Está en la página 1de 673

TANIA ESTÉBANEZ

LOVE MINDS
Ardiente juventud
LOVE MINDS
Ardiente juventud
Dedicado a mi madre, que desde que era una niña me
inculcó la pasión por la lectura.
1. AMANDA: BIENVENIDA A LA
GRAN CIUDAD

La joven provinciana, cansada de las estrecheces y de las


escasas posibilidades que le ofrecía su tierra natal, cogió un
bus en la estación tras despedirse de su dramática madre y
puso rumbo a la gran ciudad. Si tuviera que escribir un libro
contando mi historia seguramente lo comenzaría de este
modo, ignorante de la infinidad de páginas que podría llenar
con los eventos que tendrían lugar en los meses sucesivos a
mi llegada a Madrid aquella mañana de sábado de
comienzos de septiembre.
Medina del Campo, villa que me había visto nacer hacía
exactamente veintiún años, era un sitio tranquilo y apacible
donde nunca pasaba nada. Llevaba tres años teniendo que
desplazarme a diario a Valladolid para estudiar la carrera de
Periodismo y gozar un tanto de la vida universitaria y del
ambiente que le faltaba a Medina. Ese último curso, le
supliqué a mi madre que me diera la oportunidad de hacerlo
en la capital, de empezar de cero para así poder hacerme
un hueco en el mundo laboral cuando concluyera el grado.
Ella, reticente en un principio dada nuestra escasez
económica, acabó finalmente accediendo y me concedió mi
deseo.
Afortunadamente, fui aceptada en la Universidad
Complutense de Madrid, siendo el traslado de expediente y
el resto del papeleo relativamente sencillo. Más complicado
fue encontrar alojamiento, ya que no podía permitirme un
piso para mí sola, pero tuve suerte de dar con una chica que
alquilaba una habitación a muy buen precio y situada a
unos veinte minutos caminando de la facultad. Por el
momento, podía permitirme pagar trescientos euros al mes,
ya que me ahorraría bastante en transporte. De todos
modos, trataría de manejar mi dinero de la forma más
eficiente.
—Por favor, Amanda, avísame en cuanto llegues. La abuela
y yo estaremos pendientes del móvil. Si tienes cualquier
problema, sabes que puedes volver cuando lo necesites,
cielo —me recordó mi madre antes de subir al bus, con cara
de preocupación y conteniendo las lágrimas.
—Mamá, me voy a Madrid, no a la guerra. Creo que podré
apañármelas por mi cuenta y que saldré victoriosa de esta
aventura —solté bromista, y mi madre sonrió y acarició mi
rostro con dulzura.
—Hija, no sabes lo mala que es la gente en esas ciudades
tan grandes… Cuídate mucho, por favor —exageró, y no
pude evitar reírme a carcajadas antes de embarcarme hacia
mi destino.
Era la segunda vez en mi vida que visitaba la capital. De
pequeña, con mi madre y con mi abuela, había pasado unos
días de vacaciones cuando la economía no nos asfixiaba
como lo hacía en el presente. Desde entonces, todo había
cambiado demasiado y nada se parecía al Madrid que yo
recordaba de esos maravillosos días. Desacostumbrada a
utilizar el metro, cuando llegué tuve que pedir indicaciones
para llegar hasta la estación de Moncloa, e igualmente
necesité algo de ayuda para encontrar la casa donde me
alojaría.
Mi casera y única compañera de piso se llamaba Verónica.
Encontré su oferta en Internet y formalizamos el contrato de
alquiler sin siquiera hablar por teléfono. Por suerte, no me
había pedido más que un mes de fianza y la casa parecía
realmente amplia en las fotos. La decoración, un tanto
anticuada, me traía sin cuidado si podía tener otro tipo de
ventajas. Me encontraba a tan solo unos pasos de Ciudad
Universitaria. Moncloa, además, contaba con multitud de
pubs y estudiantes dispuestos a disfrutar de su tiempo libre.
Al llegar al domicilio, cargada con mis maletas, llamé al
telefonillo y esperé. Rápidamente, Verónica me abrió y subí
en el ascensor hasta el tercer piso, puerta A. Estaba abierto,
de modo que entré y cerré sin más. Aguardé en el largo y
lúgubre pasillo a que mi casera se presentara, pero al ver
que no hacía acto de presencia, la llamé.
—¿Hola…? ¿Hay alguien en casa? ¿Verónica? —pregunté en
voz alta, y escuché ruido en una de las habitaciones.
De inmediato tras mi llamada de atención, una muchacha
apareció caminando por el pasillo. Cuál fue mi sorpresa
cuando comprobé que aquella debía de ser Verónica en
persona, la que sería mi compañera de piso.
Se trataba de una joven bastante baja de estatura y
extremadamente delgada, carente de curva alguna. Su
pálida piel contrastaba con el negro de su largo y liso
cabello, que llevaba suelto. Su exagerado maquillaje de ojos
en tonos negros me intimidó, así como su oscuro
pintalabios. Unas gafas de pasta completaban su look facial,
y pasé a fijarme en su atuendo. Verónica vestía una
camiseta de tirantes negra y una minifalda del mismo color,
medias de rejilla y unas pesadas botas con plataforma con
las que podría haber matado a cualquiera de un golpe. Para
terminar, me fijé en su gótica manicura, en los múltiples
anillos y pulseras que llevaba, así como en una gargantilla
con una lágrima negra que adornaba su frágil cuello.
—¿Verónica? —repetí, y ella asintió con la cabeza sin
mostrar un atisbo de sonrisa—. Soy Amanda, tu nueva
compañera de piso. Encantada —la saludé, aunque me
abstuve de darle dos besos, pues no parecía muy sociable.
—Hola, Amanda. Bienvenida. Sígueme. Te enseñaré tu
cuarto —musitó con desgana, y me indicó a través del
pasillo el camino hasta mi habitación.
Suerte que el que sería mi espacio personal estaba mejor
decorado que el resto de la casa, como ya había
comprobado en las fotos de Internet. Mi nuevo santuario
estaba equipado con una amplia cama de matrimonio, una
mesilla con lamparita, un escritorio con ordenador, una
cómoda silla, un armario empotrado y una ventana con
unas vistas impresionantes de la ciudad. Las paredes
estaban pintadas de colores pastel y la luz inundaba la
estancia, proporcionándome una inmensa paz. Sin duda, era
el lugar perfecto para estudiar y divertirme a partes iguales.
—Es genial. Me encanta —afirmé con una sonrisa.
—Mi habitación está pegada a la tuya, así que espero que
no hagas mucho ruido. Aquí tienes unas cuantas normas
que me he tomado la molestia de escribir para que no las
olvides —manifestó, y me entregó un pequeño papelito que
cogí y que leí con detenimiento.

REGLA Nº 1: Respeta el dormitorio ajeno y no entres en él


sin permiso.
REGLA Nº 2: No toques nada que no te pertenezca.
REGLA Nº 3: No hagas ruido durante las horas de descanso.
REGLA Nº 4: La ducha es de uso exclusivo para inquilinos.
REGLA Nº 5: Ocúpate de la limpieza y del orden del
dormitorio propio, y limpia todo aquello que ensucies.

—Sencillo, ¿verdad? —inquirió Verónica cuando terminé de


leer el panfleto, y yo asentí con la cabeza—. Están
colocadas por orden de importancia. Aun así, te
sorprendería la cantidad de antiguas compañeras de piso
que quebrantaron alguna de esas cinco sencillas normas.
—¿Cómo es posible? No es tan complicado. —Me encogí de
hombros.
—Varias de ellas se saltaron a la torera la regla número uno
y follaron en mi cama cuando yo no estaba. Algunas se
comieron mi comida y me robaron dinero. Otras alborotaban
mientras yo trataba de descansar. Recuerdo también que
muchas de ellas tenían el dormitorio hecho una verdadera
pocilga y que no eran capaces de pasar un trapo por la
mesa después de desayunar. Aun así, creo que ninguna
llegó a hacer pleno y violar todas las reglas —relató
Verónica con cara de pocos amigos.
—¿Y qué pasa con el tema de la ducha? —pregunté, pues se
había olvidado de mencionar esa regla, si es que alguien la
había quebrantado alguna vez.
—Gracias por mencionarlo. Quería ver si estabas atenta.
Verás, lo de la ducha, a pesar de no ser tan grave, es una de
las cosas que más me molestan. Como ahí bien indica es de
uso exclusivo para inquilinos. No recuerdo cuántos ligues de
mis excompañeras han usado mi agua caliente y se me ha
disparado la factura del gas. Imagino que tardaban tanto en
ducharse porque aprovechaban para hacerse alguna paja
con el grifo abierto. No quiero que eso vuelva a suceder.
¿Está todo claro? —chequeó con voz de sargento.
—Sí… —respondí un tanto intimidada por la chica con la que
tendría que convivir, muy a mi pesar—. Por cierto, ¿qué
pasa entonces si, por un casual, incumpliera alguna de las
normas? —inquirí con temor, y eso que la superaba en
estatura.
—Mejor intenta no hacerlo. La regla más importante es la
primera. Yo tengo mi espacio y tú tienes el tuyo. Si no
invades mi territorio, todo irá bien. Sobra decir que yo
también debo cumplir con todas esas normas, ya que solo
de ese modo la convivencia puede ser pacífica. Descuida, si
un día te dejas la taza sin fregar, no voy a matarte. Con
respecto a la limpieza de la casa, solo te pido que tengas tu
habitación en orden. Del resto se encarga una señora que
viene a limpiar un par de veces por semana —me explicó.
—¿Puedo traer a algún amigo o amiga a casa? —demandé,
puesto que no había nada escrito referente a ese tema.
—Puedes traer a quien te dé la real gana. Evidentemente,
espero que no montes una fiesta en casa, pero no me
importa que tengas compañía.
—Por curiosidad, ¿cuántas compañeras de piso has
tenido…?
Su perorata relatando lo que sus antiguas inquilinas habían
hecho me generaba gran desconfianza. ¿Sería aquella joven
una pirada insoportable y las demás chicas habrían salido
huyendo al temer por su vida?
—Más de las que me gustaría —respondió, y se dispuso a
marcharse.
—Gracias por todo… —susurré cohibida, pero creo que ni
siquiera me escuchó porque desapareció rápidamente y
cerró la puerta de mi dormitorio al salir, dejándome allí con
cara de idiota.
Decidí olvidar la agria bienvenida y centrarme en lo más
importante. Tenía que comer algo y después deshacer dos
maletas enormes rápidamente para aprovechar la tarde-
noche del sábado. Quería dar una vuelta por el centro de la
ciudad y buscar algún plan para la noche. Era mi primer día
en Madrid y no quería perderme el ambiente nocturno que
ya anticipaba.
Después de llamar a mi madre para informarla de que había
llegado bien y de comerme unos sándwiches, saqué toda mi
ropa y la coloqué en el armario, así como el calzado. No
había podido traerme todos mis trapitos porque eran
demasiados, por lo que había tenido que hacer una difícil
selección para elegir lo imprescindible y lucir presentable.
Mi vida social dependería en gran medida de mi aspecto.
Me consideraba una persona bastante sociable. De hecho,
tenía bastantes amigos y conocidos en Medina y en
Valladolid, tanto del instituto como de la carrera. No
obstante, me emocionaba solo de pensar en las
posibilidades que tendría en una ciudad tan grande. Estaba
dispuesta a hacer amigos en cualquier parte y a disfrutar de
la experiencia al máximo.
Tras terminar de colocar mis pertenencias, fui a pedirle a
Verónica una copia de las llaves de la casa. Me fastidió no
encontrarla por ninguna parte, pero me di cuenta de que se
había encargado de dejarme un juego de llaves puestas en
la puerta, junto con una nota que rezaba «Tus llaves. No las
pierdas». Las cogí con cara de fastidio y me marché a
explorar el terreno.
Madrid seguía tan hermoso como de costumbre. No estaba
exactamente tal y como yo lo recordaba, pero la esencia del
lugar permanecía intacta. Fui a la Puerta del Sol y me perdí
por las calles del casco histórico, pletórica y entusiasmada
por la libertad que sentía. Entré en algunas tiendas a
curiosear y encontré un top de tirantes azul eléctrico
precioso que no pude evitar comprar.
Más tarde, cuando paseaba hacia Atocha, un joven
repartiendo flyers me abordó. Cogí la propaganda que me
ofreció y la leí de inmediato. Informaba de una fiesta de
máscaras en la discoteca Teatro Kapital esa misma noche,
que daría comienzo a medianoche. Los asistentes recibirían
una máscara por el precio de su entrada, así como un par
de consumiciones. Abrí los ojos como platos y decidí que
estrenaría el top ese mismo día en el evento anunciado. Me
moría de ganas de acudir y de pasarlo en grande.
Tras mi paseo, volví a casa después de localizar la
discoteca, ya que aún no conocía la ciudad y prefería ir a
tiro hecho. Decidí que le propondría a Verónica
acompañarme a la fiesta si le apetecía, dado que no me
hacía mucha gracia acudir en solitario. Aún no me había
dado tiempo siquiera de hacer amigos, puesto que las
clases no comenzaban hasta el próximo lunes, por lo que mi
compañera de piso era mi única opción. Quizá ella tuviera
más amigos que quisieran apuntarse al plan.
—Ni hablar —respondió cuando le propuse mi idea.
—¿Seguro que no te animas? —Me mordí el labio inferior al
ser consciente de que me tocaría ir sola.
—Te llamabas Amanda, ¿verdad? —preguntó, y yo asentí
con la cabeza—. Amanda, imagino que nunca has estado en
Kapital, pero te aseguro que jamás me dejarían entrar allí.
Es una discoteca de pijos y te miran de arriba abajo antes
de darte el visto bueno para pasar. Definitivamente, yo no
encajo allí.
—Venga… Seguro que lo pasamos de maravilla —insistí—.
Te prestaré algo de mi ropa si hace falta.
—No quiero tu ropa. Estoy cómoda con la mía. Además, ya
he quedado con una amiga y no pienso dejarla plantada por
nada del mundo —explicó, de modo que me di por vencida.
De nada serviría tratar de convencer a esa extraña chica
que, en cuanto zanjamos la conversación, se sentó en el
sofá, se colocó unos enormes cascos en las orejas y se puso
a escuchar música con los ojos cerrados, ignorándome por
completo. Desconcertada con su indiferencia y con sus
pocas ganas de entablar amistad conmigo, resoplé y me
marché a mi habitación.
Me tiré en la cama y comprobé el reloj. Aún era pronto
incluso para cenar, así que encendí el ordenador que había
sobre el escritorio, el cual supuse que se me permitía
utilizar, y me puse a ver una película para matar el tiempo.
Rápidamente, dieron las diez, me preparé una pizza que
había comprado de vuelta a casa tras mi paseo y
posteriormente me arreglé para salir.
Me enfundé en unos cortos pantalones vaqueros que
dejaban al descubierto mis largas y torneadas piernas, y
estrené el top que me había comprado esa misma tarde. Me
subí a unos tacones negros no demasiado altos y busqué un
bolso a juego, además de una chaqueta vaquera por si
refrescaba. Dejé mi castaño cabello ondulado suelto y me
maquillé de forma natural, destacando mis labios con un
pintalabios de color cereza. Me contemplé al espejo y me
guiñé el ojo a mí misma, pues no podía negar que estaba
irresistible y que no pasaría desapercibida esa noche.
Cuando llegué a la discoteca Kapital, pude comprobar que
no era la única interesada en la fiesta de máscaras, ya que
había una cola interminable que daba la vuelta al edificio.
Multitud de jóvenes aguardaban ansiosos a que diera
comienzo la diversión, y muchos de ellos conversaban
entusiasmados mientras esperaban la apertura de las
puertas del local.
Ya en la fila, no me fue difícil entablar conversación con
unas cuantas chicas que estaban dispuestas a ligarse a
alguno de los apuestos jóvenes que también aguardaban a
que la cacería diera comienzo. Cuando la discoteca abrió y
llegamos al mostrador para pagar la entrada, que costaba
dieciocho euros, me dieron a elegir entre una selección de
bonitas máscaras venecianas. Elegí una de color negro y
dorado que cubría mis ojos y parte de mi nariz, y la anudé
con delicadeza para que no me dejara una antiestética
marca en el pelo.
Entré a la discoteca con las chicas que acababa de conocer,
aunque rápidamente estas se dispersaron y me quedé sola,
por lo que decidí explorar el lugar por mi cuenta. Kapital era
realmente inmensa por dentro, pues contaba con siete
plantas y diferentes estilos de música en cada una de ellas.
La planta baja era la más amplia, y allí podía escucharse
música techno. Se encontraba a reventar de gente
danzando enloquecida, todos ataviados con máscaras y
tratando de adivinar si la persona con la que intentaban
ligar era realmente atractiva. Quizá en eso precisamente
estaba la gracia de la fiesta, en no revelar la sorpresa de
nuestros rostros hasta el final.
La discoteca estaba perfectamente iluminada con infinidad
de cegadores focos. Había también un disc-jockey
pinchando música, así como varios gogós medio desnudos
de ambos sexos que se restregaban entre ellos para poner
cachondo al personal. Los palcos, a rebosar de gente,
delataban la utilidad pasada de la discoteca, que había sido
un teatro en otros tiempos. En general, me pareció que
había acudido al sitio indicado y que la noche sería
inolvidable.
Tras recorrerme todas las plantas y bailar un rato en cada
una de ellas, especialmente en la de reguetón, decidí subir
a la séptima planta para tomar la primera consumición en la
terraza donde ponían música relajante. Estaba un tanto
cansada de bailar y quería librarme de algunos moscones
que no paraban de revolotear a mi alrededor y de seguirme
a cada sitio al que iba con la intención de ligar conmigo.
Había comprobado que no me gustaban en absoluto y no
pensaba aceptarles ni un baile, de modo que la mejor
opción sería despistarlos y descansar un rato.
En la terraza había multitud de gente sentada en sillones,
fumando, bebiendo y riendo a carcajadas. Había también
algunas parejas dándose el lote y algún que otro hombre
solitario y pensativo sentado en la barra, preguntándose por
qué no sería más atractivo para que las mujeres no huyeran
de él como lo hacían.
Me acerqué a la barra y pedí un sex on the beach que el
camarero me sirvió de inmediato. Me senté en un taburete y
me relajé un rato, dejándome llevar por el suave sonido de
la música chill out que sonaba de fondo. No tenía ni idea de
que mi aventura estaba a punto de dar comienzo, ni de que
la persona que iba a poner mi vida patas arriba se
encontraba a solo unos centímetros de mí, disfrutando
también de un cóctel.
Cuando me giré, me encontré con el par de ojos azules más
hermosos que jamás había contemplado, enmarcados por
una máscara azul con purpurina. Me quedé paralizada al ver
que esa cautivadora mirada pertenecía a un chico rubio con
un look desenfadado que le sentaba de maravilla. Sus
cinceladas facciones, su marcada mandíbula y su belleza
me conquistaron de inmediato a pesar de no poder ver su
rostro al completo. También me fascinó su elegante
vestimenta, pues llevaba un traje de chaqueta de color azul
eléctrico que resaltaba su atlética y esbelta figura.
—Vamos a juego. ¿Te animas a pasar un buen rato conmigo
esta noche? —me preguntó bromeando cuando se percató
de mi presencia y me escaneó de arriba abajo.
Sonreí bobaliconamente, batí mis pestañas seductora y me
perdí por completo en su mirada, teniendo que recordarme
a mí misma cómo respirar. ¡Cielos, Amanda! No debiste
subir a la terraza. Tenías que haberte quedado abajo
bailando y lejos de él. Ojalá hubiera sabido todo lo que
estaba por venir y hubiese podido evitarlo, pero en esos
instantes me dejé llevar por mi instinto animal y me quedé
en la que me pareció la mejor de las compañías.
2. VERÓNICA: PERRA SATÁNICA

Mis adorados cascos y mi querida música me salvaron de


tener que seguir soportando la irritante voz de mi nueva
compañera de piso martilleándome la cabeza para que la
acompañara a una dichosa fiesta. ¡Demonios! ¿Es que no se
había fijado en mi vestimenta y en que las personas como
yo no íbamos a ese tipo de discotecas, donde lo único que la
gente hacía era mirarnos por encima del hombro? Suerte
que por fin se rindió al ver que la ignoré por completo y se
marchó a su habitación.
Consulté el reloj y vi que aún era pronto para arreglarme.
Había quedado a las nueve con Kitty, mi mejor amiga, en el
McDonald’s que había cercano a la estación de Moncloa.
Nuestra intención era cenar algo de comida basura para ver
si cogíamos algunos kilos, pues ambas estábamos en los
huesos. Tras la cena, posiblemente daríamos una vuelta por
los alrededores y acabaríamos en mi casa viendo alguna
película o hablando de cotilleos, ya que ese sábado no
habíamos quedado con otros amigos. Si se hacía muy tarde,
puede que incluso le propusiera quedarse a dormir en la
habitación que me sobraba y que quizá en el futuro
pensaría en alquilar, si es que me veía muy mal de pasta.
Un rato antes de la hora convenida, me cambié mi camiseta
negra de tirantes por mi corsé favorito, que realzaba mis
pequeños pechos, y retoqué un poco los brillos de mi
maquillaje, asegurándome de que mi piel luciera todo lo
mate y pálida posible. Me encantaba la blancura de mi tez,
ya que me venía de perlas para mi look gótico diario. Me
coloqué las lentillas que usaba solo para salir en algunas
ocasiones, cogí una chupa de cuero y me puse en marcha
hacia el restaurante de comida rápida.
Kitty aguardaba mi llegada vistiendo un atuendo similar al
mío, y me saludó con la mano desde la distancia, luciendo
una sonrisa en su rostro como de costumbre. Sobra decir
que ella era la simpática de nuestro perfecto y oscuro dúo.
—¡Nika! —exclamó—. ¡Has sido puntual por una vez! ¡Qué
alegría!
—Suelo ser puntual normalmente —refunfuñé.
—No fastidies. Siempre sueles llegar diez o quince minutos
tarde. Sabes que adoro la puntualidad —comentó, y ambas
entramos al restaurante para pedir nuestra comida—. ¿Cuál
crees que engordará más? —inquirió Kitty echándole un
vistazo a los diferentes menús que Ronald McDonald nos
ofrecía.
—Elige uno que tenga dos trozos de carne y pídelo todo
gigante. Es lo que voy a hacer yo —la aconsejé, y ella
asintió con convicción.
Ambas pedimos el mismo menú hipercalórico y nos
sentamos con nuestras bandejas en una mesa bastante
apartada de la zona de cajas.
—Bueno… Pues vamos a ver si con esto cogemos algunos
kilillos, ¿no? Marko no para de decirme que cuando lo
hacemos no tiene de dónde agarrar. Le molan rollizas, y yo
solo le sirvo de mondadientes… —resopló bromista.
—Que le den a Marko —gruñí—. Estás preciosa —la halagué
mientras rociaba mis patatas con kétchup y mayonesa.
—Gracias, cariño. Estoy segura de que tú no necesitarías
engordar. Seguro que Luis no te ha puesto ninguna pega.
Kitty me guiñó el ojo.
—No me recuerdes a Luis ahora, por favor. Quiero pasar una
noche amena y agradable con mi mejor amiga. No vamos a
ponernos a hablar de tíos.
—Nika, si no hablamos de tíos, no sé de qué vamos a hablar.
—Tengo nueva compañera de piso, ¿sabes? —comenté
haciéndome la interesante, y Kitty abrió mucho los ojos en
señal de sorpresa, pues no le había comentado que estaba
buscando candidatas.
—¡Cuéntamelo todo!
Le puse al corriente de mis impresiones tras conocer a
Amanda. Desde luego que la pobre chica no se había
ganado mi beneplácito, y más que causarme una buena
impresión, me había parecido que se trataba de otra niña
malcriada más a la que tendría que soportar un tiempo
hasta que me inflara mucho las narices y no me quedara
más remedio que ponerla de patitas en la calle como había
hecho con el resto.
—Tú siempre igual, Nika. Ninguna te parece bien. Ya
imaginaba que con esta no sería diferente. Una cosa te
digo. Por tu salud mental, sería mejor que dejaras de
cambiar de compañera de piso tanto como de bragas —
sugirió Kitty, y yo solté un bufido.
—Son todas tan estúpidas… —manifesté enfatizando mis
palabras para darle más dramatismo—. En serio, no las
aguanto. ¿Por qué no puedes ser tú mi compañera de piso?
Dime por qué no es posible.
—Porque comparto piso con Marko. —Se encogió de
hombros—. Lo siento, cielo —comentó mientras se disponía
a comer.
Siempre me producía risa el cómico momento en el que
Kitty tomaba la gigantesca hamburguesa entre sus
diminutas manos y trataba de abrir la mandíbula lo
suficiente para pegarle un buen mordisco. Sobra decir que
sus intentos solían ser fallidos, y acababa dándole
mordisquitos minúsculos a la comida para no atragantarse.
—Está claro que yo no tengo pene, pero puedo llenarte de
otras formas. Por ejemplo, espiritualmente —me burlé, y
Kitty contuvo una carcajada para no escupirme la comida en
la cara.
—¡Nika! ¡Vas a conseguir que me ahogue! Sabes que el sexo
es muy necesario en mi vida, y en la tuya también. ¿Por qué
si no ibas a estar con Luis?
—No vuelvas a sacar el tema, por favor… —supliqué, y
seguimos comiendo y charlando animadamente.
Me encantaba pasar tiempo a solas con Kitty. No es que no
me gustara salir con el resto de nuestros amigos en común,
pero siendo las dos únicas chicas del grupo disfrutaba
enormemente de los momentos de complicidad donde
podíamos tratar abiertamente de cualquier tema. No me
interesaba demasiado hablar de hombres ni de amor,
aunque Kitty siempre me tiraba de la lengua por si me
animaba.
—¿Qué tal van los ensayos? —le pregunté cuando íbamos
por la mitad de la hamburguesa, con el estómago ya a
reventar.
—¡Genial! Marko está componiendo una nueva canción. En
cuanto esté terminada y la grabemos, te mandaré un audio
para que la escuches en primicia.
Kitty era la vocalista de un grupo de metal sinfónico que su
novio había fundado hacía unos cuantos años. Solían tocar
en el bar que regentaba el batería de la banda, aunque
esperaban dar el gran salto a la fama algún día.
—Estupendo. Estoy impaciente por escucharla. Me gustaría
que la gente empezara a valorar vuestro estilo de música y
se olvidase del reguetón y de esas mierdas comerciales con
letras absurdas —afirmé con fastidio, pero Kitty siempre
demostraba ser mucho más tolerante que yo.
—Nika, sobre gustos no hay nada escrito. Deja que cada uno
escuche lo que quiera. Para mí, ya es más que suficiente
con poder cantar la música que me gusta y compartir esa
afición con Marko —explicó.
Lancé una carcajada de desaprobación y negué con la
cabeza.
—Eres demasiado buena, Kitty…
—Y tú demasiado cascarrabias. Deberías sacar toda esa ira
que tienes acumulada en tu interior. No te hace ningún bien
—me sugirió.
Kitty siempre se preocupaba por mí y me daba consejos
para sentirme mejor. Sobra decir que era la única persona a
la que le permitía opinar y entrometerse en mi vida privada,
ya que ni siquiera aceptaba sugerencias de mis padres.
Suerte que estos se encontraban muy lejos trabajando y
que apenas tenían tiempo para interesarse por mí.
Vivir sola era lo que me hacía más feliz en el presente.
Cuando mi abuela falleció un par de años atrás, vi la
oportunidad perfecta para independizarme y darle un uso a
su domicilio de toda la vida. Me venía de maravilla al estar
la universidad a un paseo de casa. Mis padres no se
opusieron y me dieron la oportunidad de vivir por mi cuenta.
Me pasaban dinero mensualmente para los gastos, pero
pronto me percaté de que manejar la economía no es
asunto fácil, así que me vi obligada a alquilar una de las
habitaciones para sacarme un dinerillo extra para mis
caprichos. En el presente, aún dependía de su asignación
mensual para subsistir, pero en cuanto terminara la carrera
y consiguiese trabajo eso cambiaría y podría mandarlos al
cuerno.
—No encuentro motivos para ser tan simpática como tú —
respondí forzando una sonrisa.
Progresábamos con nuestras hamburguesas y casi las
habíamos terminado cuando, para nuestra desgracia, dos
altaneras jóvenes universitarias con las que alguna vez me
había cruzado por el campus hicieron aparición en el
restaurante, agarradas del brazo y riendo
escandalosamente. Kitty y yo nos giramos para mirarlas, así
como otros comensales. Al instante, decidimos ignorarlas y
seguir a lo nuestro, sin embargo, eso resultaría tarea
imposible.
Las chicas se compraron solo un par de refrescos y se
sentaron muy cerca de nosotras. Nada habría sucedido si
hubieran mantenido la boca cerrada, pero ese tipo de gente
que Kitty me animaba a no detestar podía llegar a ser
realmente malvada. Mi amiga se encontraba de espaldas y
no podía verlas, pero yo alcanzaba a contemplarlas a la
perfección. Cuchicheaban entre ellas y no nos quitaban ojo
de encima, soltando risitas malintencionadas.
En cierto momento, pude incluso escuchar con claridad que
nos estaban criticando por nuestra vestimenta y por nuestro
aspecto.
—¿Has visto a esas dos? ¡Menudas pintas que llevan!
Seguro que se han escapado de una secta —le dijo una a la
otra, y me revolví incómoda en mi asiento.
—¿Qué sucede, Nika? —me preguntó Kitty con cara de
preocupación.
—Creo que esas dos chicas están hablando mal de nosotras.
—Bueno, ignóralas. Que digan lo que quieran. Me da igual.
—A mí sí me molestan. Las estoy escuchando reírse
constantemente y me estoy cabreando mucho —respondí
con rabia.
—Nika, por favor… Déjalo estar. Sigamos a lo nuestro —
suplicó mi amiga, pero hice caso omiso de sus palabras y
me levanté de mi asiento.
Mi estatura no era nada intimidante, pero me dirigí hasta
donde se encontraban aquellas dos para cantarles las
cuarenta. No pensaba permitir ataques de ese tipo en un
sitio público.
—Disculpad —me dirigí a ellas en cuanto estuve junto a su
mesa—, me parece que deberíais ser un poco más discretas
cuando critiquéis a la gente. A lo mejor es que tengo el oído
muy fino, pero llevo un rato oyendo vuestras lindezas. Mi
amiga y yo nos vestimos como nos da la puta gana, ¿queda
claro? No tenéis ningún derecho a opinar sobre eso —solté,
pero esas dos maleducadas, después de escucharme
perplejas, estallaron en carcajadas y me hicieron sentir
realmente estúpida.
—¡Anda, vete por donde has venido, bruja! Tienes suerte de
que no tenga un crucifijo a mano, porque si no lo utilizaría
contra ti —bromeó una de ellas, y la otra le rio la gracia.
Obedecí a sus palabras y volví a mi asiento, aunque empecé
a pensar en una idea para contraatacar. De vuelta en la
mesa, Kitty, alarmada, me pidió por favor que nos
marcháramos.
—Todavía no. No he terminado con esas dos —contesté muy
seria.
—Verónica, por favor, vámonos —me pidió, y fui consciente
de que estaba muy asustada y al mismo tiempo enojada
conmigo por mi valentía, ya que utilizó mi nombre
completo.
Solo en circunstancias delicadas me llamaba de ese modo,
así como cuando intentaba hacerme entrar en razón.
—Tranquila, nos iremos pronto. ¿Te apetece un helado de
postre? —le pregunté, y ella negó con la cabeza
enérgicamente.
—Ni siquiera he conseguido terminar con el menú, mucho
menos voy a comerme un helado. Lo único que quiero es
largarme de aquí ahora mismo.
—Dame un minuto. Voy a por el helado y nos vamos.
Espérame fuera —sugerí, pues no quería poner a Kitty en
peligro.
Mi idea era sencilla y efectiva, aunque arriesgada. Compré
un vasito de helado de lo más básico y sin salsas, pues no
pensaba comérmelo, sino emplearlo para fines más
honorables. Con el helado en mi mano, me dirigí a la mesa
de mis queridas amigas para enfrentarme a ellas de nuevo.
—¿Otra vez tú? ¿Qué quieres esta vez? ¡Fuera, perra
satánica! —me gritó una de las chicas al verme frente a
ellas.
Sin mediar palabra, vertí el contenido del vasito sobre sus
cabezas, dejándolas perplejas al no haber intuido mis
macabras intenciones. Rápidamente y antes de que se
lanzaran a agarrarme de mis largos cabellos, corrí hacia la
salida y apremié a Kitty para huir a toda prisa. Esta había
presenciado mi jugarreta y no dudó en poner pies en
polvorosa para salvar el pellejo.
—¡Hijas de puta…! ¡¿Has visto que cara se les ha quedado?!
—me carcajeé en el ascensor cuando subíamos a mi casa.
—Sí, Nika. Lo he visto todo. Un buen día, te van a partir la
cara. Suerte que no han reaccionado a tiempo, porque
podría haberte costado muy caro —me regañó mi amiga.
—¡Oh, venga, Kitty! Esas dos zorras se lo merecían. Nos
habían insultado, y no contentas con eso me llamaron perra
satánica. Eso es nuevo —reí, y abrí la puerta de casa.
—¿No decías que te daba igual lo que los demás pensaran
de ti? Te importa y mucho, Nika. Deja de hacerte la dura.
—No me importa lo que piensen de mí. Me joroban sus
críticas verbales, sus risas maliciosas, su aire de
superioridad… ¿Por qué tengo que aguantarlo? A mí
tampoco me gusta todo el mundo y me lo callo, no voy y se
lo suelto a la gente a la cara. Es indignante lo que hay que
soportar —me quejé con rabia.
—Siento que el mundo sea así de injusto, pero nada
cambiarás haciéndote la valiente. Anda, vamos a ver una
película. Ya he pasado bastante miedo por esta noche y
necesito desconectar un poco.
Tuve que tragarme una pastelada romántica para contentar
a Kitty y compensarla por mi estupidez del McDonald’s, pero
no me arrepentía de haber actuado de aquel modo. Estaba
harta de la mala educación de algunas personas, que
trataban a los góticos con la punta del zapato y que los
consideraban adoradores de satán por el mero hecho de
vestir de negro. Discutir con ciertos colectivos era una
verdadera pérdida de tiempo, de modo que lo mejor era
actuar siempre que fuera posible y necesario.
Kitty me recordaba a menudo que algún día saldría muy mal
parada. Posiblemente, tenía razón, pero quedarme callada y
no actuar iba en contra de mi personalidad. Quienes no me
conocían me creían inofensiva al medir poco más de metro
cincuenta, tan delgada y tan frágil que parecía que iba a
quebrarme con un soplido, mas no tenían ni idea de mi
verdadera fortaleza.
Aunque la fuerza física no era mi mejor aliada, mi viperina
lengua siempre soltaba alguna lindeza en el momento
adecuado. Si las palabras no eran suficientes, siempre se
me ocurría alguna jugarreta como la del helado, o bien
utilizaba mis dotes tecnológicas para defenderme. Todo
menos quedarme callada en un mundo donde la injusticia
pululaba por doquier y se cebaba con los más débiles.
Siempre que yo estuviera cerca, no dejaría que nadie
tuviese que sufrir el acoso y la violencia injustificada.
3. ARIEL: LA FIESTA DE
MÁSCARAS

Bostecé mientras trataba de encontrar en mi vestidor el


atuendo perfecto para salir esa noche de sábado. En
realidad, tampoco es que me apeteciera demasiado beber y
bailar hasta altas horas de la madrugada, pero con
veinticinco primaveras aún me consideraba joven y no
quería perder las buenas costumbres. No negaré que las
resacas ya no las aguantaba como un campeón e igual que
en mis años adolescentes, pero aún me quedaba mucha
cuerda para rato.
Encontré un traje de chaqueta azul eléctrico y lo cogí de la
percha, decidido a arriesgar con ese atrevido color que
puede que me trajera suerte. Me di una ducha rápida y me
enfundé en el ajustado modelito, completando el look con
una corbata y unos caros zapatos de piel. Un poco de
perfume, mis gemelos dorados favoritos y varios kilos de
gomina fueron el toque final para lucir irresistible. Me
contemplé en el espejo tras acicalarme y me gustó la
imagen que vi reflejada. Me guiñé un ojo y me lancé un
seductor beso para subirme la autoestima aún más.
—Un día te vas a echar un polvo a ti mismo —se burló mi
buen amigo Paco, que se pasaba más tiempo metido en mi
apartamento que en el suyo propio.
Se conoce que llevaba un rato espiándome mientras me
arreglaba frente al enorme espejo del vestidor.
—¡Joder, Paco! ¡Qué susto me has dado, tío! A decir verdad,
eso ya lo hago. Hay que mimarse siempre y darse placer a
uno mismo —comenté retocando de nuevo mi peinado.
—¿A dónde vas tan guapo? —inquirió cruzándose de brazos.
—Por ahí. Voy a ver si encuentro alguna fiesta que merezca
la pena. Hoy he decidido salir por mi cuenta.
—¡Vaya novedad! Yo que creía que no te gustaba salir a
cazar en solitario.
—¿Alguna sugerencia, Paquito? —le pregunté, y
rápidamente me dio una idea.
—No tengo noticias de ningún evento relevante este
sábado. Lo que sí que he oído es que hay una fiesta de
máscaras para críos en Teatro Kapital. Ya sabes, irán unos
cuantos adolescentes con carnés falsos y no habrá mucho
más que contar. No creo que sea tu ambiente…
—¡Perfecto, Paco! Para allá que me voy. Muchas gracias por
la sugerencia —le agradecí, y me puse una chaqueta por si
refrescaba.
—Creía que te gustaba lo exclusivo y que nunca ibas a
perder el tiempo a una fiesta si no había posibilidad de
hacer nuevos contactos —me recordó.
—Esta noche eso es lo último que quiero. Nada de trabajo —
afirmé, y seguidamente me marché tras despedirme de
Paco y pedirle que no destrozara la casa en mi ausencia.
Cogí un taxi hasta Kapital y me encontré en el lugar en
pocos minutos. Por suerte, para cuando llegué, la
marabunta ya estaba dentro y podría tratar de camuflarme
entre la multitud gracias también a la máscara que elegí
para cubrir mi rostro. ¿Qué buscaba esa noche entre tanta
juventud enloquecida y dispuesta a pasar un buen rato? No
tenía ni la más remota idea, pero tenía muy claro que
cuando lo encontrara, lo sabría de inmediato.
No me apetecía bailar, así que me limité a vagar de una
planta a otra para empaparme del festivo ambiente y
animarme un poco. No obstante, no surtió efecto y, al cabo
de un par de horas, decidí ir a tomar algo a la terraza. Allí
me senté en la barra y pedí un cóctel. Me quedé
embelesado observando a la gente enmascarada y me
alegré de que nadie me hubiera reconocido, puesto que
quería pasar desapercibido.
De repente y habiendo perdido toda esperanza de hallar lo
que buscaba, la solución a la ecuación sin resolver de la
noche se presentó ante mis soñolientos ojos en forma de
mujer despampanante. Sentada en un taburete muy
próximo al mío, tan solo estábamos ella y yo en la barra y
nuestras miradas se cruzaron inevitablemente. Me fijé en
que llevaba un top del mismo color que mi traje e interpreté
esa coincidencia como una señal enviada desde los cielos
para indicarme que se trataba de ella.
—Vamos a juego. ¿Te animas a pasar un buen rato conmigo
esta noche? —solté sin pensar demasiado, dispuesto a jugar
todas mis cartas.
Instantes después, tras escuchar las palabras salir de mi
boca, pensé que la frase había sido penosa y que, si alguien
me entrara de esa forma tan estúpida, me daría la vuelta
para marcharme. Ella, por el contrario, no huyó y sonrió,
mostrando una perfecta dentadura enmarcada por unos
apetecibles labios de color cereza.
—Tenías preparada la frase para soltársela a la primera
chica que vieras vistiendo este color, ¿verdad? —me
preguntó.
—En realidad, he sentido un flechazo. Como valentía no me
falta, he dicho lo primero que se me ha ocurrido para captar
tu atención. Ahora que lo he conseguido, puedo empezar a
desplegar todas mis armas —expliqué en tono bromista, y
ella volvió a sonreír.
La atracción sexual entre ambos era tan fuerte que
rápidamente acercó su taburete al mío y comenzamos a
conversar en la barra.
—Soy Amanda. Encantada de conocerte.
—Ariel. —Le di dos besos en la mejilla y su embriagador olor
me hechizó.
—¿Ariel? ¿Como el detergente? —se burló, y yo hice una
mueca graciosa.
—¡Exacto! ¡El mismo! —exclamé con entusiasmo.
—Veo que no te ofendes con facilidad —comentó y bebió de
su cóctel.
—Para nada. Estoy acostumbrado a la bromita del
detergente. No has sido nada original, Amanda —afirmé
guiñándole un ojo.
—¿A qué te dedicas, Ariel?
De repente, caí en la cuenta de que Amanda no parecía
tener ni idea de quién era, así que decidí guardar el secreto
y ser simplemente yo mismo.
—Trabajo en el sector del entretenimiento.
—¡Ah, genial! ¿Qué haces exactamente?
—Digamos que me dedico a distraer a abuelitas que están
en sus casas aburridas. Hago una gran labor social —dije
escurriendo el bulto y sin dar detalles.
Amanda me contempló con cara de confusión.
—Estupendo… Yo estudio Periodismo. He venido a Madrid
para hacer mi último año en la Complutense. Estoy muy
emocionada porque el lunes empiezo —me contó, y desvié
la atención de mi ocupación para preguntarle más detalles
sobre su vida, la cual realmente me interesaba.
Amanda Montes, que era unos años más joven que yo,
había nacido en Medina del Campo y se había criado con su
abuela mientras su madre trabajaba para mantenerlas
económicamente. De su padre nada sabía y ni siquiera
llevaba su apellido, ya que en cuanto este se enteró de que
iba a tener una hija salió corriendo como alma que lleva el
diablo y jamás volvió a ponerse en contacto para
interesarse por ella. Un verdadero sinvergüenza y un
cobarde de los que abundan por el mundo, pensé para mis
adentros.
La escasez de dinero era algo que siempre había
acompañado a su familia, pero su madre siempre se había
esforzado por darle todo lo que ella le pedía. Es por ello que,
cuando a su hija se le antojó venir a estudiar a Madrid, hizo
un esfuerzo sobrehumano para que pudiera cumplir su
sueño.
—Así que vives en Moncloa —comenté pensativo—. Es un
sitio con mucho ambiente. No está nada mal.
—¡Eso espero! Bueno, ya te he aburrido con mi historia
personal. Ahora tienes que contarme la tuya para
conocernos un poco mejor —insistió.
—No hay mucho que contar. Mi vida es bastante aburrida —
mentí, pues no me apetecía hablar de mí esa noche.
—¡Oh, venga! Te he contado cosas personales, así que exijo
lo mismo por tu parte.
—Vamos a hacer un trato. Hoy hablaremos solo de ti y la
próxima vez que nos veamos, que espero que sea pronto, te
contaré cosas sobre mí. ¿Te parece? —sugerí para librarme.
—Está bien… —Accedió muy seria.
—¿Otro cóctel? —le ofrecí dispuesto a invitarla, ya que
ambos nos habíamos terminado las dos consumiciones que
incluía la entrada.
Debíamos de llevar charlando un par de horas, y debo
reconocer que hablar con ella de su historia personal y de
temas triviales me estaba resultando muy ameno, tanto que
no tenía ganas de marcharme a casa.
—No, vamos a bailar —anunció poniéndose en pie.
—¿Aquí? ¿Ahora?
—Vamos a la sala de reguetón. A ver qué sabes hacer —
sonrió pícaramente, y me agarró del brazo para levantarme
del taburete.
De pie, frente a ella, calculé que sin tacones debía de medir
un metro setenta aproximadamente. No estaba nada mal
para mí, que con un metro noventa no me sentía atraído por
jóvenes demasiado bajas de estatura dada la gran
diferencia. No me apetecía parecer el punto y la i cuando
tenía una cita.
Amanda me reclamó en la pista de baile tras encontrar la
planta de música latina. Se situó en medio de la multitud,
contoneándose sin ningún pudor y haciéndome sonreír.
Seguidamente, me hizo señas con el dedo para que me
aproximara. Hice lo que me pedía y rodeé su cintura con
mis manos, acercando su cuerpo al mío. Me enseñó sus
grandes dotes de bailarina y yo le demostré que estaba a la
altura. De hecho, se me daba de maravilla seguir el ritmo y
ella pronto se dio cuenta, pues cada vez aumentaba más la
dificultad de los pasos de baile.
Bailamos sin parar durante otro par de horas que pasaron
como un suspiro. Pronto comprobé mi reloj y me percaté de
que eran las cinco y media de la madrugada. No quedaba
mucho tiempo para el amanecer y para que cerrara la
discoteca, por lo que empecé a impacientarme. Lo estaba
pasando tan bien y me sentía tan libre que habría
prolongado la diversión al menos otras veinticuatro horas.
No obstante, aquello no sería posible. Tenía compromisos el
domingo y no podía continuar con la fiesta, dado que debía
dormir unas cuantas horas.
—¡Amanda, vamos arriba a descansar un rato! ¡Estoy
molido de tanto bailar! —le grité al oído para que me
escuchara, y ella asintió.
La tomé de la mano y subimos de nuevo a la última planta,
donde vaciamos otro cóctel en un santiamén de lo sedientos
que estábamos.
—Me lo estoy pasando de maravilla —me confesó ella—.
Dime, ¿vas a quitarte la máscara para enseñarme tu cara?
Intuyo que eres guapete, pero me gustaría comprobarlo
antes de volver a casa. Si tú no lo haces, yo tampoco lo
haré.
La máscara. Me había olvidado por completo de que ambos
llevábamos parte del rostro cubierto, gracias a lo cual
habíamos permanecido en el anonimato. Entre la oscuridad
y aquel artículo de carnaval adosado a mi cara, no había
recibido más que unas cuantas miradas indiscretas, aunque
nadie se había acercado a mí. Quitármela significaría
desvelar mi identidad, pero si no lo hacía, me quedaría con
las ganas de verla a ella.
—Vamos a uno de los sofás para tener un poco más de
intimidad. Allí me la quitaré para ti —le prometí, y Amanda
estuvo de acuerdo.
Nos sentamos juntos y nos miramos con ojos golosos,
expectantes por descubrir el único pedacito de nuestras
caras que aún estaba oculto.
—Tú primero. —Me apremió.
—No, los dos a la vez —sugerí—. A la de tres. Una… Dos…
¡Tres!
Amanda se quitó la máscara negra y dorada que adornaba
sus hermosas facciones. Al mismo tiempo, yo me deshice de
la mía y ambos sonreímos al comprobar que la naturaleza
nos había dotado de gran belleza. Tanto Amanda como yo
estábamos satisfechos con lo que veíamos frente a
nosotros.
—Tengo que reconocer que has superado mis expectativas.
Eres muy atractiva —afirmé, y ella se sonrojó un tanto.
—Lo mismo digo. Eres más guapo de lo que pensaba. La
máscara no te hace justicia —me piropeó.
Nos quedamos contemplándonos con una bobalicona
sonrisa, deseosos por robarnos un beso mutuamente,
aunque cohibidos sin razón. Sabía que se me acababa el
tiempo y el segundero del reloj seguía recorriendo la esfera
para añadir otro minuto más a mi agonía. ¡Bésala, imbécil!
¡¿No te das cuenta de que vas a perder tu oportunidad?! ¡Si
no lo haces, no querrá volver a verte!
Sin darle más vueltas, me acerqué a ella y rocé sus labios
con delicadeza. Amanda correspondió a mi beso y me
sorprendió invitando a su lengua a nuestra fiesta privada. La
atraje hacia mí colocando mi mano derecha en su cuello y la
besé con más ímpetu, utilizando mi lengua yo también. Ella
lanzó un discreto gemido y comprendí que estaba
disfrutando a mi lado. Tremendamente excitado, acaricié su
hombro y descendí hasta su cintura. Rocé discretamente su
vientre y posteriormente sus muslos desnudos, ya que no
quería quedarme con las ganas.
De repente, me di cuenta de que debía detenerme de
inmediato. No era ese el lugar indicado para enrollarme con
ninguna chica, mucho menos si esta me atraía tanto como
Amanda. Con delicadeza, concluí el beso y me separé de
ella lentamente para no destruir la magia del momento de
forma brusca.
—Se me acabó el tiempo, preciosa. Tengo que irme —la
informé, y me miró con cara de pena.
—Odio estos momentos… —Se mordió el labio—. Ahora es
cuando, después de haber pasado una noche maravillosa,
no volveré a saber de ti.
—Pues claro que volverás a saber de mí. —Acaricié su rostro
para convencerla—. Dame tu número. Te escribiré en unas
horas —le prometí, y ella contuvo una sonrisa.
—Espero que sea verdad —respondió altanera y bromista al
mismo tiempo.
Le dejé mi móvil y anotó su teléfono, el cual guardó con el
nombre de Amanda seguido de un emoticono de un corazón
atravesado por una flecha.
—¿No me das el tuyo? —inquirió.
—No. Lo tendrás cuanto te escriba —le aseguré, y me miró
enfurruñada torciendo el morro—. Amanda, voy a cumplir
con mi palabra. Te voy a escribir. Confía en mí, por favor.
—Está bien, está bien…
—Tengo que marcharme. ¿Cómo volverás a casa? Si quieres
te acerco en taxi —me ofrecí, pero ella negó con la cabeza.
—Volveré en metro, no te molestes. Adiós, Ariel —se
despidió, y antes de levantarme le regalé un último beso,
más rápido y discreto esta vez.
—Hasta pronto, Amanda.
Me volví a colocar la máscara y la dejé allí sentada. Antes
de perderla de vista, volví a despedirla agitando mi mano y
ella me sonrió desde la distancia.
¡Qué chica tan maravillosa acababa de encontrar! Desde
luego que pensaba escribirle cuando descansara un poco y
recargara energías para afrontar los quehaceres del
domingo con otra cara. Cumpliría con lo prometido y no me
olvidaría de ella, como tantas otras veces había hecho en mi
vida.
De camino a mi apartamento, me quité la máscara y me
contemplé en la pantalla del móvil. El reflejo que vislumbré
no era ni mucho menos tan agradable como cuando me
terminé de arreglar hacía unas horas, pero, sin duda, había
un brillo especial en mi mirada que no tenía al principio de
la noche. ¿Sería consecuencia del buen rato que había
pasado con Amanda, que me había alegrado el corazón?
Estaba pletórico y realmente feliz porque mi búsqueda no
había terminado en fracaso. Por una vez, sentía que había
encontrado nada más y nada menos que lo que
verdaderamente necesitaba.
4. IVÁN: LA EXNOVIA

Acaricié las cuerdas de la guitarra con delicadeza para


crear las notas musicales que mi cabeza había imaginado
instantes antes. Cuando conseguí el sonido deseado, anoté
en mi cuaderno la combinación y canturreé una letra
inventada para comprobar si encajaba con los acordes.
Porque pierdo la razón, si me dices que esto es un adiós…
No, demasiado simple. Probé a cambiar algunas de las
palabras para darle más profundidad a la letra, aunque no
quedé plenamente satisfecho.
Componer canciones nunca había sido mi fuerte pese a que
me esforzaba todo cuanto podía por escribir desde el
corazón. Me empleaba a fondo en solitario y, de vez en
cuando, había algún que otro proyecto salvable que
después pulía con el resto de miembros de mi grupo, del
cual era el vocalista. Hacía unos cuantos años que había
formado una banda de pop-rock con unos amigos del
instituto: The Mystic Monkeys.
Nos bautizamos con un nombre en inglés porque creíamos
que algún día podríamos llegar a ser mundialmente
conocidos. Sí, está claro que esos cinco adolescentes de
catorce años que se embarcaron en la aventura de la
música imaginaron que podrían comerse el mundo, cuando
realmente el solo hecho de sonar algún día en la radio de su
propio país, así fuera en la emisora más cutre, ya sería todo
un triunfo. Sobra decir que aún no habíamos conseguido
siquiera algo de reconocimiento, pero no nos rendíamos e
intentábamos que los ánimos no decayeran.
Dejé la guitarra y la canción a un lado, y fui consciente de
que al día siguiente tendría que volver a clase. Hacer
Periodismo no era el sueño de mi vida, pero había accedido
a estudiar un grado con tal de no escuchar los reproches de
mi padre, que no veía la música con buenos ojos. Su único
requisito para poder seguir con la banda era que continuara
formándome para estar preparado el día que me pegara el
batacazo y tuviera que abandonar mi pasión. No es que el
Periodismo me entusiasmase, pero era una carrera que
podía sacar con relativa facilidad, lo que me permitía seguir
dedicándole tiempo a la música.
Fui consciente de que volver a clase tenía sus cosas buenas,
pues me reencontraría con mis compañeros, así como
también cosas malas. Pronto Mónica aterrizó en mi mente y
me percaté de que también tendría que verla a ella, muy a
mi pesar. Lancé un suspiro al aire y me estiré en la silla del
escritorio donde llevaba sentado varias horas. Mónica… La
chica que había sido mi novia durante el segundo y el tercer
curso y a la que había dejado el último día de clase, antes
de comenzar las vacaciones de verano.
¿Por qué había roto con ella? Es simple. Era la viva
encarnación de los celos y de la posesión en un cuerpo
femenino. Era hermosa, eso no lo podía negar, pero de nada
me servía su belleza si no me dejaba vivir tranquilo. Era
extremadamente controladora y se molestaba cuando tenía
que ensayar con mi grupo o quería salir con mis amigos. Sin
embargo, yo jamás le ponía pegas a sus planes ni coartaba
su libertad. Dos años de dramas habían sido suficientes
para mí, y es por eso que le di boleto antes del verano, para
poder disfrutarlo a gusto.
Mónica, por su parte, no había superado lo nuestro y no
parecía tener pinta de hacerlo pronto. Me había acosado a
llamadas y a mensajes durante los últimos meses. Me daba
verdadero pánico tener que enfrentarme a ella, pero al día
siguiente tendría que hacerlo y volver a dejarle las cosas
claras por enésima vez. Entre nosotros nunca jamás volvería
a haber ningún tipo de relación que no fuera amistosa.
Puede que ni siquiera eso, si seguía atosigándome de ese
modo tan enfermizo.
Estaba pensando en Mónica cuando, de repente, llamaron
con los nudillos a la puerta de mi habitación. Seguidamente,
alguien abrió cuando le di permiso para pasar y me
encontré a mi peor pesadilla frente a mí, mirándome con
una sonrisa falsa.
—Hola, Iván. ¿Qué tal has pasado el verano? —preguntó
Mónica simpática.
—¿Qué coño haces aquí? —inquirí enojado, perplejo al
encontrarla allí.
—He venido a hacerte una visita. Así nos ahorramos las
malas caras de mañana en clase —explicó, y sin ser invitada
entró en mi habitación, cerró la puerta y se sentó en mi
cama.
—No te he dicho que pudieras entrar.
—Dijiste adelante. He interpretado que podía pasar. —Se
encogió de hombros.
—Es obvio que no sabía que eras tú. Será mejor que te
marches cuanto antes. No quiero problemas —afirmé sin
mirarla a los ojos.
—Iván, no seas tan borde. No sé por qué estás tan enfadado
conmigo. Parece que te has olvidado muy pronto de los dos
años que hemos salido juntos. Yo, al contrario, no soy capaz
de sacarte de mi cabeza porque todavía te quiero —me dijo
quedándose tan pancha.
—Me parece estupendo, pero por mi parte ya está todo
zanjado. Quiero que te largues y que dejes de acosarme.
—Tu madre me ha invitado a quedarme a comer. Ya sabes
que tenemos muy buena relación.
Resoplé y me removí incómodo en la silla, deseoso por salir
corriendo del dormitorio. Para mi desgracia en la presente
situación, Mónica y mi madre se llevaban de maravilla.
Ambas se escribían por WhatsApp y se llamaban, y más de
una vez mi propia madre me había presionado para que
volviera con mi ex. Mónica le llenaba la cabeza de tonterías
y ella, que era débil, repetía lo que esta le había inculcado.
—Ahora mismo voy a solucionar esto. Espérame aquí —le
pedí, y me dirigí de inmediato a la cocina donde mi madre
preparaba paella para comer ese domingo—. Mamá, ¿has
invitado tú a Mónica? ¿Le has dicho que se quede a comer?
—Pues claro que sí, hijo. Mónica es como si fuera parte de la
familia. No tienes motivos para enfadarte. Es mi invitada, no
la tuya —se justificó y continuó removiendo el arroz.
—Mamá, sabes que me molesta mucho que hagas este tipo
de cosas. No respetas mi decisión de terminar con Mónica.
¡Asúmelo de una buena vez! —grité enojado y volví a mi
cuarto.
Allí se encontraba Mónica, ojeando la letra de la canción que
había estado escribiendo. De mala manera, le arrebaté el
cuaderno de las manos.
—¡Oye! —se quejó.
—Deja de ser tan entrometida —la regañé.
—Bonita canción. ¿Se la has escrito a alguna guarra de tu
pueblo? Seguro que te has tirado a todo lo que se mueve
este verano —me recriminó.
—Ojalá —murmuré, pues llevaba aguantando la sequía
sexual desde mi último polvo con Mónica meses atrás; de
hecho, la masturbación se había convertido en mi gran
compañera de batallas.
Tal y como esperaba, la comida transcurrió de forma
incómoda. El domingo era el día que mi familia y yo nos
reuníamos para comer juntos y hablar de nuestras cosas.
Con mi exnovia agregada a la mesa, la situación era
realmente dantesca. Mis padres parecían adorar a esa chica
que se había convertido en una extraña para mí a pesar de
todas las vivencias que habíamos compartido. Mi hermano
pequeño, Pedro, parecía ser el único que compartía mi
opinión con respecto a Mónica, ya que nunca la había
tragado, ni siquiera cuando yo estaba hechizado.
Pedro, a pesar de su juventud, siempre había mostrado su
desagrado sin cortarse un pelo, y más de una vez Mónica y
él habían acabado riñendo por tonterías. Hubo un tiempo en
el que incluso llegué a enemistarme con mi propio hermano
por esa chica, pero gracias a Dios finalmente abrí los ojos y
le pedí perdón. Sentía haber ignorado sus consejos y
haberle tomado por loco cuando me advirtió que acabaría
muy mal con alguien como ella.
—Mónica, cuéntanos. ¿Qué tal has pasado el verano? —le
preguntó mi padre, y yo removí el arroz poniendo los ojos en
blanco.
—No ha sido el mejor verano de mi vida, pero al menos no
lo he pasado sola. He estado de viaje por Europa con unas
amigas. Hemos visitado unas cuantas ciudades y
desconectado de los estudios —explicó con una aduladora
sonrisa en el rostro.
Le faltó añadir que se sentía muy sola sin mí, pero se cortó
al estar Pedro y yo presentes. Solía aprovechar nuestra
ausencia para hacerse la víctima delante de mis padres.
—Para estar tan dolida por nuestra ruptura, te lo has pasado
de puta madre. He visto tus fotos de Instagram y no has
parado un segundo —comenté para herirla, y ella se quedó
muy seria.
—No pensarías que iba a encerrarme en mi habitación a
llorar durante meses, ¿no? Tengo derecho a estar alegre y a
ser feliz.
—Yo también tengo derecho a ser feliz sin ti —remarqué,
pues no tenía por qué aguantar su presencia en mi mesa.
—Iván, ya basta. No seas tan grosero con Mónica. Te vuelvo
a recordar que yo la he invitado. Si te incomoda su
presencia, puedes marcharte cuando quieras —dijo mi
madre poniéndose de parte de mi ex cuando más
necesitaba su apoyo.
—Esto es el colmo… —solté incrédulo.
La situación era realmente ridícula. Mis padres adulando a
Mónica cuando mi incomodidad era palpable. La tensión
entre nosotros podía cortarse con un cuchillo, pero ni aun
así pensaban detener esa locura.
—Se me ha quitado el hambre. Me vuelvo a mi cuarto —dije,
y dejé allí mi plato a medio terminar.
Me encerré en mi habitación después de dar un sonoro
portazo y continué componiendo mi canción para tratar de
evadir la mente. Una hora después, concluida la comida,
escuché a Mónica y a mi madre hablar en el salón cuando
me dirigía al cuarto de baño.
—Mónica, cielo, no sé si va a ser posible. Llevo todo el
verano intentando que Iván entre en razón y que te dé otra
oportunidad, pero se ha cerrado en banda. No quiere ni oír
hablar del tema. Ya has visto cómo se ha puesto hoy al
invitarte —explicó mi madre.
—Lo sé, Laura. Lo he visto con mis propios ojos. De todos
modos, muchas gracias por ayudarme y apoyarme. Yo…
Quiero tanto a tu hijo… —afirmó haciéndose la víctima con
voz afectada—. Espero que algún día podamos arreglarlo.
Me marcho ya. No quiero molestaros.
Sí, eso era lo que tenía que hacer. Largarse de una vez,
porque ya había incordiado bastante. Escuché que ambas se
dieron dos besos. Después, Mónica se despidió de mi padre
y se fue por donde había venido. Aproveché que ya no
estaba para cantarle a mis padres las cuarenta, en especial
a mi madre.
—Que sea la última vez que invitas a mi exnovia a comer a
casa sin mi permiso. Si quieres quedar con ella, lo haces
fuera de esta casa. ¿Me has entendido? —advertí calmado,
aunque con voz clara y firme.
Mis padres se me quedaron mirando con temor en el rostro,
pues me estaba enfrentando a ellos. No era ni mucho
menos típico de mí. Siempre nos habíamos llevado de
maravilla, pero había límites que no debían traspasar.
—Iván, hijo, lo siento mucho. Yo solo intentaba ayudar… —
se disculpó mi madre.
—¿Ayudar? Deja de meter las narices en mi vida privada. Ya
no estoy con Mónica y no tengo por qué atragantarme con
la comida porque a ti se te ocurra traerla. Nada de lo que
hagas va a funcionar —le dije de malas formas, y ella
agachó la cabeza.
—Iván, no le hables así a tu madre —me reprochó mi padre,
que estaba leyendo el periódico en el sofá.
—Esto también va por ti, papá —le recordé.
—De veras que lo siento, hijo. Es solo que Mónica me parece
una muy buena chica para ti —añadió mi madre, que no se
daba por vencida.
—Hay muchas cosas de Mónica que tú no sabes y que no te
pienso contar. No es oro todo lo que reluce, mamá. Parece
mentira lo ingenuos que sois. Os dejáis llevar por las
apariencias, por una cara bonita y cuatro palabras
aduladoras. —Negué con la cabeza—. Lo nuestro se terminó
y no pienso volver más sobre ese tema. Si vuelvo a
escuchar el nombre de Mónica, me voy a cabrear mucho —
amenacé y me marché a mi habitación sintiéndome
culpable.
No me gustaba tratar así a mis padres ni enfadarme con
ellos, pero habían desencadenado esa violenta reacción con
sus ocurrencias. Nada más entrar en mi cuarto, me encontré
a Pedro sentado en la cama y toqueteando mi guitarra.
—¡Menudo espectáculo! —exclamó entre risas tras ver mi
cara de acelga—. Papá y mamá se superan cada día más.
—Y que lo digas… —Caí rendido en la silla del escritorio—.
Ten cuidado no me la vayas a desafinar, anda —le dije a mi
hermano de catorce años.
—Me dijiste que me ibas a enseñar a tocarla y aquí sigo
esperando —se quejó.
—Sabes que no tengo demasiado tiempo.
—Has tenido todo el verano, pero has preferido pasarte todo
el tiempo por ahí con tus amigos del pueblo. Me extraña que
no hayas encontrado ningún chochete.
—Joder, Pedro… ¿Así hablas con tus amigos? Se nota que
estás entrando en plena edad del pavo, haciéndote el
interesante al soltar esas palabras tan vulgares.
—Ya no soy un niño. Estoy a ver si mojo —confesó con una
sonrisa y dejando entrever su boca llena de hierros.
—Primero quítate el aparato, anda. Ya tendrás tiempo para
todo eso. Céntrate en los estudios, que luego llegan las tías
y te vuelven loco.
Recliné el respaldo de la silla y me recosté hacia atrás.
—A ti te vuelven loco porque no tienes ni zorra de nada. No
sabes elegir en condiciones.
Parece mentira que hasta mi hermano era consciente de mi
fracaso con las mujeres. Había tenido unas cuantas novias
en mis veintiún años de vida, pero todas me habían salido
rana por un motivo u otro. Mónica, que me había hecho
perder un par de años de mi juventud, era la que se llevaba
la palma.
—Anda, vete de aquí. Me apetece estar solo un rato. Quiero
echarme la siesta. —Lo eché sin miramientos, y Pedro se
marchó refunfuñando.
Me preguntaba si el nuevo curso podría tener una relación
sana y normal con alguien, sin dramas ni preocupaciones de
ningún tipo. Después de un verano desintoxicándome,
estaba preparado para abrirme de nuevo al amor y
encontrar a la chica de mis sueños. Traté de ser positivo y
de pensar que el lunes mi vida daría un giro de ciento
ochenta grados y que el destino pondría en mi camino a la
persona que me merecía.
5. AMANDA: LA CHICA DE
ARIEL

Ese lunes de mediados de septiembre, día del comienzo de


mi último curso de Periodismo, me desperté con una
increíble energía positiva recorriéndome el cuerpo. Estaba
realmente ilusionada por hacer nuevos amigos y por
disfrutar del magnífico ambiente universitario del que tanta
gente me había hablado durante años. Por fin me
encontraba en el lugar indicado y no pensaba perderme
ninguna experiencia que se me presentara a lo largo del día.
Aún en la cama, comprobé mi móvil y descubrí un mensaje
de buenos días del chico de la discoteca, Ariel. Reconozco
que me sorprendió para bien cuando el domingo, hacia las
tres de la tarde, me escribió para preguntarme qué tal había
dormido y para decirme que me echaba de menos. El hecho
de que todavía se acordara de mí y de que hubiese
cumplido su palabra me puso tremendamente contenta, así
que le respondí de inmediato. Intercambiamos unos cuantos
mensajes y por la noche volvimos a conversar por
WhatsApp durante un par de horas. Ariel me aseguró que
nos veríamos el lunes por la tarde hacia las ocho, por lo que
el día prometía.
Me di una ducha rápida y me puse un modelito de minifalda
y camiseta de tirantes que combiné con unas cómodas
deportivas. Elegí una cazadora de cuero y una bandolera
para llevar mi portátil de la era prehistórica, que fallaba más
que una escopeta de feria. Me hice una coleta alta y me
maquillé un poco para tapar algunas imperfecciones. Ya
arreglada, me dirigí a la cocina para desayunar algo. Allí me
encontré a Verónica comiéndose un par de tostadas.
—¡Buenos días! —exclamé de buen humor, pero mi
compañera me miró con gesto agrio.
—¿Qué tienen de buenos? —inquirió, y yo resoplé.
Solo llevaba conviviendo con ella un fin de semana en el
que apenas nos habíamos visto, pero su mal humor
absorbía toda mi energía positiva. Empezaba a cansarme de
ser amable con ella si mis intentos estaban destinados a
fracasar.
—Comenzamos un nuevo curso. Hay que empezar con buen
pie —sonreí.
—No sabes las ganas que tengo de terminar el último año y
de empezar a trabajar. Necesito ser económicamente
autosuficiente de inmediato —confesó, y seguidamente le
dio un sorbo a su café.
—Bueno, ya te queda menos —la animé, y decidí tomar el
desayuno por el camino porque se me había hecho un poco
tarde arreglándome, de modo que cogí un par de
magdalenas y un batido y puse rumbo a la universidad.
Era maravilloso poder disfrutar de un oxigenante paseo
matutino antes de ir a clase. Por el camino, me ilusioné con
mis propias fantasías mientras avanzaba con paso firme
hacia la Facultad de Ciencias de la Información. Seleccioné
cuidadosamente las canciones más animadas de mi lista
personal para subirme la moral antes de desplegar mi
simpatía para hacer amigos.
Ya en la facultad, encontré rápidamente el aula donde
tendría lugar nuestra primera clase, redacción periodística.
Algo cohibida, traté de encontrar algún grupo de gente para
sentarme junto a alguien. Mi radar no me falló y descubrí a
cuatro chicas conversando animadamente en la tercera fila.
Allí me dirigí dispuesta a presentarme y a hacer mis
primeras amigas.
—Hola, chicas. ¿Puedo sentarme con vosotras? Soy nueva y
no conozco a nadie —las saludé con mi mejor sonrisa, y una
de ellas asintió y me dio permiso para acompañarlas.
—Bienvenida. Sí, siéntate con nosotras. Sin problema —
quitó su bolso de la silla y me hizo un hueco.
Comprobé lo hermosa que era esa joven. Su bello rostro no
tenía una sola imperfección, y eso que parecía que no iba
maquillada. Lucía una larga melena rubia ondulada y tenía
unos enormes ojos azules. Con respecto a su vestimenta,
me encantaba la combinación de peto vaquero de tirantes
con blusa blanca y sandalias romanas, la cual realzaba su
hermosa y estilizada figura.
—Mil gracias, chicas —respondí acomodándome en el
asiento plegable.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó la misma chica, que
parecía ser la portavoz del grupo.
—Soy Amanda. ¿Y vosotras?
Se presentaron una por una y pronto descubrí que sus
nombres eran Elena, Patricia y Celia. La rubia atendía al
nombre de Mónica.
Les puse al corriente de mi procedencia y del porqué de mi
presencia en Madrid. Decidí no dar demasiados detalles
sobre los problemas económicos de mi familia o mi drama
personal al haber carecido siempre de una figura paterna.
Ante un grupo de mujeres, es un error garrafal mostrar las
debilidades, ya que pueden ser utilizadas con fines
perversos. Decidí proyectar seguridad en mí misma y dar la
impresión de ser una chica guay.
—Te va a encantar Madrid, Amanda. Si te quedas con
nosotras, te aseguro que no vas a perderte ni una fiesta —
me dijo Patricia guiñándome el ojo.
—Eso desde luego. Allí donde hay un buen sarao, nosotras
nunca podemos faltar —corroboró Elena haciéndome
sonreír.
No es que en Valladolid no hubiera acudido a ninguna fiesta,
pero estaba segura de que en la capital todo se hacía a lo
grande.
—Mónica, mira —comentó Celia señalando la puerta del
aula con la cabeza para que su amiga prestara atención.
Curiosa, miré yo también y descubrí a un encantador chico
de cabello castaño rapado y cuidada barba. Me fijé en sus
hermosos ojos color avellana, que desprendían un brillo
cautivador, así como en su esbelta y cuidada figura. Vestía
un vaquero ajustado que marcaba su respingón trasero, una
camiseta de manga corta negra y unas zapatillas de color
blanco. En conjunto, era un joven extremadamente
atractivo, por lo que por un momento me olvidé de la
belleza de Ariel.
—Ya, ya me he fijado, Celia. No me va a quedar más
remedio que verlo cada día —se lamentó, y yo las miré sin
comprender.
¿Quién era ese bombón y qué relación tenía con Mónica?
Estaba a punto de descubrirlo, pero justo en ese instante el
profesor hizo aparición y tuvimos que dejar la charla para
después. Muerta de la curiosidad, intenté no mirar al chico
muy descaradamente al tomar apuntes en mi portátil, que
se bloqueaba a cada tecla que pulsaba dejándome en
ridículo. Definitivamente, necesitaba comprar uno nuevo
pronto.
En cierto momento de la soporífera clase, el guaperas me
pilló in fraganti mirándolo de reojo, pero descubrí que él
también me estaba observando detenidamente. Me hice la
interesante y me mordí el labio inferior mientras tecleaba y
fingía prestar atención. En el fondo, no podía parar de
pensar en el joven de la barba. ¡Amanda! ¡Tranquilízate! No
había hecho más que llegar a la ciudad y ya me estaba
dejando llevar por mis instintos más primarios.
Al concluir la clase, volvimos a disfrutar de un merecido
descanso, pues el profesor había comenzado a explicar el
temario después de presentar la asignatura, hecho que nos
cogió a todos por sorpresa.
—Mónica, ¿quién es el chico que entró antes? —pregunté
despreocupadamente, pues me había quedado con la
intriga.
—Es mi ex —respondió con fastidio—. Iván. Salimos juntos
dos años hasta que terminamos la relación antes del
verano.
—Dirás hasta que te dejó —remarcó Celia.
—¿Puedes dejar de ser tan impertinente, bonita? Te he dicho
mil veces que lo dejamos de mutuo acuerdo —la reprendió
verdaderamente molesta.
Traté de evitar soltar una carcajada. No es que me hiciera
gracia la situación, pero toda persona a la que han
abandonado se esfuerza por esconder ese detalle para no
quedar mal delante de los demás.
—¡Vaya, qué faena…! Siento que lo dejarais, aunque seguro
que encuentras a alguien mejor —la animé, y ella me
devolvió una sonrisa.
—Amanda, me imagino que sabrás que los exnovios de las
amigas quedan automáticamente excluidos del catálogo,
¿verdad? —comentó, y me quedé de piedra.
No había hecho más que llegar y apenas había
intercambiado cuatro palabras con esas jóvenes, pero la
líder del grupo ya me estaba imponiendo sus reglas.
—Claro… Mis amigas y yo teníamos la misma norma. Los ex
de las demás no se tocan. —Mostré mi dulce sonrisa para
convencerla de que estaba de acuerdo.
De todos modos, me recordé a mí misma que ya estaba
interesada en otro chico. Nunca me había gustado jugar a
dos bandas y esa vez no sería diferente. Me centraría en ver
qué ocurría con Ariel y no me buscaría problemas nada más
llegar.
—Estupendo. Me alegro de que nos entendamos. Presiento
que vamos a ser grandes amigas —respondió Mónica
satisfecha.
—Por cierto, os habéis enterado del último cotilleo. Todo el
mundo está hablando de eso. ¡Twitter está que arde! —soltó
Elena de repente, y sacó su móvil para mostrarnos algo.
—¿Qué ha pasado, chica? ¡Enseña, enseña…! —La apremió
Patricia, y todas miramos la pantalla de su teléfono.
Me sentía tan bien siendo aceptada en un grupo nada más
llegar que mi cerebro tardó un poco en reaccionar. Elena se
dirigió a las tendencias de la red social y pinchó en una que
rezaba #LaChicaDeAriel. Pulsó en el botón de más recientes
e infinidad de tuits comenzaron a aparecer uno tras otro,
todos hablando del mismo tema. No fue hasta que vi la
fotografía que fui consciente de lo que estaba sucediendo.
Un chico rubio con el pelo engominado besaba a una joven
de cabello castaño, su traje de chaqueta azul eléctrico a
juego con el top de ella. Ambos, que a juzgar por la mala
iluminación a su alrededor parecían hallarse en una
discoteca, se encontraban sentados en un sillón mientras se
daban el lote. Afortunadamente, la cabeza del joven tapaba
el rostro de la chica, impidiendo identificarla. Además, la
mala calidad de la fotografía no ayudaba en absoluto, por lo
que esa pobrecilla bien podría haber sido cualquiera que
pasara por allí en ese momento.
—¡Qué cojones! ¿Se ha echado novia otra vez? —preguntó
Mónica cogiendo el móvil de Elena para agrandar la foto—.
¡Joder…! Este tío no corre, vuela.
—A ver… —pidió Patricia, y Mónica le pasó el teléfono—.
Está como un queso. Yo me lo tiraba sin pensarlo —afirmó
con ojos golosos.
—Tú y todas, guapa. Ariel Guerra es un hombretón —dijo
Celia.
Ya que todas parecían conocerlo tan bien, me vi en la
obligación de preguntar de quién se trataba para resolver
mi gran incógnita.
—¿Quién es este chico?
Me miraron como si fuera una ignorante, como si la
respuesta a mi pregunta fuera perfectamente obvia.
—¿No sabes quién es Ariel Guerra? —inquirió Mónica
extrañada.
—Pues no. ¿Alguien me puede poner al corriente?
—¿Eres de este mundo, Amanda? —bromeó Celia, y las
demás le rieron la gracia—. Ariel Guerra es uno de los
hombres más cotizados del panorama nacional. ¿Quién no
lo conoce? Ha estado en varios reality shows y ahora es
colaborador de un programa de cotilleo donde gana una
pasta —explicó, y yo asentí con la cabeza.
—¡Vaya! ¿Quién lo diría? No tenía ni idea de quién era.
Jamás había oído hablar de él —confesé, y era totalmente
cierto.
Resulta que el chico con el que había pasado la noche del
sábado era un famosillo de los que yo detestaba. Odiaba los
realities con todas mis fuerzas, así como todo aquel que
participaba en ellos. No soportaba los programas que
secuestraban a mi abuela frente al televisor durante horas y
que minaban su capacidad de raciocinio. Espacios donde la
gente se dedicaba a insultarse mutuamente y a soltar
mierda por los cuatro costados con el único objetivo de
crear polémica y de atraer a borregos para ganar audiencia,
generando así mayores beneficios.
No solo había pasado unas horas junto a uno de esos
ridículos personajes, sino que me había embaucado como a
una estúpida adolescente y me había robado un beso que
ahora circulaba por Twitter y Dios sabía por dónde más. Mi
privacidad violada sin yo siquiera enterarme. Habría
permanecido en la más completa ignorancia de no ser
porque mis nuevas amigas habían sacado el tema de
casualidad. ¡Qué despropósito!
—¿Quién será esta tía? La gente la está buscando por todas
partes. Alguien debió de tirarles la foto en la disco de
tapadillo y ahora el tema se ha hecho viral. Ya sabéis que
Ariel es el solterito de oro —comentó Patricia con una
sonrisilla maliciosa.
—Pues será otra zorra más que va a por la pasta y a por la
fama. Como su última novia, ¿os acordáis? Acabaron muy
mal —respondió Elena.
—Pocas parejas conocidas ha tenido este chico. Su rollo es
más ir de flor en flor. ¿Creéis que van a encontrar a la chica?
—se preguntó Celia.
—Seguramente la encontrarán pronto. Se estará haciendo la
interesante. Mirad, ¿os habéis fijado? Tiene un tatuaje junto
al ombligo. Amplía la foto —demandó Mónica, y Celia la
acercó para ver el tatuaje con más detalle.
¡Demonios! ¡¿Qué se creían esas cuatro?! ¡¿Un maldito
equipo de investigación?!
—No sé ve muy nítido. Espera, creo que alguien ha
conseguido ampliar el tattoo. Por aquí anda en los
comentarios. Es un hada —informó Celia, y nos enseñó la
foto a todas las demás.
Evidentemente, se trataba de un hada. Un precioso tatuaje
de una poderosa hada de fuego desnuda que podía lucir con
orgullo hasta hacía unos minutos. En esos instantes, di
gracias de no haber ido a clase con un top que dejara al
descubierto mi vientre, pues habría sido cazada en el acto.
—Es bonito. Me gusta el dibujo —comenté para desviar la
atención, pues por nada del mundo pensaba desvelar que
se trataba de mí.
—Quizá la encuentren gracias al tatuaje. Vamos a estar al
tanto —sonrió Patricia emocionada como si le fuera la vida
en esa pamplina.
—Chicas, ¿de verdad esto os interesa tanto y os quita el
sueño? —cuestioné en tono bromista.
—Es interesante. No tenemos nada mejor que hacer, ¿no te
parece? Si estás con nosotras, créeme que te vas a poner al
día de todos los cotilleos del país rápidamente. Es nuestro
tema de conversación favorito —me aseguró Mónica, y yo
forcé una sonrisa.
El resto de la mañana, no fui capaz de concentrarme en
clase. Me encontré a mí misma siguiéndole la pista al
dichoso hashtag cuando conseguí conectarme al WiFi del
campus. Yo no era muy asidua a utilizar redes sociales. De
vez en cuando, colgaba alguna foto en Instagram,
compartía alguna estúpida cadena en Facebook o escribía
algún tuit de indignación, pero no me consideraba una
adicta. En esos instantes, sin embargo, me obsesioné y
empecé a leer todo tipo de comentarios aberrantes de
mujeres y hombres que me insultaban sin conocerme solo
por el mero hecho de haber besado a Ariel Guerra. La
cacería había comenzado y no sabía cuánto tiempo
conseguiría permanecer en el anonimato.
Tras las clases, volví a casa con el alma hecha pedazos por
lo sucedido. ¿Quién me mandaría a mí intimar con ese chico
el pasado fin de semana? Aunque, claro, ¿quién iba a saber
que se trataba de un codiciado famoso? Jamás habría
podido imaginarlo. ¡Por el amor de Dios, ¿qué hacía en esa
cutre fiesta de máscaras?! ¡¿Quién habría sido tan capullo
de tirarnos una foto y de colgarla en Internet para
destrozarme la vida?! La gente no tenía vergüenza ni
conocía el significado de la privacidad. Un momento… ¿Y si
todo el asunto había sido preparado por el mismo Ariel para
que todo el mundo hablara de él al día siguiente? Me sentí
aún peor al pensar en esa posibilidad.
Cuando llegué a casa, en lugar de hacer algunas tareas que
ya tenía pendientes, me puse a buscar toda la información
que pude recabar del susodicho. Ariel Guerra, natural de
Astorga, era un chaval que había saltado a la fama al
mudarse a la capital y presentarse a un casting para un
reality show. Había convivido con otros tantos jóvenes en
una lujosa casa y se había peleado con todo Cristo para
ganar fama y que todo el mundo hablara de él. Resultó
ganador y al salir de allí había continuado su tour por
diversos programas de desafíos. Había también asistido a
múltiples fiestas para aumentar su fama, y se había hecho
un hueco en la televisión dando su opinión y montando jaleo
en un importante espacio de cotilleos. En unos años se
había convertido en toda una celebridad y los medios
aseguraban que se había hecho de oro.
Hacia las siete de la tarde recibí un mensaje inesperado, y
recordé que Ariel había prometido escribirme para quedar
conmigo a las ocho. Se trataba de él, así que decidí que
ahora más que nunca tenía que volver a verlo para pedirle
explicaciones tras lo sucedido. Tenía mucho que aclararme y
yo también tenía unas cuantas cosas que decirle. Entre
ellas, que no pensaba salir con alguien como él y que ya
podía ir olvidándose de mí. Toda la magia que había sentido
la noche de la fiesta se había desvanecido
instantáneamente. Mi cuento de hadas había acabado
hecho trizas y carbonizado en cuestión de segundos. Desde
luego que, la próxima vez, me fijaría bien con quien me
involucraba para no llevarme más disgustos como el que
me martirizaba en el presente.
6. VERÓNICA: EL PROBLEMA
DECISIVO

No comprendía que Amanda estuviera tan emocionada por


comenzar un nuevo curso. Yo daba gracias de que ese año
fuera el último que tuviese que asistir diariamente a clase y
soportar a ciertos compañeros indeseados. Además, no
podía esperar a conseguir un trabajo para no depender más
de mis padres. No tenía una buena relación con ellos, por lo
que me costaba aceptar que los necesitaba para vivir. Más
de una vez había tenido que morderme la lengua y no
decirles lo que verdaderamente opinaba de sus actos para
que no me cerraran el grifo.
Llegué a la Facultad de Informática caminando, como de
costumbre, y me dirigí al aula donde tendría lugar mi
primera clase, sistemas operativos y redes. Allí me
reencontré con algunos compañeros cuya compañía
apreciaba, aunque los saludé sin mucha efusividad como
era típico en mí.
Entre ellos tengo que destacar a Ravi, un chico indio que
había llegado al país hacía unos cuantos años. Su español
no era muy bueno, pero se defendía y tenía la ventaja de
hablar un inglés perfecto que le abriría muchas puertas en
el futuro. Sobra decir que ese idioma era necesario para
manejar gran parte de los programas con los que
trabajábamos, por lo que Ravi nunca quedaba en
desventaja, más bien al contrario. Hacer amigos, eso sí, no
era su fuerte, y creo que por eso congeniábamos.
Desde el primer curso, nos habíamos hecho compañía
mutua en clase y habíamos trabajado juntos en los
proyectos en pareja, así como en los grupales. Debo
reconocer que Ravi era una máquina y que tenerlo cerca era
siempre un alivio. Me había sacado de más de un apuro al
ser capaz de solucionar cualquier tipo de problema y me
había enseñado mucho más que yo a él en los tres cursos
que llevábamos.
¿Por qué estudiaba Ingeniería Informática? Simplemente
porque los ordenadores eran mi vida y me sentía mucho
más a gusto frente a una pantalla que tratando con
personas. Eran mi pasión y no había día que no trasteara un
poco y que no hiciese mis propias averiguaciones, muy
necesarias en el mundo tecnológico. Me consideraba
básicamente autodidacta, pues cuando empecé la carrera
ya tenía idea de gran parte del temario que iba a estudiar,
pero claro, tener a dos programadores como padres me
había influenciado en gran medida y también había
aprendido bastante de ellos a lo largo de los años.
—¿Qué tal estás, Ravi? —saludé a mi compañero y le ofrecí
una mueca por sonrisa.
—¡Verónica! Pues estoy muy bien —respondió con su acento
indio—. Ya tenía ganas de empezar otra vez —manifestó, y
nos sentamos juntos a esperar al profesor.
Le pregunté qué tal había pasado el verano y él me contó
que había visitado a algunos familiares en su país y que se
lo había pasado realmente bien. Yo, por mi parte, me había
quedado en Madrid disfrutando del asfixiante calor de la
ciudad. Había salido alguna vez con Kitty y con nuestros
amigos en común, pero poco más. Mi vida no era
precisamente emocionante. Me habría gustado viajar, pero
no me apetecía mendigar dinero a mis padres, de modo que
me abstuve.
De repente, mientras charlaba tranquilamente con Ravi,
alguien me tapó los ojos desde atrás para que adivinara su
identidad. Era tan predecible que resoplé con fastidio.
—¡¿Quién soy?! —soltó una voz familiar con entusiasmo.
—Luis, no me gustan este tipo de bromitas —farfullé, y
esperé a que retirara sus manazas de mi rostro.
—¡Has acertado! ¡Era yo! —exclamó liberándome, y se
acercó a mí para darme un beso en la cara.
Ya le había advertido que no quería besuqueos íntimos en
público. Al menos esa parte fue capaz de respetarla y solo
mancilló mi delicada mejilla. Rápidamente, se sentó junto a
nosotros y empezó a hablar con Ravi, dejándome fuera de la
conversación. Observé a Luis con detenimiento. Se
trataba de un chico fortachón de cabello oscuro y rostro
poco agradable. Sus pequeños ojos marrones estaban
enmarcados por unas gruesas gafas, y sus facciones eran
del montón. No era el hombre más feo del mundo, aunque
tampoco es que tuviera ningún atractivo más allá de su
aparente simpatía. Era el típico graciosete que tenía que
valerse de su labia para caerle bien a la gente, ya que su
aspecto físico no le servía ni para conquistar a las féminas.
¿Por qué salíamos juntos? Bueno, eso es algo sencillo de
responder. Luis y yo teníamos un rollo por pura
supervivencia. La nuestra era una relación de mutualismo
en la que ambos obteníamos exactamente lo mismo que le
proporcionábamos al otro: sexo. Ni siquiera sabía si podía
considerar a Luis mi pareja, ya que casi nunca hacíamos
cosas juntos. Solía invitarlo a mi casa alguna vez por
semana para que ambos pudiéramos satisfacer nuestros
deseos sexuales y hacernos un poco de compañía. Nada
más que eso, a pesar de que él intentaba que hiciéramos
actividades como ir al cine o a cenar. Mi respuesta siempre
era una negativa, pues no quería involucrarme de más con
alguien al que, en cierto modo, detestaba. Por más que lo
intentaba, no sentía ese cosquilleo en el estómago del que
Kitty me había hablado en infinidad de ocasiones y que
aparece cuando estás frente a alguien que verdaderamente
te gusta.
El profesor irrumpió en la clase y Luis se marchó a su sitio.
Tuvimos suerte de que don Hipólito García fuera a hacerse
cargo de esa asignatura, ya que era mi docente favorito. Ya
había tenido el placer de contar con su experiencia en otros
cursos y era un hombre que se explicaba como un libro
abierto. Su profesionalidad nunca me decepcionaba y sabía
que podía contar con él para cualquier cosa.
Es por ello que, al final de la clase, me acerqué a saludarlo y
a comentarle mi interés por cierta empresa de prácticas. Le
había escrito un correo días antes de comenzar el curso
para que estuviera sobre aviso, pero preferí asegurarme de
que lo había recibido al no haber obtenido respuesta por su
parte.
—Don Hipólito, ¿cómo está? —le pregunté tratándolo de
usted, pues era un hombre de alrededor de sesenta años.
En el fondo, admiraba su rectitud y su saber estar. También
me gustaba que no discriminaba a ninguno de sus alumnos
ni por su raza, su sexo, su orientación sexual o su aspecto.
En mi caso, creo que era de los pocos profesores que jamás
habían comentado nada con respecto a mi estilo de vestir o
mi forma de maquillarme.
—¡Verónica! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué tal el verano?
Espero que muy bien. Yo he estado dorándome al sol por
Marbella.
Me guiñó un ojo y pude comprobar su favorecedor
bronceado.
—Un verano más como otro cualquiera, la verdad —afirmé
—. Quería exponerle mi interés por una empresa para las
prácticas. Le escribí un correo que no sé si recibió.
—Por supuesto que leí tu correo, Verónica. Siento no haberte
respondido. He estado bastante liado preparando el inicio
del curso. Así que Nilsson Solutions, ¿eh? Tienes buen ojo.
Es la compañía con mayor proyección del mercado europeo.
Normal que quieras hacer las prácticas allí.
—La verdad es que sí. Creo que podría aprovechar mi fuerte
y serles de mucha utilidad —comenté entusiasmada.
—Desde luego. La seguridad informática es lo que mejor se
te da. Ya lo hemos comprobado a lo largo de estos años.
Pues verás, me tomé la libertad de escribirles y les envié el
currículum que me adjuntaste. Por ir adelantando, más que
nada, porque la idea es que realices las prácticas durante el
curso, unas cuantas horas al día para así poder
compaginarlas con las demás asignaturas —explicó don
Hipólito, y yo asentí con la cabeza.
—Estupendo. Claro, esa es la idea.
—Eso sí, hay un pequeño problemilla… —Torció el gesto, y
yo lo apremié a continuar—. Tu compañero Iker también
está muy interesado en hacer las prácticas en Nilsson, así
que también les envié su currículum. Aunque hay más
alumnos que quieren ir a esa empresa, creo que solo uno de
vosotros dos podría dar la talla.
¡Estupendo! El zángano de Iker siempre bloqueándome el
paso y jorobándome la vida. ¡¿Por qué narices tenía que
querer Nilsson?! Él no estaba a la altura de semejante
multinacional y era consciente de ello, así que estaba
segura de que lo estaba haciendo para fastidiarme. El curso
pasado me escuchó comentar mis preferencias con Ravi y
se lo debió de anotar para hacerme esa jugarreta.
—¿Iker? ¿En serio? —solté enojada al no poder contener la
rabia que me producía la situación.
—Verónica, lo siento. Sabes que sin lugar a dudas te elegiría
a ti, pero son los de Nilsson quienes deben decidir. Creo que
es lo más justo para todos —respondió don Hipólito tan
considerado como siempre.
—Lo sé. Está bien. Haré lo que sea necesario para
impresionarlos —afirmé con convicción.
—Voy a la cafetería a tomar algo. En la media hora del
descanso, ven a verme a mi despacho y te diré lo que tienes
que hacer. Ahora mismo informo también a Iker y así os lo
cuento a los dos a la vez, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza y volví a mi sitio cabizbaja. Sentada,
me giré y descubrí al cabrón de Iker riendo a carcajadas con
sus amigotes, así que decidí fulminarlo con la mirada.
Pareció notar mis punzantes ojos sobre su nuca, porque se
dio la vuelta y me hizo una mueca burlona a la que respondí
poniendo la cara más desagradable que me fue posible.
Durante el descanso, Iker y yo nos encontramos frente a la
puerta del despacho de don Hipólito. Me crucé de brazos y
me apoyé en la pared para observar al cromañón que tenía
enfrente. Iker era un muchacho gigantesco y torpe. Su
alargada cara de caballo y su dentadura desigual hacían de
él un atentado para la vista que intenté ignorar, pero él
decidió dirigirse a mí.
—Pero ¿qué tenemos aquí? Si es la bruja de Ciudad
Universitaria. Conque Nilsson, ¿eh? No te lo voy a poner
nada fácil —me dijo tras insultarme.
Es obvio que nos detestábamos mutuamente y que él
siempre aprovechaba cualquier oportunidad para meterse
conmigo.
—Ojalá fuera una bruja. Ya te habría desintegrado hace
mucho —contesté desafiante.
—Y ojalá estuviéramos en la Edad Media. Ya te habrían
quemado en la hoguera, perra —contraatacó, y yo solté una
carcajada.
—Imagino que las pobres mujeres que conseguían quemar
en tiempos de la Inquisición no eran precisamente brujas.
De haberlo sido, les habrían sacado los ojos a todos los que
disfrutaban presenciando tan crueles espectáculos y
habrían hecho una buena sopa con ellos.
—¡Qué asco! Bruja o no, vas a perder porque pienso
patearte bien ese culo huesudo que tienes.
La cuestión era hundirme la moral con sus hirientes
comentarios y hacerme sentir como una mierda. Sin
embargo, mi culo era una de las pocas cosas que me
gustaban de mi cuerpo y para nada era huesudo, así que le
hice el vacío y me puse los cascos mientras esperaba para
no escuchar más estupideces.
Pronto, don Hipólito abrió la puerta y nos hizo pasar a su
despacho para ponernos al corriente de la prueba que
tendríamos que superar para formar parte de Nilsson
Solutions.
—Chicos, se trata de un problema de seguridad informática
—explicó, y yo contuve una sonrisa, pues el lerdo de Iker no
podría superarme en esa área—. Os enviaré la propuesta al
correo ahora mismo y tendréis unos cuantos días para
resolver la cuestión. Veamos, hoy es lunes. Puedo daros
hasta finales de la próxima semana, ¿os parece?
Ambos asentimos con la cabeza.
—Perfecto. Lo haremos así entonces. Cuando tengáis la
respuesta, me la enviáis y yo se la remito a Nilsson. Karola
Lundberg, la CEO, será quien valorará vuestro trabajo, de
modo que esforzaos todo lo posible.
—Don Hipólito, imagino que no se permite ninguna ayuda
externa, ¿verdad? —inquirió Iker.
—Desde luego que no. Os pediría que fuerais honestos,
puesto que, si alguien os hace el trabajo, más adelante se
darán cuenta del fraude.
—Yo vigilaría a Verónica muy de cerca. Ella se lleva muy
bien con Ravi y todos sabemos que el chaval es un máquina
—me acusó ante el profesor de algo que ni siquiera se me
había pasado por la cabeza.
—¡Don Hipólito! Dígale a este imbécil que me basto y me
sobro sola para resolver el problema —solté con gran
enfado.
—Ya está bien, chicos. Aquí no hay ayuda que valga, ya lo
he dicho. Le he echado un vistazo al caso que tenéis que
resolver y os aseguro que es bastante complejo. Para seros
sincero, ni siquiera yo sabría hacerlo ahora mismo —confesó
nuestro profesor—. Ya podéis marcharos. Nos vemos pronto
en clase.
Ambos nos despedimos de don Hipólito y volvimos a
enfrentarnos cara a cara fuera del despacho.
—Esa ha sido una jugada muy rastrera, Iker. ¿Vas de acusica
por la vida? —le pregunté antes de volver a clase.
—Mis razones tengo para decir lo que he dicho. Eres tan
buena porque cuentas con la ayuda de Ravi. Todos lo
sabemos, Verónica.
—Te demostraré que soy mejor que tú con los ojos cerrados,
imbécil.
—No creo. Las mujeres y los ordenadores, ya se sabe… —
Negó con la cabeza simulando pena—. No se llevan
demasiado bien.
—¡Asqueroso machista...! Las mujeres pueden ser igual de
buenas o incluso mejores que los hombres en las carreras
tecnológicas —escupí, y me giré sobre mis talones para
marcharme.
De vuelta en clase, les conté a Ravi y a Luis lo que tendría
que hacer. Ambos echaron un vistazo al correo que el
profesor me acababa de enviar y se miraron perplejos al ver
el problema.
—Joder… ¿Tú estás segura de que Iker o tú vais a ser
capaces de sacar esto? Es chungo de cojones, Vero —afirmó
Luis utilizando un hipocorístico que detestaba.
—Más me vale ser capaz. Si no lo consigo, tendré que
olvidarme de trabajar en Nilsson en un futuro, así que le
pondré todo mi empeño.
El resto de la mañana transcurrió sin que sucediera nada
reseñable. Luis, antes de marcharnos, me preguntó si iba a
invitarlo a casa para acostarnos. La semana anterior me
había hecho la tonta y no lo había llamado para vernos. En
días sucesivos podría utilizar el problema informático que
debía resolver como justificación, pero ese día no iba a
librarme de su compañía, así que hice de tripas corazón.
Allí estaba frente a mi puerta a las siete, con el pelo
repeinado y apestando a colonia barata. Me daba la
sensación de que había cogido el perfume caducado que le
habían regalado a su padre hacía unos cuantos cumpleaños.
Se había embadurnado sin más y ni siquiera se había
parado a comprobar si el olor que desprendía era agradable.
Nos sentamos en el sofá un rato antes de pasar a la acción
y encendí la televisión. Sin darme cuenta, puse un reality
show que estaban repitiendo por enésima vez. No teníamos
suficiente con esa lacra televisiva como para tener que
verla no una sino varias veces. Aun sin interesarme, me
puse a verlo para ignorar a Luis y apareció allí esa
superestrella con tupé que me parecía un gilipollas: Ariel
Guerra.
Justo en el momento en el que Luis empezaba a meterme
mano y a acariciar mi muslo desnudo, dado que llevaba una
minifalda, Amanda entró en el salón para decirme que se
marchaba. Saludó vagamente a Luis sin esperar que yo se
lo presentara y se quedó mirando la pantalla de la televisión
con la mirada perdida.
—Verónica, ¿tú sabes quién es ese tío?
Señaló al rubio galán que sonreía en primer plano.
—Pues claro. Es Ariel Guerra. Todo el mundo lo conoce,
¿verdad, Luis?
—Sí. Incluso yo lo conozco, y eso que estos programas me
dan mucho asco.
—Ya veo… —comentó Amanda con cara de pocos amigos,
lanzó un suspiro y se marchó de inmediato.
Me quedé pensando qué mosca le había picado cuando Luis
volvió al ataque.
—¿Crees que seré capaz de resolver el problema? —le
pregunté.
—No lo sé, Vero. Tú inténtalo y si no te sale, no pasa nada.
—Sí que pasa. Mi futuro está en juego. —Me giré para
mirarlo.
—Olvídate de eso. Vamos a disfrutar un poco, ahora que tu
compañera se ha largado. —Me guiñó el ojo pícaramente.
—Pero es que esto es muy importante. No consigo
quitármelo de la cabeza… —manifesté, y por una vez me
apetecía hablar de algo serio con Luis y contarle cómo me
sentía.
Por culpa de Iker, mis salidas laborales se estaban viendo
amenazadas, pero eso a Luis parecía traerle sin cuidado.
—Venga, que te voy a hacer olvidar las penas… —dijo
dirigiéndose a besarme, pero lo detuve.
—Luis, se me olvidó decirte que me acaba de bajar la regla
hace un momento —me inventé para poner distancia entre
nosotros, y me levanté inmediatamente del sofá.
—¿En serio? ¿Y para qué coño me invitaste? —gruñó
enfadado.
—Lo siento. Esta mañana no la tenía. Ya sabes que estas
cosas son imprevisibles y que la menstruación a veces se
adelanta unos días —le expliqué.
—De puta madre… Pues entonces, me voy. Si no vamos a
hacer nada, no sé qué pinto aquí. Mejor nos vemos otro día
—me comunicó, y se levantó bruscamente para irse a casa.
Me dio un beso en la mejilla con resentimiento, cogió la
puerta y desapareció sin más. Así de fría era nuestra
relación. Si no había sexo, estaba completamente vacía y ni
siquiera teníamos tema de conversación. Luis se había
echado a lo fácil. Quizá por eso también lo detestaba. Me
preguntaba si algún día algún hombre de carne y hueso
despertaría en mí algún sentimiento puro y sincero. Hasta el
momento ninguno lo había conseguido y en realidad Luis
era quien menos me atraía.
Decidí olvidarme del tema de los chicos y centrarme en lo
más importante en el presente: mi trayectoria profesional
en Nilsson. Me fui a mi habitación, abrí el correo con el
problema que solucionar y empecé a exprimirme el cerebro
para callarles la boca a todos los que no creían en mí.
7. ARIEL: TRÁEME A LA CHICA

Mientras esperaba a Amanda en mi coche, aparcado junto


a la dirección que me había dado, me vino a la mente la
importante conversación que había mantenido con el
consejero delegado de la cadena donde trabajo, don
Riccardo Leone. Para entendernos, se trata del mandamás
supremo, el que maneja el cotarro y decide a quién se
contrata y a quién se despide. Recibí una llamada suya el
domingo por la tarde y me citó en su domicilio de inmediato
para un asunto que denominó urgente. Tras echarle un
vistazo a Twitter, podía hacerme una idea de qué iba a
decirme.
Me dio la bienvenida en su espacioso y extremadamente
lujoso apartamento del barrio de Salamanca, decorado al
más puro estilo italiano, de donde era originario. Se
encontraba acompañado cuando llegué, así que me invitó a
pasar a su despacho personal para tratar del tema en
privado, ya que sus hijos más pequeños estaban
revoloteando por la casa sin control desobedeciendo las
órdenes de la niñera.
—Ciao, Ariel. —Me miró con una sonrisa socarrona—. Ponte
cómodo, anda. Tengo algo que comentarte —me indicó con
su sonoro acento italiano, y me senté en un sillón de piel
frente a su escritorio.
Me sentí como si fuera a pedir un crédito al banco y él
estuviera a punto de denegármelo. Riccardo se acomodó en
su silla de escritorio y sacó su móvil para mostrarme Twitter.
—Te han dedicado un hashtag: #LaChicaDeAriel. Así que
anoche saliste de cacería, ¿eh? —Elevó las cejas
repetidamente.
—Sí. Ayer me apetecía desconectar y me fui solo a ligar.
Nada reseñable —mentí, pues lo veía venir.
—Creo que esto tiene mucho potencial. Pillados en el
momento justo del beso. Todo el mundo está quemando la
red social para averiguar quién es la afortunada joven.
Quiero a esta chica. Tráemela. Tengo algo que proponeros —
impuso sin importarle mi opinión.
—Riccardo, es una chica universitaria común y corriente. No
está metida en nuestros jaleos, así que déjala en paz.
Olvídate de ella.
—He dicho que quiero a esta chica —repitió poniéndome la
foto delante de las narices—. ¿Mi castellano no es lo
suficientemente bueno?
—Es perfecto, pero es que no va a resultar. ¿Qué pretendes?
—¿Qué voy a querer? Quiero explotar vuestro romance y
que todos ganemos dinero. En eso consiste nuestro trabajo
—enfatizó las dos últimas palabras.
—Está claro, pero por ahí no pienso pasar. Deja a la chica en
paz. Ni siquiera estamos juntos. Solo fue un rollo de una
noche —mentí de nuevo.
—Mi idea es vender vuestro amor y tiempo después vuestra
ruptura. Tendremos a la audiencia pegada a la pantalla y a
las redes sociales durante un buen tiempo. —Siguió a lo
suyo sin contar conmigo.
—Riccardo, te he dicho que no —respondí rotundo, pero él
me miró con cara de pocos amigos, pues no soportaba que
le llevaran la contraria.
—Ariel, creo que a veces te olvidas de quién soy y del poder
que tengo en la industria. Tráeme a la chica o vete
olvidando de tu colaboración en el programa de la tarde
cuando termine septiembre. De eso y de mucho más. Sabes
que sin mí no eres nada —me recordó.
—Leone, Leone… —Lo miré negando con la cabeza en señal
de queja, totalmente indignado—. No puedes hacerme esto.
—Claro que puedo. Lo haré si no me traes lo que quiero. Ya
puedes marcharte. Ciao —me dijo sin más y se puso a ojear
el móvil.
Abatido, emití una despedida que fue ignorada por ese
imbécil manipulador y me marché de su casa para volver a
la mía y ordenar mis ideas.
Riccardo Leone era la persona que años atrás había
descubierto mi gran potencial y que me había dado la
oportunidad de mi vida para alcanzar la fama. En el fondo,
se lo debía todo a él y debía seguir sus imposiciones por
más que me incomodaran. Peor sería llevarle la contraria y
negarme a acatar sus órdenes. Desde luego que tenía
mucho que perder.
El sonido de los nudillos de Amanda golpeando sobre el
cristal para que le abriera la puerta me devolvió a la
realidad y al momento presente. Le abrí y se sentó en el
asiento del copiloto con premura. Me fijé en que llevaba un
pañuelo negro cubriendo todo su cabello, unas gafas de sol
gigantescas para ocultar sus ojos y una mascarilla
quirúrgica que le tapaba el rostro desde la nariz hasta la
barbilla. Además de eso, se había puesto una gabardina
beige que llevaba a juego con el bolso.
—¿Amanda? ¿Estás bien? —inquirí mirándola de arriba
abajo.
Ella se abrochó el cinturón y me apremió a conducir para
alejarnos de esa concurrida zona de Moncloa. Me pidió que
la llevara a algún lugar desierto. Mientras manejaba el
volante, me percaté de que convencerla sería tarea
imposible antes incluso de intentarlo. Me dirigí a un
polígono industrial y aparqué para que pudiéramos hablar
tranquilamente.
Amanda inspeccionó los alrededores con la mirada para
asegurarse de que no había nadie por allí. Si veíamos a
alguien se trataría de algún trabajador del lugar que ningún
interés tendría en nosotros. Se quitó únicamente la
mascarilla y se dejó el pañuelo y las gafas.
—¡Joder! Me estaba ahogando con esta mierda en la cara.
—¿Qué tal, Amanda? ¿No vas siquiera a darme un beso? —
le pregunté, pero ella pareció fulminarme con la mirada a
través de las gafas.
—Ariel Guerra. Por eso no quisiste contarme nada sobre ti el
otro día, ¿verdad? Para ocultarme quién eras en realidad. —
Negó con la cabeza sintiéndose traicionada.
—Yo no te oculté nada, Amanda. Simplemente omití
información porque no parecías conocerme. Ya tendría
tiempo de decirte quién era. No quería estropear el bonito
momento —me justifiqué.
—¡He tenido que enterarme de quién eres por todo el lío
que se ha armado en Twitter! ¡¿A ti te parece normal?! —me
gritó furiosa.
Poco le importaba estar ante toda una celebridad, pues me
mostró su peor cara.
—Amanda, tranquila, bonita. Yo no tengo la culpa de que
alguien me reconociera cuando me quité la dichosa
máscara, nos tirara una foto y la subiera a Twitter. Aunque
no te lo creas, no he tenido nada que ver —expliqué
molesto de que me culpara.
—¡Solo faltaba eso! No creas que no se me ha ocurrido
pensar que estaba todo preparado. Suerte que no se me
reconoce en la foto, porque mis compañeras de clase, así
como muchas otras personas, están intentando descubrir mi
identidad. —Se cruzó de brazos—. He tenido que tomar
medidas para que nadie me reconozca. Otra foto y estaré
acabada.
—No te pongas así, por favor. No es para tanto. Oye…
¿Seguro que no te gustaría hacerte famosa? ¿Sabes el
dinero que podrías ganar con todo esto? —sugerí, y ella me
miró con gesto agrio.
—¿Estás seguro de que este circo no ha sido idea tuya?
—No, no ha sido idea mía. Eso te lo puedo jurar. Lo que pasa
es que mi jefe se ha enterado de lo de la foto y ahora quiere
que finjamos un romance y una ruptura —le dije sin más, y
ella soltó una carcajada.
—¿Estás loco? Odio el tipo de programas donde trabajas.
Detesto a las personas como tú. La otra noche me
embaucaste porque no tenía ni idea de quién eras, pero, de
haberlo sabido, no te habría dirigido siquiera la palabra. No
voy a hacer absolutamente nada. Si he quedado contigo es
para mostrarte mi enfado y pedirte que no vuelvas a
ponerte en contacto conmigo —afirmó crispada, y fui
consciente de que no habría forma de convencerla.
De hecho, había pasado de idolatrarme a odiarme en
cuestión de horas.
—Amanda, te puedo prometer que fui a la discoteca de
forma improvisada. Tuve la suerte o la desgracia, según se
mire, de toparme contigo. Confieso que me lo pasé muy
bien, y también entiendo que estés cabreada y que vayas a
pasar de mí. Lo único que te pido es que reconsideres tu
negativa con respecto a trabajar conmigo. Recuerdo que me
contaste que tenías muchos problemas económicos. Te
ofrezco la posibilidad de solucionar tu escasez monetaria
rápidamente. Te aseguro que se gana mucho dinero fácil en
la televisión —le conté para tratar de persuadirla.
—Para desgracia la mía, Ariel. Con la cantidad de tíos que
había en la discoteca y tuve que fijarme precisamente en ti.
¡Qué mala suerte la mía! Eso sí, lo que empezó la otra
noche se termina aquí y ahora —me aseguró.
—Amanda, por favor. Mi jefe me ha pedido expresamente
que te convenza o me veré en la puta calle. ¡Hazme ese
favor, por el amor de Dios! —supliqué juntando las palmas
de las manos como si estuviera rezando.
—¡Vete a la mierda! Búscate a otra. Hay muchas chicas en
el mundo que seguro que matarían por estar con un tipejo
como tú. Ahora llévame a casa —me ordenó y se puso la
mascarilla para zanjar nuestra conversación.
Resoplé con fastidio y puse en marcha el motor para llevarla
de vuelta a su domicilio. Por el camino, el silencio nos
envolvió tal y como había sucedido durante el trayecto
hacia el polígono. Amanda, absolutamente paranoica,
miraba a todas partes cuando nos deteníamos en algún
semáforo, temerosa de que alguien le tirara una foto y
descubriera su identidad.
—Tranquila. Así disfrazada no te reconocería ni tu madre —
bromeé.
—Eso espero. Me parece increíble esta situación. Solo deseo
que la gente se olvide pronto de esta historia.
—Si no volvemos a aparecer juntos, en unos días ya nadie
hablará de nosotros. De todas formas, si cambias de
opinión, ya sabes dónde encontrarme. Lo sabes, ¿cierto? —
reiteré para tratar de ablandar su corazón de piedra.
—¿No te cansas de repetir lo mismo? No cuentes conmigo
para nada. —Se cruzó de brazos y decidí no volver a sacar
el tema.
Cuando la dejé en el mismo sitio donde la había recogido,
decidí jugar mi última baza.
—Amanda, ¿sabes cuánto cobro al año como colaborador en
el programa donde trabajo? Trescientos mil euros. De mis
compañeros, los peor pagados cobran la mitad que yo. Por
colaboraciones esporádicas en la tele podrías ganar mínimo
seiscientos euros al día, dependiendo de tu caché. Si
hablamos de entrevistas, la cifra sube bastante. A todo eso
hay que sumarle lo que se gana en redes sociales por subir
fotos, reels o stories promocionando algo. Con medio millón
de seguidores, te puedes embolsar casi cinco mil euros por
publicación. No olvidemos las exclusivas, las portadas de
revistas o los eventos, entre otras cosas. Te puedes hacer de
oro en cuestión de unos meses. Si estás conmigo, no te
faltará trabajo ni fama —relaté tentándola con el dinero
para llevarla hacia mi terreno.
En general, a la gente no le gusta hablar de pasta, yo
incluido. No me entusiasmaba alardear de mi sueldo para
evitar envidias indeseadas, pero, en esos instantes de
desesperación, no me quedó más remedio que poner las
cifras sobre la mesa. Creí haber conseguido el efecto
deseado, ya que Amanda se me quedó mirando muy
fijamente, incrédula tras los números que aún debía de
estar asimilando. Al menos, eso me pareció a mí, hasta que
abrió la boca y se cargó todas mis ilusiones de conservar mi
trabajo.
—Métete tu dinero por donde te quepa, Ariel Guerra. Hasta
nunca —escupió con rabia, y se bajó del coche rápidamente
cerrando la puerta con saña.
Me quedé unos segundos mirando al frente, pensando cómo
solucionar el desaguisado en el que yo solito me había
metido. ¿Quién me habría mandado salir aquella noche? Si
me hubiera quedado en casa tranquilito, nada de eso habría
pasado. ¿De qué me había servido conocer a una chica que
me gustaba si me iba a arruinar el futuro? Cuando Riccardo
me echara a patadas al haber sido incapaz de engatusar a
Amanda, me vería en un serio problema. Sin ingresos,
tendría que olvidarme de los lujos y de mi caro nivel de
vida.
Volví a casa hecho un manojo de nervios, temeroso de
llamar a Riccardo para decirle que había sido incapaz de
conseguir lo que me pedía y que no habría romance ni
ruptura posible. En mi domicilio, me encontré a Paco en
pijama viendo la televisión. Ya he comentado anteriormente
que parecía no tener casa propia, pero no me importaba
tenerlo cerca. En esos duros momentos, al menos podría
desahogarme con alguien. Le conté todo lo acontecido y
volví a lamentarme tras mi mala suerte.
—Ariel, vida mía, no necesitas a Amanda para nada. Con
buscar a cualquier chica que se le parezca para que se haga
pasar por ella será suficiente. ¿No lo habías pensado? —
sugirió mi buen amigo.
—¿Tú crees que resultaría? —inquirí tirado en el sofá.
—Pues claro que sí. Nadie sabe exactamente qué aspecto
tiene. Con que sea morena y tenga buen cuerpo, dará el
pego.
—Voy a tener que hacer eso, Paco. Me niego a quedarme sin
trabajo por esa… Esa tía —afirmé con asco.
De repente, todas buenas vibraciones que Amanda me
había inspirado el día que la conocí se desvanecieron ipso
facto. En el momento presente, la detestaba con todas mis
fuerzas. Me había tratado como una mierda y me había
despreciado, siendo yo quien era. Desde luego que era la
primera vez que una chica me daba calabazas por ser
famoso. Más bien mi condición de superestrella era el
aspecto que más interesaba a las mujeres, por encima de
mi belleza y de mi desbordante simpatía. Todas me
buscaban a propósito y se peleaban por mí por ser Ariel
Guerra, el niño bonito del mundo de la farándula, el
caramelito que no cualquiera podía tener el lujo de llevarse
a la boca.
En los últimos cinco años, me había puesto las botas. No
había fémina que se me resistiera y que no acabase en mi
cama si me lo proponía. Ninguna era inmune a mis encantos
y todas me veneraban como si fuera un ser superior. Yo me
aprovechaba de la admiración que sentían por mí y las
utilizaba a mi antojo. Había perdido la cuenta de cuántas
habían caído rendidas ante mí y ese hecho me enorgullecía,
pero Amanda, la única que me había rechazado hasta el
momento, se quedaría para siempre incrustada en mi
mente para recordarme que nada era cien por cien infalible,
ni siquiera mi atractivo.
8. IVÁN: UNA NUEVA
OPORTUNIDAD

El primer día de clase, traté de ignorar los suplicantes ojos


de Mónica fijos en mí durante toda la mañana,
observándome desde la distancia para vigilar cada uno de
mis movimientos. Se conoce que ni siquiera separados
podía dejar de controlarme y de tratar de manejar mi vida,
hecho que me fastidiaba enormemente y uno de los
principales motivos de nuestra ruptura.
En lugar de prestarle atención, me dediqué a hacer lo
contrario y la ignoré todo cuanto fui capaz. Intenté no dirigir
la mirada hacia su grupito de amigas de siempre, sin
embargo, me fue imposible al descubrir una nueva adición.
Las acompañaba una chica que no había visto nunca antes
y que intuí que sería una nueva estudiante. La observé con
detenimiento tratando de que ella no se diera cuenta.
Me fijé en su despampanante figura, en las curvas de su
cuerpo y en sus morenos muslos desnudos, pues llevaba
una minifalda que quitaba el hipo. Debo reconocer que su
atractivo físico fue lo que más me llamó la atención, pero
después me recreé en su precioso rostro y en su bonito pelo
ondulado. Sus carnosos labios y su nariz recta fue lo último
en lo que reparé, y me di cuenta de que estaba siendo muy
superficial. De haber sido poco agraciada, ni siquiera la
habría mirado, ni me habría molestado en intentar
conocerla entablando conversación con ella en cuanto tuve
la oportunidad.
El jueves, cuando fui a la biblioteca para tomar prestado un
libro que necesitaríamos para una de las asignaturas, me la
encontré sentada en una mesa tecleando en su portátil al
tiempo que ojeaba un grueso volumen. Di una vuelta por el
lugar para comprobar si Mónica o cualquiera de sus
secuaces se encontraban cerca. Para mi alivio, no había
rastro de ninguna de ellas, por lo que me animé a
acercarme a la chica para entablar conversación. Atraído
como una abeja a la miel, me senté en una de las sillas de
la misma mesa y ella me dirigió una rápida mirada sin dejar
de teclear, haciéndose la interesante.
—Bueno, ya está bien de miraditas furtivas, ¿no crees? —
solté sonriente, haciéndome el seductor.
La chica siguió tecleando y esbozó una sonrisa.
—Eso digo yo. A lo mejor deberías cortarte un poquito. Te
pasas horas mirándome desde tu sitio.
—Como si tú no me miraras. ¿Te crees que no me he dado
cuenta? Por cierto, soy Iván —me presenté, aunque
imaginaba que ya estaría al tanto de mi nombre.
—Iván Caballero. Veintiún años. Vocalista del grupo The
Mystic Monkeys. Bueno tocando la guitarra, pero pobre
compositor. Exnovio de Mónica —recitó dejándome perplejo.
—Joder… Esto no me lo esperaba. Veo que te han puesto
bien al tanto sobre mí —comenté algo molesto porque
Mónica y sus amigas se hubieran pasado días hablando de
mi persona.
—Soy Amanda —se presentó al fin—. No te preocupes. No
sé mucho más. Tampoco te creas que eres el único tema de
conversación. Mónica solo comenta algo de vez en cuando y
yo he ido recabando un poco de información.
—Menos mal. Yo no tengo ni idea de quién eres. Solo sé que
me llamaste la atención desde que te vi. Llevaba días
queriendo acercarme a saludarte —dije, y Amanda dejó de
teclear y me miró fijamente, derritiéndome con sus ojos
color miel.
—Lo siento, me han prohibido entablar conversación contigo
—torció el gesto, y yo solté un bufido—, sin embargo, creo
que voy a pasar. Nunca he dejado que nadie me dijera lo
que debía hacer y no voy a hacerlo ahora —sonrió
guiñándome el ojo.
—Me alegro —sonreí yo también—. ¿Te apetece que
vayamos a dar una vuelta y a charlar un poco? Me gustaría
conocerte, chica nueva —sugerí, y ella asintió.
Guardó sus cosas y nos marchamos juntos a dar una vuelta
por el campus. Me dijo que no debía preocuparme por
Mónica y las demás porque se habían marchado a casa un
rato antes. Ella había decidido ir a consultar un libro para un
trabajo que teníamos que hacer y había estado tomando
apuntes. Pensaba continuar con la tarea un par de horas
más antes de marcharse a casa, pero reconoció que el plan
de un tour guiado por el campus sonaba mucho más
apasionante.
Durante nuestro paseo, Amanda me contó detalles sobre su
familia, su vida en Medina del Campo, sus estudios en
Valladolid, sus amigos y conocidos, sus aficiones y sus
aspiraciones en la vida. Me confesó que le encantaría
convertirse en presentadora de televisión en el futuro y que
en Madrid le sería mucho más fácil. Aunque su madre le
había concedido solo un año de estancia en la capital, ella
confiaba en poder quedarse más tiempo y lograr su sueño.
Yo también me explayé contándole mi vida y mis anhelos. El
más importante de ellos era triunfar algún día en el mundo
de la música y poder vivir de mi pasión. Sabía que era una
utopía, pero, como se suele decir, el cementerio está lleno
de sueños. Prefería intentarlo aunque fracasara, porque, si
por un casual había una mínima posibilidad de éxito, podía
solucionarme la vida. La negativa formaba parte de mis
pensamientos, pero no podría perdonarme a mí mismo el
hecho de no haberlo siquiera intentado. Si nada lograba,
siempre podría consolarme con seguir haciendo música con
mis colegas para pasar un buen rato.
—Así que Mónica ya te ha dicho que te mantengas alejada
de mí, ¿no? Le ha faltado tiempo —comenté cuando
llevábamos juntos más de un par de horas y habíamos
hablado de todos los temas imaginables.
Nos habíamos sentado en un banco cerca de la facultad de
Medicina, junto a unos frondosos jardines, para así
descansar un rato y disfrutar del ambiente de la tarde.
—Así es. En cuanto le pregunté quién eras por curiosidad,
me dijo que los exnovios de las amigas no se tocan.
—¡Hay que joderse…! No solo tengo que ver su cara a
diario, sino que también tengo que soportar que intente
alejar a otras personas de mí. Menos mal que no piensas
hacerle caso, ¿verdad? Llevas dos horas conmigo —le
recordé.
—Y no tengo remordimientos. No voy a perderme al chico
más interesante de la clase solo porque a ella no le guste.
—¿Solo interesante? —bromeé.
—Y también el más atractivo. Lo cierto es que solo me fijé
en ti y no precisamente porque tuvieras algo con Mónica —
me confesó, y yo sonreí tras su cumplido.
—Lo mismo digo. Creo que este año te llevarías el premio a
la más guapa.
—No me considero la más guapa, pero en conjunto creo que
no estoy mal —dijo con modestia.
Nos quedamos mirándonos fijamente unos instantes, y
pensé que quizá ella estaba esperando que yo diera el
siguiente paso. ¿Debía acercarme y besarla? ¿Habían sido
dos horas tiempo suficiente para que ella se sintiera atraída
por mí y me dejase mostrarle mi afecto de ese modo? ¿Se
sentiría cómoda si hacía eso o la cagaría al intentar intimar
demasiado pronto? Lo cierto es que ganas de plantarle un
beso no me faltaban, pero quizá era demasiado pronto. Al
fin y al cabo, solo habíamos estado conociéndonos.
Amanda me salvó de mi indecisión, pues consultó su reloj
de pulsera y frunció el ceño.
—Me voy a tener que marchar, Iván. Se me ha hecho un
poco tarde y tengo cosas que hacer en casa —me comunicó
poniéndose en pie, y yo también me levanté para
despedirme de ella.
—No te preocupes. Yo también debería irme a casa —
respondí, aliviado en cierto modo al haberse solucionado mi
gran dilema.
—Oye, me gustaría que nos viéramos otro día. ¿Qué haces
mañana por la noche? Podríamos quedar y hacer algo juntos
—propuso, y yo asentí con la cabeza, sonriente.
—¡Pues claro que me apetece! Mañana… —comencé, pero
de inmediato recordé que tenía un compromiso—. Joder,
mañana iba a ensayar con mi banda, pero les cancelo en un
minuto…
—No, no les canceles. ¿Qué hay del sábado?
—Afortunadamente, el sábado no tengo planes —le
confirmé.
—¡Genial! Entonces el sábado. Dame tu teléfono y te hago
una llamada pérdida —me pidió, y rápidamente le dicté mi
número para conseguir el suyo.
Tras guardar su número, Amanda se despidió de mí y se
marchó caminando a casa. Me quedé unos instantes
embelesado, observando su graciosa figura desvanecerse
en la lejanía, y sonreí para mis adentros, emocionado de
que semejante chica me estuviera dando una oportunidad
sin prácticamente habérmelo currado. Me había acercado a
ella, le había mostrado mi simpatía y ella se había abierto a
mí sin más.
Mis amigos solían decirme que dejara la modestia aparte de
una vez. Me aseguraban que si tenía éxito con las mujeres
era porque había sido dotado de gran belleza, a diferencia
de ellos, pero yo no me consideraba nada del otro mundo.
Cuando me miraba al espejo, tan solo veía a un chico
sencillo cuya mejor baza era la palabra. Siempre se me
ocurrían temas para hablar y no me daba vergüenza charlar
con nadie. Más de una vez tenía que animar a otros a
soltarse, pero siempre conseguía que todos se implicaran en
la conversación.
El sábado por la tarde, Amanda y yo quedamos para salir a
tomar algo por el centro y seguir conociéndonos. Quedamos
en la Puerta del Sol y estuvimos dando un largo paseo por
las calles aledañas. Aproveché para hacer de guía turístico
de nuevo y contarle todo lo que sabía de los rincones más
característicos de Madrid. Ella, fascinada con mis
conocimientos, no borró la dulce sonrisa de su rostro
durante todo nuestro recorrido.
La invité a cenar en un restaurante de comida rápida en
Plaza España, y nos tomamos nuestro tiempo para degustar
las deliciosas pizzas que nos sirvieron. Tras llenar el
estómago, sobre las doce y media de la noche, decidí
acompañarla a casa caminando, ya que Moncloa no
quedaba muy lejos y así podríamos bajar la comida después
de habernos atiborrado.
Me disculpé con ella por no poder quedarme mucho más
tiempo al tener un compromiso familiar al día siguiente. Mis
padres, mi hermano y yo íbamos a ir a pasar el domingo a la
casa de la sierra de unos amigos de la familia. Mi padre,
como buen madrugador, se caería de la cama y querría salir
temprano para poder aprovechar el día al máximo, por lo
que más me valía no llegar muy tarde y estar bien
descansado.
Amanda comprendió los motivos de mi temprana marcha y
me pidió que dejara de disculparme por irme antes del
amanecer. Me consoló saber que ella esperaba que hubiera
muchos más días para disfrutar juntos. Antes de coger el
metro de vuelta a casa, la dejé en su puerta para
asegurarme de que llegaba sana y salva. La calle estaba
atestada de gente joven de parranda por los múltiples bares
de la zona, pero así me quedaba mucho más tranquilo.
—Muchas gracias por invitarme a cenar y por tu compañía,
Iván. Me lo he pasado genial —me confesó al despedirnos.
Sonreí como un bobo y volví a quedarme paralizado y sin
saber qué hacer. Ella pareció darse cuenta de mi bloqueo y
me hizo una señal con las cejas para animarme a hacer lo
que más deseaba.
—¿Y bien? ¿No vas a despedirte apropiadamente de mí? —
inquirió ante mi imposibilidad de actuar como se esperaba
de mí.
—Lo siento, Amanda. Debo de estar desentrenado después
de dos años con la misma chica y de un verano de
inactividad —me justifiqué.
—Anda, bobo… ¡Échale ganas! —me animó, y decidí no
quedar más en ridículo y mover ficha.
Me aproximé con delicadeza a su rostro y la besé con
suavidad, sin arriesgar demasiado, tal y como el galán de
película besa a la elegante dama cuando la devuelve a su
hogar tras el baile en sociedad y sabe que el padre de ella
está vigilando en la ventana con la escopeta preparada por
si se atreve a propasarse.
—No ha estado mal, pero esperaba que le pusieras más
ganas —se quejó cuando nos separamos—. Bueno, no te
preocupes. La próxima vez lo harás mejor —me dijo
tratando de ocultar un leve rastro de decepción en su voz.
Me preguntaba qué narices pasaba por mi mente para no
haberle dado un beso que le quitara el sentido. Justo cuando
Amanda me sonrió y se despidió de mí con la mano,
reaccioné e hice lo que debía haber hecho desde un
principio.
La sujeté del brazo y la apremié a girarse para estar de
nuevo frente a mí. Apresé su cara entre mis manos y la besé
con todo el ímpetu que pude reunir en un instante, de forma
ruda y pasional al mismo tiempo y cortándole la respiración
con furia animal, dejándome guiar por lo mucho que ella me
atraía. Tras unos segundos, la liberé y ella tomó una
bocanada de aire.
—¿Así mejor? —inquirí socarrón, y ella se lamió los labios
con la lengua conteniendo una sonrisa.
—¡Desde luego! A esto me refería precisamente. Te pongo
un ocho y medio —bromeó para sacarme de quicio.
—¿Un ocho y medio? Anda, vete a casa antes de que tenga
que besarte otra vez y no tengas más remedio que darme
un diez o un doce, ya que nos ponemos.
Amanda rio a carcajadas cuando le seguí la broma.
—Buenas noches, Iván. Nos escribimos y nos vemos el
lunes, ¿vale? —me propuso, y yo asentí con convicción.
Amanda se marchó a casa y yo volví también a la mía con
una sonrisa imborrable dibujada en la cara. Estaba pletórico
y realmente emocionado, y parecía que el corazón me iba a
explotar de felicidad. Solo había estado con Amanda un par
de veces, pero ya auguraba un futuro con ella que ni
siquiera cuando empecé a salir con Mónica podía vislumbrar
tan claro.
Esperaba no equivocarme y tener más suerte esta vez, pues
nunca perdía la esperanza de dar con la chica que
verdaderamente pudiera hacerme feliz y llenar mi vida de
luz y de color, sin dramas ni historias indeseables que me
mantuvieran preocupado todo el día. Estaba casi
convencido de que esta vez no me equivocaba y de que
tenía una prometedora oportunidad frente a mí. Reconozco
que me emocioné demasiado pronto y que, de haber sabido
lo que estaba por venir, no me habría hecho tantas ilusiones
y habría mantenido los pies en la tierra.
9. AMANDA: LA CITA SECRETA

Iván trajo a mi vida la ilusión que se había evaporado tras el


fiasco que me llevé con Ariel Guerra, alias Míster Popular,
hacía escasos días. Traté de olvidarme de la noche de la
fiesta de máscaras y de poner un punto y final a aquel
breve rollo de una noche, pues, para mi gran alegría, el
asunto se había quedado en nada. Alguien me vio salir del
coche de Ariel con mi atuendo de incógnito, pero gracias a
mi disfraz solo volví a ser trending topic durante unas horas
y después caí en el olvido más absoluto.
Los días sucesivos a mi despedida de ese farandulero, la
calma regresó a mi vida y hasta mis compañeras de la
universidad dejaron de hablar del tema y de tratar de
buscar a la chica del tatuaje de hada. Dejé de preocuparme
por esconder mi identidad y empecé a pensar en un asunto
más importante en el presente: evitar que Mónica se
percatara de que me moría por los huesos de Iván, su
exnovio.
Decidí que prefería mantener nuestras citas y cualquier
cosa que surgiera entre nosotros en secreto, al menos
mientras conseguía hacerme un hueco entre mis
compañeros. Contar con el apoyo de Mónica y de su grupo
de inseparables amigas me había abierto muchas puertas, y
ahora me codeaba con gran parte de los alumnos de la
carrera, pues ellas eran bastante populares y tenían muchos
contactos. No obstante, sabía que aún no podría sobrevivir
por mi cuenta, y si Mónica descubría que estaba haciendo
justo lo que me había prohibido, iría a degüello a por mí y
nadie querría relacionarse conmigo.
Iván comprendió mi posición y me aseguró que le daba igual
no poder mostrar lo que sentía en público si fuera de la
universidad podíamos ser nosotros mismos y salir cuando
nos apeteciera. Esperar algo de tiempo era lo que menos le
importaba. Me alegró descubrir que era un chico
extremadamente comprensivo y que apoyaba mis
decisiones sin cuestionarme.
Tras el recorrido por el campus y la cita del sábado,
decidimos improvisar y quedamos entre semana a pesar de
que a la mañana siguiente yo debía madrugar para asistir a
un seminario obligatorio. El sacrificio de acudir a clase
cansada y ojerosa tendría su recompensa, puesto que las
citas inesperadas sabían a gloria y presentía que esa sería
una gran noche.
Iván propuso llevarme a uno de sus sitios favoritos para
tomar algo y escuchar música en directo: Las Cuevas de
Sésamo. Se trataba de un local subterráneo en el Barrio de
las Letras donde se podía disfrutar de sabrosa sangría, la
especialidad de la casa, así como de diversos cócteles al
ritmo de la melodía de un piano. La idea me pareció
fantástica, por lo que nos dirigimos al lugar hacia las once
de la noche, justo después de haber cenado algo por Sol.
Incluso con el estómago lleno jamás le habría hecho ascos a
la sangría, que tanto me gustaba.
El local, aun sin ser demasiado espacioso, me sorprendió
por el acogedor ambiente familiar y por la magia que
desprendía. Nos acomodamos en una pequeña mesita con
dos taburetes y pedimos una jarra de sangría. Rápidamente
nos sirvieron y comenzamos a beber y a charlar al mismo
tiempo, ajenos al mundo a nuestro alrededor, únicamente
pendientes de las canciones que el pianista tocaba y de la
inmejorable compañía. En cierto momento de la velada, me
pareció reconocer el tema principal de La Pantera Rosa y me
puse a tararear la pegadiza cancioncilla.
—¿Te gusta el sitio donde te he traído, Amanda? —me
preguntó Iván.
—Me encanta. Es maravilloso. Me lo estoy pasando genial —
respondí con una amplia sonrisa.
—Tú eres maravillosa —me dijo algo cohibido, y yo me
sonrojé un tanto—. Estás preciosa esta noche.
Su halago me hinchó de orgullo. Me había puesto un
vaquero ajustado, una delicada blusa blanca, una chaqueta
vaquera y unas manoletinas. Iván no era mucho más alto
que yo y no quería arriesgarme a sobrepasarlo. Tras aceptar
su cumplido, comenté que él también estaba muy guapo.
No es que necesitara arreglarse para lucir bien, pero se
había vestido de forma más elegante a como solía hacerlo
para ir a clase y eso saltaba a la vista.
—¿Pedimos otra jarra? —le pregunté con una mueca
traviesa tras vaciar la primera, que se había agotado en un
santiamén.
—Pues claro —me respondió muy serio, aunque bromeando,
como si fuera perfectamente obvio que debíamos pedir otra
jarra de inmediato.
El camarero nos sirvió y continuamos hablando y
empinando el codo con gracia. Nuestras risas aumentaron
conforme el alcohol se nos subía a la cabeza. Tras la tercera
jarra, estábamos ya bastante contentos y decidimos parar a
tiempo, pues teníamos que volver a casa.
—A este paso, mañana va a ir al seminario mi prima la del
pueblo —comenté riendo a carcajadas, e Iván rio también.
—Entonces, vámonos ya. Te dejaré en casa para que
descanses —propuso Iván, y tras pagar la cuenta nos
marchamos y pusimos rumbo a mi domicilio.
Cogimos el metro y llegamos en poco rato. Agradecí vivir
cerca del centro para poder disfrutar de la noche madrileña
y no tardar un siglo en volver. Para disfrutar del ambiente de
Valladolid siempre tenía que quedarme a hacer noche en
casa de algún amigo, pues no iba a marcharme a Medina a
las tantas de la madrugada.
—Bueno, pues ya estamos en tu casa. Me lo he pasado muy
bien, Amanda —me confesó Iván junto a mi portal, ya más
sosegado tras la sangría.
—Ah, pero ¿ya nos despedimos? —solté con picardía, y él no
pareció entenderme.
—¿No tenías seminario mañana? —me recordó.
—Sí, pero eso no significa que no podamos alargar la cita un
poco más, ¿no crees? —Me mordí el labio inferior, deseando
que captara mi indirecta.
Iván se quedó paralizado como el día que me besó por
primera vez. Estaba claro que, si yo no movía ficha, se
marcharía y ambos nos quedaríamos a dos velas. Decidí ser
directa y proponerle lo que estaba pensando.
—¿Te apetecería compartir cama conmigo esta noche? —le
susurré al oído con mi voz más seductora.
Iván soltó una risita que interpreté como un sí. Lo miré a la
cara y leí en sus ojos que él también quería intimar
conmigo. Aun así, decidí asegurarme y lo insté a verbalizar
lo que le apetecía hacer. Quizá no estaba acostumbrado a
que chicas como yo fueran tan abiertas y dieran el primer
paso. A lo mejor no sabía qué pensar al estar yo dispuesta a
tener sexo con él tan pronto, cuando apenas hacía una
semana que nos conocíamos. Para mí, sin embargo, nunca
era demasiado pronto si la otra persona me inspiraba tanta
confianza y tan buen rollo como Iván.
—Pues claro que quiero, Amanda. Sería imbécil si no
quisiera —respondió.
—Genial. Pues vamos —le ofrecí mi mano, que él tomó con
delicadeza, y juntos subimos en el ascensor hasta mi casa.
Eran las doce y cuarto pasadas cuando entramos en mi
habitación y cerré la puerta con sigilo. No quería hacer ruido
para no incumplir la regla número tres e importunar a
Verónica, que imaginé que dormía plácidamente como cual
angelito en la habitación contigua.
Iván inspeccionó mi cuarto con interés, quizá para aplacar
los nervios que la situación le producía, y finalmente se
sentó en mi cama. Presentí que tendría que estimularlo un
poco para que se relajara y se soltase, pues estaba rígido
como una tabla y no parecía tener intención de moverse.
—Iván, ¿estás bien? ¿Te encuentras cómodo? —inquirí
mientras me quitaba la chaqueta.
—Sí. Un poco nervioso nada más —me confesó mirando al
techo.
—¿Qué te pasa? Oye, no eres virgen, ¿verdad? —le pregunté
por si acaso.
—¡No! Claro que no —contestó ofendido.
—Perdona… Es que como te veo tan parado, no sabía si…
—Amanda, no soy virgen. Soy gilipollas. Eso es lo que soy.
Verás, es que eres una chica impresionante y estoy un poco
bloqueado. Se me pasará enseguida —afirmó, y yo sonreí
para tranquilizarlo.
—Pues trata de relajarte. Todo irá bien, te lo prometo —le
aseguré dispuesta a tomar la voz cantante para que ambos
disfrutáramos.
Me situé frente a él, que continuaba sentado en la cama, y
me quité la blusa lentamente quedándome en sujetador.
Iván alzó la vista y me contempló muy serio. Me solté el
pelo que había llevado recogido en una coleta alta.
Seguidamente, cogí las manos de Iván y las llevé a mi
pantalón, que él desabrochó para que pudiera quedarme en
ropa interior.
Después de eso, decidí desnudarlo por mi cuenta, viendo
que no parecía tener intención de mostrarme su cuerpo.
Desabroché uno por uno los botones de la camisa que
llevaba y le arrebaté la camiseta interior para dejar al
descubierto un perfecto torso bronceado por el sol
veraniego que acaricié con curiosidad. Posteriormente, me
ocupé de desabrochar su vaquero y de quitárselo de forma
cómica, para aliviar la tensión.
—Fuera ese pantalón ahora mismo —ordené, e Iván sonrió
por primera vez desde que habíamos entrado en mi
territorio.
—Ven aquí. —Me ofreció su mano y me atrajo hacia sí.
Me sentó sobre su regazo con las piernas abiertas rodeando
sus caderas y acarició mi cintura. Cuando nuestros rostros
estuvieron a la misma altura, me besó con ansias,
demostrándome que tenía tantas ganas como yo de llevar a
cabo lo que estábamos a punto de hacer. Iván por fin
despertó de su letargo y se empleó a fondo en la tarea, tal y
como yo esperaba de él. En cuanto se metió en situación y
su bloqueo se esfumó, todo comenzó a fluir sin ningún
problema y empezamos a disfrutar de verdad.
Nos besamos durante algunos minutos en esa misma
posición, yo sobre su cuerpo y él apresándome entre sus
brazos, besándome eróticamente en los labios y en el
cuello, haciéndome respirar agitadamente y nublándome la
mente. Instantes después, desabrochó mi sujetador y me lo
quitó, arrojándolo al suelo. Tocó mis pechos y los acarició
con lascivia sin poder evitar llevárselos a la boca para
catarlos.
Mucho más seguro de sí mismo que minutos antes, me
tumbó sobre la cama y me quitó la ropa interior, dejándome
completamente desnuda y vulnerable ante él. Me acomodé
sobre la almohada y disfruté del espectáculo cuando se bajó
el bóxer y me mostró su tesoro más oculto, el cual encontré
de mi agrado. Le mostré su sobresaliente con la mirada y mi
pulgar derecho hacia arriba. Él negó con la cabeza y no
pudo contener la risa.
Saqué un condón de mi cajón, pues siempre es conveniente
tenerlos a mano por si acaso, y se lo ofrecí. No me apetecía
recrearme demasiado en juegos previos, ya que era tarde y
ambos estábamos bastante cansados. Era mejor ir al grano,
además de que tenía unas ganas inmensas de sentirlo
dentro de mí cuanto antes. Nunca he sido muy fan de
pasarme horas preparando el terreno para el acto, porque la
parte de la acción es la que más me fascina y cuando mejor
me lo paso. Iván comprendió la urgencia y se colocó la tan
necesaria protección para explorar las profundidades de mi
sexo.
Me penetró despacio al tiempo que me besaba, y comenzó
a moverse lentamente cuando acoplamos nuestros cuerpos
a la perfección. Cerré los ojos y me dejé llevar por las
sensaciones que me recorrían de arriba abajo y que se
concentraban en el punto más importante de la anatomía
femenina. El sonido de mi acelerada respiración inundaba la
habitación, pero no podía controlar el ruido en semejante
situación, de modo que me abandoné al placer y dejé de
reprimir los sonidos que querían escapar de mi boca ahora
que ya habíamos calentado motores y que me encontraba
camino de mi primer orgasmo.
Este no se hizo demasiado de rogar, puesto que llegó unos
minutos después de haber pasado a la acción. Solté un
gemido más fuerte que los anteriores para hacer a Iván
partícipe de mi disfrute. Lo cierto es que él se manejaba de
maravilla en la cama a pesar de haberme parecido todo lo
contrario dada su inseguridad inicial. Yo tan solo tenía que
relajarme y dejarme hacer, pues él se movía por los dos.
Minutos después, alcancé otro orgasmo y muy
seguidamente un tercero. Envuelta en el gozo más absoluto
y fascinada por la maestría con la que ese chico me estaba
haciendo vibrar, llegué a mi cuarto orgasmo y sentí que mi
cuerpo no podría aguantar más placer. Para mi alegría o mi
desgracia, según se mire, a Iván finalmente le llegó su turno
tras el duro trabajo y alcanzó el clímax. Exhausto a pesar de
su buena forma física, apoyó la cabeza sobre mi pecho para
descansar.
Cuando nuestras respiraciones se calmaron, acaricié su
corto cabello con ternura, consciente de que ese chico era
un tesoro que merecía la pena conservar, no ya solamente
por lo mucho que me había hecho gozar, sino porque me
parecía tan buena persona que deseaba tenerlo cerca
mucho tiempo.
—¿Qué te ha parecido? ¿Todavía crees que soy virgen? —me
preguntó tras levantar la cabeza para mirarme fijamente.
Solté una carcajada que respondió por mí.
—Siento haberlo dudado por un segundo. Está claro que no
tenía ni idea de los prodigios que ibas a obrar un rato
después.
—Me alegro de que hayas disfrutado. A mí también me ha
gustado mucho. Eres genial. Cuatro veces en tan poco
tiempo… Es la primera vez que lo veo —comentó.
—Es algo que todas las mujeres podrían hacer si se lo
propusieran. Con el estímulo adecuado, es posible —dije
restándole importancia al asunto.
—Pues con otras chicas no me ha funcionado igual. Mónica
apenas llegaba a uno, y da gracias —se sinceró
desvelándome ese pequeño detalle de su vida íntima con mi
nueva amiga.
—Entonces, imagino que dependerá de la persona. En mi
caso, me resulta sencillo. Claro que, como te he dicho antes,
tengo que tener a alguien que haga bien su parte del
trabajo —sonreí pícaramente, y él me besó en los labios y
seguidamente salió de mi interior.
—¿El servicio, por favor? —preguntó, y yo le indiqué.
—Espero que no te encuentres a Verónica en el baño —
bromeé—. Anda, coge la bata que tengo en el armario —
sugerí, y él la tomó para cubrirse e ir a adecentarse al
cuarto de baño.
Cuando volvió tras haberse deshecho del condón, nos
acurrucamos juntos en la cama y nos tapamos con mi
edredón, pues ya comenzaba a refrescar por las noches.
Abrazada junto a Iván, me sentí tan feliz y protegida esa
noche que bien me habría quedado así para siempre. En mi
mente, no había espacio para nadie más que para él aun
siendo tan reciente lo nuestro.
—Amanda… ¿Tienes un tatuaje de un hada de fuego en la
tripa? —me susurró Iván al oído.
Me giré para mirarlo, consciente de que le había mostrado
cada rincón de mi figura sin reparar en cubrir el tatuaje que
me delataba.
—Sí, ¿por qué? —respondí con nerviosismo, aunque no
estaba dispuesta a negar lo evidente.
—¿Eres #LaChicaDeAriel, por casualidad? —me preguntó
haciendo alusión al hashtag que todo el mundo había visto.
—Ya no. Ahora soy la chica de Iván —respondí de forma
ingeniosa, y él acarició mi frente con ternura.
—Amanda, quiero que sepas que no me importa nada de
eso si ahora estás conmigo. Vamos a dormir y a descansar
porque tienes que madrugar mucho —me recordó, y
volvimos a reposar nuestras cabezas sobre la almohada
para soñar.
Me dormí con la conciencia tranquila, ya que lo que le había
dicho era cierto. Sí, yo era esa chica a la que todos
buscaban, pero de ella no quedaban más que los restos de
su primera noche en Madrid, tan inexperta y confiada. Una
estúpida que se había fiado de un embaucador que tan solo
quería robarle un beso y aumentar todavía más su
popularidad, pese a haber negado estar involucrado en el lío
de Twitter.
A Iván no le importaba quién era yo antes de conocernos, y
su comprensión me confirmó aún más lo que sospechaba.
Tenía ante mí a un chico maravilloso que más me valía
cuidar y conservar a mi lado. Solo personas como él podrían
tratarme como me merecía y hacerme alcanzar la felicidad
que tanto anhelaba.
10. VERÓNICA: LA DUCHA

Me desperté sobre las nueve esa mañana de miércoles.


