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Esta novela con declarada carga autobiográfica, que ha obtenido un éxito
impresionante en Francia, cuenta la historia de una joven belga de 22 años, AMÉLIE NOTHOMB
Amélie, que empieza a trabajar en Tokio en una de las mayores compañías

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mundiales, Yumimoto, quintaesencia de las empresas japonesas.
Con «estupor y temblores»: así es como el emperador del Sol Naciente exigía ,.(5
que sus súbditos se presentaran ante él. En el Japón actual, fuertemente
jerarquizado (en el que cada superior es, antes que nada, el inferior de otro),
Amélie, afligida por el doble handicap de ser a la vez occidental y mujer
-extraviada en un hormiguero de burócratas, subyugada además por la muy ~
EStupor
japonesa belleza de su superior directa, con la cual tiene unas relaciones· de
franca perversidad-, sufre una cascada de humillaciones. ~ y temblores
· Trabajos absurdos, órdenes dementes, tareas repetitivas, humillaciones
grotescas, misiones ingratas, ineptas o delirantes, superiores sádicos, la joven
Amélie empieza en contabilidad, luego a servir cafés, pasa a la fotocopiadora
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y, descendiendo los escalones de la dignidad (aunque con un despego muy
zen), acaba ocupándose de los lavabos... masculinos.
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«Un descenso a los infiernos en un relato desopilante» (F. Gaignault, Elle).
«Una confesión impúdica, un tratado de inspiración marxista (tendencia
Groucho)» (Bernard Le Saux).
«Un festín de lucidez y humor. Un texto perfectamente calibrado y
~
desengrasado, una suerte de elegante caricatura. Nothomb demuestra con
inteligencia (temible) el absurdo delirante de nuestros sistemas económicos y
descodifica, con la frialdad de un entomólogo vengativo, la esclavitud y el co
sadismo que engendra la jerarquía profesional» (Hugo Marsan, Le Monde). ~
«Una pequeña obra maestra de hilarante crueldad» (Aiexis Liebaert, oI
L:Événement).
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ANAGRAMA
Panorama de narrativas
www.anagrama-ed.es
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Amélie N othomb J r\ e
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Estupor y temblores
Traducción de Sergi P~unies

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EDITORIAL ANAGRAMA
BAHCELO'\A
Título de la edición original:
Stupeur et tremblements
© Albin Michel
París, 1999

Diseño de la colección:
Julio Vivas
Ilustración: foto © Richard Dumas

El señor Haneda era el superior del señor


Omochi, que era el superior del señor Saito, que
era el superior de la señorita Morí, que era mi
superiora. Y yo nq era lasuperiora de nadie.
Primera edición: septiembre 2000 Podríamos decirlo de otro modo. Yo estaba a
Segunda edición: septiembre 2000
Tercera edición: junio 2002
las órdenes de la señorita Morí, que estaba a las
Cuarta edición: julio 2004 órdenes del señor Saito, y así sucesivamente, con
Quinta edición: enero 2006
Sexta edición: marzo 2007 tal precisión que, siguiendo el escalafón, las órde-
Séptima edición: mayo 2008 nes podían ir saltando los niveles jerárquicos.
Así pues, en la compañía Yurnirrwto yo esta-
ba a lasórdenes de todo el mundo.

© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2000


Pedró de la Creu, 58
08034 Barcelona El 8 de enero de 1990, el ascensor me escu-
ISBN: 978-84-339-6919-4 pió en el último piso del edificio Yumimoto. El
Depósito Legal: B. 24065-2008 ventanal, al fondo del vestíbulo, me aspiró como
Printed in Spain lo habría hecho la ventanilla rota de un avión.
Liberdúplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4- Polígono Torrentfondo Lejos, muy lejos, se veía una ciudad tan lejos que
08791 Sant Llorens: d'Hortons dudaba haberla pisado jamás.

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Ni siquiera se me ocurrió pensar que fuera ne- Finalmente, me guió hasta una gigantesca
. cesario presentarme en la recepción. En realidad, sala en la que trabajaban unas cuarenta personas.
no me rondaba la cabeza ninguna ocurrencia, sólo .Me indicó cuál era mi sitio, situado justo frente
la fascinación por el vacío, por el ventanal. al de mi inmediata superiora, la señorita Mori.
A mis espaldas, una voz ronca acabó por pro- Esta última asistía a una reunión en aquel mo-
nunciar mi nombre. Me di la vuelta. Un hombre
mento y se reuniría conmigo a primera hora de
de unos cincuenta años, bajo, delgado y feo, me
la tarde.
miraba con desagrado. El señor Saito me presentó rápidamente a la
-¿Por qué no le ha comunicado su llegada a
asamblea. Y a continuación me preguntó si me
la recepcionista? -me preguntó. gustaban los retos. Estaba claro que no tenía de-
No supe qué contestar y nada contesté. In- recho a responder con una negativa.
cliné la cabeza y los hombros, constatando que
-Sí -dije.
en tan sólo diez minutos, sin haber pronunciado
Fue la primera palabra que pronuncié en la
ni una palabra, ya había causado una mala im-
empresa. Hasta aquel momento me había limita-
presión en mi primer día en la compañía Yumi- do a inclinar la cabeza.
moto.
El «reto» que me propuso el señor Saito con-
El hombre me dijo que se llamaba señor Sai-
sistía en aceptar la invitación de un tal Adam
to. Me pidió que le siguiera por innumerables e
Johnson para jugar juntos al golf el domingo si-
inmensas salas, en las que me presentó a multi-
guiente. Yo tenía que escribir una carta en inglés
tud de personas, cuyos nombres yo iba olvidan-
dirigida a dicho señor para comunicárselo.
do a medida que él los iba pronunciando.
-¿Quién es Adam Johnson? -cometí la estu-
Luego me hizo pasar al despacho de su supe-
pidez de preguntar.
rior, el señor Omochi, que era enorme y espan-
Mi superior suspiró con exasperación y no
toso, lo cual confirmaba su condición de vicepre- respondió. ¿Acaso constituía una aberración no
sidente.
saber quién era Adam Johnson o, por el contra-
A continuación, me señaló una puerta y, con
rio, mi pregunta había pecado de indiscreción?
tono solemne, me anunció que, tras ella, estaba Nunca lo supe -y nunca supe quién era Adam
el señor Haneda, el presidente. Ni que decir te-
Johnson.
nía que no debía pasárseme por la cabeza la posi-
El ejercicio me pareció fácil. Me senté y re-
bilidad de conocerlo. dacté una carta cordial: el señor Saito se mostra-

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ba encantado con la idea de jugar al golf el pró- que no dejaba de tener su encanto. Exploré cate-
ximo domingo con el señor Johnson y le trans- gorías gramaticales mutantes: «¿Y si Adam John-
mitía sus más cordiales saludos. Se la llevé a mi son se convirtiera en verbo, próximo domingo
supenor. en sujeto, jugar al golf en complemento directo y
El señor Saito leyó mi trabajo, soltó un des- el señor Saito en adverbio? El próximo domingo
pectivo chillido y la rompió: acepta encantado adamjohnsonizar un jugar al
-Repítala. golf señorsaitomente. ¡Chúpate ésta, Aristóteles!»
Pensé que quizás había sido excesivamente Empezaba a divertirme cuando me interrum-
amable o familiar con Adam Johnson y redacté pió mi superior. Rompió la enésima carta sin si-
un texto frío y distante: el señor Saito acusaba quiera leerla y me comunicó que la señorita Mori
recibo de la decisión del señor Johnson y, confor- acababa de llegar.
me a sus deseos, jugaría al golf con él. -Esta tarde trabajará usted con ella. Mien-
Mi superior leyó mi trabajo, soltó un des- tras tanto, tráigame un café.
pectivo chillido y la rompió: Ya eran las dos de la tarde. Mis ejercicios
-Repítala. epistolares me habían absorbido tanto que ni si-
Sentí la tentación de preguntarle en qué me quiera se me había ocurrido hacer la más míni-
había equivocado, pero como su reacción a mi ma pausa.
investigación respecto al destinatario de la carta Dejé la taza sobre la mesa del señor Saito y
ya había demostrado, parecía evidente que mi me di la vuelta. Una chica alta y grande como un
jefe no toleraba las preguntas. Así pues, debería arco se dirigía hacia mí.
averiguar por mi cuenta qué clase de lenguaje
utilizar con el misterioso Adam Johnson.
Pasé las horas siguientes redactando cartas Siempre que pienso en Fubuki me viene a la
dirigidas al jugador de golf. El señor Saito mar- mente el arco nipón, más alto que un hombre.
caba el ritmo de mi producción rompiéndolas, Por eso bauticé la empresa «Yumimoto», es decir:
sin más comentario que aquel chillido a modo «las cosas del arco».
de estribillo. Cada vez me veía obligada a inven- Y cuando veo un arco, siempre me viene a la
tar una nueva formulación. mente Fubuki, más alta que un hombre.
Aquel ejercicio tenía un lado «Hermosa mar-
equesa, vuestros divinos ojos me matan de amor»

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-¿La señorita Mori? Por la tarde, hubiera resultado mezquino
-Llámeme Fubuki. pensar que de nada me habían servido las aptitu-
Yo ya no escuchaba lo que me decía. La seño- des por las que había sido contratada. Al fin y al
rita Mori medía por lo menos un metro ochenta, cabo, lo que yo deseaba era trabajar en una em-
una altura que pocos varones japoneses alcanzan. presa japonesa. Y en eso estaba.
Pese a la rigidez nipona a la que tenía que sacri- Tenía la sensación de haber pasado una exce-
ficarse, era una mujer esbelta y absolutamente cau- lente jornada. Los días que siguieron confirma-
tivadora. Pero lo que me dejó de piedra fue el ron aquella impresión.
esplendor de su rostro. Ella me hablaba, yo escu- Seguía sin saber cuál era mi misión en la em-
chaba el sonido de su voz, dulce y rebosante de in- presa; pero no me importaba. Al señor Saito yo
teligencia. Me mostraba los expedientes, me expli- le parecía una persona desconcertante; eso toda-
caba cuál era su contenido, sonreía. No se daba vía me importaba menos. Estaba encantada con
cuenta de que no la estaba escuchando. mi colega. Su amistad me parecía una razón más
A continuación me invitó a leer los docu- que suficiente para pasar diez horas diarias en la
mentos que había reunido sobre mi mesa, situa- compañía Yumimoto.
da frente a la suya. Se sentó y se puso a trabajar. Su piel, a la vez pálida y mate, era idéntica a
Dócilmente, hojeé aquellos papeluchos que ella la que con tanto acierto describe Tanizaki. Fuhu-
había preparado para que yo los estudiara. Se ki ---encarnaba a la nerfección la belleza nipona_,
---·- '-----------. ·-·--- ··-- ·- -··-- ...... --.t::-····-···------· ·-··---------·--···--- --------------------- ........ - .. -----------"""

trataba de liquidaciones de pago, listados. cg!?:_.l9-.ª~ºJ!1:[)~<:>_~ª-~:JSs=_<::P.s:i2!:l_c!~ __s_~__9:!lllEa. Su ros-


Dos metros más allá, el espectáculo de su tro recordaba el «clavel del antiguo Japón», sím-
rostro continuaba siendo cautivador. Inclinados bolo de la noble doncella de antaño: culminando
sobre aquellas cifras, sus párpados le impedían aquella inmensa silueta, parecía destinado a do-
percatarse de que la estaba observando. Tenía la minar el mundo.
nariz más hermosa del mundo, la nariz japonesa,
esa nariz inimitable, de inconfundibles y delica-
das aletas. No todos los japoneses poseen ese tipo Yumimoto era una de las mayores emp_r_~~-~s
de nariz, pero si alguien la tiene sólo puede ser _ci~l_t_t_!:liY~~~-:-Er;efiü a~;g¡~ -~I- ci~pana- r:·Haneda-
de origen nipón. Si Cleopatra hubiera tenido mento Import-Export, que compraba y vendía
una nariz así, la geografía del planeta se habría todo lo imaginable a través del planeta.
enterado de lo que vale un peine. El catálogo Impon-Expon de Yumimoto era

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la versión titánica de los inventarios de Prévert: tenían ningún elemento especialmente fascinante.
desde ementhal finlandés hasta sosa de Singapur, Pero cuando uno está hambriento, un mendrugo
pasando por fibra óptica canadiense, neumático de pan puede resultar de lo más apetitoso: en el
francés y yute de Togo, nada escapaba a su radio estado de desocupación y de inanición en el que
de influencia. se hallaba mi cerebro, aquella lista me parecía tan
En Yumimoto el dinero superaba lo huma- suculenta como una revista de chismes. De hecho,
namente imaginable. A partir de cierta acumula- eran los únicos papeluchos que entendía.
ción de ceros, los importes abandonaban el do- Para fingir que estaba trabajando en aquellos
minio de las cifras para entrar en el territorio del documentos, decidí aprendérmelos de memoria.
arte abstracto. Me preguntaba si, en el seno de la Contenían un centenar de nombres. La mayoría
empresa, existía algún ser capaz de alegrarse de estaban casados y eran padres o madres de fami-
haber ganado cien millones de yens o de lamen- lia, lo cual dificultaba todavía más mi tarea.
tar la pérdida de una suma equivalente. Estudiaba: mi rostro estaba ora inclinado so-
Al igual quelos ceros, los empleados de Yu- bre aquel material, ora erguido para poder re-
mimoto sólo adquirían algún valor cuando se si- citarlo desde el interior de mi cámara oscura.
tuaban detrás de otras cifras. Todos menos yo, Cuando levantaba la cabeza, mi mirada siempre
que ni siquiera alcanzaba la categoría de cero. se posaba sobre el rostro de Fubuki, sentada fren-
Los días transcurrían y yo seguía sin se.r:vir te a mí.
para nada. Aquello no me molestaba demasiado.
Me parecía qu~ ?e. habían olvidado de_mí, lo cual
no me desagradaba. Sentada ante mi mesa, leía y El señor Saito ya no me pedía que escribiera
releía los documentos que Fubuki había puesto cartas a Adam Johnson ni a nadie. En realidad,
a mi disposición. Su carencia de interés era pro- ya no me pedía nada, salvo que le llevara cafés.
digiosa, a excepción de uno, una relación de to- Nada más normal que, cuando uno empieza
dos los miembros de la compañía Yumimoto: en a trabajar en una compañía nipona, iniciarse en
él figuraban sus nombres, apellidos, fecha y lu- el ochakumi -«la ceremonia del honorable té»-.
gar de nacimiento, nombre del cónyuge eventual y Ya que era el único papel que me asignaban, me
de los hijos con, en cada caso, la fecha de naci- lo tomé con la máxima seriedad.
miento. Rápidamente, aprendí las costumbres de todo
En sí mismas, aquellas informaciones no con- el mundo: para el señor Saito, un café corto a las

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ocho y media en punto. Para el señor Unaji, uno un resorte, ponerse lívido y correr hacia la gua-
con leche con dos terrones de azúcar a las diez. rida del vicepresidente. Los gritos del obeso re-
Para el señor Mizuno, un cubilete de Coca-Cola sonaron detrás de la pared. Aunque no se enten-
cada hora. A las cinco de la tarde, un té inglés con día lo que decía, no parecía tratarse de nada
un poco de leche para el señor Okada. Para Fubu- amable.
ki, un té verde a las nueve, un café corto a las El señor Saito regresó con el rostro descom-
doce, un té verde a las tres y un último café corto puesto. Pensando que pesaba tres veces menos
a las siete -siempre me daba las gracias con una que su agresor, experimenté hacia él un estúpido
educación cautivadora. ataque de ternura. Fue entonces cuando, en tono
furioso, me llamó.
Le seguí hasta su despacho vado. Me habló
Aquella humilde tarea pronto se reveló como con una cólera que le hacía balbucear:
el primer instrumento de mi perdición. -¡Ha indispuesto profundamente a la delega-
Una mañana, el señor Saito nie comunicó ción de la firma amiga! ¡Ha servido usted el café
que el vicepresidente recibía en su despacho la utilizando fórmulas que sugerían que sabía ha-
visita de una importante delegación de una firma blar perfectamente japonés!
am1ga: -Es que no lo hablo tan mal, Saito-san.
-Café para veinte. -¡Cállese! ¿Con qué derecho se atreve a de-
Entré en el despacho del señor Omochi con fenderse? El señor Omochi está muy enojado
mi enorme bandeja y estuve mejor que perfecta: con usted. Ha creado un ambiente irrespirable
serví cada taza con sostenida humildad, salmo- en la reunión de esta mañana: ¿cómo iban a sen-
diando las más refinadas fórmulas de cortesía, tirse cómodos nuestros socios ante una blanca
bajando la mirada e inclinándome. Si existía una que comprendía su idioma? De ahora en adelan-
orden al mérito del ochakumí, debería haberme te, no hablará nunca más japonés.
sido concedida. Le miré con los ojos abiertos como platos:
Unas horas más tarde, la delegación se mar- -¿Perdone?
chó. La voz atronadora del inmenso señor Omo- -Usted ya no sabe japonés. ¿Ha quedado
chi gritó: claro?
-¡Saito-san! -¡Pero si Yumimoto me contrató precisamen-
Vi al señor Saito levantarse como movido por te por mi dominio del japonés!

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-Me da igual. Le ordeno que no entienda ja- un periodo de tiempo tan corto, habría significa-
ponés. do una deshonra, tanto para ellos como para mí.
-Eso es imposible. Nadie puede acatar una Además, no tenía ningún deseo de marchar-
orden semejante. me. Me había costado mucho entrar en aquella
-Siempre existe un modo de obedecer. Eso empresa: había estudiado la lengua tokyota de
es lo que los cerebros occidentales deberían com- los negocios, había tenido que superar varias
prender. pruebas. Es cierto que nunca tuve la ambición
«Ya empezamos», pensé antes de proseguir: de convertirme en gran capitán del comercio
-Quizás el cerebro nipón sea capaz de obli- internacional, pero siempre había experimenta-
garse a sí mismo a olvidar un idioma. El cerebro do el deseo de vivir en este país, por el cual pro-
occidental carece de esos recursos. fesaba un auténtico culto desde los primeros re-
Aquel extravagante argumento pareció con- cuerdos idílicos que conservaba de mi niñez.
vencer al señor Saito. Me quedaría.
-Inténtelo de todos modos. O, por lo me- Así pues, tenía que encontrar la manera de
nos, haga como que lo intenta. He recibido ór- obeceder las órdenes del señor Saito. Sondeé mi
denes al respecto. ¿Me ha comprendido? cerebro a la búsqueda de una capa geológica pro-
El tono era seco y tajante. picia a la amnesia: ¿existía alguna mazmorra en
Cuando regresé a mi despacho, algo debió mi fortaleza neuronal? Por desgracia, el edificio
de notarme Fubuki, ya que me dedicó una mira- presentaba puntos fuertes y puntos débiles, atala-
da dulce y preocupada. Permanecí abatida du- yas y fisuras, boquetes y zanjas, pero ningún rin-
rante un largo rato, preguntándome qué actitud cón donde sepultar un idioma que oía a todas
debía adoptar. horas a mi alrededor.
Lo más lógico hubiera sido presentar mi di- Ya que no lograba olvidarlo, ¿podía por lo
misión. Sin embargo, no podía resignarme a se- menos fingir olvidarlo? Si el lenguaje era un bos-
mejante posibilidad. Para un occidental, la deci- que, ¿acaso era posible esconder tras las hayas
sión no habría tenido nada de deshonroso; para francesas, los tilos ingleses, los robles latinos y ios
un japonés, en cambio, habría significado una au- olivos griegos, la inmensidad de las -y nunca
téntica afrenta. Hada apenas un mes que formaba mejor dicho- criptomerias niponas?
parte de la compañía. No obstante, había firmado Mori, el patronímico de Fubuki, significaba
·un contrato por un año. Marcharme ahora, tras bosque. ¿Quizás fue ésa la razón por la cual,

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en aquel momento, posé sobre ella mi desampa- concebible saltarse, a contracorriente, ni siquiera
rada mirada? Me di cuenta de que continuaba uno solo de los niveles jerárquicos -y más toda-
mirándome con expresión interrogativa. vía saltarse tantos-. Únicamente tenía derecho a
Se levantó y me indicó que la siguiera. En la dirigirme a mi jefe inmediato, que resultaba ser
cocina, me desplomé sobre una silla. la señorita Mori.
-¿Qué le ha dicho? -me preguntó. -Usted es la única que puede ayudarme, Fu-
Le abrí mi corazón. Hablaba con voz com- buki. Sé que no puede hacer gran cosa por mí.
pulsiva, estaba a punto de llorar. No conseguí Pero se lo agradezco. Su simple humanidad me
contener las palabras peligrosas: reconforta enormemente.
-Odio al señor Saito. Es un cabrón y un im- Sonrió.
bécil. Le pregunté cuál era el ideograma de su
Fubuki esbozó una leve sonrisa: nombre. Me enseñó su tarjeta de visita. Observé
-No. Se equivoca. los kanjis y exclamé:
-Por supuesto. Usted, usted es amable, usted -¡Tempestad de nieve! Fubuki significa «tem-
no se da cuenta de la maldad. Pero, para darme pestad de nieve». Es demasiado hermoso llamar-
una orden semejante, hay que ser un auténtico ... se así.
-Cálmese. La orden no era suya. Él se limita- -Nací durante una tempestad de nieve. Mis
ba a transmitir las instrucciones del señor Omo- padres lo consideraron una señal.
chi. No tenía elección. La lista Yumimoto volvió a aparecer en mi
-En ese caso, el señor Omochi es un ... cabeza: «Morí, Fubuki, nacida en Nara el 18 de
-Es alguien muy especial -me interrumpió-. enero de 1961. .. » Era una niña de invierno. De
¿Qué esperaba usted? Es el vicepresidente. Nada repente, imaginé aquella tempestad de nieve ca-
podemos hacer. yendo sobre la sublime ciudad de Nara, sobre las
-Podría hablar con el presidente, el señor innumerables campanas -¿acaso no resultaba ló-
Haneda. ¿Qué clase de persona es? gico que aquella hermosa joven hubiera nacido
-El señor Haneda es un hombre extraordi- el día en el que la belleza del cielo se abatía sobre
nario. Es muy inteligente y muy generoso. La- la belleza de la tierra?
mentablemente, está fuera de discusión que us- Ella me habló de su infancia en la región de
ted pueda exponerle sus quejas. Kansai. Yo le hablé de la mía, que se inició en la
Sabía que tenía razón. Habría resultado in- misma provincia, no lejos de Nara, en el pueblo

