Está en la página 1de 34

Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

La hincha (da)

Cuando Adriana despertó podría haber seguido


durmiendo hasta que se aburriera de hacerlo. Era
domingo, de modo que ni bien abrió los ojos, se
incorporó en la cama. Le quedaba inmensa pero le
servía de mantel para colocar, con un desorden
preciso, el celular, el joystick, el tubo de papas
fritas de la noche anterior y la musculosa con la
que pasaría prácticamente el resto del día. Prendió
el televisor mientras el café giraba en el
microondas, con el joystick seleccionó a su equipo
favorito. En la espera, agitó el tubo de papas fritas,
el ruido le indicaba que apenas quedarían unas
migajas (como siempre ocurre). Con movimientos
torpes, su cuerpo aún amanecía, vertió sobre su
boca el paquete. La caída libre de las frituras, como
era de esperar, tuve destinos variados. Pocas
aterrizaron en su boca. Se quitó la sal de las manos
con la musculosa y al escuchar el sonido del
microondas fue por su café.

—¡Puta madre! —estuvo a punto de arrojar el


joystick contra la pared. Jugar a la Xbox pensando
más en el reloj, por tener que irse, no podía salir
bien.

Se puso frente al espejo, Adriana se acomodó el


gorro piluso que la protegería del sol cuando en el
segundo tiempo los rayos cayeran como

1
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

direccionados a dedo sobre su rostro. Guardó sus


pertenecías en la riñonera que cruzaba su pecho, la
misma que había comprado con el único fin, el de
ir al León Kolbowski. Se quitó de adentro del
short de un modelo anterior, la musculosa de
Atlanta y salió rumbo a la cancha. Esperó el
colectivo en la parada de siempre, la que le
quedaba un poco más lejos de su casa pero que le
daba más confianza para obtener un buen
resultado (cada hincha hace su aporte como
quiere, no se la puede juzgar). La fila en la parada
parecía una sucursal de la tribuna. No había lógica
en la hilera que conformaban todos aquellos que
esperaban subir al 90 por la zona de Triunvirato.
Desde lejos ya se veía que el colectivo venía algo
cargado, repleto de hinchas unidos por un mismo
canto. Desde lejos, el chofer sabía que si detenía
su marcha en la próxima parada iban a subir todos,
como sea. Para cuando el colectivo se detuvo, la
fila ya no podía ser llamada así. Adriana,
aprovechando su tamaño corporal ideal para
escabullirse, encontró un pequeño resquicio y
haciéndose lugar a la fuerza, subió por la puerta
del medio. Pidió perdón a un hombre que lucía
escandalizado y procuró aferrarse de donde
pudiera. Ni bien la puerta cerró, se acopló con una
voz más gruesa que de costumbre al canto que
retumbaba dentro de la formación, mientras
golpeaba los vidrios del sufrido colectivo sin
importarle la integridad de sus uñas, algunas de
ellas a medio despintar.

2
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Cruzó Villa Crespo respirando naturaleza. De


tanto respirar, el aroma de una parrilla la atrajo.
Guiada por el olor de las brasas, fue a su
encuentro como flotando, arrastrada por el manjar
criollo.

—¡Puta madre! —al morder, el jugo del chori salió


disparado con violencia, como un misil teledirigido
hacia el asfalto—. Pasame una servilleta ¿querés?
—alcanzó a pedir Adriana con poca delicadeza,
mientras masticaba enfáticamente para conseguir
algo de aire que calmara la picazón del chimichurri
de dudosa procedencia. El dueño del puesto le
alcanzó una servilleta y un vaso de vino, como
cortesía de la casa. Realmente a ella no le gustaba
ni un poco aquella bebida pero rituales son
rituales.
—Tomá despacio, sos medio flojita —tenían
confianza de tantos años de cancha.
—Si lo rebajás con agua, ladrón—Adriana se burló
mientras limpiaba sus labios, en dos sorbos se
terminó el vino. Se quedó mirando un punto fijo.
Recién cuando eructó con la boca cerrada, pudo
volver a la realidad—. Hoy ganamos, Cebolla. Nos
vemos la semana que viene, si tu comida no me
mata.

En la popular, el sol parecía haberse ensañado con


la gente. Adriana cantaba mientras se secaba la
frente con la remera. Sentía la boca seca, haciendo
esfuerzo juntó saliva y escupió con dificultad para
quitarse esa sensación pastosa. Al verla en pleno

3
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

intento, un hombre, algo entrado en años se le


acercó.
—No lo tomes a mal —inició con cautela—, me
encanta que seas tan pasional, ojalá alguna de mis
hijas compartiera este sentimiento conmigo. Te
quería decir que te vi desde que subiste al
colectivo en Triunvirato, insisto, me encanta que
seas pasional pero creo que deberías ser más
femenina.
Adriana no supo qué decir, se quedó pensando si
eso era un consejo o un insulto. Miró al hombre a
los ojos, como respuesta apenas ensayó una
extraña mueca con sus labios. Fue lo único que le
salió. Tampoco aceptaba que un comentario de un
desconocido la dejara pensando. No quería darle
el poder de arruinarle la tarde. Y así fue, volvió a
unirse al canto de la tribuna, nuevamente el campo
de juego volvió a ser su universo entero.

