejo. Cultura polí-
tica en la presidencia de Quito, Quito, 1997, p. 17.
48 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
48 Sobre esta base fundamentó fray Servando Teresa de Mier sus principios para la inde-
pendencia. Cf. FERNÁNDEZ SOTELO, Rafael Diego: «Influencias y evolución del pensamiento
político de fray Servando Teresa de Mier», Historia Mexicana, XLVIII: I (1998), pp. 3-34.
49 Recopilación de Leyes de Indias (1680), Ley 1.ª, título I, libro III.
50 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
50
ANNINO, Antonio: «Soberanías en lucha», en ANNINO, Antonio y François-Xavier GUE-
RRA (coords.): Inventando…, p. 165.
51 TANZI, Héctor José: «El pensamiento europeo…», p. 110. En este trabajo se contiene
una amplia relación de fuentes que formaron parte del pensamiento tradicional hispano invo-
cado en cabildos y Juntas de gobierno.
52 «Representación del 22 de noviembre de 1808», en Conjuración de 1808 en Caracas
para formar una Junta Suprema Gubernativa (Documentos completos), Instituto Panamericano
de Geografía e Historia, Caracas, 1968, I, p. 112.
IMAGINARIO POLÍTICO Y MOVIMIENTO JUNTISTA EN IBEROAMÉRICA 51
53 Es la tesis mantenida por TANZI, Héctor José: «Fuentes ideológicas de las juntas de go-
cusión sobre la nobleza de la ciudad pueden verse en QUINTERO, Inés: «Los nobles de Caracas
y la independencia de Venezuela», Anuario de Estudios Americanos, 64, 2 (julio-diciembre de
2007), pp. 209-232.
56 «Acta de Independencia, 5 de julio de 1811», en ROMERO, José Luis y Luis Alberto RO-
58 SIERRA, Vicente D.: Historia de la Argentina (1800-1810), IV, Buenos Aires, 1969,
p. 542.
59 MARFANY, Roberto H.: Vísperas de mayo, Buenos Aires, 1960; del mismo autor y con
similar tesis: «Filiación política de la revolución de Buenos Aires en 1810», Estudios America-
nos, núm. 108 (1961), pp. 235-253.
60 LEWIN, Boleslao: Rousseau y la independencia argentina y americana, Buenos Aires,
1967.
61 Esta cuestión fue ampliamente trabajada por RAMOS PÉREZ, Demetrio: «Formación de
las ideas políticas que operan en el Movimiento de Mayo en Buenos Aires en 1810», Revista
de Estudios Políticos, núm. 134 (1964), pp. 139-218.
62 Esta circunstancia ha dado origen a lo que se ha denominado «la máscara de Fer-
nando VII», consistente en afirmar que el apoyo dado al rey por la Junta fue un subterfugio
para distraer de sus verdaderos fines que no eran otros que la independencia. El debate histo-
riográfico suscitado al respecto es profundo. Sirvan algunas referencias: John Lynch apoyó la
existencia del enmascaramiento en la actitud de la Junta (LYNCH, John: Las revoluciones his-
panoamericanas, 1808-1826). Barcelona, 1976, p. 68; Enrique Gandía, por el contrario, la re-
chazó (GANDÍA, Enrique: Historia del 25 de mayo: nacimiento de la libertad e independencia
argentinas, Buenos Aires, 1960, p. 91); también la negó Carlos Stoetzer (STOETZER, Carlos O.:
Las raíces escolásticas…, pp. 280-281).
54 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
tivo estudio de RAMOS PÉREZ, Demetrio: «Alzaga, Liniers y Elio en el motín de Buenos Aires
del primero de enero de 1809», Anuario de Estudios Americanos, XXI (1964), pp. 489-580.
IMAGINARIO POLÍTICO Y MOVIMIENTO JUNTISTA EN IBEROAMÉRICA 55
66 RODRÍGUEZ O., Jaime E.: «La revolución hispánica en el Reino de Quito: las elecciones
de 1809-1814 y 1821-1822», en TERÁN, Marta y José Antonio SERRANO ORTEGA: Las guerras
de independencia…, pp. 488-489.
67 El desarrollo de aquellos conflictivos sucesos pueden seguirse en DE LA TORRE REYES,
Nos los infrascritos diputados del pueblo, atendidas las presentes críti-
cas circunstancias de la nación, declaramos solemnemente haber cesado en
sus funciones los magistrados actuales de esta capital y sus provincias… De-
claramos que los antedichos individuos unidos con los representantes de los
cabildos de las provincias sujetas actualmente a esta gobernación… compon-
drán una junta suprema que gobierne interinamente a nombre y como repre-
sentante de nuestro legítimo soberano el señor don Fernando VII, y mientras
su majestad recupere la Península o viene a imperar68.
Antes que mirar hacia el futuro, los rebeldes quiteños miraron hacia el
pasado para resistir tales cambios. Se fundamentaron en ideas populistas de
los siglos XVI y XVII, propias de sociedades agrarias, para recuperar la auto-
nomía de la cual habían gozado anteriormente72.
recoge una cita a propósito de la acusación del fiscal Aréchaga que procesó a los participantes
en el golpe en la que se sostiene que «las autoridades metropolitanas comprendieron que de-
trás de las palabras de amor a Fernando VII, bullía un anhelo de liberación, una redentora es-
peranza transida por el odio reprimido contra la opresión».
71 DUEÑAS DE ANHALZER, Carmen: Marqueses, cacaoteros…, p. 73.
72 Ibídem, p. 77.
IMAGINARIO POLÍTICO Y MOVIMIENTO JUNTISTA EN IBEROAMÉRICA 57
¡Qué objetos tan grandes y sagrados son los que nos han reunido en este
respetable lugar! La conservación de la verdadera religión, la defensa de nues-
tro legítimo monarca y la propiedad de la patria. Veis aquí los bienes más pre-
ciosos que hacen la perfecta felicidad del género humano. ¡Cuán dignos son de
nuestro amor, de nuestro celo y veneración… Digamos con la sinceridad pro-
pia de americanos españoles: ¡Viva nuestro rey legítimo y señor natural don
Fernando VII!, y conservémosle a costa de nuestra sangre esta preciosa por-
ción de sus vastos dominios libre de la opresión tiránica de Bonaparte, hasta
que la divina misericordia lo vuelva a su trono, o que nos conceda la deseada
gloria de que venga a imperar entre nosotros75.
73 «Demostración legal y política que hace el cabildo de Quito a los cabildos de Popayán y
Pasto sobre los procedimientos de la Junta de Quito», en PONCE RIBADENEIRA, Alfredo: Quito,
1809-1812, según los documentos del Archivo Nacional de Madrid, Madrid, 1960, p. 165.
74 «Manifiesto del Pueblo de Quito», recogido en BORJA, Luis Felipe: «Para la historia del
dem, p. 49.
77 MORELLI, Federica: «La revolución en Quito: el camino hacia el gobierno mixto», Re-
mación y actuación de la Junta de 1809, véase RAMOS PÉREZ, Demetrio: Entre el Plata y Bo-
gotá. Cuatro claves de la emancipación ecuatoriana, Madrid, 1978.
IMAGINARIO POLÍTICO Y MOVIMIENTO JUNTISTA EN IBEROAMÉRICA 59
80 MORELLI, Federica: «La revolución en Quito…», pp. 349-350. La autora realiza un es-
tudio de este documento y lo considera un buen ejemplo que demuestra la vigencia de un go-
bierno mixto.
81 RAMOS PÉREZ, Demetrio: Entre el Plata y Bogotá…, pp. 268-269.
60 MIGUEL MOLINA MARTÍNEZ
Anthony MCFARLANE
Universidad de Warwick
1 MCFARLANE, Anthony: «Building Political Order: The “First Republic” in New Granada
1. Interpretaciones
per con la monarquía española y crear un estado nuevo basado en una nación
neogranadina.
Otra característica de la historiografía tradicional ha sido una tendencia
a leer los eventos de 1810-15 según la interpretación clásica de la época de
José Manuel Restrepo, un político antioqueño que militó en las primeras fi-
las de la vida pública neogranadina durante las tres décadas turbulentas des-
pués de 1810, y quien escribió la primera historia de la revolución.2 Restrepo
siguió a Simón Bolívar al definir los años de la primera república como un
fracaso total, cuando el intento de independizar la Nueva Granada fue frus-
trado no tanto por la resurrección del estado español en Europa, sino por los
errores políticos de los líderes de los estados emergentes y su falta de una vi-
sión política apropiada a su situación.3 Dado que Restrepo escribió esa his-
toria —la primera de las «historias patrias» colombianas— en sus años de
adhesión al partido de Bolívar, su interpretación fue sin duda influida por su
compromiso con el centralismo bolivariano.4 Sin embargo, la obra de Res-
trepo tuvo una gran influencia sobre las historias posteriores, particular-
mente en el cultivo de una imagen de la Primera República como una «Pa-
tria Boba» caracterizada por la inmadurez y la falta de sentido práctico de
sus líderes políticos, y su consecuente fracaso en construir un orden político
que fuera estable, unificado y capaz de defenderse.5 Otros historiadores han
seguido la misma línea: algunos apuntan al idealismo excesivo de los ideó-
logos criollos, al uso de modelos políticos extranjeros inadecuados y a la
inexperiencia en el manejo de las funciones y finanzas del gobierno.6 Otros
culpan a las oligarquías criollas de las ciudades de la Nueva Granada: se dice
que su preocupación por monopolizar el poder local y proteger sus intereses
de clase limitó el apoyo a la causa de la independencia e impidió la unidad
esencial para resistir la represión española.7
La característica compartida por estas interpretaciones es su tendencia
a leer la historia de la «primera república» desde una posición a posteriori,
zuela y los errores de los federalistas en Venezuela y la Nueva Granada. Véase, por ejemplo, el
manifiesto que lanzó en Cartagena en 1812 y su famosa «Carta de Jamaica» de 1815.
4 MEJÍA, Sergio: La revolución en letras: La «Historia de la Revolución de Colombia» de
Madrid, 1992.
7 Una exposición de este punto de vista la presenta, en su influyente historia polémica,
LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio: Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra histo-
ria. Bogotá, 1968, pp. 617-70.
64 ANTHONY MCFARLANE
2. La crisis de la monarquía
8 Sobre esas características de las «historias patrias» americanas del siglo XIX, ver GUE-
Bogotá, 1980.
11 Para una evaluación de esta conspiración, véase MCFARLANE, Anthony: Colombia antes
cual identificarse, en lugar de identificarse solo con sus raíces españolas. Sin
embargo, los sentimientos de un «patriotismo criollo» estaban mucho menos
desarrollados en Nueva Granada que en México.13 Además, mientras se cul-
tivaba el concepto de la patria a finales del siglo, ese concepto no se opuso
a la monarquía española. Al contrario, el pequeño grupo de criollos que asi-
milaron los valores culturales de la Ilustración y que compartían un compro-
miso común de promocionar el progreso educativo, científico y económico
en Nueva Granada tendían más bien a ver al estado como la fuerza necesaria
para cambiar los parámetros económicos y culturales de una sociedad aislada
y conservadora.14
Para rechazar la idea de un proto-republicanismo o proto-nacionalismo
neogranadino no es necesario descartar del todo la importancia de esas nue-
vas influencias intelectuales. El discurso de la Ilustración iba a contribuir al
pensamiento político cuando la monarquía española se desarticuló en su cen-
tro y cuando, por lo tanto, la idea de una patria que se diferenciara política y
emocionalmente de España pudo tener más peso. Sin embargo, es claro que
la articulación de la idea de una patria criolla y la visión de una república no
es tanto la causa del colapso de la monarquía española sino más bien su con-
secuencia. Como ya sabemos de sobra, la innovación política en el mundo
hispánico fue impulsada principalmente por eventos externos. La transfor-
mación se inició en España a mediados de 1808 cuando, en ausencia del rey
legítimo, se dijo que la soberanía había revertido al pueblo. Ahora, la autori-
dad fue reclamada por juntas auto-proclamadas que organizaron el gobierno
regional y la resistencia contra el francés. Luego, estas juntas provincianas
enviaron delegados a una Junta Central, que alegó representar a la «nación
española». Como gobierno interino, la Junta Suprema Central buscó coordi-
nar la guerra contra Francia y comenzó a reorganizar la política española en
torno al principio de la representación.
La disolución de la monarquía en su centro y la política del régimen jun-
tista que reclamó la soberanía son claves para entender la transformación po-
lítica en la Nueva Granada, como en otras regiones de América. La primera
reacción a las noticias fue la confirmación de fidelidad al monarca. Los pa-
tricios en las principales ciudades de Nueva Granada juraron su lealtad al rey
y se unieron a la causa anti-francesa. José Antonio de Torres y Peña recordó
que, a finales de 1808, «los hombres de bien, que merecen mejor este nom-
bre, celebraron y apreciaron la conducta de la Junta de Sevilla, a que desde
luego se unieron sin otro interés que el de cooperar a la causa común de la
13 Para comparar con el patriotismo criollo en México, ver BRADING, David A.: The First
America. The Spanish Monarchy, Creole Patriots and the Liberal State (1492-1867). Cam-
bridge University Press, Cambridge, 1991, pp. 343-390.
14 MCFARLANE, Anthony: «Science and Sedition in Spanish America: New Granada in the
Age of Revolution, 1776-1810», en Susan MANNING & Peter FRANCE (coords.), Enlightenment
and Emancipation. Bucknell University Press, Lewisburg, New Jersey, 2007 pp. 97-117.
HACIA LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA: LA ÉPOCA DE LA «PRIMERA REPÚBLICA»... 67
15 TORRES Y PEÑA, José Antonio de: «Memorias sobre la revolución y sucesos de Santafé
historia de 1808-10 en Bogotá, ELÍAS ORTIZ, Sergio: Génesis de la Revolución del 20 de julio
de 1810. Bogotá, 1960; para Cartagena, JIMÉNEZ MOLINARES, Gabriel: Los mártires de Carta-
gena de 1816, 2 vols. Edición oficial, Departamento de Bolívar, 1948, vol. 1; para el Socorro,
RODRÍGUEZ PLATA, Horacio: La antigua Provincia del Socorro y la independencia. Bogotá,
1963.
25 Para una la exposición nueva del contexto político de 1810 y la formación de las jun-
tas provinciales en la Nueva Granada, basada en fuentes primarias antes poco exploradas, ver
MARTÍNEZ GARNICA, Armando: «La reasunción de la soberanía por las juntas de notables en el
Nuevo Reino de Granada», en Manuel CHUST (coord.): 1808: La eclosión juntera…, pp. 298-
330.
HACIA LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA: LA ÉPOCA DE LA «PRIMERA REPÚBLICA»... 71
26 MCFARLANE, Anthony: «Los ejércitos coloniales y la crisis del imperio español, 1808-
TREPO TIRADO, Ernesto: Historia de la Provincia de Santa Marta. Bogotá, 1953, vol. II, pp.
303-408.
29 RESTREPO, J.M.: Historia de la Revolución…, vol. I, pp. 142-143.
30 ZULUAGA, Francisco: «Clientelismo y guerrillas en el Valle del Patía (1536-1811)», en
32 Sobre los enclaves realistas, ver EARLE, Rebecca A.: Spain and the Independence of Co-
lombia (1810-1825). University of Exeter, Exeter, 2000 pp. 36-54. Otra historia de las cam-
pañas patriotas y realistas que tuvieron lugar durante la Primera República es la de RIAÑO,
Camilo: Historia militar: La independencia, 1810-1815. Academia Colombiana de Historia:
Historia Extensa de Colombia, vol. VIII, tomo 1 Bogotá, 1971.
33 Sobre el proceso y los conflictos entre los nuevos «soberanos», ver la excelente síntesis
una breve reseña histórica por Manuel Antonio Pombo y José Joaquín Guerra, Bogotá, Minis-
terio de Educación Nacional, 1951, vol. I, p. 88.
HACIA LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA: LA ÉPOCA DE LA «PRIMERA REPÚBLICA»... 75
Por esta razón, argumentaba Nariño, era una necesidad urgente un Con-
greso en Bogotá, ya que este proporcionaría el foro requerido para tomar de-
cisiones críticas acerca del futuro político y la dirección de la Nueva Gra-
nada.
Sin embargo, estos planes de crear una autoridad suprema para la Nueva
Granada, con su centro en Bogotá, fueron desdeñados por las provincias,
donde varias juntas provinciales no estaban dispuestas a deferir a la capital.
La primera respuesta negativa a la iniciativa de Bogotá vino de Cartagena,
que acusó a la Junta Suprema de buscar formar una Junta Central como la de
España. Denunció esto como un «gobierno monstruoso que atraería males
grandes sobre la Nueva Granada», y llamó en cambio a un Congreso General
que tuviera lugar en Medellín, con las provincias representadas en propor-
ción a sus pobladores y con el propósito manifiesto de establecer un «go-
bierno perfecto y federal».38
El Congreso sí se reunió en Bogotá, donde celebró una primera sesión
entre el 22 de diciembre de 1810 y el 12 de febrero de 1811. Comenzó por
proclamar con un tono fuerte que, aunque reconocía los derechos de Fer-
nando VII contra el usurpador francés, Nueva Granada no reconocería en
35 Ibídem.
36 «Consideraciones sobre los inconvenientes de alterar la invocación hecha por la ciudad
de Santafé en 29 de julio de 1810», reimpreso en RESTREPO CANAL, Carlos: Nariño periodista.
Bogotá, 1960, pp. 157-165.
37 Ibídem, p. 158.
38 RESTREPO, J.M.: Historia de la Revolución…, vol. 1, p. 148.
76 ANTHONY MCFARLANE
adelante «otra autoridad que la que han depositado los pueblos y provincias
en sus respectivas Juntas Provinciales, y la que van a constituir en el Con-
greso general del Reino…».39 No obstante, después de hacer esta declara-
ción, el nuevo Congreso fue incapaz de lograr la unión o dar un fuerte sen-
tido de dirección para la Nueva Granada. Su primera sesión simplemente
reflejó la aversión provinciana al liderazgo político santafereño. Apenas seis
provincias enviaron delegados (Santafé, Socorro, Pamplona, Neiva, Nóvita
y Mariquita), y estas pronto se dividieron sobre el tema fundamental de los
derechos a participar en el Congreso, un problema que se precipitó por la
llegada de representantes de las ciudades de Mompós y Sogamoso que no
fueron reconocidas como provincias. Cuando algunos miembros del Con-
greso y la Junta Suprema de Santafé se opusieron a la entrada de estos di-
putados, el movimiento por la unidad política sufrió un revés. Causó la re-
tirada de varios diputados, envenenó las relaciones entre el Congreso y la
Junta Suprema, y llevó finalmente a la disolución del Congreso debido a
la ausencia de la mayoría de sus miembros.40 Así pues, aunque la Junta Su-
prema de Santafé lo había convocado para promover la unidad bajo su lide-
razgo, el Congreso no tuvo el efecto esperado.
Mientras la ciudad de Santafé no podía sostener la jerarquía de autorida-
des característica del periodo colonial, la ciudad de Cartagena, su principal
competidor, siguió un camino hacia la independencia. En Cartagena se de-
sarrolló una lucha intestina a finales de 1810 cuando, a pesar de reconocer la
Regencia y las Cortes españolas, la junta provincial rechazó el nuevo gober-
nador enviado por aquélla. El rechazo del oficial español condujo a ahondar
la división entre españoles, y un grupo de militares y comerciantes peninsu-
lares decidió reestablecer las autoridades regias bajo el dominio directo de
España, siguiendo el ejemplo del gobernador de Santa Marta. En febrero de
1811, este grupo se sintió lo suficientemente fuerte como para preparar un
golpe de estado y fue a duras penas derrotado con la ayuda de la plebe ne-
gra y mulata. Una camarilla republicana tomó entonces la iniciativa, y en no-
viembre de 1811, Cartagena se convirtió en la primera provincia de Nueva
Granada en declarar formalmente su independencia de España.41
39 «Acta de instalación del Congreso General del Reino» (22 de diciembre de 1810), en
de los eventos en Cartagena, y en la costa Caribe en general durante este periodo, véase SOUR-
DÍS NÁJERA, Adelaida: «Ruptura del estado colonial y tránsito hacia la república (1800-1850)»,
en MEISEL ROCA, Adolfo (coord.): Historia económica y social del Caribe colombiano. Bo-
gotá, 1994, pp. 157-181. Sobre la participación popular, ver MÚNERA, Alfonso: El fracaso de
la nación: región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810). Banco de la República/
El Ancora, Bogotá, 1998, pp. 180-191.
