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El Drama Mexicano : Santa Anna, Porfirio

Díaz, El Chavo del Ocho.

¿Qué mejor que abrir en este momento de duelo un espacio de reflexión


crítica y de memoria sobre un clásico de clásicos? “El Chavo del 8” fue uno
de esos programas peyorativamente conocidos como subproductos de la
cultura de masas.

Denominación prodigada con desenfado por una gran variedad de


intelectuales setentistas, con ambiciones de psicoprofilaxis bolchevista. La
intención de estas líneas es hacer un somero análisis reivindicativo de un
ícono de la televisión de la década de 1970, creación del siempre recordado
dramaturgo y actor mexicano, Roberto Gómez Bolaños.

Concretamente, esta reflexión pretende ceñirse a la cruda acción (vale


remarcar lo de acción, el Chavo es per se, un Acting, un "dar a ver"
permanente.) del Chavo en su capítulo número 25. La situación sinóptica es
la que sigue: Quico no quiso prestarle su pelota al Chavo y éste, le arrojó un
ladrillo que hizo impacto en la cabeza del Sr. Barriga. Don Ramón y la
chilindrina no estuvieron presentes. Bien, a partir de aquí podemos deducir
muchas cuestiones cargadas de interés, por ejemplo, Cuando vemos al Chavo
demandándole a Quico compartir su pelota no debemos quedarnos en la
linealidad marxista de leer allí el enfrentamiento de clases de quien tiene y
quien no tiene y pide. ¡Es mucho más que eso! El Chavo no cuestiona a la
clasista sociedad mejicana, no hay reclamos por la poca movilidad social, ni
por el crónico estancamiento de las clases populares mejicanas. El Acting del
Chavo expresa la alienación del marginal que no dialectiza sus conflictos; no
interpola el estatuto de la duda (como jactancia de los intelectuales)
simplemente estalla, mas no por ello deja de respetar el sistema de clases. El
cual es al cabo, la única referencia que teje -burdamente- su precaria trama
simbólica. Sería mucha necedad de parte nuestra, no comprender que el
Chavo (un "infans" al cabo) anhela jugar plantándose, cerrilmente diríamos,
como animal pensante y semiótico ante Quico e instituyéndose al mismo
tiempo como "Homo Ludens".

Por otra parte Quico, con su traje de Marinero (que alude al espíritu
profundamente conservador de la Armada Mexicana), se niega una y otra vez
a compartir sus bienes descalificando transversalmente al Chavo en tanto
animal semiótico y destrozando además el afán lúdico del mismo. La
reacción (casi al modo de un fenómeno físico) es -desde luego- la violencia.
Pero curiosa violencia que siempre marra el tiro, pues quiere herir y a la vez
preservar a la doble Imago de un Quico dolorosamente introyectado. Imago
doble, porque el Chavo lo divide en dos enemigos: Antilúdico el uno y
Antisemiótico el otro. Finalmente el deseo de preservar se impone al de herir
y no es complejo entender porqué. Porque si el Chavo hiere a Quico, se hiere
a sí mismo, como gregario y mamífero, en su propio imaginario social, por
más ramplón y precario que éste sea, es aquello que lo sustenta, virtual
cordón de plata entre su malformada psique y esa miserable vecindad de los
suburbios del Distrito Federal.

El Chavo opta por una solución de compromiso y cumple en lo formal


arrojando el ladrillo. Pero un1 pertinente acto fallido desvía su mortal puntería
barriobajera y le permite resguardarse al no atinarle a Quico. El ladrillo
impacta, sí, en el Sr. Barriga (deficiente parodia del latifundista mexicano)
que cae desmayado. En este punto se articulan tres instancias
metafóricamente ocultas que juegan con el inconsciente de los tres (hago
notar que el del Chavo es un Inconciente inmaduro a causa de la insuficiente
mielinización de su Sistema Nervioso Central, producto de su crónica

1
desnutrición, hecho que lo condena a una infancia permanente; como ocurre
con todos los pobres. Afortunadamente para eso están los trabajadores
sociales; que viene a oficiar como Maestros Jardineros de menesterosos.)
Decíamos pues que esas instancias los rodean, los definen y los elevan
escalonados a status inasibles. Hablamos de un juego ¿Cuál es este juego?
¿Cuál su razón de ser? La Verdad ha desaparecido como tal. Solo queda un
enorme espacio en blanco: el de Don Ramón y la Chilindrina y ése es el lugar
clave. Ellos dos In Absentia acaparan esa verdad perdida que permitirá
recrear el drama a pinceladas massmediáticas (tal como los muralistas
mexicanos) en el próximo capítulo.

Haremos notar que el Profesor Jirafales (parodia de reconversión cultural


occidentalista) falta también, pero su falta no se relaciona con la verdad
oculta sino con un paralelismo epistemológico que no logra hacer metástasis
en el desgarrón cultural de la pos-revolución mexicana.

Klaus Mariè Zurück-Scheiss

Sí, pertinente, ¿y qué?

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