A mediados del segundo tiempo, para cuando la


hinchada empezó a cantar canciones con frases de
amor para con sus rivales, propuestas cariñosas,
Adriana vio como ese hombre, el consejero,
cantaba desaforadamente, como si en ese grito se
le fuera la vida. Ella se le acercó con algo de
cautela.
—No lo tomes a mal —inició con tono amable—,
¿querías que sea más femenina? ¿Cómo? ¿Así como
vos? No lo tomes a mal —se notaba la ironía—,
me encanta que seas tan pasional, ojalá mi pareja
compartiera este sentimiento conmigo.

4
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

El hombre, se quedó pensando en su cántico, en


esas palabras que gritaba a viva voz sin sonrojarse,
jurando que tendría sexo con los rivales y recién
salió del trance cuando notó que Soriano se iba
sólo de cara al gol.

5
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

La fracasada

—¡Se va, se va! —la arquera bohemia, más allá del


área chica, le gritaba a su compañera para alertarla.
—¡Chechu! ¡Dejala salir que es nuestra! —su
técnico le pedía a su marcadora de punta, algo que
era obvio y ella ya tenía pensado hacer.
La pelota rodaba lentamente hacia la banda lateral
de la zona de los bancos de suplentes. Cecilia, a
pesar las indicaciones que le habían dado, miró de
reojo para comprobar si tenía cerca a alguna rival y
ponerse firme para cubrir la pelota resistiendo así
el embate por la espalda. No hacía falta, el partido
llegaba a su fin, ya nada podría cambiar el resultado
pero nunca se sabe quién quiere sacársela bronca
dando un fuerte empellón. Sin riesgo alguno dejó
salir la pelota, custodiándola apenas con la mirada.
Fue frenando su marcha varios pasos antes de la
línea de banda, con cautela. La jueza asistente, la
miraba atentamente, se notaban sus ganas por
decirle algo pero Chechu le esquivaba la mirada.
—Juegue, tres —la apuró, algo cansada de la
caminata parsimoniosa de la jugadora de Atlanta
—. Dale, no te hagas amonestar al pedo.
Recién ahí, Cecilia apuro el paso a fin de cuentas,
una amarilla tan tonta podía pagarla en el correr
de la temporada. Trotando, fue en búsqueda de la
pelota para realizar el lateral. Su técnico seguía
compenetrado en el partido, como si esa simple

6
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

acción pudiera cambiar el desarrollo de los casi


noventa minutos previos.
—Tranquila, ya estamos —con las manos parecía
picar una pelota imaginaria—. Tirala por la línea y
no pases.
En ese momento, la marcadora de punta se quedó
mirando las tribunas de la cancha. Se distrajo con
la gente que colmaba lentamente el León
Kolbowski, perdida en el griterío al cuál no estaba
acostumbrada, entregada al efecto hipnótico del
movimiento de las banderas en las tribunas.
Contemplaba esa rítmica coreografía, acompañada
por un sinfín de voces coreando por su camiseta.
Se recordó en una tribuna, imaginó cómo se vería
dentro de la cancha. Supuso que se alentaría hasta
agotar su garganta, como si fuera su ídola. Y si lo
pensaba bien, tranquilamente podría serlo. Ella no
era la única con ese cúmulo de sensaciones, todas
las jugadoras presentes en ese campo de juego, lo
hacían por primera vez ante tanto público. Días
atrás se había logrado el tan ansiado
profesionalismo para el fútbol femenino y las
sensaciones eran mucho más vívidas que la de
cualquier partido anterior.
—¡Juegue! —la jueza principal, se sumaba al
reclamo de su colega.
Cecilia, ajustó la vincha que sujetaba su cabello.
Tomó la pelota con las manos, la hizo picar y
lentamente se dispuso a realizar el lateral. Casi por
inercia, daba pequeños pasos, ganando metros de
terreno. Parecía no tener apuro alguno, no hacía
tiempo. El resultado ampliamente a favor, a esa