HACIA LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA: LA ÉPOCA DE LA «PRIMERA REPÚBLICA»... 77
Mientras la Junta de Cartagena pasó por esas luchas internas hasta cons-
tituirse en estado independiente, la Junta Suprema de Santafé también se de-
dicó a la tarea de afirmar su autoridad sobre su territorio provincial y conver-
tirse en un gobierno constitucional. Durante febrero y marzo de 1811, bajo
la guía del aristócrata criollo Jorge Tadeo Lozano, su asamblea constituyente
creó el estado soberano de Cundinamarca como una monarquía constitucio-
nal. Tenía una constitución que seguía el modelo de la república norteameri-
cana, pero reconocía a Fernando VII como «rey de los cundinamarqueses».
Mientras durara la ausencia de Fernando, Lozano fue escogido como vice-
presidente para gobernar en su lugar.42 La legitimación del Estado de Cundi-
namarca fue la misma que en otras regiones: es decir, la reasunción de la so-
beranía por el pueblo en la ausencia del rey legítimo.43 Pero Cundinamarca
fue distinta porque sus gobiernos intentaron imponer su modelo político me-
diante una estrategia de anexión de regiones y municipios vecinos, mientras
buscaba alianzas con Venezuela para contra-balancear el poder de las provin-
cias grandes, como Cartagena y Popayán.44
ARDILA, Daniel: Un Reino Nuevo. Geografía política, pactismo y diplomacia durante el in-
terregno en Nueva Granada (1808-1816), 2 vols., Universidad Paris I, Panthéon-Sorbonne,
2008.
44 GUTIÉRREZ ARDILA, Daniel: Un Reino Nuevo…., vol. 1, pp. 207-242.
78 ANTHONY MCFARLANE
45
RESTREPO, J.M.: Historia de la Revolución…, vol. 1, pp. 165-168.
46
Sobre el ascenso de Nariño al poder, véase BLOSSOM, Thomas: Antonio Nariño. Hero of
Colombian Independence. Tucson, Arizona, 1967, pp. 75-97.
47 La Bagatela, n.º 16 (20 de octubre de 1811). Reproducida en RESTREPO CANAL, Carlos:
Nariño Periodista….
HACIA LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA: LA ÉPOCA DE LA «PRIMERA REPÚBLICA»... 79
6. El federalismo
este punto. Véase, por ejemplo, los comentarios de su más reciente historiador: GÓMEZ HOYOS,
Rafael: La independencia de Colombia. Madrid, Mapfre, 1992, p. 173. El hecho de que se
basó en los Artículos de la Confederación norteamericana es afirmado explícitamente por José
Manuel Restrepo que, como Secretario del Congreso cuando se firmó el Acta de Federación,
recordó las largas discusiones de los Artículos. Véase RESTREPO, J.M.: Historia de la Revolu-
ción…, vol. 1, pp. 187-8.
80 ANTHONY MCFARLANE
51 Los comentarios mejor conocidos de Bolívar sobre la materia fueron hechos inmediata-
56 Este punto se hace en relación con Hispanoamérica como un todo en Guerra, «Identi-
New Granada», Hispanic American Historical Review, vol. 64 (1984), pp. 17-54. (También en
versión española: «Desórdenes civiles y protestas populares», en MEJÍA PAVONY, Germán Ro-
drigo, Michael LAROSA y Mauricio NIETO OLARTE (comp.): Colombia en el siglo XIX. Bogotá,
1999, pp. 21-72.)
58 GARRIDO, Margarita: «La política local en la Nueva Granada (1750-1810)», Anuario
Colombiano de Historia Social y la Cultura, vol. 15 (1987), pp. 37-56; véase además, de la
misma autora, Reclamos y representaciones…, pp. 116-236.
HACIA LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA: LA ÉPOCA DE LA «PRIMERA REPÚBLICA»... 83
7. La autoridad fragmentada
Hay que recordar también que la mayoría nunca había rechazado la legi-
timidad del Rey como soberano: entonces fue difícil animar a los pueblos a
desafiar su autoridad cuando volvió al trono. Además, el orden jerárquico so-
cial quedó intacto y la vida política todavía estaba influenciada fuertemente
por los cánones de una cultura que conservaba mucho del orden hispánico. A
pesar de los cambios en la estructura político-administrativa, la actividad po-
lítica continuó gravitando alrededor de asuntos tradicionales, tales como las
luchas de las familias locales prominentes por alcanzar y mantener los car-
gos, antiguas aspiraciones de autonomía municipal y otras rivalidades juris-
diccionales semejantes. La Iglesia fue también un poderoso contrapeso. Res-
trepo recordó que la mayor parte del clero se oponía a las nuevas repúblicas:
«hacían una guerra formidable a la causa de la Independencia que pintaban
como enemigo de Dios y de la religión».61
Sin embargo, la experiencia de los años de la Primera República no fue
tan ingrata como la pintada por los historiadores en el retrato de la «Patria
Boba». Aunque fallaron los estados autónomos e independientes fundados
en este periodo, dejaron un legado político importante. En primer lugar, in-
trodujo el principio de la representación y con él, las elecciones y el voto.
Claro que las elecciones también llegaron a las regiones realistas, gracias a
la Constitución de Cadiz, pero parece que tuvo poca resonancia. La apertura
de nuevos horizontes políticos era mucho mas evidente en las regiones autó-
nomas, donde fue reflejada en los textos de las varias constituciones estata-
les que se promulgaron entre 1811 y 1815. La primera constitución comple-
tamente elaborada fue la del Estado de Cundinamarca, promulgada el 4 de
abril de 1811. Esta fue algo anormal porque, como lo hemos señalado an-
tes, creaba una monarquía constitucional en la que Fernando VII asumiría el
trono en el muy improbable caso de que residiera en Cundinamarca. Cuando
Nariño llegó al poder en 1812, Cundinamarca se convirtió en república inde-
pendiente. Tunja, Antioquia, Cartagena y Mariquita adoptaron también cons-
tituciones republicanas y, junto con la de Cundinamarca, basaron sus siste-
mas políticos en el concepto pactista de la soberanía heredado de España, en
el cual las ciudades y provincias eran las bases de la identidad y comunidad
política, mezclado con principios tomados de las revoluciones angloameri-
cana y francesa.
Se ha dicho que, en México, los criollos rechazaron la idea francesa de
la nación —la idea que fascinaba a los liberales en las Cortes de Cádiz—
y sostuvieron la idea de que la soberanía originaba en un contrato basado
vols. I y II.
HACIA LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA: LA ÉPOCA DE LA «PRIMERA REPÚBLICA»... 87
American Historical Review, vol. 48 (1968), pp. 37-58; citas de las pp. 42, 44.
65 Un documento de la época que da un sentido excelente de los rituales políticos del pe-
riodo entre 1810 y 1816 es CABALLERO, José María: Diario de la independencia. Bogotá, Ta-
lleres Gráficos Banco Popular, 1974.
88 ANTHONY MCFARLANE
66 Un análisis excelente de las maneras en que estas ocasiones y objetos simbólicos se uti-
lizaban para promover el orden y el cambio aparece en KÖNIG, Hans Joachim: En el camino
hacia la nación…, pp. 234-297.
67 RESTREPO, J.M.: Historia de la Revolución…, vol. I, pp. 385-386.
El largo verano de 1808 en México.
El golpe de Gabriel de Yermo
rra de Independencia de México de 1808 a 1821, 6 vols., México, José María Sandoval, 1877.
Esa obra fue completada por la de GARCÍA, Genaro: Documentos históricos mexicanos; obra
conmemorativa del primer centenario de la Independencia de México, México, Museo Nacio-
nal de Arqueología, Historia y Etnología, 1910.
90 JESÚS RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO
agosto de 1808», Historia Mexicana (enero-marzo de 1979), pp. 439-474; «Royalist Propa-
ganda and “La Porción Humilde del Pueblo” during Mexican Independence», The Americas,
36:4 (1980), pp. 423-444; «¡Vencer o morir por la patria! La invasión de España y algunas
consecuencias para México (1808-1810)», en ZORAIDA VÁZQUEZ, Josefina: Interpretaciones
de la Independencia de México, México, Nueva Imagen, 1997, pp. 71-102. GORTARI RABIELA,
Hira de: «Julio-agosto de 1808: La lealtad mexicana», Historia Mexicana, XXXIX: 1, 1989,
pp. 181-203.
6 RODRÍGUEZ O., Jaime E.: El proceso de la Independencia de México, México, Instituto
Mora, 1992; «De súbditos de la Corona a ciudadanos republicanos: el papel de los autonomis-
tas en la Independencia de México», en ZORAIDA VÁZQUEZ, Josefina: Interpretaciones de la
Independencia de México…, pp. 33-70.
7 HUERTA, María Teresa, «Yermo: tres generaciones», en IV Seminario de Historia de la
Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País: La RSBAP y Méjico, t. I, San Sebastián,
RSBAP, 1993, pp. 153-165; «Los vascos del sector azucarero morelense (1780-1870)», en GA-
RRITZ, Amaya (coord.), Los vascos en las regiones de México, vol. I, pp. 237-246; «La familia
Yermo (1750-1850)», Revista Relaciones, vol. IV, n.º 14, 1983, pp. 46-65.
EL LARGO VERANO DE 1808 EN MÉXICO. EL GOLPE DE GABRIEL DE YERMO 91
1. Los antecedentes
Méjico, Sevilla, CSIC, 1940. REAL DÍAZ, José Joaquín y Antonia M. HEREDIA HERRERA: «José
de Iturrigaray (1803-1808)», en CALDERÓN QUIJANO, José Antonio: Virreyes de Nueva España
(1798-1808), Sevilla, EEHA, 1972.
9 NAVARRO GARCÍA, Luis: «La Junta Suprema de Sevilla y el golpe de estado de México en
1808», XIV Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla, 2008 (en prensa); y «México
1808: la Audiencia acusa al virrey», VI Simposio Internacional de la Asociación Española de
Americanistas, Madrid, 2008 (en prensa). Agradecemos al autor que nos haya facilitado el
texto original de estos trabajos.
10 HERNÁNDEZ RUIGÓMEZ, Manuel: «El primer paso del proceso independentista mexi-
cano: el contragolpe de Gabriel de Yermo (1808)», Revista de Indias, vol. XLI, n.os 165-166
(1981), pp. 591-601.
11 RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Jesús: Los vascos de México. Entre la colonia y la repú-
blica (1773-1836), Vitoria, Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, 2006.
92 JESÚS RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO
racruz, y de ahí a la casa comercial que sus tíos Juan Antonio y Gabriel de
Yermo tenían en ciudad de México12.
Estos jóvenes emigrantes pasaron los primeros años detrás de un mos-
trador aprendiendo los entresijos de los negocios de sus parientes y protec-
tores. Tuvieron que transcurrir once largos años de disciplina semimonástica
y de inquebrantable lealtad a sus patrones para que los jóvenes Yermo se es-
trenaran en los negocios como socios de su tío José Antonio. El vigilante tío
aportó un capital de 30.000 pesos, mientras que Juan José de Yermo lo hizo
con 3.500 y nuestro personaje con 3.000 pesos. Sin duda se trataba de una
prueba de fuego para conocer realmente las posibilidades de sus sobrinos.
dad de México, siglo XVIII», en América Latina en la Historia Económica, Instituto Mora,
n.os 17-18, 2002.
18 Los obligados del abasto o arrendatarios eran el propio Gabriel Joaquín de Yermo, An-
tonio Bassoco, el Marqués de Jaral de Berrio, el Marqués de San Miguel de Aguayo, Ángel Pu-
yade y Antonio Pérez Gálvez.
19 Sobre este personaje ha trabajado OLMEDO GONZÁLEZ, José de Jesús: «Ambrosio de Sa-
cultura de exportación. Tal y como lo hizo su tío José Antonio, Gabriel con-
tinuó la explotación de haciendas azucareras en la región de Cuernavaca y
Cuautla de Amilpas. Estas propiedades, que pertenecían al marquesado del
Valle, presentaban unas modalidades propias en la distribución de la tierra
—originarias de la primitiva política patrimonial y del otorgamiento de tie-
rras a censo enfitéutico por los titulares del marquesado—, y disfrutaban de
abundancia de agua y de mano de obra indígena.
A fines del siglo XVIII se autorizó la importación de maquinaria propia
para la explotación agrícola, por lo que el antiguo trapiche se transformó
en ingenio con la instalación de ruedas hidráulicas. Con este fin, Gabriel de
Yermo adquirió en 1792 la hacienda de Jalmolonga, confiscada a los jesuitas
en 1767, e invirtió en ella la enorme cantidad de 200.000 pesos en la cana-
lización de las aguas del río Pineda para hacerlas más productivas. Con es-
tas nuevas mejoras, por ejemplo, la hacienda de Temixco llegó a producir
40.000 arrobas de azúcar anuales. Asimismo, y de acuerdo con su idea de di-
versificar para obtener un mayor rendimiento de sus tierras, Yermo introdujo
el cultivo de otros productos como trigo, añil, maíz y árboles frutales, hecho
realmente novedoso en la región20.
Pero el poder que había adquirido nuestro personaje provocó disputas en-
tre algunos de sus vecinos21 y sobre todo, a partir de 1803, con el nuevo vi-
rrey José de Iturrigaray, tal como veremos a continuación.
Durante los últimos años del gobierno de Carlos IV, los habitantes de
la Nueva España padecieron especialmente las consecuencias de la política
de Godoy, política que fue servida con clara sumisión por el virrey José de
Iturrigaray.
La explotación de la colonia como fuente de ingresos para la metrópoli,
sin respetar a las fuerzas productivas de la Nueva España, resintió profun-
damente los pilares de la economía de México y creó en la incipiente elite
criolla un sentimiento de profundo agravio que influirá decisivamente en los
acontecimientos posteriores.
La ejecución del rey francés Luis XVI conmocionó al timorato Carlos IV
que, en unión con otros monarcas europeos, declararon la guerra al régimen
jacobino. La corona española, que venía teniendo dificultades financieras
desde 1783 al menos, quebró en tan solo un año de contienda, por lo que la
Nueva España (1804-1812), México, UNAM, 2003; y «La consolidación de vales reales como
factor determinante de la lucha de independencia en México (1804-1808)», Historia Mexi-
cana, LVI: 2, 2006, pp. 373-425.
23 La Junta Superior de Consolidación, máxima autoridad en la materia en la Nueva Es-
paña, se instaló el 14 de agosto de 1805 y funcionó durante tres años y medio. Véanse las ac-
tas de la Junta Superior de Consolidación del 7 de octubre, 16 de junio de 1806 y 7 de julio de
1807 en AGN, Consolidación, vol. 20, exp. 1.
EL LARGO VERANO DE 1808 EN MÉXICO. EL GOLPE DE GABRIEL DE YERMO 97
10.353.262 pesos, lo que supuso alrededor del 70% del total recaudado en América y Filipinas
(La consolidación de vales reales…, p. 376). Ver también HAMNETT, Brian: «The Appropria-
tion of Mexican Church Wealth by the Spanish Bourbon Government. The Consolidación de
Vales Reales (1805-1809)», Journal of Latin American Studies, 1, 1969, p. 101.
25 FLORES CABALLERO, Romeo: «La consolidación de vales reales en la economía, la so-
estimaba que Yermo debía al fisco entre 60.000 y 80.000 pesos por impuestos sobre el aguar-
diente, además de otros 400.000 que debía entregar a la Caja de Consolidación. Flores Caba-
llero descubrió en los fondos del ramo de bienes nacionales del Archivo General de la Nación
que la deuda de Yermo superaba los 200.000 pesos.
98 JESÚS RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO
larzón (Cantabria) en el año 1765. Después de los acontecimientos relatados llegó a ser cónsul
en los años 1812 y 1813, y prior en 1821. Falleció en España en 1842.
EL LARGO VERANO DE 1808 EN MÉXICO. EL GOLPE DE GABRIEL DE YERMO 99
30 AGI, México, 1143, Resolución del Consejo de Indias, 6 de junio de 1807 y tb. en AGI,
41 AHN, Consejos, leg. 21.081, fol. 90. El golpista que dio muerte al granadero fue un jo-
ven comerciante de 25 años y empleado de Yermo, José María Maruri, natural de las Encarta-
ciones de Vizcaya: ver RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Jesús: La expulsión de los españoles de
México y su destino incierto (1821-1836), Sevilla, CSIC-Diputación de Sevilla-Universidad de
Sevilla, 2006.
42 AGN, Instituciones Coloniales, Indiferente Virreinal. Cajas 1-999/Caja 0559: Juan No-
riega fue condonado por el Cabildo a requerimiento de algunos regidores de esta ciudad como
particulares para que lo eximían y libraban del obligado de los abastos de carnero y toro.
43 Inició su carrera militar en Nueva España como teniente del regimiento de infantería de
pp. 227-257.
104 JESÚS RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO
timas medidas favorecían tanto a sus propios intereses como a los del pueblo
llano consumidor habitual de pulque: que no se llevara a efecto la imposición
de un nuevo impuesto sobre esta bebida y que se redujeran los derechos del
aguardiente de caña para facilitar el consumo de ron entre un sector más am-
plio de la población. De este modo la totalidad de estas medidas afectaban a
la mayoría de las gentes del virreinato45.
Pero todos estos cambios no tendrían valor, a juicio de Yermo, si no se
lograba fortalecer la lealtad de la colonia hacia la metrópoli. Para ello escri-
bió a la Suprema y Soberana Junta de Sevilla anunciando que, si no se toma-
ban medidas económicas urgentes para dotar de cierta autonomía a la Nueva
España, sería muy difícil evitar su emancipación. Asimismo incidía en la ne-
cesidad de que «se remitan a este reino de cuatro a seis mil hombres de esa
Península retirándose con anticipación las milicias, en quienes cualquiera re-
volución es menester considerar otros tantos enemigos»46, ya que en su opi-
nión los jóvenes milicianos eran más partidarios de defender los intereses de
su tierra que los de una lejana península.
45 REAL DÍAZ, José Joaquín y HEREDIA HERRERA, Antonia M.: José de Iturrigaray…,
48 Fue retirado del servicio por no participar en el golpe y fue sustituido por Gabriel de
Iturbe e Iraeta coronel del regimiento del Comercio de ciudad de México y miembro destacado
del partido vasco del Consulado de esta ciudad.
49 ALAMÁN, Lucas: Historia de México, cap. VI.
50 SANCHIZ RUIZ, Javier: «Calatravos vascos en Nueva España. Una familia de familias»,
1983, p. 242. Se trataba de una «guardia de honor» cuyos miembros fueron elegidos entre lo
más granado de los participantes en la asonada golpista.
EL LARGO VERANO DE 1808 EN MÉXICO. EL GOLPE DE GABRIEL DE YERMO 107
capataces pedían imperiosamente que se dictasen las órdenes que les parecía
conveniente exigir», sin obedecer ni siquiera a los oficiales del ejército52. Es
evidente que esta «tercera clase» de comerciantes y dependientes se arroga-
ron una estatus político que no les correspondía. El problema que plantearon
los voluntarios organizados por Yermo no sería de fácil solución; no sólo por
la prepotencia que habían adquirido sino porque continuaban de servicio en
la capital. Así, el nuevo virrey Pedro Garibay creyó conveniente licenciar-
los y sustituirlos por otra clase de tropa. La orden para que los voluntarios
se retiraran a sus casas se dio el 15 de octubre, justo al mes de la prisión de
Iturrigaray. Ésta decía que, habiendo llegado varios cuerpos de tropas a la ca-
pital «es justo que descansen los voluntarios de Fernando VII de las loables
y útiles fatigas que han hecho hasta ahora en el servicio de las armas para la
quietud pública», y se les invitaba a que regresaran a cuidar de sus intereses
personales. Finalmente, en nombre de su majestad y de su virrey, se les agra-
decía sus esfuerzos patrióticos53.