Tenía intención de madrugar para ponerme a trabajar en el
problema que aún no había resuelto a dos días de la
entrega, pero acabé remoloneando en la cama debido a que
los ruidos procedentes de la habitación de Amanda me
habían despertado en mitad de la noche. Sus escandalosos
jadeos de placer traspasaron la fina pared y me perforaron
el tímpano, impidiéndome pegar ojo durante el rato que
duraron. Cuando cesaron, tardé una hora en dormirme al
haberme desvelado. Se conoce que tendría que recordarle
las normas de convivencia cuando tuviera oportunidad, ya
que debía de haberse olvidado del tema de la
contaminación acústica.
Me levanté de la cama y me preparé para ir al baño a
ducharme y acicalarme antes de ponerme con el trabajo.
Instantes antes de salir de mi dormitorio, me contemplé al
espejo. Mi aspecto matutino no era precisamente de
portada de revista. Mi cabello despeinado enmarcaba mi
pálido rostro, que sin el maquillaje me hacía parecer un
cadáver viviente. Las ojeras eran el toque maestro del look
que nunca faltaba. Mi flacucho y diminuto cuerpo me
acomplejaba un tanto, y quizá por eso me ponía camisetas
gigantescas para dormir, así como bragas culotte. De esa
guisa salí de la habitación, dispuesta a llegar hasta el
lavabo sin imaginar que no estaba sola.
Por el pasillo me encontré a un chico caminando hacia el
cuarto de baño. De anchas espaldas y piel morena, llevaba
únicamente un bóxer cubriendo su escultural figura. No
pude evitar centrar mi atención en su culo, moldeado a la
perfección y con el tamaño perfecto. De elegantes andares,
más parecía que estaba en un pase de modelos que de
camino a asearse.
Cuando me escuchó cerrar la puerta de mi dormitorio, se
percató de mi presencia y se giró para mirarme. Me quedé
paralizada cuando lo contemplé de frente, fascinada por el
hermoso rostro que tenía a unos metros de mí. Tragué saliva
cohibida y me quedé sin habla. Había visto a muchos rollos
de mis compañeras de piso pululando por la casa en
calzoncillos, pero ninguno tan atractivo como ese chico.
—Tú debes de ser Verónica, ¿verdad? Soy Iván —se
presentó, y yo asentí con la cabeza vagamente.
—Así me llaman —conseguí articular, avergonzada ahora
por mi aspecto matutino.
—Encantado, Verónica. Perdona, ¿ibas al baño? —me
preguntó, pues seguramente no tenía intención de colarse.
—Sí, lo cierto es que sí.
—Pues pasa tú primero. Estás en tu casa. Faltaría más —dijo
retirándose de la puerta.
—Es igual. Entra tú y cuando termines lo haré yo —sugerí, y
él sonrió mostrándome una arrebatadora sonrisa perlada.
—Muchas gracias. Amanda se fue muy temprano esta
mañana porque tenía un seminario. Me dijo que podía
quedarme durmiendo un rato más porque no tengo clase
hasta las once —explicó—. ¿Estás segura de que puedo
pasar primero?
—Sí, sí, claro —repetí.
—Estupendo. No tardaré nada, te lo prometo —me aseguró,
y desapareció tras la puerta del baño.
Me quedé en el pasillo paralizada por unos instantes hasta
que me di cuenta de lo ridícula que lucía con esa pinta tan
lamentable. Me encerré en mi cuarto y me senté en la cama
a esperar a que esa fantasía de hombre terminara de hacer
lo que tuviese que hacer en el lavabo. Escuché el agua del
grifo correr y deduje que estaba infringiendo la regla
número cuatro, pero me importó un bledo. Me sorprendió mi
hipocresía al juzgar a todos aquellos que usaban mi ducha
sin permiso y, sin embargo, así este chico se hubiera
pasado veinte horas gastando agua y gas poco me habría
importado y no le habría dedicado ni un solo reproche.
Fue fiel a su palabra y terminó en menos de diez minutos.
Lo escuché andar por el pasillo y cerrar la puerta del
dormitorio de Amanda. Aproveché esos segundos para
escabullirme al servicio y transformarme en una persona
presentable antes de volver a cruzarme con él. En el baño,
me desnudé y me metí en la ducha. Dejé el agua caer y
traté de dejar la mente en blanco por unos minutos. Cuando
salí, fui a echar mano de mi toalla, pero descubrí que estaba
húmeda. Sospeché que el galán la había utilizado por error
creyendo que era la de Amanda, de modo que tuve que
coger una limpia del armario del baño.
Me vestí con mi oscuro atuendo diario y realicé mi
maquillaje en tonos negros y morados. Me puse mis joyas
góticas y salí al exterior para enfrentarme a ese chico, que
estaba en la cocina desayunando.
—¿Qué tal? ¿A que he tardado poco duchándome? —me
preguntó mientras se comía un paquete de mis galletas
favoritas, el cual guardaba en mi balda personal del armario
de la cocina, infringiendo la norma número dos por segunda
vez tras haber usado mi toalla.
—Sí. Y también has tardado poco en zamparte mis galletas
—respondí con gesto agrio.
—¡Joder, perdona…! —se disculpó compungido—. Creí que
eran de Amanda. Me dijo que su comida estaba en la
primera balda del armario.
—Error. Su comida está en la segunda —corregí—. Es igual.
Si te gustan, termínatelas. Ya compraré más.
Le resté importancia y me senté a la mesa de la
cocina junto a él. Abrí el portátil que había dejado allí la
noche anterior y lo encendí, dispuesta a trabajar durante
todo el día. Ni siquiera pensaba asistir a clase para poder
dedicarle toda mi atención al presente problema, pues el
tiempo se me agotaba y estaba muy próxima a fracasar. Si
Iker había conseguido resolver la cuestión, me abriría las
venas en canal.
—¿Qué estudias? —inquirió Iván mirando la pantalla de mi
ordenador con curiosidad al tiempo que devoraba las
galletas que acababa de regalarle.
—Ingeniería Informática —contesté sin mirarlo y tratando de
concentrarme en mi tarea, lo cual era difícil con él a escasos
centímetros.
—Suena complicado. Yo estudio Periodismo con Amanda.
¿Qué tienes que hacer exactamente?
—Resolver un ejercicio de seguridad informática —informé
un tanto cansada de su insistencia.
—Suena jodido de cojones.
—Es que lo es —aclaré asintiendo con la cabeza—. Por lo
que he averiguado, se trata de un problema real que tuvo
lugar hace unos meses en Nilsson Solutions, la empresa
donde quiero hacer las prácticas.
—Te echaría una mano si pudiera, pero me temo que no va
a ser posible.
—La única ayuda que necesito es la mía propia. Gracias,
pero no tienes que hacer nada ni sentirte culpable por no
ser de utilidad.
Iván se encogió de hombros y continuó comiendo.
—¿No desayunas? —soltó cuando al fin pensé que podría
disfrutar del silencio.
—No tengo hambre. Esto es mucho más importante que
comer.
—Eso no es cierto. Comer es una necesidad y un placer.
Además, no te vendría mal. Estás un poquito delgada —me
dijo como si eso fuera algo que yo no supiese.
—¡No me digas! ¿En serio lo crees? —respondí con
sarcasmo, molesta de que se estuviera entrometiendo en
todo, incluido el tema de mi peso.
—Perdona… Lo siento, soy un pesado. Te dejaré tranquila.
Muy ricas las galletas, por cierto. Muchas gracias por tu
hospitalidad.
Se levantó de la silla y se despidió de mí antes de
marcharse a clase. Cuando por fin estuve a solas, pensé que
podría concentrarme como es debido y avanzar, pero mi
mente estaba bloqueada. No podía quitarme de la cabeza la
sonrisa de ese chico y su olor. Seguramente sería el
perfume que se había echado la noche anterior cuando salió
con Amanda mezclado con el maravilloso aroma que su
cuerpo desprendía de forma natural. Fuera lo que fuese, se
me había quedado alojado en el cerebro y lo revivía a cada
instante.
Incapaz de trabajar, me levanté de la silla y le hice caso. Me
preparé unas tostadas con Nutella y las engullí en un
santiamén. Después, me dirigí al cuarto de baño y cogí la
toalla que él había usado para echarla a lavar. No obstante,
me descubrí a mí misma oliéndola de forma enfermiza como
cual pirado sexual olisquea la ropa interior usada de una
mujer. Enfadada conmigo misma, metí la toalla en la
lavadora y la puse en marcha para no tener la tentación de
volver a tocarla antes de que estuviera limpia.
Confundida por lo que me estaba sucediendo, me senté un
rato y observé la pared fijamente. Analicé la situación con
detenimiento. Posiblemente el problema era que me sentía
atraída hacia Iván, pero un mero interés físico no significaba
nada. Cuando veía películas, también me gustaban los
protagonistas si eran atractivos, cosa totalmente natural.
También otras veces me había quedado embelesada
mirando a algún chico por la calle cuando estaba con Kitty y
ambas nos habíamos reído a carcajadas imaginando lo que
le haríamos, así que no había motivos para alarmarse. Esto
no era diferente en ningún aspecto, e intenté convencerme
de ello para poder seguir con mi tarea vital.
Por fin me olvidé de Iván y pude sentarme a concluir con el
trabajo o a rendirme, en caso de no poder encontrar una
solución al problema. Me pasé horas exprimiéndome el
cerebro y probando mil combinaciones para eliminar la
amenaza a la que el equipo de seguridad de Nilsson había
tenido que hacer frente. ¿De veras esperaba Karola
Lundberg que Iker o yo fuéramos capaces de hacer en
solitario lo que había sido el trabajo de un grupo de
personas? En realidad, era prácticamente imposible.
Me pasé el día entre pruebas y más pruebas sin sentido, y
decidí dejar reposar la tarea hacia las ocho de la tarde.
Pronto escuché la llave en la cerradura y Amanda apareció
con una sonrisa de oreja a oreja, acompañada de mi nueva
peor pesadilla: Iván.
—¡Verónica! ¿Estás en casa? —me llamó a gritos desde el
pasillo.
Me asomé y encontré a la recién estrenada parejita de la
mano.
—Presente y servidora —bromeé sin esbozar una sonrisa.
—¿Conoces a Iván?
—He tenido el placer de conocerlo esta mañana. —Ahora sí
forcé una sonrisa.
—Sí. Me he colado para ducharme y luego me he comido
sus galletas. La próxima vez, tengo que poner más atención
cuando me digas cuáles son tus cosas, Amanda —afirmó
Iván rascándose la cabeza.
—No te lo dije, pero también usaste mi toalla —añadí, y él
se sonrojó.
—Joder… De veras que lo siento mucho —se disculpó
avergonzado.
—Estaba recién lavada, si te quedas más tranquilo. La volví
a lavar y listo.
Amanda me miró con gesto nervioso cuando Iván se marchó
al salón.
—Verónica, lo siento… Se me olvidó lo de la ducha. Siento
que haya usado tu toalla y que haya tocado tus cosas. Ha
sido por error —lo justificó, pero yo negué con la cabeza.
—Es igual, Amanda. La primera vez, lo perdono. La próxima,
tendrás que responder por él y lidiar con mi enfado —le
aseguré, y ella asintió con la cabeza para seguidamente irse
a pasar el rato con Iván.
Me dirigí a mi cuarto y me disponía a cerrar la puerta
cuando oí por casualidad una interesante conversación en el
salón que me hizo poner la antena para captar la
información.
—Llevo todo el día queriendo explicarte lo del hashtag y
todo el lío que se armó en Twitter. Me alegro de que anoche
fueras tan comprensivo cuando me cazaste… Yo
únicamente salí a explorar la fiesta nocturna y me topé con
ese chico. Fue un rollo de una noche. Solo charlamos,
tomamos algo, nos gustamos y antes de despedirnos nos
dimos un beso. No tenía ni idea de quién era y mucho
menos de que alguien nos tiraría una foto y la compartiría
en Internet —explicó Amanda justificándose—. Iván, ya
quedé con ese chico, Ariel Guerra, y le dejé claro que no
volveríamos a vernos. Entre nosotros no hay absolutamente
nada y no debes preocuparte. Por suerte, ya todos parecen
haberse olvidado de esa pantomima —concluyó.
—Me alegro, Amanda. De verdad que poco me importa eso
ahora. Eres una chica maravillosa y me trae sin cuidado lo
que pasara en esa fiesta. En realidad, la ira de Mónica si se
entera de lo nuestro me preocupa mucho más que la
gilipollez de la foto —comentó Iván.
No quise entrometerme en su charla privada ni dejar al
descubierto mi naturaleza cotilla. El hecho de que Amanda
fuera la misteriosa chica que todos buscaban y que viviese
bajo mi techo no me daba derecho a tomar parte en esa
historia. De mis labios, nada saldría por mucho que
detestara a mi nueva compañera. Ni siquiera pensaba
decirle que lo sabía, así que me guardaría el secreto para mí
misma.
Tras dar por concluido mi espionaje, me metí en mi
habitación, me coloqué los cascos y me puse a escuchar mis
grupos favoritos de música hasta que caí en un profundo
sueño. Cuando desperté, consulté el reloj y vi que eran las
once de la noche, así que calculé que habría dormido casi
tres horas. Me desperecé y me dirigí a la cocina a seguir
trabajando hasta la madrugada.
Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí junto a mi ordenador
un paquete de mis galletas favoritas junto con una notita de
post-it adherida. Cogí la nota y leí lo que rezaba: «Para que
engordes un poquito. Con afecto, Iván». Sin querer, se me
escapó una sonrisilla como a una tonta adolescente
enamorada, pero sacudí la cabeza y me senté a trabajar.
Abrí el paquete y comencé a comer galletas mientras
probaba la última idea que se me había ocurrido en sueños.
¡Eureka! Como por arte de magia, hallé la solución del
problema después de haber probado mil y una
combinaciones. Por fin había conseguido lo que necesitaba,
por lo que me enorgullecí de mí misma y de mis habilidades
informáticas. Iker se quedaría boquiabierto, así como don
Hipólito, y ya ni hablar de Karola Lundberg. Si eso era lo que
estaba buscando en mí, se lo serviría en bandeja. Yo,
Verónica Egido, presentía que ya tenía un pie dentro de
Nilsson, le pesara a quien le pesase.
11. ARIEL: NECESITO TU
AYUDA

Desahuciado. Así me sentía quince días después de que


Riccardo Leone me cerrara el grifo y colocara a dedo a Raúl
Camino, mi más odiado enemigo, como nuevo colaborador
del programa El chisme perfecto. Ese era mi castigo por no
haber podido convencer a Amanda para que se hiciera
pasar por mi novia y me siguiese el juego. Después de todo
el esfuerzo que me había costado llegar donde estaba y de
todo el sufrimiento para abrirme paso en el cruel mundo del
cotilleo, borrarme de un plumazo era tarea sencilla si
Riccardo lo decidía.
De nada bastó tratar de engañarlo llevándole a una chica
parecida a Amanda, pues olió la farsa a kilómetros y me
aseguró que él ya había hecho los deberes y que iba un
paso por delante de mí. Se conoce que, de algún modo,
había averiguado quién era Amanda y sabía de sobra que
yo se la estaba intentando colar. Me despachó con malas
formas y me dijo que ya podía irme olvidando del programa
y de algunas colaboraciones que estaba a punto de firmar.
Poco a poco, me acabaría borrando del mapa y tendría que
buscarme otra profesión.
Me encontraba tirado en el sofá del salón, deprimido
mientras veía a Raúl hacerse el gracioso en mi espacio,
sustituyéndome y ganándose al público con su risa de
cerdo. De vez en cuando, le daba un sorbo a una copa de
whiskey que descansaba sobre el parqué. Desde que había
perdido mi principal medio de vida, me había echado a la
bebida. Llevaba las dos últimas semanas machacando mi
hígado sin pensar en las consecuencias.
Paco ya me había advertido que fuera cauteloso, ya que el
alcohol en exceso no me haría ningún bien. Me dijo que
debía cuidarme de caer en una depresión severa, que tenía
que salir por ahí y animarme un poco. Quizá de ese modo
encontraría nuevas colaboraciones y podría remontar, pero
yo le aseguré que la influencia de Riccardo era demasiado
poderosa como para poder seguir dedicándome a lo mío sin
contar con su bendición. Si se había propuesto hundirme, no
había nada que yo pudiera hacer para detenerlo. Tan solo
me quedaba esperar y consumirme lentamente.
Esos días, la figura de Amanda me persiguió en las
madrugadas, impidiéndome disfrutar de un sueño
reparador. Ella era la principal culpable de mi desgracia. Me
arrepentí hasta la saciedad de haberle hablado el día de la
fiesta y de haberme hecho ilusiones con ella. Si hubiera
sabido lo que iba a suceder, jamás me habría dirigido a esa
chica que me había arruinado la vida y el futuro.
Un buen día que continuaba con mi rutina de beber y de
regodearme en mi propia miseria, sin embargo, recibí un
mensaje suyo diciéndome que tenía que hablar
urgentemente conmigo de un asunto de extrema
importancia. Miré el texto varias veces para convencerme
de que de verdad se trataba de Amanda. Cuando al fin me
convencí de ello, le respondí de inmediato que viniera a
verme a mi apartamento. Le escribí la dirección y la cité esa
misma tarde.
Amanda no se hizo de rogar y apareció en mi domicilio
hacia las siete, hora exacta a la que le había dicho que
viniera. Me encontraba solo en casa en ese momento, por lo
que me levanté tambaleándome a abrirle la puerta, con tan
mal aspecto que apenas me reconocí en el espejo que había
colgado junto a la entrada. Barba de varios días, ojeras, pelo
sucio y despeinado, tufo a whiskey y pijama arrugado.
Amanda se quedó seca al ver al gran Ariel Guerra disfrazado
de fracasado.
—Pasa —la invité secamente cuando abrí la puerta.
Amanda ni siquiera me saludó y me siguió hasta el salón,
donde la invité a tomar asiento en uno de los sillones que
había en la estancia. Retiré unos cuantos vasos vacíos que
había esparcidos por el suelo de anteriores copas que me
había tomado. Le pregunté si quería tomar algo y declinó mi
oferta, pues solo había venido a dialogar.
—¿A qué debo el gusto de disfrutar de tu encandiladora
presencia, Amanda? —pregunté con sorna cuando me hube
acomodado en otro sillón frente a ella.
—Necesito tu ayuda. Es una cuestión muy importante —
manifestó con mala cara.
—¿Mi ayuda? —Solté una carcajada al descubrir su poca
vergüenza—. Yo necesitaba tu ayuda y te importó un bledo,
¿recuerdas? Ahora mírame, Amanda. Me he quedado sin
trabajo y esto es solo el principio —la recriminé, y ella
suspiró.
—Lo sé. Siento haberme portado tan mal contigo el último
día, pero estaba muy enfadada por lo ocurrido. De la noche
a la mañana, todo el mundo intentaba cazarme como si
fuera un gazapo indefenso, ¿entiendes? Tenía que
desahogarme.
—No, tenías que pagarlo conmigo, pero ¿sabes qué? Que no
fue mi culpa. —Negué con la cabeza para mostrar mi
decepción—. Yo he sido otra víctima más de esta mierda.
—Lo siento, de verdad. Estoy muy avergonzada —me
confesó con un hilo de voz que incluso llegó a darme algo
de pena.
—¿Qué quieres ahora? —inquirí enojado.
—Necesito tu ayuda…
—Eso ya lo has dicho —la interrumpí.
—¿Me dejas hablar? Gracias. Verás, me ha surgido un
problema económico de gravedad. Solo podría salvarme
ganar el dinero que me prometiste, si es que la oferta de
fingir el romance y la ruptura aún sigue en pie.
—Pues no lo sé, Amanda. No sé si la oferta continúa vigente.
Tendría que llamar a Riccardo y decirle que has decidido
colaborar, a ver si aún tiene ganas de juegos —le dije
ásperamente.
—Pues hazlo, por favor. —Me apremió—. Necesito saber si
puedo contar con esto o si tengo que buscar otra solución.
—¿Se puede saber qué demonios ha pasado para que
cambies tan drásticamente de idea? Tiene que ser algo muy
gordo.
—Verás, resulta que mi madre se ha quedado sin trabajo. La
han despedido hace un par de días. Le han dado un triste
finiquito y con lo poco que ganaba le quedará una mierda
de paro. Con eso y con la irrisoria pensión de mi abuela, se
las verán moradas para llegar a fin de mes. A eso hay que
añadirle la hipoteca de la casa que aún hay que pagar y mis
gastos en Madrid, que no podrán cubrir ni de broma. Mi
madre ya me ha dicho que, irremediablemente, tendré que
volver a Medina, lo que significa que perderé un año porque
ya estoy matriculada aquí. Por si no fuera suficiente, lo
único que ella espera de mí es que encuentre un trabajo
para poder sobrevivir por el momento, privándome de lograr
mis metas. Todo se ha ido a la mierda en un abrir y cerrar
de ojos —se lamentó conteniendo las lágrimas—. Mi madre
me ocultó que estábamos tan mal de dinero. Se sacrificó por
mí, pero está claro que el sueño no iba a durar demasiado.
Necesito pasta de inmediato, toda la que pueda conseguir.
Estoy harta de vivir en la más absoluta miseria —concluyó,
y yo asentí con la cabeza.
—Ya veo… Las tornas han cambiado, ¿eh? Ahora eres tú
quien me necesita —le recordé, y ella frunció los labios.
—Sí, lo reconozco. Ahora me vendría de puta madre el
trabajo que tan bien me vendiste. Cuando surgió el
problema, fue lo primero en lo que pensé. Me niego a
matarme trabajando cuarenta horas a la semana por cuatro
perras si puedo ganar dinero a lo grande rápidamente —
reconoció, pues era cierto que el panorama laboral estaba
cada día peor.
—Amanda, todavía hay una posibilidad, pero primero
pídeme perdón —le exigí antes de hacerle la pelota a Leone
para ver si aún había vuelta atrás—. Pídeme perdón por tu
arrogancia o te aseguro que prefiero morirme del asco en
este salón antes que ayudarte. Eres una interesada de
mierda.
—Ya te he pedido perdón. De todas formas, no creo que
estés en posición de exigir nada…
—Te acabo de decir que no me importa salir perdiendo con
tal de joderte. Discúlpate de nuevo —respondí con la rabia
que había alimentado en mi interior a lo largo de días de
pesares.
—¿Estás seguro de que yo soy la interesada? ¿En serio?
—¿Cómo era eso último que me dijiste antes de dar un
portazo al bajar de mi coche? ¡Ah, sí! ¡Ya me acuerdo!
«Métete tu dinero por donde te quepa, Ariel Guerra. Hasta
nunca». Esas fueron tus palabras exactas —puntualicé, y
ella se dio por vencida viendo las de perder.
—Ariel, siento muchísimo haberte hablado de ese modo y
haberte jodido el trabajo. Estoy dispuesta a hacer lo que tú
me digas con tal de ganar el dinero que necesito.
¿Contento?
—Sí, me vale —asentí con la cabeza, convencido—. Voy a
llamar a Riccardo. Espérame aquí.
Desaparecí por unos minutos en los que telefoneé a Leone
para ponerle al corriente del giro de los acontecimientos.
Este, loco de contento, se deshizo en cumplidos hacia mi
persona y me prometió mi vuelta al programa al mismo día
siguiente. Me dijo que fuéramos a hacerle una visita cuanto
antes para detallar la estrategia a seguir y firmar el contrato
con el que nos mantendría a raya. Tras la llamada, volví con
Amanda para informarla del resultado de mi conversación
con el mandamás de la cadena.
—¡Estupendo! ¡Es genial! ¿Así de fácil? —exclamó
entusiasmada tras el visto bueno.
—¡Alto ahí, bonita! Aunque no lo creas, vas a tener que
currar un montón. Espero que me dejes guiarte y que sigas
mis consejos sin rechistar. Esto no es tan sencillo como tú te
piensas. ¿Te crees que he llegado hasta donde estoy sin
hacer nada? He tenido que trabajar como un cabrón y
abrirme paso a codazos. La competencia en este mundo es
bestial. No todos están hechos para esto —la advertí, y ella
borró su sonrisa de felicidad.
—Está bien. Tú solo dime lo que hay que hacer y yo lo haré.
Por cierto, Ariel. Hay un pequeño detalle que no te he
comentado —añadió temerosa.
—¿Más sorpresas?
—Verás... Resulta que llevo casi un mes saliendo con un
chico, un compañero de la carrera. ¿Crees que será un
impedimento para nuestro plan? —soltó inocentemente.
No pude evitar reírme a carcajadas tras su noticia.
—Enhorabuena, Amanda. Dile al chaval que todo irá bien si
es capaz de soportar la visión de otro metiéndole la lengua
hasta la garganta a su chica —afirmé en tono bromista,
aunque en realidad mis palabras nada tenían de chiste.
—¿Vamos a tener que… besarnos? —pronunció con
dificultad.
—Pues claro. ¿Cómo piensas demostrar al mundo lo
enamorada que estás de mí? Alguna vez tendremos que
darnos cariño en público. No me hago responsable del
sufrimiento de tu novio —dije con desprecio—. Por cierto,
qué rápido te has olvidado de mí. Pensé que había
significado algo para ti, o al menos eso me pareció el día
que nos conocimos.
—Por favor, Ariel… ¿Hablar con alguien durante unas horas
y despedirse con un beso te parece tan relevante? Para mí
no significó nada —confesó, y yo asentí con la cabeza, algo
dolido.
Desde luego que para mí sí que había sido algo importante
y digno de recordar, al menos antes de empezar a odiar a
Amanda por lo sucedido. Creí haber encontrado a la chica
adecuada, pero definitivamente me equivocaba. No era
diferente a las otras mujeres que habían pasado sin pena ni
gloria por mi cama. Me sabía mal reconocerlo, pero así era
la realidad.
—Me alegra saber lo que piensas. Siempre hay que ser
sincero con uno mismo y con los demás. Riccardo quiere
vernos cuanto antes para concretar los detalles de la farsa.
Me pondré en contacto contigo cuando me avise, ¿de
acuerdo?
—Genial. Estupendo. Estaré al tanto del teléfono en todo
momento —me aseguró, y seguidamente nos despedimos.
Cuando Amanda se marchó, puse El chisme perfecto para
ver la cara de idiota de Raúl y recrearme en el momento en
el que Riccardo le comunicara que su misión como
colaborador había llegado a su fin, siendo inminente mi
regreso. Me sentía aliviado de haber recuperado mi trabajo
e imaginaba que también podría salvar mis colaboraciones.
De hecho, estaba a punto de embarcarme en un ambicioso
proyecto que también a mí me reportaría grandes
beneficios, así como más fama.
Cuatro millones de seguidores en Instagram no me parecían
suficientes, pero esa cifra podría aumentar si conseguía que
mucha gente empatizara con nuestro precioso romance.
Para ello, teníamos que estar hasta en la sopa y acompañar
a los espectadores en todo momento, haciéndoles partícipes
de nuestra historia y compartiendo tiernos momentos de
enamorados constantemente.
Hoy en día, eso es lo que le gusta a la gente. Seguimos las
vidas de otros como si viéramos una entretenida película.
Idealizamos todo lo que hacen los demás sin percatarnos de
que, detrás de la máscara de perfección y de felicidad,
existe mucho trabajo y esfuerzo no reconocido, además de
miedo, sufrimiento y frustración. No obstante, es lo que
vende y todos nos esforzamos por mostrar solo esa bonita
parte de nuestra existencia, camuflando lo negativo bajo
filtros de arcoíris. Eso es lo más triste de toda esta historia,
que no se nos permite ser nosotros mismos.
12. IVÁN: LA HACKER

Cuando Amanda vino llorando un día que habíamos


quedado para ir a dar una vuelta a un centro comercial, me
alarmé de inmediato sin saber lo que le sucedía. En mi
coche, antes de arrancar, le pedí que se tranquilizara y que
me pusiese al corriente de lo acontecido. Me relató el drama
del siglo al haberse quedado su madre sin trabajo y estar en
riesgo su estancia en Madrid y, por consiguiente, nuestro
noviazgo, el cual habíamos formalizado entre nosotros a
pesar de no habérselo contado a nadie de clase.
Me aseguró que la única solución era conseguir una gran
cantidad de dinero en un corto plazo de tiempo para poder
hacer frente a los problemas económicos, y que eso solo
podría lograrlo si aceptaba la proposición que Ariel Guerra,
la superestrella televisiva, le había hecho antes de mandarlo
al cuerno. Se trataba de fingir una historia de amor y de
forrarse a costa del morbo que esos montajes producían en
los espectadores, que preferían creer que todo era cierto
para olvidar el aburrimiento de sus vidas.
Pese a no estar nada conforme con el tema, le dije a
Amanda que hiciera lo que tuviese que hacer para poder
quedarse junto a mí en Madrid. Seguir cultivando nuestro
amor, que en este caso era puro y verdadero, era lo único
que me importaba y haría lo que fuera necesario para
conservarla a mi lado. Dado que no podía solucionar sus
cuestiones monetarias, lo menos que podía hacer era
apoyarla en su arriesgado proyecto.
Un par de días después de contarme su genial idea, Amanda
quedó con Ariel Guerra para exponerle el problema y
convencerlo de llevar a cabo la farsa. Mientras esperaba en
casa, me dispuse a terminar una tarea de clase y a enviarla
al correo de la profesora para que me la calificara cuanto
antes, ya que la fecha de entrega estaba muy próxima y me
apetecía quitármela de encima cuanto antes.
Debíamos grabarnos entrevistando a gente de la calle
seleccionada al azar. Los sujetos únicamente debían
responder unas breves cuestiones relacionadas con la
política española. Sí, la política, que yo consideraba la
guerra moderna del siglo veintiuno. Desde que las sesiones
en el Congreso de los Diputados se habían convertido en un
calco de programas como El chisme perfecto, en el cual
Ariel Guerra estaba en su salsa, era difícil no tomarse algo
tan serio a guasa. Aun así, realicé mi trabajo tras encontrar
a un par de señoras muy simpáticas que accedieron a
formar parte de mi tarea.
Había redactado el informe del trabajo y me disponía a
enviárselo todo a la profesora. Busqué el vídeo
correspondiente entre los archivos, lo adjunté y presioné el
botón de enviar. Después de mandarlo, comprobé que todo
estaba en orden, y fue en ese instante cuando por poco
sufro un ataque al corazón. Abrí el vídeo, que pesaba más
de la cuenta, y me quedé espantado al descubrir que su
contenido nada tenía que ver con lo que yo había grabado.
Descubrí que se trataba de un clip pornográfico en el que
dos rubias realizaban una felación conjunta a un fornido
hombre que gemía de placer y que terminaba culminando
en sus bocas. Acababa de mandarle a la profesora ese
asqueroso vídeo.
Mi primera reacción fue llevarme las manos a la cabeza y
proferir un grito ensordecedor. ¡¿Quién cojones había puesto
esa guarrada en mi ordenador?! Estaba convencido de que
el culpable no podía ser otro que mi hermano Pedro, que
debía de habérselo pasado pipa la tarde anterior
descargándose contenido de ese estilo sin mi permiso. Al ir
a adjuntar mi vídeo, que yo tenía en la carpeta de
descargas, había elegido el erróneo sin pensar que eso
pudiera estar ahí. Aun así, la culpa era mía por no
comprobar el archivo añadido antes de mandarlo.
Si la profesora abría el correo y descubría el pastel, estaría
en un serio problema. Podrían incluso abrirme un
expediente o, peor aún, expulsarme. Tratar de explicarle a
la docente lo que había sucedido sería una pérdida de
tiempo, porque era un hueso duro de roer, de modo que
solo había una solución posible. Mi mente me indicó a la
única persona que conocía que podría sacarme de aquel
serio apuro: Verónica. Apenas la había visto unas cuantas
veces cuando visitaba a Amanda, pero sabía que ella era mi
mejor opción. De inmediato, puse rumbo a su casa para
suplicarle ayuda.
Cuando llegué sobre las siete de la tarde, Verónica me abrió
la puerta y se sorprendió de encontrarme allí. Frunció el
ceño y me examinó de arriba abajo.
—Verónica, necesito tu ayuda. Se trata de algo
extremadamente importante —le supliqué con
desesperación.
—Estoy bastante ocupada, la verdad…
—Por favor, Verónica. No tengo a nadie más —rogué de
nuevo.
—Anda, pasa… —Puso los ojos en blanco y me invitó
adentro.
La acompañé a la cocina, lugar donde solía encontrarse casi
siempre trabajando en lugar de en su habitación. Un día me
había explicado que así no tenía que desplazarse para
picotear cuando le entraba hambre.
—¿De qué se trata? —preguntó sentándose frente al
ordenador.
—Le he mandado un vídeo comprometido por error a una
profesora cuando debía enviarle un trabajo de clase. ¿Sería
posible borrar el correo?
—Depende. Outlook y Gmail permiten recuperar correos
enviados por error e incluso sustituirlos, aunque no siempre
es posible. Gmail solo suele dar treinta segundos para
rectificar y no se puede hacer con todos los dominios. En tu
caso, me imagino que el problema se ha dado con el correo
de la universidad, ¿verdad? —me preguntó, y yo asentí
enérgicamente.
Verónica soltó un bufido.
—No tengo constancia de que el correo de la Complutense
tenga la opción de borrar mensajes, así que solo se me
ocurre una solución. Hay que robarle la contraseña a tu
profesora y borrarlo de su bandeja de entrada directamente
—explicó.
—¿Y puedes hacerlo?
—Puedo intentarlo, aunque no siempre funciona. Dime,
Iván, ¿has oído el término phishing alguna vez? —inquirió, y
yo negué con la cabeza—. Es un método para robar
contraseñas, información sobre tarjetas de crédito, cuentas
bancarias, etcétera… Se trata de mandarle un correo a tu
profesora fingiendo ser, por ejemplo, un organismo oficial
como un banco. En este caso, lo más lógico sería uno de la
universidad. Si conseguimos que muerda el anzuelo y que
introduzca su usuario y su contraseña, tendremos esa
información y podremos borrar el mensaje. Es algo bastante
sencillo dentro del complejo mundo de la ciberdelincuencia,
sin embargo, es tan básico que bien puede fallar si tu
profesora no se fía del correo.
—Hay que intentarlo como sea. ¿Qué perdemos por probar?
—La apremié, pero ella me contempló con dureza.
—¿Qué hay en el vídeo? —inquirió.
—¿Qué más da? Es un vídeo comprometido que la profesora
no puede ver.
—No da igual. Quiero saber qué hay en el vídeo. Si voy a
arriesgarme por ti, exijo esa información. Podrías ser un
pedófilo, un violador, un voyeur o vete tú a saber qué más.
Esto es un delito informático. Si me pillan, a lo mejor a quien
expulsan es a mí —argumentó con toda la razón del mundo.
¿Qué menos que decirle cuál era el contenido que me
avergonzaba? Aunque prefiriese omitirlo porque me sentía
un imbécil, no tuve más remedio que decírselo.
—Es un vídeo porno de dos rubias chupándosela a un tío. Mi
hermano se lo descargó en mi portátil y yo no he tenido
mejor idea que mandárselo a la cascarrabias de mi
profesora —expliqué algo cohibido.
Verónica, para mi sorpresa, comenzó a reírse a carcajadas.
Era la primera vez que la veía mostrar un sentimiento que
no consistiera en una sonrisa torcida que parecía costarle
articular.
—Sí, es gracioso de narices, ¿verdad? Yo también me
partiría el culo si no me estuviera jugando el cuello —
respondí algo molesto, pues esa reacción era precisamente
la que pretendía evitar al mantener el vídeo en secreto.
—Está claro que, cuando uno se hace pajas frente al
ordenador, hay que tener cuidado para que no pasen estas
cosas —se cachondeó Verónica mientras comenzaba a
teclear.
—Ya te he dicho que el vídeo no es mío, ¿vale? Fue mi
hermano quien se lo bajó ayer. El muy idiota no ha sido
capaz de borrar las pruebas de su delito pajeril.
—Dile a tu hermano que no hace falta descargar vídeos
porno para verlos. Se pueden disfrutar sin necesidad de
almacenarlos en el ordenador —afirmó Verónica, y me
sorprendió que una chica hiciera un comentario sobre ese
tipo de páginas.
—¿Tú ves porno? —le pregunté con curiosidad.
—A veces. ¿A que tú también? Si lo niegas, estás mintiendo
como un bellaco —respondió tecleando sin parar,
demostrándome que era capaz de mantener una
conversación y delinquir al mismo tiempo.
—Yo… —Me quedé un tanto descolocado tras su afirmación
—. Sí, bueno. De vez en cuando veo algún que otro vídeo,
aunque no es algo que haga habitualmente. Creía que las
chicas no veían porno —comenté—. Mi ex decía que le daba
asco.
Verónica soltó otra pequeña carcajada.
—Bueno, hay vídeos para todos los gustos. Creo que salías
con un bicho raro.
Contuve una sonrisa y decidí zanjar el tema. Me preocupaba
mucho más si sería posible borrar el correo y salvar mi
pellejo.
Verónica se afanó en crear una página que tuviera el mismo
aspecto que el campus virtual para así engañar a mi
profesora. Cuando estuvo todo listo, envió el correo a la
dirección indicada. Este pedía a los docentes que
accedieran a su perfil para recibir información sobre un
evento ficticio. Si conseguíamos que lo hiciese, podríamos
hacer el resto.
Una vez enviado el correo, tuvimos que esperar un buen
rato para que lo viera. Temí que doña Remedios no abriera
su buzón esa tarde, aunque me extrañaba porque era una
profesora muy recta que siempre comprobaba la
correspondencia varias veces al día. Verónica me avisó de
que había caído en la trampa cuando yo había perdido toda
esperanza.
Rápidamente, accedió a la bandeja de entrada con la
contraseña y encontró mi email entre cientos otros de mis
compañeros. Lo borró de inmediato y se aseguró de que no
se quedara en la papelera. Posteriormente, cerró el correo y
me comunicó que la operación se había realizado con éxito.
—Verónica… Te debo la vida, en serio. Gracias de todo
corazón —afirmé con la mano en el pecho, y no pude evitar
plantarle un sonoro beso en la mejilla en señal de
agradecimiento.
Ella se quedó paralizada por un segundo al no esperar esa
improvisada muestra de afecto, aunque pronto reaccionó y
sonrió.
—Iván, ¿no habría sido más fácil hablar con la profesora y
explicarle el error?—Tú no conoces a doña Remedios. Es lo
peor que puedes echarte a la cara. De comprensiva no tiene
ni un pelo, así que mejor no arriesgarse dialogando. Por
cierto, no te pillarán por esto, ¿verdad?
—Para pillarme, tu profesora primero tendría que ser
consciente de que hemos entrado en su correo, y dudo que
lo haga. Si ha sido tan ilusa de acceder a la página sin más,
no creo que vaya a descubrirme. Relájate —me tranquilizó.
—Desde luego que ya estoy mucho más calmado. Ya me
veía en la puta calle y a mi padre recriminándome que soy
un lerdo. Gracias, de veras —reiteré, y nos quedamos
mirándonos fijamente por unos segundos hasta que oímos
girar una llave en la cerradura.
Comprobé el reloj y descubrí que eran las nueve de la
noche. Amanda volvía tras sus andanzas con la celebridad y
a mí ni siquiera me había dado tiempo a irme a casa. No me
apetecía que supiera que Verónica había estado
ayudándome, así que me tocaría fingir.
—Hola, Verónica. ¿Iván? ¿Qué haces aquí?
Amanda se extrañó al encontrarme en la cocina junto
a su compañera de piso, y me dio un rápido beso en los
labios a modo de saludo.
—He venido a verte. Llegué hace un rato —inventé, y
Verónica me dirigió una mirada cómplice para indicarme
que me cubriría las espaldas—. Estaba aquí charlando con
Verónica, haciendo tiempo. ¿Hay novedades? —le pregunté,
y ella asintió entusiasmada.
Me cogió del brazo y me arrastró al salón para contarme lo
que había acordado con Ariel Guerra. Me contó que Riccardo
Leone, el consejero delegado de la cadena, había accedido
a darles una segunda oportunidad para montar toda la
pantomima, por lo que me alegré y me entristecí al mismo
tiempo.
Sentía alegría por el hecho de que, gracias a ese trabajo,
Amanda podría quedarse conmigo y estaríamos juntos.
Tristeza porque, aun sin que ella me lo hubiera asegurado,
sabía que fingir un romance implicaría que ambos
colaboraran y que posiblemente tuviesen que escenificar
algún tipo de acercamiento. Ya podía imaginar las garras de
ese tipo sobre mi chica y me hervía la sangre solo de
pensarlo.
No quería parecerme a Mónica y pecar de celoso
empedernido, pero ese era un asunto muy serio. Nada tenía
que ver con unos simples celos imaginarios como los de mi
exnovia, que creía que iba a ponerle los cuernos con
cualquier chica que se me cruzara por el camino. Tendría
que hacer de tripas corazón y tratar de llevar la situación lo
mejor posible. Por el momento, pensé que únicamente
debía preocuparme del presente y alegrarme porque
Amanda pudiera seguir cumpliendo sus sueños, así
dependiera de un engaño para subsistir económicamente.
Está claro que, en ese momento, no tenía ni idea de que ese
juego estaba a punto de poner en serio riesgo nuestra
relación.
13. AMANDA: LA EXCLUSIVA

Un par de días después de suplicar la ayuda de Ariel,


Riccardo Leone nos convocó a ambos una tarde en su lujoso
domicilio para discutir sobre el tema del romance ficticio
que estábamos a punto de vender al mundo. Me desplacé
hasta el lugar por mi cuenta para que nadie me viera en
compañía de Ariel, pues aún debíamos esperar unos días
para aparecer juntos en sociedad.
Cuando llegué a la dirección indicada, Ariel ya se
encontraba en el lugar, acomodado en el despacho de
Riccardo y a la espera de mi llegada. Me saludó con dos
besos en la mejilla y pude comprobar que, tras recuperar su
trabajo, había recobrado la simpatía y su cuidado aspecto
de siempre, lo cual me alegraba. Tampoco me agradaba
verlo hundido por mi culpa pese a que en el presente no lo
soportaba.
Riccardo nos explicó cómo íbamos a darnos a conocer. Un
buen amigo suyo resultó ser el director de la revista
Territorio Romance, una de las más populares del panorama
del cotilleo. Había pensado que vendiéramos la exclusiva
del noviazgo allí para comenzar. Ariel se encargaría de
poner a sus seguidores sobre aviso para que no se olvidaran
de comprar el codiciado ejemplar donde habría fotos y una
entrevista a la recién estrenada pareja, que por fin había
decidido dar el paso y salir a la luz.
—Por curiosidad, ¿cuánto se suele pagar por las exclusivas?
—pregunté un tanto desorientada, esperando una cifra
modesta.
—Ariel, ¿te gustaría responder a su pregunta? —Lo apremió
Riccardo.
—Depende de la exclusiva y de la popularidad. Las
exclusivas de boda de gente muy famosa oscilan entre los
trescientos y los quinientos mil euros. Posados muy top
pueden pagarse a precios similares, así como
presentaciones de hijos de famosos. Por poner verde a tu ex
puedes embolsarte unos cincuenta mil euros. Hay que tener
en cuenta muchos factores —respondió Ariel, y me quedé
totalmente boquiabierta.
¿De verdad le pagaban esas ingentes cantidades de dinero
a los famosos por unas cuantas fotos y una entrevista? Me
costaba creerlo, pero era muy cierto.
—En serio, estoy flipando. ¿Y cuánto nos van a pagar a
nosotros? Si es que se puede saber, claro.
—Mi amigo os pagará cincuenta mil euros. Ariel es muy
famoso, pero a ti nadie te conoce, ragazza mia.
—¡Su puta madre…! —exclamé, y Ariel me miró de reojo
conteniendo una sonrisilla—. ¿Cincuenta mil? De veras que
esperaba mucho menos. Es maravilloso…
—Que quede claro que vamos a pachas —me recordó Ariel.
Asentí pensando en la cifra que iba a ganar solo por
empezar a fingir. Veinticinco mil euros que servirían para
asegurar la supervivencia de mi familia por más de un año
entero. Con solo esa suma ya podría quedarme en Madrid
sin problemas y enviar dinero a mi madre y a mi abuela.
—Eso es solo el comienzo, Amanda. Después, Ariel se
encargará de promocionarte en sus redes sociales y de
ayudarte a aumentar tus seguidores. ¿Cuántos tienes ahora
en Instagram?
—Pues… No sé, ¿unos cien? Más o menos —respondí
insegura.
—Eso es una verdadera porquería. Tenemos mucho trabajo
por delante —añadió Ariel con fastidio.
—Lo sé. Es que las redes sociales me importaban un bledo
hasta hace cinco minutos. Nunca he tenido complejo de
influencer.
—Ariel se encargará. Yo creo que, en cuanto la gente sepa
quién eres y con quién sales, empezarán a seguirte.
Cuantos más followers tengas, mejor te pagarán las marcas
cuando consigas contratos. En ese terreno no voy a
meterme. Sois libres de gestionar vuestras colaboraciones y
negocios externos con total libertad.
—Estupendo. Genial —asentí sonriente.
—Vamos a lo que más nos interesa. La cuestión es que
enganchéis al público todo lo posible para que después
vengan a veros a mi programa, El chisme perfecto. Amanda,
lo primero que haremos después de la exclusiva será
entrevistarte en persona para que los espectadores te
conozcan en profundidad. Lo haremos preferiblemente en la
franja nocturna, en El chisme más hot. Te pagaremos cinco
mil euros por un par de horas de entrevista. ¿Qué te
parece?
—Me parece increíble —contesté embobada y con el
símbolo del euro dibujado en mis pupilas—. En serio, no dejo
de alucinar. ¿Me estáis diciendo que, ya de buenas a
primeras, me voy a embolsar treinta mil euros por
básicamente no hacer nada?
—Desde luego que sabe sumar —comentó Ariel en tono
bromista.
—Sí, Amanda. Así es. No te preocupes. Si pagamos eso es
porque después ganamos muchísimo más con todo el circo.
Bien, concluida la entrevista, si todo sale según lo previsto,
me gustaría incluirte como colaboradora del programa. Si
caes bien a la gente, verán el programa con tal de verte a ti.
No me falles. —Me señaló con el dedo índice y puso un
gesto amenazador.
—Trataré de no defraudar a nadie —respondí cohibida.
—Ariel está cada tarde de lunes a viernes, pero un par de
días me gustaría contar también contigo. Por cada aparición
te pagaremos unos mil euros. Esto será aproximadamente
hasta final de la temporada, sobre mayo o junio más o
menos. Solo con esto ya te aseguras un buen sueldo. Como
ya comenté antes, podéis ganar dinero fuera del programa
como queráis. Por otra parte, sabéis que podéis improvisar y
mostrar altibajos en vuestra relación que luego resolváis en
directo. Todo esto dará mucho juego en el programa. Eso sí,
lo importante es que aguantéis hasta el comienzo del
verano, cuando planearemos la ruptura. Debéis
comprometeros a conceder al menos tres entrevistas cada
uno para criticaros mutuamente. ¿Entendido? Leed bien el
contrato antes de firmar, por favor —nos aconsejó, y me leí
el escrito detenidamente por si tenía dudas.
Efectivamente, Riccardo había resumido bien los puntos:
exclusiva de noviazgo, entrevista en el espacio nocturno,
colaboraciones semanales en el programa principal y tres
entrevistas de ruptura por persona. Los contratos externos y
las colaboraciones quedaban excluidos y los gestionaríamos
por nuestra cuenta. Leone se reservaba el derecho de hacer
ligeras modificaciones atendiendo a la evolución del
romance y al interés del público.
—Si finalizo el contrato antes de tiempo tengo que pagaros
la cantidad que viene en el documento —indicó, y comprobé
la cifra, que ascendía a veinte mil euros por cabeza—. Pero
si vosotros no cumplís con vuestra parte, entonces tendréis
que pagarme a mí cincuenta mil por cabeza —nos informó,
y puse cara de pánico.
—¿Cien mil euros? Eso es una pasta… Por hacerme una
idea, ¿cuándo se considera que hemos incumplido el
contrato? —pregunté para estar informada.
—Por ejemplo, si te niegas a hacer alguna de las entrevistas
pactadas o si no asistes a los programas, cosa que no creo
que vaya a suceder, ¿verdad?
—Pues claro que no. Aunque, ¿qué pasa si el romance no
vende tanto como queremos? ¿Se consideraría culpa
nuestra y, por lo tanto, un incumplimiento del contrato?
—Depende. Si estáis haciendo lo pactado y aun así no
resulta, entonces no. Puedo decidir prescindir de vosotros y
entonces tendría que pagaros. Amanda, tranquilízate.
Confío en que todo saldrá como esperamos —me aseguró
Riccardo para calmar mis nervios y que dejara de hacer
preguntas.
—¿Firmamos ya? —inquirió Ariel algo cansado de mi
interrogatorio.
—Firmamos, firmamos —asentí con la cabeza
enérgicamente e imprimí mi garabato personal en el papel
que Riccardo posteriormente guardó en su poder.
Tras la formalización del contrato, Ariel y yo abandonamos
la casa de Riccardo y acordamos una hora para la sesión de
fotos y la entrevista. Realmente atacada, me dirigí al día
siguiente a su apartamento, el cual ya conocía, con un
nerviosismo en el cuerpo que no era normal. ¿Estaba yo
preparada para embarcarme en semejante empresa? Ser
popular nunca me había importado y estaba acostumbrada
a que la gente me conociera, pero de ahí a formar parte del
panorama nacional del cotilleo había una gran diferencia.
Ariel me abrió la puerta de su casa y me invitó a pasar para
arreglarme para la sesión. Más calmada que la última vez
que lo visité, pude fijarme mejor en lo lujoso y espacioso
que era su piso, decorado con un moderno estilo en tonos
blancos y grises, muebles de diseño por todas partes y
amplios ventanales por los que se colaba tanta luz que
durante el día no era siquiera necesario encender las luces.
Según me comentó con orgullo, el apartamento contaba con
un amplio salón comedor con terraza, cocina americana,
dos cuartos de baño y cuatro habitaciones, así como
exclusivos espacios comunitarios como gimnasio, sauna,
terraza, garaje y piscina que Ariel no solía utilizar para no
encontrarse con sus vecinos cotillas, gente adinerada pero
no famosa.
—Señorita, sígame por aquí, por favor —me indicó de forma
teatral.
Seguidamente, me llevó a una de las habitaciones
donde había instalado un tocador para el maquillaje y ropa
colocada en unas perchas para lucir presentables en las
fotos.
—Ahora te maquillarán y te peinarán. Después, elegiremos
unos cuantos modelitos para cambiarnos. Haremos la sesión
en los espacios más luminosos de la casa. He pensado en
hacer algunas fotos en traje de baño. ¿Qué te parece la
idea? —sugirió, pero yo negué con la cabeza.
—¿En traje de baño? Ni hablar. Preferiría poder estar
completamente vestida en mi primera toma de contacto —
le pedí, y él chasqueó la lengua.
—Quedaría brutal tener una foto en bañador en la terraza.
Visualízalo —me dijo haciendo un rápido movimiento con las
manos como si fuera a hacer magia de un momento a otro.
—He dicho que no, Ariel. Me siento hiper insegura. No
quieras causarme más nerviosismo, por favor —rogué, y él
se dio por vencido.
Para la sesión, finalmente eligió tres conjuntos: un traje de
chaqueta azul marino con corbata a juego, unos pantalones
chinos con camisa blanca y un moderno vaquero con camisa
tejana. Por mi parte, escogí un vestido corto verde
aguamarina, un pantalón de lino con camisa de seda beige
y, por último, unos shorts vaqueros y un top rosa que
dejaba al descubierto mi famoso tatuaje del hada de fuego,
que Ariel se había empeñado en que mostrara.
—¿Qué mejor que enseñar tu marca personal para
convencer al personal de que eres la verdadera chica de
Ariel? —me dijo antes de que me vistiera con el primer
atuendo, una vez que ya estaba perfectamente maquillada
y peinada, luciendo espectacular.
Llevaba el cabello suelto con unas marcadas ondas y un
impoluto maquillaje con ojos ahumados y labios en color
granate, además de colorete en tono melocotón y una piel
resplandeciente y luminosa sin una sola imperfección. Me
contemplé en el espejo del tocador sintiéndome como una
estrella de cine a punto de pisar la alfombra roja, y
seguidamente me puse el vestido verde para las primeras
fotos.
Las instantáneas se tomaron en diferentes puntos de la
casa. En varias de ellas, Ariel y yo posábamos ante la
cámara cogidos de la mano y sentados en su confortable
sofá. En otras, aparecíamos de pie junto a su cama, él
abrazándome por detrás y tratando de fingir un amor que
no sentía por mí. Las últimas las realizamos en la terraza,
con el sol matutino de octubre acariciando nuestros rostros.
—Amanda, me gustaría hacer una última foto —me susurró
al oído mientras el fotógrafo ajustaba el objetivo de la
cámara.
—¿No hemos hecho ya bastantes? —Lo miré extrañada.
—Después elegiremos las mejores, así que cuantas más,
mejor. Estaría genial incluir una foto besándonos en el
reportaje. Quedaría muy bien —comentó despreocupado,
pero a mí me entró el pánico.
—¿Para qué? ¿Lo crees realmente necesario? —inquirí
nerviosa.
—Te recuerdo que estamos fingiendo un romance. Tarde o
temprano tendrás que besarme, te guste o no. Ya se lo
advertiste a tu noviete, ¿verdad? —cuestionó poniendo el
dedo en la yaga.
—Sí, por supuesto. Está bien. Haremos un par de fotos
besándonos. Al fin y al cabo, no será la primera vez que lo
hacemos —dije haciendo alusión a nuestra primera y única
toma de contacto la noche de la fiesta, que quedó retratada
para la posteridad.
Decidí serenarme y tomarme el beso como una parte más
de mi trabajo que no debía afectarme en lo más mínimo.
Los actores y actrices se besaban a diario en los rodajes e
incluso fingían tener sexo. Captar un beso sería la tarea más
sencilla de todas.
—Chaval, otra foto más por aquí, por favor. —Apremió Ariel
al fotógrafo como quien pide una caña en un bar y, sin
siquiera avisarme, se giró y me plantó un beso inesperado.
Cerré los ojos y traté de aguantar sin apartarme. Tuve
suerte de que se trataba de un beso estático, por lo que no
había movimiento alguno de nuestros labios, tan solo
realizábamos una pose. Aun así, estar tan cerca de Ariel me
trajo recuerdos del día que nos conocimos y de lo mucho
que me encandiló cuando aún no sabía quién era. Sentir su
boca tan cerca de la mía, así como su mano en mi cintura,
me produjo escalofríos y aceleró mi ritmo cardíaco sin yo
poder hacer nada para evitarlo.
—¡Listo! ¡Lo tengo! —nos comunicó el profesional cuando
hubo tirado un par de instantáneas, y Ariel se apartó de mí.
Se limpió los restos de pintalabios que había en sus labios
después de nuestro acercamiento y me guiñó el ojo.
—No ha sido para tanto, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Seguro que nos quedará un
reportaje precioso —confirmé tras haberme recuperado de
la tensión del momento.
Seguidamente, Ariel y yo pasamos al salón para responder a
una serie de cuestiones que una periodista traía
preparadas. Nos preguntó todo tipo de detalles con respecto
a nuestro romance: cómo y dónde nos conocimos, cuál fue
nuestra reacción tras filtrarse nuestra foto besándonos,
cuánto tiempo llevábamos saliendo, quién era yo y qué
estudiaba, qué tal nos complementábamos y otros temas
del estilo. Ariel se encargó de responder a casi todas las
preguntas, y yo me limité a contestar las que iban dirigidas
únicamente a mí o a añadir algún que otro detalle inventado
para no parecer un mero florero en la estancia.
Concluida la entrevista y la sesión fotográfica, me marché a
casa a descansar y a asimilar que, una vez que se lanzara la
portada en cuestión de una semana, mi vida cambiaría por
completo. Quizá me haría tan rica y famosa que ni siquiera
podría salir a comprar el pan sin ser abordada por mis
enloquecidos fans. Puede que me estuviera haciendo
muchas ilusiones, pero el hecho de perder toda mi
privacidad también me aterraba. Ariel estaba acostumbrado
a ello y, en caso de verme en esa situación, esperaba que
supiera aconsejarme para llevar la fama lo mejor posible.
Iván y yo disfrutamos de nuestra última semana de libertad
al máximo saliendo a todos los sitios imaginables después
de clase, pues pronto no podríamos ser vistos en público si
yo era la supuesta novia de Ariel Guerra. El último día, fui
consciente de la tristeza en su mirada cuando me dejó en la
puerta de casa y nos despedimos con un beso. Para
animarlo, le recordé que cuando la farsa concluyera todo
volvería a la normalidad y que no tendríamos que
escondernos nunca más. Para ese momento, ya habríamos
dejado atrás el último curso y la ira de Mónica, si se
enteraba de lo nuestro, me importaría un bledo.
No le había dicho a mi familia lo que me traía entre manos,
tan solo le había prometido a mi madre que desde Madrid
me ocuparía de resolver nuestros problemas económicos.
Eso sí, le recordé a mi dulce abuelita que no se olvidara de
comprar la revista Territorio Romance el lunes siguiente,
pues se llevaría una gran sorpresa. Sabía que tener una
nieta famosa le haría mucha ilusión y que presumiría con
orgullo delante de sus amigas. De lo que no estaba tan
segura era de la aceptación de mi madre, pero tomar parte
en ese negocio era mi decisión y no me haría cambiar de
opinión.
Ese lunes de finales de octubre, descubrí que
#LaChicaDeAriel volvía a ser el tema más caliente del
momento en Twitter. Fotos de la portada de la revista
anunciando nuestras declaraciones exclusivas pululaban por
la red desde muy temprano. Ariel había anunciado que mi
identidad sería revelada ese día, por lo que la revista se
agotó rápidamente en todos los quioscos del país, lo cual
me pareció abrumador.
Días antes, mis compañeras ya estaban relamiéndose y
esperando la noticia con ansias. En cierto momento, me
preguntaron si yo no estaba emocionada, y tuve que mentir
y fingir interés por esa chica. ¿Qué pensarían cuando
descubrieran que se trataba de mí? ¿Me rechazarían por
haber guardado el secreto o, por el contrario, me adorarían
con fervor y permanecerían a mi lado? Estaba a punto de
descubrirlo, pero no podía evitar que mi corazón latiera
descompasado en mi pecho, temerosa de entrar en clase.
Cuando por fin me armé de valor para irrumpir en el aula,
todos se quedaron mirándome boquiabiertos. Me había
arreglado más de la cuenta ese día, consciente de las
miradas furtivas con las que tendría que lidiar a cada paso
que diese.
Mónica, Elena, Patricia y Celia se acercaron a mí con cara de
sorpresa y me mostraron la portada de la revista que habían
comprado.
—¡¿Amanda?! ¡Estamos flipando en colores! —exclamó
Mónica, y pronto me vi rodeada por un grupo de alumnos de
clase.
—¡Eres la chica de Ariel! —gritó Celia enloquecida, y pronto
todos empezaron a acosarme a preguntas que ya había
respondido en la entrevista.
—Chicos, tenía que guardar el secreto hasta hoy. Sí, yo soy
la chica de Ariel. Salimos desde que llegué a la ciudad —
expliqué cohibida, y a lo lejos localicé a Iván apartado en un
rincón, charlando con unos amigos, aunque pendiente de mí
en todo momento.
—¡Bien calladito te lo tenías, guapa! ¡Queremos saberlo
todo con pelos y señales! —me pidió Patricia, y les prometí
más detalles en la hora del descanso.
Tuve la oportunidad de ojear la revista y descubrí que lucía
espectacular. Observé la instantánea del beso y me
pregunté si Iván la habría visto y si le habría molestado. Por
nuestro bien como pareja, esperaba que no le prestase
demasiada atención a todo el asunto.
El resto del día, me sentí un tanto acosada al despertar la
curiosidad de toda la facultad y de estudiantes del campus
en general. Todos me miraban y me señalaban por la calle y
yo, desacostumbrada a tantas atenciones, me sentí extraña
y bastante incómoda, a decir verdad.
A la hora de la comida, recibí la llamada de mi madre,
enloquecida tras haber descubierto que su única hija era
ahora la novia de una superestrella. Mi abuela le había
enseñado la portada de Territorio Romance nada más llegar
a casa y ahora me pedía explicaciones.
—Mamá, este es mi plan para sacarnos de la miseria. Espero
que no estés muy enfadada conmigo… —le dije a través del
teléfono desde mi habitación.
—Amanda, hija, ¿de verdad estás saliendo con ese chico? Tu
abuela lo ve todos los días en la televisión. Yo no sabía ni
quién era —me confesó.
—Mamá, es una farsa que hemos planeado. No debes
preocuparte por nada, porque está todo bajo control. Ambos
lo hemos hecho solo para ganar dinero. Por favor,
guardadme el secreto o me veré perjudicada si la verdad
sale a la luz —le pedí.
Mi madre fue bastante más comprensiva de lo que
esperaba, sobre todo cuando le dije lo que me habían
pagado únicamente por el reportaje y lo que iba a ganar en
un futuro. En el presente, yo era la única que podía salvar a
la familia del desastre, y había asumido mi rol con
responsabilidad. Ella era consciente de eso y no podía sino
aguantarse aunque no le agradara la situación.
Esa noche, me dormí con la conciencia un poco más
tranquila tras haber hablado largo y tendido del asunto con
mi madre. Ella, a pesar de la distancia, siempre había sido
un gran apoyo para mí en los momentos más difíciles, y lo
sería mucho más en el presente dado el reducido número de
personas que conocía mi gran secreto.
14. VERÓNICA: LA ENTREVISTA

Intuyo que fui una de las pocas personas que no sufrió un


cortocircuito cerebral cuando descubrió que Amanda era la
chica de Ariel Guerra, esa celebridad de pacotilla. Gracias a
mis habilidades de espía, ya lo había descubierto con
anterioridad cuando escuché la conversación entre mi
compañera de piso y su novio. Ella no sabía que yo la había
cazado, pero imaginaba que pronto vendría a hablar
conmigo para tratar de comprar mi silencio. No me
equivocaba, y el mismo día que el romance salió a la luz se
dirigió a mí cuando llegué a casa por la noche después de
haber pasado la tarde con Kitty comprando ropa por el
centro.
—¿Te has enterado de la noticia? —preguntó tanteando el
terreno por si acaso yo aún desconocía la situación.
—Tengo ante mí a toda una futura estrella, ¿no es así? —me
burlé, aunque ella no pareció captar mi ironía.
—Verónica, necesito saber qué piensas hacer con lo que
sabes.
—¿Qué sé? —inquirí sin comprender.
—Sabes que llevo tiempo saliendo con Iván y que estoy con
él, no con Ariel Guerra. Vivo contigo, es obvio que eso no
puedo ocultártelo. Quería saber qué piensas hacer ahora
con esa información. Dime… Dime cuánto quieres por tu
silencio —soltó avergonzada, y yo la miré con cara de pena.
—Amanda, no quiero nada por mi silencio. Tu vida me
importa un rábano. Descuida, no voy a contarle nada a
nadie. Además, ¿te crees que no sabía que eras la chica del
hashtag de Twitter? Te escuché hablar de ello con Iván.
Llevo todo este tiempo callada porque es algo que no me
incumbe —confesé para convencerla de que no hablaría, y
ella se quedó muy sorprendida.
—Así que, ¿ya lo sabías? ¿Y no me dijiste nada?
—Ya te he dicho que me da igual. Puedes estar tranquila. Lo
único que me preocupa es que cumplas las normas de
convivencia y que me pagues la habitación a fin de mes, y
por lo que veo no vas a tener problemas para hacerlo con lo
que seguramente vas a ganar.
—Genial… —respondió un poco aturdida—. Entonces, ya
está, ¿no?
—Sí, conversación zanjada.
—Espera, Verónica. Una última cosa. ¿Te importa si Iván
pasa más tiempo en casa? Con todo esto, es peligroso que
nos vean juntos, así que tendremos que quedar aquí.
—Siempre que no me moleste, ya te dije que no tengo
problema con las visitas. ¿Alguna cosa más?
—No, eso es todo. Muchas gracias, Verónica —sonrió, y yo
me marché a mi cuarto a revisar el correo.
Don Hipólito nos comunicaría la decisión de Nilsson a última
hora del día, y me encontraba de los nervios. Estaba casi
segura de que Iker no había conseguido resolver el
problema, pero, aun así, quizá la empresa tampoco
estuviera conforme con mi propuesta. Me senté a esperar el
importante mensaje con el correo abierto, sin quitar ojo a la
pantalla. Mientras aguardaba me percaté de que, a partir de
ese momento, vería a Iván con más frecuencia. No me
desagradaba la idea, pues así podría alegrarme un poco la
vista con su belleza de dios griego.
Al fin llegó el correo y lo abrí con desesperación. Lo leí con
rapidez y antes de llegar al final del mensaje ya estaba
saltando de alegría por la habitación, algo extraño en mí,
que rara vez mostraba mis emociones de forma tan abierta.
Por suerte, nadie me vio subirme a la cama y ponerme a
bailar de forma ridícula para celebrar mi victoria.
Don Hipólito me escribió que Karola Lundberg había
quedado fascinada con mi resolución del ejercicio y que me
había definido como un verdadero prodigio de la informática
que no podían dejar escapar. Me llenó de orgullo que una
mujer tan inteligente me dedicara tales cumplidos, cuando
ella no se quedaba atrás, ni mucho menos. Mi profesor me
informó de que al día siguiente debía presentarme en la
sede de Nilsson Solutions en el Paseo de la Castellana para
una entrevista de trabajo, puesto que Karola quería
asegurarse de que yo era precisamente lo que estaban
buscando.
La mañana del martes, me presenté en el lugar indicado a
las diez en punto sin reparar demasiado en mi aspecto. Me
había vestido como de costumbre con una camiseta negra,
vaqueros oscuros, botas altas y una chupa de cuero. Mi
maquillaje en los tonos habituales y mi liso cabello negro
también estaban presentes. A la entrada, me identifiqué en
la recepción y me dieron una tarjeta para acceder al interior.
Karola Lundberg me recibiría en su despacho, que se
encontraba en la décima planta.
De camino, me crucé con todo tipo de personas. Vi a los
típicos hombres de negocios ataviados con sus impolutos
trajes de chaqueta y su tufo a perfume caro. También había
mujeres vestidas elegantemente y arregladas en exceso
para trabajar, bajo mi punto de vista. Por suerte, también
había algunos frikis como yo que vestían de forma neutra
con vaqueros y camisetas sencillas, por lo que me
tranquilicé.
Cuando llegué al despacho de Karola, esta me invitó a pasar
y me dedicó una amplia sonrisa.
—¡Verónica! Pasa, por favor. Encantada de conocerte en
persona —me dijo en un perfecto español.
—Lo mismo digo, señora Lundberg —respondí
educadamente—. Estoy más que encantada de estar aquí y
de que mi solución haya sido de su agrado —la peloteé un
poco y me senté en la silla que me ofreció.
—Verónica, estoy maravillada con tus capacidades. Desde
luego que queremos contar contigo para que hagas las
prácticas aquí. Después ya veremos. Si lo haces bien, nos
plantearemos contratarte de forma definitiva —me aseguró,
y yo sonreí complacida—. Vamos a hablar un poquito más
sobre ti. ¿Te va bien en inglés?
—Por supuesto. Of course —respondí, y Karola comenzó a
hacerme las preguntas.
Tenía suerte de dominar bastante bien el idioma gracias a
que siempre había viajado mucho con mis padres y había
tenido que utilizarlo con frecuencia. Karola me preguntó
sobre mi currículum, mi experiencia laboral, mis gustos y
mis aficiones, mis fortalezas y mis debilidades y todo tipo
de cosas que se le ocurrieron. Traté de contestar con la
mayor sinceridad posible y de agradarla al mismo tiempo.
Tras algo más de media hora interrogándome, me dio su
visto bueno.
—Verónica, después de esta entrevista he podido comprobar
que eres justo lo que necesitamos. Bienvenida a Nilsson —
me comunicó, y la sonrisa que esbocé fue tan amplia que
me hice daño en la mandíbula, desacostumbrada a sonreír
en exceso.
—Muchísimas gracias, señora Lundberg. Le aseguro que no
se arrepentirá.
—Por supuesto que no. Verónica, una cosa más antes de
terminar. Solo quería comentarte que en Nilsson tenemos
un código de vestimenta y de aspecto específico. Cuando
vengas a la oficina, sería conveniente que trataras de
adaptar tu estilo al del resto de trabajadores —expresó con
tacto, pero yo torcí el gesto rápidamente.
No esperaba eso de Nilsson. Estaba tan cegada por el
enorme potencial que la empresa proyectaba al exterior que
esa petición me cogió desprevenida. ¿Cambiar mi
vestimenta y mi maquillaje y, por lo tanto, mi personalidad?
No podía comprender qué importancia podía tener mi
aspecto si realizaba bien mi trabajo, de modo que mostré mi
disconformidad.
—Señora Lundberb, ¿está usted insinuando que no le gusta
mi ropa y mi maquillaje? —solté tratando de ser educada
aun sintiéndome incómoda.
—Para nada he dicho eso, Verónica. Jamás he mencionado si
me gustaba o no, solo que deberías cambiar tu estilo para
encajar con la imagen de Nilsson —repitió.
—Independientemente de si le gusta o no mi estilo, no creo
que eso sea necesario. He visto a algunos trabajadores de
traje, pero muchos otros, los que intuyo que son parte del
equipo informático, no seguían unas directrices de
vestimenta específicas. Llevaban vaqueros, jerséis,
camisetas… Nada especial. Había un poco de todo —
argumenté para hacerle ver que su petición era absurda.
—Exacto. Eso es lo único que te pido, que vistas de forma
más neutra. El color negro es un poco… fúnebre, macabro,
amenazante, violento —me aseguró dejándome
desconcertada, no sabía si por el hecho de que conociera
tantos adjetivos negativos en mi idioma o porque tuviera
esa idea tan incoherente de mi color favorito.
—Lo siento, señora Lundberg, pero no estoy de acuerdo. El
color negro, ya sea en la ropa o en el maquillaje, queda
precioso y elegante. Es mi seña de identidad y usted no
puede pretender que prescinda de ella. No pensé que fuera
a tener este problema… —respondí decepcionada.
—Entonces, sintiéndolo mucho, no voy a poder contar
contigo. Cuando trabajas en una multinacional o en
cualquier otra parte, debes hacer lo que se te pide. Si no
eres capaz de cambiar tu estilo por Nilsson, entonces,
¿cómo voy a confiar en que harás tu trabajo
adecuadamente? Por muchas aptitudes que poseas, la
disciplina es lo primero de todo, Verónica —me dijo, y acto
seguido me levanté de la silla.
—Me parece muy bien. Está en todo su derecho de
prescindir de mí. Le sugiero que no pierda tiempo y contrate
a Iker. Él sí que estará de acuerdo en hacer todo lo que le
pida. Mucho gusto, señora Lundberg. A pesar de todo, me
siento halagada de haberla conocido en persona —
manifesté sin perder la compostura, a pesar de que sentía
ganas de arrojarme al vacío desde el décimo piso.
—Muchas gracias por venir, Verónica. De veras que siento
mucho lo sucedido. Prométeme que, al menos,
reconsiderarás tu negativa —me pidió.
—La decisión ya está tomada. Muchas gracias por su
tiempo.
Tras despedirme, salí pitando de allí. Tenía ganas de gritar
con todas mis fuerzas, pero no consideraba apropiado
hacerlo en mitad de su despacho. A pesar de que acababa
de rechazar el trabajo en Nilsson, no quería quedar mal ante
esa inteligente mujer, por lo que esperé a salir del edificio
para descargar mi rabia. En la calle, grité con todas mis
fuerzas y varios transeúntes que pasaban por allí se me
quedaron mirando con cara de pánico. Debieron de pensar
que estaba a punto de atacarlos, ya que echaron a andar a
toda velocidad para alejarse de mí cuanto antes.
Cuando llegué a casa, lo primero que me encontré fue una
llamada perdida de un teléfono desconocido. Devolví la
llamada y escuché la voz de don Hipólito al otro lado del
auricular, el cual supuse que habría cogido mi número de mi
currículum.
—Verónica… ¿Qué has hecho, alma de cántaro? —se
lamentó nada más responder—. Karola Lundberg me ha
llamado hace un rato para contarme que no vas a aceptar
las prácticas a pesar de que quieren contar contigo. ¿Qué ha
pasado?
—Don Hipólito, ¿no le ha dicho la señora Lundberg que no le
gusta mi forma de vestir ni de maquillarme? Me niego a
trabajar en una empresa que ataca mi aspecto desde el
primer día y que me obliga a cambiar quien soy —
argumenté, y don Hipólito suspiró.
—Verónica, Verónica… ¿Vas a perder la oportunidad de tu
vida, la que te asegurará un prometedor futuro en el sector,
por esa tontería? No me lo puedo creer, no al menos de
alguien tan inteligente como tú. Deja de hacerte la ofendida
y acepta la propuesta de una vez.
—No, don Hipólito. No pienso hacerlo. Ya pueden irse
olvidando de mí.
—Verónica, cada día voy al trabajo con pantalones de vestir,
camisa elegante y corbata, sin embargo, mi alma lleva
vaqueros rotos, camiseta de los Rolling Stones, botas con
tachuelas y el pelo largo y cardado. ¿Lo habrías adivinado?
Imaginarme a mi profesor vistiendo como todo un rockero
me resultó cómico, tanto que tuve que contener una risita.
—Nunca me habría imaginado que fuera usted tan moderno.
¿Está seguro de que no está intentando manipularme?
—Cuando quieras te enseñaré alguna foto de mi juventud y
podrás comprobarlo tú misma. Ahora, haz el favor de
enviarle un correo a Karola Lundberg para decirle que
empezarás cuando ella lo estime conveniente. No se hable
más —me ordenó, y colgó la llamada algo enojado con mi
actitud.
Me recosté en la cama y suspiré sin saber qué hacer. ¿De
verdad estaba dispuesta a dejar que alguien decidiera mi
estilo solo por tener la oportunidad de trabajar en una
magnífica empresa donde tendría un futuro brillante? Sí, lo
cierto es que sonaba bastante bien, pero ¿estaba dispuesta
a venderme como el resto del mundo? Aquello iba en contra
de mis principios, pues siempre había defendido mi estilo
con uñas y dientes y me había propuesto no dejar que nadie
me criticara y me juzgase por mi aspecto.
Un rato después, decidí ponerme a adelantar trabajo de
clase, ya que aún era temprano. Fui a la cocina para
trabajar y picar algo, y estuve avanzando tareas durante
algunas horas. Sobre las cuatro de la tarde, sonó el timbre y
me levanté a abrir la puerta. No tenía ni idea de quién podía
ser, aunque pronto lo descubrí.
Iván aguardaba sobre el felpudo, deseoso de que lo invitara
a pasar.
—¿Y esa cara? —me preguntó nada más verme.
Realmente no logro comprender cómo supo que algo me
sucedía, si mi gesto no solía variar demasiado estuviera
triste o alegre.
—¿Por qué crees que me pasa algo? —inquirí cerrando la
puerta tras de mí.
—Porque lo veo en tus ojos, que por cierto son grises —
añadió demostrando ser un gran observador.
No demasiada gente se fijaba en el color de mis ojos a
través de los cristales de mis gafas. Cuando no las llevaba,
tampoco destacaba lo suficiente como para que alguien
advirtiera esa característica física que tanto me agradaba.
—Buena observación, aunque irrelevante. Estoy un poco
jodida por el tema de las prácticas —confesé, y le conté
que, a pesar de que me habían elegido, no pensaba aceptar
por el tema de la discordia.
Iván se sentó conmigo en la cocina, que se había convertido
en nuestro punto habitual de encuentro, y me dio un buen
consejo.
—Verónica, vayas a donde vayas, te vas a encontrar con el
mismo problema. Esta sociedad de mierda no ve más allá
de las apariencias y solemos dejarnos engañar fácilmente.
En el fondo, somos muy estúpidos. Dímelo a mí, que estuve
saliendo con una víbora dos años hasta que se quitó el
disfraz. Mira, creo que no tienes muchas opciones si las
cosas no cambian. Me temo que vas a tener que
aguantarte. Tómatelo como un uniforme que te exigen
llevar. Seguro que no cuestionarías tu vestimenta si tuvieras
que trabajar de cajera en un supermercado, por ponerte un
ejemplo, ¿verdad? —me dijo para tratar de convencerme.
—No, supongo que no. —Me encogí de hombros.
—Pues ya está. Piensa que ese es tu uniforme y coge la
oportunidad, porque si no te arrepentirás toda tu vida —me
aconsejó, y yo asentí con la cabeza algo más dispuesta—.
Por cierto, te he traído un regalo.
Seguidamente sacó un paquetito de su mochila.
—¿Un regalo? —pregunté extrañada.
—Sí, un regalo. Es un objeto que se compra para otra
persona para, en este caso, agradecer un favor —me
explicó bromista, y yo negué con la cabeza aguantando la
risa.
—No merezco un regalo. No necesito nada —respondí
modesta cogiendo el paquete y rasgando el papel bajo su
atenta mirada, con las manos algo temblorosas.
Descubrí ocultos tres discos de música de bandas de las que
jamás había oído hablar.
—Maldita Nerea es uno de mis grupos de pop-rock favoritos,
sin olvidar a Maroon 5, que es brutal. Este otro disco sin
carátula es del grupo que tengo con mis colegas, The Mystic
Monkeys. Me he tomado la libertad de grabarte una
selección de nuestras mejores canciones —sonrió, y yo
asentí con la cabeza.
—Iván, muchas gracias por el regalo. Es solo que yo no
suelo escuchar este tipo de música. El metal sinfónico es
más mi rollo —solté un tanto cortante.
—Tienes que abrirte a otro tipo de música. Dale una
oportunidad y no te arrepentirás —me aseguró, y le prometí
que escucharía los discos para ver si tenía razón, incluido el
de su grupo.
No sabía que Iván hacía música con sus amigos ni que era
el vocalista de la banda. Tenía curiosidad por saber cómo
cantaba, y solo por eso escucharía cada una de las
canciones con detenimiento.
—Me voy a la habitación de Amanda a pasar un poco el rato
hasta que vuelva. No quiero molestarte, que veo que estás
haciendo los deberes. —Me guiñó el ojo, se levantó y se
marchó.
No me dio tiempo a decirle que no me incomodaba su
presencia y que podía quedarse a hacerme compañía si le
apetecía. Como siempre, llegaba tarde y ya nada podía
hacer para que volviera, de modo que me centré en mis
tareas.
Esa misma noche, cogí mi reproductor de discos portátil y
me puse a escuchar algunas canciones de los grupos que
Iván me había recomendado. No eran mi estilo, aunque
tampoco me desagradaban del todo. Cuando llegué al disco
personal de Iván, me quedé embelesada con su melodiosa
voz pese a que las canciones no fueran de lo mejor. Con los
ojos cerrados, lo imaginé cantando para mí en un concierto
privado, solos su guitarra, él y yo. Me asustó fantasear de
esa manera y me quité los cascos de inmediato.
Finalmente, tomé una decisión con respecto a Nilsson y
escribí a Karola Lundberg que me dejaría manipular con tal
de poder formar parte de su dichosa empresa y demostrar a
mis padres que podía llegar a donde me propusiera sin su
ayuda. Todo con tal de que vieran que era capaz de buscar
mis propias oportunidades y de no depender de su
asignación mensual de por vida.
15. ARIEL: #ARANDA

Unos días después del lanzamiento de la exclusiva, toda la


prensa rosa se había hecho eco de la noticia de nuestro
reciente noviazgo y se hablaba de nosotros a todas horas en
programas de cotilleos. Amanda y yo nos hicimos algunas
fotos caseras para nuestras cuentas de Instagram. La mía
ganó doscientos mil seguidores en cuestión de días, del
lunes al sábado. La de Amanda, que tuvo que ponerse las
pilas y subir bastantes instantáneas en un corto período de
tiempo, consiguió llegar a los cincuenta mil seguidores casi
sin esfuerzo, hecho que le pareció increíble.
Le advertí que ganarse el apoyo de la gente en un primer
momento podía parecer sencillo y más si contaba con mi
ayuda, ya que yo la había etiquetado en todas mis nuevas
publicaciones y mis fans menos celosos la empezaron a
seguir. Sin embargo, muchas veces se llegaba a un punto en
el que continuar ascendiendo era harto complicado. Es por
ello que alcanzar los cinco millones de followers me costaría
sangre, sudor y lágrimas.
Días antes del debut televisivo de Amanda en El chisme
más hot, puse de moda el hasthtag #Aranda. Se trataba de
la fusión de nuestros nombres propios, Ariel y Amanda. Los
fans de películas y de series extranjeras eran muy asiduos a
inventarse esas curiosas combinaciones para bautizar a sus
parejitas favoritas y tuitear sobre ellas a todas horas como
si fueran su único interés en el mundo.
Mi invención tuvo bastante éxito y pronto comenzamos a
ver las redes a rebosar de montajes fotográficos que
publicaban usuarios obsesionados con nuestra falsa historia
de amor. Todos coincidían en que unas fotos y un reportaje
eran insuficientes para conocer al gran amor de Ariel
Guerra, por lo que suplicaban que la entrevista de Amanda
se llevara a cabo lo antes posible. Esos mismos fans
estallaron de alegría cuando se puso fecha al evento
televisivo, que tendría lugar el viernes de la próxima
semana. Con la presión enloqueciendo a la pobre Amanda,
quedamos para dar un paseo por el parque del Retiro y que
así comenzara a sentirse a gusto en el exterior a pesar de
las miradas indiscretas.
—No sé por qué hemos tenido que quedar en un sitio tan
concurrido, Ariel —se quejó Amanda mientras paseábamos
por el parque con las miradas de los curiosos
persiguiéndonos.
No obstante, yo estaba demasiado acostumbrado a la
indiscreción de la gente, por lo que me traía sin cuidado que
observaran nuestros pasos.
—Relájate, Amanda. Si somos novios, tendremos que salir
juntos alguna vez, ¿no te parece? ¿Qué mejor que el Retiro
para pasear nuestro idilio? —sonreí y le guiñé un ojo—.
Dame la mano, anda —sugerí, y alargué mi mano para
sujetar la suya.
Ella hizo ademán de apartarse, pero se dio cuenta de que
debía fingir si no quería levantar sospechas, de modo que
agarró mi mano sin quejarse.
—Estás rígida. Haz el favor de relajar la mano y de coger la
mía sin que parezca que tienes rigor mortis, anda —le pedí,
y ella trató de cumplir con mi petición.
—¿Así mejor? ¿Suficientemente creíble?
—Amanda, si te cuesta darme la mano y que parezca
natural, me parece que vas a tener un grave problema
cuando te enfrentes a las preguntas en televisión. No sé si
vas a sobrevivir —le aseguré mientras caminábamos
aparentando ser una pareja normal que charlaba
tranquilamente.
Nos detuvimos en el estanque y nos sentamos junto a la
barandilla que lo rodeaba para observar a la gente remar en
las barcas. Era treinta y uno de octubre, pero aún hacía
buen tiempo que los madrileños y los turistas aprovecharon
para disfrutar de la ciudad.
—Yo tampoco creo que vaya a salir de esta. Me van a comer
viva… —se lamentó, por lo que traté de infundirle ánimos.
—Con esa actitud, desde luego que lo harán. Tienes que
creer un poco en ti y sobre todo en lo que cuentas. No
puedes transmitir confianza a la audiencia si ni tú misma te
tragas tu propia mentira. —Negué con la cabeza.
—Lo sé, pero es que me resulta imposible…
—Trata de hacerlo. No es tan difícil. Al principio, puede
parecer tarea imposible, pero te aseguro que con el tiempo
te saldrá solo. Yo no nací sabiendo. Nadie lo hace. —Me
encogí de hombros.
—Lo intentaré. Trataré de estar lo más calmada posible el
día de la entrevista y de responder a las preguntas con
naturalidad. Repasaré el reportaje de la revista para no
meter la pata. Me voy a esforzar al máximo —me prometió
con una sonrisa.
—Estoy seguro de ello. Te quedan seis días para entrenarte.
—No me lo recuerdes, por favor… —dijo volviendo a caer en
el círculo vicioso de los nervios.
—No lo pienses. Cuanto más lo hagas, peor será. Mira,
Amanda, todos hemos empezado en esto alguna vez y
hemos estado atacados de los nervios, pero todo llega y
todo pasa —comenté—. ¿Cómo están llevando tus
compañeros de clase tu nueva popularidad?
—Las chicas de mi grupo están encantadas. No se despegan
de mí ni con agua caliente. Me siguen a todas partes y
están orgullosas de que las relacionen conmigo. El resto de
compañeros de clase también muestra interés, pero por
suerte la locura del primer día ya pasó. Están todos más
sosegados —me contó, y yo asentí.
—Espera a que aparezcas en televisión. Aún no has
despertado el interés de la gente del todo. Falta la guinda
del pastel. Por cierto, esta noche doy una fiesta de
Halloween en mi casa. Podrías venir y así empezar a darte a
conocer. Estarán solo mis amigos más cercanos, así que no
seremos más de veinte personas —le propuse.
—No, lo siento. Ya tengo planes para hoy.
Tras rechazar mi oferta, se puso en pie para seguir
paseando sin mí. Me levanté de inmediato y la alcancé.
—¿Qué planes? —inquirí con curiosidad.
—Quedarme en casa con mi novio y disfrutar de su
compañía —confesó, y yo torcí el gesto.
—Mejor no lo digas muy alto, no vaya a ser que alguien te
oiga. Quedarse en casa me parece un plan de lo más
aburrido —solté contrariado.
—Para nada. Si estás en buena compañía, ningún plan es
aburrido —sonrió ella bobaliconamente, como si el amor
que sentía por ese chico fuera helio y estuviese a punto de
echar a volar como un globo de feria.
—¿A quién pretendes engañar? No te lo crees ni tú.
—No voy a responder a tus provocaciones, Ariel. Para mí,
pasar la tarde-noche con mi novio en casa es suficiente para
hacerme feliz. Espero que tú te lo pases de maravilla con
tus amigos en esa fiesta de los muertos vivientes —se mofó.
—Te arrepentirás de no haber venido. Va a ser un fiestón de
la hostia —contesté con gesto agrio.
Esa noche, mi piso de soltero se engalanó con todo tipo de
decoraciones típicas de Halloween. Había infinidad de
telarañas falsas colgadas por el techo, luces de tenebrosos
colores, figuras espantosas por todos los rincones de la
casa, ponche y otras escalofriantes delicias para picar, litros
de alcohol e incluso un disc-jockey para pinchar música y
bailar hasta el amanecer. Me disfracé de la Parca, un clásico
que nunca decepciona, y me preparé para ser un buen
anfitrión.
Sobre las diez de la noche, en mi apartamento no cabía un
alfiler de la cantidad de gente que se presentó de improviso.
Al parecer, alguien se había dedicado a invitar a personas
ajenas a mi círculo más íntimo, pero si los echaba, quedaría
como un borde y la fiesta sería un fracaso, por lo que decidí
aguantarme y lidiar con los invitados lo mejor posible.
Charlaba amenamente con uno de los acoplados cuando,
para mi disgusto, vi aparecer a Raúl Camino disfrazado de
payaso diabólico del brazo de una rubia ataviada con un
disfraz de enfermera sexy psicótica.
Todas mis alarmas se encendieron y me cambió el humor
por completo. Iba derecho a cantarle las cuarenta cuando
Paco y su novio Adrián, disfrazados de Drácula y de Jack El
Destripador respectivamente, me detuvieron antes de
montar un numerito.
—¡Relájate, tigre! —me apaciguó Paco—. Parece que ha
venido en son de paz.
—Sí, yo diría que solo ha venido a cotillear —comentó
Adrián.
—Me importa una mierda a qué ha venido. Quiero que se
largue —escupí con rabia.
—Ariel, no creo que quieras un escándalo en tu fiesta.
Déjalo estar. Se ha presentado mucha gente sin invitación,
así que no puedes echarlo. Quedaría fatal —me aconsejó
Paco, y yo asentí con la cabeza.
—Vamos a distraernos un poquito y a tomarnos otra copa —
propuso Adrián, y accedí a ir con ellos para olvidarme de
ese tipejo.
La noche transcurría con total normalidad con el incordio de
Raúl perdido por la fiesta con su fulana. Era por todos bien
sabido que un imbécil como él jamás se ligaría a una tía tan
despampanante como esa, por lo que definitivamente la
habría alquilado por horas. Esa era una de las razones por
las que me envidiaba, porque yo no necesitaba pagar para
llevarme a nadie a la cama.
Iluso de mí, tenía la sensación de que la velada concluiría
sin sobresaltos, no obstante, estaba equivocado.
Claramente bebido, Raúl se me acercó cuando contaba una
divertida anécdota a varios de mis amigos, que me habían
rodeado para escuchar mi perorata.
—Ariel, ¿dónde te has dejado a tu bomboncito? —me
preguntó intoxicado, tratando de burlarse de mí.
—Lejos de tu alcance, Raúl. ¡Ah, no! ¡Espera! Que eso no es
necesario. Ella no te tocaría ni con un palo —respondí para
incomodarlo.
—No has contestado a mi pregunta, Ariel. ¿Acaso tienes
algo que esconder? —inquirió retador.
—¿Qué voy a tener que esconder? No es que tenga la
obligación de llevar a mi novia a todas partes. Amanda tenía
otros compromisos —respondí para satisfacer su curiosidad.
—Este idílico romance apesta a mentira —dejó caer, aunque
por suerte mis amigos se rieron de su acusación.
—¿Qué es lo que pretendes, chaval? ¿Sembrar la duda
cuando no tienes ni puta idea del tipo de relación que
Amanda y yo tenemos? No te preocupes, si tienes tantas
cuestiones, ella misma te las resolverá el próximo viernes
en su entrevista. A lo mejor hasta podrías haberle
preguntado tú mismo en persona, pero qué lástima que te
despidieron de forma tan repentina —comenté para hurgar
en la herida.
Raúl torció el gesto y me miró con odio.
—Por eso mismo no me creo tu patraña. Riccardo te quitó
de en medio y me eligió para poco después volver a
deshacerse de mí. Esto me huele a chamusquina, Ariel, y
voy a destapar tu farsa cuando menos te lo esperes —me
amenazó.
—¿Vienes a mi casa sin ser invitado y encima tienes la poca
vergüenza de amenazarme delante de mis amigos? O te
largas ahora mismo o te saco a hostias, Raúl —le ordené
conteniendo mi enfado, y seguidamente le arrebaté su
bebida de mala manera, manchándome el disfraz de licor
que se derramó—. ¡Largo! —grité, y Raúl agarró a la chica
con la que había acudido y se marchó sin despedirse.
—Pero ¿qué le pasa a ese imbécil? Ya no sabe cómo llamar
la atención —comentó uno de mis amigos, y el resto asintió,
convencido de que era Raúl quien se estaba montando sus
fantasías cuando, en realidad, me había pillado con el
carrito de los helados.
Cuando la fiesta terminó hacia las siete de la mañana, Paco
se quedó un rato conmigo después de despedirse de su
novio. Me encontraba sentado en el sofá, muerto de sueño y
aún con una copa en la mano, pensando en las palabras de
Raúl. Había prometido destapar la mentira como fuera, por
lo que debía andarme con mil ojos para evitar que eso
sucediera. Riccardo no me perdonaría chafar su plan por ser
poco cuidadoso, así que debía advertir a Amanda para que
no confiara en absolutamente nadie.
—Ariel, es hora de irse a dormir. ¿No tienes sueño? —me
preguntó Paco.
—La verdad es que no. Amanda tendría que haber venido a
la fiesta. Ese patán ha aprovechado su ausencia para
crecerse y tratar de dejarme el ridículo, el muy cerdo —solté
con rabia metiéndome en la boca uno de los hielos de la
bebida y masticándolo con furia.
—¡Relájate, chico, que te va a dar algo! Nadie ha hecho ni
caso a lo que ha dicho Raúl. Lo toman por un idiota, no te
preocupes —me tranquilizó Paco.
—No es solo por Raúl. Amanda tendría que haber estado
aquí conmigo. No se está tomando en serio nuestro negocio
—añadí molesto.
—Eso díselo a ella, amigo. ¿Tenía planes nocturnos?
—Sí. Seguramente follar con su novio —afirmé con enojo, no
porque Amanda me importara, sino porque estaba poniendo
en peligro nuestra difícil empresa.
—Eso te ha escocido. Reconócelo, Ariel —soltó Paco sin
tacto alguno, dejando escapar una risilla.
Lo miré con cara de pocos amigos.
—¿Qué insinúas, Paco?
—Que te jode que te haya dejado tirado por su novio. Está
bien claro para mí. Te conozco como si te hubiera parido —
aseguró.
—Suerte que no me has parido… No, de verdad. Me es
indiferente. Solo estoy preocupado por lo que nos traemos
entre manos.
—Ya, claro. Por supuesto —respondió con desconfianza.
—Paco, te estoy diciendo la verdad.
—Ariel, estoy seguro de que, aunque sea muy en el fondo,
te fastidia que ella no te eligiera a ti y que se buscase a otro
tío tan pronto.
—Paco —lo miré muy fijamente—, vete un poquito a la
mierda, guapetón —susurré dándole una palmadita en la
mejilla—. Me piro a dormir.
Ignoré sus descabelladas palabras porque no tenían sentido
alguno. ¿Ariel Guerra molesto por el desplante de esa
mocosa? ¡No, por Dios! ¡Eso nunca! Antes de importarme la
desagradecida de Amanda, las ranas definitivamente
criarían pelo.
16. IVÁN: EL CONSUELO

Desde la publicación de la exclusiva, la relación entre


Amanda y yo no había vuelto a ser la misma. Habíamos
hablado largo y tendido sobre cómo afectaría la farsa a
nuestro noviazgo, por lo que ya estaba sobre aviso, sin
embargo, nadie está del todo preparado para verse
apartado a un lado y relegado a un rincón como un mueble
viejo y desgastado. Eso fue lo que ocurrió conmigo cuando
todo el lío comenzó.
Amanda adorada por todos nuestros compañeros y
perseguida con la mirada a lo largo y ancho del campus.
Hombres desconocidos mirando descarada y lascivamente a
mi novia, fantaseando con su cuerpo y tratando de hablar
con ella para hacerse los interesantes. Gente de todo tipo
acosándola para conseguir un autógrafo aun sin ser todavía
realmente conocida. No quería ni imaginar lo que se
avecinaba cuando su fama creciera. Estaba convencido de
que nuestra relación no sería tan fuerte como para superar
tantos obstáculos.
El hecho que más me incomodaba de toda la historia era
que Amanda tuviera que pasar tanto tiempo en compañía
de esa celebridad, ese chulo al que ya había investigado por
Internet. La última semana había sido un horror, ya que
apenas había encontrado tiempo para ver a mi chica. Por si
no fuera suficiente, las fotografías del reportaje que se
había publicado me perseguían en sueños, en especial una
de Amanda y Ariel besándose. Me parecía surrealista ver a
mi novia en una revista fingiendo salir con otra persona. Era
totalmente absurdo e irreal.
Amanda trataba de sacar tiempo para mí, a pesar de todo, y
solíamos vernos en su domicilio cuando le era posible.
Verónica debía de estar hasta el gorro de mí, porque
siempre le tocaba abrirme la puerta cuando Amanda estaba
ocupada. Normalmente, la esperaba en su habitación
matando el tiempo y torturándome al imaginar mil escenas
descabelladas en las que Ariel y ella eran los protagonistas.
Ese sábado me presenté en su casa a la hora de la comida.
Por una vez, fue Amanda quien me abrió la puerta. Me
recibió con un tierno y dulce beso que me supo a gloria, y
me dijo que me había preparado lasaña y tarta de queso
con mermelada de fresa para comer.
—Me parece un menú realmente perfecto. Oye… ¿Vas a
quedarte conmigo? —le pregunté dubitativo.
—Pues claro que sí. Esta mañana estuve paseando con Ariel
por el Retiro. Me invitó a una fiesta de Halloween en su
apartamento, pero rechacé su oferta por estar contigo. Lo
vamos a pasar de maravilla —me informó, y yo torcí el
gesto.
—Vaya, gracias por pensar un poquito en mí —comenté algo
molesto.
Me daba la sensación de que pronto las tornas cambiarían y
me convertiría en el segundo plato.
—Mi amor, yo siempre pienso en ti —respondió ella tras
notar la incomodidad en mi voz—. No te enfades, por favor.
Te prometo que siempre intentaré sacar todo el tiempo que
pueda para que lo pasemos juntos —afirmó, y me ablandó
el corazón.
Era fácil para ella borrar mi enojo de un plumazo, sobre todo
cuando ponía ojos melosos y batía las pestañas de forma
encantadora para confundirme.
—Siéntate aquí y yo traeré la comida en cuanto esté lista. Te
va a encantar —me aseguró tras guiarme a la mesa del
salón y pedirme que me sentara en una de las sillas para
aguardar los platos.
Se marchó a la cocina y me dispuse a esperar a que volviera
con la comida. Mientras hacía tiempo, Verónica surgió de la
nada como un fantasma y se sentó en la mesa del comedor
junto a mí sin siquiera saludar.
—Interesante música. La verdad es que nunca me habría
planteado darle una oportunidad al pop-rock, pero
reconozco que es pasable —afirmó haciendo alusión a los
discos que le había regalado—. Oye, y tú no cantas nada
mal. Esperaba que me sangraran los oídos, pero por suerte
aún conservo el sentido de la audición —bromeó, y yo solté
una risita, algo avergonzado tras haberle mostrado mi
música a Verónica cuando ni siquiera se la había enseñado a
Amanda.
Lo cierto es que mi novia no había manifestado demasiado
interés por la trayectoria musical de The Mystic Monkeys, y
yo tampoco quería aburrirla con el tema.
—Me alegro de que no te haya desagradado. Siempre está
bien abrirse a otros géneros musicales, ¿no crees? —
pregunté, y ella asintió.
—Lo mismo digo. Aquí tienes tu dosis de metal sinfónico —
dijo, y me obsequió con tres discos de música que supuse
que había comprado para mí.
Los ojeé y descubrí que eran de Within Temptation,
Nightwish y Amaranthe, grupos de los que jamás había oído
hablar.
—Amaranthe no es exactamente metal sinfónico, más bien
fusiona metal con pop, pero igualmente es genial. Ya tienes
material para entretenerte. Espero tu opinión pronto.
Se levantó de la silla para marcharse de nuevo a su
habitación, donde suponía que estaba cuando llegué.
Amanda me gritó desde la cocina que ya casi estaba la
comida lista, y Verónica me hizo un gesto de silencio con el
dedo antes de desaparecer. Ni siquiera tuve tiempo de
agradecerle un regalo que no merecía. Guardé los discos en
la mochila donde traía mis pertenencias para quedarme a
dormir antes de que Amanda viniera con la comida y me
interrogase, ya que prefería que esos asuntos quedaran
entre Verónica y yo.
Era un inocente intercambio de música que solo podía tener
consecuencias positivas al abrirnos a ambos la mente con
respecto a grupos desconocidos, pero tampoco me apetecía
tener que darle explicaciones a mi novia. En ese caso,
tendría que mencionar que Verónica me había salvado el
culo cuando le mandé el vídeo porno por error a mi
profesora, y bajo ningún concepto quería sacar ese tema a
relucir.
Amanda por fin apareció con los platos y pudimos disfrutar
de una magnífica comida haciéndonos mutua compañía,
algo que valoraba más de lo que ella imaginaba. Para mí,
pasar tiempo de calidad con la persona que quería era de
gran importancia. Me emocioné pensando en la cantidad de
horas que aún teníamos por delante para disfrutar, pues
Amanda se quedaría conmigo hasta el día siguiente. Nada ni
nadie alteraría nuestra paz y nos fastidiaría el plan. Por
encima de mi cadáver.
Después de disfrutar de los deliciosos manjares, Amanda y
yo vimos un par de películas en su habitación. Cuando
oímos a Verónica marcharse, aprovechamos para hacer el
amor, ya que así no tendríamos que moderar el ruido para
no molestar y podríamos dar rienda suelta a la pasión. Por la
noche, nos pusimos morados de chucherías y de comida
basura mientras veíamos una serie. Acabamos haciendo
una maratón, dado lo buena que era la trama, y nos
acostamos sobre las tres de la madrugada.
A la mañana siguiente, Amanda aún dormía a las once, pero
yo, cansado de esperar, me levanté y me dirigí al baño en
calzoncillos y camiseta de manga corta para variar. Bueno,
al menos esa vez había cubierto mi torso para no incomodar
a Verónica, que seguramente andaría por allí cerca, ya que
la había oído trasteando por la casa.
—Buenos días, diosa gótica. ¿Me das permiso para comerme
tus galletas? —le pregunté desde la puerta de la cocina, y
ella levantó la vista de su ordenador y me contempló con
rostro serio.
—¿Diosa gótica? —me respondió con un gesto de
incomprensión—. ¿Así intentas chantajearme para que te
deje aprovecharte de mi comida?
—Solo intentaba ser amable… —Bostecé y me senté junto a
ella.
Verónica se levantó, cogió el paquete de galletas del
armario y me lo lanzó. Suerte que fui hábil y lo cacé al
vuelo.
—Sírvete tú mismo —dijo, y seguidamente cerró la pantalla
del ordenador.
—Gracias. ¿Ya te vas? —le pregunté.
—Sí. Voy a pasar el domingo con mi amiga Kitty. Tenemos
grandes planes.
—¿Kitty? —Torcí el gesto—. ¿Gatita?
—Es su nombre artístico. En realidad, se llama Cristina, pero
adora tanto a los gatitos que no dudó en bautizarse como
ellos —explicó.
—¿Nombre artístico? ¿A qué se dedica?
—Vocalista de The Black Cats, grupo de metal sinfónico.
Para que veas que no eres el único que tiene una banda con
sus amigos —se burló de mí.
—¡Eh, eso es genial! A ver cuándo me la presentas. Seguro
que tenemos muchas cosas en común —añadí emocionado.
—Cuando te pongas al día con mi género musical, me lo
pensaré. Me voy. Nos vemos por aquí, ¿no?
—Claro. ¿Dónde, si no? —contesté resignado.
Verónica se despidió de mí y se marchó. Me quedé en la
cocina reflexionando y engullendo una galleta tras otra.
Cuando iba por la mitad del paquete, me di cuenta de que
debía moderarme y dejar comida para Verónica. Guardé las
galletas en su lugar y me dirigí a la habitación para
despertar a Amanda, que para mi sorpresa ya no se
encontraba en la cama. Pronunció mi nombre desde el
cuarto de baño y acudí a su llamada como un perrito
faldero.
—¿Ya se ha ido? —me preguntó con una sonrisa pícara.
—¿Verónica? Sí, se ha marchado a pasar el día con una
amiga.
—Genial. Entonces podemos hacer travesuras —rio ella
guiñándome el ojo.
—¿A qué te refieres? —inquirí siendo poco perspicaz.
Ella, sin embargo, no respondió, sino que decidió actuar
para dejar claras sus intenciones. Bajo mi atenta mirada,
dejó caer el pantalón del pijama exponiendo sus curvilíneos
muslos de infarto y una braga de encaje. Acto seguido, se
quitó la camiseta de tirantes que cubría sus generosos y
turgentes pechos, ofreciéndome una visión de ensueño. Por
último, se deshizo de la ropa interior sin pudor alguno y se
metió en el plato de ducha. Abrió el grifo del agua caliente y
una cascada cayó sobre su cuerpo de inmediato,
empapando cada centímetro de su anatomía.
—¿Te vas a duchar conmigo o qué? No te quedes ahí
pasmado mirando. —Me apremió.
Torpe de mí, siempre tardaba demasiado en reaccionar
cuando Amanda demandaba acción, pero contemplarla me
hipnotizaba y me nublaba el sentido, impidiéndome actuar
con rapidez.
—No vayas a entrar en la ducha vestido —se burló de mí
mientras se mojaba el cabello.
—Gracias por la recomendación, señorita Montes. No soy
tan bobo —respondí haciéndole una mueca.
Seguidamente y bajo su atenta mirada, me quité la
camiseta con la que había dormido y Amanda demandó
más. Me libré del bóxer y ella aprobó la visión que tenía
enfrente relamiéndose los labios. Sin dudarlo un segundo,
me metí en la ducha con ella, la atraje hacia mí agarrando
su cintura y la besé de forma ardiente bajo el chorro del
agua, que me caló en un instante de arriba abajo.
Amanda me rodeó el cuello con los brazos y se aferró a mí
con ansia, como si temiera que, de un momento a otro, mi
presencia junto a ella se desvaneciese. Nuestros cuerpos se
fundieron el uno con el otro en un pasional abrazo, sus
tiernos pechos contra mi torso y mis manos recorriendo su
espalda. Mi excitación, tras un caliente y feroz beso, se
disparó y alcanzó un límite al que no había llegado antes
con ninguna otra chica, pues Amanda era puro fuego, tal y
como su tatuaje.
Borracho de amor y con el corazón latiéndome a mil por
hora, devoré su cuello y me perdí en su delantera,
consciente de que, si moría allí mismo, lo haría feliz y
dichoso por haber disfrutado de semejante mujer. Extasiado
de un deseo animal que recorría cada poro de mi piel, mordí
su labio inferior y ella gimió de placer.
—Tengo un regalito para ti —me dijo, y sacó un condón del
estante donde reposaban los utensilios de baño.
Solté una carcajada y se lo arrebaté de la mano.
—Así que este era tu malévolo plan, ¿eh? —bromeé, y me lo
puse a la velocidad del rayo para no estropear el excitante
momento.
Amanda asintió y yo volví a lanzarme a por ella. Con el agua
caliente todavía brotando de la ducha, alcé su cuerpo y
coloqué sus muslos alrededor de mis caderas para que
estuviera cómoda. Apoyé su espalda contra el cristal de la
mampara y la penetré con suavidad y delicadeza, aunque
sus ojos me pedían guerra sin tregua y acción, toda la que
pudiera darle.
Empecé a realizar rítmicos movimientos para satisfacernos
a ambos. Ella cerró los ojos y se sujetó a mi cuello para
mantener el equilibrio. Poniendo todo mi empeño por
mantener su cuerpo en el aire, me empleé a fondo para
hacerla disfrutar como de costumbre y no bajar el listón. Mis
esfuerzos se vieron recompensados unos minutos después
cuando Amanda gimió escandalosamente y su cuerpo
comenzó a temblar.
—Me gustaría tener los pies en la tierra —me susurró al
oído, e interpreté su frase como una petición para cambiar
de postura.
En el fondo, lo agradecí. Aunque soy un chico deportista,
cargar a alguien a peso mientras se realiza un esfuerzo
físico tan exigente como el sexo no es precisamente tarea
fácil. Para variar, hice a Amanda girarse y apoyar su cuerpo
en la mampara. Acaricié su tonificado trasero, ahora que no
estábamos cara a cara, y recorrí su espalda con las yemas
de los dedos, erizando su piel.
En esa postura, volví a introducirme en ella desde atrás,
abrazando su cuerpo como si no tuviera intención de
soltarla jamás. Amanda, por su parte, comenzó a
estimularse manualmente al no contar con la fricción tan
necesaria que sí tenía en otras posturas. Volví a moverme
rítmicamente y a disfrutar con los jadeos de mi novia, que
me recordaba con cada sonido lo mucho que gozaba
haciéndolo conmigo. En esos momentos, los altos niveles de
oxitocina que producía me hacían olvidar mis dudas y me
creía el rey del mundo. Puede que también mi amnesia
momentánea tuviera que ver con que el flujo de sangre que
regaba mi cerebro estaba concentrado en otras zonas de mi
cuerpo.
Amanda tuvo un par de orgasmos más antes de que yo
pudiera vibrar con la agradable sensación que siempre me
embarga cuando hago el amor, ráfagas de electricidad que
van de la cabeza a los pies y que me envuelven durante
unos segundos que ojalá se pudieran prolongar durante
horas. La naturaleza, según parece, decidió dosificar el
placer, más aún en hombres como yo que necesitan
recuperarse un par de horas antes de volver al ataque.
—Brutal… —afirmó Amanda cuando, concluido nuestro acto,
me quitaba el preservativo y le hacía un nudo para
deshacerme de él, con el rostro relajado tras la tensión del
momento.
—Lo mismo digo. No era muy fan de hacerlo en la ducha,
pero me has hecho cambiar de opinión —confesé, y ella
sonrió.
—¿Me frotas la espalda? —me pidió, y cogí su esponja y un
poco de gel para cumplir con su petición—. Gracias. ¿Cuánto
tiempo llevamos con el agua caliente abierta?
—No lo sé. Seguro que más de media hora —respondí.
—Vaya… Espero que no se note mucho en la factura del
gas. El día que llegué, Verónica me dijo que odiaba que los
novios de sus compañeras de piso se dieran largas duchas.
Si se entera de lo que hemos estado haciendo, se enfadará
mucho —comentó entre risas mientras le enjabonaba la
espalda.
—No jodas… Eso no me lo habías dicho —contesté algo
preocupado.
Lo cierto es que me sabía mal saltarme las normas de
Verónica a la torera.
—No te preocupes. Seguro que ni se da cuenta. ¿Me
enjabonas también por delante? —inquirió provocativa,
mostrándome sus pechos de nuevo.
—Si pretendes ponerme cachondo otra vez, no te funcionará
hasta dentro de un rato. Tengo que recuperarme —
manifesté inmune a sus encantos cuando recorría su
delantera con la esponja, y Amanda bromeó poniendo cara
de fastidio.
Nos duchamos rápidamente para no gastar más agua y nos
vestimos para pasar el domingo juntos, aunque encerrados
en esas cuatro paredes de las que no podíamos salir. Una
cárcel donde nuestro amor lucharía por sobrevivir y por
mantenerse fuerte hasta que la farsa llegara a su final y
pudiésemos volver a ser nosotros mismos.
17. AMANDA: EL DEBUT
TELEVISIVO

Para mi gran desgracia, el viernes que llevaba días


temiendo finalmente llegó, a pesar de que me hubiera
encantado detener el tiempo o directamente saltarme tan
temida fecha del calendario. Esa noche me enfrentaría a mi
primera aparición pública para conceder una entrevista que
mucha gente esperaba con ansias. Posiblemente, millones
de personas estarían pegadas al televisor pendientes de mis
palabras, pensamiento que me había provocado un ataque
de ansiedad nada más levantarme de la cama, cosa que no
me sucedía desde que era una adolescente y mis niveles de
estrés estaban disparados.
Unas horas antes de la entrevista, salí de casa tras
despedirme de Verónica, que me deseó suerte sin mucha
efusividad. Iván me había mandado todo su apoyo y mucho
ánimo horas antes a través de una llamada telefónica, ya
que en clase no podíamos hablar para no levantar
sospechas. Agradecí sus dulces palabras y traté de
convencerme de que seguramente me estaba preocupando
en exceso.
Ariel me recogió en su flamante Audi azul eléctrico en la
puerta de mi casa y juntos nos dirigimos a los estudios de
grabación, que se encontraban a una media hora en coche
de mi domicilio. Al llegar, pude contemplar un enorme
complejo de modernos edificios acristalados en el que,
según me dijo Ariel, se rodaban todo tipo de programas en
diferentes platós, así como las noticias de la cadena, que
gozaban de una gran audiencia en el país.
Fui recibida por un grupo de personas que me llevó
directamente a chapa y pintura, pues debo reconocer que
llegué hecha un cirio. Me había duchado y lavado el pelo
antes de salir de casa, pero ni siquiera me había molestado
en secar mi cabello y no llevaba una pizca de maquillaje.
Vestía de forma casual con un vaquero desgastado, un
jersey y botas altas. Ariel me dijo que no me preocupara,
que allí se encargarían de dejarme impecable.
Así fue, y debo reconocer que el equipo se dejó la piel en
prepararme de la mejor forma posible. Los peluqueros me
alisaron el cabello y me hicieron después unas discretas
ondas. Los maquilladores pintaron mi rostro con colores
suaves, cubriendo todas mis imperfecciones y aplicando
grandes dosis de iluminador, así como pintalabios rojo
oscuro para conseguir un look impoluto y brillante. Los
estilistas eligieron mi atuendo, un vestido azul marino con
escote palabra de honor y tan corto que dejaba mis muslos
completamente al descubierto. Me subí a unos altísimos
tacones a juego y recé por no caerme para no quedar en
evidencia.
Media hora antes de entrar en el plató, hacia las diez de la
noche, me rugían las tripas, pero aguardé en mi camerino
sin mover un músculo, aterrorizada. Suerte que Ariel llegó
con su desparpajo para eliminar un poco la tensión que
recorría cada fibra de mi ser.
—¡Amanda, estás hecha un bombón! Te comería entera —
me piropeó cuando apareció sin siquiera llamar a la puerta.
—Ariel, no puedo hacerlo —le confesé con cara de pánico, y
él cogió una silla y se sentó junto a mí.
Sostuvo mis manos entre las suyas y me miró a la cara con
los intensos ojos azules que me habían paralizado la
primera vez que los vi.
—Claro que puedes. Piensa en la pasta. Todos estamos aquí
por lo mismo —me recordó, y acarició mis dedos con
ternura.
—Pero es que yo…
—¡Shhh! He dicho que puedes hacerlo. No se hable más.
¿Tienes hambre? —me preguntó, y yo asentí.
—Sí, me muero de hambre.
—Espérame aquí. Voy a traerte algo —dijo, y se marchó
unos minutos.
Volvió con un par de sándwiches y un refresco del catering
para mí.
—Se me va a estropear el maquillaje.
—No te preocupes. Lo retocarán antes de empezar. Come,
anda. No te vayas a desmayar en directo —bromeó, y le
hice caso.
Devoré la comida en un santiamén y Ariel me trajo un
cepillo de dientes para adecentarme. Tal y como él había
dicho, vinieron a retocar mi maquillaje una última vez antes.
Ariel me guiñó el ojo y asintió con la cabeza minutos antes
de que me lanzaran a los leones.
Instantes después, El chisme más hot dio comienzo a las
diez y media. El presentador, llamado Carmelo Velasco, era
un hombre bajito y calvo, extremadamente delgado y de
rostro simpático. Llevaba unas enormes gafas de diseño y
vestía un traje de chaqueta granate. Comenzó a hablar al
público y a anunciar lo que estaba por llegar: la esperada
entrevista de Amanda Montes, la actual pareja de Ariel
Guerra. Imagino que todos los que iban a presenciar mi
debut sabían de sobra el contenido del programa, pero, por
si acaso, él tenía el deber de informar al público.
—Amigos y amigas, no esperemos más. Recibamos con un
fuerte aplauso a nuestra invitada especial de la noche:
¡Amanda Montes! —me presentó, y un miembro del equipo
me dio una palmadita en la espalda para que avanzara y me
dirigiese hacia el confortable sillón que aguardaba en mitad
del gigantesco plató preparado para mí.
Me armé de valor, respiré muy hondo y caminé con paso
vacilante hacia el lugar donde Carmelo me esperaba. Los
focos que iluminaban los pintorescos decorados me
cegaron, pero traté de mantener el equilibrio y llegar hasta
mi sitio lo antes posible. Antes de tomar asiento, Carmelo
me saludó con un cálido abrazo y dos besos. Miré a cámara
y esbocé una sonrisa para dar buena imagen. Traté de no
mirar directamente a la gran cantidad de gente que me
observaba desde las butacas.
—Amanda, no sabes lo contentos que estamos de tenerte
finalmente con nosotros —me aseguró Carmelo, y yo volví a
sonreír—. Hasta hace poco eras un verdadero misterio. ¿Os
acordáis, querido público? Todo el mundo se preguntaba
quién sería la chica anónima con la que pillaron a Ariel
Guerra en una fiesta. Ahora que por fin te hemos
encontrado, ¡nos morimos de ganas por saberlo todo de ti!
—exclamó como si hubiera enloquecido.
—Quiero daros las gracias por invitarme esta noche. Estoy
encantada de estar aquí y de que al fin podáis conocerme —
manifesté con simpatía, y el público se deshizo en aplausos.
La cosa empezaba bien, y quizá me confié demasiado
pronto. Carmelo me invitó a acomodarme en el sillón y me
relajé bastante cuando estuve sentada. Crucé las piernas
con elegancia y recé para que no se me viera la ropa
interior.
—Comencemos con la entrevista entonces, ahora que ya
nos conocemos todos un poco más —soltó bromista—.
Cuéntanos, preciosa. ¿Quién es Amanda Montes? Sé que
muchos habréis leído la entrevista de Territorio Romance,
pero siempre es mejor que ella se defina en persona.
—¿Quién es Amanda Montes? Pues… una chica muy normal.
Una estudiante de Periodismo que conoció a Ariel en una
fiesta de máscaras y que se enamoró perdidamente de él.
Ahora somos novios y nos queremos mucho —afirmé, y tras
escuchar mis propias palabras me di cuenta de que no
podría haberme definido con menos gracia.
El público sonreía expectante, de modo que Carmelo
ahondó para conseguir más datos.
—Bueno, Amanda. Eso ya lo sabemos. Me refería a quién
eras tú realmente antes de conocer a Ariel. ¿Qué puedes
contarnos de ti y de tu vida anterior?
—Pues… Soy una chica de Medina que estudiaba en
Valladolid. Tenía que ir todos los días en autobús a clase. Era
un largo camino —dije comenzando a transpirar.
Gotas de sudor perlaban mi frente, pues pensé que la
entrevista sería pan comido. No obstante, mis sosas
respuestas no parecían estar cautivando al público. Daba la
impresión de ser una joven tímida y retraída, alguien
incapaz de conquistar al soltero de oro de la cadena.
—Vamos a echarle un poco de sal y pimienta a la entrevista.
Háblanos de tus anteriores relaciones, Amanda, y cuéntanos
por qué Ariel es diferente. Por qué él ha cambiado el rumbo
de tu vida —me preguntó, y traté de no hiperventilar en
directo.
Me quedé bloqueada y no supe qué responder, así que
sonreí de forma estúpida y miré al público, que estaba
estupefacto. En el fondo, sabía que todos se preguntaban
cómo había podido enamorar a Ariel, un chico tan vivaracho
y dicharachero.
—No creo que eso sea muy interesante. Mis relaciones
pasadas no son relevantes. Tan solo me importa Ariel en
este momento —respondí, y Carmelo torció el gesto.
—¡Oh, vamos, Amanda! Dame algo más. Mira al simpático
público. Todo el mundo está deseando saber más de tu vida.
—Me apremió, y yo tragué saliva con dificultad.
—He tenido algunos novios antes que Ariel. Chicos que
pasaron por mi vida sin pena ni gloria, por eso no merece la
pena hablar de ellos. Ariel es la persona a la que quiero.
Ojalá estemos juntos mucho tiempo —recité como si me
hubiera aprendido las respuestas de un libro para un
examen.
Carmelo me lanzó una sonrisa envenenada, un gesto que
denotaba que no se lo estaba poniendo nada fácil. Él era el
conductor de la entrevista y se suponía que debía
proporcionar entretenimiento a los espectadores. Con mi
postura retraída, solo estaba consiguiendo aburrir
soberanamente al público y él no sabía cómo salvar la
situación. Tampoco yo sabía qué hacer, aterrorizada como
me encontraba.
—Amanda, háblame de tu infancia. Háblame de tus padres.
—Vivo con mi madre y con mi abuela en Medina. Mi padre…
A mi padre no lo conocí.
—¡Interesante…! Cuéntanos, ¿qué sucedió con tu padre?
Carmelo soltó una risilla diabólica y entrelazó los
dedos de las manos.
—No voy a hablar de mi padre. —Negué con la cabeza
rotundamente—. No sé nada de él.
—¡Oh, venga, Amanda! Eso no me lo creo. El público quiere
que te abras como una preciosa flor. Habla lo que sepas de
tu padre, lo que tu mami te haya contado cuando eras
pequeñita y te leía un cuento antes de dormir. —Me apremió
Carmelo, pero yo negué de nuevo con la cabeza y me puse
muy seria.
—He dicho que no pienso hablar sobre mi padre. Siguiente
pregunta.
—Amanda, por favor, vamos a intentar colaborar para que
todo fluya…
—He dicho siguiente pregunta —reiteré con voz firme, y
Carmelo consultó el guion que tenía en la mano, algo
nervioso.
—Amanda, ¿por qué decidiste estudiar Periodismo?
—Decidí estudiar Periodismo porque en el futuro me
gustaría ser presentadora de televisión y…
—Espero que no —comentó de forma maleducada, y el
público soltó una carcajada—. ¡Vaya! Creo que se me ha
escapado. A veces tengo tendencia a verbalizar mis
pensamientos.
—Decía que me gustaría ser presentadora de televisión en
un futuro y poder transmitir algo al público. Considero que
la información es poder y…
—Esperemos que transmitas mucho más que esta noche,
querida —me interrumpió de nuevo, y la audiencia volvió a
estallar en carcajadas.
Carmelo no se cortaba un pelo boicoteándome. Había
descubierto que la única forma de salvar las dos horas de
mi soporífera intervención y de evitar que la audiencia
apagara la televisión decepcionada era humillarme
públicamente.
El presentador trató de sacarme los colores con varias de
las preguntas que planteó. Volvió a mencionar el tema de mi
padre para incomodarme y trató de indagar todo lo que
pudo en mis más privadas intimidades. Quiso saber cuántas
veces a la semana hacía el amor con Ariel, cómo era de
cariñoso conmigo, si me satisfacía en la cama, si tenía
suficientes orgasmos, si era silenciosa o escandalosa… De
su boca salieron todo tipo de cuestiones de índole sexual
hacia la segunda mitad de la entrevista tras el parón
publicitario, cuando ya había agotado todos los temas
posibles relacionados con mi infancia y mi adolescencia en
Medina.
—Amanda, preciosa, permíteme que te diga que me da la
sensación de que eres un poco frígida —afirmó sin tener ni
idea de mi vida personal—. No es que yo sea sexólogo ni
mucho menos, pero esa reticencia a hablar sobre temas
sexuales… No sé, quizá tienes mucho que esconder.
—¿Soy frígida por no querer hablar de sexo en directo? —le
pregunté.
—Sabías a lo que venías, Amanda. Lo sabías de sobra. —
Negó con la cabeza mostrando su decepción, y escuché a
alguien entre el público gritarme frígida sin cortarse un pelo.
—¿Quién ha dicho eso? —inquirí, y me puse a buscar
desesperadamente al responsable entre los cientos de
personas que conformaban la audiencia.
—Amanda, quien haya sido, no ha dicho más que la verdad.
Vamos a seguir, anda… —comentó con fastidio.
Ganas no me faltaron para levantarme y salir huyendo de
ese asfixiante plató, pero pensé en el dinero que debería
pagarle a Riccardo Leone si lo hacía y decidí quedarme en
mi sitio y soportar las humillaciones que llovían sobre mí.
Carmelo Velasco continuó atacándome todo cuando pudo
durante la media hora restante, y yo soporté los envites
verbales y las punzantes miradas de la audiencia con
estoicismo. Contuve las lágrimas y traté de no mostrar el
incesante temblor de mis manos. Intenté que mi respiración
no se acelerara demasiado para no acabar hiperventilando
y desmayarme en directo. A punto estuve de perder el
sentido y de caer redonda al suelo, pero hice un esfuerzo
sobrehumano y aguanté hasta el último minuto de
desprecio.
—Bien, amigos y amigas. Aquí concluye la esperada
entrevista de Amanda Montes. Esperamos que vosotros, a
través de la pantalla, hayáis sido capaces de descubrir los
misterios que encierra esta hermosura de mujer. Nosotros,
por nuestra parte, lo hemos intentado, pero nos hemos
quedado con las ganas —pronunció como si yo no estuviera
presente—. ¡Esperamos que no os hayáis dormido, pillines!
Amanda, ¿algo que añadir?
Yo negué con la cabeza, realmente seria y decepcionada.
—Mejor. Ya hemos tenido suficiente —agregó, y el público
rio y volvió a pronunciar frígida, sosa e insultos similares
dirigidos hacia mí—. Ya está bien, chicos. No seáis tan
duros. Vamos a dejarla tranquila de una vez —pidió
conteniendo una risita—. Buenas noches a todos. Que
tengáis muy dulces sueños —se despidió, y la emisión
concluyó.
El público se puso en pie de inmediato y comenzó a
desalojar el plató en orden. Las miradas de desprecio de
varias personas de la audiencia me dejaron helada, así que
decidí no fijar la vista en nadie.
—Te has lucido, bonita. Vas a ir derechita a la puta calle —
me dijo Carmelo cuando se levantó del sillón con sus notas
en la mano.
—Tu profesionalidad como entrevistador es bastante
cuestionable —alcancé a decir.
—Y la tuya como estrella ni te cuento. Mejor que vuelvas a
Medina, de donde nunca debiste haber salido —escupió con
desprecio y desapareció.
Me quedé allí helada por unos instantes hasta que reaccioné
y me puse en pie. Tambaleándome, abandoné el plató y
volví a mi camerino. Una vez que me aseguré de que estaba
sola y de que nadie podría verme, rompí a llorar como una
niña herida sintiéndome la persona más fracasada del
universo, consciente de que haberme aventurado en ese
rastrero mundo por dinero y sin tener experiencia me
pasaría factura. Carmelo tenía razón, pues Riccardo no
querría a alguien como yo en su cadena.
Derramé tantas lágrimas en tan poco tiempo que arruiné
por completo mi elaborado y precioso maquillaje,
emborronando mis ojos. Tanto lloré y tan mal me
encontraba interiormente que sufrí otro ataque de ansiedad
en un instante. Sentí una presión enorme en el pecho y
pensé que iba a morirme. Comencé a sudar a chorros y
sentí que el corazón me iba a explotar de lo rápido que
latía. Cuando conseguí calmarme un poco respirando
pausadamente, me entraron ganas de vomitar y me encerré
en el baño del camerino.
Cerré la puerta con pestillo, vomité y lloré al mismo tiempo,
incapaz de controlar mis sentimientos. Necesitaba
desesperadamente que una mano amiga me sostuviera y
que me impidiese caer en el abismo más absoluto al que
ahora me asomaba peligrosamente, hundida como me
hallaba tras la catástrofe televisiva en la que se había
convertido mi supuesto debut.
18. VERÓNICA: LA BRUJA

El viernes se presentó como un día realmente aburrido, ya


que Kitty me había dejado plantada por salir con Marko para
celebrar su aniversario. Mi único plan de tarde era
quedarme en casa viendo alguna serie o película y
cocinando algún dulce gracias a las recetas que mi tía me
había proporcionado. Para consolarme, pensé que al menos
podría disfrutar de la tranquilidad del silencio, porque
Amanda se había marchado a la entrevista de la tele y no
volvería hasta la madrugada. Ya se sabe que esos
programas de telebasura son interminables.
Cuando trataba de mezclar los ingredientes de las galletas
que pensaba preparar, escuché el timbre y me extrañó, ya
que no esperaba recibir visitas. Imaginé que sería algún
vecino para pedirme un favor, de modo que me limpié las
manos rápidamente y me dirigí a la puerta con mi delantal
de Hello Kitty que mi amiga me había regalado. Cuál fue mi
sorpresa al encontrarme allí a Iván con un gesto parecido al
día que vino a pedirme que lo sacara del embrollo del vídeo
porno enviado por error.
—Hola, Iván. Amanda no está. Se fue hace un rato a la
entrevista…
—Lo sé. He venido a verte a ti. Tengo que hablar contigo de
algo importante. ¿Puedo pasar? —me preguntó, y yo asentí
sin comprender.
—No sé qué habrás hecho esta vez, pero pasa —lo invité
confusa, y nos dirigimos a la cocina, donde pensaba seguir
amasando mientras él me contaba el motivo de su visita.
Iván se sentó en una silla y yo continué con mi tarea de
pastelera.
—Soy todo oídos. —Lo apremié, y entonces comenzó a
contarme una historia que pensé que nada tenía que ver
conmigo.
Iván había decidido pasar la tarde tomando algo con unos
amigos de clase por Ciudad Universitaria, ya que sabía que
Amanda no estaría operativa ese día. Se habían ido a la
cafetería de su facultad a charlar. Cuando estaban allí, la
exnovia de Iván, llamada Mónica, apareció con unas amigas
y todas se unieron a la reunión sin ser invitadas, pero Iván
decidió no mostrarse tirante con la chica con la que una vez
había tenido tantas cosas en común.
Un rato después, Mónica recibió una llamada de su primo,
que se encontraba por el campus, y lo invitó a tomar algo
con ellos. Este acudió de inmediato y saludó a Iván con
efusividad, dado que se conocían de antes y siempre habían
tenido una relación medianamente cordial.
—Iván, ¿qué tengo yo que ver en todo esto? Ve al grano, por
favor —le pedí después de tanta paja.
—Espera, por favor. ¿Quieres saber cómo se llama el primo
de Mónica? —inquirió, y yo me encogí de hombros.
Realmente me importaba un bledo cómo se llamara el primo
de esa chica, pero Iván me lo dijo igualmente.
—Iker Estévez —soltó, y yo abrí los ojos como platos,
dejando la masa de las galletas a un lado.
—¡¿Ese cabrón es el primo de tu exnovia?! —exclamé
incrédula.
—Lo conoces, ¿verdad?
—¿Que si lo conozco? Es mi peor pesadilla desde que
empecé la carrera y mi mayor rival. Está empeñado en
pisotearme.
Iván continuó relatando su historieta. Resulta que se había
puesto a hablar con Iker, como tenía costumbre de hacer, y
había surgido el tema de la tecnología, de la que tenía poca
idea. Le había comentado a Iker lo buena que era la
compañera de piso de su actual novia, de la cual no había
revelado el nombre porque Mónica no podía enterarse de
que se trataba de Amanda. Tan solo le dijo que yo, Verónica,
era un as de la informática, e Iker rápidamente me
reconoció tras una pequeña descripción física.
—En ese momento, Iker empezó a contarme cosas de ti.
Mónica también se metió en la conversación como si te
conociera de algo —me informó.
—No tengo ni idea de quién es tu exnovia, pero si Iker le ha
llenado la cabeza de pájaros, entonces seguro que me odia
sin motivo —respondí cruzándome de brazos, apoyada en la
encimera.
—Sí, eso está claro. Resulta que Mónica ha oído cosas sobre
ti que Iker ha corroborado. Por eso he venido, porque quiero
saber si es cierto —me dijo titubeando.
Sabía perfectamente a qué se refería. Los rumores que me
habían perseguido desde que estaba en primero de
Ingeniería Informática jamás se disiparían por completo.
—Verónica, ¿es verdad lo que Iker y Mónica me contaron de
ti? ¿Es cierto que le destrozaste la vida a dos chicos
inocentes y que fueron expulsados por tu culpa? —me
preguntó con el rostro impertérrito.
Solté un bufido y evadí su mirada, molesta porque se
hubiera presentado en mi casa para interrogarme de ese
modo.
—Iván, yo no te debo ninguna explicación de nada. Si
quieres creer lo que cuentan de mí, hazlo. Estás en todo tu
derecho. También dicen que hago magia negra y que soy
una bruja, una perra de satán, un bicho raro, y otras tantas
cosas que ni siquiera recuerdo —respondí cansada.
—Verónica, si estoy aquí es porque quiero oír tu versión de
los hechos —me pidió, pero yo negué con la cabeza.
—Estás perdiendo tu tiempo, Iván. Márchate.
—Verónica, por favor. —Me miró con ojos de cordero
degollado y encontró mi punto débil.
—¡Joder, está bien! —Accedí rápidamente—. Saca tu móvil.
Ponlo encima de la mesa —le ordené, y él frunció el ceño—.
Sácalo o no te contaré nada. ¿Y si grabas mi confesión?
Iván depositó su móvil en la mesa y comprobé que no
estaba grabando nada.
—¿Quién te crees que soy? ¿Un detective?
—Eso es lo que parece desde que has entrado por la puerta
—afirmé molesta.
—¿Y bien? ¿Qué pasó?
Me senté en la silla junto a él, dispuesta a contarle un
capítulo de mi vida que ya había cerrado hacía tiempo.
Respiré hondo y comencé.
—Cuando estaba en primer curso, mi mejor amiga Kitty y su
novio Marko salieron una noche del bar de ensayos en
dirección a su casa. Marko llevaba una cara guitarra al
hombro y a Kitty de la mano. Iban tan felices por la calle
que ni siquiera se dieron cuenta de que un par de chavales
los seguía con malas intenciones. En cierto momento del
trayecto, esos dos hijos de puta les sacaron una navaja y los
metieron a un callejón para robarles. Le quitaron la guitarra
a Marko y le pegaron una paliza. A Kitty, con Marko
inconsciente en el suelo, la toquetearon e intentaron abusar
de ella, aunque por suerte sus gritos alertaron a gente que
había cerca y esos cabrones salieron huyendo.
Iván estaba realmente concentrado en mi relato para no
perder el hilo.
—Mientras Marko estaba en el hospital, Kitty fue a
denunciar lo sucedido. Describió el aspecto físico de los
delincuentes y la policía comenzó a buscarlos sin éxito. Al
poco tiempo, con Marko ya recuperado y Kitty con ataques
de pánico cada dos por tres, nos encontramos con uno de
esos cerdos en el campus. Nos cruzamos con él de camino a
casa y Kitty lo señaló con terror. Lo seguimos y descubrimos
que estudiaba en la facultad de Derecho y que su otro
amiguito iba a clase con él. Llamamos a la policía de
inmediato y los denunciamos. Se abrió una investigación
que no fue concluyente. No pudieron demostrar que esos
dos hijos de puta fueran los culpables. Resulta que tenían
una coartada. La fatídica noche, según sus más fieles
amistades, habían estado en una fiesta en Salamanca, por
lo que era imposible que hubieran sido ellos. La policía fue
realmente chapucera y ni siquiera registró sus ordenadores.
Todo el mundo a su alrededor los encubrió y Kitty quedó
como una mentirosa. Ella decidió rendirse, pero yo no.
—¿Decidiste usar tus habilidades? —preguntó Iván.
—Exacto. A pesar de que Kitty me pidió que lo dejara estar
porque no podría demostrar que habían sido ellos y me
acabaría metiendo en un lío, me puse manos a la obra. No
te daré detalles de cómo lo hice. Tan solo te diré que
conseguí colarme en sus ordenadores y acceder a todos sus
secretos. La prueba más interesante era un vídeo que los
muy imbéciles habían grabado mientras agredían a Marko y
a Kitty para enseñárselo a sus amigos. Encontré también
conversaciones de Skype en las que hablaban sobre lo que
habían hecho y cómo podían librarse de pagar por ello.
También había correos que habían intercambiado con el
comprador de la guitarra robada, que coincidía con el
modelo del instrumento de Marko, hecho que la policía ni
siquiera había investigado. Encontré, además, un vídeo en
el que ambos lanzaban un inocente gatito al río para
ahogarlo. Eran unos hijos de la gran puta, así que envié
todas las pruebas a la policía de forma anónima y los dejé al
descubierto —expliqué.
—¿Y qué pasó después? —inquirió Iván enganchado a la
historia.
—Fueron juzgados por robo, delito de lesiones, intento de
violación y maltrato animal, además de expulsados de la
universidad. Sé que disfrutaron de unas cortas vacaciones
en la cárcel porque la pena superó los dos años, y que
tuvieron que pagar una indemnización. No obstante, sabían
que alguien les había robado la información de sus
ordenadores y me señalaron a mí. Descubrieron que Kitty
tenía una amiga que estudiaba Ingeniería Informática y
fueron a tiro hecho. La policía me investigó, pero por suerte
sé cubrir bien mis huellas y no pudieron demostrar que yo
estuviera implicada en el robo de la información. Confieso
que cometí un delito informático, pero fue por una buena
causa.
Tras mi explicación, Iván asintió con la cabeza y esbozó una
sonrisa de complicidad.
—Tuvo que ser muy satisfactorio haber contribuido a
enchironar a esos dos cabrones, ¿verdad?
—Lo cierto es que sí, aunque la pena es que ya están en la
calle —me lamenté, rabiosa de que tipejos como esos
estuvieran en libertad aun siendo un peligro para la
sociedad.
—Hiciste lo que tenías que hacer. Iker y Mónica no tenían ni
idea de lo que pasó en realidad.
—Sí, es mucho más fácil difundir que la bruja de Verónica
les jodió la vida a dos chicos inocentes y que los expulsaron
por su culpa, como hizo todo el mundo. Nada más lejos de
la realidad, como habrás podido comprobar. Iván, tú me
crees, ¿verdad? —cuestioné mordiéndome el labio.
Me di cuenta de que acababa de confesar ante él sin oponer
resistencia. Iván bien podía estar fingiendo apoyar mis
acciones para después delatarme ante sus amigos.
—¿Bromeas? Estoy de tu parte. Creo firmemente en tu
palabra y estoy convencido de que solo usas tu don para
hacer el bien. ¿Me equivoco?
—Es tal y como has dicho. Podría hacer verdaderas picias
con mis conocimientos, pero me abstengo. Sé que no está
bien y respeto la ley. Únicamente actúo en casos
desesperados —me justifiqué mucho más tranquila.
—Lo sé. Siento haber dudado de ti —se disculpó Iván y dejó
escapar una sonrisa.
Me contempló con sus preciosos ojos marrones y percibí
bondad en su mirada, un sentimiento que no estaba
acostumbrada a recibir por parte de otros. Iván era una de
las pocas personas en el mundo que conseguía desarmar mi
coraza y dejarme indefensa y vulnerable. Me di cuenta ese
mismo día cuando me contemplaba fijamente y no supe qué
responder, a pesar de que yo siempre tenía una
contestación ingeniosa preparada bajo la manga.
—¿Estás bien? —me preguntó extrañado al recibir mi
silencio tras su disculpa.
—Sí. Estás perdonado. No te preocupes —respondí cuando
volví en mí.
—Por cierto, he tenido tiempo de escuchar algunas de tus
canciones. Creo que ya sé cómo bautizarte. Nada de perra
de satán, bruja, bicho raro ni esas cosas tan poco originales.
—Creía que era una diosa gótica —le recordé.
—Bueno, además de eso, eres la reina de hielo, como el
título de la canción de Within Temptation.
—¿Y eso por qué? —demandé tratando de no sonreír.
—Porque eres fría como un témpano. No dejas que los
demás vean cómo eres en realidad y evitas mostrar tus
sentimientos. No te abres a nadie por lo poco que conozco
de ti. Ni siquiera sé cómo me diriges la palabra.
—A lo mejor es porque me caes bien, o al menos mejor que
el resto de la gente —respondí—. ¿Te han gustado las
canciones?
—No están mal. Es un género musical bastante interesante.
Creo que hasta podría llegar a disfrutarlo.
—¿Has escuchado la canción «While Your Lips Are Still Red»
de Nightwish? —le pregunté conteniendo la emoción.
—Sí… Creo recordar que sí.
—Es mi favorita de todas. La letra es realmente increíble. Es
puro sentimiento —afirmé como si fuera capaz de perderme
en la hermosa canción en ese preciso instante.
—Entonces tengo que escucharla más detenidamente. Así
quizá pueda comprender un poco mejor a la reina de hielo
—añadió bromista—. Bueno, creo que te dejaré en paz
ahora que ya has resuelto mis dudas. No te preocupes. Mis
labios están sellados —me aseguró haciendo un gesto para
indicar que jamás contaría nada de lo que le había
confesado para no perjudicarme.
—Espera… —le dije esta vez, consciente de que había
dejado pasar otras oportunidades de disfrutar tiempo con
Iván por mi cabezonería de no mostrar lo que deseaba—.
Quédate un poco. Podemos ver el debut de Amanda juntos,
si te apetece.
Iván sonrió y accedió a pasar un rato conmigo. Estuvimos
hablando de música y escuchando algunas canciones de
mis grupos favoritos mientras yo terminaba con las galletas,
que Iván probó, dándoles el visto bueno. Cuando comenzó
el programa de Amanda, ambos nos sentamos en el sofá
para verlo.
La entrevista fue desastrosa y pude ver en el rostro de Iván
el dolor que sentía por el ataque continuado que su novia
sufrió a manos de ese presentador de pacotilla. Contemplé
en su mirada la rabia que le recorría por no poder ayudarla
y sacarla de inmediato de ese nido de víboras dispuestas a
devorar hasta el último gramo de su persona. Media hora
antes de que concluyera la entrevista, Iván me dijo que se
marchaba, que no podía seguir presenciando semejante
humillación, y en parte estuve de acuerdo. Tendría que darle
alguna lección a Amanda en cuanto volviera.
19. ARIEL: NO PERTENECES A
ESTE MUNDO

La entrevista conducida por Carmelo Velasco me pareció un


espectáculo de lo más bochornoso que tuve que contemplar
de principio a fin desde mi camerino, sin poder intervenir
para salvar a Amanda de las garras de ese mal bicho y
librarla de las burlas de los espectadores. No fue hasta que
esta concluyó que pude respirar tranquilo y buscarla de
inmediato para ofrecerle mi apoyo y mi consuelo.
De camino a su espacio personal, me encontré al esmirriado
de Carmelo fumándose un pitillo en una de las salidas de
emergencia que daba al exterior. En cuanto me divisó en la
distancia, caminando con paso decidido y con el enfado
dibujado en el rostro, tiró el cigarrillo al suelo, lo apagó con
la suela de sus brillantes mocasines y trató de huir para
evitar ser cazado. De nada le sirvió, pues yo fui más rápido
y lo alcancé cuando quería encerrarse en su camerino.
—¡Eh, tú, Carmelo! ¡Rata inmunda! —exclamé y lo acorralé
contra la pared antes de que se me escapara—. ¡¿Quién
cojones te crees que eres para tratar a mi chica con la
punta del zapato, imbécil?! ¡Eres un puto cobarde de
mierda! ¡No tienes huevos a reírte de ella en mi presencia!
¡Mamarracho! —lo recriminé y, enfurecido, lo sujeté por el
cuello de la camisa, alzándolo unos centímetros del suelo.
—¡Ariel, lo siento! ¡Solo estaba haciendo mi trabajo! —se
defendió, claramente aterrado y temiendo que lo agrediera
físicamente.
—¡¿Tu trabajo?! ¡¿Tu trabajo?! ¡Una chapuza es lo que has
hecho, gilipollas! ¡Te voy a tener que soltar una buena
hostia para bajarte esos humos! —grité, y Carmelo, viendo
las de perder, pidió auxilio.
—¡Seguridad! ¡Seguridad! ¡Socorro! —clamó todavía
levitando, y rápidamente varios miembros de la seguridad
del edificio acudieron en su ayuda.
Lo solté de mala manera y se llevó la mano al cuello como si
lo hubiera asfixiado. Cuando los guardias llegaron, alcé los
brazos en señal de paz y me largué de allí cuanto antes,
dejando a Carmelo muerto de miedo tras mis amenazas.
Llegué al camerino de Amanda y entré sin llamar, pero no la
hallé en el lugar. Me preguntaba si ya se habría marchado
cuando escuché unos sollozos en el baño. Me dirigí a la
puerta y llamé con los nudillos para informar de mi
presencia.
—¿Amanda? ¿Estás ahí? —pregunté, pero nadie respondió.
Escuché que alguien tiraba de la cadena del inodoro y decidí
abrir, pero la puerta estaba cerrada con pestillo.
—Amanda, abre, por favor. Quiero hablar contigo —le pedí,
pero el silencio reinaba ahora en el baño—. Amanda, no me
hagas echar la puerta abajo, por favor. Quiero verte. Abre
ahora mismo —exigí temiendo que se autolesionara, aunque
por suerte ella accedió a mi petición y abrió.
La encontré de rodillas junto al inodoro con la taza abierta,
su maquillaje totalmente arruinado y esparcido a lo largo y
ancho de su rostro debido a las lágrimas que aún brotaban
de sus ojos. La escena era realmente lamentable y sentí una
pena tremenda al considerarme el responsable de su
decadencia. Si no me hubiera conocido esa noche, jamás
habría tenido que enfrentarse a la desastrosa entrevista.
—Amanda… ¿Estás… estás bien? —inquirí pese a que ya
sabía la respuesta.
—¿Tú qué crees? —Fue su única contestación, y
seguidamente me contempló con ojos tristes y mirada
ausente, como si hubiera perdido la noción del espacio-
tiempo.
—Anda, levántate de ahí. No sé yo si limpian muy a menudo
los inodoros por aquí. —La apremié, y le ofrecí mi mano
para ayudarla a ponerse en pie—. Ven, siéntate en esta silla.
Amanda obedeció y se acomodó en la butaca donde la
habían maquillado y peinado. Cogí una toallita húmeda de
un paquete que encontré sobre el tocador y me dediqué a
quitar toda la pintura del rostro de Amanda para dejarla
impecable. Ella cerró los ojos y me dejó borrar el rastro del
fracaso con delicadeza, recorriendo cada centímetro de su
piel con mimo.
—Ya está. A la mierda el maquillaje. Vístete. Te llevaré a
casa —le dije, y ella asintió.
La dejé unos minutos a solas para que se cambiara, y al
momento salió con la ropa que traía cuando llegó a los
estudios de grabación. Ahora volvía a ser la Amanda de
siempre, esa chica normal a la que la sociedad pretendía
corromper. Nos montamos en mi coche y me concentré en
la carretera tratando de no dormirme, ya que era la una de
la madrugada. Por el camino, ella permaneció en silencio
hasta que se percató de que no nos dirigíamos a su hogar.
—¿A dónde me llevas? —cuestionó con temor en la mirada.
—A mi casa —respondí despreocupado—. Creo que es mejor
que pases la noche en compañía. No quiero dejarte sola y
que hagas alguna tontería.
—¿Te crees que voy a suicidarme? Ha sido la situación más
bochornosa de mi vida, pero no tengo intención de cometer
ninguna locura. Ni siquiera teniendo en cuenta que Twitter
está lleno de memes de mi cara de idiota durante el
programa. Soy trending topic por el hasthtag #frígida. ¿Qué
te parece? —comentó con pena en la voz.
—Deja de mirar el puñetero móvil —la reprendí quitándole el
teléfono de la mano y guardándomelo en el bolsillo donde
no pudiera alcanzarlo—. Amanda, olvídate ahora de todo
eso, por favor. Está claro que eres el tema del momento,
pero por suerte no hay mal que cien años dure. Mañana ya
habrán encontrado otro chisme del que hablar. Esto
funciona así —le expliqué, y ella volvió a quedarse en
silencio, pensativa.
Tras aparcar en el garaje, subimos a mi apartamento y le
ofrecí a Amanda una copa que ella aceptó con gusto.
—¿Piensas emborracharme y humillarme aún más? —
inquirió cuando le alcancé el vaso.
—La verdad es que no es mi intención. Ya te he dicho que
solo quiero asegurarme de que estás bien. No hay ninguna
idea oscura en mi cabeza —le expliqué, y a continuación me
recosté en el sofá con mi bebida en la mano.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —demandó tras sentarse en
un sillón frente al sofá donde yo descansaba.
—Charlar un rato. Me gustaría saber cómo te sientes.
Necesitas desahogarte.
La apremié a hablar, y ella me dirigió una mirada de
pena que me encogió el corazón.
—¿Cómo crees que me siento? Como una mierda, Ariel —
confesó haciendo un esfuerzo por no derramar más
lágrimas—. La entrevista ha sido un verdadero desastre.
Creí que podría hacerlo, pero me equivoqué. Siempre pensé
que contar tu vida en un plató de televisión era pan comido,
pero resulta que es más difícil de lo que yo creía. He hecho
un ridículo espantoso y ahora todos me odian.
—Es cierto que es complicado. Ya has visto que no vale con
responder cualquier cosa, pero, en realidad, todo es culpa
mía. Me he centrado demasiado en aumentar tus
seguidores en Instagram y no te he aconsejado como debía
sobre esto. Tendría que haberte dado unas pautas.
Tendríamos que haber hecho algún simulacro. De todos
modos, no pensé que el hijo de puta de Carmelo fuera a ir a
matar. Ya le he dado un toque a ese cabrón —le dije para
que se quedara más tranquila.
—Ariel, no es tu culpa. Es mía, únicamente mía. Soy yo
quien debía impresionar y no he sabido hacerlo. No tengo tu
gracia y tu desparpajo. ¿Qué le voy a hacer?
Bebí de mi vaso y ella se quedó pensativa de nuevo.
—¿Qué va a pasar conmigo ahora? ¿Con el montaje? —me
preguntó al fin, pues intuía que esa cuestión le martilleaba
la cabeza desde hacía rato.
—No lo sé. Riccardo nos dirá. —Me encogí de hombros, a
pesar de conocer las intenciones de Leone.
—Tú sabes algo. ¿Qué tiene pensado hacer?
—A mí no me ha dicho nada. No tengo ni idea —mentí.
—Ariel, dime la verdad, por favor —me suplicó.
Dudé en un primer momento, pero después pensé que le
debía sinceridad.
—Riccardo se está planteando no seguir adelante con la
farsa, dados los malos resultados de la entrevista.
—¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho? —inquirió con cara de
circunstancias.
—Lo vi durante la pausa publicitaria y no sabía dónde
meterse. Se acercó a mí y me dijo lo que acabo de decirte.
Aún no está claro, pero lo más probable es que todo se
acabe.
—¿Qué significa eso? ¿No vamos a seguir con esto?
Acabamos de empezar.
—Si la audiencia está descontenta, continuar no es la mejor
idea. Conozco a Riccardo y sé lo que pasa por su mente. No
te ve capacitada para colaborar en el programa ni para
atraer la atención de la gente con el romance —expliqué
calmado, y Amanda asintió.
—Ya veo. ¿Y qué pasará conmigo?
—No pasará nada. Riccardo seguramente cancelará el
contrato y nos pagará lo estipulado en este. ¿Recuerdas?
Veinte mil euros por cabeza. Sumado a los veinticinco mil de
la exclusiva y a los cinco mil que a pesar de los resultados
de esta noche tiene que pagarte, son cincuenta mil euros.
Coge el dinero y vete. No perteneces a este mundo,
Amanda. Es lo mejor que puedes hacer —la aconsejé siendo
totalmente honesto con ella.
Amanda apuró el contenido de su vaso de un trago y me
pidió más alcohol. Me levanté a servirle otra copa.
—Cincuenta mil euros. Sé que es una cantidad estupenda
de dinero… —comentó.
—Lo es. Es mucho más de lo que habrías ganado
partiéndote el lomo durante el curso entero, que no te
habría dado ni para pipas. Y lo mejor de todo es que
prácticamente no has tenido que mover un dedo. En
realidad, no ha sido un mal negocio. Conténtate con eso. No
tendrás que volver a Medina y podrás ayudar a tu familia.
—Pero no es suficiente para mí —continuó, habiendo dejado
su frase a medias antes de mi intervención.
Resoplé y le acerqué su vaso lleno de nuevo.
—Amanda, no seas codiciosa. La avaricia rompe el saco.
—Lo siento. No puedo darme por vencida tan fácilmente.
Tengo que seguir luchando por esto. Me había hecho
muchas ilusiones con la pasta y la cantidad de cosas que
podría hacer con ella. Quiero pagar la hipoteca de mi familia
y ahorrar dinero suficiente para cuando termine de estudiar
—me explicó.
—Amanda, ¿no te das cuenta de que no tienes opción?
Riccardo no te dejará ni aparecer por el plató. Hazte a la
idea de que así será.
Traté de hacerle bajar de nuevo al planeta Tierra, pues
aún seguía en las nubes, convencida de que podría hacerlo
mejor la próxima vez. No obstante, no habría una segunda
oportunidad después de su nefasta entrevista. Era
consciente de ello, pero Amanda no parecía comprenderlo.
Por mi parte, sentía una pena inmensa por ella al haber sido
humillada de esa forma tan vulgar. Al mismo tiempo,
también me fastidiaba que el romance fuera a terminar
antes de haber despegado porque perdería dinero con el
que ya contaba, pero, por otro lado, pensé que era lo mejor
que podía suceder.
Amanda jamás encajaría en el mundo de la farándula y
cuanto más tiempo pasara entre nosotros, más tóxico sería
para ella. Pretendía alejarla cuanto antes de toda esa
basura y de la superficialidad imperante en un mundo tan
cruel como el del cotilleo. Ella era un alma pura, una
inocente jovencita que nada tenía que ver con esa bazofia.
Era mucho mejor que todos nosotros juntos, y por eso se
merecía ser libre y no tener que seguir fingiendo.
—Hablaré con Riccardo y lo convenceré —me aseguró, y yo
negué con la cabeza lanzando un suspiro de enojo dada su
cabezonería.
—No querrá escucharte. Míralo por el lado bueno, Amanda.
Vas a poder seguir disfrutando de la preciosa relación que
tienes con ese chico. Se acabaron las mentiras.
—Quiero hacer esto. Es mi decisión y no vas a detenerme.
Hablaré con Riccardo y lo convenceré. Quiero intentarlo una
última vez. Si no funciona, me marcharé definitivamente.
—Amanda, se acabó. Me niego a seguir hablando del tema
por esta noche. Es muy tarde y estoy muerto de sueño.
Consulté mi reloj de pulsera y comprobé que eran las dos de
la madrugada. El móvil de Amanda, que aún tenía guardado
en el bolsillo de mi pantalón, vibró por enésima vez y se lo
devolví.
—Perdona. Lo tenías en silencio y se me olvidó dártelo.
—Es Iván. Tengo varias llamadas perdidas suyas y también
algunos mensajes —me informó, y se puso a escribir en el
teclado.
—¿Vas a llamarlo?
—No. No tengo ganas de hablar con él ahora mismo. Solo le
he escrito que ya estoy en casa y que mañana lo llamaré.
Ha visto la entrevista y está indignado, pero ya he tenido
bastante negatividad por hoy. Coincido contigo en que
debemos cambiar de tema. Hablemos de cualquier otra
cosa —me pidió.
—¿No vamos a dormir? —inquirí recostándome en el sofá y
terminándome la copa.
—No creo que pueda hacerlo aunque quiera. Quiero que me
hagas olvidar esta horrible noche.
—Tus deseos son órdenes.
Amanda y yo hablamos largo y tendido durante horas. Le
conté, entre otras cosas, divertidas anécdotas de los
programas donde había participado y momentos épicos de
mis intervenciones televisivas. Reímos como niños al tiempo
que tomábamos una copa tras otra y, por un momento,
conseguimos olvidar el pesar y disfrutar solo del momento
presente.
Debo reconocer que su compañía me alegró el corazón
como hacía tiempo que nadie lo conseguía. No hubo
necesidad de flirtear o de llenar el vacío con sexo salvaje.
Nuestra conversación fue suficiente para hacerme sentir
dichoso y tenernos bien entretenidos. El alcohol nos
mantuvo despiertos y llenos de vida, e incluso creo recordar
que pusimos música y que estuvimos bailando un rato,
hecho que contribuyó a que ella se animara y se olvidase de
las penas.
Sobre las seis de la mañana, Amanda cayó rendida y se
durmió plácidamente. La arropé con una manta para que no
pasara frío y me tumbé sobre el otro sofá para descansar yo
también un poco. Me costó un rato conciliar el sueño,
aunque finalmente lo conseguí. Soñé con Carmelo Velasco
en su ridículo traje granate. Para mi divertimento, le
pateaba el trasero una y otra vez hasta darle su merecido
por cerdo y por miserable.
20. IVÁN: NUEVAS AMISTADES