7
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

altura, era lo de menos, con haber pisado aquel


césped que durante años había visto por televisión
o desde la tribuna, ya estaba realizada. Ella,
disfrutaba en su pausado andar, de cada detalle que
sus retinas atesoraban. Secó la pelota con la
remera, quitó con el antebrazo la transpiración de
su frente. Volvió a picar la pelota, miró en ambas
direcciones, amagó con hacer el lateral hacia atrás
para la marcadora central. Esperó.
—¡Juegue! —esa parecía ser la última advertencia
de la colegiada.
Cecilia, con su mano pareció indicarle a la
delantera que fuera más lejos, no hubo caso, ella
siguió clavada en el mismo lugar, como si no
confiara en la fuerza de brazos de su compañera.
Un hincha rival, harto de la ceremonia por realizar
el saque de banda, estalló en un grito cargado de
bronca.
—¡Horrible! —el hombre descargó su furia sobre
ella con un ronco vozarrón—¡Dejá de hacer
tiempo, cagona! —. ¡A quién se le ocurre que
podés ser profesional! ¡Fracasada!
Chechu se dio vuelta, la pelota apretada a su
cintura. Hizo una pausa esperando que todos la
miraran y escucharan lo que tenía para decir.
Raramente, aquella catarata de descalificaciones no
le causó ningún tipo de herida, le sobraba amor
propio. Sonrió tímidamente, en su rostro se
notaba la seguridad de alguien que está confiada en
lo que hace. Miró a los ojos al hincha rival.
—¿Fracasada yo? Seguro vos soñaste ser plateista
toda tu vida.

8
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Cecilia, hizo el lateral, la delantera tuvo que ir a


correr la pelota más lejos de lo que ella esperaba.
El partido continuó su rumbo, mientras en la
platea, ese hombre tan valiente alambrado
mediante, se hundía en su asiento mientras
escuchaba alguna que otra risa a su alrededor.

9
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Terapia

El auto había quedado completamente detenido


hacer un par de minutos. El semáforo, frente a los
ojos de Alejandro, había cambiado de rojo a verde
en dos oportunidades pero la larga fila de autos
que tenía por delante no le permitía siquiera ganar
un par de metros. A pesar del contratiempo, aún
conservaba algo de paciencia, sabía de antemano
que el tráfico era inevitable. En el asiento trasero,
para hacerse notar, Felipe venía haciendo puchero
desde hace más de veinte cuadras. De vez en
cuando, bufaba acompañando la queja con un
repentino pataleo. Para no darle el gusto a su
capricho, su padre lo ignoraba tiernamente.
Alternaba miradas en el espejo retrovisor y el
camino que tenía por delante. Cuando era
descubierto por su hijo fingía estar acomodando el
espejo, esa actitud lo fastidiaba aún más. Alejandro
se reía en silencio al ver los intentos desesperados
de su hijo por llamarle la atención. Para hacer más
creíble aún su desinterés prendió la radio, subió el
volumen para que la música en idioma extranjero
silenciara toda posible queja. El pataleo
proveniente del asiento trasero se hizo notar con
fuerza.
—No quiero —Felipe por fin materializaba en
palabras su fastidio.
—¿Dijiste algo?—se burló su padre—. No estaba
escuchando, esperá que bajo la radio.

10
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

—No quiero.
—¿Qué baje la radio? La subo si querés.
—No quiero ir.
—Bueno pero igual vas ir —justo cuando pensaba
que no llegarían a tiempo, pudo poner primera y
cruzar la ochava, por fin continuaban el viaje.
—Volvamos a casa.
—Vamos a volver después de ir a dónde dijimos
con tu mamá.
—¡Estoy diciendo que no quiero! —con cada
palabra, parecía abrazarse más fuerte en un intento
desesperado por dejar en claro su fastidio.
—¿Sabés lo que pasa? No siempre se puede hacer
lo que uno quiere. Hay veces que tenemos que
hacer cosas que no nos gustan. Pero son cosas que
después nos van a hacer bien. Nos van ayudar.
—¿Cómo qué? —Felipe, estaba en esa etapa de ser
un cuestionario andante.
—Como cuando tenés que ordenar tus juguetes—
se sorprendió por su veloz ejemplo—. ¿A vos te
gusta ordenar los juguetes?
—No.
—No te gusta pero igual lo hacés. Porque sabés
que si no ordenás, te podés tropezar y lastimarte
o se pueden romper si alguien los pisa. Mirá si se
rompe uno de tus juguetes, no te gustaría que pase
eso —lo miraba por el espejo retrovisor, se lo veía
convencido—. Entonces para que eso no te pase,
hacés algo que no te gusta pero que después te va
a hacer bien. Por eso los guardás, aunque no te
guste.

11
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Felipe, se quedó en silencio, procesando la


información. Alejandro, se sentía el mejor padre
del mundo.
—No quiero —Felipe, lo hizo volver a la realidad.
—Es así —sentenció Alejandro —. Ya la
escuchaste. Si tu mamá lo dijo, hay que hacer caso
—esa parecía ser la mejor opción para explicar el
motivo del viaje.
—Pero decile algo —reprochó fastidioso Felipe.
—No sé si entendés: si tu mamá dice algo, hay que
hacer caso. —dijo de manera lenta y segura.
—Pero está loca.
—Sí, en eso tenés razón —su hijo no entendió la
ironía—, pero si ella dice que tenés que empezar
con el psicólogo hay que hacerle caso.
—Pero no quiero. Ir al psicólogo es de viejo.
—Tranquilo, te va a gustar. Ya llegamos.
El auto se detuvo frente al club, el escudo de
Atlanta se veía imponente. Miles de personas
caminaban con un mismo destino, cantando y
gritando sin pudor su amor el club. A dónde
mirara Felipe los colores azul y amarillo
predominaban la escena. Banderas, remeras,
gorros, todos con los mismos colores, rodeaban
ahora el auto.
—¿Y esto? —Felipe estaba confundido, no lograba
salir del asombro.
—Si esta terapia no te hace bien, me doy por
vencido.
—¿Vos también hacés?

