color azul cielo, y sus vaqueros de tiro alto más cómodos. Fuera ya refrescaba, habían comenzado las primeras lluvias del otoño, pero no hacían falta más que dos capas de ropa. Al entrar en su casa, enseguida saluda a su conejo llamado Marvin, en honor al príncipe del Soul Marvin Gaye. “¿Cómo has pasado el día, Marvin?”, le pregunta, al tiempo que comienza a tararear “And all He asks of us, is we give each other love, oh ya”.
Su madre aún estaba en casa. Aquel día tenía turno de tarde en el trabajo, por lo que aquella noche su hija se quedaría sola, como otras tantas noches. La madre se encontraba en la cocina, abriendo las cartas que probablemente contenían innumerables facturas que pagar. Menos una de ellas, que iba dirigida a Verónica. Madre e hija tenían una relación particular, pues se habían vuelto mucho más cercanas desde la muerte del padre de Verónica, de manera que nada más ver la cara de su hija al entrar en la cocina supo que las cosas no habían ido nada mal.
—“Hola mamá, ¿qué hay para comer?”, le pregunta mientras le da un beso en la mejilla.
—“Hola, hija. ¿Qué tal tu primer día de clase? La comida está en la nevera, cógete lo que quieras. Hay albóndigas y ensalada. Ah, por cierto, hay una carta para ti, pero no hay ningún nombre escrito”.
¿Una carta? ¿Para ella? Aquello le sorprendió mucho porque lo cierto es que Verónica no tenía muchos amigos, por lo que no sabía de quién podía ser. Y, ¿por qué no tendría muchos amigos?, se preguntará el lector. Bueno, además del reciente hecho de que su madre y ella se acababan de mudar en el vecindario y de momento no conocían a nadie, Verónica era una muchacha de lo más tímida, silenciosa y algo extraña. En su anterior instituto no mucha gente se atrevía a hablar con ella. Su aspecto pálido además no ayudaba y muchos niños y niñas se metían con ella llamándola “paliducha” y toda clase de insultos nada agradables. De vez en cuando cogía el pintalabios de su madre para hacer sus mejillas y labios más rosados lo que, junto a su pelo negro medio ondulado, le daba un aspecto de lo más encantador. Pero le costaba hacer amigos, pues a los niños de aquel instituto no les interesaba nada la música ni los libros. No se interesaban por las cosas realmente importantes. Por lo que pasaba los recreos leyendo en solitario, bajo el gran árbol que daba sombra. Al cambiar de instituto, pensó que quizás las cosas cambiarían. Y lo cierto es que así ocurrió. En clase la sentaron al lado de una niña llamada Carlota, quien se interesó de manera especial por el libro que estaba leyendo en el recreo. “Puede que haya sido Carlota la persona que me ha enviado la carta”, pensó Verónica, puesto que nada más sentarse a su lado le dijo lo siguiente: “Sabes, me gustaría mucho que me pasaran las cosas que le ocurren a Alicia en el libro, tener esas aventuras. Podemos ser amigas de aventuras, si tú quieres”. Verónica abrió la carta y encontró en su interior escrita una dirección y un mensaje: Avenida de la Reina Victoria, nª 27, a las 18:00h. No te olvides del libro. “¿No te olvides del libro? ¿Qué libro?”, se preguntaba Verónica. “Puede que hable de Alicia a través del espejo. Pero, ¿para qué tendría que llevarlo?”. Pensó enseguida que cuando su madre se hubiese ido a trabajar, y no faltaría mucho, iría a descubrir a dónde conducía aquella dirección.
—“¿Vero? Estoy hablando contigo, cariño. ¿Has aprendido mucho hoy? ¿Cómo son tus compañeros?”
—“Las clases bien mamá, ya sabes, ha sido el primer día y de momento sólo nos han presentado y los profesores han mandado tareas sencillas. Mi compañera de asiento se llama Carlota. Aún no sé mucho de ella, pero parece agradable”, le respondió mientras seguía observando la carta.
—“Eso es maravilloso, podrás invitarla a casa cuando quieras. Por cierto, me voy a trabajar ya, antes tengo que pasar por el supermercado. Ya sabes, si necesitas algo llámame. Llegaré mañana por la mañana temprano, antes de que te despiertes. Seguro que habrá mucho trabajo hoy en urgencias. Tengo que acostumbrarme aún al funcionamiento de este hospital, pero los compañeros de mi turno me dieron una bienvenida muy cálida. Bueno, te dejo. Dale de comer a Marvin, hay lechuga fresca en la nevera. Dame un beso, portate bien”, le dijo mientras salía por la puerta.
—“De acuerdo, mamá. Hasta mañana”.
Una vez que la puerta se había cerrado, Verónica subió a su cuarto para prepararse. Nada más entrar, uno podía quedarse maravillado ante las cosas que aquel cuarto albergaba. Además de los pósters de Marvin Gaye y de sus otros músicos favoritos, se podía apreciar una enorme biblioteca que cubría toda la pared del fondo. Por otro lado, era una gran fan de los objetos mágicos. Le encantaban todas las historias que hablaban sobre brujas, lugares secretos, duendes y hadas, por lo que en su cuarto no podía faltar una bola de cristal y varias barajas de cartas de tarot. Cogió la mochila para meter en su interior el libro de Alicia, una linterna, porque empezaba a oscurecer muy pronto, su cámara fotográfica, por si encontraba alguna prueba para desvelar quién había enviado la carta, y su peluche favorito de la suerte, un pequeño koala cuyas patas se agarraban como pinzas a las superficies.
Verónica salió decidida de su casa. Primero, tendría que conseguir su bicicleta, que se encontraba en el trastero, escondida entre las cajas de la mudanza. Una vez conseguida, se puso en marcha. No sabía cómo podía llegar hasta allí, pero fue dando vueltas siguiendo su intuición. Aquel vecindario no era muy grande, por lo que supuso que no sería muy difícil. Además tenía toda la tarde para estar fuera buscando. Todas las casas se parecían entre sí en aquel vecindario. Fue una de las cosas que menos le gustó al llegar, pues pensaba que aquello le quitaba cierto asombro y belleza al lugar. Pero, de repente, se acordó de una casa que vio a través de la ventanilla del coche el día que llegó con su madre al vecindario, que se encontraba cerca de la entrada al pueblo. “Podría ser la casa de la dirección”, pensó Verónica. Al llegar allí, vio la calle escrita en el cartel: Avenida de la Reina Victoria. “¡Es aquí!”, gritó mirando maravillada aquel lugar. “Seguro que no es casualidad, seguro que aquí vive una reina llamada Victoria y querrá jugar al ajedrez conmigo”, se decía para sí. La casa era mucho más grande de lo que recordaba y tenía más árboles en el jardín que la suya, aunque la mayoría estaban con las hojas caídas, por lo que le daban un aspecto inquietante y sombrío. No sabía si llamar a la puerta o marcharse de allí. De pronto sintió escalofríos —o tal vez era el frío—, pero en cualquier caso tenía el presentimiento de que algo extraño iba a ocurrir. De pronto, sintió unos pasos a lo lejos y oyó una voz aguda, un poco familiar, que emitía un nombre.