De madrugada, Amanda me escribió que había llegado


bien a casa y que hablaríamos al día siguiente, de modo que
me tranquilicé y me metí en la cama a dormir. Sobre las
ocho de la mañana, ya estaba con los ojos abiertos,
intranquilo e incapaz de continuar descansando a pesar de
ser sábado. Me caí de la cama, me pegué una ducha rápida
y me dirigí a casa de Amanda para verla en persona cuanto
antes. A las diez de la mañana, ya estaba en su puerta
llamando al timbre.
Verónica me recibió una vez más y me invitó a pasar con
gesto confuso. La noche anterior me había marchado de
forma apresurada, de modo que esperaba que no estuviera
molesta conmigo. Deseaba que comprendiera que Amanda
me importaba demasiado y que la entrevista me afectó en
gran medida.
—¿Qué tal, Verónica? He venido a ver a Amanda. Ayer no
conseguí hablar con ella por teléfono, tan solo me escribió.
¿Está en su habitación? —le pregunté, pero Verónica se
quedó paralizada y sin saber qué responder.
—Iván… Amanda no está en casa.
—¿Cómo que no está en casa? ¿Ha salido tan pronto? —
Fruncí el ceño.
—Amanda no volvió anoche —me soltó sin anestesia.
—Pero ¿dónde narices está? —demandé como si Verónica
tuviera la respuesta.
—Es tu novia, no la mía. Tú deberías saber dónde está, ¿no
crees?
—Joder… —Resoplé negando con la cabeza—. No tengo ni
idea de dónde está. Me mintió. Me dijo que había llegado
bien a casa. Voy a llamarla ahora mismo —dije, y marqué su
número de inmediato, todavía en pie en el pasillo de
entrada.
Tras infinidad de pitidos, decidí colgar al no obtener
respuesta. Le escribí varios mensajes preguntándole si
estaba bien, pero su última hora de conexión en WhatsApp
permanecía congelada en el instante en el que me contestó
para engañarme. La incertidumbre me produjo un malestar
general que no había sentido antes por nadie.
Normalmente, con Mónica este tipo de cosas nunca
sucedían. Siempre sabíamos dónde nos encontrábamos en
todo momento. Ella me escribía o me llamaba para decirme
lo que estaba haciendo y, ya de paso, aprovechaba para
controlarme. No me agradaba en absoluto ese nivel de
vigilancia constante, pero tampoco me gustaba que mi
nueva novia me mintiera de esa forma cuando yo solo
trataba de ayudarla.
—¿No te contesta? —me preguntó Verónica.
—No, no me coge el teléfono. ¿Y si le ha pasado algo malo?
—Iván, Amanda ya es mayorcita para cuidarse sola. Estará
en casa de alguna amiga. Seguro que pronto aparece. Oye,
me tengo que marchar. He quedado con Kitty para ir a
comprar libros al centro y ya de paso dar una vuelta. Puedes
quedarte aquí a esperarla si quieres —me dijo, y yo asentí
con la cabeza hecha un lío.
¿Estaba Amanda en casa de una amiga? Más me valía,
porque la siguiente opción que me venía a la mente no me
gustaba un pelo.
—¿Puedo acompañaros? —solté sin pensarlo.
—¿Quieres venir con nosotras? —se extrañó Verónica.
—Sí, si no te importa. Necesito distraerme un poco hasta
que Amanda aparezca y pueda hablar con ella. Si me quedo
aquí, voy a estar todo el tiempo comiéndome la cabeza —le
expliqué, y Verónica se encogió de hombros.
—Como quieras. Vámonos, que llegamos tarde. —Me
apremió, y ambos abandonamos el domicilio y pusimos
rumbo a Sol.
Cogimos el metro en Moncloa y en unas cuantas paradas
llegamos a nuestro destino. A pesar de haber hablado largo
y tendido la tarde anterior, Verónica debía de sentirse
extraña en mi presencia fuera de su hogar, porque en el
trayecto apenas abrió la boca. Yo, concentrado en mis
pensamientos, tampoco traté de romper el silencio entre
nosotros.
Al llegar a la Puerta del Sol, la famosa Kitty aguardaba junto
a la estatua del Oso y el Madroño. Tan pequeña y delgada
como Verónica, llevaba su negro cabello realmente corto.
Iba maquillada en tonos oscuros y lucía un atuendo gótico
con pantalón vaquero y una preciosa gabardina negra larga
y entallada con botones plateados, así como botas altas.
Verónica vestía de forma similar, por lo que ambas parecían
gemelas si uno no se fijaba demasiado en sus facciones.
—Kitty, este es Iván. Iván, esta es mi mejor amiga Kitty —
nos presentó.
—Encantado, Kitty —la saludé con dos besos.
—¡Yo también estoy encantada! —asintió con cara de
sorpresa, y miró a Verónica para recibir una explicación algo
más detallada—. ¡Menudo cambio! Esto es lo que yo llamo
un upgrade en toda regla —comentó, aunque no supe con
respecto a qué o quién yo era una mejora.
—¡Kitty! ¡No me jodas! Es el novio de mi compañera de piso
—clarificó Verónica enojada.
—Vaya por Dios, Nika... Yo que me había hecho ilusiones…
—Resopló, y yo sonreí un tanto cohibido.
—¿Sabrías guardar un secreto, Kitty? —le pregunté.
—Pues claro que sí. —Me guiñó el ojo arrebatadora.
—Soy el novio de Amanda Montes, la chica de la tele que
dice estar saliendo con Ariel Guerra. En realidad, es mi chica
y es todo una gran mentira —le conté sin cortarme un pelo.
Estaba tan cabreado con Amanda que poco me importaba
gritar la verdad a los cuatro vientos.
—¡Ostras! ¿Es verdad eso, Nika? —inquirió sorprendida, y
Verónica asintió cansinamente—. ¡No me lo habías contado!
¡Solo me dijiste que esa chica famosa era tu compañera de
piso! —exclamó indignada.
—No era mi secreto para desvelarlo, como comprenderás. —
Verónica puso los ojos en blanco.
—Kitty, no te conozco, pero tienes cara de buena persona.
Estoy seguro de que serás discreta con el asunto y de que
nos llevaremos bien —le dije tras ver su emoción.
—¡Pues claro que sí! Puedes confiar plenamente en mí.
Ahora que sé que Ariel Guerra no está pillado, estoy feliz
como una perdiz —sonrió.
—Aquí mi amiga está perdidamente enamorada de la
superestrella. Eso sí, su novio Marko no puede verlo ni en
pintura, igualito que yo. Venga, vamos a ojear libros. Tengo
apuntados unos cuantos y no sé cuál comprar. Me tenéis
que ayudar a decidirme. —Nos apremió Verónica, y los tres
pusimos rumbo a la librería más cercana.
Por el camino entablé conversación con Kitty quien, al
contrario que Verónica, no paraba de hablar por los codos.
Era un encanto de chica con una frescura increíble que
alegraba el ambiente allá a donde iba. Por lo que pude
percibir, Verónica y ella se complementaban a la perfección
a pesar de sus opuestas personalidades. Kitty ponía la
chispa de gracia y el toque de picardía en la relación
amistosa, y Verónica la cordura, la valentía y el saber estar.
—¿Qué te parece este libro? —me preguntó Verónica en la
tienda, y me pasó un enorme ejemplar.
Leí la sinopsis y asentí con la cabeza con desgana.
—¿No te gusta? Échale un vistazo a este. —Me alcanzó otro
tomo que también ojeé.
—No lo sé. No tengo mucha idea de este género porque no
suelo leer fantasía. A decir verdad, solo leo los libros que me
imponen en la carrera —respondí.
—¡Vaya un periodista de pacotilla! —bromeó—. Eso no
impide que puedas elegir. ¿Cuál te parece más interesante
de los dos?
—En todo caso, me quedo con el primero —aconsejé, y ella
guardó el primer volumen y cogió el segundo—. ¿Para qué
me pides que te aconseje si vas a elegir el que te da la
gana?
—Como no tienes ni idea del género, me fio más de la
opción que no has elegido. Además, este me llamaba más la
atención —sonrió, y a continuación fuimos a pagar a la caja
registradora.
Kitty se colocó en la fila detrás de nosotros con tres gruesos
libros que había elegido tras una exhaustiva selección. Se
conoce que ambas disfrutaban leyendo en gran medida.
Según me contaron, cuando concluían sus novelas se las
intercambiaban para después comentarlas. Muchas veces
se enamoraban de los protagonistas masculinos de los libros
y fantaseaban con ellos.
—Nika siempre se los imagina cuando está con Luis —me
confesó Kitty entre risas cuando paseábamos por la Plaza
Mayor.
—¡Kitty! A Iván no le interesan mis intimidades —la regañó
Verónica, pero ya era demasiado tarde.
Los cotilleos me ayudarían a olvidarme de mi drama
personal, de modo que me interesé por los detalles.
—¿Quién es Luis? —le pregunté a Kitty.
—Ni se te ocurra —la amenazó Verónica con la mirada, pero
ella hizo caso omiso y me lo reveló.
—Es el novio de Verónica. Bueno, si es que se le puede
llamar novio a eso —me informó, y yo asentí al comprender.
—Así que tienes novio y no me lo habías contado.
—No es mi novio. Es mi… ¿follamigo? Se dice así, ¿verdad?
—Sí, también podemos llamarlo así —añadió Kitty.
—Sea lo que sea, no sabía de su existencia —respondí.
—Es mi follamigo porque solo quedamos para lo
imprescindible. No salimos por ahí ni hacemos nada juntos.
Ni siquiera me atrae físicamente. Es solo un cuerpo que
utilizo para recibir placer —me explicó, y me quedé
realmente sorprendido.
—¿No te atrae físicamente? Entonces, ¿por qué pierdes tu
tiempo con él?
—Eso mismo me pregunto yo. Es feo de cojones —intervino
Kitty.
—Porque las chicas como yo no tienen demasiadas
opciones, Iván. Aunque quiera salmón, no me queda más
remedio que comer lentejas. Gracias a Dios, mi mente es lo
suficientemente poderosa para imaginarme a los personajes
de mis libros favoritos haciendo la tarea de Luis. Puede que
penséis que soy rara, pero soy feliz a mi manera —explicó, y
después se sintió un tanto avergonzada, ya que se quedó
muy seria.
—Mentira, no es feliz —comentó su amiga por lo bajo.
—¡Kitty, ya basta! ¡Deja de meterte en mi vida! —la
reprendió Verónica, y esta se calló definitivamente.
—Verónica, entre el salmón y las lentejas hay opciones
intermedias. A lo mejor deberías plantearte un cambio si no
estás satisfecha y buscar a algún chico con el que no tengas
que estar usando la imaginación todo el tiempo. El sexo con
alguien que te gusta es lo mejor del mundo —la aconsejé, y
ella resopló.
—¿Podemos cambiar de tema, por favor? Vamos a hablar
del grupo de Kitty. Los dos sois cantantes. Seguro que tenéis
muchas cosas en común —sugirió para desviar la atención
de su persona, y Kitty y yo nos pusimos a hablar de música.
Tras una magnífica mañana en buena compañía, Verónica y
yo volvimos juntos a su casa después de despedirnos de su
amiga, que me había caído realmente bien. Por unas horas,
había conseguido olvidarme del tema de Amanda y mi
preocupación se había disipado un tanto. No obstante,
durante el camino de vuelta comprobé mi teléfono varias
veces para ver si me había respondido y me llevé una
desilusión enorme al no encontrar mensajes suyos.
Ya en el domicilio, descubrí que Amanda había vuelto
porque la llave no estaba echada. Agradecí a Verónica que
me hubiera dejado acompañarla y después me dirigí a la
habitación de mi novia para abordarla. Al abrir la puerta del
dormitorio, me vino un tufo a alcohol que me pareció
sospechoso. Encontré a Amanda tumbada en la cama
pensando en sus cosas, con bastante mal aspecto a decir
verdad.
—Amanda —la llamé, y ella se incorporó, sorprendida de
encontrarme allí.
—Iván… ¿De dónde has…? No sabía que ibas a venir a
verme.
—Amanda, te he llamado y escrito varios mensajes. Vine a
buscarte por la mañana y Verónica me dijo que anoche no
dormiste en casa. Me fui con ella y con una amiga suya al
centro y acabamos de volver. ¿Dónde estuviste anoche?
Creo que me merezco una explicación —demandé calmado
y con buenas formas.
Amanda suspiró sonoramente y se dejó caer de nuevo sobre
la almohada, como si le fastidiara mi pregunta.
—¿No vas a contármelo siquiera?
—Iván, lo siento. Siento mucho haberte dicho que estaba en
casa, pero no me veía capaz de hablar contigo después del
fracaso tan terrible —confesó sin responder a mi pregunta.
—Comprendo que no quisieras hablar conmigo porque
estabas afectada, pero no entiendo por qué no me dijiste
que no estabas en casa. ¿Dónde dormiste? —insistí.
Se produjo un incómodo silencio entre nosotros, lo que me
hizo deducir la respuesta.
—¿Con él? ¿Te fuiste con Ariel Guerra? —pregunté dolido.
—Sí, pero todo tiene una explicación. No me mires así, Iván.
Déjame contártelo —me pidió, y yo asentí con la cabeza—.
Ven, siéntate aquí conmigo. —Me apremió tras incorporarse
de nuevo, y me acomodé junto a ella en la cama.
—Cuéntame. Soy todo oídos.
—Cuando terminó la entrevista estaba destrozada. Ariel me
vio tan mal que en lugar de llevarme a mi casa me llevó a la
suya. Temía que me hiciera daño. Estuvimos hablando de lo
sucedido, nada más. Te mentí para que no te preocuparas ni
te enfadases. Sabía que no te haría mucha gracia.
—Has dado en el clavo. No me hace ninguna gracia, pero
siempre prefiero la verdad.
—Lo siento. La próxima vez seré sincera desde el principio
—me prometió.
—¿Y por qué hueles a alcohol? ¿Estuviste bebiendo? —
inquirí sintiéndome un detective.
No me agradaba en absoluto interrogar a mi novia, pero
merecía saber toda la verdad.
—Sí, tuve que beber para olvidarme un poco de lo ocurrido.
No podía soportar el fracaso… Ariel me dijo que Riccardo
Leone va a romper el contrato y mandarme a casa. Lo más
probable es que todo se acabe antes de lo esperado —me
informó, y me sentí feliz de escuchar esas palabras.
Ojalá fuera cierto y la pesadilla se terminara.
—Sería lo mejor que podría pasarte. Habrías conseguido
dinero suficiente para terminar tus estudios en Madrid y se
acabarían nuestros problemas —comenté, aunque ella
asintió poco convencida—. ¿A qué hora te fuiste a dormir?
—No me acuerdo. Creo que sobre las dos o las tres.
Estuvimos hablando un rato.
—Oye, no quiero parecer el típico novio celoso, pero
necesito preguntarte esto. ¿Debería preocuparme? No pasó
nada entre vosotros, ¿verdad?
—¡Pues claro que no! Solo hablamos. No tienes nada de qué
preocuparte, Iván —respondió Amanda un tanto enojada.
—Amanda, entiende que desconfíe. Ese chico te conquistó
una vez en la discoteca y podría volver a hacerlo de nuevo
—le recordé.
—Iván, por favor. ¿Lo dices en serio? Detesto a Ariel Guerra.
No hay nada de él que me atraiga, eso te lo puedo asegurar.
Todo está bien, mi amor —me aseguró acariciando mi rostro,
y sus palabras me parecieron sinceras.
—Vale, de acuerdo. Perdona la desconfianza. Es que me
puse muy nervioso al no encontrarte en casa. Estaba muy
preocupado por ti. La próxima vez, por favor, escríbeme
aunque sea. Dime la verdad siempre —le pedí, y ella asintió
y siguió acariciándome con ternura.
Me incliné y la besé con pasión, concluido nuestro primer
conflicto de pareja que habíamos resuelto sin levantar la voz
una sola vez, con respeto y escuchándonos mutuamente.
Me agradaba que Amanda fuera tan diferente a Mónica en
ese sentido, ya que con mi exnovia siempre acababa
realmente enojado y gritando sin quererlo. Era desquiciante
tener discusiones a diario, y por ello había tenido que cortar
por lo sano. Con Amanda todo era distinto. Era sencillo
dialogar con ella, ya que era comprensiva y respetuosa. Al
menos esa era la sensación que me había transmitido desde
el principio, y esperaba no equivocarme.
Resuelto el misterio, Amanda me invitó a pasar el resto del
día con ella en su casa y yo acepté con alegría. Traté de
animarla todo lo que pude para que no pensara en la
entrevista que tanto la había afectado. Conseguí que se
olvidara un poco del fracaso y que disfrutase de mi
compañía. Me sentí satisfecho de haber contribuido a su
bienestar y de haberle alegrado un poco el día. Por Amanda,
sería capaz de hacer cualquier cosa, porque el amor que
había en mi interior crecía más y más cada día.
21. AMANDA: TODA UNA
CELEBRIDAD

Mi popularidad, que había subido como la espuma los días


previos a la entrevista, se desinfló como cual globo
pinchado adrede en un abrir y cerrar de ojos después de mi
fallida entrevista. Era de esperar que eso sucediera, pero,
aun así, no estaba preparada para semejante batacazo. El
día que tuve que volver a clase después del fin de semana,
la gente aún me contemplaba con curiosidad por la calle,
aunque al reconocerme, lejos de pedirme autógrafos,
cuchicheaban a mis espaldas y se reían del ridículo que
había hecho.
En clase, afortunadamente, las cosas estaban bastante
tranquilas y nadie habló del tema, pero percibí que algunos
de mis compañeros me miraban con cara de pena y que
otros se contenían para no burlarse de mí. Mis amigas más
cercanas me recibieron más frías que de costumbre, aunque
por suerte no me hicieron el vacío y tan solo comentaron
algunos detalles de la entrevista. Les pedí por favor que no
tocaran demasiado el tema, pues aún me estaba
recuperando de lo mal que me había sentido.
Mi madre se puso en contacto conmigo el día después de mi
actuación estelar y me dijo que, a pesar de todo, se sentía
orgullosa de mí por haber soportado los golpes con tanta
elegancia y sin perder los nervios. Ella se había tenido que
contener para no llamar a la televisión y soltarle unas
cuantas barbaridades al sinvergüenza del presentador. Yo le
aseguré que de nada servía el saber estar si no conseguía
mi objetivo, y que igualmente todos se habían reído de mí.
Mi madre me sugirió que abandonara a tiempo, ya que solo
iban a hacerme daño en la televisión dada mi bondad.
Una mojigata es lo que era, y la rabia tras lo sucedido fue
creciendo en mi interior a lo largo de los días hasta
convertirse en una llama incandescente que ponía en
peligro mi propia integridad física. Si no me desahogaba a
tiempo, no podría continuar con el peso de no haber hecho
lo suficiente. Me reprocharía toda la vida el no haber
luchado por lo que quería y por mi futuro, puesto que
continuar en la televisión me abriría todas las puertas que
deseaba, las cuales se cerrarían por completo si ahora me
retiraba con el rabo entre las piernas. Es por ello que llamé
a Riccardo Leone el miércoles para pedirle una segunda
oportunidad.
—Hola, Riccardo. Soy Amanda. ¿Qué tal? Te llamaba para
ver cuándo tengo que empezar mis colaboraciones en El
chisme perfecto. Estoy a la espera de instrucciones —le dije
en cuanto descolgó el teléfono para tantear el terreno.
—Ciao, ragazzina! Estaba a punto de llamarte. Verás,
Amanda, he decidido que no podemos continuar. Lo siento,
pero no sabes defenderte delante de las cámaras. Me vas a
hacer perder dinero, chica —me comunicó con franqueza y
sin tacto alguno.
—¿No vas siquiera a dejarme probar suerte en el programa
de la tarde?
—Amanda… No creo que funcione. Tranquila, voy a pagarte
lo prometido.
—Riccardo, quiero intentarlo, por favor.
—¿Qué piensas hacer después de lo del otro día? —se
interesó.
—Sé que puedo hacerlo mucho mejor. Esta vez sabré
defenderme. Te lo aseguro. Por favor, dame una última
oportunidad —le rogué deseando que aceptara.
—Está bien... —respondió tras un breve silencio—. Te dejaré
participar en el programa de hoy. Es una tertulia de
diferentes noticias del mundo del famoseo, como ya sabrás.
Demuéstrame que tienes lo que hay que tener. Si vuelves a
fallarme, estás inmediatamente fuera, ¿entendido?
—¡Muchísimas gracias, Riccardo! ¡No te defraudaré! —le
prometí, y me puse manos a la obra para el programa
diario.
Daría comienzo a las cinco de la tarde y duraría hasta las
ocho, por lo que debía dirigirme de inmediato a los estudios
de grabación para que me prepararan. Antes de
marcharme, me despedí de Verónica, que se encontraba en
el sofá con su tablet.
—Verónica, voy a probar suerte en el programa de hoy. Es
mi última oportunidad, así que deséame suerte —la informé,
y ella levantó la vista de su tarea.
—¿Suerte? No necesitas suerte. Necesitas hacerte respetar
y no dejar que esos cerdos te pisoteen. Llevo días queriendo
darte un consejo, Amanda.
—Pues adelante. Te escucho. —La apremié, ya que tenía
bastante prisa.
—Lo que esa gente quiere está bien claro. Trata de
encontrar siempre la forma de responder con gracia y
dejarles a ellos en ridículo cuando intenten humillarte.
Recuerda que no hace falta gritar para dejar clara tu
posición. Juega con elegancia y decisión y no te hagas la
víctima, porque no lo eres. Eres mucho mejor que todos
ellos y lo sabes. Espero que sepas defender tu terreno esta
tarde —me aconsejó Verónica, y las palabras que jamás
habría esperado que me dedicara me infundieron el ánimo
que me faltaba para vérmelas cara a cara con Carmelo
Velasco y con otros colaboradores que irían directos a mi
yugular.
—Verónica, no sabes lo mucho que necesitaba oír algo así.
Mil gracias —le dije, y me marché de inmediato.
Cogí un taxi para llegar a los estudios cuanto antes. Llegué
a las cuatro, con solo una hora para arreglarme y
concienciarme de que la pesadilla no volvería a repetirse
porque esta vez sabría defenderme. Me peinaron como de
costumbre, me maquillaron de forma más sencilla y
eligieron mi atuendo, un pantalón de vestir entallado, una
camisa blanca con escote y unos tacones de infarto. Lista
para enfrentarme a mis temores, dejé mi camerino y me
crucé con Ariel justo en la puerta.
—¿Amanda? ¿Qué haces aquí? —Se extrañó al hallarme allí
inesperadamente.
—Pues ya ves. Voy a participar en el programa de hoy —
informé, y él se quedó patidifuso.
—¿Precisamente en el programa de hoy? ¡Quedan diez
minutos y no tenía ni idea! ¡¿Es que nadie me cuenta
nada?! —exclamó enojado y sacó su teléfono para llamar a
Riccardo.
Este le explicó el cambio de planes y le dijo que no
intervendría en la tertulia, ya que había decidido sustituirlo
por mí. Lamentaba no haberle podido avisar antes, pero
estaba muy ocupado y se le había pasado.
—¡De puta madre! ¡O sea que soy el último mono en
enterarse de los cambios! ¡Ya lo veo!
—Ariel, le he pedido una segunda oportunidad. Supongo que
quiere ver cómo me desenvuelvo sola sin contar con tu
ayuda. Entiéndelo —le expliqué.
—Amanda, te van a comer viva hoy. Si Carmelo Velasco no
te pareció suficiente, hoy podrás disfrutar de la dulce
Tatiana Popova, que viene de invitada especial.
—¿Quién narices es Tatiana Popova? —le pregunté.
—Mi exnovia —soltó con una risa histérica—. Mira, Amanda,
apáñatelas como puedas. Yo paso. No voy a seguir sufriendo
por ti —me dijo, y se retiró a su camerino sin decir una
palabra más, verdaderamente indignado.
Me informaron de que había llegado el momento de entrar
al plató y ocupar mi asiento. Tragué saliva, respiré hondo y
puse rumbo a mi lugar con paso decidido y sin
tambalearme, dispuesta a darles a todos su merecido. La
llama del hada de fuego en mi interior se encendió y
esperaba que permaneciera candente tanto como fuera
posible.
Carmelo Velasco, que también conducía ese espacio y que
ejercía de moderador, se quedó de piedra al verme allí de
nuevo. Me senté en el asiento reservado para mí, al lado de
una explosiva rubia de piel clara, ojos azules, labios y
pechos de silicona, cuerpo de infarto y cara de pocos
amigos que intuí que sería Tatiana Popova. A su lado se
sentaba una señora regordeta y poco agraciada que vestía
un traje de chaqueta nada favorecedor. Una elegante mujer
de largos cabellos negros y angulosas facciones ocupaba el
tercer asiento y, por último, había un hombre joven con
calvicie, gafas de pasta y un traje de chaqueta que le
quedaba grande.
Ninguno me saludó, aunque todos se me quedaron mirando
con descaro, incrédulos de que Amanda Montes aún siguiera
en pie y dispuesta a recibir más palos después de los que se
había llevado de regalo en su primera aparición televisiva.
No se imaginaban que mi objetivo ese día era volver a
tomar las riendas de mi carrera profesional, las que Carmelo
Velasco me había arrebatado sin permiso.
El programa dio comienzo y el público aplaudió con
entusiasmo. Carmelo esbozó su sonrisa más arrebatadora y
se dirigió a la audiencia.
—Queridos espectadores, bienvenidos una tarde más a
nuestro espacio El chisme perfecto. Como podéis
comprobar, hemos sufrido un pequeño cambio de última
hora. Hoy no contaremos con Ariel Guerra, nuestro principal
colaborador. En su lugar, podremos disfrutar de la
inigualable compañía de su querida dama, Amanda Montes.
Un fuerte aplauso para ella, por favor —me presentó con
fingida simpatía.
Me puse en pie para saludar a la audiencia y dedicarle mi
mejor sonrisa. Los aplausos, desgraciadamente, no sonaron
tan fuerte como al inicio, e incluso pude oír la palabra
frígida entre el incesante ruido del gentío. Respiré hondo de
nuevo y volví a ocupar mi asiento, calmada y sin perder la
sonrisa.
Carmelo presentó después a la rusa Tatiana Popova,
invitada especial y adorada en gran medida por el público.
Continuó con la señora regordeta, periodista llamada Neus
Tarragona, seguida de la mujer elegante, Juliana Romero, y
de Sandro Salcedo, ambos también colegas de profesión de
la primera, gremio al que yo también pertenecería en
cuanto acabara la carrera.
Tras las breves presentaciones, le pedí a Carmelo la palabra
para comenzar a allanar el terreno. Este me dio permiso
para hacer mi intervención.
—Muchas gracias, Carmelo. Me gustaría pedir disculpas por
mi aparición del pasado viernes. Como podréis imaginar, fue
mi primera vez en la televisión y claramente los nervios me
traicionaron. Siento si no conseguí llegar a vosotros los
espectadores como me proponía hacer. He sido crucificada y
he recibido ataques muy serios en las redes sociales que he
tenido que digerir de la mejor forma posible. Lo digo aquí
porque me gustaría que aquellos que se burlan de mi
persona comprendan que soy humana y que todos fallamos
alguna vez. Sin más, espero poder ganarme vuestro afecto
poco a poco y demostrar mi valía —pronuncié con serenidad
y saber estar, sin alterarme un ápice.
Al concluir, la gente me dedicó discretos aplausos que
interpreté como el comienzo de mi venganza.
—Gracias por tu intervención, Amanda —pronunció Carmelo
con una falsa sonrisa—. Si ya has terminado de acaparar
todo el protagonismo, pasemos ahora a las jugosas noticias
que nos interesan. —Se frotó las manos y yo puse los ojos
en blanco conteniendo la risa—. Parece ser que la cantante
India Neira ha sido cazada teniendo sexo con un hombre
desconocido en su coche en mitad de un parking.
—La verdad es que nunca creí que veríamos a una cantante
tan popular y aparentemente elegante en semejante
tesitura, ¿verdad, Juliana? —comentó Sandro entre risas
observando las imágenes, en las que se veía a una fogosa
India sentada a horcajadas sobre un hombre en el asiento
delantero de su coche.
—Cierto. India Neira siempre ha sabido mantener su vida
amorosa en privado, por lo que es sorprendente que haya
decidido pasarse al lado oscuro —bromeó Juliana.
—A mí me parece una actitud bastante reprobable. Esta
chica tiene que cuidar su imagen y no dar este tipo de
escándalos porque podría dañar su carrera profesional —
añadió Neus.
—Es tan vulgar… —soltó Tatiana con un marcado acento
ruso—. Debería avergonzarse de esas fotos.
—Está claro que todos coincidís en que las instantáneas
pueden costarle muy caro a India Neira, no obstante, me
gustaría que las analizáramos más a fondo… —comentó,
pero se detuvo cuando me escuchó contener una carcajada
—. ¿Algún problema, Amanda?
—Disculpa, Carmelo, es que estoy flipando con lo que oigo.
Anonadada me hallo —le dije vacilona.
—¿Qué es lo que te hace flipar? —me preguntó forzando
una sonrisa.
—Me parece increíble que seáis todos tan sumamente
anticuados. ¿Acabáis de salir de la caverna o qué? ¿Ahora
resulta que porque una chica se folle a un tío en su coche es
una guarra? ¡Venga ya! Todos lo hemos hecho alguna vez.
Incluso yo que soy una frígida.
Utilicé mi insulto de forma chistosa y el público rio
tras mi comentario, dedicándome un tímido aplauso.
—Bueno, cielo, en este programa hay opiniones muy
diversas. Cada uno es libre de pensar como le plazca, ¿no
crees? —respondió Carmelo altivo.
—Claro que sí, pero estáis enviando el mensaje erróneo a la
gente joven al sugerir que está mal que una mujer adulta
tenga sexo con quien le plazca de forma consentida.
Además, si no fuera famosa, nadie se habría siquiera dado
cuenta de lo que estaba haciendo en ese coche. Carmelo, te
sugiero que hagas el amor y no la guerra. Deberías seguir
mi consejo porque tienes cara de follar poco. —Le devolví el
primer golpe de la tarde, y Carmelo fingió esa odiosa
sonrisa con la que tanto le gustaba adornar su cara de rana.
La audiencia me dio la razón y se mofó del presentador
sonoramente.
—¿Qué sabrá de sexo una frígida como tú? —soltó Tatiana
con aires de suficiencia—. Por cierto, ¿sabes quién soy yo,
bonita?
—Creo recordar que te han presentado como Tatiana
Popova, ¿no?
—Exacto, mi vida —corroboró.
—Pues, ¿sabes qué? Que hasta hace escasos minutos no
sabía de tu existencia. No serás tan importante ni tan
popular como crees —le dije con cara de niña buena.
—Para tu información, soy el antiguo amor de Ariel.
Nosotros tenemos historia —me restregó, y la audiencia
comenzó a silbar a Tatiana y a dedicarle cumplidos.
—Una historia enterrada, porque Ariel jamás te ha
mencionado —dije con tranquilidad para lanzar mi ofensiva
en aquella disputa verbal.
—Querida, que tú no tuvieras ni idea de la existencia de
Tatiana dice mucho de ti. Estás poco informada de estos
temas. La verdad es que no sé qué demonios haces aquí
sentada.
El dardo de Carmelo se me clavó en la piel con fuerza, pues
tenía toda la razón. Me había dejado al descubierto. Tenía
que devolverle el ataque de inmediato o terminaría conmigo
antes de lo esperado.
—Lo cierto es que yo tampoco sé qué haces tú presentando
este tipo de programas. Se supone que eres el moderador
de la tertulia y te estás entrometiendo en la conversación
que Tatiana y yo estábamos manteniendo. Además, un
moderador se mantiene neutral y no apoya a nadie, por no
decir que un buen profesional no humilla públicamente a
quien entrevista. ¿Te suena de algo, Carmelo? ¿Te sientes
identificado? —arremetí contra él con todas mis fuerzas, y
no fue capaz de esbozar su sonrisa de plástico esta vez.
Pude observar el nerviosismo en sus movimientos
acelerados. Le temblaban las manos mientras sostenía el
papel donde tenía escrito el guion por si se quedaba en
blanco.
—Vamos a dejar las luchas de poder y a continuar con el
asunto de India Neira.
Los tertulianos continuaron debatiendo sobre la indecorosa
hazaña de la pobre chica, que a decir verdad solo se estaba
dando el lote con un hombre sin siquiera llegar a tener sexo.
La defendí a muerte y me enemisté con todos los presentes.
No tuve que fingir, ya que era lo que verdaderamente sentía
que debía hacer. No soportaba que a las mujeres se nos
juzgara tan a la ligera cuando del integrante masculino del
dúo nadie comentaba nada negativo. Parecía ser que el
error de no poder controlar sus impulsos sexuales en un
lugar público era solo de la chica y el caballero nada tenía
que ver en ello.
Tras las instantáneas robadas de India Neira, Carmelo dio
paso a otros cotilleos actuales de personajes de los que
jamás había oído hablar. Se debatió sobre conflictos
ocurridos en los reality shows del momento y me animé a
dar mi opinión y a contradecir a los otros tertulianos todo lo
posible para hacerme notar y crear polémica. Era realmente
agotador llevarles la contraria, pero eran tan estúpidos que
solo por ver sus caras de fastidio merecía la pena buscar
argumentos aunque no los hubiera. Durante las pausas
publicitarias, me retiraba a mi camerino sin siquiera hablar
con los presentes y volvía en cuanto la emisión se
reanudaba.
—Amanda, preciosa, lo cierto es que parece que hayas
venido aquí hoy a incordiar. ¿Por qué no te callas un
poquito? —me sugirió Carmelo cuando volví a dar mi
opinión sobre la discusión entre dos famosas, madre e hija,
que casi habían acabado agrediéndose físicamente en un
programa.
—Carmelo, tengo el mismo derecho que el resto de los
presentes a dar mi opinión. Si te molesta mi presencia, ya
sabes dónde está la puerta —lo reté, y la audiencia vitoreó
mi nombre.
—Tienes toda la razón, Amanda. Soy un maleducado —se
mofó de mí y me lanzó su último dardo envenenado—. He
aquí nuestra última noticia del día. Las redes sociales, en
especial Twitter, terminaron desbordadas el pasado viernes
con el hashtag #frígida en tu honor. Además de debatir
sobre tu probablemente inexistente vida sexual, la gente
empezó a especular sobre la verdadera identidad de tu
padre. ¿Te gustaría hoy contarnos lo que omitiste el día de
la entrevista y hablarnos de él? —inquirió, y yo me armé de
valentía para abordar un tema que tanto me afectaba.
—¿Quieres que te hable sobre mi padre, Carmelo? Ya que
tantas ganas tienes de indagar, porque me da la sensación
de que eres tú el principal interesado, te voy a hablar de él
muy brevemente, lo poquito que sé. Mi padre fue un
cobarde de mierda que cuando se enteró de que mi madre
se había quedado embarazada por accidente salió huyendo
para no afrontar sus responsabilidades. Gracias a su
hazaña, ella tuvo que encargarse de cuidar de mí y luchar
para convertirme en la mujer que soy hoy en día en
solitario. Lo hizo a la perfección. De hecho, la presencia de
mi padre estaba de más. Por supuesto que habría deseado
que las cosas hubieran sido de otro modo y haber tenido
una familia con un padre que me apoyara, pero la verdad es
que, allá donde esté, espero que perciba mi desprecio y que
jamás aparezca. No lo necesito para nada —concluí, y el
plató se quedó en silencio por unos segundos, ya que a
Carmelo le acababa de salir el tiro por la culata.
Instantes después, los espectadores estallaron en aplausos
y vitorearon mi nombre tras tan valiente discurso, pues
había hablado de uno de mis mayores traumas sin
despeinarme. Carmelo, tocado y hundido, no sabía dónde
meterse. Tatiana salió en su ayuda, por si aún podía
salvarlo.
—A lo mejor eres frígida porque tienes un trauma por lo de
tu padre —comentó con malas intenciones.
—Puede que la frígida seas tú y por eso Ariel decidió
buscarse a una chica como yo. Quiero que quede bien claro
que no he tenido jamás problemas de ningún tipo con mi
sexualidad. Aquí todo fue idea de nuestro magnífico y genial
presentador, entrevistador y moderador, Carmelo Velasco.
Un fuerte aplauso para él por una idea tan original, por
favor —le pedí al público, que inmediatamente me hizo caso
y ovacionó a aquel intento de hombre.
En realidad, era mi forma de burlarme de él. Debo
reconocer que estaba disfrutando cada mordisco de mi
ansiada venganza. Se lo estaba haciendo pasar tan mal
como él a mí durante la entrevista. En cuanto a Tatiana,
Ariel había exagerado, ya que no me pareció una rival que
estuviera a mi altura. La encontré sosa, engreída y poco
imaginativa, por lo que no consiguió dejarme en ridículo ni
una sola vez como ella ansiaba.
El programa concluyó y el presentador se despidió
amablemente de la audiencia. Cuando la gente abandonó el
plató y Carmelo charlaba despreocupado con los otros
colaboradores, me aproximé hasta él para despedirme antes
de retirarme a mi camerino.
—Carmelo, espero que hayas disfrutado de mi presencia en
el programa de hoy y que empieces a acostumbrarte a mi
cara. Me temo que la vas a ver bastante por aquí —comenté
con confianza, prácticamente convencida de que mi forma
de actuar debía de haber hecho cambiar de opinión a
Riccardo.
—Eres un bicho, Amanda. La peor víbora que he visto jamás
en este plató —me escupió el cenutrio de Carmelo sin
compasión.
—Puede ser. Lo que no soy es gilipollas, así que cuando me
atacan me defiendo. Supongo que es un instinto natural. —
Le dediqué mi mejor sonrisa falsa y me marché con una
indescriptible sensación de triunfo.
En mi camerino, me encontré a Ariel sentado en el taburete
donde me habían estado arreglando. Nada más entrar, me
dedicó un sonoro aplauso y una sonrisa.
—Bueno, pues ya lo has conseguido, ¿no? Me ha encantado
tu forma de patear culos. No has dejado títere con cabeza —
afirmó Ariel.
—¡¿Verdad que lo he hecho genial?! —exclamé
entusiasmada—. ¿Crees que Riccardo aún quiere
deshacerse de mí? —pregunté.
—Sería un imbécil si lo hiciera. Has reventado Twitter con tu
inesperada participación, esta vez para bien. Tus zascas han
sido memorables —me confesó, y sonreí de felicidad.
—¡Eso es genial! ¡Seguro que podré quedarme entonces! —
Salté de la emoción.
—Imagino que sí —asintió con desgana como si no estuviera
muy contento.
—¿Qué pasa? ¿No te alegras por mí? —inquirí muy seria.
—Amanda, sigo pensando que no perteneces a este mundo.
Por muy buena que haya sido tu aparición de hoy, ya te
buscarán las cosquillas. Y te las encontrarán, no lo dudes.
Hoy no has hecho precisamente muchos amigos en el plató,
¿no crees?
—Que les jodan a todos. Se merecían eso y mucho más. No
pienso consentir que se burlen de mí ni una vez más. Voy a
sacar las garras las veces que haga falta —respondí con
rabia—. Mira, Ariel, ¿sabes qué? Pienso que estás celoso.
Eso es lo que te pasa. En lugar de alegrarte por mí, temes
que termine arrebatándote tu puesto para siempre y tienes
miedo —le dije con sinceridad, y él soltó una carcajada de
indignación.
—Mira, niñita, no tienes ni puta idea de cómo funcionan las
cosas aquí. Será mejor que te andes con ojo —me aconsejó,
y acto seguido se marchó enfadado de mi camerino de
forma brusca y teatral, sin siquiera despedirse.
Tal y como yo deseaba, Riccardo me abordó en los pasillos
cuando me marchaba a casa y me dio la enhorabuena por
tan brillante intervención. Según él, había estado sublime y
le había dado caña al programa con mi insolencia y
desparpajo, lo suficiente como para aumentar la audiencia
de forma considerable. Como era de esperar, me confirmó
que el romance seguiría adelante y no pude sentirme más
dichosa.
De vuelta a casa, podía oír el sonido de las monedas caer a
mi paso, anticipando las ingentes sumas de dinero que
ganaría con solo soltar mi viperina y letal lengua en el plató
de televisión, lo que me reportaría fama y más beneficios.
Desde luego que, cuando uno encuentra a la gallina de los
huevos de oro, es difícil volver al estilo de vida de los meros
mortales.
22. VERÓNICA: FANTASÍA
ERÓTICA

Aproveché la tarde sola en casa para invitar a Luis y


satisfacer nuestras necesidades en la más absoluta
privacidad, ya que no me gustaba estar acompañada
cuando él me visitaba, básicamente para ahorrarme las
explicaciones de quién era ese chico y qué hacía allí. Luis
llegó a las seis, puntual como un reloj y deseoso de recibir
su dosis semanal de sexo. Lo saludé vagamente y él me dio
un pico antes de pasar e ir derechito a mi habitación, pues
sabía a lo que venía.
Por un momento, me detuve a analizar cómo habíamos
llegado hasta ese punto. Todo comenzó cuando yo, una
peculiar estudiante de Ingeniería Informática de segundo
año repudiada por todos, acababa de cumplir los diecinueve
años sin haber probado varón. Lo más molesto de seguir
siendo virgen no era el hecho en sí, sino tener a Kitty todo
el día martilleándome la cabeza con su perorata de que me
estaba perdiendo una de las mejores cosas de la vida y que
ni siquiera estaba haciendo algo para cambiarlo. Quizá tenía
razón, por ello me puse manos a la obra para buscar una
solución.
Luis era un compañero de clase con el que había realizado
algún que otro proyecto en común. No me atraía
físicamente, pero presentía que se encontraba en la misma
situación que yo y un buen día me armé de valor y se lo
pregunté. Él me confirmó que también era virgen y que las
chicas huían despavoridas en cuanto se acercaba.
Convencida de que ninguno de los dos podría encontrar
nada mejor, le propuse llegar a un acuerdo y ayudarnos
mutuamente. Luis, verdaderamente desesperado, aceptó
sin pensarlo. Me dijo que, aunque no era la chica más
agraciada del campus, no estaba mal del todo y podría
excitarse conmigo. Le agradecí el cumplido y pasamos a lo
que nos interesaba.
Mi primera vez fue realmente desastrosa, no solo porque no
teníamos práctica alguna, sino porque la atracción física
entre nosotros era inexistente. Luis no me ponía un carajo, y
una tarea que de por sí no resulta sencilla sin experiencia se
convirtió en un recuerdo doloroso. Afortunadamente,
descubrí que mi imaginación era una poderosa arma para al
menos poder disfrutar un poco del sexo, así que di rienda
suelta a mis fantasías más ocultas sin dudarlo.
Normalmente, me imaginaba que lo hacía con los
personajes de mis libros favoritos. Con una simple
descripción física era capaz de recrear un hombre de carne
y hueso que me atraía tanto que mi cuerpo se relajaba y se
entregaba sin reservas al acto carnal. Solía cambiar de
personaje cada día y en ocasiones incluso repetía con los
mejores. También, de vez en cuando, pensaba en actores
famosos que me parecían atractivos y todo solía funcionar
igual de bien que siempre. Jamás había fantaseado con
alguien que conociera personalmente, dado que nadie me
interesaba ni me atraía lo más mínimo. Claro que, eso fue
hasta ese día.
Luis y yo nos encontrábamos en mi habitación, dispuestos a
llevar a cabo nuestra rutina habitual. Cerré la puerta aun a
sabiendas de que estábamos solos y él se desnudó
rápidamente, quedándose en calzoncillos largos de esos
antiguos que no tienen nada de erótico. Me pidió permiso
para ir al servicio a adecentarse un poco y volvió en un abrir
y cerrar de ojos. Se extrañó al encontrarme sentada sobre
mi cama aún vestida.
—¿Todavía estás así? Venga, que es para hoy. —Me apremió.
Puse los ojos en blanco y comencé a desvestirme con
desgana. Me quité la camiseta y el pantalón y me quedé en
ropa interior. Abrí la cama y me tumbé sobre ella. Luis se
bajó el calzoncillo y dejó al descubierto su instrumento
amatorio, que quizá era lo único salvable de él, pues tenía
un tamaño considerable.
—¿No te quitas la ropa interior? —inquirió algo molesto tras
mi nula colaboración.
Sin gesticular ni mostrar mi incomodidad, me incorporé en
la cama y desabroché mi sujetador, del cual me deshice
para liberar mis insignificantes pechos. Lo único bueno de
su minúsculo tamaño era que no tendría problemas con la
gravedad en el futuro. Me bajé las bragas y me quedé
completamente desnuda frente a ese patán, que me
contempló con deseo, el cual se reflejó en sus bajos de
forma inmediata. Me dirigió una mirada lasciva y se tumbó
torpemente sobre mí en la cama. Nada de juegos
preliminares, pues nos gustábamos tan poco que solo nos
daba para la penetración y poco más, que a Dios gracias me
bastaba para llegar al orgasmo.
Puse mi mecanismo de defensa mental en marcha, cerrando
los ojos para concentrarme. ¿Quién sería mi protagonista
masculino ese día? Comencé a buscar al hombre indicado
entre las múltiples posibilidades que albergaba en mi
subconsciente, sin embargo, me quedé bloqueada. No se
me ocurría ningún personaje digno y lo suficientemente
bueno para deleitarme. ¿Y si…? No, no, Verónica. Ni se te
ocurra. Te he dicho que no. No te atrevas a sobrepasar esa
peligrosa línea o te arrepentirás. Demasiado tarde. Pienso
hacerlo. No tengo nada que perder.
Abrí los ojos para contemplar el rostro de Iván a unos
palmos del mío, mirándome con sus hipnotizadores y
profundos ojos castaños y con la preciosa sonrisa que solía
dedicarme tan a menudo. Su desnudo torso atrajo toda mi
atención, a pesar de que no era la primera vez que lo
contemplaba. Unos marcados pectorales y unos
abdominales de infarto que nada tenían que ver con las
lorzas morcilleras de Luis. Eso es calidad y lo demás son
tonterías. Miré un poco más abajo y lo encontré desnudo,
con su hombría preparada para darme guerra. Asentí con la
cabeza, esbocé una pícara sonrisa y él se lanzó a por mí.
Iván apoyó su fibroso cuerpo sobre el mío y acarició mi
trasero y mis caderas con delicadeza. Con hábiles manos,
descendió hasta mis muslos, donde se detuvo a acariciarme
y a erizar cada vello de mi piel. Por último, llegó hasta mis
rodillas y con sutileza separó mis piernas para buscar la ruta
hacia mi interior. No puse objeción y me abrí como cual flor
que espera con ansias la polinización.
La enorme excitación que me producía tener a ese ser
sobrenatural sobre mí fue suficiente para preparar el terreno
para la penetración. Iván se abrió paso despacio y con
buena letra, observando mi rostro para estar al tanto por si
me dolía y recular si era necesario, no obstante, lejos de
sentir dolor, pude gozar de una agradable sensación de
plenitud cuando noté que nos habíamos acoplado a la
perfección.
Antes de comenzar a moverse de forma rítmica, se permitió
el lujo de hacerme unas tiernas caricias en el rostro.
Nuestras narices se rozaron infantilmente y sonreí por la
complicidad que existía entre nosotros. Seguidamente, él
jugueteó con mis labios hasta que se decidió a probarlos. Lo
besé con ansia y como nunca antes había besado a nadie,
saboreando cada milímetro de su lengua con la mía en el
interior de nuestras bocas. ¡Dios, aquello tenía que ser lo
más cercano al paraíso que estaría jamás!
Unidos en un interminable beso que me aceleró el corazón,
Iván empezó a menear sus caderas con una habilidad
asombrosa, rozando su cuerpo con el mío y produciéndome
unas placenteras sensaciones que resultaron ser mucho
más intensas de lo normal. No acostumbrada a recibir tanta
estimulación en mis partes íntimas, gemí
incontrolablemente durante el rato que Iván trabajaba en
exclusiva para mi disfrute personal, pues al fin y al cabo esa
era mi fantasía y podía suceder lo que a mí me diera la
gana.
Iván gimió salvajemente en mi oreja y me abandoné por
completo a la lujuria del momento, mi respiración
descontrolada por completo. Luché para no hiperventilar y
desmayarme antes de llegar al clímax, lo que más deseaba
en esos instantes. Por suerte, conseguí controlarme y
aguantar hasta el momento más preciado del acto, el
orgasmo. Lo recibí con los brazos abiertos e Iván lo alcanzó
al mismo tiempo que yo, algo que solo sucede en las
películas y, por lo tanto, hecho también plausible en mi
imaginación. Iván reposó la cabeza sobre mi pecho por unos
segundos y después se incorporó en la cama.
De inmediato, contemplé el rostro sudoroso de Luis tratando
de recobrar el aliento, y fui consciente de que mi tiempo
con Iván se había agotado y de que desgraciadamente mi
fantasía se había desvanecido. Me levanté de la cama veloz
y me puse la ropa interior aprisa.
—¡Verónica, ha sido genial! ¿No te lo ha parecido? —
exclamó Luis sorprendido.
—Sí, no ha estado mal —afirmé con desgana.
—Jamás te había oído gemir de esa forma. Sueles hacerlo
discretamente, pero nunca como hoy. Ya sabía yo que
estaba mejorando —se enorgulleció de sí mismo cuando mis
gemidos nada habían tenido que ver con él.
—Debe de ser precisamente eso —le dije para no
desilusionarlo.
—Oye, ¿te apetecería salir un rato por ahí conmigo? —me
propuso probando suerte, pero yo decliné su oferta
amablemente como de costumbre.
—Lo siento, Luis. Tengo cosas que hacer en casa. Quizá otro
día —manifesté, y rápidamente lo despaché y lo mandé a
casa habiendo concluido nuestra sesión de sexo.
No me hacía ninguna gracia que se quedara ni un minuto
más. Luis y yo nunca tendríamos nada más en común que
esos momentos de intimidad en los que yo tenía que
imaginarme a otros para no terminar vomitando. Triste, pero
muy cierto.
Kitty me visitó el día después de mi fantasía y me cazó por
completo cuando ambas estábamos escuchando nuestra
música favorita en mi habitación. Descubrió en un cajón los
discos que Iván me había regalado, incluido el de su banda.
—¡Vaya, vaya…! La música favorita de tu amiguito, ¿no es
así? —me preguntó con una sonrisa ojeando las cajas.
—Sí. Me los regaló para agradecerme un favor informático
que le hice. ¿Algún problema? —respondí con naturalidad,
pero mi amiga era mucho más avispada que yo con los
asuntos del corazón.
Desde luego que ella ya sabía lo que sentía antes de que yo
misma me aclarara del todo y me atreviese a reconocerlo.
—A ti te gusta Iván. Se te nota muchísimo —afirmó y movió
las cejas nerviosamente.
—Pero ¿qué dices, Kitty? Claro que no. Es el novio de mi
compañera de piso y nos llevamos bien, pero nada más. No
te montes películas —mentí como una bellaca.
—Te conozco de sobra para saber que mientes. A mí no me
la das, Nika.
—¡Te estoy diciendo la verdad! —exclamé de forma infantil,
tumbada sobre mi cama.
—¡No te creo! —reiteró Kitty guardando los discos en su
lugar—. Creía que éramos amigas y que podías ser sincera
conmigo. Si no me cuentas a mí tus secretos, ¿a quién coño
se los vas a contar? —cuestionó indignada, y yo suspiré.
No me apetecía admitir lo que sentía por Iván, sentimiento
que había ignorado en un primer momento y que se había
hecho más fuerte dado el constante contacto que tenía con
él a causa de la ausencia de Amanda, sin embargo, decidí
ser sincera con Kitty y conmigo misma.
—Está bien… A lo mejor me gusta un poquito —confesé, y
mi amiga abrió los ojos sorprendida.
—¡Nika! Mi nenita se hace mayor… —pronunció
visiblemente emocionada—. ¿Te das cuenta de que es la
primera vez en tu vida que admites que te gusta alguien?
Eso es un buen comienzo. ¿Qué digo bueno? ¡Es magnífico!
—Magnífico mis cojones. Justo me gusta alguien y tiene que
ser un cañonazo de tío que sale con mi compañera de piso.
No podría ser más pringada —me lamenté.
—Reconozco que Iván es muy atractivo, pero sintiéndolo
mucho, para cañonazo Ariel Guerra, amiga —afirmó
enamorada, y yo le devolví un gesto de repulsión—. No, en
serio, Nika. Piénsalo. Amanda está fingiendo salir con Ariel
siendo la novia de Iván, sin embargo, ¿quién te dice que no
acabe liándose con Ariel sin quererlo? Ese hombre es un
pecado irresistible —afirmó de forma dramática.
—Aunque sucediera eso, yo seguiría en la casilla de salida,
Kitty. Iván, con o sin Amanda, jamás se fijaría en una chica
como yo. Gótica, rara e increíblemente fea —dije
echándome flores.
—Desde luego que con ese espíritu poco vas a conseguir,
amiga. Desprendes un tufo terrible a negatividad. Si no
empiezas por quererte y apreciarte tú misma, él nunca se
fijará en ti ni te verá como a una mujer a la que amar. ¡Así
que esfuérzate un poco, bonita!
—Kitty, me importa una mierda todo esto. En serio, me es
bastante con echar un polvo semanal con Luis. Tengo otras
preocupaciones en la vida. No necesito amor ni esas
gilipolleces. Yo no soy como tú —le expliqué.
—Aunque no quieras admitirlo, tienes muchos más
sentimientos en tu interior de los que crees. Oye, ¿no
habrás…? ¿Has fantaseado con Iván? —me preguntó sin dar
rodeos, e imagino que mi gesto me delató—. ¡Oh, Dios mío!
¡Esto sí que no me lo esperaba! ¡Con alguien que conoces
en persona!
—Ya basta, Kitty. Puedo fantasear con quien me dé la gana.
No es ninguna locura —me defendí.
—¡Nika, nunca habías hecho algo así! ¡Eso es porque Iván te
tiene loquita! —dedujo emocionada, y quizá tenía razón.
¿Estaba yo loca por Iván Caballero, el atractivo músico que
siempre venía a pedirme ayuda o explicaciones sin yo
debérselas? Puede que un poco más de lo que yo
imaginaba, porque desde luego que ganas no me faltaban
para repetir la fantasía del día anterior las veces que fuera
necesario. No solo soñaba con él, sino que estaba a punto
de convertirme en reincidente.
Luis nunca había tenido verdadero rival porque todos mis
hombres eran meras invenciones, pero con Iván era
diferente. Alguien que se encontraba siempre tan cerca de
mí sería, para mi desgracia, mi más absoluta perdición. Me
nublaría el sentido y me robaría la esencia que me
caracterizaba si no luchaba contra el deseo. No obstante,
¿era yo lo suficientemente fuerte como para vencer la
tentación y olvidarme de mis pasiones por completo? Una
vez que el instinto había despertado en mi interior, no sería
tarea fácil apaciguarlo y mandarlo de nuevo a hibernar.
Porque ya lo decía Iván: el sexo con alguien que te gusta es
lo mejor del mundo.
23. ARIEL: PACO’S PARTY

Aparqué mi flamante coche frente a la facultad de Ciencias


de la Información y saqué un cigarro. Escribí un mensaje a
Amanda para avisarla de mi presencia y aguardé a que
saliera de clase. Al rato, la vi aparecer con sus amigas y la
saludé en la distancia a través de la ventanilla. Ella fingió
una sonrisa amorosa y se despidió de las chicas para
montarse en el asiento del copiloto. Pronto la hallé
acomodada junto a mí y tiré el cigarrillo a medio fumar.
—Dame un beso. Les encantará —sugerí cuando me miró
sin una pizca de amor en sus pupilas.
—¿Aquí? No me apetece atraer la atención —se quejó poco
receptiva.
—Si no querías seguir con esta farsa, no sé para qué pusiste
tanto empeño en el programa de anteayer —comenté
decepcionado.
—Joder… ¡Está bien! —Accedió con fastidio en la voz.
Me acerqué a ella, acaricié su mejilla con mi mano y la besé
con ternura por unos segundos. Amanda se apartó
rápidamente, aunque trató de no hacerlo de forma brusca.
Sus amigas, como yo esperaba, estaban observándonos y
se pusieron a comentar el beso con entusiasmo. Alcé mi
mano para despedirme de ellas y por poco se mueren del
gusto cuando vieron que había reparado en su presencia.
—Vámonos ya de aquí. Por cierto, te apesta el aliento a
tabaco.
Amanda se recostó en el asiento y subió la ventanilla.
—Sí, es lo que tiene fumar —comenté, y de inmediato puse
el coche en marcha.
—Iván nos ha visto besándonos. No tenía suficiente con que
hubiera descubierto que dormí en tu casa el viernes
pasado… —se quejó mirando a través de la ventana.
—Amanda, mostrarnos cariño mutuo es parte del trabajo.
Dile a tu chico que no tiene que preocuparse por eso. Los
actores lo hacen constantemente.
—Sí, y se rompen parejas por los celos aunque se trate de
trabajo —puntualizó.
—Bueno, todo es posible, pero no siempre ocurre —añadí.
—Todo se va a la mierda por los celos o porque los que
trabajan juntos acaban en la cama, cosa que por cierto no
va a suceder aquí. Que ni se te pase por la cabeza —soltó
enojada, y yo no pude contener una carcajada—. ¿Ya estás
más tranquilito? El otro día parecía que te molestara que les
hubiera pateado el trasero a esos imbéciles.
—Ya lo he asimilado. Tenemos montaje para rato, por eso
mismo voy a invitarte a comer a un restaurante para pasear
nuestro amor. ¡Ah, se me olvidaba! Esta noche tenemos
plan. Hay una PP a la que no podemos faltar.
—¿Una PP? ¿Qué cojones es eso? —Arrugó la frente
desconcertada.
—Paco’s Party. Las fiestas en casa de mi buen amigo Paco
son de lo mejorcito. Te lo vas a pasar de maravilla —le
aseguré, pero ella no estaba demasiado conforme con la
idea.
—Ariel, ¿es necesario que vaya contigo a una fiesta? No fui
a la de Halloween y no pasó nada. Creo que podrás
arreglártelas sin mí. Me gustaría pasar un viernes sin
sobresaltos, visto lo mal que acabé el último —se justificó
para escaquearse de nuevo.
—Precisamente porque no viniste el día de Halloween tienes
que hacerlo hoy. ¿Qué crees que pensará la gente si nunca
nos ven juntos? Este romance no habrá quien se lo trague,
bonita —argumenté siendo cierto lo que acababa de decir.
Estaba deseando callarle la boca al idiota de Raúl. Presentía
que, a pesar de no ser bien recibido, su presencia en el
sarao sería inevitable. Quería que viera que mi chica y yo
nos queríamos y que ella me acompañaba a todas partes.
—No creo que sea conveniente que nos vean juntos en
exceso. ¿Quieres dar la imagen de romance empalagoso?
Creo que no te pega nada ese tipo de relación. Quizá sea
más prudente guardar las distancias. —Se removió
incómoda en su asiento.
—Esa es justo la imagen que quiero dar, Amanda. Tu amor
es el instrumento que ha obrado el milagro de reconducir al
vividor de Ariel Guerra. Tengo que parecer un hombre
romántico y comprometido que adora pasar tiempo con su
chica —rebatí, y ella resopló.
—Da igual lo que diga, ¿verdad? Voy a tener que ir.
—Riccardo me ha dicho que quiere que pasemos juntos todo
el tiempo que sea posible. Hazte a la idea de que forma
parte del trabajo —mentí para convencerla.
En realidad, Riccardo jamás había mencionado que
tuviéramos que parecer siameses, pero nunca estaba de
más cuidar todos los detalles del noviazgo.
—Iré, si no queda más remedio —anunció Amanda, y esbocé
una discreta sonrisa tras salir vencedor.
La llevé a un caro y moderno restaurante en el que había
que reservar con meses de antelación para conseguir mesa.
No obstante, uno podía ahorrarse la espera si era amigo
íntimo del chef. Por si no había quedado claro, ese era mi
caso particular.
Amanda quedó fascinada con la elegante y minimalista
decoración imperante en el local, así como con la gran
variedad de platos y los pintorescos personajes que allí
almorzaban. Había unos cuantos famosillos de tres al cuarto
que fingían ser ricos, algún que otro político y más de un
actor mundialmente conocido.
—Estoy flipando mucho con la carta. ¡Esto es mazo de caro!
—exclamó leyendo la descripción de los platos.
—Pide lo que quieras. El precio no es un problema —afirmé,
pues venía dispuesto a invitarla.
—A ver, yo también podría pagarlo con el dinero que he
ganado, pero me daría pena gastar tanto en una comida.
Creo que hay cosas mucho más interesantes que comprar.
—Amanda, relájate y disfruta, por favor. No te he traído aquí
para hacerte pagar —aseguré, y ella se encogió de hombros
para a continuación elegir un entrante y un primer plato.
Después de una amena comida en la que conseguí que
Amanda dejara las hostilidades a un lado, tal y como había
sucedido la noche que la llevé a mi casa, la dejé en su
puerta y acordé recogerla esa misma noche sobre las diez.
Le sugerí que no cenara demasiado, pues Paco tenía fama
de cebar a sus invitados a base de delicias que encargaba
en un prestigioso catering. Era imposible salir de su casa
con el estómago vacío, por lo que convenía llevar hueco de
sobra.
Paco y su novio Adrián, que aún no habían dado el paso de
irse a vivir juntos, nos recibieron con los brazos abiertos
hacia las diez y media. Se mostraron encantados de conocer
en persona a la jovencita que me había robado el corazón.
Amanda estaba deslumbrante con un precioso vestido
plateado que dejaba sus hermosos muslos al descubierto.
Subida en unos kilométricos tacones, rozaba mi metro
noventa de estatura, haciéndonos parecer dos tortolitos
hechos el uno para el otro cuando nos cogíamos de la
cintura.
—¡Dios mío! ¡Eres mucho más guapa en persona que en la
televisión! —exclamó Adrián, que la había analizado de
arriba abajo, fascinado con la belleza que a mí también me
traía loco.
Tenía que reconocer que Amanda arrasaba con su encanto
allá por donde pasaba. Su físico me había impresionado la
noche que la conocí y aún hacía mella en mí, pese a que
guardaba las distancias por respeto a ella, que siempre me
recordaba que su corazón ya tenía dueño. Y pensar que yo
habría podido ocupar el lugar de ese pringado... Yo la vi
primero, pero no fui capaz de mantener su interés en mí.
—Me gustaría que un día te pasarás por mi tienda de moda.
Tengo unos vestidos que te sentarían de maravilla —le
propuso Adrián, y Amanda asintió sonriente.
—¡Pues claro que sí! Será un placer. No sabía que te
dedicabas a la moda.
—Adrián es diseñador y tiene una tienda de ropa. Algún día
será mundialmente conocido, ¿verdad que sí? —lo halagué,
pues lo cierto es que tenía un gusto exquisito.
—Ariel, vas a hacer que me sonroje. —Adrián me dio un
golpecito en el hombro para restarle importancia a mi
afirmación.
—Yo también lo creo. Siempre se lo he dicho y algún día lo
veremos —añadió Paco orgulloso de su pareja.
Después de charlar con ellos un rato y de tomar la primera
copa, paseé a Amanda por el gigantesco apartamento de
Paco para desatar la envidia de los hombres, que querían
poseerla, y también de las mujeres, que habrían matado por
ser ella. Le presenté a algunos amigos y también a diversos
conocidos, gente con la que tenía una relación cordial, pero
que no sabía demasiados detalles de mi vida privada ni yo
de la suya.
Para mi alegría y sorpresa, Amanda se desenvolvía como
pez en el agua en el ambiente, aunque imaginé que
después de haberse enfrentado a Carmelo y a Tatiana el
asunto le resultaba pan comido. Saludaba a todos
amablemente y les dedicaba su sonrisa más aduladora para
metérselos en el bolsillo. Sabía qué decir en cada ocasión
para encandilar, dependiendo de su interlocutor, por lo que
apenas tuve que echarle una mano. Digamos que su
presentación en sociedad fue un completo éxito. Además, la
gente la felicitó en múltiples ocasiones por su intervención
en el programa del miércoles, principalmente por haber
puesto al odioso de Carmelo Velasco en su sitio.
—Bueno, digamos que cuando me buscan las cosquillas, me
las encuentran. Carmelo fue muy duro conmigo en mi
primera entrevista. Tenía que dejarle claro quién manda —
bromeó Amanda ante varios de mis conocidos, que le rieron
la gracia con efusividad.
—Amanda, ¿cómo te sientes al haberte convertido en
famosa en tan poco tiempo? —le preguntó uno de ellos.
—Todavía me estoy adaptando, pero le estoy cogiendo el
gusto a esto de los autógrafos y a que me reconozcan allá
donde voy —comentó.
—¿Has comprobado tu número de seguidores en Instagram?
Tengo entendido que has pegado un buen subidón —la
informó otro.
—Sí, hace unos días tenía alrededor de cincuenta mil. Esta
mañana, cuando lo miré, rozaba los doscientos mil. La
verdad es que es bastante abrumador. Ya he dejado de
contar likes… —respondió con modestia, y yo le pasé el
brazo por los hombros.
—Voy a tener que andarme con ojo. Cuando menos me lo
espere, me vas a dejar atrás —comenté en tono bromista, y
todos me rieron la gracia—. ¿Otra copa?
Amando asintió y fuimos a servirnos otra bebida.
—Lo estás haciendo de maravilla. Míralos. Todos te adoran
—la felicité, y ella esbozó una gran sonrisa, complacida tras
mi cumplido.
De repente, lo vi aparecer. Raúl Camino se presentó en la
fiesta de nuevo sin recibir invitación, aunque parece ser que
tenía un radar para las reuniones o quizá alguien le daba el
chivatazo para pasarse a incordiar un rato. No venía solo,
sino que traía a Tatiana Popova de la mano. ¿Desde cuándo
esos dos se llevaban tan bien? Sabía que se conocían desde
hacía tiempo, pero jamás habría imaginado que tuvieran
una relación tan estrecha.
Raúl se quedó charlando con unos conocidos y dejó a
Tatiana suelta por el salón como cual víbora dispuesta a
morder. De inmediato nos divisó en la distancia y fue directa
hacia nosotros. Amanda la vio por el rabillo del ojo aun sin
conocer a Raúl y se puso en alerta máxima.
—Bésame ahora —me pidió en voz baja, pero ignoré su
petición.
Me quedé embobado contemplando el hipnotizador
movimiento de caderas de mi ex, que llevaba un corto
vestido negro de tirantes que realzaba su perfecta figura.
Está claro que alguien como yo no salió con ella
precisamente por su inteligencia, sino porque su belleza era
impresionante.
Amanda, al ver que no reaccionaba, me agarró del cuello de
la camisa y se lanzó a mi boca con premura. Me dio un
apasionado beso inesperado que borró de mi mente la
imagen de Tatiana de un plumazo. Me recreé en tan erótica
muestra de afecto y la agarré por la cintura preso de la
excitación. Evoqué nuestro primer encuentro y la pasión que
nos envolvió esa noche que no volvería a repetirse.
Amanda, pasados unos segundos, me soltó y se giró para
dirigirle una mirada retadora a Tatiana, que llegó hasta
nosotros muy seria y claramente molesta por nuestra
improvisación.
—Hola, Tatiana. Cuánto tiempo —la saludé aparentando
normalidad.
—¿Qué tal, chicos? Ariel, estás guapísimo —me piropeó y se
sirvió una copa—. Amanda, ándate con ojo. Alguien te lo
podría robar —advirtió.
—Tranquila. Creo que ya habrás comprobado que lo que yo
le doy, no se lo da cualquiera —contraatacó Amanda con
media sonrisa en el rostro, pero Tatiana no respondió y se
marchó con su vaso a otra parte—. Zorra… —masculló con
odio—. ¿Cómo pudiste salir con semejante bicho?
—Es guapa y folla bien. ¿Qué más podía pedir? —Me encogí
de hombros.
—No lo sé. Un trocito de cerebro no habría estado de más —
sugirió, y seguidamente se echó a reír—. Nos tomamos esta
copa y me sacas a bailar, ¿entendido?
Dejé que Amanda tomara el control de nuestra
interpretación nocturna, ya que posiblemente lo haría
mucho mejor que yo. Tras beber, nos marcamos unos bailes
improvisados en el amplio salón de Paco. Los demás
asistentes nos hicieron un corrillo y nos aplaudieron con
entusiasmo cuando mostrábamos nuestros mejores pasos.
Amanda se me pegó como una lapa y derrochó grandes
cantidades de sensualidad.
Tras dejar al descubierto nuestras impresionantes dotes
como bailarines, nos retiramos a uno de los sofás a seguir
bebiendo. Allí Amanda se mostró cariñosa conmigo y me
acarició en repetidas ocasiones mientras charlábamos
animadamente. En cierto momento, incluso me pidió
permiso para tocarme el paquete, ya que había estado
observando a su alrededor y estaba convencida de que los
invitados no nos quitaban ojo de encima.
—Siento la intromisión… —Amanda me pidió perdón
esbozando una sonrisa y dirigiéndose discretamente a mis
partes íntimas.
Apenas las rozó, pero los que cotilleaban pensarían que me
estaba calentando, pues no veían la escena desde nuestra
perspectiva. En realidad, la sola cercanía de su mano en tan
delicada zona me excitó. El juego que Amanda se traía entre
manos me estaba poniendo realmente cachondo.
—Ahora te voy a besar el cuello —me informó, y se lanzó a
mi yugular por unos instantes, haciéndome soltar un suspiro
y morderme el labio inferior.
Cuando se apartó de mí, se puso en pie y me ofreció su
mano. La tomé y me guio hasta uno de los cuartos de baño.
Cerró la puerta con pestillo y soltó una carcajada.
—¿Has visto cómo nos observaban? ¡Vaya panda de
mirones…! —exclamó—. Ahora pensarán que vamos a
hacerlo en el baño. Será mejor que esperemos aquí un rato
—dijo, y se sentó en la taza del inodoro a hacer tiempo.
—Creía que… —comencé, pero de repente caí en la cuenta
de que Amanda solo estaba actuando.
Por un momento, había olvidado que todo aquello era una
farsa. Pensé que, tras juguetear, se había excitado de
verdad y había decidido olvidarse de su novio por un rato,
aunque claramente me equivocaba.
—Voy a hacer algún ruidito para contentar a los que
seguramente estarán con la oreja pegada fisgoneando —me
susurró, y se aproximó a la puerta.
Para mi sorpresa, se puso a gemir y a fingir una respiración
entrecortada propia de quien está teniendo sexo. Lo hizo lo
suficientemente alto como para que los que pasaban por allí
escucharan su fingido placer aún con la música alta. Estuvo
así durante unos minutos a intervalos para no cansarse, y
finalmente emitió un gemido más fuerte para simular un
orgasmo. A continuación, se arrugó un poco el vestido, se
despeinó el pelo adrede, difuminó su rojo pintalabios con el
dedo y me dijo que ya estaba lista.
—¿Salimos ya? Se supone que esto era un rapidito. Lo digo
por si alguien te pregunta. —Me guiñó el ojo con un
desparpajo que jamás había visto en ella y asentí.
—Eres increíble —le dije antes de que abriera la puerta.
—Lo sé —respondió crecida, y me dio la mano para unirnos
de nuevo a la fiesta.
Paco me comentó al día siguiente que se corrió la voz de
que habíamos tenido sexo en el baño. Hubo múltiples
cuchicheos a lo largo de la noche que contribuyeron a
eliminar por completo la etiqueta de frígida que Amanda
llevaba colgada. Imagino que ese era su plan cuando me
propuso encerrarnos en el servicio. Tras hacer creer a la
gente que no podíamos controlar nuestros instintos más
primarios, todos pensaron que nuestra sólida relación era
envidiable. Nada más lejos de la realidad, pues no podía ser
más falsa e irreal.
Mi amigo leyó en mis ojos la decepción que me embargaba
por dentro, aunque se abstuvo de hacer comentarios.
Amanda se dedicaría a montar teatros para contentar al
público, a crear expectación, a ponerme la miel en los labios
para luego quitármela sin piedad. Temía que sus
provocaciones me acabaran pasando factura, pese a que
hasta hacía unas horas estaba convencido de que podría
estar cerca de ella sin que me afectara lo más mínimo.
Puede que, en realidad, no fuera tan fuerte como trataba de
aparentar.
24. IVÁN: MACROBOTELLÓN
UNIVERSITARIO

Por casto que hubiera sido el beso que Ariel le robó a


Amanda cuando vino a recogerla a la universidad en su
envidiable coche, me afectó bastante el hecho de ver a mi
novia besando a otro. Observar ese mismo gesto congelado
en una fotografía nada tenía que ver con presenciarlo en
vivo y en directo. Para colmo, después de que ella hubiera
logrado conquistar al público con su descaro, ese viernes
me escribió que Ariel la invitaría a comer y por la noche
irían a una fiesta.
Empecé a torturarme mentalmente pensando en lo que ella
hacía cuando estaba con él. Trataba con todas mis fuerzas
de confiar en su palabra, pero me quemaba en el alma
saber que era el novio en la sombra. No dirigirle apenas la
palabra en clase, no poder pasear con ella de la mano, tener
que contener mis ganas de besarla en público… Todas esas
cosas comenzaron a pasarme factura. Creí que todo
acabaría al haber fracasado la entrevista que todos
esperaban con ansias, pero me equivoqué. Amanda
consiguió deslumbrar y asegurarse su continuidad en el
programa, para mi gran disgusto.
El sábado por la noche prometía, al menos, ser divertido y
ayudarme a olvidar mis pesares. Se había organizado un
macrobotellón en el campus y la gente de clase no pensaba
perdérselo. Yo también acudiría con mis amigos más
cercanos y trataría de pasarlo en grande. No sabía qué
planes tendría Amanda, de modo que le pregunté cuando
fui a visitarla a su casa ese día por la mañana.
—¿El macrobotellón de esta noche? Pues claro que me lo
habían comentado —respondió cuando hice alusión al
evento—. Y desde luego que pienso ir. No tengo nada mejor
que hacer.
—¡Genial! Yo también voy a ir, así que supongo que nos
veremos por allí. Qué pena que no podamos ir juntos… —me
lamenté, pero recordé que Mónica también asistiría.
Por si se me había olvidado, no existía solo el impedimento
de la farsa. Además de eso, mi exnovia siempre andaba
cerca para incordiar.
—Creo que voy a llevar a Ariel —comentó Amanda
despreocupada, y yo la miré con gran sorpresa.
—¿Te vas a llevar a ese tío? —demandé sin ocultar mi
molestia.
—Sí. Tenemos que fingir que salimos juntos, ¿recuerdas?
Seguro que causará sensación por allí. Mucha gente querrá
tirarse fotos con nosotros y ganaremos seguidores. Nos
mostraremos cercanos a los fans —dijo como si se creyera
de la realeza.
—¡Estupendo! Éramos pocos y parió la abuela —mencioné
con enojo.
—Mi amor, ¿qué te pasa? No te enfades, anda. Sabes que
esto no durará para siempre. Solo serán unos meses —me
recordó, y me besó en los labios con ternura.
Siempre que me enfadaba, Amanda recurría a las caricias
para apaciguar mi ira.
—Voy a preguntarle a Verónica si quiere venir conmigo.
Quizá le apetezca.
Amanda torció el gesto sin disimular.
—¿Verónica? ¿Por qué ella? —inquirió dejando entrever su
incomodidad.
Las tornas habían cambiado en cuestión de segundos.
—¿Por qué no? Me llevo bien con ella. Siempre me abre la
puerta cuando vengo a esperarte. Es simpática conmigo.
—¿Simpática contigo? Pues me alegro mucho por ti. A mí
apenas me habla y salvo el día que me aconsejó cómo
hacerme respetar en el programa, jamás me dedica unas
palabras amables —me contó Amanda enfadada.
—¿Por qué te pones así? Yo tengo que aguantar que te
lleves a Míster Popular al botellón, pero te molestas si quiero
invitar a Verónica. Ella también es estudiante del campus,
así que técnicamente ya está invitada —argumenté.
—Verónica puede ir con sus amigos, pero no pinta nada con
la gente de clase —dijo Amanda de forma infantil a causa
del enojo.
—Enfádate si quieres, pero voy a preguntárselo.
Amanda soltó un bufido, pero no pudo impedirme
hablar con Verónica, que se encontraba en su habitación
escuchando su música favorita. Cuando le pregunté si le
apetecería venir, me miró como si le estuviera proponiendo
algo terrible.
—¿Con tus amigos…? ¿En serio? —preguntó con los cascos
en el cuello, los cuales se había quitado para escucharme.
—Sí. Si quieres, también puedes traerte a Kitty —sugerí por
si eso me ayudaba a convencerla.
—Hoy sale con su novio Marko. Iván, mira, no sé… Seguro
que no encajaré con tus amigos. Es mejor que me quede por
aquí. Tengo mucha música que escuchar —dijo tratando de
escaquearse.
—Como quieras. —Me encogí de hombros—. De todas
formas, estaremos cerca de la boca de metro de Ciudad
Universitaria. Si te animas a ir, búscanos por allí o llámame.
Tienes mi teléfono —le recordé, y me marché un tanto
decepcionado.
La juerga nocturna comenzó alrededor de las diez de la
noche, cuando los estudiantes comenzaron a invadir el
césped del campus y a consumir las bebidas que habían
comprado en el supermercado más cercano y pagado a
partes iguales. El griterío del gentío comenzó a acrecentarse
conforme más personas llegaron al lugar, y hacia las once
no había un hueco libre que colonizar. Infinidad de gente
bebía, bailaba, cantaba y disfrutaba de la fresca noche de
mediados de noviembre.
Mis amigos y yo nos quedamos cerca del metro en unos
jardines que había junto a la facultad de Medicina. El resto
de las personas de clase andaba por allí, incluida Mónica y
su séquito de guardianas. Esta se acercó a mí para
saludarme y fue amable conmigo, ahora que por fin parecía
haber comprendido que lo nuestro no volvería.
—¿Qué tal, Iván? ¿Cómo estás? —Me dio dos besos y me
dedicó una cálida sonrisa.
—Bien. Por aquí pasándolo genial —comenté secamente.
—¿A que no sabéis quién va a venir esta noche? —preguntó
en general con una sonrisilla y creando expectación—.
¡Amanda con Ariel Guerra! ¡Va a ser genial! —exclamó
entusiasmada.
Los demás lanzaron grititos de emoción, pues estaban a
punto de conocer a un famoso de los buenos en persona.
Por mi parte, no me hacía ninguna gracia tener que
aguantar la presencia de ese ser, ya que solo contribuiría a
amargarme la fiesta.
Amanda y Ariel hicieron aparición un rato después, minutos
antes de las once y media. Acudieron cogidos de la mano
después de llamar a Mónica para preguntarle las
coordenadas exactas. De inmediato, un corrillo de gente los
rodeó para sacarse fotos con ellos y pedirles autógrafos, por
lo que apenas pude acercarme para saludar a Amanda, que
estaba en su salsa sonriendo y posando para las fotos.
Rápidamente se corrió la voz de que Ariel Guerra andaba
cerca con mi chica, y aquello se convirtió en una locura.
Me salvó la aparición estelar de Verónica, que llegó con sus
mejores galas góticas al botellón. Me divisó porque era el
único al que le importaba un bledo conocer a la celebridad.
En cuanto me localizó entre la multitud, me saludó con la
mano y se aproximó hasta mí con una sonrisa.
—¡Has venido! —exclamé feliz de verla allí—. Me alegro
mucho. Lo cierto es que no hay mucho que hacer por aquí.
Amanda y Ariel están complaciendo a sus admiradores. —
Puse los ojos en blanco y ella me dirigió una mirada de
comprensión.
—Qué divertido… —contestó sarcásticamente, y nos
pusimos a charlar y a beber.
Un rato después, la gente se calmó y se dispersó, por lo que
Amanda pudo acercarse hasta nosotros para presentarnos a
Ariel. Contemplé a la estrella de pacotilla con curiosidad. Era
como diez centímetros más alto que yo y su rubio tupé se
mantenía erguido gracias a varias toneladas de gomina.
Vestía vaqueros desgastados, una camisa blanca y un
abrigo de paño negro, combinación que le sentaba de
maravilla. Aunque me joda reconocerlo, tenía un porte
señorial que despertó mi envidia y era atractivo a rabiar.
Con razón las mujeres se le pegaban como las abejas a la
miel.
—Iván, este es Ariel. Ariel, Iván es un compañero de clase —
dijo ella, y Ariel asintió al comprender que yo era el novio
secreto de Amanda.
Nos estrechamos la mano y nos contemplamos por unos
instantes. Percibí en sus ojos un rastro de superioridad,
como si me estuviera mirando por encima del hombro y
pensara que yo era insignificante. Desde luego que, en esa
lucha, yo tenía todas las de perder.
—Encantado, Iván —pronunció, y yo asentí.
—Lo mismo digo —contesté con desgana, y rápidamente
nos soltamos la mano.
Mónica y sus amiguitas aparecieron con sus bebidas al
instante y volvieron a acosar a Ariel. Ignoraron la presencia
de Verónica por un rato, aunque finalmente mi exnovia se
percató de que se encontraba allí.
—Espera, espera… ¿Tú eres Verónica Egido? —preguntó un
tanto intoxicada.
—Sí. La misma en persona —respondió esta muy seria.
—Joder… ¿Y qué coño haces tú aquí? —inquirió sin cortarse
un pelo, insolente a más no poder—. ¿Quién te ha invitado?
—La he invitado yo. ¿Algún problema? —respondí saliendo
en su defensa.
—Iván, ¿ahora eres amiguito de esta chica? ¡Ah, claro! ¡Que
es la compañera de piso de tu nueva novia, según me
contaste! —exclamó haciéndose la interesante y dándome
vergüenza ajena—. Espera, un momento… —Se quedó
pensativa—. ¡Amanda! ¡Amanda, ven aquí un momentito,
por favor! —la llamó, y esta dejó su conversación con Ariel y
otros chicos de clase a medias y se acercó hasta nosotros—.
Oye, Amanda. ¿Tú no me dijiste que tu compañera de piso
era una chica gótica muy rara e insoportable? —soltó.
Amanda se quedó de piedra y Verónica enarcó una ceja al
serle revelado lo que esta pensaba sobre ella. Quizá ya lo
intuía, pero la confirmación resultó ser un momento muy
incómodo para ambas.
—Sí. Se trataba de Verónica —confirmó Amanda forzando
una sonrisa y sin hacer comentarios con respecto a la
irrespetuosa forma de referirse a ella.
—Afirmativo. Soy la gótica rara e insoportable que vive con
Amanda. Me gustaría añadir que también soy su casera, si
es que eso me deja en mejor lugar —comentó Verónica
despreocupada.
—¿Cómo es eso posible? Verónica es tu compañera de piso,
Amanda, pero resulta que también es la compañera de piso
de la nueva novia de Iván —cuestionó sin comprender.
—Bueno, eso es porque en casa de Verónica, además de mí,
vive una tercera chica de la que no te había hablado porque
apenas tengo trato con ella —explicó sin inmutarse un ápice
a pesar de que casi había sido cazada.
Reconozco que no se me ocurrió que se pudiera dar esa
delicada situación al invitar a Verónica, pero Amanda había
estado rápida reaccionando con tanta naturalidad.
—¡Ah, vale! —Mónica se relajó, quizá también gracias al
efecto del alcohol, que la había dejado atontada—. ¡Haberlo
dicho antes!
—Todo siempre tiene una explicación lógica. Me vuelvo con
Ariel —informó Amanda, y se marchó de nuestra vista.
—Iván, ¿por qué no has invitado a tu chica? Nos encantaría
conocerla. ¿Estudia en el campus? ¿Cómo se llama? —
Mónica volvió a la carga.
—¿Y a ti qué te importa? No pienso hablarte de ella —le
contesté de mala manera y seguí charlando con Verónica,
pero ella estaba empeñada en fastidiarnos la diversión.
—Verónica, ¿ya has empezado las prácticas que le robaste a
mi primo Iker?
—¡Demonios! No sabía que tuvieras la asombrosa capacidad
de incordiar tanto en tan poco tiempo... —refunfuñó
Verónica—. Yo no le he robado las prácticas a nadie. La
cuestión es que Iker se cree mejor que yo, pero no lo es —se
defendió.
—Bueno, yo de lo vuestro no entiendo una mierda. Lo que sí
sé es que no eres trigo limpio, según se dice por ahí.
Su malintencionado comentario hacía alusión a las
acusaciones de las que ya había hablado con Verónica.
—Tampoco sabes una mierda sobre eso —le dijo plantándole
cara, por lo que tuve que intervenir.
—¡Ya basta, Mónica! ¡Déjala en paz! Hemos venido a pasarlo
bien, no a que nos amargues la noche —intervine, y
rápidamente me llevé a Verónica de allí para presentársela
a mis amigos.
Estos, para mi gran decepción, no la acogieron con mucha
más simpatía que Mónica. Pude percibir que Verónica no se
encontraba a gusto entre toda esa gente que no conocía.
Sentía sus recelosas miradas juzgando su estilo y su
vestimenta, su forma de ser y todo lo que ella representaba.
No encajaba y, además, ellos no se esforzaban en integrarla
y en hacerla sentir a gusto, ya que apenas se dirigían a ella.
Ni siquiera trataban de ocultar que su presencia era non
grata.
Sobre las doce y media, eché un vistazo en busca de
Amanda y de Ariel. Estaban a pocos metros de distancia
cogidos de la cintura, bebiendo en buena compañía y
pasándolo en grande. Me sorprendió ver lo cómoda que se
sentía mi novia fingiendo el romance con ese tipo. Parecía
que llevara haciéndolo toda la vida. Yo, por mi parte, me
esforzaba en controlar mis ganas de saludar con mi puño al
imbécil que me amargaba la existencia con su impecable
presencia y que tenía a todos encandilados, a diferencia de
Verónica, que solo despertaba antipatía. Tanto era así que
Mónica volvió a la carga con la artillería pesada.
—¡Verónica, sigues aquí! ¡Qué bien! —exclamó en voz muy
alta fingiendo sorpresa—. ¡Qué pena que esos dos pobres
chicos que fueron expulsados por tu culpa, a los que jodiste
la vida, no puedan decir lo mismo y disfrutar de esta fiesta!
—la acusó, y me quedé perplejo de su fluidez de palabra
aun estando tan borracha.
La gente que estaba próxima a nosotros se giró para
contemplar a Verónica y lanzarle punzantes miradas de
desprecio. Si ya de por sí no les había caído en gracia, ahora
la miraban como si fuera un mal bicho al que había que
aplastar cuanto antes. Los comentarios hirientes y los
reproches no se hicieron esperar, y Verónica estalló
finalmente.
—¡Ya he tenido bastante! ¡Idos todos a la mierda y que os
den por el culo! —vociferó y echó a andar a paso ligero para
alejarse del gentío cuanto antes.
Amanda y Ariel, que habían escuchado la acusación de
Mónica, se quedaron contemplando a Verónica con gesto
agrio. Yo, por mi parte, no lo dudé un segundo y corrí tras
ella después de hacer contacto visual con Amanda, que de
haber podido me habría detenido. No obstante, en esa
reunión de amigos era como si apenas nos conociéramos y
yo fuera un cero a la izquierda para ella, cosa que también
me animó a largarme del botellón.
Alcancé a Verónica a la altura de la boca de metro de
Ciudad Universitaria, pues era bastante rápida. La llamé en
repetidas ocasiones, pero ella siguió caminando, quizá
porque no me escuchó o porque decidió ignorarme.
—¡Verónica! ¡Para, por favor! ¡Verónica! ¡Verónica! —grité y
la sujeté del brazo.
Ella por fin se detuvo y se giró para mirarme. No estaba
llorando, pero su gesto denotaba una tristeza infinita.
—Ve con ellos, Iván. Deja que me marche —me pidió
tratando de hacerse la dura.
—Tranquila, no solo dejaré que te vayas. Es que también me
voy yo —manifesté verdaderamente enojado tras lo
sucedido—. No pienso quedarme aquí un minuto más. Solo
quería que me esperaras.
Ella asintió y ambos comenzamos a caminar hacia Moncloa,
que estaba bastante cerca. Nuestro sábado noche había
experimentado un ligero contratiempo, pero no por ello
teníamos que privarnos de toda diversión.
—Verónica, siento haberte pedido que vinieras. No creí que
fuera a pasar nada parecido. Me siento tan avergonzado de
ellos por la forma en la que te han tratado… —me lamenté.
—No es tu culpa, Iván. Generalmente, no encajo con la
gente catalogada como normal, por eso solo me relaciono
con los que son como yo —suspiró.
—Eso no debería ser así. La gente es tan intolerante… Es
realmente asqueroso —me quejé, y ella sonrió.
—El mundo es así, Iván. Es por ello que para trabajar en
Nilsson tuve que aceptar vestirme como una más. Empezaré
mis prácticas en enero, así que tengo que estar agradecida
—me informó, dado que no habíamos vuelto a hablar de sus
prácticas desde que le aconsejé que no dejara pasar la
oportunidad.
—A pesar de que el mundo esté podrido, me alegro de que
siguieras mi consejo. Era lo más sensato. Oye, ¿te marchas
ya a casa? —pregunté a medio camino.
—¿A dónde, si no? —Se encogió de hombros, extrañada.
—¿Te apetece tomar algo conmigo? Te invito a algún pub.
Aún es pronto —le propuse, y ella aceptó con una condición.
—Solo si no ponen reguetón, por favor.
—Eso está hecho. Conozco un pub de música rock en
Argüelles que es genial.
Allí nos dirigimos para pasar un buen rato solos ella y yo. En
realidad, no me apetecía estar con nadie más y su sola
compañía me resultaba suficiente. Ya en el local, pedimos
un par de copas y nos sentamos a beber y a charlar, cosa
difícil por el ruido de la música.
—¿Cómo pudiste salir con una chica como Mónica? Tú eres
una buena persona, Iván. No lo entiendo —comentó de
repente.
—Mónica me embrujó con su irresistible belleza. Lo que
pasa es que, con el tiempo, el hechizo perdió su efecto y me
di cuenta de que era una víbora disfrazada —expliqué.
—Ah, ya veo… Y luego la bruja soy yo —bromeó—. Creo que
deberías buscar algo más que belleza en las chicas, Iván.
Eso también va por Amanda.
—Amanda es buena chica. Es solo que toda esta mierda
está sacando lo peor de ella. Espero que no se le suba la
fama a la cabeza, porque solo me faltaba eso.
—No lo sé, Iván. Si tú lo dices… —dijo mostrando su
antipatía hacia ella.
—La cosa es que no sé si voy a soportar esta situación
mucho tiempo. Es terrible tener a tu novia al lado y no
poder acercarte a ella. Sufro cuando la veo besar a ese
capullo. ¿Lo viste? Con esos aires de superioridad, se creía
el rey del mambo —escupí con rabia.
—No te hagas mala sangre. No te servirá de nada —me
aconsejó.
—Lo sé. Tienes toda la razón, pero es que cada vez me pesa
más. Si casi acabamos de empezar, no quiero ni imaginar
cómo lo llevaré dentro de unos meses. Estaré desquiciado.
—O no. Puede que simplemente te acostumbres a ello.
Intenta no amargarte la noche, anda. Ya hemos tenido
bastante —sugirió, y cambiamos de tema para alegrarnos
un poco.
En nuestro íntimo rincón del pub, las horas volaron entre
sonrisas y conversaciones sin sentido conforme bebíamos
una copa tras otra. Descubrí que la risa de Verónica podía
llegar a ser incluso contagiosa y que su rostro alegre era
mucho más hermoso que cuando estaba en tensión
tratando de aparentar seriedad.
Hablamos de música, de nuestras aficiones y aspiraciones,
de los estudios y de cualquier cosa que se nos ocurrió.
Incluso le conté anécdotas de mi infancia y, sin darnos
cuenta, fuimos encadenando un tema tras otro hasta que
dieron las seis de la mañana y los camareros del pub nos
informaron de que había llegado el momento de cerrar.
Acompañé a Verónica hasta su casa y me despedí de ella
antes de marcharme.
—Iván, si quieres puedes quedarte aquí. No sé si Amanda
habrá vuelto, pero puedes dormir en su cama y esperarla —
me sugirió, ya que vio el cansancio reflejado en mis ojos.
—Te lo agradezco, pero prefiero irme a mi casa a descansar.
No he recibido un solo mensaje de Amanda en toda la
noche. No tengo ni idea de dónde está, pero ahora mismo
me da igual. Me lo he pasado muy bien contigo y eso es lo
único que me importa —sonreí, y Verónica me devolvió el
gesto.
Me adelanté y le di un beso amistoso en la mejilla para
despedirme de ella antes de seguir mi camino. Cogí el
metro y llegué a casa sobre las siete menos veinte. Entré
sigilosamente para no despertar a mi familia y me encerré
en mi cuarto. Me quité la ropa y me metí en la cama en
calzoncillos y camiseta de manga corta.
Comprobé mi móvil antes de apoyar la cabeza en la
almohada para tratar de conciliar el sueño. Aún seguía sin
señales de Amanda, que quizá se había enfadado al
marcharme sin despedirme y, por lo tanto, esperaba que
fuera yo quien escribiera primero, cosa que no iba a
suceder. Dejé mi teléfono sobre la mesilla, apagué la luz de
la lámpara y me tumbé en la cama para descansar. En mi
mente, sin quererlo, resonaba una y otra vez la melodiosa
risa de Verónica que, sin duda, me había salvado la noche.
25. AMANDA: A LA MODA

Iván se marchó del botellón sin siquiera despedirse para


salir corriendo detrás de Verónica, cosa que me enojó
porque ella no se lo merecía. Para colmo, no me escribió en
toda la noche para decirme si había llegado bien a casa, por
lo que decidí ignorarlo y disfrutar de la velada en la mejor
de las compañías. El evento tenía pinta de prolongarse
hasta el amanecer, pero Ariel y yo decidimos marcharnos
sobre las cinco. Cogimos un taxi y me dejó en casa sana y
salva en un santiamén.
Cuando subí, imaginé que Verónica ya llevaría tiempo
metida en la cama dado lo pronto que se había marchado.
Supuse que Iván la habría acompañado a casa y que
después se habría ido a la suya. Cuál fue mi sorpresa
cuando, para asegurarme de que ella había vuelto, agarré el
pomo de la puerta de su dormitorio y pude abrir sin
esfuerzo, revelando que en el interior no había nadie. Mi
primera reacción fue pensar que quizá había hecho otros
planes con sus amigos, pero también se me ocurrió la
posibilidad de que estuviera con Iván. Si así era, ¿qué
estarían haciendo juntos desde que abandonaron la fiesta?
Cerré la puerta de la habitación y me metí en mi cuarto con
preocupación. A las cinco y media la tentación de escribir a
Iván para preguntarle si estaba en casa era enorme, pero
me contuve. Me quité el maquillaje, me puse el pijama y me
metí en la cama. Estuve allí dándole vueltas a la cabeza sin
poder dormir hasta que escuché la cerradura de la puerta
pasadas las seis. Verónica se encerró de inmediato en su
cuarto, dejándome con la incógnita de dónde habría estado
todas esas horas. Cerré los ojos y me dormí rápidamente.
El domingo me desperté sobre las doce del mediodía. Cogí
mi móvil a toda prisa para ver si tenía algún mensaje de
Iván, pero seguía con su mutismo. Realmente enfadada, fui
yo quien decidió escribirle para preguntarle si estaba bien y
mostrarle mi incomodidad con respecto a la situación. Iván
abrió mi mensaje y me llamó nada más leerlo.
—¿Dónde estabas? Anoche te largaste y ni siquiera me
escribiste —le reproché de inmediato.
—Tú tampoco me escribiste, así que estamos en paz —
respondió con chulería.
—Estaba preocupada por ti… —manifesté para suavizar su
enojo.
—Fui a acompañar a Verónica a casa y al final acabamos en
un pub tomando algo. La verdad es que el espectáculo de tu
amiguita Mónica fue lamentable. Me daban náuseas solo de
pensar que tenía que respirar el mismo aire que ella —me
contó.
Lo único que mi mente captó, sin embargo, fue el detalle de
que había estado con Verónica tomando algo. Aún tenía la
esperanza de que él se hubiera marchado pronto a casa y
de que Verónica hubiese terminado la velada con algún
amigo.
—¿A qué hora volviste a casa?
—A eso de las seis y media… Siete menos algo. Sobre esa
hora —precisó con sinceridad.
Entonces había estado con ella todo el tiempo. No obstante,
imaginé que si me había contado la verdad sobre lo que
había hecho es porque no tenía nada que ocultar y, por lo
tanto, no había de qué preocuparse. ¡Qué demonios!
Estábamos hablando de Verónica. Una rana mutilada tendría
más encanto y sex appeal. Mi novio no iba a fijarse en
alguien como ella ni aunque fuera la última mujer sobre el
planeta Tierra.
—Ya veo… —respondí secamente.
—¿Y tú?
—A las cinco y poco. Lo pasamos bien —añadí, y hubo un
silencio incómodo al otro lado de la línea.
—Genial. Me alegro. ¿Tienes planes para hoy? —me
preguntó Iván.
—Ariel me prometió que me llevaría a comprar ropa nueva.
Dice que tengo que cuidar mi imagen más aún de lo que ya
lo hacía. Estaré ocupada todo el día —le confirmé sin
sentirme culpable, ya que estaba molesta con él y no me
importaba castigarlo para que así reaccionara.
Él, sin embargo, camufló su disgusto y me deseó suerte con
las compras.
—Vale, pues que se te dé bien. Ya nos veremos cuando
puedas —dijo, y me colgó sin apenas despedirse de mí.
Me quedé planchada en la cama con el móvil en la mano,
deseando gritar pero consciente de que eso no solucionaría
nada. Comprendí que si Iván no conseguía aceptar la
situación, lo nuestro se iría al traste muy pronto, hecho que
me apenaba. Aun así, decidí no quedarme allí
lamentándome de los problemas que yo misma me había
buscado. Además, debía ponerme en marcha para llegar a
tiempo a mi cita con Ariel.
Ariel y yo habíamos quedado en Goya a las tres para visitar
algunas de sus tiendas de ropa favoritas y comprar unos
cuantos trapitos nuevos con los que deslumbrar al personal.
Él aguardaba mi llegada en el punto convenido rodeado de
unas cuantas fans que lo acosaban a fotos. Ariel,
encantador e irresistible a rabiar, posaba sin rechistar para
contentar a las chicas. Estas, quizá por envidia hacia mí, se
marcharon en cuanto me vieron aparecer y ambos pusimos
rumbo a nuestro destino.
Le aseguré a Ariel que no pensaba gastarme desorbitadas
cantidades de dinero en una sola prenda, pues había
echado un ojo a la ropa de marcas de lujo y me había
quedado helada con los precios. Desembolsar ochocientos
euros por una camiseta de algodón no estaba entre mis
planes, por lo que él me llevó a locales más modestos cuyos
precios estaría dispuesta a pagar.
Las dependientas parecían conocer a Ariel de maravilla, y
me di cuenta de que todas perdían las bragas por
complacerlo y sacarle una sonrisa. Le dedicaban palabras
amables y trataban de mostrarse cercanas en todo
momento. Alguna de ellas incluso se tomó la libertad de
acariciarlo cuando tuvo oportunidad. Sobra decir que Ariel
también causaba sensación entre los dependientes
masculinos homosexuales. En resumen, todos lo querían en
su cama y él, que lo sabía perfectamente, se aprovechaba
de la situación.
En una de las tiendas a las que acudimos, la dependienta
nos ofreció un espacioso probador en el que había un
cómodo sillón para que Ariel pudiera ver cómo me
quedaban los modelitos. No me hacía ninguna gracia que él
entrara conmigo, pero Ariel me hizo un gesto y comprendí
que habría sido extraño que yo pidiera privacidad si se
trataba de mi novio, por lo que entramos juntos.
—No me gusta esta tienda. ¿Por qué no tienen probadores
más pequeños como en las otras? —me quejé mientras
colocaba las prendas seleccionadas en los colgadores
habilitados para tal fin.
—¿Qué más da? Pruébate la ropa y ya está —me dijo Ariel, y
me acercó un precioso vestido dorado antes de acomodarse
en el sillón a presenciar el espectáculo.
—No pensarás que voy a desnudarme delante de ti así sin
más, ¿verdad?
—Cerraré los ojos —me prometió.
Se acomodó en el sillón y cerró los párpados como si fuera a
echarse una siesta.
—Ni se te ocurra abrirlos. Te estaré vigilando —lo amenacé,
y comencé a desnudarme.
Pronto me quedé en ropa interior y me enfundé el ceñido
vestido. Me subí a unos tacones que había cogido de la
tienda para ver cómo quedaba el conjunto.
—Ya está. ¿Qué te parece? —le pregunté.
Ariel abrió los ojos y me contempló de arriba abajo
analizando el look. Se levantó, se acercó a mí y dio una
vuelta a mi alrededor para observarme desde todos los
ángulos posibles.
—El vestido te queda de maravilla, pero al ser tan ceñido, la
ropa interior se marca. Sin sujetador y con tanga te
quedaría mil veces mejor —sugirió, y yo resoplé.
—Vaya por Dios… ¿Y qué propones que haga?
—Que te lo pruebes como te he dicho.
—No llevo tanga en este momento.
—Pero el sujetador sí que te lo puedes quitar, ¿no?
Solté un bufido y me volteé para que él me lo desabrochara
y comprobar si tenía razón. Ariel rápidamente me ayudó con
el cierre, que abrió con una habilidad pasmosa.
—Muchos has tenido que desabrochar en tu vida para
hacerlo tan rápido —comenté mientras me bajaba los
tirantes y sacaba el sostén por el escote sin que se me viera
nada.
—No te imaginas cuántos… —soltó con una pícara sonrisa—.
Y los que me quedan.
Puse los ojos en blanco y me contemplé en el espejo. Pensé
en el momento en que lo conocí y en cuánto deseaba que
se deshiciera de mi sujetador para dejarme completamente
desnuda. Si todo hubiera salido bien y él hubiese sido una
persona normal, ya nos habríamos dado el gusto hace
mucho tiempo. En el presente, trataba de mantenerme lejos
del poderoso influjo de Ariel y de sus encantos, cosa que se
me hacía difícil cuando nos encontrábamos a solas en ese
tipo de situaciones incómodas.
—Mucho mejor, ¿ves?
—Sí, supongo que tienes razón.
—Venga, pruébate el resto. No tenemos todo el día. —Me
apremió, y volvió a ocupar su asiento.
Mientras me cambiaba y me ponía el siguiente vestido, me
pareció ver que Ariel abría uno de los ojos para fisgonear un
poco. Me sonrojé de inmediato, cohibida al pensar que podía
estar observándome, sin embargo, cuando estaba dispuesta
a regañarlo, me percaté de que descansaba con los ojos
cerrados. Quizá me lo había imaginado, de modo que me
abstuve de hacer comentarios.
—Este te queda incluso mejor —me halagó.
Sacó su móvil y se aproximó hasta mí para capturar el
momento en una instantánea que después subiríamos a
Instagram para continuar alimentando nuestra popularidad.
Se colocó tras de mí, me agarró de la cintura y presionó el
botón. Me mostró una foto en la que ambos aparecíamos
reflejados en el espejo, hermosos y envidiables como de
costumbre.
—Te la pasaré después para que la subas. Sé un poquito
más original con lo que escribes en la descripción de la foto,
por favor —me sugirió, haciéndome enojar un tanto.
—Lo intentaré, pero no tengo tanta imaginación como tú —
respondí con desgana.
—¿Qué te pasa? Estás muy tiesa hoy. Anoche eras el alma
de la fiesta.
—Nada. No me pasa nada —mentí mirándome al espejo con
un triste gesto dibujado en mi rostro.
—¿Es por él? ¿Por tu novio? —preguntó Ariel.
—Sí. ¿Para qué te voy a engañar? Iván se marchó con
Verónica anoche y estuvo tomando algo con ella. Me
molestó lo que hizo y que no me avisara por teléfono. Sé
que yo tampoco le escribí, pero fue él quien se largó sin
decir nada —le conté.
—Así que os habéis enfurruñado.
—Sí. Estaba muy seco conmigo cuando conseguí hablar con
él por teléfono. Iván odia esta situación y me da la
sensación de que no aguantaremos mucho tiempo.
—No lo culpo. En realidad, entiendo su malestar —afirmó
Ariel, y le pedí más explicaciones con la mirada—. Me refiero
a que yo en su lugar no habría tragado con nada de esta
mierda. No dejaría que nadie le pusiera las manos encima a
mi chica —añadió sobreprotector, o mejor dicho posesivo.
—Quizá por ese motivo estoy con Iván y no con alguien
como tú. Sé que él me respeta y que se sacrifica porque me
quiere —proclamé orgullosa de mi novio.
Ariel me respondió con una sonrisilla que indicaba
disconformidad, pero no agregó más comentarios, lo cual
agradecí. Mi presente relación era un asunto privado, por lo
que la opinión de Ariel con respecto a ese tema me
importaba un bledo.
—Cierra los ojos —me pidió, y yo torcí el gesto—. Hazme el
favor. No voy a hacer nada raro.
Obedecí finalmente y al momento me encontré con un
precioso colgante con forma de corazón al cuello. La fina
cadena parecía de oro y la piedra brillaba tanto que abrí la
boca verdaderamente sorprendida por la belleza de la joya.
—¿Y esto? —inquirí sin comprender.
—Es un regalo. Asegúrate de sacarle algunas fotos y de
etiquetar la marca. No es una colaboración pagada, pero
puede ser un buen comienzo —me sugirió.
—Ariel, no sé cuánto vale el colgante, pero tiene pinta de
ser bastante caro. Es precioso, pero quizá podríamos buscar
algo más modesto. No quiero gastarme tanto dinero en una
joya.
—Amanda, es un regalo. No tienes que pagármelo.
—¿En serio…? —pregunté cohibida, y él asintió—. En ese
caso, muchas gracias, Ariel. Te habrá costado un ojo de la
cara. No tenías por qué hacerlo.
El colgante era una verdadera preciosidad y tenía pinta de
ser un diamante verdadero, piedra que siempre había
deseado poseer y que nunca me había podido permitir. No
obstante, me sentía rara al recibir regalos de él. ¿Qué
pensaría Iván del presente que acababa de recibir? Quizá
sería mejor que le dijera que me lo había comprado yo para
mostrarlo en las redes sociales como si fuera un regalo de
Ariel.
—Bueno, ese es mi problema. Es mi dinero y me lo gasto en
lo que quiero. ¿Estamos de acuerdo?
—Sí, claro… Es solo que se me hace raro recibir regalos
tuyos. De veras que te lo agradezco —reiteré, y zanjamos el
tema del colgante.
De vuelta a casa con mi botín, el cual además de ropa
también incluía maquillaje y cosmética, Ariel se ofreció a
ayudarme a subir las múltiples bolsas a casa, ya que iba
excesivamente cargada y si no tendría que hacer varios
viajes. Ya de paso, podría enseñarle mi territorio particular
que aún desconocía.
Al subir a casa, para mi sorpresa, encontré allí a Iván
charlando con Verónica en el salón. Cuando Ariel y yo
irrumpimos en la habitación, la amistosa conversación entre
ambos se vio interrumpida y se produjo un silencio
incómodo. Iván me miró con cara de pena, pues
posiblemente había venido a esperarme, y después le
dirigió una mirada de desprecio a Ariel.
—Mi amor, me alegro de verte. ¿Has venido a verme? —le
pregunté con una sonrisa, ya que me había pasado todo el
día pensando en que debía llamarlo para disculparme con él
y hacer las paces.
Por nada del mundo quería perder a alguien tan maravilloso
como Iván y que me amaba con tanta intensidad.
—Sí. Necesitaba hablar contigo —afirmó, y seguidamente
dejé las bolsas en el suelo y le indiqué a Ariel que hiciera lo
mismo.
—Yo también. Llevo todo el día pensando en ti. Ariel ya se
iba, ¿verdad?
Ariel me dirigió una mirada que no supe interpretar y
asintió. Estaba claro que, al encontrarse allí Iván, lo estaba
invitando a marcharse de inmediato y sin siquiera haberle
enseñado mi cuarto, sin embargo, era necesario que se
fuera si quería solucionar los problemas con mi novio.
Inmediatamente, Ariel se dio cuenta de que su presencia
estaba de más, se despidió de todos en general y se fue.
Verónica, por su parte, se escaqueó a su cuarto y nos
quedamos Iván y yo solos en el salón. Me senté junto a él y
me disculpé.
—Mi amor, siento mucho todo lo que ha pasado. No
pretendía hacerte sentir mal. Mira, sé que toda esta
situación es de locos, pero te pido que tengas un poco de
paciencia. A pesar de todo, voy a hacer lo imposible por
hacerte feliz. Verás que el tiempo pasa rápido y cuando
menos te lo esperes, estaremos juntos de nuevo y seremos
libres. Podremos ir donde queramos —le dije con
entusiasmo, creyendo de verdad que, si poníamos de
nuestra parte, podríamos conseguirlo.
—Yo también tengo que disculparme. Siento no haberte
escrito anoche cuando me fui, pero me sentía fatal al estar
ese tío por allí. Te prometo que confiaré en ti y que trataré
de controlarme. Voy a tener paciencia y a luchar por lo
nuestro. Te quiero mucho, Amanda —me prometió mi tierno
novio, y me lancé a sus labios para besarlos con pasión y
zanjar nuestra pequeña riña.
Por mi parte, llevaba todo el día torturándome y esperando
el momento de nuestra reconciliación, a pesar de que no
habíamos tenido una discusión como tal. Posiblemente, él
también lo había pasado mal y anhelaba, al igual que yo,
dejar atrás las tiranteces y tener la conciencia en paz.
Esa noche, en la privacidad de mi dormitorio, Iván y yo
hicimos el amor y nos olvidamos por unas horas de la farsa
que asolaba nuestras vidas y de todos los secretos que
debíamos guardar. En mi cama, cómodos y calentitos bajo
las sábanas, nos abrazamos al terminar y nos susurramos
cuánto nos queríamos. Me dormí de madrugada
sintiéndome más amada y protegida que nunca, al lado del
chico con el que no me arrepentía de compartir mis alegrías
y mis penas.
26. VERÓNICA: NO SOMOS
COMO ELLOS

¿Qué se siente al saber que el chico que te gusta tiene


novia y, como es obvio, se acuesta con ella cuando tiene
ocasión? Evidentemente, es una sensación incómoda y
desagradable, pero como bien dicen por ahí, ojos que no
ven, corazón que no siente. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando
la única persona que ha conseguido despertar tu frío y
adormecido corazón hace eso mismo en la habitación de al
lado? Que te sientes morir, eso es lo que pasa.
Mientras trataba de conciliar el sueño la noche anterior, la
actividad en el cuarto de Amanda me impidió concluir mi
tarea de dormirme para recordarme que yo solo podría
poseer a Iván en mis más ocultas fantasías. Él nunca me
miraría como a ella, ni me besaría de la forma tan sensual
como me imaginaba que hacía en ese preciso instante.
Cuando mi compañera de piso empezó a experimentar las
oleadas de placer que le hacían soltar gemidos sin control,
descubrí que no podía soportarlo más.
Me habría encantado golpear la pared para que se cortaran
un poco, o incluso irrumpir en la habitación y fastidiarles el
polvo. No obstante, lo único que hice fue ponerme los
cascos con música a todo volumen para tratar de ahogar los
sonidos que llegaban hasta mí para herirme. Aun sin
escucharlos, no conseguí sacarlos de mi cabeza y continué
imaginándome la escena que estaría teniendo lugar entre
ellos. Una hora después, para mayor precaución, me quité
los cascos y descubrí que ya habían terminado, por lo que
pude dormirme con un pesar enorme en el corazón, algo a
lo que yo no estaba acostumbrada.
A la mañana siguiente, me encontré a Iván con una toalla
alrededor de la cintura en dirección al cuarto de Amanda
tras su aseo matutino. Me saludó con su característica
sonrisa de siempre y corrió a vestirse, ya que tenía clase
pronto al igual que yo. El uso de la ducha por su parte se
había convertido en una rutina más de la que yo jamás me
quejaba. Había empezado a considerar a Iván mi amigo y no
me importaba que la utilizara aunque eso significase violar
una de mis normas a menudo. Sin embargo, no sucedía lo
mismo con el tema de los ruidos.
Esa misma tarde, un rato antes de que Amanda pusiera
rumbo al dichoso programa donde se había asegurado su
continuidad, le comenté el problema para intentar
solucionarlo. Traté de hacerlo de forma educada pese al
malestar que me producía.
—Amanda, antes de que te vayas, quería comentarte una
cosita —le dije, y ella me dedicó toda su atención—. Verás,
la cuestión es que anoche violaste la regla número tres al
hacer ruido durante las horas de descanso. Si no fuera algo
habitual, lo pasaría por alto, pero cada vez me resulta más
molesto. ¿Podrías intentar bajar el volumen un poquito, por
favor?
Amanda se me quedó mirando con un gesto de
incredulidad. Incluso llegó a soltar una risita que me dejó
atónita y que encendió la rabia que trataba de calmar en mi
interior.
—¿Te refieres al ruido que hago cuando me acuesto con mi
novio? No sabía que eso te molestara. Para mí algo molesto
de verdad es la música alta, una fiesta en la habitación…
Cosas así —comentó despreocupada.
—A lo mejor a ti no te molesta, pero te aseguro que
escuchar a tu compañera de piso gemir de forma
escandalosa cada vez que tiene sexo es algo incómodo y
desquiciante. La primera vez lo dejas pasar, pero si se
convierte en costumbre, llega a afectar bastante —le
aseguré enojada.
—O sea que, según tú, ¿no puedo follar en mi habitación? Es
mi espacio privado y te pago por él cada mes. No tienes
derecho a prohibirme nada.
—Yo no he dicho que no puedas follar en tu habitación. Lo
único que digo es que no tiene que enterarse todo el edificio
de que tu vida sexual es tan satisfactoria. De verdad, no nos
interesa —expresé con toda la razón del mundo.
—Me parece flipante lo que oigo, de verdad. Me dejas de
piedra. Me voy a seguir acostando con Iván cuando me dé la
gana, y voy a gritar como una perra si me apetece. Si no te
conviene, me echas. Estoy hasta los cojones de tus malas
caras y de tus quejas. A lo mejor te vendría bien echar un
polvo para alegrarte un poco. Me da que estás a dos velas,
porque nunca escucho ruido en tu habitación —me dijo de
forma hiriente.
Amanda se había transformado en una víbora deslenguada
en cuestión de días, desde que había seguido mi consejo de
hacerse respetar. Mi sugerencia hacía alusión a aquellos que
trataban de eliminarla del panorama televisivo, por lo que
no tenía necesidad de ser tan cortante conmigo.
—¿Qué sabrás tú si follo o no follo, Amanda? No vayas de
lista. Se trata de un tema de convivencia. Si vives con
alguien, intentas ser respetuosa y molestar lo menos
posible. No te hagas la guay conmigo, porque no me
tiembla el pulso para echarte a la puta calle si hace falta.
Seguro que ahora te sobra el dinero para encontrar un sitio
mucho mejor donde vivir. Me harías un gran favor —solté
liberando la ira que sentía hacia ella, sentimiento que se
había acrecentado al despertarse mi interés por Iván.
Antes de que pudiera replicar, me levanté del sofá y me
dirigí a la cocina, ya que no aguantaba su presencia y no
tenía ganas de calentarme y de que la discusión fuera a
más. Ella se marchó de inmediato y la paz se instaló en la
casa con su ausencia. Esa sensación de tranquilidad me
recordaba que compartir piso era algo que odiaba y que
hacía únicamente para conseguir ingresos. Detestaba los
altercados con mis inquilinos pero, por desgracia, eran
bastante frecuentes.
Esa tarde de lunes, Kitty me había invitado a pasarme por el
bar de ensayos, que estaba en Legazpi. Le gustaba contar
con mi presencia para hacerle compañía, ya que decía que
tanta testosterona pululando por el ambiente no era buena
y que requería de su mejor amiga para entretenerse. Allí
acudí sobre las cinco y media, dispuesta a pasar una tarde
amena.
Kitty me recibió con una sonrisa y un cálido abrazo, como
de costumbre. Su novio Marko Laiho andaba por el
escenario con su guitarra eléctrica a cuestas, acompañado
de su hermano Jussi, teclista. Marko era un delgado y
espigado joven medianamente atractivo que llevaba su
negra melena larga. De ojos azules y piel pálida, decidió
crear la banda The Black Cats porque le pareció que no
había suficientes grupos de metal sinfónico en España, país
al que su familia había emigrado desde Finlandia cuando él
tenía diez años. Su hermano Jussi, bastante parecido a él,
aunque menos atractivo y nueve años mayor, había sido un
gran apoyo para él y siempre lo ayudaba con la composición
de las letras.
Completaban la banda Javier, el bajista, un chico moreno,
bajito y delgado que no tenía mucho éxito con las chicas y
Bruno, el batería y dueño del bar donde el grupo tenía un
lugar exclusivo para ensayar y actuar durante las horas de
mayor afluencia. Gracias a ese magnífico escaparate, The
Black Cats tenía cierta visibilidad y contaba con su pequeño
club de fans e incluso con un canal de YouTube. No
obstante, no era sencillo hacerse un hueco en el panorama
nacional y Kitty y el resto seguían trabajando duro para
lograrlo algún día.
—¡Verónica! ¿Qué tal? ¡Ya te echábamos de menos! —
exclamó Marko desde la distancia saludándome, y le lancé
una sonrisa.
—Parece que no podéis vivir sin mí. Kitty me necesita por
aquí. Cuando os ponéis a hablar de cosas de tíos sois tan
aburridos… —comenté bromista, y Marko hizo una mueca
graciosa.
Mis amigos se pusieron a ensayar durante un rato y me
senté a tomar algo mientras presenciaba el espectáculo
privado. The Black Cats, a pesar de ser bastante
desconocido, era un grupo fabuloso con unas letras
realmente buenas. Los chicos a veces versionaban
canciones de bandas famosas, pero lo más habitual era que
tocaran su propio material.
El ensayo se detuvo hacia las siete para descansar un rato.
Kitty rápidamente se sentó junto a mí en una de las mesas y
le pidió a Bruno una bebida.
—Voy a empezar a cobraros las consumiciones. Me vais a
arruinar —se quejó cuando le sirvió un refresco en un vaso a
rebosar de hielo.
—Bruno, no seas agarrado. No creo que lo notes tanto —
respondió, y ambas nos miramos y nos reímos.
Era cierto que abusábamos de la confianza de Bruno y que
hacíamos gasto, pero en el fondo no le importaba tanto
como aparentaba.
Marko, Jussi y Javier se sentaron con nosotras, y Bruno hizo
lo mismo en cuanto sirvió bebidas para todos. Los
integrantes del grupo eran de las pocas personas que me
hacían sentir verdaderamente a gusto. Allí, en el bar, podía
ser yo misma y me sentía apreciada. Todos me escuchaban
y se reían de mis chistes, por malos que fueran. Éramos
como una gran familia con la música como interés común,
la cual nos unía.
—Chicos, me gustaría comentaros algo. ¿Puedo hacer una
propuesta? —pregunté en cierto momento de nuestra
amena charla.
Llevaba días dándole vueltas a una idea en mi cabeza, pero
no me había atrevido a verbalizarla hasta ese momento.
Quizá los eventos del pasado viernes habían aumentado mis
ganas de materializar mi deseo.
—Pues claro que sí, Verónica. Te escuchamos —respondió
Javier, y los demás asintieron convencidos.
—Me gustaría traer a alguien a los ensayos un día. Se trata
de un buen amigo mío que también tiene un grupo de
música —propuse, y los chicos me miraron con caras serias.
—¿Qué amigo? Necesitamos más detalles —mencionó
Marko.
En realidad, eran bastante desconfiados con las personas
que asistían a sus ensayos. No les gustaba que gente de
otras bandas pudiera tratar de copiar su estilo y robarles
ideas.
—Se llama Iván. Es un chico de mi universidad que tiene
una banda de pop-rock. Su grupo es The Mystic Monkeys.
¿Os suena de algo? —Todos negaron con la cabeza—. Es una
buena persona, os lo juro. Podéis confiar en él. No os
copiará nada —aseguré convencida.
—¿Pop-rock? ¿A quién quieres meternos aquí, Verónica? —
inquirió Marko con recelo.
—Te lo acabo de decir. Es una persona de fiar. Sabes que no
tengo demasiados amigos, pero este chico vale la pena.
—¿Es como nosotros? Ya sabes, me refiero a su estilo —
preguntó Bruno.
—No. No es como nosotros, pero ¿eso qué más da?
—Parece mentira que hagas esa pregunta, Verónica —
añadió Marko negando con la cabeza—. Sabes lo mal que
nos tratan los demás. Nos miran por encima del hombro y
se creen mejores que nosotros. Piensan que adoramos al
diablo y que somos demoniacos, pero tú sigues confiando
en ellos.
—Marko, no te negaré que la gente se ha portado muy mal
conmigo todos estos años. Sea como sea, han encontrado
motivos para burlarse de mí como lo han hecho con
vosotros, pero este chico no es así. No he visto persona más
respetuosa que él. Jamás ha dicho nada malo de mi aspecto
y no le importa en absoluto mi ropa o mi maquillaje. Él me
acepta tal y como soy —argumenté para tratar de
convencerlos.
—Lo siento, Verónica, pero no. No puedes traer a alguien así
a los ensayos —resolvió Marko y bebió de su vaso con
parsimonia, como si el hecho de ser el líder del grupo le
diera derecho a decidir sobre todo lo demás.
—¡No somos como ellos! —afirmé con dureza tras dar un
golpe en la mesa de madera, hecho que hizo que todos me
miraran aturdidos—. La gente nos trata con la punta del
zapato, pero no por ello tenemos que comportarnos de la
misma forma. Somos tolerantes, y así como nosotros lo
somos, hay gente de todo tipo que es igual. Iván es uno de
ellos. Antes creía que no encontraría a nadie que viera más
allá de las apariencias y que me tratara como a una más.
Tenía tantos prejuicios como ellos. Tuvo que venir él para
hacerme cambiar de opinión y abrirme los ojos. Todos nos
merecemos una oportunidad, y si no estáis dispuestos a
dejar que venga, entonces no volveréis a verme por aquí.
Tras mi discurso, Kitty asintió con la cabeza y miró a Marko
con un gesto de reproche.
—Sabes que Verónica tiene razón —le dijo, y Marko resopló
enojado tras haber sido pisoteado por mis argumentos.
—Está bien… Que venga si quiere —se resignó finalmente
con cara de pocos amigos.
—Sí, que venga. Seguro que es un buen tipo —añadió Jussi,
que rara vez participaba en las conversaciones.
Era el más reservado de todos nosotros y prefería escuchar
antes que dar su opinión. Me dirigió una mirada melosa con
sus profundos ojos azules que apartó de inmediato cuando
hicimos contacto visual. Kitty ya me había dicho en
múltiples ocasiones que se moría por mis huesos, pero a mí
no me atraía nada de él. Jussi no era mal chico, pero le
faltaban varios kilos de personalidad y de desparpajo para
despertar mi interés, por lo que yo jamás me había
planteado mirarlo como al resto de los hombres.
—Gracias, chicos. Os prometo que no os decepcionará —
afirmé sonriente.
—A mí desde luego que no va a decepcionarme. No tengo
las esperanzas puestas en él, cosa que veo que tú sí —
afirmó Marko antes de marcharse de vuelta al escenario
para continuar con el ensayo—. Venga, tenemos que tener
lista la nueva canción para el viernes. Esto no se hace solo.
—Apremió de mal humor, y el resto de miembros, a
excepción de Kitty, se dirigió al escenario para ensayar los
acordes.
—Has estado fantástica —me halagó Kitty con una sonrisa
—. Adoro que te impongas. También me encanta verte
enamorada. El amor saca lo mejor de ti —me dijo con
picardía.
—No, al contrario. Me hace débil y vulnerable. Odio sentirme
así —confesé desanimada.
—¡Kitty! ¡Al escenario! ¡Venga! —gruñó Marko, cuyo orgullo
había sido herido al yo imponer mi opinión.
Kitty volvió a su puesto y yo me quedé allí pensando en el
momento en el que le propusiera a Iván acompañarme a
conocer al grupo de mi amiga. Imaginé el momento, su cara
de emoción y de agradecimiento, y no pude evitar esbozar
una sonrisa disimuladamente. La felicidad que me producía
introducir a Iván en mi mundo era, sin lugar a dudas, una
maravillosa sensación que me alegraba el alma.
27. ARIEL: TRES NO SON
MULTITUD

Amanda me despachó de su casa sin tacto alguno después


de pasar horas renovando su vestuario en mi compañía. Se
deshizo de mí como si fuera un trapo sucio y usado que ya
no le servía porque había cumplido su función. Presentí en
su mirada que lo único que deseaba era reconciliarse con su
noviecito y sellar su amor con un polvo brutal. Yo sobraba.
Mi presencia resultaba hasta incómoda, por lo que no
hicieron falta más palabras para hacer que saliera volando
de allí.
En mi coche, me dije a mí mismo que era un completo
imbécil. ¿Qué hacía yo prestándole atención a una engreída
como Amanda, que parecía estar disfrutando de la
experiencia de haberse convertido en el ombligo del mundo
farandulero? Ella ni siquiera se merecía que yo me enojara
por el tema. Estaba claro que yo no le interesaba y eso era
algo que no podría cambiar. De todos modos, ¿de verdad
necesitaba yo que ella se fijara en mí? Había millones de
mujeres en el mundo dispuestas a calentarme la cama. No
me hacía falta su atención para nada. Es por ello que, el
jueves de esa misma semana por la noche, invité a dos de
mis más íntimas amigas a mi casa.
Mira y Nora, dos rubias teñidas con impresionantes y
bronceados cuerpazos, aparecieron en mi piso a eso de las
diez, dispuestas a pasarlo bien y a hacerme disfrutar a mí
también. Ambas eran amigas de la infancia y habían
formado un grupo musical hacía unos años. Algunos
sencillos de Xplosivas, como se las conocía artísticamente,
habían llegado a lo más alto en las listas de ventas. Quizá
su angelical voz y lo pegadizas que eran sus letras no eran
los únicos motivos de su éxito, sino sus enormes pechos
producto de prótesis de silicona. En realidad, eran más de
plástico que de carne y hueso, dadas las múltiples
operaciones a las que se habían sometido para conseguir su
aspecto presente, pero me importaba un rábano. Lo único
que necesitaba de ellas era placer.
En mi piso, las invité a tomar unas copas y a bailar un poco
antes de afanarnos en lo que verdaderamente nos
interesaba. Dado que tenía plena confianza con ellas, les
conté que mi romance con Amanda era una farsa. Ellas
prometieron guardar silencio y se ofrecieron a complacerme
sexualmente siempre que lo necesitara, dada la delicada
situación. Les agradecí el gesto y les propuse ir de excursión
a mi habitación y hacerles un tour guiado por las cuatro
esquinas de mi cama king size, oferta que ellas aceptaron
con una pícara sonrisa en sus inflados labios llenos de ácido
hialurónico. Cuando llegamos al dormitorio, se me pasó por
la mente que tendría que tener cuidado si me apetecía
morderlos, no fuera a ser que reventaran y acabáramos en
urgencias. El solo pensamiento me hizo reír sin control.
Mira y Nora, que ya de por sí venían medio desnudas, se
quedaron en sujetador y tanga en un santiamén y
empezaron a darse el lote en mi presencia. Se tumbaron
sobre la cama y se besaron con lujuria bajo mi atenta
mirada, espectáculo que me encendió de inmediato. Me
deshice de mi ropa mientras trataba de no perderme ni un
solo detalle de sus magreos. Ambas no tenían problema en
airear sus gustos sexuales. De hecho, se habían declarado
bisexuales en varias entrevistas en la televisión causando
gran revuelo. En mi caso, me consideraba heterosexual
hasta la médula y jamás había experimentado con hombres
ni tenía pensado hacerlo. Eso sí, en algunas ocasiones como
estas, me gustaba poder gozar de dos mujeres en lugar de
una sola.
Mis amigas se detuvieron y me contemplaron con una
mirada lasciva para que me uniera a su bacanal. Me relamí
de solo pensar en las sensaciones que anticipaba y me
abalancé hacia ellas con decisión. Agarré a Mira por la
cintura y ataqué sus acolchados labios, mordiéndolos y
lamiéndolos con gran excitación. Me deshice de sus prendas
de ropa interior y recorrí sus curvas con la lengua,
deteniéndome en mi zona favorita, el escote. Nora, por su
parte, se situó detrás de mí, acarició mis pectorales de
forma sensual y me besó el cuello hasta hacerme jadear.
En la siguiente escena, Mira y Nora me tumbaron sobre la
cama y se empeñaron en practicarme sexo oral. Me
arrancaron el bóxer y dejaron al descubierto la parte de mi
anatomía que más orgulloso me hacía sentir. Se turnaron
para demostrarme sus habilidades y hacerme ver las
estrellas, y se disputaron mi preciado tesoro como si se
tratara de un micrófono, haciéndome perder el sentido por
unos instantes hasta que decidí volver a tomar el control de
la situación.
Me situé encima de Mira y entré en ella con decisión. Me
recibió sin rechistar e incluso gimió de placer cuando realicé
mi movimiento maestro de cadera que las volvía a todas
locas. Nora, por su parte, se acomodó sobre la cara de Mira
para recibir sexo oral mientras yo me ocupaba de su amiga.
Ambas disfrutaban en gran medida y mostraban su placer
sin vergüenza alguna, hecho que me excitaba aún más y
que me hacía aumentar el ritmo.
Cambié a Mira de posición y le pedí que se colocará con el
trasero en pompa para penetrarla desde atrás en una de
mis posturas favoritas. Ella obedeció y me dejó continuar
con mi tarea de macho dominante. Nora se tumbó en la
cama y continuó disfrutando de la habilidosa lengua de su
amiga unos minutos más durante los cuales experimentó un
orgasmo, lo cual también le sucedió a Mira.
Una vez que concluí con Mira, me apoyé en el cabecero de
la cama y coloqué a Nora sobre mí para penetrarla a ella
también, pues no pensaba quedarme sin ese trozo del
pastel. La hice moverse arriba y abajo y amasé su culo de
goma con mis manos una y otra vez para acelerar sus
movimientos y darle más brío al asunto. Mira se colocó a mi
lado, me besó y llevó mi mano hasta sus pechos para que
los acariciara y me olvidase del trasero de su amiga.
La última postura que realizamos tras un buen rato de
diversión consistió en tumbarme boca arriba y en colocar a
Nora sobre mí también boca arriba para penetrarla desde
atrás. Mira se afanó en besarme para aportar un toque extra
de placer al tiempo que Nora jadeaba y luchaba por
controlar su entrecortada respiración debido al deleite. En
esa dificultosa postura, terminé con un gemido y me
desplomé sobre la almohada, exhausto tras tanto ejercicio
físico. Las chicas, por su parte, continuaron masturbándose
un rato más entre ellas hasta que cayeron rendidas y se
acurrucaron entre las sábanas.
Sobre la una de la madrugada, me levanté de la cama
donde ambas dormían plácidamente y me fui a la ventana a
contemplar la negrura de la noche y la luna en lo alto del
oscuro cielo. Por un momento, mi mente me jugó una mala
pasada y me pareció ver el rostro de Amanda dibujado en
las estrellas, pero sacudí la cabeza y la imagen se
desvaneció. ¿Por qué narices tenía que acordarme de ella
cuando acababa de gozar de una satisfactoria sesión de
sexo salvaje para tres? No tenía ningún sentido, así que
decidí acostarme con mis dos flamantes amiguitas y dormir
hasta el amanecer.
Sobre las diez de la mañana, cuando estaba en la cama
completamente dormido, me despertó el sonido del timbre y
pegué un salto del susto. Comprobé la hora y deduje que
era sábado, pero lo cierto es que no esperaba ninguna
visita. Volví a escuchar el timbre, de modo que salí de la
cama refunfuñando, me puse el bóxer y acudí a abrir la
puerta para ver de quién se trataba. Cuál fue mi sorpresa
cuando vi a Amanda frente a mí con una gran sonrisa. De
inmediato, recordé que había quedado con ella para dar un
paseo por el centro y tirarnos unas cuantas fotos para subir
a Instagram de forma dosificada a lo largo de la semana
siguiente.
—¿Qué tal, bello durmiente? Veo que se te han pegado las
sábanas —bromeó, y entró a mi casa sin invitación, sin
siquiera importarle que yo estuviera en paños menores.
—Lo cierto es que sí. No me acordaba de que habíamos
quedado. Quizá sería mejor dejarlo para otro día porque ni
siquiera me he duchado —le dije tratando de persuadirla
para que se marchara, pero Amanda hizo caso omiso de mi
afirmación y se sentó en uno de los sillones.
—No te preocupes. Esperaré a que te arregles. Lo de las
fotos es importante. Mis seguidores no dejan de subir y
tengo que ofrecerles contenido interesante. Trescientos mil
seguidores no está nada mal, ¿eh? —Me guiñó el ojo,
orgullosa de su hazaña.
—Desde luego que es una cifra bastante interesante. Me
alegro mucho por ti. Se conoce que tus dos apariciones de
esta semana en el programa han surtido su efecto —
comenté algo nervioso, pues tenía dos mujeres desnudas en
mi cama y no me apetecía tener que dar explicaciones.
De repente, el gesto de Amanda, que miraba hacia el pasillo
que daba a mi habitación, se tornó serio y disgustado, casi
incrédulo. Cuando me di la vuelta, comprobé lo que había
visto para estar tan afligida. Mira se paseaba únicamente en
tanga y con los pechos al aire en dirección a la cocina para
picar algo del frigorífico. Nos saludó amablemente y siguió
su camino. Después de contemplarla por unos incómodos
instantes, Amanda clavó los ojos en mí demandando
explicaciones.
—¿Has tenido una noche de marcha, Ariel Guerra? Creía que
teníamos que ser cuidadosos para que la prensa no nos
cazara —me reprochó.
—Sí, lo confieso. Anoche hubo fiesta —le confirmé algo
avergonzado.
No obstante, la guinda del pastel la puso Nora cuando hizo
aparición en escena completamente desnuda, sin haberse
molestado siquiera en ponerse ropa interior. Nos saludó con
la mano y una sonrisa y fue a prepararse el desayuno junto
a Mira. Ambas se sirvieron un zumo, se sentaron en los
taburetes que había junto a la isla de mi enorme cocina y
cogieron un trozo de pizza fría que había sobrado de la cena
que compartimos.
—¿Qué cojones es esto, Ariel? Quiero una explicación ahora
mismo —me pidió Amanda con cara de pocos amigos.
—¿Qué explicaciones quieres que te dé? ¿Necesitas que te
haga un croquis sobre lo que pasó anoche en mi cama? —le
pregunté soltando una carcajada y dirigiéndome hacia mi
habitación para ducharme.
—¡Ariel, espera un momento! ¡Alto ahí! —Me siguió para
cantarme las cuarenta, pero ahora que ya me había
descubierto, me di cuenta de que tampoco debía
justificarme ante ella—. O sea, que yo tengo que
esconderme para ver a mi novio en la privacidad de mi
dormitorio, pero tú puedes traerte a dos tías a casa sin
consecuencias. Me parece ideal —me dijo histérica.
—Amanda, Mira y Nora son amigas mías desde hace mucho
tiempo. Te aseguro que les trae sin cuidado si lo nuestro es
un montaje o no. Tienen asuntos mucho más importantes de
los que preocuparse, como por ejemplo su exitosa carrera
musical —le expliqué cuando cogía unos calzoncillos limpios
de mi armario bajo su vigilante mirada.
—¿Cómo estás tan seguro de eso? ¿Y si mañana aparecen
en la tele diciendo que se han acostado contigo y que me
has puesto los cuernos? —preguntó cruzada de brazos.
—En caso de que hicieran eso, que es bastante improbable,
simplemente lo desmentiríamos todo. El asunto serviría
para crear polémica y que se hablara de nosotros, cosa que
nunca viene mal. Si todo es idílico, la gente se acaba
aburriendo. En algún momento, puede que tengamos que
fingir que tenemos problemas —le expliqué para
tranquilizarla, y por fin dejó de rebatirme.
—Espero que tengas razón. Si algo sale mal, será todo culpa
tuya —me advirtió, y se sentó en la cama deshecha—. ¡Oh,
qué asco! Creo que mejor te esperaré en el salón —dijo tras
darse cuenta de que se había sentado en la escena del
crimen.
Me di una ducha rápida y me vestí de forma casual. Amanda
aguardaba a que concluyera de arreglarme en compañía de
mis amigas. Estas se habían cubierto las vergüenzas,
posiblemente a petición de Amanda, y estaban las tres
charlando animadamente. Lo cierto es que parecían llevarse
de maravilla.
—Ariel, ¿estás seguro de que no salís juntos de verdad? No
te vendría nada mal sentar la cabeza con alguien como
Amanda —me soltó Nora cuando aparecí en el salón.
—No, gracias. Ariel Guerra no necesita ataduras. Soy feliz
como soy.
—Sí, claro, Nora. Si se echa novia, no podrá divertirse con
nosotras cuando le apetezca —añadió Mira, y ambas se
echaron a reír.
—Bueno, chicas. Nosotros nos marchamos. Ya os llamaré
otro día. Que paséis un buen fin de semana y no olvidéis
cerrar la puerta al salir.
—Ha sido un placer conoceros, chicas. Tengo pendiente
escuchar vuestra discografía completa —dijo Amanda de
forma amistosa, y rápidamente pusimos rumbo al centro en
un taxi.
Pronto llegamos a la Puerta del Sol y unos minutos después
nos vimos asediados por grupos de fans que se morían por
una foto con nosotros. Tratamos de complacerlos a todos,
pero dado que no paraban de acosarnos hordas de gente
desesperada, no nos quedó más remedio que perdernos por
las calles más estrechas e intentar camuflarnos entre la
multitud. Por suerte, habíamos conseguido captar algunos
momentos idílicos antes de poner pies en polvorosa, por lo
que estábamos satisfechos.
Decidí invitar a Amanda a tomar algo a eso de las doce.
Entramos en una cafetería donde servían sándwiches y
otras dulces delicias. Amanda pidió un zumo con un cruasán
a la plancha y yo un café acompañado de unas galletas
gigantes para quitarme el cansancio acumulado. Nos
sentamos con nuestra comida junto a una ventana para
descansar un rato.
—Así que te molan los tríos, ¿eh? —Amanda sacó el tema
mientras untaba su cruasán con mantequilla y mermelada.
—Sí, yo no le hago ascos a nada. Los tríos pueden llegar a
ser muy divertidos. Fomentan el trabajo en equipo —
bromeé, y le pegué un buen mordisco a una galleta.
—Ya veo, ya —respondió sin más—. A ti no te basta con una
sola mujer. Tú necesitas a dos buenas hembras para
satisfacer tu sed sexual. Que conste que Mira y Nora me
han caído de maravilla, a pesar de todo.
—A mí me bastaría con una sola mujer si fuera la que yo
estoy buscando. Por ahora, no la he encontrado, así que
sigo divirtiéndome en grupo y como haga falta. No voy a
guardar celibato por alguien que ni siquiera sé si existe, ¿no
crees? —le expliqué para que dejara de juzgarme de forma
tan severa.
—A mí los tríos me parecen asquerosos. No concibo más de
dos personas en una cama. Tampoco sabría qué hacer con
un tercer integrante —comentó reprochándome mi
comportamiento.
—Bueno, pues a mí me gustan. Para que veas que no todos
tenemos las mismas opiniones ni disfrutamos con las
mismas cosas. Tú sigue cerrándote a experiencias tan
placenteras por echar un triste polvo con tu noviete. Algún
día, serás una vieja amargada y te arrepentirás de no haber
probado ciertas cosas —agregué, y le di un sorbo a mi café
para seguidamente dedicarle una pícara sonrisa.
—No creo que me arrepienta de no haber hecho un trío.
Será que soy una romántica anticuada, pero yo solo busco a
la persona con la que construir un futuro.
—¡Oh, qué preciosidad! Parece que estamos en un cuento
de hadas —me mofé de ella con una carcajada.
—Ariel, acabas de decirme que te acostarías únicamente
con la mujer de tu vida si la encontraras, pero ahora te ríes
de mí —expresó enojada.
—Claro, me rio porque encontrar a tu media naranja es
demasiado improbable. No pierdo toda la esperanza, pero a
veces lo veo una fantasía más de la sociedad. Quizá algunos
estamos hechos para compartir nuestro amor y afecto con
todo el mundo hasta el fin de los tiempos.
—Puede que algún día encuentres a la mujer que esperas.
Ojalá lo hagas y dejes de ser tan imbécil —me dijo batiendo
las pestañas como las alas de una mariposa en movimiento.
—Si la encuentras tú por alguna parte, dile dónde vivo, no
vaya a ser que se pierda por ahí —respondí de forma
burlona.
—No dudes que lo haré. Yo aún creo en el amor y en que
todos podemos experimentarlo. Incluso alguien como tú.
El amor… El amor no era más que otra invención, una farsa
de la sociedad que muchos ilusos como Amanda se
empeñaban en alimentar. Ni siquiera llegué a sentirme
enamorado de verdad durante el año que salí con Tatiana. A
lo mejor, la noche que encontré a Amanda, creí por unos
instantes haber hallado al amor de mi vida, pero después se
me pasó el efecto de la droga que seguramente me habían
puesto en la copa y volví a la realidad.
Alguien como yo no estaba hecho para relaciones duraderas
y compromisos, y Amanda me había calado por completo.
Es por eso que prefería a un tipo como el tal Iván, con el
que seguramente terminaría casada y con un par de críos.
En el fondo, poco importaba si acababa con él o con otra
persona que encajara en una descripción similar. Al fin y al
cabo, la esencia era la misma y la finalidad de la unión
también. Yo, por mi parte, estaba hecho de otra pasta y mi
única aspiración en la vida era tener éxito y disfrutar al
máximo de todo. ¿Había por eso que juzgarme con tanta
dureza? No, desde luego que no merecía tanta antipatía por
parte de Amanda.
Ambos terminamos nuestro tentempié de media mañana,
paseamos un rato por el centro para echar unas cuantas
fotos más y la llevé a casa en otro taxi que pagué de mi
bolsillo. Durante el trayecto, no obstante, me fijé en un
detalle que había pasado por alto. Amanda había adornado
su delicado cuello con el colgante con forma de corazón que
yo le había regalado. De vez en cuando, lo toqueteaba y lo
observaba con orgullo y afecto, quizá porque le encantaba
poseer un diamante. También cabía la remota posibilidad de
que tuviera un significado especial para ella por tratarse de
un regalo mío. Por unos instantes, deseé poder leer su
mente para averiguar la respuesta correcta y saber si
valdría la pena arriesgar y lanzarme a la piscina por una
vez.
28. IVÁN: THE BLACK CATS