A pesar de todas estas cortesías, los voluntarios recibieron muy mal se-
mejante disposición y la atribuyeron a que se desconfiaba de ellos, en lo que
no andaban muy equivocados. El 30 de octubre, a los quince días de haberlos
mandado retirar, un Garibay temeroso y asustadizo ordenó que se reforzara
la defensa del palacio virreinal ante el temor de que pudiera ser él mismo ob-
jeto de una nueva asonada. La orden de retiro no había acabado con los pro-
blemas que presentaban los voluntarios. Al día siguiente de que Garibay se
atrincherara en palacio, los que habían conducido a Iturrigaray a Veracruz ce-
lebraron una misa en el santuario de Guadalupe para dar gracias por el éxito
de la expedición, ceremonia que terminó en una riña, de la que el abad dio
noticias al virrey. Para controlar todos los desórdenes y organizar mejor el
alistamiento, el nuevo virrey encargó a Calleja y a Joaquín Gutiérrez de los
Ríos que se ocuparan de hacer a un lado a los perturbadores y de poner a los
demás cuerpos de voluntarios en condiciones de servir con utilidad54.
Este miedo a los «chaquetas», como se les conocía, no desapareció de
la capital novohispana. El sucesor de Garibay, el arzobispo de México mon-
señor Francisco Javier de Lizana y Beaumont, compartía el temor a ser de-
tenido a mitad de la noche por los golpistas. Así el 3 de noviembre de 1809
ordenó a la guardia de palacio que aumentara sus efectivos y que se mantu-
viera cada dos horas una patrulla en el portal de las Flores, la Diputación y
las Mercaderes, que eran el centro del comercio de la ciudad y en donde re-
sidían los comerciantes europeos. Entre las funciones que se les encargó a
estas patrullas destacaba la de detener a cualquier persona que anduviera ar-
mada por la calle e impedir toda reunión de más de seis individuos. Debía,
además, darse el «quién vive» a las personas «decentes o de mediano porte»
que salieran o entraran en dichas casas. Si la reunión que «se hallare fuera
demasiado numerosa debía darse aviso a la guardia de palacio, y las guardias
de la Cárcel de Corte, del arzobispo y de la Casa de Moneda debían de estar
prevenidas»55.
p. 105. Este ilustre abogado ocupó importantes cargos en la Nueva España, entre los que des-
tacan los de Ministro Honorario del Tribunal Supremo de Justicia, Abogado de la Real Au-
diencia y de la Cámara del Estado, Teniente Letrado, Juez de Letras, Fiscal de Imprentas y du-
rante varias décadas Asesor Jurídico del Tribunal General de Minería. Considerado uno de los
hombres más ilustrados y competentes del virreinato, participó de manera activa en el golpe de
mano dirigido por Yermo. En 1820, en un clima de enfrentamiento escribió el manifiesto «Ver-
dadero origen de la Revolución en Nueva España» defendiendo la memoria de su amigo Ga-
briel de Yermo, en donde muchos de los hombres fuertes del momento se sintieron ofendidos.
El clima de crispación e indefensión provocó que partiera rumbo a España con toda la familia
(esposa, hija, yerno y su nieta de corta edad Dolores) instalándose en San Sebastián en abril de
1822.
EL LARGO VERANO DE 1808 EN MÉXICO. EL GOLPE DE GABRIEL DE YERMO 111
nos civiles y eclesiásticos de que sean capaces, habiendo como hay aún en
la actualidad en la carrera eclesiástica sujetos que tienen bastante aptitud
para ser colocados en los curatos y en las catedrales, para que alentados los
demás con tales ejemplos, se aumente el número de los aplicados y benemé-
ritos; y la gratitud de estas dos clases de que se compone la mayor parte de la
población, es de esperar que las identifique con la nación que así cuida de su
suerte, con tanta mayor facilidad cuanto menos han experimentado la pasión
de la rivalidad respecto de los europeos, a quienes han respetado y amado
hasta la funesta época de la revolución61.
7. El ocaso de un patriota
paña», México, 1820, n.º 39, en HERNÁNDEZ Y DÁVALOS, J.M.: Colección de documentos…,
t. I, n.º 282.
62 Los ejemplos más significativos lo protagonizaron el miembro de la Audiencia Ramón
Robledo y Lozano y el comerciante guipuzcoano José Manuel Salaverría Yrure. El primero so-
licitó a la Junta de Sevilla en enero de 1809 la plaza de juez de la Acordada y bebidas prohibi-
das. Defendió la idea de que él fue el cabecilla de los europeos y solicitó que le fuera expedido
el despacho de capitán de los voluntarios de Fernando VII. Salaverría presentó el 12 de agosto
de 1816 una relación de los primeros movimientos de la insurrección de Nueva España al vi-
rrey Félix María Calleja, en el que se presentaba a sí mismo como el autor supremo del golpe
de 1808 que derrocó al virrey José de Iturrigaray. SALAVERRÍA, Manuel de: «Relación o histo-
ria de los primeros movimientos de la Insurrección de Nueva España, y prisión de su Virrey
D. José de Iturrigaray, escrita por el Capitán del Escuadrón Provincial de México D. José Ma-
nuel de Salaverría y presentada al actual Virrey de ella, el Excmo. Sr. D. Félix María Calleja»,
en Boletín del Archivo General de la Nación, vol. XII, n.º 1, 1941.
112 JESÚS RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO
John FISHER
Universidad de Liverpool
1. El contexto historiográfico
1 Para varios ejemplos de esta tendencia de estereotipar al Perú como un baluarte del po-
der realista, ver FISHER, John: «Royalism, Regionalism and Rebellion in Colonial Peru (1808-
1815)». Hispanic American Historical Review. 59 (1979), pp. 237-238.
114 JOHN FISHER
Perú. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972,
p. vii.
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 115
4 Ver MÉNDEZ GASTELUMENDI, Cecilia: «“Incas, sí; indios, no”: Notes on Peruvian Creole
Nationalism and its Contemorary Crisis», Journal of Latin American Studies, 28 (1996), pp.
197-225. En realidad, Santa Cruz, nacido en La Paz, era de ascendencia mixta, hijo de un fun-
cionario menor y de una cacica acomodada. Aunque fue brevemente presidente del Perú en
1827, luego de un distinguido servicio militar en la causa patriota, jamás pudo librarse del
desdén mostrado por la élite limeña a un provinciano cuyos orígenes raciales eran percibidos
como algo dudosos.
5 Ibídem, p. 202.
6 Para un análisis de la marginación de la sierra durante el siglo XIX, ver REMY, María
Isabel: «La sociedad local al inicio de la república (Cusco, 1824-1850)». Revista Andina, 6
(1988), pp. 451-484.
7 Ver, por ejemplo, EGUIGUREN, Luis A.: Guerra separatista del Perú: la rebelión de León
8 Este tema es examinado detenidamente por TAMAYO HERRERA, José: Historia del indige-
quicentenario de la Independencia del Perú (1971-1974), 30 tomos, 87 v. Ver tomo 22, v. 3: VI-
LLANUEVA ORTEAGA, Horacio (ed.): Gobierno virreinal de Cuzco.
11 Ver Actas del Coloquio Internacional «Túpac Amaru y su tiempo». Lima y Cusco
2. El contexto histórico
12 Ver FISHER, John: Gobierno y sociedad en el Perú colonial: el régimen de las intenden-
cias (1784-1814). Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981, pp. 221-249.
118 JOHN FISHER
UGARTE, Rubén: Por el rey y contra el rey. Lima, Imprenta Gil, 1965.
14 Citado en RIVARA DE TUESTA, María Luisa: Ideólogos de la emancipación peruana.
Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972, p. 50.
15 ABASCAL Y SOUSA, José Fernando de: Memoria de gobierno. Edición de Vicente Rodrí-
guez Casado y José Antonio Calderón Quijano. Sevilla, Escuela de Estudios Hispano America-
nos, 1944, pp. 553-554.
16 Citado en ROEL, Virgilio: Los libertadores. Lima, Gráfica Labor, 1971, p. 58.
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 119
tista. La tentativa de rebelión que concibió el doctor José Mateo Silva en Lima. Buenos Aires,
Imprenta López, 1957, 2 v.
120 JOHN FISHER
21 Ver PACHECO VÉLEZ, César: «Las conspiraciones del Conde de la Vega del Ren». Re-
1819).
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 121
23 Ver CUNEO VIDAL, Rómulo: Historia de las insurrecciones de Tacna por la independen-
24 AGI, Lima, legajo 745, Abascal a las Cortes (30 de noviembre de 1813).
25 Archivo General de la Nación (Lima), Superior Gobierno, legajo 35, cuaderno 35, Josef
Garbriel Moscoso a Abascal (11 de abril de 1813).
26 AGI, Lima, legajo 802, representación de Mariano Rivero.
27 AGI, Cuzco, legajo 10, «expediente sobre traslación de la Audiencia del Cuzco a Are-
quipa».
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 123
que el movimiento de Tacna, ella vió un estallido de violencia contra los pe-
ninsulares que unió a los disidentes criollos e indios.28 La rebelión comenzó
como una protesta popular en contra del corrupto gobierno local de los sub-
delegados, quienes seguían operando el ilegal sistema de reparto en la zona,
ofendiendo tanto a los indios, que se veían obligados a comprar bienes, como
a los comerciantes mestizos, que resentían esta competencia ilegal.29 El mo-
mento de la protesta probablemente estuvo influído por la frustración indí-
gena ante el hecho de que estos mismos funcionarios siguieron cobrando el
tributo, no obstante haber sido éste abolido por un decreto del Consejo de
Regencia el 13 de marzo de 1811 y, debido a la circulación de rumores pro-
pagados por Castelli, según los cuales un descendiente de los Incas estaba
por llegar para liberar a su pueblo de la opresión.30
Tras la publicación de los pasquines (provocada, al parecer, por el temor
de pequeños productores criollos de que se estaba intentando restringir el
cultivo del tabaco), los indios de las aldeas vecinas marcharon sobre la ciu-
dad de Huánuco el 22 de febrero de 1812. Una defensa improvisada, a cargo
de un puñado de tropas, permitió a los residentes europeos huir en la noche
hacia Cerro de Pasco, pero la mayoría de los pobladores criollos permaneció
en sus hogares y no fue lastimada al día siguiente, cuando se permitió que
una masa indígena entrara al pueblo sin mayor resistencia. Algunos hogares
criollos fueron saqueados por los invasores pero, según Pedro Ángel Jado,
un sacerdote que presencio el pillaje, los principales blancos de los amoti-
nados fueron las propiedades de europeos: «todas las casas de los europeos
fueron saqueadas, aprovechando los indios solo los caldos y algunos retazos
de las tiendas, y los huanuqueños de todo lo del valor».31 Prominentes resi-
dentes criollos estuvieron dispuestos, desde un inicio, a cooperar con los in-
dios y fueron, de hecho, nombrados líderes por éstos. El más prominente co-
laborador fue el regidor Juan José Crespo y Castillo, quien había adoptado
el título de subdelegado para cuando el intendente de Tarma ingresó a Huá-
nuco el 20 de marzo, luego de infligir una fuerte derrota a un contingente
de 1.500 hombres, tres días antes.32 Crespo y otros insurgentes, criollos e
indios, fueron apresuradamente juzgados y sentenciados en Lima. Tres de
ellos —Crespo, Norberto Haro y José Rodríguez (un alcalde indio)— fue-
28 AGI, Lima, legajo 649, informe del intendente Francisco Paula Pruno (25 de agosto de
1812). Ver, también, VERGARA ARIAS, Gustavo: El prócer Juan de Alarcón el primer patriota
que se descubrió en Huamanga. Lima, Universidad Nacional Federico Villareal, 1973.
29 Tras la supresion del levantamiento, el intendente de Tarma escribió una relación deta-
llada de los abusos perpetrados por los subdelegados: AGI, Lima, legajo 649, José González
de Prada a Ignacio de la Pezuela.
30 VARGAS UGARTE, Rubén: Historia del Perú. Emancipación 1809-1825). Buenos Aires,
ron ejecutados, y a fines de año sus cabezas fueron lucidas en Huánuco: una
táctica tradicional en el Perú para informar a la gente del peligro asociado
con cualquier rebelión. El significado claro de esta rebelión de Huánuco es
que sirvió, sobre todo, como otro recordatorio para los posibles disidentes
de Lima de la amenaza potencial que una actividad revolucionaria de esa
magnitud constituía para su privilegiada posición socio-económica. Estas
consideraciones, por sí solas, probablemente habrán bastado para poner a la
élite costeña en contra de la rebelión del Cusco de 1814-1815. Igualmente
importante para decidir su supresión fue la toma de conciencia en Lima de
que si ella tenía éxito, el Cusco sería la capital de un Perú independiente.33
Es bien conocido el trasfondo de la rebelión que estallara en el Cusco
el 3 de agosto de 1814.34 Básicamente, se debió a la renuencia de las auto-
ridades peninsulares para implementar todo lo provisto por la Constitución
de 1812 (irónicamente, el restaurado Fernando VII había decretado su dero-
gación en mayo, pero la noticia no llegaría al Perú sino hasta septiembre).
También reflejaba las dificultades económicas locales debidas a la sangría
de hombres y provisiones para las campañas realistas en el Alto Perú. Sin
embargo, al enviar a todo el sur peruano expediciones conformadas princi-
palmente por reclutas indígenas, los dirigentes criollos del movimiento (pe-
queños hacendados, abogados, clérigos y funcionarios municipales) deja-
ron inmediatamente en claro que ellos exigían no sólo la independencia del
Perú, sino convertir al Cusco en su capital nacional. Hacia finales de 1814
controlaban ya las ciudades de Puno, La Paz, Huamanga y Arequipa, an-
tes de retroceder al Cusco, después del arribo de un contingente realista de
1.200 oficiales y soldados que habían estado combatiendo contra la insur-
gencia en el Alto Perú. En marzo de 1815 este destacamento, comandado
por el general Juan Ramírez, subcomandante del ejército del Alto Perú, ha-
bía vuelto a tomar el Cusco, en donde los jefes rebeldes fueron prontamente
ejecutados. Estos incluían a Mateo García Pumacahua, el cacique de Chin-
cheros, cuya participación legitimaba los intentos de las autoridades virrei-
nales por reducir el movimiento a un simple levantamiento racial de indios
contra blancos.
Son obvias las similitudes entre el levantamiento de Túpac Amaru (ini-
cialmente un intento de conformar una revolución de ancha base, atrayendo
cierto respaldo de los criollos y mestizos pobres del sur peruano) y la rebe-
lión de 1814-1815 (iniciada por personas que no eran indios, pero que rápi-
damente tomó el carácter de una guerra de castas en contra de los blancos).
El vínculo entre ambos movimientos radicó en que, durante las tres décadas
que las separan, se usurparon los tradicionales derechos indígenas en la re-
gión, con el ingreso de criollos y mestizos a los cacicazgos, y el despojo de
35 Ver CAHILL, David P.: «Repartos ilícitos y familias principales en el sur andino, 1780-
37 Ver VALDÉS, Jerónimo: Documentos para la historia de la Guerra separatista del Perú.
ALBI, Julio: Banderas olvidadas: el ejército realista en América. Madrid, Cultura Hispánica,
1990.
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 127
39 Biblioteca Menéndez Pelayo (Santander), Pezuela, ms. 5, cuaderno 10, «Estado gene-
ral de la tropa de artillería, infantería y caballerería que existe en los ejércitos de Lima y Alto
Perú, así como en las provincias dependientes de ambos virreinatos…».
40 A pesar de algunas deserciones a San Martín (la más conspicua de las cuales fue la del
batallón de Numancia, con 650 hombres), la mayoria de los miembros del ejército realista con-
sistía de peruanos. En total, 33.000 hombres se despacharon de España a América en 1810-
1818, de los cuales 6.000 iban al Perú, la mayoria a partir de 1815. Ver HEREDIA, Edmundo A.:
Planes españoles para reconquistar Hispanomérica (1810-1818). Buenos Aires, Editorial Uni-
versitaria, 1974, pp. 382-387.
41 Biblioteca Menéndez Pelayo, Pezuela, ms. 10, cuaderno 4, Pezuela al ministro de gue-
llo, y para marzo de 1821 —como decubrió Abreu— buena parte del norte peruano se había
pronunciado a favor de San Martín. Ver, también, HERNÁNDEZ GARCÍA, Elizabeth: La elite
piurana y la independencia del Perú: La lucha por la continuidad en la naciente república
(1750-1824), Lima, Universidad de Piura-PUCP-Instituto Riva Agüero, 2008, pp. 296-317.
45 Ver VARGAS UGARTE, Rubén: Historia del Perú. Emancipación…, p. 221, para los nom-
cónicamente en su diario: «Me dio lastima ber a un Virey víctima de su propia conducta». Ver
documento I, nota 33.
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 129
real para muchos peruanos conservadores, quienes ahora sentían que podían
respaldar a San Martín sin ningún problema de conciencia. Aun más serio fue
que esta real orden pasó a ser materia de debate público en Lima, con la ree-
dición allí, en 1822, de un panfleto anónimo (escrito, en realidad, por el so-
brino de Pezuela, «Fernandito»), publicado en Río de Janeiro el año anterior,
que hizo observaciones muy fuertes sobre varios de los oficiales que habían
depuesto a Pezuela.47 García Camba, por ejemplo, fue descrito como «vano,
orgulloso… bien ingrato»; La Serna como «de conocimientos escasos, fácil
de ser engañado… y sometido al coronel Valdés»; éste, aunque un «gran mi-
litar y un excelente político», era de «trato grosero y insolente» y con «anti-
morales ideas»; y el coronel Marqués de Vallehumbroso como «un solemne
majadero… algo picuarelo y no poco ingrato»48.
La controversia se extendió a Madrid, al publicarse allí, antes de finali-
zar el año de 1821, no sólo las acusaciones hechas en contra de Pezuela sino
también su detallada refutación de las mismas, escrita en La Magdalena antes
de partir a España.49 La guerra de papel continuaría mucho después de que la
independencia del Perú hubiese quedado sellada, con la respuesta de Valdés
a Pezuela, escrita en 1827 pero no publicada hasta 1894 y con la publicación,
en 1846, de la relación a favor de La Serna de Andrés García Camba, otro
firmante de la proclama de Aznapuquio.50 El principal argumento del mani-
fiesto de Pezuela era que él había sido la víctima inocente de «una insurrec-
ción puramente militar», organizada por un grupo de oficiales peninsula-
res que habían buscado «formar un partido» desde que arribaran de España
en 1816 (Canterac en realidad llegó en 1818), a la cual había cedido única-
mente para evitar «una guerra civil». La Serna, decía, se le había opuesto con
«una taciturnidad invencible» y una «arrogancia petulante»; García Camba
era «uno de mis más acerrísimos enemigos» y Canterac se había dedicado a
su «degradación». Se hacían cargos similares contra otros miembros princi-
pales del «partido de oficiales europeos», sobre todo contra el coronel Juan
Loriga y el teniente coronel Antonio Seoane.51 Estos cargos, conjuntamente
con las evidencias de la subsiguiente ruptura en 1824 de La Serna y Pedro
47 ANÓNIMO: Rebelión de Aznapuqino por varios xefes del exército español para depo-
ner del mando al dignísimo Virrey… J. de la Pezuela. Río de Janeiro: Moreira y Garcés, 1821;
Lima, Manuel del Río, 1822.
48 El título correcto de este último (Manuel Plácido de Berriozábal fue conde: ver docu-
ria de las armas reales en el Perú. Madrid, Sociedad Tipográfica de Hortelano y Compañía,
1846, 2v.
51 PEZUELA Y SÁNCHEZ MUÑOZ DE VELASCO, Joaquín de la: Manifiesto…, pp. 10, 13, 110,
125-126, 144.