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de Shukugawa, cerca del monte Kabuto -la evo- prendió que la amable geisha blanca se hubiera
cación de aquellos lugares mitológicos estuvo a convertido en una persona muda y grosera como
punto de hacerme saltar las lágrimas. una yanqur.
-¡Me hace muy feliz que ambas hayamos Por desgracia, el ochakumi no me ocupaba
sido niñas de Kansai! Allí es donde late el cora- demasiado tiempo. Decidí, sin pedirle permiso a
zón del antiguo Japón. nadie, distribuir el correo.
También era aquél el lugar en el que latía mi Se trataba de arrastrar un enorme carro me-
corazón desde el día en que, a los cinco años, tálico por los numerosos y gigantescos despachos
abandoné las montañas niponas con destino ha- e ir entregando la correspondencia en cada uno
cia el desierto chino. Aquel primer exilio me ha- de ellos. Aquel trabajo me iba como anillo al
bía marcado tanto que me consideraba capaz de dedo. En primer lugar, requería de mi compe-
aceptar lo que fuera con tal de regresar a un país tencia lingüística, ya que la mayoría de las direc-
del cual, desde hacía tanto tiempo, me conside- ciones estaban redactadas con ideogramas -cuan-
raba originaria. do el señor Saito estaba lejos, yo no disimulaba
Cuando volvimos a nuestras respectivas me- mi dominio del japonés-. Además, descubrí que
sas, frente a frente, seguía sin hallar una solución no había memorizado la lista Yumimoto en bal-
a mi problema. Sabía menos que nunca cuál era de: no sólo podía identificar a todos los emplea-
y cuál sería mi sitio en la compañía Yumimoto. dos, sino también aprovechar mi tarea para, de
Pero me producía un enorme sosiego ser la cole- paso, desearles un feliz cumpleaños, a ellos o a
ga de Fubuki Mori. sus espqsas e hijos.
Con una sonrisa y una amable reverencia,
decía: «Aquí tiene su correo, señor Shirani. Feliz
Así pues, tenía que transmitir la sensación de aniversario a su pequeño Yoshiro, que hoy cum-
estar ocupada sin que eso significara entender ni ple tres años.»
una sola palabra de lo que se decía a mi alrede- Lo que, invariablemente, me valía una mira-
dor. En adelante, serví las diferentes tazas de café da de asombro.
y de té sin la más mínima sombra de una fórmu- Aquel trabajo me ocupaba bastante tiempo,
la de cortesía y sin responder a las muestras de ya que me obligaba a circular por toda la compa-
agradecimiento de los cuadros. Éstos no estaban ñía, que se extendía a lo largo de dos plantas.
al corriente de mis nuevas instrucciones y les sor- Junto a mi carro, que me confería una agradable

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metedora. Por si eso fuera poco, volvía a plan-
sensac1on de aplomo, debía utilizar constante-
tearse el problema de mi actividad.
mente el ascensor. Eso me gustaba, ya que, justo
Tuve entonces una idea que, ingenua de mí,
al lado del lugar en el que me situaba mientras
me pareció brillante: en el transcurso de mis idas
esperaba a que llegase, se levantaba un inmenso
y venidas por la empresa había observado que
ventanal. Entonces me dedicaba a jugar a lo que
cada despacho incluía la presencia de numerosos
yo denominaba «lanzarme a la calle». Pegaba la
calendarios, que casi nunca estaban al día, ya
nariz contra el cristal del ventanal y, mentalmen-
fuera porque el pequeño marco rojo y móvil no
te, me dejaba caer. La ciudad estaba muy lejos,
había sido desplazado sobre la fecha correcta, ya
bajo mis pies: antes de estrellarme contra el sue-
fuera porque la página del mes en curso no había
lo, me daba tiempo a ver muchas cosas.
sido vuelta.
Había encontrado mi vocación. Mi espíritu
En esta ocasión, no olvidé pedir permiso:
alcanzaba su plenitud realizando aquel trabajo
-¿Puedo poner al día los calendarios, señor
sencillo, útil, humano y propicio a la contempla-
Saito?
ción. Me hubiera gustado hacer aquello n:>da I.a
Me contestó que sí sin pensar en las conse-
vida.
,·. -·~

cuencias. Consideré que ya tenía un trabajo.


Por la mañana, visitaba todos los despachos
y desplazaba el pequeño marco rojo hasta la fe-
El señor Saito me llamó a su despacho. Me
cha idónea. Te!lÍ9:_Ll)l_ pue~m _d~- tmb?cjQ: era des-
tocó recibir un merecido rapapolvo: había sido
pl;:J,-zadora-volteadora de calendarios.
declarada culpable del grave crimen de iniciativa.
Poco a poco, los miembros de Yumimoto se
Me había atribuido una función sin pedir autori-
dieron cuenta del lío que me traía entre manos.
zación a mis inmediatos superiores. Además, el
Y reaccionaron con creciente hilaridad.
auténtico cartero de la empresa, que acudía a su
Me preguntaban:
lugar de trabajo por la tarde, estaba al borde de
-¿Se encuentra bien? ¿No le cansa demasiado
un ataque de nervios, ya que pensaba que esta-
este agotador ejercicio?
ban a punto de despedirle.
Yo respondía con una sonrisa:
-Robarle el trabajo a alguien es una acción
-Es terrible. Tengo que tomar vitaminas.
despreciable -me dijo, con razón, el señor Saito.
Me gustaba mi trabajo. Tenía el inconve-
Lamenté muchísimo tener que ver interrum-
niente de ocuparme poco tiempo, pero me per-
pida, en tan poco tiempo, una carrera tan pro-
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mitía utilizar el ascensor y, por consiguiente, lan- organice más espectáculos: desconcentra a los
zarme a la calle. Además, mi público se divertía empleados.
conmigo. Me sorprendió la levedad del rapapolvo. El
En lo que a este aspecto de mi trabajo se re- señor Saito continuó:
fiere, el momento culminante coincidió con el -Fotocópieme esto.
paso del mes de febrero al mes de marzo. Aquel Me entregó un enorme legajo de hojas de
día no bastaba con desplazar el pequeño marco formato A4. Había por lo menos mil.
rojo: era necesario dar la vuelta, e incluso arran- Deposité el legajo sobre el cajón de introduc-
car la página de febrero. ción automática de la fotocopiadora, que efectuó
Los empleados de los distintos despachos su trabajo con una rapidez y corrección ejempla-
me recibieron como quien recibe a un deportis- res. Le llevé las copias y el legajo original a mi su-
ta. Con exagerados gestos de samuray, asesiné penar.
los meses de febrero simulando mímicamente Me llamó de nuevo:
una lucha sin cuartel contra la fotografía gigante -Sus fotocopias están ligeramente descentra-
del nevado monte Fuji, que ilustraba aquel pe- das -me dijo mostrándome una de las hojas-.
riodo del calendario Yumimoto. Luego, con ex- Repítalas.
presión agotada, abandoné el campo de batalla Regresé a la fotocopiadora pensando que
con el orgullo sobrio de los guerreros victorio- quizás había situado mallas páginas sobre el ca-
sos, entre los banzais de los entusiastas comenta- jón de introducción automática. Esta vez, las de-
nstas. posité con sumo cuidado: el resultado fue impe-
El rumor de mis proezas llegó a oídos del se- cable. Llevé mi obra al señor Saito.
ñor Saito. Yo esperaba recibir una monumental -Vuelven a estar descentradas -dijo.
reprimenda por mis payasadas. Pero había prepa- -¡No es cierto! -exclamé.
rado mi defensa: -Hablarle así a un superior resulta terrible-
-Usted me autorizó a actualizar los calenda- mente grosero.
rios -empecé diciendo antes incluso de que él -Usted perdone. Pero he procurado que las
pudiera desahogar su cólera. fotocopias salieran perfectas.
Me respondió sin ninguna acritud, con su -Pues no lo están. Mire.
simple y habitual tono de descontento: Me mostró una hoja, que me pareció Irre-
-Es cierto. Puede usted continuar. Pero no prochable.

26 27
-¿Cuál es el defecto? probar que s_~ trataba del reglamento del club de
-Aquí, fíjese: el paralelismo con el borde no golf del que el señor Saito era socio.
es perfecto. Al cabo de un rato, no obstante, me entra-
-¿Le parece que no es perfecto? ron ganas de llorar pensando en los pobres árbo-
-¿Acaso no se lo estoy diciendo? les inocentes que mi superior despilfarraba sólo
Tiró el legajo a la papelera y continuó: para castigarme. Imaginaba los bosques del Ja-
-¿Utiliza el cajón de introducción automá- pón de mi infancia, arces, criptomerias y ginkgos
tica? arrasados con la única finalidad de castigar a un
-Por supuesto. ser tan insignificante como yo. Y recordaba que
-Ahí tiene la explicación. No hay que utili- el apellido de Fubuki significaba bosque.
zarlo. No es lo bastante preciso. Fue entonces cuando apareció el señor Ten-
-Señor Saito, sin utilizar el cajón de intro- shi, que dirigía el departamento de productos
ducción automática, necesitaría horas para ter- lácteos. Tenía el mismo grado que el señor Saito,
minarlas. el cual, a su vez, estaba al frente del departamen-
-¿Y cuál es el problema? -sonrió-. Precisa- to de contabilidad general. Lo miré con sorpresa:
mente, lo que le sobran son horas. un cargo de su importancia como él, ¿acaso no
Entonces comprendí que aquél era el castigo delegaba en alguien la tarea de hacer fotocopias?
por el asunto de los calendarios. Respondió a mi pregunta muda:
Me instalé junto a la fotocopiadora como un -Son las ocho. Soy el único de mi oficina
condenado a galeras. Tenía que levantar cada vez que todavía trabaja. Dígame, ¿por qué no utiliza
la tapa, situar cuidadosamente la página, pulsar el cajón de introducción automática?
la tecla y examinar el resultado. Había llegado Con una humilde sonrisa, le conté que se-
a mi ergástula a las tres de la tarde. A las siete, / guía instrucciones expresas del señor Saito.
todavía no había terminado. Algunos empleados -Me hago cargo -dijo con una voz llena de
se acercaban de vez en cuando: si tenían que ha- sobreentendido.
cer más de diez copias, les rogaba humildemente Pareció reflexionar un momento y luego me
que utilizaran la otra máquina, situada al fondo preguntó:
del pasillo. -Usted es belga, ¿verdad?
Eché una ojeada al contenido de lo que estaba -Sí.
-fotocopiando. Casi me muero de la risa al com- -Qué casualidad. Estoy trabajando en un

28 29
proyecto muy interesante con su país. ¿Aceptaría Fubuki compartió mis quejas con indignada
estudiar unos asuntos para mí? dulzura:
Le miré como se mira a un mesías. Me contó -¡La está torturando!
que una cooperativa belga había desarrollado un La tranquilicé:
nuevo procedimiento para suprimir la materia -No se preocupe. Si eso le divierte ...
grasa de la mantequilla. Regresé a la fotocopiadora, con la que ya
-Creo en la mantequilla ligera -dijo-. Es el empezaba a unirme una estrecha relación, y le
futuro. encomendé el trabajo al cajón de introducción
Me inventé una opinión a bote pronto: automática: estaba segura de que el señor Saito
-¡Siempre lo he pensado! clamaría su veredicto sin mirar siquiera mi traba-
-Venga a verme mañana a mi despacho. jo. Esbocé una sonrisa emocionada al recordar a
Terminé mis fotocopias en estado de trance. Fubuki: «¡Es tan amable! ¡Menos mal que la ten-
Una gran carrera se abría ame mí. Deposité elle- go a ella!»
gajo de hojas A4 sobre la mesa del señor Saito y En el fondo, el nuevo alarde del señor Saito
me marché, triunfante. no podía llegar en mejor momento: el día ante-
rior había pasado más de siete horas efectuando,
una por una, las mil fotocopias. Aquello me pro-
A la mañana siguiente, cuando llegué a la porcionaba una excelente coartada para las horas
compañía Yumimoto, Fubuki me dijo en tono que tenía previsto pasar en el despacho del señor
temeroso: Tenshi. El cajón de introducción automática ter-
-El señor Saito desea que repita las fotoco- minó mi tarea en unos diez minutos. Le llevé el
pias. Dice que están descentradas. legajo y corrí hasta el departamento de produc-
Solté una carcajada y le conté a mi colega el tos lácteos. /
/
jueguecito con el que nuestro jefe parecía entre- El señor Tenshi me entregó las señas de la
tenerse conmigo. cooperativa belga:
-Estoy convencida de que ni siquiera se ha -Necesitaría un informe completo, lo más
tomado la molestia de mirar las fotocopias nue- detallado posible, sobre esa nueva mantequilla li-
vas. Las he hecho una por una, calibrando al mi- gera. Puede utilizar la mesa del señor Saitana:
límetro. No sé cuántas horas tardé en hacerlas, ¡y está en viaje de negocios.
todo por un reglamento de golfl Tenshi significa «ángel»: pensé que el señor

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Tenshi llevaba su apellido a las mil maravillas. No pequeña cooperativa belga. Al otro lado del hilo
sólo me brindaba una oportunidad, sino que, ade- telefónico, el fuerte acento de mi tierra me con-
más, no me daba ninguna instrucción: me dejaba, movió más que nunca. Mi compatriota, halaga-
pues, carta blanca, un hecho que, en Japón, resulta do de estar comunicándose con Japón, demostró
absolutamente excepcional. Y había tomado aque- una competencia intachable. Diez minutos más
lla iniciativa sin consultar con nadie: era un enor- tarde, recibí veinte páginas por fax exponiendo,
me riesgo para él. en francés, el nuevo proceso de aligeramiento de
Yo era consciente de ello. Por eso experimen- la mantequilla, cuyos derechos eran propiedad
té hacia el señor Tenshi una inmediata entrega de la cooperativa.
sin límites -la devoción que todo japonés le debe Redacté el informe del siglo. Empezaba con
a su jefe y que había sido incapaz de mostrar por un estudio de mercado: consumo de mantequilla
el señor Saito y el señor Omochi-. De repen- entre los japoneses, adelantos desde 1950, evolu-
te, el señor Tenshi se había convertido en mi co- ción paralela de los problemas de salud debido a
mandante, en mi capitán de guerra: estaba dis- la excesiva absorción de grasa mantecosa. A con-
puesta a batirme por él hasta el final, como un tinuación, describí los antiguos procesos de ali-
samuray. geramiento de la mantequilla, la nueva técnica
Me impliqué de lleno en la batalla de la belga, sus considerables ventajas, etc. Como te-
mantequilla ligera. La diferencia horaria no me nía que redactarlo todo en inglés, me llevé traba-
permitía telefonear a Bélgica en aquel momento: jo a casa: necesitaba mi diccionario para térmi-
comencé, pues, investigando en algunos centros nos científicos. Pasé la noche en blanco.
de consumo nipones y otras instituciones sanita- A la mañana siguiente, llegué a la empresa
rias para averiguar de qué modo evolucionaban Yumimoto con dos horas de antelación para
los hábitos alimentarios de la población respecto mecanografiar el informe y entregárselo al señor
a la mantequilla y qué influencia tenían dichos Tenshi sin por ello tener que llegar tarde a mi lu-
cambios sobre los niveles nacionales de coleste- gar de trabajo en el despacho del señor Saito.
rol. La conclusión fue que los japoneses consu- Éste no tardó en llamarme:
mían cada vez más mantequilla y que la obesidad -He revisado las fotocopias que ayer por la
y las enfermedades cardiovasculáres no dejaban noche dejó sobre mi mesa. Progresa usted, pero
de ganar terreno en el país del Sol Naciente. todavía no son perfectas. Repítalas.
Cuando me lo permitió la hora, llamé a la Y tiró el legajo a la papelera.

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Incliné la cabeza y cumplí la orden. Me re- -Sepa usted, señor Tenshi, que supone un
sultaba difícil contener la risa. gran honor para mí que desee atribuírselo.
El señor Tenshi vino a reunirse conmigo jun- Nos despedimos sintiendo una alta estima
to a la fotocopiadora. Me felicitó con todo el ca- mutua. Afrontaba el porvenir con confianza. Pron-
lor que le permitía su educación y su respetuosa to se habrían terminado las absurdas vejaciones del
reserva: señor Saito, la fotocopiadora y la prohibición de
-Su informe es excelente y lo ha redactado hablar mi segunda lengua.
usted a una velocidad extraordinaria. ¿Desea que,
en una próxima reunión, haga pública la identi-
dad de su autor? El drama estalló al cabo de unos días. Fui
Era un hombre de una rara generosidad: si se convocada al despacho del señor Omochi: acudí
lo hubiera pedido, habría sido capaz de cometer sin la menor aprensión, ignorando lo que quería
una infracción profesional. de mí.
-Ni se le ocurra, señor Tenshi. Eso podría Cuando penetré en la guarida del vicepresi-
suponer su ruina y también la mía. dente, vi al señor Tenshi sentado en una silla. Se
-Tiene usted razón. No obstante, en el trans- dio la vuelta hacia mí y me sonrió: fue la sonrisa
curso de las próximas reuniones podría sugerirles a más llena de humanidad que había tenido la
los señores Saito y Omochi que usted podría resul- oportunidad de ver en mi vida. Parecía decir:
tarme útil. ¿Cree que el señor Saito se molestaría? «Vamos a vivir una experiencia abominable, pero
-Al contrario. Fíjese en los montones de fo- vamos a vivirla juntos.»
tocopias inútiles que me encarga hacer sólo para Creía saber lo que era una bronca. Lo que
alejarme el mayor tiempo posible de su despa- tuve que vivir me demostró hasta qué punto es-
cho: está claro que desea perderme de vista. Esta- taba equivocada. El señor Tenshi y yo fuimos el
ría encantado de que usted le facilitara las cosas: blanco de toda clase de gritos insensatos. Toda-
no me soporta. vía me pregunto qué era peor, si el fondo o la
-¿Entonces no se sentirá usted ofendida si forma.
me atribuyo la paternidad de su informe? El fondo resultaba increíblemente insultante.
Su actitud me dejaba atónita: no tenía nin- Mi compañero de infortunio y yo tuvimos que es-
guna obligación de mostrarse tan atento con una cuchar cómo nos llamaban de todo: éramos unos
empleadilla como yo. traidores, unos inútiles, unas serpientes, unos mal-

34 35
vados y -el colmo de la injuria- unos individua- compañía. Fui yo quien le suplicó que me encar-
listas. gara el informe. Soy la única responsable.
La forma explicaba numerosos aspectos de la Sólo me dio tiempo a ver la mirada horro-
historia nipona: para que cesaran aquellos odio- rizada de mi compañero de infortunio volvién-
sos gritos, habría sido capaz de lo peor: de inva- dose hacia mí. En sus ojos pude leer: «¡Por lo que
dir Manchuria, de perseguir a miles de chinos, más quiera: cállese!» -demasiado tarde, por des-
de suicidarme en nombre del Emperador, de es- gracia.
trellar mi avión sobre un acorazado americano, El señor Omochi permaneció un instante
quizás incluso de trabajar para dos empresas Yu- boqueabierto antes de acercarse a mí y gritarme
mimoto. en pleno rostro:
Lo más doloroso era ver a mi benefactor hu- -¡Se atreve a defenderse!
millado por culpa mía. El señor Tenshi era un -No, al contrario, me rindo, asumo todas las
hombre inteligente y concienzudo: se había arries- culpas. Es a mí y sólo a mí a quien debe castigar.
gado mucho por mí, con pleno conocimiento de -¡Se atreve a defender a esta serpiente!
causa. Ningún interés personal había guiado su -El señor Tenshi no necesita que nadie le de-
iniciativa: había actuado por simple altruismo. fienda. Las acusaciones son falsas.
Como recompensa a su bondad, le arrastraban Vi cómo mi benefactor cerraba los ojos y
por el fango. comprendí que acababa de pronunciar las pala-
Intentaba imitarle: bajaba la cabeza y enco- bras irreparables.
gía regularmente los hombros. Su rostro expresa- -¿Se atreve a insinuar que mis palabras son
ba sumisión y vergüenza. Yo seguía su ejemplo. falsas? ¡Su grosería supera todo lo imaginable!
Hasta que, dirigiéndose a él, el obeso dijo: -Nunca me atrevería a tanto. Me limito a
-¡Su único objetivo ha sido sabotear la com- opinar que el señor Tenshi les ha contado false-
pañía! dades con el objetivo de preservar mi inocencia.
En mi cabeza, todo ocurrió muy deprisa: Con cara de estar pensando que, llegados a
aquel incidente no debía comprometer la futura aquel punto, nada teníamos que temer, mi com-
ascensión de mi ángel de la guarda. Me lancé pañero de infortunio tomó la palabra. Toda la
bajo el rugiente chorro de los gritos del vicepresi- mortificación del mundo resonaba en su voz:
dente: -Se lo suplico, no se lo tengan en cuenta, no
-El señor Tenshi no ha intentado sabotear la sabe lo que dice, es occidental, es joven, carece

36 37
de experiencia. He cometido una falta indefendi- significa que no puedan sacar algún beneficio de
ble. Mi vergüenza no tiene límites. nuestro error...
-¡En efecto, lo que ha hecho no tiene excusa! El señor Omochi se acercó a mí con unos
-vociferó el obeso. ojos terroríficos que interrumpieron mi frase:
-Aunque la infracción que he cometido sea -Entérese: éste ha sido su primer y último
grave, sin embargo me gustaría subrayar la ca- informe. Está usted en muy mala situación. ¡Sal-
lidad del informe redactado por Amélie-san, y ga de aquí! ¡Fuera de mi vista!
la extraordinaria premura con que lo ha redac- No tuvieron que repetírmelo. En el pasillo,
tado. continué escuchando los gritos de aquella mon-
-¡No estamos hablando de eso! ¡Este trabajo taña de carne y el silencio compungido de la víc-
debía realizarlo el señor Saitama! tima. Hasta que la puerta se abrió y el señor
-Estaba en viaje de negocios. Tenshi se reunió conmigo. Nos dirigimos juntos
-Haber esperado a su regreso. hacia la cocina, aplastados por las injurias que
-Esta nueva mantequilla ligera es, probable- habíamos tenido que soportar.
mente, ansiada por muchos otros, además de por -Perdóneme por haberla mezclado en esta
nosotros. Esperar a que el señor Saitama regresa- historia -me dijo finalmente.
ra de su viaje y redactara el informe habría podi- -¡Por favor, señor Tenshi, no se excuse usted!
do suponer que se nos adelantaran. Le estaré eternamente agradecida. Es usted el
-¿No estará poniendo en duda la calidad del único que me ha dado una oportunidad. Ha
trabajo del señor Saitama, por casualidad? sido muy valiente y generoso por su parte. Ya ha-
-En absoluto. Pero el señor Saitama no ha- bía tenido ocasión de comprobarlo, pero me lo
bla francés y no conoce Bélgica. Habría tenido ha confirmado todavía más tras ver la que acaba
muchas más dificultades que Amélie-san. de caerle encima. Los ha subestimado usted: no
-Cállese. Su odioso pragmatismo es digno debería haberles dicho que el informe era mío.
de un occidental. Me miró con asombro:
Me parecía un poco fuerte que aquellas pala- -Yo no se lo he dicho. Recuerde nuestra con-
bras se pronunciaran ante mis propias narices y versación: esperaba comentárselo en privado al
sin el más mínimo recato. señor Haneda, con discreción: era mi única opor-
-Perdone usted mi indignidad occidental. He- tunidad de conseguir algo. Diciéndoselo al señor
mos cometido una falta, de acuerdo. Pero eso no Omochi, sólo podíamos precipitar la catástrofe.