Verónica me invitó el viernes a un ensayo privado del


grupo de su amiga Kitty que tendría lugar horas antes de
abrir el bar donde solían actuar. Tras el ensayo, habría un
pequeño concierto hasta la madrugada que los fans más
fieles de The Black Cats seguramente no se perderían. Por
mi parte, estaba emocionado por el plan tan magnífico que
se me presentaba, por lo que pensaba quedarme hasta el
final disfrutando de una de las cosas que más felices me
hacían: la música.
Amanda, aun habiendo pasado la mañana con su amiguito
por el centro, tenía planes con él para seguir vendiendo su
gran mentira. Ni siquiera estaba seguro de si me había
dicho que irían a una fiesta o a dónde exactamente, pero no
me apetecía volver a preguntarle. No quería mostrarle de
forma tan abierta que me dolía su ignorancia hacia mí, pese
a que estuviera justificada y no fuese a durar para siempre.
Prefería mantenerme ocupado y despejar la mente aunque
solo fuera por unas horas.
Quedé con Verónica en su casa sobre las cinco, ya que el
ensayo comenzaría poco después y terminaría antes de las
nueve, hora a la que se habría el bar al público y todo debía
estar listo para recibir clientes. Últimamente, ella había
cambiado sus agrias miradas cada vez que me abría la
puerta por sonrisas disimuladas, pues nuestra relación se
había vuelto más estrecha día tras día. Me pidió que me
quedara en el salón un momento, ya que estaba terminando
de arreglarse. Hice caso y me senté en el sofá a esperarla.
Diez minutos después de haber llegado, el timbre sonó y
Verónica me gritó desde su habitación que ella iría a ver
quién era. Acto seguido, la escuché caminar por el pasillo y
abrir la puerta. Cotilla de mí, no pude evitarlo y me asomé a
fisgonear. Se trataba de un fornido joven con gafas que le
sacaba una cabeza a Verónica y que no gozaba de gran
belleza. Imaginé que sería su novio, pero aun así me quedé
a escuchar la conversación.
—Luis, ¿qué haces aquí hoy? —le preguntó con voz
sorprendida.
—¿No habíamos quedado en que esta semana me pasaba el
viernes? —respondió el chico encogiéndose de hombros.
—Yo creía que al final no habíamos concretado nada. Hoy no
tengo tiempo para ti. Ya tengo planes —le explicó muy seria.
—No me jodas. Siempre hay alguna cosa más importante
que yo, y cuando no, tienes la regla. La cuestión es que
siempre tengo que quedarme a dos velas —se quejó él con
cara de pocos amigos.
—Pues te cascas una paja. ¿A mí qué me cuentas? Te he
dicho que hoy no puedo. Ya quedaremos otro día. —Trató de
echarlo, pero el muchacho se resistió.
—No me da la gana. Me tratas como a un trapo, Verónica.
Solo vengo cuando a ti te conviene y estoy empezando a
cansarme. Ya veo que esto es un juego para ti —le
recriminó.
—¿Ahora te vas a hacer el ofendido? Lo que tenemos es
igual de poco importante para ti como lo es para mí. Es algo
de mutuo acuerdo que, si me da la gana, rompo ahora
mismo —lo amenazó, ya que estaba siendo un tanto
insolente.
—Pero ¿qué dices? ¿Insinúas que vas a mandarme a la
mierda?
—Pues mira, a lo mejor sí. La verdad es que no tengo mucho
que perder con alguien como tú. Creo que va a ser mejor
que lo dejemos y que te busques a otra chica para follar de
vez en cuando. Puedo apañármelas perfectamente sola. —
Lo despachó, y yo abrí los ojos como platos, sorprendido
ante la honestidad de Verónica, a la que normalmente no le
costaba decir lo que pensaba.
—¿Me estás dejando? —Dejó escapar una insolente
carcajada—. No me lo puedo creer. ¿Tú te has mirado al
espejo, Verónica? Pareces un palo de escoba despeluchado.
Te va a ser muy difícil encontrar a alguien que trague
contigo y con tu mística belleza —dijo utilizando un tono
irónico en las dos últimas palabras de la frase.
—Bueno, ese es mi problema. La verdad es que, para tener
un hombre como tú, es mejor no tener nada. Por cierto, si
tan horrible te parezco, ¿qué cojones haces conmigo? Dime
—inquirió ella cruzándose de brazos.
—Pues la verdad es que no tengo ni idea. Ni yo mismo lo sé
—contestó.
—Yo te lo diré. Porque no te quiere nadie. Por eso estás
conmigo, pero se terminó. No quiero volver a verte por aquí
nunca más, y olvídate de acercarte a mí en clase —advirtió
con gesto impertérrito.
—A ti sí que no te quiere nadie. Seguramente yo consiga
ligarme a alguien dentro de poco, pero tú te quedarás sola
para los restos. Bruja demoniaca… —espetó mirándola con
odio, y no pude aguantar más tras presenciar sus insultos
hacia ella.
Sin dudarlo, me lancé a entrar en escena para socorrer a mi
buena amiga Verónica y darle en las narices a ese imbécil
que se atrevía a despreciarla de ese modo tan vulgar.
—¡Verónica! ¿Nos vamos ya? —pregunté en voz alta y eché
a andar hacia ella por el pasillo hasta llegar a la puerta,
barrera que Luis no podía traspasar.
Verónica giró la cabeza y en seguida me encontró junto a
ella. Me dedicó un gesto de incredulidad, pero de inmediato
volvió a mirar a Luis.
—¿Quién es este? —demandó él abrumado por mi
presencia, la cual le pilló por sorpresa.
—La pregunta es, ¿quién coño eres tú? ¿Cómo te atreves a
hablar así a Verónica? ¿No te han enseñado a respetar a las
mujeres? —lo reprendí, y él se quedó callado al sentirse
amenazado por otra presencia masculina.
—Iván, muchas gracias por tu intervención, pero puedo
arreglármelas sola —se quejó Verónica tratando de echarme
de allí.
—Ya lo sé, pero no querrás que me quede callado después
de escuchar las lindezas que ha soltado este imbécil por la
boca —espeté claramente enojado—. ¿Te largas ya o te
ayudo? —le pregunté amenazador, y él reculó demostrando
que era un cobarde.
Para ponerle la guinda al pastel, me aproximé a Verónica y,
mientras continuaba mirando a Luis con ojos acusadores, le
pasé el brazo por los hombros de forma cariñosa.
—Por cierto, yo adoro la mística belleza de Verónica —añadí
con una sonrisa, y Luis se marchó enojado y murmurando
improperios, tocado y hundido.
Verónica cerró la puerta bruscamente y se zafó de mí de
inmediato.
—¿Qué coño haces? ¿Ahora eres mi novio de pega y yo no
me he enterado? —preguntó enfadada cruzando los brazos
sobre el pecho en actitud defensiva.
—Te he ayudado a librarte de ese idiota. Un agradecimiento
no estaría de más.
—Iván, yo no soy Amanda. No pretendo hacer de mi vida un
circo ni una farsa. Sé perfectamente a qué tipo de hombres
puedo aspirar y no quiero engañar a nadie porque, en
cualquier caso, también me estaría engañando a mí misma,
así que te pido por favor que no vuelvas a hacer nada
parecido. Yo misma resolveré mis problemas a mi manera.
Si tengo que soportar los insultos de Luis o de cualquier otra
persona, lo haré gustosa. ¿Entendido?
—Joder, no quiero ni imaginar cómo tratas a tus enemigos si
así hablas a los que se preocupan por ti —respondí con
dureza, claramente molesto por su forma de dirigirse a mí.
Cualquiera pensaría que acababa de causarle un terrible
agravio en lugar de echarle una mano por la forma en la
que me había tratado con la punta del zapato. Tras mis
palabras, ambos nos quedamos en silencio y nos miramos
fijamente por unos segundos hasta que ella reaccionó y se
dio cuenta de su error.
—Perdona, Iván. Tienes razón. Sé que solo querías echarme
un cable, pero intenta no hacerlo. Te agradeceré el apoyo
moral igualmente. En este mundo de caníbales, es
necesario que aprenda a defenderme yo solita si no quiero
que me coman viva —se justificó avergonzada, y yo asentí
al comprender.
—Lo sé. Trataré de no volver a meterme en tus asuntos para
que hagas las cosas a tu manera —respondí aceptando su
disculpa—. Bueno, ¿nos vamos ya? Estoy impaciente —la
apremié, y Verónica asintió.
Cogió su bolso, se puso el abrigo y pusimos rumbo a
Legazpi, donde llegamos rápido gracias al fluido transporte
público de la capital. En cuanto hicimos aparición en el
local, los miembros de la banda vinieron a recibirnos con los
brazos abiertos. La verdad es que, a pesar de que las
apariencias podían haberme hecho pensar que no era gente
amable, todo me dieron una calurosa bienvenida y se
presentaron uno por uno para hacerme sentir como en casa.
—Yo soy Iván. Encantado de conoceros a todos. Tengo una
curiosidad inmensa por escucharos tocar porque amo la
música. Verónica ya os lo habrá adelantado —comenté, y el
líder de la banda, Marko, asintió para confirmar mis
sospechas.
—Sí, aquí la señorita Verónica ha intercedido por ti. No es
fácil conseguir un pase VIP para ver los ensayos en primicia
—bromeó.
—Entonces me alegro de ser uno de los pocos afortunados.
Por favor, no quiero entreteneros. Poneos a lo vuestro
cuanto antes. Verónica y yo nos sentaremos a escuchar y no
armaremos escándalo —prometí, y Marko me dedicó una
tímida sonrisa y me dio una palmadita en el hombro.
—Disfruta de la música, Iván —me dijo Kitty, y todos se
colocaron en sus puestos para tocar.
Verónica y yo nos acomodamos en una de las mesas, en la
que Bruno nos había servido dos refrescos, y de inmediato
la música comenzó a inundar el ambiente. Las sonoras y
cautivadoras melodías que emitían los instrumentos de la
banda pronto me hipnotizaron y me transportaron a un
mundo que nada tenía que ver con el que habitaba. En
cierto momento, creí estar en la mismísima Edad Media y
me olvidé de todos los problemas de mi negro presente en
el que Amanda me daba más preocupaciones que alegrías.
El grupo ensayó canciones propias, pero llegó un momento
en el que las melodías me resultaron familiares. Verónica
me informó de que siempre dejaban algún hueco para
versionar letras famosas. Pronto reconocí la canción favorita
de mi amiga y me emocioné, ya que también se había
convertido en una de mis preferidas: «While Your Lips Are
Still Red» de Nightwish. Sin darme cuenta, comencé a
tararear la letra que me había acabado aprendiendo de
tanto escucharla en la soledad de mi habitación.
—¿Te sabes la canción? —me preguntó Verónica sorprendida
mientras yo cantaba cada vez más alto, poseído por el ritmo
y la sublime belleza de tan maravillosa creación.
Tan solo asentí y continué cantando con pasión, tanta que la
propia banda se dio cuenta y comenzaron a mirarse unos a
otros. De repente, Marko hizo un gesto y detuvo a sus
compañeros.
—Iván, sube aquí con nosotros. Veo que te sabes bien la
letra —sugirió, y me salió una sonrisilla.
—¿En serio? —cuestioné incrédulo y realmente conmovido
por el bonito gesto.
—Pues claro que es en serio. Originalmente, la canción está
cantada por una voz masculina. Kitty lo hace genial, pero
me gustaría que la acompañaras y ver cómo suena. ¿Te
animas?
—Por supuesto que me animo —respondí y salté de la silla
para correr al escenario.
Suerte que llevaba un atuendo que no desentonaba con el
gótico look de los miembros de la banda. Me había puesto
un vaquero oscuro y una camiseta negra de manga larga,
así que vestía el color perfecto para subirme al escenario.
Jussi, el hermano de Marko, me pasó un micrófono y me
hice un hueco junto a Kitty, que me regaló una cálida
sonrisa.
Los acordes de la canción comenzaron a sonar y pronto me
encontré afinando la voz para llegar a todas las notas
requeridas. Los minutos que me encontré en el escenario
me sentí como pez en el agua, pues nunca había tenido la
oportunidad de ensayar en un sitio tan magnífico como ese.
Me había tenido que conformar con la habitación de uno de
mis compañeros de la banda, donde apenas había espacio
para albergar todos los instrumentos. Jamás había
experimentado la sensación de estar actuando para un
público de verdad, y era tan placentero que temí
engancharme y no conseguir superar ese sentimiento de
plenitud cuando me bajara de allí y tuviese que volver a
casa.
Al concluir la canción, Verónica aplaudió con todas sus
fuerzas, así como los camareros que ya se estaban
preparando para su rutina nocturna.
—Lo has hecho genial, Iván. Tienes una voz magnífica que
encaja perfectamente con la canción —me elogió Marko.
—Tío, has estado brutal —comentó Bruno, y Jussi y Javier
secundaron su opinión.
Kitty, sin más, se lanzó a mi cuello y me abrazó.
—Qué pena que ya tengas una banda —me dijo algo
afligida.
—Muchas gracias a todos, de verdad. Me lo he pasado
genial. Esta canción me toca la fibra sensible y creo que eso
se nota. Cuando uno pone todo el sentimiento en la
actuación, el resultado es mil veces mejor —añadí.
—Desde luego. Por eso mismo voy a pedirte que cantes esta
misma canción con nosotros en un rato. Será una
colaboración especial e incluso me tomaré la libertad de
mencionar el nombre de tu banda para hacerte un poco de
promoción, aunque te advierto que dudo que nuestro
público vaya a escuchar pop-rock —me aseguró Marko.
—Mil gracias, Marko. Yo tampoco me veía escuchando
vuestra música y aquí me tienes. Nada es imposible —
mencioné, y él sonrió.
Contemplé a Verónica sentada en una de las mesas y
percibí orgullo en su mirada. No obstante, seguía siendo
reacia a mostrar su entusiasmo, por lo que solo me dedicó
una sonrisa disimulada tras concluir mi actuación.
Esa noche tuve el privilegio de compartir escenario con The
Black Cats para interpretar la famosa canción del grupo
finlandés que Verónica me había mostrado. Gracias a sus
ansias de compartir su música conmigo, había podido
comprobar lo que se siente al llenar un espacio con la voz y
con la emoción que solo la música podía despertar en mí.
Los aplausos al terminar la canción, que Marko decidió
interpretar en último lugar como broche final, fueron
demoledores. Según me comentaron después, nunca antes
habían recibido tantos aplausos al tocar esa pieza, por lo
que atribuyeron el éxito a mi brutal presencia escénica y a
mi prodigiosa voz.
De madrugada y concluida la diversión, Verónica y yo nos
despedimos de la banda y la acompañé a casa a pesar de
su negativa tras asegurarme que sabía cuidarse sola.
—Me ha encantado el concierto, pero sobre todo tu canción.
Ha sonado de maravilla. Le has puesto un toque muy
especial —me halagó cuando estaba a punto de entrar en
su portal.
—Te agradezco la sinceridad y me alegro enormemente de
que te haya gustado. Creo que la gente opinaba lo mismo y
eso me llena de orgullo —respondí sin caber en mí de gozo
—. Ha sido una tarde-noche estupenda que hay que repetir
cuanto antes —le dije habiéndole cogido el gusto a eso de
cantar para un público real.
—Pues claro que sí. A los chicos les has caído genial a pesar
de que vuestros gustos musicales difieren bastante.
—No son tan diferentes. Estoy descubriendo música que
antes ni me habría molestado en escuchar. ¿Te imaginas
una combinación de ambos géneros, pop-rock y metal
sinfónico? Seguro que sonaría genial —sugerí, y ella sonrió.
—Me subo a casa. Es muy tarde y tú deberías volver ya. No
quieres quedarte, ¿verdad? —me preguntó.
—No, no te preocupes. Se me hace muy raro estar
esperando a Amanda en su cama. Prefiero volver a casa y
llamarla por la mañana. Que pases buena noche, Verónica.
Nos vemos pronto.
Me despedí y me marché con una sensación de plenitud
indescriptible que me embargó de pies a cabeza. Debo
confesar que apenas pensé en Amanda y en el lío que tenía
con Ariel Guerra. Esa noche, en mi mente y en mi corazón
solo había espacio para mi amada música.
29. AMANDA: EL CIBERATAQUE

Justo cuando creí que había conseguido la estabilidad que


necesitaba para centrarme en la difícil tarea de seguir
alimentando mi creciente y recién estrenada fama, recibí un
nuevo mazazo que casi me hizo perder el equilibrio y
estrellarme contra el suelo. Una tarde de principios de
diciembre, entré en Twitter cuando volví a casa de participar
en el programa donde ya me había hecho un hueco y nadie
se atrevía a toserme. En esa red social encontré mi nueva
peor pesadilla acechándome en forma de hashtag:
#LasTetasDeAmanda.
De inmediato cliqué sobre la tendencia número uno en
España y descubrí que los usuarios estaban compartiendo
una fotografía en la que yo aparecía mostrando mis lozanos
pechos y vistiendo únicamente un tanga de color plateado
con lentejuelas. Sentada en un taburete, sonreía de forma
lasciva a la cámara en una sugerente pose que no dejaba
nada a la imaginación, pues me encontraba con las piernas
abiertas y la atención de cualquiera se desviaría, además de
a mi generosa delantera, a mi sexo oculto únicamente por la
escasa tela que lo cubría.
Nerviosa y aterrada, pensé en qué momento me habían
robado esa imagen tan comprometida. Al segundo me
percaté de que el cuerpo de la fotografía no era el mío, tan
solo mi rostro, que probablemente habría sido robado de
cualquiera de mis instantáneas de Instagram, red social
donde había una numerosa colección que quien quería
hacerme daño podría aprovechar a su gusto para este tipo
de fechorías. Más tranquila al tratarse del cuerpo de otra
mujer, llamé a Ariel y le conté lo sucedido luchando por
sosegarme tras el sobresalto.
—Joder… Sí, sí, lo estoy viendo. ¡Qué tetas, Amanda! —
bromeó Ariel, lo cual me hizo soltar un bufido de enojo—.
¡Perdona, perdona! Solo era un comentario. ¿Tienes idea de
quién ha podido ser el hijo de puta que se está divirtiendo a
tu costa? —me preguntó a través del auricular.
—Pues claro que no. No creía que nada de esto fuera a
suceder —respondí aún con incredulidad tras lo ocurrido—.
¿Qué se supone que tengo que hacer?
—Denuncia la foto, aunque si se ha extendido, será difícil
eliminarla del todo. Si dices que no eres tú, tampoco le des
muchas vueltas —me sugirió Ariel, y me quedé anonadada
tras su consejo.
—¿Qué no le dé muchas vueltas? Quiero cazar al hijo de
puta que ha hecho esto, y cuando lo haga lo pienso llevar
ante la justicia —aseguré con rabia.
—Es complicado que lo encuentres, pero mucho ánimo.
Seguramente se trata de alguien muy habilidoso con
Photoshop, porque la verdad es que no se nota nada que
han pegado tu cabeza en el cuerpo de un cañonazo de tía —
bromeó Ariel de nuevo.
—¡Ariel, ya basta! ¡Esto es algo muy serio! Está circulando
una foto mía donde aparezco desnuda. Me da igual si es mi
cuerpo o no. Esto es una gran putada… —afirmé, pero él no
estuvo de acuerdo.
—Amanda, haz el favor de mirar tu número de seguidores
ahora mismo.
Refunfuñando, abrí mi Instagram y comprobé que mis
followers habían aumentado en cuestión de un par de horas
de quinientos mil a más de ochocientos mil. Había ganado
trescientos mil seguidores de la nada por una foto que ponía
a los hombres cachondos. Aun así, la jugarreta que me
habían hecho me seguía pareciendo asquerosa y
denigrante.
—Eso no cambia nada. Me parece terrible que se le haga
esta putada a una mujer en pleno siglo veintiuno. Como si
solo fuéramos un par de tetas con ojos y sin sentimientos.
Es algo que no se puede tolerar y pienso defenderme de
esto en el programa —le aseguré con voz más calmada.
—Está bien. Defiéndete donde quieras. Tienes derecho a
estar enfadada, pero reconoce que esta broma pesada te ha
beneficiado —me recordó.
—Esto no es una broma pesada, es un ataque en toda regla.
Eres igual que todos los que están compartiendo la foto y
restándole importancia a un hecho tan grave. Cuando creo
que te soporto, siempre haces algo que me demuestra que
eres un despojo humano, Ariel Guerra —espeté, y le colgué
el teléfono al no encontrar en él el apoyo que necesitaba.
Iván me llamó alarmado cuando por casualidad encontró la
foto navegando por Twitter, pero le pedí que no se
preocupara y le informé de que estaba tratando de
solucionar el problema tras haberlo denunciado en la red
social y haber publicado en mi Instagram que tomaría
acciones legales contra quien se había atrevido a difundir
una foto mía claramente trucada. Al rato de digerir lo que
había sucedido, recordé que Ariel me había dicho que el
culpable debía de ser bueno usando Photoshop.
Inmediatamente pensé en Verónica, que a menudo se
entretenía retocando fotos en su portátil mientras veíamos
la televisión en el sofá del salón. Realmente enojada, me
dirigí con furia a su habitación para obtener la confesión
que necesitaba antes de acudir a la policía.
Cuando estuve frente a su dormitorio, golpeé la puerta de
forma violenta varias veces hasta que Verónica salió a
recibirme con sus enormes cascos a modo de colgante y con
cara de pocos amigos.
—¿Qué cojones pasa? ¿No te han enseñado a llamar con
suavidad? —inquirió muy seria.
—¿Y a ti no te han enseñado que trucar fotos y difundirlas
por Internet es un delito? —la acusé para desenmascararla.
—¿De qué coño estás hablando? ¿Se puede saber qué
mosca te ha picado, Amanda? Vienes a mi habitación como
una fiera y me sueltas acusaciones que no comprendo. —Se
hizo la ofendida y fingió no tener ni idea de lo que pasaba.
—¡Estoy aquí por esto! ¡¿Te has divertido con esta guarrada,
Verónica?! —la grité para que reaccionara y le mostré la
pantalla de mi teléfono.
Verónica me quitó el móvil de las manos y observó la foto
con los ojos como platos.
—¿Crees que yo he hecho este fotomontaje y que lo he
subido a Twitter? Estoy flipando… —Negó con la cabeza y
me devolvió el teléfono—. Amanda, te detesto, pero yo no
voy haciendo putadas de este estilo a la gente que me cae
mal. ¿Con qué derecho vienes a acusarme? ¿Tienes
pruebas? —demandó, y me di cuenta de que solo sabía que
Verónica era buena con los ordenadores y utilizando
Photoshop, cosa que le hice saber.
Ella soltó una amarga carcajada y me miró incrédula.
—O sea, que ya me has crucificado solo por mis habilidades.
Mira, chica, a lo mejor deberías mirar un poquito a tu
alrededor. Sé de una chica con la que te relacionas que no
es de fiar. Mónica se quedó un poco mosca cuando le
soltaste el rollo de la compañera de piso, que es la supuesta
novia de Iván. Me parece que sospecha y tengo entendido
que es un poco posesiva. Para rematar la faena, es la prima
de un compañero mío de la carrera que también es bueno
con los ordenadores y especialmente con Photoshop. Quizá
deberías empezar a buscar por ahí —me soltó, y
seguidamente dio un portazo delante de mis narices.
Enojada, volví a mi cuarto pensando que Verónica era una
de las personas más bordes y maleducadas que había
conocido jamás, pero sus palabras me hicieron reflexionar.
Me senté en la cama y analicé los últimos días junto a
Mónica. A decir verdad, tras el botellón en el campus la
notaba algo extraña conmigo. Desde que sabía que era
famosa no había parado de hacerme la pelota cada vez que
tenía ocasión, no obstante, eso había cambiado. Mónica
estaba más seria de lo normal, no me reía las gracias y
había empezado a llevarme a contraria aun sin razón.
Definitivamente, algo raro le sucedía.
Consciente de que aunque Verónica hubiera cometido la
fechoría no podría obtener una confesión por su parte,
quedé con Mónica en su casa para contarle lo que había
pasado y ver si su semblante la delataba. Ella, en cuanto le
dije que tenía que hablarle de algo sumamente importante,
no dudó un segundo y me apremió para que la visitara,
quizá ignorante de lo que iba a contarle. Llegué a su casa
casi a la hora de cenar, pero me recibió en su habitación
con una gran sonrisa y me invitó a sentarme.
—¿Te has enterado de lo que ha pasado? Alguien ha
manipulado una foto mía y la ha subido a Twitter con las
peores intenciones. Estoy intentando encontrar al hijo de
puta que se ha atrevido a joderme —le comuniqué.
—¿En serio? No tenía ni idea, Amanda. No he abierto Twitter
en todo el día. Si hay algo en lo que pueda ayudarte, ya
sabes que puedes contar conmigo —me dijo dirigiéndome
una dulce sonrisa.
—Gracias, Mónica. Me gustaría saber si tú tienes idea de
quién ha podido ser. La verdad es que estoy un poco
perdida —le aseguré para tantear el terreno.
—¿Cómo lo voy a saber? No tengo ni idea de quién ha
podido ser. —Se encogió de hombros—. Bueno, ahora que lo
mencionas, lo más probable es que haya sido tu magnífica
compañera de piso. Esa chica tiene pinta de estar muy loca.
Solo a ella se le ocurriría subir una foto tuya desnuda —
mencionó desenmascarándose a sí misma.
—Yo no te he dicho que saliera desnuda en la foto, Mónica.
Me aseguraste que hoy no habías mirado Twitter —le dije
cada vez más convencida de que se trataba de ella.
—Bueno, es fácil de imaginar. Si fuera una foto normal, no
estarías tan alterada —razonó, tratando de defenderse.
—Dijiste que no tenías ni idea de nada. Si lo sabes, es
porque tienes algo que ver —pronuncié juzgándola sin
piedad, y ella se hizo la ofendida.
—¡Amanda! ¡¿Cómo puedes pensar que he sido yo?! ¡Somos
amigas!, ¿recuerdas?
—Ya no estoy tan segura de eso. Estoy convencida de que
has sido tú, lo que no entiendo es el motivo. De verdad creí
que éramos amigas —afirmé haciendo alusión al pasado.
Mónica se quedó unos instantes contemplándome en
silencio, sentada sobre su cama. Impasible, me dirigió una
mirada glacial que denotaba un profundo odio hacia mí. Ese
gesto terminó por confirmar mis sospechas. Era indudable
que todo había sido obra suya.
—Sí, yo también creí que éramos amigas. Al menos hasta
que me enteré de que te tiras a mi exnovio a mis espaldas
—respondió con tranquilidad para mi gran alivio, ya que
acababa de encontrar al culpable.
—Serás hija de puta… —mascullé entre dientes tratando de
controlar mis inmensas ganas de agarrarla del pelo y
estamparla contra la pared.
En lugar de eso, me levanté de la silla donde estaba
sentada de inmediato y la enfrenté.
—Eso lo serás tú. No soy yo quien traicionó primero. Dime,
Amanda. Pudiendo tener a un tío como Ariel Guerra, ¿por
qué tenías que fijarte precisamente en Iván sabiendo que es
el amor de mi vida? —me preguntó con voz teatral y
haciéndose la víctima—. Es que no lo entiendo, de verdad.
Te advertí que los novios de las amigas no se tocaban, pero
tú te lo has pasado por el forro. Este es tu castigo.
—Créeme que estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano
para no soltarte un buen guantazo, Mónica —confesé con
rabia—. Me parece increíble que te veas con derecho a
controlar con quien me acuesto o me dejo de acostar. Me
importa un reverendo rábano que Iván sea tu exnovio. Él ya
no te quiere —escupí para tratar de herirla todo cuanto
fuera posible.
—Eso ya lo sé. No hace falta que me lo restriegues. Sé que
jamás lo recuperaré, pero al menos me aseguraré de joderte
todo lo posible —afirmó con una perversa sonrisa.
—¿Cómo cojones te has enterado? Me gustaría saberlo…
—¿Creías que iba a tragarme el rollo de que la nueva novia
de Iván compartía piso con Verónica y contigo? El día que
me lo dijiste tan segura de ti misma estaba un poco
borracha, pero después me pareció sospechoso. Empecé a
observaros a Iván y a ti y me di cuenta de cosas que había
pasado por alto. Esas miraditas furtivas en clase cuando
nadie estaba pendiente y tu interés por él siempre que te
hablaba de nuestro pasado en común. Me decidí a indagar
por mi cuenta para averiguar si realmente existía esa
misteriosa chica que ocupaba el corazón de Iván. Fui hasta
tu piso y pregunté a los vecinos haciéndome pasar por una
estudiante interesada en alquilar una habitación. Me
confirmaron que allí solo vivían dos chicas. Después ya solo
me quedaba comprobar quién de las dos, Verónica o tú,
salía con Iván. De inmediato descarté la posibilidad de que
él saliera con alguien como esa zorra gótica, así que solo
me quedabas tú —explicó impasible.
—Bravo, Mónica. Has hecho una magnífica labor de
investigación. A lo mejor te llaman de la policía científica
para que los ayudes a resolver crímenes. Lo que has hecho
no tiene justificación alguna. Yo salgo con quien me da la
puta gana, ¿lo entiendes? —le dije elevando el tono de voz.
—Pues claro que sí, Amanda. Lo entiendo a la perfección.
Por mi parte, estoy en mi derecho de subir lo que me dé la
gana a las redes sociales. —Se cruzó de brazos, desafiante.
—Que sepas que no pienso pasar esto por alto. Voy a
denunciarte a la policía ahora mismo —la amenacé, y ella
soltó una carcajada.
—Y yo voy a contarle a todo el mundo que tu relación con
Ariel Guerra es una farsa porque estás con Iván. Te voy a
dejar con el culo al aire. A ver cómo te las apañas cuanto
todos conozcan tu pequeño secreto —aseguró.
—Que cada cual juegue sus cartas. Tienes las de perder,
Mónica. Por cierto, no vuelvas a acercarte a mí en clase en
tu puta vida —la advertí amenazadora, y seguidamente cogí
mi bolso y me marché de su casa dando un portazo.
Acalorada tras nuestra breve y aparentemente calmada
discusión, llamé a Ariel para contarle que ya había
descubierto a la culpable de todo y que esta me había
amenazado con desvelar la verdad. Ariel, alarmado, me dijo
que a Riccardo no le haría ninguna gracia que Mónica
vendiera la jugosa exclusiva de nuestra falsa historia a la
competencia, por lo que debíamos pararle los pies cuanto
antes sobornándola con dinero si era necesario.
—No pienso darle un duro a esa malnacida —afirmé
enojada.
—Amanda, si no le callamos la boca, todo se irá a la mierda.
Podemos luchar contra un rumor de infidelidad, pero no
podemos permitir que esta loca nos desmonte el chiringuito
antes de tiempo. Riccardo podría considerar eso un
incumplimiento del contrato y desplumarnos. ¡Piensa algo
ya! ¡Todo esto es culpa tuya, al fin y al cabo! —exclamó
Ariel bastante enfadado por mi metedura de pata.
Si no le hubiera hablado a Mónica de Verónica, seguramente
esta primera jamás se habría puesto a atar cabos y a buscar
a la novia fantasma de Iván. Ariel tenía razón. Debía hacer
algo antes de que perdiéramos la oportunidad de seguir
ganándonos la vida. Mi única idea fue llamar a Iván para
suplicarle que me diera alguna idea, ya que él era quien
mejor conocía al enemigo.
—Hablaré con ella —me prometió por teléfono tras ponerle
al corriente de mis recientes descubrimientos—. Todavía me
cuesta creer que Mónica haya sido capaz de llegar tan lejos.
No sé qué vi en ella. De verdad que no lo entiendo —se
lamentó Iván tras lanzar un suspiro de agotamiento.
—Muchas gracias, mi amor. ¿Crees que conseguirás
convencerla para que cierre el pico? No me haría ninguna
gracia tener que sobornarla con dinero como planea hacer
Ariel —comenté poniendo los ojos en blanco.
—Eso no será necesario. Sé algo de Mónica que la
mantendrá calladita. Voy a negociar con su gran secreto —
me comunicó Iván, y una enorme sonrisa se dibujó en mi
rostro.
—¡¿En serio?! ¡Eso es realmente estupendo! ¿Cuál es el
secreto de Mónica? —le pregunté en modo cotilla,
convencida de que Iván se sinceraría conmigo.
—No voy a contártelo, Amanda. Yo hablaré con ella y la
convenceré. No debes preocuparte por nada.
—¿Por qué no puedes contármelo? Tengo derecho a saberlo.
¿Has visto lo que me ha hecho? Debo conocer sus trapos
sucios por si tengo que utilizarlos contra ella —me
justifiqué.
—Precisamente es eso lo que quiero evitar. Yo me encargaré
de esto. No te preocupes, cielo. Déjalo todo en mis manos —
me dijo Iván segundos antes de colgar y de dejarme con la
palabra en la boca, pues estaba dispuesta a seguir
insistiendo para conocer las vergüenzas de Mónica.
No obstante, mi novio se atrevió a dejarme en la más
profunda oscuridad con respecto al secreto. No pude evitar
dudar de su amor hacia mi persona por mucho que fuera a
dar la cara por mí y a tratar de ayudarme sin esperar recibir
nada a cambio. Es obvio que, cuando las dudas aparecen,
las cosas empiezan a caer en picado a una velocidad
vertiginosa, siendo imposible salvar la relación en la gran
mayoría de las ocasiones.
30. IVÁN: EL PRECIO DEL
SILENCIO

Creí percibir un sentimiento de alegría en la voz de Mónica


cuando la llamé para decirle que necesitaba hablar con ella
de inmediato para resolver un pequeño asuntillo. Siempre
pensé que mi exnovia no era demasiado inteligente, ya que
debería haber supuesto con rapidez el tema que quería
tratar. No obstante, ella posiblemente se dejó llevar por sus
fantasías y me imaginó regresando para arrodillarme ante
sus pies, disculparme y gritarle que era la mujer de mi vida,
cosa que jamás haría ni aunque me estuvieran apuntando
con una pistola y mi existencia dependiera de ello.
Quedé con Mónica en un parque que había junto a su casa y
en el cual tantas veces habíamos paseado de la mano y nos
habíamos besado. Al caminar entre aquellos desnudos
árboles que habían mudado la piel tarde ese atípico otoño,
la nostalgia se apoderó de mí y recordé vivencias pasadas
junto a ella. Me senté en un banco y le permití a mi mente
viajar al momento en el que la conocí.
Mónica era la fantasía de todos los chicos de clase el primer
año de carrera. Yo no conseguía quitarle ojo de encima y así
me pasé todo el curso. Ella me miraba de vez en cuando y
me lanzaba inocentes sonrisas, pero ninguno de los dos se
atrevió a dar el paso y a pedirle el número al otro. Sobra
decir que Mónica tenía fama de rompecorazones y no creí
estar a la altura de semejante mujer. Creí que era
demasiado para mí y eso me hizo recular más de una vez
cuando estaba a punto de arriesgarme.
A principios de nuestro segundo año, sin embargo,
coincidimos en un trabajo por parejas que me abrió el
camino hacia su corazón. Mónica me dio su número y
empezamos a escribirnos a todas horas. Hablábamos de
cualquier cosa y, poco a poco, nuestras conversaciones
empezaron a desviarse hacia lo prohibido. Era obvio que nos
gustábamos y que ambos estábamos interesados en algo
más. Finalmente, me decidí a pedirle una cita y el resto es
historia. Empezamos a salir oficialmente y nos convertimos
en la pareja más envidiada de nuestra facultad.
No obstante, mi felicidad empezó a evaporarse rápidamente
después de que empezáramos a salir. Mónica sacó lo peor
de sí misma y me demostró que los celos enfermizos
pueden hacer a uno ver a la mujer más hermosa del mundo
como a un asqueroso insecto. En mi caso, mi tormento se
prolongó dos cursos. Al final del tercer año, corté por lo
sano y la mandé a paseo pese a todos los momentos que
habíamos compartido. No me arrepentía en absoluto de mi
decisión y volvería a hacer lo mismo mil veces.
De repente, mis pensamientos se vieron interrumpidos por
la aparición de Mónica. Venía enfundada en un elegante
gabán marrón combinado con botas altas, gorro de lana y
su hermoso y rubio cabello ondeando al viento. Me saludó
con la mano, sonrió débilmente y se sentó en el banco junto
a mí. Cohibida, no se atrevía siquiera a mirarme a los ojos.
—¿Y bien? Tú dirás, Iván. ¿Para qué querías verme? —
preguntó tras un incómodo silencio.
—Lo sabes perfectamente. Vengo por el asunto de Amanda
—la informé sin que me temblara la voz.
—Por supuesto. Estaba casi segura de que sería por ella.
Aun así, guardaba la esperanza de que quisieras verme
porque me echas de menos… —respondió amargamente.
—Deja el teatro, Mónica. Ya sabes que eso es más que
imposible —le dije tras chasquear la lengua, contrariado
tras sus inútiles esperanzas.
—Bueno, ya sabes lo que dicen. La esperanza es lo último
que se pierde —comentó encogiéndose de hombros,
abatida.
—¿Cómo has podido hacerle eso a Amanda? Nunca pensé
que caerías tan bajo —la reprendí verdaderamente molesto
por su infantil actitud.
—Amanda me ha fallado como amiga. Jamás creí que sería
capaz de llevarse a la boca lo que yo más he querido —
respondió claramente afectada y conteniendo el llanto, ya
que parecía avergonzarse de lo que había hecho al ver mi
rechazo.
—Sé que me quisiste, pero eso no te da ningún derecho a
ponerme la zancadilla cuando quiero rehacer mi vida. Yo
también te quería, pero lo estropeaste todo. Ahora ya no
hay vuelta atrás. Solo esperaba que te comportaras de
forma más elegante, pero quizá es mucho pedir.
—En el amor y en la guerra todo vale. Yo solo le he dado a
Amanda su merecido por no respetar una norma sagrada
entre amigas —se justificó.
—Y ahora pretendes contarle a todo el mundo que está
fingiendo su noviazgo con Ariel, ¿verdad? —me aseguré.
—Pues claro que pienso hacerlo. No soy imbécil. No voy a
quedarme cruzada de brazos si puedo joderla. Ella haría lo
mismo si estuviera en mi lugar.
—No. Ella no es como tú —contesté dudando de mis propias
palabras, pues empezaba a no estar tan convencido de la
bondad de mi actual novia—. He venido aquí para decirte
que, si cuentas una palabra de lo que sabes, entonces yo
también hablaré. Le contaré a todo el mundo tu pequeño
secreto. Quizá no sea tan importante como el de Amanda,
pero seguro que no te gustaría que la gente se enterara,
¿verdad?
Mónica me contempló con incredulidad, como si le costara
procesar mis palabras. Sus ojos se anegaron en lágrimas
que trató de retener para no romper a llorar frente a mí.
—No te atreverías a hacerme eso… —pronunció con un hilo
de voz.
—Pues claro que sí. Si jodes a Amanda, no me temblará el
pulso. Aquí todos sabemos jugar, Mónica. Más te vale cerrar
el pico o me aseguraré de que todo el campus se enteré de
lo que escondes —repetí para que la idea quedara bien
clara.
—Jamás creí que te volverías contra mí, mucho menos por
otra mujer. A lo mejor me enamoré del chico equivocado —
manifestó con rabia.
Tras sus palabras, me levanté del banco y me dispuse a
marcharme para no seguir escuchando sus tonterías.
—Iván, ¿qué crees que pasará cuando Amanda se enamore
de Ariel Guerra con todo este jueguecito? Dime, porque me
gustaría saber lo que opinas de eso —me preguntó cuando
ya había comenzado a caminar para alejarme de ella.
Me giré y la enfrenté de nuevo.
—Amanda no quiere a ese tío. Ella me quiere a mí —le
aseguré con la voz clara y tratando de mostrar seguridad en
mis palabras, un sentimiento que, aunque tratara de
negarlo, me había abandonado casi desde el principio.
—No te engañes. Sucederá tarde o temprano. De tanto
fingir, se acabará pillando por él. ¿Por qué te tomas tantas
molestias por ella? Cuando menos te lo esperes, te mandará
a la porra. Solo entonces despertarás y te darás cuenta de
que yo tenía razón.
—Cállate —respondí de mala gana y, tras una última mirada
cargada de odio, seguí mi camino para perderla de vista.
Llamé a Amanda de vuelta a casa y le aseguré que Mónica
sería una tumba, pues estaba plenamente convencido de
que no se arriesgaría a que yo desvelara su secreto.
Amanda alabó mi actuación y me dijo que era el mejor
novio que había tenido nunca, sin embargo, no creí en sus
palabras. ¿Y si Mónica tenía razón y ella me acababa
dejando por Ariel Guerra, un tipo exitoso y millonario, el
galán por el que todas las féminas suspiraban?
Al día siguiente, saturado por los acontecimientos, visité a
Amanda por la tarde para, como de costumbre, encontrar a
Verónica en lugar de a quien yo buscaba realmente. No
obstante, la amabilidad de la que se había convertido en
una buena amiga siempre me ayudaba a sentirme mejor,
por lo que me alegré de poder compartir un rato con ella.
—Amanda se fue a poner la denuncia a la comisaría. No sé
si conseguirá algo, pero dice que no piensa quedarse de
brazos cruzados después de que esa perra se atreviera a
ridiculizarla en las redes —me informó Verónica tirada en el
sofá.
—Podría haberme avisado. La habría acompañado… Ah, no,
espera. Acabo de acordarme de que no puedo siquiera ir
con ella al cuarto de contadores —me lamenté sentado en
una silla del comedor.
—Iván… Lo siento. Supongo que pasará pronto, ¿no?
—No sé cómo voy a aguantar. Seguro que ha ido con él a la
comisaría, ¿verdad?
Verónica me miró con cara de pena y asintió débilmente.
—Lo imaginaba —respondí torciendo el gesto—. Es igual. No
quiero amargarte con mis estúpidas preocupaciones.
—No son estúpidas. Todos tenemos preocupaciones y es
bueno compartirlas. Los consejos siempre son bienvenidos.
—Ya me he asegurado de que Mónica cierre el pico. La
amenacé con desvelar su gran secreto —dije de forma
irónica, pues en realidad lo que ocultaba era una gilipollez.
Verónica, sin embargo, tan solo asintió y no trató de indagar
sobre el tema, cosa que cualquier persona habría intentado.
Adoraba su discreción y su saber estar, nunca
entrometiéndose en asuntos ajenos sin ser invitada.
—¿No vas a preguntarme cuál es su secreto? —inquirí, aun
así, tratando de despertar su curiosidad.
—No. No es asunto mío. Creo que podré vivir sin saberlo. —
Se encogió de hombros.
—¡Venga ya! ¿De veras que no te gustaría saberlo? —insistí
con una sonrisa.
—Está claro que te mueres por contármelo —sonrió—.
Adelante. Nunca viene mal saber de qué pie cojea el
enemigo.
—Ya que yo conozco tu secreto, te contaré el de Mónica —
afirmé convencido de que Verónica jamás utilizaría esa
información con fines ilícitos—. Ella siempre ha tenido
mucho éxito entre los hombres. Su belleza la ha ayudado
mucho, pero también el hecho de que supuestamente
perdió la virginidad a los catorce años, gracias a lo cual
alardea de que tiene una amplia experiencia en el terreno
sexual.
—Ajá, entiendo… —comentó Verónica.
—Nada más lejos de la realidad. Cuando empezamos a salir,
rápido me di cuenta de que Mónica no tenía prácticamente
idea de sexo. El día que íbamos a hacerlo por primera vez,
ella trató de hacerme creer que tenía mucha experiencia. En
realidad, nunca había estado con nadie y se derrumbó
cuando la descubrí. Se puso a llorar y me suplicó que no la
delatara, ya que había mentido a todo el mundo al decir que
se había acostado con infinidad de chicos. Ni siquiera con
sus amigas había sido honesta para mantener su
popularidad —recordé, y Verónica me miró sorprendida tras
la revelación.
—Vaya… La verdad es que no esperaba algo así de súper
Mónica.
—A pesar de todo, fui comprensivo con ella y me esforcé
por hacer de su primera vez un momento inigualable. Fui
tierno y dulce con ella. La traté con respeto y delicadeza y
me esmeré en hacerla disfrutar a pesar de sus miedos —le
confesé a Verónica recordando un momento en el que fui
feliz, a diferencia del presente que me machacaba día sí y
día también y en el cual me sentía atrapado.
—Bueno, la verdad es que no esperaba otra cosa de ti. Me
habrías decepcionado si llegas a decirme que fuiste un
patán sin sentimientos que solo buscaba su propio placer.
No es esa la imagen que tengo de ti —confesó Verónica.
—Entonces tienes demasiada buena imagen de mí. Yo
también me equivoco y cometo errores. No soy un santo —
respondí avergonzado.
—Yo no he dicho que seas un santo. Solo pienso que eres
mejor que los demás. Tú no me juzgas como hacen los
otros, y eso para mí es algo bastante importante. Con
respecto a Mónica, la verdad es que conocer su secreto me
ha hecho sentir un poquito mejor conmigo misma. Creí que
era una pardilla por no haber perdido la virginidad hasta
bien tarde, y ahora resulta que Miss Popularidad se lleva el
premio a la más mojigata. Uno nunca se acuesta sin
conocer algo nuevo —expuso con una sonrisa—. Tranquilo,
su secreto está a salvo conmigo, a pesar de todo. Eso sí, yo
me cuidaría de Amanda. Anda un poco sueltecita desde que
está metida en el mundo del famoseo.
—Tranquila, no pienso contárselo. Sé que no podría
controlarse con esa información en su poder. Es mejor así —
afirmé, y Verónica asintió dándome la razón.
—Así que prefieres contármelo a mí antes que a tu novia —
reflexionó asintiendo con la cabeza—. Preferiría que
tampoco le mencionaras que yo lo sé. Ya nos llevamos
bastante mal como para añadir otro motivo más para
odiarnos.
—No te preocupes. Tampoco pensaba decirle que me he
sincerado contigo. Lo que no entiendo es por qué os lleváis
tan mal. No veo motivos. —Me encogí de hombros,
desconcertado.
—Amanda y yo somos demasiado diferentes como para
caernos bien. Solo nos esforzamos en que haya paz en la
casa para que la convivencia sea posible, pero el cariño que
nos tenemos es mutuo —expresó con ironía.
—Bueno, está claro que no puedo hacer que seáis amigas,
pero me alegra saber que intentáis evitar los conflictos. Sé
que, a pesar de que quizá no le caes en gracia, Amanda
está contenta de poder vivir tan cerca del campus y que no
quiere mudarse.
—Si te soy honesta, yo tampoco quiero que se mude. Ella
me importa un bledo, pero no me gustaría tener que
prescindir de tu agradable compañía. Lo cierto es que ya me
he acostumbrado a que estés siempre por aquí, y sé que me
costará adaptarme a la nueva situación el día que eso
cambie.
Sus palabras, que recibí cohibido y con una sonrisa, me
calaron muy hondo y me tocaron la fibra sensible. Verónica
apreciaba mi compañía, al igual que yo la suya. Así como
cada día sentía a Amanda más lejos, la relación entre
Verónica y yo se estrechaba y se fortalecía, hecho que me
hacía sentir bien y que me consolaba dados los difíciles
momentos que percibía en mi relación. Me parecía que
caerle bien a alguien tan selectivo y difícil de complacer
como Verónica era, sin lugar a dudas, una proeza más que
destacable. Con respecto a mi relación, esperaba que mi
paciencia no me traicionara y deseaba ser más fuerte
mentalmente para estar a la altura de las circunstancias y
no dejarme llevar por los celos que habían empezado a
devorarme el corazón pedazo a pedazo.
31. VERÓNICA: LA FAMILIA DE
IVÁN

Un buen día, me decidí a admitir que, allá donde Iván me


necesitara, iría sin pensarlo y sin rechistar, dispuesta a
ofrecerle mi incondicional y desinteresada ayuda. Ser
consciente de ese hecho me llevó a deducir, muy a mi
pesar, que estaba enamorada hasta las trancas de él, como
vulgarmente se suele decir. Lo peor de todo era que, cuanto
más tiempo pasaba con él, y era mucho últimamente dadas
las múltiples ausencias de Amanda, más me encandilaba
con su belleza, bondad y simpatía. Me veía cada vez más
atrapada en un juego del que nunca quise formar parte, y
no veía remedio para desintoxicarme de mi atontamiento
juvenil.
Unos días antes de Nochebuena, Iván me llamó para
pedirme por favor que fuera a revisar su ordenador, el cual
parecía haber sufrido un cortocircuito y no arrancaba con
normalidad. No era capaz de encenderlo y la primera
persona en la que pensó fue en mí. Servicial como de
costumbre, anoté la dirección de mi adorado amigo y puse
rumbo a su domicilio para solventar su problemilla, nerviosa
al estar a punto de adentrarme en un territorio que Amanda
jamás había pisado, temerosa también al ser consciente de
que podría toparme con algún miembro de su familia.
Confirmé mis temores al ser recibida por un joven bastante
más alto que yo de aspecto adolescente. Su castaño cabello
y su parecido con Iván me ayudaron a deducir que debía de
encontrarme ante su hermano, el cual me sonrió
abiertamente mostrándome una dentadura forrada en
metal.
—Verónica, ¿verdad? Yo soy Pedro, el hermano de Iván.
Sígueme, te llevaré a su cuarto. —Me apremió, y lo seguí
tras murmurar que estaba encantada de conocerlo.
Descubrí que el espacio privado de Iván era de lo más
corriente. Nada destacable salvo una confortable cama, un
escritorio para estudiar donde reposaba el responsable de
mi visita, el ordenador enfermo, un armario y, lo que más
me llamó la atención, posters de los grupos favoritos de
Iván por doquier, además de su guitarra.
—El ordenador está gilipollas. No sabemos lo que le pasa. A
ver si tú puedes arreglar este cacharro de mierda —me
informó Pedro, y seguidamente se sentó a observar.
Dejé mi bandolera sobre la cama y me acomodé en la silla
del escritorio para echarle un vistazo al aparato.
—No deberías hablar así del ordenador en su presencia. ¿No
sabías que también tienen sentimientos? —bromeé muy
seria, y el chico se me quedó mirando como si fuera imbécil.
Rápidamente esbocé una sonrisa y él captó la broma.
—Me has pillado. A veces soy un poco cortito —se justificó.
—Es igual. No te preocupes —respondí examinando el
ordenador.
—Iván ha ido a comprar unas cosas que mi madre se olvidó.
Me pidió que te recibiera con honores. Oye, no me había
dicho que eras gótica. Me mola mazo ese rollo. Puede que
en breve empiece a cambiar un poco mi estilo, ya sabes —
me informó como si le hubiera preguntado.
En circunstancias normales, probablemente lo habría
ignorado, pero algo en Pedro me inspiraba cierta ternura.
Quizá fuera que estaba emparentado con Iván y todo lo que
tenía que ver con él me atraía, pero el chaval me pareció de
lo más simpático y dicharachero. No pude evitar distraerme
con su charla mientras hacía mi trabajo.
—Así que quieres ser gótico. Déjame decirte, amigo mío,
que te lo pienses muy bien antes de cambiar tu aspecto
aunque eso sea lo que te pide el corazón. Esta es una cruz
bastante pesada que no todo el mundo puede llevar. Ya
sabes, habrá burlas y malas caras por todas partes. Si estás
dispuesto a soportarlo, entonces adelante. Si eres un
blandito, mejor quédate como estás —aconsejé sabiendo
perfectamente de lo que hablaba.
—No será para tanto —respondió asombrado.
—Llevo años lidiando con imbéciles por vestir como
realmente me apetece. Sé de lo que hablo —le aseguré
mientras buscaba el fallo.
—La gente es asquerosa. En general, suelo ignorar la
mierda que los demás sueltan por la boca. Me la suda lo que
piensen —dijo sorprendiéndome.
—¿Qué edad tienes, Pedro? —le pregunté curiosa.
—Catorce. ¿Demasiado joven para ti? —inquirió con una
sonrisilla.
De repente, la puerta del dormitorio se abrió e Iván irrumpió
sin avisar.
—Pedro, deja de darle la brasa a Verónica. Solo te pedí que
la recibieras, no que te pusieras a tirarle los tejos —lo
regañó Iván, que definitivamente había oído la insinuación
de su hermano.
—¿Cuándo voy a volver a tener a una chica guapa tan a
huevo? Siempre me cortas las alas —se quejó.
Su cumplido, no obstante, me sacó una sonrisa que traté de
disimular.
—Estoy seguro de que hay mil chicas con las que podrías
intentar ligar. Deja a Verónica en paz. No creo que le
apetezca salir con un crío como tú al que saca por lo menos
siete años —dijo Iván, que empujó a su hermano a un lado
para sentarse él también en la cama.
—Con esos ojos no lo creo. Si te fijas bien, pueden llegar a
hipnotizarte —afirmó sin cortarse un pelo a pesar de mi
presencia, e Iván le soltó una colleja.
Pedro lanzó un grito para mostrar su disconformidad tras el
correctivo de Iván.
—Chicos, ya basta. Estoy tratando de dar con el problema.
—Frené la discusión para lograr concentrarme.
—Sí, será mejor que este mocoso se largue de aquí —sugirió
Iván.
—¡Venga ya, Iván! Que tú no sepas elegir a las chicas, no
quiere decir que yo tenga el mismo problema. Verónica, si
eres un poco paciente, a lo mejor podemos tener algo
pronto. —Se dirigió a mí y me lanzó una arrebatadora
sonrisa que me recordó mucho a un gesto de su hermano.
—Está bien, Pedro. Creo que me reservaré para ti. Llámame
cuando no sea ilegal que te invite a tomar algo. —Le guiñé
un ojo bromista y él me devolvió el gesto.
Sin miramientos, Iván se levantó, lo empujó hasta la puerta
y lo sacó de la habitación en un santiamén. Una vez que
estuvo fuera, cerró y volvió a la cama.
—Perdona a mi hermano Pedro. Tiene las hormonas
revolucionadas y está insoportable últimamente —suspiró
Iván.
—No tienes que disculparte. Al menos un crío de catorce
años se ha fijado en mí y piensa que soy atractiva. Es más
de lo que esperaba un sábado como hoy —contesté
habiendo hallado la raíz del problema—. La placa base no
funciona. Tienes suerte de que soy una persona previsora y
tenía una por casa que sirve para tu ordenador. Te la voy a
cambiar —informé, y él asintió.
—Muchísimas gracias, Verónica. Me parece que estoy
abusando bastante de tu confianza. ¿Cuánto te debo?
—No digas tonterías. No voy a cobrarte por esto. La placa es
de un ordenador antiguo que compraron mis padres hace
unos años. El trabajillo te costará alguna copa, pero nada
más. —Le resté importancia al asunto y me puse manos a la
obra.
En un rato, cambié la placa base y puse a punto el
ordenador de sobremesa de Iván, que quedó encantado tras
la reparación exprés. La gente siempre se solía aprovechar
de sus amigos ingenieros informáticos para que les
solucionaran ese tipo de averías de forma gratuita. De
haberse tratado de otra persona, seguramente ni siquiera
habría acudido a la llamada, pero con Iván todo era
diferente. Mis reglas y principios se venían abajo cuando él
me pedía un favor con su sexy y masculina voz. Estaba
completamente perdida y ya ni siquiera trataba de hacerme
la dura.
—Oye, ¿quieres quedarte a comer? Mi madre ha hecho
cocido para todo el edificio. A lo mejor se te pega algo del
tocino —bromeó.
—¿Comer con tu familia? ¡Qué vergüenza! —exclamé
escandalizada.
—Anímate, anda. Es lo menos que puedo hacer para
agradecerte el favor.
Finalmente y tras la gran insistencia de Iván, terminé
aceptando. En realidad, yo sola me metí en ese incómodo
fregado que, de haberlo sabido, habría evitado a toda costa.
Puede que al hermano de Iván le hubiera causado una
buenísima impresión, pero no todo iba a ser un camino de
rosas. Los padres de Iván, en especial su madre, arrastraron
sus prejuicios durante todo el almuerzo y me dejaron bien
claro que jamás sería bienvenida en su mesa y mucho
menos en su hogar como una más de la familia, hecho que
volvió a recordarme que mi interés por Iván y las ilusiones
que anidaban en mi corazón eran un caso perdido. Debía
tratar de enterrarlas en lo más profundo de mi ser cuanto
antes para evitar que me devoraran.
La madre de Iván, en cuanto me vio, me observó de arriba
abajo con un gesto de disgusto como cuando se encuentra
un bicho asqueroso en la pared que hay que aplastar de
inmediato. Me saludó con frialdad y me preguntó quién era,
quizá temiendo que su hijo mayor le confirmara que salía
conmigo. Para su gran alivio, Iván me presentó como una
amiga que acababa de salvar su ordenador.
—¡Oh, estupendo! Te agradezco mucho que te hayas
tomado la molestia, Verónica. Ese cacharro no deja de dar
problemas. Pronto compraremos uno nuevo —me aseguró
Laura, la madre de Iván.
—Antes de deshaceros de él, creo que todavía podría
serviros por un tiempo. Estaré encantada de echarle otro
vistazo si hace falta —dije, y ella sonrió falsamente.
Me ofreció un asiento en su mesa con aparente amabilidad,
pero su mirada me recordó que ese no era mi lugar.
Únicamente tenía el privilegio de compartir tiempo con su
familia porque había hecho uso de mis habilidades y
conocimientos.
Cuando estuvimos sentados a la mesa, Iván trató de
fomentar la conversación entre todos nosotros. A pesar de
hablar con normalidad, en los ojos de Laura percibí rechazo
hacia mi forma de vestir. Evitaba mirarme fijamente y
dirigirse a mí para interesarse por mi persona. El padre de
Iván fue algo más amable, aunque tampoco es que me
hiciera sentir realmente cómoda. Tan solo los chistes de
Pedro consiguieron sacarme alguna que otra sonrisa, así
como algún comentario de Iván.
—Así que dices que solo sois amigos, ¿no, cielo? —reiteró
Laura hacia el final de la comida aun cuando así me había
presentado su hijo, quizá para asegurarse de que su niño
estaba a salvo de una perra satánica como yo.
—Sí, mamá. Verónica es solo una amiga. Nada más —
confirmó Iván clavándome una lanza directa al corazón.
—Genial. Me alegro, hijo —respondió Laura haciéndome
sentir como una verdadera mierda inservible, alguien que
no se merecía a su preciado tesoro.
Iván desde luego que había contestado a la pregunta sin
percibir la maldad implícita de su progenitora, que trataba
de protegerlo de mí a toda costa. No obstante, yo no era
estúpida y me había dado cuenta de su desprecio. No me
quedó más remedio que responder de forma brusca y
maleducada para al menos quitarme de encima la pesada
losa que ella acababa de colocar sobre mí.
—Pues no te alegres tanto, Laura. En cuanto tu hijo pequeño
cumpla dieciocho años, estoy pensando en aceptar la
proposición indecente que me hizo cuando arreglaba
vuestro ordenador gratis —solté sin pensar demasiado en
las consecuencias.
Laura se me quedó mirando escandalizada y con los ojos
abiertos como platos, incapaz de creer que hubiera
pronunciado semejante burrada. El padre de Iván, un tanto
ajeno a la conversación al estar pendiente de la televisión,
miró a su alrededor confuso al no haber escuchado bien mi
comentario. Pedro me guiñó el ojo y me sonrió. En cuanto a
Iván, me contempló incrédulo y sin comprender por qué
había respondido de esa forma tan grosera.
—Lo siento. Tengo que marcharme. Gracias por la comida —
pronuncié avergonzada, y me puse en pie para largarme de
allí de inmediato.
Con los ojos de todos los presentes clavados en mi nuca,
cogí mi bolso y me dirigí a la puerta para escabullirme sin
haberme terminado el postre. Nada más salir del portal, no
llevaba más que unos metros caminados cuando escuché a
Iván llamarme para de nuevo detenerme como cuando salí
pitando del botellón donde también fui atacada, aunque no
de forma tan sutil como durante la presente comida.
—¡Verónica, espera! ¡¿Se puede saber qué te pasa?! ¡¿A qué
narices ha venido ese comentario?! —me preguntó cuando
me detuve en medio de la calle.
—¿En serio tengo que explicártelo, Iván? ¿Es que no has
visto el desprecio con el que me ha tratado tu madre? —
respondí mirándolo con mi característico semblante de
hielo.
—¿Desprecio? Pero ¿qué dices? No sé por qué piensas eso.
Mi madre solo trataba de ser amable contigo —contestó
ingenuo, y yo puse los ojos en blanco claramente molesta
por su inocencia.
—¿De verdad que no te has dado cuenta? Pues claro… Es tu
madre. No puedo pretender que la veas con los mismos ojos
que yo. Mira, Iván, siento ser tan perra y haber soltado esa
burrada sobre tu hermano. Es solo que tu madre parecía
demasiado interesada en que le confirmaras que no hay
nada entre nosotros. La insistencia ofende aunque tú no
veas nada oscuro en su pregunta. Sé muy bien lo que soy,
pero no me gusta que me miren por encima del hombro y
que me desprecien. Así es como me he sentido durante toda
la comida. No debí haberme quedado… —le expliqué para
que comprendiera mi punto de vista.
—Verónica, mi madre está acostumbrada a que traiga a
chicas como Mónica. Quizá verte por primera vez le haya
causado un poco de impresión y haya estado un pelín a la
defensiva, pero te aseguro que no tenía malas intenciones.
Siento que te hayas sentido tan mal. Hablaré con ella y no
volverá a suceder. Te lo prometo —la justificó Iván, y yo
esbocé una forzada sonrisa.
Desde luego que no sucedería de nuevo, porque no pensaba
volver poner un pie en esa casa por mucho que me doliera.
—Gracias, Iván. Me gustaría que te disculparas con ella de
mi parte. Explícale cómo me he sentido y el motivo. Estoy
segura de que ella lo comprenderá y podremos olvidar este
pequeño e incómodo incidente. Dile que no tiene nada de
qué preocuparse. Sus dos hijos están a salvo de mis
poderes de bruja —bromeé, e Iván soltó una carcajada.
—Por supuesto. Le haré llegar tu mensaje. Espero que
podamos olvidarnos de esta tontería sin importancia. La
próxima vez que os veáis, seguro que todo irá mucho mejor.
—Seguro que sí —asentí falsamente.
—¿Quieres que te acompañe a casa? —Se ofreció, pero yo
negué con la cabeza, ya que me apetecía volver
escuchando música y recreándome en mi miseria.
Iván y yo nos despedimos y puse rumbo a mi hogar, uno de
los pocos lugares en el mundo donde me sentía segura y no
tenía que justificarme ni agradar a nadie. Amanda, por muy
mala que fuera nuestra relación, ya sabía que no debía
inmiscuirse en mis asuntos y últimamente apenas nos
dirigíamos la palabra, cosa que me aportaba una gran paz
interior.
De camino a casa, reviví tensos momentos de la comida con
la familia de Iván. Estaba claro que él no era el más indicado
para juzgar a los suyos y tampoco quería obligarlo. No era
mi intención envenenar su mente con la realidad para
separarle de sus seres queridos. Quizá por eso, tras un
primer momento en el que él aseguró que su madre no
había mostrado ningún desprecio hacia mí de forma
intencionada, decidí apaciguar los ánimos y excusar mi
comportamiento. Explicarle con educación por qué me había
sentido mal y darle la razón como a los locos era la mejor
opción.
En realidad, evitaría a toda costa volver a su casa e
ignoraría sus invitaciones a no ser que su vida dependiera
de ello. Si acudía, me aseguraría de que solo él o su
hermano Pedro se encontraran en el domicilio y de que sus
padres estuviesen bien lejos donde no pudieran volver a
menospreciarme. La estrategia se dibujaba clara en mi
mente y esperaba no tener que saltármela y enfrentarme de
nuevo a ellos.
Recordé las palabras de Iván, que me dijo que su madre
estaba acostumbrada a chicas como Mónica, por lo tanto,
Amanda también sería de su agrado cuando la pantomima
del romance se terminara e Iván se la presentase
oficialmente. Para ella solo tendría buenas palabras y
estaría encantada de que su niño saliera con una atractiva y
encantadora famosa. En el fondo, que yo me mantuviera
lejos del nido familiar era lo mejor que podía pasarles a
todos.
Eres una bruja, una perra satánica, una persona
despreciable y nada agraciada que no se merece el amor de
alguien como Iván. Vete a casa, enciérrate en tu habitación
y deshazte de la llave para permanecer en tu tenebrosa
guarida de por vida, atrapada en las tinieblas donde tu
negatividad y tu oscuro corazón no puedan corromper a
otros. Vive de tus fantasías y deja de molestar a los demás.
Eres una deshonra para tus padres. Nunca jamás serás lo
que ellos esperan de ti. Repetí esas palabras en mi mente
hasta que llegué a casa y me refugié en mi cuarto,
consciente de que no podía quedarme allí atrapada para
siempre. Al día siguiente, tendría que seguir enfrentándome
al cruel mundo una vez más.
32. ARIEL: BLANCA NAVIDAD

Amanda y yo fuimos invitados a una fiesta navideña unos


días antes de que cerráramos el año que nos había unido.
Con nuestro número de seguidores aumentando de forma
desorbitada a diario, no podíamos permitirnos el lujo de
ignorar la propuesta y dedicar el tiempo a otros menesteres,
ya que la popularidad es como una planta. Si no la riegas a
diario, pronto se seca y aparecen otros ejemplares más
frondosos que rápidamente te comen el terreno.
La fiesta sería, además, una buena oportunidad para
convertirnos en la imagen de alguna que otra marca más.
Amanda y yo ya promocionábamos moda, joyas y productos
cosméticos en Instagram, ocupación que nos reportaba gran
parte del dinero que ganábamos, pero nunca venía mal
cerrar nuevos acuerdos. Era nuestro momento y debíamos
aprovecharlo al máximo, cosechar y recoger los frutos
mientras estuviéramos en la cresta de la ola.
Amanda se manejaba con una soltura impresionante en
sociedad y me enorgullecía por haber contribuido a
instruirla. Esa fiesta no sería diferente, y desde el minuto
uno se mezcló con los presentes y entabló múltiples
conversaciones dejándome a un lado, pues habíamos ido a
hacer negocios y no a dedicarnos cariñitos. Esa era nuestra
estrategia cuando se trataba de trabajo: separarnos para
abarcar mayor terreno y aumentar nuestras posibilidades.
Descubrí que nos complementábamos a la perfección y que,
en el fondo, teníamos muchas más cosas en común de las
que pensábamos en un principio. Es por eso que, cuanto
más tiempo pasaba con ella, más me costaba controlarme.
Amanda me gustaba aunque tratara de mostrarme
indiferente. La localicé entre la multitud con el ceñido
vestido dorado que yo mismo la había ayudado a escoger.
Su cabello ondulado lucía espectacular en un elegante
recogido y su sutil e impoluto maquillaje resaltaba la belleza
de sus facciones. Su embriagadora sonrisa, enmarcada por
sus voluminosos labios, me hizo sonreír al verla feliz. Mi
gesto cambió, no obstante, cuando me percaté de que Raúl
Camino, el grano en el culo más molesto del mundo,
entabló conversación con ella y la invitó a una copa. Los
seguí con la mirada y decidí vigilarlos para asegurarme de
que todo marchaba bien.
Ya había advertido a Amanda que fuera cuidadosa con Raúl
y con Tatiana. De todas las personas que podían intentar
boicotearnos, ellos eran los que más interés tenían. De
hecho, ambos podían convertirse en la nueva pareja de
moda si conseguían deshacerse de nosotros. Habían
empezado a salir recientemente y trataban de acaparar
portadas como Amanda y yo hacíamos. Sobra decir que,
aunque lo intentaban, no nos llegaban ni a la suela del
zapato, por lo que conspiraban en nuestra contra
constantemente.
Observé a Raúl y a Amanda, que se sentaron en unos
sillones a continuar con la charla que habían comenzado,
amenizándola con unas copas. No los perdí de vista durante
más de media hora, lo cual me distrajo de mis propósitos.
Estaba a punto de reanudar mi actividad cuando, de
repente, Raúl sacó una diminuta bolsa de plástico del
bolsillo de su pantalón y espolvoreó un poco de coca en una
mesita que había junto a los asientos. Se preparó una raya a
gran velocidad y la esnifó allí mismo sin ningún miramiento.
No contento con eso, preparó otra para Amanda y se la
ofreció con amabilidad. Colérico, me dirigí de inmediato
hasta donde se encontraban, apartando a la gente
bruscamente. Pronto estuve cerca para gritarle a la cara
que era escoria.
—¡Eh, tú, comemierda! ¡La raya te la puedes meter por el
culo! ¡Aléjate de mi chica! —vociferé cuando lo tuve frente a
mí.
El muy cobarde pegó un bote del susto y se levantó del
sillón donde estaba repantigado.
—Ariel, tranquilízate, por favor —me pidió Amanda
dirigiéndome una mirada para sosegarme.
—¡No me da la puta gana! ¡Allá donde voy, aparece este
hijo de puta para amargarme la fiesta! ¡No sé cómo lo hace,
pero siempre lo consigue! —exclamé, y seguidamente me
dirigí a la mesa y de un manotazo tiré el polvillo venenoso al
suelo.
—¡Serás mamón! —gritó Raúl, al cual acababa de privar de
su chute nocturno.
El muy cerdo se lanzó al suelo a lamer lo que quedaba de la
dosis desperdiciada, lo cual me pareció vomitivo.
—¡Si vuelves a ofrecerle coca a mi novia, no me lo voy a
pensar dos veces! ¡Te agarro del cuello y te lanzo por la
ventana, rata inmunda! —lo amenacé en voz alta,
atrayendo la atención de muchos de los invitados presentes.
Amanda me dirigió una mirada de reproche al estar
montando el numerito.
—Ariel, me parece que tu novia ya es mayorcita para decidir
por sí misma —agregó Raúl cuando hubo terminado de
chupar el suelo—. Además, ni que tú fueras un ejemplo a
seguir. Según se comenta por ahí, hace poco eras tú quien
se tiraba al suelo a por las sobras. Te pasabas el día
sorbiendo la nariz diciendo que tenías alergia. ¡Alergia mis
cojones! —concluyó Raúl, y sus palabras me llevaron al
borde del abismo.
Hice ademán de abalanzarme sobre él para derribarlo y
molerlo a puñetazos, ya que la rabia ardía en mi interior,
pero dos fornidos invitados que habían presenciado la
trifulca me sujetaron por los hombros y me impidieron
darme el gusto. Violentamente, me zafé de ellos y decidí
huir de las miradas indiscretas de los presentes. Me abrí
paso a codazos hasta la terraza y alcancé a coger una copa
bien cargada antes de salir al frío aire invernal. Segundos
después, mientras fijaba la mirada en las maravillosas
vistas nocturnas que se podían contemplar desde el ático
donde tenía lugar la fiesta, Amanda me dio un toquecito en
el hombro para advertirme de su presencia.
—¿Estás bien? —me preguntó cuando la miré.
Asentí con la cabeza, bebí de la copa y continué mirando al
horizonte.
—Oye, no creas que iba a aceptar la raya de ese imbécil. No
tenías que haberte puesto así. Solo trataba de ser amable
con él como lo soy con el resto del mundo —me explicó, y
yo volví a asentir sin decir palabra.
Amanda se colocó el pelo por detrás de la oreja y me
arrebató la copa de la mano, vaciando la mitad de su
contenido de un trago.
—¿Tienes que beberte mi copa? ¿No puedes pedirle al
camarero que te sirva una? —inquirí enojado, y ella sonrió y
me devolvió lo que quedaba de la bebida, que apuré
rápidamente.
—¿Quieres hablar de ello? —propuso tras mis palabras de
enojo.
—Supongo. Es una parte de mí que no encontrarás en
Wikipedia. Uno de mis más oscuros secretos. Si prometes no
juzgarme demasiado duramente, te lo contaré. —Me ofrecí
con el rostro completamente serio.
—Por supuesto que quiero que me lo cuentes. No voy a
hacer tal cosa. Tan solo quiero entenderte —afirmó con una
acogedora sonrisa.
Respiré hondo y me decidí a sincerarme con Amanda, ahora
que estábamos los dos solos en la terraza.
—Cuando llegué a Madrid, con veinte años, las cosas no
fueron fáciles para mí. Mi idea era ser actor, pero acabé
participando en un reality show al que me presenté porque
no me llamaban para ninguna serie o película. Me cogieron
porque me peleé con un tipo en la cola del casting y les
gustó mi agresividad. En el programa, me encargué de
potenciar esa furia y de explotarla al máximo para que la
gente me conociera. Hice lo mismo en sucesivos programas
hasta que me hice un hueco en la televisión. No obstante,
este trabajo tiene sus pros y sus contras. Para llegar hasta
donde yo he llegado, hace falta trabajar día y noche sin
descanso.
—No me digas… ¿En serio? —preguntó Amanda con una
sonrisa burlona, pues ella bien sabía a qué me refería.
—Sí, señorita, pero yo empecé desde cero y no tuve a nadie
que me ayudara a darme a conocer como te ha pasado a ti.
Tuve que labrarme el futuro por mí mismo y sacrificar
demasiadas cosas. El cansancio se apoderaba de mí cada
día y había veces que apenas tenía fuerzas para aparecer
en la televisión de día y asistir a fiestas de noche. Un día,
alguien me ofreció una raya. La tomé y descubrí un mundo
nuevo. Con la coca podía aguantar sin descanso y hacer
todo lo que me propusiera. Puse mi cuerpo al límite y
consumí durante un par de años sin parar.
—Ya veo… Entiendo. Continúa. —Me apremió Amanda
comprensiva.
—Cuando consumes coca u otro tipo de drogas, al final te
das cuenta de que vas hacia el abismo. Tenía unos cambios
de humor tan repentinos que empecé a meterme en líos con
los paparazis. Me tachaban de violento y siempre me
pillaban en los peores momentos. Es ahí donde Paco entra
en acción. Era periodista y se dedicaba a perseguir a tipos
como yo para conseguir la exclusiva más jugosa. Un buen
día, Paco me cazó saliendo de una fiesta y me tiró unas
comprometedoras fotos que podrían haberle hecho mucho
daño a mi carrera. Me pilló consumiendo en plena calle,
borracho y con un aspecto terriblemente deprimente.
Estaba en mis peores momentos. Él, lejos de publicar las
fotos, me las dio. Cualquiera me habría sobornado para
obtener una desorbitada cantidad de dinero por ellas. Paco,
sin embargo, me las entregó sin más y me ofreció su ayuda.
Con varios adictos en su familia, sabía de sobra lo que la
droga hacía a las personas y quiso echarme un cable. Me
recomendó la mejor clínica de desintoxicación del país y me
convenció para ir allí a salvar mi vida —le expliqué a
Amanda, que me contemplaba casi sin pestañear.
—Vaya… ¿Quién lo hubiera imaginado?
—Fui a la clínica y estuve allí internado varios meses. Perdí
dinero, porque estuve ausente y recuperándome durante
todo ese tiempo. Me gasté lo que no está escrito en la
dichosa clínica, pero ¿sabes qué? Que lo conseguí y que no
podría estar más orgulloso de mí mismo. Dejé de consumir y
ahora soy cuidadoso y me mantengo alejado de las drogas.
No es nada fácil estando rodeado de tanta gente que
consume, pero pongo todo de mi parte para no recaer. Con
respecto a Paco, nos hicimos amigos inseparables a raíz de
mi problema. Él podría haberse convertido en un grande de
la prensa rosa si hubiera publicado mis fotos, pero decidió ir
por el buen camino. Aun así, ahora es ampliamente
reconocido. Los profesionales, tarde o temprano, siempre
destacan. ¿Qué te ha parecido mi historieta?
—Me parece un gran ejemplo de superación —me elogió
Amanda con una sonrisa en su hermoso rostro.
Tras sus palabras, se produjo entre nosotros uno de esos
momentos inexplicables en el que dos personas no
necesitan hablar para entenderse, dado que la química
entre ambas es tan fuerte que podrían prender todo a su
alrededor con las chispas que saltan por los aires. Amanda
mantuvo su tierno semblante y me contempló con lo que yo
interpreté como admiración. Por una vez, creo que le
demostré que no era el detestable y abominable ser que
ella creía ver en mí, sino un ser humano de carne y hueso
con sentimientos y problemas reales que solucionar. Le
demostré que sangraba y que también a mí podían herirme,
mostrándole mi vulnerabilidad, cosa que a las mujeres les
encanta.
Mi historia pareció surtir efecto y Amanda llegó incluso a
rozar mi mejilla cariñosamente con la palma de su mano
para ofrecerme su apoyo. Creo recordar que mencionó que
podía contar con su ayuda en cualquier momento si la
necesitaba, en especial si creía estar a punto de volver a
perderme en las drogas. Me parece que, en mi
ensimismamiento, asentí débilmente con la cabeza con
gesto impertérrito y me decidí a actuar. Ese era mi
momento y no podía desperdiciarlo. Era ahora o nunca.
Con delicadeza, fui yo quien acarició su rostro esa vez y el
que se aproximó hasta su cara para perderme en los labios
que llevaba deseando toda la noche. El mundo entero
pensaba que eran míos y que podía disfrutarlos cuando
quisiera. Nada más lejos de la realidad, pues la boca de
Amanda era terreno vedado y solo podía disfrutar de ella
cuando estábamos rodeados de gente, nunca jamás en la
intimidad. Eso era justo lo que yo más anhelaba, y me tomé
la libertad de tomar lo que quería hacer mío.
Sin pronunciar palabra, rocé sus labios y los besé con tanta
pasión que ella interpretó que alguien nos observaba y que
debía seguirme el juego. Se aferró a mi boca y rodeó mi
cuello con sus brazos, y yo aproveché para sujetar su
cintura y sentir su cuerpo contra el mío. La abracé mientras
la besaba y me perdí en ese bello instante que deseaba
prolongar eternamente, pero que, muy a mi pesar, apenas
duró un suspiro. Amanda debió de considerar que la
muestra de cariño estaba yendo demasiado lejos, ya que,
cuando la devoraba con fogosidad, me detuvo poniendo sus
manos en mi pecho y me apartó.
De inmediato, miró sutilmente a su alrededor para
comprobar quién nos estaba observando al haberla besado
con tanto ímpetu. Al no hallar a nadie a su alrededor, su
sonrisa se desvaneció y me contempló con confusión.
—Ariel, ¿por qué…? —preguntó, pero parece ser que halló la
respuesta por su cuenta.
Miré al suelo algo avergonzado tras mi repentino arrebato,
pero estaba cansado de fingir incluso dentro de mi propia
mentira. Si me sentía atraído hacia Amanda, ¿qué más me
daba si ella lo sabía? Comprendí que había llegado el
momento de ser honesto.
—Porque me apetecía besarte. Esta vez lo hice por mí, no
para satisfacer el morbo de los demás —expliqué
justificando mi arrebato.
—Pues no vuelvas a hacerlo —respondió duramente
dirigiéndome una gélida mirada que me dejó paralizado.
Asentí con la cabeza molesto, y por el gesto de Amanda me
percaté de que tenía todas las de perder si abría la boca de
nuevo.
—Que te quede bien claro que delante de la gente puedo
ser todo lo cariñosa que sea necesario, pero a solas hay
límites entre nosotros que creía que tenías claros. A lo mejor
voy a tener que recordártelos para que no se te olviden de
nuevo —dijo con los brazos cruzados sobre el pecho,
claramente a la defensiva.
Afortunado de mí, una invitada hizo aparición en la terraza
para llamar a Amanda, que había acordado hablar con el
dueño de una marca de calzado para firmar una
colaboración. Se conoce que el empresario había llegado y
requería su presencia de inmediato, de modo que me dirigió
una mirada de desprecio y se marchó sin decir nada más.
Me quedé allí solo e inhalé profundamente el frío aire
invernal, que heló mis pulmones. Saqué un cigarro, lo
encendí y me puse a contemplar de nuevo las
hipnotizadoras luces de la ciudad para regodearme en mi
reciente fracaso. Analicé el motivo por el que Amanda había
reaccionado de esa forma tan fría y llegué a la conclusión de
que seguramente pensaba que yo solo trataba de
divertirme un rato con ella para después tirarla a la basura
como a un clínex usado. No era esa mi intención, pero ella
no lograba librarse de las ideas preconcebidas que tenía
sobre mí: que yo no era más que un cabrón despreciable
aficionado al sexo salvaje y a los tríos e incapaz de
comprometerme con nadie. En el fondo, era comprensible
que me rechazara y que tratase de mantener su relación
con el tal Iván a toda costa.
Mi única carta para jugar era la gran cantidad de tiempo
que pasaba con ella a diario y, en especial, los fines de
semana. Tenía oportunidades de sobra para demostrarle
que se equivocaba y que, después de mucho pensarlo,
estaba dispuesto a continuar con lo que comenzó la noche
de la fiesta de máscaras. La atracción física que sentí por
ella desde un principio se había transformado en algo más,
un sentimiento mucho más profundo que, aunque Amanda
fuera tremendamente atractiva, nada tenía que ver con la
belleza. Era algo desconocido para mí y que, en cierto
modo, me aterraba. A pesar de todo, estaba dispuesto a
intentarlo y a descubrir pronto el desenlace, fuera lo que
fuese lo que el destino me tenía preparado.
33. AMANDA: NUESTRO
RINCÓN SECRETO

El beso de Ariel rompió todos mis esquemas y me dejó


aturdida un buen rato. No lograba comprender por qué se
había propasado de ese modo si todo parecía funcionar
como debía hasta ese momento, tal y como habíamos
acordado. Mi primera reacción fue corresponder a su beso,
pues debía de haber alguien cerca y teníamos que
escenificar que nos amábamos. Cuando descubrí que
estábamos solos, me enojé y le paré los pies para evitar que
algo así se repitiera. La pregunta es, ¿de veras deseaba que
Ariel no volviera a besarme por voluntad propia y sin ningún
fin definido, simplemente por placer? Me engañaba a mí
misma si negaba mi atracción hacia él a pesar de estar
enamorada de Iván.
El corazón es caprichoso y no se conforma. Aunque
tratemos de mantenerlo contento y satisfecho, el órgano
responsable del amor es intrépido y aventurero. Es por eso
que, pese a que estemos verdaderamente enamorados y
comprometidos con alguien, fantaseamos con traspasar los
límites con otras personas pese a que luego no nos
atrevamos a llevarlo a cabo. En mi caso, sería una
mentirosa si dijera que nunca me había imaginado en
brazos de Ariel, las manos que siempre sostenía ante la
multitud trazando surcos en rincones insospechados de mi
anatomía y haciéndome estremecer. Tras su beso, esos
deseos se acrecentaron y en mi cama, con Iván durmiendo
a mi lado, me remordía la conciencia al no poder quitarme a
Ariel de la cabeza.
Decidí que debía pararme un minuto a tomar aire y alejarme
del bullicio de la fama unos cuantos días, por mi salud
mental y también para salvar la relación que tenía
abandonada por motivos laborales. Iván no se merecía que
lo maltratara de esa forma tan cruel y quería premiarlo con
mi compañía fuera de las cuatro paredes de mi habitación,
que estaba empezando a convertirse en un lugar que a
ambos nos producía claustrofobia y que se parecía más a
una cárcel cuando debía ser un paraíso.
Hablé con Ariel tras el beso de la fiesta sin mencionar nada
de lo acontecido, actuando con naturalidad como si nada
hubiera pasado. Él tampoco sacó el tema a colación, por lo
que me hice a la idea de que el asunto no tenía tanta
importancia para él como yo le había dado. Decidí pedirle
ayuda para salvar lo único verdadero que había en mi vida
en el presente. Seguro que él hallaría la forma para que Iván
y yo pudiéramos pasar unos cuantos días juntos sin levantar
sospechas. Estaba claro que no podíamos ir a un hotel, pues
los paparazis acecharían como cuervos a la espera de
carroña. Ariel me ofreció la solución perfecta para mi
problema.
—Paco tiene un chalé en la sierra que podría prestaros. Le
caes genial, así que no creo que ponga ninguna pega —
sugirió en mi camerino minutos antes de grabar el
programa del día.
—¡Eso sería estupendo! ¿Dónde está el chalé? —pregunté
entusiasmada.
—En Miraflores. No se tarda mucho en llegar.
—¿Estás seguro de que nadie nos descubrirá? No quiero
hacer nada que no sea seguro para nuestro pequeño
negocio —afirmé con gesto de preocupación.
—Tranquila, la casa está en una zona poco concurrida.
Además, Paco se encargó de colocar un seto enorme
alrededor de la propiedad para protegerla de los curiosos.
No es un mal sitio para pasar desapercibido —explicó para
tranquilizarme, por lo que me decidí por ese sitio que Ariel
acababa de venderme tan bien.
Días después, cuando Ariel me confirmó que su amigo había
accedido a prestarnos su hogar ese mismo fin de semana,
tuve que pedirle un favor más si quería ir al chalé antes de
volver a clase en enero.
—Oye, Ariel, ¿tú podrías llevarnos en tu coche? Iván suele
usar el de su padre, pero casualmente este fin de semana
está en el taller para una revisión. —Me mordí el labio
avergonzada, pues estaba abusando de su confianza.
Ariel forzó una sonrisa y asintió servicial.
—Claro, sin problema. Eso sí, no sé si le hará mucha gracia
a tu novio —agregó.
—De eso me ocupo yo. Tú solo dime dónde y cuándo
quedamos.
Ariel me recogió temprano el sábado en la puerta de mi
casa. Seguidamente, le indiqué el camino hasta el domicilio
de Iván, donde este se montó veloz en el asiento trasero
tras guardar la mochila con sus pertenencias en el maletero.
Nos saludó vagamente y se puso el cinturón de seguridad
instantes antes de que Ariel arrancara y pusiese rumbo a
nuestro destino.
—No me verá nadie aquí atrás, ¿verdad? —preguntó
incómodo en su asiento.
—Los cristales están tintados y es pronto. No creo que vaya
a pasar nada —respondió Ariel secamente, e Iván asintió sin
pronunciar palabra.
Ariel, gracias a Dios, encendió la radio y puso música para
aliviar la tensión que se había instalado dentro del vehículo.
No me había percatado de ello el día del botellón en el
campus porque apenas presté atención a Iván, pero era
obvio que mi novio real y el de pega se detestaban
mutuamente y que no pensaban entablar conversación.
Casi que lo prefería si hablar iba a desencadenar algún
altercado, de modo que permanecí yo también en silencio
durante la hora del trayecto.
En Miraflores, nos esperaba un magnífico chalé de dos
plantas cuya fachada de piedra cubierta de enredaderas me
trajo a la mente las acogedoras posadas rurales. Debido al
seto que rodeaba la propiedad, gran parte de la casa
quedaba oculta, con lo cual me tranquilicé al pensar que
difícilmente podrían espiarnos. Al entrar a la casa, me
quedé maravillada con el lujo que reinaba en las
habitaciones, pues Paco había elegido refinados muebles de
estilo rústico para decorar el rincón privado al que solía
acudir cuando tenía tiempo los fines de semana.
Ariel nos mostró la amplia cocina con isla que no
pensábamos utilizar, dado que íbamos a pedir comida para
los tres días que estaríamos allí. Además de eso, nos hizo
una visita guiada a lo largo de las diferentes estancias, y
descubrimos que había un dormitorio enorme con una
gigantesca cama, así como otras dos habitaciones, tres
cuartos de baño, un spa e incluso una piscina cubierta con
agua caliente. Paco se había encargado de poner a punto la
casa para que pudiéramos disfrutar de todas sus
comodidades, detalle que le agradecía inmensamente.
—La casa es una pasada. Tengo que reconocerlo —comentó
Iván cuando terminamos nuestro recorrido por el chalé.
—Paco tiene un gusto exquisito para la decoración. O, mejor
dicho, lo tiene su novio Adrián. —Ariel se dirigió a mí y me
guiñó un ojo sin que Iván se diera cuenta.
—Muchas gracias por conseguirnos la casa y por traernos
hasta aquí, Ariel. ¿Nos vemos en tres días? —Lo apremié a
marcharse y él pareció captar la indirecta de que sobraba.
—Hasta dentro de tres días. Disfrutad mucho, tortolitos, y
tratad de no romper nada. Nos vemos —comentó con poco
entusiasmo y se despidió con sequedad.
—¡Hasta pronto, Ariel! —exclamé.
Iván tan solo movió la cabeza en señal de despedida y Ariel
se marchó, permitiéndome respirar aliviada, ya que no
podía soportar más las malas vibraciones entre los dos.
Por fin un poco de privacidad para que Iván y yo pudiéramos
disfrutar de tiempo de calidad juntos. Tres días y tres noches
en las que no nos separaríamos y podríamos recordarnos
cuánto nos amábamos. Me entusiasmaba la idea de lo bien
que íbamos a pasarlo, a pesar de que no podríamos salir de
allí juntos. No obstante, tampoco es que hubiera mucho que
hacer en un sitio tan pequeño como Miraflores, por lo que
no sería una tragedia.
Iván y yo aprovechamos el primer día al máximo. Nada más
marcharse Ariel, nos dimos un relajante baño en el jacuzzi
del spa y nos demostramos nuestro amor mutuo en la
espaciosa bañera mientras disfrutábamos de un relajante
masaje que se prolongó durante horas. Después pedimos
comida a domicilio y nos llenamos hasta reventar.
Continuamos con una reparadora siesta acurrucados en la
colosal cama, y por la tarde probamos la piscina climatizada
y nadamos allí durante un buen rato. Pedimos más comida
para cenar e hicimos un maratón de series por la noche
hasta que caímos rendidos.
Después de un maravilloso primer día lleno de nuevas
experiencias, sin embargo, nos vimos inmersos en una
espiral de monotonía cuando el segundo día hicimos
exactamente lo mismo. La única diferencia fue que, al no
haber nada nuevo que hacer, tratamos de matar el
aburrimiento con grandes dosis de sexo, cosa que funcionó
durante un rato, pero que nos dejó realmente exhaustos. Fui
consciente de que, pese a que llevar a Iván a pasar tres días
juntos era mi plan para reavivar la llama de nuestro amor, lo
único que conseguí fue hacer visibles nuestras carencias
como pareja.
No importaba si estábamos en mi habitación, un espacio de
escasos quince metros cuadrados, o en una casa de
cuatrocientos con todos los lujos imaginables y un inmenso
jardín. La cuestión no era esa, y deduje que quizá nuestro
problema no era solo que no pudiéramos ser vistos juntos
en público. Estaba claro que Iván estaba verdaderamente
molesto con el tema de Ariel, cosa que trataba de disimular,
pero me parecía que, además de eso, quizá no teníamos
tantas cosas en común como pensé en un principio.
Tenía que reconocer que me había esforzado muy poco en
conocer al verdadero Iván, al chico que se escondía detrás
de esa imponente carcasa exterior que enamoraba a las
mujeres. En realidad, en parte era culpa mía, que apenas
me interesaba por sus aficiones y que tan solo lo exprimía
para satisfacer mis deseos sexuales. Jamás le preguntaba
por su grupo, y ni siquiera me había molestado en escuchar
sus canciones porque en el fondo la música no me
interesaba demasiado.
Sentí una gran tristeza por lo egoísta que había sido, ya que
Iván siempre trataba de saber más de mí, mas yo rehuía sus
preguntas y lo empujaba a la lujuria. Ni siquiera en clase,
ahora que Mónica estaba tranquilita y fuera de juego, me
acercaba a él como amigo, pues en las últimas semanas
había encontrado un nuevo grupo que me veneraba y que
me hacía sentir un ser superior. Puede que la fama se me
estuviera subiendo un poco a la cabeza…
El día que Ariel debía recogernos a las seis de la tarde, Iván
y yo nos encontrábamos viendo una película en el cómodo
sofá del salón, bostezando de sopor tras tres días que
deberían haber sido una delicia. Todavía convalecientes tras
nuestra intensa actividad sexual del día anterior, ni siquiera
habíamos aprovechado para hacer el amor.
Consulté el reloj y descubrí que eran las seis menos diez y
que Ariel estaría a punto de llegar. Así se lo hice saber a
Iván, que asintió vagamente con la cabeza y continuó
mirando absorto a la pantalla del televisor.
—Iván… ¿Echamos uno rapidito? —sugerí juguetona, pues
de repente mi libido se incrementó por mil, consciente de
que Ariel podía cazarnos con las manos en la masa.
Tan monótona era nuestra relación que esa mínima dosis de
riesgo podría obrar maravillas.
—¿Ahora? Ese tío está a punto de llegar. De hecho, creo que
deberíamos esperarlo fuera —sugirió Iván.
—No seas aguafiestas… Seguro que Ariel se retrasa. No
suele ser muy puntual que digamos —lo animé y, sin avisar,
me senté a horcajadas sobre él.
Rodeé su cuello con mis brazos y lo besé despacio y
recreándome en la suavidad de sus labios, dejando que su
barba me hiciera cosquillas en la cara. Iván recorrió mi
cintura con sus manos y acercó mi cuerpo al suyo,
comenzando a excitarse con mi cercanía.
—Hoy no hemos hecho nada. ¿Me vas a dejar a dos velas?
—pregunté golosa mordisqueando su boca y poniéndolo a
mil.
—Si te empeñas… —respondió él esbozando una pícara
sonrisa.
A pesar del frío de principios de enero, llevaba una falda
plisada sin leotardos que me venía de maravilla para
hacerlo sin siquiera tener que desvestirme. Iván, mucho
más animado, acarició mi trasero y jugueteó con él con la
ropa interior puesta. Acarició mi zona más sensible cuando
nos besábamos en el sofá y perdíamos la noción del tiempo.
Llegué incluso a olvidarme de que Ariel podía hacer
aparición en cualquier momento, motivo por el que me
había puesto en marcha.
Mientras besaba a Iván, desabroché el botón y la cremallera
de su pantalón y palpé la zona, que encontré dura y
preparada para darme placer. Dejé al descubierto su
miembro y lo masturbé con brío repetidamente para
activarlo aún más. Le coloqué un condón que
afortunadamente teníamos a mano y le permití entrar en mí
sin siquiera deshacerme de mi culotte.
Me aferré a su cuello y me moví hacia arriba y abajo para
darnos placer a ambos, tomando el control de la situación.
Iván, recostado en el sofá, respiraba entrecortadamente y
contenía gemidos de placer provocados por mis sensuales
movimientos. Le susurré al oído que quería escuchar cuánto
le gustaba. Iván sonrió y dejó de reprimir lo que sentía, cosa
que solía hacer a menudo. El ser partícipe de su disfrute me
produjo una sensación indescriptible que aceleró mis
movimientos. Tuve un orgasmo y grité exaltada antes de
continuar meciéndome sobre Iván, que también parecía
estar a punto de estallar.
De repente, escuchamos la puerta de entrada abrirse y
cerrarse de un portazo. Seguidamente, advertimos una voz
masculina y confirmamos que no estábamos solos. Reconocí
de inmediato a Ariel y pegué un bote del susto.
—¿Estáis listos? Tenemos que irnos ya o pillaremos atasco
de vuelta —exclamó desde la entrada.
Iván me miró espantado y paralizado, pero yo reaccioné de
inmediato y me levanté de su regazo. Me coloqué la falda y
la camiseta y me atusé el cabello. Iván corrió al cuarto de
baño a adecentarse. Las mujeres pueden recomponerse
rápidamente de un polvo inconcluso, pero en el caso de los
hombres es algo demasiado evidente por razones obvias.
—¿Amanda? ¿Estás visible? —me preguntó Ariel antes de
entrar en el salón, lo que me hizo sospechar que sabía lo
que estábamos haciendo.
—Pues claro. ¿Por qué no iba a estarlo? Estoy esperando a
que Iván termine de arreglarse —mentí tratando de ocultar
una traviesa sonrisa.
—Estupendo. En cuanto el chaval esté listo, nos largamos
de aquí —me dijo cuando entró al salón y lo tuve frente a mí
—. ¿Te lo estabas pasando bien?
—Han sido tres días magníficos. Ya sabes que hay que
aprovechar hasta el final —respondí con picardía.
—Desde luego. No esperaba menos de ti —añadió forzando
una sonrisa.
Diez minutos después, Iván apareció con el abrigo puesto y
su mochila al hombro. Se conoce que había tenido que
esperar un momento a que se le pasara el calentón y poder
salir a escena.
—¿Nos vamos ya? —inquirió con cara de pocos amigos,
pues su mayor enemigo acababa de jorobarle el polvo.
Ariel lo miró con un aire de superioridad que no me gustó
nada, y dirigió la mirada a su paquete. Ese gesto me
confirmó que nos había descubierto. Esperé, no obstante, a
dejar a Iván en su casa para confirmar lo que imaginaba.
—Ariel, ¿qué viste exactamente en casa de Paco cuando
viniste a recogernos? —le pregunté muy seriamente antes
de bajarme de su coche.
—¿Qué vi? Nada, Amanda. —Escurrió el bulto.
—Dime la verdad, por favor —le pedí amablemente.
—¿Qué quieres que te diga? —respondió incómodo.
—Ya lo sabes. Quiero la verdad.
Ariel se quedó unos segundos en silencio y después habló.
—Te vi cabalgando encima de tu príncipe azul. Tengo la llave
de la casa de Paco por si ocurre una emergencia, así que
entré para recogeros. Imaginé que ya estaríais más que
preparados y no follando en el sofá. Soy un poco cabrón,
pero tampoco tengo ganas de verle la polla a tu novio, así
que volví a la puerta e hice ruido para avisaros de que
estaba allí —me explicó, hecho que me hizo enrojecer de la
vergüenza.
—Joder… ¿O sea que nos has visto?
—Sí, Amanda, pero no te preocupes. De verdad, no me voy
a asustar ni a traumatizar por ver a una pareja follando. No
sería la primera vez. Además, ni siquiera tuve la suerte de
ver tus verdaderas tetas en vivo y en directo. Podría haber
sido mucho mejor —bromeó Ariel, y la vergüenza que sentía
se disipó un tanto.
—Me alegro de no haberme desnudado —agregué más
tranquila—. Gracias por interrumpir lo más sutilmente
posible, Ariel. Y gracias también por traernos a un sitio tan
chulo —sonreí, y él asintió con la cabeza.
No obstante, cuando ya me había bajado del coche y estaba
a punto de cerrar la puerta, Ariel se coronó.
—Amanda —me llamó, y yo lo escuché con atención—.
Algún día, me gustaría poder ver la misma escena desde
otra perspectiva y siendo yo el protagonista masculino. Tú y
yo a solas. Nadie más —susurró con sinceridad, y mi
corazón se aceleró de inmediato en mi pecho.
—Adiós, Ariel —respondí antes de cerrar la puerta,
ignorando su comentario.
—Adiós, Amanda —sonrió, y se marchó a la velocidad del
rayo instantes después.
Me quedé allí contemplando su coche desaparecer en la
distancia, pensando en sus palabras. Después del beso
robado, Ariel se había decidido a martirizarme lanzándome
mortales dardos que me envenenarían la sangre y que me
volverían loca por él, cosa que, aunque me costara
resistirme, no estaba dispuesta a permitir. Ese chulo
engreído no iba a venir a poner mi vida patas arriba. No,
señor.
34. IVÁN: EL FIN DE THE
MYSTIC MONKEYS

El momento que creí que nunca tendría que vivir se


presentó en mi vida sin avisar a principios de enero, pocos
días después de la vuelta a clase tras las vacaciones. Mis
colegas de la banda me llamaron para organizar una
reunión urgente que no me olía nada bien, pero acudí a
nuestro punto de ensayo oficial, la habitación del bajista, a
la hora convenida. Allí, todos mis compañeros me
esperaban con caras largas que presagiaban que estaba a
punto de oír malas noticias.
Después de siete años de carrera musical, todos coincidían
en que la banda The Mystic Monkeys estaba más que
muerta y en que poco éxito podría alcanzar si no lo había
hecho ya. Además, los estudios de mis compañeros
absorbían gran parte de su tiempo, por lo que ni siquiera
como hobby pretendían continuar con nuestro proyecto en
común, lo cual me dejaba a mí como único integrante del
grupo.
Mi primera reacción fue hundirme. Instantes después, traté
de convencer a mis compañeros para que se quedaran
conmigo y siguiéramos creando bella música, pese a que
apenas tuviéramos una audiencia interesada. Lo más
importante era disfrutar de nuestra mayor pasión y
permanecer unidos para seguir probando suerte, aunque
ninguno estuvo de acuerdo tras mis palabras, puesto que
ellos ya habían tomado una decisión en común a mis
espaldas.
Volví a casa verdaderamente compungido y conteniendo las
lágrimas. De la noche a la mañana, acababa de perder a los
pocos amigos que conservaba del instituto y mi grupo había
desaparecido por completo. Para mí era una verdadera
tragedia, de modo que me permití reflexionar sobre lo
ocurrido durante unas horas en la soledad de mi habitación
mientras escuchaba viejos éxitos de nuestra propia
cosecha.
Pensé en lo feliz que estaría mi padre cuando se enterara de
que The Mystic Monkeys era historia. Seguro que me diría
que el momento de centrarme en mi futuro había llegado y
que quizá la disolución de la banda era lo mejor. Esperaba
no tener que oír esas palabras de sus labios, ya que tendría
que responderle de mala manera y no tenía ganas de
altercados familiares. Bastante drama tenía con la muerte
de mi sueño musical.
Me desahogué con Amanda al día siguiente cuando la visité
en su casa. Le conté mis aflicciones y ella me escuchó con
atención. Cuando terminé de hablar, sin embargo, le restó
importancia a mi problema.
—Bueno, cielo, quizá sea lo mejor. Puede que tus amigos
tengan razón y sea buena idea que os centréis en otras
cosas que sí valdrán la pena en el futuro. Si el grupo no va a
ninguna parte, es mejor dejarlo cuanto antes —me dijo
tumbada en su cama, y yo la contemplé con incredulidad
desde la silla del escritorio.
—¿Perdona? ¿Tú acabas de oír lo que has dicho? —inquirí
confuso.
—Solo digo que deberías aprovechar tu tiempo de forma
más eficiente y hacer algo que te vaya a dar de comer en el
futuro. No se puede vivir solo de sueños, Iván —respondió
duramente rompiendo aún más mis esperanzas.
—¡Esto es flipante! —exclamé enojado—. Te cuento mi
problema y en lugar de animarme a seguir persiguiendo mi
sueño, terminas de cortarme las alas. Estupendo, Amanda.
La verdad es que no me esperaba esto de ti.
—¿Que termino de cortarte las alas? ¿Qué quieres que te
diga, Iván? Tus amigos no quieren seguir en la banda y tú
tienes que respetar su decisión y aguantarte, te guste o no.
Yo solo intento que pongas los pies en la tierra, que seas
realista —se defendió Amanda.
Me levanté de la silla enfadado.
—Respeto la decisión de mis amigos, Amanda, pero un poco
de ánimo no me vendría nada mal. Sé que The Mystic
Monkeys no tiene futuro, pero me niego a dejar la música
para siempre. Tiene que haber otra solución, y tú me acabas
de decir que me centre en cosas más importantes,
restándole importancia a mi pasión.
—Te guste o no, sabes que tengo razón.
—Amanda, dime, ¿qué sabes tú de mi mayor hobby? ¿Acaso
has escuchado alguna de mis canciones? ¿Te has interesado
alguna vez por mi grupo? ¿Sabes si tengo talento o no?
Cuando te pongas al día, podrás opinar. Mientras tanto,
cállate la boca —espeté realmente enfadado con ella por
primera vez, pues acababa de presionar la tecla equivocada
en el momento más inoportuno.
—Esto es increíble… Te estás comportando como un crío,
Iván. No voy a seguir discutiendo contigo de esta mierda.
Vete y cálmate un poquito. Seguro que mañana lo verás
todo de otro color —me sugirió Amanda restándole
importancia también a mi enfado, como si lo que me pasara
a mí no fuese relevante.
—Déjame decirte una cosa, Amanda. Siempre que te pasa
alguna cosa, estoy ahí para apoyarte. Como cuando ese
presentador de pacotilla te humilló en público, cuando te
sientes insegura, o incluso cuando mi exnovia te hizo una
putada mayúscula. El tonto de Iván siempre está ahí para
sacarte las castañas del fuego si hace falta. El idiota de Iván
se aguanta las ganas de partirle la cara al hijo de puta de
Ariel Guerra porque te quiere, pero tú no lo valoras. Te
importa una mierda. Te estás volviendo una estúpida
egocéntrica que solo se preocupa por sus propios
problemas. Yo también necesito apoyo, cariño y
comprensión por tu parte cuando me pasan cosas. Sé que el
grupo se ha ido a la mierda, pero al menos podrías
dedicarme palabras amables cuando necesito consuelo. Por
negro que sea mi futuro musical, no necesito que me
recuerden que soy un fracasado. —Me desahogué mientras
Amanda me miraba muy fijamente.
Cuando mi momento de exaltada honestidad concluyó, me
fijé en que ella estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano
por contener las lágrimas. De repente, me sentí como una
mierda por haberle hablado de tan mala manera, aunque
todo lo que le había dicho era cierto y lo pensaba. Quizá
había vertido en ella no solo el tema del grupo, sino mis
frustraciones de los últimos meses desde que había
aparecido el galán Guerra a poner nuestras vidas patas
arriba.
—Lo siento. Siento ser una novia de mierda… Intento
hacerlo lo mejor posible, pero me cuesta mucho. Yo solo
quiero que seamos felices, Iván. Perdona si no he tenido ni
una pizca de empatía con tu problema. Estoy seguro de que,
si tocar es tu pasión, encontrarás la forma de hacerlo de un
modo u otro —me dijo ablandándome el corazón tras
cambiar de actitud y darme la razón.
—Perdona, Amanda. Me he pasado bastante. Siento
haberme comportado como un gilipollas. He pagado contigo
mi cabreo. Lo siento —me disculpé tras darme cuenta de
que había traspasado la línea.
Amanda se levantó de la cama y nos abrazamos con fuerza
para zanjar nuestra pequeña discusión. No valía la pena que
me marchara enfadado con ella, porque sé que ambos
sufriríamos hasta que arreglásemos el asunto. Lo mejor era
terminar con el tema cuanto antes y pasar página.
Días después de asimilar que quizá no volvería a tocar ni a
cantar en mucho tiempo o incluso nunca más, Verónica me
llamó una tarde para proponerme un plan.
—¿Te vienes al ensayo del grupo de Kitty? —me preguntó
sin más a través del auricular.
—Muchas gracias por la invitación, Verónica, pero creo que
hoy voy a pasar. Estoy un poco desanimado esta semana y
prefiero quedarme en casa.
—Venga ya… ¿Tú rechazando asistir a un ensayo? Eso sí que
no me lo puedo creer. ¿Estás enfermo?
—Estoy enfermo a mí manera. Deprimido por un asunto
personal —le dije sin darle más explicaciones.
No obstante, Verónica no se rindió y continuó insistiendo
hasta que consiguió que accediera a acompañarla.
Quedamos esa misma tarde a las seis en el local de Legazpi,
sede de The Black Cats. Allí me presenté con los restos de la
cara de funeral que llevaba luciendo toda la
semana. En el bar, sin embargo, mi humor cambió
de inmediato cuando escuché los acordes de una canción
que el grupo ensayaba en ese momento. La música me
había causado sufrimiento, pero, irremediablemente, solo
ella podía sanar mis heridas.
Marko detuvo la canción en cuanto me vio aparecer, y
Verónica me saludó desde la mesa donde estaba sentada.
—¡Dichosos los ojos! Iván, ya creíamos que no venías.
Verónica nos ha dicho que le ha costado bastante
convencerte. —Marko se acercó a mí y me dio unas
palmaditas en la espalda a modo de saludo.
—Digamos que no estoy teniendo la mejor semana de mi
vida —me justifiqué.
—¿Estás seguro? Mira, tío, dicen que cuando una puerta se
cierra, una ventana se abre. Me parece que has tomado la
decisión correcta al venir. La oferta de vocalista y guitarrista
caduca esta misma tarde —me dijo dejándome totalmente
descolocado.
¿Me estaba Marko ofreciendo un puesto en su banda?
¿Cómo sabía que The Mystic Monkeys ya no existía?
—¿Cómo…? —inquirí con un gesto de confusión en el rostro.
—Lo que oyes. No me vendría nada mal contar con tu
prodigiosa voz y con tus habilidades. Me ha dicho un
pajarito que ya no tienes otros compromisos, así que me
gustaría que te unieras a nosotros si te apetece —sonrió
Marko.
Inmediatamente le dirigí a Verónica una mirada acusadora y
ella me devolvió una sonrisa que me hizo cambiar el agrio
gesto que lucía. En definitiva, había sido ella quien le había
chivado a Marko lo ocurrido, aunque tendría que explicarme
cómo se había enterado si yo no se lo había contado.
—Iván, ¡di que sí, por favor! —suplicó Kitty entusiasmada.
—Te trataremos bien. No lo dudes —añadió Bruno desde el
escenario.
No tuve que pensar demasiado para decidirme. The Mystic
Monkeys era la banda que yo mismo había fundado, la que
siempre llevaría en el corazón porque me recordaría
tiempos mejores, pero The Black Cats era un grupo con
muchísimo más futuro y que ya contaba con un número
decente de fans. Lo mío era el pop-rock, pero el estilo
musical de los amigos de Verónica me había calado hondo y
no me disgustaba en absoluto. Sin duda, aceptar la
propuesta era lo mejor que podía hacer y la alegría que
necesitaba en esos duros momentos de duelo musical.
—¿Dónde hay que firmar? —inquirí con una sonrisa y Marko,
a centímetros de mí, se lanzó a abrazarme efusivamente.
—¡Joder, Iván! ¡Lo vamos a petar contigo! ¡Eres justo la
pieza del puzle que nos faltaba! ¡El atractivo guaperas
cachas que volverá locas a las nenas! —exclamó
entusiasmado.
—Marko, cualquiera diría que solo me quieres en el grupo
por mi físico —añadí.
—¡No, no, no! Para nada, Iván. Eso solo es un plus. Tu
increíble voz y tu gran presencia escénica me engancharon
desde el primer momento —me aseguró, cosa que me hizo
sentirme algo mejor, pues no quería ser un cacho de carne
con ojos, un mero reclamo sexual.
Mi primer ensayo oficial con el grupo fue una maravilla y
todos me hicieron sentir como en casa. Muchos pensarían
que esos chicos góticos eran intimidantes e intolerantes,
pero nada más lejos de la realidad. Eran jóvenes alegres,
divertidos, amables y estaban dispuestos a aceptar a
cualquiera que fuera diferente, tal y como yo había hecho
con ellos. Tras una tarde llena de música, terminé por
confirmar que teníamos mucho más en común de lo que
podría parecer a primera vista.
De vuelta a casa, me decidí a preguntarle a Verónica cómo
sabía lo de mi banda y, ya de paso, agradecerle que hubiera
intercedido por mí.
—¿Cómo supiste lo de The Mystic Monkeys, Verónica? Yo no
te lo conté. No quería amargarte con mis tonterías.
—Escuché a Amanda hablar por teléfono con su madre y
contarle lo que te había pasado. Podrías habérmelo dicho.
Sabes que siempre puedes contar conmigo —me dijo, cosa
que había demostrado con creces.
—Verónica, yo… No sé cómo agradecerte lo que has hecho
por mí. La música es una de las cosas más importantes de
mi vida. Es como si me hubieras devuelto a la vida —sonreí
agradecido.
—No seas tan exagerado. —Le restó importancia—. Solo he
hecho lo que tenía que hacer. Sabía que Marko no dejaría
pasar la oportunidad de hacerse contigo. Eras el cromo que
faltaba en su colección. Tendrías que haber visto lo contento
que se puso cuando descubrió que estabas libre. Le sugerí
que se tranquilizara y le prometí que te traería para ver si
lograba convencerte —me explicó mientras caminábamos
hacia el metro.
—¿Convencerme? Es un privilegio para mí formar parte de
The Black Cats. ¿Qué insensato dejaría pasar la
oportunidad? De veras, muchísimas gracias —repetí, y
Verónica me miró con ojos alegres y una tímida sonrisa.
Sin que lo esperara, me abalancé sobre ella y le regalé un
sentido y cariñoso abrazo que aceptó de buen grado. Tras
unos segundos enlazados, la liberé y se produjo un silencio
indescriptible entre nosotros. Un silencio que me hizo
reflexionar y plantearme cosas en las que no deseaba
pensar.
Verónica, mi buena amiga, había puesto mucho más de su
parte en ayudarme que mi propia novia. Está claro que
Amanda no tenía amigos con banda propia, pero su falta de
empatía, a pesar de que los ánimos ya se habían calmado
entre nosotros, todavía me pesaba. Verónica, sin embargo,
se había propuesto salvarme y lo había conseguido. Por ello,
le estaría eternamente agradecido incluso si jamás
alcanzaba la fama. En el fondo, no era eso lo más
importante, sino poder seguir haciendo lo que más me
llenaba.
Antes de separarnos en el metro rumbo a nuestras
respectivas casas, le propuse un plan divertido.
—¿Puedo compensarte por tu generosa ayuda? Me gustaría
invitarte al cine mañana, si te apetece. ¿Tienes planes? —
pregunté, y ella negó con la cabeza.
—No, no tengo planes. La verdad es que estaría genial.
Hace mucho que no voy al cine.
—¡Genial! Te recojo mañana a las seis. Vamos a disfrutar del
finde como se merece —sonreí.
—Espera… ¿No tienes planes con Amanda? —titubeó.
—Aunque los tuviera, los cancelaría después de lo que has
hecho por mí. ¿Nos vemos mañana entonces?
Verónica asintió enérgicamente y trató de ocultar una débil
sonrisa que nació en su rostro.
35. VERÓNICA: MI DEBILIDAD

La tarde en el cine con Iván fue un sueño hecho realidad.


Me sentí como toda una adolescente enamorada, feliz de
pasar tiempo con su crush pese a que ya tuviera dueña.
Iván me invitó a ver una película malísima de acción y
después tomamos algo antes de volver a casa. Lo pasé
realmente bien en su compañía, y me recreé en el hecho de
que el camarero que nos sirvió las cervezas le preguntó a
Iván si quería unos aperitivos para su chica. Él ni siquiera se
molestó en corregir al hombre y pidió comida para
acompañar las bebidas.
Unos días antes de lo que califiqué en mi mente como una
cita aunque fuera amistosa, por fin había comenzado las
prácticas en Nilsson, lo cual llevaba esperando desde que
me seleccionaron en la polémica entrevista que tuvo lugar
en septiembre. Por suerte, don Hipólito me comunicó que
tan solo tendría que ir un par de tardes a la semana por la
oficina y que el resto de días podría teletrabajar, por lo que
la tortura de disfrazarse de humano común y corriente sería
menor. Tuve también la suerte de dar con un grupo de
personas amables que me facilitó el trabajo en gran
medida, así que al menos estaba satisfecha con una cosa en
mi vida aunque fuera solo en el terreno laboral.
En el terreno amoroso, me conformaba con ponerme los
dientes largos con Iván, con el que pasaba bastante tiempo
a diario y también los fines de semana, mucho más ahora
que formaba parte del grupo de Kitty y que acudía a todos
los ensayos y actuaciones. Poco a poco, entre nosotros se
había forjado una fuerte amistad que yo, como buena ilusa,
deseaba que se convirtiera en algo más. No obstante, Iván
parecía tener bien claro cuál era su lugar y no lo veía capaz
de traicionar a Amanda, mucho menos con alguien como yo.
Una lluviosa tarde que Amanda estaba por ahí con el
descerebrado de Ariel Guerra alimentando su ridícula farsa,
Iván y yo nos quedamos en casa viendo una película. Había
sido un día agotador para mí, así como también para él.
Recuerdo que ambos estábamos sentados en el sofá, yo con
las piernas cruzadas, y él de repente me pidió permiso para
usar mis muslos de almohada porque le apetecía tumbarse.
Algo cohibida, acabé aceptando a que Iván acomodara su
cabeza en mi regazo. Al poco rato de tumbarse, se quedó
plácidamente dormido y lo contemplé con ternura.
Nunca lo había visto dormir, así que ignoré la película para
tomarme unos minutos y recrearme en su belleza. Sus
cinceladas facciones me cortaron la respiración, y el hecho
de tenerlo tan cerca me paralizó. Iván Caballero durmiendo
sobre mí como un bebé y su novia por ahí con otro. El
mundo al revés era el pan de cada día en nuestras vidas.
Ninguno de nosotros estaba donde verdaderamente tenía
que estar, pero agradecí poder disfrutar de su inigualable
compañía, ya fuera despierto o dormido. Un rato después,
yo también caí rendida cuando me cansé de la película.
Me despertó el sonido de la puerta y rápidamente consulté
el reloj. Eran las dos de la madrugada e Iván seguía
durmiendo en mi regazo. Llevábamos más de dos horas en
esa posición, mi cuello dolorido por la incómoda postura que
había adoptado al perder la consciencia. De repente,
descubrí que Amanda nos contemplaba con gesto
amenazador desde el pasillo que daba al salón. Veloz,
desperté a Iván zarandeándolo con suavidad, pues estaban
a punto de volar cuchillos. Él se desperezó y se incorporó
algo confuso. Alzó la vista y descubrió allí a Amanda.
—Cielo, ¿qué tal? Joder, me he quedado sopa viendo la
película —dijo con naturalidad y sin advertir el enfado en el
rostro de su novia.
—Nos hemos quedado los dos dormidos —añadí, y
seguidamente me levanté del sofá—. Me voy a la cama.
Buenas noches.
Me despedí para marcharme cuanto antes a mi
cuarto, donde me sentí falsamente segura. No obstante y
para mi desgracia, aquello no se quedaría así. Amanda se
contuvo hasta que Iván terminó de desayunar y se marchó a
casa a la mañana siguiente para llamar a la puerta de mi
dormitorio hecha un basilisco.
—¡Verónica! —Golpeó violentamente con los nudillos—.
¡Tenemos que hablar! —exclamó sin siquiera preguntarme si
tenía un minuto y olvidando toda cortesía.
Abrí la puerta y la enfrenté sin miedo, porque para nada
pensaba acobardarme ante alguien como ella. La casa era
mía y podía echarla cuando me placiera si la cosa se volvía
insostenible.
—¿Qué quieres? —respondí con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—Tengo que hablar contigo de una cosita —dijo más
tranquila.
—¿De una cosita? Amanda, por favor, ve al grano. Sé
perfectamente para qué has venido a molestarme y a hacer
que se me corte la digestión. Acabemos cuanto antes —
contesté de malas formas dada su agresividad.
—¡Ah, perfecto! Entonces, si ya lo sabes, no voy a dar
rodeos. Me parece que estás un poco confundida en la vida.
Iván es mi novio y no me hace ni puta gracia llegar a casa y
encontraros a los dos dormiditos y acurrucados en el sofá.
¿Me explico? —afirmó con una soberbia desmedida.
—Lo de dormiditos es cierto, pero lo de acurrucados te lo
acabas de inventar. A lo mejor la oscuridad no te permitía
ver con claridad, pero tengo otro concepto de acurrucado en
mente. Iván se apoyó sobre mí porque se quería estirar en
el sofá. Se acabó quedando dormido y yo también porque la
película era un coñazo. ¿Necesitas alguna aclaración más,
Amanda de mi corazón? —le expliqué enojada.
—Eres una sinvergüenza, Verónica. Iván es un cacho de pan
y no ve tus verdaderas intenciones, pero yo no soy imbécil.
Se te nota a leguas que te mola mi novio desde el minuto
uno que te lo encontraste por el pasillo en calzoncillos, y
cada vez te cortas menos. Esto se tiene que acabar —me
amenazó, dejándome de piedra.
—Esto es flipante —reí incrédula—. Cada vez que vienes a
mi puerta es para acusarme de algo nuevo. También, según
tú, fui yo quien subió tu foto en bolas a Internet y la difundí
sin piedad. Después salió a la luz que se trataba de súper
Mónica. Como de costumbre, te vuelves a equivocar —solté
con rabia tras haber sido cazada, tratando de negar lo
evidente.
—A mí no me engañas. Puede que no tuvieras nada que ver
con el asunto de la foto, pero aquí sí que eres culpable.
Aléjate de mi novio si quieres que tengamos la fiesta en
paz. La próxima vez no seré tan amable al pedírtelo. —
Volvió a mostrar su peor cara.
—¿Amable? Si esto es amabilidad, no me quiero ni imaginar
qué será de mí cuando te cabrees de verdad. ¿Vas a tirarme
por la ventana? ¿A acuchillarme? Creo que te has tomado
demasiado en serio el consejito que te di sobre hacerte
respetar. Te olvidas de quién es el verdadero enemigo.
—El verdadero enemigo es quien intenta entrometerse en la
relación que tengo con Iván, y eso es precisamente lo que
tú estás haciendo, Verónica. Claro que, como supongo que
tendrás en cuenta, Iván jamás se enamoraría de alguien
como tú —dijo con desprecio, poniendo el broche a nuestra
discusión—. Por más amiga que seas, no vas a conseguir
nada más de él. Eso es todo lo que vas a llegar a ser.
La contemplé con todo el odio que fui capaz de canalizar en
una sola mirada.
—Si no me consideras una amenaza, entonces, ¿por qué
narices vienes a tocarme los huevos y a llamarme fea a mi
puerta? Mira, Amanda, voy a dejarte unas cuantas cosas
claras antes de que desaparezcas. Punto número uno: Iván
se ha convertido en un gran amigo mío en muy poco tiempo
y no pienso renunciar a su amistad por nada del mundo, ni
siquiera por una loca obsesiva neurótica como tú.
Amanda soltó una carcajada nerviosa.
—¡Cómo te gusta hacer listas como las reglas que
supuestamente debía respetar desde el primer día!
—No me interrumpas. Punto número dos: vives aquí porque
yo te dejo, pero si voy a tener jaleo contigo cada vez que
haga un movimiento, entonces de verdad que no me
compensa soportar tu presencia. La pasta me viene bien,
pero voy a seguir subsistiendo igual con o sin el dinero del
alquiler que me pagas. Vamos, que te pongo de patitas en
la calle ahora mismo si hace falta.
—La verdad es que, si no fuera porque la universidad está a
tiro de piedra andando, ya me habría largado de aquí hace
mucho. Convivir contigo es algo que no le deseo ni a mi
peor enemigo —agregó Amanda con los brazos cruzados
sobre el pecho, imitando mi postura.
—¡Qué cumplidos tan amables…! —sonreí irónicamente
para marcar mi posición en ese duelo de titanes—. Punto
número tres: puede que Iván no se fije jamás en alguien
como yo, pero te aseguro que hay millones de mujeres en el
mundo que atraerían su atención sin esfuerzo. Cuídate de
las que verdaderamente son una amenaza y déjame vivir
tranquila, por favor —le supliqué mofándome de ella.
—Eres un mal bicho, Verónica… —Negó con la cabeza.
—¿Mal bicho? No soy yo quien está puteando y martirizando
a su novio por ganar dinero. ¿Sabes lo mal que lo está
pasando Iván con toda esta mierda? ¿Lo mucho que le duele
no poder pasar tiempo contigo y tener que soportar que
Ariel Guerra te bese en público y atraiga toda tu atención?
No tienes ni puta idea porque nunca estás con él, ni lo
escuchas, ni te interesa lo más mínimo. Es tan simple como
eso. A mí, sin embargo, me cuenta cómo se siente e intento
ser un apoyo para él. A lo mejor deberías dejar de ser tan
egoísta y cortar por lo sano. Ten huevos y rompe con él para
que tenga la libertad de hacer lo que quiera con su vida. Ni
comes, ni dejas comer.
—Yo sí que me preocupo por mi novio. No tienes ni idea del
tipo de relación que tenemos… —respondió Amanda más
suave que instantes atrás.
Se conoce que la verdad tenía un claro efecto apaciguador
sobre ella.
—¡Y una mierda! No te preocupas por él. Iván se desahoga
conmigo, así que sé de lo que hablo. Y ahora, por favor,
lárgate de mi vista y no vuelvas a molestarme. Creo que ya
te he dicho todo lo que te tenía que decir.
Creí que había ganado, pero Amanda se tomó unos
segundos para responderme y lanzarme su veneno más
mortífero.
—Puede que Iván me deje por otra en algún momento, haga
lo que haga. Lo que sí que tengo bien claro es que tú nunca
lo tendrás. Estás condenada a ser su paño de lágrimas para
toda la eternidad, nada más que eso. Creo que esa es una
de las mayores satisfacciones que puedo tener —concluyó
para restregarme por la cara lo que ya sabía de sobra y me
dolía en el alma.
Un tiro directo al corazón para rematar su ataque verbal. No
me faltaron las ganas de darle una bofetada con todas mis
fuerzas, agarrarla del pelo y estampar su cara contra la
pared para borrarle esa sonrisa malvada que adornaba su
rostro. No obstante, me contuve y le dirigí una mirada
glacial. No pensaba seguir discutiendo con alguien como
ella, de modo que cerré la puerta sin más, me tumbé en la
cama y me puse los cascos para escuchar música a todo
volumen y reventarme los tímpanos. Si me quedaba sorda,
al menos no tendría que volver a escuchar las sandeces que
Amanda y personas como ella vomitaban cada día sin
siquiera pararse a analizarlas.
Salí con Kitty esa misma tarde y le conté el altercado que
había tenido con Amanda y lo perra que había sido conmigo
al decirme esas cosas tan horribles. Si pretendía hundirme
la moral, desde luego que no iba mal encaminada. Kitty,
que siempre me había animado a tener una relación cordial
con mi compañera de piso, se quedó escandalizada cuando
supo de lo que era capaz.
—Nika, me dejas de piedra. No creí que Amanda fuera tan
mala persona. He coincidido unas cuantas veces con ella en
tu casa y siempre me ha saludado con amabilidad. Me
parecía una chica maja a pesar de que tú la detestaras… —
reflexionó cuando caminábamos de Moncloa hasta Callao
con varias capas de ropa para proteger nuestros menudos
cuerpos faltos de grasa del frío invernal.
—Para que veas. Yo siempre supe que no era de fiar. Sabía
que, si tenía que sacar las garras, no tendría piedad.
Además, desde que trabaja en la tele, se ha vuelto incluso
más desagradable —añadí.
—Está claramente celosa. Tiene miedo de perder a Iván y
por eso reacciona de ese modo —me aseguró mi amiga.
—¿Celosa? Por favor, Kitty. ¿Cómo iba a estar celosa de mí?
Iván está fuera de mi alcance. Aunque para fastidiarla le
dije que si no me viera como una amenaza, no me estaría
molestando, realmente no lo pensaba. No creo tener
ninguna posibilidad… —me lamenté de mi mala suerte con
los hombres.
Ahora que por fin me interesaba por uno, tendría que lidiar
con su indiferencia.
—No lo veo imposible. Dices que Iván salió con una chica
muy guapa antes y Amanda también es un bombón para los
hombres, pero eso no significa que no pueda enamorarse de
una amiga como tú. Además, también eres guapa, Nika.
Deja de subestimarte de una vez. La belleza está en los ojos
del que mira —me animó mi buena amiga, mi mayor apoyo
desde la adolescencia.
—No lo sé, Kitty… De veras que no lo creo. No quiero
hacerme ilusiones. A veces pienso que cuanto más tiempo
pasemos juntos, más complicado me será desengancharme.
Sin embargo, no puedo dejar de verlo. ¿Por qué crees que
no he echado a Amanda todavía? Por él, únicamente por él.
—No tienes por qué aguantarla. A Iván vas a poder verlo en
los ensayos del grupo siempre que quieras.
—Lo sé, pero donde más lo veo es en mi propia casa cuando
viene a esperar a Amanda. Muchas veces se queda a dormir
y ella aparece a las tantas de la madrugada. El tiempo que
ella no está, Iván es única y exclusivamente para mi disfrute
personal, ¿entiendes? En los ensayos no tendría la excusa
de estar con él a solas —me justifiqué, y Kitty asintió con la
cabeza tras comprender mi interés.
—Bueno, entonces no te queda más remedio que aguantar
a Amanda. Intenta evitar todo tipo de confrontaciones con
ella. El tiempo pondrá a cada uno en su lugar. De eso estoy
segura —sonrió dándome fuerzas para continuar.
Kitty tenía razón. Deseaba que, tal y como ella creía, el
tiempo hiciera justicia. Aunque mi inteligente cabeza
estuviese convencida de que el sitio de Iván era junto a
Amanda, mi iluso corazón lo contemplaba a mi lado en un
futuro no muy lejano, cuando él por fin se diera cuenta de
que nadie podría amarlo más ni mejor que yo.
36. ARIEL: PERSISTIR, NUNCA
DESISTIR

Varios periodistas de la prensa rosa empezaron a difundir


el rumor de que la relación entre Amanda y yo podía no ser
tan sólida como pretendíamos mostrar al público. Unos
cuantos imbéciles comentaron que ella nunca dormía en mi
casa y que eso era síntoma de distanciamiento. Es por ese
motivo por el que invité a Amanda a mi casa a cenar esa
noche tras nuestra aparición en el programa. Me aseguré de
airear a conciencia que tenía preparada una sorpresa para
mi chica en mi apartamento. Los paparazis acudirían como
abejas a la miel y, con un poco de suerte, nos ayudarían a
despejar los rumores al vernos en nuestro mejor momento.
Para la cena, la cual había planeado incluso antes de
proponérselo a Amanda, pensé en pedir comida a un
famoso catering que preparaba unos platos deliciosos. No
obstante, finalmente me decidí por cocinar yo mismo y
sorprender a mi novia ficticia. No es que fuera un gran chef,
pero mi madre me había enseñado algunas de sus recetas
cuando era adolescente y todavía las recordaba a la
perfección. Me decanté por una sopa castellana de primero,
una tortilla guisada de segundo y unos hojaldres típicos de
mi tierra de postre, los cuales acabé comprando porque no
me daba tiempo a cocinarlo todo.
Amanda volvió a casa tras el programa para darse una
ducha y cambiarse de ropa. A las nueve y media llegó a mi
apartamento con un vaquero ajustado y un colorido jersey
de lana, pues no necesitaba más para sorprenderme en
nuestra cena íntima. Le di dos besos en la mejilla y me
quedé ensimismado contemplando su belleza incluso
vistiendo ropa casual. Ella me devolvió al momento
presente cuando vio que no reaccionaba.
—¡Ariel!, ¿me estás escuchando? Te repito que había un
coche sospechoso aparcado en la acera de enfrente de tu
portal. Intuyo que se trata de paparazis dispuestos a
cazarme entrando en tu casa y pasando aquí la noche —me
dijo Amanda mientras colgaba su abrigo en el perchero de
la entrada.
—Perdona, Amanda. Ando un poco espeso hoy. Genial, eso
es justo lo que necesitamos para acallar los rumores de
crisis. Nos viene como anillo al dedo —comenté, y la guie
hasta el salón donde tenía preparada una coqueta mesa
ataviada con un floreado mantel y mi mejor cubertería.
—¡Vaya, vaya! Ariel Guerra ha sacado la artillería pesada. La
verdad es que creí que lo de la cena era puro postureo y
que ibas a pedir unas pizzas —aseguró Amanda claramente
sorprendida.
—Pues, para que veas, Ariel Guerra también sabe cuidar de
los detalles —dije ayudándola a acomodarse en la silla como
un verdadero caballero.
—Te diré que has acertado. La verdad es que no me
apetecía una pizza, sino algo más elaborado. ¿Dónde has
pedido la comida? —preguntó interesada.
—No la he pedido. Hoy he cocinado yo —la informé, y
Amanda abrió los ojos como platos, verdaderamente
sorprendida.
—¿En serio? ¿Tú sabes cocinar?
—Algunas cosas. Me gustaría que juzgaras por ti misma
cuando pruebes mis delicias. Voy a por el primer plato —
dije, y seguidamente fui a por la olla donde tenía la sopa
calentándose al fuego.
Serví la sopa y la cena dio comienzo bajo la mirada de
incredulidad de Amanda, que me veía incapaz de ocuparme
de las tareas del hogar.
—¡Esta sopa está cojonuda, Ariel! —exclamó cuando la
probó—. ¿Estás seguro de que la has hecho tú?
—¿Tanto te cuesta creerlo? ¿Te piensas que soy un inútil que
solo sabe peinarse el tupé con gomina y posar para las
cámaras? Hay muchas cosas que aún no sabes de mí —
respondí un tanto enojado.
—Perdona… Te diré que la sopa castellana es uno de mis
platos favoritos —comentó Amanda.
—Pues atenta al segundo plato. He hecho tortilla guisada
como la hacía mi querida madre —solté sin pensar,
desencadenando un intento de interrogatorio.
—Así que tu madre… Nunca me has hablado de tu familia.
Tengo verdadera curiosidad. Eso tampoco sale en Wikipedia
—sonrió Amanda tratando de indagar, pero corté su interés
de raíz lo más amablemente que pude.
—Quizá en otra ocasión. Ariel Guerra no puede desvelar
todos sus secretos en una noche —respondí con voz teatral,
y Amanda asintió desilusionada.
—Ya veo. Siempre me das largas cuando se trata de hablar
de ti. Me extraña que llegaras a contarme lo de tu problema
con las drogas —me recordó.
—Me cuesta abrirme y contar lo verdaderamente
importante, pero estoy en proceso. Hoy quería hablar
contigo de otro tema cuando terminemos de cenar. ¿Podrás
aguantar la curiosidad?
—Sí, creo que podré esperar —contestó secamente.
La cena transcurrió en silencio debido a mi negativa a
hablar sobre mi familia. Amanda me felicitó por los platos,
que le encantaron, así como por el postre, el cual le dije que
era un dulce típico de Astorga que había comprado. No era
mi intención llevarme falsos cumplidos. Tras la cena, serví
un par de copas de vino y salimos a la terraza a charlar un
rato. Amanda incluso se puso el abrigo del frío que hacía,
pero nos interesaba que los paparazis captaran alguna
fotografía de nosotros, por lo que tendríamos que
aguantarnos.
—Ariel, hoy estuve hablando con Riccardo. Surgió la
conversación y le comenté que hace tiempo me dijiste que
él te había aconsejado que lo mejor era pasar juntos todo el
tiempo posible. Riccardo me aseguró que eso nunca había
salido de sus labios y que tampoco teníamos que ser tan
exagerados. ¿Se puede saber por qué me mentiste? —
inquirió frunciendo el labio, algo molesta.
—Trataba de convencerte para que vinieras a la fiesta de
Paco. Tuve que echarle un poco de morro al asunto —me
justifiqué algo avergonzado.
—Entiendo que lo hicieras para convencerme en ese
momento, pero has seguido recordándome las supuestas
palabras de Riccardo en muchas otras ocasiones —afirmó
con fastidio, y bebió de su copa de vino.
—Amanda, todo lo que he hecho ha sido por el bien de
nuestro negocio —mentí.
En el fondo, también le había dicho eso porque deseaba
alejarla de su novio y poder tenerla solo para mí.
—De acuerdo. Está bien. Creo que ha llegado el momento
de ser honesto contigo. —Me decidí a contarle cómo me
sentía tras respirar hondo, pues estaba algo nervioso—. Te
mentí. No solo lo hice por el bien de nuestro negocio, sino
porque me apetecía pasar más tiempo contigo. Desde el
momento en que te vi por primera vez en la fiesta de
máscaras…
—No me gusta el camino que está tomando esta
conversación —me cortó Amanda sin tacto alguno cuando
yo trataba de abrirle mi corazón.
—No me interrumpas, por favor. Por lo menos, te pediría que
me escucharas. Ruegos y preguntas al final —demandé algo
enojado.
Amanda asintió y volvió a beber de su copa con
nerviosismo.
—Desde el primer momento en que te conocí, vi algo
diferente en ti que no había encontrado en nadie más.
Siento mucho que todo se fuera a la mierda por el tema de
la foto robada, pero no dejo de pensar en lo que podríamos
haber sido lejos de esta farsa. ¿Y si estamos hechos el uno
para el otro? A lo mejor deberíamos aprovechar la
oportunidad y probar suerte, ¿no crees?
Amanda me contempló impasible con la copa en la mano.
—Todo el tiempo que hemos pasado juntos me ha servido
para darme cuenta de muchas cosas. Lo más importante
que he averiguado es que no soy alérgico al amor como yo
creía. Me gustas, Amanda. Me gustas mucho. Cada vez que
te miro, me fascinas más y más. Como no soy un cobarde,
creo que lo más sensato es decírtelo y arriesgar, porque
quien no arriesga, no gana. ¿Te gustaría que lo
intentáramos? —le propuse con ilusión, pero ella se encargó
de romper toda mi fantasía.
—¿Has terminado ya de soltar bobadas? Eso me parece.
Ariel, ¿qué mosca te ha picado para ponerme en este
incómodo aprieto? Te olvidas de que tengo un novio que se
llama Iván y al que quiero con locura. Estoy flipando, de
verdad… —me respondió con nulo tacto y consciente de que
podía herirme, pero no le importó un bledo.
—Perdone usted, señorita. Tan solo intentaba abrir mi
corazón —contesté incapaz de ocultar mi molestia, y ella
pareció darse cuenta de lo brusca que había sido conmigo.
Cambió el tono de inmediato e intentó apaciguarme.
—Ariel, perdona. No pretendía ser tan borde contigo. Mira,
te confieso que me halaga que te sientas atraído por mí,
pero es algo que no puede ser. Tú y yo no encajamos. Sería
un error intentar algo —me aseguró tratando de poner
buena cara.
—¿Un error? Un error que estabas dispuesta a cometer el
día que me conociste. Si no te hubieras enterado de quién
era, habrías seguido adelante. Eso es porque yo te gustaba,
Amanda. No lo puedes negar. —Le eché en cara aún
enojado.
—Desde luego que eso cambió las cosas, pero nos
acabábamos de conocer. Tampoco sabemos lo que habría
pasado si hubiéramos sido dos personas normales y
corrientes, Ariel… —Negó con la cabeza tratando de
convencerme.
—No lo sabemos porque tú te echaste atrás. Dime, ¿te sirvió
de algo? Igualmente tienes que pasar tiempo conmigo por
la farsa. Tu novio no se merece ser el pelele en el que lo has
convertido, siempre esperándote en casa como un perrito
faldero —solté sin pensar, y Amanda se cabreó de nuevo.
—¡Vete a la mierda! ¡Estoy hasta los cojones de que todo el
mundo opine de la relación que tengo con Iván! ¡Hasta los
huevos! —gritó, y seguidamente apuró el contenido de su
copa de un trago.
—Tranquilízate. No pretendía decir eso —respondí para que
se calmara.
—¡Claro que querías decir eso! ¡Deja de meterte en mi vida,
joder! ¡Además, te diré una cosa, Ariel! ¡Para ti, no soy más
que un puto trofeo! ¡Solo me quieres porque te he
rechazado y sabes que no podrás tenerme! ¡Si yo fuera
detrás de ti, me ignorarías por completo! —exclamó
acalorada.
—Eso no es así. Me gustas de verdad —reiteré.
—¡Y una mierda! ¡Es todo mentira! —gritó, e hizo ademán
de marcharse adentro, pero yo se lo impedí.
Sostuve su muñeca con suavidad y la acaricié. Ella me miró
con cara de pocos amigos, pero se mantuvo quieta.
—No es mentira. Por una vez en la vida, sé lo que siento de
verdad —susurré cuando estábamos tan próximos el uno del
otro.
Creyendo que ella por fin se había decidido a darme una
oportunidad, dejé mi copa en el muro de la terraza y
acaricié su rostro con ternura, mirándola muy fijamente.
Tenía unas ganas inmensas de besarla, así que aproximé mi
cara a la suya para hacerlo. Amanda cerró los ojos, y de
inmediato yo también los cerré para perderme en ese
maravilloso momento en el que ella se entregaría a mí.
Lo siguiente que recuerdo, cuando nuestros labios se
rozaban, fue un sonido de cristales rotos que me hizo
separarme de ella bruscamente, sobresaltado y decidido a
encontrar el origen del ruido. Amanda había tirado su copa
vacía al suelo a propósito y esta se había hecho añicos.
—Seguro que los paparazis ya han captado el momento que
esperaban. Voy adentro —pronunció fríamente, y me dejó
allí con cara de imbécil mirando al vacío.
Cogí mi copa y me la terminé mientras buscaba el coche
sospechoso aparcado en la calle. Encontré un mini amarillo
y, fuera de este, divisé al fotógrafo que había inmortalizado
el momento del beso inconcluso y que seguramente
esperaría hasta por la mañana para comprobar que Amanda
pasaba allí toda la noche. Recogí los cristales rotos de la
copa y volví yo también adentro.
Amanda se encontraba sentada en la silla que había
ocupado durante la cena. Se había servido más vino y tenía
la mirada perdida.
—La próxima vez, pregúntame antes de tomarte la libertad
de romper algo. Era un juego de copas bastante caro y
ahora son impares —la regañé, pero, en mi interior, lo único
que verdaderamente me había molestado era su rechazo; la
copa me importaba una mierda.
Amanda ni siquiera me dirigió una mirada y continuó
bebiendo.
—Cuando te acabes la botella, si quieres dormir, te he
preparado el cuarto de invitados. He puesto sábanas limpias
en la cama y tienes mantas en el armario. Descansa.
Me despedí de ella con frialdad y seguidamente me
marché a mi habitación. A la mañana siguiente, cuando me
desperté sobre las diez, Amanda ya se había marchado muy
temprano. Me había dicho el día anterior que tenía clases y
que tendría que madrugar. Aun así, esperaba que se
despidiera de mí antes de irse, pero no lo hizo. Puede que
no quisiera molestarme, ya que aún dormía, o quizá
siguiese enfadada por mi confesión de la noche anterior.
Para asegurarme de que el mal rollo existente entre
nosotros no iba a más, le escribí una parrafada para hacer
las paces.

