Está en la página 1de 3

LA TRÁGICA BATALLA QUE

TERMINÓ EN MASACRE EN EL
CERRO DEL CALVARIO, 1811
En plena lucha por la independencia, tras la batalla del
cerro del Calvario, el ejército realista ejecutó a más de
sesenta personas, muchas de ellas civiles, en un hecho que
marcó para siempre a los pobladores de Toluca; sin
embargo, hoy está casi en el olvido.

Los insurgentes apostaban por el triunfo en Toluca, pues esto significaba


el cierre del paso a los realistas en su avance hacia Zitácuaro, donde se
aposentaba la Suprema Junta Americana. La noche del 7 de octubre
llegaron a la ciudad. El contingente era enorme e incluía guerrillas
indígenas de Tenango y de pueblos cercanos y barrios de Toluca. Todos
estaban al mando del brigadier Oviedo, a quien acompañaban Cristóbal
Cruz Manjarrez, Juan Albarrán, Marcelino Rosales y los apellidados
Montes de Oca, Garduño y Carmonal, además de “varios frailes”.
Las numerosas tropas insurgentes de infantería y caballería, así como un
cuerpo de artilleros, tomaron posesión de los cerros cercanos que rodean
a Toluca: San Miguel, Zopilocalco, Calvario, Coatepec, Cóporo, San
Luis Obispo, San Juan Evangelista y Huitzila. Intentarían poner un cerco
a los realistas y desatar un ataque envolvente que los dividiera y
debilitara sus defensas, para luego inutilizar o capturar sus piezas de
artillería y obligarlos a gastar sus municiones.
Por su parte, el brigadier Porlier instrumentó un plan de ataque (enviado
el 28 de octubre siguiente al virrey Francisco Xavier Venegas)
consistente en levantar cortaduras y parapetos en los principales puntos
de riesgo de ataque, especialmente los que conectaban con calles
céntricas. Se trataba de evitar a toda costa el avance insurgente a través
de fortalezas inexpugnables. Como la ofensiva vendría de diferentes
direcciones, se instalaron cortaduras al oriente, poniente, norte y sur. El
cerro del Calvario, en esta última zona, parecía que iba ser usado como
plataforma de ataque por los insurgentes, de arriba hacia abajo por una
pendiente que daba acceso a viejas calles y callejones.
Del 14 de octubre hasta el 18 no hubo tregua entre ambos bandos. Al
parecer el ataque empezó en la cortadura del cerro de Coatepec, al
poniente, donde los españoles perdieron tres cañones “reventados”,
hecho que minó su defensa de manera importante. Los insurgentes
lanzaron fuertes ataques con fusiles, lanzas y grandes piedras a los
diferentes parapetos puestos por Porlier.
En cuatro días de lucha, los españoles defendieron como pudieron sus
posiciones iniciales, pero los atacantes incursionaban por diferentes
puntos y causaban grandes estragos en casas, el cementerio, la Plaza
Mayor y otros sitios. Los realistas tuvieron que retroceder y concentrarse
en la defensa del cerro del Calvario, por donde la fuerza enemiga trataba
de entrar al centro de la ciudad. Porlier, acorralado, con escaso poder de
ataque y pocas municiones, solicitó refuerzos urgentes al virrey Venegas
y le manifestó la posible pérdida de la plaza si no llegaban las tropas.
Los insurgentes lanzaron frecuentes ataques con toros y reses bravas que
causaban pánico o confusiones entre los defensores, pues deshacían las
formaciones de las filas. Los aliados indígenas se mantenían en la línea
de fuego apoyando la ofensiva. Entonces se llegó a un punto en que los
españoles civiles y eclesiásticos exigieron a Porlier poner fin al sitio.

La derrota y los muertos


Al quinto día (18 de octubre), el brigadier realista se presentó en el cerro
del Calvario y distribuyó su infantería en guerrillas, como una táctica
contrainsurgente, con la caballería a derecha e izquierda y ambas
protegidas por la artillería. Ese mismo día llegaron los refuerzos: una
columna comandada por el capitán Joaquín María de la Cueva, conocido
como el Ronco y quien tenía formación náutica y militar. Esto decidió la
derrota insurgente.
Las tropas de refuerzo se dirigieron al cerro del Calvario. Iban al mando
del capitán De la Cueva doscientos infantes, 160 dragones y un par de
cañones de grueso calibre. La feroz acometida hizo estragos en las filas
insurgentes, prácticamente exhaustos tras cinco días de intensos
combates, de manera que la defensa no duró mucho; con su característica
soberbia, Porlier informó que solo “tres minutos”.
El ejército de Oviedo fue casi desbaratado y puesto en fuga hacia el sur,
hacia Tenancingo y Tecualoya (Villa Guerrero). Los guerrilleros
indígenas se habían dispersado por los cerros, mientras que los
vencedores se hacían del botín: siete cañones, caballos, toros, municiones
y otros objetos regados en el campo de batalla. El párroco de Toluca dio
cristiana sepultura a los 282 muertos de la batalla del Calvario, aunque
quizá hubo otros que quedaron dispersos en los cerros. Las bajas de los
realistas, según Porlier, fueron de dos muertos y veintitrés heridos en su
división, así como un muerto y ocho heridos en la de De la Cueva.
Después vendría la masacre de los más de sesenta indígenas. Si bien
Porlier no informó de ello a sus superiores, lo cual suscitó dudas sobre su
veracidad, el hecho ha estado presente en el imaginario de los
toluqueños, primero por tradición oral y hoy como un hecho
documentado. La topografía de la memoria también ha contribuido a la
permanencia de este trágico acontecimiento histórico, pues varios puntos
clave de Toluca fueron rebautizados: el cerro del Calvario como el de
Oviedo, la Plaza Mayor como de los Mártires, y la calle por donde los
prisioneros fueron bajados del Calvario ahora se llama Callejón de
Víctimas.

También podría gustarte