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-¿Entonces quién se lo contó al vicepresi- -Oh, no. No lo ha hecho para perjudicarme
dente? ¿El señor Saito? ¡Menudo cabrón imbécil: a mí. Al fin y al cabo, esta historia le perjudica
podría haberme quitado de en medio haciéndo- más a usted que a mí. Yo no he perdido nada.
me feliz, pero no, ha tenido que ... ! Usted, en cambio, pierde posibilidades de ascen-
-No hable tan mal del señor Saito. Es mejor so por mucho, mucho tiempo.
de lo que usted cree. Y no ha sido él quien nos -¡No comprendo lo que me está diciendo!
ha denunciado. He visto la nota que había enci- Ella siempre me ha dado muestras de amistad.
ma de la mesa del señor Omochi, he visto quién -Sí. Mientras su tarea consistía en actualizar
la ha escrito. calendarios y fotocopiar el reglamento de un
-¿El señor Saitama? club de golf.
-No. ¿De verdad quiere que se lo diga? -¡Pero era imposible que yo ocupara su sitio!
-¡Por supuesto! -En efecto. Ese aspecto no le preocupaba lo
Suspiró: más mínimo.
-La nota iba firmada por la señorita Mori. -¿Y,, entonces, por qué me ha denunciado?
Fue como si me golpearan la cabeza con una ¿Qué daño podía hacerle trabajando para usted?
maza: -Durante años, la señorita Mori ha tenido
-¿Fubuki? Imposible. que sufrir mucho hasta conseguir el cargo que
Mi compañero de infortunio guardó silencio. ocupa actualmente. No hay duda de que debió
-¡No me lo creo! -continué-. Seguro que ese parecerle inadmisible que usted gozara de un as-
traidor de Saito le ordenó escribir la nota, ¡ni si- censo semejante llevando apenas diez semanas en
quiera tiene agallas para denunciarme él, delega la compañía Yumimoto.
en otros sus chivatazos! -No me lo puedo creer. Sería demasiado mi-
-Se equivoca usted respecto al señor Saito: serable por su parte.
está entre la espada y la pared, acomplejado, es un -Lo único que puedo decirle es que es cierto
poco obtuso, pero no es mala persona. Nunca nos que sufrió mucho durante sus primeros años aquí.
habría entregado a la cólera del vicepresidente. -¡Y por eso quiere que yo pase por lo mismo!
-¡Fubuki sería incapaz de hacer algo así! Es demasiado lamentable. Tengo que hablar con ella.
El señor Tenshi se limitó a suspirar de nuevo. -¿Está usted segura?
-¿Por qué haría una cosa semejante? -conti- -Totalmente. ¿Cómo quiere que las cosas se
nué-. ¿Acaso le odia a usted? arreglen sin hablar?

40 41
-Hace un rato, ha hablado usted con el señor -Ya. ¿Cree usted que nuestras relaciones van
Omochi, que nos ha sometido a una avalancha de a continuar siendo buenas después de su actitud?
insultos. ¿Le parece que eso ha resuelto algo? -Si me pide perdón, no le guardaré rencor.
-Lo que es seguro es que si no se habla no -Veo que no le falta humor, Fubuki.
existe ninguna posibilidad de resolver el pro- -Es increíble. Se comporta como si usted
blema. fuera la ofendida cuando acaba de cometer una
-Lo que me parece más probable es que, si falta grave.
se habla, se corre el riesgo de empeorar todavía Cometí el error de responder con una réplica
más la situación. eficaz:
-Tranquilícese, no le mezclaré en este asun- -Es curioso. Creía que los japoneses eran di-
to. Pero tengo que hablar con Fubuki. Necesito ferentes a los chinos.
sacar la rabia que llevo dentro. Me miró sin comprender. Continué:
-Sí. La delación no tuvo que esperar al co-
munismo para convertirse en un valor chino. Y,
La señorita Morí acogió mi proposici&n con todavía hoy, los chinos de Singapur, por ejem-
un aire de sorprendida cortesía. Me siguió. La plo, animan a sus hijos a denunciar a sus peque-
sala de reuniones estaba vacía. Tomamos asiento. ños camaradas. Creía que los japoneses tenían
Empecé con una voz suave y serena: sentido del honor.
-Creía que éramos amigas. No lo comprendo. La había ofendido, sin duda, y eso constituía
-¿Qué es lo que no comprende? un error de estrategia.
-¿Acaso niega que me ha denunciado? Sonrió:
-No tengo nada que negar. Me he limitado a -¿Cree usted que está en posición de darme
aplicar el reglamento. lecciones morales?
-¿Para usted el reglamento es más importan- -¿En su opinión, Fubuki, por qué cree que
te que la amistad? deseaba hablar con usted?
-Amistad quizás sea una palabra excesiva. Yo -Por inconsciencia.
hablaría más bien de «buena relación entre co- -¿No se le ha ocurrido pensar que se trataba
legas». de un intento de reconciliación?
Pronunciaba aquellas horribles frases con -De acuerdo. Pídame perdón y estaremos en
una calma ingenua y afable. paz.

42 43
Suspiré: Soltó una carcajada elegante:
-Es usted inteligente y lista. ¿Por qué finge -Yo no me siento decepcionada. No sentía
no comprenderme? ninguna estima por usted.
-No sea pretenciosa. Se siente usted acorra-
lada con mucha facilidad.
-Peor para mí. En ese caso, comprenderá us- A la mañana siguiente, al llegar a la compa-
ted mi indignación. ñía Yumimoto, la señorita Mori me comunicó
-La comprendo y la desapruebo. Soy yo la mi nuevo destino:
que tenía motivos para estar indignada por culpa -No cambiará de departamento, trabajará
de su actitud. Usted ha intrigado para conseguir aquí mismo, en contabilidad.
un ascenso al que no tenía ningún derecho. Sentí deseos de echarme a reír:
-De acuerdo. No tenía ningún derecho. Con- -¿Contable yo? ¿Y por qué no trapecista?
cretamente, ¿qué puede eso importarle? Mi suer- -Contable quizás sea una palabra excesiva.
te no le perjudicaba en lo más mínimo. N_o la veo capaz de ser contable -dijo con una
-Tengo veintinueve años, usted veintidós. sonrisa piados;~- -- --
Ocupo mi cargo desde el año pasado. He lucha- Me mostró un enorme cajón dentro del cual
do durante mucho tiempo para conseguirlo. ¿Y se amontonaban las facturas de las últimas sema-
usted creía que iba a lograr un cargo similar en nas. Luego me señaló un armario en el que se
tan sólo unas semanas? ordenaban enormes clasificadores, cada uno de
-¡Conque era eso! Necesita que sufra. No so- los cuales llevaba marcadas las siglas de uno
porta la suerte ajena. ¡Es necia! de los once departamentos de Yumimoto.
Soltó una risita de desprecio: -Su trabajo no puede ser más sencillo y, por
-¿Y agravar su caso como lo está haciendo le lo tanto, está totalmente al alcance de sus posibi-
parece una prueba de madurez? Soy su superiora. lidades -me dijo con expresión pedagógica-. Pri-
¿Cree usted que tiene derecho a hablarme en este mero deberá clasificar las facturas por orden de
tono grosero? fecha. Luego, determinará a qué departamento
-Es usted mi superiora, sí. No tengo ningún corresponden. Tomemos ésta, por ejemplo: once
derecho, lo sé. Pero quería que supiera hasta qué millones para ementhal finlandés, vaya, que ca-
punto me siento decepcionada. La tenía a usted sualidad más divertida, corresponde al departa-
en muy alta estima. mento de productos lácteos. Coge usted el libro

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mayor y vuelve a copiar, en cada columna, la fe- dad facturadora. No existían tantas diferencias
.cha, el nombre de la empresa y el importe. Una entre el trabajo de monje amanuense, en la Edad
vez consignadas y clasificadas, archiva las facturas Media, y el mío: pasaba días enteros copiando le-
en este cajón. tras y cifras. Mi cerebro no había estado tan
Había que admitir que aquello no era difícil. poco solicitado en toda su vida, y descubría una
Manifesté mi sorpresa: extraordinaria tranquilidad. Aquello era el zen de
-¿No está informatizado? los libros de cuentas. Me sorprendía pensando
-Sí: a finales de mes, el señor Unaji introdu- que no habría tenido ningún inconveniente en
ce todas las facturas en el ordenador. Bastará con dedicar cuarenta años de mi existencia a aquel
que copie los datos que usted le entregue: eso le voluptuoso embrutecimiento.
ocupará muy poco tiempo. Y pensar que había sido lo bastante estúpida
Los primeros días, a veces tenía dudas res- para hacer estudios superiores. En cambio, nada
pecto a qué clasificador de facturas elegir. Con- menos intelectual que mi cerebro alcanzando su
sultaba mis dudas con Fubuki, que me respondía plenitud entre la estupidez repetitiva. Ahora lo
con irritada educación: sabía: vivía bajo la advocación de las órdenes
-Reming ltd ¿a qué se dedica? contemplativas. Anotar cifras contemplando la
-Metales no ferrosos. Sección MM. belleza, aquello era la felicidad.
-¿Y Gunzer GMBH? Fubuki tenía razón: me había equivocado al
-Productos químicos. Sección CP. seguir el camino del señor Tenshi. Había redac-
Rápidamente, me aprendí al dedillo todas las tado aquel informe para nada. Mi espíritu no
empresas y sus correspondientes secciones. La pertenecía a la raza de los conquistadores, sino a
tarea me parecía cada vez más fácil. Era de un la especie de las vacas que pacen en las praderas
aburrimiento absoluto, lo que no me resultaba de las facturas esperando la llegada del tren de
desagradable, ya que me permitía ocupar mis gracia. ¡Qué hermoso era vivir sin orgullo y sin
pensamientos en otras cosas. De este modo, con- inteligencia! Hibernaba.
signando facturas, a menudo podía levantar la ca-
beza para entregarme a un momento de ensoña-
ción admirando el hermoso rostro de mi delatora. A final de mes, el señor Unaji llegó para in-
Las semanas transcurrían y yo estaba cada formatizar mi trabajo. Necesitó dos días para
·vez más tranquila. Yo lo denominaba la sereni- volver a copiar mis columnas de cifras y letras.

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Me sentía ridículamente orgullosa de haberme Los gritos de hilaridad se redoblaron.
convertido en un eficaz engranaje de la cadena. -¿No se ha fijado que GMBH siempre viene
El azar -¿o acaso fue el destino?- quiso que precedido de uno o varios nombres? -continuó
dejara para el final el libro CP. Como ya había Fubuki.
ocurrido con los diez libros de cuentas anterio- -Sí. Supongo que se trata de sus diversas fi-
res, empezó a aporrear su teclado sin rechistar. liales. Me pareció mejor no cargar el clasificador
Unos minutos más tarde, le oí exclamar: de facturas con esos detalles.
-¡No me lo puedo creer! ¡No me lo puedo Incluso el señor Saito, habitualmente conteni-
creer! do, daba rienda suelta a su creciente hilaridad. Fu-
Daba la vuelta a las hojas con un frenesí cada buki, mientras tanto, seguía sin reírse. Su rostro
vez mayor. Luego le entró un ataque de risa que, expresaba la más terrible de las cóleras contenidas.
lentamente, se transformó en una sucesión de Si hubiera podido abofetearme, lo habría hecho.
entrecortados chillidos. Los cuarenta miembros Con una voz cortante como un sable, me lanzó:
de la gigantesca oficina lo miraban con estupor. -¡Idiota! Sepa usted que GMBH es el equi-
Yo me sentía fatal. valente alemán del inglés ltd, del francés S.A.
Fubuki se levantó y corrió hacia él. Él, gri- ¡Las empresas que, con tanta brillantez, usted ha
tando de risa, le mostró numerosos pasajes del li- fusionado bajo la denominación de GMBH no
bro. Ella se dio la vuelta hacia mí. No compartía tienen nada que ver unas con otras! ¡Es como si
la patológica hilaridad de su colega. Pálida, me se le hubiera ocurrido limitarse a escribir ltd para
llamó. denominar a todas las empresas americanas, in-
-¿Qué significa esto? -me preguntó mos- glesas y australianas con las que mantenemos re-
trándome una de las líneas incriminadas. laciones! ¿Cuánto tiempo necesitará para corregir
Leí: sus errores?
-Pues una factura de la GMBH de fecha ... Elegí la defensa más estúpida:
-¿GMBH? ¿GMBH? -se enfureció. -¡Qué ocurrencia por parte de los alemanes,
Los cuarenta miembros de la sección de con- elegir tantas siglas para algo tan simple como
tabilidad rompieron a reír. Yo no entendía nada. una S.A.!
-¿Podría usted explicarme qué significa -¡Eso es! ¿Que usted sea estúpida también es
GMBH? -preguntó mi superiora cruzándose de culpa de los alemanes?
brazos. -Cálmese, Fubuki, yo no podía saberlo ...

48 49
-¿No podía? ¿Su país tiene una frontera con El señor Unaji le enseñó por un lado la fac-
Alemania y no puede usted saber lo que noso- tura y por el otro el libro de cuentas.
tros, que vivimos en el otro extremo del planeta, Se tapó la cara con las manos. Tuve ganas de
sabemos? vomitar pensando en la que se me venía encima.
Estuve a punto de soltar una atrocidad que, Fueron pasando las páginas y cotejando dife-
gracias a Dios, me guardé para mí: «¡Bélgica qui- rentes facturas. Fubuki acabó agarrándome por
zás tenga una frontera con Alemania, pero, du- el brazo: sin decir palabra, me enseñó el importe
rante la última guerra, Japón tuvo algo más que que mi inimitable escritura había copiado.
una frontera en común con Alemania!» -En cuanto hay más de cuatro ceros segui-
Me limité a bajar la cabeza, derrotada. dos, ¡es usted incapaz de copiar correctamente!
-¡No se quede ahí parada! ¡Vaya a buscar ¡Añade o quita por lo menos un cero cada vez!
las facturas que, por culpa de sus luces, ha clasifi- -Pues ahora que lo dice ...
cado en el apartado de química durante un mes! -¿Se da usted cuenta de lo que esto significa?
Cuando abrí el cajón, casi sentí deseos de ¿Cuántas semanas vamos a necesitar ahora para
reír al comprobar que, debido a mi forma de ar- detectar sus errores y corregirlos?
chivar, los clasificadores de productos químicos -Con tantos ceros, no resulta fácil...
habían alcanzado proporciones desorbitadas. -¡Cállese!
El señor Unaji, la señorita Morí y yo nos pu- Agarrándome por el brazo, me arrastró hacia
simos manos a la obra. Necesitamos tres días fuera. Entramos en un despacho vacío y cerró la
para poner en orden los once clasificadores. No puerta.
atravesaba por mi mejor momento cuando esta- -¿N o le da vergüenza?
lló un acontecimiento todavía más grave. -Lo siento -dije lastimeramente.
El primer síntoma lo constituyó un temblor -¡No, no lo siente! ¿Cree que me chupo el
en los enormes hombros del valeroso Unaji: dedo? ¡Ha cometido usted todos estos errores in-
aquello significaba que iba a empezar a reírse. La calificables sólo para vengarse de mí!
vibración se contagió a su pecho y, a continua- -¡Le juro que no!
ción, a su garganta. La risa surgió finalmente y -Ya lo veo. Está usted resentida conmigo por
me puso la carne de gallina. haberla denunciado al vicepresidente por el asun-
Fubuki, ya pálida de rabia, preguntó: to de los productos lácteos y ha decidido dejarme
-¿Qué ha hecho esta vez? en ridículo ante todo el mundo.

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-Yo soy la que queda en ridículo, no usted. ra, o es usted una retrasada: no existe una tercera
-Yo soy su superiora directa y todo el mun- posibilidad.
do sabe que yo le asigné este puesto. Soy yo, -Sí, hay otra: yo. Existe gente normal que se
pues, quien es responsable de sus actos. Y usted muestra incapaz de copiar columnas de cifras.
lo sabe. Se comporta de un modo tan rastrero -En Japón ese tipo de persona no existe.
como los demás occidentales: antepone su vani- -¿Y quién se atrevería a poner en duda la
dad personal a los intereses de la empresa. Para superioridad japonesa? -dije adoptando un aire
vengarse de mi actitud con usted, no ha dudado compungido.
en sabotear la contabilidad de Yumimoto, ¡sa- -Si pertenece usted a la categoría de los dis-
biendo perfectamente que sus errores recaerían minuidos psíquicos, habérmelo dicho en lugar
sobre mí! de permitir que le confiara esta tarea.
-¡No lo sabía y no cometí esos errores adre- -Ignoraba que perteneciera a esa categoría.
de! En mi vida había copiado columnas de cifras.
-¡Venga! Ya sé que no es usted demasiado in- -De todos modos, se trata de una curiosa de-
teligente. No obstante, ¡nadie podría ser tan es- ficiencia. Transcribir estas cantidades no requiere
túpido como para cometer semejantes errores! de ninguna inteligencia.
-Sí: yo. -Precisamente: creo que ése es el problema
-¡Basta! Sé que está usted mintiendo. de las personas de mi especie. Si nuestra inteli-
-Fubuki, le doy mi palabra de honor de que gencia no interviene, nuestro cerebro se duerme.
no he copiado mal adrede. De ahí mis errores.
-¿Palabra de honor? ¿Qué sabe usted de ho- El rostro de Fubuki abandonó finalmente su
nor? expresión de combate para adoptar una divertida
Rió con desprecio. sorpresa:
-Sepa que en occidente el honor también -¿Su inteligencia necesita ser estimulada? ¡Me-
existe. nuda excentricidad!
-¡Ah! ¿Y le parece honorable admitir sin re- -De lo más vulgar.
cato alguno que es usted la última de las imbé- -Bueno. Ya se me ocurrirá algún trabajo
ciles? que requiera inteligencia -repitió mi superiora,
-No creo que sea tan estúpida. que parecía divertirse con aquella manera de ha-
-Eso habría que verlo; o es usted una traído- blar.

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-Mientras tanto, ¿puedo marcharme a ayu- comprobante. No olvide que los valores de coti-
dar al señor Unaji a corregir mis faltas? zación cambian a diario.
-¡Ni hablar! ¡Ya ha provocado bastantes de- Comenzó entonces una de las peores pesa-
sastres! dillas de mi vida. Desde el momento en que
aquella nueva tarea me fue atribuida, la noción
de tiempo desapareció de mi existencia para
Ignoro cuánto tiempo necesitó mi infeliz co- dejar su sitio a la eternidad del suplicio. Nun-
lega para restablecer el orden en los archivadores ca, nunca jamás, me encontré con un resultado
desfigurados por mi culpa. Pero la señorita Mori ya no digo idéntico, sino simplemente compa-
necesitó dos días para encontrar una ocupación a rable al que debía comprobar. Por ejemplo, si
mi medida. el empleado había calculado que Yumimoto le
Una enorme carpeta clasificadora me aguar- debía 93.327 yens, a mí me salían 15.211 o
daba sobre la mesa. 172.045 yens. Y pronto quedó claro que los erro-
-Comprobará usted las notas de gastos de res eran cosa mía.
viaje -me dijo. Al final de la primera jornada, le dije a Fu-
-¿Más contabilidad? Ya le avisé de mis limi- buki:
taciones. -No me veo capaz de cumplir con esta mi-
-Esto no tiene nada que ver. Este trabajo re- sión.
querirá de su inteligencia -precisó con una son- -Y, no obstante, se trata de un trabajo que
risa burlona. requiere de su inteligencia -replicó implacable.
Abrió la carpeta. -No consigo hacerlo -confesé apesadumbra-
-Aquí tiene, por ejemplo, el expediente que damente.
el señor Shiranai ha elaborado para que le reem- -Ya se acostumbrará.
bolsen sus gastos con motivo de un viaje a Düs- No me acostumbré. Se demostró que era in-
seldorf. Debe usted revisar todos los cálculos y capaz en última instancia, y a pesar de mis enco-
contrastarlos hasta obtener exactamente el mis- nados esfuerzos, de efectuar operaciones.
mo resultado que él. Con este fin, y debido a Mi superiora se hizo cargo del clasificador
que la mayoría de facturas fueron liquidadas en para demostrarme hasta qué punto era fácil. Co-
marcos, deberá calcular sobre la base actual el gió un expediente y se puso a teclear, a una velo-
curso del marco en las fechas indicadas en el cidad fulgurante, la calculadora, cuyo teclado ni

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siquiera tenía necesidad de mirar. En menos de nar las teclas durante más de cinco minutos, mi
cuatro minutos, concluyó: mano se encontraba de pronto tan enviscada
-Obtengo la misma suma que el señor Saita- como si acabara de hundirla en una espesa y pe-
ma, clavada. gajosa masa de puré de patatas. Cuatro de mis
Y estampó su sello sobre el expediente. dedos permanecían irremediablemente inmovili-
Subyugada por aquella nueva injusticia de la zados; sólo el índice conseguía emerger hasta al-
naturaleza, regresé a mi trabajo. Así, doce horas canzar las teclas, con una lentitud y una torpeza
no me bastaban para cerrar lo que Fubuki hacía incomprensibles para quien no supiera de la exis-
en tres minutos y cincuenta segundos. tencia de las patatas invisibles.
No sé cuántos días habían transcurrido cuan- Y como, además, aquel fenómeno se veía
do ella se dio cuenta de que todavía no había agravado por la rara estupidez que me producían
completado ningún expediente. las cifras, el espectáculo que ofrecía ante la cal-
-¡Ni uno solo! -exclamó. culadora resultaba francamente descorazonador.
-Efectivamente -dije esperando mi castigo. Empezaba observando cada nuevo número con
Para mi desgracia, se limitó a señalar el ca- la misma sorpresa que debió de sentir Robinson
lendario: al encontrar a un indígena en aquel desconocido
-No olvide que la carpeta debe estar lista a territorio; a continuación, mi mano entumecida
final de mes. intentaba reproducirlo sobre el teclado. Para
Pasaron algunos días. Mi vida era un infier- ello, mi cabeza multiplicaba sus idas y venidas
no: trombas de números con comas y decimales entre el papel y la pantalla con el fin de asegu-
se abalanzaban incesantemente sobre mí. Se mu- rarse de no haber perdido ni una coma o un
taban en mi cerebro formando un magma opaco cero por el camino, y lo más extraño es que to-
y no podía diferenciarlos unos de otros. Un ocu- das aquellas operaciones de minuciosa compro-
lista certificó que mi vista no tenía nada que ver bación no impidieron que se me escaparan erro-
en el asunto. res garrafales.
Las cifras, cuya tranquila y pitagoriana belle- Un día, mientras aporreaba despiadadamen-
za yo siempre había admirado, se convirtieron en te la máquina, levanté la vista y vi a mi superiora
mis enemigas. La calculadora también me quería observándome con consternación.
mal. A mis numerosas limitaciones psicomotri- -¿Cuál es su problema? -me preguntó.
ces había que añadir otra: cuando debía presio- Para tranquilizarla, la hice partícipe de mi sín-