Hola, Amanda. He visto que te has ido esta mañana sin


despedirte. No he tenido siquiera la oportunidad de
disculparme por lo de anoche. Siento de veras si te hice
sentir incómoda. Tan solo trataba de ser sincero contigo y
de mostrarte un Ariel Guerra que poca gente conoce. Veo
que no va a resultar, así que tendré que conformarme con
robarte algún beso solo cuando haya mirones alrededor.
¡Qué le voy a hacer! ¿Volvemos a tener buen rollo ya?
¡Besos! Ariel

Amanda se hizo de rogar y me tuvo todo el día en vilo


después de ver mi mensaje. El doble check de WhatsApp
me confirmó que lo había leído e ignorado, pero me decidí a
no enviarle más mensajes hasta el día siguiente, pues no
quería dar la sensación de estar desesperado por su perdón.
Su respuesta me llegó por la noche, justo cuando cenaba
con Paco en mi casa.
—Así que sopa castellana, tortilla guisada y hojaldres de
Astorga. Cómo se nota cuando te gusta alguien de verdad.
Conmigo no has tenido ni un mísero detalle —pronunció
Paco mirando su trozo de pizza con desprecio.
—¡Joder, Paco! Te pido tus pizzas favoritas y mira cómo me
lo agradeces.
Negué con la cabeza ojeando el teléfono en mitad de
la cena para leer el mensaje de Amanda.
—Por mí no mueves un puto dedo en la cocina, pero,
claro, yo no soy Amanda.
Paco me miró con ojos melosos y batió las pestañas
divertido. Sonreí distraído mientras leía lo que me había
escrito.
—¿Y bien? ¿Te perdona o no? —me preguntó Paco, el cual
también estaba expectante después de que le hubiera
contado lo que pasó con Amanda la noche anterior al
confesarle lo que verdaderamente sentía por ella.
—Sí, yo diría que sí —afirmé dispuesto a enviarle unos
emoticonos de besos y corazones como respuesta.
—¿Y qué ha respondido exactamente a tu ingenioso
mensajito?
—Ha puesto lo siguiente: «Hola, Ariel. De acuerdo, disculpas
aceptadas. Solo espero que no la vuelvas a cagar
poniéndote cariñoso conmigo. Pierdes tu tiempo, porque no
te va a funcionar. Démosle la bienvenida al buen rollo de
nuevo. Nos vemos pronto. Amanda.»
—¡Oh, me alegro mucho! —exclamó Paco con la boca llena
de pizza—. Oye, de todas formas, ¿por qué estás tan feliz?
Te ha vuelto a rechazar por mensaje.
—Ya lo sé, pero al menos me ha perdonado. Tengo claro que
enamorarla no va a ser tarea fácil. Eso hará el premio más
jugoso y apetecible. —Le guiñé un ojo a Paco.
—Ariel, creo que eso es precisamente a lo que se refería
Amanda cuando te dijo que solo era un trofeo para ti. Con
esa mentalidad, no vas a conseguir nada aunque te lo
propongas. Además, ¿qué pasa si de verdad esa chica
quiere a su novio? Hay millones de mujeres en el mundo
que estarían encantadas de acabar en tu cama. A lo mejor
deberías olvidarte de ella.
—¿Olvidarme de ella? ¿Qué clase de mentalidad de
perdedor es esa, Paco? No pienso dejar que me quites la
idea de la cabeza. Es algo que me he propuesto hacer y lo
conseguiré de una forma u otra, ¿me oyes? Sé que le gusto
a Amanda. Tan solo tengo que mostrarle lo mejor de mí y
ser un poco paciente. Es cuestión de tiempo.
Mi amigo se encogió de hombros y continuó devorando su
trozo de pizza. Soñador, creí en mis propias palabras y me
insuflé ánimos a mí mismo para embarcarme en la empresa
más complicada a la que me había enfrentado hasta el
momento: conquistar el corazón de Amanda.
37. AMANDA: LA TRAMPA

Me recosté en la cama tras presionar la tecla


correspondiente para enviar el mensaje que me había
llevado más de media hora escribir, a pesar de que era
parco en palabras. Llevaba pensando en si debía responder
y cómo durante todo el día, y no quería acostarme sin haber
resuelto ese incidente, por lo que zanjé el tema
recordándole a Ariel que nunca habría nada entre nosotros.
Él me contestó de inmediato con unas simpáticas caritas
lanzando un beso y algunos corazones.
Con la cabeza apoyada en la almohada, sola en mi
habitación, volví a revivir el momento en el que casi nos
besamos. Nuestros labios se rozaron caprichosamente y a
punto estuve de devorar la boca de Ariel con ansia, pero
hice un esfuerzo sobrehumano por contenerme y apartarme
a tiempo para no tener cargo de conciencia después. Estaba
segura de que el paparazi que nos vigilaba había
conseguido la foto que buscaba, por lo que mi tarea allí
había concluido.
A pesar de ser brusca con él para recordarle que mi corazón
ya estaba ocupado y enojarme porque todos tuvieran que
opinar sobre mi relación actual, deseaba a Ariel
irremediablemente. Pasar tanto tiempo juntos estaba
empezando a hacer mella en mi persona y, por más que me
esforzara, sabía que aquellos peligrosos pensamientos solo
remitirían cuando termináramos nuestro trabajo juntos y
cada uno siguiera su camino. Al día
siguiente, me propuse centrarme en Iván y en mí y
olvidarme de todo lo que tuviera que ver con Ariel para
descansar un poco la mente. No obstante, tenía otro
problema que resolver con mi pareja: Verónica. No había
tenido ocasión de hablar con Iván después de la discusión
que tuve con esa indeseable bruja, que cada vez se
entrometía más en la relación que yo anhelaba conservar.
Es por ello que me decidí a preguntarle a Iván qué se traían
entre manos. Lo hice con tacto y serenidad para no tener
más altercados.
—Cielo, ¿qué hay entre Verónica y tú? Estoy un poco
preocupada… —le pregunté mirándolo con ojos de cordero
degollado mientras estábamos acurrucados en el sofá.
Iván acarició mi frente con ternura.
—Somos amigos. Eso es todo. Vaya preguntas tienes…
—¿Estás seguro? El otro día, cuando volví a casa, estabas
dormido sobre su regazo. La verdad es que me molestó
bastante encontraros así —confesé.
—Me puse así por comodidad y me quedé dormido. No
tienes nada de qué preocuparte. —Se encogió de hombros.
—Pues me preocupa. Creo que no es una buena persona —
afirmé y, de haber podido, le habría prohibido verla de
nuevo, aunque no estaba en posición de ordenar semejante
cosa.
—No entiendo por qué os lleváis tan mal. Verónica es una
chica normal y corriente. No sé por qué todo el mundo la
aborrece de esa manera.
—Iván, Verónica solo es simpática contigo. Yo traté de
llevarme bien con ella, pero no le interesó. No fui yo quien
empuñó el hacha de guerra —le aseguré, convencida de que
yo llevaba la razón.
—Mira, no necesito que seáis amigas, tan solo que os
respetéis. ¿Qué menos que eso? Siendo compañeras de
piso, ambas deberíais poner un poco de vuestra parte —me
aconsejó.
Como vi que la conversación se estaba desviando de mi
principal preocupación, me liberé de sus brazos y me senté
en el sofá para preguntarle algo importante.
—Iván, ¿qué opinas de Verónica?
—¿Qué opino de qué? ¿En qué sentido? Ya te he dicho que
es una chica normal. Tiene algunas rarezas, pero también
muchas cosas buenas —respondió despreocupado.
—Me refiero a físicamente. ¿Te atrae? ¿Piensas que es
guapa? —indagué, e Iván me miró con pavor, sintiéndose
víctima de una encerrona—. Es una pregunta sencilla.
Responde.
—Amanda, no me jodas. ¿De verdad te vas a poner así por
lo del otro día? —inquirió molesto.
—Por favor, responde. Necesito tener la seguridad de que
no hay motivos para preocuparme. Creo que Verónica es
una chica bastante poco agraciada, a diferencia de mí, pero
nunca se sabe.
Iván soltó una carcajada.
—No tienes abuela, ¿eh? Hay que joderse… —Negó con la
cabeza.
—Iván, por favor. Contesta la pregunta.
—Amanda, me estás tocando mucho las narices. No, no me
gusta Verónica físicamente. Te repito que es solo una amiga
y que no la veo como nada más que eso. Punto —soltó para
que lo dejara en paz.
—¿Entonces no piensas que sea atractiva? ¿Ni una pizca? —
insistí.
—¡No, Amanda! Verónica no es nada atractiva. Es un coco.
¿Estás ya contenta? —preguntó Iván con verdadero enojo,
por lo que asentí con una sonrisa, lo besé en los labios y
decidí olvidar el tema.
Estaba claro que, tal y como yo imaginaba, Iván podía pasar
todo el tiempo que quisiera con Verónica que jamás la
miraría con ojos de deseo. Más calmada con respecto a ese
tema y sintiéndome estúpida por siquiera haberme
inquietado, me propuse afrontar el día con alegría y
positivismo, así como tratar de ver las cosas buenas que me
rodeaban.
Cuando llegué a los estudios de grabación para meterme en
la piel de mi personaje, me encontré con una curiosa
invitación en mi camerino. Se trataba de un pase VIP para
un exclusivo evento en uno de los locales de belleza de
moda que tendría lugar al día siguiente por la mañana. La
invitación incluía una visita guiada por el centro, un peeling
facial natural, un rejuvenecimiento facial posterior,
maquillaje de día con diseño de cejas, peinado e incluso
conocer en persona a la famosa directora del lugar, Gloria
Gante. Sobra decir que conseguir cita para un tratamiento
en su centro era misión imposible, pues había lista de
espera de varios meses y los precios, aunque ahora podía
pagarlos, me seguían pareciendo prohibitivos.
Me emocioné al recibir semejante invitación y me puse a
dar saltitos de alegría con la tarjeta en mis manos. No
obstante, cuando le pregunté al conserje del edificio que se
encargaba de dejarnos la correspondencia quién me había
enviado el regalo, mi ilusión se desvaneció. El señor me dijo
que la invitación se la había dado Tatiana Popova para mí y
que le había dicho que esperaba que asistiera. Le comenté
a Ariel lo del evento y me puso mala cara de inmediato.
—Amanda, no te fíes un pelo de esta. Seguro que está
tramando algo gordo. —Negó con la cabeza, repantigado en
el sillón de mi camerino.
—¿Estás seguro? ¿No puede ser que simplemente esté
tratando de ser amable conmigo? —sugerí deseando que así
fuera.
—Espera, déjame que piense… —Se hizo el interesante—.
No. Imposible. Tatiana no sabe ser amable.
—¡Oh, venga ya! Tengo unas ganas locas de ir al evento.
Creo que me voy a arriesgar —sonreí, feliz de que la tensión
entre ambos fuera inexistente.
Lo bueno de Ariel era que siempre se mostraba simpático
incluso cuando algo le molestaba. Quizá era mejor actor de
lo que me pareció en un principio.
—Mira, Amanda, haz lo que quieras, pero luego no me
vengas llorando. Ándate con mucho ojo —me advirtió.
Ignorando las sabias palabras de Ariel, a la mañana
siguiente me presenté en la puerta del centro de belleza
Gloria Gante a la hora convenida. Allí me esperaba Tatiana
Popova, tan bella como de costumbre, enfundada en un
abrigo blanco y con un gorro ruso de esos de pelo que
hacen la cabeza inmensa. A Tatiana, sin embargo, el
conjunto le sentaba de maravilla y resaltaba su belleza
glacial. Me saludó con una sonrisa y me dio dos besos,
dejándome pasmada.
—Me alegro de que hayas decidido venir, Amanda. Creo que
no me he portado muy bien contigo y me gustaría
disculparme —me confesó algo avergonzada—. Me dijeron
que podía invitar a una amiga al evento y pensé en ti para
hacer las paces. ¿Entramos?
—Muchas gracias por pensar en mí, Tatiana. Claro, vamos
adentro. Me muero de ganas por ver lo guapas que nos
dejan —respondí, y ambas entramos al local.
Durante horas, los expertos de belleza, seleccionados
cuidadosamente por la gurú Gloria Gante, se afanaron en
cuidarnos la piel y en dejarla exquisita. Yo tenía algunas
espinillas y marcas, pero Tatiana tenía un cutis níveo que
parecía haber sido pulido previamente. Tras los tratamientos
faciales, nos depilaron las cejas y nos maquillaron de forma
sutil para el día. Un golpe de peine y secador y estuvimos
listas para visitar el centro junto a Gloria, que nos trató
deliciosamente bien y que no pudo ser más amable y
atenta. Nos encargamos de documentar toda la visita en
nuestras cuentas de Instagram y de hacer innumerables
fotos para mostrar a nuestros seguidores y hacerles
partícipes de nuestras aventuras.
Gloria nos invitó a tomar un almuerzo ligero, resolvió
algunas de nuestras dudas de belleza y nos regaló una
bolsa llena de caros productos de su marca personal, la cual
había aumentado las ventas de forma espectacular desde
que empezó a promocionar sus tratamientos a través de las
redes sociales utilizando a influencers. Gloria no dudaba en
invitar a chicas como nosotras de vez en cuando, pues sabía
bien cómo manejar su negocio. Por mi parte, adoraba que
me hicieran la pelota y que me regalasen cosas. Era algo a
lo que me había malacostumbrado desde que mi número de
seguidores era más que decente.
Al finalizar la visita, durante la cual Tatiana estuvo
amabilísima conmigo y hablamos de todo un poco, esta me
invitó a ir de compras para rematar la tarde. Yo, que ya me
había saltado las clases matutinas y que nada más tenía
que hacer, pues no colaboraba en el programa ese día,
acepté ir con ella. Mentiría si dijera que no me lo pasé
realmente bien probándome modelitos con Tatiana, y
cualquiera diría que éramos rivales televisivas. Me pareció
que me estaba mostrando una parte íntima de sí misma y
que de verdad trataba de llevarse bien conmigo. Me lo
confirmó cuando tomábamos algo tras comprar varias
prendas de ropa cara.
—Amanda, tú bien sabes que somos actores y que tenemos
que guardar las apariencias en televisión, pero en la vida
real no tenemos que ser enemigas. Además, las dos
compartimos el amor por Ariel —añadió con su marcado
acento, y seguidamente bebió de su copa.
—Lo sé. De cara al público tenemos que mostrarnos de
forma agresiva, pero aquí fuera no hay motivos para
llevarnos mal. En el fondo, tenemos cosas en común.
Nuestro interés por la belleza, la moda, y yo diría que
mucho más —afirmé con una sonrisa, feliz de haber
encontrado una posible amistad.
—¿Nunca te he hablado de mi infancia en Rusia? Yo nací en
San Petersburgo en una familia muy pobre. Mi padre murió
cuando yo era niña y mi madre se hizo cargo de mis tres
hermanos y de mí. Durante años cuidé de los pequeños
mientras mi madre se mataba a trabajar para mantenernos.
Emigramos a España cuando yo tenía dieciséis años y aquí
ella se casó con otro hombre. Gracias a eso pudimos
mejorar y tener la vida que nos merecemos. Después
encontré una oportunidad en la televisión y no la
desaproveché. Sabía que podía ganarme la vida de esta
forma y hacer mucho dinero. Por eso estoy aquí, por la
misma razón que tú. Todos estamos aquí por dinero —me
contó, y me sentí claramente identificada con ella.
A lo largo de la tarde, me contó anécdotas de cuando era
niña y lo mal que lo había pasado en su país. Había veces
que ni siquiera tenía para comer al verse obligada a cederle
la comida a sus hermanos pequeños, pues ella era la mayor.
Su madre lloraba día y noche por la escasez y la miseria que
debían soportar, ya que además la familia vivía en un
cuchitril de veinticinco metros cuadrados a las afueras de la
ciudad. En el fondo, Tatiana era una víctima más como yo y
nuestra enemistad no tenía sentido. Sobra decir que yo
también me explayé contándole mi historia personal,
incluido el tema tabú de mi padre.
Nos despedimos casi a las diez de la noche después de
ponernos ciegas a copas. Sentí que había llegado el
momento de volver a casa, no fuera a ser que se me soltara
la lengua más de lo debido. Aun así, sentía que Tatiana era
mi amiga después de pasar el día juntas y ya no la veía
como una amenaza.
Al día siguiente, Tatiana me visitó en el camerino un rato
antes de que el programa diera comienzo. Me dio dos besos
y un abrazo y se mostró tan cariñosa como el día anterior.
En cierto momento, Ariel entró a comentarme una cosa y la
encontró allí conmigo. Torció el gesto, pero la saludó con
amabilidad antes de decirme que volvería en otro momento.
—Ariel, Ariel… Siempre tan caballeroso —comentó Tatiana
sentada elegantemente en el sillón.
—Es un amor, ¿verdad? —sonreí soñadora.
—Lo es. ¿Qué tal lo lleváis? ¿Os va bien? —preguntó
despreocupada.
—Nos va de maravilla. Creo que he encontrado al amor de
mi vida —mentí con convicción, ya que nunca me quitaba la
máscara del todo.
—Ya vi que los rumores de crisis no eran ciertos. Sois
portada de revista esta semana. —Me guiñó el ojo.
—Sí. La verdad es que a la gente le encanta hablar y
difundir rumores, pero nada es cierto. Estamos tan bien
como siempre.
—Me alegro mucho —me dijo con una sonrisa—. De todas
formas, Amanda, sabes que puedes hablar conmigo de
cualquier cosa. Si alguna vez tienes problemas con Ariel, me
lo puedes contar. Yo te daré mi consejo de exnovia —
bromeó—. Bueno, problemas con Ariel o con cualquier otra
cosa. Soy muy buena escuchando a los demás —se
enorgulleció.
Nuestra conversación divagó por temas del corazón y, sin
darme cuenta, empezamos a hablar de virtudes y defectos
de Ariel. No sé cómo, pero Tatiana me embaucó en cuestión
de minutos y me enredó en su juego de tal forma que
incluso llegué a pensar que podría ser totalmente sincera
con ella y que me entendería, que me daría consejo para
sobrellevar ese falso noviazgo y, al mismo tiempo,
mantener la relación que me importaba. A punto estuve de
confesarle la verdad y de decirle que todo era una farsa. Me
sentía sola y, salvo mi madre, no tenía a ninguna amiga de
mi edad con quien tratar el tema por miedo a que alguien
me delatara. No se me ocurrió mejor persona que Tatiana
para bajar la guardia…
Suerte que me percaté de lo que tramaba a tiempo y volví a
ponerme en alerta. Tatiana no tenía su móvil a la vista, sino
en el bolsillo de su pantalón de vestir. No obstante, ella no
había advertido que el teléfono sobresalía un tanto, detalle
que yo sí percibí. La pantalla no estaba en negro, sino que
me pareció vislumbrar que Tatiana tenía puesta la
grabadora para obtener de mí una confesión y tener
pruebas que mostrar.
¡Pues claro! ¿Cómo había sido tan estúpida? Ariel ya me lo
había advertido, pero había ignorado sus palabras. Tatiana
estaba tramando desenmascararme tras hacerse pasar por
mi amiga. Lo único que quería de mí era que me sincerara y
que le contase que todo era un montaje. Ese era el único
motivo por el que me había invitado al evento el día
anterior, se había ido de compras y de copas conmigo y
ahora estaba en mi camerino haciéndome terapia amorosa.
Solo había oscuros propósitos de por medio…
—Tatiana, lo cierto es que sí que quería contarte una cosa,
si es que aún tenemos tiempo antes del programa —le dije
con voz teatral, y Tatiana asintió enérgicamente y me miró
con mucha seriedad.
—Pues claro que sí, Amanda. Estoy dispuesta a ayudarte
con lo que sea. —Se ofreció servicial, y noté la evidente
falsedad que antes no había percibido.
—Verás, es que… Se trata de Ariel y de mí. De nuestro
noviazgo… —Me mordí el labio.
Tatiana se relamía al pensar que yo iba a confesar. Acercó
su asiento más al mío y puso toda su atención.
—Dime. ¿Qué es lo que sucede? ¿Las cosas entre vosotros
no son como tú esperabas? —inquirió curiosa.
—Es algo que nadie sabe y que creo que solo puedo hablar
contigo. Me da bastante vergüenza. Si la gente se enterara,
no sé qué pensarían de mí.
—Por supuesto. Puedes contar conmigo —dijo con voz suave
y melosa.
—Pues es que… Es que Ariel tiene la polla tan grande que
creo que no estoy a la altura —solté de repente, e instantes
después estallé en carcajadas al ver la cara de idiota que se
le había quedado a Tatiana, a la cual acababa de fastidiar la
exclusiva.
—¿Te estás riendo de mí, Amanda? —me preguntó una
ofendida Tatiana desde su asiento.
—La verdad es que sí. —Seguí riéndome sin poder parar—.
Perdona, perdona, ya paro —aseguré, pero la risa apareció
de nuevo.
—Me largo de aquí. ¿Es así como me pagas que intente ser
tu amiga? —inquirió enojada poniéndose en pie.
—No, es así como te pago que seas una perra mala y
traidora. ¿Qué coño estabas intentando hacer? —demandé,
y rápidamente le arrebaté el móvil del bolsillo.
Efectivamente y como temía, Tatiana tenía activada la
grabación de audio, que iba por el minuto treinta y tres.
Había estado grabando toda nuestra conversación y puede
que el día anterior hubiera hecho lo mismo.
—¡Devuélveme el teléfono! —exclamó, y me lo arrebató de
inmediato.
—Es igual, Tatiana. Ya he visto lo que planeabas. No sé qué
intentabas obtener de mí, pero no quiero volver a verte
cerca de mi camerino para dejarme invitaciones y tratar de
ganarte mi confianza. Tú y yo no vamos a ser amigas jamás.
—Le dirigí una gélida mirada de odio al tiempo que
remarcaba la última palabra—. ¡Largo de aquí!
La eché sin más miramientos y ella cogió la puerta y se
marchó. Después del programa, le conté a Ariel lo sucedido
y tuve que darle la razón.
—¿Qué te dije, Amanda? Que no puedes confiar en alguien
como Tatiana. Las mujeres como ella solo quieren dinero,
fama y hundir a los demás para conseguir sus propósitos.
Viene de lo más rastrero de Rusia y no tiene escrúpulos —
me dijo Ariel cuando me llevaba a casa en coche.
—¿Así que lo de su terrible infancia en San Petersburgo era
cierto?
—Sí, claro que es cierto, pero eso no le da derecho a ser una
hija de puta con los demás. Nadie tiene la culpa de que
naciera en una familia pobre.
—En parte, siento pena por ella si lo que me dijo era verdad.
Había tanto dolor en su mirada, en sus palabras… Sentí que
éramos muy parecidas. Yo también he tenido una infancia
difícil y mi familia siempre ha tenido problemas económicos
—mencioné.
—Amanda, ¿qué estás diciendo? No sois nada parecidas.
Tatiana es una cobra venenosa. Tú eres… —se cortó y fijó la
vista en el volante.
No sabía si quería escuchar lo que era, pero Ariel pareció
recordar lo que sucedió en su apartamento. Se conoce que
no quería volver a fastidiar nuestra amistad.
—¿Qué soy? —le pregunté con verdadera curiosidad.
—Eres una chica muy especial. Eres una buena persona. No
quiero que este mundo te corrompa y te destruya como lo
hizo conmigo. —Apartó los ojos de la carretera un instante y
los dirigió hacia mí.
—Ariel, pon atención mientras conduces, por favor —le
recordé, y él se centró de inmediato.
—Perdona. Lo siento…
Justo cuando iba a bajarme del coche, agradecí sus bonitas
palabras.
—Muchas gracias por creer que soy especial y una buena
persona. Ciertos días dudo de lo que soy y en lo que me
estoy convirtiendo. Solo quiero que todo esto se termine
para volver a ser la Amanda de siempre —sonreí—. ¿Nos
vemos mañana?
Ariel asintió alegre y desactivó el seguro de las puertas para
que bajara.
—Por cierto —le dije cuando ya estaba fuera del coche—,
creo que tú también eres un gran chico. Aún hay salvación
para ti si pones un poquito de tu parte. —Le guiñé el ojo y él
se sonrojó—. Buenas noches, Ariel.
—Buenas noches, Amanda.
En casa, tumbada en la cama, traté de centrarme en Iván,
pero de nuevo solo Ariel acudía a mi mente una y otra vez
aunque intentara cerrarle la puerta con llave. Un día tras
otro, su encanto y su simpatía siempre se colaban por la
cerradura y encontraban un hueco en mi confundido
corazón. El chico con nombre de detergente era mucho más
adictivo de lo que yo pensaba.
38. VERÓNICA: UNA TARDE
ÍNTIMA

«Verónica no es nada atractiva. Es un coco». Sentí las


palabras de Iván clavarse como afiladas dagas en mi piel
cuando las pronunció con tanta frialdad y enojo. Acababa de
llegar a casa y la parejita feliz ni siquiera me escuchó cerrar
la puerta. Esas fueron las pocas palabras que me llegaron
claras desde el salón y las únicas que necesité para correr a
mi habitación sin siquiera saludar, para encerrarme en el
pequeño rincón donde no era juzgada. Iván siempre me
había respetado en todos los sentidos, pero ahora también
me había fallado.
Kitty me preguntó si pensaba asistir al ensayo ese jueves
cuando saliera de Nilsson. Le puse una excusa y le dije que
no me encontraba muy bien y que me iría a casa nada más
terminar. Ahora que Iván formaba parte del grupo, tendría
que verlo irremediablemente y no me apetecía ni una pizca.
Claro que, no contaba con que se personara a la salida de
mi trabajo para recogerme e ir juntos.
Cuando salí con mi bandolera y mi aspecto de persona
corriente, pues llevaba vaqueros desgastados, camiseta
azul marino y un abrigo oscuro, allí estaba él aguardando a
que apareciera. Me saludó desde la distancia con la mano y
una gran sonrisa que me hubiera gustado borrar de un
puñetazo. Me acerqué a él y fingí normalidad.
—Oye, esto no está nada mal. El edificio tiene mucha clase.
¿Qué tal te fue el día? —me preguntó tan simpático como de
costumbre.
Me encogí de hombros y continué muy seria.
—Como siempre —respondí fría y cortante y eché a andar.
—He venido a recogerte para que vayamos juntos al
ensayo. ¿Qué te parece? —propuso mientras trataba de
seguir mi atropellado paso.
—Me parece que podrías habértelo ahorrado. No me
encuentro bien y hoy no pensaba ir. Voy a casa —contesté
poco amigable.
—¡Venga ya…! —exclamó con fastidio—. Me gusta que
vayas a los ensayos. No puedes hacerme esto.
—No voy a ir si no me encuentro bien. Nos veremos otro día.
Hasta luego.
Me despedí sin siquiera mirarlo a la cara y continué mi
camino, pero pronto se percató de que algo no iba bien y
me alcanzó.
—Verónica, ¿se puede saber qué demonios te pasa? Estás
rarísima —inquirió verdaderamente confuso.
—A mí no me pasa nada. Soy rara por naturaleza. A lo mejor
deberías mantenerte bien alejado de mí —dije sin poder
ocultar mi gran decepción.
—Para, por favor. Mírame y dime qué te sucede. —Iván me
sujetó del brazo y me hizo detenerme—. ¿Qué coño pasa?
—Pasa que no querrás estar con una persona tan poco
atractiva como yo, con un coco. A lo mejor se te pega mi
fealdad y tu querida novia deja de quererte —escupí con
rabia, harta de ocultar mi enfado.
—Me cago en la puta… —masculló Iván tratando de guardar
la calma.
—Eso digo yo. Mira, Iván, me voy a casa. No voy a perder el
tiempo con alguien tan superficial como tú —indiqué, pero
él volvió a detenerme.
—Verónica, por favor, deja que te explique lo que pasó.
¿Qué parte de mi conversación con Amanda escuchaste?
—Creo que con oír esas perlitas tuve suficiente.
—Si hubieras visto lo insistente que se puso Amanda y lo
celosa que estaba sin motivo, entonces comprenderías por
qué tuve que decirle justo lo que quería oír. Verónica,
Amanda me presionó preguntándome si teníamos algo más
allá de una amistad y después insistió en si me parecías
atractiva. ¿Qué querías que le dijera? Me sacó de quicio y
respondí lo primero que se me vino a la cabeza, pero ni
mucho menos pienso eso de ti. Perdóname, por favor —se
disculpó.
—Iván, no todo vale para contentar a las personas. No
puedes herir a otros para que tu novia esté feliz de la vida.
Ya vino a molestarme a mí porque nos encontró dormidos en
el sofá. No contenta con eso, tuvo que cerciorarse
interrogándote. Me parece que lo que hiciste estuvo muy
feo. Aunque creas que soy la reina de hielo, yo también
tengo sentimientos, ¿sabes? Sé que no soy el prototipo de
tía cañón que gusta a todo el mundo, pero no merezco que
me denigren de esa forma —le dije duramente.
—Tienes toda la razón. No tenía que haberle dicho una
mentira para librarme de ella. Siento mucho si te has
sentido mal por mis palabras. No pienso eso en absoluto —
se disculpó de nuevo.
—¿Y qué piensas de mí entonces? Vas a tener que ser
sincero esta vez si quieres que vaya contigo al ensayo. —
Crucé los brazos sobre el pecho y esperé.
—No me lo vas a poner nada fácil, ¿verdad? —suspiró—.
Gracias a ti he descubierto que el físico no es lo más
importante en una persona. Tus ojos son realmente
preciosos, y solo aquellos que tienen la valentía de
aventurarse en tu gélida mirada lo descubren. Tienes una
cara bonita y aniñada, y cuando sonríes desprendes una
simpatía que me encanta. Tu risa es otra de mis cosas
favoritas. Siempre me ayuda a sentirme mejor, así que me
jode mucho que estés enfadada conmigo porque no voy a
poder oírla.
—¡Vale, vale, ya basta! —corté su discurso antes de que se
me parara el corazón con tanta palabrería bonita
proveniente de sus labios—. Creo que he tenido suficiente
dosis de ñoñería azucarada por hoy. Vamos al ensayo.
—¡Estupendo! Entonces, ¿estoy perdonado? —preguntó Iván
cuando pusimos rumbo al metro.
—Ni hablar. Vas a tener que currártelo un poco más, pero no
vas por mal camino —bromeé, e Iván se ofreció a invitarme
a cenar después del ensayo.
Kitty se sorprendió mucho al verme aparecer por la puerta
del bar en compañía de Iván. Se acercó a mí mientras él
saludaba a los demás miembros del grupo y me preguntó si
ya estaba mejor.
—En realidad, no estaba enferma. Es solo que Iván a veces
me saca de quicio —me justifiqué tras haberme inventado
una mentira.
Kitty me miró con una sonrisa y me pidió que le contara lo
que había pasado más tarde por mensaje, ya que allí
apenas teníamos privacidad para hablar de nuestras
confidencias.
El ensayo transcurrió como de costumbre, yo sentada en
una silla con mi refresco favorito y Marko dando órdenes a
diestro y siniestro y parando la música cada dos por tres
porque no estaba satisfecho con el resultado. Vi la cara de
fastidio de Iván y del resto de integrantes de The Black
Cats, pero casi nadie se atrevía a toserle a Marko ni a
llevarle la contraria. Kitty era la única que, si la cosa se
desmadraba demasiado, lo ponía en su sitio y le paraba los
pies.
Sobre las nueve y media de la noche, el ensayo concluyó.
Iván se reafirmó en su promesa de invitarme a cenar,
aunque le dije que no era necesario, ya que no quería que
se gastara demasiado dinero en mí para contentarme.
Como siguió insistiendo, se me ocurrió que podíamos
comernos unas hamburguesas en el McDonald’s cercano a
mi casa donde solía quedar con Kitty. Iván manifestó que no
era tan pobre como para no poder permitirse algo mejor,
pero le aseguré que la comida basura me encantaba y
terminamos sentados en una mesa con nuestros menús
gigantes.
—Kitty y yo solíamos venir aquí para engordar un poco —
sonreí mientras intentaba abarcar mi enorme hamburguesa
con mis pequeñas manos sin que se me desmontara y lo
pusiese todo perdido de kétchup.
—Veo que no tuvisteis muy buen resultado —bromeó Iván
cogiendo la suya con una facilidad pasmosa y metiéndole
un bocado brutal.
—¿Tú sueles comer comida rápida? —inquirí, e Iván asintió
masticando—. Con ese cuerpo serrano, ¿quién lo diría? —lo
piropeé sin pensar demasiado, e Iván ocultó una sonrisilla y
se hizo el sueco tras mi comentario.
—Bueno, ¿ya me has perdonado del todo? Mira que, si hace
falta, te compro un Happy Meal con sorpresa para hacer la
gracia completa.
—¿Te crees que porque soy pequeñita me gustan los
juguetes? —contesté reprimiendo una sonrisa.
De repente, desde nuestro íntimo rinconcito de felicidad,
divisé a las dos indeseables a las que me había enfrentado
meses atrás. Me quedé paralizada por el miedo, ya que no
había contado con volver a encontrármelas en el mismo
sitio donde las había empapado de helado. Traté de actuar
con naturalidad, pero, aunque me hice la tonta, esas dos
zorras me localizaron entre la multitud del restaurante y se
aproximaron a la mesa que compartía con Iván. No
obstante, me quedé sorprendida cuando se dirigieron a él
en lugar de a mí.
—¡Iván! ¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo! —saludó la más alta, y
rápidamente se lanzó a darle a Iván dos besos que no pudo
esquivar.
La otra hizo lo mismo y sonrió bobaliconamente.
—¿Qué tal, chicas? Sí, la verdad es que hace mucho que no
nos vemos. Verónica, estas son Paulina y Vera, amigas de
Mónica —me explicó, y estas dos me miraron como si fuera
una cucaracha, aunque forzaron una sonrisa.
—Encantada —pronuncié vagamente mientras seguía
afanada en mi hamburguesa al tiempo que trataba de
ocultar mi rostro para no ser reconocida.
Estuvieron hablando unos minutos sobre temas triviales
hasta que, para mi desgracia, me acabaron pillando.
—Oye, espera. Vera, ¿no te suena esta chica de algo? —le
preguntó Paulina a su amiga, y esta me observó con
detenimiento.
—Yo no os conozco de nada —mentí, pero de nada sirvió.
—¡Tú eres la perra que nos tiró el helado por encima! —
exclamó Vera e Iván, realmente confuso, no pudo evitar
soltar una carcajada.
—¿Yo? Te habrás confundido de persona —respondí, aunque
de poco me valió tratar de fingir.
—¡Sí, sí, fuiste tú! ¡Serás zorra! ¡Acababa de salir de la
peluquería! —gritó Paulina.
—Chicas, chicas… Haya paz, por favor. —Iván trató de
mediar entre nosotras.
—Está bien. Aquí la perra satánica presente. Yo os tiré el
helado y lo volvería a hacer mil veces más si hiciera falta.
Eso os pasa por reíros de los demás. —Me desenmascaré
finalmente, pues de nada serviría negar lo evidente.
Sobra decir que me quedé sentada en mi asiento y que
continué devorando mi menú con tranquilidad, ahora que ya
me había quitado el peso de encima tras mi confesión.
—¡Cómo lo sabía…! —exclamó Paulina dirigiéndome una
mirada de odio—. Iván, me parece que has descuidado
mucho tus amistades desde que lo dejaste con Mónica.
Ándate con ojo, porque este mal bicho te puede hacer
mucho daño… —Negó con la cabeza.
—Gracias por el consejo, Paulina, pero me relaciono con
quien me sale de los cojones. ¿Alguna cosa más? —soltó
Iván tranquilamente, y yo alcé la mirada para contemplarlo
con devoción una vez más.
Paulina y Vera se quedaron pasmadas tras su brusca
contestación. Se miraron confusas y decidieron marcharse
cuanto antes sin despedirse.
—¡Recuerdos a Mónica! —exclamó Iván cuando se dirigían al
mostrador a pedir lo que fueran a comer.
En señal de aprobación y de agradecimiento, levanté el
pulgar hacia arriba y él se sonrojó.
—Sí que los tienes bien puestos, señor Caballero. Eso no se
puede negar —comenté y le ofrecí mis patatas, pues no
podría acabármelas.
—Esas dos son asquerosas, como la gran mayoría de
amistades de Mónica. Estoy seguro de que se tenían bien
merecida esa ducha de helado —afirmó, y cogió un puñado
de mis patatas.
—Eso te lo puedo garantizar. Ya sabes que nunca ataco
primero.
Cuando terminamos de cenar, Iván y yo pusimos rumbo a
casa. Decidió quedarse a dormir en la cama de Amanda
para así estar un rato más conmigo. Me alegró saber que
podría disfrutar de su presencia un poco más de tiempo, no
obstante, le habría pedido que se marchara de haber sabido
que una visita indeseada aguardaba en casa. Al subir al piso
y abrir la puerta, encontré las luces del salón encendidas.
Pensé que quizá Amanda había vuelto antes de tiempo ese
día, pero quienes esperaban en el salón no tenían nada que
ver con ella, sino conmigo.
Papá y mamá aguardaban mi llegada sentados en el viejo
sofá donde la abuela solía echarse la siesta y que ahora me
servía para que Iván se durmiera sobre mi regazo. Me quedé
paralizada por segunda vez esa noche, pues para nada
esperaba su presencia a esas horas de la noche. Consulté el
reloj antes de hablar y vi que eran casi las doce.
—Hola, hija. ¿No nos das la bienvenida? —me saludó mi
madre con su sonrisa falsa de siempre.
Mi madre, una menuda mujer de cincuenta y tantos años,
era demasiado parecida a mí físicamente, mucho más de lo
que me gustaría. Llevaba su rubio cabello cortado a la
altura de los hombros y un sutil maquillaje diario con
pintalabios rosa. Vestía elegantemente con un pantalón
blanco y un suéter malva.
—¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué no me habéis avisado de que
veníais? —pregunté indignada, e Iván percibió la tensión
entre mis progenitores y yo.
—Queríamos darte una sorpresa, Vero —contestó mi padre.
De la misma edad que mi madre, mi padre era un hombre
algo más alto que ella de cabello castaño y piel muy clara.
También vestía de forma elegante con pantalones chinos y
camisa de cuadros. Llevaba gafas de pasta de colores
fluorescentes adornando su juvenil rostro.
—Pues vaya una sorpresa… —musité por lo bajito para que
no me oyeran.
—¿No nos vas a presentar? —Mi madre miró a Iván de arriba
abajo con gran interés.
—Mamá, papá, este es Iván, un buen amigo y novio de mi
actual compañera de piso.
Decidí dejarlo claro desde el principio, pues mis
padres podían pensar que se trataba de mi pareja. Lo cierto
es que habíamos entrado en casa bromeando y el buen rollo
entre nosotros podía malinterpretarse.
—Iván, estos son mis padres, Elena y Miguel. Recién
llegados de Palo Alto, California, donde residen y trabajan.
Son compis del mismísimo Zuckerberg. —Los presenté como
habitualmente, menospreciando sus logros profesionales y
mostrándoles lo poco importantes que eran para mí.
—¡Joder! ¡¿Zuckerberg el de Facebook?! —exclamó Iván
impresionado—. ¡Esto no me lo habías dicho!
—Dudo que mi hija te haya hablado mucho de nosotros,
Iván. Estamos encantados de conocerte.
Mi madre lo saludó con dos besos y mi padre con un apretón
de manos.
—Bueno, ahora que ya hemos terminado con las
presentaciones, Iván se marchará a la habitación de su
novia y vosotros a vuestra casa. Es muy tarde. Ya
tendremos tiempo para contarnos nuestras respectivas
batallitas de los últimos meses a una hora más normal.
—Ya veo… —pronunció mi madre con decepción en la voz.
Si pensaba que iba a prepararles una cama para quedarse a
dormir, lo llevaba claro.
—Hija, ¿vendrás a comer con nosotros mañana? —me
preguntó mi padre en tono suplicante.
—Si no hay más opciones, imagino que iré —respondí con
desgana.
Mis padres se despidieron cordialmente de Iván y trataron
de hacer lo mismo conmigo. Por mi parte, no les dejé que
me besaran ni abrazaran y prácticamente los eché de casa
sin una muestra de afecto de ningún tipo. Cuando
desaparecieron, Iván me contempló sin comprender por qué
los había tratado de un modo tan horrible.
—No me mires así. Algún día te explicaré el tipo de relación
que tengo con mis padres. Comprenderás que no soy la
culpable, sino la víctima. Ahora preferiría irme a dormir —le
dije, e Iván fue comprensivo.
—Como no has querido abrazar a tus padres, imagino que
tampoco querrás un abrazo mío —mencionó bromista.
—No, el tuyo sí que lo quiero. ¿Con beso incluido? —
pregunté como una tonta niña enamorada a la que poco le
importaba ya dejar al descubierto su debilidad por él.
Iván sonrió, se acercó a mí, me plantó un sonoro beso en la
mejilla y me apresó en sus confortadores brazos, a los que
me aferré durante unos segundos, cerrando los ojos para
aspirar su magnífico olor.
—Cuando quieras, escucharé todo lo que tengas que contar.
Buenas noches, Verónica.
A continuación, se marchó a la habitación de Amanda
en lugar de a la mía. No me habría importado hacerle un
hueco en mi cama aunque solo fuera para que me abrazase
mientras dormíamos. Ni siquiera necesitaba sexo para ser
feliz, ya que con su sola presencia me bastaba.
Ya en mi habitación, asumí que tendría que hablarle pronto
a Iván de mis padres y de nuestra fallida relación, la cual
manteníamos a duras penas por los lazos de sangre que nos
unían. Mis padres nunca quisieron una hija como yo a la que
no pudieran manejar a su antojo. Yo tampoco pedí tener
unos padres tan superficiales y críticos con su única hija,
que debería haber sido su mayor tesoro y no su gran
decepción.
39. ARIEL: LA GRAN NEVADA

El último fin de semana de enero nos tenía preparada una


gran sorpresa meteorológica inesperada: una nevada
monumental. El hombre del tiempo avisó días antes de que
iba a nevar como nunca y que se debían extremar las
precauciones. La nieve en Madrid, según me aseguró Paco,
nunca llegaba a cuajar a diferencia de en mi tierra y había
que dar gracias si se podía lanzar alguna bola que otra.
Posiblemente por ese motivo nadie imaginó que los
pronósticos se cumplirían ni que se alcanzaría el colapso
que llegó a producirse.
Tenía planes con Amanda ese sábado por la tarde, ya que
íbamos a acudir a un evento organizado por varias marcas
para las que trabajábamos. No obstante, el alcalde de
Madrid salió en la televisión aconsejando a la ciudadanía
que se resguardara en casa y que permaneciera allí hasta
nuevo aviso. Cuando llegamos al lugar convenido en mi
coche y fuimos a identificarnos para acceder al edificio, nos
pidieron que nos marcháramos, dado que el evento se había
cancelado debido a las previsiones de nieve.
Sobre las seis de la tarde, caían gruesos copos que estaban
empezando a teñir de blanco las aceras y la carretera,
aunque por suerte todavía se podía circular. Amanda, algo
inquieta, me pidió si podía llevarla a casa antes de que la
nieve avanzara. Volvimos a montarnos en el coche y
conduje despacio rumbo a su hogar.
—Joder, me patina el coche… —me quejé cuando giraba el
volante al tiempo que trataba de mantener el control del
vehículo.
—Es muy peligroso conducir con nieve. ¿No tienes cadenas?
—me preguntó Amanda con gesto preocupado.
—¿Quién tiene cadenas en Madrid? Aquí nunca nieva, coño
—respondí y aminoré la marcha para evitar un accidente.
Conseguimos avanzar un buen tramo en poco tiempo, pero
la carretera se había llenado de nieve en cuestión de media
hora de lo mucho que nevaba. Solo algunos todoterrenos y
coches con cadenas avanzaban sin dificultad, así que se
organizó un atasco de narices que nos retrasó aún más. El
teléfono de Amanda sonó y ella respondió.
—Hola, cielo. Sí, han cancelado el evento. Estamos en un
atasco tratando de volver a casa. No te preocupes, vamos
despacio, pero creo que llegaremos en un rato. Hasta ahora.
Su flamante caballero se interesaba por ella, como de
costumbre. Nada nuevo que comentar.
—No nos falta mucho, ¿verdad? —cuestionó nerviosa.
—No. Llegaremos en nada. Estate tranquila. —Traté de
calmarla dada su inquietud.
Afortunadamente, pude cumplir mi promesa una hora
después. El problema es que, cuando llegamos a Moncloa,
nevaba con una fuerza impresionante y me di cuenta de
que volver iba a ser misión imposible, ya que la carretera
estaba cada vez más atascada.
—¿Vas a conducir así hasta tu casa? Es una locura —me dijo
Amanda con preocupación antes de bajar del coche.
—¿Y qué quieres que haga? Tendré que intentarlo. —Me
encogí de hombros, dispuesto a marcharme—. Me voy
cuanto antes. Espero no quedarme tirado a medio camino.
—Ni hablar. No voy a dejar que te vayas así. Ven a casa
conmigo. —La contemplé con incredulidad tras ofrecerme
una alternativa.
—¿A tu casa? ¿Con tu novio? —pregunté.
—Es una emergencia, Ariel. Seguro que lo entenderá. No
puedo dejar que te vayas con este tiempo y que te pase
algo malo. Por favor, quédate a dormir. Verónica tiene una
habitación de sobra —insistió, por lo que finalmente acepté.
Aparqué en un hueco que encontré como buenamente pude
y salimos del coche. Era casi imposible avanzar con toda
aquella nieve cayendo ferozmente sobre nuestras cabezas.
Ni siquiera el paraguas que Amanda llevaba servía de
mucho, pero pudimos llegar hasta el portal y ponernos a
cubierto. Subimos a la vivienda y allí nos esperaba Iván,
algo intranquilo por la tardanza de su novia. Cuando me vio
aparecer junto a ella, no obstante, torció el gesto y ni
siquiera me saludó.
—Hola, mi amor. Ya estamos aquí. —Amanda le dio un tierno
beso en los labios a modo de saludo—. Le he dicho a Ariel
que se quede a dormir aquí esta noche hasta que mejore el
tiempo. Si se va así, podría tener un accidente —explicó
ella, e Iván asintió muy serio.
Seguro que a este le habría encantado que me estrellara
con el coche y así quitarme de en medio, sin embargo, me
sorprendió por su bondad.
—Claro. Es mejor no coger el coche con la que está
cayendo. Supongo que Verónica estará de acuerdo —
respondió él impasible, y Amanda fue rápidamente a
preguntarle a su compañera de piso si podía habilitar la
habitación que sobraba para mí.
Iván y yo nos quedamos en medio del salón
contemplándonos sin saber qué decir mientras Amanda
hablaba con Verónica en la cocina. A pesar de todo, ambos
guardamos la compostura. Dos hombres enfrentados por el
amor de una mujer. El cuadro era realmente dantesco.
—Gracias por dejar que me quede —murmuré.
—No es mi casa. Yo no decido quién se queda o quién se va
—respondió secamente.
—Ya, pero Amanda sí es tu novia. Es un gesto admirable por
tu parte.
—Simplemente creo que es lo correcto. Me da igual quién
seas. Supongo que tú harías lo mismo por mí.
No estaba yo tan seguro de eso… En un segundo, Iván me
demostró que era un tipo mucho más elegante y con más
clase que yo a pesar de mi ropa cara y del lujo que me
rodeaba. Tenía algo que yo nunca tendría: un gran corazón.
Amanda volvió con Verónica, que me saludó con gesto
estreñido y me indicó dónde estaba la habitación en la que
dormiría. Se trataba de un minúsculo cuarto con una
pequeña cama y un armario viejo y desvencijado. La
estancia estaba llena de trastos por todas partes y parecía
que no se limpiaba con frecuencia.
—Disculpa el desorden. Esta habitación apenas se usa. A
falta de trastero, es aquí donde guardo las cosas que no
utilizo. Ahí tienes sábanas limpias para la cama y unas
mantas —me explicó.
—Muchas gracias, Verónica. Eres muy amable.
En el fondo, no tenía por qué dejar que un tío como yo al
que ni siquiera conocía se quedara en su casa.
—Oye, ¿me firmarías un autógrafo después? —me preguntó
antes de marcharse de la habitación.
Sonreí conmovido por su interés, pero ella me aclaró el
asunto.
—¡Oh, no, no! No pienses que es para mí. Es para Kitty, mi
mejor amiga. Es una fiel admiradora tuya y si pudiera
dejaría a su novio por ti —respondió poniendo los ojos en
blanco.
—Ya decía yo… En cuanto haga la cama, te firmaré el
autógrafo para compensar tu generosidad.
—¡Genial! Seguro que le hará mucha ilusión. Estamos en el
salón —me dijo, y acto seguido desapareció por la puerta.
Hice la cama y me percaté de que tendría que dormir en
calzoncillos, ya que no había traído pijama y no pensaba
usar nada de Iván. Al terminar, fui al salón donde encontré a
Amanda y a su novio sentados en el sofá y a Verónica con
su portátil en la mesa. Me senté junto a esta última
mientras la parejita feliz cuchicheaba a su bola, y le pedí
bolígrafo y papel para el autógrafo.
Verónica me ofreció una postal navideña que le habían
enviado del banco y allí plasmé una bonita dedicatoria con
mi firma para Kitty, que seguro que habría mostrado mucha
más ilusión por mi presencia que aquellos tres. Después,
Verónica puso las noticias y comprendí que había hecho
bien en quedarme.
La nieve cubría Madrid con un manto blanco imposible de
flanquear. Apenas se podía transitar por las calles a pie por
la ventisca y había multitud de personas atrapadas en las
carreteras. Mucha gente se había quedado en su coche a la
espera de ser rescatada sin comida, agua ni suficiente ropa
de abrigo. Otros habían abandonado sus vehículos en mitad
de la autopista y se habían aventurado a buscar refugio en
otra parte. Había también trenes parados que no podían
circular por la nieve acumulada en las vías. Muchos
ciudadanos pedían auxilio incluso en las redes sociales
reportando que llevaban horas esperando una ayuda que no
llegaba. La ciudad se había sumido en un caos total en
cuestión de un rato, ya que no había suficientes máquinas
quitanieves por la falta de previsión.
—¡Hay que joderse…! ¿Cómo coño no han advertido a la
gente de que esto podía pasar? En mi vida he visto nevar
así en Madrid. Nadie se lo ha tomado en serio —se quejó
Verónica mientras informaban en la televisión.
—Creo que ni el alcalde esperaba semejante colapso. Solo
espero que no haya víctimas y que rescaten a la gente
atrapada en sus coches pronto —respondió Iván, y Amanda
secundó su opinión.
—De donde yo vengo y de donde vienes tú —señalé a
Amanda—, estamos acostumbrados a la nieve. Aquí se la
toman a broma y así les va —mencioné.
—¿Y de dónde vienes tú, si puede saberse? —inquirió Iván.
—De Astorga. Ahí hace un frío que pela incluso algunas
mañanas de verano.
—Qué coincidencia. Castellanoleonés como Amanda —
comentó Iván con fastidio.
A las nueve y media de la noche, Verónica cocinó unas
cuantas pizzas que tenía en el congelador para todos, pues
era imposible pedir comida a domicilio. También sacó
refrescos, aceitunas, frutos secos y patatas fritas para picar.
Pusimos la mesa y nos sentamos los cuatro a devorar la
cena.
Al principio, casi nadie hablaba y mirábamos la televisión
como autómatas al tiempo que masticábamos con poco
entusiasmo. Al rato, le pregunté a Verónica si tenía algo de
alcohol por la casa.
—Una botella de whiskey y otra de ron —me informó.
—¿Animamos un poco este funeral? —propuse con una
sonrisa, y Amanda estuvo de acuerdo.
Iván y Verónica accedieron también al ver que, sin bebida,
la tensión y el mal rollo entre todos nosotros no podría
solventarse. Afortunadamente, mi idea fue de lo más
acertada. En cuanto el alcohol empezó a pulular por nuestro
torrente sanguíneo, las risas no se hicieron esperar. Iván
empezó a hablar por los codos, Verónica relajó los músculos
faciales y Amanda se sosegó de inmediato aun siendo
consciente de que su novio real y su novio ficticio
compartían mesa, por lo que podían llover hostias en el
momento más inesperado.
Un par de horas después de haber empezado a beber, con
la nieve todavía cayendo con violencia sobre la ciudad, los
cuatro estábamos bastante intoxicados y disfrutando de una
amena velada pese a los roces existentes entre nosotros.
Todos habíamos bebido varios cubatas, por lo que las
anécdotas del mundo del famoseo que les conté para
amenizar el ambiente produjeron risas incontrolables. Iván,
que era quien más había bebido a lo tonto, parecía otro con
unas copas de más, tanto que incluso llegó a caerme bien
durante un rato.
—¡Ariel Guerra! ¡Eres un tío de lo más divertido, coño!
¡¿Quién lo habría imaginado?! —exclamó Iván entusiasmado
tras mi última historieta.
—Se te ha ido un poquito la mano bebiendo, ¿no crees,
cielo? —le susurró Amanda al oído acariciando su espalda.
Iván la miró y se empezó a reír a carcajadas.
—Un poquitín a lo mejor —admitió sin poder detener la risa.
—No para de nevar. ¡Hay que ver! —nos informó Verónica
tras mirar de nuevo por la ventana.
Las farolas de la calle iluminaban los brillantes copos que se
posaban con delicadeza sobre el blanco manto que ya debía
de medir varios centímetros.
—Me parece a mí que vamos a tener que vivir aquí
encerrados por un tiempo. ¿Cuánto alcohol nos queda,
Verónica? —pregunté.
—Media botella —contestó mostrándome la botella por la
mitad con gesto de fastidio.
—¡Mierda! Cuando se acabe, empezaremos a tirarnos los
trastos a la cabeza —bromeé, aunque en el fondo era muy
cierto.
—Creo que podemos ser bastante civilizados, Ariel —me
respondió Amanda.
—Lo bueno de estar aquí todos atrapados es que podré
vigilaros bien de cerca —rio Iván refiriéndose a Amanda y a
mí, que nos miramos fugazmente—. A saber qué hacéis
cuando estáis solos tanto tiempo por ahí…
—Trabajar. Eso es lo único que hacemos. ¿Te crees que el
dinero que gana tu chica crece en los árboles? —solté
molesto.
—¿Trabajar… o trabajártela? —inquirió provocador el chico
que antes me había caído bien por un momento.
—Chaval, vete a dormir o vamos a terminar mal —le
contesté a ese niñato que se creía muy ingenioso con sus
jueguecitos de palabras.
—Iván, ya basta, por favor —le pidió Amanda.
—Tócale un pelo a Iván y te mando a dormir al descansillo,
superestrella —me amenazó Verónica, y de repente todas
las piezas del puzle encajaron.
Teníamos un buen cuarteto montado en ese piso de estética
antigua y lúgubre. Una pareja no tan feliz formada por
Amanda e Iván y dos idiotas, que éramos Verónica y yo,
enamorados de ambos miembros del dúo dinámico.
Claramente, nuestras atenciones no eran correspondidas.
—Tengamos la fiesta en paz. No soy yo el que ha empezado
a hacer comentarios amenazantes —afirmé enfadado.
—Tu sola presencia aquí ya es amenazante —dijo Iván
volviendo a la carga.
—¡¿Te has propuesto tocarme bien los huevos esta noche o
qué?! —grité poniéndome en pie para enfrentarme a Iván, al
que sacaba diez centímetros, puede que incluso más con mi
tupé.
—Yo solo te los estoy tocando esta noche. Tú a mí me los
tocas todos los días cuando te acercas a mi novia —
respondió él con tranquilidad.
—¡¿Qué cojones estáis haciendo?! —exclamó Amanda
realmente enojada.
—¡¿Tu novia?! ¡No me jodas! Aparte de follar con ella, ¿qué
más hacéis juntos? ¡Ella ni siquiera te conoce, ni mucho
menos tú a ella! ¡No sois más que dos extraños que
comparten cama! —contrataqué.
—¡¿Qué sabrás tú de nosotros y de nuestra relación,
pintamonas?! ¡Lo único que sabes hacer es joder! ¡Éramos
felices hasta que apareciste tú! —me gritó levantándose y
encarándose conmigo.
—¡Ya basta! ¡Dejadlo de una vez! —Amanda trató de mediar
entre nosotros, pero ninguno la escuchó.
—¡Es que yo aparecí primero, imbécil! ¡El que sobra aquí
eres tú! —aclaré dispuesto a asestarle un puñetazo a ese
pringado, sin embargo, no pude hacerlo.
Verónica cogió la botella de alcohol que aún quedaba y la
lanzó al suelo con todas sus fuerzas. El estrepitoso sonido
del cristal al partirse nos devolvió a la realidad.
—¡Se acabó! ¡En mi casa os vais a comportar o acabaré por
echaros a todos! ¡Cada uno a su puta habitación a dormir!
¡Se terminó la fiesta! —gritó hasta ponerse roja de la ira.
Iván me contempló con odio antes de marcharse a la
habitación que compartía con Amanda cuando se quedaba
allí a dormir. Esta me mató con la mirada antes de
desaparecer tras Iván. Quedamos Verónica y yo en el salón.
Ella comenzó a recoger los cristales rotos y a ponerlos sobre
la mesa para limpiar después el alcohol derramado, que
soltaba un fortísimo tufo.
—¿Quieres que te ayude? —Me ofrecí.
—¿No crees que ya has hecho bastante? Lo estábamos
pasando bien y tuviste que cagarla —me reprendió, y solté
una carcajada de indignación.
—No he sido yo quien empezó. ¿No te das cuenta de que
fue Iván? Él fue quien me provocó insinuando que me estoy
tirando a Amanda. Ojalá fuera cierto… —me lamenté en voz
alta.
—¿Te gusta Amanda?
Verónica frunció el ceño y recogió el último cristal.
—Y a ti te gusta Iván. ¿Te crees que soy tonto? Me ha
bastado tu amenaza para darme cuenta —le contesté.
—Déjame en paz —respondió, y se marchó a por la escoba y
la fregona.
Cuando volvió, se me ocurrió un plan que le propuse.
—Verónica, ¿qué te parece si colaboramos juntos? Tú
podrías intentar ligarte a Iván y yo a Amanda. Así nos
ayudaríamos mutuamente y ambos conseguiríamos lo que
queremos —sugerí mientras limpiaba.
Ella me contestó con una carcajada.
—Yo jamás colaboraría con alguien como tú, así que olvídate
de eso. Vete a dormir y deja de incordiar, por favor. —Me
echó, de modo que me retiré a mis acogedores aposentos.
Me quedé en calzoncillos y me metí en la cama para tratar
de dormir un poco. Me costó, pero finalmente caí en un
profundo sueño hasta las nueve de la mañana. Era
temprano, aunque lo único que deseaba era largarme de allí
cuanto antes y no tener que volver a verle el careto al
tocapelotas de Iván, de modo que me vestí sin siquiera
preguntar si podía ducharme y miré por la ventana.
Todavía nevaba, pero con bastante menos fuerza que por la
noche. La puerta de la habitación de Amanda estaba
cerrada de par en par, por lo que parecía que Iván y ella aún
dormían. Verónica pululaba por la casa y me preguntó si
quería desayunar algo con su tono de desgana habitual.
—No, gracias. Me voy antes de que tengamos un altercado
matutino. Voy a ver si consigo llegar a casa de alguna
forma. Gracias por tu hospitalidad —dije, y me largué de allí
como alma que lleva el diablo.
En la calle, la capa de nieve me llegaba hasta la rodilla y se
me calaron los zapatos en cuestión de segundos. No llevaba
ni ropa ni calzado apropiado para el temporal, pero eso no
me impidió llegar hasta mi coche. Tal y como imaginaba,
estaba sepultado por la nieve y no podría recuperarlo por el
momento, así que llamé un taxi. El servicio estaba
colapsado y me dijeron que no sabían cuánto tardarían en
mandarme a un conductor, pero, tras esperar un rato, tuve
la suerte de que un taxi dejó a un pasajero allí mismo y
pude cogerlo.
Desde primera hora de la mañana, se habían empezado a
liberar las carreteras principales vertiendo toneladas de sal
para derretir la nieve. El conductor me dejó lo más cerca
posible de mi casa y solo tuve que andar a paso de tortuga
unos quince minutos intentando no caerme y romperme la
crisma. La nieve estaba blanda, pero había que tener
cuidado, ya que accidentado no podría trabajar en una
temporada.
Cuando subí a casa y me encontré en mi adorado espacio
personal, me quité la ropa mojada, puse la calefacción a
tope y me tiré en el sofá a descansar. Pensé en que Amanda
seguramente volvería a estar molesta conmigo por lo
sucedido, a pesar de que la culpa había sido de Iván, a
quien el alcohol había soltado la lengua. No obstante, como
le dije a Verónica, no había sido yo el causante de la
violenta situación, por lo que mi conciencia estaba
tranquila. Quizá tampoco había sido culpa de ese chaval al
que no tenía intención de pegar. En el fondo, él no era más
que otra víctima de los delirios de Leone, que nos había
empujado a todos a esa situación de no retorno donde
posiblemente nadie saldría ileso, ni siquiera el más fuerte.
40. IVÁN: CARNAVAL

Me desperté con un dolor de cabeza bastante intenso y


lagunas en la memoria sobre lo sucedido la noche anterior.
Fue el rostro de Amanda y su tirantez conmigo lo que me
indicó que algo había pasado y que quizá había dicho algo
de lo que podía arrepentirme. Acaricié su hombro con
delicadeza, pues ella había decidido darme la espalda en
cuanto abrí los ojos. Le pedí por favor que me dijera qué
tontería había hecho.
—Poco te faltó para pegarte con Ariel después de acusarnos
de tener un romance clandestino más allá de la farsa. Fue
una escena bastante lamentable —me contó sin siquiera
mirarme.
—Joder… Lo siento, Amanda. Estaba borracho y no sabía lo
que decía. Sabes que soy una persona que no busca líos. No
sé qué coño me pasó —me disculpé realmente
avergonzado.
—Sí sabías lo que decías. Dijiste exactamente lo que
pensabas, lo que no te atreves a insinuar estando sobrio. No
es nada nuevo que estés celoso, pero nunca te habías
puesto de esa manera. Provocaste a Ariel a propósito —me
dijo enojada.
Agaché la cabeza y permanecí en silencio. En realidad, no
quería seguir escuchando nada más de lo que había hecho
la noche anterior.
—No confías en mí… —susurró Amanda con un hilo de voz.
—Tú tampoco confías en mí. ¿Por qué si no me preguntaste
si me gustaba Verónica? —contesté molesto.
—Tenemos que remar en la misma dirección o nos
hundiremos. Debemos confiar el uno en el otro si queremos
que esto funcione —manifestó filosófica.
—Amanda, por favor. Creo que ya hace rato que perdimos
los remos y el rumbo. Es difícil avanzar solo con los brazos
—espeté contrariado.
—Eso no es cierto. Yo todavía creo en nosotros. Pienso que
lo estás haciendo genial para la que tienes encima. No todo
el mundo aguantaría lo que tú estás soportando por mí,
pero no lo arruines todo comportándote como un animal.
—¿Qué esperabas juntándonos a los dos en un espacio tan
reducido y durante tantas horas? Pasó lo inevitable —me
lamenté.
—Pues que no vuelva a suceder. Ya me encargaré de que no
volváis a veros las caras hasta que esto se termine, o
incluso nunca más. Es el único modo de evitar otro
enfrentamiento.
—Estupendo. Será lo mejor para todos —concluí.
Amanda asintió y se fue a la cocina a desayunar. Por suerte,
para cuando me levanté, ese indeseable ya se había
largado a su casa, cosa que me alegró.
La nieve permaneció con nosotros durante más de una
semana. La alegría de los madrileños, que disfrutaron como
niños del paisaje invernal el día siguiente al temporal, se
transformó en fastidio cuando la nieve se congeló y las
máquinas resultaron ser insuficientes para limpiar las calles
de la ciudad. Por suerte, la gente atrapada fue rescatada
pronto y las pérdidas solo fueron materiales. Cuando los
destrozos se arreglaran, tan solo quedarían las miles de
fotos de muñecos de nieve que los ciudadanos habían
subido a las redes sociales, así como el recuerdo de una de
las peores borrascas que habían asolado la ciudad.
Después de dejar atrás el gélido mes de enero, febrero llegó
con fuerza y nos trajo el carnaval, una de mis festividades
favoritas. Todos los años acostumbraba a disfrazarme con
mis colegas de la banda o de la universidad y asistía a unas
cuantas fiestas. Ese año no tenía planes hasta el último
minuto. Como era viernes, teníamos actuación en el bar,
aunque Verónica me propuso que fuera disfrazado, ya que
Bruno pretendía alargar la fiesta hasta el amanecer.
Amanda tenía planes con Ariel. Como era de esperar,
habían sido invitados a un exclusivo sarao que se iba a
retransmitir en directo y que contaría con lo más selecto del
panorama televisivo y del mundo de la música. Estaba
pletórica arreglándose en casa y enfundándose en un
magnífico disfraz de Jasmín, la exótica princesa Disney. Le
habían hecho a medida un exclusivo conjunto de pantalón y
sexy top turquesa con bordados dorados que dejaba al
descubierto su liso vientre. Llevaba también unos tacones
color oro e incluso una corona a juego. Había engalanado su
cuello y sus brazos con múltiples joyas, y hasta había ido a
la peluquería para recrear el peinado del personaje. Estaba
realmente preciosa, por lo que lamenté no poder disfrutar
del carnaval con ella.
—No me lo digas. Ariel será Aladdín —afirmé con fastidio.
—Sí. Sabes que tenemos que ir a juego —se justificó.
Estaba a punto de replicar cuando, de repente, Verónica
apareció en el salón. Me había dicho hacía media hora que
iba a ponerse su disfraz y que la esperara para ir juntos al
bar. Traté de sonsacarle de qué iría vestida, pero ella no
soltó prenda. Decía que quería sorprenderme y, de hecho, lo
consiguió.
Verónica se había puesto un precioso vestido rojo con
escote palabra de honor y cuya falda con volantes le llegaba
por la mitad del muslo, mostrando sus delgadas piernas. Era
la primera vez que la veía subida a unos finísimos tacones,
y se había hecho ondas en sus largos y negros cabellos. El
maquillaje, que normalmente era de lo más oscuro,
destacaba por su sutileza, elegancia y perfección. Lo que
más me impactó fue el pintalabios rojo que resaltaba sus
labios, así como sus largas pestañas y unos preciosos
pendientes de perlas que se había puesto.
—¡Verónica! ¡Estás preciosa! —exclamé embobado.
—Muchas gracias. A mí también me gusta mucho tu disfraz
de Spiderman —respondió tras sonrojarse y sonreír.
Amanda la contempló seria e impasible, quizá incluso con
un rastro de envidia en la mirada pese a que ella era
siempre el foco de atención y su belleza no tenía rival. No
obstante, la felicidad que irradiaba la mirada de Verónica
era insuperable.
—Estoy un poco confuso. ¿No se supone que es carnaval? —
pregunté.
—Para mí, esto es un disfraz. Y espera a ver a Marko en
traje de chaqueta —bromeó.
—Para disfraz el que tus amigos y tú lleváis todos los días.
Esto es lo más normal que vas a vestir en tu vida —
murmuró Amanda.
—Tiene cojones que ni el día de carnaval vas a tragarte tus
comentarios de mierda —le solté a mi novia enfadado por
su maldad con Verónica.
Amanda me dirigió una mirada de rencor, se despidió
fríamente de mí sin siquiera darme un beso y se marchó. A
pesar de su mala cara, le deseé que se lo pasará bien.
Cuando se fue, Verónica se encogió de hombros y yo le
quité hierro al asunto.
—Ni caso. Cualquier gilipollez que diga, ignórala. Hay
personas que solo saben amargar a los demás y que ni
teniéndolo todo son felices. Empiezo a pensar que Amanda
es una de ellas.
—Tranquilo. Estoy acostumbrado a sus lindezas, así que
intento pasar de ella. ¿Nos vamos ya? —sugirió, y asentí con
una sonrisa.
Verónica tenía razón, ya que el resto del grupo se había
puesto sus mejores galas. Todos parecían recién salidos del
gran salón del Titanic tras disfrutar de una cena en primera
clase. Marko, Jussi, Javier y Bruno iban de esmoquin, y Kitty
lucía un bonito vestido dorado. Para ellos, que llevaban su
estilo a rajatabla, el hecho de vestir de forma elegante era
todo un cambio que solo se permitían en carnaval. Me
pareció una idea original por su parte, aunque deberían
haberme avisado para no desentonar con mi disfraz de
Spiderman.
Tocamos durante horas e hicimos vibrar a la multitud, que
se unió a nuestra fiesta de disfraces hasta abarrotar el local.
Tanta gente acudió que hubo que restringir el acceso
cuando superamos el aforo permitido. Bruno era consciente
de que podía ser peligroso, de modo que, muy a su pesar,
dio órdenes de no admitir a nadie más.
Tras el interminable concierto de carnaval, nos bajamos del
escenario para disfrutar nosotros también y mezclarnos con
el público. Bruno tenía preparada una selección de grandes
temas del metal sinfónico, así como también otros clásicos
de rock que estaba seguro de que triunfarían y harían las
delicias del público. Verónica y yo estuvimos bailando y
cantando las canciones que conocíamos a pleno pulmón
durante horas.
Hacia las seis de la mañana, nos despedimos del grupo y
decidimos marcharnos. Le propuse a Verónica comprar unos
churros con chocolate y comerlos antes de separarnos.
Cerca de la estación de metro de Legazpi, encontramos un
puesto y compramos una buena tanda. Nos sentamos en un
banco cercano a devorar nuestro desayuno, ya que
teníamos el estómago vacío.
Mientras comíamos, Verónica sacó el tema de sus padres sin
yo haberle preguntado. No me había olvidado de la tensa
bienvenida que les dedicó la noche que los conocí, sin
embargo, no quería juzgarla sin saber lo que había pasado
entre ellos.
—Me gustaría hablarte de mis padres para que entiendas
por qué me comporte así con ellos el día que volvieron de
California —comentó para introducir el tema.
—Pues claro. Tengo verdadera curiosidad, así que soy todo
oídos —respondí impaciente.
—No he hablado de esto con nadie a excepción de Kitty, así
que te pediría discreción. —Asentí con la cabeza tras su
petición—. Bien, gracias. Bueno, allá voy. Mis padres, Elena
y Miguel, se conocieron cuando eran jóvenes en la carrera
de Ingeniería Informática. Ambos eran unos verdaderos
prodigios y sabían que llegarían muy lejos. Quizá por eso
empezaron a salir y se casaron años después, ya que
compartían las mismas ambiciones. Tiempo después de
casarse y de irse a vivir juntos, estaban deseosos de tener
hijos, pero la cosa no resultó tan sencilla como imaginaron.
Hizo una breve pausa y continuó.
—Tras varios dolorosos abortos y años de tratamientos,
lograron concebirme a mí gracias a la fecundación in vitro.
Nueves meses después, llegué al mundo, un precioso bebé
rosado con los ojos grises y bastante mala leche —bromeó
—. Creo que fui la responsable del pobre descanso de mis
padres durante mis primeros años de vida, pero eso no es
nada especial. Yo era una niña feliz. Recuerdo mi infancia
más temprana llena de amor y de cariño por parte de ellos,
que se esforzaron por darme todo lo mejor y mucho más.
Dinero no les faltaba con sus buenos trabajos.
Bebió un poco de su chocolate y siguió con su relato.
—El problema llegó cuando fui creciendo. Verás, mis padres
siempre han sido muy activos socialmente hablando. Tenían
una gran cantidad de amistades que organizaban fiestas,
quedadas, barbacoas y todo tipo de eventos imaginables.
Mis padres jamás se perdían una reunión y me llevaban con
ellos para que jugara con los hijos de sus amigos. El
problema es que yo no era como el resto de los niños y eso
se empezó a notar cuando tenía aproximadamente nueve o
diez años. Era Verónica, la tímida y extraña niña que estaba
tan delgada que parecía una patata frita. Eso me decían los
demás para burlarse de mí. Mira, esta era yo. —Sacó su
móvil y me mostró una foto de su infancia.
Verónica, con alrededor de diez años, sonreía a la cámara
mostrando sus blancos dientes. Me sorprendió su larga y
rubia melena cuidadosamente peinada, su elegante vestido
rosa y sus zapatos de charol. Sostenía un globo de helio en
la mano derecha y posaba con gracia y desparpajo.
Curiosamente, no había rastro de su presente infelicidad.
—¡Pero si eras rubia! —exclamé sorprendido, ya que
siempre había creído que su pelo negro era natural.
—Pues claro que soy rubia, lo único que me tiño para
encajar con la estética —me explicó.
—Eras una niña muy mona. Se te veía muy feliz —comenté.
—La felicidad se evaporó con los años. Mis padres no
querían aceptar que me costaba horrores enfrentarme a las
personas con las que ellos se relacionaban con tanta
facilidad. Los otros niños me juzgaban aun cuando vestía
como ellos, así que empecé a rebelarme alrededor de los
doce años, ya que no soportaba las miradas de reproche
sobre mí todo el tiempo. Un buen día, me negué a acudir a
una fiesta y me encerré en mi cuarto. Me castigaron por mi
cabezonería quitándome mi portátil durante una semana.
Los castigos fueron aumentando en duración e intensidad
siempre que me negaba a ir con ellos. Me di cuenta de que
tendría que cambiar de estrategia drásticamente.
—¿Y qué hiciste entonces? —le pregunté con curiosidad y
sin perderme una palabra de su historia.
—Empecé a comportarme mal en las reuniones de amigos.
Insultaba a los otros niños si se reían de mí, me mostraba
revoltosa y maleducada e incluso respondía a los adultos de
mala manera. Mis padres pronto se avergonzaron de mí y se
dieron cuenta de que restringir mis libertades, quitarme el
ordenador u obligarme a socializar no iba a funcionar, así
que me dejaron en paz. Optaron por acudir solos a sus
saraos y olvidarse de que tenían una hija.
—La verdad es que lo que me cuentas es bastante
triste… —mencioné comprensivo.
—Con trece años, tuve la suerte de coincidir con Kitty en el
instituto. Ella ya había empezado a explorar la estética
gótica y me metió de lleno en ello y en la música que ahora
nos encanta. Mis padres, especialmente mi madre, nunca
aprobaron la influencia de Kitty sobre mí, pero nada
pudieron hacer. Año tras año, me transformé en quien soy a
día de hoy y decidí dejar de poner la otra mejilla cuando me
trataban con la punta del zapato. Sobra decir que la relación
con mis padres se fue deteriorando más y más a medida
que mi transición avanzaba. Yo nunca he sido lo que ellos
esperaban de mí, y hay muchas veces que me he torturado
por no poner de mi parte y defraudarlos. Después me doy
cuenta de que ellos deberían haberme aceptado tal y como
era y haberme apoyado. Habríamos podido tener una
magnífica relación, pero me rechazaron. Esa es la razón por
la que no quiero verlos. Su sola presencia me desestabiliza,
así que los evito a toda costa. En cuanto asegure mi
continuidad en el trabajo, no los necesitaré nunca más —
concluyó Verónica entristecida, yo diría que al borde de las
lágrimas, pero se contuvo.
—Siento que la relación con tus padres sea tan mala. En
realidad, ellos mismos te hicieron así al obligarte a hacer
cosas que no querías. ¿Crees que están arrepentidos?
—No lo sé. Yo los veo muy felices con su vida en California.
Más de una vez han intentado que me fuera allí a vivir con
ellos, pero no quiero volver a vivir encadenada. Me niego a
dar un paso atrás. Además, no puedo irme porque… —Se
detuvo al toparse con otro posible secreto y se mordió la
lengua—. Es igual…
—¿Por qué no puedes irte? —pregunté con verdadera
curiosidad.
—No puedo irme porque aquí tengo todo lo que necesito.
Tengo a Kitty, a la que no puedo abandonar porque es mi
mejor amiga. Tengo un pie dentro de Nilsson y espero poder
labrarme mi propio futuro sin la ayuda de mis padres. Me
gusta Madrid y este es mi hogar.
—¿Algo o alguien más que no hayas mencionado? —Le tiré
de la lengua con una sonrisa.
—No, creo que eso es todo —sonrió con timidez.
—¡Venga ya! ¿Dónde quedo yo en todo esto? —inquirí
ofendido.
—Iván, aprecio tu amistad por encima de muchas otras
cosas, pero sé que esto no durará para siempre. Amanda
absorberá todo tu tiempo dentro de poco e
irremediablemente te olvidarás de mí —me dijo con un
rastro de tristeza en la voz.
—Eso no es verdad. Verónica, desde que te conozco no has
parado de ayudarme. No me olvidaré de nuestra amistad.
Encontraré tiempo para ti como sea —le prometí, y ella
asintió con amargura como si no creyera en mi palabra.
—Demuéstramelo cuando llegue el momento y te incluiré en
mi lista de motivos por los que prefiero quedarme en Madrid
—afirmó bromista—. ¿Quieres este churro que me sobra? —
Me ofreció, y yo asentí con la cabeza y me lo comí en
cuestión de segundos.
Tomamos caminos separados en el metro y le pedí que me
pusiera un mensaje cuando llegara a casa, a pesar de ser de
ya de día. Con mi traje de Spiderman, atraje las miradas de
todos los que se dirigían a alguna parte ese sábado por la
mañana. Mientras trataba de evadirme de los curiosos, me
puse a ojear el Instagram de Amanda, que tenía varias fotos
luciendo su modelito nocturno en solitario y otras
instantáneas junto a su Aladdín. ¿Y si me estaba
equivocando y yo me merecía a otra Jasmín en lugar de a
ella? Estaba tan perdido que clamé al cielo por una señal
para poder tomar el rumbo correcto de una vez.
41. AMANDA: CUIDADO CON
TU COPA

Gala de carnaval con actuaciones en directo para recaudar


fondos contra el hambre. Zona VIP con aperitivos y barra
libre para los instagrammers con mayor número de
seguidores y sus parejas. Magnífico traje hecho a medida y
firmado por Adrián Garza, prestigioso diseñador que
empezaba a despuntar en el panorama internacional. Fiesta
interminable con multitud de rostros conocidos y el
escenario perfecto para seguir haciendo contactos. Esos
eran los ingredientes que, tremendamente ilusionada,
repasaba en mi mente mientras me terminaba de arreglar
en casa.
Aguardaba ese evento con impaciencia e ilusión desde que
Ariel me comunicó que le habían mandado invitaciones para
ambos. Rozando los seis millones de seguidores, estaba
claro que contarían con él, pero aún no había asimilado que
ahora yo también formaba parte del selecto club de
influencers nacionales. Había alcanzado el millón y medio
de fieles que esperaban con ansias mi contenido diario, ya
fueran fotos, stories o noticias en la prensa. Vivían por y
para mí y la fama, aunque abrumadora y terrorífica en un
principio, me producía sensaciones indescriptiblemente
placenteras en el presente.
Me marché de casa con mal sabor de boca dado mi
malicioso comentario dirigido a Verónica, que desencadenó
una reacción inesperada en Iván. El que saliera en defensa
de esa bruja me dio que pensar de camino hacia el estadio
donde se celebraría la gala. ¿Estaba mi novio empezando a
volverse contra mí? Últimamente, Iván estaba tirante
conmigo y las cosas entre nosotros ya no eran como al
principio. Las malas caras y los reproches habían tomado el
mando y cada vez me apetecía menos pasar tiempo con él.
Agradecí, por lo tanto, poder disfrutar de buena música y
pasarlo bien en compañía de Ariel esa noche tan esperada.
Cuando el taxi que nos llevaba a ambos al estadio se
detuvo, Ariel y yo salimos al exterior y fuimos recibidos con
multitud de flashes de las cámaras que pretendían
conseguir nuestra mejor instantánea. Nos cogimos de la
mano y avanzamos con paso elegante y decidido por la
alfombra verde que conducía a la entrada de los invitados
de honor, luciendo nuestras mejores sonrisas y saludando a
la multitud que había amontonada.
En el interior, fuimos conducidos por uno de los
acomodadores hasta la zona VIP, en la cual había mesas
redondas ataviadas con preciosos manteles y cubertería de
plata. Allí se serviría la cena que podríamos disfrutar al
tiempo que la gala tenía lugar. En nuestra mesa, que
ocupamos de inmediato, descubrimos que también se
sentaría la cantante India Neira, además del dúo musical
Xplosivas, es decir, Mira y Nora, a las que había tenido el
gusto de conocer cuando Ariel las llevó a su casa para sus
lujuriosas actividades.
La gala dio comienzo a las diez de la noche y el presentador
anunció que se admitirían donaciones mediante mensaje de
móvil o llamada hasta que el concierto finalizara. A la hora
convenida, las actuaciones comenzaron a sucederse una
tras otra con numerosos actos intermedios de humoristas y
algún que otro discurso enternecedor. Ariel y yo hicimos una
generosa donación para la causa y animamos a nuestros
seguidores en redes sociales a aportar su granito de arena,
por pequeño que fuera.
Durante la cena, que estaba realmente deliciosa, entablé
una entretenida conversación con India Neira, que me dio
las gracias por haberla defendido en el programa donde
colaboraba y por no haber censurado su forma de actuar,
que era tan común hoy en día, pero que solo se solía
reprochar a las mujeres. Mira y Nora también se unieron a la
conversación y pasamos un rato muy agradable. Incluso
bailamos al son de algunas de las canciones mientras
bebíamos y comíamos sin parar. Sobra decir que tanto India
como las chicas tuvieron su momento de gloria, ya que les
habían ofrecido actuar en directo.
La gala finalizó a la una de la madrugada con un eufórico
presentador anunciando que se había batido récord de
audiencia y, por lo tanto, la recaudación había sido
increíblemente buena. Tras su comunicado, el público
estalló en vítores y la retransmisión dio por concluida. Los
invitados VIP fuimos conducidos al exterior por los mismos
acomodadores que nos habían guiado a nuestros asientos.
—Amanda, Ariel, ¿os apetece venir a una fiesta que doy en
mi casa? —nos preguntó la magnífica India Neira con una
sonrisa, y ambos asentimos emocionados.
Lo cierto es que no habíamos tenido oportunidad de hacer
demasiados contactos, ya que habíamos estado más
pendientes de pasarlo bien y de disfrutar de la música que
de hacer negocios. De vez en cuando, también había que
divertirse y olvidarse del trabajo. La fiesta nos venía como
anillo al dedo, de modo que aceptamos sin pensarlo. Nos dio
su dirección y pusimos rumbo al lugar en otro taxi.
La casa de India era realmente impresionante. Se trataba de
un enorme chalé de estilo futurista en La Moraleja que
desde fuera era impracticable, ya que estaba rodeado por
un espeso seto que hacía imposible que los paparazis
cazaran a la cantante en situaciones comprometidas. No sé
exactamente cuántos metros tenía, pero contaba con un
número interminable de habitaciones, así como piscina
interior, exterior y un amplio jardín con todas las
comodidades.
El lugar estaba atestado de famosos con los que hicimos
muy buenas migas rápidamente. Ariel y yo permanecimos
juntos durante la primera hora y media, aunque después
nos separamos como de costumbre para no parecer
siameses y que la gente no pensara que éramos demasiado
empalagosos.
—Amanda, ándate con ojito paseando por aquí tú sola. Ya
sabes, no te fíes de nadie —me advirtió Ariel, pero su
consejo me sonó demasiado exagerado.
—¡Ariel! Estamos en una fiesta privada en casa de India
Neira. ¿Crees que alguien va a intentar raptarme? —bromeé
sin tomarlo en serio.
—Sí, sí, tú ríete, pero la gente borracha y drogada hace
muchas tonterías. Cuídate, por favor —me pidió sujetando
mis manos entre las suyas y dándome un tierno beso en la
frente que me hizo sonrojar.
—No te preocupes. Estaré bien —le prometí, y me marché
por mi cuenta.
Me perdí entre el gentío y conocí a unos cuantos famosos a
los que seguía en Instagram. Entablé interesantes
conversaciones con varios de ellos y algunos incluso me
firmaron un autógrafo. Mientras hablaba, me bebí varios
cócteles que me sirvieron en la barra, pero debo reconocer
que estuve más pendiente de mostrar mi mejor cara que de
poner atención a mi copa. Bebía y la dejaba sobre la
superficie que encontraba más a mano hasta que me
apetecía darle otro sorbo, cosa que no debí haber hecho en
una fiesta de semejante calibre y repleta de gente que no
conocía.
Un buen rato después de haberme separado de Ariel, me
sentí rara y decidí ir a buscarlo para sentirme un tanto más
segura y reconfortada. Mi consciencia, sin embargo, me
abandonó en el preciso momento en el que trataba de
encontrarlo entre los invitados. Por más que días después
intenté volver a los minutos posteriores a terminar mi último
cóctel, lo único que hay en mi mente es un tremendo vacío
imposible de llenar. Lo siguiente que recuerdo de la noche
de la fiesta es despertar en la cama de la habitación de
invitados de la casa de Ariel y llamarlo en mi confusión.
Él apareció ataviado con su pijama y una terrible mala cara
que me puso en alerta. No obstante, no entré en pánico
hasta que no observé su mano derecha. Tenía los nudillos
enrojecidos e incluso pequeños cortes como si hubiera
pegado a alguien.
—¿Qué ha pasado…? —inquirí con voz temblorosa.
Ariel me contempló en silencio, como si tuviera miedo de
contarme la verdad.
—Ariel, por favor. Dime qué ha ocurrido. No me acuerdo de
nada… —me lamenté.
—Te dije que tuvieras cuidado. —Fue toda su respuesta.
—Dime ahora mismo qué ha pasado. ¿Por qué tienes la
mano hecha polvo?
—Raúl Camino es lo que ha pasado. Ese hijo de puta andaba
por la fiesta y yo ni siquiera lo sabía. Debió de echarte
droga en la copa para conseguir su propósito.
—¡¿Qué?! ¡¿Me han drogado?! —pregunté escandalizada
desde la cama.
—Sí, Amanda. Después de llevar un rato sin verte entre los
invitados, me puse a buscarte como un loco, pero nadie
sabía dónde te habías metido. Alguien te vio paseando por
el jardín con Raúl Camino y alejarte del gentío. Gracias a
Dios que te encontré. Ese hijo de la gran puta estaba… —Se
calló de repente.
—¿Qué estaba haciendo? —le pedí que terminara la frase.
—Estaba sobándote después de haber anulado tu voluntad,
pero tranquila porque no quería violarte. Solo quería
conseguir una foto cariñosa contigo para posiblemente
vender la exclusiva y meterse en nuestro negocio.
Me cubrí la boca con las manos para reprimir un grito,
consciente de la gravedad del asunto. Me habían drogado y
ni siquiera me había dado cuenta. De haberse pasado con la
dosis, ese cabrón podría haberme matado.
—¿Qué pasó después?
—Pregúntale a mi mano. Lo enganché y le pegué la paliza
de su vida. Sangraba como un cerdo allí tirado en el suelo —
escupió Ariel con rabia.
—¡Oh, Dios…! No lo habrás matado, ¿no? —inquirí
verdaderamente aterrada, no ya por la vida de escoria como
Raúl Camino, sino porque Ariel podría meterse en un lío
muy serio.
—No, tranquila. Todavía respiraba. Se levantó del suelo
mientras te llevaba a la salida para pillar un taxi y traerte a
mi casa. Eso sí, no creo que le queden ganas de volver a
acercarse a nosotros —soltó una amarga carcajada.
—Ariel, siento haber sido tan ingenua. No pensé que nada
de eso pudiera suceder... —Miré hacia el suelo abatida, pero
Ariel negó con la cabeza.
—Tú no tienes la culpa de nada, Amanda. Todo es culpa de
ese cabrón. Se merece lo peor que le pueda pasar. Tenemos
que ir a la policía a denunciar lo que ha pasado. Que todo el
mundo se entere y que lo linchen en las redes —propuso
Ariel, pero yo negué con la cabeza enérgicamente.
—Ni hablar. Si nadie más lo ha visto, quedará entre
nosotros. —Lo decidí de inmediato, y él me contempló con
incredulidad.
—¿Qué dices, Amanda? ¡No puedes dejar que ese
mamarracho se vaya de rositas después de lo que te ha
hecho! —exclamó indignado.
—Ariel, escucha… Sé que se merece un castigo, pero no
puedo hacerlo. Mi madre y mi abuela sufren mucho desde
que soy famosa. Sé que esto sería terrible para ellas, y
también lo sería para Iván. No quiero que se enteren. Creo
que con la paliza que le has dado será suficiente —expliqué
para que Ariel me comprendiera.
—No estoy de acuerdo. Estas cosas hay que denunciarlas.
No se trata solo de querer conseguir una foto, sino de
drogar a una persona. ¡Eso es un delito! —exclamó
exaltado.
—La decisión está tomada. Tendré más cuidado la próxima
vez —me resigné y me recosté en la cama.
Ariel trató de calmar sus nervios ante mi negativa de actuar
y me propuso algo.
—Al menos, ya que no piensas denunciar, déjame joderle a
mi manera. Este tío tiene que pagar por lo que ha hecho.
¿Te crees que unas cuantas hostias y puñetazos le pondrán
freno?
—¿Y qué pretendes hacer? —le pregunté con curiosidad.
Ariel se sentó en la cama donde yo estaba recostada y me
miró fijamente.
—Voy a hablar con Riccardo y le contaré lo que ha pasado.
Tiene poder suficiente en la industria de la televisión para
joderle la carrera a ese imbécil —me aseguró.
—Pero si Raúl ni siquiera trabaja para la cadena ahora
mismo —le recordé.
—Riccardo tiene amigos hasta en el infierno. ¿Te crees que
no conoce al nuevo jefazo de Raúl? Pues claro que sí. Con
solo mover unos cuantos hilos, nos libraremos de él para
siempre y tendrá que dedicarse a vender lavadoras.
—Está bien. Habla con Riccardo a ver si al fin nos quitamos
a este psicópata de en medio, pero que nada salga a la luz,
por favor. —Accedí tras poner esa condición, y Ariel sonrió
complacido.
Me quedé en casa de Ariel hasta que me sentí plenamente
recuperada. Tal y como acordamos, ocultamos el altercado
con Raúl y no se lo contamos absolutamente a nadie, tan
solo a Riccardo, con quien Ariel tuvo una conversación en su
despacho el siguiente día que fuimos a los estudios de
grabación. Mientras hablaban, me quedé esperando fuera
porque no me sentía con fuerzas de hablar de lo sucedido.
Además, ni siquiera me acordaba de lo que había pasado y
Ariel era la única persona que podía interceder por mí al
haber sido testigo.
Cuando salió del despacho después de unos diez minutos,
me miró muy serio, aunque inmediatamente cambió el
gesto y me lanzó una sonrisa que interpreté como un
triunfo. Asumiendo que todo había ido bien, me abalancé
sobre él y lo apresé en un sentido y cálido abrazo que él
correspondió con gusto. Tengo que reconocer que a ambos
nos costó separarnos del otro y que habríamos permanecido
así mucho más tiempo si no hubiera sido inapropiado dada
mi situación amorosa.
—Ya está solucionado —me aseguró Ariel cuando
recuperamos la compostura—. Riccardo va a hablar con el
consejero delegado de la cadena para la que ahora trabaja
Raúl y se encargará de que lo echen. También va a llamar a
todos sus contactos para asegurarse de que ese malnacido
no vuelve a trabajar en televisión después de lo que ha
hecho. Le he rogado máxima discreción con el asunto —me
informó.
—Muchísimas gracias, Ariel. No sé cómo agradecértelo —le
dije con gran sentimiento.
—He hecho lo que tenía que hacer. No tienes que darme las
gracias. Solo quiero que estés bien.
Acarició mi rostro con ternura tras sus palabras y a punto
estuve de besarlo en los labios aun estando a solas. Era lo
que más deseaba en esos instantes después de haberme
sentido tan desprotegida, pero mi cerebro me pidió que me
contuviera por respeto a Iván. Mi cabeza siempre poniendo
el punto de cordura cuando más deseaba saltarme las
normas y seguir lo que dictaban mi corazón y mis
instintos…
Ariel había acudido en mi ayuda y, aunque no lo había
presenciado al no estar plenamente consciente, me había
puesto a salvo y le había dado su merecido a Raúl Camino.
Desde el principio, él siempre me advirtió de los peligros de
este mundo y trató de mantenerme alejada de ellos.
Reconozco que debería haberme tomado más en serio sus
palabras, pero me creí muy lista y pequé de ingenua.
Raúl Camino, según llegó a nuestros oídos, fue expulsado de
la cadena para la que trabajaba por motivos internos y
vetado en múltiples programas. De la noche a la mañana,
perdió un gran número de seguidores y trató de recobrar el
aliento anunciando su ruptura con Tatiana Popova, la cual se
salvó por estar de viaje y no estar implicada en el asunto.
No obstante, ni siquiera la exclusiva de su nueva soltería le
sirvió para recuperar algo de popularidad, y rápidamente
quedó relegado a un segundo plano donde, hiciera lo que
hiciese, estaba condenado a hundirse si Riccardo ya lo
había sentenciado. Merecido se lo tenía, desde luego, pero
aquello me dio mucho que pensar.
Así como Riccardo se había deshecho de Raúl de un
plumazo, podía hacer lo mismo con Ariel si le placía porque
las cosas no salieran como él quería. Ariel ya me había
comentado en alguna ocasión que era el protegido de
Leone, pero, como tal, le debía sumisión y obediencia. Casi
lo borró del mapa cuando yo me negué a participar en la
farsa, y solo lo salvó el que yo cambiara de opinión. En
realidad, quizá lo más terrorífico de todo era el gran poder
que un tipo tan poco fiable e inestable como Riccardo tenía
en la industria y el encubierto régimen de esclavitud al que
Ariel estaba sometido. Esperaba, por su propio bien, que
algún día consiguiera liberarse y pudiese elegir su camino
por su cuenta.
42. VERÓNICA: UN
CUMPLEAÑOS MUY ESPECIAL

Afinales de febrero era el cumpleaños de una de las


personas más importantes de mi vida: mi tía Candela. Ella
era uno de los principales motivos que omití cuando Iván
me preguntó por qué no me iba a California con mis padres,
donde seguramente mi futuro sería mucho más brillante. La
cuestión es que mi tía, gran cocinera y quien me había
enseñado mis pocos conocimientos culinarios, era también
mi mayor secreto. Salvo Kitty, nadie más sabía que existía,
pero tenía mis motivos.
Candela era la hermana mayor de mi madre y había nacido
con síndrome de Down. Mis abuelos nunca la cuidaron como
debían a pesar de tener necesidades especiales, y mi madre
siempre acaparó todas las atenciones simplemente por el
hecho de no tener un cromosoma de más. Era el orgullo de
mis abuelos, pero para mí era la mayor vergüenza sobre la
Tierra al tratar a su hermana como a alguien inferior.
¿Por qué la escondía? A pesar de estar plenamente
orgullosa de ella por todo lo que había logrado en la vida
con su esfuerzo, pues vivía sola, era autosuficiente e incluso
tenía trabajo como ayudante de cocinera en un restaurante,
no me atrevía a mostrarla al mundo por miedo al rechazo. Si
la gente me martirizaba por vestir diferente y por ser un
tanto peculiar, ¿qué sería entonces de mi querida tía? Ya
tenía bastante con defenderme a mí misma, y sabía que si
alguien se burlaba de Candela habría más que palabras y
me metería en problemas.
Para el cincuenta y siete cumpleaños de mi tía me propuse
organizar algo especial e invitar a todas sus amigas a la
celebración. Días antes, compré multitud de globos y
decoraciones rosas, el color favorito de Candela, para
engalanar su casa sin que ella se enterara. Gracias a que
tenía llaves por si ocurría una emergencia, me colé en su
piso unas horas antes de que volviera del trabajo y lo
decoré lo mejor posible. Sus amigas ya estaban avisadas
para llegar un rato antes que ella y sorprenderla. Encargué
comida para un regimiento y preparé una lista con sus
canciones favoritas para amenizar el ambiente. Tan solo me
faltaba un ingrediente para tener la fiesta perfecta: un
cantante que tocara música en directo.
En mi mente, sabía quién era la persona perfecta que
necesitaba. Llamé a Iván unas horas antes de la fiesta y le
pedí el favor de venir a tocar para mi tía y sus amigas. Iván
se quedó un tanto estupefacto al descubrir que mi madre
tenía una hermana mayor que jamás había mencionado,
pero me dijo que tenía la tarde libre y que me haría el favor
sin dudarlo. Sonreí y le di la dirección por teléfono.
Iván llegó una hora antes que mi tía con su guitarra bajo el
brazo y dispuesto a deleitarnos con sus habilidades.
—Veamos, ¿qué canciones le gustan a tu tía? —me preguntó
mientras afinaba la guitarra y yo colocaba la comida en la
mesa del salón.
—Le gustan mucho las pastelosas de los ochenta y noventa,
pero vamos, triunfarás con cualquier canción de pop que te
sepas, sobre todo en inglés —le sugerí, y él asintió.
—¿Algo como esto por ejemplo? —Empezó a tocar una
canción que jamás había oído, tarareándola bajito.
Traté de no mirarlo demasiado fijamente para que no notara
lo mucho que me moría por él.
—Sí, esa está bien. No es mi estilo, pero servirá.
—No es tu cumpleaños. A quien tiene que gustarle es a tu
misteriosa tía. Dime, ¿por qué nunca me habías hablado de
ella? Pensé que no tenías ningún familiar al que apreciaras
de verdad.
—Pronto lo entenderás —mencioné terminando de colocar la
comida y las bebidas.
Un rato después, llamaron al timbre y las amigas de
Candela hicieron aparición. Iván las saludó con dos besos y
se presentó como el cantante oficial de la fiesta de forma
bromista. Estoy segura de que se percató de inmediato de
que dos de las cuatro invitadas tenían síndrome de Down,
pero no mostró ningún tipo de reacción al descubrir ese
hecho. Simplemente, las trató a todas por igual y fue
realmente cariñoso con ellas.
Diez minutos después, Candela se llevó la sorpresa de su
vida al entrar en casa y encender la luz del salón. Como en
las películas americanas, todos gritamos «¡¡¡sorpresa!!!» al
unísono y aplaudimos a la cumpleañera al salir de nuestros
escondrijos. Mi querida tía lloró de la emoción, nos abrazó,
nos besó a todos y se atavió con una preciosa corona en la
que se leía «¡Feliz Cumpleaños!».
—Señoritas, pónganse cómodas para disfrutar del concierto
del magnífico Iván Caballero. No las voy a defraudar —
anunció Iván con voz teatral y sacó la guitarra para
regalarnos su música y su preciosa voz.
Todas nos sentamos a escuchar una selección de baladas
románticas que no dejó a nadie indiferente, pues Iván era
un gran artista. Mientras tocaba la guitarra, debo reconocer
que me derretí de solo pensar en la delicadeza con la que
acariciaba las cuerdas. Si solo me tocara a mí del mismo
modo… Creo que el resto de las féminas presentes tenían
los mismos prohibidos pensamientos, dado que no le
quitaban ojo de encima.
Cuando Iván concluyó con las canciones, todas aplaudimos
con entusiasmo y lo felicitamos. Seguidamente, fuimos
directos a catar toda la comida que había traído y a disfrutar
de más música que yo había seleccionado. En cierto
momento, cuando Iván fue un segundo al baño, mi tía
Candela, ni corta ni perezosa, se interesó más por él.
—Verónica, ¿es tu novio? —me preguntó con picardía y
guiñándome un ojo.
—¡Pero qué cosas tienes, tía! —me escandalicé ocultando
una sonrisa, pero ella me cazó—. No lo es, aunque ojalá lo
fuera. Guárdame el secreto —le susurré al oído y ella me
miró cómplice.
Cuando Iván reapareció, lo hizo para animar la fiesta, pues
únicamente estábamos comiendo y bebiendo.
—¿Es que nadie piensa bailar un poco? ¡Arriba todo el
mundo! —exclamó para hacernos despertar.
—Nos gusta escuchar la música. Nos da un poco de
vergüenza bailar —explicó una de las amigas de Candela
algo cohibida.
—¡Ni hablar! Esta tarde la vergüenza no ha sido invitada a la
fiesta. ¡Todas a bailar, venga! —las animó, pero ellas
continuaron sin moverse—. ¿Verónica?
Traté de hacerme la sueca y evitar todo contacto visual con
él, ya que bailar no era lo mío. No obstante, Iván me ofreció
su mano y me obligó a levantarme de mi asiento.
—¿Qué haces? Yo no sé bailar… —Me mordí el labio inferior
al ver el aprieto en el que me había metido por invitarlo.
—Yo tampoco. Tranquila, no tienes que impresionar a nadie
—me dijo para tranquilizarme.
Colocó su mano en mi cintura y me entraron escalofríos por
todo el cuerpo. ¿Qué no tenía que impresionar a nadie?
¡Tenía que impresionarlo a él! Sería tarea difícil
acostumbrada únicamente a bailar las canciones de metal
sinfónico que me hacían vibrar, ya fuera a solas en mi
habitación o en el bar de ensayos. Bailar pop o baladas con
una pareja no me parecía nada fácil, pero traté de dejarme
llevar y de disfrutar de un momento que no volvería a
repetirse.
Rodeé el cuello de Iván con los brazos y nos encontramos
cara a cara en la improvisada pista de baile. Traté de
centrarme en la música y mover las caderas levemente
como él hacía, siguiendo sus pasos, pero pronto me perdí en
su mirada y me olvidé del resto de invitadas. Él reía y
danzaba sin percatarse de mi profunda admiración. Por
suerte, cuando terminó la canción, pude librarme de su
hechizo y sentarme de nuevo en la silla. Gracias a mi
intervención, todas las demás se animaron a bailar con él o
incluso en solitario.
Debo reconocer que pasamos una tarde estupenda y que
sin él no habría sido lo mismo. Yo no tenía su capacidad
para animar y alegrar a la gente, mucho menos para
sacarles las palabras y ganarse su confianza en cuestión de
minutos. Iván tenía esa chispa que mis padres habrían
deseado para mí, y obraba magia siempre que estaba
presente. En el fondo, no podíamos ser más opuestos. Él era
luz y yo oscuridad. Él hacía brotar las flores y yo las
marchitaba. Iván convertía todo lo que tocaba en oro, y yo
en m… Es igual. Creo que el concepto ha quedado bien
claro.
Mi tía se ofreció a acompañar a sus amigas al metro e Iván
se quedó conmigo recogiendo las decoraciones y los restos
de comida.
—Iván… Te agradezco inmensamente que hayas venido hoy
a la fiesta de mi tía. Ya comprenderás por qué no te he
hablado de ella antes —comenté al tiempo que metía unas
guirnaldas en una bolsa de basura gigante.
—Claro, ahora lo entiendo todo. No querías presentármela
porque es una mujer maravillosa y querías disfrutar de su
compañía tú sola —bromeó haciéndome sonreír—. No, ahora
fuera de coña. ¿Qué hay de malo en ella?
—No hay nada de malo en ella, pero sí lo hay en esta
intolerante sociedad de mierda que solo acepta a los que
encajan en el molde —expresé hastiada.
—Vive sola, tiene trabajo, tiene amigas, es independiente…
Creo que ya ha conseguido más que muchos de nosotros.
Oye, yo no sé ni freír un huevo y por lo que me has contado
ella es una excelente cocinera.
—Lo es. Lo poco que sé, lo aprendí de ella. De todos modos,
entiéndeme. La gente podría burlarse de ella y no quiero
que le hagan daño. Es por eso que nunca la menciono.
Tampoco es que yo tenga mucha gente en la que confiar,
pero apostar por ti me sigue pareciendo una buena opción
—afirmé.
—Agradezco la confianza —respondió con una sonrisa—.
Verónica, sé que aún hay muchos imbéciles en este mundo,
pero creo que también hay mucha gente tolerante que
acepta a los demás como son. Intenta ser un poco más
positiva y menos desconfiada. No hay motivos para que
alguien se burle de tu tía porque nadie es perfecto. De lo
que sí que estoy seguro es de que Candela es mucho más
feliz que todos nosotros, siempre complicando las cosas.
—Es que las cosas son complicadas —rebatí su argumento.
—Son complicadas porque queremos. Deberíamos hacer
más lo que deseamos sin pensar en las consecuencias.
Lanzarnos al vacío sin paracaídas y ver qué pasa. Nos iría
mucho mejor —se rio de su propuesta y continuó
recogiendo.
Entonces, siguiendo su consejo, debería simplemente hacer
lo que deseaba en ese momento. Me apetecía mirarlo a los
ojos, decirle cuánto me gustaba, besarlo en los labios
lentamente y después bailar pegados una canción tras otra
hasta que nos dolieran los pies. Ni siquiera necesitaba sexo
en ese momento, solo asegurarme su compañía hasta el
amanecer. Sin embargo, por mucho que dijera, el mundo no
era tan sencillo como lo pintaba y yo no podía hacer lo que
más quería. Tuve que conformarme con que Iván me
acompañara al metro cuando mi tía volvió a casa y con un
beso de despedida en la mejilla que me pareció
tremendamente sugerente, ya que nuestros labios
estuvieron tan cerca que por poco se cumplió mi deseo.
Kitty me preguntó al día siguiente qué tal había ido la fiesta
de cumpleaños a la que no pudo asistir por motivos
familiares. Sabía que había invitado a Iván y no quería
perderse detalle.
—¡Oh, Kitty…! Fue una fiesta maravillosa. Tenías que haber
visto lo dulce que fue Iván con mi tía y con sus amigas. Se
portó de cine con todas y no mostró rechazo en ningún
momento. ¿Cómo narices puede ser tan perfecto? —inquirí
soñadora mientras ojeábamos libros en una tienda del
centro.
—Vas cuesta abajo y sin frenos, Nika —respondió.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —inquirí encogiéndome de
hombros.
—Te estás pillando demasiado por él. Es peligroso y lo sabes
—me recordó.
—¿No eras tú la que decías que, si cambiaba el chip y
empezaba a creerme guapa, quizá podría enamorarse de
mí? ¿Qué ha pasado con todo ese positivismo? —le
pregunté con fastidio.
—Tienes razón. Siento haberte dado ese consejo. Ojalá
funcionara, pero presiento que te vas a pegar la hostia de tu
vida con este tema. Es que ya apenas salimos juntas. Te
pasas todo el día con él —me dijo claramente celosa.
—Kitty, tú tienes a Marko, pero yo no tengo a nadie
románticamente hablando. Déjame que disfrute un poco y
que me alegre la vista y el corazón. Creo que hasta tengo
mejor humor desde que conozco a Iván —me justifiqué.
—Mira, cielo, te prometo que más allá de los celos que
pueda sentir porque me estás dando un poco de lado, cosa
que veo normal, te digo esto porque soy tu amiga e intento
protegerte. Siento si te estoy haciendo un lío cada vez que
hablamos, pero creo que tu dependencia hacia él está
rozando un nivel preocupante. No sé si Iván algún día te
verá como a algo más que a una amiga, pero a lo mejor te
vendría bien poner un poco de espacio entre vosotros —me
aconsejó Kitty con mucho tacto.
—¿Tú crees? Yo pienso que estás siendo un poco egoísta.
¿Es que no tengo derecho a tener nada bueno que queréis
quitármelo sin piedad? —me quejé enojada.
Dejé el libro que estaba ojeando y me cambié de pasillo
para alejarme de Kitty.
—¡Nika! No te enfades, por favor. Dime una cosa, ¿qué va a
pasar cuando Amanda vuelva a tener tiempo para él? ¿Lo
has pensado?
Kitty me siguió para seguir calentándome la cabeza.
—Ya lo hablamos el otro día. Me prometió que encontraría
tiempo para mí como fuera —repetí las palabras de Iván e
inmediatamente me percaté de que era una ilusa si me las
había creído.
De hecho, el día que él las pronunció dudé de su promesa.
—¿Estoy siendo demasiado ingenua? —le pregunté a Kitty.
—Puede que un poquito… —dijo mirándome con cara de
pena—. Nika, ya sabes que la gente siempre dice cosas que
luego olvida. ¿Te suena el típico «a ver si quedamos» que
nunca se cumple? Imagino que, aunque sus intenciones
sean buenas, Amanda lo absorberá tarde o temprano y cada
vez le costará más sacar tiempo para ti. Intento ser realista.
—Sí, puede que tengas razón —afirmé muy a mi pesar.
—Nika, ¿por qué no…? ¿Por qué no empiezas a conocer a
otras personas? Yo sé de alguien que estaría encantado de
tener una cita contigo.
Me guiñó el ojo y yo solté un bufido de desaprobación.
—Así que tu único propósito era llevar la conversación hasta
donde querías, ¿no es así? No quiero oír hablar de eso.
Mi enfado regresó y volví a cambiarme de pasillo en un
intento de huir de Kitty.
—¡Nika, espera! ¿Por qué no le das una oportunidad a Jussi?
Siempre le has gustado y no tiene novia —me propuso tras
seguirme.
—Ni hablar. No quiero otra relación insatisfactoria con
alguien que no me gusta. Ya me he acostumbrado a lo
bueno. Prefiero pasar el resto de mi vida fantaseando con
Iván antes que salir con Jussi —solté radical.
—Jussi es un buen chico. Eres un poco egoísta al cerrarte así
en banda. No tiene nada que ver con el cerdo de Luis.
Además, es mil veces más atractivo—argumentó para
convencerme.
—Y mil veces más soso, y eso es mucho decir si tenemos en
cuenta que lo estoy comparando con Luis —rebatí.
—Tú verás, pero cuando Iván te deje tirada, no digas que no
te lo advertí y que no intenté ayudarte a evitarlo.
Le pedí por favor que dejáramos el tema de Iván y que nos
limitáramos a mirar libros. No me apetecía seguir
discutiendo con mi mejor amiga sobre qué era mejor hacer
para evitar que me rompieran el corazón, cosa que pasaría
irremediablemente.
Las palabras de Kitty me hicieron reflexionar por la noche
en mi cama. Muy en el fondo, sabía que tenía toda la razón
y que solo trataba de alejarme de un inminente fracaso.
Iván no cumpliría su palabra y se olvidaría de mí cuando
Amanda terminara con su negocio. Poco a poco, se alejaría
y me reemplazaría por la mujer que siempre había querido.
Yo no era más que una mera distracción momentánea, la
chica de la que se aprovechaba para distraerse y que de
paso le arreglaba el ordenador si se le estropeaba. Sus
palabras de amabilidad, sus atenciones y sus promesas se
esfumarían cuando Amanda ocupara su lugar. Por doloroso
que sonara, era la pura realidad.
Analizando el negro panorama, no me quedó más remedio
que abrir la mente y aceptar que la propuesta de Kitty quizá
no era tan descabellada. Jussi, nueve años mayor que yo y
sin novia conocida, podía ser el candidato perfecto para
sacarme a Iván de la cabeza. Como almas solitarias que
éramos, puede que la idea de salir juntos no fuera una
locura y que incluso llegáramos a conectar. Nada perdía por
probar suerte y ver qué sucedía. Tenía su teléfono en mi
lista de contactos, así que me decidí a hablarle para ir
preparando el terreno para nuestra primera gran cita.
43. ARIEL: EL CHICO DE LA
FRUTA

Uno de los días que más aborrecía hizo aparición en el


calendario sin siquiera haberlo anticipado. De repente, era
seis de marzo y un año más no podía felicitar en persona a
un ser muy querido, tan solo podía hacerlo a través de un
mensajero con el que tampoco tenía una relación
demasiado cordial. Escribí un mensaje apresurado en
cuanto estacioné el coche en el parking de los estudios de
grabación y pulsé el botón de enviar.

Hola, Aarón. Por favor, deséale que pase un magnífico


cumpleaños de mi parte. Dile que, a pesar de todo, la quiero
muchísimo y que espero que algún día podamos arreglar
esto. Besos.
Ariel

Tuve un día de perros y no estuve muy fino durante el


programa. Más de una vez, me quedé mirando al vacío y
pensando en todo lo que había tenido que sacrificar por
estar allí sentado entreteniendo a gente a la que ni siquiera
conocía. Carmelo tuvo que repetirme unas preguntas varias
veces dada la niebla mental que me impedía pensar con
claridad. Amanda, que intervenía en el programa conmigo
ese día, se dio cuenta de que algo me pasaba y no dudó en
preguntarme al terminar.
—No me pasa nada, Amanda. Todos podemos tener un mal
día —le contesté mientras la acercaba a casa en mi coche.
—¿Estás seguro? Nunca te había visto tan distraído e
irritable —comentó preocupada—. Sabes que puedes contar
conmigo si algo te pasa.
—Lo sé, pero estoy bien. Quédate tranquila —reiteré tras su
insistencia, y por fin me dejó en paz.
No recibí respuesta al mensaje que había enviado hasta el
día siguiente. Leí la contestación esperando que ese año
fuera diferente a los anteriores, pero se trataba de lo mismo
de siempre. Aarón me informaba de que había entregado el
mensaje satisfactoriamente y de que la persona que
cumplía años me daba las gracias. Ningún cambio, de modo
que bloqueé mi teléfono y traté de liberar la mente y no
pensar demasiado en ese tema que tanto me amargaba.
Amanda, no obstante, no se dio por vencida y siguió
insistiendo unos días después cuando fuimos a pasear por el
Retiro. Nos montamos en las barcas porque a ella le hacía
ilusión navegar, y allí sí que no tuve escapatoria. Como me
vio aún cabizbajo por el tema del mensaje, decidió volver a
la carga.
—Ariel, sé que algo te sucede. Me he tomado la libertad de
preguntarle a Paco porque llevas unos días un poco raro. Me
gustaría que me lo contaras.
—Si ya le has preguntado a Paco, te habrá puesto bien al
corriente —respondí enojado por la indiscreción de mi buen
amigo.
Giré la barca con el remo para alejarme de un grupo de
mocosos que no dejaban de tirarnos fotos con el móvil. No
estaba yo para poner buena cara y ser simpático con los
fans ese día.
—Ya te he preguntado por tu familia otras veces y siempre
escurres el bulto. Paco me dijo que se trataba de eso y que
te preguntara yo misma si quería saber algo, que él no
podía contármelo al ser algo tan personal. Lo he buscado en
Wikipedia y no encuentro nada, así que no me queda más
remedio que escucharlo de tu boca —me pidió tirándome de
la lengua.
—No quiero tocar ese tema —dije muy serio y sin mirarla a
los ojos.
—Ariel —me cogió de la mano, haciéndome soltar un remo
—, puedes confiar en mí. Yo te he contado muchas cosas de
mi infancia, de mi familia, del cobarde de mi padre… Creo
que te sentirás mucho mejor si lo compartes conmigo —me
aseguró, y seguidamente me acarició los nudillos de la
mano con la que le había molido los huesos a Raúl Camino
—. Veo que ya está mejor.
—Sí, ya está prácticamente como nueva —respondí
liberando mi mano—. Está bien. ¿Quieres oír la triste historia
de Ariel Guerra? Te la contaré. Tampoco tengo mucho que
perder. —Accedí finalmente, pues quizá sincerarme con ella
me llevaría directo a su corazón.
Si podía usar mi pesar para ganar puntos con ella, lo haría
sin dudarlo. Dicen que en el amor y en la guerra todo vale.
—Estupendo. Tengo ganas de añadir una pieza más al puzle
del misterioso Ariel Guerra. —Se acomodó en la barca y yo
continué remando al tiempo que empezaba mi relato.
—Nací en Astorga, como bien sabrás, tierra de frío y nieve.
Cuando era niño, yo también tenía una familia. Mis padres,
Víctor y Mari Carmen, nos tuvieron a mí y a mi hermano
mayor, Aarón. Éramos una bonita familia feliz con una casa
grande y un negocio propio. No éramos millonarios, pero
tampoco nos iba nada mal. «Frutas Guerra» se llamaba la
tienda, y teníamos todo tipo de frutas y hortalizas que te
puedas imaginar. Éramos famosos en Astorga entera y
pueblos de alrededor, así que siempre teníamos la tienda a
reventar.
—Así que una frutería, ¿eh? Quién lo hubiera imaginado… —
Se sorprendió Amanda.
—Cuando era pequeño, solía ayudar a mi padre con los
pedidos a domicilio. En verano me pegaba mis buenas
palizas currando de sol a sol. De adolescente, no era muy
buen estudiante, así que mi padre decidió mi destino por
mí: trabajaría en la tienda en cuanto terminara el instituto.
Para librarme del duro trabajo un par de años más, incluso
me matriculé en Bachillerato e hinqué los codos por un
tiempo, pero eso no me duraría para siempre. Mi padre
acechaba para reclutarme y exprimirme como a una
naranja. Lo consiguió y me tuvo dos años partiéndome el
lomo. Me levantaba a las cinco de la madrugada para ir al
mercado central y comprar el género con mi hermano
Aarón. Después tirábamos para la frutería a colocarlo todo
para abrir con la fresca. Allí nos pasábamos el día entero de
la mañana a la tarde sin apenas descanso.
—Suena bastante agotador… —comentó Amanda, y me
dirigió una mirada de pena.
—Era un puto esclavo, pero mi padre no se daba cuenta. Él
que siempre había trabajado tan duro veía normal explotar
a un chaval como yo. Mi hermano no se quejaba, pero yo
siempre he tenido una naturaleza muy rebelde. Pronto me
di cuenta de que no quería trabajar allí y empecé a ahorrar
parte del sueldo que mi padre me pagaba. Pasaron dos
duros años hasta que conseguí suficiente pasta para
venirme a Madrid y buscar mi propio futuro. Imagínate el
disgusto de mi padre cuando le dije que quería ser actor.
Sonreí amargamente recordando tiempos pasados. El
gesto de reproche dibujado en el rostro de mi padre aún me
perseguía en sueños.
—Mi familia acabó aceptando que estaba hecho de otra
pasta y que tenía propósitos mejores en la vida que ser el
frutero del barrio. Con mi mochila al hombro, pillé un bus y
llegué a Madrid. Me sorprendió lo grande que era la ciudad y
me costó meses adaptarme. Empecé a ir a un casting tras
otro para ver si conseguía algún papel, pero no hubo forma.
Había tropecientas personas que buscaban lo mismo que
yo. Desesperado, mi compañero de piso me pasó la
dirección de un nuevo casting y me presenté sin pensarlo.
Claro que yo no tenía ni idea de qué iba el tema. ¿Un reality
show? Bueno, siempre podía empezar por ahí y hacerme un
hueco. Seguro que me abriría muchas puertas para futuros
papeles.
—¿Y qué dijeron tus padres? —me preguntó Amanda
intuyendo cuál había sido su reacción.
—Te lo puedes imaginar. Mis padres podían tolerar que fuera
actor, pero que participara en un reality show donde iban a
grabarme hasta cagando no les hacía mucha gracia. Intenté
hacerles entrar en razón, pero mi padre fue tajante. Si
estaba dispuesto a vender mi vida privada por un puñado
de billetes, ya podía olvidarme de que tenía una familia. Eso
fue lo que me dijo la última vez que nos vimos. Tuvimos una
fuerte discusión que todavía me duele.
Agaché la cabeza.
—¡Vaya…! Lo siento, Ariel.
—Mi padre me hizo elegir entre mi familia o mi futura
carrera artística. Creo que está claro lo que escogí. Desde
entonces, he trabajado como un cabrón, he pasado por
épocas muy difíciles y por otras en las que he ganado más
dinero del que podría gastar. Ha habido altibajos, momentos
increíbles y también he llegado a sentirme el puto dueño del
mundo. Eso sí, tuve que sacrificar la relación con mis seres
queridos. A pesar del dinero y la fama, mi vida sin ellos no
está completa, pero fue mi decisión y tengo que apechugar
con ello. El otro día felicité a mi madre por su cumpleaños a
través de mi hermano Aarón. Él es la única persona con la
que sigo manteniendo el contacto y que me dice si mis
padres están bien. Aun así, no creas que tenemos mucho
trato. Solo nos felicitamos los cumpleaños y la Navidad.
—Es una historia bastante triste, la verdad. Me alegro de
que la hayas compartido conmigo. Después de oírla, diría
que pareces un poco más humano —mencionó Amanda.
—Entonces ha valido la pena —sonreí complacido,
consciente de que mi historia personal había obrado su
magia.
—Espera, ¿llevas casi cinco años sin hablar con tus padres?
Hizo la cuenta y se sorprendió.
—Exacto. La familia es vital para mantener la cordura en
este mundo. Quizá es por eso que me he vuelto un
gilipollas, o puede que ya lo fuera antes —reflexioné de
forma cómica.
—No eres gilipollas, tan solo un poco engreído. Dime, ¿no
crees que ya va siendo hora de solucionar las cosas con los
tuyos? Cuanto más lo dejes, más te costará.
—No voy a arreglar las cosas, Amanda. Mi familia no quiere
verme ni en pintura —me lamenté.
—¿Has intentado visitarlos?
—No, porque sé cuál sería la reacción de mi padre y no
quiero líos. Prefiero quedarme como estoy.
—Claro, es mucho más fácil quedarse de brazos cruzados
que intentar reconciliarte con tu familia. Puede que el
tiempo haya apaciguado los ánimos.
—Soy un tema tabú en mi casa e incluso en la frutería,
según lo poco que me ha contado mi hermano. No tengo
forma de arreglar esto. —Negué con la cabeza.
—Tiene que haber alguna manera… —suspiró Amanda
tratando de buscar una solución.
—Agradezco tu interés, pero no es fácil. La única forma de
recuperar a mi familia sería convertirme en un exitoso actor
y hacer que mi padre se sintiera orgulloso, cosa que no va a
suceder. Seguiré haciendo lo que hago y aceptaré mi
destino —sonreí para quitarle hierro al asunto.
—¿Y por qué no te presentas a algún casting para alguna
serie o película? Ahora todo el mundo te conoce y te darían
un papel con los ojos cerrados —propuso.
—Amanda, eso se llama intrusismo laboral. Te voy a ser
sincero. Cuando llegué a Madrid, pensé que cualquiera
podía ser actor y que con presentarse a un casting y leer
cuatro líneas ya estaba todo hecho. Hoy en día sé que fui un
insensato y un iluso al pensar que sin estudios de
interpretación alguien me contrataría. Yo no valgo para eso.
—¿Qué estás diciendo? Eres un buen actor y puedes hacer
lo que te propongas, aunque tienes razón. No estaría de
más que te formaras antes de intentarlo otra vez. ¿Por qué
no te apuntas a una escuela de interpretación? —me
propuso con una sonrisa.
—No lo sé. Lo pensaré a ver si me animo. Ahora vamos a
dejar el tema de mi familia, por favor. Zanjado por hoy —
concluí para que no siguiera insistiendo.
Amanda asintió y empezamos a hablar de otra cosa que
nada tenía que ver con mi vida personal ni con la suya.
Pasamos una tarde agradable e incluso la enseñé a remar
por el lago bajo la atenta mirada de grupos de adolescentes
que estaban maravillados al haber encontrado a la pareja
de moda en el parque. Más relajado y consciente de que
debía mostrarme encantador si quería conservar mi modo
de vida, me tiré fotos con todos los jóvenes que lo
requirieron. Algunas chicas incluso dejaron atrás los celos
que Amanda les despertaba y se animaron a incluirla en sus
instantáneas.
Cuando dejamos atrás el estanque, estuvimos paseando por
el parque y nos perdimos por sus rincones más ocultos,
huyendo de los fans y buscando un poco de tranquilidad e
intimidad para seguir charlando. Justo cuando íbamos a
volver a casa, me animé y decidí invitar a Amanda a cenar
en un restaurante junto a la Puerta de Alcalá. Amanda me
dijo que no debería quedarse, ya que le había prometido a
Iván que estaría de vuelta a tiempo para cenar con él. No
obstante, justo cuando se marchaba, se detuvo en seco y se
giró para mirarme.
—¿Sabes qué? Creo que voy a quedarme. Ese será tu
premio por haberte sincerado conmigo —resolvió, y sacó su
móvil para escribirle un mensaje a su novio.
—Me siento abrumado por tus atenciones —bromeé y le
dediqué una mueca burlona.
—Ya está. Le he dicho que tenemos un compromiso
importante y que llegaré más tarde. ¿Cenamos? —preguntó
tras haber mentido a su novio, cosa que me indicó que no
es oro todo lo que reluce.
—¿Va todo bien entre vosotros? —me aventuré a preguntar.
—No lo sé. Tengo mis dudas, pero no quiero hablar ahora de
eso. Tengo mucha hambre. —Me cogió de la mano y me
arrastró hasta una de las terrazas atestadas de comensales.
Amanda y yo cenamos entre risas e interesantes
conversaciones. Observé que cada vez estaba más amable
y aduladora conmigo, como si de repente hubiera hecho
borrón y cuenta nueva con respecto a todo lo que pensaba
de mí, que era mayormente negativo. Ahora me miraba de
otro modo y me sonreía todo el tiempo. Podría incluso
asegurar que había empezado a disfrutar de mi compañía y
que no fingía, así como yo tampoco lo hacía. Entre nosotros,
un fuerte vínculo más allá de la farsa había nacido y no
tenía intención de desperdiciar la gran oportunidad que
tenía ante mí. Estaría loco si lo hiciera.
44. IVÁN: PROBLEMAS EN EL
PARAÍSO

Amanda me hizo ilusiones al prometerme que cenaríamos


juntos en su casa esa noche, pero me dejó tirado como de
costumbre cancelando el plan en el último momento. Me
dijo que se le había complicado la tarde y que tenía que
encargarse de un asunto antes de volver, pero que
intentaría llegar antes de que me durmiera para pasar un
rato juntos. Abatido y desilusionado, dejé el móvil en la
mesa de mala gana y Verónica me miró preocupada. Pudo
leer en mis ojos que Amanda había vuelto a decepcionarme,
algo que se había convertido en la norma últimamente.
Tan buena amiga como era, Verónica se ofreció a ayudarme
a comer las pizzas y los aperitivos que había pedido y yo
accedí, necesitado como me hallaba de compañía. Se quedó
conmigo hasta la hora de dormir, charlando y levantándome
el ánimo, detalle que le agradecí enormemente. Consciente
de que Amanda vendría cuando le placiera, me marché a la
cama y me dormí esperando.
Unas horas después, Amanda entró sigilosamente en la
habitación para no despertarme. Miré de reojo el reloj digital
que había sobre su mesilla y comprobé que eran las dos de
la madrugada. Aun estando despierto, fingí que dormía
porque ni siquiera me apetecía saludarla. ¿Qué demonios
había estado haciendo para volver tan tarde? Ni siquiera
pensaba preguntarle al día siguiente para que notara mi
indiferencia.
Las cosas entre Amanda y yo se desmoronaban sin remedio,
más aún desde el día que discutí con Ariel Guerra durante la
nevada. Era como si Amanda se hubiera puesto de su parte
y no comprendiese que me molestaba verlos juntos cuando
debería ser yo quien la acompañara a todas partes. Yo era
su novio y no ese imbécil de pacotilla…
La única cosa que mantenía viva nuestra relación, nuestra
tabla de salvación en el salvaje océano donde navegábamos
sin rumbo, era el sexo. Sin ese pegamento que nos
mantenía unidos, creo que ya hace meses que todo se
habría ido al traste. Amanda, consciente de mi impaciencia
y de mi creciente enojo, me llevaba al límite de la locura y
después me curaba el alma y apaciguaba mi furia interior
con una dosis de lujuria. Y funcionaba, tanto que la felicidad
momentánea que me producía tenerla entre mis brazos por
un rato me hacía olvidar todo lo demás, hacer borrón y
cuenta nueva y pensar que todo iría mejor en el futuro.
Un par de días después de dejarme plantado y de
disculparse quinientas mil veces, pues le remordía la
conciencia, fue capaz de llegar a tiempo para llevar a cabo
el plan que tuvimos que cancelar por sus compromisos.
Cenamos juntos en el salón mientras Verónica adelantaba
sus deberes en la cocina, y después nos encerramos en la
habitación para darnos cariño mutuo, lo que mejor
sabíamos hacer. Hablar quedaba relegado a un segundo
plano. En el fondo, apenas nos conocíamos, pero el sexo nos
nublaba la mente y camuflaba la cruda realidad.
Amanda se tumbó en la cama y me sonrió para atraerme
hacia ella. Me hizo un gesto con la mano y acudí a su
llamada como un corderito sediento atraído por la leche que
tanto desea probar. Me bebí su esencia de un trago y
nuestras lenguas se enzarzaron en una encarnizada lucha
en la que no habría vencedor, solo placer para ambos.
Sobre ella, le arrebaté la camiseta del pijama y los
pantalones hasta dejarla en ropa interior. Seguidamente, me
quité mi propia ropa y la dejé caer sobre el suelo. Amanda
me contempló con deseo, como de costumbre, y reanudé mi
tarea de complacerla. Besé su cuello eróticamente y le bajé
los tirantes del sujetador para de inmediato desabrochar la
prenda y liberar sus turgentes pechos. Descendí por su
cuerpo besando cada centímetro que hallaba a mi paso
hasta llegar a su sexo, en el que me detuve un rato para
darle los mimos que se merecía.
La penetración no se hizo esperar, pues era la parte favorita
de Amanda a diferencia de otras chicas con las que había
estado. La posición del misionero es un clásico, pero
siempre nos funcionaba a la perfección. A ella le gustaba
recibir placer sin tener que esforzarse demasiado, y es así
como lo hacíamos la mayoría de las veces. Sobre ella,
comencé con las embestidas, esperando que ella tuviera
varios orgasmos seguidos como habitualmente.
Me apliqué al máximo durante un buen rato, pero Amanda,
con sus manos aferradas a mi espalda, no terminaba de
llegar al clímax. Su agitada respiración me indicaba que le
gustaban mis movimientos, pero sus gritos de placer se
estaban haciendo demasiado de rogar. Le sugerí cambiar de
postura para que no se hiciera tan monótono y ella accedió.
Se recostó de lado y yo me situé detrás de ella en la famosa
postura de la cucharita. Me abrí paso entre sus piernas y
continué con mi tarea de regalar placer al tiempo que
conseguía el mío propio. No obstante, creo que la cosa, en
lugar de mejorar, empeoró todavía más. Amanda seguía
atascada y aún no había tenido un solo orgasmo. Para
ayudarla, comencé a acariciar su punto más sensible con
delicadeza. Tras otro buen rato, Amanda por fin se
abandonó al placer y soltó un leve gemido. Instantes
después, fui yo quien culminó y cayó rendido tras el
esfuerzo físico.
Amanda se giró, me dio un beso en los labios y se levantó
veloz de la cama para ponerse el pijama. Me quité el
preservativo, me puse los calzoncillos y me metí bajo el
edredón, ya que tenía frío.
—¿Un orgasmo? ¿Uno solo? ¿Desde cuándo? —le pregunté
alarmado antes de que se metiera en la cama conmigo.
—Iván, no hay un número estimado de orgasmos cuando se
tiene sexo. Unas veces se da mejor y otras peor. —Se
encogió de hombros y encontró un hueco entre las sábanas
junto a mí.
—Pues es la primera vez que te pasa conmigo. Tres o cuatro
es lo normal, pero hoy he visto que te estaba costando
mucho —comenté preocupado.
—Bueno, siempre hay una primera vez para todo. Uno no
siempre se encuentra al cien por cien. Tengo mucho estrés
en la cabeza últimamente —se justificó sin darle mayor
importancia a algo que a mí me parecía vital, pues era la
base de nuestra relación.
Si el sexo fallaba, todo lo demás caería inmediatamente
después sin remedio.
—¿Estrés u otras cosas? —Tanteé el terreno.
—No sé qué insinúas, pero no me gusta nada.
—El orgasmo que has tenido… Me ha sonado un poco falso
—continué aun a sabiendas de que estaba a punto de
cabrearla, pero necesitaba saber la verdad.
—Joder, ¿me vas a dar la noche? —Me miró con un gesto de
incredulidad.
—Amanda, tenemos que hablar las cosas y solucionarlas, no
pasar del tema. Si hay algo que estoy haciendo mal, dímelo
para cambiar cuanto antes. Hasta ahora, siempre nos había
ido bien en el sexo. De hecho, es nuestro punto fuerte, pero
si ya no te hago disfrutar, entonces habrá que analizar qué
está pasando.
—Estás sacando las cosas de quicio, Iván. He tenido un
único orgasmo esta vez, ¿y qué? No pasa nada. La próxima
vez será mejor —prometió.
Sentados en la cama, recostados sobre la almohada,
parecíamos un matrimonio acabado que llevaba décadas de
relación y que ya no tenía ideas imaginativas para seguir
adelante.
—¿Un orgasmo o ninguno?
Amanda estalló en cólera tras mi insistencia, pero me
negaba a quedarme con la duda y a que ella maquillara
nuestros problemas.
—¡Ninguno! ¡¿Estás contento?! —me gritó, y salió de la
cama furiosa.
—Sí, porque al menos has admitido la verdad —respondí con
tranquilidad.
—¡Joder, Iván…! ¡¿Puedes presionarme un poco más?! ¡He
tenido una semana de mierda y ni siquiera me permites
estar mal un día! ¡Pues lo siento, ¿vale?! —vociferó con
lágrimas en los ojos.
—Lo único que te pido es sinceridad. Con los orgasmos y
con todo lo demás. Si empiezas a fingir tan pronto, ¿qué
será de nosotros dentro de unos años? Estamos condenados
al fracaso —afirmé sin inmutarme.
Amanda me observó en pie y se limpió las lágrimas de rabia
que inundaban sus mejillas.
—Lo siento. Te acabo de decir que he tenido una mala
semana. Intentar complacer a todo el mundo y mantener la
fama es muy estresante. Tarde o temprano me iba a pasar
factura. Perdona por no haber sido sincera contigo, pero no
quería que te preocuparas como justo estás haciendo. Todo
va bien, Iván. Las cosas están como siempre, mi amor —me
dijo tras recobrar la compostura.
Se sentó en la cama de nuevo, me acarició el rostro, me
besó con ternura y me engañó como siempre hacía cuando
se ponía melosa. Tonto de mí, nunca aprendía. Amanda
llevaba manipulándome desde el principio cuando me
regalaba bonitas palabras y besos de miel. Me comía la
cabeza de tal forma que me hacía creer que todo estaba
bien cuando no era así. Nada había ido bien desde el
principio, pero no hay más ciego que el que no quiere ver.
Decidí hablar con Verónica del tema, ya que era de las
pocas personas que podrían comprenderme y aconsejarme
en mi delicada situación al saber la verdad. Le conté mis
impresiones con respecto a mi fallido noviazgo e incluso
nuestro último problema íntimo que Amanda había decidido
minimizar. Para mí, sin embargo, era algo sumamente
importante y un indicativo de que no había esperanza.
—¿Qué opinas del tema de los orgasmos, de que fingiera? —
inquirí impaciente cuando terminé de explayarme con mis
preocupaciones.
Verónica me contempló en silencio, posiblemente sin saber
qué decir.
—No sabía que a los chicos como tú también les fingían en
la cama —respondió perpleja.
—¿Los chicos como yo? —Fruncí el ceño sin comprender.
—Es igual… Supongo que nadie se libra.
—Entonces, ¿qué piensas de eso?
—Yo qué sé, Iván… —suspiró, pues la estaba poniendo en un
buen aprieto de camino al ensayo—. Amanda tiene razón
por una vez. Las mujeres no siempre estamos igual de
receptivas. Personalmente, creo que la presión de que todo
salga perfecto puede ser perjudicial. Hay que dejarse llevar
y no tener las expectativas muy altas —me dijo haciendo
alusión a su propia relación con el tal Luis, del que
afortunadamente ya se había librado.
—De acuerdo, eso puedo comprenderlo, pero no lo de
mentirme.
—Pues sí, está claro que no debería haberte mentido, pero
lo hizo para que no te rayaras. Dile que no lo vuelva a hacer
y ya está —me aconsejó deseosa de cambiar de tema.
—La cuestión es que el sexo es lo único que funciona en
nuestra relación. Si empieza a fallar, estamos perdidos —me
lamenté.
Cuando el metro se detuvo, Verónica pulsó el botón de abrir
la puerta y ambos nos bajamos del vagón en la estación de
Legazpi. Echamos a andar hacia la salida y entonces
respondió a mi comentario.
—Iván, ese es el problema. Habéis basado vuestra relación
únicamente en el sexo y eso no es muy inteligente. No te
voy a engañar. El sexo es importante hasta para alguien
como yo que no tiene demasiadas oportunidades, pero te
digo por experiencia que una relación, sin nada más, está
completamente vacía. Por muy bueno que sea el sexo, se
vuelve monótono y deja de funcionar.
—¿Por experiencia te refieres a tu relación con Luis?
—Sí, si es que se le podía llamar relación a eso. Mira, Luis y
yo solo nos acostábamos. No hacíamos absolutamente nada
más juntos porque yo no quería, y ya viste cómo acabamos.
Tú estás haciendo lo mismo con Amanda —me dijo saliendo
al exterior.
—Porque no me queda más remedio. ¿Crees que me gusta
estar así? Detesto esta situación, pero no puedo hacer nada.
Si aún sigo aquí es porque la quiero y tengo esperanzas de
que las cosas vayan bien cuando ese cabrón desaparezca
de nuestras vidas —expliqué con desesperación.
—Entonces, si esa es tu decisión, ¿qué quieres que yo te
diga? Es tu vida y solo tú sabes lo que te conviene.
—Esperaba que me iluminaras un poquito el camino, la
verdad…
—Iván, no voy a aconsejarte que dejes a Amanda ni qué
hacer exactamente. Si estás tan convencido de que la
quieres, entonces haz lo que creas más conveniente para
mantenerla a tu lado. Es lo que yo haría, luchar por lo que
quiero —me dijo realmente seria antes de rectificar—.
Bueno, lo haría si no fuera una cobarde. Tú no lo eres, así
que hazlo.
—¿Y se puede saber qué es eso por lo que no te atreves a
luchar? —le pregunté con verdadera curiosidad.
—Estamos hablando de ti, no de mí. Deja de ser tan cotilla,
por favor. —Escurrió el bulto antes de entrar al bar.
Llegados a ese punto, no pude presionarla para que soltara
prenda y me quedé con la duda. Más tarde, cuando el
ensayo terminó, mi mente saturada de pensamientos
negativos no se acordó de preguntarle y lo dejé pasar. Me
quedé con el punto más importante de nuestra
conversación. Verónica tenía razón. Debía luchar por lo que
verdaderamente quería y esa era Amanda, a pesar de toda
la mierda que tenía que estar aguantando. En el fondo, los
consejos de mi amiga valían oro.
No obstante, mi positivismo no duro demasiado tiempo.
Amanda me comunicó que iba a viajar a Medina del Campo
para visitar a su madre y a su abuela durante el puente de
Semana Santa a principios de abril. Pensé que iría sola,
pero, para mi gran disgusto, me dijo que llevaría a Ariel con
ella.
Realmente preocupado y enojado al mismo tiempo, le dije
tratando de no alterarme que comprendía que no me llevara
a mí, pero ¿llevarlo a él? ¿Por qué demonios no podía ir sola
a visitar a su familia? Me explicó que, a pesar de sus
esfuerzos, la prensa aún seguía vigilándolos muy de cerca y
que ese viaje serviría para reforzar su imagen de pareja feliz
ante el mundo. Me aseguró que era necesario y que se
trataba de un asunto estrictamente profesional.
Mi yo interior, el perfecto y crédulo novio, se tragó sus
palabras sin rechistar y sin poner en duda una sola coma.
Una parte de mí, sin embargo, tenía la ligera sospecha de
que Amanda no estaba siendo del todo honesta conmigo
últimamente y de que ese viaje implicaba mucho más que
trabajo.
45. AMANDA: REGRESO A
MEDINA

Ariel y yo pusimos rumbo a Medina del Campo la tarde del


treinta y uno de marzo cuando terminamos con nuestros
compromisos laborales. El absorbente trabajo que tenía era
el responsable de que llevara sin ver a mi madre y a mi
abuela desde que abandoné mi hogar el pasado mes de
septiembre. Ambas me habían pedido por favor que
intentara sacar un hueco, ya que me echaban muchísimo de
menos, de modo que allí me encontraba, camino de nuevo a
casa.
Con la vista fija en el volante, contemplé a mi acompañante
masculino con la mente más llena de dudas que nunca.
Entre Ariel y yo las cosas cada vez funcionaban mejor, a
diferencia de lo que sucedía con Iván. Nuestro noviazgo,
que una vez presentí fuerte e irrompible, se hacía pedazos
por mi dejadez e inacción. Quizá, boba de mí, me había
dejado seducir por el irreverente de Ariel Guerra, pero, para
no sentirme tan culpable, me consolaba pensando que tenía
muchas más cosas buenas de las que había percibido en un
principio.
El que hasta hacía no demasiado me parecía un descarado
maleducado, falto de sensibilidad y mujeriego, me había
acabado mostrando su lado más humano y tierno al
compartir conmigo secretos que mantenía bien ocultos,
como su problema con las drogas o el rechazo de su familia.
Siempre dispuesto a ofrecerme sus buenos consejos para
lidiar con la fama, Ariel se había incluso dejado los nudillos
por protegerme del venenoso de Raúl Camino. No contento
con eso, sus atenciones hacia mí y su galantería eran
constantes. En general, sentía que nuestra compenetración
era increíblemente buena.
Era consciente de que, mientras que Ariel seguía escalando
puestos en mi corazón, Iván descendía con su pasividad e
indiferencia. De vez en cuando, este último me mostraba su
disconformidad, pero me daba la sensación de que estaba
empezando a perder la esperanza en nuestra relación, que
había tirado la toalla, cosa que me hacía interesarme cada
vez menos por él. Para colmo, había incluso dejado de lado
a sus amigos para estar con Verónica y los suyos, detalle
que me molestaba en gran medida.
Después de unas horas de trayecto, al fin llegamos a
Medina sobre la hora de la cena. Aparcamos el coche a unas
calles de mi casa y pronto estuvimos en mi hogar y pude
abrazar con cariño a mi madre y a mi abuela, que se
alegraron inmensamente de tenerme allí después de tanto
tiempo.
—¡Mi niña! ¡Cuánto te hemos echado de menos! —exclamó
mi madre aprisionándome entre sus brazos con fervor.
—Yo también me alegro muchísimo de veros de nuevo —
respondí, y seguidamente me giré para mirar a Ariel, que
aguardaba a ser presentado con una sonrisa en los labios—.
Mamá, abuela, este es…
—¡Ariel Guerra! ¡Es un placer conocerte por fin! —lo saludó
mi madre con efusividad y le plantó dos besos—. Soy
Raquel, la madre de Amanda, y esta es Rosa, su abuela.
—Encantado de conocerlas. Agradezco mucho que me
hayan invitado a pasar unos días en su casa —sonrió Ariel, y
mi abuela se apresuró para robarle también un par de
besos.
—Hijo, cómo me gustaría que de verdad fueras el novio de
mi nieta... ¡Hay que ver qué buena planta tienes! —lo
piropeó mi abuela.
—Ya empezamos… Abuela, cuando todo esto se acabe,
traeré a mi novio de verdad a casa. Seguro que también te
gustará —le dije, pero ella negó con la cabeza y puso un
gesto agrio que me hizo resoplar.
Ariel rio ante sus ocurrencias y se dispuso a llevar nuestras
maletas a mi cuarto.
—Abuela, ándate con ojito. A ver qué le cuentas a tus
amigas… —advertí para asegurarme.
—Nada, hija. Yo soy una tumba —me dijo cohibida.
—Seguro que sí, señora. Yo confío en su discreción —añadió
Ariel.
—Ariel, puedes tutearnos con toda confianza. Amanda, una
pregunta, hija. ¿Dónde vais a dormir?
Lo tenía todo planeado. Mi madre y mi abuela compartían la
habitación más grande de la casa, en la que cada una tenía
su propia cama. Yo tenía cuarto propio y una cama grande
para mí sola, pero como no pensaba dormir con Ariel, le
cedería mi espacio y utilizaría el sofá. Con parte del dinero
que le había enviado a mi madre, le dije que comprara uno
en condiciones y que no escatimara en gastos. Estaba
segura de que sería lo suficientemente cómodo para dormir
cuatro días.
—¡Ah, no! ¡Ni se te ocurra! No voy a dejar que duermas en
el sofá estando en tu propia casa. Yo dormiré allí —propuso
Ariel.
—Ni hablar. Tú eres el invitado, así que yo dormiré en el
sofá. Ya estaba decidido.
Empezamos a discutir delante de mi madre y de mi
abuela, que nos miraron perplejas.
—Eso ya lo veremos. Faltaría más que encima de que me
invitas, tengas que dormir mal por mi culpa —me rebatió
Ariel.
Estaba a punto de responder cuando mi madre nos ofreció
la solución.
—Pues dormid juntos en tu cama y ya está. —Se encogió de
hombros—. Al fin y al cabo, os estáis todo el día
besuqueando en público. Solo se trata de dormir.
—Me gusta la idea, Raquel. Así todos contentos —asintió
Ariel con una pícara sonrisa.
Seguidamente, entró en mi cuarto de toda la vida, lo
exploró de arriba abajo de un vistazo, dejó las maletas junto
al armario y se acomodó en la cama para probarla.
—Oye, el colchón es bien cómodo y grande. Seguro que
podremos descansar sin invadir el espacio del otro —sugirió
sonriente cuando entré detrás de él resoplando.
—Eso espero… —respondí de morros.
No valía la pena discutir con él, ya que sabía que saldría
ganando, de modo que me resigné a dormir con Ariel.
Esperaba poder conciliar el sueño con él a mi lado y que mis
remordimientos no me desvelasen.
Mi abuela había preparado una deliciosa cena que
disfrutamos juntos en el salón charlando animadamente.
Tras la cena, estuvimos jugando durante horas al cinquillo,
su juego de cartas favorito, mientras Ariel le desvelaba a mi
yaya los trapos sucios de muchos famosillos que ella seguía
en televisión.
—Abuela, luego no vayas contando todo esto por ahí, que te
conozco —bromeé.
—Di que no, Rosa. Tú cuenta lo que quieras a quien quieras.
La información es poder.
Ariel le dio permiso, y mi abuela sonrió emocionada.
—Tranquilo, ya ha quedado con sus amigas por la mañana
para presentarte en sociedad y presumir de ti —añadió mi
madre.
—Entonces tendré que ponerme guapo —respondió
coqueto.
—Tú siempre estás guapo. No te hace falta —contestó mi
abuela con adoración.
Un rato después, sobre las doce y media, nos fuimos todos a
dormir. Ariel y yo nos tumbamos sobre el colchón y nos
arropamos con el edredón. Por suerte, como ahora
podíamos permitirnos tener la calefacción encendida las
veinticuatro horas del día, no hacía nada de frío en la
habitación. Más bien yo diría que hacía demasiado calor, de
modo que me destape un poco y me removí incómoda en la
cama.
—¿Qué te pasa? ¿No te fías de dormir conmigo? No voy a
tocarte un pelo, ¿eh? Puedes relajarte y descansar sin
problemas —me aseguró Ariel al percibir mi nerviosismo.
—Pero ¿qué dices? No es eso. Ya sé que no vas a propasarte
conmigo, pero es que no lo veo apropiado. Dormir juntos…
Ese no era mi plan —le expliqué.
—Es una cuestión de comodidad, aunque si lo prefieres me
voy al sofá. Es lo que iba a hacer desde el principio —
respondió tras encogerse de hombros.
—No, es igual. Déjalo. Buenas noches, Ariel —me despedí y
rápidamente le di la espalda para tratar de conciliar el
sueño.
Fue una noche extraña con Ariel a mi lado. Tardé un buen
rato en dormirme y, aun así, me desperté varias veces de
madrugada. Confusa en más de una ocasión, tuve que
recordarme a mí misma en mi soñolencia que no era Iván
quien descansaba a mi lado y que no podía acurrucarme
junto a él como solía hacer a menudo. En la tranquilidad del
dormitorio en el que había pasado los últimos años de mi
vida, más de una vez me paré a escuchar la pausada y
tranquila respiración de Ariel, que dormía a pierna suelta y
sin problemas. Ojalá yo pudiera decir lo mismo, pero me
estaba costando horrores descansar…
Me alegré cuando las luces del alba despuntaron en el
horizonte y se colaron en la habitación. Me levanté de la
cama y me asomé a la ventana con una sonrisa para
contemplar el campo que tanto había echado de menos.
Ariel se removió en la cama, se desperezó y me contempló
desde allí en mi camisón rosa de invierno.
—¡Qué sexy estás por la mañana! —me piropeó bromista al
ver mi despeinado cabello y mi rostro sin maquillaje.
—¡A levantarse y a desayunar! Nos espera un día lleno de
aventuras —le informé, y rápidamente salí del cuarto
dejándolo allí en la cama.
Tras el magnífico desayuno con zumo, tostadas, sobaos y
mantecados que nos sirvió mi abuela, todos nos arreglamos
para pasar un día en familia. Nuestra primera parada era la
Plaza Mayor de la villa, lugar donde mi abuela había
quedado con su grupo de amigas para presentarles a Ariel,
el flamante novio de su nieta. Allí nos dirigimos vistiendo
nuestras mejores galas, pues éramos conscientes de que
habría algún paparazi enviado al lugar para seguirnos con
discreción.
Las amigas de mi abuela se quedaron heladas cuando
finalmente Ariel apareció con su imponente presencia. Todas
coincidieron en que era muchísimo más atractivo y
arrebatador en persona que en la televisión. Lo acosaron a
preguntas, se tiraron fotos con él y lo achucharon hasta el
infinito. Sentí pena por el pobre que, pese al acoso de las
señoras, ponía buena cara todo el tiempo. Se corrió el rumor
de que ambos estábamos por allí y pronto tuvimos a un
séquito de fans haciendo cola para conseguir un autógrafo
nuestro y una foto en nuestra compañía, por lo que
pasamos horas en la plaza.
A la hora de comer, invité a mi madre, a mi abuela y a Ariel
a un restaurante italiano al que solíamos ir a menudo
cuando la economía lo permitía. Nos pusimos morados a
entrantes, pizzas y coronamos el menú con unos deliciosos
postres. Ariel, realmente lleno, dijo que sería un buen
momento para echarnos la siesta y descansar un poco hasta
la noche, de modo que volvimos a casa. Mientras él dormía
en mi cuarto y mi abuela veía una película en el salón, fui a
la cama de mi madre a tumbarme un rato con ella y a
hablar de temas personales.
Me preguntó por los estudios y le dije que no se preocupara,
que a pesar de tener poco tiempo, lo estaba aprobando todo
aunque no fuera con notas muy altas. Sacó también el tema
del futuro y le dije que seguía con la idea de ser
presentadora y que seguramente me sería fácil, ya que
ahora era nacionalmente conocida y estaba convencida de
que me lloverían las ofertas en su momento. Finalmente,
acabó saliendo un tema que pretendía evitar: los asuntos
del corazón.
—Hija, ¿cómo lleva tu novio todo lo de la televisión? —
inquirió mi madre.
—Lo mejor que puede, mamá, pero no es algo fácil. De
hecho, creo que cada día le cuesta más —resoplé tumbada
en la cama junto a ella.
—Amanda, cariño, ¿no se ha dado cuenta de nada? —
cuestionó dejándome perpleja, pues ni siquiera yo sabía a
qué se refería con esa pregunta.
—¿Qué quieres decir? ¿De qué tendría que darse cuenta? —
Arrugué el entrecejo, confusa.
—De que te gusta Ariel Guerra, mi niña —me soltó sin
miramientos dejándome con la boca abierta.
—¿Qué dices, mamá? No me gusta Ariel —respondí
indignada, aunque intentando controlar el tono de voz, ya
que él estaba en la habitación de al lado.
—Como si no te conociera… La forma en que lo miras dice
mucho de lo que sientes en realidad, pero no pasa nada.
Parece que es algo que todavía no has asimilado.
—¡Mamá…! —exclamé con fastidio tras haber sido cazada
por la mujer que me había criado, la persona que más me
conocía en el mundo y a quien nunca podría engañar—.
Mierda… ¿Tanto se nota? Está bien. Creo que tendré que
empezar a admitirlo —confesé con cara de circunstancias.
—Hija, no pasa nada. Es natural que entre dos personas que
pasan tanto tiempo juntas se despierten sentimientos.
—Mamá, me gusta Ariel, pero también quiero mucho a Iván.
Al principio, creí que podría con ello y que fingir sería fácil,
pero cada día me cuesta más contenerme. Por otro lado, sé
que Iván no se merece que lo traicione. No quiero hacerlo —
le expliqué desahogándome por fin, ya que no tenía fieles
amigas a las que pudiera contar la verdad.
—Amanda, no tienes que traicionar a nadie. Lo que debes
hacer es ser sincera con ese otro chico si te gusta Ariel y
estás dispuesta a salir con él de verdad —me aconsejó.
—Es que no sé si quiero salir con Ariel. Hay cosas de él que
me gustan, pero hay otras tantas que detesto. Estoy hecha
un verdadero lío… —resoplé—. Mamá, ¿qué debo hacer?
—No sé, Amanda, pero debes intentar aclararte cuanto
antes y no hacer daño a nadie mientras tanto. No hagas
ninguna tontería de la que puedas arrepentirte.
—Perfecto. Tus consejos suenan genial, pero no me ayudan
a decidir a quién quiero de verdad —refunfuñé enojada.
—A quien quieres realmente solo tú lo sabes. Pregúntatelo a
ti misma y toma una decisión —me dijo finalmente como si
fuera el oráculo de la verdad absoluta.
Consciente de que nada sacaría en claro con esa
conversación, decidí zanjar el tema y echarme una siesta
para descansar un poco.
Sobre las siete de la tarde, decidimos llevar a Ariel a hacer
un poco de turismo por el lugar. Subimos al Castillo de La
Mota para contemplar el bello paisaje primaveral y después
descendimos por la colina para enseñarle el Monasterio de
Santa Clara, así como otras construcciones religiosas que ni
siquiera sabía cómo se llamaban. Tuve que buscar sus
nombres e historia en Internet al tiempo que iba
mostrándoselas a Ariel, que me dijo que era una pésima
guía turística, ya que apenas conocía nada de mi propia
tierra.
—Espero que, si algún día vamos a Astorga, te sepas toda
su historia de cabo a rabo —respondí malhumorada tras su
gracioso comentario amistoso.
Medina no era un sitio especialmente grande, de modo que
abandonamos el turismo y nos sentamos a tomar algo en
una terraza de la Playa Mayor después de haber estado
echando un vistazo a los escaparates de las tiendas del
centro. Ariel le echó el ojo a una pastelería donde vendían
todo tipo de dulces de la zona. Me aseguró que se
compraría media tienda antes de volver a Madrid, ya que
era muy goloso.
Tras alargar nuestra estancia en la terraza, enlazamos con
la cena y pedimos unas tapas para llenar el estómago.
Charlamos, reímos como nunca y lo pasamos en grande
juntos. Ni siquiera me acordé de Iván en todo el día, y él
tampoco pareció pensar mucho en mí, dado que no me
escribió. Antes de volver a casa, le envié un mensaje para
preguntarle qué tal había pasado el día. Esperaba que no
tardase mucho en contestarme o me preocuparía
irremediablemente.
Sobre las once de la noche volvimos a casa llenos a
reventar. Ariel propuso que al día siguiente podíamos ir en
su coche a Valladolid y disfrutar de la ciudad. Él había ido
bastantes veces y se ofreció a hacernos de guía. Lo miré
con cara de pocos amigos cuando pronunció esas palabras
para picarme dado lo poco informativa que había sido al
mostrarle los monumentos más importantes de Medina,
pero después sonreí, ya que obviamente solo bromeaba
conmigo.
Sobra decir que lo pasamos realmente bien en Valladolid y
que no me habría importado alargar el plan un poco más de
tiempo, pero había que volver a casa después de un gran
día de turismo, compras y buena compañía. Al llegar,
comprobé que Iván acababa de responderme al mensaje
que le había enviado el día anterior. Le había llevado
veinticuatro horas contestar de forma breve y concisa que
únicamente había estado ensayando el jueves y el viernes a
falta de otros planes.
Percibí su sequedad y me preocupé de veras. A pesar de no
haber mostrado un gran enfado cuando le dije que había
invitado a Ariel a pasar el puente con mi familia en Medina,
estaba segura de que estaba tirante conmigo por ese tema.
Iván, salvo en alguna ocasión en la que dejaba escapar lo
que en realidad pensaba y sentía, solía tragarse sus
sentimientos para no echar más leña al fuego. De nuevo,
eso era lo que estaba haciendo.
A veces, a pesar de no querer una confrontación, me habría
gustado que me mostrara sus verdaderos celos como la
noche de la nevada, que luchara un poco por mí, pero
entonces seguro que me habría molestado que tratara de
tener control sobre mí y que me montara una escenita. En
el fondo, la culpa era toda mía. Por tener a dos hombres a
mis pies y no saber qué hacer, por no ser capaz de tomar
una maldita decisión y dejar de herirlos a los dos. Esa
noche, cuando posé la cabeza sobre la almohada, me sentí
un ser increíblemente perverso y egoísta.
46. ARIEL: EL MUNDO DE
AMANDA