130 JOHN FISHER
de Olañeta (en ese entonces comandante del ejército del Alto Perú luego de
la nueva derogatoria de la Constitución por Fernando VII en 1823), han he-
cho que algunos investigadores expliquen la crisis de 1821 en términos de
un conflicto político entre oficiales liberales agrupados en torno a La Serna,
quienes pensaban que la Constitución reconciliaría a los americanos con el
dominio hispano, y los absolutistas, peruanos y peninsulares, recelosos del
constitucionalismo.52
Pezuela mismo hizo bastante por fomentar esta interpretación al suge-
rir que «la grande revolución ocurrida en la península» había dado oportu-
nidad a «los menos apreciables ciudadanos» de «trastornar impunemente la
autoridad».53 Acusó a La Serna de «hipocresía, artería, malignidad, ingrati-
tud y cautela», y le describió a él y a sus principales oficiales como «una rama
masónica del Árbol que está en las Cortes, y ministros del día (y del tipo si-
guiente, si sigue el actual desgobierno de España)...».54 La Serna, por su parte,
recordó al gobierno peninsular en marzo de 1824, luego de haberse restaurado
el absolutismo, que si bien se había visto obligado a acatar la Constitución du-
rante los tres años anteriores, había decretado ya el 11 de abril de 1822 que las
órdenes recibidas del gobierno liberal de España no debían implementarse sin
su permiso expreso, enfatizando que toda persona que desobedeciera esta or-
den sería tratada «como sedicioso y perturbador del orden publicó», y pregun-
tando retóricamente si cualquiera de aquellos que intentaban mostrarse como
«más anticonstitucionales» que él, «se hubieran atrevido en mi lugar a tan clá-
sicas violaciones y modificaciones cuando la Constitución se ostentaba prote-
gida y recomendada por el mismo Monarca».55
Las evidencias disponibles referentes a las relaciones entre Pezuela y La
Serna antes de enero de 1821 tienden, asimismo, a sugerir que si bien existían
facciones entre los militares, no necesariamente reflejaban desacuerdos ideo-
lógicos profundamente enraizados. Algo más importantes fueron las grandes
diferencias culturales y las discusiones sobre tácticas entre los oficiales que
habían servido un buen tiempo en América, coma Pezuela (cuyo servicio allí
se remontaba a 1805) y Ramírez, quienes creían comprender a los criollos; y
los peninsulares arrogantes y seguros de sí mismos, que arribaron al Perú en
1816, decididos a reprimir la disidencia con su vigoroso profesionalismo. Es
muy claro que La Serna discrepaba con las tácticas militares de Pezuela —so-
bre todo en Chile, en 1817— hasta el punto de buscar renunciar a su comi-
sión y retornar a España.56 La aprobación de Madrid a este retiro —ostensi-
52 Ver, por ejemplo, LYNCH, John: The Spanish American Revolution (1808-1826), Nueva
1821).
55 AGI, Lima, legajo 762, La Serna al ministro de gracia y justicia (15 de marzo de 1824).
56 Ver VARGAS UGARTE, Rubén: Historia del Perú. Emancipación…, pp. 152-153.
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 131
beral (1820-1823), ver COSTELOE, Michael P.: Response to Revolution. Imperial Spain and the
Spanish American Revolutions (1810-1840). Cambridge, Cambridge University Press, 1986,
pp. 85-96.
60 Biblioteca Menéndez Pelayo, Pezuela, ms. 5, cuaderno 6, Pezuela al embajador Ca-
con los suyos, pero no hubó ningún encuentro directo entre ambos jefes.
132 JOHN FISHER
que el abismo entre ambos lados era insuperable, dada la resistencia del vi-
rrey contra la insistencia de San Martín de que el Alto Perú se rindiera a sus
fuerzas. Las hostilidades se reiniciaron formalmente el 7 de octubre, no obs-
tante un intento hecho por San Martín a última hora para prolongar las nego-
ciaciones.63 A comienzos de noviembre, el ejército de San Martín, que había
aprovechado el cese al fuego para conseguir provisiones, caballos y reclutas
en las haciendas costeñas, había avanzado hasta las afueras de Lima, desen-
cadenando así los acontecimientos que eventualmente llevarían a la destitu-
ción de Pezuela en enero.
63 Biblioteca Menéndez Pelayo, Pezuela, ms. 5, cuaderno 10, San Martín a Pezuela (1 de
para la península» (15 de mayo de 1822); Pedro Gutiérrez de Cos al ministro de Gracia y Jus-
ticia (8 de mayo de 1822).
134 JOHN FISHER
la mayor indignación, todo armado hasta las mujeres con sus machetes y cu-
chillos puestos en la muralla, con gritos repetidos mueran los Godos viva la
patria repitiendose en todos los barrios de la ciudad, varios frailes con cruci-
fijos y armas predican por las calles, mil dictarios contra los Españoles, que
ya no predicaban por causa de la patria sino por la religión que perseguirian
esos herejes Españoles dignos de muerte». Esta opinión popular de que el
gobierno liberal actuaba contra la religión fue compartida por sectores de la
aristocracia limeña. Abreu apuntó el 9 de agosto que José Lorenzo Bermú-
dez, uno de los miembros de la diputación realista, todavía intentando nego-
ciar un armisticio con San Martín, declaró que no continuaría como miembro
«porque la España habia abandonado la religión quitando los frailes, desco-
nociendo al papa y al voto de Santiago».70 Abreu lo describió como «un ino-
cente barón seducido por los papeles públicos y algunos fariseos, y atribuyó
su opinión a su «ancianidad y servilismo».
Abreu, por su parte, se sintió muy inseguro durante este período, es-
pecialmente después del 11 se septiembre, cuando un grupo de «desgra-
ciados» entraron en su casa, «a pretesto de buscar Españoles», y robaron
su reloj y otros artículos. Sin embargo mantuvo relaciones cordiales con
San Martín quien, después del incidente, le ofreció alojamiento en el pala-
cio de gobierno. Abreu también apuntó que después del abandono del Ca-
llao por Canterac en septiembre, San Martín ordenó que «los españoles
fuesen tratados bien». Además, informó a Abreu en octubre que todavía
quería firmar un armisticio, a pesar de la oposición no sólo de La Serna
sino también de Monteagudo, «como cabeza del partido que le critica».
Según Abreu, también pidió perdón por los «secuestros hechos a los Espa-
ñoles pues que sin embargo de ascender a mas de dos millones de pesos,
conocía que los resultados habían de ser la ruina de estos intereses disi-
pado su mayor ingreso en las personas cuya codicia los harían desapare-
cer». Aunque Abreu reconoció que «la multitud de tropelias, robos, vejá-
menes y algunas muertes» cometidas en Lima durante septiembre de 1821
representó «parte de los medios maquiavélicos que San Martín me dijo
pondría en ejercicio si la España se empeñaba en seguir la Guerra», des-
cargó la mayor parte de la culpa por estas desgracias en el «alma fría de
La Serna» y el «violento carácter de Valdés».
Abreu, privado de su salario (350 pesos al mes) cuando La Serna se fue a
la sierra recibió, en cambio, 1.000 pesos del ministro de finanzas de San Mar-
tín, Hipólito Unanue, en agosto de 1821.71 Además, fue colmado de regalos y
cumplidos par San Martín cuando partió del Perú a España en diciembre: los
obsequios incluían medallas de oro y plata, acuñadas para conmemorar la in-
dependencia peruana, y la carta explicativa de San Martín declaraba que «para
Hay ciertos indicios de que San Martín era igualmente optimista acerca de
la posibilidad de ir a España, por lo menos hasta finales de 1821, lo que expli-
caría su renuencia a librar combate con los 3.300 hombres de Canterac en sep-
tiembre, cuando éste evacuó la guarnición realista dejada en el Callao, en julio.
Sin embargo, es claro que La Serna había decidido que un arreglo negociado
era imposible antes de que Abreu partiera, y que la sierra era el mejor lugar
para montar la defensa armada del virreinato en contra de la insurgencia. Ade-
más, aunque posiblemente Abreu no entendió bien su importancia, las noticias
que llegaron a Santiago desde Lima antes de su salida para Río de Janeiro, in-
dicaron claramente que San Martín estaba perdiendo el control de la situación
política en el Perú. En las últimas páginas del Diario apuntó, por ejemplo, que
había escuchado el rumor de que Cochrane quería acuñar nuevas medallas de
la independencia, declarando «San Martin tomó a Lima y Cocrane tomó su
plata».80 También comentó que varios oficiales chilenos y el porteño Juan Gre-
gorio de las Heras, jefe de estado de San Martín, habían decidido regresar a
Chile, y que un oficial inglés «me dijó en Santiago que habia asistido a una co-
mida en que uno brindó con las notables palabras por el ladrón San Martín».81
5. Epílogo y conclusión
malestar entre liberales y absolutistas, ver WAGNER DE LA REYNA, Alberto: «Ocho años de la
Serna en el Perú (de la “Venganza” a la “Ernestina”». Quinto Centenario, 8 (Madrid, 1985),
pp. 37-59.
LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 137
84 Para sus nombres, rangos y destinos, ver Colección Documental…, tomo 22, v. 3,
pp. 402-432.
85 VALDÉS, Jerónimo: Documentos…, v. 1, p. 101.
86 Para más detalles del sitio del Callao, ver ANNA, Timothy E.: The Fall of the Royal Go-
vernment in Peru. Lincoln y Londres, University of Nebraska Press, 1979, pp. 236-237.
Brasil y Uruguay:
dos procesos de independencia íntimamente relacionados1
1. Brasil
madre, la reina María I, declarada incapaz como consecuencia de un agudo proceso de demen-
cia.
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 143
3 Los años de las guerras napoleónicas —recordemos que a ellas se unió también la gue-
rra atlántica entre Estados Unidos y Gran Bretaña— favorecieron a los productos tropicales
brasileños, pues la ruptura de lazos coloniales y la inseguridad provocaron la desorganización
de la producción de géneros tropicales en las colonias españolas y francesas, principales com-
petidores de Brasil en la producción de esos géneros. Además, la falta de productos tropicales
en el mercado europeo provocó un alza de precios, beneficiando a los productores brasileños.
Los principales productos exportados por Brasil: azúcar, algodón, café, tabaco, arroz, cacao,
especias y cueros tuvieron un mercado garantizado y a precios muy remuneradores en Europa
hasta 1815.
144 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
4
146 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
5 El uso del concepto «nación portuguesa» era anterior a la revolución liberal. Ya en el an-
tiguo régimen la gran comunidad formada por los súbditos del rey de Portugal era percibida
y denominada nación portuguesa como concepto abarcativo. Pero el paso a tener un sentido
constitucional era un radical cambio cualitativo
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 147
nime— en defensa del hecho de que la situación geográfica les prometía mu-
cho mayores ventajas de su unión con la corte de Portugal que con la de Río.
Esta división simple se fue convirtiendo en cada vez más compleja en ul-
tramar. Una parte de las elites periféricas se sintieron cómodas con el poder
que les concedía su control de las provincias a través de las Juntas provincia-
les electivas. Además no habían percibido ventajas de su dependencia de Río
en los tiempos de la corte en Brasil y tenían una tradición mucho más vincu-
lada a Lisboa —de la que estaban incluso geográficamente más cercanas—
que a Río.
En el centro-sur —Río, Sao Paulo, Minas— la percepción de las últimas
décadas era muy diferente y una parte de las élites quería conservar lo que
consideraban conquistas irrenunciables en forma de instituciones propias.
Formaban las filas de este partido «brasileñista» productores de «géneros
tropicais de exportaçao», comerciantes exportadores ligados al comercio di-
recto, decididos a continuar exportando al margen del complejo monopolista
portugués, a los que se unían todos aquellos que se habían beneficiado de la
situación creada a partir de 1808 —funcionarios, financieros, comerciantes
extranjeros, ingleses sobre todo—. De otro lado, también en el centro-sur ha-
bía firmes partidarios de las Cortes. En general, la opinión liberal moderada-
mente radical se decantaba más del lado de las Cortes, ya que la trayectoria
de éstas mostraba una faz más liberal que el grupo aristocrático que se agru-
paba alrededor del Príncipe Regente. También apoyaban la permanencia en
Portugal los miembros del «partido portugués», formado por antiguos co-
merciantes ligados al viejo monopolio, militares de la guarnición, muy poli-
tizados a favor de la naciente constitución y portugueses recientemente lle-
gados de clases bajas que temían ser marginados por la posible separación.
Junto a ellos, iba creciendo una opinión mucho más radical, de tinte liberal-
republicano entre las clases medias urbanas —pequeños comerciantes, pro-
fesionales, periodistas e incluso religiosos politizados— y algunos grupos de
propietarios rurales del nordeste que amenazaban con reeditar la revolución
pernambucana de 1817, cuyos líderes habían sido puestos en libertad por la
revolución y en muchos casos habían ocupado las Juntas provinciales.
El grupo brasileñista comenzó a difundir una activa e inteligente propa-
ganda contra las Cortes, primero contra lo que consideraban subrepresenta-
ción de Brasil, lo que era cierto —de 181 escaños, solo 72 estaban destinados
a ser ocupados por diputados ultramarinos— pero en mucha menor escala
que en el caso de Cádiz, ya que en este caso el volumen de población de Bra-
sil era algo menor que el del reino metropolitano, al que había que unir las
posesiones africanas, asiáticas y las islas atlánticas6.
3.000.000, mientras que, en 1822, se calcula que en Brasil había 3.150.000 y en la metrópoli
seguían viviendo los mismos 3.000.000.
148 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
aquel; frente al largo proceso hispano, la rapidez del tránsito luso; la uni-
dad del territorio en Brasil al lado de la disgregación en 20 repúblicas en el
lado hispano. Frente a las luchas civiles postindependencia, la tranquilidad
y el consenso interno. La independencia había sido solo un asunto entre las
elites de Portugal y Brasil. Esta interpretación canónica ha perdurado casi
hasta ahora.
En los últimos años, esta visión ha sufrido una profunda revisión. La uni-
dad llegó solo muy tarde. Las regiones del norte y del extremo sur lucharon
denodadamente contra el sistema controlado por la alianza de las elites cario-
cas, paulistas y mineiras y estuvieron muchas veces cerca de conseguir sus ob-
jetivos separatistas. La profundización en los estudios regionales ha puesto en
primer plano la continua subversión del orden establecido que se producía por
medio de levantamientos, motines, quilombos, etc. y la fuerte participación po-
pular en ellos. En muchas zonas del país, el proyecto imperial solo se impuso,
y tarde, a sangre y fuego.
Cuando el año pasado las autoridades de Río llamaron a las celebracio-
nes de los 200 años de la conversión de Río en corte real, la respuesta del
más importante de los historiadores del nordeste, Evaldo Cabral de Melo fue
bien significativa. Afirmaba Cabral que de la instalación de la monarquía en
Brasil, el nordeste no tenía nada que celebrar. La conmemoración era algo
que quedaba para la gente del sur.
Mucho va cambiando en la visión de la independencia con nuevos estu-
dios, algunos de los cuales se abordan por primera vez desde la perspectiva
regional. Investigaciones hechas en Maranhao, en Pará o en Pernambuco
con puntos de vista no tan estrictamente del centro sur como las anteriores
o que incluyen a actores hasta ahora marginados: negros, mujeres o indios,
están contribuyendo a ofrecernos una visión muy alejada de la tradicional.
El proceso de independencia ni fue tan corto —no se limitó a unos meses
de 1822-23, hoy tiende a alargarse al menos hasta 1831, si no hasta la dé-
cada de los 40—, ni tan pacífico —frente a los que afirmaban que la sepa-
ración había sido un arreglo amistoso entre élites, José Honorio Rodrígues
defendía que la larga independencia y subsiguiente construcción del es-
tado habían movilizado más contingentes militares que todo el proceso de
emancipación de los países hispánicos— ni, tras la profundización de los
estudios a que arriba aludimos, tan limitado a la acción de unas estrechas
elites blancas y masculinas. Por último, si triunfó al final la unidad frente a
la disgregación, ello solo sucedió tras más de dos décadas de tensiones se-
paratistas.
Y no me resisto a terminar con Brasil refiriéndome a una interpretación
muy provocativa de la independencia, la expuesta por Kenneth Maxwell, un
brasileñista norteamericano: afirmaba Maxwell que desde 1808, Brasil era
efectivamente independiente como cabeza de un gran imperio. Y que 1822
fue en realidad la fecha de la independencia, no de Brasil frene a Portugal,
sino de Portugal respecto a Brasil.
152 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
a) Antecedentes
7 En torno a Colonia se luchó en varias guerras y la plaza fue objeto de cambio de manos
8 La Audiencia bonaerense bien adivinaba el peligro que se cernía sobre el orden estable-
cido si se abría la puerta de la creación de Juntas: «El procedimiento de Montevideo, efecto sin
duda de un desgraciado momento de efervescencia popular suscitada por algunos díscolos,
que no dejó á su Gobernador y Cabildo toda la reflexión de que son susceptibles, podía oca-
sionar la ruina de estas Provincias, la absoluta subversión de nuestro Gobierno, el trastorno
de su sabia Constitución, é imponer una mancha sobre aquel Pueblo que tiene acreditada su
noble fidelidad; y sin embargo que los Fiscales no dudan que apagado el acaloramiento invo-
luntario que ocasionó aquel mal, los mismos vecinos mirarán con horror un acontecimiento
que indudablemente los conducía al precipicio», e indica al gobernador «Que prevenga al Ca-
bildo se abstenga en lo sucesivo de celebrar ninguno abierto ni invertir el orden establecido
con sus resoluciones y capitulares.»
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 155
1811, el diputado montevideano pronunció un discurso en las cortes gaditanas pintando —se-
gún él el primero que lo hacía— con tintes muy negros la situación en el Río de la Plata. Soli-
citaba el envío de hombres, armas y la concesión de una intendencia a Montevideo.
156 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
de ésta se trasladaron sus restos entre grandes honores al monumento ubicado en la plaza más
céntrica de la ciudad..
162 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
nos», como eran calificados por el Jefe— y de aquellos que habían sido fa-
vorecidos con donaciones por el último cabildo español y por el bonaerense,
a personas carentes de propiedades. Si es cierto que el «Reglamento de Tie-
rras» especificaba que la preferencia sería para los más desposeídos, no lo es
menos que se trata de que una norma tan antigua como el tiempo: favorecer a
los vencedores a costa de los vencidos11 y ampliar la base de apoyo con esos
grupos de colonos. En realidad no era más que la puesta en práctica del pro-
yecto de colonización que había sido ya esbozado a la corona española por
Félix de Azara en 1801.
Pero la estructura latifundista que se esbozaba desde el tiempo de la ad-
ministración española no se alteraba para nada. Ni una sola hectárea en ma-
nos de hacendados que no fueran emigrados se tocaba. Es más, incluso se
les encomendaba la tarea de que fueran ellos los que ayudasen a poblar el
campo, que a causa de la guerra se había despoblado aún más de lo que tra-
dicionalmente estaba. Encomendaba Artigas al Cabildo montevideano: Se-
ría convenientísimo, antes de formar el plan y arreglo de Campaña que VS.
publicase un Bando, y lo transcribiese á todos los Pueblos de la Provincia
relativo á que los Hacendados poblasen y ordenasen sus Estancias por si ó
por medio de capataces reedificando sus posesiones, sujetando sus Hacien-
das á Rodeo, marcando, y poniendo todo el orden debido.»
En relación con la otra actividad central de la economía oriental, el co-
mercio, la política artiguista se plasmó en varias medidas, algunas contra-
dictorias y otras bienintencionadas pero impracticables. Si el tiempo de Bue-
nos Aires se caracterizó por la brusca irrupción de la libertad comercial y de
exportación de moneda, la base de la actuación de Artigas fue el proteccio-
nismo de la producción artesanal frente a la introducción de artículos com-
petitivos del exterior y el estímulo a la exportación de productos de la tie-
rra, así como la ruptura de la posición única de Montevideo y Buenos Aires
en los intercambios con el exterior, mediante el permiso para el funciona-
miento de nuevos puertos, tanto en las provincias confederadas como en la
propia Banda Oriental, en la que la propuesta se materializó con la apertura
de los puertos de Colonia y Maldonado. Alguna de estas medidas resultó ino-
perante, como la apertura de nuevos puertos; un puerto no es sólo una auto-
rización y un embarcadero, precisa de instalaciones, comerciantes con redes,
tanto hacia el interior como hacia el exterior y una cierta tradición y Colonia
de propiedad de los enemigos a los adictos: «Don Juan de León, Alcalde Provincial y Juez más
inmediato al orden, arreglo y repartición de terrenos en esta campaña, etc.Por cuanto me tiene
conferido por Reglamento Provisorio el señor general don José Artigas, las ampIias facultades
de distribuir y donar suertes de estancia á los que poco ó mucho han contribuido a la defensa
de esta Provincia del poder de los tiranos que la invadían; y siendo repartibles éstas de las que
poseían los que emigraron de esta Banda, malos europeos y peores americanos, y que hasta fe-
cha no se hallan indultados por el señor Jefe, para poseer sus antiguas propiedades».