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drome de puré de patatas, que paralizaba mi -Concéntrese en su trabajo.
mano. Creí que aquella historia despertaría su El día 28 le comuniqué mi decisión de no
simpatía hacia mi persona. regresar a casa por la noche:
El único resultado de mi confidencia fue la -¿Su cerebro funciona mejor en la oscuri-
siguiente conclusión, que pude leer en la sober- dad?
bia mirada de Fubuki: «Ahora lo comprendo: es -Esperemos que así sea. Quizás esta nueva
usted una auténtica retrasada. ¡Todo se explica!» tensión consiga que se vuelva finalmente opera-
nvo.
La autorización fue concedida sin dificultad.
El fin de mes se acercaba y la carpeta seguía No era raro que algunos empleados se quedaran
estando llena. toda la noche en sus despachos si había plazos
-¿Está usted segura de que no lo hace adre- que cumplir.
de? -¿Cree que una noche será suficiente?
-Absolutamente segura. -Seguro que no. No pienso regresar a casa
-¿Hay mucha gente ... como usted en su antes del 31.
país? Le mostré mi mochila:
Era la primera belga que conocía. Un sobre- -He traído lo necesario.
salto de orgullo nacional me llevó a decir la ver-
dad:
-Ningún belga se parece a mí. Al quedarme sola en la compañía Yumimo-
-Eso me tranquiliza. to, me invadió cierta embriaguez. Pero aquella
Rompí a reír. sensación enseguida desapareció cuando com-
-¿Le parece gracioso? probé que, de noche, mi cerebro tampoco mejo-
-¿Nunca le han dicho, Fubuki, que resulta raba. Trabajé sin tregua: aquel encarnizamiento
degradante maltratar a los retrasados mentales? no daba ningún resultado.
-Sí. Pero no me habían avisado de que podía A las cuatro de la madrugada, fui a asearme
tener uno a mis órdenes. al lavabo y a cambiarme de ropa. Me tomé un té
Me reí todavía más. cargado y regresé a mi puesto.
-Sigo sin saber qué le parece tan gracioso. Los primeros empleados llegaron a las siete.
-Forma parte de mi enfermedad psicomotriz. Fubuki llegó una hora más tarde. Lanzó un breve

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vistazo al cajón de expedientes de gastos com- vez. Quisiera dejar constancia, además, del si-
probados y vio que permanecía vado. Ladeó la guiente prodigio: mil veces me equivoqué, lo que
cabeza. hubiera resultado tan consternador como una
Las noches en blanco se sucedían. La situa- música repetitiva si mis mil errores no hubieran
ción continuaba invariable. En mi cabeza, las sido siempre diferentes; por cada operación ob-
cosas seguían igual de confusas. No obstante, es- tuve mil resultados distintos. Tenía talento.
taba muy lejos de sentirme desesperada. Experi- Era habitual que, entre suma y suma, levan-
mentaba un optimismo incomprensible que me tara la cabeza para observar a la culpable de mi
convertía en audaz. Así, sin interrumpir mis cál- condena a galeras. Su belleza me dejaba pasmada.
culos, mantenía con mi superiora conversaciones Mi única queja la constituía su aseado peinado,
totalmente fuera de lugar: que inmovilizaba sus cabellos en una media mele-
-Su nombre contiene la idea de nieve. La na de curva imperturbable, cuya rigidez significa-
versión japonesa de mi nombre, en cambio, con- ba: «Soy una executive woman.» Entonces me en-
tiene la idea de lluvia. Me parece un hecho sinto- tregaba a un delicioso ejercicio: la despeinaba
mático. Entre usted y yo existe la misma diferen- mentalmente. Liberaba aquella cabellera de ex-
cia que entre la nieve y la lluvia. Lo que no quita plosiva negrura. Mis dedos inmateriales le confe-
que estemos compuestas por la misma materia. rían un admirable desaliño. A veces, me desman-
-¿De verdad cree que existe algún punto de daba, y le dejaba el pelo en tal estado que parecía
comparación entre usted y yo? haber pasado una alocada noche de amor. Aque-
Me reía. En realidad, a causa de la falta de lla salvajada la convirtió en sublime.
sueño me reía por cualquier tontería. A veces era Una vez Fubuki me sorprendió en mi oficio
víctima de repentinos ataques de cansancio y de de peluquera imaginaria.
desánimo, pero no tardaba en recaer en mi esta- -¿Por qué me mira usted así?
do de hilaridad. -Estaba pensando que, en japonés, «cabe-
Mi tonel de las Danaides no cesaba de lle- llos» y «dios» se dice igual.
narse de cifras que mi cerebro sin fondo dejaba -Y también «papel», no lo olvide. Vuelva a
caer. Me convertí en el Sísifo de la contabilidad sus papeles.
y, al igual que aquel héroe mítico, no caía jamás Mi niebla mental empeoraba a cada hora.
en la desesperación, inexorablemente reanudaba Cada vez era menos consciente de lo que tenía o
las operaciones por enésima vez, por milésima no tenía que decir. Mientras intentaba averiguar
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el cambio de la corona sueca del 20/2/1990, mi blanco seguida en la gigantesca oficina. Tecleaba
boca tomó la iniciativa de hablar: la calculadora y anotaba resultados cada vez más
-¿Cuando era pequeña, qué quería ser de incongruentes.
mayor? Entonces ocurrió algo fabuloso: mi mente
-Campeona de tiro al arco. pasó al otro lado.
-¡Le viene como anillo al dedo! De repente, ya no me sentí amarrada. Me le-
Como no me devolvía la pregunta, continué: vanté. Era libre. Nunca me había sentido tan li-
-Yo, cuando era pequeña, quería ser Dios. El bre. Caminé hasta el ventanal. La ciudad ilumi-
dios de los cristianos, con D mayúscula. Hacia nada estaba muy lejos, a mis pies. Dominaba el
los cinco años, comprendí que mi ambición era mundo. Era Dios. Defenestraba mi cuerpo para
irrealizable. Así que rebajé un poco mis preten- estar en paz conmigo misma.
siones y decidí convertirme en Cristo. Imaginaba Apagué los fluorescentes. Las lejanas luces de
mi muerte sobre la cruz, ante toda la humani- la ciudad bastaban para ver. Fui a la cocina a
dad. A los -siete años, tomé conciencia de que buscar una Coca-Cola, que me bebí de un trago.
aquello no ocurriría. Decidí, más modestamente, De regreso al departamento de contabilidad, me
convertirme en mártir. Durante años mantuve desaté los zapatos y los mandé a paseo. Salté so-
aquella decisión. Pero tampoco funcionó. bre una mesa, luego de mesa en mesa, pegando
-¿Y después? gritos de alegría.
-Ya lo sabe: me hice contable en la empresa Me sentía tan ligera que la ropa me estorba-
Yumimoto. Y creo que no podía caer más bajo. ba. Me fui quitando las prendas una a una y las
-¿De verdad lo cree? -preguntó con una ex- dispersé a mi alrededor. Una vez desnuda, hice el
traña sonrisa. pino -yo, que en mi vida había sido capaz de ha-
cerlo-. Andando sobre las manos, recorrí los des-
pachos contiguos. Luego, tras una perfecta volte-
Llegó la noche del 30 al 31. Fubuki fue la reta, salté y me encontré sentada en el sitio de mi
última en marcharse. Me preguntaba por qué no supenora.
me había despedido: ¿acaso no estaba claro que Fubuki, soy Dios. Aunque tú no creas en mí,
nunca conseguiría completar ni siquiera la milé- soy Dios. Tú mandas, pero eso no significa nada.
sima parte de mi trabajo? Yo reino. El poder no me interesa. Reinar es mu-
Volvía a estar sola. Era mi tercera noche en cho más hermoso. No puedes imaginarte la sen-

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sacron de gloria que experimento en estos mo- bebé produce consternación. Un pobre tipo
mentos. Qué hermosa es la gloria. Es una trom- que se convierte en Dios es otra cosa. Me abra-
peta tocada por ángeles en mi honor. Nunca zo al ordenador de Fubuki y lo cubro de be-
me he sentido tan en la gloria como esta noche. sos. Yo también soy una pobre crucificada. Lo
Y todo gracias a ti. ¡Si supieras que estás traba- que me gusta de la crucifixión es que significa
jando para gloria mía! el final. Por fin dejaré de sufrir. Me han marti-
Poncio Pilatos tampoco sabía que obraba lleado el cuerpo con tantos números que ya no
para el triunfo de Cristo. Existió el Cristo en los queda sitio ni para el más pequeño decimal. Me
olivos y yo soy el Cristo en los ordenadores. En cortarán la cabeza con un sable y no sentiré
la oscuridad que me rodea se levanta el bosque nada.
de ordenadores en todo su esplendor. Es una gran cosa saber cuándo se va a morir.
Miro tu ordenador, Fubuki. Es grande y ma- Uno puede organizarse y convertir su último día
jestuoso. Las tinieblas le confieren el aspecto de en una obra de arte. Por la mañana, mis verdu-
una estatua de la isla de Pascua. Es más de me- gos vendrán por mí y yo les diré: «¡He pecado!
dianoche: hoy es viernes, mi Viernes Santo, día Matadme. Cumplid mi última voluntad: que sea
de Venus en francés, día del oro en japonés, y no Fubuki la que me dé muerte. Que ella me des-
se me ocurre qué coherencia podría existir entre tornille el cráneo como a un pimentero. Mi san-
este sufrimiento judeocristiano, esta voluptuosi- gre se derramará y resultará ser pimienta negra.
dad latina y la adoración nipona por el incorrup- Tomad y comed, porque ésta es mi pimienta de-
tible metal. rramada por vosotros y por todos los hombres, la
Desde que abandoné el mundo secular para pimienta de la alianza nueva y eterna. Estornu-
entrar en las órdenes, el tiempo ha perdido toda dad en conmemoración mía.»
consistencia y se ha transformado en una calcu- De repente, el frío se apodera de mí. Por más
ladora sobre la cual tecleo números rebosantes de que me abrazo al ordenador, no logro entrar en
errores. Creo que ha llegado la Pascua. Desde lo calor. Vuelvo a vestirme. Como los dientes si-
alto de mi torre de Babel, contemplo el parque guen castañeteándome, me acuesto en el suelo y
de Ueno, y veo árboles nevados: cerezos en flor vierto sobre mí el contenido de la basura. Me
-sí, debe de ser Pascua. desmayo.
La Pascua me satisface tanto como me de-
prime la Navidad. Un Dios que se convierte en

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Alguien grita. Abro los ojos y veo la basura. corrí hacia los servicios, donde me cambié y lavé
Vuelvo a cerrarlos. la cabeza bajo el grifo. Cuando regresé, una mu-
Caigo de nuevo en el abismo. jer de la limpieza ya había limpiado el rastro de
mi locura.
-Me hubiera gustado hacerlo yo misma
Oigo la dulce voz de Fubuki: -dije incómoda.
-Ya la conozco. Se ha cubierto de basura -Sí -comentó Fubuki-. Eso, por lo menos,
para que nadie se atreva a tocarla. Se ha converti- habría sabido hacerlo.
do en una intocable. Es típico de ella. Carece de -Me imagino que debe usted pensar en las
dignidad. Cuando le digo que es estúpida, me comprobaciones de gastos. Tiene razón: está por
responde que, peor todavía: es una retrasada encima de mi capacidad. Se lo comunico solem-
mental. Si~~P~~ ~-Í~J:l~ q1:1~ reb;;tjarse a sí D}!~~a. nemente: renuncio a esa tarea.
Cree que su trabajo está por encima de sus capa- -Se ha tomado usted su tiempo -observó
cidades. Se equivoca. burlona.
Siento deseos de contarle que lo hice para «Así que era eso», pensé. «Quería que fuera
protegerme del frío. No tengo fuerzas para ha- yo quien lo admitiera. Evidentemente: resulta
blar. Estoy calentita bajo las inmundicias de Yu- mucho más humillante.»
mimoto. Sigo hundiéndome. -El plazo concluye esta noche -continué.
-Déme la carpeta.
En veinte minutos, había terminado.
Salí a la superficie. A través de una capa de
papeluchos arrugados, de botellas vacías, de coli-
llas mojadas de Coca-Cola, vi que el reloj marca- Pasé el día como una zombi. Tenía resaca.
ba las diez de la mañana. Mi mesa estaba cubierta de legajos de hojas cu-
Me levanté. Nadie se atrevía a mirarme, sal- biertas de errores de cálculo. Los tiré uno por
vo Fubuki, que me dijo con frialdad: uno.
-La próxima vez que decida disfrazarse de Viendo a Fubuki trabajando en su ordena-
mendiga, no lo haga en nuestra empresa. Para dor, me costaba contener la risa. Me veía de nue-
eso están las estaciones de metro. vo la noche anterior, sentada sobre el teclado,
Enferma de vergüenza, cogí mi mochila y desnuda, abrazando la máquina con mis brazos y

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mis piernas. Y ahora la joven ponía sus dedos so- suscitan, en las naciones en los que se aplican,
bre las teclas. Era la primera vez que me interesa- los casos más sorprendentes de desviaciones -y,
ba la informática. por eso mismo, una relativa tolerancia respecto a
Las pocas horas de sueño bajo la basura no las excentricidades humanas más apabullantes-.
habían sido suficientes para librarme de la papi- No sabemos lo que es un excéntrico hasta que
lla en la que el exceso de cifras había convertido conocemos a un excéntrico japonés. ¿Había dor-
mi cerebro. No daba pie con bola, buscaba bajo mido bajo los escombros? Estaban curados de es-
los escombros los cadáveres de mis referencias panto. Japón es un país que sabe lo que significa
mentales. Sin embargo, empezaba a saborear una «volverse loco». - . . . . - . . ...
-----··-·-··- .... ---

milagrosa sensación de alivio: por primera vez Procuré ser útil de nuevo. Me resulta difícil
desde hacía varias interminables semanas, no es- expresar el placer que experimentaba preparando
taba tecleando en la calculadora. el té y el café: aquellos simples gestos que no pre-
Redescubrí el mundo sin números. Si existe sentaban ningún obstáculo para mi pobre cere-
el analfabetismo, también debería existir el ana- bro me alegraban el espíritu.
ritmetismo para definir el peculiar drama de los Con la mayor discreción posible, volví a ac-
miembros de mi especie. tualizar los calendarios. En todo momento me
esforzaba por parecer ocupada, tan grande era mi
temor de que me volvieran a castigar con las ci-
Entraba en el siglo. Puede parecer extraño fras.
que, tras mi ataque de locura, las cosas volvieran Como si nada, se produjo un acontecimien-
a la normalidad como si nada grave hubiera ocu- to: me encontré con Dios. El despreciable vice-
rrido. Es cierto que nadie me había visto correr presidente me había pedido que le llevara una
desnuda por los despachos, ni caminar sobre las cerveza, considerando, sin duda, que todavía no
manos, ni pegarle un revolcón a un honesto or- estaba lo bastante gordo. Había acudido para lle-
denador. Pero, de todos modos, me habían en- vársela con educada repugnancia. Abandonaba la
contrado durmiendo bajo el contenido de un guarida del obeso cuando se abrió la puerta del
cubo de basura. En otro país, me habrían despe- despacho contiguo: me di de bruces con el presi-
dido por semejante conducta. dente.
Aunque no lo parezca, existe una lógica en Nos miramos el uno al otro con estupor. Por
todo este asunto: los sistemas más autoritarios mi parte, resultaba comprensible: por fin se me

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concedía la oportunidad de ver al mismlSlmo La puerta del despacho del enorme Omochi se
dios de Yumimoto. Por lo que a él respecta, re- abrió y oí la voz del infame gritándome:
sultaba más difícil de explicar: ¿acaso estaba in- -¿Qué demonios está haciendo aquí? ¡No le
formado de mi existencia? Parecía que sí, ya que, pagamos para vagabundear por los pasillos!
con una voz de una belleza y de una delicadeza Todo tenía una explicación: en la compañía
insensatas, exclamó: Yumimoto, Dios era el presidente y el diablo era
-¡Usted debe de ser Amélie-san! el vicepresidente.
Me sonrió y me tendió la mano. Me sentí
tan azorada que no pude pronunciar sonido al-
guno. El señor Haneda era un hombre de unos En cuanto a Fubuki, no era ni diablo m
cincuenta años, de cuerpo delgado y de una ex- dios: era una japonesa.
cepcional elegancia. Emanaba de él una profun- No todas las niponas son guapas. Pero cuan-
da bondad y armonía. Me dedicó una mirada de do alguna decide serlo, las demás ya pueden pre-
una amabilidad tan auténtica que perdí la poca pararse.
compostura que me quedaba. Todas las bellezas emocionan, pero la belleza
Se marchó. Permanecí sola en el pasillo, inca- japonesa resulta todavía más desgarradora. En
paz de moverme. Así que el presidente de aquella primer lugar porque esa tez de lis, esos ojos sua-
cámara de tortura, en la que cada día se me so- ves, esa nariz de aletas inimitables, esos labios de
metía a absurdas humillaciones, en la que era contornos tan dibujados, esa complicada dulzura
blanco de toda clase de vejaciones, el dueño y se- de los rasgos ya bastan para eclipsar los rostros
ñor de aquel tormento, era un magnífico ser hu- más logrados.
mano, ¡un alma superior! En segundo lugar, porque sus modales las es-
Era para volverse loco. Una empresa dirigida tilizan y las convierten en una obra de arte que
por un hombre de una nobleza tan llamativa va más allá de lo racional.
debería haber sido un paraíso refinado, un espa- Y, por último -y sobre todo-, porque una be-
cio de alegría y de dulzura. ¿Cual era el misterio? lleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos y
¿Acaso era posible que Dios reinara en el in- mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas
fierno? prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadis-
Yo continuaba petrificada por el estupor mo, conspiración de silencio y humillaciones, una
cuando me llegó la respuesta a aquella pregunta. belleza así constituye un milagro de heroísmo.

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No es que la nipona sea una víctima, nada te quitará algo. Ni siquiera aspires a una cosa tan
más lejos de la realidad. De todas las mujeres del sencilla como alcanzar la tranquilidad, porque
planeta, la nipona no es de las que salen peor pa- no tienes ningún motivo para estar tranquila.
radas. Su poder es considerable: hablo por expe- Aspira a trabajar. Teniendo en cuenta tu
nenc1a. sexo, existen pocas posibilidades de que puedas
No: si por algo merece ser admirada la japo- labrarte una buena educación, pero. aspira a ser-
nesa -y merece serlo- es porque no se suicida. vir a tu empresa. Trabajar te hará ganar dinero, el
Conspiran contra su ideal desde su más tierna cual no te proporcionará ninguna alegría pero al
infancia. Moldean su cerebro: «Si a los veinticin- que eventualmente podrás recurrir, en caso de
co años todavía no te has casado, tendrás una matrimonio, por ejemplo -porque no serás tan
buena razón para sentirte avergonzada», «si son- estúpida como para creer que alguien pueda in-
ríes perderás tu distinción», «si tu rostro expresa teresarte por ti únicamente por tu valor intrín-
algún sentimiento, te convertirás en una persona seco ...
vulgar», «si mencionas la existencia de un solo Aparte de esto, puedes aspirar a llegar a vieja,
pelo sobre tu cuerpo, te convertirás en un ser in- lo que, no obstante, carece de interés, y a no co-
mundo», «si, en público, un muchacho te da un nocer el deshonor, lo que constituye un fin en sí
beso en la mejilla, eres una puta», «si disfrutas mismo. Aquí termina la lista de tus lícitas espe-
comiendo, eres una cerda», «si dormir te produce ranzas.
placer, eres una vaca», etc. Estos preceptos resul- Y aquí empieza la interminable procesión de
tarían anecdóticos si no la emprendieran tam- tus estériles deberes. Deberás ser irreprochable,
bién con la mente. por la simple razón de que es lo mínimo a lo que
Porque, en resumidas cuentas, la estocada se puede aspirar. Ser irreprochable sólo te repor-
que, a través de todos estos dogmas incongruen- tará el ser irreprochable, lo que no constituye
tes, se ha asestado a la nipona es que nada bueno ni un orgullo ni mucho menos una fuente de
debe esperar de la vida. No aspires a disfrutar placer.
porque tu placer te destruirá. No aspires a ena- Me resultaría imposible enumerar todas tus
morarte porque no mereces que nadie se enamo- obligaciones, ya que no existe ni un minuto de
re de ti: los que te amarían te amarían por tu tu vida que no esté regido por alguna de ellas.
apariencia, nunca por lo que eres. No esperes Por ejemplo, incluso cuando estés aislada en un
que la vida te dé algo, porque cada año que pase retrete por la humilde necesidad de liberar tu ve-

72 73
jiga, tendrás la obligación de vigilar que nadie A las dos de la madrugada, un hombre agotado y
pueda escuchar la melodía de tu arroyo: así pues, a menudo borracho regresará para derrumbarse
deberás tirar de la cadena sin cesar. sobre el lecho conyugal, que abandonará a las seis
Cito este ejemplo para que comprendas lo de la mañana sin haberte dicho ni una palabra.
siguiente: si incluso dominios tan íntimos e insig- Tienes la obligación de tener hijos, a los que
nificantes de tu existencia están sometidos aman- tratarás corno a dioses hasta los tres años, edad en
damientos, piensa, con mayor razón, en la am- la que, de repente, los expulsarás del paraíso para
plitud de las obligaciones que pesarán sobre los alistarlos al servicio militar, que durará desde los
momentos más esenciales de tu vida. tres hasta los dieciocho años y, más tarde, desde
¿Tienes hambre? Apenas comas, ya· que de- los veinticinco años hasta el día de su muerte. Es-
bes mantenerte delgada, no por el placer de ver tás obligada a traer al mundo a seres que serán
cómo la gente se vuelve al paso de tu silueta por todavía más infelices en la medida en que en los
la calle -no lo harán-, sino porque resulta ver- tres primeros años de su vida les habrán inculca-
gonzoso tener curvas. do la noción de felicidad.
Tienes la obligación de ser hermosa. Si lo ¿Te parece horrible? No eres la única en opi-
consigues, tu belleza no te proporcionará satis- nar así. Tus semejantes piensan del mismo modo
facción alguna. Los únicos halagos que recibirás desde 1960. Y ya ves de qué les ha servido. Mu-
procederán de los occidentales, y todos sabernos chas de ellas se rebelaron, y quizás tú también te
hasta qué punto carecen de buen gusto. Si admi- rebeles durante el único periodo libre de tu vida,
ras tu propia belleza reflejada en el espejo, que entre los dieciocho y los veinticinco años. Pero, a
sea por temor y no por placer: ya que tu belleza los veinticinco años, de repente de darás cuenta
no te proporcionará más que el pánico a perder- de que todavía no te has casado y te sentirás
la. Si eres guapa, no serás gran cosa; si no eres avergonzada. Cambiarás tu ropa excéntrica por
guapa, serás menos que nada. un aseado vestido, medias blancas y grotescos za-
Tienes la obligación de casarte, a ser posible patos de tacón, someterás tu espléndida y lisa ca-
antes de los veinticinco años, tu edad de caduci- bellera a un lamentable peinado y te sentirás ali-
dad. Tu marido no te dará amor, salvo que sea viada si alguien -marido o jefe- manifiesta algún
un retrasado mental, y ser amada por un retrasa- deseo hacia ti.
do no proporciona felicidad alguna. De todos En el caso más que improbable de que te ca-
modos, no te darás cuenta de si te quiere o no. ses por amor, todavía serás más desgraciada, ya