Amanda le había confesado a su madre que yo le gustaba,


lo cual me tenía nervioso y pletórico al mismo tiempo. Dio la
casualidad de que me desperté de la siesta y fui al baño en
el momento indicado en el que ambas hablaban de ese
tema. No me gustaba poner el oído, pero me vi en la
obligación de fisgonear al escuchar mi nombre en la
conversación. Ella admitió que se encontraba en una
encrucijada, enamorada de su novio, pero, al mismo tiempo,
interesada en mí.
Quizá ese viaje era la oportunidad perfecta para volver a
intentarlo, ya que estábamos juntos todo el día. Bueno,
cierto es que no estábamos precisamente solos, pero esas
breves vacaciones estaban mejorando aún más las cosas
entre nosotros. Tan solo tenía que encontrar el momento
adecuado para volver a abrir mi corazón y expresar mis
verdaderos sentimientos. Puede que esta vez, con Amanda
más receptiva, se acabara decidiendo por mí y dejara al
perdedor de Iván.
Tras nuestro viaje a Valladolid, propuse otro plan turístico
para el sábado: Salamanca. Hacía tiempo que no iba y me
apetecía admirar la belleza monumental de esa increíble
ciudad que en el pasado había visitado en infinidad de
ocasiones con mi familia. Amanda, su madre y su abuela
estuvieron de acuerdo, ya que en Medina poco más había
que hacer. Allí nos dirigimos el sábado, y las horas volaron
como siempre que uno lo pasa bien.
Al volver de Salamanca, le propuse a Amanda un plan
nocturno de sábado para poder estar a solas unas horas, ya
que no esperaba que su madre y su abuela se apuntaran.
Había una discoteca en el centro de la ciudad que tenía
buenas opiniones. Ella me confirmó que el local no estaba
mal y que solía bailar allí cuando era adolescente, así que
accedió a ir aunque solo fuera por la nostalgia.
Amanda se enfundó en un precioso vestido azul eléctrico
que me trajo a la mente la primera vez que nos vimos. Se
maquilló para la ocasión y se contempló en el espejo de su
habitación luciendo tan bella como de costumbre.
—¿De verdad te apetece salir esta noche? A mí me da
mucha pereza después de pasar el día en Salamanca… —se
quejó mientras ultimaba su maquillaje con una brocha
gigantesca.
—Somos jóvenes, Amanda. Nunca he salido por la noche en
Medina y me apetece ver el ambiente —le dije desde la
cama, donde me hallaba tumbado cuan largo era.
—No es nada del otro mundo. Este es un sitio bastante
pequeño.
—Oye, ¿no tienes amigos por aquí? Para haberte convertido
en una chica tan popular, a veces me pareces un poco
solitaria —comenté, pues era algo que nunca le había
preguntado.
—Cuando iba al colegio y al instituto, tenía amigos en
Medina. Después, muchos de ellos se marcharon a estudiar
a otras ciudades y solo hablamos alguna que otra vez por
Facebook. Mis amigos de la carrera están en Valladolid, pero
reconozco que he pasado mucho de la gente desde que me
metí en esto. Si te digo la verdad, Ariel, yo no tengo ninguna
súper amiga como Verónica o como tú, que tienes a Paco.
Creo que las amistades van y vienen y me adapto a todo —
se sinceró conmigo.
—Así nunca estarás sola, pero tampoco podrás confiar en
nadie. Un mejor amigo siempre viene bien cuando se
necesita consejo.
—Siempre puedo hablar con mi madre de lo que necesite.
De todas formas, las decisiones importantes son cosa de
uno mismo —se justificó—. Bueno, ¿nos vamos o qué? —Me
apremió, pues ya estaba lista para quemar la pista.
Nos marchamos y primero la invité a tomar algo en la Plaza
Mayor. No pretendía emborracharla, pero se apretó un par
de cubatas bien cargados antes de entrar a la discoteca
sobre medianoche, así que ya iba bien calentita. Una
desatada Amanda entró al local con la fuerza de una
apisonadora, atrayendo todas las miradas y despertando las
envidias del personal.
Pronto se nos acercaron grupos de jóvenes, algunos incluso
conocidos de Amanda del instituto que demandaban un
poco de atención de dos estrellas como nosotros. Charlamos
con gente y lo pasamos bien durante unas horas mientras
escuchábamos música de lo más comercial, aunque
realmente adictiva y pegadiza. Sobre las tres de la
madrugada, yo con dos cubatas en la sangre y Amanda
habiendo alcanzado la friolera de cinco y bastante
perjudicada, me sonrió, me cogió de la mano y me sacó a la
pista a bailar.
Rodeó mi cuello con sus brazos y se contoneó sensual y
sugerente frente a mí, excitándome de inmediato. Esbocé
una pícara sonrisa y mis manos se dirigieron
instintivamente a su cintura. Aproximé su cuerpo al mío
para sentir su cercanía y le seguí el rollo, uniéndome a su
exótico baile. Una movida canción de reguetón nos unió, e
intoxicados por el alcohol que habíamos consumido, ambos
perdimos la noción del tiempo y dejamos de ser conscientes
de lo que sucedía a nuestro alrededor.
Amanda me agarró del cuello y me atacó de lleno,
mordiendo mi boca sin piedad. Sorprendido por el ímpetu
con el que me había besado, interpreté su gesto como una
señal y la besé inmediatamente después con más fervor
aún. El deseo nos consumió y pronto nos enzarzamos en
una erótica batalla en medio de la pista, a la vista de todos
los curiosos, sin embargo, ¿era eso una actuación o lo que
en realidad sentíamos? Por mi parte, no había nada de
fingido en mi comportamiento, no obstante, ¿qué pasaba
con Amanda? ¿Era ella sincera o estaba alimentando el
montaje?
No pude comprobarlo, ya que siempre había alguien
alrededor cuando nos besábamos, y en ese caso la
discoteca estaba abarrotada de mirones… Lo que sí estaba
claro era que esa noche Amanda le estaba poniendo un
toque especial a sus besos que no había percibido en
ocasiones anteriores, lo cual me dio esperanzas de que no
fuera fingido, de que lo deseara tanto como yo.
Volvimos a casa sobre las seis de la mañana en un taxi dado
lo borracha que estaba Amanda. Incapaz de entrar por su
propio pie en casa, la cogí al salir del coche y la subí en
brazos a casa. Esperaba que su madre y su abuela aún
siguieran durmiendo y que no nos pillaran de esa guisa.
Tuvimos suerte y pudimos llegar sanos y salvos a la
habitación, por lo que nos libramos de la regañina.
—Ariel… Vamos a bailar… —balbuceó Amanda
desorientada.
—Estás como una cuba. No tenía que haberte dejado beber
tanto —me lamenté tras tumbarla en la cama.
—¡Fiesta…! —exclamó riendo a carcajadas, y le hice una
señal para que bajara el tono.
—Ya has tenido fiesta suficiente por hoy. A dormir —ordené,
pero ella me ignoró.
—¿No vas a desnudarme? —me preguntó con voz sensual.
—¿Qué más quisiera? —murmuré por lo bajo—. Voy a
desnudarte, pero para que no se te arrugue el vestido y
duermas más cómoda.
Me acerqué a ella y la ayudé a incorporarse en la cama.
Bajo su atenta e intimidante mirada, desabroché la infinita
cremallera de su vestido, que iba de la espalda al trasero.
La ayudé a sacar los tirantes, se tumbó y terminé de sacar
la prenda por las piernas, dejándola en ropa interior.
Admiré su perfecto cuerpo, su desnudez solo cubierta por
un conjunto de sujetador y braga de color negro, pero
controlé mis crecientes ganas de acostarme con ella. Si lo
hacía, prefería que estuviera sobria para asegurarme de que
ella no cometía un error.
—Arrópate, que te vas a resfriar —ordené, y cubrí su cuerpo
con el edredón—. Intenta dormir un poco. En unas horas
volveremos a Madrid.
Sin volver a decir palabra, Amanda se acomodó y
rápidamente se durmió. Incapaz de conciliar el sueño por lo
sucedido, di vueltas en la cama más de una hora hasta que
caí rendido.
Amanda y yo dormimos hasta las doce de la mañana. Tras
seis horas de sueño reparador, ella volvía a ser casi la
misma de siempre y ni siquiera recordaba que yo le hubiera
quitado el vestido. Temí que tampoco recordara que nos
habíamos enrollado en la discoteca como nunca antes lo
habíamos hecho.
—¿A qué hora nos vamos a ir? —me preguntó mientras
desayunábamos en el salón a deshora.
—No más tarde de las seis. Estoy hecho polvo después de
salir por la noche.
—Lo mismo digo… —pronunció, y seguidamente se tomó
una pastilla para el dolor de cabeza—. ¿Te apetece que
demos una última vuelta por Medina? —sugirió, y yo asentí
con la cabeza.
Suertudo de mí, Raquel y Rosa se quedaron en casa
preparando la comida. Presentí que esa fue su excusa para
dejarnos un poco de tiempo a solas tras la confesión de
Amanda a su madre.
Amanda y yo paseamos por el centro de la ciudad y
después, sobre la una y media, decidimos subir de nuevo al
Castillo de la Mota. El lugar estaba desierto, pues se
acercaba la hora de la comida y la gente se encontraba
tomando el vermú en las terrazas de la Playa Mayor. Al fin
un poco de privacidad, que me venía de perlas para llevar la
conversación al terreno que me interesaba.
—Me da pena irme a casa. Ojalá pudiéramos quedarnos
unos días más, ¿no crees? —comentó ella contemplando
soñadora el castillo mientras paseábamos por los
alrededores.
—La verdad es que sí. He hecho muy buenas migas con tu
madre y con tu abuela. Quizá algún día hasta nos
convirtamos en familia —solté con valentía, y Amanda torció
el gesto.
—Ariel, otra vez no. —Negó con la cabeza advirtiéndome
para que no volviera a tocar el tema tabú que ya hablamos
cuando la invité a cenar en mi casa la última vez.
—No, no, no. Siempre igual. No me das un respiro —
comenté enojado.
—Creía que ese asunto ya había quedado claro. Tú y yo solo
somos compañeros de trabajo. Estamos bien. ¿Por qué lo
estropeas? —Se cruzó de brazos.
—¿Y lo de anoche qué? ¿Es que no te acuerdas? —le
recordé, pero dudaba que fuera capaz de visualizar lo que
pasó en la discoteca.
—No… No sé qué pasó —confesó con gesto confuso.
—Yo te lo diré. Nos enrollamos de forma tan salvaje que
hasta llegué a creer que me querías. ¿Acaso fingías? ¿Fue
todo mentira?
Amanda comenzó a mirar a todas partes en busca de
testigos.
—Tranquila, no hay nadie cerca. Hoy ni siquiera hay
paparazis a la caza de un beso, así que solo estamos tú y yo
—solté con fastidio.
—Ariel, lo siento, pero no sé muy bien lo que hice anoche…
—Oh, para tu información, tuve que llevarte a casa en taxi
de lo borracha que estabas. Cuando te tumbé en la cama,
me preguntaste si no iba a desnudarte.
—Joder… —Chasqueó la lengua, avergonzada por su
comportamiento—. Bueno, estaba claramente borracha. No
deberías tomarte en serio nada de lo que hice o dije anoche.
—Pues lo hago, Amanda. A lo mejor, soy un iluso y tengo la
estúpida esperanza de que algún día cambies de opinión y
me des una oportunidad. Creía que iba bien encaminado,
pero me equivocaba. Cada vez que saco el tema, lo único
que consigo es volver a la casilla de salida —me lamenté.
—Pues olvídate de ello de una vez… —respondió con fastidio
en la voz.
—¿Cómo voy a olvidarme si sé que me estás mintiendo?
¿Por qué te haces la dura y no confiesas de una vez lo que
sientes por mí? —La presioné, consciente de que me estaba
engañando.
La conversación con su madre era la prueba de ello, aunque
no quería tener que confesar que las había estado espiando.
Esperaba que Amanda admitiera la verdad antes de llegar a
ese punto.
—¿Tú qué vas a saber? —soltó una carcajada.
—Lo veo en tus ojos —respondí teatral para no revelar mis
fuentes.
—¿En mis ojos? ¿De dónde sacas esas pamplinas, Ariel? —
preguntó conteniendo la risa.
—Encima me vacilas… Mira, ¿sabes qué? ¡Vete al cuerno,
Amanda! ¿Qué cojones habré visto yo en ti? —exclamé con
verdadero enfado y eché a andar para alejarme de ella.
Tuve incluso deseos de largarme a Madrid en ese mismo
momento y de dejarla en tierra. Que se buscara la vida y se
pagase un taxi de vuelta a casa si lo único que iba a recibir
de ella eran sus burlas y su indiferencia.
—¡Ariel! ¡Ariel, espera! —gritó corriendo tras de mí, aunque
yo no me detuve.
—¡Déjame en paz! ¡Te vas a reír de quien yo te diga! —Me
zafé de su brazo cuando me alcanzó.
—¡Haz el favor de parar un momento! ¡Ariel, para, joder! —
exclamó con todas sus fuerzas, haciendo que me detuviera
en seco y me girase para enfrentarla.
Amanda y yo nos observamos unos instantes envueltos en
un incómodo silencio. Ella me contempló con pena al
principio, disculpándose con la mirada por no poder
corresponderme. Sin embargo, instantes después hizo algo
que me dejó perplejo.
Acarició mi rostro con ternura con su frágil mano, se puso
de puntillas, pues iba en planos, y besó mis labios despacio,
con gran delicadeza. Emocionado con su muestra de cariño,
rodeé su cintura y la atraje hacia mí para estrecharla entre
mis brazos. Ella me abrazó también y nos fundimos en un
apasionado beso que nos entretuvo unos minutos.
Por fin Amanda se había decidido a besarme sin nadie como
testigo, lo que significaba que no lo hacía para complacer a
nuestros admiradores, sino que realmente lo deseaba en lo
más profundo de su ser. Lo de la noche anterior, pese a
haber sido más intenso, no tenía ni punto de comparación
con la sensación de felicidad que me produjo saber que
Amanda sentía lo mismo que yo. No obstante, mi gozo no
duraría demasiado, porque ella se apartó de mí de repente.
—No, déjame hablar un segundo, por favor. —Me silenció
cuando estaba a punto de demandar otro beso—. Ariel,
tienes que comprender una cosa. Ahora mismo, por egoísta
que te parezca, no tengo claro a quién prefiero de los dos.
Por un lado, Iván es mi novio y lo quiero. Por otro lado, he
descubierto que contigo tengo una conexión muy especial
que no creí que existiera. Estos últimos meses juntos me
has demostrado que no eres como yo creía, que eres mucho
mejor de lo que pensé al principio. Aun así, tengo que tomar
una decisión, si es que estás de acuerdo en esperar —me
explicó con tranquilidad.
—Entonces, ¿por qué me has besado? —pregunté confuso.
—Quería besarte a solas para saber lo que siento. Creo que
es la primera vez que lo hago.
Tenía toda la razón. Era la primera vez que estábamos solo
nosotros dos. Ni siquiera el día que nos conocimos nos
libramos de tener público. Tampoco el día que el paparazi
captó nuestro beso a medias con su cámara desde la
distancia, ni la noche anterior en la discoteca. Tan solo nos
habíamos besado a solas el día que le hablé de mi problema
con las drogas, pero ella pensó que estábamos
acompañados.
—¿Qué opinas de esto? —inquirió esperando una respuesta.
—Ya me había hecho ilusiones de que ibas a dejar a ese
pringado… —respondí de forma despectiva, y ella me
dedicó una mirada de censura—. Amanda, me gustas
mucho, así que voy a apostar por nosotros. Esperaré hasta
que tomes una decisión —asentí, y ella sonrió.
—De acuerdo. Me parece bien. Eso sí, tenemos que dejar
clara una cosa. Hasta que decida, Iván sigue siendo mi
novio. Eso significa que todo seguirá como hasta ahora,
¿entendido? —dijo imponiendo sus normas.
—Sí, entiendo. Eso quiere decir que solo podremos darnos
cariño como hemos hecho hasta ahora, nunca en privado.
Que él podrá tenerte y yo no —pronuncié abatido.
—Ariel, si no estás conforme, entonces no tendré que tomar
ninguna decisión.
—Pues claro que quiero que tomes esa decisión, Amanda. Y
quiero que me elijas a mí. Voy a seguir esforzándome para
ello —reiteré a pesar de mis dudas sobre si aquello
funcionaría.
—Muy bien. ¿Cuánto tengo de plazo? —me preguntó como
si elegir entre dos personas fuera una mera transacción.
—No mucho. Antes de que tomemos caminos separados y
empecemos a vernos solo en televisión para pelear.
—Está bien. Lo haremos así —asintió conforme.
—¿Puedes…? ¿Puedes besarme de nuevo una última vez? —
supliqué, consciente de que tendría que contener mis ganas
de besarla cada vez que estuviéramos a solas.
Ella, con ternura, volvió a besarme como antes. Me empapé
de su esencia tanto como pude y la solté deseando ser el
ganador de su amor.
—¿Volvemos? Seguro que ya está lista la comida —sugirió, y
yo asentí con la cabeza.
De regreso a casa, mientras conducía hacia Madrid, mi
mente era un torbellino de dudas al volante. Amanda no
parecía tener problema, ya que dormía despreocupada en el
asiento del copiloto, pero yo meditaba sobre si había hecho
lo correcto al acceder a esperar por ella.
Analizando la situación con calma, era absurdo que alguien
como yo, que podía tener en su cama a cualquier mujer que
se propusiera, fuera a torturarse de ese modo tan infernal
por una chica en particular. Debía de estarme volviendo loco
para prestarme a esa insensatez. No obstante, cuando
comparaba a todas las demás con Amanda, ella me parecía
la única que valía la pena y por la que debía luchar. Si hasta
ahora no me había interesado de verdad por nadie, era
porque no había dado con la persona correcta. Dejarla
escapar sería más descabellado que aguardar a ser el
elegido.
Ahora bien, estaba convencido de que no sería tarea fácil y
de que la paciencia para nada me garantizaba el éxito. Las
tornas habían cambiado y, a partir de ese momento, sería
yo quien sufriría sabiendo que, mientras ella se decidía,
seguiría acostándose con su novio y fingiendo normalidad
para que él no sospechara lo que se traía entre manos. Me
lamenté por haberme reído en tantas ocasiones de Iván y
haber subestimado el poder de los celos que ahora sentía
en mis propias carnes. Él era un tío pacífico y sosegado
salvo cuando bebía de más, por lo que aguantaba como un
campeón ver a Amanda conmigo. Por mi parte, esperaba
poder controlar mi rabia interior y no hacer ninguna
tontería…
—He pasado un puente magnífico, Amanda —confesé con
sinceridad aparcado frente a su casa.
—Yo también. ¿Nos vemos pronto? —sonrió con timidez.
—Claro. Mañana mismo en plató —contesté.
Se produjo un silencio incómodo entre nosotros que
presentía que sería nuestra nueva normalidad.
—Vamos a ver si Carmelo no me toca mucho los huevos. Ya
viste que el último día se pasó tres pueblos —comenté para
eliminar la tensión de la situación.
Me esforzaría en fomentar nuestra relación amistosa para
así sobrellevar mejor la espera.
—Conmigo no se pasa un pelo. Ya sabe que, si tengo que
ponerlo en su sitio, no me tiembla el pulso —bromeó
Amanda haciendo alusión a su segunda aparición televisiva
—. Me voy. Tengo que estudiar un poco… —Se adelantó y
me plantó un sonoro beso en la mejilla antes de bajar del
coche.
Conduje hasta casa y me encontré a Paco allí por sorpresa.
Había pedido sushi para cenar conmigo y que le pusiera al
tanto de la situación, ya que le había escrito que tenía
jugosas novedades. Mi buen amigo escuchó mis aventuras
del puente con gran atención y al terminar me dijo lo que yo
ya sabía. Que estaba loco y que toda esta mierda me
acabaría pasando factura, pero el iluso dentro de mí estaba
plenamente convencido de que todo saldría bien al final.
47. VERÓNICA: EL HOMBRE
SILENCIOSO

Después de semanas de mensajes infructuosos, Jussi sacó


el coraje suficiente para pedirme una cita que acepté de
buen grado, pues ese había sido mi propósito inicial. Le
había costado Dios y ayuda decidirse a dar el paso, pero ya
sabía de antemano que era un hombre extremadamente
tímido y estaba dispuesta a lidiar con ello.
Quedamos un jueves por la tarde que no había ensayo para
dar una vuelta por el centro y tomar algo por ahí. Me puse
uno de mis corsés favoritos y una minifalda con medias de
rejilla. Busqué en el armario y encontré unos zapatos más
elegantes de lo normal, así como un estiloso abrigo negro
que mi madre me había regalado hacía varios cumpleaños.
Recreé un sobrecargado maquillaje que le había visto a
Sharon den Adel, vocalista de Within Temptation, y me
contemplé en el espejo con una sonrisa.
Me encontré a Iván en el salón cuando me disponía a
marcharme. Por una vez, Amanda le había abierto la puerta,
no obstante, se fue de inmediato tras despedirse fríamente
de su novio. Se conoce que, desde que ella se había llevado
a Ariel a visitar a su familia, las cosas entre ellos no
terminaban de recomponerse.
—¡Verónica! ¿Qué planes tenemos hoy? —me preguntó Iván
tan dicharachero como habitualmente, pues conmigo no
había limitado su simpatía.
—No sé tú. Yo voy a salir. Tengo una cita —comuniqué algo
avergonzada, pero no me quedaba más remedio que serle
sincera.
—¿Una cita? ¿Y eso? —Se sorprendió, pero yo me encogí de
hombros.
—¿No puedo tener una cita? Voy a salir con alguien, así que
hoy tendrás que entretenerte solo. Puedes quedarte aquí si
quieres. Ya sabes dónde está la comida —le dije
despreocupada.
—Alto ahí. ¿Vas a dejarme tirado por una cita? Creí que
íbamos a hacer algo guay juntos —soltó egoístamente,
como si la tonta de Verónica fuera su bufón particular y su
misión entretenerlo.
Me guardé ese pensamiento para mis adentros, ya que no
quería discutir con él.
—Sí, voy a dejarte tirado. Lo mismo que harías tú si Amanda
no estuviera ocupada. Lo siento, Iván, pero tengo que mirar
por mi propio bienestar. Lo entiendes, ¿verdad? Además,
¿por qué ya nunca sales con tus amigos de la universidad?
Seguro que estarían encantados.
—Aunque suene a chantaje emocional, últimamente me lo
paso mejor contigo —confesó, pero no dejé que sus
cumplidos me hicieran cambiar de opinión—. ¿Y con quién
has quedado? ¿Lo conozco?
—No pienso decirte quién es —respondí con fastidio.
—Estoy convencido de que tiene que ser alguien del grupo.
Déjame adivinar… Está claro que no soy yo.
—Excelente observación. —Levanté el pulgar en señal de
burla.
¡Pues claro que no era él! Estaba decidido a tocarme bien
las narices antes de marcharme.
—Marko tampoco puede ser. Kitty te mataría en ese caso,
así que solo nos quedan tres caballeros. Bruno es un poco
mayor para ti. ¿Qué edad tiene?
—Treinta y cinco —respondí tras cruzar los brazos sobre el
pecho.
—Vale, Jussi es más o menos de su quinta, así que tiene que
ser Javier —afirmó erróneamente, y yo solté una carcajada.
—Jussi tiene treinta. —Negué con la cabeza y puse los ojos
en blanco—. No es tan mayor.
—No jodas que has quedado con Jussi —me dijo con una
sonrisilla dibujada en el rostro.
—Sí. ¿Algún problema? —pregunté enojada, y él borró la
sonrisa de su cara.
—No, que va. Es solo que…
—¿Qué?
—¿Jussi? Verónica, creo que no lo he oído hablar una sola
vez desde que me uní a la banda. Es como un fantasma.
Tiene menos personalidad que una lata de berberechos —
exageró.
—¿Sí? Pues me da igual. He quedado con Jussi y no vas a
joderme la tarde. ¡Entretente solito! —respondí enfadada,
me puse el abrigo y me marché dejando allí a Iván.
De camino al centro, sentada en el vagón del metro, pensé
en sus palabras y en la razón que tenía. No obstante, quizá
Jussi me sorprendiera y fuese más elocuente de lo que yo
esperaba. No quería que Iván y su pesimismo empañaran
mi cita y me hiciesen enfrentarla de forma negativa. Trataría
por todos los medios de buscar cosas positivas en Jussi y lo
conseguiría.
Al llegar a Sol, lo busqué a la salida de la gran cúpula que
Kitty y yo siempre comparábamos con una ballena
gigantesca. Allí estaba, con sus negros y largos cabellos
saludándome desde la distancia con timidez. Su
inconfundible atuendo gótico le hacía destacar en la
colorida multitud a pesar de no desearlo. Me aproximé a él y
nos dimos dos castos besos en la mejilla.
—Hola, Verónica. ¿Qué tal? —me preguntó.
—Genial. Al fin aquí, después de tanto tiempo hablando por
mensaje. Se me hace un poco raro, ya que luego tampoco
hablamos en los ensayos… —pronuncié para romper el
hielo, y Jussi tan solo asintió y sonrió—. ¿Damos una vuelta?
Él estuvo de acuerdo y fuimos a pasear un rato por las
calles de Madrid. Visitamos un par de tiendas de ropa y de
videojuegos, puesto que era un gran aficionado que pasaba
las horas muertas jugando cuando no ensayaba.
—A lo mejor te vendría bien salir un poco más por ahí y
abrirte a nuevas experiencias —le sugerí, y él me miró con
sus penetrantes ojos color azul hielo y sonrió sin más.
Me tomé mi tiempo para contemplar sus bonitas facciones y
estudiarlas con detenimiento mientras buscaba videojuegos
de segunda mano. En realidad, Jussi era bastante atractivo,
más incluso que Marko, pero su personalidad no atraía a las
mujeres. Quizá era su incapacidad de mantener una
conversación lo que más las espantaba.
—Dime, Jussi, ¿has tenido otras relaciones en el pasado? —
le pregunté cuando paramos a tomar algo en un Starbucks.
—No muchas, la verdad —me confesó.
—¿Cuántas? Oye, no tienes que avergonzarte. Yo solo salí
con un compañero de clase —manifesté resuelta.
—Tuve una novia hace unos años, pero la cosa no terminó
muy bien —mencionó.
—Háblame de ti, Jussi. Cuéntame cosas de Finlandia. Algún
día me encantaría ir. ¿De qué ciudad sois Marko y tú?
—De Tampere, que está al sur.
Me quedé expectante deseando que hablara más, pero se
detuvo ahí y tuve que volver a animarlo.
—¿Y qué más? Quiero saber cosas de ti. Quiero conocerte.
Ayúdame —le supliqué con una fingida sonrisa de
amabilidad.
Conseguí que me diera algunos detalles más sobre su
infancia en Finlandia, el magnífico sistema educativo, sus
amigos, a los que tuvo que dejar atrás cuando se mudaron a
España en su adolescencia, y lo mucho que le costó
adaptarse al país dada su naturaleza reservada. También
me habló un poco de sus aficiones, aunque, además de la
música y los videojuegos, no había mucho más que le
gustara hacer salvo ver películas de acción.
Si tuviera que asignar un porcentaje a cada uno de nosotros
con respecto a lo que hablamos esa tarde, diría que el
noventa por ciento de las palabras salieron de mi boca y el
diez por ciento restante de la suya. Lo cierto es que me
costó horrores mantener la conversación activa, porque
Jussi respondía vagamente y había que sacarle las palabras
y alentarlo a hablar constantemente, lo cual era agotador.
Más de una vez se produjo un silencio incómodo que pude
solventar con maestría. En mi caso, no había término medio.
Luis hablaba tanto y de temas tan estúpidos que me aburría
soberanamente, y Jussi podría haber pasado por mudo sin
mucho esfuerzo.
Después de merendar en Starbucks, estuvimos paseando
sin rumbo un rato más y terminamos en los Jardines de
Sabatini junto al Palacio Real. Allí, a pesar de que aún
refrescaba al ser principios de abril, nos sentamos en uno
de los bancos no precisamente a charlar, sino a contemplar
el maravilloso lienzo que dibujaba el verde de la vegetación
en contraste con el color marfil del palacio.
—¿Qué tal? ¿Qué te ha parecido la cita? —le pregunté para
hacer balance.
—Me lo he pasado muy bien —respondió sonrojándose.
—Me alegro —contesté, pues tampoco quería decirle que yo
también y mentirle.
Lo cierto es que, a pesar de todo, la cita era bastante
mejorable. Quizá con el tiempo la cosa evolucionaría y Jussi
se abriría un poco más a mí, pero, por el momento, no
estaba impresionada.
—Me gustaría que quedáramos otro día. ¿Qué te parece? —
sugirió con la voz entrecortada de la vergüenza.
—¡Claro! Me parece bien —asentí animada.
—Genial.
—No estaría mal que también habláramos en los ensayos. O
a lo mejor no quieres que los demás se enteren de que
hemos tenido una cita.
—No, no me importa. Está bien.
Fue entonces cuando volvió a producirse otro silencio
incómodo, pero Jussi me sorprendió y llenó el vacío
acercándose más a mí y dándome un rápido beso en los
labios que me cogió por sorpresa.
—¡Vaya! Ya creía que me iría a casa sin un premio. ¿Me das
otro más generoso para que el efecto me dure a la vuelta?
—inquirí juguetona con una sonrisa, y él accedió.
Sostuvo mi cara entre sus manos y cerré los ojos para
recibir el beso más sensual que me habían dado hasta la
fecha. No era difícil superar los babosos besos de Luis, pero
tenía que reconocer que la delicadeza y elegancia de ese
beso me dejaron perpleja al venir de Jussi, alguien que yo
consideraba prácticamente inexperimentado. Claro que
quizá la novia que había tenido hace años le había bastado
para aprender.
Con ganas de más, lo miré embobada y le pedí otro beso, y
después de ese, otro más. Pasaron veinte minutos y aún
seguíamos sentados en el banco intercambiando saliva sin
reparar en la hora, los besos cada vez más húmedos y
sensuales. Reconozco que enrollarnos me puso realmente
cachonda y a punto estuve de preguntarle si quería venir
conmigo a casa a terminar lo que habíamos empezado, pero
decidí no estropear la cita después de lo mucho que había
mejorado en cuestión de media hora y volver a casa con
buen sabor de boca, nunca mejor dicho.
Cuando llegué sobre las diez de la noche, me encontré a
Iván justo saliendo del baño. Me pegué un susto de muerte
al no esperarlo allí, ya que pensé que habría hecho otros
planes en mi ausencia.
—¡Diablos! ¡Me has asustado! —exclamé cuando lo vi—. ¿Te
has quedado aquí toda la tarde?
—Dijiste que podía quedarme. Te he tomado la palabra —
dijo encogiéndose de hombros—. ¿Sabes? No es fácil hacer
planes de última hora.
—Excusas… —comenté, y me quité el abrigo en medio del
pasillo.
—¿Qué tal tu cita con Jussi? —inquirió curioso, más bien
dicho cotilla.
—Bien. Hemos estado paseando por el centro y después
merendando en Starbucks. No ha estado nada mal para ser
la primera vez que quedamos —confesé más contenta
después del magreo que tanto me hacía falta dada mi
sequia sexual.
Está claro que una no puede vivir únicamente de fantasías.
—¡Vaya! Entonces, ¿has conseguido hacer hablar al
fantasma? —preguntó malintencionado.
—Sí, y no solo he conseguido hacerle hablar. También besar.
Le lancé un dardo envenenado con una pícara sonrisa
que pareció escocerle.
—Venga ya… ¿En serio? —demandó incrédulo.
—Ajá. Y no lo hace nada mal, por cierto. Si me disculpas,
voy a escurrir mis bragas en el fregadero. Las traigo
empapadas —bromeé siendo tan explícita como pude para
provocarlo.
Funcionó, ya que Iván me dedicó un gesto de desagrado
que analicé a solas en mi habitación cuando trataba de
dormirme horas después. ¿Cabía la posibilidad de que
estuviera celoso de Jussi porque ahora acaparaba toda mi
atención? Desde luego que eso es lo que me pareció cuando
llegué, y más aún cuando hice la referencia sexual.
De repente, me sentí poderosa y se me ocurrió que, al
tiempo que lo pasaba bien con Jussi, podría poner a Iván a
prueba y ver si movía ficha por mí. Lo consideré un dos por
uno, ya que mataría dos pájaros de un tiro si seguía viendo
a Jussi. Al fin y al cabo, la cita no había ido mal y un poco de
sexo mejoraría el asunto de forma considerable. Estaba
prácticamente segura de ello, así que le escribí un mensaje
proponiendo nuestro segundo encuentro.
Un par de días después, volvimos a quedar por el centro
cuando él encontró un hueco. Por si no lo había mencionado
antes, Jussi trabajaba en una fábrica de muebles
artesanales, por lo que no tenía todo el tiempo del mundo.
Según comentaba Marko, era todo un manitas y le daba a
cada pieza su toque personal. Sus jefes estaban realmente
contentos con él, pero el sueldo no era gran cosa y aún
seguía viviendo con sus padres. Es por ello que, después de
repetir el plan del último día, propuse ir a mi casa a
dedicarnos un poco de tiempo en privado.
No esperaba que precisamente esa tarde Iván estuviera allí
con Amanda viendo una película en el salón, pero traté de
no amargarme con el asunto. Para evitar que Jussi pudiera
reconocer a Amanda de la televisión, aunque dudaba que lo
hiciera porque detestaba esos asquerosos programas, fui yo
sola al salón a saludar a la parejita feliz.
—¡Qué contenta te veo, Verónica! ¿Tienes compañía? —
Amanda me guiñó el ojo, más simpática que de costumbre.
—Lo cierto es que sí. Jussi y yo estaremos en mi habitación.
Se ruega no molestar —mencioné con una risilla tonta, e
Iván evitó mi mirada y lanzó un suspiro—. Hasta luego,
tortolitos —me despedí y me marché a mi cuarto, donde
Jussi me esperaba impaciente.
Me olvidé por completo de que Iván, el amor de mi vida,
estaba en el salón con su novia en cuanto Jussi se acercó a
mí y me besó con ternura y lentitud. Hacía meses que no
me acostaba con nadie y estaba deseosa de que me hiciera
todo lo que se le ocurriese. Se lo susurré al oído y él sonrió
tímidamente, no obstante, estaba casi convencida de que
cuando calentara como es debido, me haría disfrutar como
Luis nunca lo había hecho.
Me quitó la ropa lentamente y en silencio hasta dejarme
desnuda por completo. Admiró mi menudo cuerpo y me
pidió que hiciera lo mismo con él. Obedecí y pronto
estuvimos frente a frente, dispuestos a disfrutar el uno del
otro. Jussi acarició mis diminutos pechos y después mi
cintura, atrayéndome hacia sí para besarme en los labios al
tiempo que me abrazaba con dulzura.
Me tumbó en la cama y se colocó encima de mí. Su cuerpo,
aunque considerablemente más grande que el mío, era
bastante más apetecible que el de Luis. Estaba claro que no
era Iván, pero Jussi tampoco estaba nada mal. Me acarició
de arriba abajo tomándose su tiempo y con toda la calma y
tranquilidad del mundo, hecho que me hizo relajarme al
máximo como nunca antes lo había hecho. Después de unos
maravillosos preliminares en los que no tuve que sustituir a
Jussi por nadie más en mi mente, entró en mí con una
facilidad pasmosa.
Me abandoné a sus constantes besos y caricias, que se
prolongaron durante toda la penetración contribuyendo a
producirme mayor placer. Tal y como deduje, Jussi había
aprovechado bien su tiempo con la única novia que tuvo,
porque sabía perfectamente hacer vibrar a una mujer y
satisfacerla en la cama sin necesidad de decir una sola
palabra, sin siquiera hacer un ruido que indicara si él
también disfrutaba. Ese día, egoísta de mí, solo me
preocupé de mi propio placer y de no gemir demasiado
fuerte para que Iván no me escuchara. Aunque quisiera
causarle celos, en el fondo me daba verdadera vergüenza
que me oyera.
Al terminar, Jussi me contempló con sus ojos de hielo y
sonrió al ver que me había gustado. Seguidamente, apoyó
su cabeza en mi pecho para descansar. Acaricié su largo
cabello con ternura durante un rato y él se acabó durmiendo
sobre mí. Inmediatamente después y con Jussi traspuesto,
mi mente me traicionó y me trajo el recuerdo de Iván para
torturarme, para arrebatarme la felicidad momentánea que
había sentido junto a mi acompañante masculino.
Mi mente me recordó que el sexo satisfactorio no sería
suficiente para sustituir el amor que sentía por Iván, a quien
llevaba meses adorando en secreto y con el que tantos
buenos momentos había vivido. Por más que me esforzara,
si él estaba cerca no tendría la paz que Jussi me había
brindado, porque su poderoso influjo llegaría hasta mí en el
momento más inesperado. Era inevitable. No había
escapatoria si él no desaparecía para siempre.
48. IVÁN: CONCURSO DE
CANCIONES

Verónica se pasó horas en la habitación con Jussi hasta que


salió al servicio con una bata cubriendo su cuerpo, por lo
que intuí que estaba desnuda. Si lo estaba, significaba que
se había deshecho de su ropa para el soso de Jussi, que
para nada se merecía a una chica tan guay como ella. No es
que la vida sexual de Verónica fuera de mi incumbencia,
pero me daba rabia que se conformara con tan poco. Ella
desde luego que podía aspirar a alguien mucho más
interesante y extrovertido.
Por otro lado, debo reconocer que me molestaba que, al
igual que Amanda, me hubiera dejado tirado por otro tío.
Como amiga mía que era, contaba con ella para organizar
mi tiempo libre y disfrutar de su compañía. Con el incordio
de Jussi de por medio, tendría que buscar una distracción en
otra parte y puede que incluso volver a estar a expensas de
los monótonos planes que organizaban mis compañeros de
universidad.
Un día que Verónica sacó un poco de tiempo para mí en su
apretada agenda, le comenté lo que pensaba por si podía
hacerle cambiar de opinión.
—Eres un egoísta, Iván —respondió cuando le dije lo que
pensaba sobre su relación—. Me sorprendes cada día más.
Te comportas como un niño celoso solo porque ya no me
paso el día contigo. Yo también tengo una vida, ¿sabes?
Tengo derecho a salir con quien me dé la gana y a
equivocarme. No vuelvas a decirme que me merezco a
alguien mejor. ¿Dónde está ese alguien? ¡Dime! —preguntó
enojada.
—Estoy seguro de que aparecerá tarde o temprano si tienes
un poco de paciencia —respondí apaciguador.
—¡Y una mierda! Ya te expliqué lo del salmón y las lentejas.
Me aconsejaste que buscara algo intermedio y lo he hecho.
No sé dónde ves el problema. Dime, Iván, ¿crees que yo
podría tener a alguien como tú, por ejemplo? ¡Responde! —
Me apremió con mal genio.
—¿Alguien como yo? —pregunté confuso.
—¡No te hagas el tonto! Sabes perfectamente a qué me
refiero. En este mundo hay gente atractiva y gente no tan
afortunada. Tú perteneces al primer grupo y yo al segundo.
Es tan sencillo como eso —me explicó un tanto alterada.
—Si tú lo dices… —respondí con escepticismo, pues nunca
me había creído tan atractivo como la gente decía.
—Iván, te pido por favor que te metas en tus asuntos y que
dejes de amargarme. Mantente al margen —me pidió más
calmada, y yo asentí molesto tras su rapapolvo.
Está bien. Si Verónica no se daba cuenta de las cosas y de
que yo tenía razón con respecto a Jussi, entonces no
volvería a mencionar el tema y dejaría que las cosas
cayeran por su propio peso. Me centré en la música dado el
abandono que sufría por parte de todo el mundo, y
curioseando en Internet encontré la respuesta a mis
problemas.
Me topé con una página donde se anunciaba un concurso de
canciones para poner banda sonora a un anuncio de
refrescos. En las bases se especificaba que buscaban una
canción de rock cañero cuya duración no sobrepasara los
tres minutos y que contase con voces masculinas y
femeninas. El premio consistía en una recompensa en
metálico, diez mil euros, así como la posibilidad de grabar
un disco. Por supuesto, la canción sonaría en el anuncio y se
convertiría en viral, pues era una marca realmente popular
y conocida. No me lo pensé dos veces e imprimí las bases
del concurso para comentárselo a los miembros de mi
grupo.
Esa misma tarde, antes del ensayo, les hablé de la opción
de participar si les apetecía. Todos estuvieron de acuerdo, a
excepción de Marko.
—Marko, por favor, es una gran oportunidad. Piénsalo bien.
El plazo termina en una semana. Aún tenemos tiempo —le
pedí con ojos de cordero degollado para tratar de
convencerlo.
—Marko, Iván tiene razón. Necesitamos un pequeño
empujón para darnos a conocer —intervino Kitty para
ayudarme.
—Ya nos conocen. Tenemos un público que viene a vernos
cada semana, que nos apoya y nos valora. ¿Vamos a
meternos en este rollo de la música comercial a estas
alturas?
—El público sería mucho mayor. Imagina el alcance que
tendríamos. ¿Qué te parece si hacemos una fusión? Rock
con unos toques de metal sinfónico. Podría quedar cojonudo
—propuse esperanzado.
—Joder, Iván… Hoy te has propuesto tocarme los huevos
con la mierda esta del concurso. —Marko negó con la
cabeza, contrariado.
—Yo creo que no es mala idea —habló Jussi dejándome
sorprendido—. Podríamos intentarlo. Abre la mente, Marko.
Lo contemplé con esperanza, pues quizá él podría
convencer a su hermano pequeño de que el concurso era
justo lo que necesitábamos. Verónica, sentada sobre sus
rodillas, me dirigió una mirada de resentimiento. Se conoce
que aún seguía molesta tras mi consejo de que buscara a
alguien mejor. Yo solo me fijé en que apenas había salido
con Jussi un par de veces y ya se mostraban así de
acaramelados en público.
—Joder, Jussi… ¿Tú también? O sea que estáis todos contra
mí, ¿verdad?
El resto de los miembros del grupo evitó su mirada,
confirmando sus sospechas.
—Ya veo… —Hizo una pausa antes de hablar de nuevo—.
¡Está bien! Participaremos en el concurso si tantas ganas
tenéis. De todos modos, estáis dando por hecho que vamos
a ganar —se burló—. Mandaremos esa maldita canción si es
que así consigo que me dejéis en paz. —Se levantó y se
marchó al escenario en solitario, costumbre que tenía
cuando se enojaba por algo.
Todos sonreímos complacidos y Jussi acarició la espalda de
Verónica con ternura y le dio un ñoño beso en los labios que
me pareció un tanto repulsivo. Nueve años le sacaba a mi
amiga, que parecía una cría de quince al lado de un tío
hecho y derecho que ya había entrado en la treintena.
Cualquiera habría pensado que Jussi había sacado a su
hermanita pequeña a pasear.
Al día siguiente nos pusimos manos a la obra para
componer la canción para el concurso. Decidimos escribir la
letra en inglés y hacerla pegadiza y rítmica, aunque sin
olvidar el toque de metal sinfónico que la haría destacar
entre las demás. Entre todos, fuimos uniendo ideas y le
dimos forma a nuestra mejor creación. Se trataba de una
canción que hablaba de una ruptura amorosa y cómo
renacer de las cenizas tras hundirse en el abismo.
Optimismo a tope para impresionar a los jueces del
concurso, que era de lo que se trataba, al fin y al cabo.
Una vez que estuvo escrita, Kitty y yo ensayamos la letra y
la grabamos para enviar la maqueta antes de que finalizara
el plazo de inscripción. Cuando todo estuvo terminado, esa
misma tarde decidimos celebrar con unas cañas que ya
podíamos relajarnos después de días de intenso trabajo
para dar forma a nuestro proyecto más ambicioso hasta la
fecha. Brindamos porque la suerte estuviera de nuestra
parte y nos despedimos para marcharnos a casa después de
bastantes cervezas.
—Buenas noches. Que descanses —se despidió Verónica de
Jussi, pues iban a tomar caminos separados.
Todos a excepción de Verónica y yo iban en la misma
dirección, así que pronto nos quedamos a solas. La tensión
aún era palpable entre nosotros desde nuestra pequeña
discusión, pues no habíamos vuelto a hablar del tema.
—¿Vas a tu casa o a la mía? —me preguntó fingiendo
indiferencia.
—Depende. ¿A dónde quieres que vaya? —respondí burlón.
Ella puso los ojos en blanco y ocultó una sonrisa.
—Donde tú quieras ir. Yo nunca te digo lo que debes hacer,
a diferencia de lo que sueles hacer tú.
—Qué mal, soy un entrometido… —Negué con la cabeza en
señal de desaprobación.
—Lo eres —afirmó con convicción.
—Lo cierto es que no tengo muy claro qué camino quiero
tomar. Porque podría ir a tu casa si me sintiera bienvenido,
pero también podría volver a la mía si vas a estar cabreada
—reflexioné sin saber muy bien qué hacer.
—Yo no estoy cabreada, Iván. Prometo olvidarme de lo que
dijiste y punto. Solo te pido que no vuelvas a entrometerte
de esa forma ni a opinar de lo que no sabes.
—Está bien. Siento haber opinado sin permiso. Todos
cometemos errores, pero lo importante es saber admitirlos
—me disculpé, ya que no me gustaba estar tirante con
Verónica.
—Han estrenado una nueva serie que podría estar bien. ¿Te
apuntas entonces?
Asentí sonriente y pusimos rumbo a su casa juntos.
Los ensayos continuaron desarrollándose con normalidad
cuando concluimos con el tema de la canción que nos había
quitado el sueño durante una semana entera. Ahora solo
quedaba esperar a que sucediera el milagro y ganáramos,
aunque era consciente de que la competencia no nos lo
pondría nada fácil. Quizá estaba haciéndome demasiadas
ilusiones y acabaría llevándome un chasco, pero la
esperanza es lo último que se pierde.
Mi relación con los otros miembros del grupo siempre había
sido ejemplar, pero, desde que Jussi salía con Verónica, no
era capaz de mirarlo con otros ojos que no fueran
acusadores, a pesar de que tampoco estaba haciendo nada
malo. Sí, le sacaba nueve años a Verónica, pero no era la
primera vez que una chica salía con alguien mayor. Aun así,
mi animadversión hacia él creció exponencialmente ensayo
tras ensayo, y cada vez que hacía alguna sugerencia yo lo
cuestionaba y le llevaba la contraria todo cuanto podía.
Jussi, tan calmado como siempre, jamás se enzarzaba en
discusiones de ningún tipo, lo cual jugaba en su favor. En el
fondo, lo único que conseguía con mis ataques era irme
cabreado a casa.
Un día, Verónica y yo estábamos a punto de irnos al bar,
pues había actuación esa noche. Quizá para recuperar un
poco su atención, la cual sentía que estaba perdiendo poco
a poco, le hice una petición que en otras circunstancias no
se me habría siquiera pasado por la cabeza.
—Verónica, ¿podrías pintarme los ojos? —le pedí, ya que
Marko y los demás miembros masculinos del grupo siempre
iban maquillados.
—¿En serio? Creía que eso no iba contigo —manifestó
sorprendida.
—Me gustaría probar. Soy el único que desentona en la
banda y, ya que los demás han hecho un esfuerzo por
aceptarme, ¿qué menos que eso? Es solo un poco de
maquillaje.
—Está bien. Ven a mi cuarto. Allí tengo las pinturas. —Me
apremió, y allí nos dirigimos—. Siéntate en la cama.
Obedecí y me senté en el santuario donde Verónica y Jussi
solían retozar. Solo esperaba que no hubiera restos de su
semen en la colcha… Mi amiga sacó su arsenal de
maquillaje y cogió un par de productos para ponerme
guapo.
—Cierra los ojos —me pidió.
En seguida noté una pequeña brocha sobre mis párpados
que me hacía cosquillas.
—¿Lo quieres suave o muy marcado? —preguntó mientras
trabajaba.
—A ser posible, no muy cantoso. Es la primera vez que me
maquillo y no quiero asustarme cuando me mire al espejo.
Verónica soltó una leve carcajada y siguió a lo suyo.
—Te he puesto sombra de ojos negra difuminada. Ahora voy
a ponerte un poco de lápiz en la línea de agua para
intensificar el efecto ahumado —me informó.
—¿Ahumado? ¿Soy un salmón o qué? —bromeé, ya que a
ella le gustaba tanto hablar de comida cuando se refería a
la belleza.
—Eres un salmón. Yo soy un plato de lentejas. Normalmente
uno come lo que es, que es lo que se puede permitir. Abre
los ojos —indicó muy concentrada.
Al abrir los ojos, me topé de lleno con los suyos, grises y
penetrantes, mirándome con fijeza.
—¿Quién ha dicho que tú seas un plato de lentejas? Yo no lo
creo —confesé, harto de que Verónica se tuviera en tan
poca estima, pero ella ignoró mi comentario.
—Ahora mira hacia arriba e intenta que no te lloren mucho
los ojos, ¿vale?
Asentí y obedecí. Verónica me pasó el dichoso lápiz por la
raya interior del ojo. Al no estar acostumbrado, me lagrimeó
en exceso.
—Joder, qué molesto… ¿Y esto lo haces tú todos los días?
—Eres un quejica. Por último, la máscara de pestañas. Mira
a un punto fijo y trata de no cerrar los ojos, ¿de acuerdo?
—¿A qué punto fijo quieres que mire?
—Me basta con que no sean mis tetas —sonrió divertida.
—Está bien. Entonces te miraré a los ojos. Eso es lo que os
gusta a las mujeres, ¿no?
Me centré en sus bonitos ojos, que en ese momento no
estaban cubiertos por sus gafas. Siempre que salía, se ponía
lentillas y lucía mucho más hermosa. Quizá se sentía
intimidada, pero no mostró un ápice de vergüenza al tener
mi vista clavada en ella.
—¡Listo! Estás muy guapo. El maquillaje te sienta bien —me
elogió, y seguidamente me ofreció un pequeño espejo para
contemplarme.
Me sentí extraño al observar mis ojos marrones enmarcados
en negro, pero me confería un toque rompedor y malote que
nunca antes me habría atrevido a probar. Me pasé la mano
por mi rapado cabello mientras me adoraba al espejo.
—Ahora ya solo te falta dejarte crecer el pelo. ¿Qué me
dices? —sugirió Verónica acariciando mi cabeza.
—Ni hablar —respondí—. Me gusta llevar el pelo así.
Hablando de melenas, ¿qué tal con Jussi? —pregunté
despreocupado cuando Verónica guardaba su maquillaje.
—Todo va bien. Nada reseñable que comentar —mencionó
seria.
Asentí, deseoso por preguntarle qué tal se manejaba en la
cama y esperanzado de que ella me lo contara, pero
Verónica era una persona reservada.
—¿Todo bien en todos los sentidos? —insistí.
—Bueno, ya sabes que no es muy hablador. Aún sigo
tratando de sacarle las palabras, pero en el terreno sexual
no puedo quejarme —confesó al fin.
—O sea, que te trata bien —me aseguré dejando al
descubierto mi instinto sobreprotector.
—Sí, Iván. Jussi es tierno conmigo y me trata de maravilla.
Se toma su tiempo para satisfacerme y siempre me
complace primero. Lo cierto es que todo sería perfecto si
fuera un poco más charlatán, pero supongo que hay que
darle tiempo —me explicó, y yo asentí tras sus palabras.
Debía alegrarme por ella, por el hecho de que hubiera
encontrado a alguien que, pese a mi desagrado, la hiciera
feliz y la tratase como se merecía. Sin embargo, no estaba
contento y no comprendía el motivo. Mi hermano Pedro
parecía tener la clave de todo, pero yo no le hice ni caso e
ignoré sus sabias palabras.
Un día me preguntó por Verónica y me dijo que no le
extrañaba que ella no hubiera vuelto por casa después de lo
arisca que había sido nuestra madre la última vez. Yo, que
no lo había interpretado de ese modo, me di cuenta de que
ella tenía razón cuando acusó a mi madre. Verónica temía
volver a visitarnos por miedo a ser juzgada tan duramente
por la mujer que prefería mil veces a alguien como Mónica,
que en el fondo era una víbora, antes que a una joven cuya
apariencia no reflejaba su verdadera bondad. Mi madre
había demostrado ser una persona demasiado superficial.
Le comenté a Pedro que Verónica se había echado novio, un
compañero de la banda, y él me miró con fastidio.
—¡No jodas! ¡Me cago en la puta…! ¿Y ahora qué se supone
que tengo que hacer? Pensé que iba a esperarme —soltó
con fastidio haciéndome soltar una carcajada.
—¡Pedro! ¡No digas tonterías! Verónica tiene mejores cosas
que hacer que esperarte a ti. Eso sí, su novio no me gusta
un pelo. Ahí comparto tu enfado.
—Mira lo que has conseguido por imbécil. No le has pedido
salir y se ha ido con otro. Idiota… —mencionó dejándome
helado, y se marchó de la habitación tras soltar semejante
bomba.
¿Pedirle salir a Verónica? ¿Verónica y yo, juntos? Jamás se
me había pasado por la cabeza hasta ese momento. Nunca
la había visto como más que a una amiga, además de que
yo ya tenía a Amanda. Bueno, en teoría, al menos, porque
en la práctica no podíamos estar más distantes y poco
compenetrados. Era absurdo pensar que Verónica y yo
pudiéramos tener algo. Totalmente ilógico. Descabellado de
narices. Una completa locura… ¿Verdad?
49. AMANDA: TÚ NO ERES MI
PADRE

Casi un mes había pasado desde que le pedí a Ariel que


esperara por mí hasta que tomara una decisión. Cuando
pensaba en ello, sentía vergüenza por ser tan egoísta al
pensar solo en mí e ignorar que había dos personas más
cuyos sentimientos estaban en juego y que podían salir
malheridas con toda esta historia. Iván, por un lado,
desconocía que me encontraba en proceso de decidir y que
en cualquier momento podía mandarlo al cuerno. Ariel, por
otro lado, se esforzaba por guardar las distancias conmigo
para darme espacio y que pudiera pensar con claridad.
Era consciente de que, aunque quisiera convencerme de lo
contrario, ya había engañado a Iván. No lo había hecho al
besar a Ariel delante de los demás, lo cual era parte de la
actuación, sino cuando lo hice en privado junto al castillo. Lo
besé en dos ocasiones y lo habría hecho mil veces más si no
me hubiera remordido la conciencia. Puede que ya incluso
antes de esa situación lo hubiera engañado en mi mente al
desear a Ariel. Lo había traicionado y no tenía perdón.
Pese a todo, la relación entre Iván y yo seguía adelante,
aunque apenas pasábamos tiempo juntos, ya fuera por mis
compromisos laborales o porque él tenía la agenda
completa con Verónica y su grupo y se negaba a hacer
hueco para mí. Poco a poco, nos habíamos distanciado,
siendo lo peor de todo el hecho de que hubiéramos
aceptado que ese era nuestro destino, separarnos sin
remedio. Las ganas de luchar habían quedado enterradas en
el más profundo abismo, donde yacían también nuestras
ilusiones. No obstante, eludíamos hablar del tema por
miedo.
Con la cabeza hecha un lío y sintiéndome realmente
culpable por haber puesto mi vida patas arriba, así como la
de Iván y la de Ariel, mayo me dio la bienvenida con una
bomba de calibre mayúsculo que jamás habría esperado.
Una tarde tras el programa, Riccardo nos llamó a Ariel y a
mí a su despacho para contarnos algo.
—Amanda, buenas noticias. Hemos encontrado a tu padre.
Va a aparecer en el programa de mañana para
reencontrarse contigo. Será muy emotivo —soltó sin
anestesia dejándome en estado de shock.
Ni siquiera pude responder de inmediato hasta que no
procesé la información. ¡¿Mi padre?! ¡¿Qué cojones hacía mi
padre interesado en reencontrarse conmigo después de
veintiún años de ausencia?!
—Espera, espera, Riccardo. No entiendo nada. ¿Cómo que
mi padre? Ni siquiera lo conozco. No puedes hacerme esto.
No pienso hablar con él —respondí con un notable enfado.
—Entonces, signorina, ya puedes ir preparando la pasta —
me amenazó haciendo alusión al contrato que había firmado
meses atrás por el cual tendría que pagar una sanción de
cincuenta mil euros si no obedecía.
—¡Esto es increíble! Nada dice en el contrato de que tenga
que verme las caras con mi padre. Esto no tiene nada que
ver con el romance entre Ariel y yo —me quejé molesta.
—Amanda, lee esta parte de aquí. —Me señaló con un
bolígrafo el párrafo correspondiente en una hoja de papel
con mi firma impresa.
Efectivamente, Riccardo podía hacer ligeras modificaciones
en el contrato y esta era una de ellas. Debía lidiar con mi
padre o desembolsar un dinero del que me negaba a
deshacerme.
—¡Hijo de puta! —lo insulté antes de levantarme
bruscamente de la silla y largarme de allí sin decir adiós.
No obstante, me quedé en la misma puerta para esperar a
Ariel, que no dudó en enfrentarse a Riccardo.
—Eres verdadera escoria, Riccardo. ¿Cómo le haces esto?
Estamos dando el ciento diez por ciento para que esto salga
bien y te forres, capullo. ¿Así nos lo pagas? ¡Sabes que la
familia es sagrada! ¡Lo sabes! —le escupió con rabia, según
pude oír.
—Ariel, lárgate antes de que destape la mierda que tienes
con tu familia o cualquier otra cosa que se me ocurra —lo
amenazó, y Ariel salió del despacho con los puños
apretados, controlando su ira para no soltarle un derechazo
al cabrón de Leone.
—Vámonos de aquí. —Me tomó de la mano y, tras recoger
nuestras pertenencias, nos montamos en su coche para
volver a casa.
Dentro del vehículo, no pude contener más el miedo que me
atenazaba y rompí a llorar de la desesperación. Mi padre, mi
mayor trauma, me había encontrado y venía a por mí para
sacar provecho de mi éxito cuando había eludido todas sus
responsabilidades y ni siquiera me había reconocido
oficialmente como hija.
—¡Eh, tranquila! Todo irá bien —me consoló Ariel
acariciando mi empapada mejilla cubierta de lágrimas—.
Siento tanto todo esto. Sabía que, si tenían la oportunidad,
buscarían los monstruos bajo tu cama. No les dejes verte
sufrir, por favor. Sé valiente mañana y actúa lo mejor que
puedas. Sé fuerte —me aconsejó Ariel, a quien me abracé
sin pensarlo.
Lo apreté con fuerza y lloré en su hombro amargamente
antes de soltarlo. No quería que ese momento de debilidad
fuera mi perdición al buscar más consuelo del necesario en
sus labios, así que tuve que controlar mis impulsos.
En casa, le conté lo sucedido a Iván y pude desahogarme
con él durante horas en las que me aconsejó lo mismo que
Ariel, que no les diera el gusto de verme malherida cuando
eso era lo que pretendían. Si me mostraba fuerte e
indiferente y el tema no daba mucho juego, pronto se
olvidarían de mi padre y volvería al lugar del que nunca
debería haber regresado. Puse a mi madre sobre aviso y le
pedí que no viera el programa del día siguiente, aunque
sabía que ella haría caso omiso.
Carmelo abrió el programa con el jugoso titular de que
Alberto Moreno, el ausente padre de Amanda Montes, había
aparecido para reconciliarse con su hija acudiendo como
invitado especial. Me dirigió una mirada confidente a pesar
de todo el mal rollo que habíamos tenido meses atrás.
Últimamente me daba la sensación de que, una vez puesto
en su sitio, había empezado a respetarme. En sus ojos,
interpreté que le parecía una putada mayúscula lo que me
estaban haciendo y que estaría de mi parte para ayudarme
a degollar a ese cabrón oportunista. Asentí y dejé que diera
paso al hombre que me había engendrado.
Mi padre irrumpió en el plató tras ser presentado por
Carmelo. Lo contemplé por primera vez en persona y me
cercioré de que, efectivamente, se trataba de la misma
persona que mi madre tantas veces me había enseñado en
sus fotos de juventud. Se trataba de un apuesto hombre de
metro ochenta y cinco con un claro sex appeal. Con
abundante cabello canoso que una vez fue castaño y piel
morena, las arrugas de su atractivo rostro denotaban que no
había tenido una juventud amable. Claramente los excesos
le habían acabado pasando factura. Ya decía mi madre que
le gustaba fumar y beber siempre que tenía ocasión, así
como trasnochar.
En cuanto apareció, se dirigió a donde yo me encontraba
sentada con un precioso vestido fucsia y las piernas
cruzadas para fingir que estaba tranquila. A punto estuvo de
abalanzarse sobre mí para darme dos besos paternales,
pero yo lo detuve con la mano y se paró en seco.
—No tengas tanto interés por darme dos besos. Llegas
veintiún años tarde. —Fue mi primera línea de ataque y el
público me aplaudió, aunque yo me mantuve impasible.
Mi padre, avergonzado, asintió con la cabeza y se sentó
donde Carmelo le indicó, a varias sillas de mí de distancia a
Dios gracias. Comenzó la entrevista y tuve que soportar que
soltara mierda por la boca durante media hora seguida. Me
mantuve calmada y escuché con atención sus
justificaciones. Tras hablar sobre su infancia y adolescencia,
llegó a la parte donde cometió su garrafal error: abandonar
a su hija.
—Yo era muy joven. Raquel y yo nos gustábamos y salíamos
juntos a veces, pero tampoco era una relación muy seria. No
queríamos ser padres. Ella apenas tenía diecinueve años y
yo veinte. Se quedó embarazada por accidente y yo me
acobardé. No tenía trabajo ni forma de mantener al bebé,
así que me fui. Me desentendí y llevo años sintiéndome
culpable por dejar a mi hija sola, pero he vuelto para
compensarla… —explicó, y yo solté una amarga carcajada
de incredulidad.
¿Cómo era posible tener tanto morro? Se estaba haciendo la
víctima cuando las únicas perjudicadas habíamos sido mi
madre y yo.
—Para, por favor. Te estás poniendo en ridículo con cada
palabra que sueltas por esa bocaza. ¿Culpable? Tú no sabes
lo que es sentirse culpable. No lo creo. No quiero tu
atención ni necesito nada de ti a estas alturas de la vida —
pronuncié con toda la dignidad que pude mostrar.
—Hija…
—Tú no eres mi padre, Alberto, así que llámame Amanda en
caso de querer dirigirte a mí —solté de malas formas
dejándolo mudo.
Agachó la cabeza y entonces Carmelo se encargó de hacerle
una serie de preguntas muy incómodas de su propia
cosecha concebidas para humillarlo. Lo tachó de interesado
y de intentar aprovecharse de mi presente fama y de mi
dinero, ya que justo había aparecido en el momento más
indicado. Mi padre negó querer sacar provecho de mi capital
y aseguró que solo quería conocerme y establecer la
relación padre-hija que debería haber existido entre
nosotros.
Los demás miembros del programa se posicionaron en dos
bandos. Unos cuantos pretendían desenmascarar su falsa
bondad y otros, como Tatiana, estaban de su parte.
Comprendí entonces, con una mirada que Carmelo me
dirigió cuando ella estaba dando su opinión sobre el tema,
que había sido la responsable de todo aquello.
—Hija de puta… —mascullé entre dientes, aunque seguro
que la cámara me pilló soltando improperios.
Durante la publicidad, Carmelo me confirmó mis sospechas.
Con Raúl Camino fuera de juego, aún quedaba la envidiosa
de Tatiana pululando por allí. Había investigado a mi familia
tras haberle hablado de mi trauma infantil el día que
hicimos buenas migas, y se había molestado en contratar a
un detective privado para rastrear a mi padre y dar con su
paradero solo para hacerme daño. Carmelo me aseguró que
le pareció una bajeza por su parte a pesar de tener buena
amistad con ella. Es por ello que me contó la verdad.
De vuelta en el programa, mi nivel de rabia había ido
aumentando exponencialmente a medida que mi padre
seguía tratando de justificar lo inexcusable, aunque
permanecí serena. Le dejé bien claro en un par de ocasiones
más que no iba a haber confrontación por mi parte, pero
tampoco pensaba tenderle una mano y aceptarlo después
de haberme negado su atención y su cariño. El dinero no
habría sido realmente necesario si al menos hubiera
mostrado interés en ser una figura paterna, sin embargo, ni
siquiera eso supo hacer.
Minutos antes de que concluyera el programa y tras
anunciar Carmelo que Alberto acudiría también al día
siguiente, pues Riccardo Leone tenía intención de servirle a
la audiencia una lacrimógena reconciliación costara lo que
costase, nos informaron de que había una persona al
teléfono. Cuál fue mi sorpresa cuando escuché la voz de mi
madre inundando el plató.
—Hola, buenas tardes. Soy Raquel, la madre de Amanda, y
quería decirle un par de cosas a ese impresentable. Mi hija
me pidió que me mantuviera al margen, pero no puedo
seguir mordiéndome la lengua mientras veo a Alberto con
sus lágrimas de cocodrilo vendiéndole al público lo que no
es —dijo mi madre, y yo sonreí al escuchar que había venido
a defenderme.
Mi padre puso cara de pocos amigos y se quedó muy
callado.
—Alberto y yo teníamos una relación completamente seria.
Habíamos incluso hablado de casarnos y de irnos a vivir
juntos en un futuro no muy lejano. No es que buscáramos
tener un hijo, pero si había un accidente, como sucedió,
pensábamos seguir adelante y lo habíamos hablado muchas
veces. Lo que pasa es que fue un puto cobarde al que se le
cayeron los pantalones cuando le enseñé el positivo en el
test de embarazo —relató mi madre.
—Raquel, no digas mentiras porque… —Alberto trató de
acallar su voz, pero mi madre fue contundente.
—¡Cállate, Alberto! Ya has tenido tu ratito de gloria, así que
ahora déjame hablar a mí. Como he dicho, se cagó de
miedo y me dejó tirada en cuanto se enteró. Incluso se fue
de Medina porque un primo le buscó trabajo en Lugo, así
que desapareció después de romper la relación. Durante
estos años, jamás se ha intentado poner en contacto con
Amanda o conmigo, ni su familia tampoco, así que para
nosotras él y los suyos están muertos. No los necesitamos
porque hemos sobrevivido bien sin ellos. Alberto, no vengas
ahora a buscar lo que todos sabemos que quieres. No habrá
reconciliación posible, ni vas a ver un puto euro de lo que mi
niña ha ganado con su esfuerzo. Espero que no tengas la
poca vergüenza de sacar más provecho de la situación
viniendo al programa mañana y cobrando por ello. Ten un
poco de decencia y, por una vez en tu vida, sé un hombre
de verdad. Muchas gracias y hasta pronto —se despidió mi
madre, y el público rompió en aplausos.
Yo me puse en pie y le lancé un beso al aire.
—¡Muchas gracias, mamá! ¡Te quiero! —exclamé
agradecida.
El programa concluyó y salí del plató con la cabeza bien alta
y sin siquiera mirar a mi padre. En los pasillos, de camino al
camerino, me crucé con Tatiana y decidí enfrentarme a ella
para reprenderla por su malévolo comportamiento.
—¡Eh, tú, zorra! ¡¿Qué derecho te crees que tienes para
investigar a mi familia y traer al desgraciado de mi padre a
este plató?! —exclamé con gran enfado cuando la tuve
frente a mí.
Tatiana me dirigió una vil sonrisa y puso los brazos en jarras.
Tan hermosa, aunque venenosa como habitualmente,
respondió con su característico acento.
—Mi amor, solo te estaba ayudando. No está bien llevarse
mal con la familia —respondió burlándose de mí.
—¡Eres una perra del demonio! ¡Estás llena de
resentimiento! ¡Tú más que nadie sabes lo que es tener un
trauma familiar! ¡Tu vida ha sido tan mierda o incluso más
que la mía, pero veo que tienes la empatía en el puto culo!
¡Solo te interesa la fama que tengo! —le grité con todas mis
fuerzas, atrayendo la atención de los guardias de seguridad
del edificio, así como la de Ariel, que apareció atraído por el
escándalo al reconocer mi voz.
—No me grites, Amanda. No estoy sorda —me dijo ofendida,
aunque con calma.
—¡Si pudiera…! ¡Si pudiera, te daría un puñetazo y te
rompería esa nariz operada que tienes! ¡Me están entrando
unas ganas tremendas de hacerlo! ¡Ya que no entiendes las
palabras, a lo mejor la violencia sí! —exclamé encendida, y
de la rabia que sentía levanté la mano instintivamente para
agredir a Tatiana y darle su merecido.
No obstante, Ariel actuó y detuvo el puñetazo que iba
dirigido a Tatiana, salvándola de un buen golpe.
—¡Qué coño haces! ¡Déjame darle una buena hostia! ¡Se la
merece! —grité, pero Ariel me sujetó de los brazos y trató
de alejarme de allí.
Sabía que los guardias de seguridad estaban a punto de
actuar para poner orden.
—¡Amanda, cálmate! ¡No ves que, si la agredes, te va a
buscar la ruina! ¡Estate quietecita! —me reprendió Ariel, y
tiró de mí para llevarme a mi camerino.
—Amanda, haz caso a Ariel. Tienes que calmarte, mi amor.
Te saldrán arrugas de tanto disgusto —afirmó Tatiana
burlándose de mí mientras Ariel me arrastraba en contra de
mi voluntad para separarme de ella.
Con lágrimas en los ojos, vi a una soberbia Tatiana pedirle
un cigarro y un mechero a uno de los guardias. Con el
cigarro en la mano, puso rumbo al garaje, al que se accedía
bajando unas escaleras metálicas, enfundada en un ceñido
vestido plateado y sobre las plataformas más altas que le
había visto hasta la fecha.
Cuando se contoneaba hacia la salida, le pedí a gritos al
karma que me ayudara. Si yo no podía tocarla, que recibiera
su castigo de alguna forma, pero había que hacer justicia.
Concentré mi mirada en sus pasos y la observé descender
peldaño tras peldaño agarrada al pasamanos con sus
característicos andares de muñeca rusa. No sé si mis
plegarias funcionaron o si lo que pasó a continuación fue
fruto de la casualidad, pero a Tatiana se le torció el tobillo a
causa de las altas plataformas que llevaba y se precipitó
escaleras abajo. Escuchamos un estruendoso golpe y un
grito de dolor que nos dejó helados a todos.
Los guardias de seguridad se apresuraron a socorrerla, y
Ariel y yo, así como otros testigos de nuestro altercado,
corrimos también a ver cómo se encontraba. Tatiana yacía
tirada en el suelo con la pierna derecha en un ángulo
imposible, probablemente rota por varias partes. Se había
golpeado también la cabeza, pero estaba consciente y
aullando de dolor, gritando para que la ayudaran. Alguien
llamó a una ambulancia y varios colaboradores del
programa bajaron a tranquilizarla. Yo, por mi parte, tuve que
ocultar la sonrisa que me venía a los labios cada vez que la
veía tocada y hundida de esa forma. La justicia divina había
actuado y yo estaba pletórica.
—Vámonos, aquí no hay nada más que ver. —Me apremió
Ariel, pues el espectáculo era dantesco.
No. Aún no me había reído en su cara y no podía marcharme
de allí sin hacerlo aunque fuera disimuladamente.
—Espera. Voy a ver a Tatiana y nos vamos —le dije.
Él intentó detenerme, pero me colé entre el tumulto y me
acerqué a ella, que aguardaba a la llegada de los sanitarios
tumbada en el suelo, retorciéndose de dolor.
—Tatiana… Siento tanto lo que ha pasado —le dije con una
fingida mueca de horror—. Lo cierto es que esa pierna tiene
muy mala pinta, pero no te preocupes, cielo. Seguro que te
la colocarán y que no te quedarás coja de por vida —
mencioné despreocupada, y varios colaboradores me
miraron espantados por mi frialdad en esos duros
momentos—. Disfruta del infierno, querida —susurré por lo
bajito para que solo ella pudiera oírme y, tras una sonrisa
triunfal que ella recibió con lágrimas en los ojos, volví junto
a Ariel.
¿Me sentí culpable después de lo que le pasó y de ser tan
cruel con ella tras su accidente? No, en absoluto. Ella había
intentado joderme y había acabado pagando por el mal
ocasionado. De una forma u otra, me había hecho mucho
daño al desenterrar a mi padre y traerlo a mi vida, por lo
que todo castigo se le quedaba pequeño.
Tatiana, como todos creíamos, tenía la pierna rota por dos
sitios y tuvo que someterse a una cirugía de urgencia para
recolocar los huesos. Según el médico, le esperaban meses
de rehabilitación para sanar por completo, así que estaría
ausente del programa durante una buena temporada.
Decidió trasladarse a Rusia de inmediato, ya que encontró
por Internet un fisioterapeuta que cobraba cuantiosas
sumas de dinero por consulta, pero que obraba maravillas.
No obstante, ahora le sobraba el dinero, así que tuvimos la
suerte de perderla de vista. Por mi parte, esperaba que no
volviera nunca.
Con respecto a mi padre, parece ser que las palabras de mi
madre surtieron efecto. Después de cobrar el cheque
correspondiente por participar en el programa, declinó la
oferta de volver en días sucesivos para seguir explotando el
tema y se conformó con los tres mil euros que le pagaron,
que ya eran una buena suma para no haber movido un dedo
por mí en su vida. Se conoce que había acabado sintiendo
vergüenza de sí mismo al ser tan rastrero y volvió a
desaparecer, así que, para mi inmensa alegría, Riccardo
tuvo que olvidarse de explotar mi vida familiar y buscar
otras alternativas menos atractivas.
50. VERÓNICA: JUSSI O NO

Un mes con Jussi fue suficiente para comprobar que no


éramos ni mucho menos almas gemelas y que, por más que
pusiera de mi parte, jamás conseguiría mirarlo con la
devoción con la que contemplaba a Iván. El sexo, que utilicé
como vía de escape y que me sirvió para suplir el silencio
existente entre nosotros, tampoco serviría para prolongar
esa relación mucho más. Porque el sexo solo, como una vez
le dije a Iván, no es suficiente. Solo el amor podía salvarnos,
pero, por desgracia, era inexistente.
No negaré que Jussi era atento y considerado conmigo. Me
satisfacía sexualmente y no era nada egoísta en la cama.
Fuera de ella, era caballeroso y siempre se ofrecía a pagar,
además de que solía dejarme decidir los planes las pocas
veces que salíamos y que no estábamos calentando mi
cama. Sin embargo, no conseguía superar el hecho de que
fuese tan tímido y reservado. A pesar de ser
extremadamente cariñoso conmigo y servicial, Jussi apenas
tenía conversación y eso me mataba. Acostumbrada a Iván,
que hablaba hasta con las piedras, no sabía cómo lidiar con
esa situación y pronto perdí el interés por conocer más de
él.
Creo que ese mes, además de por el sexo, permanecí junto
a Jussi para poner celoso a Iván o para, al menos, observar
sus reacciones cuando él me besaba en público o me
acariciaba. Me pareció percibir que Iván nos miraba con
desagrado, por lo tanto, interpreté que le molestaban
nuestras muestras de afecto. Si le incomodaban, entonces
cabía la posibilidad de que yo le importara no solo como
amiga, sino como algo más importante.
Kitty se dio cuenta del lío que me traía entre manos y
decidió hablar conmigo uno de esos raros días que encontré
un hueco para ella.
—Nika, ¿qué está pasando con Jussi y con Iván? Creí que se
llevaban bien, pero Iván parece estar esperando el
momento perfecto para atacarlo —comentó de repente
mientras pagábamos una bolsa de patatas fritas en un
supermercado.
—Si te soy sincera, me da la sensación de que Iván está
celoso de que salga con Jussi —respondí con una sonrisilla
de satisfacción, pues jamás había sido el centro de atención
de dos hombres.
—Y eso te encanta, ¿verdad?
Me miró con un gesto de desaprobación que no me gustó
nada.
—Bueno, no es que me guste que se lleven mal, pero un
poco de atención siempre sube la autoestima —confesé.
—Nika, ¿a ti de verdad te gusta Jussi? Lleváis como un mes
saliendo y no me lo parece. Es como si solo estuvieras con
él para pasar el rato y provocar a Iván.
—Todavía nos estamos conociendo, aunque… —suspiré y fui
sincera—. No, lo cierto es que no. No creo que esto llegue a
ninguna parte, pero mientras tanto estoy entretenida.
—No hagas eso, por favor. Jussi es una gran persona aunque
tú no lo veas. No le hagas ilusiones si no te gusta de verdad
—me pidió mi amiga, que cuando se trataba de su cuñado
se ponía muy digna.
—¿Y qué sugieres que haga?
—Rompe con él. Es mejor que lo pase mal ahora. Dentro de
unos meses estará más enamorado de ti y será todo más
complicado —me sugirió con su habitual sabiduría amorosa.
—Eres un incordio, Kitty, pero quizá tengas razón —asentí
comprensiva.
Kitty estaba en lo cierto. No podía seguir jugando con Jussi
solo para disfrutar de las atenciones de Iván, producidas por
los celos. Él no se merecía vivir en un engaño, ya que
sufriría cuando yo me cansara de seguir con esa situación.
Por su bien y por el mío, pues sentía remordimientos, me
propuse hablar con él al día siguiente y exponerle mis
verdaderos sentimientos. Nadie podría decir que no había
intentado abrirme a otras personas, pero la experiencia no
había sido muy exitosa.
Jussi y yo quedamos para pasear por el centro, momento
que aprovecharía para terminar la relación. No quería que
nos viéramos en mi casa, ya que sabía que acabaríamos en
la cama y no me atrevería a decirle la verdad si había un
posible polvo de por medio. Le dije que teníamos que
hablar, y él me comunicó que también tenía algo que
contarme, de modo que decidí darle prioridad y retrasar un
poco más mi mala noticia.
—Me voy a vivir a Finlandia —soltó después de saludarnos
con un beso, sin ninguna preparación previa que hiciera
más digerible su noticia.
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por qué…? —alcancé a decir confusa.
—Un antiguo amigo ha abierto una tienda de muebles
artesanales en Turku y quiere que trabaje para él. Me
pagará mucho más de lo que gano aquí. Es una gran
oportunidad para independizarme por fin. Aunque sea
precipitado, me voy mañana —me explicó muy serio.
—¿Y qué pasa con el grupo y con tu vida en Madrid?
—Marko es el verdadero músico de la familia. Seguro que
los chicos pronto encontrarán otro teclista y podrán
apañárselas sin mí. Nunca me he sentido cómodo viviendo
en Madrid y apenas tengo amigos. Siempre quise volver a
casa —me confesó con ojos tristes.
—¿Qué hay de nosotros?
—Si quisieras, podríamos tener una relación a distancia y
ver si funciona. No creo que quieras mudarte a Finlandia tan
pronto —me dijo bromeando, y acarició mi rostro con cariño.
De repente, me percaté de que la inminente marcha de Jussi
me salvaría de romperle el corazón, ya que era él quien
estaba poniendo obstáculos y distancia entre nosotros. Que
hubiera decidido irse me venía como anillo al dedo para no
quedar como la mala de la película.
—Jussi, no creo que una relación a distancia fuera a
funcionar… —manifesté con tacto.
De hecho, si una relación cara a cara apenas funcionaba,
mucho menos lo haría una basada en videollamadas y
cibersexo con lo poco expresivo que era él.
—Lo entiendo y lo respeto. Sé que te estoy pidiendo
demasiado —asintió algo decepcionado—. Bueno, entonces
supongo que hoy será el último día que pasemos juntos y
que este es el final. Me ha encantado compartir este breve
tiempo contigo. Eres muy especial, Verónica. Quien no
pueda verlo está ciego —me halagó, y sus palabras me
atravesaron el corazón.
—Tú también lo eres. Eres una gran persona y te mereces
todo lo mejor. Espero que seas muy feliz en Finlandia y que
tengas mucho éxito en tu trabajo —pronuncié, y él me dio
un último y tierno beso.
Jussi y yo pasamos la tarde juntos como amigos y nos
despedimos. No fue un adiós para siempre, ya que, aunque
ya nada hubiera entre nosotros, me prometió que vendría
alguna vez de visita y que me escribiría de vez en cuando
para mantener el contacto.
Al volver a casa esa tarde, Iván se encontraba allí. Había
estado un rato con Amanda, la cual estaba realmente feliz
al haberse conseguido librar del cabrón de su padre
fácilmente. Cuando ella se marchó, él decidió quedarse a
esperar a que acabara mi cita.
—¡Verónica! ¿Qué tal? ¿Saliste con Jussi? —preguntó
despreocupado.
Supuse que le encantaría escuchar lo que él consideraría
buenas noticias.
—¿Qué tal, Iván? Sí, estuve dando una vuelta con él por el
centro.
—¿Y qué tal lo pasasteis? —me interrogó como solía hacer
últimamente.
—Como siempre. Por cierto, mañana no lo verás en el
ensayo. Jussi se marcha a vivir a Finlandia —solté al tiempo
que me sentaba en el sofá y que cogía el mando de la
televisión para encenderla.
—¡¿Cómo?! —preguntó exaltado tras mi comunicado oficial.
—Lo que oyes. Le han ofrecido un trabajo allí y se va
mañana mismo. Me temo que vais a necesitar un nuevo
teclista —le dije sin alterarme un ápice.
—Verónica, ¿y qué pasa contigo? No te irás tú también a
Finlandia, ¿no? —inquirió muy serio y preocupado, tanto que
tuve que reírme.
—¿Qué pinto yo viviendo en Finlandia? Si no me voy a
California, donde tendría grandes posibilidades de trabajo,
mucho menos me voy a ir a Turku. Ya te dije que no puedo
irme así como así —le expliqué de nuevo.
Iván suspiró aliviado, lo cual me halagó.
—Menos mal… Creía que iba a perderte —pronunció con
sinceridad, y yo sonreí tímidamente.
—No. Supongo que me quedaré aquí por si se te vuelve a
estropear el ordenador. Estoy condenada a arreglártelo de
por vida, me apetezca o no —bromeé para eliminar el clima
sentimental que temía que se instalara entre nosotros y que
me dejaría vulnerable.
—Oye, espera… ¿Y este tío se larga así sin más? ¿Entonces
habéis roto? —Cayó en la cuenta.
—No iba a mantener una relación a distancia con él, así que
lo hemos dejado. De todos modos, iba a cortar con él hoy
mismo, pero me he librado de pasar un mal trago gracias a
que se va. Tengo que seguir el ejemplo que predico. Una
relación basada solo en el sexo está condenada al fracaso —
me sinceré, e Iván asintió con una sonrisa.
—Pues has hecho bien. Que le den. Si un trabajo le parece
más importante que la chica que le gusta, que se largue a
Finlandia a pasar frío. Estaremos mucho mejor sin él. No
estés triste —me consoló, pero yo estaba de todo menos
triste.
Sentía que, a pesar de ser Jussi una buena persona,
acababa de quitarme un gran peso de encima. No podía
seguir manteniendo la mentira durante mucho más tiempo
y me aliviaba saber que ya no le haría daño con mis
decisiones.
—No estoy triste. Estoy bien, en serio —afirmé.
Él aceptó mi confirmación y juntos disfrutamos de una serie
nueva que habían estrenado, compartiendo muchas más
risas que últimamente.
Al día siguiente, Iván me dijo que nos encontraríamos
directamente en el bar, ya que se le había hecho un poco
tarde. Cuando llegó al local de ensayo, estaba pletórico y
realmente entusiasmado por lo que acababa de suceder.
Entró gritando como nunca antes lo había hecho, no porque
estuviera feliz por la marcha de Jussi, sino porque la mayor
oportunidad de su vida había llegado al fin.
—¡Chicos, hemos ganado! ¡Hemos ganado el concurso!
¡Joder, lo hemos conseguido! —exclamó eufórico, y los
demás miembros del grupo se quedaron pasmados, sobre
todo Marko, que no lo creía posible.
No obstante, en cuanto reaccionaron, estallaron en aplausos
y gritos de júbilo que yo compartí con ellos, pues me sentía
orgullosa de su talento. Se fundieron en un cálido abrazo
grupal, conscientes de lo que significaba haber ganado el
concurso de canciones. De buenas a primeras, acababan de
conseguir diez mil euros a repartir entre todos. Contando a
Jussi, que a pesar de haber abandonado el grupo recibiría lo
que le correspondía, tocaban a unos mil seiscientos euros
por cabeza, suma nada desdeñable para lo mal que están
los tiempos. Además de eso, la canción aparecería hasta en
la sopa, y puede que incluso llegaran a grabar un disco y
por fin despegaran hacia el éxito.
—Marko, ¡eres un incrédulo! ¡Creías que pasaríamos sin
pena ni gloria, pero hemos triunfado! —exclamó Iván, y
seguidamente abrazó amistosamente a Marko, que no era
capaz de borrar la sonrisa de su rostro.
—¡Joder, Iván, nos ha tocado la lotería contigo! —Lo felicitó
—. Lo único que me preocupa es que, con la marcha de
Jussi, vamos a necesitar un nuevo teclista cagando leches —
comentó, y los demás asintieron.
—Seguro que encontraremos a uno pronto. Si se corre la voz
de que hemos ganado el concurso, habrá mucha gente
interesada —dijo Kitty.
Iván les contó a los chicos que el director del concurso, un
tal Rodrigo García, le había llamado esa misma mañana
para comunicarle la importante noticia. Marko, a pesar de
ser el líder del grupo, no quiso dar su teléfono para que lo
contactaran dada la desconfianza que le generaba el
asunto.
La banda y yo celebramos la victoria tras el ensayo, esta
vez mucho más a lo grande, tanto que acabamos como
cubas y bailamos como nunca clásicos de rock ochentero
que Bruno nos puso en el bar en exclusiva. De regreso a
casa, sin embargo, sucedió lo inimaginable. Las ilusiones de
Iván, para mi gran tristeza, se vieron rotas en cuestión de
segundos con una simple llamada.
—¿Sí, dígame? Hola, Rodrigo. Lo escucho —respondió, y vi
que su sonrisa se borraba de repente conforme procesaba
las palabras al otro lado de la línea—. ¿Cómo es eso
posible? Me ha llamado esta misma mañana para decirme
que habíamos ganado. ¿Cómo puede haber un error? —Se
mantuvo expectante al teléfono durante unos treinta
segundos más—. No puede hacernos esto. Pienso reclamar,
que lo sepa. Hasta pronto. —Colgó con mal genio.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté medio borracha, aunque
consciente de que se trataba de algo malo por su expresión
facial.
—Se han equivocado con la puntuación. Resulta que no
hemos ganado. Somos los segundos —me comunicó con el
rostro contraído por la decepción.
—Iván, lo siento mucho… —alcancé a decir para consolarlo.
Él, sin palabras tras el mazazo que acababa de recibir, me
dijo que prefería irse a casa. Le comunicaría la mala noticia
a los demás al día siguiente. Le di un cálido abrazo y volví a
mi hogar con el corazón encogido por la mala suerte que
habían tenido.
Al día siguiente por la tarde, Iván me llamó y me contó lo
que había averiguado esa misma mañana que había
decidido no ir a clase. Como estaba con la mosca detrás de
la oreja con el tema del concurso, se puso a investigar y
descubrió en Internet fotos de Rodrigo García junto a Ariel
Guerra. Resultó que eran amigos desde hacía años. Iván
recordó que el tal Rodrigo le había dicho el nombre de la
banda que había resultado finalmente ganadora. En el
Instagram de Ariel Guerra encontró fotos con los miembros
de esa banda, pues también tenían buena relación.
—Blanco y en botella, Verónica. Este hijo de puta se ha
debido de enterar de que yo participaba con mi grupo y me
ha hecho un boicot de la hostia. Ha utilizado su amistad con
Rodrigo García para, seguramente, hacer ganadores a sus
amiguitos y de paso quitarme de en medio y joderme. ¡Hijo
de la grandísima puta! —exclamó Iván sin poder contener la
rabia en su voz a través del teléfono.
—Iván, tranquilo, por favor. No sabes si eso es cierto. Son
todo suposiciones tuyas. ¿Le dijiste a Amanda que ganaste
el concurso? —le pregunté.
—No. Iba a decírselo por la noche, pero para entonces ya
nos habían quitado el trofeo.
—Iván, si Amanda no sabía nada, no creo que Ariel supiera
lo del concurso como para haber interferido de esa forma —
manifesté para intentar tranquilizarlo y que no hiciera
ninguna locura.
—Está bien claro que ha sido él, Verónica. Este tío no se
conforma con alejarme de mi novia. También quiere
hundirme en la miseria —me dijo Iván muy nervioso—. Voy
a ir a por él.
—¡¿Qué dices?! ¡¿Qué estás tramando, Iván?! ¡Por favor, no
hagas ninguna locura!
—Voy a pillar el coche de mi padre y me voy a ir a esperarlo
a la puerta de los estudios de grabación. Cuando llegue, se
va a enterar de que de caballero solo tengo el apellido —
masculló derramando odio en cada palabra, y seguidamente
me colgó el teléfono.
De nada sirvieron mis esfuerzos por apaciguar su ataque de
ira y detenerlo a tiempo. Iván iba irremediablemente hacia
la boca del lobo. Sin pensarlo, busqué aprisa la dirección de
los estudios de grabación y puse rumbo hasta allí para
detenerlo. Esperaba, por su propio bien, llegar a tiempo y
evitar una tragedia.
51. ARIEL: JUGANDO SUCIO

Amanda y yo llegamos a los estudios de grabación una


hora antes del programa. Estacioné mi coche en el parking
por el que siempre accedíamos, localizado en la parte
trasera del gigantesco edificio que se había convertido casi
en un hogar para mí. Era un día normal como otro
cualquiera en el que no esperaba sobresaltos en el trabajo.
Salí del coche y encendí un cigarro para fumármelo aprisa
antes de ir directo a maquillaje y peluquería. Amanda me
dijo que no me esperaría. Siempre tardaban más en
arreglarla a ella que a mí, de modo que se marchó y me
quedé allí en mi soledad.
Me encontraba tranquilo y relajado, dispuesto a cumplir con
mi obligación diaria cuando, de repente, vi aparecer al novio
de Amanda en medio del parking con un gesto amenazador
dibujado en el rostro. Nos contemplamos en la distancia y se
acercó a mí con paso decidido. Antes incluso de que me
dijera para qué había venido, di por hecho que era por el
tema del concurso de canciones. Sabía que Iván no se
quedaría cruzado de brazos si descubría lo que había
pasado.
Tener amigos hasta en el infierno siempre me resultaba
efectivo cuando tenía que mover hilos para joder a quienes
me perjudicaban. En realidad, esta vez fue una mera
casualidad. Mi colega Rodrigo me comentó lo del concurso y
me habló de un grupo muy bueno que le había gustado
desde el principio. Curioseando, descubrí que se trataba del
grupo de Iván porque Amanda había mencionado el nombre,
The Black Cats. Casualmente otros amigos que tenían una
banda habían presentado su candidatura, así que solo tuve
que convencer a Rodrigo de que eran mil veces mejores
para que los hiciera ganadores. El único problemilla es que
llegué un poco tarde y Rodrigo ya se había puesto en
contacto con Iván, así que tuvo que llamarlo para decirle
que todo había sido un error. Evidentemente, el chaval no
se lo tomó nada bien y allí se encontraba dispuesto a
cantarme las cuarenta.
—¿Qué quieres? No deberías estar aquí —le dije secamente,
y lancé el cigarro al suelo a medio terminar.
—Tú sabes lo que quiero. Has ido a degüello conmigo, pero
no solo me estás jodiendo a mí, sino a otros músicos que
han currado como cabrones para sacar adelante el
proyecto. No hay derecho —me recriminó Iván.
—Yo no he hecho nada. Vete a casa, chaval —respondí
tratando de negar lo evidente, ya que no esperaba que
descubriera que yo estaba implicado en lo del concurso y
que me montase una escenita en la puerta del trabajo.
—Me las vas a pagar todas juntas, pedazo de cabrón. Tú la
palabra no la entiendes. A ti hay que darte unas buenas
hostias para que comprendas —me amenazó y, sin previo
aviso, se abalanzó sobre mí para asestarme un puñetazo.
Suerte que reaccioné a tiempo y que logré apartarme de la
trayectoria de su puño, ya que llevaba una fuerza tremenda.
—¡Eh, chaval, estate quietecito! ¡No quiero líos contigo! —
exclamé alejándome de él, pero Iván volvió a la carga y
trató de pegarme otra vez.
Esquivé su puño de nuevo y me puse en guardia siendo
consciente de que tendría que usar los conocimientos
adquiridos en las clases de defensa personal a las que
asistía desde hacía años y que me habían servido para
patearle el culo a Raúl Camino sin despeinarme. Aun así, no
era mi intención pegar a Iván, solo defenderme de sus
intentos de agresión. De hecho, lastimarlo era mi última
opción, ya que yo había provocado esa tensa situación y
empezaba a sentirme como una mierda.
—¡Hijo de puta! ¡Te voy a matar! —gritó un enloquecido Iván
que no era capaz de tocarme, ya que yo me anticipaba a
todos sus movimientos y me cubría para bloquear sus
puñetazos y patadas, que se sucedieron durante unos
cuantos minutos.
Con Iván agotado y únicamente habiendo sido capaz de
golpearme en el rostro en una ocasión sin siquiera herirme,
volví a tratar de hacerle entrar en razón para que se fuera,
ya que me arriesgaba a ser visto por paparazis o por otros
compañeros de trabajo que pedirían explicaciones.
—¡Iván, vete a tu puta casa de una vez! ¿No ves que no
puedes medirte conmigo? Lo más inteligente es que te
marches ahora —le pedí de nuevo, cansado yo también
debido al ejercicio físico inesperado.
Iván me contempló con rabia e ignoró mis palabras,
volviendo al ataque. Esa vez, quizá debido al cansancio, me
pilló con la guardia baja y consiguió darme un buen golpe
en el pecho que me hizo ver las estrellas, así que, harto de
aquel mocoso, reuní todas mis fuerzas y le regalé un
mortífero puñetazo en el estómago para dejarle fuera de
juego. Me arrepentí justo cuando Iván se llevaba las manos
al vientre y gemía de dolor. Ante mi mirada, se desplomó al
suelo y se acurrucó en posición fetal para protegerse la
zona herida y tratar de recobrar el aliento que el golpe le
había robado.
—¡Joder! ¡Me cago en la puta! —Me agaché a su lado para
comprobar si se encontraba bien.
Me entraron sudores fríos al pensar que podía haberle
causado alguna lesión interna grave que desembocase en
algo serio. Podía incluso llegar a desangrarse y morir.
¡Demonios! No tenía intención de hacerle tanto daño…
—¡Eh! Iván, Iván… ¿Estás bien? ¿Puedes levantarte? —le
pregunté mientras él seguía allí tirado quejándose del dolor,
pero no me respondió.
Iba a pedir ayuda, a pesar de que yo había causado el mal,
cuando de repente Verónica apareció corriendo hacia
nosotros. Al ver a Iván en el suelo, su rostro se contrajo en
una mueca de preocupación.
—¡Quítale las manos de encima, hijo de puta! ¡¿Qué coño le
has hecho?! —gritó, y rápidamente se lanzó a socorrer al
amor de su vida.
Yo me levanté del suelo y saqué el móvil para llamar a una
ambulancia si era necesario, pero Verónica consiguió ayudar
a Iván a sentarse. Parecía que ya respiraba con más
normalidad, aunque aún se sujetaba el vientre con ambas
manos, hecho que me hizo sentirme algo aliviado.
—Iván, ¿puedes ponerte en pie? —le preguntó, y él asintió
débilmente.
Verónica lo ayudó a levantarse e Iván apoyó su brazo y por
consiguiente parte del peso de su cuerpo sobre el hombro
de ella. Juntos, comenzaron a avanzar torpemente para
alejarse de allí.
—¡No vuelvas a acercarte a él o te arrepentirás de haber
nacido! ¡Yo no tengo fuerza, pero puedo joderte de formas
más originales! —me amenazó Verónica antes de
desaparecer.
—¡Él me pegó primero! —grité enojado y aún preocupado
por la salud de ese imbécil.
Consulté el reloj y me di cuenta de que ya debería haber
entrado a arreglarme hacía unos minutos, así que me
apresuré al interior del edificio con las manos aún
temblándome tras el altercado. Irremediablemente, Amanda
se enteraría de ello.
Horas después, finalizado el programa, aguardaba montado
en mi coche a que Amanda saliera cuando vi que me había
convertido en tendencia en Twitter. Alguien que pasaba por
allí había grabado parte de la pelea entre Iván y yo y la
había subido a las redes. Por suerte, la habían grabado
desde lejos y nuestros rostros no se apreciaban con
claridad, aunque era obvio que se trataba de mí. Aun así,
pensé que siempre que no reconocieran a Iván estaría a
salvo, ya que podría inventarme cualquier excusa para
justificar lo sucedido. Otra cosa, sin embargo, era la
explicación que le daría a Amanda, que entró al coche
echando chispas con el vídeo en la mano.
—¡¿Se puede saber qué cojones ha pasado entre Iván y tú?!
—inquirió muy nerviosa, pues había reconocido a su querido
novio.
—Vino como un energúmeno buscando camorra y tuve que
defenderme. ¿Qué querías que hiciera? —Me encogí de
hombros.
—¿Y por qué hizo eso? Iván es una persona pacífica y no se
mete en problemas sin motivo. Ariel, te exijo una
explicación convincente —demandó con dureza.
Mi silencio me sentenció culpable y Amanda comprendió
que yo había provocado esa terrible reacción por parte de
Iván.
—Iván y su banda ganaron el concurso de canciones, pero
yo tenía unos amigos a los que debía un favor que también
participaban. Digamos que les eché una mano para que el
director los acabara eligiendo, dejando a The Black Cats sin
su premio. No pensé que Iván se enteraría y mucho menos
que se lo tomaría tan mal —confesé para no tener que
soportar más su acusadora mirada sobre mí.
—¡Ariel! ¡¿Cómo has podido hacerle eso?! ¡Es normal que
haya venido a ajustar cuentas contigo! ¡La música es la
mayor pasión de Iván! —me gritó con un cabreo mayúsculo.
—Sí, ya veo que es su mayor pasión, por encima incluso de
ti. Llevo meses saliendo contigo y solo hizo un amago de
pegarme cuando estaba borracho como una cuba. Sin
embargo, cuando le tocan su música, es capaz de todo. Eso
deja muy claras sus prioridades —le dije a Amanda con
tranquilidad.
—¡¿Eres imbécil o qué?! ¡¿Qué tiene que ver una cosa con la
otra?! ¡Él no te ha partido la cara porque esto que tenemos
es un acuerdo, pero lo del concurso es una guarrada! —lo
defendió.
—¡No me ha partido la cara porque no me llega ni a la suela
del zapato! ¡Se ha llevado un buen puñetazo en el
estómago de regalo! —grité con la intención de herirla,
rabioso como me hallaba pese a estar arrepentido de lo que
había hecho.
Amanda, con los ojos llorosos, me dirigió unas palabras que
me destrozaron.
—¡Qué idiota soy! Y pensar que he estado a punto de
renunciar a Iván por alguien como tú… —Negó con la
cabeza realmente decepcionada.
La contemplé avergonzado, triste por haber retrocedido tras
la estupidez que había cometido. No debí amañar el
concurso para perjudicar a Iván, ya que me costaría muy
caro.
—¡Amanda, dime, ¿acaso ibas a elegirme a mí alguna vez?!
¡Llevas jugando conmigo desde el principio para sentirte
una reina, pero tu única opción siempre fue Iván! ¡Admítelo
de una vez! —respondí dolido.
—Te equivocas. Nunca lo he tenido claro, pero justo cuando
empezaba a ver cosas buenas en ti, me vuelves a mostrar
de qué estás hecho realmente. Y no me gusta nada, Ariel
Guerra. Me pillo un taxi. —Me dirigió una mirada de
desprecio y se bajó del coche cerrando con un sonoro
portazo.
Acongojado y realmente angustiado por los
acontecimientos, unas lágrimas rodaron por mis mejillas
después de que Amanda me dejara tirado en medio del
parking. Sentí que la había perdido para siempre tras mi
jugarreta y que me lo merecía por mala persona. Tenía
razón. Era perverso y no me merecía su amor después de lo
que le había hecho a ese pobre chico, que puede que
terminara en el hospital con rotura de bazo o con algo
incluso peor.
De inmediato, llamé a Rodrigo para al menos poder
solucionar parte del mal que había ocasionado. Le pedí por
favor que volviera a dar por ganadora a la banda de Iván y
que se olvidara de mis amigos. Rodrigo se enfadó mucho
conmigo, ya que hacía horas que había comunicado el
nuevo resultado y ahora tendría que volver a cambiarlo todo
y lidiar con el enojo de los participantes. Me disculpé en
repetidas ocasiones y le pedí que no volviera a hacerme
caso si le pedía algo así de nuevo. Tras colgar el teléfono,
arranqué el coche y volví a casa.
En mi guarida, me tumbé en el sofá y abrí Twitter. El cotilleo
del día, mi pelea con Iván, aún seguía candente. Mis fans
me habían llenado Instagram de mensajes privados para ver
si me encontraba bien tras la riña a pesar de haber quedado
patente mi superioridad física. Publiqué una foto explicando
lo que había sucedido para satisfacer la curiosidad de mis
seguidores y salvar mi culo. Me inventé que ese chico me
había pedido un cigarro de mala manera en el aparcamiento
y que, al negarme a dárselo, me había agredido y yo
simplemente me había defendido. Estaba seguro de que con
eso sería suficiente y en un par de días ya se habrían
olvidado del tema.
Esa noche, traté de conciliar el sueño, pero no fui capaz.
Pensaba todo el tiempo en Iván y en si estaría bien. Suponía
que, si algo grave le acababa sucediendo por mi culpa,
Amanda me avisaría para restregarme que era un monstruo.
Al pasar las horas y no recibir noticias, deduje que se
encontraba bien y me tranquilicé un poco. Estaba claro que
el daño estaba hecho, pero saber rectificar cuando uno se
ha equivocado también requiere agallas.
A pesar de mis enmiendas, había metido la pata hasta el
fondo y mi error me alejaría de Amanda cuando deseaba
justo lo contrario. Si lo hice, fue por ella. La espera se me
hacía cada día más cuesta arriba y cada mañana me
consolaba pensando en ella en la ducha, cerrando los ojos
con fuerza e imaginando mis manos recorriendo su cuerpo
de arriba abajo y haciéndola vibrar. Estaba realmente
enganchado y mi obsesión me había llevado a actuar de la
forma menos inteligente posible. Como Paco había sugerido
cuando volví de Medina, el más perjudicado acabaría siendo
yo cuando Amanda lo eligiera a él de forma definitiva.
52. IVÁN: LOS PADRES DE
VERÓNICA

Verónica me ayudó a sentarme en el asiento del copiloto


del coche de mi padre, dolorido y todavía tratando de
recobrar el aliento que el puñetazo de ese malnacido me
había robado. Sin siquiera preguntarme, me abrochó el
cinturón y me pidió las llaves del coche, ya que veía que yo
no estaba para conducir. Las saqué del bolsillo y se las di,
recordando que ella tenía carné a pesar de no practicar con
mucha frecuencia al no poseer vehículo propio. De
inmediato, arrancó el coche y yo me recosté en el asiento,
cerrando los ojos.
—Iván, deberíamos ir a urgencias a que te echen un vistazo,
¿no crees? —me sugirió muy preocupada, pero yo negué
con la cabeza.
—No, estoy bien. En un rato me sentiré mejor —respondí
con voz apagada.
—Como quieras… ¿A dónde quieres que te lleve?
—A tu casa. No quiero que mis padres me vean así. Volveré
más tarde —le dije, y ella puso rumbo a su domicilio.
—Iván, no debiste haber venido. No se puede esperar nada
bueno de gente tan miserable como Ariel Guerra. Poco ibas
a conseguir —me reprendió por mi gran locura.
—Tenía que intentarlo. ¿Quién se iba a imaginar que supiera
defenderse tan bien? Apenas lo he rozado y él… Mira cómo
me ha dejado, joder —me lamenté tratando de no romper a
llorar de la impotencia.
—No fue una buena idea. Que le den al concurso. No vale la
pena —contestó ella con la vista fija en la carretera.
—Soy un puto fracaso. He fallado al grupo. Habíamos
ganado y ahora no tenemos nada por mi culpa. —Me
regodeé en mi propia miseria ahora que el golpe empezaba
a dejar de dolerme.
—Iván, Marko y los demás no se habrían presentado a
ningún concurso si tú no los hubieras animado. Te lo deben
todo a ti. Lo que ha pasado ha sido una putada, pero lo
superarás y ellos también. Habrá más oportunidades en la
vida —me animó Verónica con la sensatez que tanto me
gustaba de ella.
—No como esta… Jamás como esta… —continué con mi
lamento, lo que me llevó finalmente a soltar las lágrimas
que había estado conteniendo en mi interior.
No quería derrumbarme delante de Verónica, pero el hecho
de saber que el concurso podía darnos la fama que tan
difícil era de conseguir y que habíamos perdido la
oportunidad me hundió por completo. El golpe de Ariel
Guerra ya ni siquiera me dolía y me encontraba bien, pero
anímicamente sentía como si me hubiera destruido por
completo con esa jugada maestra.
—Iván, no llores, por favor… —me pidió Verónica
entristecida, aunque continuó conduciendo por la
imposibilidad de parar en medio de la carretera para
consolarme.
Cuando aparcamos junto a su casa, no obstante, sacó un
pañuelo de su bolso y me lo dio para que me secara las
lágrimas. Cuando me recompuse, cogió mi cara entre sus
manos, se acercó a mí y me besó en la mejilla con ternura.
—¿Quieres que le joda la vida? Estoy segura de que puedo
encontrar sus trapos sucios y hundirlo por completo —me
preguntó tras su muestra de afecto.
—No. Yo no soy como él. Ni siquiera soy un tío violento. Se
me ha ido mucho la pinza hoy. Tenías razón —admití más
calmado.
—Pues claro que no eres como él. Ya quisiera ese
acomplejado parecerse aunque fuera un poquito a ti.
¿Subimos?
Asentí con la cabeza y fuimos a su casa. Me senté en el sofá
y puse la televisión para evadirme un poco, pero lo primero
que salió fue el careto de ese imbécil en primera plana, así
que cambié de canal con rabia. Verónica se sentó a mi lado
y me propuso un plan para el día siguiente.
—Iván, mis padres están otra vez de visita en Madrid.
Mañana voy a comer con ellos en casa de mi tía Candela.
¿Te gustaría asistir como invitado especial? —me propuso
con una sonrisa.
—Claro… Si a tus padres no les importa que me acople, por
mí guay —asentí.
—Ellos mismos me pidieron que te invitara. Aunque solo te
vieron cinco minutos, les causaste muy buena impresión.
Oye, estás bien, ¿verdad? No has querido ir al médico y me
tienes preocupada.
—No, no te preocupes. Me encuentro bien, así que imagino
que no tengo nada grave.
Unas horas después, que se nos fueron tirados en el sofá
viendo un aburrido concurso de preguntas, Amanda volvió a
casa muy exaltada y me abrazó con fervor al haberse
enterado de lo ocurrido. Verónica, viendo el delicado
panorama, decidió irse a su habitación y darnos un
momento de privacidad.
Hablamos de lo ocurrido y le expliqué por qué había ido a
por Ariel aunque ella ya lo supiera. Me dijo que se había
enterado por las tendencias de Twitter, cosa de la que yo no
me había siquiera percatado, pero por suerte no se me
reconocía en el vídeo de un minuto que un gracioso había
colgado. Amanda me comprendió y me aseguró que había
reprendido a Ariel muy severamente por lo ocurrido y que
nada así volvería a ocurrir, que ella se encargaría de
vigilarnos a ambos.
—Todo irá bien, Iván. Estarás bien. Estaremos bien —me
prometió con voz calmada y apaciguadora como siempre
solía hacer cuando había problemas.
—Nada irá bien si él no desaparece de nuestras vidas. Eso lo
tengo claro —respondí negativo y realista al mismo tiempo,
abatido en el sofá.
—Cielo, para compensarte he cancelado mis planes de
mañana y pasado para estar el fin de semana contigo. ¿Qué
te parece? —me informó ignorando mi comentario y
esbozando una sonrisa.
—Lo siento, pero mañana ya tengo un compromiso. Voy a
comer con Verónica y con sus padres, así que me será
imposible. El domingo no hay problema —le dije sin
inmutarme un ápice, y ella torció el gesto tras mi negativa.
—¿Con los padres de Verónica? —inquirió y puso cara de
desconcierto.
—Sí. Han venido de Estados Unidos de visita y Verónica me
invitó. No veo el problema. —Me encogí de hombros.
—He liberado mi apretada agenda por ti. Deberías ser un
poco más considerado, ¿no crees? —comentó como si ella
fuera la dueña del mundo y le debiera sumisión y
obediencia, ya que había hecho un esfuerzo sobrehumano
por mí.
—Igual de considerada que eres tú conmigo. Nadie te ha
pedido que cambies tus planes para consolarme. Pasaré el
sábado con Verónica, te guste o no. El domingo nos
veremos si aún te apetece —respondí calmado.
—No, no te molestes. Al fin y al cabo, mis quehaceres del
domingo son importantes. No creo que deba descuidarlos.
Me voy a dormir. Estoy cansada —me dijo claramente
enojada, y se levantó del sofá para marcharse a su
dormitorio.
Me quedé allí molesto y preguntándome qué cojones hacía
yo saliendo con Amanda si no dábamos pie con bola
últimamente. Debería haber ido a su habitación y haberle
dicho que lo nuestro se había terminado, pero, cobarde de
mí, me despedí de Verónica y volví a casa sin siquiera
hablar de nuevo con mi todavía novia. En casa, le escribí un
mensaje disculpándome, aunque sin hacer alusión a que
cambiaría mis planes por ella, cosa que no pensaba hacer.
Amanda me respondió fríamente que sentía haberse puesto
así y que pasaríamos el domingo juntos si el sábado estaba
ocupado. Zanjamos la breve conversación con unos
emoticonos de besos y corazones y nos despedimos.
El sábado, tal y como le había prometido a Verónica, me
dirigí a casa de su tía Candela sobre las dos para disfrutar
de una comida familiar con la que se había convertido en
una amiga muy cercana para mí y a la que no podía
defraudar. Dada la mala relación que ella tenía con sus
padres, seguramente también me había invitado para que
yo rebajara la tensión que habría entre ellos en el almuerzo.
Candela me abrió la puerta y me recibió con besos y
abrazos que correspondí encantado, ya que me cayó de
maravilla cuando la conocí en su fiesta de cumpleaños.
Elena y Miguel, los padres de mi amiga, también estaban allí
y me saludaron efusivamente, encantados de verme de
nuevo. Verónica, según me dijeron, había bajado a comprar
unos aperitivos y llegaría en seguida. En efecto, cinco
minutos después apareció por la puerta y me saludó con la
mirada, ocultando una sonrisa al alegrarse de hallarme allí.
Verónica me había prometido que trataría de ser
benevolente con sus padres y dejar las diferencias a un lado
para pasar una tarde agradable sin altercados. Lo haría por
su tía Candela y por mí, ya que, como aseguró, no nos
merecíamos estar en medio de ninguna disputa y no le
apetecía que hubiera mal rollo durante la comida. Por mi
parte, me ofrecí a animar la conversación siempre que
hiciera falta y a cambiar de tema si lo creía necesario, lo
cual ella me agradeció de corazón.
Candela había cocinado carne guisada con patatas que
colocó en una enorme olla en el centro de la mesa. Además
de eso, había más comida para picar como queso, canapés,
aceitunas o embutido. La mujer nos sirvió a cada uno con
mucho mimo, llenándome el plato hasta arriba para que no
me quedara con hambre. La madre de Verónica, preocupada
por su peso, le pidió a su hermana que no le pusiera
demasiada comida, aunque Candela hizo caso omiso y no
escatimó en cantidad.
—Come un poco y deja de quejarte, anda —le dijo Verónica
a su madre en tono bromista, y Elena forzó una sonrisa y
asintió.
La comida transcurría con normalidad y surgieron
interesantes conversaciones en la mesa. Realmente
fascinado, les pedí a los padres de Verónica que me
contarán exactamente a qué se dedicaban en su trabajo, de
modo que se explayaron de lo lindo para hacerme
comprender la complejidad de sus tareas. El único
inconveniente fue que Elena aprovechó para sacar a
colación un tema tabú.
—Verónica, ¿algún día vendrás a vivir con nosotros a
California? Sabes que allí tendrías un futuro brillante y que
podríamos colocarte donde quisiéramos con tus habilidades
—comentó mientras terminaba su plato.
—Lo cierto es que no. No soy tan desprendida como tú. Hay
cosas que me importan y que no puedo dejar atrás tan
fácilmente —respondió Verónica claramente molesta por la
pregunta.
—La verdad es que Verónica no lo está haciendo nada mal
en Nilsson y puede que la acaben contratando al final de
sus prácticas. ¿Quién sabe dónde acabará viviendo en un
futuro? —afirmé para mediar entre ellas, pero conseguí el
efecto contrario.
—¿Nilsson Solutions? ¿En serio? —inquirió Elena con cara de
asco, y fui consciente de que Verónica no la había
informado.
—¿Qué le pasa a Nilsson, doña perfecta? —preguntó mi
amiga a la defensiva.
—No, si pasarle no le pasa nada. Es solo que creí que tenías
mayores aspiraciones. En Europa tienen bastante negocio,
pero hay empresas que ofrecen mucho más a nivel global.
En Nilsson no podrás desarrollar todo tu potencial —se
lamentó.
—Bueno, no me voy a casar con Nilsson, pero es un
comienzo que me estoy labrando por mi cuenta sin vuestra
ayuda. ¿No te parece digno de admiración? —explicó
Verónica.
—No está mal, pero no sé por qué desprecias nuestra
ayuda. Una llamada y con tus conocimientos entrarías
ganando un sueldo realmente bueno en una gran empresa
—mencionó Miguel para formar también parte de la
polémica conversación.
—Acabo de decir que… —Volvió a la carga, pero yo la
interrumpí.
—Verónica, ¿les hablaste de la fiesta de cumpleaños de tu
tía Candela? Lo pasamos genial, ¿cierto? Seguro que a tus
padres les habría encantado ir. Qué pena que no pueda
tocar hoy para vosotros… —dije para frenar una potencial
discusión.
Verónica, tensa como la cuerda de una guitarra, me miró y
asintió, feliz tras mi intervención.
—Sí, fue una fiesta muy chula. Te dimos una gran sorpresa,
¿a qué sí, tía?
—Me encantó. Me gustó muchísimo. Lo pasamos tan bien
comiendo y bailando. Tenéis que venir el año que viene —
les dijo a Elena y a Miguel, que sonrieron.
—Lo intentaremos —contestó Elena sin prestar demasiada
atención, molesta porque el tema de Nilsson hubiera
desaparecido de la mesa.
Para calmar el ambiente, decidí hablarles a los padres de
Verónica del grupo que había creado con mis amigos, de su
fracaso y de cómo gracias a su hija había renacido de nuevo
y encontrado mi lugar en The Black Cats. Fascinados con mi
perorata, me pidieron que algún día tocara algo para ellos.
Envalentonado, me atreví a cantarles una canción a capella
y los aplausos no se hicieron esperar.
Un rato después, terminada la comida, le pedí a Candela
que me hablara de su trabajo y que me diese la receta del
guiso que habíamos comido, pues estaba delicioso, así
como de la magnífica tarta de brownie con fresas que había
preparado de postre, la cual no dejó a nadie indiferente.
Tras darme las recetas, Candela me contó que trabajaba
cocinando en el restaurante de un hotel, pero justo cuando
iba a detallar las tareas de las que se encargaba, su
hermana la cortó para recuperar el protagonismo.
—Candela, cielo, no creo que haya mucho que decir de tu
trabajo. Eres ayudante de cocina y poco más. Creo que a
Iván le interesaría mucho más hablar de otras cosas —dijo
con poco tacto, y miré a Verónica, que arrugó la servilleta
con fuerza y la hizo una bola en la palma de su mano.
Supe entonces que no sería capaz de hacer caso omiso a
ese hiriente comentario.
—¡Bueno, ya está bien! ¿Por qué no dices lo que estás
pensando? Estás deseando decirle a la tía que deje hablar a
los mayores tranquilos, porque siempre la considerarás una
niña pequeña. No tienes respeto alguno por tu propia
hermana y es verdaderamente asqueroso —soltó de repente
con cara de pocos amigos.
—¿Qué estás diciendo, Verónica? Simplemente creo que hay
trabajos que no son tan relevantes. Eso es todo —se
defendió Elena.
—¡Y una mierda! Un programador y un cocinero son
igualmente importantes para la sociedad, ¿lo sabías? No sé
por qué siempre te empeñas en degradar a los demás y en
hacerles sentir inferiores a ti.
—Verónica, hija, tu madre solo pretendía ser amable con
Iván y que se sintiera entretenido en todo momento. —
Miguel salió en defensa de su mujercita.
—Gracias, Miguel. Fui yo quien le preguntó a Candela.
Realmente me interesaba saber más de su trabajo —añadí
con amabilidad para tratar de suavizar el clima de hostilidad
que se había desatado en un momento.
—¡Ya está bien! ¡Callaos todos! Voy a hablarle a Iván de mi
trabajo, os guste o no —nos dijo Candela con autoridad, y
Verónica le lanzó una sonrisa.
—Bien dicho, tía. Es tu momento de ser la protagonista.
Habla tanto como quieras y que mamá escuche por una vez.
Buena falta le hace —afirmó Verónica.
—Sí, estupendo. Deja que tu tía sea la protagonista. Nunca
lo seas tú, no vaya a ser que te parezcas un poco a mí.
Desde luego que nunca dejarás de ser mediocre. Un cero a
la izquierda —soltó Elena con toda la rabia que pudo, y
Verónica se quedó mirándola con un gesto de incredulidad
impreso en el rostro.
—Lo último que deseo en la vida es parecerme a ti. Prefiero
mil veces ser la persona más insignificante y gris de este
mundo antes que ser como tú. No quiero siquiera compartir
el mismo aire contigo, así que vais a disculparme, pero me
marcho. Tía, lo siento mucho. Vendré a visitarte otro día.
Iván, tú quédate si quieres —dijo y acto seguido se levantó,
cogió su bolso y se marchó sin decir más.
—Ya estamos… Con ella siempre es igual. Siempre
terminamos así —se lamentó Miguel—. Elena, a lo mejor
deberías morderte la lengua un poquito.
—Me vais a perdonar, pero me marcho yo también. Siento lo
que ha pasado. Si me permitís un consejo, Verónica
solamente quiere que la aceptéis tal y como es, con sus
virtudes y defectos. Ella es única e irrepetible. Es una gran
persona y no os dais cuenta de la hija tan maravillosa que
tenéis. Ha sido un placer comer con vosotros —me despedí
y me levanté para marcharme.
—Muchas gracias por tus palabras, Iván —sonrió Elena, y
Miguel asintió.
Le di un beso a Elena y a Candela, y le estreché la mano a
Miguel antes de salir por la puerta en busca de Verónica. La
encontré sentada junto al ascensor, seguramente
esperándome.
—No digas nada, por favor. La historia se repite una y otra
vez. Cuando intento ser amable, ella siempre intenta
hundirme —me dijo sin siquiera mirarme.
—No iba a decir nada. ¿Quieres dar un paseo para
despejarte? —sugerí, y ella accedió.
No hablamos del altercado con sus padres, tras el que pude
deducir que era Elena la principal instigadora, ya que Miguel
se limitaba a seguir sus directrices. Traté de hacer a
Verónica olvidar el mal trago y hablar de temas que la
ayudaran a evadirse. Ni siquiera hablamos de Amanda y de
mis tiranteces con ella, tan solo de cosas alegres. Quizá esa
alegría acabó atrayendo la buena noticia que recibí una
hora después de dejar la casa de Candela.
Rodrigo García me llamó esa tarde para comunicarme que
The Black Cats era el grupo ganador del concurso de
canciones, y que esa vez era definitivo. Sentía
enormemente el malentendido que se había producido y
esperaba que aún estuviéramos dispuestos a recoger
nuestro premio y a disfrutar de todas las ventajas de ser los
vencedores. Emocionado, le di las gracias una y otra vez e
informé a Verónica de las novedades.
—¡Iván, me alegro muchísimo! —exclamó y seguidamente
me abrazó con todas sus fuerzas.
La estreché entre mis brazos con cariño y hundí mi rostro en
su pelo, aspirando el aroma a regaliz de su embriagador
perfume, tranquilo de que las cosas se hubieran resuelto
gracias a mi accidentada intervención. Por suerte, aún no le
había dicho a los demás nada del concurso y ya no tendría
que hacerlo. El moratón de mi abdomen sería una herida de
guerra que luciría con orgullo hasta que se borrara por
completo, ya que The Black Cats había recuperado lo que
era suyo y nuestro triunfo volvía a saberme a gloria.
53. AMANDA: DESNUDANDO
CUERPO Y ALMA

Ariel me había defraudado por completo tras lo que le hizo


a Iván, de modo que nuestra relación se volvió fría y casi
inexistente fuera de la pantalla y de los flashes de los
fotógrafos en los días posteriores al altercado. Ni siquiera
ayudó el hecho de que hubiera rectificado, ya que Iván me
dijo el domingo que pasamos juntos acurrucados en la cama
que el director del concurso había subsanado el supuesto
error. Supe que Ariel se había echado atrás por mi enfado,
pero eso no era suficiente para borrar el daño causado, así
que lo castigué con mi indiferencia.
Dos semanas después del suceso, Ariel recibió una llamada
mientras estábamos en mi camerino discutiendo un tema
de trabajo. Por lo que pude intuir de su conversación, se
trataba de una propuesta para hacer una sesión de fotos,
pero él rápidamente la declinó sin siquiera consultarme,
cosa que me molestó bastante.
—¿Por qué has dicho que no vamos a hacer esa sesión de
fotos? —inquirí tirante, y él me miró con ojos tristes, forma
en la que me contemplaba desde nuestra última discusión.
Ya ni siquiera sabía si Ariel seguía interesado en mí o si mi
corazón aún se debatía entre dos amores. Quizá Iván era la
mejor opción, después de todo y pese a nuestros constantes
roces. No obstante, todas esas asperezas que habían
surgido en nuestra relación estaban cerca de hallar su fin
cuando mi negocio con Ariel concluyera, y no nos quedaba
demasiado tiempo.
—Eran los de la revista En cuerpo y alma. Me han propuesto
que hagamos una sesión de fotos desnudos. Como imaginé
que no te haría mucha gracia, ya les he dicho que no
cuenten con nosotros —me explicó con voz pausada.
—¿Sin siquiera consultarme? ¿Cuánto pagan?
—Bastante. Por ser nosotros, estarían dispuesto a
desembolsar cincuenta mil.
—Llámalos inmediatamente. Diles que lo haremos —resolví
muy seria.
—¿Estás segura?
—Tú nunca has tenido problema en despelotarte. La pasta
es bastante tentadora, así que lo haré. Al menos esta vez
serán mis tetas de verdad. —Me encogí de hombros, y Ariel
asintió al escuchar mi respuesta.
—Como quieras —dijo, y acto seguido devolvió la llamada
para informar de que habíamos cambiado de opinión e
indicar que haríamos la sesión de fotos—. Oye, Amanda,
¿hasta cuándo vas a seguir enfadada conmigo? Ya le devolví
a tu querido novio lo que le pertenecía. No sé qué más
puedo hacer —me preguntó antes de marcharse del
camerino.
—No se trata de eso. Hay que pensar antes de actuar. Todas
nuestras acciones tienen consecuencias, y en este caso la
cagaste pero bien —le expliqué.
—La sesión de fotos es mañana en mi casa. La fotógrafa
llegará a las tres. No llegues tarde. —Fue toda su respuesta,
y se marchó de mi camerino sin siquiera despedirse,
claramente insatisfecho por mi contestación.
La tormenta que desaté tras aceptar realizar esa polémica
sesión de fotos no se hizo esperar cuando se lo conté a
Iván. Desde mi enfado con Ariel y pese a haberme sentado
mal que hubiera ido a comer con los padres de Verónica,
nuestra relación se había estabilizado y llevábamos días sin
discutir. No obstante, ese nuevo trabajillo le hizo poner el
grito en el cielo.
—¡De puta madre! Ahora toda España le va a ver las tetas a
mi novia y la población masculina tendrá material para
pajearse a gusto —afirmó cuando se enteró de la noticia.
—Ni que no lo hicieran ya. ¿Sabes la de comentarios
obscenos que recibo a diario en mis fotos y que ya ni me
molesto en leer? No es para tanto, Iván. —Traté de
tranquilizarlo.
—No, ahora se lo vas a poner mucho más fácil. Ni siquiera
tendrán que usar la imaginación. Con comprarse la dichosa
revista será suficiente —comentó con fastidio.
—Voy a hacer esa sesión de fotos te guste o no. Me van a
pagar una pasta y no puedo desperdiciar la oportunidad. —
Me mantuve serena para defender mi posición.
—¡Claro que sí! Porque mi opinión te importa una mierda. Ya
me he dado cuenta. Nunca tendrás pasta suficiente,
¿verdad, Amanda? Al principio querías conseguir dinero
para ayudar a tu familia y poder quedarte en Madrid, pero
ahora que tienes tanto, ¿cómo lo justificas?
—Quiero ganar todo lo que pueda mientras esto dure.
Nunca se sabe lo que pasará después —expliqué.
—Amanda, ¿de verdad vas a dejar este mundo cuando lo de
la farsa se termine? De veras que no lo creo —me dijo con
decepción.
—No lo sé, Iván. Solo el tiempo lo dirá —concluí la
conversación, aunque el tema de las fotos arruinó nuestra
tarde juntos en mi habitación, como siempre sucedía
cuando discutíamos.
En parte, Iván tenía razón, ya que no me sería fácil romper
con la fama ahora que había probado lo que se sentía al ser
venerada por millones de personas. Si otras oportunidades
llamaban a mi puerta, puede que no las rechazara, sino que
las aprovechase al máximo aun cuando Iván no lo aprobase.
Se trataba de mi vida y solo yo estaba al mando. Desde
luego que no pensaba dejar que Iván, Ariel o cualquier otra
persona decidiera por mí.
Al día siguiente, me presenté en casa de Ariel a la hora
convenida para la sesión. Cuando me recibió, por suerte la
fotógrafa y su séquito de maquilladores y peluqueros ya
estaban allí y no tuve que estar con él a solas ni un minuto,
lo cual agradecí inmensamente. Pronto nos maquillaron y
arreglaron el cabello, y recibimos instrucciones de
desnudarnos por completo en privado. Nos dieron unas
suaves batas blancas para cubrirnos hasta que prepararan
todo el decorado. De esa guisa me reuní con Ariel en el
salón a la espera de más indicaciones.
—¿Ya estáis listos, chicos? Estupendo. Veréis, la idea es
hacer una sesión de fotos artística que sugiera más que
muestre. No tengo intención de que media España se
encariñe con tu delantera, Amanda. A veces, menos es más
—explicó la fotógrafa, y yo agradecí su consideración—. ¿Os
han dado con que cubriros?
Ambos asentimos. La mujer se refería a un pequeño parche
adhesivo que, en mi caso, cubría mis partes íntimas. Me
habían dado, además, unas bonitas pezoneras brillantes con
forma de corazón. Ariel, según pude descubrir a
continuación, llevaba una especie de calcetín ajustable que
mantenía oculta su hombría. Al menos, de ese modo, no
sería tan desagradable para ninguno de los dos.
—Genial. Pues vamos a por la primera foto.
Ariel y yo debíamos mirarnos apasionadamente como si
fuéramos a besarnos. Yo tenía que rodear su cuello con mi
mano derecha y con la izquierda acariciar su mejilla. Debido
a nuestra cercanía y al hecho de estar de perfil, no se veían
mis pechos, tan solo un cuarto de mi trasero. La fotógrafa
utilizó el efecto blanco y negro para añadir un toque
elegante y jugar con las sombras para insinuar, más que
enseñar.
—¡Perfecto! ¡Así me gusta! Se nota que estáis muy
compenetrados —nos elogió cuando conseguimos la
perfección rápidamente.
Para la siguiente instantánea, me situé frente a la cámara y
Ariel me abrazó por detrás. Mi largo cabello cubría
parcialmente mis pechos, y crucé la pierna de forma
estratégica para ocultar el parche que llevaba puesto en los
bajos. La fotógrafa se encargaría de eliminarlo por completo
con Photoshop, según me comentó después.
En la tercera fotografía, Ariel me cogió en brazos como si
estuviera a punto de llevarme al lecho nupcial en nuestra
noche de bodas. Nos miramos fijamente y fingimos
derrochar amor por los cuatro costados para que la foto
luciera realista. Hubo unas cuantas poses más, entre ellas
una en la que Ariel debía cubrir mis pechos con sus manos y
taparlos por completo, cosa que hizo de forma respetuosa
sin apenas rozarme.
La fotógrafa decidió hacer unas cuantas fotos en la cama de
Ariel. En una de ellas, él tuvo que colocarse encima de mí y
fingir que me besaba con pasión. También nos tuvimos que
abrazar con cariño, mis pechos rozando su torso y
haciéndome sentir realmente violenta, así como realizar
otras sugerentes posturas para simular que teníamos sexo.
Aun así, debo reconocer que las fotografías no resultaron
obscenas cuando la profesional nos las enseñó al finalizar la
sesión. Había tratado nuestra desnudez con respeto y
estaba todo perfectamente medido para no caer en lo
vulgar.
—Bueno, pues ya hemos terminado. Haré algunos retoques
y os enviaré el resultado final antes de que se publique en
la revista. ¿Qué os han parecido a primera vista? —nos
preguntó mientras recogía el chiringuito.
—Me parece que han quedado preciosas —sonreí
encantada, pues además iba a cobrar una buena suma de
dinero por no mostrar siquiera un pezón.
—Sí, eres una gran profesional. Se nota que has hecho esto
muchas veces —la elogió Ariel.
—¡Oh, muchas gracias! De todas formas, no todo el mérito
es mío. He tenido dos modelos espectacularmente guapos y
muy obedientes. Sois fotogénicos a rabiar y la pasión y el
amor que desprendéis lo inunda todo a vuestro alrededor.
Hacéis una magnífica pareja. —Se deshizo en cumplidos con
nosotros y ambos tuvimos que forzar una sonrisa.
Sus palabras atravesaron la fina tela de la bata que llevaba
y se clavaron en mi piel como afiladas cuchillas. ¿Por qué
demonios dábamos esa sensación de felicidad y
compenetración si en ese mismo momento ni siquiera
estábamos bien? ¿Si lo único que habíamos hecho desde
que nos conocimos era chocar como titanes en una
interminable lucha por ver quién quedaba por encima? Ariel
y yo éramos seres pasionales, demasiado parecidos como
para congeniar. Aun así, el mundo se encargaba de
recordarnos lo bien que nos veíamos juntos. En mi opinión,
nuestra cercanía solo provocaría un cataclismo mortal
inevitable.
Me refugié en la habitación de invitados de Ariel para tomar
oxígeno y recuperarme tras la tensión sexual que
irremediablemente había sentido entre nosotros durante las
fotos a consecuencia de las sensuales posturas que
habíamos tenido que escenificar. Había conseguido dominar
mis impulsos de salir corriendo, pero en esos instantes
necesitaba recobrar el aliento y ordenar mis pensamientos.
¿Por qué demonios sentía que estaba haciendo lo correcto al
elegir a Iván y olvidarme de Ariel, pero de repente todo
cambiaba cuando estaba junto a él?
Alguien llamó a la puerta mientras estaba sentada en la
cama, aún envuelta en la delicada bata que la fotógrafa nos
había regalado por cortesía de la revista. Se trataba de
Ariel, aún también en bata, que venía a ver cómo me
encontraba.
—¿Estás bien, Amanda? Has salido prácticamente huyendo
del salón antes de que se fuera la fotógrafa con su plantilla
—me preguntó desde el umbral de la puerta.
—Sí, estoy bien. No ha sido una sesión de fotos
precisamente fácil, pero lo hemos hecho bien. Estoy
orgullosa y al mismo tiempo nerviosa por ver la reacción de
la gente cuando se publique.
No tenía intención de decirle que era él quien me
ponía atacada.
—Les encantará. Lo cierto es que no podrían haber quedado
mejor. Esta tía es una máquina. Ya verás cuando retoque las
fotos —me dijo con una sonrisa—. Oye… Espero no haberte
incomodado demasiado. Algunas posturas eran un poco
complicadas.
—¿Por qué ibas a incomodarme? Esto es un tema
profesional, como la gran mayoría de cosas que hemos
hecho hasta ahora. No veo mucha diferencia —mentí
tratando de mostrar tranquilidad e indiferencia.
—Amanda, déjalo ya, por favor. ¿Por qué no puedes
perdonarme de una vez? Yo todavía estoy interesado en ti.
Sigo esperando una respuesta y espero no haber quedado
totalmente fuera de juego por lo que pasó con Iván. Me
pasé mucho y lo siento de verdad, de corazón. Lo hice
porque… Porque no puedo soportar saber que él puede
tenerte siempre que quiere, mientras que yo tengo que
contener las ganas de besarte cada vez que te veo, en
público o en privado. Por favor, entiende que esto está
siendo jodidamente difícil para mí. Estoy poniendo todo de
mi parte para no meter la pata otra vez —me explicó con
sinceridad, ablandando mi corazón.
—Reconozco que me enfadé mucho por lo que pasó, así que
debes tener paciencia. Las malas acciones no se me olvidan
en un día —respondí mirándolo fijamente.
—Entonces, ¿aún tengo alguna posibilidad?
—Puede —contesté muy seria—. Si no vuelves a liarla como
la última vez, quizá reconsidere las cosas.
—Al menos, hasta entonces, ¿podrías tratarme como
siempre? Es difícil lidiar con tu frialdad e indiferencia, real o
fingida. Me duele que estemos así. ¿Nos damos un abrazo
de reconciliación? —sugirió.
—No, mantendremos la distancia por ahora. Me visto y me
voy —contesté, y Ariel asintió algo disgustado al no haber
conseguido demasiado de mí.
Se retiró y me dio privacidad para vestirme. No obstante,
justo cuando me marchaba, hizo un comentario de esos que
me dejaban sin palabras y dándole vueltas a la cabeza de
madrugada.
—Espero que duermas bien esta noche. Yo no creo que
pueda. Después de haber contemplado tu cuerpo desnudo
tan cerca del mío y de haberme tenido que conformar solo
con rozarlo, tendré que imaginar lo que te haría para saciar
esta sed. Me tienes realmente loco y enfermo como nunca
antes lo había estado jamás, Amanda. Ya ni siquiera sé
quién soy —me confesó casi en un susurro cuando se
despedía de mí en la puerta, y rozó mi mano con la suya
con delicadeza.
—Pasa buena tarde, Ariel —respondí antes de marcharme
con el corazón palpitando violentamente en el pecho.
Debía, por mi propio bien y por el de todos los que me
rodeaban, tomar una decisión de una maldita vez. Justo
cuando pensaba que lo tenía claro, Ariel volvía a girar el
tablero para confundirme, a dejarme en la barca sin remos,
a merced de la corriente. Sin armas para defenderme y
consciente de que estaba torturándolo, así como también a
Iván, comprendí que, si no me daba prisa, ambos acabarían
por cansarse de mí. En el fondo, no merecía más que la
soledad al atreverme a jugar con dos corazones sin piedad.
54. VERÓNICA: EL
PINTALABIOS

Mi madre me envío varios mensajes de texto e intentó


ponerse en contacto conmigo por teléfono para disculparse
por lo sucedido en casa de mi tía Candela antes de
marcharse a California. No contesté a las llamadas, tan solo
le respondí vagamente que esperaba que mi padre y ella
tuvieran un buen viaje de regreso y que no volviera a
comportarse de esa forma tan vulgar la próxima vez. Ni
siquiera me despedí en persona, ya que no me apetecía
volver a tener que lidiar con ellos. Sus dos últimos viajes a
Madrid se habían producido en un breve lapso de tiempo,
por lo que apenas me había dado tiempo a recuperarme de
su tóxica presencia.
Por suerte, el bueno de Iván no había querido ahondar más
en el tema del altercado verbal y me había permitido
respirar tras salir escopetada de casa de mi tía. Sobra decir
que me alegraba inmensamente de que todo se hubiera
arreglado para él y para el resto del grupo, ya que se lo
merecían. El mundo, que siempre me había parecido un
lugar injusto y despiadado, de vez en cuando me recordaba
que la bondad también puede vencer y que no todo está
perdido.
El día que salió la revista donde Amanda enseñaba las tetas
de forma recatada junto a su varonil maromo, Kitty y yo
fuimos a dar un paseo por los alrededores, conscientes de
que el fin de curso estaba a la vuelta de la esquina. Era casi
principios de junio y los estudiantes se jugaban su futuro en
cuestión de días en los exámenes finales. Yo, por mi parte,
no estaba nerviosa ni sentía que debiera apretar más de lo
necesario al llevar mis tareas al día.
—Joder… ¡Qué cuerpazo! —exclamó Kitty echando un
vistazo a la portada en un quiosco.
—Sí, y que lo digas. La muy hija de su madre tiene las tetas
grandes y en su sitio. Sin un gramo de celulitis, delgada
pero fibrosa y comiéndose la cámara como de costumbre.
Todo ideal —solté con fastidio haciendo alusión a Amanda.
—Me refería a Ariel —aclaró Kitty tras mi ataque de envidia.
—¡Ah, vale! Estabas hablando del matón —dije sin pensar, e
inmediatamente me acordé de que el tema de su altercado
con Iván era top secret.
—¿A qué te refieres? ¡Ah, ya sé! A la pelea con ese chico
que acabó rulando por Twitter. Ariel solo se estaba
defendiendo —explicó, ya que afortunadamente no había
reconocido a Iván.
—Sí, es un matón igualmente. Dejemos de hablar de él,
¿quieres? ¿Vas a comprar la revista o qué?
—¡Pues claro! No creas que tengo suficiente con el
autógrafo que me conseguiste —dijo entre risas mientras
pagaba los cinco euros que valía el ejemplar.
—Podrías emplear esos cinco euros en millones de cosas en
el mundo, pero has decidido tirarlos a la basura. Anda,
vámonos. Quiero comprarme un pintalabios nuevo. He visto
un color en una revista que me encantó. —La apremié.
Fuimos a una perfumería que había por allí y encontré justo
lo que estaba buscando. Yo acostumbraba a llevar siempre
labiales oscuros salvo el día de carnaval, pero me apetecía
cambiar un poco y suavizar mi maquillaje. Se trataba de un
precioso pintalabios rojo ladrillo que la dependienta me
probó y que me sentaba de maravilla. Era uno de esos
colores que pegan con cualquier maquillaje y que favorecen
a todos los tonos de piel, de modo que lo compré de
inmediato y me lo llevé puesto a casa. ¿Quién se iba a
imaginar que ese costoso artículo de belleza me saldría más
caro aún y que provocaría un terremoto?
Cuando llegué a casa, Amanda estaba como loca buscando
un objeto perdido por todas partes. En cuanto me vio
aparecer con mi maquillaje nuevo en los labios, me siguió
hasta mi habitación con sigilo para curiosear. Coloqué el
labial sobre mi escritorio y lo admiré con orgullo.
Seguidamente, la tormenta comenzó.
—¿Me dejas ver ese pintalabios que tienes ahí? He perdido
uno de los míos y no lo encuentro por ninguna parte —me
soltó desde la puerta al no atreverse a entrar en mi cuarto.
—Lo acabo de comprar, Amanda. Es imposible que sea el
tuyo —le dije de buenas formas y con una sonrisa que me
costó horrores esbozar.
—Si lo acabas de comprar, entonces no tendrás problema
en enseñarme el ticket para que lo compruebe, ¿verdad? —
solicitó desconfiada.
—¿Qué mosca te ha picado, Amanda? No tengo por qué
enseñarte absolutamente nada. Es mi pintalabios y punto. Si
tienes uno igual y lo has perdido, no es mi problema.
Además, ¿cómo sabes que es el mismo tono?
—Es que es inconfundible. Te lo he visto puesto en los labios
y justo es de la misma marca. ¿Es el tono 120?
—En efecto, ese mismo si mal no recuerdo. Aunque te repito
que es de mi propiedad —reiteré.
—Tú nunca llevas ese tipo de colores. Seguro que te has
encontrado el mío por ahí y te lo has agenciado —me acusó
sin ninguna prueba.
—Estoy flipando, pero eso no es ninguna novedad. De
verdad, hay que tener poca vergüenza para aparecer en mi
habitación y llamarme ladrona. Yo no me salto mis propias
reglas. Jamás toco lo que no es mío.
—¿Ah, no? Bueno, eso es porque no puedes. Si pudieras,
bien que le habrías echado un polvo a mi novio. Te lo comes
con los ojos cada vez que entra por la puerta —afirmó sin
tacto alguno, haciéndome reír.
—Joder, eres una loca posesiva. Iván no es de tu propiedad.
Las personas no son objetos, Amanda. A ver si comprendes
de una vez que tu novio es un ser que piensa y que siente,
no un mero accesorio que conjuntar con el vestido y los
zapatos.
Amanda había utilizado la excusa del pintalabios para
atacarme, ya que parece ser que se aburría. Reconozco que
llevábamos tiempo sin chocar demasiado y manteniéndonos
en nuestro territorio sin molestar a la otra, pero la paz había
llegado a su fin.
—¡Jamás he tratado a mi novio como si fuera un accesorio!
—me gritó enojada.
—Pues claro que sí. Lo haces a diario. A decir verdad, es
como si fuera un bolso. Unos días usas a Iván y otros te
diviertes con Ariel —le escupí la verdad a la cara desde mi
terreno con los brazos cruzados sobre el pecho, y su furia se
desató por completo.
—¡¿Qué cojones insinúas, Verónica?!
—No insinúo, afirmo que te encanta tener a dos tíos detrás
de ti. Te sientes poderosa al saber que esos dos pobres se
matarían por ti si tú se lo pidieras. Si lo analizas, es un
comportamiento un tanto psicópata por tu parte —le dije a
la cara, y su agitada respiración me indicó que debía
retirarme si no quería acabar con una mejilla partida, pues
la vi capaz de agredirme físicamente si seguía diciéndole las
verdades que no quería escuchar.
—¡Eres una perra mala! No me extraña que nadie te quiera
a su lado. —Trató de herirme sin conseguirlo, pues siempre
utilizaba los mismos vacíos argumentos.
—Tampoco te querrán a ti si sigues jugando con las
personas de ese modo. El pintalabios es mío. Si has perdido
el tuyo, te compras otro, que dinero te sobra —indiqué
segundos antes de cerrar de un portazo y zanjar la
acalorada discusión antes de que fuera demasiado tarde.
No me veía con suficiente grasa en el cuerpo como para
vencer a la terrible Amanda en una lucha en el barro. De
nuevo, sentí el impulso de echarla a patadas, pero el
pensamiento de Iván siempre me detenía. Si no, hace
mucho que ya me habría deshecho de ella como lo había
hecho con todas las anteriores que me habían tocado las
narices.
Iván… Mi amor platónico, el único hombre que de verdad
había conseguido despertar mis instintos más primarios. El
que con solo una mirada y una sonrisa conseguía
hipnotizarme y hacerme actuar como una boba
descerebrada. Ahora que Jussi se había marchado y que la
sequía sexual había regresado a mi vida, pensaba en él
cada instante, cada noche solitaria en mi cama. Lo añoraba
como si alguna vez lo hubiera poseído y las fantasías cada
vez me sabían a menos, pero el sentido común me decía
que, pese a lo que interpreté como celos por su parte, la
cosa estaba condenada a morir en mi imaginación.
Iván me pidió ese día si podía ir a su casa a chequear su
ordenador, que le iba lento y posiblemente tenía demasiada
basura almacenada. Antes de acceder, me aseguré de que
su querida madre estuviera fuera durante mi visita, tal y
como había hecho en otras ocasiones. Solo cuando estuve
plenamente segura puse rumbo a su domicilio. Cuando
llegué, encontré sobre su cama un ejemplar de la revista
que ya debía de estar en posesión de todo enloquecido fan
de la pareja de moda del siglo.
—Era la última que quedaba en el quiosco más cercano. ¿Te
puedes creer que se han agotado en cuestión de horas? —
me contó con indignación en la voz.
—¿Qué esperabas? Están hasta en la sopa. La gente es
estúpida y se obsesiona con ellos, contribuyendo a engordar
esta idiotez. Iván, ¿por qué la has comprado? Entiendo que
Kitty lo hiciera, pero lo tuyo es masoquismo —comenté
sentándome en la silla de su escritorio para hacer mi tarea.
Iván se tiró en la cama boca abajo y abrazó la almohada con
desesperación.
—La he comprado para echar un vistazo y ver cómo ese
desgraciado soba a mi novia —confesó.
—¿Y en qué te ayuda eso? Solo te sirve para torturarte un
poco más. Ojos que no ven, corazón que no siente. Por
cierto, a ver si controlas un poquito a tu chica. Hoy me ha
acusado de robarle un pintalabios. Casualmente acababa de
comprarme el mismo tono que ha perdido y se ha puesto
hecha un basilisco conmigo. Hasta me pidió que le enseñara
el ticket de compra para probar mi inocencia —comenté.
—¿Y por qué no lo hiciste? Así te habría dejado en paz —
respondió abatido desde la cama.
—¡Y una mierda! ¿Quién es Amanda para tener que
justificar mis acciones ante ella? No es nadie. Ni siquiera
entiendo por qué sigue viviendo en una habitación alquilada
en un piso cuya casera detesta cuando es una celebridad
que podría permitirse un caro apartamento —me pregunté
sin comprender.
—Amanda dice que no quiere acostumbrarse demasiado a
la buena vida porque todo es efímero. Le gusta la habitación
y que esté tan cerca de la universidad. Además, siempre
dice que no tiene ni un minuto para ponerse a buscar otro
lugar donde vivir. —Se encogió de hombros.
—Pues si piensa quedarse, que me deje vivir en paz. No
puedo soportar sus falsas acusaciones. La tiene tomada
conmigo. Me odia más de lo que yo la odio a ella, y eso es
mucho decir.
—Dejadlo ya, por favor… Creo que os prestáis demasiada
atención. Deberíais ignoraros.
—Eso díselo a ella. Yo no tengo problema en hacerle el
vacío, pero siempre topa con algo y viene a cantarme las
cuarenta.
—Verónica, perdona que pase del tema, pero esto me cansa
bastante. ¿Qué importa lo que le diga a Amanda o lo que te
diga a ti? Vais a seguir haciendo lo que os dé la real gana —
respondió cansado, y seguidamente hundió el rostro en la
almohada.
—¡Por Dios! ¡Anímate, Iván! Parece que acabas de volver de
un funeral. Hay vida más allá de Amanda. Mucha más de la
que imaginas —solté enojada por el hecho de que él
siempre estuviera mal por culpa de esa arpía.
Iván se merecía ser feliz con alguien que de verdad supiera
valorarlo y amarlo, pero se empeñaba en ser el títere de
Amanda.
Alguien tocó con los nudillos en la puerta e Iván levantó la
cabeza. Sin recibir permiso, Pedro abrió para cotillear en el
cuarto de su hermano mayor. Al descubrirme allí, entró
emocionado y me saludó con su efusividad habitual.
—¡Verónica! ¡Ya te echaba de menos! —exclamó, y me
obsequió con dos besos en la mejilla y un abrazo.
—El que faltaba… —masculló Iván molesto.
—¿Qué tal, campeón? ¿Alguna novedad? —Le guiñé el ojo y
seguí a lo mío.
—En mi vida no, pero me ha dicho un pajarito que andas
soltera de nuevo —dijo levantando las cejas repetidamente
para tratar de impresionarme.
—¡Pedro! ¡Eres un puto bocazas! —se quejó Iván.
—En efecto, Pedro. Ya que tu hermano se ha ido de la
lengua, no me queda más remedio que confirmar que es
cierto. Mi corazón vuelve a estar desocupado —confirmé
dramatizando.
—Me pregunto si alguien tendrá lo que hay que tener para
pedirte salir de una vez —soltó Pedro, y yo oculté una
sonrisilla convencida de que se refería a sí mismo.
De inmediato, escuché un ruido sordo. Al mirar a Pedro,
descubrí la almohada de Iván en el suelo junto a él.
—¡Serás cabrón! ¡¿Por qué me tiras la almohada?! ¡Me has
dado en toda la cara! —se quejó indignado.
—¡Lárgate de aquí y deja de molestarnos! ¡Ahora! —Su
hermano lo echó con un mosqueo monumental, y Pedro me
guiñó el ojo, sonrió y se marchó por donde había venido.
—Pedrito, Pedrito… Tiene las hormonas a punto de
ebullición —comenté, e Iván asintió.
—Es un pesado… Por cierto, Verónica, ¿te había dicho que
mañana es mi cumpleaños? —me informó Iván, y yo me giré
para mirarlo sorprendida.
—¡¿En serio?! ¡Eso se avisa antes! ¡No te he comprado
nada!
—No tienes que comprarme nada. Como regalo, solo quiero
que vengas a la fiesta que he organizado el sábado. He
invitado a unos pocos amigos a casa, así que será algo
íntimo —me propuso, y yo torcí el gesto y lancé un suspiro.
—Iván —me mordí el labio inferior—, lo que me pides es
algo que no puedo hacer. Ya viste lo que pasó la primera y
última vez que estuve con tus amigos. ¿Recuerdas el
nefasto desenlace? Los mandé a la mierda y les dije que les
dieran por el culo. Claramente, no querrán disfrutar de tu
cumpleaños conmigo —expliqué para justificarme.
—Ya nadie se acuerda de eso, Verónica. Espero que vengas.
Sé que no me defraudarás —sonrió poniéndome de los
nervios.
Días después de su invitación, a punto de comenzar la
celebración, aún no había tomado una decisión al respecto.
Me apetecía ir a la fiesta porque era algo extremadamente
importante para Iván y, por consiguiente, también lo era
para mí. No obstante, tener que lidiar de nuevo con las
miradas de reproche y ser juzgada por extraños no me
seducía en absoluto. Yo no encajaba con esa gente y solo
iría para pasarlo mal, no para disfrutar de un buen rato.
¡Eres una cobarde, Verónica! Sí, venga, quédate tumbada
en la cama con los cascos puestos como haces
normalmente. No te enfrentes al mundo, no vaya a ser que
sufras una bajada de tensión. ¿Cómo va Iván a querer a
alguien como tú, que ni siquiera es capaz de sacrificarse por
él para demostrarle su amor? Hay cosas que detestamos y
que nos toca hacer para satisfacer a otros. Esta es una de
ellas. ¡Levántate, vístete y vete! ¡No me hagas repetirlo dos
veces!
Mi subconsciente me presionaba y al mismo tiempo me
regañaba por seguir indecisa. Quizá simplemente debía
hacerlo y lidiar con las consecuencias, todo por hacer feliz a
Iván, de modo que abrí el armario y rebusqué para hallar lo
que necesitaba. Encontré un vaquero azul claro de hacía
años que todavía me valía, así como una camiseta rosa de
tirantes con un pronunciado escote que solía ponerme con
doce años, antes de pasarme al lado oscuro. Me calcé unas
zapatillas negras y me maquillé con colores suaves en ojos
y labios, utilizando mi nuevo pintalabios rojo ladrillo. Entre
los cajones, descubrí una diadema negra con brillantes que
me encantaba de adolescente, y la coloqué en mi pelo como
broche final. Cogí mi bandolera y salí de casa sintiéndome
una extraña de camino a la fiesta de Iván, donde tendría
que enfrentarme a mis peores temores.
55. IVÁN: VERÓNICA 1 – 0
MÓNICA