12
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

—Por supuesto, desde que era más chico que vos.


Créeme, te va a hacer bien, no conozco mejor
terapia que el fútbol.

Se tomaron de la mano, juntos entraron por


primera vez al club, sin dudas esa no sería la
última.

13
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

No me arrepiento

Para los cuarenta minutos del segundo tiempo ya


se había persignado, al menos, quince veces. Con
el correr de los minutos, ese ritual se tornaba
desprolijo. Parecía más un intento por quitarse una
mosca molesta, que un desesperado pedido de
ayuda celestial. Rogaba por dentro, suplicaba un
gol, aunque se conformaba con una simple jugada
de riesgo. Como si bajar las pretensiones resultara,
como si transcurriera una negociación abierta con
su deidad.
Para cuando el cartel luminoso indicaba el tiempo
agregado, esa súplica ya era una amenaza. Si
implorar no funcionó, había que intentar hacer uso
de la fuerza. Amenazaba dejar de creer, de no
pisar nunca más una iglesia. Posiblemente eso era
lo que Dios deseaba escuchar. A nadie le gusta que
le rompan los huevos con cosas de trabajo, menos
un domingo.
La pelota seguía lejos del arco rival, por ineficiencia
de los jugadores de Atlanta o culpa divina. Cada
vez que miraba el reloj, le parecía que le habían
robado valiosos minutos. Necesitaba un gol que no
llegaba. Luego de mantener cábalas, prometer lo
que nunca, los fallidos rezos, pareció derrumbarse.
De repente escuchó una melodía conocida.
— A todas partes voy con vos, de la cabeza, y no
importa si ganás y no importa si perdés…

14
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Una fuerza brotó de su cuerpo, le fue imposible


resistirse a al canto. Miró al cielo esperando
comprobar en carne propia, que Gilda es tan
milagrosa como dicen.

15
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Aferrado al izquierdo

Manuel, por fin, había conseguido lugar en el fondo


del colectivo.
—Disculpá.
—No es nada— Manuel restó importancia, sin
notar quién estaba a su lado.
—Manu ¿cómo andas tanto tiempo?
—¡Sergio! Tanto tiempo. La última vez que nos
vimos fue cuando nos perdimos el ascenso con el
equipo del Tano Pasini. Ah, no —se corrigió—. La
última vez que te vi fue cuando perdimos el
clásico.
—No creo, no pasó tanto tiempo. Fue el día antes
que dieron por terminado el torneo por la
pandemia.

Manuel se quedó en silencio. Su rostro se


transformó, pareció entenderlo todo. Había un
común denominador en todos esos resultados
negativos, Sergio.
Con disimulo llevo su mano hacia la entrepierna
mientras su dedo índice oprimía el timbre del
colectivo con insistencia. A tal punto, que el chofer
le pidió que se calmara.
—¿Te sentís bien? —preguntó Sergio.
—¡Abrí la puerta! —cuando el colectivo frenó,
abrió la puerta de un tirón con la mano libre. La
otra, aún se aferraba al izquierdo. Esta vez, Atlanta
tenía que ganar.

16
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Se tiene que transpirar

Nunca entendí como podía ser posible que el hijo


de puta de Pellerano transpirara tanto. Como
hincha, no lo niego, se lo agradezco de por vida.
Pero como compañero de inferiores, siendo una
categoría inferior, lo odié. En esa época no había
plata para más de un juego de remeras para los
pibes. Luego de su partido me entregaba con voz
agitada su remera ahogada en sudor. Juro que el
sarpullido me duraba hasta el martes. Si no llegué a
primera fue por su culpa y la de sus glándulas
sudoríparas. Al tiempo pedí jugar de 10 para usar
una remera más seca pero no me daba para esa
posición. Por suerte ahora las inferiores están
mejor y ya nadie sufre por culpa de un Pellerano.