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que verás sufrir a tu marido. Será mejor que no le te considera menos inteligente que un hombre.
ames: eso te permitirá asistir con indiferencia al Eres brillante, eso salta a la vista, incluso a la vis-
naufragio de sus ideales, porque tu marido toda- ta de los que tan mal te tratan. Aunque, pensán-
vía los tendrá. Por ejemplo, le habrán hecho creer dolo bien, ¿de verdad te sirve de consuelo? Por lo
que sería amado por una mujer. No obstante, menos, si te considerasen inferior, tu infierno es-
pronto se dará cuenta de que no le amas. ¿Cómo taría justificado y podrías librarte de él demos-
podrías amar a alguien si tienes un molde de yeso trando, conforme a los preceptos de la lógica, la
en lugar de corazón? Te han inculcado un espíritu excelencia de tu cerebro. Sin embargo, te consi-
demasiado calculador para poder amar. Si amas a deran igual, incluso superior: así pues, tu tor-
alguien, significa que no te han educado bien. mento resulta absurdo, y eso significa que no
Los primeros días de matrimonio, fingirás toda existe el camino para salir de él.
clase de cosas. Hay que admitir que ninguna mu- Existe uno, sí. Un único camino al que tie-
jer finge con tanto talento como tú. nes pleno derecho, a no ser que hayas cometido
Tu obligación es sacrificarte por los demás. la estupidez de convertirte al cristianismo: tienes
No obstante, no se te ocurra pensar que tu sacri- derecho a suicidarte. En Japón, es sabido que el
ficio hará felices a aquellos por quienes te sacrifi- suicidio constituye un acto de gran honor. Y no
cas. Eso sólo les permitirá no avergonzarse de ti. se te ocurra pensar que el más allá es uno de esos
No tienes ninguna posibilidad ni de ser feliz ni alegres paraísos descritos por los simpáticos occi-
de hacer feliz a nadie. dentales. Nada es tan estupendo en el otro lado.
Y si, extraordinariamente, tu destino se li- Para compensar, piensa en lo que realmente me-
brara de estas prescripciones, sobre todo no de- rece la pena: tu reputación póstuma. Si te suici-
duzcas que has triunfado: deduce que algo has das, tu reputación será deslumbrante y se con-
hecho mal. En realidad, muy pronto caerás en la vertirá en el orgullo de tus allegados. Ocuparás
cuenta de tu error, ya que el espejismo de tu vic- un lugar de honor en el panteón familiar: ésa
toria sólo puede ser provisional. Y no disfrutes constituye la mayor esperanza que puede alber-
del momento: deja ese error de cálculo para los gar un ser humano.
occidentales. El momento no vale nada, tu vida También puedes no suicidarte, es cierto. Pero
no vale nada. Nada que dure menos de diez mil entonces, tarde o temprano, no lo resistirás y co-
años tiene valor alguno. meterás cualquier deshonor: tendrás un amante,
Si te sirve de consuelo, debes saber que nadie o te harás bulímica, o te volverás perezosa, vete tú

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a saber. Hemos observado que los humanos en de los derechos humanos más fundamentales: el
general y las mujeres en particular tienen dificul- derecho a soñar, a tener esperanzas. Y lo ejerce.
tades para vivir durante mucho tiempo sin co- Sueña con mundos quiméricos en los que es li-
meter alguno de esos pecados relacionados con bre y dueño de sus actos.
los placeres carnales. Si desconfiamos de esto úl- La japonesa carece de semejante recurso, si
timo, no es por puritanismo: lejos de nosotros ha sido bien educada -y la mayoría lo han sido-.
esa obsesión americana. Por decirlo de algún modo, esa facultad esencial
En realidad, vale más evitar el placer porque le ha sido amputada. Ésta es la razón por la cual
hace sudar. Y no existe nada más vergonzoso que proclamo mi más profunda admiración por toda
el sudor. Si comes a grandes bocados tu tazón de nipona que todavía no se haya suicidado. Por su
pasta hirviendo, si te entregas al frenesí del sexo, parte, seguir con vida constituye un acto de re-
si pasas el invierno dormitando junto a la estufa, sistencia de un valor tan desinteresado como su-
sudarás. Y ya nadie podrá dudar de tu vulgari- blime.
dad.
Entre el suicidio y la transpiración, no lo du-
des. Derramar tu sangre es tan admirable como Esto es lo que pensaba contemplando a Fu-
innombrable resulta derramar tu sudor. Si te das buki.
muerte, no sudarás nunca más y tu angustia ha- -¿Se puede saber qué está haciendo? -me
brá terminado para siempre. preguntó convoz amarga.
-Sueño. ¿Nunca lo hace?
-Nunca.
No creo que la suerte de los japoneses resulte Sonreí. El señor Saito acababa de ser padre
mucho más endiviable. En realidad, incluso opi- de su segundo hijo, un niño. Una de las maravi-
no lo contrario. La nipona, por lo menos, tiene llas de la lengua japonesa es que permite inventar
la posibilidad de librarse del infierno de la em- nombres hasta el infinito, a partir de todas las
presa casándose. Y no trabajar en una empresa categorías del discurso. Por una de esas excentri-
japonesa me parece un fin en sí mismo. cidades de las que tantos ejemplos ofrece la cul-
Pero el nipón, en cambio, no es un ser asfi- tura nipona, las que no tienen derecho a soñar
xiado. No se ha destruido en él, desde su más llevan nombres que invitan a soñar, como Fubu-
tierna edad, todo rastro de ideal. Conserva uno ki. Los padres se permiten los lirismos más deli-

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cados cuando se trata de bautizar a una mna. nio. Sin embargo, no se le podía reprochar haber
Cuando se trata de ponerle nombre a un niño, trabajado demasiado, ya que, para un japonés,
en cambio, las creaciones onomásticas son, a me- nunca se trabaja demasiado. Así pues, existía una
nudo, de una hilarante sordidez. incoherencia en el reglamento previsto para las
Así pues, dado que lo más lícito era elegir un mujeres: comportarse de un modo intachable tra-
verbo en infinitivo como nombre, el señor Saito bajando con empeño llevaba a superar los veinti-
le había puesto a su hijo Tsutomeru, o sea «Tra- cinco años siendo soltera y, en consecuencia, a
bajar». Y la idea de aquel muchacho bautizado dejar de ser intachable. El colmo del sadismo resi-
con semejante programa a modo de identidad día en su propia aporía: respetarlo implicaba no
me daba ganas de reír. respetarlo.
Imaginaba, dentro de unos años, al niño re- ¿Se avergonzaba Fubuki de su prolongado ce-
gresando del colegio y a su madre gritándole: libato? Sin duda. Estaba demasiado obsesionada
«¡Trabajar! ¡Vete a trabajar!» ¿Y si estuviera en el con su perfección para permitirse la más mínima
paro? infracción a las consignas supremas. A veces me
Fubuki era irreprochable. Su único defecto preguntaba si tendría algún amante esporádico:
era que, a los veintinueve años, todavía no tenía lo que estaba fuera de toda duda es que nunca
marido. No cabe duda de que aquello constituía habría presumido de aquel crimen de lesa nades-
un motivo de vergüenza para ella. Aunque, pen- hiko (el nadeshiko, «clavel», simboliza el ideal nos-
sándolo bien, que una mujer tan hermosa como tálgico de la joven japonesa virgen). Yo, que co-
ella no hubiera encontrado marido se debía pre- nocía sus horarios, no veía el modo en el que
cisamente a lo intachable de su conducta. Era hubiera podido permitirse una banal aventura.
porque había aplicado, con el máximo celo posi- Observaba cómo se comportaba cuando se
ble, la regla suprema que daba nombre al hijo relacionaba con un hombre soltero -guapo o feo,
del señor Saito. Desde los siete años, había sepul- joven o viejo, amable o detestable, inteligente o
tado su existencia entera en el trabajo. Obtenien- estúpido, no importaba, siempre y cuando no
do sus frutos, ya que había protagonizado una perteneciera a un rango inferior al suyo dentro
ascensión profesional inusual en un ser de sexo de la jerarquía de nuestra empresa o de la com-
femenino. pañía para la que trabajara-: mi superiora adop-
Pero, con un horario como el suyo, habría re- taba entonces una dulzura tan insistente que ad-
sultado totalmente imposible contraer matrimo- quiría una dimensión casi agresiva. Presas de un

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nerviosismo patológico, sus manos buscaban a pues, despectiva, altiva, le dirás que es un enfer-
tientas su ancho cinturón, que tendía a despla- mo mental, un inútil, ya verás, eso no le dejará
zarse constantemente sobre su cintura demasiado indiferente.»
estrecha, y volvían a poner en su sitio la hebilla Y, sobre todo, tenía ganas de susurrarle: «¿No
que se había descentrado. Su voz se volvía susu- vale mil veces más permanecer soltera hasta el fin
rrante hasta parecer un gemido. de tus días que lastimarte ese dedo blanco? ¿Qué
En mi léxico interior, yo denominaba a todo harás con semejante marido? ¿Y cómo puedes
aquello «la parada nupcial de la señorita Mori». avergonzarte de no haberte casado con uno de
Resultaba cómico contemplar a mi verdugo en- esos hombres, tú, que eres sublime, olímpica, tú,
tregarse a semejantes monerías, que disminuían que eres una obra maestra de este planeta? Casi
tanto su belleza como su clase. Sin embargo, no todos son más bajitos que tú: ¿no crees que se
podía impedir que se me oprimiera el corazón, trata de una señal? Eres un arco demasiado gran-
tanto más cuanto que los machos ante los cuales de para tan lamentables arqueros.»
desplegaba aquel patético intento de seducción ni Cuando el hombre-presa se marchaba, el
siquiera se daban cuenta y, por consiguiente, no rostro de mi superiora pasaba, en menos de un
eran sensibles a sus esfuerzos. A veces me daban segundo, de la zalamería a la extrema frialdad.
ganas de sacudirles y gritarles: «¡Venga, sé un No era raro que, entonces, se cruzara con mi mi-
poco galante! ¿No te das cuenta de lo mal que lo rada irónica. Se mordía los labios con odio.
está pasando por culpa tuya? Ya lo sé, eso no la En una compañía amiga de Yumimoto tra-
favorece, ¡pero si supieras lo hermosa que es bajaba un holandés de veintisiete años, Piet Kra-
cuando no tiene que comportarse así! Demasiado mer. Sin ser japonés, había alcanzado un estatus
hermosa para ti, por otra parte. Deberías llorar de jerárquico equivalente al de mi verdugo. Como
alegría por ser deseada por semejante perla.» medía un metro noventa, se me ocurrió quepo-
Y en cuanto a Fubuki, me habría gustado dría ser un buen partido para Fubuki. De hecho,
decirle: «¡Basta! ¿De verdad crees que todo este cuando visitaba nuestro despacho, ella iniciaba
ridículo teatro le va a atraer? Resultas mucho una parada nupcial frenética, dando vueltas y
más atractiva cuando me insultas y me tratas más vueltas a su cinturón.
como a un pescado podrido. Si eso puede ayu- Era un buen chico que tenía buen aspecto. Y
darte, sólo tienes que imaginar que él soy yo. todavía resultaba más conveniente al ser holan-
Háblale pensando que hablas conmigo: serás, dés: aquel origen casi germánico convertía su

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pertenencia a la raza blanca en un hecho mucho ba al estado de trance. U nos días más tarde, se
menos grave. anunció la visita de Piet Kramer. Una emoción
Un día me dijo: terrible embargó a la joven mujer.
-Tiene usted suerte de trabajar con la señori- Por desgracia, hacía mucho calor. El holan-
ta Mori. ¡Es tan amable! dés se había quitado la chaqueta y su camisa
Aquella declaración me hizo gracia. Decidí mostraba unas amplias aureolas de sudor en las
utilizarla: se la trasladé a mi colega, no sin una axilas. Vi cómo el rostro de Fubuki se transfor-
sonrisa irónica al mencionar su «amabilidad». maba. Intentaba hablar con normalidad, como si
Añadí: no se hubiera dado cuenta de nada. Sus palabras
-Eso significa que está enamorado de usted. sonaban todavía más falsas ya que, para conse-
Me miró con asombro. guir que los sonidos salieran de su garganta, te-
-¿De veras? nía que proyectar la cabeza hacia adelante con
-Se lo digo yo -le aseguré. cada palabra. Ella, a la que yo siempre había vis-
Permaneció perpleja durante unos instantes. to tan hermosa y tan tranquila, tenía, en aquel
Esto es lo que debía pensar: «Ella es blanca, co- momento, el aplomo de una gallina a la defen-
noce las costumbres de los blancos. Por una vez, Siva.
tendré que fiarme de ella. Pero ella no debe ente- Mientras se entregaba a aquel comporta-
rarse.» miento lamentable, miraba a sus colegas a hurta-
Adoptó una actitud fría y dijo: dillas. Su última esperanza era que ellos no se hu-
-Es demasiado joven para mí. bieran percatado de nada: por desgracia, ¿cómo
-Tiene dos años menos que usted. Según la saber si alguien ha visto? Y más difícil todavía,
tradición nipona, es la diferencia de edad perfec- ¿cómo saber si un japonés ha visto? Los rostros
ta para que sean un anesan niobo, una «esposa- de los cuadros de Yumimoto expresaban la con-
hermana mayor». Los japoneses piensan que éste descendencia tópica de los encuentros entre dos
es el mejor matrimonio: la mujer tiene justo un empresas amigas.
poco más de experiencia que el hombre. Así, le Lo más divertido fue que Piet Kramer no se
hace sentirse cómodo. daba cuenta del escándalo que estaba protagoni-
-Lo sé, lo sé. zando ni de la crisis interior que ahogaba a la tan
-¿Entonces cuál es el problema? generosa señorita Mori. Las aletas de su nariz
No dijo nada. Estaba claro que se aproxima- palpitaban: era fácil adivinar por qué. Se trataba

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de discernir si el oprobio axilar del holandés era -Quizás lograríamos ayudarles a no oler tan
de dominio público. mal, pero no podríamos impedir que sudaran. Es
Y fue entonces cuando, sin darse cuenta, algo racial.
nuestro simpático bátavo puso en peligro su con- -Incluso sus mujeres transpiran.
tribución al progreso de la raza euroasiática: al Estaban locos de alegría. La idea de que sus
divisar un dirigible en el cielo, inició una carrera palabras pudieran incomodarme ni siquiera se les
hacia el ventanal. Aquel rápido desplazamiento pasó por la cabeza. De entrada, aquello me hala-
desplegó en el ambiente un fuego de artificio de gó: quizás no me considerasen como una blanca.
partículas olfativas que el viento de su carrera Pero pronto recuperé la lucidez: si manifestaban
dispersó por la estancia. Ya no cabía la menor aquellas opiniones en mi presencia era simple-
duda: la transpiración de Piet Kramer apestaba. mente porque yo no contaba.
Y en aquella oficina gigantesca nadie hubiera Ninguno de ellos sospechaba lo que aquel
podido ignorarlo. Por lo que respecta al infantil episodio significaba para mi superiora: si nadie
entusiasmo del muchacho ante el dirigible publi- se hubiera dado cuenta del escándalo axilar del
citario que, regularmente, sobrevolaba la ciudad, holandés, ella todavía habría podido soñar y ha-
no pareció enternecer a nadie. cer la vista gorda a aquella tara congénita del
Cuando el oloroso extranjero se marchó, mi eventual prometido.
superiora estaba exangüe. Pero su suerte todavía En adelante, sabía que nada sería posible con
iba a empeorar. El jefe del departamento, el se- Piet Kramer: tener la más mínima relación con él
ñor Saito, le atestó el primer picotazo: sería más grave que perder su reputación, supon-
-¡No hubiera podido resistirlo ni un minuto dría perder la vergüenza. Podía estar contenta de
más! que, aparte de mí, que estaba fuera de juego, na-
Acababa de autorizar a maldecir al ausente. die estuviera al corriente de las miradas que le
Los demás no desaprovecharon la ocasión: había dedicado a aquel soltero.
-¿Acaso no se dan cuenta esos blancos de Con la cabeza alta y las mandíbulas apreta-
que apestan a cadáver? das, regresó a su trabajo. Por la rigidez extrema
-¡Si por lo menos pudiéramos hacerles com- de sus rasgos, pude calcular hasta qué punto ha-
prender que apestan, tendríamos en Occidente bía albergado esperanzas en aquel hombre: y yo
un mercado fabuloso para desodorantes final- había tenido algo que ver en ello. La había ani-
mente eficaces! mado. Sin mí, ¿habría pensado en serio en él?

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O sea que, si sufría, era, en gran parte, por que no toque nada!» Y yo me mostraba a la altu-
mi culpa. Pensé que aquello debería haberme ra de aquella nueva misión.
producido algun tipo de satisfacción. No sentía Un día, oímos a lo lejos los truenos en la
nmguna. montaña: eran los gritos del señor Omochi. El
gruñido se fue aproximando. Empezamos a mi-
rarnos con aprensión.
Cuando el drama estalló, hacía dos semanas La puerta del departamento de contabilidad
que había abandonado mis funciones como con- cedió como una vetusta presa de contención bajo
table. la presión de la masa de carne del vicepresidente,
En el seno de la compañía Yumimoto pare- que rodó ante nosotros. Se detuvo en mitad de la
cía que se hubieran olvidado de mí. Era lo mejor estancia y, con una voz de ogro que reclama su
que me podía ocurrir. Empezaba a recuperar la comida, gritó:
alegría. Desde el fondo de mi infinita falta de -¡Fubuki-san!
ambición,- no vislumbraba destino más feliz que Y enseguida supimos quién sería inmolado
el de permanecer sentada ante mi mesa contem- en sacrificio al apetito de ídolo cartaginés del
plando el paso de las estaciones sobre el rostro de obeso. A los breves segundos de alivio experi-
mi superiora. Servir el té y el café, lanzarme re- mentado por los que, provisionalmente, se ha-
gularmente por la ventana y no utilizar la calcu- bían salvado, les sucedió un escalofrío colectivo
ladora eran actividades que colmaban con creces de sincera empatía.
mi necesidad, más que endeble, de encontrar mi Mi superiora se había levantado y puesto rí-
sitio en la empresa. gida inmediatamente. Miraba hacia adelante, en
Aquel sublime barbecho de mi persona qui- mi dirección, aunque sin verme. Soberbia de te-
zás habría durado hasta el fin de los tiempos si rror contenido, aguardaba el castigo.
no hubiera cometido lo que conviene llamar me- Por un momento, pensé que Omochi iba a
tedura de pata. desenfundar un sable escondido entre dos mi-
Después de todo, yo me lo había buscado. chelines y cortarle la cabeza. Si caía hacia mí, la
Me había esforzado por demostrar a mis superio- recogería y cuidaría hasta el fin de mis días.
res que mi buena voluntad no me impedía ser un «Pero no», pensé, «ésos son métodos de otra
desastre. Ahora lo habían entendido. Su política época. Procederá como de costumbre: la convoca-
tácita debía de consistir en algo así como: «¡Ésa rá a su despacho y le echará la bronca del siglo.»