Me habría encantado que Amanda hubiera podido estar


presente en la fiesta para conmemorar mis veintidós
primaveras, pero, como era habitual, tenía otros
compromisos y tampoco habría podido justificar su
presencia al no mostrar una relación tan estrecha con ella
en clase. Para colmo de males, la celebración había dado
comienzo hacía media hora y Verónica tampoco había hecho
acto de presencia, cosa que no creí que fuera a suceder.
Confiaba en ella y en que llegaría a tiempo para iluminar mi
oscuro mundo. Había invitado a mis amigos más cercanos
de clase, pero nada sería lo mismo sin ella.
Mis padres se habían ido a pasar el fin de semana al chalé
de unos parientes y nos habían dejado a Pedro y a mí como
vigilantes de la casa. La fiesta no era clandestina, ya que
tenía permiso para celebrarla, pero mi padre me había
advertido seriamente que cuidara del mobiliario y que me
asegurase de dejarlo todo como estaba si no quería
problemas. Es por ello que solo había alrededor de diez
invitados, que habían recibido órdenes de comportarse
civilizadamente si no querían que los mandara de vuelta a
casa.
Consulté mi reloj y me percaté de que eran las nueve en
punto. Media hora más había pasado y ni rastro de Verónica.
Empecé a impacientarme. Mis colegas, algunos
apoltronados en el sofá y otros sentados en las sillas del
comedor, se atiborraban a ganchitos, sándwiches y patatas
fritas que Pedro y yo habíamos dispuesto sobre la mesa, al
tiempo que bebían sus cubatas poco cargados para racionar
el alcohol y evitar altercados. La música, que inundaba el
ambiente, aún no había conseguido despegar a los invitados
de sus asientos, pero el alcohol sería de ayuda para que se
lanzaran en breves instantes. Finalmente, el timbre sonó y
Pedro corrió a la puerta.
Cuando abrió, apareció una chica que en un principio creí no
conocer dada su vestimenta, pero pronto me di cuenta de
que se trataba de Verónica. Nuestras miradas se cruzaron
cuando terminé de escanear su ropa y su look al completo.
Sonreí, y vi que ella me devolvió el gesto. Una gran sonrisa
inundaba su rostro, feliz de haberme hecho sentir dichoso
con su presencia. Me saludó desde la distancia y corrí hacia
ella para darle dos besos.
—¡Feliz cumpleaños de nuevo! Perdona por haber llegado
tarde. Mi yo interior ha tenido que darme un empujoncito —
se disculpó—. Tu regalo.
Me ofreció un pequeño paquete que cogí con afecto.
—¡Muchísimas gracias, Verónica! No tenías que haberte
molestado. El mejor regalo es que hayas venido.
—Sí, sí, claro… —Puso los ojos en blanco—. Anda, ábrelo. No
pensarás lo mismo cuando lo veas.
Rasgué el papel de inmediato y encontré una preciosa
camiseta de Maroon 5, además de un disco de grandes
éxitos del rock que llevaba meses agotado en las tiendas y
del cual me había olvidado por completo. Abracé a Verónica
y le agradecí su magnífico regalo, uno de los mejores que
había recibido ese año.
—¡Vamos! No querrás perderte el sarao que tenemos
montado. —La apremié.
Ella vaciló un segundo antes de dirigirse al salón a
saludar al resto de invitados, aunque finalmente se armó de
valor.
Era consciente de que le estaba pidiendo demasiado al
solicitar su presencia en mi fiesta, ya que probablemente se
sentiría desplazada al no estar rodeada de sus amigos, pero
esperaba que los míos fueran un poco más abiertos esta
vez. Verónica se había incluso vestido acorde a su estilo
para agradarlos, cosa que tenía más mérito aún. Tal y como
imaginé, no la recordaban con claridad, puesto que la noche
del botellón nadie estaba muy lúcido, de modo que todos la
recibieron con amabilidad y una sonrisa. En su mirada,
comprendí de inmediato lo que estaba pensando. Era
evidente que eran unos superficiales, ya que el día que
llevaba su vestimenta gótica le habían puesto la etiqueta de
rara sin siquiera darle una oportunidad.
Verónica me sorprendió entablando conversación con
algunas de las chicas, así como bromeando con mis mejores
amigos. Se sirvió una copa, picoteó unos cuantos ganchitos
y se mostró simpática y complaciente en todo momento. Su
sarcasmo encandiló a los presentes y ella misma se dio
cuenta, hecho que la hizo relajarse y empezar a disfrutar de
la compañía de los demás al saber que ese día no la
juzgarían tan duramente como la última vez.
—Verónica, ¿bailas? —le propuse tratando de arrastrarla a la
pista cuando llevaba unas copas de más y sonaba una
canción de reguetón.
—Ni hablar. Bailé contigo en el cumpleaños de mi tía
Candela porque no me quedó más remedio, pero me niego a
bailar este intento de música, esta aberración. La canción es
horrenda… —se quejó tras negarse en redondo a danzar
conmigo.
Tras unos cuantos intentos más, acabé sacando a bailar a
una de mis otras amigas de clase, pero no le quité el ojo a
Verónica para burlarme de ella mientras me marcaba unos
complejos y sugerentes pasos. Rápidamente, dos colegas se
unieron al baile y la fiesta se desató por completo, todo el
mundo animándonos y dando palmas para marcar el ritmo y
Verónica sonriéndome con discreción desde su asiento.
Un rato después, el timbre volvió a sonar y Pedro volvió
para decirme de quién se trataba.
—¿Quién es? No he invitado a nadie más —le pregunté
cuando llegó hasta mí.
—¡Adivina! —exclamó con fingido entusiasmo—. No las he
dejado pasar porque no pintan nada aquí, pero es tu
cumpleaños, así que tú decides —comentó sin aclararme de
quién se trataba, aunque podía imaginarme lo peor.
Tras la puerta, aguardaban Mónica y su séquito de
guardianas dispuestas a colarse en mi fiesta sin invitación.
—¿Qué coño hacéis aquí? —inquirí con voz amenazadora.
—¿Te crees que no me acuerdo de cuándo es tu
cumpleaños? No quería perderme tu fiesta anual. Hasta te
he traído un regalito. —Mónica me miró con malicia y me
ofreció un paquete envuelto.
Habían pasado meses desde su jugarreta a Amanda, los
cuales llevábamos sin apenas dirigirnos la palabra en clase
salvo cuando era estrictamente necesario. Ahora se
presentaba en la celebración y esperaba que la dejara pasar
sin rencores. Estaba a punto de echarlas a todas a patadas
cuando una de las invitadas las vio en la puerta y vino a
saludarlas. Para evitar momentos incómodos y malos rollos,
las dejé pasar, pero agarré a Mónica del brazo para frenar
su entrada triunfal.
—Como la líes, te vas a la puta calle. Que te quede bien
clarito —la amenacé, y ella se zafó de mí con delicadeza al
tiempo que esbozaba una inocente sonrisa.
—Me portaré bien —prometió batiendo las pestañas, y
seguidamente avanzó hacia la multitud para saludar.
Verónica, sentada en el sofá tras negarse a bailar, me
contempló con pánico en el rostro. La última vez, a pesar de
que mis amigos no habían sido muy caballerosos con ella,
había sido Mónica quien volvió a todos contra su persona
cuando sacó a relucir el tema de los dos chicos que
atacaron a Kitty y a Marko y de los que Verónica se vengó.
Esperaba que no volviera a poner el conflicto sobre la mesa
bajo ningún concepto.
Por suerte, estuvo tan entretenida la primera media hora
que ni siquiera se dio cuenta de que Verónica estaba allí al
llevar ropa de camuflaje. No obstante, acabó fijándose en
ella y dirigiéndole la palabra.
—¡Verónica! ¡Qué sorpresa! No te había reconocido así
vestida. Diría que hasta pareces normal —soltó una
carcajada y bebió de su cubata.
—Me lo tomaré como un cumplido.
Verónica forzó una sonrisa y bebió ella también de
forma despreocupada.
—¿Quién te ha invitado? —le preguntó entrometida.
—A mí el cumpleañero, ¿y a ti? —respondió manteniendo la
calma, aunque estaba claro que Mónica trataba de
provocarla.
—No sabía que fuerais amigos. Creía que solo erais
conocidos.
—Al principio era así, pero nuestra relación se ha fortalecido
con los meses. Iván y yo gozamos de una estrecha amistad.
—Increíble… —soltó con fastidio.
—¿Te molesta o qué?
—Me resulta difícil de creer. A veces, piensas que conoces a
las personas, pero pronto te das cuenta de que no. He oído
rumores por ahí de que ahora Iván está en un grupo gótico
después de que el suyo se disolviera.
—No son rumores. Es la realidad. ¿Hay algún problema con
eso? —reiteró Verónica hartándose de esa estúpida
conversación que no conducía a ninguna parte.
—Pienso que es un talento desperdiciado —afirmó Mónica, y
yo vi necesario aproximarme más a ellas para separarlas a
tiempo, pues intuía que esa conversación acabaría mal.
No obstante, un par de amigos me cogieron por banda y me
obligaron a bailar de nuevo, por lo que me quedé a medio
camino de intervenir.
—Mónica, no tienes ni idea de música para opinar. Estoy
empezando a cansarme. La fiesta está llena de gente, así
que te sugiero que vayas a pasarlo bien con alguien y dejes
de incordiarme. No te lo pido, te lo ruego —suplicó Verónica
harta de la pesada de mi exnovia.
Mónica comenzó a reír a carcajadas, mofándose de
Verónica.
—Me gusta buscarte las cosquillas. Es muy divertido. Se te
pone una cara de acelga que me encanta. Estás para tirarte
una foto ahora mismo —se rio de ella, de modo que mi
amiga decidió cambiarse de sitio y alejarse de inmediato.
—Si me disculpas, tengo que ir al servicio.
Seguidamente, Verónica se puso en pie y echó a andar para
huir de esa mala pécora. Mónica, malvada como solo ella
podía serlo, intentó detenerla y la agarró por la camiseta,
tirando de esta con muy mala leche. Tan bruscamente tiró
que la tela se rajó y Verónica terminó con la prenda rota de
la axila a la cintura, dejando al descubierto un sujetador
beige con relleno.
—¡Me cago en tu puta madre! —gritó Verónica enojada
perdiendo la paciencia que había intentado conservar por
todos los medios.
—¡Vaya por Dios! Se ha roto. Es como si la tela tuviera mil
años. Ha sido un tironcito de nada. Bonito sujetador, por
cierto. Esas toneladas de relleno te sientan de maravilla —
se burló, así que me acerqué para evitar un altercado
sangriento.
Verónica, ahora el centro de atención, trataba de cubrirse
como buenamente podía ante la atenta mirada de los
presentes, que no podían contener la risa. Veloz, me quité la
chaqueta vaquera que llevaba sobre una camiseta de
manga corta y se la ofrecí. Ella la aceptó y se la puso con
rapidez para taparse cuanto antes. Después, justo cuando
creí que huiría de nuevo como la última vez, se quedó para
enfrentarse a Mónica.
—No, déjame, Iván. Alguien tiene que poner a esta zorra en
su lugar de una puta vez —me dijo cuando intenté apartarla
de allí, enojada como se hallaba y a punto de explotar.
Mónica, triunfal, se levantó del sofá para medirse con ella.
Con los tacones que llevaba, le sacaba un buen trozo a
Verónica, pero mi amiga no se acobardó.
—¿Crees que voy a marcharme como la última vez en el
botellón? Pues no. Esta vez eres tú la que se larga. —Puso
los brazos en jarras y los invitados se miraron entre ellos
con confusión.
Alguien bajó la música, quizá para que todos pudieran
escuchar la pelea con más claridad.
—Verónica, cálmate, por favor. No vale la pena. —Negué con
la cabeza.
—Pues claro que vas a largarte. Nadie te quiere aquí —rio
Mónica.
—Hasta que llegaste tú, todo el mundo parecía estar a gusto
conmigo. Llevas aquí media hora y ya has sembrado la
discordia. Eres experta en atraer el mal, en crear conflicto
de la nada. Por eso Iván te mandó a la mierda —soltó, y mis
amigos empezaron a cuchichear y a lanzarse miradas de un
rincón a otro del salón.
La sonrisa de Mónica se borró de su rostro.
—Iván no me mandó a la mierda. Lo dejamos de mutuo
acuerdo, ¿vale? —respondió para cubrirse las espaldas y
salvar su reputación.
—¡Ya, claro…! —exclamó Verónica ganando terreno—. No
hay más que verte para darse cuenta. Vienes a una fiesta
que se supone que tiene que ser divertida y te pones a
molestarme. ¿Tienes tres años o qué? ¿No sabes
comportarte de forma adulta y educada? Lo peor de todo es
que nadie te ha parado nunca los pies. La gente te adora y
te consiente porque eres preciosa, pero estás podrida por
dentro y el tufo empieza a ser insoportable.
El altercado, que tenía a todos embelesados, provocó que
se instalará un clima de hostilidad en una velada que
debería ser divertida. La tensión entre Mónica y Verónica
podía cortarse con un cuchillo.
—Mira quién habla. La perra gótica que se dedica a joderle
la vida a gente inocente —rio de nuevo sin argumentos.
—¿Vas a seguir con lo mismo de la última vez? ¿Tienes
pruebas de algo, Mónica, o únicamente te has aprendido los
chismes sin fundamento que circulan por el campus? Venga,
enséñanos a todos, aquí y ahora, el resultado de tus
minuciosas investigaciones. ¿Has hablado con los chicos a
los que supuestamente les jodí la vida? ¿Los has traído de
testigos? Yo no tengo nada que ocultar. Si fuera así, no
estaría aquí tan tranquila tratando de disfrutar de la fiesta
de cumpleaños de Iván que tú has jodido. Eres tú quien
muestra una cara al mundo que no se corresponde con
quien eres de verdad.
Mónica se quedó en silencio tras la acusación de Verónica.
De forma implícita, la acababa de poner sobre aviso de que
conocía su secreto más personal, así como su implicación
en el caso Amanda.
—Iván, haz el favor de echar a la gente indeseable de tu
casa. ¿Vas a permitir que me hable así? Estuvimos juntos
dos años. No puedes consentir que me trate de esta forma.
—Se dirigió a mí como último recurso al no saber qué más
aportar.
Todas las miradas se habían posado ahora sobre ella tras
tratar de humillar a Verónica sin éxito. Mónica trataba de
aguantar las ganas de llorar fingiendo calma.
—Sí, claro. Ahora mismo. —Accedí, y de inmediato fui hasta
el mueble de la entrada donde había depositado su regalo.
Volví con él y se lo ofrecí. Ella lo cogió desconcertada.
—¿No has abierto tu regalo? —preguntó.
—No lo quiero. Me has pedido que eche a la gente
indeseable, así que sígueme. Tus amigas y tú no habéis sido
invitadas y no vais a joderme la diversión —proclamé, y
Mónica me miró con cara de pena—. No pienso permitir que
vengáis aquí a atacar a Verónica. Ya estáis tardando. —Las
apremié a todas.
Mónica agachó la cabeza y accedió a marcharse tras la
humillación sufrida. La siguió su séquito de arpías, y pronto
la fiesta se reanudó y la música volvió a sonar con fuerza.
Verónica, más sosegada, fue agasajada por mis amigos con
amables cumplidos tras haberse enfrentado a Mónica
verbalmente. Los recibió con una sonrisa triunfal, aunque le
quitó hierro al asunto porque no le gustaba ser la
protagonista.
—¿Qué se siente al hacer justicia? —le pregunté un rato
después cuando me senté junto a ella en el sofá a
terminarme el cubata.
—Es algo indescriptible. Yo diría que un orgasmo
multiplicado por mil —mencionó, y reímos juntos.
—Oye, pues a mí me han gustado tu camiseta y tu sujetador
—bromeé.
—¡Venga ya! La camiseta solía ponérmela con doce años
para enseñar canalillo. El sujetador es más reciente, pero mi
inexistente pecho me obliga a usar relleno —se justificó.
—Sea como sea, me he quedado con ganas de más —añadí
sonriente y le guiñé el ojo, algo achispado tras la bebida
que llevaba horas consumiendo.
—Eso tendría fácil solución, pero supongo que todo depende
de ti —respondió ella mirándome de una forma encantadora
tras mi provocación.
No era la primera vez que lo hacía, pero sí la primera que yo
me percataba del asunto, o que al menos no trataba de
ignorarlo. Verónica sentía un interés romántico hacia mí que
yo, no obstante, no sabía si compartía. Amanda me tenía
tan nublada y ocupada la mente que llevaba meses sin
pensar con claridad, haciendo que todo a mi alrededor
pasara a un segundo plano.
Sonreí bobaliconamente ante su clara insinuación y me
quedé en silencio hasta que ella se dio cuenta de que había
metido la pata.
—Tengo que irme —me dijo de repente tras sentirse
verdaderamente incómoda—. No te lo dije, pero solo podía
quedarme unas horas. Tengo que presentar mi trabajo de fin
de grado en unos días, así como la memoria de las prácticas
en Nilsson. No doy abasto —sonrió cohibida.
—Vaya por Dios… —contesté decepcionado—. Esperaba que
te quedaras hasta el amanecer.
—Otra vez será. —Se encogió de hombros—. Espera, te
devolveré la chaqueta…
—¡No, mujer! Llévatela puesta. Ya me la devolverás. —Le
ofrecí, y ella sonrió.
—Gracias. Pásalo bien y no bebas mucho más. Ya sabemos
que te pones un poquito agresivo —me recordó—. Buenas
noches, Iván —dijo, y se marchó de la fiesta tras despedirse
del resto de los invitados y de Pedro, que la abrazó con
efusividad.
Estaba seguro de que Verónica se había marchado por mi
culpa y no por sus tareas pendientes. Mi comentario había
sido realmente desafortunado. No se le pueden decir esas
cosas a alguien y esperar salir ileso del percal. En
situaciones así, es imposible que la persona no
correspondida vuelva a casa con el corazón intacto, sin un
solo rasguño emocional. Sobra decir que las horas que
quedaban de mi fiesta me sentí como un completo imbécil y
un bocazas.
56. ARIEL: VUELTA A CASA

Aarón me llamó a principios de junio para comunicarme


una noticia que me dejó realmente helado y la cual jamás
me habría esperado. Nuestro padre había tenido un
aparatoso accidente con la furgoneta semanas atrás cuando
se dirigía de madrugada al mercado central a comprar el
género. Parece ser que se despistó al volante a causa del
cansancio y que el vehículo dio varias vueltas de campana
antes de estrellarse violentamente contra el duro asfalto.
Sufrió un traumatismo craneoencefálico severo y llegó muy
grave al hospital. Lo operaron de urgencia y permaneció
unos cuantos días en un coma inducido hasta que estuvo
fuera de peligro.
—¿Y me lo dices ahora, cabrón? ¿Qué clase de hermano
eres tú? —respondí enojado al teléfono cuando Aarón me
hubo puesto al corriente de todo.
—Ariel, ¿qué querías que hiciera? Tú tienes tu vida y no
queríamos incomodarte —se justificó.
—¡Qué cojones! Es mi padre. Si se llega a morir, ¿me lo
habrías contado? ¿O quizá ya mejor para Navidad o dentro
de unos años? ¡Hay que joderse…! —exclamé.
—Ariel, ha sido papá el que me ha pedido que te llame —me
comunicó, y el corazón se me paró por unos instantes—. El
accidente ha cambiado su perspectiva de las cosas. Lo
primero que me dijo al despertar es que te echaba mucho
de menos y que quería arreglar las cosas contigo. Le pedí
que se tranquilizara y le prometí que te llamaría cuando se
recuperara un poco. Eso mismo estoy haciendo.
—¿Papá ha dicho eso? ¿Quiere verme? —inquirí
esperanzado olvidando mi enfado.
—Sí. Le gustaría que vinieras a verlo a casa. Está ingresado
en el hospital de León, pero mañana le darán el alta.
—Voy ahora mismo al hospital a verlo. Puedo estar ahí en
unas horas. —Me ofrecí con las manos temblando de la
emoción.
—Está bien. Como prefieras. Llámame cuando estés aquí y
bajaré a buscarte.
Ilusionado por el cambio tan grande que el accidente había
producido en mi padre, llamé a Riccardo de inmediato para
comunicarle que estaría fuera de Madrid unos días, pues
tenía que arreglar unos asuntos personales. Este, no
contento con mi vaga explicación, no paró hasta que
consiguió sonsacarme todos los detalles, pero debía
contárselos si quería que me diera permiso para
ausentarme. Con respecto a Amanda, fui sincero con lo que
había ocurrido y me disculpé por dejarla colgada en un
evento que tendría lugar esa misma noche. Era consciente
de que mi ausencia solo contribuiría a que estuviera aún
más molesta conmigo, pero mi familia me necesitaba con
urgencia.
Estaba a punto de poner rumbo a León tras guardar mis
pertenencias aprisa cuando la vi bajarse de un taxi en mi
calle y dirigirse con paso decidido hacia mi coche. Al
volante, arrugué la frente realmente confuso y ella, ni corta
ni perezosa, guardó la maleta que traía en el maletero y se
sentó en el asiento del copiloto.
—¿Nos vamos ya?
—Amanda, ¿qué haces aquí? Te dije que iba a visitar a mi
familia.
—No pienso dejarte solo con este marrón. Te conozco y sé
que no estás bien. ¿Desde cuándo te olvidas de enviar tus
cursis emoticonos cuando me escribes un mensaje? —Negó
con la cabeza—. Necesitas apoyo y yo estaré ahí para
brindártelo.
—¿Estás segura de que quieres acompañarme? No es
necesario.
—Lo sé, pero creo que debo hacerlo. Riccardo me ha dado
permiso. Además, si soy tu novia ficticia, ¿qué dirá la prensa
si se descubre que fuiste a visitar a tu familia y que yo no
fui contigo? La mejor opción es que vayamos juntos.
Sin previo aviso, acarició el dorso de mi mano en señal de
afecto para reconfortarme.
—Está bien. Te agradezco el gesto más de lo que te puedes
imaginar —afirmé, y arranqué el coche para salir cuanto
antes, pues nos esperaban alrededor de tres horas y media
de viaje.
El trayecto fue más ameno de lo que esperaba, ya que mi
tragedia personal parecía haber hecho a Amanda olvidar
nuestras más recientes desavenencias. Puse mi emisora
favorita y traté de concentrarme en la música para
relajarme, pues estaba inquieto y preocupado, más nervioso
de lo que quería admitir. Amanda me hablaba
cariñosamente de vez en cuando, y recuerdo que me
preguntó si me encontraba bien unas cuantas veces. Le
confesé que estaba aterrado de enfrentar a mi padre,
aunque aliviado al mismo tiempo porque mi pesadilla
familiar podía llegar a su fin si todo salía bien.
Llegamos al hospital de León a eso de las cuatro de la tarde
y estacioné el vehículo en un aparcamiento subterráneo.
Antes de bajarme del coche, me acordé de que debía darle
a Amanda una cosa que había encontrado cuando limpiaba
las alfombrillas.
—¡Mi pintalabios! ¿Dónde demonios estaba? Acusé a
Verónica de ladrona porque no aparecía y ella tenía uno
idéntico —me dijo cogiendo el labial con fervor.
—Se te debió de caer del bolso. Estaba bajo tu asiento. Ya
ves que no se puede acusar a nadie tan a la ligera —
comenté—. Venga, vamos. Estoy como un puto flan. Llevo
cinco años sin ver a mi familia y por fin hoy se rompe la
maldición.
—Todo irá bien —me prometió con una sonrisa, y yo asentí
con la cabeza.
Minutos después y tras ponerme en contacto con mi
hermano, Amanda y yo subimos a la segunda planta para el
reencuentro. De camino a la habitación donde mi padre
descansaba, encontré a mi madre y a Aarón esperándome
en el pasillo, hablando entre ellos. Me detuve en seco y me
quedé bloqueado al verlos allí.
Cinco años habían pasado para todos. Aarón, que ya
había cumplido los treinta, se veía más maduro y
musculado, aunque conservaba su frescura de siempre. Mi
madre, por el contrario, había envejecido bastante y ahora
prescindía de su tinte de pelo habitual, luciendo las canas
con orgullo. En sus ojos, cuando se percató de que estaba
allí, percibí una alegría inmensa.
Solté la mano de Amanda, caminé hacia ella tembloroso y
nos fundimos en un cálido y reconfortante abrazo que había
añorado demasiado tiempo. Mi madre me besó en repetidas
ocasiones y lloró de felicidad por unos instantes. Por mi
parte, intenté hacerme el duro y aguantar el tipo, pero
acabé soltando unas cuantas lagrimillas cuando ella me
susurró al oído cuánto me quería y lo mucho que me había
echado de menos.
—Mi niño, mi Ariel... Me alegro tanto de que todo esto haya
terminado. Ha tenido que pasar una desgracia para que tu
padre recapacitara —afirmó todavía abrazándome.
—Yo también estoy muy feliz, mamá. No volveremos a
separarnos nunca —le aseguré.
Seguidamente, me giré para abrazar a Aarón, esta vez
efusivamente y sin tanto sentimentalismo. Mi hermano y yo
siempre habíamos tenido una relación muy sólida y
amistosa que mi fama había estropeado. Era el momento de
estrechar lazos de nuevo y de continuar por donde lo
habíamos dejado.
—¡Cómo te he echado de menos, chavalín! —exclamó
apretándome con fuerza.
—Y yo a ti, cabrón. —Le di unas palmaditas en la espalda
cuando me soltó—. Mamá, Aarón, esta es Amanda —les dije,
pues me acordé de que ella estaba allí observando nuestra
tierna escena familiar.
—Por favor, hijo. Sabemos de sobra quién es. Encantada de
conocerte, Amanda. Soy Mari Carmen. —Rápidamente le dio
dos besos y sonrió con dulzura.
—Lo mismo digo. Me alegro mucho de conocerla —aseguró,
y de inmediato saludó también a Aarón.
—Campeón, ¿quieres ver a papá y darle la sorpresa? No
sabe que venías hoy —propuso mi hermano, y yo asentí
enérgicamente.
Segundos después, entré a la habitación en la que mi padre
veía la televisión sentado sobre la butaca reclinable
destinada a los acompañantes. Aún con múltiples rasguños
en el rostro y algo demacrado, tenía mejor aspecto de lo
que esperaba para alguien que había estado debatiéndose
entre la vida y la muerte. Rápidamente se percató de mi
presencia y su rostro se contrajo en una mueca de pena.
Rompió a llorar de inmediato y se cubrió la cara con las
manos para evitar que yo lo viera. Me acerqué a él para
consolarlo.
—Eh, papá… Tranquilo. Estoy aquí —le dije al tiempo que
me ponía de rodillas a su lado para abrazarlo.
Lo estreché entre mis brazos y él correspondió a mi muestra
de afecto, haciéndome llorar a mí también. Lloré porque
había estado a punto de perderlo de la peor forma posible y
sin habernos reconciliado. Sollocé porque al fin había
llegado el momento de arreglar las cosas y de recuperarlos
a todos, por lo que mi felicidad podría ser completa y
disfrutar junto a ellos de mis logros profesionales. Sin duda,
necesitaba compartir mi triunfo con mi familia para
sentirme lleno del todo.
—Cuánto tiempo he esperado veros juntos de nuevo... —
expresó mi madre mirándonos con ternura desde la puerta
de la habitación.
—¿Podéis dejarnos un minuto a solas, por favor? —pidió mi
padre tras nuestro abrazo—. Me gustaría hablar con mi hijo.
Amanda, Aarón y mi madre asintieron y volvieron al pasillo
con una sonrisa de oreja a oreja. Yo me senté en una silla
que encontré por la habitación para escuchar lo que mi
padre tenía que decirme.
—Ariel, hijo, siento tanto lo que ha pasado. Han sido
demasiados años separados por mi cabezonería y ahora me
arrepiento. He tenido que verle las orejas al lobo para
darme cuenta de que esto tenía que terminar. No podía irme
de este mundo sin volver a hablar contigo y decirte lo
mucho que te quiero. No solo eso. También tenía que decirte
que no me importa lo que hagas, ni en lo que trabajes.
Actor, comediante, colaborador en esos programas de
pacotilla… Solo me importa que seas feliz y que seas una
buena persona. Lo demás me da igual —me dijo mirándome
fijamente, visiblemente emocionado tras nuestro
reencuentro.
Sonreí tras sus palabras y él me dio unas palmaditas en la
mejilla.
—Gracias, papá. De corazón. Necesitaba que me perdonaras
por haberte defraudado. Por ser la vergüenza de la familia y
no haber podido dedicarme a lo que verdaderamente
quería. Yo soñaba con ser actor, pero este mundo es una
jungla y no todo es posible —me lamenté, y mis ojos se
humedecieron de nuevo.
—No, no, Ariel. No me has defraudado. Para nada eres una
vergüenza, hijo. Tú solo has sabido labrarte un futuro y, por
lo que he leído por ahí y visto en la televisión, eres una
persona muy exitosa. Tienes que estar orgulloso de ti
mismo. Yo lo estoy —me aseguró.
—Me alegro, de veras. Para mí es muy importante esto que
me has dicho. Necesitaba tener vuestro apoyo. El cariño de
los míos era lo que me faltaba. Sin eso, estaba incompleto.
El éxito, el dinero, los lujos… Nada sabe igual si las cosas no
están bien con la familia —le confesé, y él asintió.
—Estarán bien a partir de ahora, hijo. Te lo prometo —
afirmó, y nos abrazamos de nuevo.
Amanda y yo pasamos el resto del día en el hospital con mis
padres y mi hermano. Debo reconocer que, a pesar de estar
en un lugar poco agradable, la buena compañía y el haber
arreglado las cosas hicieron de mi día uno particularmente
feliz. Por la noche, Aarón, Amanda y yo volvimos a Astorga
para dormir en mi casa. Mi madre se quedó haciéndole
compañía a mi padre en su última noche antes de recibir el
alta.
Al entrar en mi hogar, me embargaron los recuerdos y tuve
que contener las ganas de llorar que regresaron con fuerza
al evocar tantos momentos pasados y felices. La casa donde
había vivido toda la vida me recibió con los brazos abiertos
después de pensar que jamás volvería a pisar ese parqué, a
sentarme en el cómodo sillón donde tantos partidos de
fútbol había visto con Aarón y con mi padre, a percibir los
particulares olores de mi infancia o a volver a dormir en mi
cómodo colchón.
En mi habitación, donde todo estaba igual que el día que
hice la maleta y que me largué tras enojarme con mi padre,
me tiré en mi amplia cama y contemplé el poster que había
pegado en el techo. Una famosa actriz unos cuantos años
mayor que yo posaba desnuda para la revista En cuerpo y
alma. De adolescente, tenía que conformarme con fantasear
con ella mientras me masturbaba mirando su foto cada
noche. A día de hoy, era una buena amiga con la que lo
había pasado realmente bien en unas cuantas ocasiones.
—Os dejo que os acomodéis. Voy a preparar algo de cena —
nos dijo Aarón a Amanda y a mí antes de desaparecer de la
habitación.
—¡Aarón, ni se te ocurra ponerte a cocinar! ¡Pide algo
rápido, que yo lo pago! ¡Estoy canino! —le propuse a gritos
para que me oyera.
—Bueno, ¿qué tal el día? Te veo feliz —me dijo Amanda
sentándose en la cama junto a mí.
—Decir que estoy feliz se queda corto. Estoy pletórico.
Ahora mismo, siento que lo tengo todo. Bueno… Casi todo
—puntualicé, y ella puso los ojos en blanco, pues sabía que
me refería a ella.
—Me alegro de que estés tan contento. Imagino que,
además de estar con tu familia, sacarás algo de tiempo para
hacerme de guía turístico por estos lares, ¿verdad? —
preguntó.
—¡Pues claro! Mañana mismo te enseñaré Astorga. Y
créeme que voy a superar tu tour por Medina con creces —
me reí, y ella me dedicó una mueca de fastidio.
Esa noche, cenamos unas pizzas y nos fuimos a dormir
temprano. Amanda y yo volvimos a compartir cama, dado
que continuaríamos con la farsa ante mi familia. No
obstante, fue más sencillo conciliar el sueño por el
cansancio y porque ya teníamos experiencia de cuando
estuvimos juntos en Medina, así que dormí como un bebé.
Al día siguiente, fuimos temprano al hospital. Mi padre
recibió el alta sobre las diez de la mañana y lo trajimos
directo a casa, pues aún debía descansar y su recuperación
sería lenta y trabajosa, según nos había advertido el
médico. Ahora debería tomarse las cosas con calma y seguir
todas las indicaciones para recuperarse lo mejor posible,
pues aún le costaba caminar y necesitaría rehabilitación. Me
ofrecí a pagarle los mejores profesionales, pero se negó a
aceptar mi ayuda por modestia.
Con mi padre ya instalado en casa y después de la comida
de la que disfrutamos, decidí proponerle a Amanda que nos
saltáramos la siesta y que diéramos un paseo por Astorga
para enseñarle los lugares más significativos. Ella aceptó
con gran entusiasmo. Le mostré los rincones por los que
había transitado en mi infancia y adolescencia y le conté
divertidas anécdotas de mi juventud que la hicieron reír.
Después, nos comimos un helado en una terraza de la Plaza
Mayor, en la cual fuimos claramente reconocidos y acosados
por los fans. Allá a donde fuéramos, no podíamos pasar
desapercibidos ni aunque quisiéramos.
Por la tarde, Aarón propuso que fuéramos a echar unos
tiros. Ambos éramos grandes aficionados del fútbol y
habíamos jugado en pequeños equipos años atrás.
Acostumbrábamos a ir a un descampado cercano a nuestra
casa donde había un par de porterías oxidadas para
practicar un poco. Allí pasamos unas cuantas horas
recordando viejos tiempos y recuperando nuestra cercana
relación de hermanos.
—Ariel, después del accidente de papá, mañana por fin voy
a volver a abrir la frutería. ¿Te pasarías por allí para atraer a
los clientes? Si tú vas, seguro que mucha gente se animará
a comprarnos algo —me preguntó deseando que aceptara.
—Pensaba que ibas a pedirme que me pusiera a currar. Pues
claro que sí, Aarón. Si hace falta, firmaré sandías a las
señoras —bromeé, pero mi hermano se tomó mi afirmación
de forma literal.
Al día siguiente, me pasé horas en la frutería acompañado
de Amanda para atraer a la clientela, que había buscado
fruterías alternativas mientras el negocio permaneció
cerrado. De algún modo, había que recuperar la confianza
de los compradores, así que Amanda y yo terminamos
firmando autógrafos en sandías, melones, pomelos, peras,
manzanas, limones y haciendo todo aquello que nos
pidieron. Lo pasamos realmente bien tirándonos fotos con
los fans. Aarón hizo una caja impresionante e incluso
consiguió nuevos clientes que prometieron volver.
La tarde del tercer día, Amanda y yo buscamos un poco de
privacidad y decidimos dar una vuelta con el coche por los
pueblos de alrededor. Tomamos algo en un bar desierto que
encontramos y volvimos a mi casa sobre las ocho. Ayudé a
mi madre a preparar la famosa sopa castellana con la que
había deleitado a Amanda en una cena y comí junto a los
míos para después retirarme a mis aposentos cuanto antes,
ya que al día siguiente volveríamos a Madrid.
En la cocina, mi madre metía los platos en el lavavajillas
cuando fui a darle un beso de buenas noches.
—Mi amor, esa chica, Amanda, es realmente maravillosa. Ya
la había visto en la televisión unas cuantas veces, porque
nunca he dejado de estar pendiente de tus pasos, pero en
persona es mucho más simpática de lo que imaginaba.
Estoy muy contenta de que hayas encontrado a alguien que
te quiere de verdad y de que por fin hayas sentado la
cabeza. Has tenido demasiados líos amorosos en los últimos
años —me dijo crítica, y yo asentí con la cabeza.
Si supiera que todo era una mentira, se llevaría un gran
disgusto. Había decidido guardar silencio con respecto a esa
parte de mi vida, y así lo haría hasta que al menos todo
terminara de un modo u otro para sincerarme.
—Sí, lo cierto es que es una chica genial. Nunca había
sentido nada igual por nadie —confesé siendo verdaderas
mis palabras, pero Amanda aún no había tomado una
decisión.
Los últimos días habían servido para volver a acercarnos y
que ella se olvidara del asunto de Iván por el que se había
enojado conmigo. De regreso donde lo habíamos dejado, yo
aún aguardaba una respuesta que me alegrara el corazón
cuando por fin tomase una decisión: Iván o yo. Parecía tarea
sencilla, pero le estaba llevando demasiado tiempo elegir el
camino que quería tomar a pesar de mis constantes
esfuerzos para impresionarla. Esperaba que al menos ese
viaje le hubiera permitido ver mucho más allá de mi tupida
melena y de mi cuidada imagen de galán conquistador.
Deseaba que Amanda hubiera descubierto al verdadero
Ariel Guerra y que hubiese contemplado un pedacito de mi
alma.
57. AMANDA: CORAZÓN
DIVIDIDO

Después de pasar unos días con Ariel y su familia, me di


cuenta de que era un gran actor. La imagen que proyectaba
de sí mismo ante los demás cuando trataba de contentar a
sus admiradores nada tenía que ver con el carácter dulce y
familiar que en realidad había bajo todas esas cuidadas
capas de perfección. Había podido vislumbrar un ápice de
su personalidad real en el viaje que hicimos a mi casa, pero
verlo en su hábitat natural rodeado de los suyos lo había
desenmascarado por completo, y lo que veía me gustaba.
Ariel se mostró paciente y protector con su padre tras el
accidente, cariñoso y empalagoso con su madre y travieso y
bromista con su hermano. Estuvo pendiente de ellos en todo
momento y se ofreció a correr con todos los gastos de
comidas y de cenas, además de ofrecer a sus padres el
dinero que necesitaran tras tener el negocio cerrado tanto
tiempo. Generoso como el que más, estaba sonriente de la
mañana a la noche y se le veía realmente feliz como nunca
antes lo había visto. Puede que desconectar de nuestras
obligaciones diarias también tuviese algo que ver en
nuestro constante buen humor, el cual solo se veía alterado
cuando Iván me llamaba.
Como ya era habitual, tampoco le había sentado bien que
hubiera decidido acompañar a Ariel, pero le dije que lo hacía
porque consideraba que me necesitaba en tan difíciles y
delicados momentos, no ya solamente por motivos de
trabajo. Si no era capaz de entender eso, entonces es que
su nivel de empatía dejaba mucho que desear. Recuerdo
que tras mi explicación Iván masculló que una rata como
Ariel Guerra no se merecía apoyo alguno, ni siquiera una
pizca de consideración por su parte después de haber
boicoteado su candidatura en el concurso y de haberle
dejado en el suelo sin respiración para después seguir con
su vida como si nada hubiera sucedido.
Lejos de hacerle caso, volví a marcar mi territorio y a actuar
como creía que debía hacer sin dejarme influenciar por sus
habituales berrinches, de modo que allí me encontraba
junto a la familia Guerra, compartiendo mesa y disfrutando
de una amena cena en la que no faltaron las risas, las
anécdotas de infancia e incluso las fotos que tanto
disfrutaba curioseando.
—¡Oh, muchas gracias, Mari Carmen! —agradecí cuando ella
me ofreció un álbum con instantáneas de Ariel desde su
nacimiento hasta los tres años.
Ojeé las fotos con detenimiento y curiosidad. Ariel era un
precioso bebé de finas facciones, ojos azules y cabello
inexistente. A medida que fue creciendo, conservó su
belleza y encanto natural y adquirió una gran cantidad de
pelo rubio. Su sonrisa de pillo me cautivó, así como sus
graciosas poses cuando era más mayor y ya caminaba sin
ayuda.
—¡Hay que ver qué niño tan precioso! —exclamé, y creí
percibir un leve sonrojo en las mejillas de Ariel.
—La belleza siempre me ha acompañado, Amanda. ¿Lo
dudabas? —comentó Ariel haciéndose el gracioso.
—Era un niño guapísimo. Tenía enamorado a todo el mundo.
Hoy en día sigue rompiendo corazones allá por donde va,
¿no es así, Amanda? —me preguntó Mari Carmen
guiñándome el ojo, y yo asentí.
Sí, desde luego que Ariel siempre había sido querido y
venerado por todos. Sus encantos no dejaban a nadie
indiferente, mucho menos a mí, que por momentos me
olvidaba de que aún tenía una importante decisión que
tomar para poder continuar con mi vida.
—La cena estaba riquísima, mamá. Hoy nos vamos a ir a
dormir pronto. Mañana tengo que conducir bastante y
quiero estar descansado. —Escuché que Ariel se despidió de
su madre en la cocina y pronto fuimos a la habitación para
acostarnos.
Eran alrededor de las diez y media pasadas, pero trataría de
conciliar el sueño para estar yo también descansada.
Me desnudé de espaldas a Ariel y me puse un pantalón
largo de pijama y una camiseta de manga corta, ya que en
junio refrescaba en Astorga. Ariel, por su parte, se cambió
también ofreciéndome una magnífica visión de sus
abdominales, que pronto cubrió con una camiseta, aunque
prescindió del pantalón y se metió en la cama en bóxer.
—¿Volverás pronto a visitar a tus padres? —le pregunté
cuando ambos reposábamos la espalda en el cabecero.
—Pues claro que sí. Tengo que recuperar el tiempo perdido.
Eso sí, espero que el trabajo me lo permita…
—Seguro que encontrarás un hueco para escaparte —sonreí
para animarlo.
—Sí, supongo que sí —respondió con optimismo—. Lo he
pasado muy bien estos días. Me ha encantado tenerte aquí
y mostrarte cosas sobre mí. Quizá eso te ayude a elegir y te
decantes por mí —me dijo con voz áspera y seductora,
haciéndome sentir incómoda.
No se trataba de que no deseara a Ariel. Lo hacía a cada
segundo, pero trataba de mantener la cabeza fría para no
cometer ninguna estupidez. Ya me sentía lo suficientemente
culpable con mis pensamientos como para dejarme llevar
por mis impulsos.
—Sí, es posible —contesté secamente, y cogí el móvil para
que se olvidara de mí, cosa que no sucedió.
—Amanda, sé que ya me disculpé por lo de Iván, pero lo
haré de nuevo. Siento mucho lo que hice. Fue una estupidez
y me comporté como un crío idiota. Me alegra ver que
vuelves a tratarme como siempre. Dime, ¿crees que pronto
podrás decirme algo? La espera se me está haciendo
eterna.
—No lo sé, Ariel. Estoy en ello. Seguramente lo decida
pronto —respondí calmada mientras seguía mirando el
móvil.
Ariel se dio cuenta de lo que hacía, me arrebató el teléfono
de las manos y lo depositó sobre su mesilla.
—Ariel, devuélveme el teléfono, por favor —supliqué con
fastidio.
—No hasta que me respondas. Ni yo ni Iván somos tus
juguetitos. Él a lo mejor no está impaciente porque piensa
que todo está bajo control, pero para mí está siendo una
verdadera tortura. Al menos, te pediría que no pasaras de
mí con tanto descaro —dijo, y me forcé a mirarlo a la cara,
pues tenía toda la razón.
—Ariel, siento si te estoy haciendo sufrir. Te aseguro que no
es mi intención, pero no es una decisión fácil. Ambos tenéis
buenas y malas cualidades que estoy sopesando
cuidadosamente —me justifiqué, y Ariel soltó una carcajada.
—Todos tenemos virtudes y defectos, Amanda. No creo que
sea tan difícil saber quién te gusta más sin ser tan analítica.
Además, elijas a quien elijas, puede que con el tiempo
descubras cosas de nosotros que no te gustan —comentó
con fastidio.
—Ariel, me gustas mucho. Creo que eso es obvio, pero
también me gusta Iván. Ya te lo dije. No sé por qué me
metes tanta prisa si acordamos en que podía decidirlo hasta
el momento de la ruptura oficial. Aún estoy dentro del plazo
—le recordé.
—Pero ¿qué le hago si soy un impaciente? Cada vez que te
tengo cerca se me dispara el pulso y me pongo enfermo por
no poder tocarte como deseo. Dime, ¿tienes alguna solución
para mi problema? —me preguntó con voz teatral.
—Hazte una paja —solté en tono bromista sin poder
contener la risa.
—Ya lo hago, Amanda. Varias veces cada día, pero de nada
sirve. Desde que estoy obsesionado contigo, ni siquiera me
divierto con otras personas. Estoy a dos velas, joder. Dame
un adelanto —me suplicó acercándose más a mí.
—¿A qué te refieres con un adelanto? —inquirí nerviosa
dada su proximidad.
—A que me dejes hacerte el amor de una vez. Sabes que es
algo que los dos queremos —me susurró al oído
poniéndome la piel de gallina—. Ojo, he dicho hacer el amor
en lugar de follar. ¿Ves cómo me estás cambiando?
—Ariel, no puedo. Lo siento… —Me mordí el labio inferior
claramente tentada, luchando por controlar las ganas que
me invadían.
—Sí que puedes. Al igual que yo, llevas meses imaginando
nuestra primera vez juntos. A veces, cuanto más se espera
algo, mejor sabe. Tengo las expectativas por las nubes —me
confesó, nuestros rostros a escasos centímetros, tan cerca
que podía sentir su cálido aliento con sabor a menta tras
cepillarse los dientes.
Poco a poco, Ariel salvó la corta distancia que aún había
entre nosotros para besar mis labios con lentitud. No me
aparté y le dejé introducir su lengua en mi boca y campar a
sus anchas por donde le plació. Intensificó el ritmo de su
beso y me tumbó sobre la cama. Se puso sobre mí y
continuó con la tarea con tanta habilidad que se me escapó
un placentero gemido que esperaba que sus padres y su
hermano no hubieran oído.
Se detuvo un segundo para quitarse la camiseta y
mostrarme el perfecto y depilado torso que tantas veces
había admirado desde la distancia. Lo acaricié de arriba
abajo con ojos golosos y él me sonrió complacido. Instantes
después, volvió al ataque y continuó besándome, no solo en
los labios sino también en el cuello. Mi respiración se
aceleró y mis músculos se tensaron cuando Ariel se
introdujo por debajo de mi camiseta y fue directo a mis
pechos. Apresó uno en su mano y lo acarició con deseo y
delicadeza al mismo tiempo.
Amanda, ¡¿qué demonios estás haciendo?! Piensa en Iván.
Estás volviendo a engañarlo. ¿No tuviste suficiente con
besar a Ariel junto al Castillo de la Mota? ¿No te parece
bastante con pecar de mente a diario que ahora también
tienes que actuar? ¡Eres una desvergonzada y no tienes
corazón ni decencia! ¡Para! ¡Frena ahora mismo! Mi mente
me gritó una y otra vez que detuviera esa locura, pero yo no
hice caso y seguí besando a Ariel y dejando que me
acariciara en zonas prohibidas.
Justo cuando Ariel decidió liberar mi pecho para dirigirse a
una zona aún más íntima, mi teléfono comenzó a sonar a
todo volumen, sobresaltándonos a ambos. Ariel levantó la
cabeza y dirigió la vista hacia su mesilla, donde descansaba
mi móvil. Yo pegué un brinco y corrí a contestar la llamada
algo desorientada tras tanto besuqueo consentido. Casi se
me sale el corazón del pecho al ver el nombre de Iván en la
pantalla.
—Hola, cielo. Dime —alcancé a responder, y escuché a Ariel
resoplar con fastidio a centímetros de mí—. Sí, estaba a
punto de irme a dormir. Mañana volvemos a Madrid. Claro,
trataré de sacar un rato para vernos. Genial. Buenas
noches, cielo. Te quiero —me despedí y colgué,
quedándome en completo silencio.
Una simple llamada acababa de extinguir por completo el
fuego de la habitación y de arruinar el erótico clima que
reinaba segundos atrás. Finalmente, Ariel se atrevió a
romper el hielo.
—Amanda, dile la verdad de una vez. Dile que me quieres a
mí —rogó con el rostro descompuesto—. ¿A qué estás
esperando?
—No es tan sencillo, Ariel.
—¡No me jodas! Te estabas dando el lote conmigo y le
respondes tan normal al teléfono. ¡Es que estoy flipando, de
verdad! Yo no habría tenido cojones de contestar. ¿Y esa
despedida? ¿Buenas noches, cielo? ¿Te quiero? —inquirió
enfadado.
—¿Qué querías que le dijera? Perdona, Iván, me pillas en un
mal momento. Resulta que me estaba dando el lote con
Ariel en su cama. Debía fingir normalidad.
—Fingir, fingir y fingir… Ese es el problema. ¿Cómo puedes
engañar con tanta facilidad y sin que te pese en la
conciencia? Ese pobre chico no se merece lo que le estás
haciendo, ni yo me merezco que me uses, que me des
esperanzas y que después me dejes tirado como a un trapo.
Decídete de una maldita vez. Mira, Amanda, yo he sido
muchas cosas en la vida, pero te puedo jurar que a Tatiana
no la engañé con nadie. Cuando me cansé de ella, corté por
lo sano y cada uno tiró por su lado —me dijo como si su
moral fuese superior a la mía.
—Muchas gracias por juzgarme con tanta libertad sin estar
en mis zapatos —pronuncié con sarcasmo.
—Me voy a dormir porque no tengo ganas de discutir ahora
mismo. Buenas noches.
Ariel dio por zanjada la conversación y se tumbó en su
lado del colchón sin decir nada más. Apagué la luz y me
quedé un rato despierta, sin reaccionar tras lo que había
sucedido. Acababa de ponerle los cuernos a mi novio, pero
había normalizado de tal forma el hecho de engañarlo que
ya ni siquiera me pesaba en el alma como debería. Ariel
tenía razón. Mi nivel de perversión estaba alcanzando
límites insospechados.
Fue una noche extraña en la que estuve horas en un
duermevela sin poder descansar apropiadamente. En mi
mente, besaba a Ariel una y otra vez sin hallar un final. Me
despertaba, daba vueltas en la cama y volvía a intentar
dormir sin éxito. Afortunadamente, las últimas horas hasta
la llegada del alba pude dormirlas del tirón.
El otro lado de la cama estaba vacío sobre las nueve de la
mañana. Un taciturno Ariel estaba desayunando en el salón
en solitario. Sus padres aún dormían y su hermano ya
estaba en la frutería. Ni siquiera me dirigió la palabra
cuando me senté a su lado para desayunar yo también.
—¿A qué hora nos vamos? —le pregunté cohibida.
—En cuanto nos arreglemos.
—Creía que saldríamos para Madrid después de comer, no
por la mañana.
—Cambio de planes.
—Ariel, por favor, no estés así conmigo. Siento lo de
anoche…
Me silenció con un gesto de la mano.
—Ni lo menciones, por favor. Ya está olvidado —mintió.
Fue una mañana extraña. Guardé mis pertenencias en la
maleta al tiempo que él me ignoraba. Después de
ducharnos y de vestirnos, Ariel prometió a sus padres volver
a visitarlos cuanto antes y posteriormente nos despedimos
de ellos. Antes de poner rumbo a Madrid, nos pasamos por
la frutería para decir adiós a Aarón. Ya en la carretera, Ariel
puso canciones de reguetón, subió el volumen y no
pronunció palabra en todo el trayecto.
Unas horas después, estábamos junto al edificio donde
vivía. Antes de bajarme del coche, Ariel me obsequió con el
sonido de su voz, aunque sus palabras no me agradaron en
absoluto.
—Amanda, he estado pensando mucho en esto que
tenemos y he llegado a una conclusión por ti. Voy a
ponértelo fácil. Ya no tendrás que decidir entre Iván o yo
porque me retiro de la competición voluntariamente. Yo no
estoy hecho para perseguir a nadie de esta forma tan
penosa. Tengo demasiado amor propio para eso —me
explicó en tono cordial, aunque percibí algo de
resentimiento en sus palabras.
—Entiendo… —respondí decepcionada.
—No quiero que haya mal rollo entre nosotros. Aún tenemos
que terminar lo que empezamos y queda la mejor parte.
Hablaré con Riccardo para proponerle adelantar unas
cuantas semanas la ruptura. No creo que le importe. Así
dejaremos de vernos cuanto antes y ambos podremos
seguir con nuestras vidas de una vez, tú con tu chico y yo
con mis múltiples conquistas. ¿Te parece? —me propuso
tratando de sonar convincente y despreocupado.
—Si es eso lo que quieres, entonces estupendo, Ariel —
asentí vagamente.
—Genial. Estupendo. Nos vemos mañana en el programa.
Ciao.
—Hasta mañana.
Me despedí fríamente, bajé del coche y cogí mi maleta.
Instantes después, Ariel salió escopetado quemando rueda,
posiblemente huyendo de mí. Contemplé el vehículo
acelerar y desaparecer por completo de mi vista y
reflexioné sobre ello. Ariel también se escapaba de mi vida
a la misma velocidad que el coche, pero era yo quien pisaba
el acelerador y quien lo había alejado de mí con mi odiosa
indecisión.
Arrastré mi maleta por la acera y subí a casa. Me tumbé en
la cama y le di vueltas a la cabeza sin parar. Quizá era
mejor que Ariel tirara por su lado y yo por el mío. ¿Acaso iba
a escogerlo a él? Es cierto que tenía buenas cualidades,
pero, no nos engañemos. Ariel siempre seguiría siendo Ariel.
La cabra siempre tira al monte y era eso precisamente lo
que más me asustaba. Unos meses de felicidad y de
maravilloso sexo, y después todo se iría al traste y habría
abandonado a Iván por un placer pasajero. Ariel nunca
tendría los pies en la tierra y me decepcionaría tarde o
temprano. No obstante, por más que trataba de
convencerme de que todo era mejor así, no podía dejar de
preguntarme a quién de los dos me dolería más perder para
siempre.
58. VERÓNICA: LA VENGANZA

Trataba de escuchar con atención la explicación de don


Hipólito en el último seminario que estaba impartiendo para
un reducido número de estudiantes días antes de la
presentación de los trabajos de fin de grado, pero me era
imposible concentrarme en sus palabras. Me pasaba con
nerviosismo un bolígrafo de una mano a otra al tiempo que
revivía los últimos instantes en los que estuve con Iván.
Se trataba de la breve conversación que mantuvimos
cuando al fin Mónica desapareció, charla que precipitó mi
vuelta a casa a pesar de que en realidad sí que tenía tareas
que terminar. No obstante, me habría quedado por él de no
haber hecho el ridículo con mi comentario. Iván, imagino
que en broma, comentó que se había quedado con ganas de
más después de haberme mostrado semidesnuda ante los
presentes por culpa de su exnovia. Imbécil de mí,
malinterpreté sus intenciones y respondí con una clara
insinuación que me dejaba totalmente al descubierto. El
silencio de Iván me confirmó que me había equivocado.
De inmediato y tras mi patética intervención, no se me
ocurrió nada mejor que salir pitando de allí poniendo una
triste excusa. De camino a casa, me regañé a mí misma por
haberme insinuado de esa forma y por no haber mantenido
la boquita cerrada. En mitad de la clase, continuaba
torturándome y pensando cómo enfrentar a Iván la próxima
vez que lo viera, ya que había pasado días encerrada en
casa terminando mis trabajos mientras Amanda estaba de
viaje con Ariel.
—En cuanto tengáis la solución, no dudéis en levantar la
mano para que la compruebe —dijo don Hipólito en alto, y
volví en mí para intentar resolver el ejercicio propuesto.
Don Hipólito, como mi profesor favorito que era, se merecía
toda mi consideración y dejar a un lado mis problemas
personales. Al final de la clase, me acerqué a su mesa para
despedirme de él apropiadamente.
—¡Ah, Verónica! Dime, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó
servicial.
—Ya me ha ayudado en todo lo que podía y más —sonreí—.
Venía a agradecérselo y a despedirme. Esta era nuestra
última clase.
—¡Oh, cierto…! La verdad es que voy a echarte de menos el
próximo curso, Verónica. Has sido una de las mejores
alumnas de esta promoción, si no la más brillante. Presiento
que alcanzarás grandes logros en la vida —me dijo con
sinceridad.
Me sentí realmente halagada por sus palabras. Al menos,
tendría éxito en el terreno profesional, ya que en el amoroso
iba de culo.
—Mil gracias, don Hipólito. Ha sido un gran ejemplo a seguir
para mí. Ojalá todos los docentes fueran tan profesionales y
tuviesen la mitad de motivación que usted. Lo echaré de
menos —confesé tratando de no ponerme demasiado
sentimental.
—No te olvides de contarme tus andanzas cuando pases a
formar parte de la plantilla indefinida de Nilsson Solutions.
Me ha dicho un pajarito que después de unas excelentes
prácticas están pensando en contratarte.
—Eso me comentó Karola Lundberg el día que terminé, así
que espero su llamada impaciente —confesé con modestia.
—Puedes estar segura de que te llamará. Buena suerte,
Verónica. —Me ofreció su mano y se la estreché con una
sonrisa llena de agradecimiento antes de verlo desaparecer
por la puerta.
Mientras hablaba con mi profesor, me percaté de que el
cerdo de Iker estaba cotilleando mi conversación de
despedida con don Hipólito, posiblemente interesado en la
información referente a mi continuidad en la empresa donde
él también quería realizar las prácticas. Sin embargo, no le
di demasiada importancia y, tras recoger mis cosas, salí por
la puerta sin esperar encontrarme una zancadilla en mi
camino.
Me caí de bruces al suelo y me golpeé la rodilla contra el
suelo con fuerza, lo que me hizo soltar un aullido de dolor. El
impacto provocó que mis gafas salieran volando,
aterrizando a los pies de Iván. ¡¿Qué diablos hacía Iván allí?!
¿Acaso había decidido esperarme a la salida de clase?
Rápidamente corrió hacia mí para socorrerme.
—¡Verónica! ¡¿Estás bien?! ¡Menuda hostia te has dado! —
exclamó ayudándome a ponerme en pie de nuevo.
—Sí, sí, no te preocupes. Estoy bien. —Lo tranquilicé con
gesto de dolor, pero de inmediato me ignoró y dirigió su
atención a otra persona.
—¡Eh, tú, Iker! ¡Te he visto ponerle la zancadilla a Verónica,
pedazo de cabrón! —gritó, y me giré para contemplar a Iker
apostado en la pared justo al lado de la puerta por donde yo
acababa de salir y tropezar.
Definitivamente, el muy rastrero había decidido joderme
porque la envidia lo corroía, mucho más al saber que en
Nilsson seguramente tendría mi futuro empleo.
—¿Yo? No sé de qué hablas, Iván. Limítate a meterte en tus
asuntos, que yo me ocupo de los míos —le respondió
secamente.
—¡Te he visto! ¡No me tomes por gilipollas! —le dijo
acercándose peligrosamente a él para enfrentarlo.
—¿Qué vas a ver tú? Anda, vete a casa. Esto no va contigo.
Aunque a lo mejor debería darte un par de hostias después
de echar a mi prima a patadas el día de tu fiesta —lo
recriminó.
¡Así que se trataba de eso! Iker, además de por la envidia
que sentía hacia mí, pretendía darme un escarmiento por el
tema de Mónica.
—Iván, para. Tranquilízate. Esta sabandija asquerosa no vale
la pena. —Traté de calmarlo poniendo mi mano en su
hombro.
—No pienso quedarme de brazos cruzados mientras te
agrede físicamente —repitió en su cabezonería.
—Yo tampoco pienso quedarme quieta viendo cómo te
destrozan la cara. ¡Vámonos! —exclamé, y conseguí
llevármelo de allí tirando de su brazo con insistencia.
—¿Crees que no puedo enfrentarme a Iker y salir ganando?
—me preguntó cuando nos hubimos alejado de ese cabrón.
—Lo único que intento evitar es que termines en el suelo sin
respiración después de un mal puñetazo. Trato de
protegerte —respondí sin querer ofenderlo.
—Este tío no tiene pinta de saber defensa personal. Es solo
un bruto sin cerebro. Podría habérmelas arreglado
perfectamente.
—Iván, ya está bien. ¿Te crees que voy a dejarlo marchar sin
vengarme? No, pero vamos a enfrentarnos a él a mi
manera, usando la cabeza. ¿Puedo contar con tu ayuda?
—Pues claro que sí. Ya sabes que siempre puedes contar
conmigo —me aseguró cuando caminábamos hacia la salida
de la facultad.
—Estupendo. Solo tendrás que distraerlo un poco mañana
sin llegar a darte de hostias con él. ¿Crees que podrás
hacerlo?
—¡Por supuesto! ¿Por quién me tomas? Por cierto, Verónica,
no nos hemos visto estos últimos días. Oye…, ¿estamos
bien? —me preguntó con pies de plomo haciendo alusión a
aquello que me carcomía por dentro.
—Sí. ¿Por qué no habríamos de estarlo? ¿Es que ha pasado
algo y yo no me he enterado? —demandé haciéndome la
tonta.
—Ya sabes por qué lo pregunto. Por lo del último día. El
silencio incómodo entre nosotros, ¿recuerdas? Tu excusa
para irte a casa tan temprano —me recordó.
—Tenía tareas que hacer, ya te lo dije. Mañana presento mi
trabajo de fin de grado y no tenía tiempo que perder. Iván,
no pasó nada. Estamos bien, te lo prometo —le dije para
contentarlo mientras caminábamos en dirección al metro,
sin mirarlo a los ojos para que los míos no me delataran.
—Genial… Espero que no me estés engañando porque me
daré cuenta.
—¿Tú qué te vas a dar cuenta? Los hombres, en general,
sois bastante cortitos —bromeé sonriente para desviar la
atención del tema tabú, e Iván me rio la gracia.
Acordé con Iván en que él se encargaría de distraer a Iker al
día siguiente en la cafetería un rato antes de las
presentaciones de los trabajos de fin de grado que
debíamos realizar. Sabía de sobra que este estaría allí solo
ultimando los detalles de su trabajo, el cual presentaría ante
un tribunal de examinadores que valorarían su esfuerzo.
Mientras Iván distraía a Iker, yo me encargaría de
acercarme disimuladamente a su ordenador y de colarle un
virus en un santiamén. Al mismo tiempo, me aseguraría de
robarle el pendrive de repuesto que siempre llevaba con
copias de sus trabajos para que no pudiera presentar ese
día. Es posible que le permitieran hacerlo al día siguiente y
que no lo mandaran derechito a la recuperación, pero al
menos lo fastidiaría tanto como pudiera. Su ordenador
nunca volvería a ser el mismo, y con eso ya me daba por
satisfecha.
Al día siguiente, un rato antes de mi presentación, Iván y yo
nos dirigimos al punto clave para llevar a cabo nuestro plan.
Iván le hizo señas a Iker desde la puerta de la cafetería para
atraer su atención y fingir que quería hablar con él. Yo me
escondí para que no me viera, y salí de mi escondrijo en el
momento justo en el que Iker alcanzó a Iván en el pasillo.
Veloz como una gacela, estuve frente a su portátil en unos
segundos e introduje un pendrive por la ranura para
infectarlo.
Mi trabajo concluyó en un par de minutos, y me di prisa en
encontrar el pendrive de repuesto. Hallé dos en el bolsillo
pequeño de su mochila, de modo que cogí ambos y salí
huyendo de allí con disimulo. Le puse un mensaje a Iván
para informarle de que ya podía deshacerse de Iker, pues el
trabajo había concluido. Instantes después, nos
encontramos a la entrada de mi facultad.
—¿Ya está hecho? —me preguntó con verdadero interés.
—Misión cumplida. —Levanté el pulgar hacia arriba con una
sonrisa en los labios—. Ese cabrón no será capaz de
presentar hoy aunque le presten un ordenador.
Le mostré los pendrives robados en la mano.
—¡Genial! Que se joda. Eso le pasa por cabrón.
—¿Has discutido con él?
—No, he fingido que quería disculparme por lo sucedido con
Mónica y se lo ha tragado todo —rio con malicia.
—Gracias por tu ayuda. —Le guiñé un ojo.
—De nada. ¿Ya tienes mejor la pierna?
—Sí, está mucho mejor. Tampoco me hice mucho daño. Oye,
te dejo. Tengo que presentar mi trabajo y disfrutar del
fracaso de Iker. Nos vemos luego —me despedí, y corrí al
aula que me habían asignado para presentar.
Por suerte, mi presentación salió a pedir de boca, tal y como
la había preparado y ensayado en casa millones de veces.
Mi tutor del proyecto me había ayudado a condensar los
puntos más importantes del trabajo en unas cuantas
diapositivas para mostrar un breve resumen a los
examinadores. Por la enorme atención que me prestaron y
sus gestos faciales, me pareció que quedaron bastante
impresionados con mi novedosa y arriesgada propuesta,
que tenía que ver con la ciberseguridad.
Al salir del aula donde acababa de presentar, me encontré a
Iker en el pasillo con su portátil, desesperado de la vida
porque se le había colado un virus malintencionado. Un par
de compañeros trataban de ayudarlo a arrancarlo, pero no
había forma. Escuché que les decía que alguien le había
robado sus pendrives de repuesto donde tenía copias de la
presentación, por lo que de nada le serviría que alguien le
prestara un ordenador.
—¡Eh, tú, bruja! ¡Has sido tú, ¿verdad?! —me gritó sin una
pizca de educación, y yo me giré para mirarlo tras borrar la
sonrisa de mi rostro.
—No sé a qué te refieres. ¿Tienes algún problema con tu
portátil? —Me hice la despistada.
—¡Tú me has metido un virus en el portátil y me has robado
los pendrives! ¡Estoy seguro! ¡Por eso Iván estaba tan
interesado en hablar conmigo! ¡Para distraerme! —dijo
uniendo las piezas del puzle.
En cierto modo, era todo bastante predecible, pero al menos
había conseguido lo que deseaba: joder a Iker y devolverle
de un golpe todas sus faltas de respeto de los últimos
cuatro años.
—Pero ¿qué película te estás montando en la cabeza, Iker?
No tendré yo nada mejor que hacer que boicotear tu
presentación. Siento lo de tu portátil.
Lo acompañé en el sentimiento fingiendo sentir pena
por él cuando por dentro estaba pletórica.
—¡Hija de puta…! ¡Te vas a enterar! —me amenazó.
—¿Tienes alguna prueba de algo? No, ¿verdad? Pues
entonces no me hagas perder el tiempo. En cambio, yo sí
que tengo pruebas de la zancadilla que me pusiste ayer en
medio del pasillo. Tengo un testigo que está de mi parte —le
recordé por si acaso pensaba tomar acciones legales contra
mí.
—¡Perra del diablo…! ¡Hija de la gran puta! ¡Eres lo peor!
¡Lo peor! —exclamó enrabietado apretando los puños, y los
compañeros que trataban de ayudarlo lo miraron
sorprendidos por la ligereza con la que me insultó.
—No, te equivocas. El mayor cáncer de esta facultad y
puede que de todo el campus eres tú. Envidioso, rastrero,
tramposo, maleducado y violento. Podría añadir unos
cuantos adjetivos más, pero me ahorro la saliva. La vida te
enseñará a golpes. ¡Hasta nunca, Iker! —me despedí de él,
pues esperaba no volver a verlo más.
Volví a casa sintiéndome la reina del mundo tras haber
hecho justicia. Al día siguiente, Ravi me contó que los
examinadores suspendieron a Iker. Incapaces de
coordinarse para asistir a una presentación improvisada al
día siguiente, este tendría que presentar irremediablemente
en la recuperación, que sería a principios de julio, por lo que
se quedaría pendiendo de un hilo durante casi un mes. Un
inmenso placer me recorrió de la cabeza a los pies al haber
vencido al mal de la mejor forma posible.
59. ARIEL: LABIOS SUSTITUTOS

Amanda es historia para mí. Amanda es historia para mí.


Esa fue la frase que me repetí mentalmente tras dejarla en
casa después de un maravilloso viaje, para ver si así
conseguía asimilar la verdad y convencer a mi cerebro para
que dejase de pensar en ella a todas horas. Sabía que no
sería tarea fácil dada mi obsesión, pero debía al menos
intentarlo.
Habían sido días magníficos en todos los sentidos. Había
desconectado del trabajo y me había reconciliado con mi
familia. Ya no volvería a sentirme solo nunca más, ya que
me esforzaría en mantener una buena relación con los míos
y en no dejar conflictos sin resolver que pudieran
enquistarse, si es que algo volvía a suceder. Amanda me
había acompañado en todo momento, detalle fundamental
para mí dado el gran apoyo que ella representaba. No
obstante, la espera por conocer su decisión final me había
vuelto loco y había reaccionado de la peor forma posible.
El pesimismo me había llevado a pensar que Amanda jamás
me querría y que siempre elegiría a Iván por encima de mí,
hiciera lo que hiciese y aunque le mostrara todas las
debilidades que me hacían parecer más humano, cosa que
en general encantaba a las mujeres. Su indecisión me
mataba cada día más, pero lo peor de todo había sido
besarla para seguidamente tener que despertar de golpe y
toparme de lleno con la realidad.
Disfrutar de sus apetecibles labios, mi cuerpo sobre el suyo,
mi mano buscando con deseo sus pechos desnudos bajo su
camiseta, sus gemidos de placer… ¡Demonios! Ella me
quería, pero debía de seguir pensando que Iván era mejor
partido. Jamás confiaría en mi lealtad a pesar de lo intensos
que eran mis sentimientos por ella. Sorprendido de sentirme
así, me había asustado en un primer momento, pero estaba
dispuesto a todo hasta que ella me hizo cambiar de opinión.
Acababa de tirar la toalla para volver a ser el antiguo Ariel
Guerra.
Cuando llegué a casa, Paco me esperaba con la comida que
había pedido, ya que le dije que llegaría sobre las tres. Le di
un cariñoso abrazo y le puse al corriente de todo lo
referente a mi viaje. Se alegró inmensamente de que
hubiera recuperado a mi familia, aunque se entristeció por
el tema de Amanda.
—Así que, ¿ya está? ¿No vas a luchar más por ella? —me
preguntó mientras comíamos en la terraza.
—Pues no. No vale la pena seguir perdiendo el tiempo. Se
acabó.
—¿Eso es lo mucho que la quieres? ¡Pues vaya amor de
pacotilla! —exclamó indignado.
—¡Paco, no me jodas! Primero me dices que Amanda
terminará volviéndome loco con este tema y ahora me
animas a seguir con la tortura. A ti no hay quien te
entienda… —Negué con la cabeza sin dar crédito a sus
palabras.
—Si no piensas luchar más por ella, entonces no la mereces
—soltó cortante.
—¡Me cago en todo! ¿Ahora te me pones peliculero? Paco,
llevo sin follar desde mi último trío con Nora y Mira. ¡Meses!
¿Cuándo he hecho yo eso por una mujer? Si eso no es
luchar y sacrificarse, entonces no sé qué es —contesté, y de
inmediato me bebí el resto de mi copa de vino de un trago.
—Ariel, la abstinencia sexual no es el mayor sacrificio que
una persona puede hacer por otra. Hay cosas mucho más
importantes. Creo que ahí está el problema. Ella no ve en ti
ese amor incondicional que busca. Aunque le gustas, hay
algo que le falta, ¿entiendes? Por eso no se termina de
decidir por ti, porque tiene miedo de perder lo que tiene.
Hazme caso. Yo entiendo mucho de estos temas —me
aseguró Paco analizando la situación.
—¿Tú crees? ¿Y qué más espera que haga por ella para
demostrarle que voy en serio? No tengo ni idea.
—Algo que te salga del corazón. ¿Cuánto estarías dispuesto
a sacrificarte por ella? ¿Qué estarías dispuesto a perder? —
me preguntó Paco con voz teatral.
—Paco, pareces recién salido del tráiler de una puta película
—me burlé de él sin poder evitar las carcajadas.
—No te lo tomas en serio. Mira, Ariel, no sé lo que ella
espera de ti, pero cuando lo vea, lo sabrá y se acabarán
todas sus dudas.
—Ya es tarde. Yo ya me he retirado, así que puede quedarse
con su novio gustosamente. Voy a volver a vivir mi vida
como siempre he hecho. El amor es una verdadera mierda,
amigo Paco —concluí la conversación y seguí comiendo
tranquilamente.
Amanda y yo volvimos a vernos las caras al día siguiente en
el programa. Ella estaba fría como un témpano de hielo
cuando la visité en su camerino para comunicarle que
Riccardo había accedido a mi petición de adelantar un poco
la ruptura oficial. Sabía de sobra que la noticia sería un
bombazo, que llenaríamos portadas y que, gracias a eso, la
gente estaría pegada al televisor viendo nuestras peleas en
directo.
—Genial. Me alegro de que le parezca bien —respondió
secamente sin siquiera mirarme a la cara.
—Guay. Me alegro de que te alegres. Mañana por la noche
tenemos un bolo en una discoteca. Nos van a pagar dos mil
pavos por cabeza. Pasaré a recogerte a las once —la
informé.
—¿Vamos a pelearnos allí para terminar con esta
pantomima de una vez? —me preguntó.
—No, mañana no. Vamos a trabajar. Lo dejaremos para la
fiesta de la próxima semana.
—Creía que siempre íbamos a trabajar —puntualizó.
—Siempre intentamos hacer contactos aunque vayamos
solo a divertirnos, pero mañana estamos de servicio más
que nunca. Nuestra misión es ser amables con la gente y
dejarnos querer. Te noto un tanto quemada. Sonríe un poco,
anda —sugerí de mala gana, y desaparecí de su camerino
de inmediato si solo iba a recibir hostilidad y malas caras.
No volví a dirigirle la palabra a Amanda hasta que no se
subió a mi coche el sábado por la noche a la hora acordada
para ir a la discoteca donde nos habían contratado como
reclamo de las masas. Si los jóvenes sabían que estábamos
allí, irían corriendo para conseguir una foto con nosotros y
un autógrafo. Los dueños del local lo sabían y por eso nos
pagaban tan bien, ya que se aseguraban llenar el antro
hasta los topes.
Parecía mentira que, hasta hacía unos días, la tirantez de
Amanda me traía por la calle de la amargura y me esforzaba
en que me perdonara por lo que le había hecho a Iván.
Ahora me traían sin cuidado su indiferencia y sus cortantes
respuestas cada vez que le preguntaba lo más mínimo.
Estaba claramente enfurruñada por mi negativa a seguirle
más el juego, lo que demostraba una actitud muy infantil
por su parte. De todos modos, toda la culpa era suya por no
tener claras sus prioridades.
—Adelante, señorita —pronuncié cortés cuando le abrí la
puerta del copiloto para que bajara del coche.
—¿Tengo que darte las gracias? Sé abrir la puerta yo sola —
refunfuñó, y yo sonreí tras su cómico enfado.
—Más te vale mostrarte simpática con la gente esta noche.
Si no, no volverán a llamarte cuando tengas que buscarte tú
solita las habichuelas —le recordé.
—No pienso seguir haciendo nada de esta mierda. En
cuanto me libre de ti y terminemos con todo esto, volveré a
ser la misma de siempre —afirmó altanera.
—Pues créeme que me alegraré por ti. Ojalá nunca hubieras
tenido que meterte en este lío por mi culpa. Mira en lo que
te has convertido. Temía que esto pasara, ya te lo dije. Solo
espero que puedas llegar a cumplir tu sueño de ser
presentadora y prescindir de todo este circo —le dije con
sinceridad, viendo a la Amanda que tenía frente a mis ojos.
La fama claramente la había cambiado. Tal y como
auguraba, ya no era la misma chica adorable e inocente que
llegó a Madrid llena de ilusiones y proyectos. Ahora era una
esclava que vivía en una constante mentira. Irascible,
egocéntrica y altanera, lo mejor sería que abandonara este
mundo cuanto antes y que se centrara en su futuro
profesional. Ni siquiera sabía cómo había conseguido
terminar la carrera con el poco tiempo que le había podido
dedicar al estudio, pero lo había hecho, posiblemente
porque era una persona muy inteligente.
Entramos en la discoteca por la zona VIP y rápidamente
fuimos conducidos al escenario por la parte trasera. Allí, una
enfervorecida multitud clamaba nuestro nombre, pues el DJ
ya nos había presentado y todos nos esperaban. Cuando
salimos a escena, cientos de jóvenes se pusieron a gritar
como locos mientras saludábamos con nuestra más
arrebatadora sonrisa.
Amanda y yo bailamos un rato en la pista y después
bajamos a mezclarnos con el público, que nos asedió fuera
de control. Por poco hubo que llamar a seguridad para que
controlara a unos cuantos revoltosos que se propasaron
tocándonos, pero pronto la cosa se calmó y la gente se
mostró más respetuosa. No recuerdo cuántas fotografías y
autógrafos me pidieron, pero acabé perdiendo la cuenta y
complaciendo a los fans como un autómata. Amanda hizo lo
propio y, de vez en cuando, me dirigía miradas para ver
cómo lo llevaba yo.
Un rato después, acabamos separándonos y yendo cada
uno por nuestro lado dada la aversión que nuevamente
parecíamos profesarnos. Entablé conversación con un grupo
de chicas encantadoras y me puse a coquetear con ellas
desplegando todos mis encantos. Ellas, hechizadas por mí,
parecían estar dispuestas a todo, pero solo había una que
me entró de verdad por los ojos.
Se trataba de una estilizada y atractiva castaña de ojos
verdes y largo cabello ondulado, perfectas facciones y
apetecibles y gruesos labios que me devoraba con la
mirada. Me reía todas las gracias y se dedicó a batir las
pestañas de forma sensual y atrayente durante toda la
conversación que mantuve con sus amigas y con ella.
Cuando llevábamos más de media hora hablando, me
despedí para prestarle atención a otros grupos, pero ella me
hizo señas para que me acercara antes de irme. Me susurró
al oído que, si me apetecía, podíamos ir al baño de mujeres
a darnos el lote, que se moría de ganas de estar con una
estrella como yo.
Ni corto ni perezoso y harto de la sequía sexual que llevaba
meses soportando, asentí con la cabeza y la dejé que me
llevara de la mano hasta el paraíso. El baño femenino se
encontraba atestado de gente, como normalmente solía
pasar en locales muy concurridos. Ninguna chica se
escandalizó de mi entrada allí, ya que todas besaban el
suelo que yo pisaba. Me tiraron fotos mientras la morena
tiraba de mí y me arrastraba hacia un baño, pero ya todo
me importaba un bledo. Entramos y cerramos la puerta tras
nosotros para dar paso al placer.
Me senté en la asquerosa taza del inodoro y la chica se me
encaramó encima a horcajadas, lanzándose a mi boca para
besarme con ansias. Mis manos se dirigieron
instintivamente a sus tersas nalgas, que apreté con deseo y
de las cuales disfruté dado que llevaba minifalda y tanga.
Mordí su cuello con lascivia y lo lamí borracho de pasión.
Ella me devolvió el favor y yo gemí de placer dispuesto a
tener sexo con ella allí mismo si era necesario, sin
importarme siquiera que hubiera gente a escasos metros
oyendo nuestros jadeos.
Instantes después, mi mente se imaginó que a quien
besaba era a Amanda. Físicamente, la joven se parecía
demasiado a ella para ser cierto, por lo que quizá lo que
trataba era de buscar una sustituta para saciar mi sed. Poco
me importaba ya todo salvo dejar de sufrir. Seguro que esta
chica no me dejaría a medias como Amanda siempre solía
hacer, ella que siempre me daba una de cal y otra de arena,
que jugaba conmigo como nunca nadie lo había hecho.
Jamás había dejado a ninguna mujer reírse de mí en mi
propia cara hasta que llegó ella…
De repente y quizá habiéndola invocado con mis
pensamientos, escuché su voz y seguidamente alguien
aporreó la puerta del baño con fuerza.
—¡Ariel! ¡Sé que estás ahí! ¡Sal del baño! —gritó Amanda
tras descubrir mi escondrijo, y me sobresalté.
Rápidamente me quité a la chica de encima de mala
manera y me recompuse antes de abrir la puerta,
acobardado sin motivo. Cuando abrí, me encontré a Amanda
frente a mí con cara de muy mala hostia.
—¡Vete de aquí si no quieres que te parta la cara, zorra
buscona! ¡Ahora mismo!
—vociferó a la chica con la que me había estado besando,
que agachó la cabeza y salió de allí como alma que lleva el
diablo—. ¡¿Y vosotras qué cojones estáis mirando?! ¡Tengo
hostias de sobra para todas! —exclamó para ahuyentar a
las curiosas, que pronto salieron escopetadas del baño de
mujeres.
—¿Qué coño estás haciendo, Amanda? —pregunté
indignado, pues acababa de mostrar su peor cara ante los
fans.
Posiblemente, alguna de las asistentes había grabado su
cordial reacción.
—¡No! ¡¿Qué coño estás haciendo tú?! ¡Nos vamos ahora
mismo de aquí!
—Habíamos acordado trabajar toda la noche…
—¡Me importa una mierda! ¡He dicho que nos vamos! —
ordenó, y se marchó del baño dejándome allí tirado.
Corrí tras ella y alcancé a disculparme con un segurata.
Posiblemente, no nos pagarían todo el dinero prometido
dado que solo habíamos permanecido en la discoteca unas
horas, pero no podía dejar que Amanda se marchara sola en
ese estado. Estaba fuera de sí, cabreada a más no poder y
podía hacer alguna tontería.
—¡Amanda! ¡Amanda, espera, coño! ¡No corras tanto! —La
perseguí a la salida de la discoteca, teniendo que sortear a
grandes grupos de gente para llegar hasta ella.
Al llegar a mi coche, sin embargo, no se detuvo y continuó
caminando.
—¡Voy a coger un taxi para volver a casa! ¡Ni loca me voy a
ir contigo!
—¡Joder, Amanda! ¡Para, ¿quieres?! ¡Estás montando un
buen numerito! Relájate. Respira hondo —le pedí con calma
para apaciguar su ira.
Se tranquilizó un segundo y me hizo caso.
—Monta en mi coche. Todos nos están mirando, así que
vámonos juntos —sugerí, y ella forzó una sonrisa y se subió
al vehículo de mala gana.
Accioné el motor y nos largamos de allí en un santiamén.
Mientras conducía, Amanda volvió a estallar.
—¡No me puedo creer lo que has hecho! ¡Una discoteca a
reventar de gente y coges a una fulana y te vas a follar con
ella al baño de mujeres delante de todo el puto mundo!
¡Viva la discreción! ¡Increíble, Ariel! ¡Me dejas de piedra!
¡Justo cuando creía que no podías superarte, vas y te
coronas! —me recriminó furiosa.
—Amanda, ¿qué importa lo que haya hecho? Esto nos viene
de perlas para que haya rumores de ruptura. Es más creíble
que rompamos porque yo te he puesto los cuernos, ¿no
crees? No podemos estar de puta madre y de repente
separarnos sin un motivo.
Ella sacó su móvil y entró en Twitter para echar un vistazo a
propósito.
—¡Mira! ¡Mira! —Me enseñó la pantalla, que no pude ver
con claridad porque estaba conduciendo—. ¡Ya empiezan a
circular fotos tuyas con esa guarra entrando al baño!
—Pues ya está. Deja que hablen de ello. Total, vamos a
separarnos en dos días.
—¿Y por qué tengo que ser yo la cornuda, Ariel? ¿Acaso me
has preguntado si estaba de acuerdo antes de actuar? No
tienes vergüenza… —se quejó con el rostro compungido.
—Amanda, lo hice sin pensar, ¿vale? He improvisado. Mira,
tenía ganas de enrollarme con alguien y cogí a la primera
que pasó por allí. Eso es todo —me justifiqué—. Oye, ¿por
qué te has puesto así? ¿Acaso te molesta lo que haga? Soy
libre de hacer lo que quiera, ¿no? —Me encogí de hombros
al volante tras dirigirle una furtiva y rápida mirada.
—No de este modo, Ariel. Estoy realmente decepcionada —
afirmó con el rostro compungido—. Así que esto es lo mucho
que me querías, ¿no? —añadió a punto de llorar.
—Joder, Amanda, no seas injusta conmigo. He hecho cosas
por ti que no había hecho por nadie. Claro que te quería,
pero me lo pusiste imposible. ¿Qué esperabas que hiciera?
Tenía que apartarme antes de volverme loco. ¿No lo
entiendes? —le dije con desesperación en la voz, incapaz de
concentrarme en la carretera.
—Sigo estando en desacuerdo con lo que has hecho. Ha sido
muy ruin por tu parte y no tengo más que añadir. Ahora
llévame a casa —ordenó como si fuera la emperatriz del
universo y yo su chófer particular.
Conduje hasta su casa y detuve allí el coche. Amanda tardó
unos instantes en bajarse del vehículo.
—¿Te das cuenta, Ariel? Desde que nos conocemos, no
hemos hecho más que chocar una y otra vez sin remedio.
No es que seamos opuestos, es que somos demasiado
iguales como para poder estar juntos sin terminar
desastrosamente mal. Tomaste una decisión que respeto, y
en el fondo es mejor así, pero no vuelvas a hacer nada sin
consultarme primero. Podríamos haberlo acordado. Tu
improvisación me ha sentado muy mal y por eso he
reaccionado así. No malinterpretes mi enfado, por favor.
—¿Malinterpretar tu enfado? ¿Y pensar que todavía me
quieres y que has sufrido un ataque de celos? ¡No, por
favor! ¿Cómo iba a pensar yo algo así? —me burlé de ella,
aunque en realidad eso era lo que su ira incontrolable me
había parecido.
—No ha sido un ataque de celos. Ya te lo he explicado. Mira,
me voy a casa. Estoy agotada. Nos vemos pronto, Ariel —se
despidió de mí más serena y salió del vehículo.
Me quedé allí hasta que la vi entrar en su portal. Después,
continué dándole vueltas a la cabeza durante un rato,
pensando que su reacción claramente había sido producto
de los celos. Y si Amanda sentía celos era porque en el
fondo, aunque fuera muy profundamente, aún podía haber
una pequeña esperanza para el pobre diablo de Ariel
Guerra.
60. IVÁN: PROMESAS
ESPERANZADORAS

No me sorprendió demasiado meterme en Twitter y


comprobar que #Aranda era tendencia, pues ya había
sucedido muchas veces. No obstante, la curiosidad pudo
conmigo y, mientras estaba en la cama a punto de caer
dormido, pinché en el hashtag y encontré fotos de Ariel
Guerra en el baño de una discoteca de la mano de una chica
que no era Amanda. También circulaba por ahí otro vídeo de
mi novia estallando en cólera y gritando a la joven, además
de a cualquiera que se encontrara frente a ella en ese
delicado momento. Curado de espanto, ni siquiera le
pregunté por el suceso al suponer que ya me lo contaría
ella, por lo que me acabé durmiendo.
Tal y como yo imaginaba, Amanda y yo nos vimos al día
siguiente en su casa y me puso al corriente de lo sucedido.
Me aseguró que Ariel y ella habían pactado el numerito para
ir poniendo a los fans sobre aviso de que la ruptura andaba
cerca. Para mi gran sorpresa, me confirmó que esta tendría
lugar la próxima semana, lo más probable el viernes que
estaba prevista una fiesta.
—¿Vas a…? ¿Al fin se va a terminar todo esto? —inquirí
esperanzado y sin querer hacerme muchas ilusiones.
—Sí, Iván. Por fin ha llegado el momento. Aquí ya no hay
mucho más que hacer. En cuanto finjamos la ruptura, solo
quedarán unos cuantos programas más donde ponernos
verdes mutuamente y a otra cosa mariposa —me contó.
—¡Eso es genial! —exclamé feliz de que la pesadilla fuera a
terminar—. ¡Es realmente estupendo, Amanda! —le dije
cogiendo su cara entre mis manos para besarla
emocionado.
Ella se dejó besar y después asintió sin más.
—Lo es. Ya era hora. Empezaba a estar harta de esta
situación —afirmó muy seria.
—Estás contenta, ¿verdad? Cualquiera lo diría.
—Por supuesto que lo estoy, cielo. Cuando todo esto acabe,
podremos ir a cualquier parte sin preocuparnos de nada
más —sonrió finalmente.
—Espera, espera… ¿Cuándo es esa fiesta? ¿Dijiste el
viernes?
—Sí, seguramente.
—Joder… El viernes es la presentación oficial del anuncio y
de nuestra canción. Es por la tarde, pero después habrá una
modesta celebración que puede que dure hasta la
medianoche, según nos dijo el director del concurso. Quizá
te dé tiempo a llegar, o si no siempre podemos salir por ahí
después —sugerí verdaderamente entusiasmado después
de tantas decepciones.
—¡Claro! Te prometo que allí estaré, cielo. En cuanto deje a
Ariel plantado, soy libre de hacer lo que quiera —me sonrió
de nuevo.
Sin poder contener mi exaltación, me lancé a ella y la
abracé con fuerza.
—¡Muchas gracias, Amanda! No sabes lo que esto significa
para mí. Vendrán los demás miembros del grupo y Verónica,
pero siempre me faltas tú.
—Bueno, creo que ya va siendo hora de que cada uno ocupe
su lugar, incluida Verónica —mencionó Amanda secamente.
—Por cierto, eres una actriz cojonuda —comenté para
restarle importancia a su comentario sobre mi amiga—.
Cualquiera diría que tu reacción en el baño de la discoteca
fue real cuando descubriste al cerdo ese con las manos en
la masa. Creo que podrías tener un futuro brillante como
actriz —le dije con sinceridad, pues realmente pensaba que
había fingido el enfado a la perfección.
—Gracias. Lo cierto es que lo hice lo mejor que pude para
parecer creíble —me explicó, y yo asentí con una sonrisa.
En esos instantes de estrenada felicidad, no quise darme
cuenta de que quizá la reacción de Amanda no había sido
fingida sino verdadera, y que por eso le había salido tan
bien, porque le había nacido del alma. El pobre chico
inocente que albergaba en mi interior, el que aún
consideraba posible que Amanda y yo tuviéramos un futuro
como pareja, endulzó la amarga mentira para poder tragarla
más fácilmente.
Unos días después, estando ya de vacaciones tras la
presentación de mi trabajo de fin de grado y habiendo por
fin aprobado la carrera que cuatro años de sacrificio me
había costado, salí con Verónica para comprarme unos
cuantos trapitos para el evento de la canción. Ella se ofreció
a ayudarme a elegir un atuendo acorde con el estilo del
grupo, pues nunca terminaba de acertar, de modo que
fuimos a un centro comercial.
Verónica eligió para mí unos vaqueros grises ajustados, una
camisa de tirantes negra, una chupa de cuero que me costó
un ojo de la cara y unos cuantos accesorios como gruesas
muñequeras, anillos y un colgante. Me dijo que así, y con un
marcado maquillaje de ojos, encajaría a la perfección con el
resto de miembros de The Black Cats, ya que no debía
descuidar la imagen del conjunto.
—Muchas gracias, Verónica. Oye, ¿te comenté que mañana
Amanda vendrá a la presentación de la canción? Bueno,
seguramente solo llegue a la fiesta posterior, pero ya es una
gran novedad. Por fin va a deshacerse de ese patán —le dije
mientras la dependienta me cobraba los artículos elegidos.
—¿Ah, sí? ¿Ya? Creía que faltaba más tiempo —comentó
confusa.
—Sí, yo también creía que no terminarían hasta finales de
junio, pero parece ser que lo han adelantado para bien.
Estoy que no quepo en mí de alegría —le confesé con una
sonrisa, aunque ella tan solo asintió.
Salimos de la tienda y decidimos dar un paseo, pero de
repente noté a Verónica más seria de lo normal.
—Oye, ¿qué te pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato o qué?
—demandé.
—Así que se acabó, ¿no? Hoy es nuestro último día juntos y
mañana será la despedida —soltó con decepción en la voz.
—Pero ¿qué dices? ¿A qué te refieres?
—Amanda va a romper con Ariel y volverá a tener tiempo
para ti, por lo tanto, tú dejarás de tener tiempo para el
grupo y para mí. Es así como funcionan las cosas, ¿no?
Estoy segura.
—Para nada. Seguiremos viéndonos como te prometí. Quizá
no con tanta frecuencia como ahora, pero sacaré tiempo
para el grupo y por supuesto para ti. No voy a abandonarlo
todo por ella —expliqué sorprendido de que pensara que mi
vida había terminado con el regreso de Amanda.
—Ya, claro…
—Verónica, lo digo en serio.
—Iván, tendrás que demostrarme lo que dices con hechos y
no con palabras. Por si acaso, ¿qué te parece si disfrutamos
de nuestro último día juntos? —me propuso.
—No será nuestro último día juntos. Además, mañana
vendrás a la presentación de la canción, ¿no? —añadí, pero
ella negó con la cabeza.
—No será lo mismo. Me refería a los dos solos.
—Está bien. ¿Qué quieres hacer?
—Quiero… Quiero montar en las barquitas del Retiro. Te
parecerá una gilipollez, pero no sé remar. Siempre le pedí a
mis padres montar cuando era niña y nunca pude porque
ellos tampoco sabían. ¿Tú sabes remar? —me preguntó con
ojos soñadores.
—Pues claro que sé remar. ¿Alguna petición más?
—Sí. Antes de eso, me gustaría montar en el teleférico y
disfrutar de las vistas de la ciudad. ¿Vendrás conmigo?
—Eso está hecho. —Le guiñé un ojo y cogimos el metro para
poner rumbo al teleférico.
Hacía un día magnífico para contemplar todo Madrid desde
las alturas y deleitarnos con su increíble belleza, la que
muchas veces olvidaba al no ser un turista. Verónica y yo
montamos junto con otras tantas personas en la cabina
correspondiente y nos maravillamos con las vistas: el
Palacio Real, la Catedral de la Almudena, el río Manzanares
con sus múltiples puentes, la Casa de Campo, los más altos
y representativos edificios de la ciudad… Verónica observó
el panorama en silencio y con una sonrisa impresa en el
rostro, y yo hice lo mismo porque no quería romper tan
mágico y bello momento.
Después del teleférico, pusimos rumbo a las barcas del
parque del Retiro. Hacía un día soleado y espléndido con
alrededor de veinticinco grados, temperatura ideal para
ejercitar los brazos remando. Después de esperar una
pequeña cola, pudimos montar en la barca que nos fue
asignada y abandonar el muelle para navegar. Verónica,
relajada y feliz, se sentó frente a mí y me observó remar al
tiempo que nos dirigíamos al centro del lago.
—Yo solía venir aquí con mis padres cuando era niño —le
comenté cuando detuve la barca por un momento—. Mi
padre me enseñó a remar.
Tras mis palabras, me tumbé en la barca a descansar por un
momento y a dorarme al sol. Verónica me contempló y
sonrió.
—Me parece un recuerdo precioso. ¿Sabes? En mi caso, creo
que el menor de mis problemas era que mis padres no
supieran remar. No me habría importado lo más mínimo si
todo lo demás hubiera estado bien —mencionó apenada.
—¿Has vuelto a ver a tus padres o a hablar con ellos desde
vuestro último enfado?
—Hemos intercambiado algunos mensajes. No sé, Iván… No
sé si algún día llegaré a tener una relación cordial con mis
padres. No están poniendo mucho de su parte —se lamentó.
—Quizá te vendría bien hablar con ellos civilizadamente y
poner todas las cartas sobre la mesa. Puede que os lleve
algo de tiempo firmar la paz, pero tampoco lo veo
imposible. ¿Me prometes que lo intentarás?
—No lo sé… Bueno, es posible. No pierdo nada por
intentarlo.
—Genial. Me alegro de que estés dispuesta a cambiar la
situación. Es un gran comienzo —la elogié, y ella sonrió,
aunque pronto su gesto se tornó serio.
—¿Sabes? Me va a doler mucho cuando las cosas ya no
sean igual entre nosotros, pero siempre recordaré los
divertidos momentos que hemos pasado juntos. Nos ha
quedado una amistad preciosa, ¿no crees?
—Verónica, ¿quieres dejar de ser tan fatalista y de pensar
que este es el final? —le pedí negando con la cabeza y
poniendo los ojos en blanco.
—Pero es que lo creo, Iván. Lo veo venir y me entristece
tanto tantísimo. Mira que yo soy un témpano de hielo para
estas cosas, que jamás muestro mis sentimientos en público
para no quedar vulnerable ante los demás, pero esto me
duele de verdad. Nunca jamás me había sentido tan a gusto
con alguien como contigo. Siento que nos entendemos a la
perfección y que puedo confiar en ti, que harías cualquier
cosa por mí como yo por ti. Por eso siento tanto perderte —
me confesó tratando de aguantar las lágrimas, que
finalmente no derramó dado lo bien entrenada que estaba
para contenerse.
—Verónica… Eh, tranquila. No te pongas así, por favor. —Me
incorporé en la barca y acaricié su brazo para reconfortarla.
—Ya está. Ya te he dicho lo que pienso antes de que sea
demasiado tarde. Ahora, por favor, olvídate de lo moñas
que he sido. ¡Qué vergüenza! —bromeó, y yo esbocé media
sonrisa un tanto confuso.
Las sinceras palabras de Verónica, lejos de parecerme
amistosas, se me antojaron una confesión amorosa en toda
regla. Era la segunda vez que insinuaba que yo le gustaba y
posiblemente fuera la última por su parte, pero de nuevo
dejé pasar la oportunidad de decir algo. Me quedé callado
como un tonto y cambié de tema. Al fin y al cabo, mi
relación con Amanda estaba a punto de enderezarse y era
demasiado tarde para bajarme de ese tren.
—Oye, ¿qué te parece si te enseño a remar? —le propuse
para desviar la atención.
—Me parece una gran idea. Así, si algún día tengo hijos,
podré enseñarles y les hablaré de Iván Caballero, el chico
que me regaló sus conocimientos —afirmó en tono
bromista.
Verónica fue una gran alumna y aprendió a remar con
rapidez a pesar de su constitución menuda. Le aseguré que
remando más vale maña que fuerza y le cogió el tranquillo
bastante rápido. Estuvo navegando por su cuenta por el
lago y yo me tumbé a la bartola a disfrutar de la brisa de
junio en mi rostro y de los rayos del sol acariciándome.
Cuando nuestro tiempo se agotó, devolvimos la barca en el
muelle y decidimos caminar un poco antes de separarnos.
Paseamos por el Retiro y nos tomamos un helado mientras
charlábamos y disfrutábamos de nuestra mutua compañía.
A eso de las diez, Verónica me sugirió que nos fuéramos a
casa para estar frescos para el día siguiente. Se avecinaba
un hito realmente importante y no quería acudir a la
presentación trasnochado, aunque ganas de invitar a
Verónica a tomar algo no me faltaron, pues me apetecía
prolongar la tarde un poco más.
Nos despedimos y me marché a casa, ilusionado con los
acontecimientos que estaban por venir y que podían tener
una gran relevancia en mi futuro. ¿Sería ese el principio de
la fama? Nadie nos aseguraba nada, pero el resto del grupo
también estaba emocionado porque ese pudiera ser nuestro
gran comienzo, el que nos catapultara a la fama. Éramos
conscientes de que nos costaría sangre, sudor y lágrimas y
de que nuestro género musical no sería acogido por todos,
pero nada perdíamos por intentarlo. Además de eso, recordé
que Amanda estaría en la presentación y no pude evitar
sonreír para mis adentros. Estaba plenamente convencido
de que Amanda no me fallaría.
61. AMANDA: LA GOTA QUE
COLMA EL VASO

La promesa que le hice a Iván de acudir a la presentación


de su canción iba más allá de un simple compromiso. Al
asegurarle que estaría allí para apoyarlo, me obligaba a mí
misma a cerrar un oscuro capítulo de mi vida del que él
nunca jamás tendría constancia si quería que nuestra
relación funcionara. Iván jamás sabría que Ariel había
atravesado la piel, el músculo y el hueso hasta llegar a mi
corazón e incrustarse en él por un lapso de tiempo. En el
presente, me encargaría de cultivar mi amor con Iván y de
deshacerme de los restos de Ariel para siempre hasta lograr
sacarlo de un lugar al que no pertenecía.
La fiesta del viernes no distaba demasiado de otros eventos
a los que habíamos acudido, por lo que era el escenario
perfecto para montar otro numerito y terminar de matar el
combo #Aranda de una vez por todas. Lo sucedido en la
discoteca nos situó en el punto de mira, de modo que todo
el mundo esperaba lo que iba a ocurrir a la mayor brevedad.
Estábamos sentenciados a tomar caminos separados en
todos los sentidos y no veía el momento de mandar a Ariel
fuera de mi vida para siempre.
Esa noche me puse un vestido largo rojo con escote palabra
de honor. Recogí mi cabello en un elegante moño italiano y
adorné mi rostro con un maquillaje minimalista para
destacar mis labios con el color de la sangre que, a pesar de
todos mis pensamientos positivos, lloraba mi corazón.
Lloraba precisamente porque, aunque mi cerebro se lo
ordenara por su bien, no quería desintoxicarse de Ariel ni
mucho menos separarse de él para siempre. Me dolía en el
alma, pero era lo mejor para ambos y todo debía terminar.
Ariel me recogió a las nueve para acudir a la fiesta juntos.
En el coche, le informé de que iría a la celebración de Iván
en cuanto rompiéramos. Él estuvo de acuerdo y no comentó
nada más. Nuestro trayecto en el coche fue áspero y
silencioso. Me dolía la distancia que ahora había entre
nosotros cuando habíamos estado tan bien… Con Ariel, todo
era una montaña rusa constante, sin embargo, trataba de
convencerme de que los pocos días que había estado arriba
no valían la pena para la gran cantidad de caídas
emocionales que había sufrido por su culpa.
—Por nuestra última fiesta juntos —pronunció Ariel antes de
beber un trago de alcohol de una petaca que llevaba en la
guantera—. ¿Quieres?
—No, gracias. Creo que habrá suficiente alcohol en la fiesta
como para venir calentita de casa. Vamos. —Lo apremié, y
juntos entramos en el evento de la mano, aunque con caras
largas.
Rápidamente nos separamos y nos mezclamos con el resto
de los invitados. Entre la multitud encontramos a
numerosos amigos y conocidos con los que estuvimos
charlando y pasando un rato ameno. Bebimos y comimos
aperitivos para hacer tiempo y nos convertirnos en el centro
de atención nada más entrar. Un par de horas después de
haber llegado, Ariel se acercó a mí y me hizo una seña para
hablar conmigo en un lugar apartado.
—¿Qué pasa? ¿Vamos a hacerlo ya? —le pregunté nerviosa
—. Te tiro la copa a la cara y después empezamos a discutir
por tus supuestas infidelidades, ¿verdad? —recordé el plan
acordado.
—No, no, espera. Creo que hoy no es la noche más indicada
—me susurró al oído.
—¿Por qué? No puede ser, Ariel. Tengo planes. Le he
prometido a Iván que iría a la fiesta de después de la
presentación. No puedo hacerle eso.
—Amanda, ¿ves a ese tío de ahí con la pajarita de cuadros?
—Lo señaló con el dedo, y rápidamente lo localicé entre la
multitud—. Es el director de los informativos con más
audiencia del país. Me han comentado que está buscando a
una nueva presentadora desesperadamente. Tú acabas de
terminar la carrera de Periodismo y no podrías ser más
conocida. Esta podría ser tu salida, Amanda, pero si
montamos el numerito hoy no podrás camelártelo. No
quedaría muy profesional, ¿entiendes?
—¡Joder…! Tenía que ser precisamente hoy —me lamenté,
debatiéndome interiormente sobre lo que debía hacer.
—Podemos romper otro día. Piensa que no tendrás más
oportunidades como esta. Mañana puede que ya tenga a su
presentadora porque hay mucha competencia en esta
fiesta. Piénsalo bien y toma la decisión que creas más
adecuada —me pidió Ariel.
No obstante, al sugerir que quizá podría encandilar a ese
hombre ya me estaba empujando a defraudar a Iván sin
quererlo. Esperaba que mi novio entendiera que debía
quedarme y que no podría estar con él en una noche tan
importante. Decidí llamarlo desde la terraza para ponerle al
corriente antes de abordar al director de los informativos.
—¿Iván? Hola, cielo. ¿Qué tal? ¿Ya habéis presentado la
canción? —le pregunté mordiéndome el labio.
—¡Sí! Ha sido genial, Amanda. Ojalá hubieras estado. La
canción ha tenido una gran acogida. Estamos aquí tomando
algo. ¿Sobre qué hora llegarás?
—Me alegro… Verás, cielo, te llamo precisamente por ese
motivo. Lo siento mucho, pero no voy a poder ir. Sé que
estaba todo planeado para esta noche y que te lo había
prometido, pero ha surgido un pequeño imprevisto. El
director de los informativos de la primera está aquí y está
buscando a alguien como yo. Quizá se plantee contratarme
y…
—Ya, está bien. Haz lo que quieras —respondió Iván
claramente enojado.
—Iván, por favor, no te enfades. Prometo compensártelo
cuanto antes.
—No, Amanda. No quiero que me compenses nada. Estoy
harto, ¿me oyes? Harto de tus promesas vacías y de tus
mentiras. Dijiste que te desharías de él esta noche. No
aguanto un segundo más este calvario —afirmó Iván con la
voz apagada.
—Iván, cielo… Solo serán unos días más, por favor —
supliqué.
—¡He dicho que no! —me gritó asustándome—. ¡Estoy hasta
los huevos de todo, Amanda! ¡No soy tu puto títere ni tu
perrito faldero, ¿entiendes?! ¡Vete a la mierda! ¡No voy a
esperar ni un solo segundo más por ti si tú no estás
dispuesta a sacrificar nada por mí, joder! —exclamó al
teléfono, dejándome helada por su mala reacción.
—Lo siento… Siento haberte defraudado… —me disculpé
con el rostro compungido.
—No hace falta que te disculpes. Ya no es necesario.
Amanda, olvídate de mí. Esto es el final —me dijo más
calmado, rompiendo conmigo por teléfono y dejándome
paralizada.
—Iván… Yo… No, no lo dices en serio. Después de todo lo
que hemos pasado, ¿vas a dejarme por esta tontería? ¿Por
no poder ir a la fiesta porque estoy trabajando? —enfaticé la
última palabra, pues era cierto.
—Trabajando… Amanda, una tontería no rompe una relación
sólida, pero una tras otra sí. Esta es la gota que colma el
vaso. Adiós —se despidió, y seguidamente me colgó.
Me quedé como una imbécil contemplando el teléfono en
mis manos. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas.
Iván acababa de mandarme a la mierda y sabía que me lo
merecía. Aun así, no lo había visto venir, no al menos en esa
ocasión y por lo que me parecía una nimiedad después de
haber aguantado tantos meses que yo saliera con Ariel y
que la prensa nos mostrara juntos en todo momento.
Ariel, que se percató de que algo ocurría, se acercó hasta mí
alarmado al ver mi gesto descompuesto. Me agarró de la
cintura y se aproximó a mi oído para susurrarme si me
encontraba bien.
—Iván me ha dejado —le comuniqué sin asimilarlo aún.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Justo hoy? —inquirió Ariel sorprendido.
—Por no poder cumplir mi promesa —le expliqué.
—Ese chaval es imbécil de remate. Lo digo porque, si quería
dejarte, ha habido motivos más graves para hacerlo.
—Dice que está harto y que esta es la gota que colma el
vaso. En el fondo, lo entiendo. No he sido la novia que él
necesitaba —me lamenté tratando de retener las lágrimas,
pero las ganas de llorar me atenazaban con fuerza.
—Amanda, por favor, no llores ahora. Escúchame —Ariel
tomó mi cara entre sus manos y me hizo mirarlo fijamente
—, me da igual que ese idiota te haya dejado. Tienes que
recomponerte y asegurar tu futuro. Si tú no lo haces, nadie
lo hará por ti. Ya tendrás tiempo de llorar después, ¿vale? Yo
te acompaño a hablar con ese hombre.
Asentí convencida de que Ariel tenía razón. Debía ser fuerte
y cumplir con mi cometido. Mi futuro laboral dependía de
actuar esa noche. A Iván ya lo había perdido, por lo que de
nada serviría marcharme desecha a casa y perder también
un trabajo que bien podía acabar siendo mío.
Ariel y yo nos acercamos al director de los informativos, don
Ramiro Carbonell, y entablamos una cordial conversación
con él tras presentarnos. Él nos reconoció de inmediato y se
mostró encantado de poder charlar con nosotros. Sabía de
sobra que éramos ampliamente conocidos en todo el país,
además de que contábamos con un elevado número de
seguidores en las redes sociales. Tras un rato de amena
charla, Ariel hizo gran parte del trabajo que me
correspondía sacando a colación que yo acababa de
terminar la carrera de Periodismo, ya que yo no estaba muy
centrada en la conversación al no poder quitarme el tema
de Iván de la cabeza.
—Don Ramiro, ¿sabía usted que Amanda ha conseguido
terminar la carrera de Periodismo al tiempo que colaboraba
en televisión y que dedicaba gran parte de su tiempo a
complacer a los fans? Si eso no es ser multitarea, entonces
no sé qué es —bromeó poniendo de manifiesto mis buenas
cualidades, y le guiñé el ojo disimuladamente.
—¡No me digas! Pues vaya una casualidad, porque estoy a
la caza de una presentadora para los informativos. Verás, a
la más veterana que tenemos le hemos ofrecido su propio
espacio matutino y necesitamos un reemplazo. Desde luego
que tenemos candidatos de sobra en la cadena, pero yo
quiero algo más. ¿Tienes tú lo que busco, Amanda? —me
preguntó, y por poco me quedo bloqueada, aunque
reaccioné a tiempo.
—Dígamelo usted, don Ramiro. Está claro que, si está
buscando ganas y compromiso, lo tiene enfrente.
Profesionalidad, yo diría que también, así como buena
imagen, presencia escénica, capacidad de argumentación,
excelente expresión oral y escrita, experiencia en
televisión… —Me vendí como mejor supe y con una sonrisa.
—Ya veo. —Don Ramiro se llevó la mano a la barbilla
pensativo—. Desde luego que no dudo que tienes todas las
cualidades que mencionas, pero no sé si encajarías en el
formato televisivo viniendo del mundillo del cotilleo. Esto es
algo mucho más serio y profesional.
—Don Ramiro, deme usted una oportunidad para probar mi
valía. Imagino que estará al tanto de mi desastrosa
presentación en sociedad y de lo mal que parecía dárseme
al principio cuando comencé. En poco tiempo mejoré y
demostré a todos de lo que soy capaz. Solo necesito que
confíen en mí —sonreí para convencerlo, y él asintió.
—Está claro que sabes venderte. Amanda, prometo tenerte
en cuenta —me aseguró el hombre.
—Me alegro. Aquí tiene mi tarjeta, don Ramiro. Llámeme
para lo que sea y responderé encantada. —Le ofrecí la
tarjeta de presentación que siempre utilizaba para las
colaboraciones y de la que llevaba infinidad de copias en mi
bolso de mano.
—Mil gracias. Amanda, Ariel, ha sido un verdadero placer
conoceros, pero me reclaman en otra parte. Espero que
podamos vernos en otra ocasión —se despidió
amablemente y se marchó.
—¿Crees que está interesado y que me llamará? —le
pregunté a Ariel, que se encogió de hombros.
—No lo sé. Al menos lo hemos intentado.
Desde luego que lo había intentado. Esperaba haberle
causado una buena impresión, la cual seguramente se
habría ido al traste si Ariel y yo hubiéramos roto esa noche.
Quizá incluso sería mejor planear una ruptura discreta para
no perjudicar demasiado mi imagen y poder tener una
oportunidad en otro mundo totalmente distinto al de la
prensa rosa. Lo comentaría con Ariel y con Riccardo
próximamente y, si ellos estaban de acuerdo, así lo
haríamos.
—Oye, ¿vas a pasarte el resto de la noche con cara de
funeral? ¡Anímate un poco, anda! No me gusta nada verte
así —me dijo Ariel mientras tomábamos algo en la terraza.
Comprobé la hora en mi móvil y descubrí que era la una de
la madrugada. Llevábamos algo más de tres horas en la
fiesta y estaba más que agotada.
—Quiero irme a casa. No me encuentro muy bien.
—Aún es pronto. ¿Seguro que quieres marcharte?
Asentí con la cabeza con cara de pena.
—Está bien. Entonces nos vamos. No me gusta verte así por
alguien que no te merece —me dijo Ariel—. Ojalá… Ojalá él
nunca hubiera existido. A ver, no es que quiera matar al
chaval, ¿sabes? Solo digo que me gustaría que lo nuestro
hubiera sido de verdad y sin nadie más de por medio. Que
no hubiéramos tenido que fingir nunca. En parte, muchas de
las cosas que hice, las hice de corazón porque… Porque me
gustabas —me confesó usando un tiempo pasado.
Lo contemplé con adoración por unos instantes.
—Tú también me gustabas, Ariel. A pesar de todos tus
defectos, eres mucho mejor persona de lo que muchos
piensan, así que me alegro de haber podido colarme en tu
mundo personal.
Esbocé una leve sonrisa. A continuación, nos miramos
con ojos soñadores unos segundos y evoqué momentos
felices junto a él. Fui consciente de que con Ariel había
vivido las experiencias que se suponía que debería haber
vivido con Iván. Lejos de sentirme a disgusto, lo había
llegado a disfrutar y habíamos conseguido entendernos e
incluso llegar a apreciarnos mutuamente.
—¿Te llevo a casa? —propuso rompiendo el silencio, y yo
asentí.
Tras despedirnos de nuestros amigos y conocidos, pusimos
rumbo a mi casa, adonde llegamos rápidamente. Me
despedí de Ariel con dos tiernos besos en la mejilla en
agradecimiento a su apoyo incondicional esa difícil noche y
me bajé del coche.
En casa, me cambié, me tumbé en la cama y me puse a
darle vueltas a la cabeza desesperadamente. Pensé en Iván
y en lo que estaría haciendo en ese preciso instante,
posiblemente pasarlo bien con Verónica y sus amigos. No
me sentía feliz tras nuestra ruptura, pero las horas en la
fiesta no me habían resultado tan agónicas como esperaba
a pesar de mi evidente tristeza y desilusión.
Finalmente, los había acabado perdiendo a los dos. Ariel se
había retirado para dejar espacio a Iván, y este último se
había acabado cansando de esperar y con razón. La
pregunta que me hice a mí misma en ese momento y que
ya me había planteado con anterioridad era la siguiente: ¿A
quién de los dos me dolería más perder para siempre?
Iván, aunque había sido mi pareja hasta el día presente y
llevábamos saliendo meses, se me antojaba un completo
desconocido. Intenté pensar en su comida favorita, pero
ninguna me vino a la mente. Su cantante o grupo favorito,
su color preferido, sus hobbies más ocultos... Nada. Había
un agujero en mi mente que debería haberse llenado poco a
poco conforme hubiéramos ido descubriendo cosas el uno
del otro. En su lugar, solo recordaba besos, caricias y sexo
que había acabado aborreciendo por ser nuestro único
punto en común.
De Ariel, en cambio, podría haber hecho una lista
interminable con todos los detalles que sabía sobre él.
Conocía a su familia y él a la mía, su drama personal con las
drogas, sus comienzos, sus éxitos, sus fracasos, sus
aspiraciones, sus gustos… Del mismo modo, él también
sabía cosas de mí que jamás le había contado a Iván por
falta de interés mutuo.
Se me ocurrió que quizá había estado equivocada todo ese
tiempo y que Iván no había hecho más que cortar la cuerda
que nos unía, dándome así la libertad que necesitaba. Besar
a Ariel, aunque placentero y emocionante, me hacía sentir
una traidora. Ahora que mi novio me había rechazado,
técnicamente sentirme culpable estaba de más.
Cogí mi móvil y ojeé mi Instagram. Tenía algunas fotos en
solitario, pero la gran mayoría de instantáneas estaba
acompañada de Ariel. Contemplé sus hermosas facciones y
su pícaro rostro mirándome siempre con adoración y sonreí.
La farsa nos había sorprendido a los dos y ligado nuestras
vidas irremediablemente. Recordé también que, mucho
antes de la situación presente, el destino nos había unido en
la terraza de la discoteca Kapital. Allí, el color azul eléctrico
nos confirmó que estábamos hechos el uno para el otro.
De inmediato, me puse en pie y cogí mi bolso para salir de
nuevo. Tras comprobar que Verónica todavía no había vuelto
aun siendo las dos de la madrugada, salí de casa y pedí un
taxi, al que le di la dirección de Ariel. Con el corazón casi
saliéndoseme del pecho, contemplé por la ventanilla la
oscuridad de la noche, tan solo alterada por las farolas
encendidas de la calle. Pronto estuve frente al edificio
donde vivía Ariel. Le pagué al taxista la carrera y llamé a su
telefonillo dispuesta a todo.
62. ARIEL: AL FIN EN MIS
BRAZOS

No sabía si alegrarme de la ruptura de Amanda con Iván o


sentirme indiferente, ya que me había prometido a mí
mismo salir de ese bucle de autodestrucción en el que me
había visto atrapado sin quererlo por culpa de ella. En el
fondo, ya nada cambiaba el hecho de que ya no estuvieran
juntos, porque había tomado la decisión de alejarme para
volver a ser el mismo de siempre. No obstante, tuve que
hacer un esfuerzo titánico para contener mis impulsos de
mostrarme cariñoso con Amanda para apoyarla en tan difícil
momento.
En casa y después de dejarla en la suya, me quedé en bóxer
y me tiré en el sofá a ver la televisión dado que no tenía
sueño alguno. Encontré una gala musical y me puse a ver a
Mira y a Nora mover el pandero y cantar gran parte de su
repertorio, así como a otros artistas con los que había
coincidido en varias celebraciones. Después de una hora,
empecé a quedarme traspuesto, quizá por aburrimiento.
Apenas escuché el sonido del timbre.
Me desperecé y acudí extrañado a la puerta por si acaso,
pero imaginé que sería algún gracioso incordiando con el
telefonillo. Por la cámara, sin embargo, observé el rostro de
Amanda a la espera de permiso para entrar en mi edificio.
Debían de ser aproximadamente las tres de la madrugada,
así que, ¿qué hacía ella allí? Quizá quería decirme algo
importante, aunque también podría haberme escrito un
mensaje o incluso llamado. Habría respondido sin rechistar.
Abrí la puerta del portal y aguardé a que Amanda subiera. El
ascensor me avisó de que ya estaba en mi planta y la vi
aparecer con unos vaqueros y una camiseta de tirantes
sencilla, sin apenas maquillaje y con el cabello suelto, tan
hermosa como siempre a pesar de la sencillez. Avanzó con
paso rápido y decidido, deteniéndose a escasos centímetros
de mí. Nos observamos con intensidad por unos instantes
sin siquiera hablar y entonces, de repente, sucedió.
Amanda, sin previo aviso, se lanzó a mis labios sin permiso.
Su beso me cogió desprevenido, pero rápidamente yo
también la devoré con ansias llevando mis manos a su
cintura y atrayendo su cuerpo hacia el mío. ¡¿Qué demonios
estaba sucediendo?! No era la primera vez que nos
demostrábamos nuestro cariño mutuo, pero las últimas
veces todo había acabado en desastre y ella se había
retirado dejándome ardiendo. ¿Haría lo mismo esta vez?
Enganchados en un pasional e interminable beso, entramos
en mi casa y cerré la puerta, sobre la cual apoyé la espalda
para seguir besando a Amanda. Fui más allá y mordí sus
labios, saboreándolos como si se tratara de un delicioso
fruto prohibido que se agotaría rápidamente. Ella me mordió
también y nos sumimos en una incansable lucha en la que
huíamos de los besos del otro, aunque al mismo tiempo los
deseábamos más que nunca.
Amanda se quitó la camiseta y yo me apresuré a
desabrochar el botón de su vaquero y a ocuparme de la
cremallera. Me agaché y se lo bajé yo mismo,
imaginándome lo que escondía la braga de encaje que
llevaba y que me moría por quitarle, imaginando los
momentos que vendrían si ella decidía seguir adelante.
Desde luego que parecía estar más dispuesta que nunca a
acostarse conmigo después de su ruptura con Iván.
Ascendí de nuevo y volvimos a besarnos con fervor.
Seguidamente, la cogí en brazos y me recreé en el suave
tacto de sus nalgas cuando la conducía a mi habitación para
hacerle todas las cosas con las que tanto tiempo había
soñado, si ella me lo permitía. Extasiados de pasión, la
tumbé sobre mi mullido colchón y decidí librarme de su ropa
interior cuanto antes. Bajé la braga de seda con delicadeza
y dejé al descubierto el rincón más relevante de su
anatomía femenina, el que tantas veces me había
imaginado. Suave y sin un solo vello, me atrajo tanto que lo
acaricié con las yemas de los dedos, fascinado por su
increíble belleza.
—¿Te da miedo o qué? ¿Solo piensas acariciarlo? —me
sonrió provocándome.
—En cuestión de sexo, la palabra miedo no existe para mí —
le confirmé, y me lancé a catarlo como si fuera un exquisito
manjar.
Tracé círculos con mi lengua sobre su clítoris y ella empezó
a gemir de placer. Su cuerpo comenzó a agitarse de forma
descontrolada conforme repasaba una y otra vez esa
diminuta y delicada zona. Supe que estaba teniendo un
orgasmo unos minutos después por los espasmos sin control
que experimentó. Tras esa pequeña dosis de sexo oral,
Amanda se incorporó en la cama y yo desabroché su
sujetador para descubrir los pechos de los que me había
quedado prendado en nuestra sesión de fotos. De perfecto
tamaño, turgentes, bien elevados y con un pezón algo
oscuro dada su piel morena, encajaron a la perfección en las
palmas de mis manos. Los apreté sin pasarme de la raya,
aunque con la suficiente intensidad como para provocarle
placer.
Amanda se tumbó después en la cama y me hizo señas para
continuar. Me bajé el calzoncillo y le dejé contemplar mi
pene erecto, que esperaba con ansia explorar las
profundidades de su cuerpo. Tras colocarme un condón,
entré en ella despacio, pero Amanda me demandó más con
la mirada. Me contagió su pasión y su deseo y devoré sus
labios al tiempo que movía mis caderas rítmicamente para
darnos placer a los dos.
Nuestros cuerpos conectaron una y otra vez, y cuanto más
me movía, con más intensidad me recibía Amanda. Nuestras
entrecortadas respiraciones se mezclaron en el silencio de
la habitación al tiempo que luchábamos para no desfallecer.
El ritmo aumentaba cada vez más y temía no estar a la
altura, ya que Amanda estaba resultando ser la mujer más
exigente que había conocido.
—¡Más! ¡Quiero más! ¡Más deprisa! —gritaba enloquecida, y
poco después tuvo un intenso orgasmo que los vecinos
seguramente escucharon con claridad.
Salí de ella y le pedí que se colocara boca abajo. Amanda
obedeció con ganas de más y la penetré desde atrás,
postura que terminó en doggy style. A ella parecía gustarle
mi dominación y yo me metí plenamente en el papel para
satisfacerla, acariciando sus pechos y su clítoris al tiempo
que la hacía mía y que le susurraba al oído las palabras más
burras que se me ocurrieron, provocándole otro orgasmo.
Para terminar nuestro espectacular polvo, Amanda me
ordenó tumbarme en la cama y se montó sobre mí como
una experta amazona. Dispuesta a cabalgarme como si
fuera su corcel, se movió con soltura en todo momento y
continuó con su recital de gemidos, desatada y más liberada
que nunca, una Amanda desconocida para mí que nunca
habría imaginado y que me encantaba, que me excitaba al
máximo y que estaba a punto de hacerme explotar de un
momento a otro.
Cerró los ojos y se dejó llevar por sus instintos para gozar de
otro orgasmo que llegó instantes antes del mío. Esos
fugaces segundos de placer que me encantaría poder
capturar me poseyeron más intensamente que nunca,
porque por fin había conseguido a Amanda. Finalmente, ella
había acudido a mí tal y como siempre había esperado. Mi
trofeo me supo mil veces mejor de lo que había anticipado
en mis fantasías, puede que porque esta vez una mujer se
me había hecho de rogar y había tenido que esforzarme
para conseguirla.
Amanda se bajó de su montura y cayó exhausta junto a mí
en la cama con los ojos cerrados, tratando de recuperarse
después de tan intensa actividad física. Unos minutos
después, cuando recobré el aliento que ella me había
robado, me giré para mirarla y dedicarle un poco de cariño.
Acaricié su rostro con dulzura y besé su mejilla, haciéndole
después cosquillas en el cuello con la nariz. Ella sonrió
tratando de apartarse de mí, pero yo la retuve y continué
con el juego. Al momento, Amanda se giró para besarme
tiernamente.
—Ha sido increíble —confesé abrazándola.
—Sí, ¿verdad? Yo también lo creo. Parece mentira que
encajemos a la perfección también en la cama —mencionó,
y entrelazamos nuestras manos.
—Eso es porque estamos hechos el uno para el otro. Jamás
me había pasado esto con nadie, Amanda —me sinceré sin
pudor alguno.
—Es posible… —respondió sin más.
Consulté el reloj y vi que eran casi las cuatro de la
madrugada después de nuestra hora de pasión
incontrolable. Le sugerí que nos echáramos un rato, pues
estaba realmente agotado y me caía de sueño después de
tanta actividad. Estaba dispuesto a repetir lo que habíamos
hecho cuantas veces fuera necesario, pero primero tendría
que recobrar fuerzas o mi soldadito no respondería como se
esperaba de él.
Abrí la cama, me tumbé sobre el colchón arropándome con
la sábana y Amanda se acurrucó junto a mí. La abracé por la
espalda y respiré el olor a perfume que desprendía su terso
y juvenil cuello. Le susurré bonitas palabras al oído y le
prometí que quería todo con ella y que no nos separaríamos
ahora que nos habíamos declarado almas gemelas. Estaba
claro que la atracción sexual que sentíamos había estallado
y que, como una presa que se desborda, no habría forma de
detener nuestra pasión una vez desatada.
Esa madrugada, me dormí con Amanda al fin en mis brazos,
consciente de que nada podría arrebatarme la felicidad que
me embargaba en esos momentos. Cuando el alba
despuntó y las luces del nuevo día se colaron por las
rendijas de la persiana despertándonos, volvimos a dar
rienda suelta a la pasión hasta volver a caer rendidos de
agotamiento. Dormimos durante horas hasta que me
desperté de nuevo.
Me giré y vi a Amanda allí dormida entre mis sábanas, su
cabello ondulado despeinado y ella más hermosa que nunca
al natural. Con el dedo, tracé el contorno de los labios que
había desgastado a besos hacía escasas horas y que
esperaba poder seguir besando por mucho más tiempo. Aún
estaba algo confuso y tratando de ordenar mis
sentimientos, pero iba por buen camino. El tarambana de
Ariel Guerra había por fin sentado la cabeza. En mi cama no
volvería a haber multitud si Amanda estaba cerca, porque
solo ella era capaz de hacerme sentir tan intensamente
como para olvidar al resto de mujeres del mundo.
63. IVÁN: PROMESAS ROTAS

Mi banda y yo fuimos a la presentación de la canción


realmente emocionados y expectantes, ya que era nuestro
primer evento público. El director del concurso nos informó
unos días antes de lo que sucedería allí. Primeramente, el
productor del anuncio hablaría sobre su inspiración para
crear lo que muchos calificaban como una pequeña obra de
arte, ya que se trataba de un spot muy ingenioso.
Seguidamente, otros implicados en la elaboración del
anuncio tendrían unos minutos para opinar, y después
pasarían a hablar sobre nuestra canción, la cual
interpretaríamos para la prensa.
Habíamos acordado que Marko, como líder del grupo, sería
el portavoz y quien contestaría todo lo que le preguntaran
con respecto a la canción, que era nuestro mayor orgullo en
el momento presente. Todos nos habíamos puesto nuestras
mejores galas para disfrutar de una tarde-noche de gran
relevancia para nuestra carrera artística. ¿Quién sabe si esa
oportunidad no traería consigo cosas mil veces mejores que
ni siquiera podíamos imaginar? De momento, la grabación
de un disco estaba en el aire, pero tal cosa se produciría si
el anuncio y la canción tenían buena aceptación entre el
público.
Sentado en el pequeño escenario, bajo los focos de decenas
de cámaras que no dejaban de disparar sus cegadores
flashes, contemplé a Verónica entre los asistentes
sonriéndome, orgullosa de mi presencia allí y de que
hubiera sido yo quien había animado al resto a participar en
el concurso. Un tanto ausente, ya que la charla del
productor me traía sin cuidado, me dediqué a mirar a mi
alrededor y a imaginar el momento en el que Amanda y yo
ya no tuviéramos que escondernos. Faltaban horas para eso
y estaba emocionado. Ella me había prometido que vendría
y confiaba en su palabra.
El evento se desarrolló como estaba previsto y pronto nos
tocó interpretar la canción y darlo todo en el escenario para
impresionar al reducido número de oyentes que llenaba la
sala. Tras nuestro show, hubo un aplauso generalizado,
elogios y rostros satisfechos. Miré a Marko, me guiñó un ojo
y movió los labios para susurrar una palabra que interpreté
como gracias. Desde luego que, sin mi insistencia, él nunca
se habría animado a probar suerte.
—¡Iván! —Marko me abrazó con una copa en la mano
cuando la celebración posterior a la presentación dio
comienzo—. ¡Tío, esto es la hostia! ¡Y eso que solo es el
principio!
Se habían servido aperitivos y bebidas, y la gente comía y
bebía despreocupada mientras charlaba y reía, todo ello
amenizado con una suave música de fondo que a ninguno
de los integrantes del grupo nos agradó mucho. Demasiado
light para nosotros…
—¡Pues claro que sí, Marko! ¡Lo vamos a petar, tío!
—Iván, no sabes cuánto me alegro de que Verónica te
trajera hasta nosotros. Eres nuestro amuleto de la suerte —
me aseguró—. Voy a ver cómo va Germán. Al pobre todo
esto le ha pillado tan por sorpresa que ni se lo cree.
Marko se refería al sustituto de su hermano. Germán era
amigo de unos familiares de Bruno y había resultado ser
teclista, justo lo que nos hacía falta tras la marcha de Jussi,
así que no habíamos dudado en hacerle una prueba para
ver si encajaba en el perfil. Por suerte, era justo lo que
necesitábamos.
De repente, mi teléfono sonó y resultó ser Amanda.
—¡Amanda! —respondí de buen humor.
—¿Iván? Hola, cielo. ¿Qué tal? ¿Ya habéis presentado la
canción?
—¡Sí! Ha sido genial, Amanda. Ojalá hubieras estado. La
canción ha tenido una gran acogida. Estamos aquí tomando
algo. ¿Sobre qué hora llegarás? —le pregunté, iluso de mí,
segundos antes de que me soltara una nueva excusa para
no acudir.
Resulta que el director de los informativos de la primera
estaba allí y tenía que retrasarlo todo por un posible trabajo.
Cuando me lo contó, me enojé y estallé en cólera después
de llevar meses tragándome las emociones para no
perderla. Parece ser que a ella le importaba un bledo cómo
me sintiera y defraudarme, de modo que, en un arrebato,
rompí la relación y le colgué el teléfono. Me quedé unos
segundos con gesto compungido contemplando una foto
nuestra en la pantalla de mi móvil hasta que Verónica se
acercó a mí.
—Iván, ¿te encuentras bien? —me preguntó preocupada.
—Se acabó. Amanda y yo hemos terminado —le conté.
—¡Oh! Lo… Lo siento —alcanzó a decir algo confusa.
—Es igual, Verónica. Sé que no lo sientes. Odias a Amanda
con todas tus fuerzas —respondí pagando con ella mi
frustración.
—Tienes toda la razón. No soporto a Amanda, pero tú eres
mi amigo y odio más verte hecho polvo. No te mereces todo
lo que ella te ha hecho sufrir —contestó muy seria.
—Perdona, Verónica. No estoy en mi mejor momento. Sé
que te preocupas por mí, pero estoy bien. Estaré bien.
¿Podrías dejarme un rato a solas, por favor? —le pedí, y ella
asintió y se marchó a charlar con Kitty después de acariciar
mi rostro con dulzura.
Me quedé allí solo en un rincón pensando en sus palabras.
Era cierto que no me merecía el dolor que Amanda me
había infligido cuando estábamos juntos, escondiéndome en
su habitación como si yo fuera una vergüenza, saliendo con
un impostor y viviendo con él la vida que debería haber
vivido conmigo, que era su verdadera pareja. ¡Qué tonto
había sido al aceptar esa dantesca situación por amor! Los
sacrificios que yo había hecho por ella, Amanda jamás los
hizo por mí. Ni siquiera había podido cumplir su promesa de
estar conmigo esa noche.
Verónica no me quitó ojo durante la hora que me pasé
apostado en un rincón como un imbécil, ajeno a la fiesta y al
disfrute de mis colegas de la banda, a los que ahora
consideraba mis amigos. Finalmente, Verónica volvió a
acercarse a mí para hacerme una petición.
—Iván, me estoy poniendo mala de verte aquí como un
alma en pena. Por favor, ven a beber con nosotros. El resto
quiere compartir esta noche contigo —me pidió con una
sonrisa en los labios, y yo asentí.
La seguí y cambié el gesto para no desvelar a los demás el
motivo de mi aflicción. Apuré mi segunda copa de un trago
y cogí otra más para emborracharme y perder el
conocimiento. De ese modo, evitaría tener que sufrir esa
noche. Rápidamente, el alcohol entró en mi torrente
sanguíneo y alivió un poco el dolor que sentía en el pecho.
Comencé a reír y a disfrutar tras deshacerme de los pesares
del alma.
—Ya te veo mucho mejor. Oye, ¿a qué hora termina esto? —
me preguntó Verónica.
—Creo que a las doce cierran el chiringuito, así que tocará
irse a casa en breve.
—¿A casa? La noche es joven. ¿Estás seguro de que quieres
irte tan pronto? —me retó Verónica con una sonrisa.
—Lo único que me apetecería hacer esta noche es irme a
una discoteca de esas donde ponen reguetón duro para
perrear a gusto unas horas y evadirme de todo. ¡Ah! Y
seguir bebiendo —le confesé.
—¿Y a qué estamos esperando? —me animó ella dejándome
sorprendido.
—¿Estás de coña? ¿Vendrías conmigo a bailar reguetón? —
me aseguré por si acaso estaba tomándome el pelo.
—Lo digo plenamente en serio. Si bailar reguetón es lo que
quieres, entonces eso es lo que haremos. Eso sí, ni se te
ocurra proponerle el plan al resto porque te mandarán a la
mierda —me dijo entre risas.
—Pues vámonos tú y yo entonces —resolví, y pronto nos
despedimos de Marko y de los demás para irnos cuanto
antes.
No podía creer que Verónica hubiera accedido a mis deseos,
pero no pensaba desaprovechar la oportunidad de verla
meneando las caderas y bailando una música que aborrecía.
Verónica, la amiga que siempre estaba ahí para mí en los
peores momentos, justo cuando más la necesitaba. Ella era
capaz de acudir a mi llamada de auxilio aunque se
encontrase a kilómetros de distancia y de hacer cualquier
cosa para complacerme y hacerme feliz. Quizá debería
empezar a valorar más a gente como ella en lugar de
perder el culo y desvivirme por una desagradecida como
Amanda.
Verónica y yo encontramos una discoteca cercana por allí en
la que me aseguraron que ponían principalmente reguetón,
así como canciones techno y algún que otro clásico que se
les colaba de vez en cuando. Sin pensarlo, pagamos nuestra
entrada y accedimos al abarrotado local, en el que por
suerte no nos pusieron pegas por nuestro atuendo gótico. A
la luz del día, habríamos desentonado en un lugar así, pero
con la pésima iluminación pasábamos totalmente
desapercibidos.
Verónica, haciendo un esfuerzo titánico por disfrutar de una
música que odiaba con todas sus fuerzas, se dejó llevar por
las pegadizas melodías, me agarró de la mano y tiró de mí
para arrastrarme a la pista con una pícara sonrisa en los
labios.
—¡Vas a tener que enseñarme cómo narices se baila esto!
—gritó para que la oyera con el ruido que reinaba en el
ambiente.
—Tú solo déjate llevar —la aconsejé.
Empecé a mover la cabeza al ritmo de la música y después
todo mi cuerpo acabó poseído. Verónica, un poco perdida,
se fijó en una chica con top y minifalda que teníamos justo
al lado. Observó sus sensuales movimientos y trató de
copiarlos sin demasiado éxito.
—Ven, acércate más a mí —le dije un tanto borracho—. Así,
¿ves?
Apoyé mis manos en sus caderas y la ayudé a realizar el
movimiento que trataba de imitar. Poco a poco, Verónica le
cogió el truco y pudo hacerlo ella sola. Cerró los ojos y se
dejó guiar por la música bastante más coordinada que
minutos atrás.
Después de bailar un buen rato, pedimos un par de copas y
nos las tomamos en la barra. Cuando las terminamos,
volvimos a la pista, Verónica más suelta y lanzada que al
principio. Me sorprendió poniéndose a mover el trasero de
forma sensual como había visto a otras chicas hacer.
—Así lo hacen las gatitas aquí, ¿no? Por favor, no me
recuerdes esto mañana —rio a carcajadas y acabó
contagiándome su risa.
—Oye, para aborrecer el reguetón, no lo haces nada mal. —
La contemplé con lujuria en la mirada.
—Te agradezco el cumplido. Bueno, ahora es cuando tú te
pegas por detrás como una lapa para arrimar cebolleta,
¿no? —bromeó.
—¿Cómo? ¿Así? —pregunté al tiempo que pegaba mi cuerpo
al suyo desde atrás, haciendo justamente lo que había
dicho.
—Justo así —contestó algo cortada—. Se nota que no es la
primera vez que lo haces.
Noté en su voz que estaba nerviosa, pero no me aparté y
llevé mis manos a su cintura para acompasar nuestros
movimientos.
—No, la verdad es que no es la primera vez que lo hago.
¿Tanto se nota? —le susurré al oído.
—Iván, ¿qué haces? —me preguntó sin apartarse de mí.
Sin pensarlo demasiado, la hice girarse para mirarme a la
cara, mis manos aún en su cintura y nuestros rostros
realmente cerca. Verónica me contempló confundida y con
gran seriedad, expectante por ver lo que sucedería, puesto
que ella no se atrevía a dar ningún paso. Ya lo había
intentado y yo no había dado señales de corresponderla, así
que seguramente había perdido todo el coraje.
—Algo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo —
respondí segundos antes de atraer su cuerpo hacia mí y de
rozar sus labios por primera vez.
Como Verónica no se apartó, interpreté que deseaba
besarme tanto como yo a ella. Lo cierto es que su sensual
baile me había terminado de convencer de que no debía
dejar pasar la oportunidad, de modo que introduje mi
lengua en su boca y la besé con ganas por unos deliciosos
instantes. Cuando concluyó nuestro beso, Verónica se lamió
los labios y me miró un tanto avergonzada.
—¿Te ha gustado? —inquirí ante su falta de palabras.
—¿Cómo me preguntas eso? Besarte es lo que siempre he
querido hacer desde el primer momento en que te vi. Joder,
Iván, ¡mira que te ha costado! —bromeó negando con la
cabeza.
—¿Y por qué no lo hiciste? —Me encogí de hombros.
—Porque tú no me querías. —Se mordió el labio.
—Esta noche es nuestra y podemos hacer lo que nos dé la
gana. ¿Te apetece otro? —La tenté con una sonrisa burlona.
—¿Otro? ¡Me apetecen cientos, miles! —me aseguró
exagerando.
Tomé su cara entre mis manos, acaricié sus níveas mejillas y
me lancé a besarla de nuevo, convencido de que eso era lo
mejor que podía hacer tras dejar a Amanda hacía apenas
unas horas. Sustituirla de inmediato me pareció la mejor
opción.
Verónica y yo nos dejamos llevar por nuestros instintos,
olvidándonos de que estábamos rodeados de cientos de
personas, como sardinas en lata en ese oscuro tugurio
cargado de hormonas flotando en el ambiente. Durante más
de media hora, intercambiamos saliva cada vez más
apasionadamente, tanto que un calor en mi interior me
alertó de que, si no ponía remedio, ardería en llamas.
—Verónica… —le susurré al oído en un breve descanso para
tomar aliento—. ¿Por qué no vamos a tu casa? ¿Te apetece
tanto como a mí?
—Sí, no perdamos un minuto —asintió enérgicamente con la
cabeza.
Acto seguido, la tomé de la mano y salimos de allí
pitando.
—Espera, Iván. El metro está en la otra dirección —me avisó
cuando salimos a la calle, pero yo sentí la urgencia de llegar
a su casa lo antes posible.
—¿El metro? Hoy nos merecemos un taxi —dije, y paré uno
que pasaba por la calle.
De inmediato le di las señas del domicilio de Verónica, el
lugar donde tantas veces había hecho el amor con Amanda
y al que ahora me dirigía con intenciones de dormir en la
habitación contigua con una acompañante muy distinta a la
habitual. Amanda y Verónica, tan opuestas como el día y la
noche, al fin tendrían algo en común. Durante el trayecto,
no dejé de dirigirle miradas a mi amiga para asegurarme de
que ella, al igual que yo, deseaba llegar cuanto antes para
dar rienda suelta a la pasión que habíamos reprimido
durante demasiado tiempo.
64. VERÓNICA: LO HARÍA TODO
POR TI

El corazón me palpitaba a velocidad de vértigo cuando Iván


y yo montamos en el taxi en dirección a mi casa para
materializar mis más ocultas fantasías. Latía tan
violentamente que temí desmayarme de la emoción y
perderme la que sin duda sería la experiencia más
gratificante de mi vida hasta la fecha presente. Es por ello
que me recordé a mí misma que debía calmarme por mi
propio bien.
Iván me había besado en la discoteca y había por fin
correspondido a mis sentimientos, algo que nunca creí
posible. No había tenido tiempo aún de asimilar la nueva
realidad, por lo que recuerdo el trayecto en el taxi como si
fuera volando en una nube de felicidad, absorta en mis
lascivos pensamientos y, a pesar de todo, confundida por el
inesperado giro de los acontecimientos tras la ruptura de
Iván con Amanda. ¿Estaría ella también aprovechando su
separación para dormir con Ariel Guerra? La pregunta me
rondaba la mente, aunque intenté centrarme solo en Iván y
en mí.
El taxi pronto nos dejó frente a mi casa. Iván pagó la carrera
y nos apresuramos a subir. En el ascensor, él no volvió a
besarme, tan solo se limitó a mirarme en silencio y con una
sonrisilla traviesa en los labios. Traté de evitar sus
penetrantes ojos para no ponerme aún más nerviosa de lo
que ya estaba, pero fue inútil y decidí sostenerle la mirada
durante unos segundos hasta que llegamos a mi planta.
Antes de entrar, sobre las tres de la madrugada, se me
ocurrió que cabía la posibilidad de que Amanda estuviera
allí para fastidiarnos el plan. No obstante, ese día la puerta
de su habitación estaba abierta, lo que me confirmó su
ausencia. Me alegró saber que no se encontraba en casa en
ese momento y esperaba que no volviera nunca más.
—Iván, ve yendo a la habitación, ¿quieres? Voy un minuto al
baño.
—Vale, pero no me hagas esperar demasiado —contestó con
una sonrisa.
Cuando desapareció en el interior de mi cuarto, corrí al
lavabo y me encerré allí. Me miré al espejo y me pellizqué la
mejilla para comprobar si estaba despierta. Dolió, de modo
que me convencí de que no estaba soñando. Después
comprobé que mi maquillaje estaba hecho unos zorros tras
tanto bailar y sudar, así que lo retoqué. A continuación, me
aseé rápidamente para estar más presentable y me armé
de valor para atravesar la puerta de mi propia habitación.
Cuando llegué, Iván me esperaba echado sobre mi cama,
aún vestido y con los brazos a modo de almohada. Al verme
entrar y cerrar la puerta, se incorporó y me guiñó el ojo
pícaramente.
—Definitivamente, te gusta hacerme esperar. Ven aquí de
una vez —me ordenó bromeando, y yo asentí.
Me quité mis pesados botines y me acerqué hasta él, que
ahora estaba sentado al borde de mi cama. Me hizo una
señal con la mano para que me aproximase más aún. Al
llegar a su altura, Iván acarició mi cintura y mi vientre por
encima de la camiseta, y seguidamente me hizo sentarme
sobre su regazo a horcajadas. Nos miramos intensamente
por unos segundos hasta que se decidió a besarme como en
el local, con lentitud primero y más rapidez después.
Rodeé su cuello con mis brazos y me atreví a introducir mi
lengua en su boca para divertirme un poco, ya que no
quería que pensara que él tendría que llevar toda la
iniciativa. Me daba igual lo que Jussi pensara de mí porque
en el fondo no esperaba conservarlo por mucho tiempo,
pero a Iván pretendía causarle una gran impresión. No
obstante, estaba casi segura de que él tenía mucha más
experiencia que yo y de que acabaría guiándome
irremediablemente. Mordí su labio inferior sin hacerle daño
y empujé su lengua de forma traviesa. Él contraatacó, por lo
que terminamos enzarzados en una inocente lucha y
muertos de la risa al mismo tiempo.
—Vamos por fin a descubrir qué esconde la diosa gótica
bajo esta camiseta —dijo tirando de ella hacia arriba para
dejarme en sujetador.
Me sentí un tanto vulnerable, ya que mi escaso pecho me
acomplejaba y solía llevar siempre relleno para compensar
la falta.
—Pues dos diminutas tetas —respondí en tono bromista.
—¿Me dejas juzgar a mí?
—Como gustes —sonreí, y desabroché mi sujetador con
manos temblorosas bajo la mirada de un expectante Iván.
Me deshice de él de la forma más sensual que pude e hice
un esfuerzo por no cubrirme y mostrar aún más mis
complejos. Iván examinó mi busto con curiosidad y un gesto
goloso. Se animó a tocar mis pechos con ambas manos y a
amasarlos en sus manos.
—¿Por qué tanto complejo? A mí me gustan —me aseguró
Iván elevando mi autoestima en segundos.
—Me alegro… —contesté aún algo cohibida.
Iván me besó de nuevo al tiempo que seguía acariciando mi
delantera. Yo le arrebaté la camiseta y lo dejé con el torso al
descubierto. Lo contemplé por unos segundos y acaricié sus
prietos abdominales, momento con el que había soñado
cada noche. A continuación, Iván desabrochó los botones de
mi vaquero e introdujo su mano en mi ropa interior para
acariciarme allí.
Con su habilidosa mano, pulsó la tecla adecuada del placer
y comencé a retorcerme sobre él. La forma en que me
tocaba sumada a los besos que plantó en mi cuello por poco
me hizo tocar el cielo. Esos preliminares allanaron el terreno
para lo que vendría después. Deseaba a Iván con todas mis
ganas dentro de mí, de modo que me levanté de su regazo,
me quité el pantalón y la ropa interior hasta quedarme
desnuda del todo y me lancé a desabrochar su vaquero.
Con las manos algo temblorosas conseguí soltar el duro
botón y bajar la cremallera. Fui consciente de que Iván
estaba excitado dado el bulto que sobresalía de su
bragueta, hecho que me alegró, ya que yo había provocado
esa reacción en él y no Amanda ni cualquier otra chica.
Única y exclusivamente yo. Lo ayudé a bajarse el pantalón y
tiré este al suelo sin miramientos.
—¿Qué? ¿Vas a atreverte a quitarme también el calzoncillo?
—me retó alzando las cejas, pues me quedé paralizada
contemplándolo.
Tragué saliva y asentí enérgicamente.
—Claro. Si no, esto no tiene gracia —sonreí.
Me gustaba el toque pícaro que Iván le ponía a la situación,
atrayéndome aún más. Con Jussi, aunque este había sido
extremadamente cuidadoso y cariñoso conmigo, debo
reconocer que me faltaba esa pequeña dosis de picante.
Me armé de valor finalmente y tiré de su bóxer para
librarme de él. Descubrí el magnífico pene de Iván dispuesto
a hacerme pasar una noche memorable. De perfecto
tamaño, ni excesivamente grande ni muy pequeño, me
atrajo tanto que me animé a realizar un intento de felación,
algo que nunca había hecho y que solo había podido
visualizar en el porno que a veces veía.
A Iván pareció cogerle por sorpresa cuando me lancé a
lamer su sexo sin avisar, pero me sonrió y se recostó en la
cama hacia atrás en el momento en el que introduje la
mitad de su hombría en mi boca y succioné con los labios
para darle placer. Cerró los ojos y soltó algunos discretos
gemidos mientras me afanaba en complacerlo, lo que me
indicó que le estaba gustando mi pequeño regalo.
Lo dejé a medias, ya que no quería que terminara en mi
boca, y le indiqué con la mirada que quería que me
penetrara en ese instante. Iván volvió a incorporarse en la
cama y apoyó la espalda en la pared. Saqué un preservativo
de mi mesilla y él se lo colocó de inmediato. A continuación,
me tomó de la mano y me ayudó a acoplarme sobre él a
horcajadas para entrar en mí.
Lo hizo despacio y mirándome fijamente a los ojos.
Encajamos a la perfección como las piezas de un puzle.
Coloqué mis manos sobre sus hombros para moverme, e
Iván sujetó mi cintura para ayudarme con la actividad. Mecí
mi cadera arriba y abajo como siempre había soñado hacer
en mis fantasías, tal y como las actrices porno hacían en sus
eróticos vídeos. Iván y yo nos unimos en un húmedo beso y
nos dimos placer mutuo durante un rato, dando como
resultado un orgasmo que me recorrió de la cabeza a los
pies y que me hizo articular un discreto gemido, pues me
daba vergüenza ser demasiado explícita delante de él.
—¿Qué te parece si ahora me pongo yo encima? —me
susurró al oído, y yo estuve de acuerdo.
Me tumbé en la cama, apoyé la cabeza en la almohada y
me abrí a Iván. Reviví la primera vez que había soñado con
él cuando el baboso de Luis era lo único que podía llevarme
a la boca, pero en el presente lo que imaginé se había al fin
convertido en una realidad. Iván volvió a introducirse en mí
y se movió de forma rítmica rozando su cuerpo contra el
mío para hacerme gozar.
Nuestras agitadas respiraciones me parecieron la banda
sonora perfecta para culminar el acto más romántico que
había experimentado jamás. Iván me quería en su vida, o al
menos eso era lo que me parecía mientras hacíamos el
amor de forma tan sensual y especial. Desde luego que el
sexo con la persona que uno ama es lo mejor del mundo.
Pude confirmarlo de primera mano, y tan emocionada y feliz
me hallaba que, cuando llegó mi segundo orgasmo al
tiempo que el de Iván, no pude evitar profesar mi amor por
él.
—Te quiero, Iván —le susurré cuando se apoyó en mi pecho.
Iván levantó la cabeza para mirarme por un segundo y
simplemente sonrió. No me dijo que él también me quería,
pero ¿acaso sus acciones no indicaban que sí lo hacía? No
necesitaba una confirmación verbal para saber que era
importante para él, que todos los meses que habíamos
pasado juntos y que había sido su apoyo en momentos
críticos habían forjado una sólida relación que al fin había
florecido. Estaba plenamente convencida de que él sentía lo
mismo y no le di más vueltas en ese momento.
—Me ha gustado mucho —le confesé acariciando su cara
cuando salió de mí y se tumbó a mi lado.
—A mí también. Ha estado genial —coincidió conmigo.
Suerte que el alcohol que habíamos consumido no había
minado nuestra libido y provocado un gatillazo en él. Eso
habría sido espantoso y me habría jorobado mi gran noche.
—Había soñado muchas veces con este momento. Jamás
pensé que se cumpliría, pero aquí estás. —Acaricié su cara
como si viera un espejismo que fuese a desvanecerse.
Iván, cariñoso y tierno, me abrazó por atrás y pegó su
cuerpo al mío. Ni siquiera nos arropamos para dormir, ya
que hacía calor y la habitación era un horno después de
nuestra extenuante actividad. Eran las cuatro de la
madrugada, así que caí rendida después de tantas
emociones y me dormí de inmediato en sus brazos.
Mi sueño, no obstante, no fue tan magnífico como mis
momentos íntimos con Iván. Pensé que seguiría soñando
con él, pero mi mente me jugó una mala pasada y fabricó
una pesadilla con mis miedos.
Amanda entró en nuestra habitación y nos encontró allí
desnudos y abrazados descansando. Me despertaron sus
gritos enloquecidos y salté de la cama. Cubrí mi desnudez
con la sábana y traté de enfrentarme a ella.
—¡Pedazo de zorra! ¡Te has tirado a mi novio! —exclamó
fuera de sí.
—¿Tu novio? Te equivocas. Iván ya no es tuyo. En realidad,
nunca lo ha sido. Ahora él me quiere a mí —le expliqué de
forma pacífica.
—¡Eres una bruja mala y retorcida! ¿Crees que te quiere? Te
está utilizando para sacarme de su mente, ¿no te das
cuenta? Tú nunca le darás lo que yo le doy —me dijo con
una malévola sonrisa.
—¿Te refieres a dolores de cabeza? Sí, tienes razón. Seguro
que conmigo no tendrá que sufrir de forma tan estúpida —
repliqué enojada.
—Da igual lo que hagas. Nunca serás suficiente, Verónica.
Pronto te darás cuenta y te romperá el corazón. Ya te lo
advertí —me recordó Amanda encogiéndose de hombros.
Sus comentarios apestaban y me estaban haciendo mucho
daño, de modo que cogí un pesado libro que había sobre mi
mesilla y se lo lancé con todas mis fuerzas, pero Amanda lo
esquivó. Comencé a coger todos los objetos que encontraba
a mi paso y se los continué lanzando, pero no conseguí
golpearla ni una sola vez. Durante nuestro altercado, Iván ni
siquiera se despertó y permaneció ajeno a todo.
—¿Qué más vas a lanzarme, Verónica? Es inútil. Entiende
que nunca podrás ganar. Eres una perdedora por
naturaleza. ¿Quién podría preferirte a ti cuando yo soy la
primera opción? —continuó atacándome verbalmente y
minando mi moral.
Contuve las ganas de llorar en mi sueño, ya que nunca lo
hacía en público ni siquiera en privado. Amanda, que seguía
riéndose en mi cara, no se percató de que abrí el cajón de
mi mesilla y cogí unas afiladas tijeras que tenía allí
guardadas. Las escondí en mi mano y, cuando bajó la
guardia, grité con todas mis fuerzas y me lancé a atacarla
con las tijeras para hacerla pedazos. Justo cuando estaba a
punto de herirla, desperté de mi pesadilla.
Empapada en sudor y con Iván durmiendo a mi lado, me
incorporé y respiré hondo para quitarme la mala sensación
de la cabeza. Por mucho que Amanda me provocara, jamás
la atacaría con unas tijeras. Podía ser una bruja, pero no era
una asesina. Para nada planeaba convertirme en una
criminal ni ensuciarme las manos por alguien como ella.
Traté de tranquilizarme pensando que lo que había soñado
no sucedería. Iván y Amanda habían roto y él no me dejaría
tirado por ella, ¿verdad? No, estaba convencida de que no.
Si no me quisiera, no se habría acostado conmigo ni me
habría hecho sentir tan especial. No obstante, mi pesadilla
se materializó cuando escuché el sonido de una llave en la
cerradura. Alguien había llegado para hacer trizas nuestra
paz.
65. AMANDA:
PROFUNDAMENTE
ARREPENTIDA