17
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Tocarle bocina a un patrullero

Cuando el patrullero se le plantó de repente César


tuvo que clavar los frenos para no llevárselo
puesto. Pasaron tres, cinco segundos, el patrullero
seguía inmóvil. A su derecha los autos seguían
pasando a gran velocidad, la avenida se los
permitía. César buscaba un resquicio para avanzar
pero nadie le daba paso. Encima, atrás de él tenía
un auto pegado por culpa de la repentina frenada.
Lo pensó, lo meditó profundamente. Con un suave
golpe en su volante hizo sonar la bocina. Fue tal la
delicadeza que dudó de haberla hecho sonar
realmente. Dos pequeños bocinazos, cortos pero
claros fueron esta vez los enviados por César. Al
instante ambas puertas delanteras del patrullero se
abrieron, dos policías bajaron del vehículo.
—Buenas ¿está apurado? —preguntó el oficial
mientras el otro caminaba alrededor del auto con
mirada inquisidora.
—No, pero…
—¿Y si no está apurado? Tocarle bocina a un
policía, a usted le parece. Papeles del auto, por
favor.
En ese momento supo que estaba jugado, el seguro
había vencido ayer y no había tenido tiempo de
hacer el trámite.
—Fue gol— se excusó César en un ataque de
lucidez.
—¿Qué dice?

18
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

—Fue gol por eso la bocina. Mire si le voy a tocar


bocina a un patrullero. Es más, ni me di cuenta
quién estaba delante.
—Está bien… fíjese la próxima.
El policía se alejó hacia el patrullero pero de
repente se frenó en seco volviendo tras sus pasos.
César supo que algo andaba mal. Acomodando el
espejo retrovisor, quitó con disimulo el pequeño
colgante con el escudo de Atlanta.
—¿Quién juega? —preguntó el oficial.
— Atlanta – Chacarita.
—¿Cómo va?
—1-0 arriba Chacarita —sabía que la respuesta
tenía que ser cierta, no podía arriesgarse a una
mentira.
—¿Y tres simples bocinazos de mierda para
festejar? Hombre, grítelo.
—No, no hace falta.
—Grítelo —el oficial pronunció como una orden.
—¡Gol!
—Así me gusta, vaya así llega a verlo antes que
termine.

Aprovechando el espacio que le cedió el patrullero


César se fue por la avenida pensando si hubiera
sido mejor pagar la multa que haber gritado el gol
de la contra.

19
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Un motivo para estar

León Kolbowski, Villa Crespo. Once de la mañana,


treinta grados. Uno, cinco, diez, cien. Cien
personas, diminutas por el espacio libre en la
tribuna. Larga espera, un par de pájaros cruzando
el círculo central en búsqueda de algún insecto
intruso de las solitarias matas de pasto. Cien
personas, mirándose entre sí, buscando sentido a
su presencia en ese partido postergado, de un
torneo que bien saben que no recordarán. Leticia
miró el reloj, podría estar preparando la clase del
día siguiente. Jorge miró el reloj, podría estar
adelantando el trabajo en el jardín de Antonia.
Ricardo hizo lo mismo, su tiempo podría estar
siendo aprovechado arriba del taxi. Cien personas,
mirándose entre sí, buscando sentido a su
presencia. Buscando la respuesta a su pregunta, la
única válida, la encontraron cuando vieron salir a
sus once jugadores al campo de juego, levantar las
manos en señal de agradecimiento por no dejarlos
solos, por estar alentando una vez más en la
tribuna.

20
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

No voy en tren

Desde que subió al tren, se dio cuenta que lo


miraban feo. Al menos tenía esa sensación, esa
sospecha. Sentía que el grupito del fondo hablaba
de él, algo tramaban. Estaba alerta. Mientras los
miraba con recelo, para estar al tanto de sus
movimientos, pensaba cuál podía ser el motivo
para llamar tanto la atención. No sabía si era por
estar usando la remera de Atlanta o por andar
ostentando su celular, chequeando la pantalla a
cada rato.

En ocasiones así, Fernando, se replanteaba seguir


trabajando de cadete. Le gustaba la libertad, estar
lejos del encierro y monotonía de la oficina. Pero
ir a lugares desconocidos, viéndose forzado a
tener que ver el Google maps a cada rato, lo hacía
sentir desprotegido. Dependía de su celular,
hacerse un mapita improvisado lo hacía sentir
vulnerable, diciéndole a todos que no sabía cómo
carajo llegar a dónde tenía que ir.

Las miradas hacía él seguían. Cuando Fernando


estaba por colapsar, vio subir al tren a otro hincha
Atlanta. En ese instante sonrió, ya no sentía solo.
Igual, por las dudas, guardó su celular en el bolsillo
derecho.

21
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Matemáticas avanzadas

Fernando, pensaba. Frotó con la palma de su mano


su ojo derecho, mordió sus labios. Secó la
transpiración de su frente, soltó una risa nerviosa.
De responder bien la pregunta, sería acreedor de
un millón de pesos. Sus ojos se movían inquietos,
pronunciaba números sin sonido.
—Siete —contestó con seguridad.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Vale aclarar que este problema matemático es,
según los conocedores del tema, uno de los más
difíciles de resolver. Encima, Fernando no cuenta
con ayuda de ningún tipo de calculadora. Bueno,
ahora sí. La respuesta es… ¡Correcta!
El papel picado cayó sobre el estudio, brillosas
serpentinas se enredaban en el aire mientras el
cheque gigante de un millón de pesos ingresaba en
brazos de una promotora.
—Fernando, felicitaciones —empezó el
conductor—. Contanos ¿cómo hiciste para
resolver esa ecuación? ¿Sos matemático?
—No, soy hincha de Atlanta. Durante principios
del 2000 me acostumbré a sacar los promedios
fecha tras fecha. Ahora me doy cuenta que tanto
sufrimiento al menos de algo me sirvió.