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 163
12 En los años 1815-16, los de Artigas, de un total de 100, Buenos Aires exportó el 84 por
ciento de los cueros que salieron del Río de la Plata, mientras a Montevideo correspondió el
irrelevante porcentaje del 16%. Era evidentemente un despeñadero comercial.
13 Además, el tratado, firmado con representantes locales, fue inmediatamente desautori-
zado por las autoridades de Londres, que no consideraban a Artigas un interlocutor válido.
14 El plan de los comisionados argentinos era sustancialmente éste: el gobierno de Buenos
Aires reconoce la independencia de la Banda Oriental; renuncia a sus derechos sobre ella, deja
a las Provincias de Entre Ríos y Corrientes en libertad de acción, se obliga a ayudar a la Banda
Oriental en caso de lucha con España, y declara compensados los gastos y auxilios de la gue-
rra.
15 Sobra con un testimonio, entre los innumerables que podrían encontrarse de otros per-
sonajes de los años 20 y 30, el de uno de los fundadores del Estado Oriental, Santiago Vaz-
quez: «Desde aquella época fatal fue que el caudillo se propuso sacar provecho del conflicto
de los orientales... para romper todos los vínculos sociales, destruir las fortunas, atacar todos
los principios de la civilización, autorizar todos los crímenes y hacerse dueño de los hombres
rebajándolos, hasta el último grado de la corrupción y la ignorancia».
164 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
16 La explicación que daría la monarquía portuguesa a las cortes europeas refleja su visión
y la de una parte de la población oriental: Que la ocupación de la Banda Oriental era un he-
cho provisorio destinado a garantizar las fronteras contra asaltos y amenazas de los pueblos
sublevados del Plata; que los habitantes del Río Grande estaban expuestos a robos y corre-
rías de los gauchos capitaneados por Artigas, «quien no se subordinaba a ningún gobierno
del mundo y no implantaba en los territorios de su dominio un orden de cosas regular, ni un
régimen civil y tranquilo y de respeto a los Estados vecinos»; que esos insurgentes incitaban a
los soldados brasileños a la deserción, a los esclavos a fugar y a los habitantes a insurreccio-
narse contra el gobierno de su soberano; que España no había enviado un solo soldado para
someterlos; que el Gobierno portugués no podía mantener a la defensiva un ejército sin gran-
des sacrificios; que su intención no era apoderarse de la margen oriental del Río de la Plata,
sino acabar con la anarquía.»
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 165
dio un paso más y cuatro días después de la llegada de los portugueses, sin
presión directa alguna, dirigieron escrito al rey Juan VI solicitando la inte-
gración del territorio en el de la monarquía bajo su administración. Incluso
una delegación de la institución local se trasladó a Río para apoyar la de-
manda. La respuesta del monarca se demoraría sólo ante el temor de que ello
provocara un conflicto con España, lo que mantuvo la ficción de una ocupa-
ción solo provisional durante los primeros años.
La administración portuguesa fue inteligente expidiendo desde el primer
momento órdenes que colmaban aspiraciones de la población. Así, antes de
haber transcurrido un mes desde su instalación revitalizaba la institución del
Consulado, viejo anhelo montevideano que había sido concedido por la ad-
ministración española, devaluado hasta la casi supresión por la de Buenos
Aires y olvidado por la artiguista. También varios buques salieron de Río por
orden de la corte para hacer frente a la escasez que se sufría en la provincia,
mientras que el Cabildo, cuyas arcas estaban absolutamente exhaustas, reci-
bió un empréstito para hacer frente a actuaciones de su competencia.
Poco a poco, las medidas liberalizadoras reactivaron el comercio, el va-
cío dejado por tantos comerciantes españoles emigrados fue colmado con
británicos, que se beneficiaron de los acuerdos que la corona lusitana había
firmado tras su instalación en América y portugueses, que acabaron compo-
niendo una nutrida colonia en la capital portuaria; además retornaron la ma-
yoría de los exiliados que habían escogido Río como lugar de destino y que
retornaron casi con el propio ejército ocupante. La administración portu-
guesa, en combinación con el recién reavivado Consulado de Comercio, puso
en marcha una obra pública imprescindible para el buen funcionamiento y la
seguridad del puerto y de la que se hablaba desde dos décadas antes sin que
nunca se hubiera acometido: la erección de un faro a la entrada de aquel, ubi-
cado en la isla de Flores. Junto a ello se acometieron mejoras urbanas, como
la apertura del primer cementerio extramuros, importantes reparaciones en
las sedes de instituciones públicas como el Cabildo, la Casa de Gobierno y
las fortificaciones o la apertura de una pionera escuela según el moderno mé-
todo lancasteriano y se .decretaron medidas para proteger la recuperación del
ganado, base principal de la riqueza de la provincia que había llegado a un
estado terminal, mediante la prohibición de exportar ganado vivo o la sus-
pensión temporal de la actividad de los saladeros en 182017.
18 Nadie mejor que el antiguo lugarteniente de Artigas y jefe de las milicias de la provin-
cia, Fructuoso Rivera para expresar la opinión generalizada de lo que representó la integración
de la Cisplatina en la monarquía portuguesa: «el único medio que presenta la situación polí-
tica de esta parte del Continente Americano para terminar la anarquía, restablecer el orden,
afianzar la seguridad de las propiedades, restituir el sosiego a las familias y gozar de una li-
bertad estable bajo las garantías de un gobierno poderoso y protector».
Un factor que habrá que tener en cuenta es el hecho de que la legislación lusitana sobre el
arreglo de tierras, al igual que antes la colonial española, exigía la posesión de títulos válidos
sobre la tierra. Como buena parte de los donatarios artiguistas carecía de tales títulos, sólo el
amparo de los jefes militares, convertidos en caudillos de la campaña y de los que Rivera sería
el principal exponente, les protegía frente a un posible desalojo. Ello convirtió la relación cua-
sivasallática entre una parte de los habitantes de la campaña y aquellos jefes en una especie de
unión hipostática que se revelaría decisiva en la opción del campo en la encrucijada de 1825.
168 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
dad de esos Pueblos, ha determinado tomar por base de su conducta para con ellos en esta
ocasión, dejarles la elección de su futura suerte, proporcionándoles los medios de deliberar
en plena libertad, bajo la protección de las Armas Portuguesas, pero sin la menor sombra de
constreñimiento, la forma de Gobierno y las personas que por medio de sus Representantes
regularmente congregados, entiendan que son más apropiados a sus particulares circunstan-
cias».
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 169
22 Un objetivo obsesivo y pertinaz del gobierno británico hasta más allá de mitad de si-
glo y que oculta una evaluación muy sobredimensionada de las potencialidades del comercio
aguas arriba del Río de la Plata.
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 175
se abría paso entre los comerciantes montevideanos, permeados por la propaganda inglesa, la
idea de la posible independencia tutelada.
24 La convención preliminar de paz, en la que no participaron representantes orientales,
preveía la tutela sobre el nuevo Estado de los dos grandes vecinos, que se reservaban el dere-
cho de intervenir para protegerlo de toda disensión interna.
176 JULIO SÁNCHEZ GÓMEZ
25 La idea de una relación más que especial con Inglaterra esta en la mente de la burguesía
comercial montevideana desde el fin de la colonia y coincidía plenamente con los designios
de los representantes ingleses en la zona. En realidad ese proyecto, el de la expansión econó-
mica bajo paraguas británico, tendría que esperar más de cincuenta años para fructificar. Pero
en cualquier caso, ante los ojos del mundo —por ejemplo de los representantes de los Estados
Unidos—, en 1830 estaba naciendo «una colonia inglesa disfrazada».
BRASIL Y URUGUAY: DOS PROCESOS DE INDEPENDENCIA ÍNTIMAMENTE... 177
Bibliografía
Brasil
Uruguay
El periodo comprendido entre 1808 y 1810 fue quizás uno de los más
convulsos de la historia de España. No en vano en el tiempo que va de
marzo a mayo de 1808 el trono hispano estuvo ocupado hasta por tres mo-
narcas distintos: Carlos IV, Fernando VII y José I.2 Luego se sucedieron
las soluciones políticas por parte de los defensores de los derechos de Fer-
nando VII, como ocurrió con las diferentes propuestas juntistas que se mul-
tiplicaron por toda la Península entre mayo y agosto de 1808, la creación de
la Junta Suprema Central en septiembre del mismo año, en vigor poco más
de un año hasta que en enero de 1810 fue instituido el Consejo de Regencia.
A ello hemos de sumar la primera constitución para España elaborada en
Bayona en julio de 1808 por los josefinos y la convocatoria a Cortes de la
Junta Central de mayo de 1809, que se concretaría en la convocatoria a Cor-
tes extraordinarias el 22 de febrero de 1810 por parte de los fernandinos. Y
todos estos cambios y novedades en medio de un estado de guerra general
entre los defensores de los derechos de José I y los de Fernando VII, en el
que los primeros, apoyados por los ejércitos napoleónicos, tuvieron el con-
trol de la mayor parte de los territorios peninsulares españoles.
Al periodo iniciado con la resistencia en Zaragoza (junio-agosto de
1808), la sonada victoria en Bailén en agosto de 1808, entre otros hechos
de armas, y el repliegue de las tropas imperiales, le siguieron dos años de
casi continuas derrotas de los fernandinos, a pesar del apoyo británico, como
ocurrió en noviembre de 1808 en Somosierra, que supuso la entrada de la
tropas de Napoleón en Madrid, y sobre todo la derrota en Ocaña en noviem-
bre de 1809, que significó la pérdida del control de la meseta por las tropas
de la Junta Central y la huida de ésta hacia Andalucía hasta hallar refugio en
1 Este trabajo ha sido realizado como investigador del programa JAEDOC 2008.
2 Sólo como llamada de atención y para hacernos una idea de lo insólito de la situación,
para conocer el cambio de los tres reyes anteriores hubo que esperar 62 años: Fernando VI
(1746-1759), Carlos III (1759-1788) y Carlos VI (1788-1808).
184 SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS
Cádiz a finales de ese año. Fue en la ciudad atlántica donde quedó recluido
el Consejo de Regencia, gobierno defensor de los derechos de Fernando VII,
hasta 1812. Como es lógico, la América española vivió con gran tensión y
preocupación el desarrollo de unos acontecimientos que acabarían por crear
las condiciones para el inicio del proceso independentista hispanoamericano.
En la Isla de Cuba también se siguieron con interés los sucesos de la Pe-
nínsula y sus habitantes trataron de formar parte del proceso que se estaba
viviendo por medio de soluciones políticas tanto propias como establecidas
desde el otro lado del Océano. Como es sabido, la isla no formó parte activa
del proceso emancipador americano en aquel momento histórico. Sin em-
bargo, podemos afirmar que sí tomó parte en las actuaciones políticas que se
plantearon entre 1808 y 1810, tanto en su forma autonomista, con la inten-
ción de creación de una junta en La Habana y posiblemente en Santiago de
Cuba, como con los primeros intentos de provocar un cambio en las relacio-
nes con la metrópoli, como fueron los movimientos conspirativos en La Ha-
bana o los panfletos independentistas lanzados en Puerto Príncipe, pero
también con el interés en la representación en el cuerpo nacional como las
elecciones a diputados por la Junta Central y las convocatorias para la parti-
cipación en Cortes.3
3 Desarrollo ampliamente el tema de este trabajo en mi libro Tan difíciles tiempos para
meruelos (Boston, 25 de marzo de 1808), Archivo General de Indias de Sevilla (en adelante,
AGI), Cuba, 1710. Es decir, que con antelación a los hechos circulaban rumores, en este caso
sobre el motín de Aranjuez, a uno y otro lado del Atlántico. Esta comunicación fue respondida
el 2 de mayo de 1808 por Someruelos.
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 185
de Someruelos, el 8 de junio.
6 MARTÍ GILABERT, Francisco: El motín de Aranjuez, CSIC, Ediciones Universidad de Na-
a Yucatán el 31 de mayo, donde se proclamó de manera inmediata como rey a Fernando VII.
Benito Pérez, Capitán General de Yucatán a Estado (Mérida, 23 de junio de 1808), n.º 31, AGI,
Estado, 57. El capitán general Benito Pérez hizo difundir la noticia por toda la provincia. En
Caracas la noticia circulaba también desde fines de mayo, aunque la notificación oficial es de
15 de julio. Véase, también, DIEGO GARCÍA, Emilio de: «El significado estratégico de la Amé-
rica hispana en la guerra de 1808-1814», Revista de Historia Militar, año LI, n.º extra, Minis-
terio de Defensa, Instituto de Historia y Cultura Militar, Madrid, 2007, p. 217.
8 Capitán general Someruelos a Secretaría de Guerra (La Habana, 10 de junio de 1808),
desempeñando desde 1799 los cargos de capitán general de la isla de Cuba, mando que com-
prendía además de los territorios insulares los gobiernos de La Luisiana (hasta 1804) y las dos
Floridas (Occidental y Oriental), en América del Norte; y al mismo tiempo era gobernador
de la jurisdicción de La Habana y presidente de la Real Audiencia situada en Puerto Príncipe
desde 1800.
10 Cabildo ordinario, 10 de junio de 1808, Archivo de la Oficina del Historiador de la ciu-
dad de La Habana (en adelante, AOHCH), Actas de Cabildo, 1808-1809, fols. 68-70. El ca-
bildo ordinario de 1 de julio de 1808 decidió rendir homenaje a Fernando VII a través del con-
siderado «habanero más ilustre» que se hallaba entonces en Madrid, el director general del
cuerpo de artillería. En el mismo libro de actas, fols. 76-78.
11 Rafael Villavicencio no nombra a Andrés de Jáuregui y, en su lugar, cita al teniente de
Archivo Histórico Nacional de Madrid (en adelante, AHN), Estado, 59-1, B, n.º 101. Juan de
Villavicencio consideró en su descripción que la suspensión del envío de la comisión fue de-
bido a la llegada del comisionado de la Suprema Junta [de Sevilla], aunque considero que debe
tratarse de un lapsus, en lugar de hacer referencia al intendente Juan de Aguilar que como ve-
remos llegó el 14 de julio, pues no es posible que se refiriese a Rafael de Villavicencio, es de-
cir, el referido comisionado, ya que éste no llegó hasta el 2 de agosto cuando ya había con-
cluido todo el asunto del proyecto de Junta en La Habana. El supuesto «error» pudo ser debido
a la intención por parte de Juan de Villavicencio de resaltar la importancia de la actuación de
su hermano Rafael en los sucesos de julio de 1808 ante la Junta de Sevilla. Juan de Villavicen-
cio a la Junta de Sevilla (La Habana, 9 de noviembre de 1808), AHN, Estado, 59-1, B, n.º 75.
13 Internamiento en Francia de la familia real casi al completo, lo sucesos del 2 de mayo
fols. 112-115.
17 La distancia entre las dos ciudades implicó que las determinaciones al respecto de la
Audiencia llegasen cuando ya habían sido tomada las principales decisiones. ARMAS MEDINA,
Fernando de: «La Audiencia de Puerto Príncipe (1775-1853)», Anuario de Estudios America-
nos, vol. XV (Sevilla, 1958), pp. 273-370.
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 187
drid del 2 de mayo, animando a seguir el ejemplo de aquéllos. Hizo una lla-
mada a la colaboración con los españoles peninsulares, principalmente con
aportaciones económicas, mientras que a la vez trataba de tranquilizar los
ánimos contra los franceses residentes en la isla, ya que la población estaba
soliviantada ante la gravedad de los acontecimientos.18 En La Habana se di-
vulgaron en esos días los documentos enviados por las diferentes juntas pe-
ninsulares, lo que motivó que se alzasen las primeras voces que consideraban
conveniente la instalación de una junta de gobierno.19
Parece ser que, para el 17 de julio, una parte de la élite habanera ya se
encontraba redactando un proyecto juntista propio,20 aunque la primera de-
cisión tomada en firme por las autoridades fue proclamar definitivamente a
Fernando VII como soberano el 20 de julio.21 En la reunión de cabildo ordi-
nario de 22 de julio se acordó que debía tomarse la solución que fuese más
adaptable a las circunstancias de la isla, lo que se entiende como una demos-
tración de que se pensaba en algún tipo de cambio o que al menos se debatía
sobre la creación de una junta.22
El 26 de julio, un grupo de habaneros, animados por el capitán general
Someruelos, hizo la representación formal al Ayuntamiento para la instaura-
ción de una Junta Superior de Gobierno.23 El síndico procurador Tomás de la
Cruz Muñoz quedó encargado de la recogida de firmas que apoyasen el plan,
el marqués de Someruelos (La Habana, 17 de julio de 1808), AHN, Estado, 59-1, A, n.º 3.
19 Someruelos a la Junta de Sevilla (La Habana, 1 de noviembre de 1808), AHN, Estado,
GOZA, J.: Las insurrecciones, pp. 707-708, en donde cita: A los vecinos pacíficos de La Ha-
bana, folleto de 8 páginas, escrito por José de Arango, y publicado en 1821 en La Habana,
imprenta fraternal de los Díaz de Castro, impresores del Consuelo Nacional, plazuela de San
Juan de Dios.
21 Certificación del escribano Miguel Méndez (20 de julio de 1808), AOHCH, Actas de
vos que le impulsaban a imprimir lo más brevemente posible la declaración de guerra a Fran-
cia y el armisticio con Gran Bretaña, publicados por la Junta de Sevilla». Cabildo ordinario
(22 de julio de 1808), AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809, fols. 87-91.
23 Representación de personas notables de La Habana al Ayuntamiento, el 26 de julio de
1808, para que se organizase una Junta Superior de Gobierno con autoridad igual a la
de las establecidas en la Península, La Habana, 26 de julio de 1808. Documento justifica-
tivo de anexo al «Manifiesto dirigido al público imparcial de esta isla» de 29 de septiembre de
1821, de Francisco de Arango y Parreño. En Gloria GARCÍA RODRÍGUEZ: «Francisco de Arango
y Parreño, Obras», vol. II, Biblioteca de clásicos cubanos, n.º 23, Imagen Contemporánea, La
Habana, 2005, pp. 172-173. También, MORALES Y MORALES, V.: Iniciadores y primeros márti-
res de la revolución cubana, vol. 1, La Habana, 1931, pp. 22-23. La propuesta es idéntica a la
reproducida por Justo Zaragoza, de 17 de julio de 1808. ZARAGOZA, Justo: Las insurrecciones,
pp. 707-708. Testificaciones. Informe secreto en juicio de residencia de Someruelos (La Ha-
bana, 21 de septiembre de1813), AHN, Consejos, 21034, n.º 1.
