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El Gobierno Argentino en Montevideo
El Gobierno Argentino en Montevideo
OBRAS HISTÓRICAS
Anales Históricos
del Uruguay
TOMO i
1033
"CASA A. BARREIRO Y RAMOS ".S. A.
MONTBVIDBO
CAPITULO XXI
Capitulación do la pinza.
Cuando Artigas se retiró de la línea sitiadora era y"a tan angustiosa la
situación de la plaza, que los españoles no se atrevieron a sacar partido del
brusco debilitamiento que sufrían las fuerzas de Rondeau.
Pero el puerto estaba abierto a la importación do artículos do boca y
así continuó algunos meses todavía, hasta mediados de mayo de 1814, en que
la escuadra de las Provincias Unidas al mando de Brown, que enarbolaba la
bandera española, atacó y destruyó a la escuadra de Montevideo, quedando
desde ese momento la plaza absolutamente aislada.
Agotados los víveres, se rindió la guarnición española el 23 de junio
del mismo año 1814. ¿Pero, en qué forma?
Dos partes dirigió Alvear al Supremo Director de las Provincias Unidas.
En el primero, datado el 20 de junio, se expresaba asi:
«A esta hora, que son las tres y media de la tarde, acaba de entregarse
por capitulación la plaza de Montevideo al ejercitó de mi mando. En conse-
cuencia, pasado mañana debe ya tremolar el pabellón de la libertad en la
Fortaleza del Cerro.»
En el segundo, datado el 30 del mismo mes, se expresaba de esta otra
manera:
«Aunque por mis anteriores comunicaciones, participé a V. E. que esta
plaza se había entregado al ejército de mi mando por capitulación, no ha-
biendo sido ratificados los artículos propuestos por ella, resultó que el día
23 del corriente, tomando todas aquellas medidas de precaución que debió
sugerirme la frecuente experiencia de la mala fe de su Gobierno, me pose-
sioné de todas sus fortalezas, parques y demás útiles concernientes al fondo
público. Esta oportunidad ocasionada por la malicia o debilidad del gene-
ral enemigo en diferir hasta aquel acto nuestra ratificación respectiva sobre
lo pactado, me proporcionó apoderarme de la ciudad a discreción, haciendo
que las tropas que la guarnecían salieran a extramuros, quedando deposita-
das en la casa de los negros y panadería de Pérez. Sucesivamente determiné
el arresto del general Vigodet con toda la oficialidad veterana que había en
ella, apoderándome juntamente de los buques que se hallaban en la bahía y
demú3 pertrechos navales.»
El general Vigodet. ex jefe de la plaza, dirigió una protesta al Gobierno
de las Provincias Unidas, ilustradas con todas las piezas relativas a la ca-
pitulación, trabándose con tal motivo una polémica en la que Alvear, des-
pués de invocar varios precedentes de palabras empeñadas y no cumplidas por
los militares, concluía así:
«Pero estas opiniones y estas leyes están fundadas en una razón bien
manifiesta: que siendo las violencias, las muertes y los estragos lícitos en
la guerra sólo en cuanto conducen necesariamente a un fin justo, deben
vor lícitos y laudables los ardides, los engaños y estratagemas que excusan
aquellos niales, en lo que se consulta a la humanidad y la equidad natural.»
Tal era el criterio de los grandes adversarios de Artigas: todo era li-
cito en la guerra, hasta el engaño, hasta la violación de los pactos.
La plaza se había rendido, efectivamente, por capitulación. Pero des-
pués de rendida, Alvear aprisionó a los jefes y oficiales; distribuyó parte
de los soldados en las filas de su ejército y a todos los que no habían que-
Kfi ÙOBIEKNO AKUK-NT1XÜ £ N .UONTUVIUEll 1 ; i¡.
i-ido traicionar su bandera, los embarcó con destino a Buenos Airea; secuestró
todas las embarcaciones particulares que habla en el puerto y las propiedades
y mercaderías de españoles ausentes; e impuso al pueblo una contribución
extraordinaria y otra ordinaria que dobla pagarse mensualmente.
Entre las cláusulas de la capitulación figuraba una que autorizaba al
ejército español para retirarse a Alaldonado con todo su armamento, a fin
de tomar allí los barcos que habrían de conducirlo a España.
Pues bien: esa cláusula tuvo pleno principio de ejecución el mismo dfa
23 de junio. Un testigo presencial y de alia respetabilidad, don Francisco
Acuña de Figueroa, luego de referir que a las doce del dia salía la guarnición
española, compuesta de 2,üOÜ hombreó, on columna cerrada, con banderas
desplegadas y cuatro piezas de artillería, agrega el siguiente dato:
«tía columna de tropas de la plaza verificó su salida por el portón de
San Juan o del Sur, para no encontrarse con el ejército sitiador quo para
hacer su entrada se aproximaba ya al portón de San Pedro.»
«El general Alvea r, al divisar la columna que salla por el lado dol Sur,
destacó a su jefe de vanguardia Valdenegro con ti-'opas, para quo al pasar el
ejército realista le hiciera los saludos y honores de la guorra, lo quo fué
una cierta mortificación para los vencidos.»