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Hizo algo mucho peor. ¿Acaso estaba de un jera japonesa me hubiera sido extraña, habría
humor más sádico que el habitual en él? ¿O fue comprendido lo que estaba ocurriendo: se estaba
el hecho de que su víctima era una mujer, y ade- infligiendo a un ser humano un castigo indigno,
más, una mujer muy hermosa? No fue en su des- y todo a tres metros de mí. Era un espectáculo
pacho donde le echó la bronca del siglo: fue allí abominable. Hubiera pagado mucho dinero para
mismo, ante los cuarenta miembros del departa- ponerle fin, pero el espectáculo continuaba: el
mento de contabilidad. gruñido procedente de las tripas del verdugo pa-
Resulta difícil imaginar un castigo más hu- recía no agotarse nunca.
millante para cualquier ser humano, y más para ¿Qué crimen podía haber cometido Fubuki
cualquier nipón, y más todavía para la orgullosa para merecer semejante castigo? Nunca lo supe.
y sublime señorita Mori, que aquel despido pú- Pero, de todos modos, conocía a mi colega: su
blico. Estaba claro que la intención del mons- competencia, su empeño en el trabajo y su rigor
truo era deshonrarla. profesional eran excepcionales. Fuera cual fuera
Se le acercó lentamente, como si quisiera sa- el pecado que hubiera podido cometer, a la fuer-
borear de antemano la onda expansiva de su po- za tenía que ser venial. E incluso si no lo era, lo
der destructor. Fubuki no movía ni una pestaña. menos que cabía pedir era tener en cuenta el va-
Estaba más hermosa que nunca. Hasta que los lor insigne de aquella mujer de primera fila.
labios hinchados empezaron a temblar y a expul- Sin duda pecaba de ingenuidad al preguntar-
sar una lava de gritos que parecían no acabar me en qué había consistido la falta de mi supe-
nunca. riora. Lo más probable es que no tuviera nada
Los tokyotas tienen tendencia a hablar a una que reprocharse. El señor Omochi era el jefe: te-
velocidad supersónica, sobre todo cuando echan nía derecho, si así lo deseaba, a encontrar un ore-
~

una bronca. No contento con ser originario de la texto anodino para descargar sus sádicos apetitos
capital, el vicepresidente era un obeso colérico, y sobre aquella muchacha con aspecto de modelo.
eso recargaba su voz con desechos de grasiento No tenía por qué justificarse.
furor: la consecuencia de aquellos múltiples fac- De repente, me di cuenta de que estaba asis-
tores fue que casi no entendí nada de la intermi- tiendo a un episodio de la vida sexual del vice-
nable agresión verbal con que machacó a mi su- presidente, que, decididamente, hada honor a su
penora. cargo: con un físico como el suyo, ¿todavía era
En aquel caso, aun cuando la lengua extran- capaz de acostarse con una mujer? Para

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sar, su volumen lo hada mucho más apto para la mirada y escondían su vergüenza detrás de sus
gritar, para hacer temblar con sus gritos la débil carpetas o de la pantalla de su ordenador.
silueta de aquella beldad. En realidad, estaba vio- En aquel momento, Fubuki estaba doblada
lando a la señorita Morí, y si daba rienda suelta a por la cintura. Con sus delgados codos sobre la
sus más bajos instintos en presencia de cuarenta mesa, sus puños cerrados sujetaban su frente.
personas, era para añadir a su placer la voluptuo- La ametralladora verbal del vicepresidente sacu-
sidad del exhibicionismo. día su frágil espalda a intervalos regulares.
Esta explicación era tan acertada que vi do- Por suerte, no cometí la estupidez de dejar-
blegarse el cuerpo de mi superiora. Era una mu- me llevar por lo que, en semejantes circunstan-
jer dura, sin embargo, un monumento al orgu- cias, hubiera sido el reflejo normal: intervenir.
llo: si su físico cedía, significaba que sufría una Sin duda eso habría agravado la suerte de la in-
agresión de orden sexual. Sus piernas la abando- molada, por no hablar de la mía. No obstante,
naron como las de una amante vapuleada: se des- me resultaría imposible pretender sentirme orgu-
plomó en una sill~L llosa de mi sabia abstención. La mayoría de las
Si hubiera sido la traductora simultán_ea del veces, el honor consiste en ser idiota. ¿Y acaso no
discurso del señor Omochi, esto es lo que habría vale más comportarse como un imbécil que des-
traducido: honrarse? Todavía hoy, me avergüenzo de haber
-Sí, peso ciento cincuenta kilos y tú cin- preferido la inteligencia a la decencia. Alguien
cuenta, entre los dos pesamos dos quintales y eso tendría que haber intervenido, y ya que no exis-
me excita. Mi grasa dificulta mis movimientos, tía ninguna posibilidad de que otro se arriesgara
me resultaría difícil hacerte gozar, pero gracias a a hacerlo, yo debería haberme sacrificado.
mi masa corporal puedo tumbarte, aplastarte, y Es cierto que mi superiora nunca me lo ha-
eso me encanta, sobre todo con todos esos creti- bría perdonado, pero se habría equivocado: ¿acaso
nos mirando. Me encanta que te sientas herida no era lo peor comportarnos como lo hadamos,
en tu orgullo, me encanta que no tengas derecho asistir sin rechistar a aquel degradante espectáculo,
a defenderte, jme encanta este tipo de violación! acaso no era lo peor nuestra absoluta sumisión a la
No debía de ser la única en comprender la autoridad?
naturaleza de lo que estaba ocurriendo: a mi al- Debería haber cronometrado aquella bronca.
rededor, los colegas eran presa de un profundo El verdugo tenía mucho fuelle. Incluso me dio la
malestar. En la medida de lo posible, desviaban impresión de que, a medida que se prolongaban,

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sus gritos ganaban en intensidad. Lo que demos- dió volver a gritar con más fuerza si cabe: incluso
traba, si es que hacía falta, la naturaleza hormo- puede que aquella actitud infantil le excitara to-
nal de la escena: igual que el amante que ve sus davía más.
fuerzas renovarse o centuplicarse ante el espec- Una eternidad más tarde, bien porque el
táculo de su propio furor sexual, el vicepresiden- monstruo se cansó de su juguete, bien porque
te se comportaba de un modo cada vez más aquel tonificante ejercicio le abrió el apetito para
brutal, sus gritos desprendían una energía cada un doble bocadillo de futón-mayonesa, se marchó.
vez mayor cuyo impacto físico abatía cada vez Silencio de muerte en el departamento de
más a la pobre infeliz. contabilidad. Aparte de mí, nadie se atrevió a
Hacia el final, se produjo un momento es- mirar a la víctima. Ella permaneció postrada du-
pecialmente desolador: como ocurre cuando al- rante unos minutos. Cuando reunió las fuerzas
guien sufre una violación, ocurrió que Fubuki ha- suficientes para levantarse, desapareció sin decir
bía experimentado una regresión. Quizás fui la palabra.
única en escuchar cómo se elevaba la voz débil, No tuve ninguna duda respecto al lugar
una voz de niña de ocho años que, por dos veces, donde se había refugiado: ¿adónde van las muje-
gimió: res violadas? Allí donde corre el agua, donde se
-Okoruna. Okoruna. pueda vomitar, donde no haya gente.
Lo que significa, en el registro del lenguaje En las oficinas de Yumimoto, el lugar que
culpable más infantil y familiar, el que emplearía mejor respondía a esas exigencias eran los servi-
una niñita para protestar contra su padre, es de- Cios.
cir aquel al que nunca recurría la señorita Morí Ahí fue donde metí la pata.
para dirigirse a su superior: «No te enfades. No Se me heló la sangre en las venas: tenía que
te enfades.» acudir a consolarla. Por más que intenté entrar
Una súplica tan inútil como si una gacela ya en razón pensando en las humillaciones que me
despedazada y a medio devorar implorara de- había infligido, en los insultos con los que me
mencia a la fiera. Pero, sobre todo, una pasmosa había abofeteado, mi ridícula compasión ganó
infracción del dogma de la sumisión, de la prohi- la partida. Ridícula, insisto: puestos a actuar con-
bición de defenderse contra lo que viene de arri- tra el sentido común, hubiera resultado mil veces
ba. El señor Omochi pareció algo desconcertado más acertado interponerme entre Omochi y mi
, por aquella voz desconocida, lo que no le impi- superiora. Por lo menos, habría sido valiente.

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Mientras que mi actitud final fue simplemente De regreso en mi mesa, pasé el resto de la
amable y estúpida. jornada fingiendo una mínima actividad mien-
Corrí hacia los servicios. Ella estaba llorando tras analizaba la naturaleza de mi imbecilidad,
en el lavabo. Creo que no me vio entrar. Por des- amplio tema de meditación donde los haya.
gracia, sí oyó cómo le decía: Fubuki había sido humillada por completo
-Fubuki, ¡lo siento mucho! Estoy con usted delante de sus colegas. Lo único que había con-
de todo corazón. Estoy con usted. seguido escondernos, el último bastión de su ho-
Me estaba acercando, tendiéndole un vibran- nor que había logrado preservar, eran sus lágri-
te brazo de consuelo, cuando, de pronto, vi cómo mas. Había tenido el coraje de no llorar delante
volvía hacia mí su mirada atónita de rabia. Su de todos nosotros.
voz, irreconocible a causa del furor patológico, Y yo, en un alarde de sagacidad, había ido a
rugió: buscarla hasta su refugio para presenciar sus so-
-¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve? llozos. Era como si hubiera querido apurar su
Aquél no debía de ser uno de mis días más vergüenza hasta el límite. Ella nunca habría po-
inteligentes, ya que intenté explicarle: dido concebir, imaginar, admitir que mi conduc-
-No era mi intención importunarla. Sólo ta fuera producto de la bondad, bondad estúpi-
quería manifestarle mi amistad ... da, de acuerdo, pero bondad al fin y al cabo.
En el paroxismo del odio, rechazó mi brazo Una hora más tarde, la víctima regresó a su
como un torniquete y gritó: mesa y tomó asiento. Nadie le dedicó una mira-
-¿Quiere callarse de una vez? ¿Quiere hacer da. Ella me dedicó la suya. Sus ojos secos me
el favor de marcharse? acribillaron de odio. Llevaban escrito: «Ya llegará
Estaba claro que yo no quería, ya que per- tu hora.»
manecí inmóvil, desconcertada. Reemprendió su trabajo como si no hubiera
' Avanzó hacia mí con Hiroshima en el ojo pasado nada, dejándome a mí la interpretación
derecho y Nagasaki en el izquierdo. De algo es- de la frase.
toy segura: si hubiera tenido derecho a matarme, Para ella, estaba claro que yo había actuado
no habría dudado en hacerlo. por un simple deseo de represalia. Ella sabía que,
Por fin comprendí lo que tenía que hacer: en el pasado, me había maltratado. Para ella, no
salí pitando. había ninguna duda respecto a que mi único ob-
jetivo había sido la venganza. Era para pagarle

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con la misma moneda por lo que había acudido guro que doblaremos a la derecha o a la izquierda
a verla llorar en los servicios. en el último momento para entrar en algún des-
Me habría gustado quitárselo de la cabeza, pacho.
decirle: «De acuerdo, me he comportado de un Pero no doblamos ni a babor ni a estribor.
modo estúpido y torpe, pero le ruego que me Aunque parezca imposible, me llevó hasta los
crea: no me ha movido otra cosa que una buena, serVICIOS.
generosa y estúpida humanidad. Hace tiempo, «Seguro que me ha traído hasta este lugar ais-
estaba resentida con usted, es cierto, y, no obs- lado para hablar de lo que ocurrió ayer», me dije.
tante, cuando la he visto tan vilmente humillada, Para nada. Impasible, declaró:
sólo he podido sentir la más primitiva de las -Éste será su nuevo puesto de trabajo.
compasiones. Y lista como es usted, ¿acaso duda Con el rostro sereno, me enseñó, con gran
de que exista, ya no en esta empresa sino en todo profesionalidad, los gestos que, a partir de en-
el planeta, alguien que la aprecie, la admire y su- tonces, formarían parte de mi cometido. Se tra-
fra su influencia a un nivel comparable al mío?» taba de cambiar el rollo de «toalla seca y limpia»
Nunca sabré cómo habría reaccionado si se cuando el actual hubiera ya servido para secar las
lo hubiera dicho. manos; también se trataba de renovar las existen-
cias de papel higiénico de las cabinas -a este
efecto, me confió las valiosas llaves de un trastero
A la mañana siguiente, Fubuki me recibió en el que aquellos tesoros eran almacenados fue-
con, esta vez, un rostro de olímpica serenidad: ra del alcance de la codicia de la que, sin duda,
«Se está sobreponiendo, está mejor», pensé. hubieran sido objeto por parte de los cuadros de
Con voz serena, me anunció: la compañía Yumimoto.
-Tengo un nuevo trabajo para usted. Acom- Pero la puntilla llegó cuando la hermosa
páñeme. criatura empuñó con decisión la escobilla del re-
La seguí fuera de la sala. Aquello me intran- trete para explicarme, con la máxima seriedad,
quilizó: ¿acaso mi nuevo trabajo se realizaría fue- cuál era el modo de empleo de aquel objeto
ra del departamento de contabilidad? ¿En qué -¿acaso suponía que lo ignoraba?-. De entrada,
consistía? ¿Adónde nos dirigíamos? nunca habría imaginado tener que ver a aquella
Mi aprensión se vio confirmada cuando com- diosa sujetar semejante instrumento. Razón de
probé que nos dirigíamos hacia los servicios. Se- más para describirlo como un nuevo cetro.

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Al límite del asombro, pregunté: Recapitulemos. De pequeña, deseaba con-
-¿A quién sustituyo? vertirme en Dios. Enseguida comprendí que era
-A nadie. Las mujeres de la limpieza efec- pedir demasiado y agüé con un poco de agua
túan sus tareas de noche. bendita mi vino de misa: sería Jesús. Rápida-
-¿Se han despedido? mente, me di cuenta del exceso de mi ambición
-No. Sólo que, como ya habrá observado, su y acepté «hacerme» mártir cuando fuera mayor.
servicio nocturno no es suficiente. Suele ocurrir Adulta, me propuse ser menos megalómana
que en el transcurso de la jornada se termina el y trabajar como intérprete en una empresa japo-
rollo de toalla seca, o que una de las cabinas se nesa. Por desgracia, aquello era demasiado boni-
quede sin papel, o que una taza permanezca su- to para mí y tuve que descender en el escalafón
cia hasta la noche. Resulta molesto, sobre todo hasta convertirme en contable. Pero no existía
cuando recibimos la visita de cuadros ajenos a freno para mi fulminante caída social. Así pues,
Yumimoto. fui destinada a la categoría de menos que nada.
Por un momento, me pregunté por qué re- Por desgracia -tendría que haberlo sospechado-,
sultaba más molesto para un cuadro ver una taza menos que nada todavía era demasiado para mí.
sucia por culpa de un miembro externo que por Y fue entonces cuando recibí mi último destino:
un colega. Pero no tuve tiempo para hallar la res- limpiadora de retretes.
puesta a aquella pregunta de etiqueta ya que, con Uno puede extasiarse sobre este recorrido
una dulce sonrisa, Fubuki concluyó: inexorable de la divinidad hasta los retretes. Sue-
-De ahora en adelante, y gracias a usted, ya le decirse de una cantante capaz de pasar de so-
no tendremos que sufrir esas molestias. prano a contralto que posee una amplia tesitura:
Y se marchó. Me quedé sola en el lugar de me permito subrayar la extraordinaria tesitura de
mi nuevo ascenso. Atónita, permanecí inmóvil, mis talentos, capaces de cantar en todos los regis-
con los brazos caídos. Entonces Fubuki abrió de tros, tanto en el de Dios como en el de Madame
nuevo la puerta. Como en el teatro, había regre- Pipí.
sado para soltarme lo mejor: Pasado el estupor inicial, la primera sensa-
-Se me olvidaba: ni que decir tiene que su ción que experimenté fue de un extraño alivio.
cometido incluye también los servicios de caba- La ventaja de limpiar retretes sucios es que uno
lleros. no puede temer caer más bajo.

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Lo que había ocurrido en la cabeza de Fubu- juventud: de pequeña, la belleza de mi universo
ki podía sin duda resumirse así: «¿Me sigues has- japonés me había impactado tanto que todavía
ta los servicios? Muy bien. Pues aquí te vas a me alimentaba con aquella reserva afectiva. Aho-
quedar.»
ra tenía ante mí la evidencia del despreciable ho-
Y allí me quedé. rror de un sistema que negaba todo lo que tanto
Supongo que, en mi lugar, cualquier otro se había amado y, no obstante, seguía siendo fiel a
habría despedido. Cualquiera menos un nipón. sus valores, en los que ya no creía.
Asignarme aquel puesto por parte de mi superio- N o se me cayó la cara de vergüenza. Duran te
ra era una manera de obligarme a tomar el por- siete meses, permanecí en mi puesto en los servi-
tante. Despedirme, sin embargo, suponía perder cios de la compañía Yumimoto.
prestigio. Para un japonés, limpiar retretes no era Empezó, pues, una nueva vida. Por extraño
un trabajo honorable pero tampoco indigno. que pueda parecer, no tuve la impresión de haber
Entre dos males, hay que elegir el mal me- tocado fondo. Después de todo, aquel trabajo re-
nor. Había firmado un contrato por un año. Ex- sultaba mucho menos atroz que el de contable
piraba el 7 de enero de 1991. Estábamos en ju- -me refiero a mi anterior destino como verifica-
nio. Resistiría. Me comportaría como lo haría dora de notas de gastos de viaje-. Entre pasarme
una pponesa.
el día extrayendo de mi calculadora números
En esto tampoco me libraba de la norma ge- cada vez más ezquizofrénicos y extraer rollos de
neral: todo extranjero que desee integrarse en Ja- papel higiénico del trastero, no lo dudaba ni un
pón debe tener el amor propio de respetar las segundo.
costumbres del Imperio. Es admirable hasta qué En el que a partir de entonces se convertiría
punto lo contrario es absolutamente falso: los ni- en mi puesto de trabajo, no me sentía superada
pones, que tanto se ofenden cuando los demás por los acontecimientos. Mi limitado cerebro
no respetan sus códigos, jamás se escandalizan de comprendía la naturaleza de los problemas que
sus
. propias
. . derogaciones respecto a las conve- se le planteaban. Ya no se trataba de averiguar el
menCias aJenas. cambio del marco del 19 de marzo para conver-
Era consciente de aquella injusticia y, sin tir en yen la factura de la habitación del hotel y
embargo, la aceptaba con total sumisión. A me- luego comparar mis resultados con los del señor
nudo, las actitudes más incomprensibles de una de turno y preguntarme por qué a él le salían
vida tienen su origen en un deslumbramiento de 23.254 y a mí 499.212. Había que convertir lo
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sucio en limpio y la ausencia de papel en presen- tro me llevaba hacia el edificio Yumimoto, me
cia de papel.
invadía el deseo de reír pensando en lo que me
aguardaba. Y cuando tomaba posesión de mi mi-
nisterio, tenía que luchar contra furiosos ataques
La higiene sanitaria no funciona sin una hi- de risa loca.
giene mental. A aquellos que no dudarán en En la empresa, frente a un centenar de hom-
considerar indigna mi sumisión a tan abyecta de- bres debía de haber cinco mujeres, de las cuales
cisión, debo decirles lo siguiente: jamás, en nin- sólo Fubuki había conseguido acceder a la condi-
gún momento durante aquellos siete meses, me ción de cuadro. Quedaban, pues, tres empleadas
sentí humillada.
más, que trabajaban en otros pisos. Sin embargo,
Desde el momento en que me fue comuni- yo sólo estaba acreditada para ocuparme de los
cado mi increíble destino, entré en otra dimen- servicios del piso cuarenta y cuatro. Por consi-
sión de la existencia: el universo del escarnio guiente, los retretes para señoras del cuarenta y
puro y simple. Supongo que había ido a caer a cuatro eran, por así decirlo, dominio exclusivo
aquel lugar por actividad refleja: para soportar de mi superiora y mío.
los siete meses que iba a pasar allí, tenía que Entre paréntesis, añadiré que mi limitación
cambiar de referencias, debía invertir los que, geográfica al piso cuarenta y cuatro demostraba,
hasta la fecha, habían constituido mis puntos de si es que hacía falta, la absoluta inutilidad de mi
referencia.
nombramiento. Si lo que los militares denomi-
Y, gracias a un proceso salvador de mis facul- nan con elegancia «huellas de frenado» suponían
tades inmunitarias, aquel vuelco interior se pro- una molestia para los visitantes, no veía en qué
dujo de inmediato. Sin solución de continuidad, resultaban menos molestas en el piso cuarenta y
lo que mi cabeza consideraba sucio pasó a ser tres que en el cuarenta y cuatro.
limpio, la vergüenza se convirtió en gloria, el No hice valer aquel argumento. Si lo hubiera
verdugo en víctima y lo sórdido se transformó en hecho, sin duda me habrían dicho: «Es cierto.
cómico.
A partir de ahora los retretes de los otros pisos
Insisto en esta última palabra: en aquellos también pasarán a formar parte de su jurisdic-
servicios (y nunca mejor dicho) viví el periodo ción.» Mi ambición se conformó con el cuarenta
más divertido de mi existencia, y eso que había y cuatro.
pasado por otros. Por la mañana, cuando el me- El vuelco de mis valores no era una pura in-
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vención. Fubuki se sintió completamente humi- A la mañana siguiente, en efecto, en el servi-
llada por lo que sin duda interpretó como una cio de señoras, me dijo con una voz segura:
manifestación de mi fuerza de inercia. Estaba -Si tiene algún motivo de queja, es a mí a
claro que contaba con que yo me despidiera. Al quien debe dirigirse.
no hacerlo, le jugaba una .fW!la pasada. El desho- -No me he quejado a nadie.
nor se volvía en su contra. -Sabe perfectamente a qué me refiero.
También es cierto que aquella derrota nunca Yo no lo tenía tan claro. ¿Qué debería haber
se tradujo en palabras. Pero, no obstante, tuve hecho para aparentar que no me quejaba? ¿Salir
pruebas de su existencia. por piernas de los servicios masculinos para dar a
Así, ocurrió que me crucé, en los servicios entender que me había equivocado de retretes?
masculinos, con el señor Haneda en persona. Aun así, me encantaba la frase de mi supe-
Aquel encuentro nos produjo una fuerte impre- riora: «Si tiene algún motivo de queja ... » Lo que
sión: a mí, porque resultaba difícil imaginar a un más me gustaba de aquel enunciado era el «SÍ»:
dios en semejante lugar; a él, sin duda porque no cabía la posibilidad de que no tuviera motivo de
estaba al corriente de mi ascenso. quep.
Por un momento sonrió, creyendo que, en La jerarquía autorizaba a dos personas más
mi ya legendaria torpeza, me había equivocado a sacarme de allí: el señor Omochi y el señor
de servicios. Dejó de sonreír cuando me vio Saito.
cambiar el rollo de toalla húmedo y sucio y susti- Huelga decir que el vicepresidente no se
tuirlo por otro. A partir de aquel momento, preocupaba por mi suerte. Fue, al contrario, el
comprendió y ya no se atrevió a mirarme. Pare- que más entusiasmo manifestó respecto a mi
cía muy incómodo. nombramiento. Cuando se cruzaba conmigo en
No esperé que aquel incidente cambiara mi los retretes, me lanzaba un jovial:
suerte. El señor Haneda era un presidente dema- -¿Está bien, verdad, tener un cargo?
siado bueno para cuestionar las órdenes de uno Lo decía sin ninguna ironía. Sin duda creía
de sus subordinados, y más aún si las órdenes que iba a encontrar en aquella tarea la plenitud
procedían del único cuadro de sexo femenino de necesaria de la cual solo el trabajo podía ser ori-
su empresa. No obstante, tuve motivos para pen- gen. Para él, que un ser tan inepto como yo con-
sar que Fubuki hubo de darle explicaciones sobre siguiera por fin un lugar en la sociedad consti-
mi destino. tuía un acontecimiento positivo. Además, debía

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de sentirse aliviado al no tener que pagarme a currió a los servicios de otro piso. Sospeché que,
cambio de nada. una vez más, el señor Tenshi encontró la solu-
Si alguien le hubiera comentado que aquel ción más noble: su particular forma de manifes-
destino me humillaba, habría exclamado: «¿Y tar su discrepancia respecto a mi destino consis-
qué más? ¿No está a la altura de su dignidad? To- tía en boicotear los retretes del piso cuarenta y
davía puede estar contenta de trabajar para noso- cuatro, ya que nunca más le volví a ver -y por
tros.» más angelical que fuera, también era de carne y
El caso del señor Saito era muy distinto. Pa- hueso.
recía profundamente preocupado por aquella Enseguida comprendí que había predicado la
historia. Había podido percibir que se moría de buena palabra a su alrededor; pronto, ningún
miedo delante de Fubuki: ella transmitía cuaren- miembro del departamento de productos lácteos
ta veces más fuerza y autoridad que él. Por nada frecuentó mi guarida. Y, poco a poco, constaté
del mundo se habría atrevido a intervenir. un creciente descenso en el uso de los retretes
Cuando me cruzaba con él en los servicios, masculinos, incluso por parte de otros departa-
un rictus nervioso se apoderaba de su rostro me- mentos.
nudo. Mi superiora tenía razón al hablarme de la Bendije al señor Tenshi. Además, aquel boi-
humanidad del señor Saito. Era bueno pero pu- cot constituía una auténtica venganza contra Yu-
silánime. mimoto: los empleados que preferían acudir al
El caso más incómodo lo constituyó mi en- piso cuarenta y tres perdían, esperando el ascen-
cuentro con el señor Tenshi. Entró y me vio: su sor, un tiempo que habrían podido dedicar a la
rostro se transformó. Superado el primer mo- compañía. En Japón, a eso se le llama sabotaje:
mento de sorpresa, se puso de color naranja. uno de los más graves crímenes para los nipones,
Murmuró: tan odioso que, para denominarlo, se utiliza la
-Amélie-san ... palabra francesa, ya que hace falta ser extranjero
Se detuvo ahí, comprendiendo que no tenía para imaginar una bajeza semejante.
nada más que decir. Y tuvo entonces una reac- Aquella solidaridad conmovió mi corazón y
ción sorprendente: salió inmediatamente, sin ha- entusiasmó mi pasión filológica: si el origen de la
ber efectuado ninguna de las funciones propias palabra «boicot» era el propietario irlandés del
de aquel lugar. apellido Boycott, era lícito suponer que la etimo-
Nunca supe si se le pasaron las ganas o si re- logía del patronímico conlleva una alusión a un

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chico. Y, de hecho, el bloqueo de mi ministerio dente. Imagino que fue él quien se disgustó y ad-
fue exclusivamente masculino. virtió a las autoridades.
No se produjo ningún girlcot. Al contrario, Aquello debió de constituir un verdadero pro-
Fubuki parecía cada vez más impelida a utilizar blema táctico: por más intervencionistas que fue-
los servicios. Incluso empezó a cepillarse los dien- ran, los poderosos de la compañía no podían llegar
tes dos veces al día: no pueden imaginarse las al extremo de ordenar a sus cuadros efectuar sus
consecuencias benéficas de su odio sobre su higie- necesidades en su piso y no en el piso de abajo.
ne bucodental. Me reprochaba tanto el hecho de Por otra parte, tampoco podían tolerar aquel acto
no haberme despedido que todos los pretextos de sabotaje. Por consiguiente, era necesario reac-
eran buenos para venir a provocarme. .
c10nar. ¿e,omo.?
Aquel comportamiento me divertía. Fubuki Por supuesto, la responsabilidad de aquella
creía molestarme cuando, en realidad, me encan- infamia recayó sobre mí. Fubuki entró en el gi-
taba tener tantas ocasiones de admirar su tem- neceo y me dijo con aire terrible:
pestuosa belleza en aquel gineceo que nos era -Esto no puede seguir así. Una vez más, in-
particular. Nunca un gabinete fue tan íntimo comoda usted a los de su entorno.
como los lavabos de señoras del piso cuarenta y -¿Qué he hecho esta vez?
cuatro: cuando se abría la puerta, sabía fehacien- -Lo sabe muy bien
temente que se trataba de mi superiora, ya que -Le juro que no.
las otras tres mujeres trabajaban en el piso cua- -¿No se ha fijado en que los caballeros ya no
renta y tres. Era, pues, un lugar cerrado, digno se atreven a frecuentar los servicios del piso cua-
de Racine, en el que dos actrices coincidían va- renta y cuatro? Pierden un precioso tiempo yen-
rias veces al día para escribir un nuevo episodio do a los de los pisos inferiores. Su presencia les
de una rabiosa riña teñida de pasión. incomoda.
-Comprendo. Pero yo no elegí estar aquí. Y
usted lo sabe muy bien.
Paulatinamente, la disminución de la asis- -¡Insolente! Si fuera usted capaz de compor-
tencia de usuarios de los servicios de caballeros tarse con dignidad, estas cosas no ocurrirían.
del piso cuarenta y cuatro se convirtió en un he- Fruncí el ceño:
cho bastante evidente. Sólo lo utilizaban dos o -No veo qué tiene que ver mi dignidad en
fres despistados o, como máximo, el vicepresi- todo este asunto.