188 SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS
pero al día siguiente se constató que sólo había sido rubricada por setenta y
tres personas, cuando se había estimado que se necesitaban al menos 200,24
por lo que el proyecto fue retirado finalmente el día 27. Someruelos, que ha-
bía apoyado el proyecto de creación de la junta con la intención de unificar
las distintas opciones políticas en la ciudad, intervino de forma decisiva en
su retirada, por medio de la actuación del brigadier Francisco Montalvo, co-
mandante general de las tropas de la isla por designación del capitán gene-
ral.25
El planteamiento juntista había creado gran malestar en la ciudad y ni si-
quiera su retirada provocó el fin de las protestas por parte de aquellos que
vieron en la propuesta un intento de ruptura con España. El 2 de agosto de
1808 llegó a La Habana el comisionado de la Junta de Sevilla Rafael de Vi-
llavicencio, el cual dio cuenta de que proseguía la intranquilidad. Someruelos
publicó el 8 de agosto una nueva proclama, aunque se vio obligado a anun-
ciar el 16 de agosto otro impreso para apelar al mantenimiento de la tranqui-
lidad y dar muestras de su autoridad. La agitación pública pareció cesar, pero
continuaron las expresiones de contrariedad en privado.26
nombrado Comandante General de las tropas de campo, es decir, todos los hombres armados
que habían podido reunirse, ascendiendo el total en toda la isla «con el corto número de tropas
veteranas que hay», las milicias regladas, las urbanas y el paisanaje alistado, a más de 26.000
hombres de infantería y 3.200 de caballería. Someruelos a Guerra (La Habana, 26 de agosto de
1809), AGI, Cuba, 1747, n.º 2.502.
26 Someruelos a la Junta de Sevilla (La Habana, 1 de noviembre de 1808), AHN, Estado,
gobierno desde que comenzaron las diferencias entre España y Francia en el mes de julio de
1808, Santiago de Cuba (1808-1809), AGI, Cuba, 1782-B. La información en las fuentes con-
sultadas con respecto a la llegada de estas noticias desde La Habana y publicación de guerra
contra los franceses es controvertida: para las más cercanas al arzobispo de Cuba, Joaquín de
Osés y Alzúa como veremos más adelante, emitida por los vecinos de Santiago enfrentados a
Kindelán esto ocurrió el 30 de julio. Sin embargo, me he decantado por la fecha del 3 de agosto
por considerar que la distancia entre ambas ciudades necesitaba de un margen suficiente de días
para la notificación oficial. El dato de la fecha del 30 de julio aparece en la Relación de los fran-
ceses que debían emplearse en esta ciudad, luego que hubieran verificado la toma de ella por
Napoleón. AHN, Estado, 59, H, n.º 135 (Santiago de Cuba, 15 de diciembre de 1808).
31 «El marqués de Someruelos, presidente, gobernador y capitán general de la isla de Cuba
y de las provincias de las dos Floridas, etc. A los habitantes de ellas hago saber que por la Su-
prema Junta de Gobierno establecida en Sevilla, se ha manifestado lo siguiente: Declaración
de guerra al Emperador de la Francia, Napoleón I. Fernando VII, el rey de España y de la In-
dias y en su nombre la Suprema Junta de ambas. Real Alcázar de Sevilla, 6 de junio de 1808,
en Aurora Extraordinaria, n.º 494 (La Habana, sábado 23 de julio de 1808), Colección de pu-
blicaciones periódicas (1808-1831), pp. 369-376, Biblioteca Nacional de España (en adelante,
BNE), Salón General, 5/18690.
32 Vecinos de Santiago de Cuba a Vuestra Alteza Serenísima (Santiago de Cuba, 15 de di-
nador dispuso ese mismo día a las tropas tomando las principales calles en
previsión de desórdenes y para disuadir la exaltación del público.33 Sin em-
bargo, el retraso en la proclamación de Fernando VII, que no tuvo lugar de
manera inmediata tampoco en la capital del oriente, motivo la aparición del
primero de una larga serie de anónimos que serían la característica domi-
nante en la expresión de inconformismo por la actuación de las autoridades
de Santiago de Cuba durante 1808.34 El domingo 7 de agosto fue proclamado
de manera espontánea el nuevo monarca por la población de la ciudad,35
por lo que el Cabildo reunido al día siguiente acordó la jura formal de Fer-
nando VII,36 aunque esto no ocurrió hasta septiembre. No conocemos las ra-
zones del retraso pero sí podemos hacer conjeturas al respecto a partir del
malestar expresado por la población por la dilación en la proclamación. En
torno a la primera mitad de agosto pudo haberse producido en Santiago una
controversia sobre la conveniencia de la instauración de una Junta Superior
de Gobierno.37 En un panfleto anónimo dirigido especialmente contra el go-
bernador Kindelán, se consideraba tal posibilidad y se solicitaba el recono-
cimiento oficial de Fernando VII como «punto de reunión para evitar disen-
siones o luchas intestinas».38 La actitud condescendiente que notoriamente
mantenía Kindelán hacia los franceses, soliviantó a la población y pronto
aparecieron rumores que aseguraban que pretendía la entrega de la ciudad a
las autoridades bonapartistas.39
La oposición a la actitud del gobernador de Santiago se reunió en torno
a la persona del arzobispo de Cuba, Joaquín de Osés y Alzúa.40 La discre-
pancia se manifestó mediante la publicación de numerosas proclamas anóni-
delán (Santiago de Cuba, 29 de diciembre de 1812), AGI, Ultramar, 32. En MARRERO, Leví:
Cuba, economía y sociedad, vol. 9, Madrid, 1983, pp. 288-290.
34 Diario muy reservado, Santiago de Cuba (1808-1809), AGI, Cuba, 1782-B.
35 Ayuntamiento de Santiago de Cuba (Bernardo González Echevarría y Manuel José
Bricto) a la Junta de Sevilla (Santiago de Cuba, 12 de septiembre de 1808), AHN, Estado, 59,
H, n.º 129.
36 Copia de actas de Cabildo de Santiago de Cuba para los comisarios de la Junta de Sevi-
lla, de 9 de septiembre de 1808, AHN, Estado, 59, H, n.º 131. Se encontraban presentes el go-
bernador Sebastián Kindelán, caballero de la orden de Santiago y coronel de los reales ejérci-
tos, señores capitulares, alcalde alférez real Vicente Poveda, alcalde provincial Félix Correoso,
Pedro Villalón, José del Castillo Villamedio, Francisco del Castillo y Garzón, Manuel Prieto y
Manuel Bestard.
37 Pasquín incitando a la creación de una junta en Santiago de Cuba. Anónimo (Santiago de
Cuba, agosto de 1808), AGI, Papeles de Cuba, 1778. En SEVILLA SOLER, Rosario: Las Antillas y
la independencia de la América española (1808-1826), Sevilla, EEHA, 1986, pp. 125-128.
38 Ibídem, pp. 63-64.
39 Vecinos de Santiago de Cuba a Vuestra Alteza Serenísima (Santiago de Cuba, 15 de di-
mas, aunque para Kindelán la autoría de Osés estuvo en todo momento fuera
de cualquier duda.41 El gobernador dio cuenta al marqués de Someruelos de
los distintos panfletos que fueron apareciendo en las puertas de las iglesias
de Santiago42 y acusó directamente al arzobispo de estar confabulando para
apoderarse del gobierno.43 Someruelos, en línea con su habitual política de
conciliación, pidió al prelado que exhortara desde el púlpito a rechazar los
anónimos y que publicara una carta pastoral recordando la obediencia y el
respeto que debía guardarse a las autoridades legítimas.44
Por fin el 7 de septiembre de 1808 el cabildo de Santiago celebró la pro-
clamación solemne de Fernando VII y el 12 del mismo mes reconoció a la
Suprema Junta de Sevilla con la que se comprometía a enviarle comisarios.45
El gobernador debió pensar que con estas medidas se lograba la estabilidad
necesaria y cesarían las dudas del pueblo de Santiago. Sin embargo, los anó-
nimos reaparecieron a finales de octubre y continuaron en noviembre. En los
mismos se manifestaban denuncias contra las autoridades locales, la Real
Audiencia, la Capitanía General y demás gobiernos de América, incitando al
desprecio de todos ellos.46 El capitán general también recibió informes anó-
nimos desde Santiago que ligaban a Kindelán con intereses franceses y le
trasladaron la amenaza de atacar en algún momento a los galos en venganza
por las acciones de sus compatriotas en la Península.47
La pastoral solicitada por Someruelos al arzobispo Osés se hizo pública
el 21 de noviembre de 1808, aunque sin el conocimiento previo del goberna-
dor de Santiago.48 En ella el prelado abogó por la defensa de la patria, el rey
y la religión frente al francés, pero al mismo tiempo denunció la opresión
del pueblo por parte de las autoridades americanas, conminando a que Fer-
nando VII corrigiese en el futuro «esas prácticas abusivas».49 Como era de
prever, el discurso de Osés vino a caldear más el ambiente, como había te-
mido Kindelán.50 Un vez que Someruelos tuvo constancia de las consecuen-
ticos, 209.
48 AGI, Papeles de Cuba, 1778, Kindelán a Someruelos (Santiago de Cuba, 25 de noviem-
Ibídem.
50 Diario muy reservado, Santiago de Cuba (1808-1809), AGI, Cuba, 1782-B.
192 SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS
cias de la pastoral,51 los sucesos que estaba provocando y tras elevar consulta
a Real Audiencia el 9 de diciembre, tomó la decisión de enviar todos los do-
cumentos para su estudio al fiscal de la Audiencia, José Tomás Celaya, el
cual quedó comisionado para desplazase a Santiago.52 También conminó a
Osés a desdecirse con la redacción de una nueva pastoral que debía ser revi-
sada por el gobernador antes de su publicación.53 En cuanto a Kindelán le pi-
dió la elaboración de un informe completo, el cual quedó plasmado en el lla-
mado «Diario muy reservado».54
La tardanza normal en la aplicación de dichas medidas por la distancia
entre las dos ciudades cubanas permitió que siguiesen apareciendo anóni-
mos en Santiago durante todo el mes de diciembre de 1808. Incluso el 15 del
mismo mes varios vecinos sin identificar de la capital oriental, enviaron a las
autoridades peninsulares un informe detallado de lo que en su opinión ocu-
rría y llegaban a dar cuenta de un plan para derrocar a Kindelán.55
El 17 de diciembre Kindelán hizo pública la instalación de la Suprema
Junta Central, que fue celebrada durante 3 días, al igual que se hizo en
La Habana. Pero la inquietud no dejó de aumentar en aquellas jornadas de
diciembre cuando hubo gran profusión de pasquines denunciando a las au-
toridades, pero también muestras de exaltación contra los franceses, como
el suceso ocurrido el 21 de diciembre cuando varios frailes desde los muros
del convento de San Francisco comenzaron a lanzar mueras contra los fran-
ceses y animaron a atacar sus propiedades a los jóvenes que se fueron acer-
cando. La intervención de algunas patrullas militares desplazadas al lugar
de concentración disuadió a los congregados y la situación no pasó a mayo-
res.56
Con la llegada el 28 de diciembre de las decisiones tomadas por So-
meruelos hubo un momento de crispación inicial en el momento de produ-
cirse algunas detenciones. En un primer instante la reacción de queja del pre-
lado por los encarcelamientos quedó constatada el 30 de diciembre, pero es
posible que a partir de ese momento el arzobispo pensase que había perdido
su pulso, pues ya no tenemos constancia de nuevos anónimos, aunque los ru-
mores sobre afrancesados y bonapartistas en Santiago y su connivencia con
el gobernador siguieron circulando.57
fols. 169-172. Véase mi trabajo «Víboras en nuestro seno: franceses y afrancesados en Cuba
durante la Guerra de la Independencia», DIEGO, Emilio de (dir.) y MARTÍNEZ SANZ, José Luis
(coord.): El comienzo de la Guerra de la Independencia. Congreso Internacional del Bicente-
nario (E-Book sin paginación), Madrid, 2008.
66 Cabildo ordinario, 9 de marzo de 1809, AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809,
fols. 172-177.
67 ZARAGOZA, J.: Las insurrecciones…, p. 189.
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 195
lor que los creían presos. Los primeros insultos acabaron degenerando en un
ataque general contra los franceses y sus propiedades, en el que murió un
platero francés.
La reacción inicial de Someruelos fue tratar que alcaldes ordinarios y
frailes calmasen a la turba incontrolada, pero a la llegada de la noche los dis-
turbios se generalizaron llegando a temerse una sublevación general, pues la
algarada se difundió a los barrios de extramuros y los campos inmediatos.
El día 22 el capitán general tomó la decisión de restablecer el orden por me-
dio del uso de la fuerza y puso sobre las armas a las milicias.68 Tras contro-
lar la ciudad, las tropas dirigidas por el brigadier Francisco Montalvo, mano
derecha de Someruelos en los aspectos militares, se dirigieron al área rural
sumida en desórdenes y para el 31 de marzo la situación estaba controlada
pero se mantuvieron las tropas armadas por precaución.69 No fue hasta el 28
de abril de 1809 cuando Someruelos pudo informar que había quedado total-
mente restablecido el orden, incluidos los campos cercanos, determinando la
suspensión del servicio de la milicia movilizada por estos sucesos.70
Parece que el tumulto no había sido un movimiento espontáneo sino que
había sido instigado por terceros, aunque no podemos asegurar si fue inducido
por aquellos que simpatizaban con las reformas propugnadas en el plan jun-
tista71 o por los que se oponían a ellas para poder realizar una demostración de
fuerza. A pesar de la gravedad de los sucesos, las autoridades no se mostraron
muy duras con los agitadores y no se realizó investigación para conocer a los
instigadores. Es muy posible que la poca severidad de las autoridades alentara
el atrevimiento de aquellos que defendían mayores cotas de autogobierno.72
Los sucesos entre julio de 1808 y marzo de 1809 hicieron que el capitán
general ordenase una vigilancia extrema en previsión de cualquier aconteci-
miento que alterase la paz, lo que demostraba que la isla permanecía en una
situación de calma tensa.
El 19 de octubre de 1809 fueron arrestados el rico hacendado Román
José de la Luz y Sánchez de Silvera y el procurador Judas Tadeo de Aljovin,
acusados de ser promotores de planes de independencia y fomentar la rivali-
dad entre cubanos y españoles. Román de la Luz quedó supuestamente con-
73 Alegato de Luis Francisco Bassabe (Cádiz, 28 de febrero de 1811), AGI, Ultramar, 113.
En FRANCO, José Luciano, Las conspiraciones de 1810 y 1812, La Habana, 1977, p. 45.
74 Someruelos a Nicolás María de Sierra (La Habana, 6 de diciembre de 1810), AGI, Ul-
yanos, horror a esos asesinos ladrones, llegó por fin el deseado día de vuestra
emancipación».78 Este documento está considerado como el primer manifiesto
separatista de Cuba, pues es la primera vez de la que haya constancia que se
manifiesta abiertamente la idea de independencia de la isla.79 Las pesquisas
pertinentes demostraron que el autor del folleto era Diego Antonio del Castillo
Betancourt, subdelegado de hacienda de marina de Puerto Príncipe. La falta de
cautela por parte del tribunal ocasionó que se hiciese público el contenido del
panfleto y que pronto apareciesen otros folletos con contenido similar. La Au-
diencia formó dos expedientes sobre el asunto que remitió a Someruelos.80
Las indagaciones realizadas por el regente de la Audiencia Luis Chaves
le llevaron a la conclusión de que detrás de los anónimos y proclamas se en-
contraba una «trama de clérigos» que habían actuado en «adulación» del ar-
zobispo Osés, siendo el redactor de ellos el presbítero Domingo Espinosa in-
fluenciado por el presbítero Francisco de la Torre y el cura Diego Alonso de
Betancurt, primo hermano de Diego Antonio del Castillo, que a su vez era
hijo de José López del Castillo, secretario del arzobispo de Santiago. De este
modo se establecía un vínculo entre los movimientos en la capital oriental y
los de Puerto Príncipe.81 Enfrascado
Diego Antonio del Castillo Betancourt siguió libre y llegó a desplazarse
hasta La Habana para dar cuenta en persona al propio capitán general de lo
ocurrido, pero éste dispuso su detención y el 15 de abril de 1810 decretó que
fuesen embargados todos sus bienes.82 Sin embargo, para el 19 de mayo se
decidió su puesta en libertad por fallo del oidor de la Audiencia de Caracas,
José Francisco Heredia, que se hallaba en tránsito hacia su destino y al que
Someruelos entregó la causa para su instrucción. Heredia adujo que si bien
Antonio del Castillo era culpable de ser autor de un pasquín «horrible», no lo
era de su difusión.83 Someruelos por ello determinó que se suspendiese todo
procedimiento judicial en este asunto84 y, a pesar de las quejas que presentó la
Audiencia, Betancourt quedó en libertad.
También desde fuera de la isla se trazaban planes subversivos con la in-
tención de modificar la situación en Cuba. La preocupación de José Bona-
Cuba, 1752.
81 FERNÁNDEZ MELLÉN, C.: «A la zaga de La Habana…, pp. 154-155. Carecemos de da-
tos objetivos que concreten la relación y aunque todo haría sospechar que había un vínculo co-
mún, existe la posibilidad de que el regente Chaves quisiese resaltar estas conexiones para si-
tuarse al lado de Someruelos, en ese momento sumido en la tarea de solucionar la situación en
Santiago, ganando con ello un poderoso aliado en su lucha contra la élite camagüeyana.
82 GUERRA, R. et al.: Historia de la nación cubana…, pp. 128-132.
83 Someruelos a Hacienda (La Habana, 20 de agosto de 1810), n.º 237, AGI, Cuba, 1753.
84 Ibídem, 18 de agosto de 1810, n.º 232.
198 SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS
450-455.
87 Bernabeu a Someruelos (Baltimore, 16 de diciembre de 1809), AGI, Cuba, 1710. Véase,
también, DIEGO GARCÍA, E.: «El significado estratégico de la América», pp. 205-208.
88 Bernabéu a Someruelos (Baltimore, 10 de febrero de 1810), AGI, Cuba, 1710.
89 ZARAGOZA, J.: Las insurrecciones…, p. 242.
90 GUERRA, R. et al.: Historia de la nación cubana…, p. 133.
91 Bernabéu a Someruelos (Baltimore, 10 de febrero de 1810), AGI, Cuba, 1710.
92 Miguel de Azanza había sido virrey de Nueva España entre 1798 y 1800 y fue minis-
tro de José I entre 1808 y 1811. ZUDAIRE HUARTE, Eulogio: Miguel José de Azanza: Virrey de
México y Duque de Santafé, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1981.
93 El destinado a la Audiencia de Puerto Príncipe contenía los siguientes impresos: la Cons-
titución de Bayona, dos papeles referentes a sucesos favorables a los intereses franceses, una or-
den de José I para que todos los empleados de América continuasen en sus mismos destinos y
un oficio de remisión firmado por Azanza exhortando a que todos se adhiriesen a su causa. Lo
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 199
mismo había para otros lugares, pero con la salvedad de que para México había una indicación
de que se concediese a Alemán una asignación anual de 2.000 duros.
94 FILOMENO, Francisco: Manifiesto de la causa seguida a Manuel Rodríguez Alemán y
Peña, extractado sustancialmente de los autos por el asesor que los formó, Imprenta de Go-
bierno, La Habana, 1810, p. 13. AGI, Ultramar, 27, n.º 17.
95 Tan difíciles tiempos, p. 37.
96 MERCADER RIBA, Juan: José Bonaparte, rey de España (1808-1813). Historia externa
Cuba, 1710.
100 Someruelos a Nicolás María de Sierra (La Habana, 6 de diciembre de 1810), AGI, Ul-
101 Someruelos a Gracia y Justicia (La Habana, 16 de octubre de 1810), n.º 245, AGI,
Cuba, 1752.
102 Manuel Rodríguez, Manuel Ramírez, Joaquín Infante, Pedro Sánchez y Manuel Cha-
cón (estos 3 últimos habían conseguido huir), también conocían el plan Pedro Gamón, ministro
honorario del Consejo de Hacienda y administrador de la Real Factoría de Tabacos; Antonio
Daza Maldonado, contador principal de dicha factoría; Andrés Armesto, comisario de guerra
honorario. Pedro Gamón había tenido un enfrentamiento con el intendente interino Roubaud
un año antes, el cual le había separado de su empleo en medio de la refriega entre este último
y Someruelos. Gamón contó con el apoyo del gobernador en sus reclamaciones. Someruelos a
Hacienda (La Habana, 13 de enero de 1810), n.º 264, AGI, Cuba, 1753. También tuvieron una
implicación menor José María Montano, Francisco Álvarez y Gabriel Pantahon de Erazti, aun-
que éstos fueron absueltos por su colaboración aunque habían actuado de manera conspirativa.