A los seis días, agrega el señor Acuña de Figueroa, es decir, el 30 de
junio, la capitulación fué hecha pedazos. Paseábanse libremente por la ciu-
dad los oficiales realistas y muchos soldados de los que estaban acantonados
en la casa de los negros y cercanías aguardando el embarque para España,
cuando fueron arrestados todos los oficiales y como 500 soldados. En seguida
marchó fuerza a la casa de los negros a recoger las armas y1 notificar a
la tropa que los que no quisieran ingresar en los cuerpos argentinos serían
enviados a Buenos Aires.
Muchos se enrolaron ante el temor de nuevos sufrimientos, pero unos
trescientos, teimxina el señor Acuña, de Figueroa, prefirieron ser tratados
como prisioneros y fueron embarcados como tales a Buenos Aires.
El general Antonio Díaz, decidido alvearista, afirma que «los vence-
dores y los vencidos quedaron sorprendidos en presencia de los actos reali-
zados después de la capitulación».'
Otros dos contemporáneos muy autorizados, los señores Larrafiaga y
Guerra, refieren que el capitán de navio Vaigas, uno de los comisionados
de Vigodet, «se encargó de la redacción del tratado, adhiriendo Alvear fran-
camente a todas las proposiciones y condiciones, tantas y tales que a ser
cumplidas se hubiera dudado quién era el vencedor y quién el vencido»...
pero «los resultados del honorífico tratado consistieron en no cumplirlo los
sitiadores».
tal, José Artigas y Fernando Otorgues, han comisionado sus diputados pi-
diendo auxilio para continuar la guerra en nombre del señor don Fernando
VII contra los rebeldes de Buenos Aires».
No está firmado y, además, carece de todo interés como documento de
prueba: porque se limita a recoger un chisme que corre eu el Brasil; por-
que la resolución siempre inquebrantable de Artigas contra el dominio espa-
ñol, excluye toda duda acerca de la perfecta in variabilidad de su conducta;
y porque al tiempo de escribirse ese oficio, hacia ya cinco meses que la guar-
nición española había capitulado y ni huellas quedaban de las tropas tie Yi-
godet en Montevideo.
En resumidas cuentas, Alvear so propuso adormecer a Yigodet con una
capitulación honrosa que tenia el proposito de violar; y a Otorgues con pío-
mesas encaminadas a facilitar el exterminio artiguista mediante un solo golpe
de mano, sin necesidad de incómodas marchas, ni de penosas campañas.
honrosos para el Jefe de los Orientales, cuya cabeza estaba todavía puesta
a precio:
«Por la primera vez, le- decía, tengo el placer de dirigirme a V. S. mo-
vido de las circunstancias felices que merecen nuestras mutuas felicitacio-
nes, estimulado, además, por la afección con que siempre he mirado su per-
sona. Los intereses de la' Patria, porque V. S. ha trabajado con tanto des-
velo y el carácter en que nos hallamos, hacen necesaria la apertura de nues-
tras relaciones.»
«Mucho es lo que la Patrio espera de nosotros eu estos preciosos mo-
mentos, y V. S. que tanto se esfuerza en restablecer los días de dulzura y de
vida que nos piden nuestros hermanos, va a tener una parto la más distin-
guida en este negocio.»
Pocos días después, el Director Posadas, autor del monstruoso bando
de exterminio del 11 de febrero, declaraba a Artigas «buen servidor de la
Patria»; lo reponía «en su grado do coronel del regimiento de blandengues
con todos sus honores y prerrogativas»; y le confería «el empleo de coman-
dante general de la campaña de Montevideo*.
Dentro de este nuevo ambiente pudo Alvear reanudar el plan iniciado
en la víspera de la rendición de Montevideo: abrió negociaciones con Artigas;
obtuvo el nombramiento de comisionados para el ajuste de un tratado; si-
muló el embarque de sus trônas para Buenos Aires; y cuando todo el mundo
creía que efectivamente se iba a producir la entrega de Montevideo a los
orientales, lanzó al coronel Dorrego contra el campamento de Otorgues en
Marmaralá, Obteniendo, mediante este ardid, una completa victoria y mu-
chos prisioneros, entre ellos la familia de Otorgues.
De los excesos cometidos por la soldadesca, da idea el siguiente párrafo
de un oficio de Otorgues al delegado extraordinario del Gobierno argentino
doctor Nicolás Herrera:
«Mi hija, digno objeto de mis delicias, ha sido víctima de la lascivia
de un hombre desmoralizado y la violencia se opuso a su inocencia. ¡Qué
cuadro tan lisonjero para un padre honrado j " amante de su familia! ¡Y qué
bases para fundamentar un gobierno liberal y v i r t u o s o ! . . . Permítame V. S.
que me haya separado algún tanto del objeto general, pues el amor paternal
ha trastornado mi razón.»
Podía tratarse de un hecho aislado, se dirá. Pero dos testigos de tan
alta autoridad moral como don Dámaso Larraüaga y don José Raymundo
Guerra, declaran que después de su victoria de Marmarajá las fuerzas ar-
gentinas se retiraron a la Colonia, y1 que allí, en un baile dado en la ciudad,
el coronel Dorrego sirvió cantáridas a las señoras!
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