22
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Bajo tierra

—¡Dale eh! —esa es la señal, el indicio de que


todo está bien, debemos ir enfilando hacia afuera.
Pero no. La salida está bloqueada, es terca como
para cambiar de opinión tan rápido. Nos miramos
entre todos, buscando en el más cercano alguna
explicación. No hay caso. Nadie entiende que pasa.
Todos los intentos que realiza Chiquito por
sacarnos de acá abajo son en vano. Tampoco hace
mucho esfuerzo, ya vivió esa situación más de
trescientas veces. Sólo se resigna, prefiere ahorrar
energía mientras murmura "habrá que aguantar".
Desde el fondo una voz intenta dar tranquilidad al
grito de "hay que esperar, tranquilos que ahora
salimos". Creo que fue Seba, creo. Es imposible
darme vuelta, apenas tenemos lugar para entrar de
a dos y ajustados. Testarudo como soy, igual
intento darme vuelta con la mala fortuna que en mi
lucha por girar por completo choco con el
hombro del Cata, haciéndolo rebotar contra la
pared.
—¿Qué haces nene? ¿Tas cagado? A veces pasa, no
te preocupes. En unos minutos nos sacan de acá,
relajá. En unos años esto va a ser una anécdota.
Quedate piola que esto es normal —me dice con
un tono asesino paternal.
Sonrío tímidamente, es la mejor respuesta que
puedo darle. Decirle la verdad es peor. Estoy
recontra cagado, nunca viví una situación así,

23
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

seguramente la palidez de mi rostro lo demuestra


¿Quién sabe cuántos metros debajo de la
superficie estaremos? Debajo del cemento, debajo
de tanta gente que no debe estar ni enterada que
estamos encerrados acá, bajo tierra. No podemos
salir, no por nuestros propios medios. Nos tienen
que venir a buscar, pero nadie tiene la certeza de
cuándo será ese ansiado momento.
El calor es agobiante, no puedo pensar con
claridad. La humedad choca en mi rostro
haciéndome sentir su espesa presencia. Busco la
tranquilidad en un par de enérgicas exhalaciones.
No es una gran idea, si bien me serené un poco,
en esa bocanada de aire caliente hay un vaho a
sudor y tierra que raspan centímetro a centímetro
mi garganta produciendo una tos que ensayo a
regañadientes para no ser acusado de cobarde.
Los muros se hacen cada vez más angostos, cada
uno de nosotros cuida con recelo su pequeña
porción de espacio. La holgura me sofoca. No lo
puedo creer, mal momento para empezar a relucir
mi eficaz claustrofobia. El espacio es tan limitado y
preciado como el petróleo hoy en día. No hay
lugar ni para un pensamiento. Tenemos que
ahorrar el oxígeno y yo, justo yo, al lado del Flaco.
Decir que a pesar de todo mantenemos la fe, el
buen humor.
—Flaco, tranquilo eh, no te agites que nos matás a
todos —vocifera el Negro.
Me río tenso. Nos alentamos, va a estar todo bien,
sabemos lo que buscamos. Solo es cuestión de
esperar que vengan por nosotros, todo va a estar

24
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

bien.

No sé si en estos lentos minutos el techo fue


bajando sin que me diera cuenta o si yo pegué el
estirón justo ahora, pero cuando quise pasar la
mano por mi transpirada cabellera choqué con esa
muralla, rasgándola produciendo la caída
parsimoniosa de un par de escombros. Diminutas
piedritas que hicieron escala en mis rulos para
alojarse luego sobre mis hombros.

Las tres luces que tenemos de compañía hacen


cortocircuito a la par, generando por un lapso de
un segundo, enorme segundo, un negro total. Qué
poco se ve acá, mamita. Busco escapar, aunque sea
hacerlo mentalmente. Cierro los ojos
profundamente, tratando sin suerte de abstraerme
del pánico que me genera saberme tan por debajo
de mi ciudad.
Seba, fiel a su estilo, arranca nuevamente la arenga
dándonos confianza a todos. Me dedica un par de
párrafos a mí, el inexperto, el más joven del grupo.
Solicita que me banquen, que me apoyen, que me
tranquilicen. Un coro de aplausos lo interrumpe
mientras todos descargan su tensión en un griterío
que rebota infinitamente en los muros. Todavía
aturdido, empiezo a perder ante la desesperación.
Quiere arruinarme mi momento. Menos mal que
no me avisaron que íbamos a tener que estar acá
encerrados tanto tiempo, que esto era parte del
trabajo, porque si sabia no venía. Me perdía todo,
lo resignaba, no me importaba esperar un par de

25
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

fines de semana más para volver a probar suerte.