En Acuerdo de la Junta para juzgar la conjura de 1810 (La Habana, 5 de noviembre de 1810),
AGI, Ultramar, 113. En FRANCO, J.L.: Las conspiraciones…, pp. 49.
103 Ramón Espinosa, Juan José González, Buenaventura Cervantes, Isudri Moreno, Pedro
Alcántara, José Doroteo del Bosque, Juan Caballero Antonio, José Chacón y José Cabadeiro.
104 Juan Ignacio González y Laureano Delgado.
105 GUERRA, R. et al.: Historia de la nación cubana…, p. 129.
106 MORALES PADRÓN, Francisco: «Conspiraciones y masonería en Cuba (1810-1826),
1752.
109 José Antonio Aponte y Ubarra ha pasado a la historia como el cabecilla de una gran
conspiración contra la esclavitud en 1812. Sin embargo, hoy día existe un cuestionamiento del
cariz real de aquel movimiento. Véase FRANCO, J.L.: Las conspiraciones…, La conspiración
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 201
de Aponte, Publicaciones del Archivo Nacional de Cuba, La Habana, 1963; HERNÁNDEZ, Juan
Antonio: Hacia una historia de los imposible: La Revolución haitiana y el «Libro de pinturas»
de José Antonio Aponte, University of Pittsburg, 2005; PÁVEZ, Jorge O.: «El Libro de Pintu-
ras, de José Antonio Aponte. Texto, conspiración y clase: el Libro de Pinturas y la política de
la historia en el caso Aponte», Anales de Desclasificación, vol. 1: La derrota del área cultu-
ral, n.º 2, Santiago de Chile: Anales de Desclasificación Comparada, 2006; entre otros o mi
próximo trabajo «Reacción de la población de color de La Habana ante los sucesos de 1808»
(en prensa), Ponencia leída en las Jornadas sobre el municipio indiano: relaciones interétnicas,
económicas y sociales, Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla, 2008 .
110 FRANCO, J.L.: Las conspiraciones…, p. 10.
111 El 15 de julio de 1810 había llegado la Real Orden de 16 de abril sobre el relevo del
capitán general de Cuba. Someruelos a Guerra (La Habana, 27 de julio de 1810), n.º 2.734,
AGI, Cuba, 1748. Sin embargo, dicha orden fue revocada.
112 Someruelos a Nicolás María de Sierra (La Habana, 6 de diciembre de 1810), AGI, Ul-
ver a Cuba sin permiso real. A los negros libres Espinosa, González, Cervantes y Flores, se les
impuso diez años de prisión, grilletes al pie, a ración y sin sueldo, debiendo ser remitidos a la
Península. Los dos esclavos González y Delgado fueron castigados a ocho años de prisión,
ciento cincuenta azotes por las calles, cincuenta azotes atados a la picota y grillete al pie para
cada uno, y una vez terminada la condenada quedaban como esclavos del rey. Fueron sancio-
nados con diversos castigos menores Montano, con tres meses de cárcel pública; mientras que
Álvarez y Pantahon de Erazti, lo fueron con un mes de cárcel, así como a pagar las costas del
proceso. Los hombres de color Moreno y Alcántara fueron absueltos por su colaboración, aun-
que se les reprendió por haber actuado de manera conspirativa. Acuerdo de la Junta para juz-
gar la conjura de 1810 (La Habana, 5 de noviembre de 1810), AGI, Ultramar, 113. En FRANCO,
J.L.: Las conspiraciones…, p. 49.
202 SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS
Si bien el periodo entre 1808-1810 parece haber sido el del inicio de las
propuestas de cambio, al menos autonomistas, es también en el que se inicia
la participación cubana directa en la política nacional española.
La formación de la Suprema Junta Central Gubernativa del Reino en
la Península, es decir, la creación de un organismo centralizado para
toda la monarquía hispánica en septiembre de 1808, fue contestada por la
élite habanera con interés en participar en las decisiones que allí hubieran
de tomarse.115 La llegada de la real orden de 22 de enero de 1809 sirvió
para poner en conocimiento de los cubanos que la Junta Central llamaba a
«los reinos, provincias e islas que formaban los dominios de España e In-
dias» a formar parte de la representación nacional inmediata y constituir
parte de la misma.116
El decreto indicaba que los cabildos de las capitales cabeza de partido
debían nombrar tres individuos «de notoria probidad, talento e instrucción»,
de entre los cuales se escogería uno por sorteo y su nombre sería enviado a
la capital del respectivo virreinato, donde la Real Audiencia nombraría a tres
individuos de entre los seleccionados por los cabildos y que entre ellos debía
salir el diputado representante del reino por sorteo. El representante electo
debía dirigirse a la Península portando las instrucciones de todos los cabildos
de su jurisdicción.117 En Cuba la elección del diputado debía hacerse por la
designación de tres individuos en las capitales cabeza de partido que consti-
tuían los ayuntamientos de La Habana y Santiago de Cuba.118
En La Habana, Someruelos convocó un cabildo extraordinario el 31 de
mayo de 1809 para dar cuenta de la noticia,119 aunque el asunto no se trató
hasta el 23 de junio, día en que se llevó a cabo la presentación de candida-
tos a la elección de diputado a la Junta por la provincia. Esta dilación en el
tiempo pudo estar destinada a la gestión de las candidaturas. Los aspirantes
fueron Luis Peñalver y Cárdenas, el conde del Castillo, marqués de San Fe-
lipe y Santiago, el brigadier Francisco Montalvo y el conde de Casa Barreto,
además de Francisco de Arango, aunque este no apareció expresamente nom-
ciones para los diputados del Nuevo Reino de Granada y Venezuela ante la Junta Central Gu-
bernativa de España y las Indias, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2008, p.
12.
118 Someruelos a Hacienda (La Habana, 9 de junio de 1809), n.º 225, AGI, Cuba, 1753.
119 Cabildo extraordinario, 31 de mayo de 1809, AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809,
fol. 363.
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 203
120 Cabildo ordinario, 23 de junio de 1809, fol. 379-382, Ibídem. Luis Peñalver y Cár-
denas, arzobispo electo de Guatemala, pertenecía a una de las familias más poderosas y ha-
bía sido gobernador del obispado de La Habana y primer obispo de Luisiana. El marqués de
San Felipe y Santiago era un destacado miembro élite habanera y era cuñado de Román de la
Luz, por lo que podemos situarlo entre los disconformes con el gobernador y aquellos que ha-
bían controlado el cabildo de la capital. Francisco Montalvo, era el militar de mayor impor-
tancia en la isla y máximo jefe de las tropas veteranas y milicianas tras el propio capitán ge-
neral, cuyo mando le había encomendado el propio Someruelos. Formaba parte de otra de las
familias más poderosas de La Habana y llegaría ser teniente de rey de dicha ciudad, subins-
pector general de tropas y en 1812 fue nombrado virrey de Nueva Granada. El conde de Casa
Barreto se había significado políticamente por su participación en el movimiento juntista de
1808 aunque fundamentalmente por su oposición en los últimos momentos y desde enton-
ces fue uno de los mayores detractores de la actuación de Someruelos y el cabildo habanero.
Francisco de Arango y Parreño fue el político más destacado del periodo en la isla de Cuba,
protagonismo que había adquirido desde la década de los 90 del siglo XVIII y que mantendría
hasta la década de 1830. Está considerado el mayor defensor de los intereses de la élite azu-
carera criolla y uno de los instigadores del plan juntista de 1808. Durante el gobierno de So-
meruelos fue uno de sus más cercanos colaboradores y ostentó durante este tiempo el cargo
de oidor honorario de la Audiencia, síndico del Consulado, apoderado del ayuntamiento de
La Habana, asesor de alzadas y más tarde sería miembro del Supremo Consejo de Indias, re-
presentante a Cortes por la Isla de Cuba, Consejero de Estado y superintendente de Hacienda
de La Habana.
121 El alcalde ordinario Tomás Domingo de Sotolongo, el alcalde ordinario Joaquín de
Herrera, Ignacio Echegoyen, Pedro Pablo de O’Reilly (conde de O’Reilly), José María Esco-
bar, José María de Xenes, Juan Crisóstomo Peñalver, Luis Ignacio Caballero, Carlos Pedroso,
Francisco de Loynaz, Marqués de Villalta, Conde de Santa María del Loreto.
122 Luis de Peñalver y Francisco de Arango recibieron los 12 votos de las 12 personas que
tos a elegir eran colocaron en unos globos de madera dentro de una bolsa y se pedía al primer
niño que pasaba por la calle que, como mano inocente, sacase una bola.
124 Cabildo extraordinario, 20 de julio de 1809, AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809,
fols. 395-397.
125 Someruelos a Hacienda (La Habana, 29 de agosto de 1809), n.º 242, AGI, Cuba, 1753.
204 SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS
ral y el obispo de la capital, Juan José Díaz de Espada, pues mientras el pri-
mero defendía la idea de que estas dos ciudades eran las únicas cabezas de
partido, el obispo consideraba que había otras, en referencia a Trinidad y, es-
pecialmente, a Puerto Príncipe.
La villa camagüeyana pretendía formar parte de la elección alegando que
al ser residencia de la Real Audiencia merecía tal consideración. Sin embargo,
en La Habana la opinión era muy distinta y fue expresada a través del informe
del síndico de su cabildo, conde de Santa María de Loreto. Para éste, Puerto
Príncipe no era cabeza de partido ni en su misma jurisdicción y con esto ya
bastaba para excluirla; en realidad consideraba que la participación de más
candidatos hacía menos probable que el elegido fuese el candidato de La Ha-
bana, que por población e importancia económica debía ser la ciudad con más
posibilidades de designar al diputado. Loreto propuso que se elevase consulta a
la Real Audiencia para que se admitiesen la reclamación de la capital, a sabien-
das de que el asunto estaría decidido de antemano por Someruelos, en virtud
de las facultades que le concedían las leyes como presidente del tribunal.126 Sin
embargo, reunido el tribunal, éste decidió que en el sorteo pudiesen participar
Trinidad y Puerto Príncipe.
Someruelos protestó contra tal decisión y consideró que si se eran admi-
tidas estas villas, por qué no permitir participar en la designación a Bayamo,
Baracoa o Matanzas; o incluso por qué no ampliar la elección a todos los
ayuntamientos de las ciudades y villas, tanto realengas como de señorío, que
hubiesen proclamado públicamente a Fernando VII. Someruelos recordó que
también eran parte de sus dependencias ciudades en Las Floridas como San
Agustín, Panzacola y Baton Rouge, y que el diputado de Cuba también de-
bía serlo de estos territorios. Como para la época era algo inviable esperar las
decisiones de todas esas ciudades, razonó que en el sorteo sólo debían parti-
cipar La Habana y Santiago de Cuba.127 Ante lo decidido por la Real Audien-
cia y para evitar mayores controversias, Someruelos consideró que lo más
acertado y breve era elevar consulta a la Junta Central Suprema, por lo que
todo el proceso quedó suspendido.128
El cabildo habanero estimó como un perjuicio indudable el retraso en el
envío del representante, más teniendo en cuenta que no debía haber tal con-
troversia, pues en su opinión La Habana debía tener uno de los dos diputados
de la isla pues contaba su jurisdicción con casi la mitad de la población de la
isla y estimaban el peso de su economía en al menos las ocho décimas partes
de total de la riqueza de Cuba. Por ello pedían mayor contundencia en la ac-
126 Cabildo ordinario, 28 de julio de 1809, AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809, fols.
397-399.
127 Someruelos a Hacienda (La Habana, 29 de agosto de 1809), n.º 241, AGI, Cuba, 1753.
128 Cabildo ordinario, 1 de septiembre de 1809, AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809,
fols. 414-420.
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 205
a las actas del Cabildo ordinario, 22 de septiembre de 1809, AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-
1809, fols. 430-438.
130 Someruelos a Hacienda (La Habana, 7 de octubre de 1809), n.º 252, AGI, Cuba, 1753.
131 Cabildo ordinario, 7 de septiembre de 1809, AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809,
fols. 420-424.
132 Someruelos a Gracia y Justicia (La Habana, 26 de enero de 1810), n.º 200, AGI, Cuba,
1752.
133 Cabildo ordinario, 19 de enero de 1810, AOHCH, Actas de Cabildo, 1 de enero de
Cuba, 1752.
138 Ibídem, 18 de diciembre de 1810, n.º 256.
139 Ibídem, 30 de septiembre de 1811, n.º 313.
CUBA EN LA DIFÍCIL COYUNTURA POLÍTICA ENTRE 1808 Y 1810 207
6. Conclusiones
140 RIEU-MILLAN, Marie Laure: Los diputados americanos de las Cortes de Cádiz, Madrid,
1 ALAMÁN, Lucas: Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon su
independencia en al año de 1808 hasta la época presente, III, México, FCE, 1985, p. 213.
210 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
como en ningún otro caso de las revoluciones atlánticas del periodo (Amé-
rica del N., Francia)2.
Y es que si la Iglesia y el clero ocupaban un lugar central en el sistema
político y social del antiguo régimen, mayor relevancia tenía aún en el orden
colonial hispano. La historiografía reciente viene advirtiendo sobre el sentido
esencialmente religioso-católico de la cultura social y política de la sociedad
indiana, un rasgo que se daba también en la sociedad española peninsular
pero que tenía en América características propias, que hunden sus raíces en
el papel fundamental que jugaba la religión en las culturas prehispánicas, por
lo que se refiere al mundo indígena, y, para la población de origen europeo,
por la esencial relación que llegó a establecerse en el mundo criollo entre re-
ligión barroca, monarquía católica e identidad hispana3.
En consecuencia, cuando adviene la crisis de la monarquía y se cuestio-
nan los fundamentos del sistema colonial, los valores religiosos van a operar
con mucha más fuerza que las ideas políticas modernas, tanto en la retórica
revolucionaria o patriota como, por supuesto, en el fidelismo o realismo4.
En todo caso, los bandos en pugna buscarán afanosamente el apoyo del
clero para fundamentar sus encontradas posiciones, sobre todo en la primera
fase del proceso entre 1810 y 1815, una fase de ensayos autonomistas o re-
publicanos y de guerra civil. Pero también entre 1816 y 1821, cuando el con-
flicto se convierte —al menos en Sudamérica— en guerra de independencia,
los nuevos líderes republicanos, incluso desde posiciones personales poco
afectas a la religión, como fue el caso de Bolívar, buscarán con ahínco ese
apoyo. Y es que ellos lo necesitaban con más urgencia para legitimar una op-
ción que significaba la ruptura de un orden, el de la monarquía hispánica,
sustentado en tres siglos de historia y con unos fundamentos teológico-re-
ligiosos muy arraigados cuya expresión fáctica era la alianza del trono y el
altar. Para que las nuevas repúblicas obtuvieran cuanto antes un prestigio
análogo al alcanzado por la monarquía católica, debían de contar ineludible-
mente con la bendición de la Iglesia.
En Nueva Granada, una vez lograda su independencia, las autoridades
republicanas enviaron oficios a los curas y prelados de los conventos para
2 SCHMIDT, Peer: «Una vieja elite en un nuevo marco político: el clero mexicano y el ini-
bre la participación del clero en la independencia del Perú: aportación documental», Boletín
Americanista, n. 32, 1982, pp. 139-147, en los que el famoso ministro de guerra del gobierno
de San Martín en Perú, Bernardo de Monteagudo, conminaba al gobernador de la diócesis de
Lima para que obligara al clero a defender la República desde el púlpito y en el confesonario.
212 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
7 WOBESER, Gisela von: «La consolidación de vales reales como factor determinante de la
lucha de independencia en México (1804-1808)», Historia Mexicana, LVI: 2, 2006, pp. 373-
425.
8 SCHRÖTER, Bernd: «Movimiento popular y “guerra santa” en la independencia de Nueva
decir, que el clero se hubiese mantenido al margen del proceso (en DI STEFANO, Roberto: El
púlpito y la plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república rosista,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, p. 93).
10 SAN MIGUEL PÉREZ, Enrique: «Una innovadora definición política e institucional de la
los obispos, en América y en la Península, en sus pastorales, sobre todo desde la expulsión de
los jesuitas y, casi siempre, a petición o por exigencia de la corona para condenar las «doctri-
nas jesuíticas» o algunas prácticas ilegales inveteradas, muy especialmente el contrabando.
12 VAN YOUNG, Eric: La otra rebelión. México, FCE, 2006, p. 258. En los juicios contra
los insurgentes en Nueva España, muchos indios declararon haberse unido a la insurgencia por
habérsele mandado de orden del rey, órdenes transmitidas en algunos casos por la autoridad
española o justicia del lugar. A menudo alegan también que las gentes importantes y los cu-
ras decían que la guerra era buena, y que les decían que el país se iba a entregar a los franceses
impíos (Cf. ibíd., p. 215).
214 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
nio Bergosa, primer obispo de Oaxaca, convocó a sus fieles a que tomaran
las armas contra Hidalgo y sus seguidores porque —decía— «en una guerra
de religión todos debemos ser soldados», mientras que pedía a los curas que
excitaran a sus feligreses «en tan justa guerra» e incluso tomaran ellos mis-
mos las armas y se pusieran al frente. Y tanto éste como el obispo de Gua-
dalajara, alentaron la formación y financiaron regimientos de voluntarios de
Fernando VII encabezados por eclesiásticos13.
Pero las cosas cambiaron radicalmente con la declaración de indepen-
dencia en 1821. Tras presentar el Plan Trigarante o de Iguala —Religión, In-
dependencia y Unión—, Agustín de Iturbide se aseguró el decisivo apoyo
de la Iglesia, cuya jerarquía, hasta entonces firme apoyo del realismo, juzgó
más pernicioso el radicalismo anticlerical mostrado por el gobierno liberal de
la metrópoli que el muy conservador programa independentista14. Y así los
obispos de México, Puebla, Guadalajara y Durango firmaron el acta de in-
dependencia. El de Puebla, Pérez Martínez, había rechazado la constitución
de l812 y firmado el manifiesto de los persas, pero apoyó con entusiasmo el
Pacto de Iturbide, precisamente porque anulaba los eventuales efectos de la
política del gobierno liberal peninsular en México, y de hecho fue elegido
presidente de la nueva Junta Gubernativa, mientras que el de Durango presi-
dió la Junta Nacional Instituyente, las dos primeras instituciones de gobierno
del México recién independizado15.
Muy diferente fue el caso del Perú. Aunque en la decisión de sus eli-
tes de sumarse a la independencia influyera también el triunfo liberal en
la Península, y sus consecuencias en el escenario político del viejo virrei-
nato —de lo que trata en este mismo volumen el profesor J. Fisher—, la je-
rarquía eclesiástica no aceptó el cambio de lealtades. Con la excepción del
criollo Goyeneche, los obispos peruanos —Carrión y Marfil, de Trujillo;
Las Heras, de Lima; y Pedro Gutiérrez de Cos, de Huamanga— abando-
naron sus diócesis al declararse la independencia; La Encina, el antecesor
de Goyeneche en Arequipa, había declinado su elección para diputado a las
Cortes de 1812 y, al ser abolida la Constitución, dedicó una pastoral a expli-
13 CF. IBARRA, Ana Carolina: «“La justicia de la causa”: razón y retórica del clero insur-
las órdenes monásticas, la erosión de la propiedad eclesiástica y, sobre todo, otro decreto que
abolía la inmunidad clerical (fuera el clero rebelde o no) alertaron a la Iglesia y la persuadieron
de que el mayor peligro del liberalismo no procedía de los revolucionarios americanos, sino de
los constitucionalistas españoles.» (LYNCH, John: América Latina, entre colonia y nación, Bar-
celona, Crítica, 2001, p. 196.)
15 GARCÍA UGARTE, Marta E.: «La jerarquía católica y el movimiento independentista en
México», en ÁLVAREZ CUARTERO, Izaskun y Julio SÁNCHEZ GÓMEZ (eds.): Visiones y revisio-
nes de la independencia americana. México, Centroamérica, Haití, Salamanca, Universidad
de Salamanca, 2005, pp. 245-270. Ver también MORALES, Francisco: Clero y política (1767-
1834), México, 1975, pp. 86-90.