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-Si mira usted a los hombres que van al ser- Fubuki me miró con consternación:
vicio del mismo modo como me mira a mí, su -¿Una cámara en los servicios de caballeros?
actitud resulta fácil de comprender. ¿Alguna vez se le ha ocurrido pensar antes de ha-
Estallé en una carcajada: blar?
-Puede estar tranquila, no los miro para nada. -¡Mientras ellos no lo sepan! -proseguí inge-
-¿Entonces por qué se sienten incómodos? nuamente.
-Es normal. La mera presencia de un ser del -¡Cállese! ¡Es usted idiota!
sexo opuesto basta para intimidados. -Esperemos que así sea. ¡Imagínese que le
-¿Y por qué no extrae usted las oportunas hubiera asignado mi puesto a alguien inteligente!
consecuencias? -¿Con qué derecho se atreve a responderme?
-¿Qué clase de consecuencias quiere usted -¿Qué riesgo puedo correr? No puede usted
que extraiga? destinarme a un empleo más bajo.
-¡Desaparecer! Había llegado demasiado lejos. Creí que mi
Mi rostro se iluminó: superiora iba a sufrir un infarto. Me apuñaló con
-¿Me releva usted de mis funciones en los la mirada.
servicios? ¡Oh, gracias! -¡Cuidado! No sabe usted lo que podría lle-
-¡Yo no he dicho eso! gar a ocurrirle.
-Entonces no comprendo. -Dígamelo usted.
-Pues, cuando un hombre entre, usted sale. -Ándese con cuidado. Y apáñeselas para de-
Y espera a que se haya marchado para volver a saparecer de los servicios masculinos cuando en-
entrar. tre alguien.
-De acuerdo. Pero cuando estoy en el servi- Se marchó. Me pregunté si su amenaza era
cio de señoras, no puedo saber si hay alguien en real o si iba de farol.
el de caballeros. A no ser que ...
-¿Qué?
Adopté mi expresión más estúpida y beatífica: Así pues, acaté la nueva consigna, aliviada al
-¡Ya lo tengo! Basta con instalar una cámara tener que frecuentar menos un lugar en el que,
en los servicios de caballeros con monitor de vi- durante dos meses, había tenido el abrumador
gilancia en el de señoras. ¡De ese modo sabré en privilegio de descubrir que el macho japonés no
todo momento cuándo puedo entrar! es en absoluto distinguido. Así como la japonesa

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vive aterrorizada por el más mínimo ruido que Toda existencia conoce su día de traumatis-
pueda producir su persona, el japonés se des- mo primario, que divide esta vida en un antes y
preocupaba totalmente de este detalle. un después y cuyo recuerdo, incluso furtivo, bas-
Aunque no lo frecuentaba tan a menudo, ta para paralizarte de un terror irracional, animal
comprobé, sin embargo, que los cuadros del de- e incurable.
partamento de productos lácteos no habían rea- Los servicios de señoras de la empresa eran
nudado sus costumbres en el piso cuarenta y un lugar maravilloso, ya que estaban iluminados
cuatro: bajo el impulso de su jefe, su boicot con- por un ventanal. Este último había adquirido
tinuaba. Alabado sea el señor Tenshi. una tremenda importancia en mi universo: me
En realidad, desde mi nombramiento, visitar pasaba horas enteras de pie, con la frente pegada
los lavabos de la empresa se había convertido en contra el cristal, jugando a lanzarme al vado.
un acto político. Veía mi cuerpo caer, me impregnaba de aquella
Que un hombre todavía frecuentara los re- caída hasta sentir vértigo. Ésta es la razón por la
tretes del piso cuarenta y cuatro significaba: «Mi que afirmo que nunca, ni un solo segundo, me
sumisión a la autoridad es absoluta y me da lo aburrí estando en mi puesto.
mismo que se humille a los extranjeros. Además, Me hallaba en pleno ejercicio de defenestra-
estos últimos no tienen lugar en la empresa Yu- ción cuando un nuevo drama estalló. Oí abrirse la
mimoto.» puerta tras de mí. Sólo podía tratarse de Fubuki;
El que se negaba a visitarlos, en cambio, ex- sin embargo, aquél no era el límpido y veloz soni-
presaba una opinión de este tipo: «Respetar a do de mi verdugo empujando la puerta. Fue como
mis superiores no me impide conservar mi espí- si alguien la echara abajo. Y los pasos que siguie-
ritu crítico respeto a algunas decisiones. Por otra ron no eran los de unos zapatos de tacón sino las
parte, creo que Yumimoto debería contratar a pesadas y desenfrenadas pisadas del yeti en celo.
más empleados extranjeros para algunos puestos Todo ocurrió muy deprisa y apenas tuve
de responsabilidad en los que podrían resultar- tiempo de darme la vuelta para ver cómo la masa
nos útiles.» del vicepresidente se abalanzaba sobre mí.
Nunca un excusado fue el teatro de un deba- Microsegundo de estupor («¡Cielos, un hom-
te ideológico en el que lo que se ventilaba fuera bre -suponiendo que aquella bola de sebo fuera
tan esencial. un hombre- en el servicio de señoras!») y, a con-
tinuación, una eternidad de pánico.

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Me agarró como King Kong atrapa a la ru- -No paper! No paper!
biales y me arrastró hacia fuera. Yo era un jugue- Así pues, el vicepresidente había elegido
te entre sus brazos. Mi miedo alcanzó su cenit aquel delicado modo para advertirme que el pa-
cuando vi que me llevaba al servicio de caba- pel higiénico se había terminado.
lleros. Me esfumé sin decir nada hasta el trastero
Regresaron a mi mente las amenazas de Fu- del que tenía la llave y regresé a mi puesto con
buki: «No sabe qué podría llegarle a ocurrir.» No las piernas flaqueándome y los brazos cargados
iba de farol. Iba a pagar por mis pecados. Mi co- de rollos de papel. El señor Omochi me vio po-
razón dejó de latir. Mi cerebro empezó a redactar nerlos en su sitio, gritó algo que no parecía una
su testamento. felicitación, me echó fuera y se aisló en su cabina
Recuerdo haber pensado: «Va a violarte y a debidamente surtida.
asesinarte. Sí, ¿pero en qué orden? ¡Ojalá te mate Con el alma hecha jirones, busqué refugio
primero!» en el servicio de señoras. Me acurruqué en un
Un hombre se estaba lavando las manos. Por rincón y estallé en un llanto analfabeto.
desgracia, la presencia de aquella tercera persona Casualmente, aquél fue el momento que eli-
no pareció modificar las intenciones del señor gió Fubuki para ir a lavarse los dientes. En el es-
Omochi. Abrió la puerta de una cabina y me pejo vi cómo, con la boca espumeante de dentí-
empujó contra el retrete. frico, me miraba llorar. Sus ojos eran la viva
«Ha llegado tu hora», pensé. expresión del júbilo.
Se puso a gritar convulsivamente tres sílabas. Por un instante odié a mi superiora hasta el
Yo estaba tan aterrorizada que no entendía lo extremo de desear su muerte. Pensando de re-
que me decía: pensé que debía de tratarse del pente en la coincidencia entre su patronímico y
equivalente al «¡banzai!» de los kamikazes pero una palabra latina muy adecuada a la situación,
adaptado a casos específicos de violencia sexual. estuve a punto de gritarle: «¡Memento mori!»
En el punto culminante de su cólera, seguía
gritando aquellos tres sonidos. De repente, se
hizo la luz y conseguí identificar sus borborig- Seis años antes, me había encantado una pe-
mos: lícula japonesa llamada Furyo -el título inglés era
-No pepa! No pepa! Merry Christmas, mister Lawrence-. La acción
Es decir, en niponamericano: transcurría durante la guerra del Pacífico, hacia

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1944. Un grupo de soldados británicos eran pri- No podía evitar ver cierta similitud entre
sioneros en un campo militar nipón. Entre un aquella historia y mis peripecias en la compañía
inglés (David Bowie) y un oficial japonés (Ryui- Yumimoto. Es cierto que el castigo que se me in-
chi Sakamoto) se establecían lo que algunos ma- fligía era distinto. Pero, de todos modos, yo era
nuales escolares denominan «relaciones paradóji- una prisionera de guerra en un campo nipón y
cas». mi verdugo era de una belleza equivalente, como
Quizás porque entonces yo era muy joven, mínimo, a la de Ryuichi Sakamoto.
aquella película de Oshima me pareció especial- Un día, mientras se lavaba las manos, le pre-
mente conmovedora, sobre todo las escenas de gunté si había visto aquella película. Asintió.
ambigua confrontación entre los dos protagonis- Aquél debía de ser uno de mis días audaces ya
tas. La película terminaba con el nipón conde- que continué:
nando a muerte al inglés. -¿Le gustó?
Una de las escenas más deliciosas de aquel -La música era buena. Lástima que contara
largometraje era aquella en la que, hacia el final, una historia falsa.
el japonés acudía a contemplar a su víctima me- (Sin saberlo, Fubuki practicaba el revisionis-
dio moribunda. Como suplicio, había elegido se- mo soft tan habitual entre los jóvenes del país
pultar su cuerpo bajo tierra dejando sólo emer- del Sol Naciente: sus compatriotas no tenían
ger la cabeza expuesta al sol: aquella ingeniosa nada que reprocharse respecto a la última guerra,
estratagema mataba al prisionero de tres maneras y sus incursiones en Asia tenían como objetivo
distintas al mismo tiempo: de sed, de hambre y proteger a los indígenas de los nazis. No estaba
de insolación. en disposición de discutir con ella.)
Y todavía resultaba más apropiada teniendo -Creo que hay que interpretarla como una
en cuenta que el rubio tenía un tipo de piel pro- metáfora -me limité a decir.
pensa a asarse con facilidad. Y cuando el oficial -¿Una metáfora de qué?
de guerra, envarado y digno, venía a recogerse -De las relaciones con el prójimo. Por ejem-
junto al objeto de su «relación paradójica», el ros- plo, de las relaciones entre usted y yo.
tro del moribundo tenía el color de un roast-beef Me miró con perplejidad, parecía estar pre-
demasiado hecho, casi chamuscado. Yo tenía die- guntándose con qué demonios le salía esta vez la
ciséis años y me pareció que aquella forma de retrasada mental.
morir constituía una hermosa prueba de amor. -Sí -continué-. Entre usted y yo existe la

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misma diferencia que entre David Bowie y Ryui- me impedía hacerlo. Por extraño que pueda pa-
chi Sakamoto. Oriente y Occidente. Tras el con- recer, cuando uno desempeña un trabajo tan
flicto aparente, la misma curiosidad mutua, los poco lucido, el único modo de preservar su ho-
mismos malentendidos escondiendo un deseo nor consiste en callarse.
auténtico de entenderse. En efecto, si una limpiadora de retretes se
Por más que me limité a atenuaciones más o dedica a hablar por los codos, uno tiende a pen-
menos ascéticas, me di cuenta de que estaba lle- sar que se siente cómoda con su trabajo, que ése
gando demasiado lejos: es el lugar que le corresponde ya que la satisface
-No -dijo mi superiora con sobriedad. hasta el extremo de inspirarle el deseo de emular
-¿Por qué? a las cotorras.
¿Qué iba a replicar? Tenía dónde elegir: «No Si permanece en silencio, en cambio, signifi-
siento ninguna curiosidad hacia usted», o «no ca que vive su trabajo como una mortificación
tengo ningún deseo de entenderme con usted», o monacal. Hundida en su mutismo, lleva a cabo
«jqué desfachatez atreverse a comparar su suerte la expiatoria misión de perdonar los pecados de
con la de un prisionero de guerra!» o «entre aque- la humanidad. Bernanos se refirió a la angustiosa
llos dos personajes existía algo turbio y ése no es banalidad del Mal; la limpiadora de retretes, en
en absoluto mi caso». cambio, experimenta la angustiosa banalidad de
Pero no. Fubuki demostró una enorme habi- la defecación, siempre idéntica tras su repugnan-
lidad. Con voz neutra y educada, se limitó a dar- te variedad.
me una respuesta que, tras su aparente cortesía, Su silencio es la expresión de su consterna-
resultaba igualmente impactante: ción. Es la carmelita de los retretes.
-Creo que usted no se parece a David Bo- Así pues, callaba tanto corno meditaba. Por
Wle.
ejemplo, a pesar de la ausencia de parecido entre
Había que admitir que tenía razón. David Bowie y yo, me parecía que la compara-
ción no era tan descabellada. Existían los sufi-
cientes puntos en común entre nuestras respecti-
En aquel puesto que a partir de entonces se vas situaciones. Ya que, para haberme asignado
convirtió en mi lugar de trabajo, resultaba rarísi- un lugar de trabajo tan indecente, los sentimien-
mo que yo pronunciara palabra alguna. No esta- tos que Fubuki experimentaba hacia a mí tenían
-ba prohibido y, no obstante, una regla no escrita que ser algo sucios a la fuerza.

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Además de mí, tenía otros subordinados. No dividuos son producto de tu imaginación. Si te
era la única persona a la que odiaba y desprecia- parece que existen desde hace más tiempo del
ba. Podría haber martirizado a otros. Sin embar- que llevas en tu nuevo destino, es que se trata de
go, sólo ejercía su crueldad conmigo. Quizás fue- una ilusión. Abre los ojos: ¿qué vale la carne de
ra un privilegio. esos valiosos humanos frente a la eternidad de la
Decidí considerarme una elegida. loza de los sanitarios? Acuérdate de las fotogra-
fías de las ciudades bombardeadas: la gente ha
muerto, las casas han sido arrasadas, pero los la-
Estas páginas podrían dar a entender que, vabos todavía se levantan, orgullosamente, hacia
fuera de Yumimoto, la vida no existía para mí. el cielo, encaramados a cañerías en erección.
Eso no sería exacto. Fuera de la empresa, llevaba Cuando el Apocalipsis haya completado su obra,
una vida que distaba mucho de ser insignificante las ciudades sólo serán bosques de retretes. La
o vacía. dulce habitación en la que duermes, las personas
No obstante, he decidido no hablar de ella a las que amas, son creaciones compensatorias de
aquí. En primer lugar porque no viene a cuento. tu mente. Es típico de seres que ejercen oficios
Y luego porque, teniendo en cuenta mi horario lamentables construirse lo que Nietzsche deno-
de trabajo, esa vida estaba, cuando menos, limi- minaba "otro mundo", un paraíso terrenal o ce-
tada en el tiempo. leste en el que se empeñan en creer para conso-
Pero, sobre todo, por una cuestión de orden larse de lo infecto de su condición. Cuanto más
esquizofrénico: cuando estaba en mi lugar de tra- vil es su trabajo, más hermoso es su edén men-
bajo, en los servicios del piso cuarenta y cuatro tal. Créeme: nada existe más allá de las comodi-
de Yumimoto, limpiando los vestigios de inmun- dades del piso cuarenta y cuatro. Ahora todo está
dicias de un cuadro, me resultaba imposible ima- aquí.»
ginar que, fuera de aquel edificio, a tan sólo once Entonces me acercaba al ventanal, recorría
paradas de metro, existía un lugar en el que la con la mirada las once paradas de metro y mira-
gente me quería, me respetaba y no veía relación ba hacia el final del trayecto: ninguna casa resul-
alguna entre la escobilla de un retrete y yo. taba visible o imaginable. «Ya lo ves: ese hogar
Cuando aquella parte de mi vida cotidiana tranquilo es producto de tu imaginación.»
me venía a la mente estando en mi puesto de tra- Sólo me quedaba pegar la frente contra el
bajo, sólo podía pensar: «No. Esa casa y esos in- c;ristal y lanzarme por la ventana. Soy la única

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persona del mundo a la que le ha ocurrido este sultaba más degradante. Aunque eso no era sufi-
milagro: la defenestración me salvó la vida. ciente para que envidiara la posición de los de-
Todavía hoy deben de quedar jirones de mi más. Era tan miserable como la mía.
cuerpo por toda la ciudad. Los contables que pasaban diez horas diarias
recopiando cifras me parecían víctimas sacrifica-
das en el altar de una divinidad carente de gran-
Pasaron los meses. Cada día, el tiempo per- deza y de misterio. Desde tiempos inmemoriales,
día algo de consistencia. Era incapaz de determi- los humildes han dedicado sus vidas a realidades
nar si transcurría rápida o lentamente. Mi me- que los superan: en otros tiempos, podían por lo
moria empezaba a funcionar igual que la cadena menos entrever alguna causa mística en semejan-
de un retrete. La tiraba por la noche. Una esco- te estropicio. Ahora, ya no podían ilusionarse.
billa mental eliminaba los últimos restos de su- Entregaban su existencia a cambio de nada.
ciedad. Como todo el mundo sabe, Japón es el país
Limpieza ritual que de nada servía, ya que, a con la mayor tasa de suicidios. Personalmente, lo
la mañana siguiente, la taza de mi cerebro recu- que me sorprende es que no sea todavía más fre-
peraba su suciedad. cuente.
Como habrá observado el común de los ¿Y, fuera de la empresa, qué les esperaba a
mortales, los lavabos son un lugar propicio a la aquellos contables de cerebro lavado por los nú-
meditación. Para mí, que me había convertido meros? La cerveza obligatoria con colegas tan
en carmelita, significó la ocasión de meditar. Y trepanados como ellos, horas de metro abarrota-
descubrí algo muy importante: que en Japón la do, una esposa que ya duerme, el sueño que te
existencia es la empresa. aspira como el desagüe de un lavabo que se va-
Se trata, por supuesto, de una verdad que ya cía, las escasas vacaciones en las que nadie sabe
ha sido descrita en numerosos ensayos de econo- qué hacer: nada que merezca el nombre de vida.
mía dedicados a este país. Pero existe un abismo Y lo peor es pensar que a escala mundial esta
entre leer una frase en un ensayo y vivirla. Yo po- gente son privilegiados.
día convencerme de lo que aquello significaba
para los miembros de la compañía Yumimoto
y para mí. Llegó diciembre, el mes de mi renuncia. Esta
· Mi calvario no era peor que el suyo. Sólo re- palabra podría resultar sorprendente: la fecha del

124 125
final de mi contrato se acercaba, no se trataba debía acarrear con todas las culpas. Semejante
pues de despido. Y, sin embargo, sí. No podía li- actitud no dejaba de ser ridícula, pero yo partía
mitarme a esperar la noche del 7 de enero de del principio de que los asalariados de Yumimoto
1991 y marcharme tras estrechar algunas manos. se mostrarían agradecidos al verme adoptarla
En un país en el que, hasta hace poco, con con- para ayudarles a no perder la vergüenza y que me
trato o sin él, uno siempre era contratado para interrumpirían protestando: «¡No se recrimine,
siempre, uno no podía abandonar su empleo sin es usted una persona muy buena!»
cuidar las formas. Solicité una entrevista con mi superiora. Me
Por respeto a la tradición, tenía la obligación citó a última hora de la tarde en un despacho va-
de presentar mi renuncia a cada escalón jerárqui- cío. En el momento de reunirme con ella, un de-
co, es decir cuatro veces, empezando por la parte monio me susurró en la cabeza: «Dile que, ejer-
inferior de la pirámide: primero a Fubuki, luego ciendo de Madame Pipí, puedes ganar más en
al señor Saito, luego al señor Omochi y por últi- otro parte.» Me resultó tremendamente difícil
mo al señor Haneda. amordazar a aquel demonio y estaba a punto de
Me preparé mentalmente para aquella tarea. dejarme arrastrar por la hilaridad cuando me
Por supuesto, cumplí con la norma máxima: no senté frente a ella.
queprme. El demonio eligió aquel instante para susu-
Por otra parte, había recibido un consejo pa- rrarme la siguiente sugerencia: «Dile que sólo te
ternal: en ningún caso aquel asunto debía empa- quedarás si se instalan en los retretes un platito
ñar las buenas relaciones entre Bélgica y el país en el que cada usuario deposite cincuenta yens.»
del Sol Naciente. Así pues, no había que dar a Me mordí la parte interior de las mejillas
entender que ningún nipón de la empresa se ha- para mantener la seriedad. Resultaba tan difícil
bía comportado mal conmigo. Los únicos moti- que no conseguía hablar.
vos que tendría derecho a invocar -ya que tenía Fubuki suspiró:
la obligación de exponer las razones por las cua- - ¿Y bien? ¿Tiene algo que decirme?
les renunciaba a un puesto tan ventajoso- serían Para esconder mi boca que se torcía, bajé la
argumentos enunciados en primera persona del cabeza hasta donde pude, lo que me confirió una
singular. apariencia de humildad que debió de satisfacer a
. .
Desde un punto de vista puramente lógico, m1 supenora.
'aquello no me dejaba elección: significaba que -El final de mi contrato se acerca y deseaba

126 127
comunicarle, con todo mi pesar, que no podré Me interesaba menos averiguar qué capaci-
renovarlo. dades intelectuales eran necesarias para limpiar
Mi voz era la típica de la subordinada sumisa un retrete sucio que comprobar si una prueba
y temerosa. tan grotesca de sumisión sería del agrado de mi
-¿Ah? ¿Y por qué? -me preguntó secamente. verdugo.
¡Qué estupenda pregunta! Así que no era la Su rostro de japonesa bien educada perma-
única en hacer teatro. Me puse a su nivel con neció inmóvil e inexpresivo, y tuve que observar-
esta caricatura de respuesta: lo con un sismógrafo para detectar la ligera cris-
-La compañía Yumimoto me ha brindado pación de sus mandíbulas provocada por mi
grandes y múltiples ocasiones de demostrar mis respuesta: lo estaba pasando en grande.
aptitudes. Y yo le estaré eternamente agradecida No iba a detenerse en su camino hacia el
por ello. Lamentablemente, no he podido estar a placer. Prosiguió:
la altura del honor que me era concedido. -Yo también lo creo. ¿Cuál es, en su opi-
Tuve que detenerme para morderme de nue- nión, el origen de esa incapacidad?
vo las mejillas, de tan cómico como me parecía La respuesta era evidente. Yo también me es-
lo que estaba diciendo. Fubuki, por su parte, no taba divirtiendo:
parecía divertirse, ya que dijo: -La inferioridad del cerebro occidental res-
-Exacto. En su opinión, ¿por qué no ha esta- pecto al cerebro nipón.
do usted a la altura? Encantada de mi docilidad frente a sus de-
No pude evitar levantar la cabeza para mirar- seos, Fubuki encontró la réplica justa:
la con asombro: ¿era posible que me preguntara -Algo de eso hay. No obstante, tampoco hay
por qué no estaba a la altura de los retretes de la que exagerar la inferioridad del cerebro occiden-
empresa? ¿Tan desmedida era su necesidad de tal medio. ¿No cree que esa incapacidad procede
humillarme? Y, de ser así, ¿cuál podía ser la natu- sobre todo de una deficiencia propia de su cere-
raleza de sus sentimientos hacia mí? bro en particular?
Mirándola fijamente para no perderme deta- -Seguramente.
lle de su reacción, pronuncié la siguiente barbari- -Al principio, pensé que deseaba sabotear
dad: Yumimoto. Júreme que no se comportaba como
-Porque no tenía las capacidades intelectua- una estúpida adrede.
les para ese cometido. -Lo juro.