Se escucha murmullo, tan abajo no podemos estar.


No tengo la precisión de cuánto bajamos, pero el
descenso hasta acá se me hizo eterno, mezcla de
sensaciones. Un estallido vehemente sacude
nuestro refugio. Bramidos distantes nos envuelven
llenando la holgura que habitamos. Ahora somos
más, la necesidad de salir nos multiplica. Las
piernas me flaquean, me siento tan débil. Estoy
acostumbrándome a la presión, ya empiezo a
sentir el rigor. Amago a sentarme en el piso pero
el suelo está mojado. Mejor, de haberlo hecho
posiblemente me hubiera comido la cagada a
pedos de los más experimentados, acompañada
por un par de correctivos completamente
merecidos ¿Faltará mucho para que nos vengan a
buscar? ¿Si se olvidan? ¿Si se retrasan? ¿Si piensan
que estamos haciendo tiempo para nuestra salida
triunfal a la superficie? Cada pregunta martillando
en mi sien.

Pasan los minutos, creo, debe ser así. Si bien el


tiempo para mí se paralizó hace rato, calculo que
los segundos deben seguir su incesante marcha. Ya
perdí la noción de la ubicación. No sé por dónde
entré ni por dónde voy a salir. Decir que con
mirarme de arriba a abajo recuerdo en el acto
quién soy y qué vine a buscar.
Transpiración, sólida transpiración. Me pesa, juro
que me pesa cada gota segregada por mis poros,
recorriendo el camino que le indica la gravedad.

26
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

De nada sirve, no tiene sentido pasar mi mano por


mi frente. Si al cabo de unos segundos nuevamente
voy a estar derrochando sudor. Esto es una
hoguera, alimentada por nuestras espesas
respiraciones. Cada vez son más grandes mis
bocanadas para sentir un poco de aire recorriendo
mi garganta y refrescar un poco mis demandantes
pulmones. Intentos sin sentido, nuevamente poco
oxígeno y mucha tierra, otra vez la tos.
El Pocho, continúa su rezo a media voz. Se la pasa
pidiendo por todos, que las cosas salgan bien y que
no tengamos que lamentar ningún lastimado. A su
lado, El Loco se empieza a persignar mientras con
dificultad por los guantes, toma la estampita de la
Virgen que guarda entre sus ropas. La besa tres
veces intercalando miradas al cielo. Ese cielo que
está muy por encima de nosotros, que ansiamos
ver cada vez más y más.
Empieza un incesante temblor, temblor extraño.
Un movimiento rítmico, preciso, coordinado, casi
premeditado, coreográfico. Temblor, pausa,
temblor, pausa, temblor, pausa. No puedo hacer
pie con facilidad. Imagino el derrumbe, atrapado
acá abajo sin forma de ser rescatados. Una
explosión a lo lejos, pero chiquita, muy chiquita. Se
escucha otra, más fuerte que la primera.
Haciéndole frente con vehemencia, reduciéndola a
la mínima expresión por su feroz y tenaz sonido.
Vuelve a temblar todo, siento el polvo cayendo en
mis manos. Control mental, la cabeza me tiene que
salvar. Por mis ojos millones de imágenes
danzando por mis pupilas dilatadas. Recuerdo las

27
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

palabras de la vieja deseándome suerte con los


ojos vidriosos mientras me despedía el viernes por
la noche, dándome el bolso que había preparado
con ferviente admiración. El viejo debe estar
arriba, desconociendo las circunstancias adversas
que atravesamos acá abajo. Seguramente esté más
ansioso que yo, acelerado por las preguntas de mi
hermano menor. Espero poder divisarlos cuando
salgamos de acá, pero va a ser difícil encontrarlos,
camuflados entre la gran multitud que nos recibirá
como héroes.
No puedo más, ya no quedan paisajes para
distraerme de mi realidad. Cedo, decido dejarme
llevar por un ataque de nervios. Por una rendija
entro el primer rayo de luz, revelándose contra la
penumbra que nos envuelve. Sospecha de libertad.
Se forma un pronunciado camino lumínico, cada
vez más ancho. Aparece la salida, el sol choca de
frente con nuestros ojos enceguecidos,
acostumbrados forzosamente a las sombras.
Todos gritamos, el eco duplica la arenga, felicidad.
Ensayamos un trote ansioso por la escalera
buscando la salida. Lucas Ferreiro y Cristian
Pellerano me anteceden. Nunca olvidaré la espalda
de Luquitas, guiándome en ese ascenso, con ese
número diez inmenso protegiéndome de cualquier
improvisto. Empiezo la subida triunfal, primer
escalón y el murmullo se hace grito. Segundo
escalón y los bramidos se hacen canción y al
tercero ya me empiezo a empapar con esa lluvia
de papelitos que inundan el césped del León
Kolbowski. Cuando me doy cuenta ya estoy en el

28
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

círculo central, levantando los bazos al cielo,


saludando a nuestra hinchada, esperando que
ruede la pelota y dé inicio a mi debut.