EN DEFENSA DEL REY, DE LA PATRIA Y DE LA VERDADERA RELIGIÓN 215
car su nulo valor jurídico porque disminuía el poder del rey, «imagen terres-
tre de Dios»16.
La cerrada postura realista de los dos obispos chilenos en 1810, Diego
Antonio Navarro y José Rodríguez Zorrilla, es también conocida17.
La división entre realistas y patriotas en el reino de Quito a partir de
1809 quedó visualizada por la actitud del obispo de Cuenca, el peninsular
Andrés Quintián y Ponte de Andrade, y el arzobispo de Quito, José Cuero
y Caicedo. El primero, con el apoyo del clérigo limeño Juan Martínez de
Loayza, dirigió la reacción fidelista de la capital cuencana frente a la ame-
naza de las tropas insurgentes quiteñas18. En el lado opuesto, José Cuero y
Caicedo (1780-1851), nacido en Popayán y arzobispo de Quito en 1808, se
convirtió en el principal líder de la peculiar revolución que tuvo lugar allí
en agosto de 1809. El territorio de la vieja audiencia quiteña había sufrido
mucho con las reformas fiscales y comerciales borbónicas, sentía una irri-
tante dependencia de la capital virreinal de Santa Fe de Bogotá y sus elites
estaban enfrentadas con la autoridad colonial local. Sin embargo, la des-
titución de las autoridades y la formación de una junta gubernativa autó-
noma fue justificada por el obispo Cuero y Caicedo con razones de tipo
tradicional; según sus propias palabras, «se dirigía a unos fines santos
de conservar intacta la religión cristiana, la obediencia al señor don Fer-
nando VII, y el bien y felicidad de la Patria». Como ocurrió en otras partes
de América del sur, la torpe y dura represión por parte de las tropas virrei-
nales de ese primer movimiento juntista y moderado, decantó a sus diri-
gentes a la causa de la independencia, encabezada igualmente por el obispo
y su clero. En La Aurora, periódico chileno, del 12 de noviembre de 1812,
se leía: «El Excelentísimo e Ilustrísimo S.D. José Cuero y Caicedo, digní-
simo Obispo y Presidente del Estado de Quito, para consuelo de los fieles
que tan heroicamente se han sacrificado por la salud y defensa de sus her-
manos, se ha dignado conceder indulgencia plenaria a todos los que con-
fesando y comulgando saliesen a auxiliar la defensa de la patria en la ur-
gentísima expedición del Sud, en los puntos en que se halla el ejército.» Se
refería a la defensa del Quito «independizado» contra la expedición de cas-
tigo enviada por el virrey peruano Abascal. Cuero y Caicedo se declaraba
entonces «obispo por la gracia de Dios, y por la voluntad de los pueblos
19 ELÍAS ORTIZ, Sergio: «Notas para la biografía del obispo José Cuero y Caicedo, prócer
país rechazando incluso un muy generoso ofrecimiento del libertador San Mar-
tín y, tras salir del Perú y hacer escala en México, aceptó inicialmente el ofreci-
miento de la mitra de Puebla que le hizo el presidnete mexicano Iturbide; pero
al caer éste y, con él, la esperanza de una restauración monárquica, emigró a
La Habana, todo lo que se convirtió en mérito para que Fernando VII le nom-
brara en 1825 obispo de Puerto Rico21.
21 HERNÁNDEZ GARCÍA, Elizabeth: «Una columna fortísima del altar y del trono: Pe-
dro Gutiérrez de Cos, obispo de Huamanga y de Puerto Rico (1750-1833)», Hispania Sacra,
vol. 60, n. 122, 2008, pp. 531-555.
22 Gregorio Funes (Córdoba, 1749-Buenos Aires, 1829), fue ordenado sacerdote en 1774
y viajó a España para recibirse de abogado; en 1804 era deán de la catedral de su ciudad na-
tal y en 1808 rector de su universidad, año en que presentó un plan de reforma de la ense-
ñanza en sentido abiertamente moderno e ilustrado. Desde el triunfo de la revolución de mayo
en Buenos Aires se convirtió en un activo patriota; en 1810 fue elegido diputado por Córdoba
al Congreso de las Provincias Unidas, y fue miembro de la Junta de Gobierno de Buenos Ai-
218 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
res, donde se convirtió en el redactor de proclamas, cartas y manifiestos, entre ellos el Regla-
mento Interno de la Junta, para muchos el primer documento constitucional argentino. Poste-
riormente fue miembro de la Asamblea General Constituyente y coautor de la Constitución de
1826. Cf. LIDA, Miranda: Dos ciudades y un deán. Biografía de Gregorio Funes (1749-1829),
Buenos Aires, Eudeba, 2006.
23 Cit. en SARMIENTO, Domingo F.: Recuerdos de provincia (edición de María Caballero
europea; es éste un tema sujeto todavía a debate y del que aquí no podemos
sino apuntar alguna idea. Es cierto que la reforma de los estudios en los se-
minarios tras la expulsión de los jesuitas en 1767, la mayor libertad para la
circulación de libros y de prensa que se dio durante los años de la alianza
con la Francia napoleónica y la consolidación, durante esos mismos años, de
nuevos ámbitos de discusión como las Sociedades Económicas, propiciaron
un ambiente de difusión de las ideas de la ilustración, del que participó muy
activamente, como no podía ser menos, el alto clero urbano. Pero no pode-
mos olvidar tampoco que esa difusión tuvo un alcance limitado: en primer
lugar porque en el mundo hispano se rechazaron generalmente los aspectos
menos compatibles con la fe católica de esas obras, especialmente las de los
enciclopedistas franceses; además, consta que la lectura directa de autores
extranjeros fue escasa y las traducciones de esas obras al castellano muy tar-
días. Por otro lado, a menudo se olvida que, tanto o más que esas obras, en
el mundo hispánico se conocieron las de aquellos que se les opusieron, es-
pecialmente las de algunos académicos franceses que alcanzaron gran difu-
sión27. Por eso no es raro encontrar clérigos patriotas americanos que hacen
una fuerte crítica a la filosofía enciclopedista al mismo tiempo que defienden
la causa republicana28.
Lo que no se puede negar es la importancia que alcanzaron, desde la dé-
cada de 1780, los colegios-seminarios carolinos —«herederos» de los co-
legios jesuitas— para la difusión del pensamiento ilustrado, en especial del
derecho natural y de gentes, el derecho patrio o real y la nueva ciencia de la
economía política. En algún caso aislado, y tardíamente, se introducirá tam-
bién el pensamiento filósofico y político de Locke —no directamente, sino a
través de autores católicos como Verney y Condillac— y el barón de Mon-
tesquieu, entre otros. De esta manera, esos centros, creados en la década de
1770 para la formación de un clero moderno al servicio del proyecto polí-
tico-social del despotismo ilustrado, pero donde se formó también toda la
elite americana tardocolonial, se convertirán en la cuna intelectual del patrio-
tismo y el republicanismo criollo29.
de un gobernante americano de la primera década del siglo XIX en AMORES CARREDANO, Juan
Bosco y Sigfrido VÁZQUEZ CIENFUEGOS: «La biblioteca del marqués de Someruelos, goberna-
dor de Cuba (1799-1812)», en OPATRNY, Joseph (ed.): Pensamiento caribeño (siglos XIX y XX),
Praga, Editorial Karolinum, 2007, pp. 157-173.
28 Es el caso de fray Francisco Padilla, franciscano neogranadino: véase TORO JARAMILLO,
ser útil mi trabajo sobre un caso concreto, en el que se recoge buena parte de esa bibliografía:
220 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
AMORES CARREDANO, Juan B.: «Tradición y modernidad en las Lecciones de Filosofía de Fé-
lix Varela», en OPATRNY, Joseph (ed.): Pensamiento caribeño…, pp. 73-88. Dos ejemplos es-
pecialmente útiles para comprobar hasta qué punto fueron «cuna de insurgentes» en dos terri-
torios con una trayectoria muy dispar durante el proceso de independencia serían el Perú:
KLAIBER, Jeffrey: «El clero y la independencia del Perú», en O’PHELAN, Scarlett: La indepen-
dencia del Perú. De los Borbones a Bolívar, Lima, PUCP, 2001, pp. 119-136, en donde se en-
fatiza la importancia en este sentido del Convictorio de San Carlos de Lima; y Nueva Granada:
SILVA, Renán: Los Ilustrados de Nueva Granada (1760-1808). Genealogía de una comunidad
de interpretación, Medellín Eafit, 2002, en especial pp. 33-98.
30 DI STEFANO, Roberto: El púlpito y la plaza…
31 IBARRA, Ana C.: «“La justicia de la causa”: razón y retórica del clero insurgente…»,
pp. 76-78.
EN DEFENSA DEL REY, DE LA PATRIA Y DE LA VERDADERA RELIGIÓN 221
cas, 1959-60, pp. 110-113. Véase también CASTAÑEDA DELGADO, Paulino: «La Santa Sede
ante la independencia de la América Hispana», en CASTAÑEDA DELGADO, Paulino (coord.): Las
guerras en el primer tercio del siglo XIX en España y América, vol. 1, Sevilla, Deimos, 2005,
pp. 11-22.
222 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
Aunque es un tema todavía mal conocido, por los datos de que se dispone
para algunos territorios parece que el clero diocesano experimentó un fuerte
crecimiento en la América española durante el último tercio del siglo XVIII. Así,
por ejemplo, en las principales diócesis novohispanas, como las de México,
Puebla y Michoacán, el número de parroquias y de curas creció mucho en esa
etapa, coincidiendo al menos con dos fenómenos: el establecimiento de nuevos
seminarios y casas de estudio, y el proceso de secularización de doctrinas, que
se implementó con especial eficacia en aquel virreinato. Pero eso supuso tam-
bién un exceso de clero diocesano en relación a las rentas disponibles, lo que
devino en un empobrecimiento general del sector más bajo del clero38.
También Roberto Di Stefano ha detectado un incremento en el número
de sacerdotes diocesanos en la diócesis de Buenos Aires durante las dos úl-
timas décadas del siglo XVIII y primeros años del siguiente, aunque luego,
desde 1805, advierte un brusco descenso en el número de ordenaciones, que
él achaca al surgimiento de lo que llama otras «alternativas profesionales»
como la milicia y el foro39.
De todas formas, todavía se está lejos de poder ofrecer cifras más o me-
nos aproximadas del peso cuantitativo del clero diocesano en la América es-
pañola al final del periodo colonial. Con la excepción, quizá, de Argentina,
donde los estudios sobre el clero se han hecho más frecuentes en los últimos
años40, apenas se encuentran datos concretos sobre el clero en los cada vez
más numerosos estudios regionales o locales sobre la Iglesia americana en ese
periodo. Hemos de contentarnos, por tanto, con cálculos genéricos e impreci-
sos, que valoran en unos 30.000 el número de clérigos seculares y regulares
hacia finales del siglo XVIII —aproximadamente un 0,2 por ciento de la pobla-
ción total—, dos tercios de los cuales serían curas diocesanos41. Desde luego,
la inmensa mayoría de este clero era criollo, salvo en regiones como Cuba y
Venezuela más propensas a recibir emigrantes de la Península y Canarias42.
mitad del siglo XVIII», Relaciones 39, vol. X (Michoacán,1989), pp. 69-86. Vid. también BRA-
DING, David A.: Una iglesia asediada: Michoacán (1749-1810), México, FCE, 1994, pp. 126-
127.
39 DI STEFANO, R.: El púlpito y la plaza…, pp. 141-142.
40 Destacan, además de Di Stefano, Jaime Peyre (El taller de los espejos. Iglesia e imagi-
nario (1767-1815), Buenos Aires, 2000), Valentina Ayrolo (Funcionarios de Dios y de la repú-
blica. Clero y política en la experiencia de las autonomías provinciales, Buenos Aires, Biblos,
2007) y María Elena Barral, entre otros.
41 VICENS VIVES, J.: Historia social y económica de España y América, vol. IV, Barcelona,
lar canario a América en el último cuarto del siglo XVIII», Tebeto: Anuario del Archivo Histó-
rico Insular de Fuerteventura, n.. 3, 1990, pp. 11-24.
224 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
43 En el caso de Nueva Granada, por ejemplo, al final del periodo colonial, no es raro en-
contrar pueblos de indios que solicitan se les proporcione un cura cuando llevan tiempo sin
disponer de él, y esos mismos indios habían presentado anteriormente denuncias contra el cura
por los abusos cometidos contra ellos: ver, por ejemplo, las denuncias de los indios de Guata-
quí en 1805 y su petición de un cura en 1808, Archivo Nacional de Colombia, Caciques e in-
dios, leg. 63, ff. 578-580 y leg. 56, ff. 355-359. De modo análogo, Brian Connaughton ha se-
ñalado la autonomía del «catolicismo histórico» de México, «bastante descentralizado y regido
or prácticas populares y por las nociones que las personas y comunidades tenían de sus dere-
chos como miembros de la grey» (CONNAUGHTON, Brian: «Los curas y la feligresía ciudadana
en México, siglo XIX», en RODRÍGUEZ O., Jaime E.: Las nuevas naciones. España y México
(1800-1850), Madrid, Mapfre, 2008, pp. 241-272).
44 ENRÍQUEZ AGRAZAR, Lucrecia: «El clero secular de Concepción durante la revolución e
48 Sobre los catecismos políticos patriotas véase SAGREDO BAEZA, Rafael: «Actores polí-
54 Véase, por ejemplo, DÍAZ DÍAZ, Oswaldo: «La reconquista española», pp. 117 y 305ss.
y t. II, pp. 320-327. Se basa este autor en las «Sumarias seguidas contra los clérigos patrio-
tas» publicadas en el Boletín de Historia y Antigüedades, n. 573-574 (1935); se trata de un vo-
lumen de 50 causas por infidencia, pero de las que sólo 38 se llevaron hasta el final, una cifra
bastante exigua si la comparásemos con la de más del millar de clérigos (entre seculares y re-
gulares) que debían de existir en Nueva Granada en esa fecha.
55 Cf. GÓMEZ HOYOS, Rafael: La independencia de Colombia, Madrid, Mapfre, 1992,
58 Véase, por ejemplo: IBARRA, Ana C.: «Religión y política…, pp. 7-8 y 17-19; la autora
muestra como el nivel cultural y de la enseñanza superior era relativamente alto en la Oaxaca
colonial, especialmente en la capital y entre los curas párrocos de la región.
59 BRADING, David A.: Una iglesia asediada…, pp. 252-53.
60 WOBESER, Gisela von: «La consolidación de vales reales como germen de la lucha por
privilegio eclesiástico, México, FCE, 1995, p. 183. TAYLOR, William: Ministros de lo sagrado,
México, 1999, p. 670. VAN YOUNG, Eric: The Other Rebellion. Popular Violence, Ideology and
the Mexican Struggle for Independence (1810-1821), Stanford, 2001, pp. 243-267. Los datos
sobre el número de clérigos, conventos, etc. de México en esas fechas, en GUTIÉRREZ CASI-
LLAS, José: Historia de la Iglesia en México, México, Porrúa, 1993, p. 228.
EN DEFENSA DEL REY, DE LA PATRIA Y DE LA VERDADERA RELIGIÓN 231
ción de muchos dependió más del lugar en que se hallaban en relación con las
fuerzas en pugna que de una decisión deliberada. La mayoría de los párrocos
fueron neutrales, con una neutralidad ambigua, que buscaba sobre todo man-
tener a salvo a sus feligreses, de uno u otro bando. Como bien señala Taylor,
esto hizo más daño a los realistas que a los insurgentes, y así se refleja en los
informes oficiales, que consideraban la neutralidad como una suerte de defec-
ción.
Sin embargo, Taylor señala un tema de fondo importante: el discurso de
lo que podríamos llamar la impiedad gachupina, es decir, la impresión ge-
neral entre el bajo clero de que los españoles habían perdido el sentido cris-
tiano de justicia y caridad, entregándose de lleno a la avaricia y a la bruta-
lidad. Este discurso, a menudo con tintes mesiánicos y apocalípticos, fue
especialmente usado por Morelos, a quien estuvieron vinculados dos de cada
tres curas insurgentes. Así, la importancia de la religión en el planteamiento
político de Morelos enlaza con al carácter esencialmente religioso de la in-
surgencia entre la población de base indígena, lo mismo en México que en
Quito o el Alto Perú. Esta tesis viene a ser confirmadas por algunos estudios
locales recientes de otros territorios, como el caso de la diócesis chilena de
Concepción63.
Pero el que ha ofrecido un estudio más completo sobre el tema es Eric
Van Young, en su extensa obra citada, con una valiosa información sobre la
base social clerical de la insurgencia a partir de una impresionante masa de
fuentes primarias relevantes. En 1813, el virrey Calleja pidió información a
los comandantes militares sobre la posición ideológica del clero; uniéndola
a otra encuesta similar del obispado de Michoacán, Young obtiene una mues-
tra de más de 700 curas, de los cuales el 53 % fue definido como realista, el
34% de insurgentes o sospechosos de infidencia y un 14% como indiferen-
tes. También él concluye que la gran mayoría de éstos últimos pertenecen
al clero bajo de parroquias rurales poco importantes, y prácticamente todos
eran criollos. Pero a diferencia de la visión más tradicional, afirma que el
clero regular también contó con insurgentes, en especial los franciscanos. En
todo caso, la gran mayoría del alto clero y el clero urbano permaneció leal a
la monarquía. Casi todos los que se convirtieron en líderes del movimiento
eran curas de parroquias poco relevantes: Hidalgo y Morelos, por supuesto,
pero también los doctores José Manuel Herrera y Jose M.ª Cos o Mariano
Matamoros. Para Van Young, su implicación en el movimiento estaría pro-
bablemente relacionada con la frustración de sus ambiciones profesionales y
personales.
63 Cf. ENRÍQUEZ AGRAZAR, Lucrecia: «El clero secular de Concepción durante la revolu-
ción e independencia chilena…». Según esta autora, la posición política del clero secular de
la diócesis se repartió casi en partes iguales entre los realistas (30%), patriota (39%) y neutral
(31%).
232 JUAN BOSCO AMORES CARREDANO
64 Por ej., muestra cómo en algunos de esos informes se deja una sospecha sobre algún
cura al que se considera buen religioso y probablemente leal, pero se dice que esa lealtad no la
ha expresado claramente con hechos concretos: es decir, se buscan pruebas fehacientes de leal-
tad y, si no se encuentran, se tiende a identificar al cura, que en todo caso habría que calificar
de indiferente, como sospechoso de infidencia (ibíd., p. 248). A menudo, aparecen calificacio-
nes como «insurgente manso», «insurgente vergonzante», «insurgente político» (en el sentido
de que lo sabe disimular).
65 El caso extremo sería el de José de la Cruz, para quien toda la culpa es del clero.
Tras reconquistar Valladolid a fines de 1810, escribe a Calleja afirmando rotundamente que
toda la rebelión se debe al clero y se lamenta de que una multitud de formalidades legales
le impida ejecutarlos sumariamente. Su caracterización de los miembros del cabildo ecle-
siástico, nada sospechosos de anuencia con Hidalgo, es igualmente negativa, aunque no se
atreve a calificarlos de rebeldes (ibíd., pp. 246-47).
66 CONNAUGHTON, Brian: Ideología y sociedad en Guadalajara (1788-1853), México,
1992.
EN DEFENSA DEL REY, DE LA PATRIA Y DE LA VERDADERA RELIGIÓN 233
otra razón: desde principios de 1816 se tenía noticia en el lugar de que al otro
lado de los Andes se preparaba una expedición libertadora y «probablemente
nadie quería recibir la colación canónica de una parroquia de un obispo que
detentaba su autoridad por presentación regia»67.
A modo de conclusión
(ed.): Historia de América Latina, 5. La independencia, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 205-206.
EN DEFENSA DEL REY, DE LA PATRIA Y DE LA VERDADERA RELIGIÓN 235
bano: para advertirlo basta repasar la historia de los conflictos entre la Iglesia
y el Estado en la región durante todo el siglo XIX, y el papel central que di-
cho conflicto tuvo tanto para la configuración o consolidación de las diferen-
tes repúblicas como para la consolidación institucional de la propia Iglesia a
finales del mismo siglo.