128 129
-¿Es usted consciente de sus limitaciones? Creía que había saciado sus expectativas, ya
-Sí. La compañía Yumimoto me ha ayudado que me hizo la siguiente pregunta, que me pare-
a darme cuenta. ció de lo más simple:
El rostro de mi superiora permanecía impa- -¿Y, a partir de ahora, qué piensa hacer?
sible, pero sentía por su voz que su boca se seca- No tenía ninguna intención de hablarle de
ba. Me sentía feliz al poder proporcionar por fin mis manuscritos. Salí del paso con una banali-
un momento de placer. dad:
-Así que la empresa le ha hecho a usted un -Quizás podría enseñar francés.
gran serviciO. Mi superiora estalló en una carcajada de des-
-Y yo le estaré eternamente agradecida. precio.
Me encantaba el lado surrealista que adqui- -¿Enseñar? ¡Usted! ¿Usted se considera capaz
ría aquel intercambio que elevaba a Fubuki hacia de enseñar?
un inesperado séptimo cielo. En el fondo, era un ¡Maldita tempestad de nieve, siempre sobra-
momento muy emotivo. da de municiones!
«Querida tempestad de nieve, si pudiera, sin Me di cuenta de que no había tenido sufi-
demasiado esfuerzo, convertirme en el instru- ciente. Pero no iba a cometer la estupidez de res-
mento para proporcionarte placer, sobre todo no ponderle que tenía un título de profesora.
te molestes, acométeme con tus copos ásperos y Bajé la cabeza.
duros, con tu granizo tallado como pedernal, tus -Tiene usted razón, todavía no soy conscien-
nubarrones contienen tanta rabia que acepto con- te de mis limitaciones.
vertirme en la pobre mortal perdida en la monta- -Eso es cierto. Sinceramente, ¿qué oficio po-
ña sobre la cual descargan su cólera, recibo sin re- dría usted ejercer?
chistar sus miles de perdigones helados, nada me Tenía que darle la oportunidad de acceder al
resulta más fácil, y tu necesidad de cortarme la paroxismo del éxtasis.
piel con ráfagas de insultos constituye el más her- El antiguo protocolo imperial nipón estable-
moso de los espectáculos, disparas con cartuchos ce que uno deberá dirigirse al Emperador con
de fogueo, querida tempestad, me he negado a «estupor y temblores». Siempre me ha encantado
que me venden los ojos frente a tu pelotón de esta fórmula, que se corresponde perfectamente
ejecución ya que hacía mucho tiempo que ansia- con la interpretación de los actores en las pelícu-
·ba contemplar un atisbo de placer en tu mirada.» las de samuráis, cuando se dirigen a su superior

130 131
con la voz traumatizada por un respeto sobrehu- Sus ojos buscaban por todos los rincones de
mano. la habitación como si fueran a encontrar la pala-
Así pues, adopté la máscara del estupor y co- bra justa. Me daba lástima.
mencé a temblar. Sumergí mi mirada llena de es- -¿Saito-san?
panto en la de la joven mujer y balbuceé: -Yo ... , nosotros ... , lo siento mucho. Nunca
-¿Cree usted que me admitirían como basu- hubiera querido que las cosas ocurrieran así.
rera? Un japonés que se excusa de verdad, esto sólo
-¡Sí! -dijo con un entusiasmo quizás excesivo. ocurre una vez en cada siglo. Me horrorizó que el
Suspiró profundamente. Lo había conseguido. señor Saito consintiera rebajarse tanto por culpa
mía. Tanto más cuanto que no había intervenido
en ninguna de mis sucesivas destituciones.
A continuación tuve que presentar mi re- -No tiene por qué sentirlo. Las cosas no po-
nuncia al señor Saito. Él también me convocó en dían ir mejor. Y mi paso por esta empresa me ha
un despacho vacío, pero, a diferencia de Fubuki, enseñado mucho.
parecía incómodo cuando me senté frente a él. Y en eso, la verdad, no mentía.
-Se acerca el vencimiento de mi contrato y, -¿Qué proyectos tiene? -me preguntó con
con todo mi pesar, quería comunicarle que me una sonrisa tensa y amable.
veo en la imposibilidad de renovarlo. -No se preocupe por mí. Ya encontraré algo.
El rostro del señor Saito se crispó con multi- ¡Pobre señor Saito! Yo tenía que consolarlo a
tud de tics. Como no lograba traducir su mími- él. A pesar de su relativa ascensión profesional,
ca, continué con mi numerito: era un nipón entre miles, a la vez esclavo y torpe
-La compañía Yumimoto me ha brindado verdugo de un sistema que sin duda no le gusta-
múltiples oportunidades de demostrar mis apti- ba pero que nunca denigraría, por debilidad y
tudes. Y le estaré eternamente agradecida por por falta de imaginación.
ello. Por desgracia, no he sabido mostrarme a la
altura del honor que me era concedido.
El pequeño cuerpo enclenque del señor Saito Le tocó el turno al señor Omochi. Me moría
se agitó en sobresaltos nerviosos. Parecía muy in- de miedo ante la idea de citarme a solas con él en
cómodo por lo que le contaba. su despacho. Me equivocaba: el vicepresidente
-Amélie-san ... estaba de un humor excelente.

132 133
Al verme exclamó: Perpleja, levanté hacia el vicepresidente una
-¡Amélie-san! mirada llena de aprensión:
Lo dijo de ese modo nipón y fantástico que -¿Se trata de chocolate marciano?
consiste en confirmar la existencia de una perso- Se puso a gritar de risa. Hipaba convulsiva-
na pronunciando su nombre en el aire. mente:
Hablaba con la boca llena. Sólo por el tono -Kassei no chokoreto! Kassei no chokoreto!
de su voz, intenté diagnosticar la naturaleza de Es decir: «¡Chocolate marciano! ¡Chocolate
aquel alimento. Debía de tratarse de algo pasto- marciano!»
so, pegajoso, el tipo de cosa que hay que desen- Me pareció una curiosa forma de aceptar mi
ganchar de los dientes con la lengua durante lar- renuncia. Y aquella hilaridad rebosante de co-
go rato. No lo suficientemente adherente al lesterol me .incomodaba sobremanera. Iba en
paladar, sin embargo, para ser un caramelo. De- aumento, y veía acercarse el momento en el
masiado grasiento para ser regaliz. Demasiado que una crisis cardíaca lo fulminaría ante mis
espeso para ser un marshmallow. Misterio. nances.
Me lancé en mi letanía, ahora perfectamente ¿Cómo podría explicarlo luego a las autorida-
rodada: des? «Estaba yo presentando mi renuncia. Y eso le
-Se acerca el término de mi contrato y qui- mató.» Ningún miembro de la compañía Yumi-
siera anunciar, con todo mi pesar, que me veo en moto se tragaría semejante versión: yo era el tipo
la imposibilidad de renovarlo. de empleada cuya marcha sólo podía constituir
La golosina, situada entre sus rodillas, estaba una excelente noticia.
tapada por la mesa. Se llevó una nueva ración a En cuanto a la historia del chocolate verde,
la boca: los gruesos dedos me impidieron ver nadie se la creería. Uno no fallece a causa de una
aquel cargamento, que fue devorado sin que pu- tableta de chocolate, por más de color clorofila
diera siquiera identificar su color. Aquello me que sea. La hipótesis de asesinato resultaría mu-
contrarió. cho más verosímil. Y no eran móviles lo que me
El obeso debió de percatarse de mi contrarie- faltaban.
dad respecto a su alimentación, ya que desplazó En resumen, había que desear que el señor
el paquete y lo lanzó sobre la mesa para que pu- Omochi no se muriera, ya que aquello me habría
diera verlo. Para mi sorpresa, se trataba de cho- convertido en culpable.
, colare verde pálido. Me disponía a soltar mi segunda estrofa con

134 13c;;·
- _./
el objetivo de interrumpir aquel tifón de risa -¡Insolente! ¡Usted no tiene ningún derecho
cuando el obeso precisó: a hacerme preguntas! Usted debe limitarse a
-Se trata de chocolate blanco con sabor a me- cumplir mis órdenes.
lón verde, una especialidad de Hokkaido. Han re- -¿Qué tengo que perder, si no obedezco?
producido a la perfección el sabor del melón japo- ¿Que me pongan de patitas en la calle? Eso me
nés. Tenga, pruebe. vendría bien.
-No, gracias. Justo después, comprendí que había llegado
Me gustaba el melón japonés, pero la idea de demasiado lejos. Bastaba ver la expresión del se-
aquel sabor mezclado con el del chocolate blanco ñor Omochi para comprender que las buenas re-
me producía verdadera repugnancia. laciones belgo-japonesas estaban resultando se-
Por oscuras razones, mi negativa irritó al vi- riamente dañadas.
cepresidente. Reiteró su orden de un modo edu- Su infarto parecía inminente. Me retracté:
cado: -Le pido que me perdone.
-Meshiagatte kudasai. Encontró el resuello suficiente para rugir:
O sea: «Por favor, hágame el favor de co- -¡Trágatelo!
mer.» Aquél era mi castigo. ¿Quién iba a imaginar
Me negué. que comer chocolate se convertiría en un acto de
Empezó a bajar los niveles de lenguaje: política internacional?
-Tabete. Acerqué mi mano al paquete pensando que,
O sea: «Coma.» en el jardín del Edén, las cosas quizás habían
Me negué. transcurrido de un modo similar: Eva no tenía
Gritó: ningún deseo de morder la manzana, pero una
-¡Taberu! serpiente obesa, aquejada de un ataque de sadis-
O sea: «¡Trágatelo!» mo tan repentino como inexplicable, la había
Me negué. obligado a hacerlo.
Montó en cólera: Rompí un cuadrado verdoso y me lo llevé a
-Mire usted, mientras su contrato todavía la boca. Lo que más me repelía era su color.
esté en vigor, ¡tiene la obligación de obedecer- Mastiqué: para mi vergüenza, su sabor distaba
me! mucho de ser malo.
-¿Qué puede importarle que coma o no? -Delicioso -dije a regañadientes.

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-¡Ah, ah! ¿Es bueno, verdad, el chocolate Aquella constatación me recordó la frase de
marciano? André Maurois: «No hables demasiado mal de ti
Había triunfado. Las relaciones belga-japo- mismo: podrían creerte.»
nesas volvían a ser excelentes. El ogro sacó un pañuelo de su bolsillo, secó
Cuando me hube tragado la causa del casus sus lágrimas de risa y, ante mi enorme asombro,
belli, proseguí con mi numerito: se sonó, lo que en Japón constituye uno de los
-La compañía Yumimoto me ha brindado colmos de la grosería. ¿Tan bajo había caído que
multitud de oportunidades de demostrar mis ap- podían vaciarse las narices en mi presencia sin
titudes. Le estaré eternamente agradecida. Por sentir vergüenza alguna?
desgracia, no he sabido mostrarme a la altura del A continuación, suspiró:
honor que me era concedido. -¡Amélie-san!
Sorprendido, sin duda porque había olvida- No dijo nada más. Deduje que, para él, el
do totalmente el motivo de mi presencia allí, el asunto quedaba zanjado. Me levanté, saludé y
señor Omochi estalló en una carcajada. me marché sin decir nada.
En mi dulce candor, había imaginado que
humillándome de aquel modo para salvar su re-
putación, rebajándome a mí misma con el fin de Sólo me quedaba Dios.
no tener que dirigirles reproche alguno, iba a Nunca fui tan nipona como presentando mi
suscitar protestas del tipo: «¡Pues claro que estu- dimisión al presidente. Delante de él, mi males-
vo usted a la altura!» tar era sincero y se expresaba a través de una son-
Sin embargo, era la tercera vez que soltaba risa crispada entrecortada por un ahogado hipo.
mi perorata y nadie había intentado contradecir- El señor Haneda me recibió con extrema ama-
me. Fubuki, lejos de replicar a mis carencias, bilidad en su despacho inmenso y luminoso.
había insistido en precisar que mi caso era más -Nos acercamos al final de mi contrato y
grave todavía. El señor Saito, por más que le in- quería anunciarle, con todo mi pesar, que me
comodaran mis desventuras, no había cuestiona- veo en la imposibilidad de renovarlo.
do el fundamento de mi autodenigración. En -Claro. La comprendo.
cuanto al vicepresidente, no sólo no tenía nada Era el primero en comentar mi decisión con
que objetar a mis alegaciones, sino que las acogía humanidad.
cDn la más entusiasta de las hilaridades. -La compañía Yumimoto me ha brindado

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138
múltiples ocasiones de demostrar mis aptitudes. Entre aquellos alimentos festivos, destacan
Y le estaré eternamente agradecida por ello. La- los omochi: pasteles de arroz por los que, anta-
mentablemente, no he podido mostrarme a la al- ño, me pirraba. Aquel año, por razones onomás-
tura del honor que me era concedido. ticas, no pude ni probarlos.
Reaccionó enseguida: Cuando me llevaba un omochi a la boca, te-
-No es cierto, y usted lo sabe. Su colabora- nía la certeza de que iba a ponerse a rugir: «¡Amé-
ción con el señor Tenshi demostró que está usted líe-san!» y a estallar en una grasienta carcajada.
altamente capacitada en los dominios que le
convienen.
¡Vaya, vaya! Regreso a la compañía por sólo tres días de
Añadió suspirando: trabajo. La mirada del mundo apuntaba hacia
-No ha tenido suerte, no llegó en el buen Kuwait y sólo estaba pendiente del 15 de enero.
momento. Comprendo perfectamente que haya Mi mirada apuntaba al ventanal de los servi-
decidido marcharse, pero sepa que si un día cios y yo sólo estaba pendiente del 7 de enero:
cambia de opinión, será muy bienvenida. Seguro mi ultimátum particular.
que no seré el único que la echará de menos. La mañana del 7 de enero, no me lo podía
Estoy convencida de que se equivocaba en creer: ¡había esperado tanto aquella fecha! Me
ese punto. Aunque no por eso dejó de conmo- parecía que llevaba diez años trabajando en Yu-
verme. Hablaba con una bondad tan convincen- mimoto.
te que casi me entristeció la idea de abandonar Pasé el día en los retretes del piso cuarenta y
aquella empresa. cuatro en una atmósfera de religiosidad: llevaba a
cabo el más mínimo gesto con la solemnidad de
un sacerdote. Casi lamentaba no poder compro-
Año Nuevo: tres días de descanso ritual y bar las palabras de la vieja carmelita: «En el Car-
obligatorio. Semejante farniente tiene algo trau- melo, lo difícil son los treinta primeros años.»
mático para los japoneses. Hacia las siete de la tarde, tras lavarme las
Durante tres días y tres noches ni siquiera manos, fui a estrechar las de los pocos individuos
está permitido cocinar. Se comen platos fríos, que, a título diverso, me habían dejado entrever
preparados con antelación y almacenados en que me consideraban un ser humano. La mano
. unas espléndidas cajas lacadas. de Fubuki no formaba parte del lote. Lo lamen-

140 141
té, aunque no sentía ningún rencor hacia ella:
fue por amor propio por lo que me obligué a no
saludarla. Más tarde, aquella actitud se me anto- Unos días más tarde, regresé a Europa.
jó estúpida: preferir el orgullo a la contempla- El 14 de enero de 1991, empecé a escribir
ción de un rostro excepcional constituía un error un manuscrito titulado Higiene del asesino.
de cálculo. El 15 de enero expiró el ultimátum america-
A las seis y media, regresé por última vez al no contra Irak. El 17 de enero estalló la guerra.
Carmelo. Los servicios de señoras estaban vados. El 18 de enero, al otro lado del planeta, Fu-
La fealdad de la iluminación de neón no impidió buki Morí cumplió treinta años.
que se me encogiera el corazón: siete meses -¿de
mi vida?, no; de mi tiempo sobre este planeta-
habían transcurrido allí. No había motivos para El tiempo, conforme a su vieja costumbre,
la nostalgia. Y, sin embargo, se me hizo un nudo pasó.
en la garganta. En 1992 se publicó mi primera novela.
Instintivamente, me dirigí hacia la ventana. En 1993, recibí una carta procedente de To-
Pegué mi frente contra el cristal y enseguida supe kio. El texto decía lo siguiente:
que lo echaría de menos: no todo el mundo te-
nía el privilegio de dominar la ciudad desde lo Amélie-san,
alto del piso cuarenta y cuatro. Felicidades.
La ventana era la frontera entre la terrible luz Morí Fubuki
y la admirable oscuridad, entre los retretes y el
infinito, entre lo higiénico y lo imposible de la- Aquella nota contenía elementos suficientes
var, entre la cadena de wáter y el cielo. Mientras para hacerme feliz. Pero incluía un detalle que
existieran ventanas, el más débil de los humanos me encantó en grado máximo: estaba escrita en
tendría su parte de libertad. japonés.
Por última vez, me lancé al vacío. Miraba
cómo mi cuerpo caía.
Cuando hube saciado mi sed de defenestra-
ción, abandoné el edificio Yumimoto. Nunca me
volvieron a ver.

142 143
'¡)U-:~: _1' : '-' :t(_
PANORAMA DE NARRATIVAS

650. Claudio Magris, A ciegas


651. Nick Hornby, En picado
652. P. G. Wodehouse, Piccadilly Ji m
653. Augusten Burroughs, Recortes de mi vida
654. Paul Auster, Viajes por el Scriptorium
655. lan McEwan, En las nubes
656. Pankaj Mishra, Para no sufrir más. El Buda en el mundo
657. Arto Paasilinna, Delicioso suicidio en grupo
658. Amélie Nothomb, Ácido sulfúrico
659. Julian Barnes, Arthur & George
660. Alessandro Baricco, Esta historia
661. Tom Reiss, El orientalista
662. Cari-Johan Vallgren, Historia de un amor maravilloso
663. Lionel Shriver, Tenemos que hablar de Kevin
664. A. M. Homes, Este libro te salvará la vida
665. Miriam Toews, Complicada bondad
666. Nick Flynn, Otra noche de mierda en esta puta ciudad
667. Sarah Waters, Ronda nocturna
668. Robert Antoni, Carnaval
669. Liudmila Ulítskaya, Sóniechka
670. John Fante, Al oeste de Roma (Mi perro Idiota & La orgía)
671. Jean Echenoz, Ravel
672. Jed Rubenfeld, La interpretación del asesinato
673. Paul Auster, La vida interior de Martín Frost
674. Claudio Magris, Así que Usted comprenderá
675. W. G. Sebald, Campo Santo
676. Alexander Kluge, El hueco que deja el diablo
677. Samuel Benchetrit, Crónicas del asfalto
678. Bill Buford, Calor
679. Norman Mailer, El castillo en el bosque
680. lrvine Welsh, Secretos de alcoba de los grandes chefs
681. Jonathan Coe, El Círculo Cerrado
682. Nick Hornby, Alta fidelidad
683. Bernhard Schlink, El regreso
684. Patrick Modiano, Un pedigrí
685. Yasmina Reza, El alba la tarde o la noche
686. Amélie Nothomb, Diario de Golondrina
687. Martin Amis, La Casa de los Encuentros
688. lan McEwan, Chesil Beach
689. Francisco Goldman, El Esposo Divino
690. Sandro Veronesi, Caos calmo
691. John Lanchester, Novela familiar
692. Claudio Magris, El infinito viajar
693. Hans Magnus Enzensberger, Josefine y yo
694. Alan Bennett, Una lectora nada común
695. Graham Swift, Mañana
696. Nick Hornby, Fiebre en las gradas
697. Edward St Aubyn, Leche materna
698. Louise Welsh, El truco de la bala
699. Frédéric Beigbeder, Socorro, perdón
700. Richard Ford, Acción de Gracias
701. Abraham B. Yehoshúa, Una mujer en Jerusalén

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