29
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Solo es fútbol

Es cierto que hay veces que uno no tendría que


alegrarse tanto o sufrir en demasía por esto, si al
fin de cuentas el fútbol es un negocio. Lo sé. Con
el correr de lo vivido durante años, por más que
uno quiera mirar para otro lado, se llega a esa
innegable misma conclusión. Cualquier programa
que dure dos horas, dedicará la primera a hablar
de quién más rating les da (a esta altura, no hace
falta aclarar de qué equipo hablo). Se intentará
hacer un mundo de cualquier dato, jugada
polémica y declaración. Se extenderá hasta el
hartazgo la reiteración de cada imagen, recién
cuando se hayan agotado de tanto gastar saliva por
analizar una y otra vez cada palabra de la
conferencia de prensa, buscando quién sabe qué,
ahí recién se hablará del resto. También será
absurdo presenciar cómo un mismo hecho se juzga
diferente, todo sea para poder vender más
hablando de lo que siempre vende. El triunfo de
Atlanta no es el mismo que el de cualquier otro
equipo y la derrota es un festín. En ese caso se
podrá ver a más de un periodista con cuchillo y
tenedor. Convengamos entonces que si el tema
del día es el partido perdido de la última fecha, esa
hora diaria puede extenderse a casi el programa
entero. Párrafo aparte para cuando surge un tema
conflictivo, mucho mejor. La semana entera se

30
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

hablará de eso, dará la sensación que el resto de


los equipos no existen.
Es cierto, no debería volver a indignarme por cada
encuesta en redes sociales, en las que buscan que
un nuevo jugador destrone a los verdaderos
ídolos. No debería ni siquiera perder tiempo en
votar la respuesta obvia, mientras insulto a todo
aquél que haya votado diferente. Los acuso de ser
hinchas de otros equipos o de ser una respuesta
automática creada por quién sabe quién. Luego
desperdiciaré minutos de mi vida en leer uno o
dos comentarios, no debería haberlo hecho.
Vuelvo a putear.
Es cierto, una victoria de Atlanta no debería
modificar mi forma de ser. Pero a decir verdad,
una victoria modifica mi forma de ser. Me hace
mejor persona. A tal punto que logro tolerar la
espera del colectivo, no me parece tan fea la
comida recalentada en el microondas al llegar a mi
casa a la madrugada después de ir a la cancha, no
trato de chorros a los cajeros que redondean el
vuelto a favor de ellos con la excusa de no tener
cambio. Es que cada vez que me toca festejar, mi
alegría me permite incluso disfrutar el viaje
incómodo al trabajo, me hace menos pesado el
lunes. Cuando Atlanta gana, todo mejora. Pero
cuando toca perder, la semana se hace eterna. El
saludo con el compañero hincha de la contra es
incómodo. Si me carga estallo y si no dice nada
sospecho que por dentro se está riendo de mí.
Qué lejos queda el próximo partido, necesito la
revancha.

31
Agustín Sidoti @unapelotadecuentos Edición Bohemia

Es cierto que es un negocio pero cuando en una


plaza o en la playa, veo una remera de Atlanta
corriendo tras una pelota, me convierto en su
hincha. Silencioso pero hincha al fin. Puedo llegar a
extender mi presencia con tal de ver el resultado
final de ese partido improvisado, incluso si es un
simple arco a arco. Atlanta es quién luce la remera,
no importa dónde. Incluso si veo un llavero con
esos colores, en la mano de una señora que no
alcanza un producto en una góndola, por más que
mis manos rebalsen yo la ayudo. Hay que ganar en
todos lados, incluso en un supermercado.
Insisto, el fútbol es un negocio. Hay infinidad de
ejemplos más pero no quiero agotar. Partidos que
vos decís "acá pasa algo raro". Ejemplos a favor y
en contra. Porque esto es un negocio, acá no se
salva nadie. Esto es un negocio, es imposible que
vaya a dejar de serlo. Y en cierto punto, soy
cómplice ¿Por qué? ¿Cómo puede dejar de serlo si
yo sigo siendo fiel a mi camiseta, si sigo pagando la
cuota a pesar de no poder ir a la cancha, si sigo
pagando la entrada a precio de reventa, el cable
para ver el partido cuando somos visitantes, el
diario tras cada victoria y todo peso que dejo con
tal de sentirme cerca de mi equipo? Esto va a
seguir siendo un negocio hasta el día en que
caminando por Humboldt, donde se hace gigante
el León Kolbowski, no sienta más que alguien
aferra mi mano y al levantar la vista escuche una
voz que me diga "ahora agarrate fuerte, si te llego
a perder tu mamá me mata".

32
Conseguí los libros únicamente por redes sociales
@unapelotadecuentos
@agustinjsidoti

También podría gustarte