El sol de la mañana se coló por las rendijas de la persiana


de la habitación y me acarició el rostro para darme los
buenos días. A mi lado, Ariel me contemplaba como si
estuviera observando un maravilloso cuadro en una
exposición, una obra de arte con forma humana, tal era su
sonrisa enamorada. Le sonreí y me incorporé en la cama
para desperezarme. Él me saludó de forma romántica con
un tierno beso, recordándome lo que había sucedido hacía
escasas horas.
Ariel y yo finalmente habíamos traspasado la línea que,
pese a nuestra increíble y palpable química, habíamos
evitado una y otra vez por mi culpa. Durante meses, había
reprimido las ganas de entregarme a él por no traicionar a
Iván. Al final, de nada había servido contenerme, ya que
Iván había tirado la toalla en el último momento, justo
cuando quedaba tan poco para saborear la miel del triunfo.
Verme sola y derrotada me hizo pensar y llegar a la
conclusión de que nunca debería haber huido de Ariel
cuando era lo que más deseaba. No obstante, el momento
de claridad que me hizo correr hasta él la noche anterior
parecía haberme abandonado.
Por la mañana, no veía las cosas del mismo color como
cuando cogí un taxi desesperada y me presenté en la
puerta de mi compañero de farsa para reclamar sus
atenciones. ¿Qué había cambiado y por qué ya no me sentía
pletórica como cuando lo estábamos pasando tan bien?
¿Quizá me sentía culpable por haber sustituido a Iván tan
rápido, tan solo unas horas después de que él me hubiera
abandonado? Era posible que eso fuera lo que me estaba
sucediendo.
—Buenos días, preciosa. ¿Qué tal has dormido? —me
preguntó Ariel meloso y atento, acariciando mi espalda
mientras estaba sentada en la cama divagando sobre lo que
acababa de ocurrir.
—Bien. Estaba muy cansada —respondí.
—No es para menos. No sería normal que no estuvieras
agotada después de anoche y de esta mañana. ¿Quieres
desayunar? Puedo pedir que nos traigan lo que quieras. —
Me ofreció, pero yo negué con la cabeza.
—No, no hace falta que pidas nada. Tomaré cualquier cosa
que tengas —le contesté muy seria, mi mente torturándome
por lo que había hecho.
—No tengo mucho. Leche, cereales y galletas, si mal no
recuerdo. Ven, lo tomaremos juntos.
Salió de la cama entusiasmado de tenerme allí desnuda
entre sus sábanas. Se puso el bóxer y me ofreció su mano
para ayudarme a salir de la cama. Me dio mi ropa interior y
me la puse para ir a la cocina a tomar algo.
Ariel me sirvió un cuenco de cereales y él se llenó otro con
galletas para empaparlas en leche, su desayuno favorito.
Comimos en silencio y, por mi parte, me mostré seria y
taciturna cuando debería haber estado alegre y
dicharachera tras nuestro pasional encuentro. Ariel, que
intentó hacer la vista gorda en un principio, se dio cuenta
de mi cara de funeral y finalmente se aventuró a preguntar.
—Amanda, ¿te ocurre algo? Estás muy tiesa. No sé qué te
sucede —me preguntó mientras se terminaba sus galletas y
yo removía los flotantes cereales pensativa.
—Estaba pensando en nosotros. Eso es todo —mencioné,
pues sentía que debía ser sincera con él.
—¿A qué te refieres? —inquirió sin mirarme directamente.
—A lo que somos. Me gustaría saber qué va a pasar a partir
de ahora. Si mal no recuerdo, estamos a días de romper
oficialmente y de tener que discutir en directo en televisión.
Justo ahora, terminamos juntos en la cama. Es el mundo al
revés, ¿no crees? —comenté después de haberle estado
dando vueltas a ese asunto en particular.
Era cierto que Ariel y yo estábamos a punto de romper toda
relación laboral, por lo que cada vez me parecía más
absurdo lo que habíamos hecho.
—Nuestra vida privada no tiene nada que ver con lo que
hagamos en televisión —contestó despreocupado.
—Sí que tiene que ver. Llevo meses viéndome en secreto
con mi novio en la privacidad de mi habitación, sin poder
salir a ninguna parte para evitar ser descubiertos y fingir
que estoy contigo —le recordé dando de lado mis cereales.
—Exnovio —me corrigió Ariel habiéndose quedado solo con
ese detalle.
—Lo que sea. Lo que quiero decir es que ahora eso mismo
sucederá con nosotros. Si vamos a vender al mundo nuestra
separación, tendremos que escondernos para vernos.
—Haré lo que sea necesario para estar contigo, Amanda.
¿No te he dejado ya suficientemente claro que me importas
y que voy hasta el final? —puntualizó Ariel duramente con
un gesto de desazón.
—No se trata de eso, Ariel. Es que yo no puedo continuar de
este modo. No quiero tener que seguir escondiéndome
como si estuviera haciendo algo malo, ¿entiendes? No
podría soportarlo más.
—Solo serían unos meses hasta que…
—No, por favor. He dicho que no. No puedo… —le dije con
ojos tristes negando con la cabeza.
Ariel respiró hondo para no enfadarse, pero estaba a punto
de estallar.
—Anoche te presentas en mi casa y te me tiras al cuello
cuando te abro la puerta. Te metes en mi cama y pareces
estar a gusto entre mis sábanas. ¿Qué ha cambiado,
Amanda? ¿La noche te confunde o qué? Quizá fue mi culpa
por no echarte de mi casa a patadas —me respondió con su
tono habitual, el que tanto me molestaba.
—No has entendido nada de lo que te he dicho. Es como
hablarle a una pared —solté un bufido de disconformidad.
—Claro que lo entiendo, Amanda. Yo tengo las cosas muy
claras, a diferencia de ti, que eres un puto yoyó. No sabes si
subes o bajas, si vas o vienes. Hoy te quiero y te beso,
mañana te odio y te mando a tomar por el culo, pero luego
vuelvo a follar contigo cuando me apetece —espetó Ariel, la
intensidad de su enfado acrecentándose a cada palabra que
pronunciaba.
Tan enojado estaba que se bebió la leche sobrante del
cuenco de un trago y lo depositó violentamente sobre la
encimera de piedra donde estábamos desayunando,
produciendo un estrepitoso sonido que me hizo pegar un
bote del susto.
—Odio cuando te pones así… —suspiré muy cansada.
—¡Me importa una mierda lo que odies! ¡Más odio yo que
juegues así conmigo, Amanda! ¡Soy una persona humana,
joder! ¡Me haces daño, mucho daño cuando me usas y
luego me pisoteas como a una colilla! ¡Y sigo cayendo en la
trampa! ¡Hay que joderse! —me gritó poniéndose violento.
—¡Ariel, es normal que no tenga claros mis sentimientos!
¡Anoche me apetecía estar contigo, pero no te he prometido
amor eterno! ¡Solo follamos, que en el fondo era justo lo
que esperabas! —Elevé yo también el tono de voz.
—Solo follamos… ¡Claro, eso fue todo! ¡Porque Ariel Guerra
no ve más allá del sexo, ¿verdad?! ¡Mira, Amanda, si tanto
te arrepientes de lo de anoche, ¿por qué no corres a los
brazos de Iván de una vez?! ¡Lo estás deseando! ¡Vamos,
ve! ¡Seguro que te está esperando! —Me apremió con muy
mala uva.
—¡Da por hecho que eso es lo que voy a hacer! ¡No sé cómo
cojones he podido pensar que alguien tan inmaduro como tú
podría hacerme feliz! ¡Parece mentira que no dejo de meter
la pata! —me quejé y me puse en pie violentamente para ir
a por mi ropa y desaparecer de allí cuanto antes.
—¡¿Inmaduro yo?! —soltó una amarga carcajada—. ¡Eso lo
serás tú con tu constante indecisión! ¡A lo mejor debería
correr a contarle a Iván el jueguecito que te traías para
decidir entre nosotros! ¡Puede que tengamos muchas más
cosas en común de las que pensamos! —me amenazó Ariel
desde la cocina cuando me vestía aprisa en la habitación.
Instantes después, lo encontré observándome.
—Me largo de aquí. No te soporto más —le dije más
calmada.
—El sentimiento es mutuo, Amanda —me confirmó en pie
junto a la puerta de su dormitorio, del que salí vestida y lista
para marcharme.
—Ariel, se acabó. Se terminó todo. No pienso continuar con
esto. No habrá más farsa, no habrá ruptura, no habrá nada
más —pronuncié, y él asintió.
—Genial. ¿Sabes qué? Voy a pagar gustoso mi parte de la
multa a Leone. Será el dinero mejor invertido de mi vida si
te pierdo de vista para siempre. —Arrastró las palabras para
tratar de hacerme daño.
—Lo mismo digo. Hasta nunca, Ariel. Maldigo el día que
apareciste en mi vida. No me has traído más que desgracias
—le escupí a la cara en un intento de que mis palabras lo
hirieran más de lo que las suyas me habían dañado a mí,
como si nuestra discusión fuera una competición.
Seguidamente, me dirigí a la puerta con paso decidido,
dispuesta a salir de esa casa para siempre y a no volver
jamás, a ver a Ariel Guerra solo por televisión como si fuera
un simple extraño. Nos dirigimos una última mirada y
abandoné su hogar dispuesta a arreglar las cosas con Iván,
el único chico que podría amarme como esperaba.
Había cometido un error y debía solucionarlo para recuperar
la vida que me merecía. Marqué el número de Iván, pero no
me respondió. Le escribí unos cuantos mensajes pidiéndole
perdón desesperada, pero ni siquiera los leyó. Sin saber
dónde se encontraba, me dirigí a casa para ver si quizá
había vuelto allí con Verónica como muchas otras veces
había hecho.
Abrí la puerta y encontré que Verónica aún no había salido
de su habitación. Miré el reloj y comprobé que eran las diez
pasadas. Caminé por el pasillo en dirección a mi cuarto
cuando la puerta del de Verónica se abrió. Apareció ataviada
con su pijama de verano. Cerró la puerta tras ella y me
contempló con su particular rostro avinagrado. No obstante,
percibí también una pizca de temor en su mirada, como si
no esperase encontrarme allí a esas horas.
—Hola, Verónica. ¿Has visto a Iván? —le pregunté, pues ella
debía de saber dónde estaba.
—No. No sé dónde está. —Negó con la cabeza.
—Ayer estuvo contigo en la presentación de la canción. ¿No
hubo una celebración después? —la interrogué.
—Sí, la hubo. Estuvimos allí tomando algo un rato —me
confirmó.
—¿Sabes dónde se fue Iván cuando terminó?
—No sé a dónde fue. Imagino que a su casa. —Se encogió
de hombros.
—Siempre estás con él y justo anoche se marcha solo. Eres
de gran ayuda, Verónica… —me lamenté con ironía—. Tengo
que decirle que siento mucho todo lo que pasó y que lo
quiero más que a nada.
—Si tantas ganas tienes de saber su localización exacta, te
sugiero que le pongas un chip como a los perros. Seguro
que así te quedarás mucho más tranquila —soltó siendo la
misma persona agria de siempre y dejándome más aliviada,
ya que no me cuadraba su comportamiento dócil y servicial
al responder a mis preguntas sin rechistar.
A continuación, volvió a desaparecer dentro de su
habitación. Me convencí al instante de que necesitaba ir a
casa de Iván para buscarlo allí, de modo que cogí las llaves
y volví a salir de casa de nuevo. Recordaba la dirección de
Iván, así que pedí un taxi y me presenté en su puerta sin
avisar. Llamé al telefonillo varias veces, pero nadie
contestó, por lo que me marché a casa desilusionada.
Cuando llegué, Verónica estaba encerrada en su habitación
y no salió en todo el día más que para ir al baño. Por la
noche, Iván respondió a mis mensajes y le dije que
necesitaba hablar con él urgentemente. Para mi sorpresa,
accedió a quedar conmigo con una condición: que nos
viéramos al aire libre, ya que yo le había asegurado por
escrito que mis compromisos con Ariel se habían terminado
de forma abrupta y que ni siquiera finalizaríamos la farsa.
Iván me esperaba sentado en un banco del parque con el
rostro compungido como si algo malo le hubiera sucedido.
Supuse que se debería a nuestra ruptura de la noche
anterior y a que se sentía culpable por haberme mandado al
cuerno. Deseaba que se arrepintiera de su precipitada
decisión, pues yo también me arrepentía de la mía con
respecto a presentarme en casa del inmaduro de Ariel.
—Hola, Iván —le dije esbozando una leve sonrisa, y él me
saludó de forma fría—. Muchas gracias por venir. Verás,
quería pedirte perdón por todo lo sucedido. Ojalá no te
hubiera defraudado anoche. Debí marcharme de esa fiesta,
porque tú eres más importante que un trabajo para mí. Lo
siento mucho —me disculpé con el corazón.
—Es igual. De todos modos, fue una mierda de celebración.
—Se encogió de hombros restándole importancia al asunto
después de haberse puesto hecho un basilisco conmigo por
no poder acudir.
—Iván, lamento tanto que hayamos terminado así... Yo te
quiero… —le dije en mi tono habitual.
—Ya, ya… Eso me lo has dicho muchas veces, pero nunca
me lo acabas de demostrar, Amanda. Ese es el problema —
respondió cansado.
En pie junto a él, le tendí mi mano en señal de afecto y él
extendió la suya para rozar la mía.
—No quiero que lo nuestro se acabe cuando ahora es el
momento de empezar a vivir, de disfrutar… —añadí
sentimental.
De repente, un par de chicas que paseaban por el parque
me divisaron y me vieron junto a Iván. Rápidamente
empezaron a cuchichear entre ellas y nos tiraron una foto
sin cortarse un pelo. Comprendí que en breve seríamos
tendencia en España y todo el mundo hablaría sobre los
rumores de ruptura con Ariel al haber sido vista con otro
chico. Aun así, no me molestaba lo más mínimo.
—Estoy aquí porque me importas. Me da igual que nos
vean. Ya te dije que todo se terminó y que estoy dispuesta a
luchar por nosotros.
Iván me contempló indeciso y con ojos tristes. Me dio la
impresión de que en su interior guardaba un pesar mucho
mayor que quizá no estaba relacionado con nuestra
separación, aunque tampoco le pregunté. Me sorprendió
poniéndose en pie, me agarró de la cintura y me atrajo
hacia él.
—¿Me prometes que no volverás a verlo?
—Te lo prometo. Todo se ha terminado. Ahora solo tendré
tiempo para ti —sonreí complacida al ver que Iván estaba
dispuesto a perdonarme y a volver conmigo.
Iván rozó su nariz con la mía y me besó tiernamente para
sellar el nuevo comienzo de nuestro amor. Pletórica por
haberlo recuperado, decidí enterrar para siempre mi noche
de pasión con Ariel en un lugar donde nunca pudiera salir a
la luz y volverse contra mí.
66. VERÓNICA: FUERA DE MI
VIDA

La visitante inesperada que llegó para cargarse todo atisbo


de felicidad en mi vida no podía ser otra que Amanda, la
única persona que tenía las llaves de la casa y que podía
acceder a esta como le placiera. Llegó en el momento más
inesperado, exactamente a las diez y cuarto de esa
tranquila mañana que pensaba pasar remoloneando en la
cama con Iván. Él, que se despertó al oír la puerta de
entrada cerrarse, abrió los ojos como platos y me miró con
temor.
—¿Quién es? —preguntó espantado.
—Creo que es Amanda —respondí desde la cama con
tranquilidad.
—¡Joder…! —exclamó Iván aterrorizado, y yo lo miré muy
seria.
—¿Qué pasa? ¿No tienes huevos a salir y enfrentarla? ¿Qué
importa que te descubra aquí? —inquirí enojada.
—No quiero que me vea en tu cuarto. Rompimos anoche…
—se justificó, y entonces comprendí.
Asentí con la cabeza, me levanté de la cama y me puse el
pijama en un santiamén para enfrentar a Amanda. Su único
interés, según deduje tras nuestra breve conversación, era
encontrar a Iván para disculparse con él y profesarle su
amor para volver a atraerlo a su guarida y capturarlo para
siempre. Al regresar a la habitación, escuché la puerta de
nuevo. Convencida de que Amanda se había marchado para
probablemente buscar a Iván en otra parte, decidí poner
todas las cartas sobre la mesa. Me dirigí al maravilloso chico
que tenía en mi cama y que me contemplaba confundido.
—La has oído, ¿verdad? Dice que lo siente mucho y que te
quiere más que a nada, por si acaso te lo habías perdido.
Estaba buscándote desesperada —le dije cabreada.
Iván asintió y agachó la cabeza.
—Verónica, siento…
—¡Cállate! Eres un cobarde. Tenías que haber salido y
haberle dicho que me querías a mí. Era lo que esperaba de
ti. Era lo único que tenías que hacer —afirmé
verdaderamente decepcionada porque Iván no hubiera dado
la cara cuando tenía que hacerlo.
—¡Joder, Verónica! Entiende que Amanda era mi novia hasta
anoche. No puedo salir ahí y restregarle que me he
acostado contigo. Es que es muy fuerte —se justificó.
—Bueno, al menos te acuerdas de lo que hiciste. Empiezo a
dudar que actuaras por voluntad propia y no a consecuencia
del alcohol —comenté con frialdad.
—¡No jodas! Me acosté contigo porque quise, pero entiende
que estoy hecho un lío. Tengo que asimilar lo que ha pasado
entre nosotros.
—Yo te diré por qué te acostaste conmigo, Iván. Lo hiciste
porque necesitabas un pañuelo de lágrimas y era yo quien
estaba más a mano, no porque sientas lo mismo por mí que
yo siento por ti. Sabes que la tonta de Verónica lo mismo te
arregla el ordenador, que te salva el culo cuando metes la
pata o te sirve como agujero que rellenar cuando tienes un
calentón. ¡Eso es lo que pasa! —dije elevando el tono de voz
al encenderme de la rabia que sentía por dentro.
—¿Qué coño estás diciendo, Verónica? Eso no es verdad.
Eres mi amiga y te aprecio muchísimo. No sé por qué estás
soltando todas esas burradas —contestó aún desnudo desde
mi cama.
—Tu amiga. Claro. Eso es lo único que puedo llegar a ser,
Iván, pero no me vale. No lo quiero. Si no puedo ser algo
más, entonces prefiero no ser nada. Quiero que te vayas —
pronuncié duramente tras haber tomado una determinación.
—¿Por qué? —preguntó Iván indignado.
—Porque ella te está buscando y tú estás deseando correr a
sus brazos. Aquí no pintas nada. Te quiero fuera de esta
casa ahora mismo. —Hice una pausa para comunicarle mi
difícil decisión final—. No solo fuera de esta casa, sino de mi
vida para siempre. No quiero volver a verte nunca más.
Iván me miró entristecido, pero no pronunció palabra. Salió
de mi cama y se puso el bóxer para cubrirse de inmediato.
Cogió su ropa con desgana y se vistió ante mí con lentitud
sin mirarme a la cara. Antes de abandonar la habitación, me
dirigió una última mirada, quizá esperanzado por si había
cambiado de opinión, pues se había tomado su tiempo para
vestirse y así ver si yo recapacitaba. No obstante, no lo hice
y seguí adelante.
No se despidió de mí. Simplemente salió de mi habitación y
unos segundos después escuché el sonido de la puerta de
entrada al cerrarse. Iván acababa de salir de mi vida
después de meses de ilusiones que había creado con sus
falsas esperanzas. Se había convertido en un gran amigo
para mí y me había tratado como ningún chico lo había
hecho nunca. Alguien débil como yo había sucumbido a sus
encantos y había caído rendida a sus pies, cosa de la que
ahora me arrepentía tremendamente. Había bajado la
guardia y me encontraba más herida que nunca.
Desacostumbrada por completo a llorar, me sorprendió
sentir un dolor agudo en el pecho y unas irreprimibles ganas
de estallar en llanto. Traté de calmarme y de tragarme esa
sensación hasta deshacerme de ella, pero no fui capaz. Mi
rostro se tensó en una mueca de tristeza incontrolable, mis
labios temblaron y descubrí que me costaba respirar. Apreté
los ojos con fuerza, pero nada evitó las lágrimas que
comenzaron a rodar por mis mejillas.
Lo había perdido para siempre y decidí permitirme unos
minutos de duelo para asimilar la nueva realidad en la que
Iván ya nunca más estaría presente. Me tumbé en la cama y
arropada con la sábana me hice un ovillo para llorar a gusto.
No contenta con mi miseria, me coloqué los cascos y puse
la canción «While Your Lips Are Still Red» una y otra vez. Los
segundos se convirtieron en minutos, los minutos en horas.
Cuando quise darme cuenta, llevaba más de tres horas
sollozando en la cama por alguien que no regresaría,
deseando que al menos su olor perdurara entre mis sábanas
para siempre.
La desazón que sentía, lejos de disminuir, se acrecentó con
las horas y me vi incapaz de moverme de la cama, de modo
que me quedé allí el resto del día sin comunicarme con el
mundo, totalmente paralizada. Ahora comprendía por qué
nunca me había aventurado a enamorarme. Ese dolor
inhumano que se siente cuando uno comprende que está
condenado al fracaso más absoluto en el terreno amoroso
es desolador y me dejó hecha trizas hasta la mañana
siguiente.
En la cocina, me encontré con Amanda, que estaba feliz
como una perdiz. Apenas me saludó y me senté a
desayunar un tazón de cereales, pues estaba realmente
hambrienta. Llevaba sin comer desde las copas de la noche
que me acosté con Iván y apenas tenía fuerzas para
tenerme en pie. Desganada y demacrada, me senté con mi
desayuno a la mesa.
—Verónica, ¿estás bien? Tienes muy mal aspecto. ¿Estás
enferma? —me preguntó Amanda con verdadero gesto de
preocupación.
Debía de ser la primera vez que no me trataba con la punta
del zapato desde que nos convertimos en enemigas.
—Es que he comido salmón y no me ha sentado muy bien —
dije, pero ella no logró captar el verdadero significado de mi
comentario.
Me miró como si fuera un bicho raro y puso un gesto de
incomprensión. De todos modos, no pensaba explicarle
nada.
—Sea lo que sea, espero que te recuperes pronto. Quería
decirte una cosa. He pensado en irme a vivir sola. Una
compañera de trabajo me ha ofrecido un apartamento
bastante elegante a muy buen precio, así que voy a recoger
mis cosas para mudarme mañana mismo. No será necesario
que me devuelvas la mitad del mes porque ha sido muy
repentino. Tampoco necesito la fianza —me comunicó.
—Te devolveré lo que te corresponde. No quiero tu caridad
—respondí secamente.
—De acuerdo. Como quieras. Verás, Iván y yo hemos vuelto
después de nuestro pequeño bache. Me hace ilusión tener
un sitio privado para nosotros —sonrió soñadora.
Un afilado cuchillo se clavó en mi corazón con saña,
volviendo a hacer sangrar la herida aún fresca que Iván
había producido con su marcha. Ahora también tendría que
soportar sentirme miserable porque él hubiera vuelto con
ella después de lo ocurrido entre nosotros.
—Enhorabuena. Que seáis muy felices —pronuncié y seguí
con mi desayuno sin mostrar mis sentimientos.
—Gracias. Eso espero —respondió Amanda con una
bobalicona sonrisa.
Tras el desayuno, volví a encerrarme en la habitación para
asimilar las nuevas noticias. Lo único bueno era que
Amanda se marchaba, así que no tendría que volver a ver a
ninguno de los dos campando por allí. Ellos habían sido mi
peor desgracia, por lo que su presencia en mi casa estaba
de más.
Amanda, tal y como había asegurado, empaquetó sus
pertenencias en un abrir y cerrar de ojos y se las llevó a su
nuevo domicilio. Antes de irse, llamó a mi puerta para
hacerme entrega de las llaves que le había dado el primer
día que llegó.
—Verónica, me marcho ya. Toma las llaves. —Me las ofreció,
y yo las cogí desde la puerta de mi habitación—. Oye… Sé
que nunca nos hemos llevado bien, pero no me gustaría
irme así.
—¿Quieres un abrazo después de todo? —pregunté,
sorprendida por su cortesía.
—Sé que nunca podremos ser amigas. Eso ya lo comprendí
hace mucho tiempo. Es solo que el hecho de no ser amigas
no significa que tengamos que ser enemigas, ¿no crees? —
pronunció honestamente.
La contemplé con desconfianza por unos instantes.
—Nunca he sido tu enemiga. Fuiste tú quien me atacó
verbalmente en unas cuantas ocasiones. Yo simplemente
pasé de ti y viví mi vida. —Me crucé de brazos a la
defensiva.
—Pues lo siento mucho. Es cierto que dije cosas muy feas
de las que ahora me arrepiento. Aun así, tú tampoco me lo
pusiste nada fácil —comentó—. Que te vaya bien, Verónica.
Buena suerte —me sonrió Amanda.
Acepté sus disculpas y asentí con la cabeza sin devolverle la
sonrisa, ya que todo el daño causado no podía borrarse con
unas cuantas palabras bonitas. Amanda se fue y la paz reinó
en mi hogar, una paz que nunca debería haberse visto
alterada ni destruida. Abracé la soledad con gozo y me
decidí a pasar un verano allí encerrada con la única
compañía de mis libros, mi música y mis series favoritas.
¿Qué más podía necesitar?
Kitty, no obstante, no se hizo esperar y se personó en mi
puerta después de unos días sin contestarle a los mensajes
ni las llamadas y sin dar señales de vida. Se olía que algo
malo había sucedido, pero había estado liada con unos
temas familiares y no había sacado el momento de venir
antes a ver qué me ocurría. Le abrí la puerta con un mal
aspecto terrible y la dejé entrar sin apenas saludar.
—Cielo, ¿qué ha pasado? —me preguntó realmente
preocupada mientras me seguía hasta mi habitación.
Allí, ataviada con mi pijama veraniego favorito, me metí en
la cama y me arropé con la sábana hasta el cuello, dejando
solo mi cara al descubierto.
—Me lo puedo imaginar… —Kitty se mordió el labio y se
sentó en la silla de mi escritorio.
—Si te lo puedes imaginar, entonces no hace falta que te lo
cuente —respondí desganada.
—Sé que tiene que ver con Iván. Eso es seguro, y más
después de que os fuerais a bailar reguetón la última noche
que nos vimos. Lo que no tengo muy claro es qué pasó. La
cuestión es que ayer en el ensayo Iván estaba más serio
que nunca.
—Pregúntale. A lo mejor te cuenta los detalles —le dije
siendo una completa borde con mi mejor amiga.
—Yo prefiero que me lo cuentes tú.
Solté un bufido y decidí ser sincera con ella.
—Iván y yo nos acostamos la noche que rompió con
Amanda. Unas horas después, esta se presentó buscándolo
y él se quedó escondido en la habitación como una rata. Lo
eché de aquí para siempre, y al día siguiente me enteré de
que había vuelto con su novia. Ella, por suerte, se ha
largado para siempre. Ya no tendré que soportarlos nunca
más —le conté resuelta y fingiendo que nada me importaba.
—Sí, algo he visto por Twitter… Lo siento mucho, Nika. No
creí que Iván fuera tan gilipollas. Estaba muy preocupada
por ti. Siento no haber podido venir antes a verte.
—Es igual, Kitty. Somos amigas, pero este es mi problema.
No puedes solucionarlo. Simplemente, déjalo estar. Tengo
que aprender de mis errores y no volver a abrirme a nadie.
Me quedaré sola y así estaré mucho mejor —concluí
fatalista.
—En el fondo, adoro a la Nika enamorada. No me gustaría
que te cerraras al amor por culpa de Iván. Eso sí que sería
un gran error —afirmó tratando de aconsejarme como de
costumbre.
—Te equivocas. El amor es una gran mierda asquerosa que
me abstendré de volver a probar —pronuncié con rabia y
verdadero resentimiento.
Odiaba todo lo que había pasado. Detestaba haber confiado
con tanta facilidad aun siendo una persona de naturaleza
recelosa. Ahora pagaba un precio muy caro por mi
estupidez y me lo tenía bien merecido. No obstante, no
volvería a caer en la trampa pese a las palabras de ánimo
de mi mejor amiga.
—No lo es, Nika. Solo tienes que encontrar a la persona
adecuada…
—¿La persona adecuada? Kitty, ahórrate tus consejitos
antes de que me enfade y te conteste de forma grosera,
cosa que no quiero hacer. No me apetece hablar más del
tema. No volveremos a mencionar a Iván, ¿entendido? —le
dije enojada, y ella asintió con la mirada triste.
—Siento que estés tan deprimida. Espero que puedas salir
de este hoyo muy pronto y que puedas reconstruir tu vida.
Te mereces todo lo mejor, Nika. —Me miró con ojos
amorosos.
—No, Kitty. Lo mejor siempre es para otros. Ya lo tengo
asumido —concluí la conversación y me acurruqué en la
cama dándole la espalda a mi amiga.
Kitty se acercó a mí y me acarició el pelo con ternura.
—Pronto estarás bien. Ya lo verás —me aseguró—. Voy a
dejarte sola. Creo que es lo que deseas y lo que necesitas
ahora mismo para recomponerte. Lo que sí te pediría es que
por favor me respondas a los mensajes. Volveré a verte
mañana, ¿de acuerdo?
—Como quieras —respondí sin siquiera girarme para
mirarla.
Kitty se marchó tras su promesa de volver a comprobar
cómo me encontraba. Yo me quedé ahí tumbada tantas
horas que perdí la cuenta y la noción del tiempo. Acabé
durmiéndome y despertándome de nuevo por la noche a la
hora de cenar. Lo único que podría confirmar es que, al igual
que cuando me tumbé en la cama, cuando salí de ella el
corazón aún me dolía a rabiar.
67. ARIEL: VIOLACIÓN DEL
CONTRATO

Amanda se marchó, recordándome con su portazo que la


pasión de la noche anterior no había sido más que un
espejismo, un magnífico pastel del que solo había podido
disfrutar un pedazo y que ahora estaba fuera de mi alcance.
Mis palabras, pronunciadas sin reflexionar y por el calentón
del momento, no eran ciertas. Yo no quería perderla para
siempre, mucho menos después de haber comprobado que
nuestra química sobrepasaba la pantalla, pero estaba
rabioso de que, incluso fuera de juego, Iván siempre saliera
ganador.
Me tiré en el sofá y pensé por un momento en el modo de
solucionar mi última cagada, pero no hallé forma alguna. Me
pasé el día matando el tiempo en casa y tratando de
entretenerme para quitarme a Amanda de la cabeza, pero
no tuve éxito alguno. Por la noche, cuando había conseguido
evadir un poco la mente, Twitter se mofó de mí cuando
Amanda se convirtió en tendencia. La habían pillado en un
parque acaramelada con Iván y los fans hablaban de
nuestra ruptura como si hubieran hecho un doctorado sobre
el tema.
Comprendí entonces que no me quedaría más remedio que
armarme de valor para enfrentarme a Riccardo. Debía
hablar con él y decirle que no seguiríamos adelante. No
habría conflictos televisados para alimentar el morbo y
romper el récord de audiencia. No habría siquiera más
contacto entre Amanda y yo, por lo que tendríamos que ser
consecuentes con nuestros actos y apechugar. Cincuenta
mil euros era una gran suma de dinero que me dolía en el
alma desembolsar, pero Leone emprendería acciones
legales si no le pagábamos pronto.
Al día siguiente, me tomé la libertad de llamar a Riccardo y
de arruinar su mañana de domingo para exponerle el tema.
Él me recibió en su casoplón con un café y unas pastas que
rechacé, pues no tenía apetito al tener que tratar de un
tema tan delicado.
—Ariel, Ariel… Veo que ya estáis preparando el terreno para
la ruptura. —Hizo alusión a las fotos de Amanda con Iván—.
¿Cuándo lo haréis oficial? Tenemos que empezar a pensar
en vuestras discusiones en directo —me dijo sin prestarme
demasiada atención en cuanto me senté en el sillón que
había frente a su escritorio.
—De eso precisamente quería hablarte, Riccardo. No vamos
a continuar. Se terminó todo —le comuniqué muy serio, y él
torció el gesto contrariado.
—¿Cómo que no vais a continuar? Os queda la parte más
fácil. Unos cuantos programas y habréis terminado.
—Ya lo hemos acordado. No vamos a hacerlo. La decisión
está tomada —reiteré.
—¡Vaya dos imbéciles…! ¿Por qué? ¡No entiendo nada!
—Digamos que nuestra farsa ha ido más lejos de lo que
debería. Era difícil distinguir ficción de realidad —dije sin dar
más detalles, pero Riccardo no era estúpido.
—¿No me jodas que te has enamorado de verdad, Ariel?
¡Vaya un tonto! —se rio en mi cara—. No parecías muy
interesado en el amor después de lo de Tatiana.
—Un hombre puede cambiar si tiene a su lado a la mujer
adecuada —afirmé filosófico.
—¿Cambiar? ¿Tú? —Riccardo soltó una carcajada—. ¡No me
hagas reír, Ariel! Solo tenías una cosa que hacer y la has
hecho mal. Me das pena.
—Todo esto es culpa tuya, Riccardo. ¿Eres consciente de ese
detalle? Conocí a Amanda estando fuera de servicio. Yo no
tenía ninguna intención de meterla en este mundo de
mierda, pero tú me obligaste. Este es el nefasto resultado.
Si estoy aquí es porque un contrato es un contrato y yo soy
un hombre de palabra —le dije duramente y con el enfado
reflejado en mis tensas facciones.
—Me alegro de que vayas a pagarme. Son cincuenta mil
euros. Supongo que te compensará después de todo lo que
has ganado con esto —respondió despreocupado.
—Serán cien mil. Dame unos días para vender mi coche y
pagarte. No tengo tal cantidad disponible ahora mismo —le
pedí como último favor.
—¿Cien mil? ¡Joder, pues sí que estás enamorado! Ariel
Guerra pagando por la signorina. Esto sí que no lo habría
imaginado —se burló de mí de nuevo.
—Lo que te interesa es que te paguen, ¿no? ¿Qué más da
quién lo haga? Eso sí, quiero que me prometas un par de
cosas por escrito, así que tendrás que llamar a tu abogado.
Anota, por favor. —Lo apremié, y Riccardo fue todo oídos—.
Primero, ni se te ocurra reclamarle a Amanda el dinero que
voy a pagarte. Segundo, no vuelvas a ponerte en contacto
con ella. Olvídate de que existe. No trates de perjudicarla ni
de joder su futuro porque lo pagarás aunque yo lo pierda
todo. Me tienes a mí y sabes que haré lo que me pidas. Creo
que con eso será suficiente.
—¿Me estás amenazando, Ariel? —Se sorprendió Leone.
—Amenaza, advertencia… Llámalo como quieras. Dame tu
palabra por escrito, cúmplelo y todo irá bien. No tendrás
que preocuparte por nada más. Sabes que puedo hacerte
ganar mucho dinero y no te interesa perderme.
—Ariel, quiero que entiendas una cosa muy simple. Tú sin mí
no eres nada. Voy a aceptar tus peticiones porque a
Amanda ya la he exprimido suficiente y la gente se habría
acabado cansando de ella, pero no muerdas la mano que te
da de comer. Sabes que con solo chasquear los dedos
puedo hundirte. Nunca lo olvides —me recordó tan
amenazante y altanero como de costumbre.
No obstante, redactó un documento que firmó y del cual me
entregó una copia asegurándome que Amanda quedaría
fuera de todo a partir de ese momento, por lo que me
marché a casa mucho más tranquilo.
Al entrar, encontré allí a Paco, que me dio un susto de
muerte al no esperar visita. Mi buen amigo entraba siempre
como Pedro por su casa con las llaves que tenía para
emergencias y se sentía en mi hogar como en el suyo
propio. Lo encontré apoltronado en mi sofá pasando los
canales de la televisión con cara de aburrimiento.
—¿Has encontrado ya lo que quieres ver? Tú no te cortes,
¿eh? —bromeé tras cerrar la puerta, y Paco se incorporó en
el sofá para recibirme.
—Traes una cara de funeral impresionante. ¿Conversación
con Leone?
—¡En efecto! He tenido una interesante charla con Riccardo
porque la farsa se ha ido al traste antes de tiempo. Por
cierto, ¿sabes si a alguno de tus amigos le interesaría
comprar mi coche? Necesito cash de inmediato para pagar
la sanción —le pregunté y me senté junto a él en el sofá.
—Me dejas de piedra, Ariel. ¿Cuánto necesitas? Te puedo
prestar la pasta para que no tengas que vender el coche.
—Me faltan unos treinta mil.
—¿Cuánto tienes que pagarle a ese cabrón manipulador?
—Cien mil. Si no fuera un manirroto, no tendría este
problema ahora mismo.
—¡¿Cien mil?! —se escandalizó Paco—. ¿Cómo es posible
que Amanda y tú tengáis que pagar semejante cantidad por
cabeza?
—Voy a pagar por los dos —informé, y Paco abrió los ojos
como platos.
—¿A qué se debe esa forma de actuar en ti? Cuéntamelo
todo, por favor.
Puse a Paco al corriente de lo sucedido. Iván rompió con
Amanda porque lo había defraudado. A continuación, ella se
presentó en mi casa sedienta de mi cariño y me abordó
para que le hiciera el amor como nadie antes se lo había
hecho. No pude negarme y cumplí sus deseos, lo que me
permitió realizar también los míos. Extasiado y feliz, el
encanto se rompió a la mañana siguiente cuando Amanda
se dio cuenta de que tendríamos que seguir fingiendo
irremediablemente. Nuestra pelea verbal desembocó en esa
difícil situación en la que Riccardo era el único que salía
ganando. Todos los demás habíamos perdido algo por el
camino aun sin quererlo.
—Ariel, a esto me refería precisamente. Te has ofrecido a
pagar por Amanda. Jamás en la vida te habría creído capaz
de perder dinero, lo que más te gusta en este mundo, por
una mujer. Nunca pensé que alguien te importaría tanto
como para sacrificarlo todo por esa persona —afirmó Paco
mirándome con ojos de admiración.
—Yo solo quiero que ella sea feliz. Si no es conmigo,
entonces que lo sea con él. Al fin y al cabo, yo ya estoy
condenado. Seré el esclavo de Leone para toda la eternidad
—mencioné con desgana y me recosté en el sofá, cansado
de mostrarme optimista.
—No será para tanto, Ariel.
—Le he hecho prometer a Riccardo que la dejará en paz. Yo
seré su títere y podrá usarme a su antojo siempre que no la
perjudique a ella. Al menos ganaré dinero para mis
caprichos —me consolé.
Asimilé que jamás podría perseguir mi sueño de ser actor.
Me imaginé con sesenta años siendo aún colaborador en el
programa, discutiendo sobre los mismos tediosos temas y
vendiendo la misma imagen de siempre. El galán Ariel
Guerra, el eterno soltero de oro, saliendo con jovencitas a
las que doblaba o triplicaba la edad. Con el rostro lleno de
inyecciones de bótox para mantener intacta mi juventud,
aunque más inexpresivo que nunca. Millonario, pero solo,
amargado y obviamente sin descendencia, pues mi alergia
al compromiso y a la responsabilidad seguiría vigente.
La imagen que proyecté en mi mente me deprimió tanto
que no disfruté de la compañía de Paco tanto como me
hubiera gustado. En cierto momento de la tarde, mi amigo
me mostró Twitter, donde circulaban nuevas fotos robadas
de Amanda con su flamante novio. A pesar de haber
aceptado mi derrota, las instantáneas me dolieron en el
alma.
—Joder… ¿Otra vez? Así que este va a ser el nuevo temita
de conversación —me quejé soltando un bufido.
—Ariel, quizá deberías hacer un comunicado oficial en tu
Instagram. La gente no para de hacer conjeturas estúpidas
a pesar de que está claro que Amanda y ese chico están
juntos —me sugirió Paco, quien siempre tenía razón.
—Sí, eso haré. Voy a zanjar el asunto cuanto antes. Les diré
a los fans que hemos decidido separarnos porque la pasión
entre nosotros ha muerto. No pienso dar más explicaciones.
Sé que intentarán tirarme de la lengua en el programa para
que la critique mañana, pero no pienso entrar al trapo. Por
una vez en la vida, voy a ser elegante —le dije a Paco
convencido de que esa era la forma de actuar más correcta.
—Me parece estupendo, Ariel. Esa madurez que demuestras
es algo que Amanda seguro que valorará —comentó
optimista.
—Paco, Amanda ya ha elegido. No va a volver. Intento
aceptarlo, así que por favor no me des más falsas
esperanzas —le pedí con el rostro contraído.
Como había vaticinado, el acoso mediático comenzó al día
siguiente cuando me encontraba en plató dispuesto a hacer
mi trabajo. Mis compañeros de profesión no dejaron de
hundir el dedo en la llaga tratando de tirarme de la lengua
para favorecer el clima de tensión que a Leone le encantaba
proyectar en pantalla. Esperaban que la criticara y que
soltase toda la bilis que me carcomía por dentro en directo,
pero supe guardar las formas y dejarlos a todos
sorprendidos.
—No voy a hacer declaraciones sobre mi relación con
Amanda. Ya he dicho en redes sociales que lo hemos dejado
de mutuo acuerdo porque ya no sentíamos lo mismo que al
principio. No creo que haya que profundizar mucho más en
eso. La buena noticia es que vuelvo a estar soltero y que la
que esté interesada podrá catar este cuerpo serrano —
bromeé para tratar de desviar la atención, y me comí la
cámara con mi irresistible sonrisa.
Las féminas presentes en el público, de la más joven a la
más madura, aplaudieron y me vitorearon enloquecidas.
Meses atrás, provocar esas incontrolables reacciones me
producía una emoción indescriptible. No obstante, en el
presente me hacía sentir incluso más vacío por dentro de lo
que ya estaba sin Amanda.
Al finalizar el programa de ese día, me dirigí de nuevo
a Riccardo para saldar la deuda. Me presenté en su
despacho y le hice un talón para cobrar la ingente suma de
dinero que le debía. Paco me había prestado la pasta y, por
suerte, no tuve que deshacerme de mi coche. Aproveché
para pedirle un pequeño favor que esperaba que
considerase, ya que lo necesitaba como agua de mayo.
—Riccardo, ¿podría tomarme unos días de descanso? Estaba
pensando en irme una semana a algún país extranjero
donde nadie me conozca. Me gustaría desconectar y volver
con las pilas cargadas. Todo esto me ha dejado seco —me
justifiqué para conseguir su beneplácito.
—Déjame adivinar. Si no te vas de vacaciones, no podrás
seguir dándolo todo en el trabajo. ¿Es eso, Ariel? —me
preguntó con altanería en la voz.
—Así es. Si me quieres al cien por cien, tendrás que dejarme
descansar un poco. Prometo volver renovado.
—Claro… Como hoy, ¿no? Ni siquiera has consentido hablar
de lo de Amanda en el programa. Creía que al menos me
ayudarías un poco con la audiencia —me recriminó.
—Riccardo, prometiste olvidarte de Amanda —le recordé
lanzándole una mirada amenazadora.
—Ariel, te prometí no ponerme en contacto con ella para
absolutamente nada ni perjudicarla. No dijimos nada de
hablar de ella en el programa.
—Tienes razón. Error mío por no haber clarificado ese punto,
pero una cosa te digo ahora. No vas a conseguir nada de mí.
No tendrás tu morbo.
—¡Te has vuelto un aburrido, Ariel! ¡Un completo muermo!
¡Vete a donde te tengas que ir y vuelve cuando estés
dispuesto a trabajar de verdad, por favor! —exclamó
Riccardo enojado, dándome su permiso para ausentarme
unos días.
Me despedí de Paco y puse rumbo a Dublín para pasar una
semana de relax y desconexión total. Tenía pensado
recorrer Irlanda, disfrutar de sus magníficos verdes paisajes
y evadir mi mente en un paraíso como ese que llevaba años
queriendo visitar. Con unas pocas pertenencias que metí en
una maleta, cogí un avión y me despedí de Madrid por unos
días después de llamar a mi familia para decirles que
estaría ausente. Necesitaba estar solo y tratar de
arrancarme del alma el fantasma de Amanda, que ni a
kilómetros de distancia parecía que fuera a dejar de
perseguirme.
68. IVÁN: EL CAMINO
CORRECTO

Verónica era la persona que más rondaba mis


pensamientos durante el día desde que la había perdido. Me
mataba en el alma saber que nunca más volveríamos a
vernos o a tener nuestras largas conversaciones sobre
música o sobre cualquier tema trivial que se nos ocurriese.
El corazón se me encogía al pensar que nunca más
escucharía de nuevo su dulce risa o sus divertidos
comentarios sarcásticos, que no me toparía más con sus
azules ojos tras sus cuadriculadas gafas de pasta, que
jamás volveríamos a ser ella y yo. El único culpable de esa
delicada situación llevaba mi nombre y apellidos.
Mi relación con Amanda, que por fin se había hecho pública,
debería haberme salvado de la tristeza y arreglado mi vida
de un plumazo, pero resultó no ser suficiente para mitigar
todo el dolor que me acompañaba. Después de meses
pendiendo de un hilo, nuestro amor, que parecía fuerte por
haber resistido todos los envites de la vida, no era más que
cenizas de lo que un día imaginamos ser. Llegué entonces a
la conclusión de que el interés inicial se había quedado
simplemente en eso, en un mero deseo vacío. Amanda y yo
seguíamos siendo dos extraños que sentían una atracción
física el uno por el otro. Más allá de eso, no teníamos
prácticamente nada en común.
Consumido por los remordimientos al considerar que
debería haber actuado de otro modo esa mañana que
Amanda se presentó buscándome, traté de disculparme
ante Verónica para obtener su perdón, pero descubrí que le
había faltado tiempo para expulsarme de todos los ámbitos
de su vida. No conseguía contactar con ella ni por teléfono,
ni por WhatsApp, ni por redes sociales, por lo que supuse
que me había bloqueado en todas partes, tal era su enojo y
decepción. A pesar de que no sería fácil arreglar las cosas
con Verónica, unos días después de haber vuelto con
Amanda, me planteé hacer lo que debería haber hecho
tiempo atrás.
Amanda y yo estábamos merendando en una cafetería del
centro. Cada dos minutos se nos acercaban jóvenes para
pedirle un autógrafo y cotillear, ya que Ariel Guerra y ella
misma habían confirmado su ruptura en Instagram. Yo era
su nuevo novio y la gente tenía verdadero interés en mí,
pero detestaba ser el centro de atención y me mostraba
seco y arisco con quien me pedía una foto, cosa que
presentía no contribuiría de forma positiva a mi carrera
musical, pues ya todos me relacionaban con la banda The
Black Cats.
Mis padres y mi hermano se quedaron en shock cuando se
enteraron de la noticia de que Amanda Montes salía
conmigo. Mi madre la veía a menudo en los programas de
televisión, y debo reconocer que al final no le hizo mucha
gracia que yo me relacionara con alguien como ella. No me
lo dijo abiertamente, pero pude leerlo en su mirada. Mi
padre se mostró indiferente y siguió a lo suyo, y mi hermano
Pedro volvió a recordarme lo imbécil que era por rechazar a
alguien tan genial como Verónica.
—¿Qué te pasa, cielo? ¿No te vas a terminar tu bebida? —
me preguntó Amanda al ver que estaba en las nubes.
—No me gusta que la gente me mire tan fijamente. Me
siento observado —me quejé de mala gana.
—¿Y tú quieres triunfar en la música? Si no aguantas la
fama, poco vas a conseguir —comentó con una sonrisa.
—Se puede ser famoso sin atraer a este tipo de gente
obsesa que solo quiere una foto de la que presumir. No me
importaría tener una conversación elocuente con un fan,
pero no con esta panda de niñatos —respondí hastiado.
—Iván, ¿qué te pasa? No es solo eso, ¿verdad? Hay mucho
más detrás de tus palabras. Hace días que volvimos juntos.
Creí que todo iría bien cuando Ariel ya no estuviera, pero
curiosamente te siento más distante que nunca. —Amanda
negó con la cabeza.
Tomé aire y me preparé para encender todas sus alarmas.
—Creo que deberíamos hablar, pero este no es el mejor
lugar —sugerí, y ella asintió.
—De acuerdo. Entonces vayamos a mi casa —propuso, y
pagamos para marcharnos.
Amanda vivía ahora en un lujoso apartamento que podía
permitirse gracias a su estatus social. Aun así, incluso con el
descuento que le hacía una conocida, a mí seguía
pareciéndome extremadamente caro. Desde luego que no
tenía ni idea de lo que pretendía hacer para seguir
manteniendo ese nivel de vida ahora que había dejado su
trabajo en televisión y que además tenía que pagar una
cuantiosa multa por haber incumplido el contrato. Tanto
trabajo y esfuerzo para nada…
—¿De qué quieres hablar? Esto no me huele nada bien —me
preguntó cuando estuvimos en su casa.
Se sentó en el caro sofá de piel que presidía la amplia
estancia. Yo me quedé en pie para comunicarle mi meditada
decisión final.
—Amanda, creo que tengo que ser sincero contigo. Verás,
hay algo que no te he contado sobre la noche que rompimos
—dije con la cabeza gacha, pero de inmediato la miré a los
ojos para confesarle la verdad, que decidí revelar cuanto
antes—. Esa noche me acosté con Verónica. Cuando llegaste
a casa buscándome por la mañana, estaba en su habitación,
pero no salí por cobardía.
Amanda me contempló fijamente con la decepción dibujada
en el rostro.
—Ya veo. Sabía que algo no andaba bien, pero no había
pensado en la posibilidad de que Verónica y tú… Me parecía
bastante improbable.
—Amanda, tú y yo empezamos a salir porque nos
gustábamos, pero nada ha salido como esperaba. No creo
que Ariel Guerra haya sido nuestro problema, sino nosotros
mismos. En realidad, creo que no estamos hechos el uno
para el otro. Apenas tenemos cosas en común.
—Empiezo a pensar que tienes toda la razón. ¿Entonces…,
te gusta Verónica? —me preguntó cohibida.
—No me gusta Verónica. La quiero de verdad. Siento algo
que no sabría describir, pero hasta ahora no me había
pasado con nadie más. La necesito. De veras que tengo que
arreglar las cosas con ella e intentar que me perdone.
—Por eso tenía tan mala cara el día después de tu
presentación. —Amanda ató cabos—. En ese momento, no
caí en la cuenta, pero ahora todo tiene sentido. Iván, si
vamos a ser sinceros, creo que yo también debería serlo
contigo.
—Me puedo imaginar lo que me vas a contar. Hazlo de todos
modos. —La apremié.
—La noche que rompimos, yo… Fui a buscar a Ariel a su
casa y también nos acostamos —me confesó.
—Sí. Era justo lo que imaginaba —respondí sintiéndome
engañado, aunque yo había hecho exactamente lo mismo y
no podíamos reprocharnos nada mutuamente.
—No solo eso. Llevo meses enamorada de Ariel, pero
intenté mantenerme alejada de él por ti, porque creía en
nosotros. No lo conseguí. Nos besamos un par de veces en
privado e incluso llegué a plantearme elegir entre vosotros
dos. Lo siento, Iván. Siento mucho haberte mentido.
Perdona por haber sido tan egoísta —me confesó Amanda
con el rostro consternado y conteniendo las lágrimas.
—Está bien. Al menos has tenido el valor de decírmelo
ahora.
Lo que había sospechado durante meses era una dolorosa
realidad, aunque, curiosamente, ya apenas me lastimaba
que ella me hubiera mentido. Me dolía mucho más el
haberme engañado a mí mismo diciéndole a mi corazón que
Verónica solo era una amiga. ¿Por qué no me había
planteado darle una oportunidad antes, cuando aún estaba
a tiempo?
—Amanda, si yo quiero a Verónica y tú quieres a Ariel, ¿qué
demonios hacemos aquí perdiendo nuestro tiempo? —Me
encogí de hombros sin comprender nada.
—Eso mismo me pregunto yo —sonrió ella amargamente—.
La cuestión es que Ariel y yo discutimos la mañana después
de pasar la noche juntos. Por eso rompimos toda relación,
incluido el contrato que va a arruinarme. No creo que sea
conveniente forzar la situación. Creo que lo mejor es que
nos mantengamos alejados.
—Verónica me echó de su casa cuando vio que no tuve
agallas de decirte que la había elegido a ella. Ahora lleva
días ignorándome. No creo que vaya a ser tarea fácil…
—Bueno, pero vas a intentarlo, ¿no? Quizá yo no tenga más
oportunidades porque Ariel y yo hemos tenido demasiados
altibajos, pero Verónica y tú aún estáis a tiempo. No te
rindas, por favor —me animó Amanda con una sonrisa,
dejándome helado.
—Supongo que tienes razón. Tengo que intentarlo —asentí
más animado y, sobre todo, sintiéndome más ligero
después de haberme quitado ese peso de encima, pues el
sentimiento de culpa me reconcomía.
—Iván, gracias por haber estado en mi vida aunque solo
haya sido por un tiempo —me sonrió ella con sinceridad—.
Lo he pasado bien contigo.
—Lo mismo digo. No ha estado mal. Adiós, Amanda. Te
deseo mucha suerte en todo lo que hagas. Sé que
conseguirás lo que te propongas.
—Igualmente, Iván. Pienso lo mismo de ti. Algún día me
invitarás a alguno de tus multitudinarios conciertos. Eso sí,
te rogaría que me reservaras un sitio en la zona VIP. —Me
guiñó el ojo y se levantó del sofá.
Vino hacia mí y me abrazó por última vez. El curso había
terminado, así como nuestra relación. El contacto entre
nosotros sería prácticamente inexistente a partir de ese
momento y eso también me dolía, pero ambos teníamos
que mirar por nuestros propios intereses y hacer lo que nos
hacía felices. Si ello implicaba a terceras personas,
debíamos romper nuestros lazos y tomar ese camino.
Después de dedicarle una última y comprensiva mirada
cargada de afecto, pues pese a que no la amara sí que la
apreciaba, me marché de su casa y puse rumbo a la mía
para trazar un plan que me devolviera a Verónica. La única
idea que se me ocurrió fue hablar con Kitty, que era quien
mejor la conocía y la única que podría ayudarme a
recuperarla. No me fue difícil dar con ella, ya que la veía a
menudo en los ensayos del grupo.
—Kitty… ¿Podría hablar un minuto contigo antes de irnos? —
le pregunté cuando terminamos el ensayo del día, aun en el
escenario.
—Sí, claro, Iván —respondió ella fríamente, y fuimos a una
mesa a tomarnos algo, pues estábamos secos, mientras
Marko y los demás charlaban animadamente—. Dime. ¿Qué
necesitas?
—Se trata de Verónica —dije con pies de plomo.
—Lo imaginaba. Era totalmente predecible —resopló y puso
los ojos en blanco.
—Supongo que ya sabrás lo que ha pasado entre nosotros…
—Pues claro que lo sé. Por tu culpa, Verónica está encerrada
en casa y aislada del mundo. Apenas quiere moverse de la
cama de lo deprimida que está. ¿Estás contento? —me
recriminó enojada.
—¿Contento? Estoy hecho una mierda, Kitty. Oye, mira, sé
que la he cagado muchísimo, pero si estoy hablando contigo
es porque quiero arreglarlo —me justifiqué.
—¿Arreglarlo? ¡Pero si estás con Amanda! ¡No me jodas! —
exclamó.
—Ya no estoy con Amanda. Nos separamos definitivamente
ayer mismo después de días dándole vueltas a la cabeza.
He cometido un error. Soy humano y tengo derecho a
equivocarme. Por favor, no me juzgues tan duramente —le
pedí con el rostro compungido.
Kitty me contempló con recelo, pero seguidamente relajo los
músculos de la cara y enterró el hacha de guerra.
—Está bien. Lo siento. ¿Así que dices que ya no estás con
Amanda? ¿Cómo es eso? —me preguntó extrañada.
—Porque quiero a Verónica. Además, Amanda solo tiene ojos
para Ariel. Ellos también se acostaron. Juntos, solo
estábamos perdiendo el tiempo. Nuestra relación no iba a
ninguna parte.
—Iván, espero que seas sincero cuando dices que quieres a
Verónica. —Me miró duramente.
—Pues claro que soy sincero. Lo digo totalmente en serio.
Quiero recuperar a Verónica y demostrarle lo que siento por
ella. Quiero que estemos juntos de verdad y no solo como
amigos. Juro que mis intenciones son puras y honestas —le
prometí.
—Me alegra mucho oír eso, Iván. No sabes cuánto. El
problema es que Verónica… Bueno, ya la conoces. Es una
cabezota. No creo que vaya a entrar en razón fácilmente. Ni
siquiera sé si llegará a cambiar de opinión en algún
momento —me dijo Kitty torciendo el gesto.
—He intentado hablar con ella, pero me ha sido imposible.
Me ha bloqueado en todas partes. Quizá a ti sí que te
escuche.
—Puedo intentarlo, pero no te prometo nada, Iván.
Prepárate para lo peor —me advirtió, y efectivamente no se
equivocaba.
Kitty fue a visitar a Verónica y le contó que había estado
hablando conmigo, que me había dado cuenta de mi amor
por ella y que además Amanda y yo habíamos terminado
para siempre. Creí que sus noticias la alegrarían, pero Kitty
me aseguró que Verónica se mostró fría como el hielo y que
le pidió que no volviera a mencionarme porque yo ya no
formaba parte de su vida. Su drástica posición me dejó
abatido cuando Kitty me lo contó.
Decidí entonces ir a visitarla y tratar de hablar con ella en
persona, ya que me parecía que la influencia de su amiga
no iba a ser de gran utilidad. Como no me abrió el portal,
me colé en su edificio cuando salió un vecino y subí hasta el
tercer piso. Allí, llamé a la puerta y esperé a que me abriera,
pero Verónica debió de verme por la mirilla y fingió no estar
en casa. Para mi gran decepción, no consintió en abrirme ni
aunque le dije que venía a disculparme por mis errores.
Instantes después, recibí un mensaje de texto de Kitty
diciéndome que sería mejor que me marchara, ya que
Verónica la había llamado para que me dijera que me
largase de inmediato. Si no lo hacía, estaba decidida a
llamar a la policía y denunciarme por acoso, así que pensé
que lo mejor era desistir en ese momento y seguir
intentándolo de otros modos.
Mi última baza era llegar hasta ella mediante una carta que
Kitty le entregaría. Redacté una página entera hablando de
mis verdaderos sentimientos hacia ella y se la hice llegar a
través de su amiga. Al día siguiente, le pregunté a Kitty si la
había leído. Esta me miró con la cabeza gacha.
—Iván… Lamento decirte que Verónica cogió la carta, la
rompió en mil pedazos y la tiró a la basura. Ni siquiera se
molestó en leerla —me confesó.
—Bueno, no te preocupes. Estaba preparado para esa
reacción. Tengo varias copias y haré más hasta que la lea —
respondí decepcionado y resuelto al mismo tiempo.
—No creo que vaya a funcionar. ¿Por qué no le das un
tiempo y vemos a ver qué pasa? Está claro que está
decidida a ignorarte, al menos por ahora —sugirió.
—¿De cuánto tiempo estamos hablando?
—No lo sé. El que ella necesite. Pueden ser días, semanas,
meses, años…
—¿Años? Kitty, me niego a esperar años. No entiendes que,
si no lo arreglo ahora, no podré hacerlo nunca. ¡Necesito un
puto milagro, joder! Lo peor de todo es que ni siquiera
quiere escucharme. Si me dejara hablarle, sé que podría
arreglarlo. Solo necesito una oportunidad para verla en
persona. Kitty, por favor, piensa algo. Lo que sea —le rogué
desesperado.
Ella se quedó pensativa unos segundos y al poco sonrió.
—Puede que haya una forma. Se me acaba de ocurrir una
idea. ¿Estás dispuesto a cualquier cosa?
—¡Pues claro que sí! Haré lo que sea para traerla de vuelta
a mi vida —le prometí esperanzado, pues quizá aún había
una oportunidad para nosotros.
69. AMANDA: EL TRATO

Iván puso todas las cartas sobre la mesa cuando me


confesó que amaba a Verónica. Me devolvió a la realidad de
inmediato y me hizo reflexionar sobre el posible error que
había cometido. Elegirlo a él, que siempre me había
parecido la opción más sensata, no había sido más que otro
camino equivocado en mi andadura para encontrar el
verdadero amor. Iván tenía toda la razón, ya que en el fondo
nada teníamos en común y lo mejor era separarnos y
darnos la libertad de ser felices con otras personas.
El único problema era que Ariel, al que había tratado de no
añorar con todas mis fuerzas sin éxito, posiblemente no
querría saber nada más de mí después de haberlo mareado
de principio a fin con mi indecisión. Ni siquiera cuando por
fin me entregué a él mi determinación duró demasiado, ya
que a la mañana siguiente, lejos de la pasión, las dudas
regresaron. No obstante, ahora por fin lo veía todo claro.
Ariel y yo estábamos hechos el uno para el otro, justo ahora
que lo había perdido para siempre.
Decidí que, ya que no podía arreglar mi vida amorosa, me
ocuparía al menos de mis deudas pendientes, por lo que
concerté una cita con Riccardo Leone para pagarle el dinero
que me extrañaba que aún no me hubiera reclamado. Me
recibió con una gran sonrisa en el despacho de su casa
donde firmé el contrato que había roto por soberbia.
—Signorina, bienvenida a mi humilde morada. ¿Qué has
venido a hacer aquí?
—¿Qué tal, Riccardo? He venido a saldar mi deuda contigo
de una vez. —Lo miré fijamente y ni siquiera sonreí.
Lo cierto es que no me hacía ninguna gracia tener que
desprenderme de cincuenta mil euros, pero al menos había
ganado bastante más que esa cifra y podría asegurar mi
futuro hasta que hallase un plan alternativo.
—¿Qué deuda? —Se encogió de hombros.
—Te debo cincuenta mil euros de la multa por incumplir el
contrato. ¿Tienes amnesia? Me habría ahorrado venir hasta
aquí para nada —le recordé.
—Amanda, tu deuda ya está pagada. De no ser así, ya te
habría llamado para reclamarte —me informó con una
burlona sonrisa.
—¿Cómo? —pregunté verdaderamente confusa y arrugando
el entrecejo—. ¿Quién ha pagado la sanción?
—¿Tú quién crees? ¿Es que tengo que explicártelo todo?
Creía que eras más inteligente… —Negó con la cabeza.
—¿Ariel? ¿Él ha pagado mi parte? ¿Cómo es eso posible?
—Pues ya ves, signorina. Lo has embrujado muy bien.
—No entiendo nada...
—Ariel vino aquí y decidió pagar por los dos. Se ha ofrecido
a ser mi esclavo de por vida para salvarte a ti. Solo puso
dos condiciones: no reclamarte el dinero y olvidarme de ti
para siempre. Quería asegurarse de que no iba a
perjudicarte en el futuro —me contó Riccardo con una
sonrisa socarrona.
Me quedé en silencio asimilando lo que me acababa de
decir. Ariel sacrificando su futuro para que yo pudiera tener
el que deseara. Sus sueños de convertirse en actor, de
escapar de Riccardo y de su sofocante yugo, tirados por la
borda por mí. Viniendo de alguien como él, que yo había
creído egoísta y egocéntrico en un primer momento, me
sorprendió enormemente y me hizo convencerme aún más
de que se merecía todo mi amor sin condiciones.
Volví a casa abatida y convencida de que lo había
sentenciado a un negro futuro sirviendo a ese dichoso
empresario. En mi cama, pasé la noche pensando en Ariel,
en el modo de revertir la situación para liberarlo de Leone
para siempre y, al mismo tiempo, salvarme a mí también.
Quizá había una forma de ganar y de derrocar al cacique
televisivo, de salir vencedores de una lucha que parecía
perdida desde el primer momento. Tras mucho darle
vueltas, se me ocurrió una idea y una sonrisa iluminó mi
rostro entre las sábanas.
Al día siguiente por la tarde me presenté en los estudios de
grabación para hablar con Riccardo. Tenía la esperanza de
encontrarme por los pasillos con Ariel, pero mis
excompañeros de trabajo me comunicaron que se
encontraba de viaje por Irlanda, ya que necesitaba
descansar y desconectar del trabajo. Riccardo me recibió de
nuevo, esta vez con un gesto agrio.
—¿Qué quieres otra vez? Ya te dije que no me debes nada.
No quiero volver a verte por aquí, Amanda —me dijo
duramente, y continuó leyendo un documento que tenía en
la mano, apoltronado en su cómoda y cara silla de escritorio
mientras se fumaba un puro.
—Pero tú a mí sí que me debes algo. Por eso estoy aquí —
respondí sacando las garras y sentándome frente a él.
Riccardo alzó la vista y puso un gesto agrio.
—Verás Riccardo, lo he estado pensando mucho esta noche
y creo que has sido muy injusto con Ariel y conmigo. Nos
manipulaste de tal manera que no nos quedó más remedio
que seguir tu juego y engañar a todo el mundo con nuestro
romance. Sé que firmamos un contrato y que al incumplirlo
la sanción es totalmente legal. Lo que veo muy rastrero por
tu parte es que te hayas forrado con nuestra historia y que
aun así hayas cobrado hasta el último céntimo de la multa.
Quizá podrías haber sido un poco más amable con nosotros
—lo recriminé.
Riccardo me miró y soltó una carcajada.
—Ya he oído bastante, Amanda. Lárgate de una vez —me
dijo entre risas.
—Voy a contar toda la verdad. Nuestra verdad. Dime,
¿cuánto crees que se podría ganar por una entrevista sobre
la pareja que más éxito ha tenido en los últimos años en el
mundo del cotilleo? Yo creo que se pagaría a precio de oro.
Estoy segura de que muchas cadenas matarían por tener
ese privilegio, mucho más si les hablo de tu chantaje —
afirmé con una sonrisa, y Riccardo se puso en guardia.
—No vas a hacer eso.
—Pues claro que sí. Voy a contarlo todo y te voy a poner a
parir. Has sido un cabrón con nosotros. Nos has puteado
todo lo que has querido, así que te lo tendrías bien
merecido. Claro que… quizá haya otra solución un poco
menos drástica —sugerí haciéndome la interesante.
—Te escucho. —Riccardo me miró muy serio.
—Siempre podría contar la verdad en una entrevista
exclusiva para tu cadena. Todo quedaría en casa y quizá
podría omitir algunos pequeños y escabrosos detalles que
podrían perjudicar tu imagen. Hablaría solo de Ariel y de mí,
del amor que verdaderamente nos profesamos. ¿Qué te
parece la idea?
—Parece que no tengo opción. —Comprendió al fin.
—Veo que estarías interesado en tenerme como invitada
especial en tu programa nocturno —afirmé sintiéndome
realmente poderosa—. Muy bien, me alegra muchísimo.
Fijemos ahora el precio. ¿Cuánto me pagarían por una
entrevista de este tipo? Venga, mójate, Riccardo.
—Mucho —respondió con gesto gruñón.
—¿Cuánto es mucho? ¿Cien mil euros, por ejemplo? Mira,
voy a hacer algo mejor. Voy a dar la entrevista gratis. Lo
único que te pido es que le devuelvas a Ariel el dinero que
nunca le deberías haber cobrado. Así todo el mundo estará
contento. ¿Qué te parece mi propuesta? Nunca una
entrevista te saldrá tan barata. —Le guiñé el ojo.
—¿Alguna cosa más? —inquirió Riccardo con fastidio.
—Sí. Una última cosa. Quiero que me prometas algo. Ariel
dejará de ser tu esclavo y podrá trabajar donde le apetezca
sin tener que preocuparse de que tú vayas a interferir.
Quiero comprar su libertad, así como la mía. Después de
esta entrevista, todo se terminó para siempre. ¿Tenemos un
trato?
Riccardo y yo nos sostuvimos la mirada durante unos
cuantos segundos hasta que él respondió.g
—Todo sea por esa dichosa entrevista. No voy a
desaprovechar la oportunidad de romper un récord histórico
de audiencia en mi programa. ¿Desea algo más la
signorina?
—Sí, una última cosa más. Quiero que sea Carmelo quien
me haga la entrevista. Sé que no empezamos con muy buen
pie, pero soy consciente de que no hay nadie mejor que él
para hacerla.
La entrevista que iba a ofrecer empezó a publicitarse sin
descanso en la cadena, así como en redes sociales.
Rápidamente los fans se pusieron en alerta y volví a
convertirme en tendencia, pues todo el mundo estaba
sorprendido de mi vuelta después de días de casi absoluto
silencio. La gente estaba emocionada al ser partícipe de que
desvelaría toda la verdad en cuestión de unos días, el
próximo viernes por la noche. Como Riccardo había
anticipado, seguramente mi confesión se convertiría en el
programa más visto de la noche y batiría récord de
audiencia. Él lo sabía y por eso había accedido a mi
petición.
Deseaba que Ariel, que se encontraba de viaje, se enterara
de lo que estaba a punto de hacer. Quizá si me veía en la
televisión dispuesta a mostrarle al mundo el amor que
sentía por él, volvería a mí y me perdonaría todos mis
errores. El mayor y más garrafal de todos era no haber visto
a tiempo que era una persona íntegra y que definitivamente
estaba a la altura de mi amor. Su última acción así me lo
había demostrado, siendo capaz de renunciar a un brillante
futuro por mí. Él siempre me había dicho que el mundo de la
farándula solo me destruiría, y estaba dispuesto a cualquier
cosa por sacarme de allí y ponerme a salvo.
El día de la entrevista, me contemplé en el espejo de mi
antiguo camerino cuando terminaron de arreglarme. Lucía
un sobrio maquillaje, unas perfectas y marcadas hondas en
el cabello y un elegante vestido negro de tirantes que
reflejaba el color de mi alma. Respiré hondo y me convencí
a mí misma de que podría hacerlo bien. No era ni mucho
menos la primera vez que me sentaba delante de la
cámara. Lo había hecho cientos de veces y le había cogido
el truco. No obstante, era la primera vez que iba a ser del
todo sincera, que iba a mostrar a la verdadera Amanda al
mundo.
—¡Buenas noches a todos! Hoy es un día memorable en la
historia de este programa, amigos. Esta noche, en primicia,
Amanda Montes desvelará toda la verdad sobre su romance
y ruptura con Ariel Guerra. Por favor, démosle a esta reina
el aplauso que se merece para recibirla en plató. ¡Adelante,
Amanda!
Carmelo me presentó con una gran profesionalidad, y
yo caminé entre aplausos hacia el cómodo sillón en el que
confesaría. Saludé y sonreí al público y me senté
con las piernas cruzadas, tratando de controlar mis nervios.
—¿Cómo te encuentras, Amanda? ¿Estás dispuesta a
contarnos toda la verdad? Los espectadores están ansiosos
por escucharte —me preguntó Carmelo.
—Desde luego. Para eso estoy aquí. Ha llegado el momento
de quitarme la máscara que he llevado durante meses. Hoy
seré simplemente Amanda, la chica que llegó a Madrid en
septiembre del año pasado dispuesta a comerse el mundo.
—Estupendo, Amanda. Lo cierto es que no podemos
hacernos una idea de los detalles que estás a punto de
revelar, pero estamos impacientes por descubrirlos.
Adelante. —Me apremió Carmelo con una sonrisa.
—¿Por dónde empezar, Carmelo? Quizá debería volver al día
que llegué aquí. Yo era una chica de clase obrera a la que su
madre concedió la oportunidad de poder estudiar su último
curso de Periodismo en Madrid. Era mi sueño y cuando
llegué, no podía creérmelo. Estaba tan emocionada que ni
siquiera esperé a instalarme para salir de fiesta por ahí. Me
fui de compras, me puse un top azul eléctrico que había
elegido y me arreglé para arrasar. En mi primera noche en
la ciudad, acabé en la discoteca Kapital sin siquiera saber
que Ariel estaría allí. Aún recuerdo la primera vez que lo vi
—relaté soñadora, el público pendiente de cada una de mis
palabras y en completo silencio.
—¿Qué sentiste la primera vez que lo viste? —indagó
Carmelo.
—Fue en la terraza de la discoteca. Él vestía del mismo color
que yo y después de echarme el ojo me hizo una
proposición indecente —sonreí recordando ese momento—.
Confieso que yo ni siquiera sabía quién era. Nunca he
estado interesada en la prensa del corazón, así que Ariel
Guerra era un total desconocido para mí. —El público
profirió una leve exclamación de sorpresa—. Lo cierto es
que me cautivó de inmediato. Era extremadamente
atractivo e irresistible. Hablamos y bailamos durante horas,
y al final de la noche decidimos quitarnos nuestras
máscaras para ver el rostro del otro con más claridad. Ese
fue el momento en el que nos besamos por primera vez y
alguien decidió tirarnos una foto y colgarla en Internet.
Podría decirse que ahí comenzó la caza de brujas. —Puse los
ojos en blanco.
—Amanda, no tenía ni idea de que no sabías quién era Ariel
cuando lo conociste. —Se sorprendió Carmelo—. Continúa,
por favor.
—El lunes fui a clase realmente feliz de comenzar el curso e
ilusionada al mismo tiempo por el encantador chico que
acababa de conocer. Hice unas cuantas amigas y estas
sacaron un tema a colación. #LaChicaDeAriel era tendencia
y me enteré gracias a ellas de que todo el mundo me
buscaba y de que ese chico que tanto me gustaba era un
codiciado soltero de oro. Para mí, era una persona normal y
encantadora, no una superestrella. De repente, sentí que
todo mi interés hacía él se había evaporado. Yo no quería
salir con un famoso, así que quedé con él para pedirle
explicaciones. Estaba muy enfadada porque nuestra foto
estuviera en todas partes e incluso llegué a sospechar que
todo ese lío hubiera sido idea suya. Me confesó que él nada
tenía que ver e intentó tranquilizarme, pero yo le dejé las
cosas claras y me largué a casa enfadada —dije omitiendo
el dato de que Riccardo Leone había chantajeado a Ariel
previamente, con lo cual él intentó convencerme para que
lo ayudara a conservar su trabajo.
—¡Vaya! Sí que ha empezado fuerte esta entrevista —
comentó Carmelo sin perder detalle.
—Días después… —Tomé aire antes de soltar la primera
gran bomba—. Días después apareció Iván, el que hasta
hace unos días era mi pareja —relaté, y el público soltó una
enorme exclamación al escuchar un dato inesperado.
Continué con mi perorata cuando volvió a hacerse el
silencio.
—Iván era mi compañero de clase y, aunque ya le
había echado el ojo, todavía no habíamos hablado hasta
que él se atrevió a abordarme en la biblioteca. Nos
atrajimos mutuamente y empezamos a salir. Me gustaba y
lo pasábamos genial juntos, pero surgió un pequeño
problema en mi vida personal. Por temas económicos
familiares, mi futuro se vio amenazado. Iba a tener que
volver a casa y no se me ocurrió otra forma de evitarlo que
contactar con Ariel de nuevo. Veréis, él me había hecho una
propuesta el día que fui a reclamarle. Me dijo que, si
estábamos juntos, podríamos convertirnos en la pareja de
moda y ganar mucho dinero. Él me haría famosa y yo no
tendría que hacer apenas esfuerzo. Desesperada como
estaba, decidí tomar esa oportunidad y comenzar a fingir. Es
ahí cuando empezó el montaje.
Cuando el público escuchó la palabra «montaje», las caras
de incredulidad de los espectadores inundaron el plató. A
pesar de que gente como Raúl Camino sospechaba de
nosotros, nuestros admiradores estaban plenamente
convencidos de que estaban siendo partícipes de una bella
y sincera historia de amor. Nada más lejos de la realidad.
Sentí que los había engañado para lograr el éxito y me sentí
como un ser rastrero y miserable. Es por eso que me
encontraba allí, para liberarme del peso de la mentira. Tenía
pensado llegar hasta el final, por lo que continué con mi
relato.
—Yo solo quería asegurar mi futuro económico, así que me
dejé guiar por Ariel. Concretamos los detalles y me enseñó a
cautivar al público para conseguir seguidores que nos
reportarían muchos beneficios económicos. Ante todo,
teníamos que parecer enamorados y vender el cuento
perfecto, por lo que tendríamos que actuar constantemente.
Aún recuerdo lo desastrosa que fue mi primera entrevista
contigo, Carmelo. La verdad es que fuiste a degüello
conmigo —sonreí recordando ese penoso momento.
Carmelo asintió y me contempló con ternura.
—Lo admito, fui realmente duro contigo. Ahora te admiro
mucho, Amanda. Nos diste a todos una gran lección y
callaste muchas bocas después, incluida la mía. Considero
que has sabido hacerte un hueco entre nosotros con una
gran elegancia —me aseguró él con una mano en el
corazón.
—Bueno, en todo caso, te agradezco tu dureza conmigo. Eso
me sirvió para aprender y darme cuenta de que no sería un
camino fácil. Aun así, mucho más complicado lo tuvo Iván,
mi novio. Él, temeroso de que volviera a casa, decidió
aceptar el tema de la farsa y apechugar con las
consecuencias. Nuestro amor se vio relegado a las cuatro
paredes de mi habitación, el único lugar donde podíamos
ser libres. Fuera de allí, nadie debía saber que estábamos
juntos para preservar la mentira. Ariel absorbía gran parte
de mi tiempo y reconozco que descuidé demasiado a Iván.
Desde aquí, me gustaría disculparme públicamente con él
aunque ya se lo haya dicho en persona. Iván, siento no
haber sido la novia perfecta. A pesar de todo, sabes que te
tengo un cariño enorme y que te aprecio muchísimo —le
dije a Iván deseando que estuviera escuchando mis
palabras.
El público se emocionó tras mi muestra de cariño hacia el
que ahora era mi exnovio. Cuando de nuevo hubo silencio,
decidí continuar con mi verdad.
—Lo que sucedió fue que… —Me detuve un segundo a
tomar aire—. Veréis, Ariel y yo estábamos gran parte del
tiempo juntos a diario. Había muchos compromisos que
cumplir y nos pasábamos el día trabajando aunque la gente
no lo crea. Teníamos que dejarnos ver juntos en todas
partes y crear expectación, así como mostrarnos amables y
comprometidos con los fans. Era realmente agotador, pero
agradezco el cariño y la admiración de todas esas personas
que, sin apenas conocerme, me pedían un autógrafo y se
sabían toda mi vida al dedillo —sonreí emocionada—. La
cuestión es que Ariel y yo nos convertimos en el tándem
perfecto. Estábamos extremadamente compenetrados y
nuestra popularidad no dejaba de aumentar. Chocábamos
todo el tiempo, no lo negaré, porque tenemos un carácter
similar y ninguno se calla la boca ante nada, pero también
empezó a surgir algo entre nosotros que al principio me
negué a aceptar. Ese algo creo que podría calificarse como
amor —afirmé convencida, y el público exclamó
enternecido.
La siguiente hora, Carmelo se encargó de exprimirme como
a una naranja para sacarme todo el jugo informativo. Quería
saber detalles de todo lo sucedido entre nosotros. Me limité
a relatarle con pelos y señales muchos momentos vividos
junto a Ariel en los que él me demostró que quizá encajaba
en el molde de hombre ideal que yo buscaba. Hablé con
sinceridad de mis sentimientos y le conté que con el tiempo
fui olvidándome poco a poco de Iván para sustituirlo por
Ariel.
—En cierto momento y después de mi viaje a Medina, llegué
incluso a plantearme elegir entre ambos. Ariel, que estaba
cada día más obsesionado conmigo, me quería a toda costa
y prometió esperar por mí. No obstante, las cosas se
torcieron porque él nunca me parecía lo suficientemente
bueno para mí. Había veces que lo adoraba y que me
encantaba lo que hacía, y otras me parecía un mocoso
malcriado que no se merecía absolutamente nada de mí. La
verdad es que he estado hecha un verdadero lío hasta hace
apenas unos días —sonreí amargamente.
—Hasta hace apenas unos días. —Carmelo me miró con ojos
golosos a la espera de mi confirmación—. Amanda… Dinos,
por favor, ¿cuál es tu decisión final? ¿A quién amas de
verdad? —me preguntó poniéndole un énfasis dramático a
sus palabras y mirándome fijamente.
Tomé aire y me dispuse a emitir mi veredicto final ante
cientos de espectadores que aguardaban ansiosos en el
plató después de casi dos horas de entrevista, ante
posiblemente millones de personas que estaban pegadas al
televisor a la espera del nombre del elegido. Mi corazón
tenía muy clara la respuesta y la emitió sin ninguna
dificultad.
70. ARIEL: AMAR EN LIBERTAD

Aguardé a que mi maleta saliera por la cinta mecánica de


vuelta a Madrid tras mi maravilloso viaje de desconexión en
Irlanda. Había recorrido el país de una punta a otra, había
practicado inglés y me había empapado de la cultura celta
para sacarme a Amanda de la cabeza durante unos días. En
parte, lo había conseguido y había vivido momentos de paz
y de tranquilidad interior que verdaderamente necesitaba.
No obstante, al volver me di cuenta de que su fantasma
seguía allí conmigo y que nunca me había abandonado del
todo.
Me pregunté qué estaría haciendo ella en ese momento. Era
casi medianoche, así que seguramente estaría con su novio
Iván por ahí disfrutando de la noche madrileña, quizá
cenando en algún caro restaurante o en alguna fiesta. Lo
cierto es que me había hecho una promesa a mí mismo de
no seguir sus pasos en redes sociales para tratar de
olvidarla. Había conseguido vencer la tentación de colarme
en su perfil para fisgonear sus novedades, pero los deseos
de tener noticias de ella eran cada vez más incontrolables
conforme me aproximaba a ella ahora que estábamos en la
misma ciudad.
De repente, me llegó un aviso al móvil cuando avanzaba
con mi maleta hacia la salida para coger un taxi y volver a
casa, pues estaba molido. Comprobé mi teléfono y me topé
con una notificación de mi banco, que me informaba de que
me habían devuelto los cien mil euros que le había pagado
a Riccardo Leone hacía unos días. Miré extrañado la pantalla
del móvil y arrugué la frente sin comprender. ¿Cómo era
posible que me hubieran ingresado ese dinero de vuelta?
Debía de ser un error del banco y Leone no tardaría en
reclamarme la pasta, así que tendría que solucionar el
problema cuanto antes.
Me monté en el primer taxi de la parada y me puse a
curiosear el móvil tras abrocharme el cinturón e indicarle al
conductor mi dirección. El taxista, un hombre de mediana
edad un tanto cotilla, no dejaba de mirarme fijamente a
través del espejo retrovisor hasta que se atrevió a entablar
conversación conmigo.
—Oiga… Disculpe. ¿Es usted Ariel Guerra? ¿El de la tele? —
me preguntó algo cohibido.
Muy serio y sin quitar ojo a mi teléfono, decidí responderle.
—El mismo en carne y hueso.
—¡Vaya! ¡Encantado de conocerlo! Mi hija de quince años es
una gran fan suya. Está todo el día pendiente de su vida. Lo
conoce a usted mejor de lo que me conoce a mí —rio el
hombre sin poder creer que estaba llevando al ídolo de su
hija a casa.
—Lo mismo digo, encantado. Dudo mucho que su hija me
conozca mejor que a usted. En redes sociales uno nunca
muestra la realidad. —Negué con la cabeza.
—Lo cierto es que lo adora. No se pierde una novedad. Oiga,
¿y dónde ha estado? Ella me comentó que llevaba usted
unos días desaparecido de las redes y resulta que lo recojo
en mi taxi. ¡Increíble! ¡No se lo va a creer cuando se lo
cuente! —me dijo el señor entusiasmado, lo que me hizo
sonreír.
A veces, las personas no se daban cuenta de que los
famosos no éramos más que gente normal sin ningún don
especial.
—Le voy a dar información confidencial. He estado en
Irlanda desconectando de mi vida personal. Si su hija es una
fan, sabrá usted que no terminé muy bien con mi última
novia, Amanda Montes. Realmente necesitaba olvidarme un
poco del tema —le confesé.
—Sí, sí, pues claro que lo sé. Hacían muy buena pareja. Es
una pena que acabaran así, pero bueno, a lo mejor todavía
tiene una oportunidad, ¿no? Me dijo mi hija que ella parece
que aún lo ama —comentó el señor despreocupado.
—¿Por qué dice usted eso? ¿Sabe algo que yo no sepa?
—No, hombre, no. Lo digo por el programa —me dijo sin que
yo comprendiera.
—¿Qué programa? ¿A qué se refiere? —inquirí algo nervioso.
—¿Pero no se ha enterado usted? Amanda Montes está
dando una entrevista en exclusiva esta noche en El chisme
más hot. Está contando toda la verdad.
—¡¿Cómo dice?! —Salté de mi asiento y me aproximé al
conductor para escucharlo mejor.
—Sí, hombre. Lo de que el romance era un montaje y que al
final ustedes dos se enamoraron de verdad. Si ya lo sabe
todo el mundo. Dicen que le han pagado una pasta por la
dichosa entrevista. ¡Quién pillara ese dinero! —exclamó.
Reflexioné por un momento y caí en la cuenta de que, si la
información que ese hombre me proporcionaba era cierta,
quizá la devolución del dinero no había sido un error. Puede
que Amanda hubiera acordado esa entrevista y que fuese a
cobrar dinero suficiente por ella como para saldar la deuda
que yo ya había pagado.
Aún en shock por la inesperada noticia, cogí el móvil y me
metí en Twitter en contra de mi voluntad para comprobar si
aquello era cierto. En efecto, Amanda era tendencia y todo
el mundo estaba comentando sus impresiones con respecto
a la verdad que ella estaba desvelando. La red social era un
hervidero de fans enloquecidos que estaban anonadados
con el giro de los acontecimientos, los cuales también me
habían cogido a mí desprevenido.
—Señor, ¿podría usted llevarme a otro lugar? He decidido
que no quiero ir a casa.
—Donde usted me diga, señor Guerra. Estoy aquí para
servirle —respondió servicial.
—Genial. Ponga entonces rumbo a los estudios de grabación
donde se está emitiendo la entrevista de Amanda —le pedí.
—¡Ahora mismito! —contestó, y cambió de dirección en la
primera rotonda que encontró para dirigirse al plató de
televisión.
Con el corazón latiéndome a mil por hora en el pecho,
emocionado y aterrorizado al mismo tiempo por lo que
estaba sucediendo, corrí veloz para encontrarme con
Amanda en el lugar donde habíamos trabajado codo con
codo para crear la ilusión de nuestro amor, la cual se había
convertido en realidad por parte de ambos. Si no lo hacía,
sabía que me arrepentiría para siempre.
De camino al plató, me empapé de los momentos más
importantes de la entrevista gracias a los comentarios y a
los breves vídeos que había subidos a Internet. Amanda
había relatado nuestra historia con pelos y señales
omitiendo el detalle de que Riccardo nos había obligado a
crear la farsa. Eso me hizo comprender que ella había
conseguido llegar a un acuerdo con él para arreglar nuestro
desaguisado. En el fondo, era una mujer muy inteligente y
calculadora.
Llegué a mi destino pasada la medianoche, y el amable
taxista me dejó justo en la puerta con una sonrisa.
—Ya estamos, señor Guerra. Ha sido un placer traerlo hasta
aquí esta noche —me dijo adulador, y yo le sonreí.
—Tenga. Un recuerdo de Irlanda cortesía de Ariel Guerra. —
Cuando saqué mi maleta, extraje de esta una bonita libreta
con paisajes irlandeses que había comprado en una tienda
de recuerdos—. ¿Tiene usted un bolígrafo?
El hombre me ofreció uno veloz y yo le dediqué la libreta a
su hija, que se llamaba Ruth. El conductor quedó realmente
satisfecho cuando, además de pagarle la carrera, le dejé
una generosa propina.
—Esto es por su magnífica información y por su estupenda
conducción. Que tenga usted una buena noche.
A continuación, corrí hacia el edificio para personarme
en el lugar de la entrevista. Los guardias de seguridad, que
me conocían de sobra, me saludaron efusivamente y me
dejaron pasar sin ponerme ninguna pega.
Apresuradamente, avancé por los pasillos para llegar lo
antes posible hasta Amanda, cuya voz y presencia me
atraían como un imán y guiaban mis pasos. En esos
momentos, reunirme con ella era lo único que me
importaba. Cuando llegué al plató, sin embargo, me
detuvieron justo a las puertas de mi amada. Tuve que
conformarme con escuchar las hermosas palabras que
salieron de sus labios.
—La verdad es que he estado hecha un verdadero lío hasta
hace apenas unos días —dijo Amanda con una sonrisa rota
en el rostro.
—Hasta hace apenas unos días. Amanda… Dinos, por favor,
¿cuál es tu decisión final? ¿A quién amas de verdad? —le
preguntó finalmente Carmelo después de que Amanda
hubiera contado nuestra verdad.
Se produjo un revelador silencio en el plató y todo el mundo
contuvo la respiración. Amanda sonrió y pronunció las
palabras que creí que nunca escucharía de su boca.
—Solo necesito a quien me ha demostrado que haría
cualquier cosa por mí, el que ha sido capaz de sacrificar
todo su futuro para que yo pudiera tener otra oportunidad
lejos de aquí. Esa persona es Ariel. Mi mente estaba muy
confundida hasta que de repente he visto la luz y he
comprendido que he sido muy injusta con él. La noche que
Iván me dejó porque le fallé, corrí a buscar a Ariel porque lo
necesitaba de verdad. Me lancé a sus brazos e hicimos el
amor por primera vez. Me sentí inmensamente feliz con él,
pero a la mañana siguiente comprendí que tendría que
seguir fingiendo de un modo u otro. Estaba harta de
mentirle al mundo y a mí misma —se lamentó Amanda
conteniendo las lágrimas—. Ariel y yo discutimos y yo me
fui. Siento tanto las cosas que le dije… Ese mismo día volví
con Iván, pero en breve ambos nos dimos cuenta de que lo
nuestro no funcionaba. Los dos estamos enamorados de
otras personas.
—Amanda, ¿cuándo fue la última vez que hablaste con
Ariel? —le preguntó Carmelo con voz dramática.
—La mañana que nos peleamos y que me fui de su casa
enfadada. Ahora me arrepiento tanto... Siento que lo he
perdido para siempre. Tan solo espero que cuando vea esta
entrevista sepa que… —Amanda se detuvo un segundo con
un nudo en la garganta que no le dejaba continuar—. Quiero
que sepa que lo quiero a él, que lo amo de verdad y que me
gustaría que nos diéramos una segunda oportunidad para
empezar de nuevo sin mentiras. Solo él y yo esta vez.
—Díselo, Amanda. Envíale un mensaje. Allá donde esté,
estoy seguro de que podrá escucharte —la animó Carmelo.
Amanda, con lágrimas rodando por sus mejillas, se había
sincerado por completo, derritiendo mi corazón de
conquistador. Nadie nunca me había profesado su amor en
directo. Ninguna de las mujeres con las que había estado
me amaba de verdad, pero Amanda era diferente a todas
ellas. En mi interior, sabía que no mentía y que a partir de
ese momento todo iría bien entre nosotros.
—Ariel, te amo. Me haces mucha falta. Ojalá pudieras volver
a mi vida porque no la imagino sin ti…
Amanda se derrumbó y se cubrió la cara con las manos. No
pudo contener la pena y sollozó en directo por mi pérdida
sin sospechar siquiera que estaba allí junto a ella y que
acababa de oír su más sincera confirmación de amor.
Aquellos que me habían impedido el paso al plató me
hicieron un gesto con la cabeza para indicarme que tenía
vía libre. Sabían de sobra que aquel sería el golpe de efecto
que terminaría de derretir el corazón de los espectadores.
Por mi parte, me importaba un bledo la audiencia. Tan solo
quería consolar a Amanda y hacerle saber que estaba allí
junto a ella. Avancé con paso decidido y me planté en medio
del escenario sorprendiendo a Carmelo y al público. La
única que no se percató de mi presencia fue una
acongojada Amanda, que aún seguía en su mundo.
—Yo tampoco me imagino mi vida sin ti —pronuncié cuando
estuve frente a ella.
Al escuchar mi voz, Amanda despertó de su letargo y
levantó la cabeza veloz. Al verme allí, esbozó una amplia
sonrisa de incredulidad.
—¿Ariel? ¿Qué haces aquí? —me preguntó poniéndose en
pie.
—Acabo de volver de Irlanda y un taxista muy majo me ha
dicho que a lo mejor todavía tenía una oportunidad contigo.
No me lo pensé dos veces y le dije que me trajera aquí
corriendo. —Me encogí de hombros, por una vez cohibido
ante tanta gente siendo partícipe de mi vida privada.
—¿Tú… tú también me quieres? —me preguntó Amanda
limpiándose las lágrimas—. Pensé que no querrías volver a
saber nada de mí.
—¿Cómo no te voy a querer, Amanda? Nunca antes había
sentido algo así por nadie. Si tú también me quieres,
entonces, ¿dónde está el problema? Me parece que ya va
siendo hora de que empecemos a ser nosotros mismos.
Tenemos mucho que construir juntos —le dije
sincerándome.
Ella, con una sonrisa iluminando su precioso rostro, asintió
con la cabeza y dio un paso hacia mí. La agarré de la cintura
y atraje su cuerpo al mío. Ella rodeó mi cuello con sus
brazos y rozó mi nariz con la suya. Emocionados y felices
por habernos reencontrado, nos dimos un apasionado beso
que arrancó los aplausos del emocionado público. Cuando
nuestros labios se liberaron, le susurré al oído mis deseos.
—Vámonos de aquí ahora mismo. Esta noche te quiero solo
para mí y no quiero testigos —pronuncié, y Amanda soltó
una carcajada y asintió—. Carmelo, amigo, me parece que
vas a tener que rellenar la media hora que queda con algún
chiste porque nosotros nos largamos. Queridos
espectadores a los que tanto quiero y tanto aprecio, pasad
una magnífica noche de verano. ¡Buenas noches a todos! —
Les lancé un sonoro beso y les dediqué mi mejor sonrisa.
Tomé la mano de Amanda y entre aplausos y vítores
abandonamos el plató juntos. Los aplausos nos
acompañaron por los pasillos mientras nos dirigíamos a la
salida, ya que nuestros colegas de profesión estaban
encantados con el inesperado desenlace de película que
nuestra historia de amor había tenido. Antes de abandonar
el edificio, nos topamos de lleno con Riccardo, el último
obstáculo que se interponía entre nosotros y la libertad.
—Ariel… —Me miró y negó con la cabeza dándome muy
mala espina.
Nos detuvimos frente a él y nos observó de arriba abajo con
gesto agrio. En el fondo, había aparecido de la nada para
llevarme a Amanda y fastidiar la última media hora de
entrevista, por lo que su enojo era comprensible. Sin
embargo, para mi gran sorpresa, su gesto se transformó en
una amable sonrisa.
—Os deseo mucha suerte a partir de ahora porque la vais a
necesitar. Ariel, signorina, que os vaya bien en el futuro.
Enhorabuena por vuestra libertad. —Nos guiñó el ojo y se
retiró para dejarnos el camino libre.
—¡Mil gracias, Leone! A pesar de las putadas, creo que
incluso voy a echarte de menos —bromeé, y seguidamente
echamos a andar para desaparecer de los estudios de
grabación lo antes posible.
Ya en la calle, con la brisa veraniega acariciando nuestros
rostros, Amanda y yo caminamos emocionados y dispuestos
a amarnos sin excusas. Ella me contó que su plan había
funcionado y que ambos éramos libres de tomar la dirección
que quisiéramos en el terreno laboral sin que Leone fuera a
intervenir. Amanda podría convertirse en presentadora si así
lo deseaba, y yo podría probar suerte con la interpretación
sin miedo a que alguien me pusiera la zancadilla.
Al fin, con las riendas de mi vida en una mano y la chica que
amaba en la otra, pude gritar entusiasmado y correr sin
rumbo por las calles de Madrid. Hice balance de los últimos
meses y me di cuenta de que habían sido realmente
intensos. No obstante, el tiempo me había transformado
para bien. Había recuperado a mi familia y ahora tenía a
una compañera de viaje que me volvía loco y que, con su
sensatez, había conseguido reconducir mi vida y llenarla de
esperanza. Incrédulos que renegáis de los sentimientos, os
aconsejo que no os cerréis en banda porque el amor tiene el
poder de colorear hasta los paisajes más grises y oscuros.
71. VERÓNICA: EL CORAZÓN
DE LA REINA DE HIELO

En cuestión de días, me convertí justo en lo que Iván había


afirmado que era: la reina de hielo. Fría e impasible como un
témpano, fabriqué una coraza para cubrirme con ella de la
cabeza a los pies y que el exterior no pudiera dañarme. No
solo eso. Decidí encerrarme por completo en mi casa y, peor
aún, en mí misma, abrazando con cariño a mi vieja
compañera la soledad. En esos días de duelo, la sentía más
cerca que nunca e incluso disfrutaba regodeándome en ella.
Salir de casa dejó de tener interés para mí. Descubrí que el
aire que me rodeaba era lo único del exterior que
necesitaba para sobrevivir, ya que tenía todo lo demás al
alcance de mi mano en mi confortable hogar. En mis cuatro
paredes, podía pedir lo que necesitara por Internet y pronto
lo tenía en mi puerta, ya fuese comida u otros víveres
imprescindibles para conservar la cordura.
Como el curso había terminado y con él mis prácticas en
Nilsson, tenía un par de meses por delante hasta que me
reincorporase a la empresa como miembro oficial de la
plantilla y no como estudiante en prácticas. Karola Lundberg
me había confirmado que eso sería a principios de
septiembre, por lo que aún tenía tiempo de sobra para
revolcarme en mi propia miseria. Mi plan consistía en
pasarme el verano metida en casa con el aire acondicionado
a tope, viendo series y películas, escuchando música,
comiendo y durmiendo. Más allá de eso, no tenía ninguna
otra idea en mente.
Kitty venía a verme a diario y charlábamos un poco. No
había día que no mencionara el nombre de Iván a pesar de
haberle dicho que había enterrado ese tema. No tardó en
contarme que él lo había dejado con su novia y que le había
pedido ayuda para llegar hasta mí tras haberme cerrado en
banda. Mi corazón bombeó un poco más deprisa tras
escuchar la noticia, pero pronto le ordené que parara. Me
daba igual si Iván ya no estaba con Amanda. Lo que me
había hecho seguía vigente y no pensaba olvidarlo ni darle
una segunda oportunidad que no se merecía.
Recuerdo el tenso momento en el que, quizá cansado de mi
bloqueo total, Iván se presentó en la puerta de mi casa para
hablar conmigo en persona y suplicar mi perdón. Debió de
colarse en el portal, ya que no contesté al telefonillo
sospechando que fuera él. Consiguió llegar hasta mi puerta
y empezó a tocar el timbre insistentemente cuando se sintió
ignorado.
—Verónica, soy yo, Iván. Por favor, ábreme la puerta.
Necesito hablar contigo y aclarar lo que pasó. Tengo muchas
cosas que decirte —me suplicó con voz quejumbrosa.
Avancé por el pasillo a paso lento siguiendo el sonido de sus
palabras, atraída por su presencia, la cual echaba
inmensamente de menos pese a mi negativa de volver a
verlo. Los restos que quedaban de la Verónica tonta y
enamoradiza resurgieron de las cenizas y me guiaron hasta
la puerta. La acaricié con mis manos, sabiendo que a
escasos centímetros se encontraba el único chico que me
había hecho conocer lo que era el amor, pero me abstuve
de abrir al recordar la gran decepción que me había llevado.
—Verónica, por favor… Solo te pido unos minutos de tu
tiempo para explicarme. Tengo que disculparme por lo que
hice —repitió Iván.
Temerosa de mis impulsos, me senté con la espalda pegada
a la puerta y me cubrí las orejas con las manos para no
escucharlo. Habría sido mucho más fácil volver a mi
habitación para dejar de oírlo, pero decidí quedarme allí a
soportar esa dulce tortura. Tan cerca y a la vez tan lejos de
Iván, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.
Después de tantos años reprimiendo mis sentimientos,
ahora el llanto acudía a mí con una facilidad pasmosa pese
a que trataba de guardarlo dentro.
Consciente de que no podría aguantar mucho más sin
derrumbarme por completo, abrirle la puerta y lanzarme a
sus brazos traicionando mis principios, decidí levantarme de
allí y encerrarme en mi habitación. Seguidamente, cogí mi
móvil y le rogué a Kitty que por favor le hiciera desaparecer
o si no terminaría volviéndome loca y llamando a la policía
para que se lo llevaran. No era justo que Iván me hiciera eso
después de no haber defendido nuestro amor. Ya me había
demostrado lo poco que le importaba aquel día, entonces,
¿por qué había vuelto? ¿Acaso disfrutaba haciéndome daño?
Los días continuaron sucediéndose uno tras otro sin ninguna
novedad. Kitty empezó a espaciar más sus visitas tras
confesarme que le deprimía encontrarme en un estado tan
deplorable un día tras otro sin observar ninguna mejoría. La
comprendí y le aseguré que no pasaba nada, que tampoco
necesitaba arrastrarla conmigo al pozo personal de negrura
y de tristeza donde me había aislado del mundo.
El colmo de los colmos llegó el día que descubrí que
Amanda iba a contar toda la verdad en una entrevista
exclusiva que se emitiría en la cadena donde comenzó sus
andanzas. Me prometí a mí misma que no vería esa bazofia,
no obstante, acabé sentada frente a la caja tonta el día
indicado para escuchar sus estupideces. Confieso que hice
palomitas en el microondas y que me tragué la entrevista
de principio a fin. La guinda del pastel la puso Ariel Guerra,
que irrumpió en el plató como en las películas para
reconciliarse con Amanda en directo. Un beso apasionado,
unas cuantas sonrisas a cámara y ambos desaparecieron de
la mano dispuestos a vivir su vida juntos.
¡Oh, menuda maravilla! ¡El amor por fin había triunfado, si
es que no se trataba de otro montaje! Amanda se había
encargado de joderme la vida con sus celos enfermizos por
Iván para finalmente fugarse con el soltero de oro después
de haberlo cazado. ¡¿Y para eso tanto rollo?! Le había
sorbido el seso a Iván, lo había amarrado a ella de forma
posesiva y le había impedido seguir su propio camino para
después separarse de él y elegir a otro hombre. Era para
cogerla y estamparla contra la pared. Amanda me había
jodido mi cuento de hadas, pero ella siempre conseguía el
suyo y acababa de la mano del príncipe azul con su sonrisa
Profiden. Apagué la televisión de mala manera y arrojé el
mando contra el suelo en un arrebato de ira.
Con Kitty cada día más ausente y sin nadie ya en mi vida
para consolarme, me percaté de que terminaría sola por
completo. Mi amiga no aguantaría mi desdicha para
siempre, mi tía Candela no me perdonaría no visitarla como
de costumbre, mis padres estaban muy lejos y no los
esperaba, y el amor huía de mí como de la peste. ¡Oh,
Verónica! Si no fuera porque nunca había tenido tendencias
suicidas, a lo mejor terminar con todo habría sido la solución
más indicada para enterrar todo el dolor, pero aún me
aferraba a la vida a pesar de todos los baches que había
tenido que sortear.
Una llamada inesperada unos días después de la entrevista
de Amanda me devolvió un poco la esperanza y me sirvió
para despertar de mi deprimente letargo.
—¿Verónica? Hola, soy mamá… Sé que hace mucho que no
hablamos, pero te echaba de menos —pronunció una madre
desconocida para mí, pues hacía años que no me dedicaba
unas palabras tan amables.
—¿Qué tal? Sí, la verdad es que hace bastante. Lo hemos
ido dejando —respondí secamente tras su llamada sorpresa.
—Hija, necesitaba hablar contigo. Llevo semanas pensando
en llamarte, pero nunca me atrevía después de lo mal que
terminamos la última vez en casa de tu tía Candela. Me
siento tan avergonzada por lo que te dije… —se disculpó
para variar.
—Es igual. Olvidemos lo que pasó —contesté con desgana.
—Verónica, no se trata de eso. El problema es que llevamos
años así y me gustaría cambiar la situación. Eres mi única
hija y te quiero aunque tú no lo creas. Quiero que nos
llevemos bien y que volvamos a tener la buena relación de
cuando eras niña —me aseguró mi madre haciéndome
desconfiar con su palabrería.
—Tú te encargaste de arruinar esa buena relación
forzándome a complacer a tus amistades. Nunca te importó
lo que yo sintiera —espeté tratando de no exaltarme.
—Lo sé, Verónica. Sé que yo tengo toda la culpa y que
arrastré a tu padre conmigo, pero estoy muy arrepentida de
todo —me confesó con un hilo de voz.
—Mamá, los errores del pasado no se cambian con una
disculpa telefónica. Creeré los hechos, no las palabras. Hay
muchas cosas que tienen que mejorar.
—Lo entiendo. Claro que las cosas no van a cambiar de la
noche a la mañana, pero es un comienzo, ¿no? Mi promesa
de querer mejorar como madre, de volver a acercarme a ti y
de retomar el trato que teníamos.
—Sí, supongo que es un comienzo, pero ya te he dicho que
lo creeré cuando lo vea. ¿Qué es lo que pretendes cambiar
exactamente?
—Tengo intención de llamarte más a menudo para estar
más al tanto de tu vida. También voy a intentar visitarte con
más frecuencia.
—¿Vas a dejar de machacarme con lo de irme a trabajar con
vosotros a California? ¿Vas a empezar a valorar mis éxitos?
¿Vas a prestarle a tu hermana la atención que se merece y a
dejar de menospreciarla? Mamá, si no estás dispuesta a
todo eso, entonces estás perdiendo tu tiempo —le exigí.
—Verónica, hija, por favor. Voy a poner todo de mi parte
para cumplir lo que propones. Te lo juro aquí y ahora —me
dijo mi madre con un tono de voz que aunaba
desesperación y sinceridad.
—De acuerdo. Está bien. Te creo. Solo me gustaría saber
qué te ha hecho cambiar de opinión a estas alturas.
—Recuerdo las palabras de ese chico amigo tuyo, Iván.
Cuando tú te fuiste enfadada la última vez que nos vimos, él
me abrió los ojos. Nunca se me olvidará lo que dijo. Me
aseguró que tú solamente querías que te aceptáramos tal y
como eres, con tus virtudes y defectos. Que eras única e
irrepetible, una gran persona y que no nos dábamos cuenta
de la hija tan maravillosa que teníamos. Lo cierto es que me
quedé pensando cuando se fue y entonces comprendí que
tenía toda la razón. Llevo toda la vida intentando moldearte
a mi gusto sin darme cuenta de que eres un ser libre con
plena capacidad de decisión. Tienes derecho a elegir tu
propio camino, a ser quien verdaderamente quieras ser,
hija.
Las palabras de mi madre me desarmaron por completo, no
solo porque estaba admitiendo que llevaba toda la vida
equivocada, sino porque había hecho alusión a Iván. Él
había sido quien la había ayudado a comprender que estaba
errando una y otra vez y que debía rectificar si no quería
perderme definitivamente.
—Está bien. Entonces vamos a intentarlo. Puede que aún
estemos a tiempo de arreglar las cosas.
—Muchas gracias, hija. No sabes lo feliz que me hace saber
que aún me das otra oportunidad a pesar de todos los
males que te he causado. En cuanto podamos, tu padre y yo
cogeremos un avión para ir a veros a Candela y a ti. Tengo
la impresión de que muy pronto tendremos unos días libres.
—Muy bien. Haremos algo juntos cuando vengáis —le dije, y
una leve sonrisa nació en mi rostro.
Era lógico que no estuviera pletórica tras la promesa de mi
madre. No era la primera ocasión que me decía algo similar,
pero presentía que esa vez lo decía más en serio que nunca.
De todos modos, me decidí a esperar, ya que no quería
llevarme más chascos tras mi fractura severa de corazón.
Kitty volvió a visitarme a principios de julio para reclamar mi
presencia en el bar, ya que llevaba semanas sin acudir a los
ensayos o a alguna de sus actuaciones.
—¿Es que no piensas volver por allí nunca más? Ya está
bien, ¿no? Ya has estado encerrada bastante tiempo. Es
momento de volver a vivir —me dijo con cara de pocos
amigos, pues su paciencia se estaba agotando.
—Kitty, no voy a volver al bar. No quiero ver a Iván nunca
más.
—Puedo entender que no vayas al bar, pero has dejado de
salir conmigo por completo. ¿Vas a quedarte en casa de por
vida? ¿De dónde has sacado todos estos libros? —me
preguntó al ver una montaña de nuevos volúmenes sobre
mi escritorio—. ¿Los has comprado por Internet?
—Sí, ¿algún problema?
—Sí. El problema está en que siempre los has comprado en
la tienda conmigo. Te encantaba ir allí y curiosear por los
estantes, ¿recuerdas? Era uno de tus hobbies favoritos y lo
hacíamos juntas. ¿No vas a volver a hacer nada de eso? ¡No
lo puedo creer, Nika! ¡No puedo creer que vayas a
enterrarte en vida por un tío, joder! ¡Tú no eras así!
Kitty me abofeteó en la cara con la hiriente verdad. Desde
luego que Verónica Egido, fría como el hielo, jamás se
habría dejado hundir por un hombre. No podría haber caído
más bajo.
—Ven este viernes al concierto. Él no estará. Se ha ido de
vacaciones al pueblo con sus padres y con su hermano. Sal
un poco y que te dé el aire, por favor —me suplicó mi buena
amiga.
—¿Cómo sé que eso es verdad? —inquirí desconfiada.
—¿Te he mentido yo alguna vez, Nika? —demandó Kitty
realmente ofendida—. Si te digo que Iván no está, es porque
no está. Tú decides. Más no puedo hacer. —Se levantó
enojada y cogió su bolso para marcharse.
—¡Espera! Está bien… Iré al concierto del viernes. Si me
dices que él no estará, te creo. Eres mi mejor amiga. Tú
nunca me tenderías una trampa, ¿verdad? —me aseguré
aun así.
—Pues claro que no, Nika. Jamás —pronunció con
convicción.
El viernes siguiente, me di una larga ducha, cepillé mi
descuidado cabello y me vestí por primera vez en semanas
para salir a la calle. Volví a realizar mi elaborado maquillaje
y a arreglarme como solía hacer. Para variar, me puse el
pintalabios rojo ladrillo que tanto me gustaba y me coloqué
una diadema de brillantes. Me contemplé al espejo, forcé
una sonrisa y salí de casa para redescubrir el mundo que
había evitado durante demasiados días.
Kitty, Marko, Javier, Bruno y Germán, el nuevo teclista, me
recibieron con los brazos abiertos un rato antes de abrir el
bar al público. Me sentí bien de poder disfrutar de su
compañía en ausencia de Iván, el cual Kitty me había
prometido que no volvería hasta agosto.
—¿Estás bien, Verónica? Te hemos echado mucho de menos.
Oye, sabes que nos tienes aquí para lo que necesites,
¿verdad? —comentó Marko en cierto momento en que los
demás se encontraban preparando el escenario.
—Muchas gracias, Marko. Lo sé. Agradezco enormemente
vuestro apoyo —sonreí emocionada.
Marko me dio un cálido abrazo y volvió a su trabajo. Un rato
después, el bar se llenó de gente dispuesta a vibrar con las
hermosas melodías de The Black Cats, que gracias al
anuncio de refrescos ahora era la banda revelación del año.
Las entradas para ver tocar al sexteto se agotaban a una
velocidad pasmosa, lo cual era una gran señal. El único
problemilla ese día, según anunció Marko antes de
comenzar a tocar, era que tendrían que prescindir del
segundo vocalista porque se encontraba ausente, lo cual
me confirmó que Iván no haría acto de presencia y que Kitty
no me había mentido.
Me dispuse a escuchar mi música favorita y a dejarme
emocionar por las increíbles letras que Marko escribía desde
el corazón. Pedí una bebida en la barra y me senté en un
taburete para disfrutar de la melodiosa voz de mi amiga. Un
par de horas volaron y, cuando quise darme cuenta, era casi
medianoche y el concierto estaba a punto de concluir.
Aplaudí con ganas cuando Kitty terminó una hermosa
canción. Seguidamente, la vi descender del escenario y
dirigirse hasta mí.
—¿Ya habéis terminado? ¿Por qué bajas aquí? ¿No tienes
que despedirte del público? —le pregunté extrañada y sin
comprender por qué estaba allí junto a mí cuando el resto
de la banda aún estaba en su puesto.
—Verónica, espero que algún día puedas perdonarme por
esto, cielo —me susurró al oído.
Unos segundos después, divisé a Iván en el escenario con
su gótico atuendo y su guitarra dispuesto a cantar una
canción, pues estaba ajustando el micrófono. Mi primera
reacción fue salir de allí corriendo como alma que lleva el
diablo, pero Kitty me sujetó del brazo y me obligó a
detenerme.
—Dale cinco minutos. Si después aún quieres marcharte,
nadie te lo impedirá —me pidió ella mirándome con ojos
apaciguadores, rogándome por favor que escuchara a Iván.
Me recompuse de inmediato y decidí darle esos cinco
minutos que me había negado a concederle desde el primer
momento. No creía que sus palabras fueran a ablandarme el
corazón, pero lo cierto es que tenía curiosidad por saber qué
tenía que decirme si ya estaba todo hablado entre nosotros.
Atrapada tras la encerrona de mi mejor amiga, observé a
Iván fijamente en el escenario y nuestras miradas se
encontraron. Él se aproximó al micrófono y se dispuso a
lanzar el discurso que se había preparado para derretir el
corazón de la reina de hielo.
72. IVÁN: «WHILE YOUR LIPS
ARE STILL RED»

Kitty fue la responsable del plan que, si funcionaba como


esperábamos, me devolvería a Verónica al fin. Con esta
extremadamente deprimida en casa y negándose a
abandonar su domicilio, Kitty me recomendó esperar un
poco hasta que consiguiera convencerla para acudir al bar.
La espera se me hizo eterna y cada noche soñaba con el
momento en el que Verónica estaría frente a mí y podría
disculparme públicamente.
Según Kitty, el hecho de que yo le profesara mi amor ante
tantas personas podía dar resultado. Por un lado, Verónica
detestaba ser el centro de atención en cualquier situación,
especialmente en grandes aglomeraciones. No obstante,
nadie había hecho algo así por ella antes, por lo que le
resultaría impactante y podía surtir efecto para apaciguar su
enfado.
El día del concierto, un rato antes de que Verónica llegara al
bar, les conté a todos mi plan tras ponerles rápidamente al
corriente de lo sucedido con el lío de Amanda, a la que
algunos de ellos ni siquiera conocían. Acordamos el
momento exacto en el que saldría a escena para dedicarle a
Verónica una canción después de ofrecerle mis palabras de
perdón.
—Iván, si no te importa, preferiría que esperaras al final del
concierto. Ya que he conseguido que Verónica salga un poco
de casa, me gustaría que pudiera disfrutar de la música. Lo
digo por si sale corriendo nada más verte —propuso Kitty
torciendo el gesto.
—No te preocupes, Kitty. Permaneceré oculto hasta la última
canción. —Puse los ojos en blanco, aunque en el fondo tenía
razón.
—Genial. Nosotros te acompañaremos con los instrumentos
y los coros cuando llegue el momento. Estaremos ahí para
ti, apoyándote. —Marko levantó el puño para darme ánimos.
—Muchas gracias, chicos. Ojalá funcione porque ya se me
han agotado las ideas… —asentí con pesimismo.
El concierto comenzó unas horas después, aunque me
quedé escondido en el despacho de Bruno. Me senté en una
silla que había junto al escritorio donde hacía inventario y
arreglaba el papeleo del negocio. Apoyé los codos sobre la
mesa y aguardé a que llegara el momento de hacer mi
aparición estelar. Dos horas después, estaba harto de
esperar y desesperado por hablar con Verónica. No me
había preparado ningún discurso, ya que pensaba
improvisar sobre la marcha, pero no necesitaba nada más si
mi corazón estaba dispuesto a revelar lo que sentía.
Cuando escuché que sonaba la última canción de nuestro
repertorio, me puse en pie porque ya había llegado mi
momento. Caminé hacia la puerta, salí del despacho y me
mezclé con la multitud. Al terminar la canción, Kitty
descendió a buscar a Verónica para evitar que se marchara
al verme. Esa era la señal para subir al escenario con mi
guitarra, de modo que ocupé mi posición con gran
nerviosismo.
El público me aplaudió y me vitoreó al descubrir que me
encontraba allí y no ausente como Marko había dicho al
principio. Sonreí vagamente y de inmediato puse mis ojos
en Verónica, que me contemplaba con los brazos cruzados
sobre el pecho desde la distancia, dispuesta al menos a
escucharme. Terminé de ajustar el micrófono y me dispuse a
hablar.
—Hola a todos —saludé al público cuando se hizo el silencio
—. Espero que hayáis disfrutado del concierto. Siento no
haber estado presente, pero era algo necesario. Veréis, hoy
he venido aquí para disculparme con una chica. Se llama
Verónica y se encuentra entre el público. Espero que me
escuche y que después de mis palabras deje de pensar que
soy un miserable.
Tomé aire por unos segundos y miré a Marko. Este asintió
con la cabeza y me apremió a continuar.
—Verónica, te agradezco que hayas venido aunque lo hayas
hecho porque creías que yo no estaría. Llevo semanas
intentando hablar contigo en persona para aclarar lo que
pasó, pero no lo he conseguido. Me gustaría poner en
situación a los aquí presentes para que entiendan un poco
de qué va esta historia. Veréis, yo tenía una novia a la que
creía que quería mucho. Se llamaba Amanda Montes. Sí, la
novia de Ariel Guerra, el de la televisión, pero esa es otra
historia en la que no voy a profundizar. Aquí los
protagonistas somos Verónica y yo. Aún recuerdo el día que
la conocí. Iba caminando por el pasillo para usar su ducha
sin permiso y la encontré allí. Ese fue nuestro primer
contacto. Nunca imaginé que llegaríamos tan lejos.
Verónica me contemplaba impasible y con cara de pocos
amigos.
—Desde el primer momento, descubrí que había una fuerte
conexión entre nosotros. Ella no era como las demás. No
tenía nada que ver con otras chicas con las que había
salido. Ni su físico, ni su estilo, ni su carácter… Nada en
absoluto y, sin embargo, noté que era especial. Había algo
en ella que me atraía como un imán. Verónica se convirtió
en poco tiempo en mi más gran apoyo en momentos de
bajón emocional cuando mi novia Amanda estaba por ahí
vendiendo su falso romance y enamorándose de otro. Ella
siempre estaba ahí para mí, no importa lo que pasara.
Abusé de su confianza en todo momento gracias a sus dotes
tecnológicas. Le conté todas mis penas y ella me escuchó
sin rechistar. Me aproveché de ella todo cuando quise sin
darme cuenta de que yo le gustaba y, lo peor de todo,
negándome a mí mismo que ella me importaba más de lo
que yo creía. Ignoré mis sentimientos por completo hasta
que llegó la gran revelación.
El silencio inundaba la sala por completo mientras el público
escuchaba mi relato con atención y sin perder un solo
detalle.
—El día que Amanda me decepcionó por enésima vez,
decidí dejarla. La única que estuvo a mi lado para
consolarme fue Verónica, que aun detestando el reguetón
se animó a venir conmigo a una discoteca solo para
hacerme sentir mejor. Allí, esa conexión que teníamos
desde un principio explotó y nos unió. La besé y ella me
correspondió. Terminamos en su casa y ya imaginaréis lo
que sucedió. No voy a daros detalles. Tan solo os diré que
pasé la mejor noche de mi vida con ella, y podría asegurar
que ella conmigo también aunque ahora me odie.
El rostro de Verónica permanecía inalterable, lo que me
indicó que mi pésimo relato no la estaba impresionando.
Ella ya se sabía toda esa historia y estaba malgastando
saliva inútilmente sin ir al grano, sin dirigirme directamente
a ella al divagar.
—Verónica, quiero que sepas que conocer a Amanda fue
una de las mejores cosas que me han pasado en la vida… —
mencioné, y el público me miró contrariado, así como los
miembros de la banda.
Nadie comprendía por qué demonios había pronunciado esa
frase si supuestamente estaba intentando ganarme de
nuevo el cariño de Verónica.
—…porque, si no la hubiera conocido a ella, tú y yo jamás
nos habríamos encontrado —pronuncié, y Verónica me miró
con más intensidad, relajando los músculos de su rostro—.
Tu mundo y el mío son muy diferentes. Vamos a ser
sinceros. Nadie daría un duro por nosotros. Siempre he sido
un superficial de mierda. He tenido novias realmente
preciosas y encantadoras de las que siempre ponen buena
cara ante todo, de las que se callan lo que piensan porque
están programadas para causar una buena impresión.
Novias de esas que a mi madre le encantan porque son el
prototipo de mujer que supuestamente yo debería elegir,
pero ya estoy harto. Nunca funciona porque llevo años
buscando en el sitio equivocado y fiándome de las
apariencias, de caras y cuerpos bonitos, de palabras
amables y aduladoras.
Me atusé el cabello algo nervioso, pero al fin parecía que mi
discurso había tomado el rumbo adecuado.
—Verónica, siempre hubo algo en ti que me atrajo aunque
me empeñara en estar con Amanda. La vida me estaba
marcando el camino y yo estaba empecinado en desviarme
del sendero. Poco a poco, he llegado a comprender que solo
necesito a alguien como tú para ser feliz. Me has enseñado
mucho a lo largo de estos meses. Hay tantas cosas que
adoro de ti… Eres una de las personas más inteligentes que
conozco, y lo mejor es que siempre estás dispuesta a
ayudar a quienes lo necesitan, pese a que el mundo no sea
amable contigo. Odias la injusticia y luchas cada día contra
los matones que la fomentan y que hacen de este mundo
una mierda. Adoro que no tengas pelos en la lengua y que
seas capaz de hacerte oír en todo momento. Eres
inconformista y luchas siempre hasta el final por lo que
crees que mereces. Tienes una gran personalidad y jamás
dejas que otros decidan por ti. No estás dispuesta a
doblegarte para contentar a los que están a tu alrededor, y
eso demuestra tu gran valentía y coraje. Eres tan distinta a
todas las chicas que he conocido antes… —suspiré, y percibí
en la distancia que Verónica luchaba consigo misma para
ocultar la mueca de pena que se había dibujado en su
rostro.
Proseguí, ya que mis palabras estaban dando resultado.
—Verónica, no hay cosa que me duela más que haberte
herido como lo hice. Fui un verdadero imbécil al pasar la
noche contigo y después esconderme cuando Amanda vino
a buscarme. Reconozco que fui un cobarde, ya que en ese
momento tuve miedo. Miedo a no comprender lo que
pasaba por mi mente, a estarme equivocando una vez más.
No sé en qué narices estaba pensando, la verdad. Ahora sé
que mi único error fue no salir de esa habitación para
decirle a ella que eras tú mi elección.
Me pareció ver que Verónica, veloz como el rayo, se limpió
la mejilla con la mano para evitar que una lágrima la
delatara.
—Si pudiera volver atrás, lo haría sin dudarlo un segundo.
Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Yo
bien lo sé por experiencia, ya que llevo semanas pensando
en ti. Te echo demasiado de menos. Echo de menos tus
palabras, tus sonrisas forzadas, tus muecas de fastidio, tu
genio, tus consejos, tu compañía, tu ayuda… Todo. He
intentado arreglarlo por mi cuenta, pero he acabado
necesitando algo de ayuda para traerte hasta aquí y decirte
lo que siento. Debo confesar que lo único que no añoro
tanto de ti es tu orgullo y tu cabezonería. Déjalos atrás y
perdóname, por favor. Vamos a intentarlo. Nos merecemos
una oportunidad.
Le rogué con la mirada y su rostro se contrajo en una mueca
de dolor. Sus labios temblaban y luchaban por mantenerse
impasibles, pero llegó un momento en el que la emoción la
embargó y se cubrió la cara con las manos. No era mi
intención hacerla llorar, pero al menos había despertado
algún tipo de sentimiento en ella.
—Te quiero, Verónica, y estoy dispuesto a demostrarte mi
amor ante todos. No me importan las miradas
malintencionadas, ni los cuchicheos, ni las envidias. Me da
igual lo que piense mi familia, mi madre en especial. Sé que
ella espera que le traiga otro clon de novia que no me hará
feliz, pero esta vez tendrá que aguantarse y tratarte de
forma amable, porque si no se las verá conmigo. Estoy
dispuesto a enfrentarme al mundo con tal de poder estar
contigo. Y ahora me gustaría dedicarte esta hermosa
canción.
Coloqué los dedos en mi guitarra para tocar los acordes de
la canción con la que cerraría el concierto. Acerqué mis
labios al micrófono y me dispuse a cantar «While Your Lips
Are Still Red» para ella.
Tras las primeras notas, la banda se unió a mí para crear la
romántica atmósfera que la pieza siempre me hacía evocar.
Utilicé un tono de voz rasgado para deleitar a los presentes
con ese himno al amor que era mi última carta para jugar. Si
la canción favorita de Verónica no me la devolvía después
de abrirle mi corazón por completo, entonces nada en este
mundo lo haría.
Mientras cantaba, gran parte del público encendió la
linterna del móvil para crear un bonito y mágico efecto en la
oscuridad. Verónica, aún con la cara cubierta por las manos,
sollozaba, sus lamentos ahogados por los acordes de mi
guitarra, por el ensordecedor ruido imperante en el local.
Conforme me acercaba a las últimas estrofas de la canción,
mi corazón se aceleraba más y más y sentía que iba a
estallarme en el pecho. Una mezcla de nervios, emoción y
miedo me invadió. Al acariciar mi guitarra por última vez
para concluir la canción, me quedé paralizado. El enérgico
aplauso del público me devolvió a la realidad y me hizo
sonreír.
Los presentes en la sala encontraron a Verónica, la persona
por la que yo había armado semejante show, que aún
lloraba. Se hizo el silencio, a la espera de su decisión, justo
como sucede en la última escena de la película romántica
que han puesto en la televisión para amenizar la tarde de
domingo antes de comenzar otra dura semana laboral.
Verónica, consciente de que todos la observaban y estaban
pendientes de su decisión, alzó la vista. Sus enrojecidos ojos
se clavaron en mí. La gente se hizo a un lado para abrir un
pasillo por el que ella pudiera subir al escenario para
reconciliarse conmigo. No obstante, Verónica no se movió.
Más serena, me dirigió una mirada de desaprobación y negó
con la cabeza. Seguidamente, se dio la vuelta y se marchó
sin decir una sola palabra. Kitty me miró con cara de pena y
susurró que lo sentía.
Se escuchó un triste murmullo en la sala, pues la decepción
embargó a todos los presentes. Después de mi discurso,
Verónica aún seguía odiándome. Sentí ganas de lanzarme al
suelo y de golpearlo con los puños con todas mis fuerzas
hasta desaparecer. Sin embargo, decidí probar suerte una
vez más, de modo que aproveché el espacio que la gente
había liberado para bajar del escenario corriendo e ir tras
Verónica una última vez.
Al salir a la calle, en la oscuridad de la noche, no logré
encontrarla por ninguna parte. ¿Tan rápido había
desaparecido? Quizá su presencia no había sido más que un
espejismo y seguía encerrada en casa sufriendo por un
idiota como yo. Abatido, me senté en la acera y agaché la
cabeza. Sollocé débilmente, totalmente desesperanzado y
tratando de asumir que la había perdido para siempre. Su
voz tras de mí me devolvió a la vida y me hizo girarme de
inmediato.
—¿De verdad creías que iba a subirme al escenario para
reconciliarme contigo delante de toda esa gente en plan
película americana? ¡Joder, Iván! Creí que me conocías un
poquito mejor —pronunció Verónica con una socarrona
sonrisa en el rostro.
Me puse en pie de inmediato y me acerqué a ella, que aún
tenía los ojos enrojecidos.
—¡Verónica! ¡Estás aquí! —exclamé emocionado—. Oye,
¿esas lágrimas son de verdad? Nunca te había visto llorar —
titubeé nervioso.
—Sí, son de verdad. Considérate un privilegiado. No suelo
malgastarlas por casi nadie —respondió tan orgullosa como
siempre.
—Entonces, ¿mi cursi disculpa ha surtido efecto? ¿Me
perdonas? —le pregunté un tanto cohibido.
—¿Tú qué crees? Sigo aquí, ¿no? ¿Eso no te da ninguna
pista? —Se encogió de hombros.
—Tú siempre tan romántica… —Negué con la cabeza al
tiempo que sonreía—. Te quiero, Verónica. ¿Tú me quieres?
—Te quiero, Iván —me confesó cohibida—. Me han gustado
mucho tus palabras. Yo también te echaba mucho de
menos, así que creo que ya es hora de empezar de nuevo.
¿Te acuerdas de que un día me preguntaste cuáles eran mis
razones para quedarme en Madrid y no marcharme lejos de
aquí? Tú siempre fuiste una de esas razones. Si algún día
me voy, que sea contigo —sonrió.
Posé mi mano en su cintura y la atraje hacia mí para
besarla. Nos miramos intensamente durante unos mágicos
instantes y nos entendimos a la perfección sin palabras,
sonriendo como dos bobos enamorados. Cerramos los ojos y
nuestros labios se rozaron con ternura, sellando con ese
beso el comienzo de un amor atípico por el que nadie habría
apostado, pero por el que ambos pensábamos luchar hasta
el final y dar lo mejor de nosotros, ya que un sentimiento
tan especial merecía todas nuestras ganas e ilusiones.
73. AMANDA Y VERÓNICA: UN
AÑO DESPUÉS

Verónica presionó el botón de enviar para mandar el correo


que acababa de escribir y cerró el chiringuito hasta la
siguiente jornada laboral, que sería dentro de más de
quince días, pues acababa de coger las vacaciones. Se
estiró en la silla de forma triunfal, apagó el ordenador y
ordenó los efectos personales que había sobre su mesa
antes de marcharse. Dio un último vistazo a la foto
enmarcada que tenía sobre el escritorio. Iván y ella
sonrientes y felices posando para la cámara con una mueca
divertida en sus rostros. Ver esa imagen siempre le alegraba
el día y la ayudaba a soportar las largas jornadas de trabajo.
Se levantó de la silla, se puso la mochila al hombro
y se despidió de sus compañeros más cercanos hasta la
vuelta, los cuales la obsequiaron con un cálido abrazo y
palabras amables. Se dirigió hasta el ascensor para
descender a la planta baja, ya que trabajaba en el décimo
piso de un imponente rascacielos. Cuando las puertas de
este se abrieron, entró y se puso los cascos para evadirse
en la música. Para su fastidio, no tendría la suerte de
disfrutar de un descenso sin interrupciones, ya que alguien
había llamado al ascensor en la octava planta. Las puertas
del ascensor se abrieron y Verónica se quedó pasmada al
encontrar allí a una persona inesperada.
—¡¿Amanda?! —exclamó boquiabierta y se quitó los
cascos de inmediato.
—¡Verónica! —pronunció Amanda también
desconcertada—. ¡Qué sorpresa!
Amanda entró al ascensor con su impecable look de
siempre y más hermosa que nunca, según pudo comprobar
Verónica.
—¡Y que lo digas! ¿Qué haces aquí? —inquirió.
—He venido a entrevistar a Karola Lundberg para un
reportaje que estamos haciendo de mujeres
emprendedoras. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
—Ahora trabajo aquí. ¿Recuerdas que el año pasado
estaba haciendo mis prácticas en Nilsson? —Le refrescó la
memoria y Amanda pareció recordar.
—¡Es verdad! Oye, ¿cómo va todo? Hace un año que
no sabía nada de ti. Sé que no éramos ni mucho menos las
mejores amigas, más bien todo lo contrario, pero más de
una vez me he preguntado qué sería de tu vida —cuestionó
de forma amigable.
—Pues me va bien. Espero que a ti también —
respondió encogiéndose de hombros.
—Oye, ¿quieres que nos tomemos algo y nos
ponemos al día? —la animó Amanda, y Verónica dudó antes
de responder, tan desconfiada como de costumbre—.
¡Venga, hombre! Tomarnos algo juntas no cambiará nada.
No tenemos que estar siempre de morros.
Verónica accedió finalmente cuando el ascensor
llegó a la planta baja.
—Está bien. —Puso los ojos en blanco, y
seguidamente guio a Amanda hasta la cafetería, que se
encontraba cerca de la salida.
Pidieron un par de refrescos y se sentaron en una
mesa para charlar un rato.
—¿Qué tal estás, Verónica? Si no te importa que te
lo pregunte, ¿qué pasó con Iván? —inquirió interesada y
algo cohibida por si su pregunta incomodaba a su antigua
compañera de piso.
—¿No te lo ha contado él?
—A decir verdad, no le he preguntado. Hemos
intercambiado algún que otro mensaje por WhatsApp para
felicitarnos los cumpleaños, pero poco más.
—Pues… Bueno, estamos juntos. Me pidió perdón
públicamente en un concierto de la banda y me desarmó
por completo —explicó Verónica tratando de ocultar una
sonrisilla al recordar tan tierno momento.
—¡Oh! ¡Eso es genial! —exclamó Amanda mirándola
con ojos orgullosos—. De veras que me alegro. Os merecíais
ser felices.
—¿Y ese cambio tan drástico en ti? —Verónica se
extrañó tras tanta efusividad por parte de la joven que un
día la acusó de querer robarle a su novio.
—Verónica, me gustaría aprovechar este
reencuentro para disculparme por muchas cosas que
sucedieron. Sé que no fui la mejor compañera de piso del
mundo. Yo era una chica normal que acabó atrapada en un
fregado que le venía demasiado grande. Ahora lo entiendo y
me doy cuenta de muchas cosas que antes no veía —
explicó razonable.
—Ya veo… —asintió Verónica, y le dio un sorbo a su
refresco.
—Yo odiaba el mundo del cotilleo y acabé metida en
él hasta el cuello. Gestionar la fama es tan complicado que
me convertí en una idiota engreída. En muchas ocasiones,
te traté con la punta del zapato y te provoqué sin motivo. Sé
que somos muy diferentes como para congeniar, pero
tendría que haber puesto un poco más de mi parte —se
disculpó, dejando a Verónica helada con su sinceridad.
—Bueno, me alegro de que lo hayas admitido. No
obstante, no voy a dejar que te lleves todo el protagonismo
como siempre. Admito que yo también tuve parte de culpa.
Mi agrio carácter y mi personalidad no son fáciles de
aguantar… Quizá te juzgué demasiado duramente desde el
principio, aun sin conocerte —añadió Verónica.
—Sí, eso es cierto. Tú tampoco me lo pusiste nada
fácil. Lo que pasa es que con el tiempo he llegado a la
conclusión de que tenías toda la razón con respecto a Ariel
e Iván. En el fondo, disfrutaba de esa sensación de creerme
superior al tenerlos a los dos detrás de mí, pero les estaba
haciendo mucho daño.
—Bueno, menos mal que al final te decidiste. Tengo
que reconocer que me tragué tu entrevista y la
reconciliación con Ariel de principio a fin. Fue un show un
poco vomitivo —sonrió Verónica.
Amanda correspondió a su sonrisa.
—Sí, ¿verdad? Demasiada pastelada, pero el público
quedó encantando.
—Por cierto, ¿qué fue de Ariel y de ti? ¿Seguís juntos?
—Lo estamos. —Amanda se sonrojó—. Nos va genial.
Estamos mejor que nunca y espero que todo siga igual de
bien. Tenemos nuestros altibajos como toda pareja, porque
ambos conservamos nuestro fuerte carácter, pero lo
llevamos bien. Ariel y yo seguimos viviendo en pisos
separados para que la convivencia no mate la pasión. Él
justo acaba de terminar un curso de interpretación y se está
presentando a audiciones para conseguir algún papel
interesante. Por mi parte, no conseguí el trabajo en los
informativos, pero estoy trabajando en infinidad de
proyectos periodísticos y no podría estar más contenta. Sé
que, con esfuerzo y paciencia, algún día llegaré a donde me
propongo —relató Amanda con optimismo—. ¿Qué hay de
vosotros?
—Como has podido comprobar, trabajo para la mujer
que acabas de entrevistar. La verdad es que estoy bastante
contenta con el puesto y he conseguido que Karola ceda un
poco y me deje vestir a mi gusto —sonrió con alivio—. Iván
está de gira. Justo hoy cojo las vacaciones para irme con la
banda y con él a pasar quince maravillosos días recorriendo
la zona norte de España. Necesito desconectar un poco.
—Qué bien. ¿Y qué tal llevas lo de la distancia?
—Bueno, no es lo ideal, pero Iván está cumpliendo su
sueño y verlo tan feliz me hace feliz a mí. Además, la gira
termina a finales de septiembre y después me ha prometido
que tendrá mucho más tiempo para mí —explicó una
enamorada Verónica.
—Genial. Me parece estupendo —respondió Amanda
mirándola con ternura—. ¿Sabes? Eres mucho más
agradable cuando estás enamorada. Tenía que haberte
buscado un novio mientras compartíamos piso —bromeó.
—Habrías perdido tu tiempo. El único chico que me
interesaba era el que metías en tu cama —rio.
—Lo sé. Desde luego que no tienes mal gusto —
contestó, y ambas se quedaron mirándose con una sonrisa.
Amanda y Verónica charlaron un rato más de forma
amena. Cualquiera que no las conociera habría incluso
pensado que eran amigas por sus relajadas expresiones
faciales, sus risas y sus bromas. Cuando se acabaron los
refrescos, Verónica consultó su reloj y se percató de que
debía marcharse, pues tenía que preparar la maleta para su
viaje.
—Amanda, me vas a tener que disculpar, pero se me
ha hecho tarde y debo irme ya. Me suena raro decir esto,
pero he pasado un rato agradable contigo —confesó
Verónica al levantarse.
—Lo mismo digo, Verónica —respondió Amanda
sintiéndose halagada—. Incluso podríamos llegar a ser
amigas.
—Bueno, no te pases. Con no ser enemigas creo que
será suficiente —sugirió Verónica.
Amanda se puso en pie y, para sorpresa de Verónica,
le dio un abrazo a esta en señal de despedida.
—Que tengas un buen viaje y que lo pases genial,
Verónica. Ha sido un placer coincidir contigo y poder cerrar
un oscuro capítulo de mi vida.
Verónica asintió y sonrió. Se despidió de Amanda con
la mano y se marchó. De regreso a casa, rememoró aún
sorprendida la amena conversación que había mantenido
con la que consideraba una persona detestable. Después de
hablar con ella de forma calmada y civilizada, habiendo
Amanda admitido sus errores y Verónica también los suyos,
veía las cosas de otro modo y le parecía que ambas habían
exagerado demasiado. La guerra que habían mantenido
tiempo atrás había perdido todo su sentido.
Sobra decir que Iván la había cambiado por completo,
pues desde que salían juntos era mucho más sociable y
solía hacer un esfuerzo para agradar a las personas cuando
antes le importaba un bledo lo que pensaran. Incluso había
conseguido impresionar a su suegra, que la tenía entre ceja
y ceja desde el primer día que la vio con su atuendo gótico.
La mujer no la tragaba demasiado, pero cuando la joven
apareció un día con pastelitos hechos por su tía Candela, la
madre de Iván estuvo más simpática de lo normal y, poco a
poco, la relación entre ambas se fue estabilizando.
Esa noche, Verónica se fue a dormir ilusionada y
expectante. Al día siguiente, volvería a ver a Iván, el chico
por el que cada día se levantaba con una sonrisa impresa en
el rostro y por el cual ahora era una versión mejorada de sí
misma conservando su esencia. Las horas pasaron
lentamente, pues cuando uno aguarda un momento
especial, el tiempo parece detenerse. No obstante, la
mañana llegó y la joven se dirigió al aeropuerto
emocionada.
Después de un corto vuelo, Verónica aterrizó en La
Coruña. Con el corazón palpitándole violentamente en el
pecho, corrió hasta la salida con sus enormes maletas a
cuestas para reencontrarse con el amor de su vida. Iván
estaba apoyado en una columna aguardando a su llegada.
Con su cabello rapado como de costumbre, su look gótico y
más hermoso que nunca, divisó a Verónica en la distancia y
la saludó.
Ella sonrió y corrió tirando de las maletas hasta él. Las
soltó de inmediato, sin importarle que estas cayeran al
suelo, y se lanzó a abrazar a Iván con efusividad, habiéndolo
añorado a rabiar. Él, tan cariñoso como siempre, sujetó su
cara entre sus manos y la besó con ternura, demostrándole
que ni el trabajo, ni las obligaciones, ni la distancia, ni nada
en el mundo podría destruir la sincera y hermosa relación
que se había creado gracias a los caprichos del destino.
NOTA DE LA AUTORA

Te agradezco infinito que hayas llegado al final de esta


historia y deseo que la hayas disfrutado de principio a fin,
que hayas reído, llorado, sufrido y experimentado todo tipo
de sentimientos con las aventuras de estos cuatro
carismáticos jóvenes. Además del entretenimiento, que
suele ser el principal cometido de mis novelas, también
espero haber conseguido que hayas reflexionado sobre la
realidad que nos rodea en la actualidad.
Vivimos en un mundo que cambia a una velocidad pasmosa
y en el que las redes sociales han tomado el control de todo.
Da la sensación de que el valor de un ser humano se mide
por la cantidad de likes que recibe en sus publicaciones de
Instagram, Tiktok o cualquiera que sea la plataforma donde
sube contenido. La comunicación cara a cara ya no es lo
que era. Nos cuesta dedicarle a nuestros seres queridos y
amistades el tiempo que se merecen porque siempre
estamos distraídos con algo que creemos más importante o
interactuando con otros a través de la pantalla de nuestro
móvil.
Aparentar está a la orden del día y nos dedicamos a cotillear
lo que amigos y conocidos publican en redes sociales, así
como la maravillosa vida que nos venden los influencers.
Publicaciones estudiadas al milímetro donde reina la
perfección. Millones de fotos tiradas para elegir la
instantánea adecuada que muestra únicamente la punta del
iceberg. No valoramos todo el trabajo y esfuerzo que hay
detrás de los logros de los demás y nos frustramos cuando
vemos que el vecino lleva varios meses en las Islas Maldivas
buceando con tortugas.
En la gran mayoría de los casos, nada de lo que nos venden
es verdad. Las redes sociales son una máscara irreal de lo
que sucede en la vida de las personas y debemos tratarlas
únicamente como lo que son, una forma más de
entretenimiento que jamás debe tener prioridad sobre otros
aspectos de nuestra existencia. No debemos dejarnos llevar
por la moda de la popularidad porque eso solo nos llevará a
frustrarnos si no conseguimos el resultado que esperamos.
A veces, el esfuerzo en estas plataformas ni siquiera se ve
recompensado, ya que depende de complejos algoritmos
cuyo funcionamiento no es fácil de desentrañar.
Con respecto a la telebasura, que está en pleno auge en la
actualidad, te habrás percatado de que la novela pretende
criticarla y censurarla. Siempre he pensado que todo lo que
vemos en la televisión, al igual que el contenido en redes
sociales, está claramente estudiado y preparado para
producir determinadas reacciones en los espectadores, para
entretenerlos e incluso distraerlos de cosas más
importantes. No digo que todos los romances televisivos
sean falsos, pero está claro que siempre seremos partícipes
únicamente de lo que quieren que veamos.
¿Por qué hoy en día solo interesan los temas controvertidos?
Parece que fuera imprescindible hacer ruido y llamar la
atención de alguna forma, cuanto más absurda mejor. Me
resulta triste que solo lo polémico reciba el suficiente
reconocimiento y que contenido de calidad quede relegado
a un segundo plano. Desde luego, parece que fuera
necesario herir a otros para que el algoritmo te beneficie y
te posicione bien en redes sociales. Es algo a lo que me
niego. Seguiré publicando mis historias y trataré de ser
educada y comportarme como me gustaría que los demás lo
hicieran, siendo respetuosa y lanzando mensajes optimistas
que puedan aportar a otros algo positivo. No quiero formar
parte de ese afán destructivo que se ha hecho tan popular
en los últimos años.
Te preguntarás, ¿dónde queda el amor en toda esta historia,
en este complejo mundo plagado de apariencias? El amor
sigue vivo en cada pequeño gesto de cariño que le
dedicamos a nuestros seres queridos a diario cuando
salimos de la burbuja tecnológica y miramos a nuestro
alrededor. En ese momento, somos conscientes de la
realidad, la que sin duda merece toda nuestra atención.
El amor está presente en el corazón de Amanda, que
se encuentra dividido entre dos personas a las que aprecia y
entre las que finalmente debe elegir. El amor está también
en las silenciosas miradas de Verónica y en sus gestos
amables hacia el chico que idolatra. El amor se encuentra
en el sacrificio de Ariel, que al fin comprende que incluso los
escépticos como él pueden llegar a amar y encontrar su
lugar. Por último, está en el interior de Iván, que decide
dejar de guiarse por las apariencias para mirar más allá de
lo que sus ojos ven, para profundizar en el corazón de las
personas. Quiero pensar que el amor siempre encontrará
una forma de salir a flote y sobrevivir en un mundo hostil
dominado por la tecnología.
De nuevo, no puedo más que agradecer que hayas elegido
mi historia y deseo que te quedes pendiente de lo que está
por venir. Mi cabeza no da abasto para seguir creando
mundos y rincones donde puedas perderte unas horas y
evadirte de los problemas cotidianos. Mi mente trabaja más
deprisa que mis manos sobre el teclado, pero te prometo
que intentaré plasmar todo lo que se me ocurra y regalarte
más historias como esta o incluso mejores. Solo te pediría
que me ayudaras a llegar a otros, ya sea puntuando esta
lectura o incluso dejándome una reseña, así como
hablándole a otros de mí si has disfrutado de esta novela.
Todavía me quedan muchos más corazones por conquistar.

Con cariño,
Tania Estébanez

También podría gustarte